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CONTENIDO
VOLUMEN I: LA ANTINGÜEDAD 5
1.- El amanecer del hombre 6
2.- Pazuzu 10
3.- El sacerdote de Isis 15
4.- Mokèlé-Mbèmbé 25
5.- Fobos 33
6.- El Monte de los Cráneos 46
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VOLUMEN IV: LA EDAD DE LA RAZÓN 143
18.- El sarcófago 144
19.- Springheeled Jack 147
20.- Samhain 160
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Volumen I
La Antigüedad
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EL AMANECER DEL HOMBRE
Los demás han muerto, él está seguro. ¿Quedaría alguien más con vida?
Por muchas lunas se han empeñado en fugarse, siempre hacia el poniente, a
través de bosques oscuros y espesos, y praderas heladas, casi sin oportunidad
para descansar o tomar alimento, sin hallar jamás a otras gentes como ellos.
¿Serían, acaso, los últimos? Onerosa idea, le resulta insufrible y su sencilla
mente la combate cuando se le presenta.
No, debe quedar alguien más, alguien con quien refugiarse, alguien con
quien unir fuerzas. Es vital que así sea, pues su mujer, fuerte pero agotada, y
su hijo, una pequeña y débil criatura, no resistirán mucho más tiempo. No
pueden vivir huyendo. No pueden vivir siempre con el temor de que aquéllos
los alcancen.
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absoluto y perenne. Cada noche ha sido una pesadilla; cada momento de
reposo él se siente acechado. Sólo la esperanza de encontrarse con los suyos lo
alienta a seguir adelante.
Una tarde, hace apenas dos días, la familia se encontró a la orilla del
bosque que había estado atravesando por días. Hombre y mujer se quedaron
boquiabiertos al contemplar el espectáculo que se desplegaba frente a ellos.
Formas que no correspondían a nada que hubiesen visto o soñado se erigían
más allá de los árboles y proyectaban sombras frías y depresivas sobre ellos.
En su escaso vocabulario no existe palabra para ciudad. Movidos por un temor
reverencial e incomprensible, estuvieron a punto de volver sobre sus pasos,
pero el padre, después de ponderarlo unos segundos, consideró preferible
aventurarse a lo desconocido y no permitir que sus perseguidores les ganaran
terreno.
Así, avanzaron con cautela, rodeando los límites del vasto complejo de
estructuras ciclópeas, la mayoría de ellas derruidas y cubiertas por la
vegetación. Por fin superaron el extraño paisaje y, andados algunos pasos, el
padre dirigió una última mirada hacia atrás. En el umbral de un edificio
vislumbró a un hombre parecido a ningún otro. Pudo entender que era alto,
pálido y lampiño, que estaba desnudo y que sus ojos eran grandes, negros y
profundos… pero para el resto de sus atributos no tenía conceptos. En todo el
ser había una mezcolanza de sensaciones, entre las que predominaban un
profundo cansancio y una noción vaga de antigüedad inconcebible. El hombre
extraño le devolvió la mirada con indiferencia y se ocultó bajo las sombras del
edificio. Él no dijo nada de lo ocurrido a su mujer y continuaron la marcha.
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De pronto un silbido agudo mutila el aire. El niño, con una saeta
clavada en el pecho, cae muerto de los brazos de su madre. Ella da un grito y
se inclina para recoger a su criatura, pero una segunda flecha sega su vida en
un instante. Todo ocurre demasiado rápido, sin que el padre pueda entenderlo;
desconcertado, dirige su mirada hacia el oriente.
Así muere el último de una raza milenaria y los otros, los nuevos, los
herederos, inician su lenta e inevitable expansión por la Tierra…
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PAZUZU
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Hermosa doncella es Lilith, la puta de Inanna,
que brinda placer impío a los hombres.
No apenas el cuerpo de un mancebo produce semen,
cuando Lilith se le aparece y le entrega su carne,
a cambio de la semilla de vida que siembra en su vientre,
donde engendra a los Edimmu, hijos del desierto.
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Magno es el odio que tiene Pazuzu por Dimme,
grande es su poder contra Lilith y los Edimmu.
Las mujeres que no quieran ver perdidos a sus hijos,
para que sean pasto de la grande y odiosa hija de An,
deben encomendarse a Pazuzu, señor de los demonios.
Los hombres y mancebos que no quieran
copular inmundos con la puta de Inanna,
de naturaleza horrible cuan hermoso es su sexo,
y procrear demonios que lleguen a llamarlos “padre”,
deben someterse a la voluntad de Pazuzu, hijo de Hanbi.
Aquéllos que no deseen encontrarse con el apestado,
o con el que aúlla en la noche oscura, que oren,
que invoquen al gran Pazuzu, el dios demonio enloquecido.
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Mas no tenemos opción, este mundo no es nuestro,
no es hogar de los hombres mortales,
sino campo de juegos para los dioses eternos,
que anunciaron “dejaré que los muertos asciendan
y devoren a los vivos y los superen en número”.
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EL SACERDOTE DE ISIS
La fría oscuridad de grutas que surgen desde las entrañas del mundo; el
calor húmedo y envolvente de las selvas al sur; el aroma salado de los mares
al norte y al este; la arena áspera y ardiente llevada por el viento de los
desiertos circundantes; la dureza de las garras y colmillos de bestias ignotas; el
bronce helado golpeando su cuerpo; el sabor de la sangre mezclada con sudor;
el miedo… el miedo vivo y tangible ante lo que había visto y vivido; el viaje
de meses, a través de tierras extrañas, bajo soles diversos, siempre hacia el
norte, de vuelta al hogar… Todo estaba marcado en su espalda morena
surcada de cicatrices, en sus ojos oscuros y silenciosos, en su semblante
severo y poderoso. Pero, se preguntaba, ellos, sus jueces, sus carceleros, sus
verdugos ¿serían capaces de verlo?
Más golpes en la cara y en las costillas, más sudor y sangre, más frío y
metal. Y de nuevo preguntas estúpidas de hombres estúpidos, con el disco
dorado de Atón colgado al cuello, ansiosos por escuchar una mentira de
contrición. Pero Arlhotep, postrado frente a sus enemigos, sólo sabía
responder con la verdad.
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Arlhotep entendía bien que ninguno de los dioses era remotamente
parecido a las representaciones que los hombres hacían de ellos. No tenían
carácter femenino ni masculino, ni sus verdaderos nombres podían ser
expresados en lengua alguna inventada por los mortales. Los fieles de Isis la
llamaron así para poder comunicarse con ella y le atribuyeron una naturaleza
femenina en concordancia con su carácter amoroso, protector, maternal.
No entienden. Los deberes del sacerdote de Isis van mucho más allá de
la administración de los templos y el oficio de los ritos. Debe asegurarse de
fortalecer el culto de Isis para que su poder proteja a los hombres de la
Muerte. Debe combatir a quienes practican la Blasfemia, para no que no se
debilite el poder de la Diosa. Por largas temporadas abandoné el magno
Templo de Isis en Sebennitos y lo dejé al cuidado de mi joven aprendiz y de
las vírgenes que nos asisten. Viajé a rincones lejanos de Egipto, y más allá, en
una lucha sin fin contra lo que no debe de ser.
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-¡Falsas historias con las que has atemorizado a los incautos para
mantener tus privilegios! Abandonaste tu supuesto templo sagrado para visitar
lupanares y celebrar orgías en tierra extranjera. ¡Confiesa!
¡Yo viajé a la Hélade, donde diezmé a los vástagos de Licaón, una raza
de hombres que, en pacto con Fobos, tienen el poder de convertirse en bestias
caninas! ¡Yo conjuré a los Edimmu, hijos de Lilith, en los desiertos de
Mesopotamia! Los debilité de tal forma que tardarán muchos siglos en
recuperar su poder. ¡Yo vencí a los Abismales de Sicilia, hechiceros
infrahumanos que predican la Blasfemia! Los expulsé de sus asentamientos en
tierra y los envié a los abismos marinos de los que fueron escupidos.
Mi última misión me llevó a las selvas del sur, más allá del reino del
Punt, a combatir a la última población de los Arcanos, que hombres no son,
sino la raza más vieja de cuantas pueblan la tierra. Decenas de miles de años
antes de que los primeros hombres aparecieran, ellos levantaron prósperas e
inmensas ciudades, de las que no quedan sino ruinas, en las que hasta hace
poco aún merodeaban algunos individuos enloquecidos, acólitos de la
Muerte.
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Con el amuleto de su deidad patrona colgado al cuello, ni Arlhotep ni
sus soldados tenían nada que temer contra los horrores que han infectado este
mundo. Pero el poder de Isis no interfiere con el orden natural de las cosas, y
nada puede hacer contra el odio, la codicia y la ceguera de los hombres
mortales.
Era cierto. La expedición contra los Arcanos fue más terrible de lo que
Arlhotep había imaginado. Ninguno de los treinta guerreros que lo
acompañaron salió vivo de esa batalla. Solo, tras dos largos años de ausencia,
Arlhotep se vio obligado a regresar a Egipto. Cuando por fin alcanzó
Sebennitos, herido, hambriento y exhausto, las cosas habían cambiado por
completo. Del antiguo Templo de Isis no quedaban más que escombros. No
halló rastro del aprendiz ni de las vírgenes que servían en el templo. Indagó
entre los pobladores, pero nadie quiso dirigirle la palabra. Poco después, los
guardias lo encontraron, lo golpearon y lo llevaron prisionero hasta este lugar
oscuro en que ahora lo juzgaban, frente a ese advenedizo, ese hombre
barbado, vestido con las más finas ropas de los nobles egipcios, que portaba
un báculo de oro con el disco de Atón en la punta.
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lugar. En la cima una escalinata, tan alta como un hombre, el Faraón se
sentaba en su trono.
¿Es verdad lo que estoy escuchando? ¡Nadie puede ser tan ingenuo
como para creer que existe solamente un dios!
-¡Blasfemas!
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¿Convertir palos en serpientes? ¿He allí el poder de Atón? Este simple
truco podría ser realizado por hechiceros nóveles… ¡No! ¡Que mi Faraón
escuche lo que debo decir! Este dios del que hablan no es más que otro de
esos advenedizos y ambiciosos. Conozco a los de su clase: es joven, casi
infantil, y caprichoso, sediento de adoración y sacrificios. Sólo un dios necio
sería tan arrogante como para negar la existencia de los otros. ¡Pero Atón es
débil, no podrá defenderlos! Si insisten en adorar a este único y egoísta dios,
se quedarán sin la protección de los dioses antiguos y poderosos que aún
guardan la Tierra… ¡Isis! ¡Sólo Isis tiene el poder y la voluntad de
salvaguardarnos de la Muerte!
-Ya que por lo visto te niegas a abandonar tus creencias blasfemas, serás
condenado a morir en vida y sin posibilidad de resurrección. ¡Llévenselo!
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-Oh, pero no vamos a matarte, Arlhotep.- dijo Moisés con una sonrisa –
Tu destino será mucho peor. Ya que te aferras a tu herejía, te sepultaremos
según tu arcaica costumbre. ¡Serás enterrado en vida! Sufrirás de un eterno
suplicio encerrado en ese sarcófago. La maldición de Atón te impedirá morir.
Tu alma estará encerrada en un cuerpo putrefacto por toda la eternidad.- y
arrancó el talismán de Isis del cuello de Arlhotep.
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MOKÈLÉ-MBÈMBÉ
Yo quería conocer todo eso, pero sentí que antes de estar listo para un
viaje tal, debía entrenarme para ser un gran cazador, un rastreador experto, un
guerrero que pudiera procurarse forma de subsistir durante muchos días en la
selva, listo para enfrentar todos sus peligros. Mi padre me enseñó lo básico,
pero yo no quería ser sólo un buen cazador, sino un guerrero extraordinario,
como los héroes cuyas historias se cuentan alrededor de la hoguera.
Para probar mi valía, decidí viajar al Sur, más allá de las tierras de los
pigmeos, donde se cuenta que viven los monstruos más terribles y espantosos.
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“Más grandes que los elefantes y los hipopótamos, más feroces que los
leopardos y los leones”, me aseguró el hombre sabio, pero no supo decirme
más, porque él nunca los había visto, sino que había oído de ellos por los
pigmeos. Tales advertencias no me desanimaron, sino que me alentaron a
seguir con la empresa, de modo que una noche salí a hurtadillas de mi choza
armado con mi lanza y mi arco, y me dirigí hacia el sur.
Durante diez días de caminata no encontré nada que fuera digno de ser
narrado. Atravesé la selva cada vez más espesa, más verde, rebosante de vida
en todas las direcciones y tremenda por las noches. Me procuré comida
durante el día y dormí en los árboles después de la caída del sol. Maté a
algunas serpientes y una noche escuché el rumor apenas audible de un
leopardo que se abalanzó sobre alguna presa desconocida. Al onceno día de
marcha una voz repentina me obligó a detenerme bajo la amenaza de ser
atravesado por innumerables dardos: estaba rodeado por los pigmeos. Su
lengua no me era desconocida y pude darles a entender que venía en paz, en
una expedición de caza. No me dispararon, pero me desarmaron y me llevaron
preso a su aldea. Algunos de ellos se negaban a creer que alguien tan joven
como yo se aventurara tan lejos de su aldea y sin compañía. Ellos pensaban
que debía ser miembro de alguna partida de exploración que estuviera
acechando su aldea. No habría sido la primera vez que nuestra gente arrojara a
los pigmeos de sus tierras.
Así es, jóvenes. Nosotros, los bantúes, no somos la raza más antigua
junto al Río que se traga a todos los ríos. Los pigmeos estuvieron aquí mucho
tiempo antes que llegáramos. Después de que Bumba vomitara el mundo,
nuestra gente vivió más al norte por muchísimo tiempo antes de venir a las
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cercanías del Río, no hace muchas generaciones. Esta misma jungla que nos
rodea fue alguna vez hogar de los pigmeos.
Ellos dictaminaron darme la muerte y yo, sin más opción, les revelé el
motivo real de mi expedición. Cuando escucharon que quería ver y
enfrentarme a los monstruos que viven al Sur, algunos se rieron, mientras
otros se estremecieron. El hijo del jefe me condujo entonces a una choza y allí
me mostró el horrible tesoro que guardaba con una mezcla de orgullo,
veneración y espanto. Se trataba del cráneo de uno de esos monstruos. Era
más grande que un hombre, ¡enorme! La cara era alargada, con un pico como
de águila, un enorme cuerno sobre la nariz y muchos más sobre la testa. Era
algo verdaderamente apabullante.
“Mbwiri, que posee a los hombres y los enferma puede ser repelido con
bailes y cantos; Los Obambo que asustan en la oscuridad de la selva, también
pueden ser apaciguados con rituales. Pero no hay hombre vivo que sepa cómo
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aplacar a Mokèlé-Mbèmbé, el que detiene el curso de los ríos” me dijo, y
nunca olvidaré sus palabras.
Anduve por el bosque durante otros diez días, siempre hacia el Sur,
hasta que emergí a un extenso claro. Ustedes saben cómo es la selva, siempre
llena de ruidos, sobre todo por las noches. Pero allí todo era silencioso. Como
las noches anteriores, dormí en la rama de un árbol. A media noche escuché
un rumor que me despertó sobresaltado y sentí que alguien me observaba.
Algo se movía en la copa del árbol, sobre mi cabeza. No pude verlo bien, pero
no parecía más grande que un mono, de modo que no me alarmé.
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puntiagudas más filosas que cualquier lanza. Nubes de moscas revoloteaban
sobre la fosa y mareas de gusanos se retorcían entre los huesos. La peste que
manaba de aquel agujero era insoportable. Entonces creí escuchar un fuerte
sonido, como de chapoteo en el arroyo. Me volví y alcancé a ver una sombra
enorme que nadaba y se sumergía en las aguas turbias y oscuras. No quise ver
más, así que rodeé la fosa y me alejé de allí a toda prisa.
Cuando estuve seguro de que lo que fuera esa cosa que me perseguía no
estaba ahí, salí de mi escondite y pude entonces darme cuenta de que no me
había metido en una gruta o madriguera. Era una especie de choza, grande,
más grande que la de los jefes más poderosos y ricos, armada con cientos de
piedras colosales, y cubierta de hierbas y tierra. Rodeé la choza, observando
sus cuatro paredes; en una vi más imágenes talladas de los hombres que no
eran hombres. Se les veía torturar y matar con deleite a monos de algún tipo
que nunca había visto. En la siguiente, hacían lo mismo con simios, y en otra,
con seres que no eran ni simios ni hombres, sino alguna cruza extraña y
horrible. En las imágenes que llenaban la última pared, los hombres que no
eran hombres alimentaban a sus colosales bestias con hombres verdaderos;
sentí repulsión y miedo.
Reflexionaba sobre todo esto que les digo cuando noté que el rumor del
agua ya no llegaba hasta mí. La corriente se había detenido. Pronto el caudal
comenzó a disminuir lentamente y me pareció que el agua se ponía roja. Pero
no era el agua, sino que en ella se reflejaba el cielo, que desde el horizonte
hacia el cenit había tomado el color de la sangre. No había viento, ni nubes, ni
un solo ruido. Sentí miedo como nunca antes lo había sentido, y me supe
inválido e indefenso como un bebé abandonado en medio de la jungla. No
podía moverme, ni respirar, ni pensar.
Pero con todo el temor que me invadía, algo me obligó, casi contra mi
voluntad, a volver lentamente la cabeza. Entonces lo vi. Mokèlé-Mbèmbé, el
que detiene el curso de los ríos. Lo último que escuché fueron mis propios
gritos de terror.
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Escenario
Personajes
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CORO.- ¿Qué es esto? ¿Una nueva víctima para el malvado que nos
tiene aprisionadas? ¡Pobre de ti, bella doncella! Aún en mi dolor me apiado de
ti, pues lo que he sufrido no se lo deseo a mortal alguno, ni siquiera a los
terribles espartanos que allanan nuestras tierras. Habla, ¿quién eres?
CORO.- Son las criaturas que nuestro captor guarda en el calabozo detrás
de esta pared. Nunca las hemos visto, pero somos obligadas a escuchar sus
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detestables bramidos. Así vivimos, presas de ese hombre loco, no conocemos
más emoción que el miedo. Y de pronto llega sin avisar, no sabemos en qué
momento, y toma a alguna de nosotras para llevarla a la mazmorra. Ahí la
tortura de formas que no imaginamos y después las ofrece a los monstruos. Al
terminar, trae sus restos mutilados al altar de Fobos y los inmola para
satisfacer el hambre del terrible dios. ¡Y nosotras debemos escuchar los
alaridos de agonía de nuestras compañeras y observar los impíos sacramentos
de nuestro captor!
EUTELPIS.- ¡Ay, mísera de mí! ¡Padre, padre! ¿No pueden tu poder y tus
riquezas venir a salvarme? ¡Preferiría morir antes de ser sometida a los
tormentos de los que hablan estas mujeres! ¿No hay aquí filosa daga o tensa
cuerda con la que podamos piadosamente quitarnos la vida?
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Entra el Encapuchado, cubierto de pies a cabeza con una túnica negra.
Su andar es desgarbado. En la mano derecha lleva una hoz ensangrentada y
en la izquierda una antorcha. Crece el miedo que reina en la atmósfera.
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mismo. Él me salvó de la plaga y me hizo el honor de convertirme en su
siervo. A cambio, yo le proporciono el miedo de los mortales.
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Se escucha un nuevo bramido monstruoso. Las mujeres gritan y se
retuercen, pero el Encapuchado permanece impávido.
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CORO.- Quisieran los dioses que no lo supiésemos ya…
CORO.- Eso mismo me pregunto yo todos los días. ¿Será peor llegar al
suplicio de una vez o la agonía de la espera?
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EUTELPIS.- ¡No! ¡Dioses no! ¡Sálvenme! ¡Zeus, abáteme con tu rayo
para que perezca antes de ser sometida este suplicio! ¡No, por favor, no!
(Sigue gritando mientras desaparece de escena).
CORIFEO.- Muerto ha, sin duda, la pobre hija del rico ateniense.
CORO.- ¿Pero cómo? ¿Te ha dejado vivir? ¿Es que piensa matarte de
poco en poco para prolongar tu agonía por más tiempo?
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seguramente habéis escuchado. Me cortó y me apuñaló con su hoz hasta que
quise morir mil veces. Pero este asesino no había atado bien mi diestra y
aprovechando un breve instante de distracción suya, liberé mi mano, tomé su
hoz y le di una estocada en el costado. El villano retrocedió por el dolor y yo
pude escapar.
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antes temí más que al Hades, pero que ahora son la encarnación de la
esperanza! ¡Quieran los dioses que las tropas de Esparta encuentren esta
catacumba y vengan a liberarlas! ¡Ay, amigas! Muero ya, pero me voy con
dos dichas. Una, la de saber que no hay aquí más monstruos que ese hombre,
simple mortal al fin, al que pude herir. La otra, la esperanza de que pronto
seáis vosotras liberadas. ¡Adiós amigas, muero ya!
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Las mujeres emiten los peores alaridos que se han escuchado;
Deimoskótones grita también y se cubre con su escudo; los dos hoplitas huyen
espantados. El Encapuchado se cubre de nuevo la cara.
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DEIMOSKÓTONES (arroja a un lado sus armas y se sumerge en la
desesperación).- El temor no se va. No puedo respirar, no puedo vivir. ¡No
soporto este pánico que me embarga! ¡Piedad! ¡Piedad! (se va corriendo y
dando gritos lastimeros).
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EL MONTE DE LOS CRÁNEOS
Judea, siglo I
¡Padre! ¿Qué es esto que jamás había experimentado? ¡El dolor, padre,
el dolor! ¡Mírame! Los clavos me atraviesan las manos y los pies, las espinas
laceran mi piel. Me azotaron, padre, me golpearon con látigos y con palos,
desgarraron mi carne con púas y garfios. ¡Y tú permaneciste observando sin
hacer nada! ¿Cómo puedes contemplar mi sufrimiento sin intervenir? ¿Con
esa misma indiferencia miras el dolor de todos los mortales?
Estoy muriendo, padre, y no quiero morir. ¡No quiero morir! ¡No quiero
este sacrificio! ¿Es en verdad necesario? ¿No te bastó con haber traicionado y
violado a mi madre? ¿Con esto volveré los corazones de los hombres hacia ti?
¿Con esto los salvaré de la Muerte? ¿Cómo puedo salvarlos de la Muerte,
padre, si no puedo salvarme yo mismo? ¿Tú podrás, padre? ¿Tú podrás
traerme de vuelta?
Oh… ¡No! ¿No te das cuenta? Mi vida y obras no han servido de nada,
la Muerte viene en camino… ¡Puedo sentirla apoderarse de mí! No podemos
vencerla. Pronto dejaré de existir. ¡La he visto! ¡No…! No puedo, padre, no
puedo. Oh, si supieras el tormento que vivo, si pudieras conocer el miedo que
me posee. ¡No veo esperanza, no veo salvación! ¿No lo entiendes, padre? ¡No
podemos vencer! Ese lugar que has creado para aprisionar a tus enemigos…
¡No podrá contenerla!
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Pero… tú ya lo sabías, ¿verdad? Oh… ahora lo entiendo. No te interesa
vencer a la Muerte, no te interesa recuperarme de su poder. Sólo me entregas
para saciar tu sed de sacrificios. Voy a morir, oh Padre, voy a morir. ¡Ya lo sé!
Siento el frío, el silencio y la oscuridad entrando por mis heridas. Moriré de
forma absoluta. Y entonces harás que los hombres digan mentiras, los harás
decir que hice milagros, que resucité a los difuntos, que yo mismo volví a la
vida después de morir. Ellos te adorarán por tales embustes, y mi cuerpo
mutilado permanecerá en una sepultura olvidada y sin nombre. ¡El dolor,
padre, el dolor! Si de todos modos me vas a sacrificar, ¿no podrías dejarme
morir ya?
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Volumen II
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LOCH NESS
Caledonia, siglo VI
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Por aquellos días llegó Colum Cille desde Irlanda, con la misión de
extender el Reino de Dios entre los pictos y los escotos de Caledonia. El rey
Bridei lo recibió con hospitalidad y le dio permiso de predicar en sus tierras.
Así llegó a una aldea, no muy lejos del Lago, donde sus habitantes escucharon
con atención e interés a la historia de las obras y milagros del Hijo de Dios y
de los santos varones que le siguieron, mas no estuvieron dispuestos a
renunciar al culto de sus propios dioses. Los pictos hablaron a Colum Cille de
la gente hermosa, la gente antigua, que habita y protege los bosques y las
montañas. El santo les explicó que no eran más que demonios de la corte de
Lucifer, pero ellos no quisieron creerlo. Los pictos le contaron de las selkies,
las mujeres-foca que atraen a los hombres con sus encantos y luego los
devoran en cuerpo y alma, y Colum Cille dijo que no eran más que sirenas,
presentes en todos los mares del mundo. Le hablaron de los kelpies, los
caballos acuáticos que raptan y se alimentan de las personas. El santo les dijo
que todos esos demonios se irían de sus tierras en cuanto abrazaran la Fe
verdadera.
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“En ocasiones se ve su cabeza asomándose sobre el agua; otras veces se
puede distinguir su silueta nadando bajo la superficie”, le dijeron. “¿Desde
cuándo vive este monstruo en el Lago?”, preguntó el santo. “Desde antes que
tu Dios sembrara el Jardín del Edén”, contestó el sabio picto y Colum Cille
sintió un escalofrío.
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suficiente fortaleza. Resolvió enfrentarse al monstruo en su propio terreno.
Pidió una lancha y dos voluntarios. Nadie se ofreció. Él solo abordó el bote y
remó adentrándose en el Lago.
Colum Cille pensó que había triunfado sobre los enemigos del Señor y
sonrió orgulloso. “Demos gracias al Señor”, gritó “¡Aleluya!”. Pero ningún
sonido le respondió. Por un instante, fue como si todo hubiese quedado en
quietud sepulcral. Nada se movía, nada emitía rumor alguno. El santo miró
hacia el agua; por un momento creyó que su vista lo engañaba, porque el
cambio era muy gradual, pero luego se convenció de que el Lago se estaba
tornando rojo. Entonces miró el cielo, que parecía cubrirse de sangre, y
entendió que el Lago reflejaba su color. Los monstruos volvieron a la
superficie y nadaron en círculos alrededor de la lancha. El agua comenzó a
borbotear y pronto el Lago estuvo en ebullición; la barca se sacudió
amenazando con arrojar a su tripulante. Entonces, de entre las aguas terribles e
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iracundas, surgió el verdadero Monstruo, gigantesco como el salón de un rey.
Era de color negro y parecía estar hecho de fango y cieno. El Monstruo
extendió sus alas, que cubrieron el horizonte y entonces Colum Cille no pudo
ver otra cosa sino la negrura profunda y fangosa del ser que tenía ante sí, y
mirarla era como quedarse ciego y perder el alma en la oscuridad. Del agua
emergieron esqueletos de los hombres, mujeres y niños devorados por el
Monstruo y sus vástagos, y estos espectros flotaron formando espirales a su
alrededor. El santo apenas pudo reunir la fuerza de voluntad para persignarse.
Colum Cille remó, exhausto como estaba, hasta la orilla, donde los
pictos lo recibieron con vítores y exclamaciones, y no pocos se postraron ante
él, le besaron los pies y le suplicaron que los bautizara. El sabio picto se
acercó al santo cristiano y le preguntó cómo había logrado derrotar al
Monstruo. “Bendije el agua del Lago. Ahora toda ella está purificada y servirá
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para bautizar a tu gente, buen hombre”, “Pero, otras aguas llegarán al Lago,
aguas del río y de la lluvia, aguas que no están benditas. ¿No es así?”, “Sí”,
respondió Colum Cille desconcertado, y añadió tras una pausa “Pero el
Monstruo ha sido derrotado”. “Por ahora”, agregó el sabio picto con una
sonrisa triste, se dio la vuelta y se colocó al final de la fila de los que
esperaban ser bautizados.
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がしゃどくろ
Honshu, siglo X
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Masakado se apoderó de Hitachi, Shimotsuke y Kōzuke y se declaró
Shinnō de las tierras conquistadas. Entonces Miyamoto, desde la opulencia de
su castillo se congratuló de su destino como gran shōgun del nuevo
Emperador. Pero Masakado fue derrotado y muerto en la batalla de Kojima y
entonces las fuerzas del Emperador Suzaku, al mando de Taira no Sadamori,
iniciaron una campaña de exterminio contra los aliados y seguidores del
rebelde. El perdón no llegó ni para aquéllos que se rendían y los samuráis más
honorables no tuvieron más remedio que recurrir al seppuku, el suicidio ritual,
por haber traicionado a su Emperador. Pero Miyamoto no era honorable. No
podía rendirse para soportar los suplicios que le esperaban ni tenía el corazón
para pensar siquiera en el seppuku. Por ello, Miyamoto se preparó para el
asedio.
Los guerreros que aún le eran fieles recorrieron las aldeas de Kondō y
recolectaron todos los víveres, animales, cosechas, leña, ropas, utensilios y
herramientas que pudieron y los llevaron al castillo, dejando a las viudas y a
los huérfanos condenados a morir de inanición. Viudas y huérfanos eran, pues
ninguno de los hombres de Kondō sobrevivió a las batallas contra las fuerzas
imperiales. No fueron Sadamori ni Fujiwara, grandes generales del ejército
imperial, los que dirigieron sus fuerzas contra el castillo de Miyamoto, pues
no lo consideraban más que una amenaza menor. Fue un pequeño ejército,
comandado por un capitán llamado Osamu no Miyazaki, el que asedió la
fortaleza.
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alrededor del castillo, y mientras Miyamoto y sus samuráis se daban banquetes
en la comodidad y seguridad de la fortaleza, los habitantes de Kondō fueron
muriendo de hambre uno por uno. Si el ejército de Miyasaki hubiese prestado
atención a los asuntos de la moribunda plebe, habría escuchado historias
horripilantes de canibalismo: madres que se comieron a sus hijos muertos,
hijos que no esperaron a que sus debilitadas madres terminasen de morir para
empezar a mordisquear sus cuerpos y otros individuos más decentes que
prefirieron alimentarse de ratas e insectos que con mucho trabajo lograban
atrapar.
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Ahora Miyamoto estaba allí, en una llanura de osamentas, llorando y
temblando de miedo. Miyasaki le había permitido conservar su katana, mas él
no tenía valor para darse la muerte. Pero algo más terrible que fenecer lo
aguardaba… El suelo vibró y con cada tremor los huesos chocaron entre sí
produciendo una música delirante y funesta. El cielo se oscureció de pronto,
como si nubes negras se hubieran congregado furiosas en un instante sobre la
cabeza de Miyamoto. El aire soplaba frío y nauseabundo y en él se escuchaban
voces, no risas ni lamentos, sino algún sonido enfermizo que por momentos
recordaba a unas y a otros. Y ante el terror de Miyamoto se alzó una montaña
de huesos que se apilaron unos sobre otros, como si esa marejada de
osamentas quisiera cobrar vida, forma y voluntad.
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saberse y sentirse como un esqueleto sin carne. Y entonces, el gigante lo dejó
caer y sus huesos se confundieron con los huesos de las cientos de víctimas de
su locura y ambición. Y Gashadokuro mismo se deshizo y se unió a aquellos
huesos, que se dispersaron por toda la comarca, y entre los que por siempre
permaneció atrapada la consciencia de Miyamoto, padeciendo tormentos
indecibles hasta el fin de los tiempos.
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NICOLÒ
-Yo era un joven marino cuando ocurrió lo que les voy a narrar. Mi
nave se encontraba a medio camino entre Sicilia y la Bahía de Nápoles,
cuando el vigía miró a lo lejos una figura que se nos acercaba a gran
velocidad. Por su forma de nadar y su tamaño, supuso que se trataba de un
delfín y al principio lo ignoró. Poco más tarde, dirigió de nuevo su mirada
hacia el misterioso nadador y notó que se les había acercado una distancia
nada despreciable. Un tiempo después, los privilegiados ojos de aquel
muchacho pudieron apreciar la figura marina con claridad y, para su asombro,
descubrió que se trataba de un hombre. “¡Hombre al agua!” gritó alarmado y
muchos de los marineros en cubierta corrimos a popa a ver al infortunado. “Ha
quedado muy atrás”, dijo el capitán, “No hay nada que podamos hacer por él”.
Pero el nadador se acercaba cada vez más, a pesar de que navegábamos a gran
61
velocidad con el viento a nuestro favor. El primer oficial parecía conocerlo,
por lo menos de nombre, y ordenó que se bajara una escalera para que pudiera
subir. Se llamaba Nicolò y tenía fama de ser el mejor nadador del mundo.
-¡Ah!- exclamó un capitán más joven –He oído hablar de ese hombre.
Creí que era sólo un cuento. ¿Lo llegaste a ver de cerca?
-¿Quieres decir que nadó desde Messina hasta alta mar y después de
regreso?- preguntó otro lobo de mar -¡Increíble!
-Pero tan cierto.- contestó el primero –Como que esta cicatriz me la hizo
la cimitarra de un moro y esta otra, los dientes de una puta.
-Pero ¿cómo era este Nicolò?- insistió uno cuando pararon las risas.
-Yo serví en la nave de cierto capitán siciliano.- dijo otro de ellos –No
sé por qué lo había olvidado hasta ahora, pero me contó acerca de ese tal
Nicolò. Lo llamaban “el hombre pez”. Siendo un niño llegó con su madre, una
mujer hosca y solitaria, a vivir a Messina. El capitán me dijo que de niño vivía
no muy lejos de la casa de Nicolò y que se había hecho un buen amigo del
62
muchacho. Me dijo que Nicolò amaba, sobre todas las cosas, nadar… y que
era el mejor nadador de todos. Su madre murió cuando él era un mancebo y
vivió desde entonces a base de atrapar langostas y encontrar perlas. Podía
aguantar la respiración más que ningún otro y nadar por horas y cubrir largas
distancias sin cansarse. Por eso, a veces lo contrataban para llevar mensajes de
un puerto a los barcos que ya habían zarpado.
-Yo nunca había oído el nombre Nicolò.- señaló otro de los juerguistas
–Pero sí escuché historias del famoso hombre-pez de Messina. Oí que era de
una familia de nobles caídos en desgracia… Que su padre era un noble de
Catania que atrapó a una sirena y se la llevó a su casa, donde la tuvo
escondida hasta que se le cayeron las escamas y reveló que debajo de ellas
tenía piernas de mujer… junto con todo lo que debía tener- el capitán añadió
un guiño ebrio y sus camaradas rieron. –Después se casó con ella y tuvieron a
un hijo, el hombre-pez de Messina. Debe ser el mismo del que estamos
hablando.
-Yo lo conozco- dijo otro –Es un pobre loquito que ronda estas tabernas
y cuenta sus historias a quien le invita una copa. Déjenlo sentarse, que nos
divertirá un rato.
Los capitanes más jóvenes se burlaron sin tapujos de los delirios del
vago, pero el mayor de todos, dijo con seriedad:
-En realidad, esa historia tiene más sentido, según lo que yo sé.
También he viajado por este ancho mundo y he visto toda clase de cosas
extrañas… Por eso siempre he pensado que sólo los hombres más valientes
deben y pueden surcar los mares.
-Yo estuve allí.- contestó sombrío entre sorbos de vino -La fama de
Nicolò se extendió por toda la costa siciliana hasta que llegó al interior, a la
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corte del rey Ruggiero. Éste viajó a Messina con la intención de conocer al
famoso nadador. Nicolò se presentó ante su majestad con las ropas más dignas
que su humilde condición le podía permitir, pero en seguida el rey pudo ver
que el joven era muy pobre. Su Majestad exigió ver una demostración de las
habilidades del joven. El rey navegó en su galera real hasta el punto
intermedio entre Messina y Reggio Calabria. Nicolò no tuvo problema alguno
en nadar hasta allí. Yo lo sé. Yo lo vi. Era entonces primer oficial de esa
galera. El rey ordenó a Nicolò que le trajera la perla más grande que pudiera
encontrar en esa zona. Y así lo hizo el joven: se sumergió por unos minutos y
después volvió, ¡sosteniendo en la mano una perla del tamaño de los cojones
de un buey! Entones, el rey sacó de su tesoro una copa de oro con joyas y
perlas incrustadas.
-Recuerdo bien las palabras que el rey le dirigió a Nicoló: “Este cáliz es
más valioso que todas las perlas que has sacado a lo largo de tu vida. Si la
recuperas del fondo del mar, será tuya”. Nicolò aceptó el reto… ¡ingenuo!
Pues el rey puso una condición “No debes sacarla de cualquier lugar. La
arrojaré a Caribdis, y de ahí debes recuperarla”.
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copa hacia Caribdis. El cáliz cayó lejos del centro, pero la fuerza del remolino
no tardó en succionarla y hacerle desaparecer bajo la furiosa corriente. En
seguida, Nicolò se lanzó al agua y nadó hacia Caribdis.
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EL FLAUTISTA DE HAMELIN
Cuando Hilda supo del regreso de su hijo, corrió a su encuentro por las
calles lodosas de Hamelin. El muchacho no respondió a los llamados y no
reaccionó al abrazo de su madre. Inmóvil y frío, con la mirada naufragando en
el fango, exhaló un suspiro de vaho. Hilda condujo a Hans a su casa y el
muchacho, privado de voluntad, se dejó guiar.
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A Hilda le bastaba con saber que su Hans había vuelto a casa. Su
corazón triste y exhausto no necesitaba más que ver al muchacho arropado en
su cama al caer la noche. La anciana dio un beso en la mejilla a su hijo y lo
dejó en una habitación para él solo, un lujo que pocos se podían dar en
Hamelin.
-Su hermano está muy cansado.- dijo Hilda a los niños, que se
asomaban curiosos a la pieza en la que Hans yacía –Necesita reposar. Recen y
agradezcan a Dios que esté de vuelta.
Por las noches, nadie salía de sus casas. Las ratas deambulaban voraces
por las callejuelas; el tapeteo de sus ágiles patitas y el arrastre de sus colas por
el lodo resonaban en las silenciosas tinieblas. En los hogares, las madres
rezaban y hacían rezar a sus hijos, “Dios mío, que acabe la guerra. Dios mío,
que vuelvan a casa.”, tras lo cual iban todos a sus camas.
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Permaneció con él hasta que de forma súbita se calmó y se quedó
dormido.
Los alaridos nocturnos de Hans no se daban todas las noches, pero eran
frecuentes y nunca menos terribles. En poco tiempo Hilda se acostumbró a
pasar las noches en vela, primero esperando a que se presentara el episodio de
pánico y luego tratando de calmar a su hijo. Los niños se acostumbraron a
estos ataques y pronto aprendieron a evitar que los gritos y gemidos de su
hermano interrumpieran su sueño.
Cierta vez, Hilda y sus hijas hacían las faenas del hogar, mientras Hans
permanecía recostado en su cama, mirando vacuo a través de la ventana. Hilda
entró al cuarto de Hans para revisarlo, y notó que algo se movía bajo la cobija
que cubría las piernas del muchacho. La mujer apartó las sábanas y encontró a
las ratas. Ratas negras, erizadas, de ojos rojos y agudos dientecillos. Decenas
de ellas, como una sola gran masa peluda y palpitante, royendo la carne y
huesos de su hijo, mientras él se mantenía pasivo e impávido, mirando el
fango más allá de la ventana. Las ratas volvieron sus diminutos ojos brillantes
y malévolos hacia Hilda y chillaron furiosas. La mujer, espantada, con una
escoba descargó golpes sobre la cama tratando de atinar a las bestezuelas. Las
ratas saltaron ágiles y escaparon por un agujero en la pared. Hilda creyó
escuchar que se reían.
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La mujer se volvió hacia su hijo; en partes de sus piernas las ratas le
habían roído hasta la médula, pero Hans no mostraba señal de dolor, y muy
poca sangre brotaba de las heridas. Hilda se dejó quebrar, se derrumbó de
rodillas junto a su hijo y lloró de impotencia, espanto y desesperanza. A partir
de entonces la anciana dispuso que siempre alguno de los hermanos de Hans
permaneciera cerca de él para cuidarlo de las ratas.
***
71
Llegó el otoño y los bosques se volvieron rojos. No muchos años antes,
las madres de Hamelin prevenían a sus hijos sobre vagar en los linderos del
bosque, que por esas fechas se llenaban de brujas, fantasmas y demonios. Pero
ahora, nada importaba, cualquier miedo era insignificante comparado con la
abominación que cada año llegaba del sur. Ese otoño, sin embargo, no se
apareció el Flautista, y Lea y Freder pudieron disfrutar de sus correrías por las
colinas y bosques que rodeaban el pueblo.
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facciones heladas y los ojos abiertos de par en par, la contemplaba con
expectación.
Más alto que ningún hombre que cualquiera hubiese visto en Hamelin,
su cuerpo todo, a excepción de manos y cara, estaba cubierto por pesados
pliegues de una tela tan oscura que no reflejaba la luz. Quien miraba la túnica
del Flautista sentía perderse en un abismo. Cubría su cabeza con un gorro de
piel más negra que la de cualquier animal conocido. Su cara era larga,
inexpresiva y color de niebla. Sus labios, delgados y violáceos, se torcían de
pronto en ambiguos y crueles gestos. Entre las manos huesudas, casi
traslúcidas de palidez, sostenía su instrumento, dorado, largo, que brillaba no
por los reflejos del sol, sino por lo que parecía ser una luz propia. Lo guardó
entre los pliegues infinitos de su túnica y de ella extrajo dos folios enrollados,
una orden del Papa y otra del Emperador, que ordenaba que los niños de
Hamelin marcharan a la guerra.
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Hilda llegó corriendo a la plaza y se echó a los pies de su hijo; le rogó
que no se marchara, que no la dejara, que ignorara la música del Flautista.
Pero Freder ya no era más Freder, sino un ser sin voluntad ni razón. Las
madres de Hamelin no pudieron impedir que los siete mancebos se formaran
en fila, ni que se fueran caminando al ritmo de la música, guiados por el
Flautista. La desesperación se apoderó del pueblo, y algunas madres
enloquecidas se arrojaron al lodo a gritar, retorcerse, a hacerse daño. Sólo
Hilda y Lea siguieron a la comitiva hacia el final del pueblo. Allí, el Flautista
se detuvo, le dirigió una mirada indiferente a la mujer y luego otra hacia a la
humilde y ruinosa casa de Hilda. Entonces dijo con voz de bronce:
***
74
mancebos. La compañía pronto se convirtió en un pequeño ejército de niños
raptados y cuando atravesaban el descampado, Lea sobrevivía de los restos de
comida que dejaban atrás. Comía cuando ellos dormían y casi nunca se
permitía conciliar el sueño.
Cuando la nube de polvo los alcanzó, Lea pudo ver al enemigo contra el
que se lanzaba a los mozos. Eran hombres horribles de piel oscura, peludos y
rabiosos como bestias, que embestían profiriendo gritos abismales. Montaban
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monstruosos caballos deformes y gibosos del color de la arena y blandían
espadas curvas y tridentes. Los muchachos del Flautista y el ejército enemigo
chocaron con gran estruendo y la nube los cubrió.
Lea esperó angustiada hasta que el polvo por fin se disipó y aparecieron
los cadáveres semienterrados en la arena; la joven se apresuró a internarse
entre los restos de la batalla: los muchachos del Flautista habían vencido.
Entre cuerpos desmembrados encontró a Freder, herido en una pierna, pero
vivo. Lo ayudó a incorporarse y, aprovechando la distracción de los
sobrevivientes, se lo llevó de ahí lo más rápido que pudo. No se quedaron para
atestiguar el momento en que el Flautista abrió su túnica y de ella surgió un
colosal torrente de ratas que devoraron a los muertos y a los heridos, hombres
y bestias por igual, mientras una docena de sobrevivientes miraba impasible.
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-Por favor.- suplicó Lea –Freder está herido, ya no le sirve de nada.
Los labios del Flautista se abrieron como fauces para dejar salir una
carcajada cavernosa y obscena.
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БАБА-ЯГА
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El guerrero aceleró el paso, pero apenas había avanzado un poco cuando
su pie izquierdo fue atrapado por la materia putrefacta y viscosa de un charco
pantanoso. El tártaro se sujetó con presteza a una rama para no ser succionado
hacia tumba tan indigna y con toda la fuerza que le permitió el brazo herido,
tiró para escapar de la trampa mortal. Con mucho esfuerzo logró librarse entre
el graznido de los cuervos que revoloteaban a su alrededor y lo invitaban a
dejarse vencer. Guyuk creyó escuchar risas confundidas con el chillido de las
aves.
Libre al fin, el tártaro reanudó su camino hacia la luz distante. Así llegó
a un claro donde se alzaba una empalizada más alta que un hombre. Cada uno
de los postes que la formaban estaba coronado por una bola de algún material
duro y quebradizo. Guyuk aguzó la vista para analizar el extraño muro, pero
retrocedió espantado al darse cuenta de que los postes estaban hechos de
huesos y que las esferas que los coronaban eran cráneos humanos.
Como guerrero de las huestes de Batu Khan, Guyuk había visto osarios
en muchas ocasiones, más de una vez conformado por las víctimas de su
propia espada. Alrededor de la tienda del Khan era común ver cráneos de
enemigos empalados en estacas. El mismo Guyuk había presenciado
empalamientos y otros suplicios menos misericordiosos. Pero por alguna
razón, la vista de esos huesos y cráneos llenaban al guerrero de miedo
inefable, de una extraña sensación de que aquello no debía de ser.
La casucha estaba ahora a sólo unos pasos y él pudo observarla bien; era
una cabaña de leños, no muy grande, con una chimenea de piedra de la que
salía un humo negro y espeso. Guyuk desenvainó su espada, se abrió paso
entre las cabras hasta la puerta de la cabaña y la abrió con una patada al
tiempo que exclama un grito de guerra. Dentro, no había más que una anciana
iluminada a medias por la luz de la hoguera.
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Guyuk respondió más para sí mismo que para la vieja -El ejército de
Batu Khan acampaba a orillas del lago. ¡Estábamos listos para atacar
Nóvgorod! Pero cuando llevamos a nuestros caballos a beber, un monstruo
salió de las aguas… Un monstruo colosal… Sin forma… Su rugido era más
espantoso que el estruendo de cualquier batalla, y mataba con mayor crueldad
que los tigres de la estepa. Una de sus zarpas me alcanzó e hirió en el brazo.
El ejército fue desbaratado y en la huida me separé de mis compañeros…
Guyuk reflexionó por unos instantes –Mi abuelo me habló alguna vez
de Allghoi Khorkoy, un monstruo que vive en el desierto de Gobi. Dicen que
es como un gusano enorme y color sangre, que escupe un veneno que quema y
corroe todo lo que toca. Mi abuelo dijo haberlo visto matar y devorar a toda
una caravana de camellos…
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-¿Bruja? Joven guerrero, tú no entenderías quién o qué soy. Pero te
puedo decir que soy la última que lucha por retrasar el advenimiento de la
Muerte. Hubo otros antes que yo; el más grande fue vencido hace milenios en
una tierra lejana, y ahora bajo la arena lleva una inexistencia miserable que no
es vida ni muerte… Escucha: el horror acecha en las profundidades del mar,
en los rincones más antiguos del mundo y también desde la oscuridad de las
estrellas.
-No entiendo.
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Cuando terminó, la vieja vertió los restos del pequeño en el perol que
colgaba sobre la hoguera y una vez hecho esto se volvió hacia el joven
guerrero y le sonrió con la cara cubierta de sangre.
-Hay destinos peores que fallecer, fiero Guyuk. Pero incluso los
infiernos más terribles son efímeros, pues los dioses que los crearon y los
mantienen serán derrotados o destruidos algún día. Incluso el reinado del
poderoso Tengri declinará. Hay demasiadas fuerzas en combate, Guyuk,
muchas de ellas verdaderamente horribles, tan espantosas que sería imposible,
incluso para mí, comprenderlas del todo… Algunas de ellas son las
Blasfemias, que violan el orden natural del mundo y ofenden a los pocos
dioses benévolos que aún lo guardan. Pero la única fuerza constante es la
Muerte, la Destrucción Absoluta, la Desolación Infinita. Y yo debo salvar a
cuantos niños me sea posible.
-¿Salvarlos?
84
MEŞTERUL MANOLE
***
86
El arquitecto pidió al voivoda una guardia de diez hombres armados y
se comprometió a acompañarlos toda la noche para vigilar la construcción. El
príncipe consintió, pero también hizo a Manole una terrible advertencia: si no
completaba la iglesia a tiempo, condenaría a él y a sus aprendices a una
muerte lenta y dolorosa, a los horribles suplicios cuyas técnicas había
heredado de sus ancestros hunos, y arrojaría sus cuerpos al descampado,
negándoles cristiana sepultura para que fueran devorados por los cuervos.
Manole, temblando de miedo, no tuvo más remedio que jurar que llevaría a
cabo el proyecto y se preparó para montar guardia durante toda la noche.
No se sabe bien de qué habló Manole con sus aprendices. Se cuenta que
un albañil llegó a escuchar, por accidente, que el arquitecto les decía en
secreto, con voz trémula, temeroso de oídos humanos y de “otras voluntades”,
que conocía la forma de evitar que lo construido durante el día fuera destruido
por las noches: había que hacer un sacrificio humano. Tanto los aprendices
como el espía quedaron horrorizados por lo que decía su maestro y lo juzgaron
loco. Pero Manole les recordó la amenaza de Negru Vodă y les habló de la
infame crueldad de los príncipes hunos y los aprendices no pudieron más que
estar de acuerdo con el plan del arquitecto. Éste les dijo que para asegurar el
87
éxito del proyecto debían capturar a los primeros viajeros que pasaran por la
construcción y emparedarlos vivos en el muro que se estaba levantando. Ellos
consintieron. Se dice que el albañil trató de alertar a sus compañeros, pero
nadie le hizo caso. Otros dicen que murió esa misma tarde, cuando una piedra
cayó de forma de repentina sobre su cabeza.
***
88
El viejo sacristán terminó su relato; su dedo nudoso y amarillento
señalaba la efigie de Balaur en la pared. El emisario comprendió que ello
marcaba el sitio donde había sido sepultada la mujer y su hijo.
-¿Es verdad que tarde por la noche se escuchan los llantos de Ana y el
niño?- preguntó.
-¿Fue ejecutado?
89
dar muestras de compasión. Manole no tardó en enloquecer por la culpa y el
dolor, y se arrojó al suelo. Dicen que sobrevivió tres días de horrible agonía,
tullido, maltrecho, con los huesos rotos y los órganos perforados, y que mucho
antes de morir las ratas y las aves ya comenzaban a roerlo. De los aprendices
se cuenta que murieron de hambre y sed entre aullidos espantosos y que sus
huesos se blanquearon sobre el techo de la iglesia.
90
Volumen III
91
LA LUZ DEL DÍA
La Gran Chichimeca, Mediados del siglo XVI
De los más cien hombres que partieron conmigo, apenas quedamos
veintitrés, contando a los dos guías indios que se nos unieron en el camino.
Esta expedición en busca de la antigua Cíbola ha resultado un fracaso, aún
más, un desastre; ahora sólo nos importa sobrevivir. Hemos encontrado de
nuevo aquel río que, los indios aseguran, desemboca en un mar no muy lejos
de aquí. Espero que pronto alcancemos el océano y, siguiendo la costa,
arribemos a territorio civilizado.
92
Me limitaré, pues, a resumir el relato de nuestra malhadada expedición.
Partimos de la ciudad de Méjico en octubre del año pasado. Marchamos hacia
el norte hasta llegar a los lindes del desierto, siguiendo el mismo camino por
el que alguna vez pasara la expedición de Coronado. Nuestra intención era
viajar hacia el noroeste, en vez de seguir la ruta hacia el oriente que escogió el
conquistador. Marchamos siempre al margen del desierto, a lo largo de
llanuras más acogedoras hacia el este de aquél, sin atrevernos a penetrar en la
árida y luminosa extensión al poniente. Dos veces nos atacaron los indios que
moran estas praderas y en ambas ocasiones logramos repelerlos, pero con
graves pérdidas.
93
Mientras los dragones se daban un banquete con varios de nuestros hombres y
caballos, el resto emprendió la huida.
No habíamos andado unas leguas cuando fuimos atacados por una tribu
enemiga de aquélla que nos había alojado. Después de un largo combate
logramos repelerlos, pero quedamos reducidos a treinta y dos hombres. Decidí
entonces abortar definitivamente la expedición y regresar por donde habíamos
venido. De nuevo nos encontramos a orillas del río y una vez más fuimos
atacados. Los indios eran muy numerosos y estaban bien armados, por lo que
decidimos retirarnos de la refriega. Estábamos rodeados por todos los flancos,
excepto por la retaguardia, que encaraba al desierto. Nos internamos en él y
aunque algunos de los indios nos persiguieron, no fue por mucho tiempo y
pronto regresaron por donde habían venido. En la refriega y la huída perdimos
a nueve hombres más y a los pocos caballos que nos quedaban. Después de
andar durante dos días por el desierto, volvimos a encontrar el riachuelo, y
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decidimos seguir su cauce, en dirección al oeste, para así encontrar el mar. A
estos breves párrafos queda reducida la gran aventura de Pedro Hernández de
Torrecilla y ahora nos encontramos exhaustos, hambrientos y heridos. Sólo
nos queda encontrar la salida...
***
Hemos seguido el río por días y días y no parece llegar a ningún lado. Si
no supiera que es imposible, diría que hemos pasado por el mismo lugar
muchas veces, como si el río formase un anillo. Debemos aceptar que estamos
perdidos. Es una fortuna tener agua a nuestro alcance, pues sé que de lo
contrario habríamos perecido en poco tiempo, ya que el calor en este lugar es
tal que duele respirar y el sol abrasa la piel y la cuaja, dejándola dura y
cuarteada como cuero viejo. La saliva se vuelve lodo en nuestras bocas y
nuestros ojos sufren y lloran con el reflejo de este sol inmisericorde en la roca
y la arena. Las jaquecas, leves o insufribles, nos afectan a todos. Nuestro
Señor debió haber concebido este lugar como un sitio de castigo cuando lo
creó.
***
95
***
Hace apenas unos momentos, dos de mis hombres fueron hacia el río en
busca de agua. Entre la colina y el río se extiende una explanada de rocas,
arena y matorrales que los hombres debían salvar. Ya venían de regreso
cuando vimos ese vapor moverse alrededor de ellos. Pensamos que era un
simple espejismo del desierto, hasta que vimos atónitos cómo esa cosa levantó
a uno de los hombres en el aire y lo hizo pedazos. Literalmente, le arrancó
trozos del cuerpo, algunos tan grandes como puñados y otros tan pequeños
como granos de arena. Deshizo por completo a aquel hombre, dejó su carne
tirada en el piso e hizo volar su sangre como llovizna llevada por el viento. El
otro hombre corrió despavorido, pero el monstruo lo alcanzó y lo despedazó
también. He estado en decenas de batallas y nunca había escuchado a un
hombre gritar así.
***
97
repletos de agua. Mis hombre bebieron hasta saciarse y entonces una segunda
partida fue enviada al río. Esta vez no fue necesario que los acompañara y, al
igual que nosotros, la segunda partida volvió sin encontrarse con obstáculo
alguno. He decidido que, ya que hemos descansado todo el día, reanudemos
nuestro camino de inmediato.
***
***
98
través de un amplio portal, a una bóveda mucho más grande, tan alta que una
torre de campanario podría construirse allí sin problemas, y tan espaciosa, que
una aldea entera cabría en ella. En medio de la bóveda se encuentra una
pirámide, como aquéllas del Méjico o del Yucatán, pero hecha de ladrillos de
adobe y no de piedra. Consta de varias escalinatas que culminan en una
plataforma en la que se ha erigido una choza construida con vigas de hueso y
recubrimiento de piel de zorros, liebres y otros animales. Subí las escaleras
hasta la choza, donde casi me hace caer del susto un viejo indio que ahí tiene
su morada. El indio se extrañó de encontrarse con nosotros tanto como
nosotros de toparnos con él.
99
Era evidente que los demonios sólo se aparecían de día y que
necesitaban de la luz del sol, por lo que nunca se les veía durante la noche ni
osaban entrar en las cavernas. Los indios tuvieron que adoptar, entonces, una
vida nocturna. Tras el paso de varias generaciones, casi todos ellos se
volvieron ciegos. Los que nacían con vista eran elegidos para ser brujos, como
el mismo viejo que nos narraba esta historia. Después de muchos años de
prosperidad, los indios se vieron afectados por enfermedades y deformidades
que los llevaron a la decadencia, la locura y la lenta extinción. Él mismo
inhumó a los últimos sobrevivientes, y ahora aguardaba paciente la muerte
misericordiosa.
Pregunté al viejo por una forma segura de salir del desierto y dijo que
no había manera porque los monstruos vigilaban constantemente los
alrededores de la colina. Había, sin embargo, una leve esperanza. Si
viajábamos a paso veloz durante toda la noche, al amanecer alcanzaríamos la
ciudad perdida. En ella podríamos resguardarnos en los almacenes
subterráneos durante el día y, cuando cayera la noche, seguir hacia el sur hasta
llegar al mar. Nada nos aseguraba que los demonios no nos seguirían hasta
allí, pero era más seguro que cruzar el desierto en cualquier otra dirección. He
decidido tomar esa ruta.
100
***
102
LA MUJER QUE LLORA
Fray Bernal dudaba sobre cómo empezar –Veréis, padre… Como sabéis
los hermanos franciscanos tenemos por misión llevar la Palabra del Señor
entre los indios y mestizos de Xochimilco… En particular, yo estoy encargado
de un barrio en el que hay muchos de los últimos… mestizos, quiero decir. La
gran mayoría de ellos son niños, hijos bastardos de madres indias engañadas o
incluso violadas por soldados españoles. Mi trabajo es educar a los niños y a
sus madres para que no vuelvan a sus prácticas idólatras.
103
-Bien, bien. En tus misivas hablas de una dificultad para cumplir tu
misión y aunque sospecho en qué consiste, quiero que me lo digas tú mismo.
Fary Bernal tomó un largo respiro -Una noche, hace ya varios meses,
después de visitar la vivienda de una pobre india, madre de cuatro hijos
mestizos, pasaba junto a uno de los canales, cuando sentí mucho frío
repentino. Me volví, miré a mi alrededor y entonces vi un resplandor azul
pálido que se asomaba detrás de una esquina. No supe porqué, pero me llené
de espanto y comencé a rezar a la Virgen y a los Apóstoles, pero pronto mi
temor se convirtió en tristeza… en una melancolía muy profunda, cuando
escuché un lamento. Doblando la esquina se apareció entonces el origen de
ese resplandor.- el joven fraile bajó la voz –Era una mujer muy bella, de
aspecto maternal y luminosa, pero muy triste, y venía clamando un llanto
lastimero que iba así…- Fray Bernal lo dudó un segundo antes de repetir las
palabras que había escuchado -¡No-cocone! ¡No-cocone!- el joven fraile se
estremeció mientras las pronunciaba -Y ese llanto me entristeció tanto, que me
llevé las manos a los oídos y salí corriendo de allí…
104
-Al día siguiente reflexioné sobre lo que decía esa aparición y me di
cuenta que su lamento rezaba ¡Mis hijos! ¡Mis hijos! Pero, ¿qué era lo que
había visto esa noche? Al principio pensé que se trataba de un fantasma, pues
hay muchas historias en España de apariciones con forma de mujer que lloran
por sus hijos. Averigüé entre mis hermanos franciscanos si alguien podría
arrojar alguna luz sobre este extraño prodigio.
-Ésa fue la historia que los frailes me contaron, es verdad.- dijo el joven
fraile -La mayoría de ellos la consideraba un cuento de indios y soldados
ignorantes, pero algunos se estremecieron cuando la mencioné. En fin,
pasaron algunas semanas y me olvidé de aquel espectro, pero una noche me lo
volví a topar. Me encontraba viajando por uno de los canales en una lancha
guiada por un indio remero, cuando vi surgir a la mujer de las aguas; ascendió
105
como un vapor luminoso, y quedose flotando sobre la cristalina superficie. El
remero y yo estábamos tan espantados que nos quedamos inmóviles cuando el
espectro inició su canto lastimero. Como la vez anterior, al oír el lamento de
esa aparición me llené de tristeza, de una tristeza tan profunda que olvidé lo
que era la felicidad y perdí toda esperanza de sentir alguna emoción que fuera
distinta a ese dolor agudo y sin límites del que mi alma era presa. Me dejé caer
en el fondo de la barca y lloré, lloré como un niño… No, como un niño no,
porque cuando un niño llora lo hace con la esperanza de que su madre venga a
consolarlo, pero yo, en esa tristeza tan absoluta incluso me olvidé de Dios…
-¡Y es sabio ese indio!- exclamó fray Rodrigo –Hay gran verdad en lo
que dice. Hablar, escribir o leer sobre las cosas oscuras de este mundo es
como invocarlas y provocar que sus sombras se congreguen a nuestro
alrededor. Ponemos en peligro la santidad de este convento al hablar de estos
106
temas, pero confío en que aquí el imperio de Dios es tal que ninguna fuerza
terrible debería ser capaz de penetrar… Pero continúa tu historia.
-Por las semanas siguientes estuve haciendo pesquisas entre los indios
más viejos para encontrar alguna información sobre esa mujer que llora. Ellos
me dijeron una historia muy diferente a la que cuentan los españoles. Me
aseguraron que la mujer que llora no es otra que Tonantzin, una diosa a quien
ellos consideran su madre. Según los indios, Tonantzin llora inconsolable
desde los días de Moctezuma por la derrota de sus hijos y su reducción a la
esclavitud y la servidumbre.
-Pienso que este espectro, sea lo que sea, es un peligro para españoles e
indios por igual. Muchos indios están convencidos de que esa aparición es la
diosa Tonantzin y mientras sea así, será difícil apartarlos de sus creencias
bárbaras y acercarlos a la luz del Señor.
-Y yo te respondí, una y otra vez, que lo mejor que podías hacer era
olvidarte por completo de este asunto y predicar la Palabra a los indios sin
pensar en esa mujer que llora ni en sus apariciones.
-Pero mientras ese demonio se aparezca a los indios y les haga creer que
es una diosa que los ama, será casi imposible convencerlos de que Dios es el
único y así salvar sus almas. Como siervo de Dios no puedo permitir, ni vos
podéis, que el demonio engañe de esa forma a estos pobres indios y los
condene al infierno. ¡La salvación de las almas de los nativos de esta tierra es
nuestra responsabilidad!
***
108
ruinas de templo del tiránico Huitzilopochtli, como bien sabes. Las
autoridades españolas habían ordenado la destrucción del templo un par de
años antes, pues tenía la intención de usar sus piedras para construir la nueva
ciudad española. Pero aunque los esfuerzos de los trabajadores españoles y los
esclavos indios lograron convertir el magnífico templo en un montón de
piedras y escombros, una presencia terrible se hizo sentir desde el primer
golpe de mazo. Muchos hombres, españoles e indios, murieron de forma
inexplicable durante el largo proceso de desmantelamiento. El hombre que se
quedaba solo, o que tan siquiera se perdía de la vista de sus compañeros por
un instante, aparecía muerto, mutilado de forma impía y con horribles
expresiones de terror y sufrimiento.
Mi maestro entró por delante y yo, apenas puse un pie en las ruinas,
sentí el poder una voluntad antigua y violenta, y pensamientos de muerte y
destrucción llegaron a mi joven mente. Fray Guillermo colocó una de sus
gentiles manos sobre mi hombro y me dijo que buscara la calma que da el
109
pensar en Dios, porque era justamente mi desasosiego lo que el demonio
pretendía. Fray Guillermo procedió entonces a rociar el área con agua bendita,
pero en cuanto el líquido tocaba las rocas, se convertía en bermejas gotas
sangre que se escurrían por todas partes. Fray Guillermo rezó en latín, pero las
rocas rebotaban el eco en lengua mejicana, que yo no conocía y que me
parecía proferir odiosas blasfemias. Entonces mi maestro ordenó que rezara
junto con él, y rezamos y rezamos con todas nuestras fuerzas, pero yo sentía
que Dios no me escuchaba, porque se encontraba muy lejos, separado de
nosotros por barreras que el Maligno había levantado para proteger sus
dominios. Fray Guillermo sacó del fardo un crucifijo y ordenó a los demonios,
en nombre de Dios, que se alejaran de ese lugar y que dejaran de atormentar a
las pobres almas que allí moraban, tras lo cual procedió a sembrar el área con
hostias consagradas. Nos volvimos a arrodillar y rezamos, y entre cada
oración fray Guillermo ordenaba que los demonios se fueran, y así nos
mantuvimos firmes en nuestros puestos hasta que oscureció.
110
autoridad de Dios sobre cualquiera de sus enemigos, ordenó una vez más que
los demonios abandonaran el templo.
Pero las órdenes de fray Guillermo no fueron obedecidas, sino que una
voz potente y estruendosa se rió de ellas. Luego las paredes comenzaron a
chorrear sangre, y las hostias consagradas que aún estaban en el suelo se
convirtieron en corazones sangrantes, y el altar se alzó en una escalinata que
se extendía infinitamente hacia la oscuridad, desde la que rodaron decenas y
decenas de cuerpos mutilados. La sangre lo cubría todo y pronto nos vimos
rodeados por las entrañas de las miles de víctimas que los aztecas sacrificaron
a su abominable dios.
Cuando desperté me encontraba otra vez en las ruinas del templo con
las estrellas brillando sobre mi cabeza y el frío viento nocturno soplando entre
las piedras. Me incorporé, miré a mi alrededor, y vi la figura de fray
Guillermo tendida en el piso. Corrí hacia él y me arrodillé a su lado, temiendo
111
que hubiese muerto, no por él, sino por el horror de verme solo en esa tierra
maldita. Pero fray Guillermo seguía vivo y me dijo con voz trémula y
agonizante que Hutzilopochtli aún vivía, pero que estaba muy débil y que era
mi deber rematarlo. Me instruyó para rezar todas las oraciones que supiera y
así lo hice, pero no sentía que tuviese ningún efecto. Sin embargo, al final se
dio en mí una extraña sensación, como si pasara de un lugar desconocido y
amenazante a uno familiar y acogedor. Un colibrí bajó del cielo, volando con
dificultad, como herido, cayó al suelo y se quedó inmóvil. Desconcertado, me
volví hacia mi maestro, quien me dijo con enigmáticas palabras que
Huitzilopochtli había muerto y que Dios había llegado para ocupar su sitio en
este lugar; entonces fray Guillermo expiró también.
112
Huitzilopochtli, pues él estaba vivo y era tan real como Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Contemplé la muerte de un dios, algo que ningún mortal debía
presenciar… ¿Piensas que lo que digo es blasfemia y herejía? No. Yo le soy
fiel a Dios, pero he aprendido que su dominio es limitado y que en las tierras
en las que no se le conoce gobiernan los otros dioses. Dios nos ha
encomendado la tarea de expandir su imperio y llevarlo allí donde los otros
dioses tienen su trono.
Esta así llamada Nueva España es tierra de los otros dioses y el nuestro
aún tiene poca presencia y poder aquí. Mira las selvas y bosques que nos
rodean: en ellas habitan los chaneques, horribles enanos que espantan a los
viajeros para robarles el alma. En las cuevas y grutas, los nahuales aún usan el
poder de sus dioses para convertirse en bestias y acechar a sus enemigos.
Todavía hay lagos y cuerpos de agua en los que moran los ahuizotes, que
comen carne, pero que no son animales. Es por todo esto que tras la muerte de
Huitzilopochtli vine a encerrarme a este convento apenas se estableció, para
estar en un espacio en que Dios, y sólo Dios, tiene poder.
***
Fray Rodrigo guardó silencio y fray Bernal lo miraba con una mezcla de
miedo y repulsión. Por fin el joven fraile se animó a hablar.
-Lo que habéis dicho es blasfemia, padre. Habéis permitido que vuestra
experiencia frente al demonio os trastornase el juicio. Sólo hay un Dios, y es
Nuestro Señor, quien triunfó contra la muerte y promete la vida eterna.
-No quiero escuchar más herejías.- dijo fray Bernal al tiempo que se
incorporaba de golpe -En este momento me vuelvo a Xochimilco. Si no puedo
contar con vuestra ayuda, yo mismo me enfrentaré al demonio que confunde
las almas de los indios.
-Tu lucha será inútil, joven fraile, no se puede ahuyentar a los otros
dioses tan fácilmente como se hace con los demonios. Se necesita un poder y
un rito especial, el mismo que usaron los primeros cristianos para despoblar la
114
tierra de ninfas y espíritus paganos, además de una fe inquebrantable en el
triunfo final del Señor. Pero si lo que quieres es agrandar el rebaño de Dios,
misión que comparto, hay otros métodos. Yo mismo sugerí al señor Obispo
que mandara a hacer una pintura en la que se conjuguen las imágenes de la
Virgen y de Tonantzin, e ir enseñando a los indios a adorar a la primera y
abandonar a la segunda. Tengo entendido que dicha pintura se está
elaborando, si es que no está completada ya.
115
LIÉRGANES
116
como confundidos. El cura local practicó un torpe exorcismo del cadáver y se
le sepultó junto a su padre.
Sin más hombres que se hicieran cargo de la familia y siendo los hijos
menores aún muy niños, María decidió enviar al joven Francisco a aprender el
oficio de carpintero en Bilbao. Francisco era un muchacho serio, callado,
tranquilo y obediente. Jamás su ánimo sereno se turbaba por la cólera, el
miedo o la alegría. Apenas demostraba su contento con leves sonrisas y suaves
miradas. Cuando las faenas del hogar y del corral estaban terminadas,
Francisco no iba junto a los otros adolescentes a la taberna o al lupanar, sino
que se sentaba en el Puente Romano a la luz de la luna y veía discurrir las
aguas. Sólo demostraba entusiasmo cuando iba a nadar con sus hermanos al
río. Si le causó algún pesar el tener que alejarse de su familia, Francisco no lo
manifestó y obedeció diligente a su madre.
Lo regañó por esas monstruosidades que había tallado. ¿Es que acaso
quería que lo acusaran de brujería o algo así? Le preguntó con énfasis por la
imagen del monstruo con cabeza triangular. Francisco sólo dijo que se trataba
del Obispo. Maese Lope, pensando que el joven había hecho una caricatura
del señor Obispo de Calahorra, se echó a reír, le dio al muchacho unas
palmadas en la espalda y le dijo que tenía mucho talento porque en verdad esa
cosa se parecía a su Eminencia. Pero luego le advirtió con severidad que no
volviera hacer imágenes por el estilo, a menos que quisiera que la Inquisición
cayera sobre él. Maese Lope echó las esculturas al fuego y Francisco obedeció
su mandato.
119
piernas de la moza. Las monjas y el sacerdote supusieron que estaba a punto
de dar a luz y corrieron a prepararse para recibir al bebé. Pero de entre las
piernas de la joven no salió ningún niño, sino una anguila y después una
babosa, seguida de pulpos, calamares, medusas y demás criaturas viscosas que
emergían no paridas, sino vomitadas por el infortunado cuerpo. El horror que
sintieron las monjas fue tal que salieron huyendo de la habitación, dejando
solo al exorcista.
120
criatura se acercó a comerlos, le arrojaron una red y la capturaron. El ser casi
no se resistió. Cuando lo sacaron del agua, vieron que era un joven de unos
veinte años, con el cuerpo lampiño, la piel amarillenta y el cabello rojizo muy
pálido. Además, una línea de escamas le recorría el espinazo. El muchacho no
hablaba y sólo emitía gemidos y gruñidos. Pensando que podría estar poseído,
los pescadores lo llevaron al convento de San Francisco.
El joven volvió a vivir con su solitaria madre, pues los dos hermanos
menores vivían en otros pueblos ejerciendo diferentes oficios. Era, como
siempre había sido, un chico obediente y silencioso. Jamás hablaba; sólo sabía
decir tres palabras: pan, vino y tabaco, pero las pronunciaba arbitrariamente,
sin relación a los objetos. Andaba desnudo si no se le vestía y sólo salía de
casa para asistir a misa si se le llevaba. Comía con abundancia sólo si se le
ponían los alimentos enfrente y luego permanecía varios días sin probar
bocado.
121
Una vez una muchacha se acercó con curiosidad a la casa De la Vega y
Francisco se le tiró encima con evidentes intenciones de violarla. Fueron
necesarios cinco hombres para sujetar al joven. Aquel suceso extrañó
sobremanera a los lugareños, pues nunca antes, ni después, Francisco intentó
atacar a una mujer.
Los años pasaron con el ritmo de las mareas. En cierta ocasión llegó a
Liérganes uno de los hijos menores de María, para visitar a su madre y
hermano. Una mañana fue encontrado muerto en su cama, cubierto de agua
salada, como si se hubiese ahogado en el mar y después devuelto a su lecho.
No pasaron tres años antes de que el último hermano de Francisco sufriera su
propia tragedia. Una noche desapareció del pueblo en que vivía y su cadáver
fue hallado diez después, en Liérganes, en el fondo de un pozo que se creía
seco desde hacía varios años. María se quebró y se deshizo, pero se consoló
con la presencia de su único hijo. Los lugareños murmuraban inmisericordes
sobre María y su familia, y evitaban todo contacto con ellos. Las casas
cercanas a la De la Vega fueron abandonadas y María y Franciso se quedaron
cada vez más aislados del mundo.
Otros seis años pasaron. Llegó una furiosa tormenta que azotó toda la
región. Durante dos días las nubes oscuras no permitieron ver el sol y el cielo
se convirtió en una penumbra sin fin. Entonces, durante unas horas nocturnas
de calma chicha, Francisco salió de su casa, desnudo, y se encaminó con
dirección al río. María despertó sobresaltada, sin saber por qué, se asomó a la
calle y, al ver a su hijo, corrió para detenerlo. En cuanto la mujer, ahora
envejecida, alcanzó a Francisco, con la intención de hacerlo volver, un agudo
dolor en el vientre la doblegó. María abrió la boca de par en par, como si le
faltara el aire, y emitió sonidos guturales y entrecortados. De pronto vomitó
122
algo. Era un molusco vivo que se retorcía en agua salada sobre la hierba.
María no tuvo tiempo de horrorizarse o sentir asco, pues otra vez el impulso
de vomitar se apoderó de ella, y la hizo postrarse para expulsar de su boca más
criaturas babosas, que no le dieron la oportunidad ni de respirar. Un lugareño
observaba la escena a lo lejos, desde su ventana, sin atreverse a salir, cuando
las náuseas, calambres y espasmos se apoderaron de él y también empezó a
vomitar bestezuelas acuáticas. Su esposa, que dormía cerca de esa misma
ventana, despertó por los dolores de estómago y, antes aún de recuperar
consciencia, comenzó a vomitar y a vomitar… Esa noche, entre el aullido del
viento y el tronar de los relámpagos, todos los hombres y mujeres del pueblo
expulsaron viscosidades reptantes en una agonía indescriptible. Francisco,
sereno, llegó hasta el río y se lanzó a sus negras aguas para jamás volver a ser
visto.
123
EL DIABLO EN JERSEY
Sé que estos bosques son antiguos y tienen mala fama desde antes de
que llegara el hombre blanco a estas tierras. Los indios tiene desde hace siglos
un nombre para este sitio, “Popuessing”, que significa “lugar del dragón”. Los
exploradores suecos lo llamaban “Drake Kill”, o “arroyo del dragón”. Ignoro
por qué desde tan antiguo se le conoce a estos lares con tales nombres, dado
que la historia del Diablo de Jersey no comienza sino con los Leeds.
Me consta que Japhet Leeds llegó a los Yermos Pinares desde un lugar
que nunca mencionó. Muchos habitantes de estos inhóspitos sitios son
prófugos de la ley, bandidos, mercenarios y miembros de religiones o grupos
124
políticos perseguidos, por lo que nadie pregunta por el pasado de nadie. Sin
embargo, la llegada de Leed despertó curiosidad por su extraño aspecto y
porque su único equipaje era un poco de ropa y un montón de libros. Nadie
que yo conociera llegó a ver de cerca esos libros ni a averiguar su contenido,
pero hubo quien murmuró que Leeds practicaba la brujería y que por eso venía
huyendo de quién sabe dónde. Lo cierto es que Leeds fue un hombre honrado
y tranquilo que en muchos años nunca dio motivo de quejas a sus vecinos. Se
hizo de una cabaña derruida en el lindero del bosque, la reparó y vivió allí de
la leña, la caza y algunos cultivos.
Esta vez Japhet Leeds no permitió que nadie, sino la partera, estuviera
presente durante el parto. Es por ello que no se sabe con seguridad qué
ocurrió. Como la cabaña de Leeds estaba en el bosque, lejos de cualquier otra,
apenas algunos alcanzaron a escuchar gritos de dolor, que interpretaron como
los naturales gemidos de la madre dando a luz. Un grito, sin embargo, fue
escuchado por muchos, un grito de horror seguido de un chillido que algunos
describen como “innatural”. Los vecinos, con ánimos de ayudar o con simple
curiosidad, llegaron cuan rápido pudieron a la granja de los Leeds, derribaron
la puerta de la casa y se toparon con una escena por demás aterradora. Madre
125
Leeds yacía muerta en su cama con sangre chorreándole de entre las piernas,
mientras que la partera estaba tirada en el suelo; su cuerpo había sido mutilado
de forma indescriptible. No había señales de Japhet Leeds ni del recién nacido,
pero un rastro de sangre llegaba hasta la chimenea e incluso subía por ella.
Esto me consta, pues estuve allí. Esa misma noche, varios vecinos vieron algo
que pasó volando junto al campanario de la iglesia, y algunos más dicen haber
escuchado un chillido ultraterreno. Así empezó la historia del Diablo de
Jersey.
Los doce niños Leeds se mudaron con sus abuelos, la madre fue
sepultada y en el pueblo no se supo más de Japhet. Cerca de un mes después
comenzaron los avistamientos. De noche o de día, cazadores y viajeros decían
haber visto a un monstruo en la espesura del bosque. Los testigos, hasta la
fecha, no se ponen de acuerdo sobre la apariencia de este demonio. Todos
dicen que tiene una cabeza alargada y gruesa, y un par de ojos rojos y
brillantes en los que, dicen, asoman la maldad y la locura, además de un par de
patas deformes que algunos describen como pezuñas y otros como zarpas de
lagarto. En efecto, se han encontrado, y yo mismo he observado, huellas de
cascos en lugares inaccesibles para hombres y animales. Por supuesto, un
punto de acuerdo entre todos los testimonios es que el monstruo tiene alas y
vuela.
126
embargo, que detrás de la mayoría de las muertes debían estar los lobos y los
bandidos. Pero hubo algunas muertes, con rasgos tan grotescos, que no pude
evitar estremecerme.
Esa misma noche, ocurrió algo terrible: la pequeña hija del granjero
Jabediah Williams desapareció y se encontraron huellas de cascos cerca de su
casa. Como en ocasiones anteriores, formé una partida de búsqueda para dar
127
con la niña, pero el fracaso de expediciones anteriores y el miedo que tenía la
gente por el Diablo de Jersey provocó que muy pocos voluntarios se nos
unieran. Sólo el granjero Williams, su hermano Jerome, algunos vecinos y yo
nos adentramos en el bosque. Jamás podré olvidar esa noche.
Había una luna llena bermeja y unas cuantas nubes negras que no
alcanzaban a oscurecer la noche. Llevábamos antorchas y algunos de nosotros
estaban armados con tridentes. Jebediah y Jerome Williams portaban sendos
mosquetes. Nos separamos en grupos y parejas para registrar el área y así nos
introdujimos en ese bosque antiguo y salvaje en el que la vegetación crece
retorcida y con violencia. El hermano del granjero y yo seguimos el curso de
un riachuelo hasta llegar al pie de una colina. Entonces lo vi. En la cima,
recortado contra la luz de la luna estaba… esa cosa. Era grande como un
hombre, pero su postura no erguida, sino inclinada hacia adelante. Tenía un
par de grandes alas membranosas que salían de su espalda. Estaba parado
sobre sus dos patas traseras, grandes y gruesas, y sus patas delanteras eran más
pequeñas y terminaban en garras. Tenía una larga cola puntiaguda que se
mecía y torcía como la de una víbora. Su cabeza era alargada y gruesa como la
de un caballo y había algo espantosamente reptil en la criatura. Williams y yo
nos quedamos atónitos y aterrados ante tal visión, pero yo logré controlar el
miedo y le ordené a mi compañero que abriera fuego contra el monstruo.
Williams apuntó, pero el disparo nunca sonó.
128
Williams, se volvió hacia mí, y con el resplandor de mi antorcha reconocí a
Japhet Leeds. Estaba desnudo, con el pelo, las barbas y las uñas largas,
cubierto de lodo, pero supe que era él y estuve seguro cuando me habló.
Bien, eso es todo lo que sé, lo que puedo asegurar. Han pasado veinte
años desde el nacimiento del último hijo de Madre Leeds y aunque tras la
muerte de Japhet ha habido menos asesinatos y desapariciones, éstos todavía
se presentan de vez en vez, así como aún aparecen animales muertos y
mutilados. A veces llega algún forastero que nunca había oído la historia y
cuenta en la taberna o en la posada que ha visto a un extraño monstruo en el
camino. Muchos dicen que han abierto fuego contra la figura voladora y que
129
no le han causado el mínimo daño. Nadie sabe cómo librarse de él y hay quien
murmura que el monstruo secuestra mujeres para engendrar en ellas su prole.
130
HERE THERE BE MONSTERS
15 de abril
Hoy inicia el viaje por el que he esperado mi vida entera. Parto a bordo
del HMS Australia, bajo el comando del capitán Francis Moorcock, en busca
de la legendaria Terra Australis Incognita, que ni el osado James Cook pudo
encontrar. Viajo en esta sloop-of-war como cirujano de profesión y naturalista
de afición. Estoy sumamente emocionado al pensar lo que tengo por delante:
nuevas tierras llenas de especies desconocidas y pueblos salvajes aún sin
documentar. No muchos hombres pueden ser los primeros en explorar
regiones desconocidas de los misteriosos Mares del Sur.
5 de octubre
131
23 de octubre
132
24 de octubre
He pasado el día observando la isla. Sin duda los nativos han notado
nuestra presencia, porque están muy inquietos. Han tenido hogueras
encendidas y han estado tocando sus tambores todo el día. He hecho un
descubrimiento asombroso: los nativos viven entre las ruinas de lo que debió
haber sido una ciudad gigantesca construida con piedra. La arquitectura
asemeja en proporciones y formas a las del antiguo Egipto o de Babilonia,
pero con un estilo muy particular. Entre los edificios se cuentan torres y
caseríos, así como plataformas de lo que debieron haber sido monumentos
colosales. Una enorme muralla de piedra separa la península del resto de la
isla. ¿Qué pueblo habría sido capaz de construir tales maravillas en esta región
incivilizada del mundo? El capitán es de la opinión de que los ancestros de los
nativos fueron los arquitectos y que, tras largos años, su pueblo entró en
decadencia, dando como resultado la partida de salvajes incivilizados que
ahora pueblan Moorcock Island. Pero yo me resisto a creer que un pueblo
capaz de construir maravillas ésas pudiera degenerar en una tribu salvaje y
primitiva.
133
y variedades de peces que en otras regiones son pequeños, aquí son dos o tres
veces más grandes. También hay muchos pulpos, medusas, anémonas,
cangrejos y otros invertebrados. Creo haber descubierto nuevas especies.
25 de octubre
Esta mañana tuvimos un fiero combate con los salvajes que habitan la
isla. Fuimos atacados durante la noche por una flotilla compuesta de grandes
canoas de guerra. Aprovecharon las nieblas para asaltarnos con flechas
incendiarias. Sus números se contaban en cientos, pero no estaban preparados
para enfrentarse a nuestras armas de fuego. Aquí debo reconocer la
inteligencia y prudencia del capitán Moorcock, quien nos ordenó a todos estar
alerta ante la violencia con la que los nativos percudían sus tambores. En
verdad, el sonido de sus percusiones y gritos, evidentemente parte de un ritual
de guerra, era tal como para horrorizar a un hombre civilizado. Acompañaban
sus tambores con un grito rítmico y profundamente extraño que sonaba algo
así como gong o hong. De cualquier forma, los nativos nos sorprendieron,
pero no nos encontraron inermes ni indefensos.
26 de octubre
Nos hemos alejado de la isla y estamos fuera del alcance de los salvajes.
Cualquier intento de desembarcar en Moorcock Island está por completo
descartado. No obstante, he convencido al capitán de que circunnaveguemos
la isla para observar lo más que se pueda de ella.
135
de las palmas de sus manos, las plantas de sus pies y sus labios es apenas más
clara que la del resto de su cuerpo. Sus uñas no son transparentes, sino de un
color negro sólido. Sus dientes, lo más sorprendente de todo, son negros como
ébano lustroso. El capitán, en una actitud por demás decepcionante, me ha
impedido hacerle una disección para conocer sus órganos internos, alegando
que sería una actitud poco cristiana. Pero he aprovechado la herida de bala que
tiene en el pecho para “asomarme” al interior del salvaje. Extraje fragmentos
de costillas y del esternón que rompió la bala. Los huesos de este salvaje son,
lo aseguro, completamente negros.
27 de octubre
136
Ordené a un marino que bajara al fondo para obtener una estatuilla que
sobresalía del fondo arenoso. El marino se sumergió y fue atacado por un
pececillo desconocido, que resultó ser mortalmente venenoso. El pobre infeliz
empezó a sufrir convulsiones en cuanto regresó a la lancha, y su cuerpo de
hinchó y se cubrió de ronchas al instante. Murió antes de que lográramos
regresar a la nave. Pero su muerte no fue en vano, logró recuperar la estatuilla.
Está tallada en una piedra verde desconocida, de unas quince pulgadas de
altura y cinco de ancho, y representa a lo que debió ser un dios zoomorfo que
adoraba la antigua raza de Moorcock Island. El ídolo tiene forma de un
batracio bípedo y jorobado, con garras en las manos y el dorso cubierto de
espinas. Su cabeza tiene forma triangular, y su boca tiene labios gruesos que
dejan entrever una hilera de dientecillos filosos. Nunca había visto un ídolo
tan excepcional ni tan magistralmente detallado.
Extrañas bestias vagan por esta isla. He vuelto a ver más ejemplares de
esos animales voladores que describí con anterioridad. Ahora estoy seguro de
que se trata de reptiles, parecidos (y perdóneseme la falta de rigor científico al
decirlo) a dragones. También vimos otro animal prodigioso. Pasó nadando por
debajo del HMS Australia y lo pudimos observar detenidamente a través de
las aguas cristalinas de este mar austral. Era como un lagarto, más grande que
una lancha, que nadaba atrapando peces y otros animales marinos con las
fauces abiertas. No vimos de dónde surgió, pero nadó hasta la orilla y al llegar
a ella ¡se paró sobre sus patas traseras!, tras lo cual se internó corriendo en la
selva. ¿Es posible que los mitos de los dragones se basen en bestias como las
que hemos visto? Los marineros ignorantes, desde luego, están asustados y
quieren alejarse lo más pronto posible de esta isla. El capitán, de nuevo
decepcionante, les ha prometido que mañana partiremos.
137
28 de octubre
31 de octubre
El cielo amaneció rojo y sin nubes. El mar, tranquilo como una laguna,
refleja el color del cielo. Los marinos dicen que estamos cerca de los confines
del mundo. Su ignorancia y superstición me exasperan. Sin duda el fenómeno
puede ser explicado por la latitud y el clima en los que nos encontramos.
1 de noviembre
139
2 de noviembre
3 de noviembre
5 de noviembre
141
había visto, estaban trepando por la borda con la clara intención de abordar la
nave. Aterrado, corrí a refugiarme en la cabina. Uno de los lagartos me
persiguió, pero logré escabullirme por la puerta antes de que me alcanzara.
Dios, ese rugido… ¿Qué es eso? ¿Qué es lo que están invocando esos
salvajes? Ahí estuvo de nuevo… Proviene de la isla, pero se oye tan claro
como si estuviera aquí cerca. Los nativos lo festejan… Debe ser una criatura
inmensa. Es indescriptible. Ese rugido… lo captan mis oídos… pero lo
percibe mejor mi mente… ¿Estoy enloqueciendo? Dios mío… Me está
hablando… Muerte… él es la muerte… La destrucción… el fin… No… No
puedo pensar… Pues llegará el día en que los monstruos caminen sobre la
Tierra y las ciudades del hombre perezcan bajo sus pasos… No sé lo que
escribo… No puedo pensar… Mi mente ya no es mía…
Kong
Kong
Kong
142
Volumen IV
La Edad de la Razón
143
EL SARCÓFAGO
144
Dentro estaba una momia casi deshecha. Jirones de tela y carne seca
colgaban de sus miembros, retorcidos de forma tal que daba testimonio de
inefable agonía.
Espantado por esta visión, Cartier se echó para atrás ahogando un grito.
Passant, en cambio, se rió de la reacción de su amigo. La parecía
singularmente cómico que un hombre como Cartier, acostumbrado a tratar con
momias, se horrorizase ante la visión de este triste cadáver.
-¡Vaya susto! Este amigo tuyo es en verdad divertido. ¿Qué crees que
haya causado esos espasmos?
145
Con un silbido, el cadáver se arrojó veloz sobre Passant y lo sujetó del
cuello con sus manos secas y quebradizas. La momia abrió una boca llena de
dientes amarillentos y deformes y le dio una gran mordida al joven en la
coronilla. Passant gritó y suplicó ayuda de su amigo, pero éste se quedó
inmóvil viendo cómo todo sucedía. Por más que su víctima forcejeaba, la
momia no la dejaba escapar y seguía infligiéndole mordidas por todas partes,
hasta que una de ellas desgarró la garganta de Passant y éste cayó
desangrándose al suelo. Ante la mirada atónita de Cartier, la momia procedió a
devorar a su víctima.
146
SPRINGHEELED JACK
147
-Buenas noches, caballeros. Les ruego que disculpen mi tardanza.- pero
sus invitados sabían que al excéntrico caballero le gustaba hacerse esperar y
amaba la teatralidad.
-¡Bah!- exclamó Van Hausen –¿Qué hay que decir? No se trata nada
más que de un caso de locura masiva. Todas esas “apariciones” y “ataques” no
son más que las ilusiones de mentes vulgares y confundidas.
148
-Caballeros, veo que todos se apresuran a opinar. Pero ¿conocen de
verdad todo lo que hay que saber referente al fenómeno de Springheeled Jack?
-Yo no presto atención a lo que dicen los diarios.- dijo Pennyworth con
orgullo –Prefiero escuchar las historias que cuenta la gente humilde, cuyas
ideas no han sido contaminadas por los dogmas del racionalismo.
-Muy bien, caballeros.- dijo sir Richard tomando una copa de brandy
que le sirvió el mayordomo –Me tomaré entonces la libertad de informarles
puntualmente acerca de todo lo concerniente al caso de Springheeled Jack. –
sir Richard se colocó sus espejuelos, abrió frente a sí un cuaderno de notas y
comenzó a narrar, echando ocasionales vistazos a las páginas manuscritas…
***
149
siguen otros similares. En todos ellos, pobladores de Londres de todas las
clases sociales y edades declaran haber visto una figura correr a gran
velocidad y dar saltos imposibles para una criatura humana.
150
epíteto a nuestro fantasmal personaje. El origen del mote, proviene, como
sabréis de la sugerencia que hizo algún periodista de que Jack podría tratarse
de un simple mortal que se las ingenió para montar resortes en los tacones de
sus botas, lo cual explica su antinatural capacidad para dar saltos.
152
También en enero de este año, un deshollinador dijo haber visto… algo.
Se encontraba dicho trabajador en el tejado de una casa cuando vio a un ser
acuclillado en una chimenea lejana. La criatura estaba cubierta de la cabeza
hasta las rodillas con manto negro que cuidaba de mantener cerrado con una
de sus manos. Pero las piernas desnudas de la criatura eran velludas y tenían
una forma de lo más extraña: las rodillas eran gruesas y estaban ligeramente
dobladas, y los tobillos eran anormalmente largos. El deshollinador, que había
sido marinero y estado en Australia, comparó las patas del ser con las de un
canguro. La criatura se volvió hacia el buen hombre y profirió una carcajada
espantosa. El susto hizo que el deshollinador cayera del tejado hasta un balcón
que por suerte sólo estaba unos pies más abajo. Tirado de espaldas, el testigo
pudo ver que la criatura pasaba por encima de él dando salto y que se perdía
en la oscuridad de un callejón aledaño.
153
Otros reportes aseguran que Springheeled Jack no parecía un ser
humano, ni nada parecido, sino que lo describen como una sombra
encapuchada, apenas con sustancia material, que salta por los callejones y las
azoteas chillando de forma sobrenatural. Tengo el testimonio de un marinero
quien, junto con su camarada, escuchó el chillido y vio a la criatura
columpiándose de cornisa a cornisa. El marinero asegura que su camarada
perdió la razón después de escuchar el chillido.
Éstos son los principales testimonios y si nos quedáramos sólo con ellos
pensaríamos que podría tratarse de un bromista, muy pesado pero inofensivo,
cuya única intención es causar pánico. Los reportes que les presenté hablan de
gente que vio a este… diablo, o como quieran llamarle. Es decir, son relatos
de gente que ha sobrevivido a los encuentros con Springheeled Jack. Pero me
pregunté ¿y si alguien se ha topado con este demonio y no ha vivido para
contarlo? Entonces empecé a investigar.
Caballeros, les dejo las evidencias, los relatos, las historias. Somos
hombres educados y creo que podremos, con el uso de nuestra capacidad de
raciocinio, encontrar la explicación de este extraño fenómeno que aterroriza a
nuestra ciudad.
***
Sir Richard calló y por unos instantes los únicos sonidos que se
escucharon en el salón fueron el aullar del viento y el repiqueteo de la lluvia.
-¿Y cómo explica usted los asesinatos?- inquirió Lord Pennyworth –El
Marqués es sin duda un individuo depravado, pero no lo creo capaz de
cometer esos brutales crímenes que se le atribuyen a Springheeled Jack.
-Yo tampoco.- aceptó míster Peabody –En este punto concuerdo con el
doctor. Unos asesinatos han ocurrido, como ocurren siempre, quizá con más
intensidad, y da la casualidad que se dieron en la misma época en la que el
bromista hacía de las suyas. La gente, asustada y supersticiosa, relaciona una
cosa con la otra, aunque no estén conectadas de forma alguna.
158
monstruosas. Oh, si hubiesen visto lo que yo he visto. ¡Lo que no desearía
volver a ver…!
***
En efecto, no se habló más del asunto por esa noche. Los caballeros
discutieron, distraídos y sin interés, otros temas y tópicos. Pasada la media
noche, la tormenta dio lugar a un denso mar de niebla y un potente frío se
apoderó del salón. Llegó el momento en que los contertulios de sir Richard
comenzaron a despedirse y uno tras otro abandonaron la mansión. Míster
Peabody fue el último en despedirse.
159
SAMHAIN
160
deforme, su mirada vacía y esa horrible mueca que emula una sonrisa. Lo ves
alzar la mano que porta la hoz, ves el filo caer sobre ti. Gritas.
-Sí.
-Así es.
161
-¿La calabaza?
-La calabaza.
-En serio, Michael, ¿no crees que un hombre con cabeza de calabaza es
más bien una imagen chusca que aterradora?
162
puerta que está detrás de ti entrara una ardilla gigante y te dijera “Buenas
noches, madame”, ¿acaso no te espantarías y huirías aterrada? Incluso si te
dijeras a ti misma que tal ser no podría existir y que debe tratarse solamente de
una alucinación, el darte cuenta de que estás perdiendo la cordura a tal nivel
que ves ardillas parlantes te llenaría de espanto. Y es que nuestra razón es lo
que le da orden al mundo que nos rodea. La locura, el ya no saber qué es real y
qué no lo es, se presentaría como el horror supremo…
163
eso sí, muy alegre y amistosa. Molly se desempeñaba como maestra de la
escuela elemental, mientras que yo poco contribuía a la economía familiar con
mis escasas ganancias como escritor y corrector de textos. Mi especialidad
eran los cuentos macabros y mi anhelo era convertirme en un gran escritor
como Poe o Maupassant, pero agobiado por la necesidad de dinero y el
cinismo de los editores, aún me encontraba bastante lejos de lograr mis
objetivos. Quizá, pensaba, al día siguiente conseguiría que John Stevenson
accediera a publicar un libro en el que estaba trabajando y en el que fincaba
mis esperanzas de fama y prestigio literario. En realidad, me era imperativo
que así pasara, pues Molly y yo teníamos deudas y problemas económicos
prácticamente desde que nos casamos. Di unas cuantas fumadas más, arrojé el
cigarro al suelo, lo apagué con la punta de mi pantufla y me fui a dormir.
164
empujón violento abre la puerta de par en par. Antes de que el viejo
pueda recuperar el equilibrio, la hoz cae sobre él. La señora O’Reilly
tarda en despertarse, a pesar de los rumores de golpes y de los gritos
ahogados en sangre. Se sienta en la cama y llama a su esposo con un
susurro seco y enfermizo. Por toda respuesta obtiene los pasos de
unas botas pesadas sobre el piso de madera. La puerta de la
habitación se abre y la vieja se ve obligada a cubrirse los ojos para
protegerse de la brillante luz de la linterna. Ni siquiera tiene tiempo de
gritar.
Estás perdido en un bosque marchito cuyo suelo está cubierto por una
densa hojarasca otoñal que cruje bajo tus pasos. Una luna sangrienta chorrea
luz escarlata sobre el bosque. Árboles podridos llenos de alimañas te miran
desde todas las direcciones con gestos detestables. No sabes hacia dónde
huir. La espesura de las ramas secas y espinosas te impide respirar. Quieres
gritar, pero ningún sonido emerge de tu boca. De pronto tropiezas con una
raíz nudosa y áspera, caes de bruces y te cubres de raspones y cortadas.
Entonces sientes detrás de ti la presencia del ser que te aterra, del dueño de
tus pesadillas. Levantas el rostro y ves su silueta recortada contra la luz de la
luna. Te toma de los cabellos y te levanta en el aire; te eleva hasta la altura
de su faz deforme y te permite asomarte al vacío absoluto de sus ojos.
Entonces, con su hoz, hace un corte lento a lo largo de tu cara.
165
conmigo huyendo aterrorizado y la calabaza persiguiéndome de cerca. El
hombre con cabeza de calabaza nunca antes me había atrapado, ni mucho
menos herido. Este último cambio me inquietaba en extremo y me asustaba la
idea de que así pudieran ser mis sueños siguientes.
-Oh, sí, sí. Muy bueno, Sullivan, en verdad muy bueno. Aterrador.
Aunque más bien extraño. Nunca había leído nada igual…
-Te seré sincero, Sullivan: no creo que el público americano esté listo
para un libro como el que propones.
-¿Malo? Oh, no. No tiene nada de malo. Es un buen libro. Todo lo que
escribes es muy bueno… Sólo que tiene algunos detalles… que quizá
podríamos corregir.
-¿Por ejemplo?
-Yo… no lo sé.
167
que pudiera imaginar, y para mí fue la posibilidad de que hubiera una fuerza
destructora tan terrible que ni Dios mismo pudiera contra ella…
-En realidad, no estoy muy contento con ese trabajo. Son mis textos más
convencionales y menos imaginativos…
-Pero son los más exitosos… Lo que deberías hacer es escoger ocho o
diez cuentos de aquéllos, los que más te gusten. Revísalos, corrígelos,
actualízalos y forma un libro con ellos. Mete dos o tres inéditos y cuando
tengas todo listo, tráemelo. No te prometo que se publicaría pronto, pero te
aseguro que se pondrá en lista de espera para ser publicado un día de éstos.
168
terminar y publicar ese libro porque, por primera vez en mi vida, había
logrado escribir algo que de verdad me asustaba. Empero, me di cuenta de que
no valía la pena intentarlo. Me despedí de Stevenson y salí de su oficina.
-¿Ah, sí?
Sentí que la cabeza me ardía color rojo, los ojos se me vaciaban y los
músculos del rostro se me contraían en una sonrisa furiosa –Molly te informó
mal. No estoy buscando empleo. Muchas gracias.- me di la media vuelta y me
alejé de ese lugar, dejando a Jefferson perplejo, ofendido y parado en medio
de la acera como un idiota.
169
exactamente el porqué. Para distraerme, hojeé un libro extraño que quién sabe
dónde había conseguido y cuyo autor no recuerdo:
170
-Para tu información no necesito empleo. Ya tengo uno. ¡Soy escritor!
-¿Y cuándo se supone que escribiría, eh? ¿En mis descansos después de
revisar máquinas de coser?
-¡Bien, por lo menos a los médicos sí les pagan! ¡Por lo menos los
médicos pueden pagar sus deudas y sus esposas no tienen que estar regateando
a todo el mundo y pidiendo prórrogas para los pagos!
171
crepúsculo me sacó de mis cavilaciones y me hizo percatarme del lugar en el
que me encontraba.
-Fui a dar una caminata por ahí. No estuve fuera mucho tiempo.
Regresé a casa y me quedé dormido. ¿Qué hora es?- entonces noté que Molly
estaba vestida de negro -¿Qué pasa?
-¡¿Qué?!
-Pero… ¿quién?
173
-No se sabe. El comisario y los alguaciles están totalmente
desconcertados… Por la brutalidad de los asesinatos muchos dicen que debió
haber sido obra de algún indio loco.
-¿Miedo?
174
Las lápidas y las cruces de hierro que brotan del suelo te cortan las
rodillas desnudas, sin importar lo lento y cuidadoso de tus pasos. Donde antes
estaba tu calle con tu casa y las de tus vecinos y familiares ahora se
encuentra un cementerio oscuro y antiguo, pululado por sombras amorfas que
proyecta la luz anaranjada de una luna perversa. Todo lo que conoces, todo
lo que amas y en lo que confías ha desaparecido. Buscas aún con un poco de
esperanza y mucho temor un elemento familiar en este escenario, pero sólo te
topas con una silueta alta y desgarbada que camina hacia a ti con sonoros
pasos de madera. La luz de su linterna le ilumina el rostro y él te sujeta del
cuello y lo aprieta con fuerza. Tu garganta colapsa bajo la presión que ejerce
su mano enguantada y sabes que vas a morir. Entonces te suelta y caes al
suelo, tosiendo y convulsionándote. Él eleva su hoz en el aire y con un golpe
la hunde en tu abdomen. El metal se abre paso entre tu carne y tus entrañas, y
sientes que tu sangre tibia baña la mano de tu asesino. Aún vivo, lo escuchas
reír.
175
la manera en la que el opio transforma lo imaginado en sensorial y lo sensorial
en conceptual, y al fumarlo me exponía a que las pesadillas que me acosaban
se tornaran reales ante mí. Pero no había estado tan asustado desde no
recordaba cuándo y quizás el opio me ayudaría a elevar esa experiencia
emocional al máximo.
176
conozco, alcazaba en mí. Sólo entonces me di cuenta de que, por primera vez,
la calabaza me había matado. Me reí como estúpido y volví a la cama.
177
-No.- dije –Lo que yo vi estaba del otro lado…- y entonces sentí ese
miedo inexplicable otra vez –Vámonos, Molly. Vamos adentro de la casa. Por
favor, no te entretengas, necesito entrar ya.
Entramos, cerramos todas las puertas y ventanas con todas las aldabas y
cerrojos que había, pero aún así el miedo no se iba.
178
méritos artísticos. Por mucho que se cacaree sobre Maupassant estos días, te
puedo asegurar que en cien años se leerá Pierre et Jean en las universidades y
ya nadie se acordará de L’Horla.
-No sé si sea ético hacerlo. Conocía a las víctimas, soy vecino de sus
familiares.- dije, aunque en verdad el consejo de Petersen me inspiró a
después escribir estas líneas, y si no lo hice antes fue porque al principio di
muy poca importancia a los crímenes.
-En fin, es tarde y debo viajar a Boston para tomar un tren hasta
Providence. Me espera una larga tarde… Por cierto, creo que no te lo dije,
pero la próxima semana habrá una conferencia en la sede de la Sociedad
Histórica de Nueva Inglaterra sobre los orígenes de la celebración de All
Hallows Evening.
180
-¡Bah! Hay pocos en Nueva Inglaterra que saben tanto sobre Halloween
como yo. Bien podría hablar a todos esos pedantes de la Sociedad sobre
Samhain, el festival de las cosechas de los antiguos celtas. Se celebraba el 31
de octubre y se creía que durante unos días la barrera que divide este mundo
del más allá quedaba diluida y los espíritus venían a convivir con los vivos.-
comencé a hablar como si me encontrara dando una conferencia -Con la
llegada del cristianismo todo cambió. Los antiguos ritos paganos se
convirtieron en los aquelarres de las brujas y los demonios. Disfrazado de
adoración a los santos y a los fieles difuntos, Samhain pudo sobrevivir. Lo
mismo le pasó a la Walpurgisnacht germana; era un festival de la primavera
en el que se encendían hogueras para aplacar a los espíritus del caos. La
cristiandad la convirtió en la fiesta de Santa Walpurga. En todo el mundo
pagano hay festivales de cambio de estación en los que se recuerda a los
muertos y se conjura a las fuerzas del Más Allá. En un principio la cristiandad
los quiso tachar de demoniacos, pero al final terminó absorbiéndolos. Claro,
eso no evitó que durante muchos años persistieran historias de aquelarres y
orgías el 30 de abril o el 31 de octubre. De hecho, como tú bien sabes, en
nuestra querida Nueva Inglaterra aún hay rumores de horribles rituales que se
llevan a cabo por esas fechas en las colinas y barrancos más apartados. Pero,
desde luego, a mí no me invitan a impartir conferencias porque no obtuve mis
conocimientos en Harvard, sino en las bibliotecas públicas de Boston…
-De todos modos no puedo ir…- dije –No puedo darme el lujo de pagar
un pasaje hasta Boston a menos que sea estrictamente necesario.
182
pronto me aburrí de esperar en la fila de los deudores y me volví a casa para
dormir una siesta.
183
También estaban ahí algunas láminas con reproducciones de pinturas de Füssli
y de Goya. Todo tenía que ver con la muerte, el miedo y el Más Allá. Me
parece que traté de explicarme a mí mismo que había viajado a Boston con la
intención de obtener material para mi libro. Después de una relectura del
manuscrito había decidido tratar de interconectar las diversas historias de
terror con la creación de una mitología coherente. Pero pensé que
probablemente era muy racionalista ese propósito, y después se me ocurrió
que quizás la lógica y la razón no eran más que mitologías con cierta
coherencia interna que nos sirven para darle sentido a un universo caótico e
inaprehensible.
Abrí uno de los libros, del británico Charles Lamb, titulado Witches and
Other Night Fears y leí el siguiente pasaje:
No guardo recuerdos de cómo llegué a casa esa tarde. Tan sólo tengo la
imagen de Molly preguntándome furiosa a dónde me había ido para después
señalar preocupada que me veía demacrado.
185
Molly me dirigió una mirada llena de misericordia. -No eres más que un
niño asustado, Michael.- me dijo y me acarició el cabello –Toda tu vida has
tenido miedo. Por eso escribes cuentos de horror, para ser tú quien controle al
miedo y no viceversa.
Creo que entonces reí, pero tal vez sólo tosí –¿Ahora eres alienista?
-¿Qué?
-Es peor que cualquier otra cosa que hubiese soñado. No puedo empezar
a describirlo, pero debo… debo intentarlo… ¿Recuerdas la Épica de
Gilgamesh? No… supongo que nunca lo has leído… Los antiguos pueblos de
Mesopotamía... sabían cosas. Conocían a Pazuzu y a Lilith y a otros
demonios… Hay una parte del poema que dice Dejaré que los muertos
asciendan y devoren a los vivos; los muertos superarán en número a los
vivos…
186
-Michael…
-¿No lo ves? Isis aceptó hacer un trato con Atón para enfrentarse juntos
a la Muerte. Pero Atón traicionó a Isis y la violó; de esa unión nació un hijo
que Atón después sacrificó en la cruz… Todo para apaciguar a la Muerte…
Pero la Muerte no puede ser apaciguada
-¿Cuáles cosas?
-Un escritor galés dice que todas las leyendas de criaturas fantásticas,
hadas, minotauros, vampiros y hombres lobo, hablan en realidad de cosas tan
horribles que no podríamos ni siquiera clasificar, pero a las que hemos dado
un sustantivo y una descripción que más o menos se acomoda a lo que
nuestros cerebros pueden concebir…
187
-Es cierto,- dije al fin –debo salir a divertirme. ¡Sí!- exclamé con súbito
entusiasmo -¡Vamos! ¡Vamos a jugar con los niños y a comer manzanas
acarameladas y pasteles de calabaza!
Oh, Halloween, magnífica fiesta en la que nos vestimos como seres del
Más Allá para expresar el terror que les tenemos; nos disfrazamos como
fantasmas para que cuando ellos pasen por nuestras casas en la noche se
confundan y no quieran hacernos daño. El pueblo estaba decorado de muchos
colores, una banda local tocaba música alegre, las amas de casa repartían
trozos de pastel de calabaza a los invitados y los niños, vestidos de negro y
con caras blancas, pasaban de casa en casa para pedir golosinas. Sonreí como
ellos y hasta en mi caminar me dejé llevar por la música.
-Me siento muy mal, Molly. Vamos a casa, por favor. Déjame ir a casa.
188
-Te acompañaré. Pero es mi deber estar aquí. Estoy comprometida a
cuidar de los niños.
-No.
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Molly no dijo nada. Me acarició el cabello como solía hacerlo y apagó
las velas. Creo que se quedó a mi lado hasta que estuve dormido.
190
los egipcios, en los sacrificios de los druidas y de los aztecas, en las masacres
del Empalador, en los crímenes del Destripador, y en los cultos de Kali, de
Mictlantecutli y de Fobos; pensé en las leyendas de monstruos marinos y en
los raptos de la Tylwyth Teg, en las quemas de brujas, en los exorcismos y en
las gárgolas de las catedrales; pensé en las historias de fantasmas y en las
sombras que se asoman por tu ventana cuando duermes y que acechan desde
tu armario o bajo tu cama; pensé en las pesadillas de Füssli, en las brujas de
Goya, en la Danza Macabra de Saint-Saëns, en el Sueño de una noche de
Sabbath de Berlioz y en la Noche en la árida montaña de Mussorgsky; pensé
en los cuentos de Poe, en los Hawthorne, en los de Maupassant, en los de
Bierce, en los de Gautier y en los de Le Fanu, en Varney el Vampiro, en el
Frankenstein de Mary Shelley y en el Jeckyll & Hyde de Stevenson; recordé
mis propios cuentos y mis pesadillas y el Amanecer de la Muerte… Y
abrumado de nombres, sombras, ideas y conceptos, comenzó a perfilarse ante
mí una realidad insoportable.
191
cuello. ¡Toda la monstruosidad! ¡Todo el horror! ¡Toda la muerte confluyeron
en ese momento! La más antigua y poderosa emoción de la
humanidad es el miedo. El miedo lo es todo, es todo lo que conoces, es
todo lo que existe en tu ser. Pero, ¿cómo explicar lo que me
ocurre? ¿Cómo hacer comprender el hecho de que pueda
contarlo? No sé, ya no lo sé. Sólo sé que sucede. Helo
aquí. ¡Que empiece el carnaval de la hoz! Me obligó a ver cómo sucedía
todo. Sientes la cuchilla penetrar su cuerpo y sientes el calor de su sangre que
se derrama por tu brazo. Cogí al pobre animal por la garganta
y, deliberadamente, le vacié un ojo. Pero yo la amaba. Y ella en
verdad lo amaba. Por ello, impotente, te echas a gritar y a llorar. Oh,
Molly… Pero eso no lo deja ir. Y no te soltará jamás.
192
Volumen V
El Siglo XX
193
SAHKIL
194
rateros, a las adúlteras también y a los que se robaban a las muchachas. Y
prohibió los duelos a machetazos. “Aquí la única justicia soy yo”, decía el
patrón. Ya no hay hombres de su temple…
¿Qué? ¿Lo del otro mundo? Pos porque es verdad. El patrón se las vio
con las cosas del más allá. ¡No es cuento! Miren, una vez el patrón andaba de
noche, en su caballo, paseando por el monte, como le gustaba hacer a veces. Y
según me contó, que vio a la Xtabay. ¡De veras! Ahí la vio, me la describió
con pelos y señales: una mujer muy guapa, morena, con cara de india bonita,
de larga cabellera negra. Estaba apoyada en una ceiba. El patrón la miró un
momento y luego siguió su camino, tal cual como venía. No se quedó ahí
como hubiera hecho un pendejo, pero tampoco se fue corriendo, como hubiera
hecho un cobarde.
¿No me creen? Pos sepan que ésa no fue la única vez que el patrón se
encontró con cosas d’esas. Miren, esto no lo he contado nunca, porque el
patrón me dijo que no lo hiciera. Pero ya descansa en paz el patrón y los otros
que la vivieron, también ya pasaron a mejor vida. La cosa estuvo así…
Ah, pero tengo que empezar con otra historia. Fíjense que mi
compadre… ‘pérense… mi compadre, Fulgencio Canché, que era carpintero
en Ekcnicté y que en paz descanse, enviudó y sólo le quedaba la hija, que
195
tendría unos quince años. Un día se me acercó y me dijo, Compadre que no sé
qué y que no sé cuánto y que mucha discreción, y yo le dije que vamos al
grano, compadre, y que me dice:
-Pos fíjese, compadre que está pasando algo muy raro. Ya van varias
mañanas en que me encuentro con que m’ija aparece desnuda y tirada, como
desmayada, en el patio de atrás.
196
ahijada, desnuda, de los pelos. Les confieso a ustedes que me dio miedo, pero
aquí quién me dice que no le hubiera dado miedo ver algo así. A ver, ¿quién
me reta? ‘Ta bueno.
Como les decía, vi al gato que con el hocico traía a la niña del pelo y la
asentó en medio del patio. Entonces el gato, óiganme, el gato se metió entre
las piernas de la niña y… pos… la violó. ¡¿Quién se rió?! ¿Hay alguien aquí
que me diga mentiroso? ¡Que lo sostenga con la pistola! ‘Ta bueno, me calmo.
Pero créanme, esto pasó como lo cuento, por ésta se los juro.
-¡Compadre! ¡Compadre!
197
noche no pude aguantar el sueño y me quedé dormido. A la mañana siguiente,
la niña había desaparecido. No sabíamos cómo, porque las puertas de la casa
estaban cerradas y trancadas. Nadie pudo haber entrado y si ella hubiera
salido, aunque hubiera estado dormido, seguro que la habría escuchado.
A las dos semanas los hombres del patrón se regresaron pa’ la hacienda;
a los seis meses dejamos de buscar. Mi compadre Fulgencio se enfermó y
murió poco después, yo creo que de pena. Los demás nos olvidamos del
asunto.
¿Qué? Ahorita van a ver qué tiene que ver el patrón con todo esto. Un
año después de que desapareció mi ahijada, había un eclipse de luna. Me
acuerdo bien porque como siempre salieron los indios de sus casas con
cacerolas y palos, y todo lo que tuvieran para hacer ruido y se pusieron a gritar
para espantar al monstruo que se come a la luna. Bueno, la verdad es que yo
también me puse a gritar y a hacer escándalo. Pos porque cuando vi la luna,
me di cuenta de que lo que la cubría no era una sombra redonda como la que
se nota cuando está en menguante, sino que de verdad parecía la silueta de un
monstruo, con garras y dientes afilados…
Pero voy al grano. Esto que les voy a decir me lo contó el patrón,
porque a mí me tenía en mucha estima. Me dijo que esa misma noche del
198
eclipse de luna andaba paseando en su caballo por el monte, como le gustaba.
En el momento en que la noche se puso oscura porque desapareció la luna,
escuchó el llanto de un bebé. Se extrañó y dirigió al caballo hacia donde venía
el llanto, se apeó y empezó a buscar entre los matorrales. Ahí encontró un
bebé chiquitito, envuelto en una tilma, como las que usan los indios. Cargó al
bebé y se volvió a subir al caballo.
Dicho y hecho, esa misma noche el patrón, otros cuatro hombres y yo,
todos armados, nos apostamos alrededor del cementerio. Éste estaba bardeado
por una albarrada muy alta y la única forma de entrar era través de una gran
reja de hierro en la parte de adelante. Cuando cayó la noche, los pueblerinos se
metieron en sus casas. Recuerdo que una vieja llegó y nos dio la bendición
antes de irse a guardar a su chocita.
200
si los chupara. Ahí sí lo confieso, tuve miedo. Pensé que ese toro debía ser el
mismo diablo, y ¿qué podían hacer seis mortales contra Satanás?
Miré a mi lado y vi que el patrón estaba trepado junto a mí, con los ojos
muy abiertos. Entonces le noté una mirada de decisión, apuntó con su rifle y le
disparó al toro. El bramido que pegó el animal debió haberse escuchado por
todo el pueblo. Del puro susto me caí de la albarrada. El patrón gritó:
-¡A ver, culeros! A esta cosa le duelen las balas. ¡A darle, pues! Y le
pegó otro disparo a la bestia.
-Hay que ponernos las camisas al revés, con los botones en la espalda,
para que no nos pierdan los aluxes.
-Ay, patrón.- dijo el mismo de antes –Son los aluxes, los señores del
monte.
-¿Ah, sí?- dijo el patrón sacando su pistola y pegó dos tiros al aire. -¡No
sean cobardes! ¿Ellos tienen piedritas? Pos yo tengo balas.- y al instante se
detuvieron las pedradas.
202
Y seguimos así por horas y horas, hasta que el sol comenzó a alumbrar
entre las copas de los árboles. Fue entonces que vimos un resplandor en lo
profundo de la selva y nos dirigimos hacia él. En medio de un claro había una
choza maya y el rastro de sangre seguía hasta ella. El patrón entró en la choza
con la pistola en mano, y nosotros cinco lo seguimos.
203
GASSMENSCH
204
17 de Noviembre
Hoy escuché a dos capitanes hablar acerca de lo que uno de ellos había
oído decir a un teniente y a un coronel. Dijeron que habían muerto algunos
soldados en una barraca de la que se encargaba el teniente antes de ser
transferido. Los soldados parecían haber sido envenenados con gas, pero era
muy extraño porque no había habido ataques enemigos, además de que el
veneno no había afectado a los demás soldados, a pesar de que todos dormían
en un mismo espacio reducido.
205
19 de Noviembre
21 de Noviembre
Franz dijo que durante la batalla vio una figura alta y oscura caminar de
un lado a otro en medio del fuego cruzado. Peters dijo haber escuchado a
varios oficiales decir que muchos soldados tanto nuestros como franceses
206
fueron encontrados con las señales de haber sido envenenados con gas. Pero
estamos seguros de que ni los franceses ni nosotros usamos gas durante la
refriega. Peters asegura que el gaseador misterioso es el responsable.
22 de Noviembre
23 de Noviembre
207
se siente un olor dulce y penetrante, que creen que es el gas con el que mata a
sus víctimas.
24 de Noviembre
26 de Noviembre
208
garras. Usaba una máscara antigás que le daba el aspecto de una cosa inerte.
Su respiración se podía oír detrás de la máscara, pesada y cortante, como la
que había escuchado la noche anterior.
Aquí termina mi diario; las últimas líneas fueron escritas con prisa. Cierro
el cuaderno con un suspiro desesperanzado y lo guardo de regreso en la mochila.
Por alguna razón siento que si sobrevivo debo contar esta historia, que el mundo
debe saber lo que sucedió... lo que está sucediendo.
209
muertos en sus camas, con los rostros contraídos en gestos grotescos,
inhumanos. Por los pasillos de la trinchera muchos otros cuerpos estaban medio
hundidos en el lodo. Lo único vivo eran las ratas que roían los cadáveres. Todo
apestaba a podrido.
Ahora tengo mucho frío. Miro hacia el cielo y me doy cuenta de que el sol
ya comienza a ponerse. Me aterra saber que se acerca la noche, pero no tengo
energías para seguir corriendo y además en este paisaje en el que todo es fango,
no sabría hacia dónde huir sin regresar por donde vine. Busco en derredor algo
con lo que pueda hacer una fogata, pero sé que no hay nada en este gigantesco
lodazal. Miro mi mochila. Lo pondero por largos minutos antes de prenderle
fuego con todo y mi diario adentro.
210
cadáveres. Franz nos contó otra de sus teorías sobre Gassmensch. Según él, se
trataba de un soldado que debía haber sobrevivido a un ataque con gas y se había
convertido en monstruo. Le pregunté por qué creía que Gassmensch mataba a
unos soldados y a otros los dejaba vivir. No supo darme una respuesta. Entonces
yo sugerí que quizá se trataba de un arma diseñada por los franceses, o por los
rusos. Peters negó con la cabeza y aseguró que Gassmensch era el demonio.
Me volví para ver a Peters. No había dicho una palabra hasta entonces. Se
veía en verdad exhausto; su rostro estaba pálido y demacrado y su mirada se
perdía en la hoguera. Yo empezaba a sentir sueño, cabeceaba. Cerré los ojos por
un momento y, de pronto, escuché un sonido lejano, susurrante. Abrí los ojos. El
rumor se oía cada vez más cerca, proveniente de la oscuridad. De entre las
sombras vi aparecer al monstruo caminando lento y mecánico hacia nosotros.
212
el agua. Al ver esto, Franz se desquició por completo; se abalanzó sobre mí y
ambos caímos al fango. Perdí mi fusil. Franz trató de apuñalarme, pero mordí su
mano y le hice soltar el arma. Lo empujé y lo hice caer de espaldas. Ya no me
contenía; me puse encima de Franz y empecé a golpearlo con todas mis fuerzas.
Entre caminata y carrera, huí sin cesar durante dos días hasta que, vencido
por la fatiga, me detuve frente a este charco. Estoy agotado. El sol se ha puesto
ya. No hay luna y el frío me tortura. Me levanto y empiezo a caminar sin rumbo.
Si sigo andando es casi por inercia. Estoy perdido, no hay hacia dónde ir. Todo
aquí es lodo, frío y muerte. Me dejo caer. Entre el olor fétido del lodazal puedo
sentir el dulce aroma de Gassmensch. Me levanto y sigo caminando sin mirar
atrás. Siento su pesado y cortante respirar detrás de mí. Sigo caminando, quizá si
lo ignoro se vaya.
Pero sigue detrás de mí. De alguna forma, siempre ha estado allí. Siempre
ha estado caminando detrás de cada uno de nosotros, sólo hace falta volverse
para verlo. Y lo hago, me vuelvo. Veo mi rostro pálido y marchito reflejado en
los lentes de su máscara antigás. Ahora lo entiendo, Gassmensch no mata
hombres al azar. No es un monstruo, ni un demonio, ni un arma secreta. Ahora
sé quién es Gassmensch. Me acerco a él y dejo que comparta su veneno
conmigo.
213
THERE ARE SUCH THINGS
-Es usted un hombre sabio, profesor,- dijo el Barón –para alguien que
sólo ha vivido una vida.
-La bella Nina ya es una de nosotros. Mi sangre corre por sus venas y
pronto despertará a una nueva vida.
214
-Hasta entonces, profesor. Y si le sirve de consuelo, sepa que en
quinientos años no encontré un rival tan formidable como usted.- y dicho esto,
el Barón se desvaneció en una nube de humo.
215
el ayudante del tendero, un muchachito de trece años que pasaba más tiempo
leyendo revistas de historietas y libros pulp que siendo útil. Eddie era,
también, el único admirador al que Van Tassel podía soportar.
-Me temo que sí, viejo amigo. Son esas malditas pesadillas.
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-Deberías tomarte unas vacaciones. Vete a un lugar donde no se puedan
encontrar casas embrujadas ni noches de luna llena.- Benson dejó escapar una
risita entre los dientes.
-Te burlas de mí, pero tienes razón. Ya es hora de que deje atrás esa
basura de películas. Si no puedo volver a hacer teatro, por lo menos podré
disfrutar de un digno retiro.
-No sé de qué te quejas. Esas películas por lo menos te han dejado una
casa y una buena posición. Mírame, yo tengo suerte si mis hijos me mandan
un pastel de frutas en Navidad…
218
enfrentaría a los tres grandes monstruos. Roman Blasko, el noble vampiro;
Basilius Pratt, el monstruo de la película del mismo nombre y el hechicero
egipcio Arlhotep en El Sarcófago; y Creighton Talbot Jr., protagonista de El
Hombre-Bestia, estelarizarían juntos La Casa de los Monstruos, una película
que pretendía ser la obra maestra del género. A Van Tassel le repugnaba la
idea.
219
-Señor Van Tassel, escuché unos rumores de que la próxima película
será en color. ¿Usted cree que sea verdad?
-No creo que las películas de horror deban ser coloreadas, señor Van
Tassel. Creo que el blanco y negro forma parte muy importante de su estilo,
porque hace que esos castillos y esos cementerios parezcan imponentes, y le
da personalidad a las sombras ¿no lo cree usted?
-Sí, es maravilloso.
-Es como esas casonas de las películas.- se dijo en voz alta, pero de
inmediato desechó la idea como absurda. Subió a su habitación, se apoltronó
en su sillón y trató de leer la última obra de George Bernard Shaw, mas los
susurros lo interrumpieron. Con un vago temor creciendo en su seno, se
inyectó una dosis de morfina. Esta vez no bastó para aplacar las pesadillas.
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Van Tassel se encontró en un cementerio junto a las ruinas de un
inmenso castillo gótico. Las lápidas proyectaban sombras alargadas y los
crucifijos se recortaban filosos contra la luna llena. El chillido de los
murciélagos y el eventual ulular de un búho poblaban la noche. Todo estaba
en blanco y negro. Van Tassel caminó sin rumbo entre las lápidas, en busca de
la salida de ese escenario. Sabía que existía un mundo luminoso lejos de las
sombras, las ruinas y los fantasmas: un mundo real. Pero entonces un
pensamiento le producía escalofríos, ¿y si esto era todo el mundo? ¿Y si éste
era el mundo real? El aullido de un lobo a lo lejos llenaba al actor de un miedo
insufrible, producto de la sensación de estar siendo acechado. Van Tassel echó
a correr, consciente de que algo lo perseguía. Tropezó y cayó de bruces sobre
una pila de huesos que susurraban risas. Nadando entre las osamentas, Van
Tassel no podía levantarse y con trabajo pudo volverse sobre su espalda.
Entonces vio al monstruo. Era el vampiro de poderes imbatibles, o el ser
creado con cadáveres, o la bestia humana feroz y hambrienta, de pie frente a
él, que estiraba una de sus zarpas para atraparlo… En ese momento despertó.
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-Detective Sam Lance, LAPD.- se presentó con voz nasal un caballero
alto y delgado, parco de rostro, con ligero aliento a alcohol y un cigarrillo en
la boca -¿Puedo hablar con usted?-
-¿Qué? ¿Cómo?
-Sí…
222
-¿Blasko? No. Era un hombre muy carismático que agradaba a todo el
mundo. No puedo imaginar que alguien quisiera hacerle daño de una forma
tan abominable. ¿Tienen alguna pista?
-¿Cuándo fue la última vez que habló con Blasko?- inquirió el detective
ignorando la pregunta de Van Tassel.
-Así es.
-Sí, es maravilloso.
Llegó el domingo y Van Tassel fue a dar un paseo por Silver Lake,
donde, como siempre, visitó la tienda de abarrotes en la que compraba su
tabaco favorito.
-Sí, Eddie. Es una tragedia. Era un buen hombre.- dijo el actor con
sinceridad.
224
-¿Usted sabe algo de lo que pasó?
225
-Es parte del acto.
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-Lo sé. Es impresionante. Y para hacerlo más realista siempre usan a un
muchacho diferente. ¡Oh, si pudiera acercarme a ese ejemplar de hombre…!
Pero, Van Tassel, te ves terrible. Deberías ir a descansar
Esa noche, Van Tassel aumentó su dosis de morfina, pero eso no pudo
disipar las pesadillas, que fueron más terribles y reales que nunca. Al medio
día siguiente recibió la visita del detective Lance y sus gendarmes.
-Basilius Pratt fue asesinado anoche.- dijo Lance sin más preámbulos -
Lo drogaron, ataron a una mesa, le abrieron la cabeza y le sacaron el cerebro.
-¡Santo Dios! Pero, ¿por qué viene a mi casa, detective? Yo sólo soy un
viejo y no he visto a Pratt desde que trabajamos juntos en El Sarcófago.
-No es nada personal, señor Van Tassel. Visito a todos los conocidos
del actor y su casa es de las primeras en mi camino. Tenemos la sospecha de
que el asesino de Pratt es el mismo que mató a Blasko.
227
La semana siguiente fue, para el alivio de Van Tassel, rutinaria y
monótona, excepto por las noticias del asesinato de Pratt que acaparaban los
medios de comunicación. El actor no pudo dar crédito cuando su agente lo
llamó el martes para decirle que la producción de La Casa de los Monstruos
seguía en pie. Para olvidarse del asunto, el miércoles visitó uno de los barrios
pobres por los que solía pasear. Mientras paseaba, Van Tassel pensó, por un
instante, que quizá la pobreza no era lo más horrible que habitaba el mundo.
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pánico con la que despertaba cada madrugada. Aumentó sus dosis de morfina
y la noche del sábado pudo dormir sin problemas.
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Van Tassel no supo que responder y, sin decir palabra, entró en la tienda
a buscar el tabaco. Esa noche se desató una violenta tempestad y Van Tassel
tuvo problemas para conciliar el sueño, incluso con la morfina. Despertó en la
madrugada y creyó oír, entre el retumbar de los truenos, los gritos aterrados de
una mujer y las carcajadas demenciales de un hombre. El actor llamó a sus
criados y les ordenó registrar los alrededores de la casa, pero no encontraron
nada. Rogers dijo a su amo que nadie había escuchado nada y sugirió que
quizás el veterano actor había escuchado esos gritos en sus pesadillas.
230
-Ay, señor Van Tassel, ¡el pobre Eddie! Se ha vuelto completamente
loco.
-¿Cómo dice?
-Sí, señor. Se la pasa temblando de miedo y mira todo con terror como
si viera fantasmas. Balbuce cosas extrañas sobre monstruos, muertos vivientes
y el fin del mundo. Y repite una frase extraña que no tiene sentido… Algo
sobre el Amanecer de la Muerte. Si me preguntan, yo diría que lo que le causó
su enfermedad fueron todos esos libros y películas de espantos.
Van Tassel sintió que las fuerzas lo abandonaban y tuvo que apoyarse
en el mostrador. Entonces vio allí el libro que Eddie estaba leyendo la semana
anterior. Como si nada, el actor pidió tabaco y mientras el tendero iba a
buscarlo, tomó el libro y lo guardó en el bolsillo de su saco. Después de haber
recibido y pagado el tabaco, salió a toda prisa de la tienda. Una vez en su auto,
sacó el libro y lo observó con detenimiento. No sabía qué lo había impulsado a
tomarlo, pero sentía que no podía deshacerse de él.
231
en un manuscrito hallado en una botella y que data del siglo XVIII”. ¡Ja!
Increíble. ¿Alguna vez trabajaste con Cooper, Edward? ¿Edward?
-¿El qué?
-O cosas peores…
Van Tassel pegó un grito y se metió en su casa lo más rápido que pudo.
Sus criados atendieron a su llamado y enseguida salieron a revisar los
alrededores de la casa. No encontraron nada, ni una huella. Rogers le dijo a su
patrón que seguramente lo había espantado algún perro callejero. Van Tassel
aceptó la explicación y se retiró a su alcoba. Estaba a punto de administrarse
una dosis de morfina cuando recordó el libro de Eddie. Lo sacó de su bolsillo
y lo miró con detenimiento. El horror a través de los siglos. Lo abrió y
comenzó a leer. Esta vez las voces no interrumpieron su lectura.
234
-No sabía que era epiléptico.- dijo Van Tassel.
-Nosotros tampoco.
-Dígame una cosa. ¿En algún momento Robert salió del asilo? ¿Se les
perdió de vista por algún momento?
-Gracias.
Por la noche pidió a Rogers que lo llevara a dar un paseo por la ciudad.
El recorrido sin rumbo lo condujo hasta el club.
-Déjame aquí Rogers. Regresa en media hora.- Van Tassel bajó del auto
y se paró frente a la entrada del club, dudando si entrar o no. Quizá si entraba
y comprobaba de una vez por todas y sin lugar a dudas que lo que había visto
unas semanas antes había sido sólo un espectáculo con humo y espejos, podría
convencerse a sí mismo de que lo horrores recientes eran igualmente ilusorios
-¿Qué?
–Le metieron tres balas. Tres balas de plata. ¿Sabe algo de eso?
-Yo no...
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Lance sujetó con suma brusquedad el brazo del sexagenario –Talbot
logró llegar vivo al hospital, pero luego murió desangrado. Antes de expirar,
sin embargo, recuperó la consciencia por un momento y dijo “Van Tassel”.
¿Cómo explica eso, señor?
-¡No!
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-¡Con un demonio! Bien, sargento, de todos modos tenemos que
encontrar a Van Tassel. Desesperado y armado como está podría cometer una
locura. ¡Vamos!
Van Tassel huyó sin dirección por las calles y callejuelas del vecindario.
En cada sombra veía un vampiro sediento de sangre; en cada esquina
imaginaba a un monstruo hecho con cadáveres; cada persona en su camino
podía convertirse en hombre lobo. El miedo, el miedo conquistador y
triunfante, era la única emoción que el actor conocía. No supo cómo se metió
en un teatro en el que se proyectaba El Vampiro, y no se dio cuenta de que
salió frente a la pantalla en el mismo momento en el que acababa la película y
se encendían las luces. El público, compuesto por aficionados al cine de
monstruos que asistían a ese homenaje a Roman Blasko, reconoció en seguida
al actor y lo ovacionó de pie. Van Tassel, confundido por los aplausos que le
recordaban los buenos tiempos en el escenario, cobró esa lucidez que
proporciona la locura, se arregló el saco, se alisó el cabello, saludó a su
público y dio un breve discurso.
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大怪獣
238
y un segundo edificio se desplomó en la lejanía. Una de las vecinas gritó
aterrada, ¡Hay algo ahí, una cosa pasó detrás de los edificios! Luego se
escucharon más explosiones y se vio salir más humo. Se oyeron lejanos gritos
de multitudes. Al minuto siguiente, escombros salieron volando y cayeron a
cientos de metros de su punto de origen. Fue en ese momento cuando se
escuchó el primer rugido. Hombres y mujeres se llevaron las manos a los
oídos y chillaron horrorizados; algunos se arrojaron al suelo en posición fetal
gritando y lloriqueando ¡No, no, no!, y hubo quien se desmayó. Uno de los
vecinos se echó a reír histérico y ya no recobró la razón. El pequeño Yukio
empezó a llorar de forma incontrolable y ya no pudieron calmarlo. La familia
Tanaka se refugió en su casa para ya no salir.
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sino un funcionario, o quizás un militar, que se dirigía al público, Hace unos
minutos… salió de la bahía de Tokio… destrucción… el ejército está en
camino… permanezcan en sus casas… Atómico… Atómico…, y la transmisión
se perdió una vez más.
El bebé no dejaba de llorar; parecía sufrir algún dolor pues retorcía sus
manitas y miraba desesperado a su madre. Akane prendió una varita de
incienso y se arrodilló para rezar, mientras Hiroko trataba en vano de arrullar
al niño. Cuando se consumió el incienso, la muchacha se levantó y miró por la
ventana. El sol estaba por ocultarse y el cielo de Tokyo se había tornado rojo.
Los pasos lo dominaban todo. Dos hombres pasaron corriendo. Entonces se
oyó el rumor de helicópteros y más en la lejanía sonaron disparos de
ametralladora. Akane sonrió.
241
A media noche, la siguiente vez que Yoshiki vomitó, escupió sus
propios dientes. Para entonces, había quedado pálido, casi traslúcido, chupado
hasta los huesos y calvo excepto por unos cuantos cabellos delgados colgando
del pellejo de su cabeza. Hiroko seguía con el bebé en brazos; un apéndice
extraño y retorcido le estaba creciendo como un gusano en el dorso de la
mano. Unos minutos más tarde el apéndice se había convertido en un pequeño
dedo nudoso y deforme. El horror de Hiroko rivalizaba con su amor maternal.
De pronto se oyó una fuerte explosión que hizo que retumbaran las
casas y se cuartearan algunos cristales. Hubo rugido débil, apagado, menos
terrible e invasivo que los anteriores. Después de eso, reinó el silencio. A los
pocos minutos, la radio transmitió confusos e interrumpido mensajes a los que
sólo Akane prestó atención: Tokyo... Se ha confirmado la muerte del
Emperador… El ejército… Los muertos… Atómico… Ataque aéreo…
Atómico… Base militar en el Ártico… Los americanos están en camino…
Testigos han declarado… La Unión Soviética… Todos los testimonios
coinciden… Atómico… Millones de muertos… Hibakusha…, después
parpadearon las luces, se cortó la electricidad y no se oyó más.
242
huesudo, contraído y convulsionándose sobre sus propias excrecencias. La
niña no lo soportó más y se echó a llorar en un rincón.
243
Entonces Akane corrió al cuarto de sus padres y tomó la katana de su
abuelo, el que había muerto en Iwo Jima. Regresó a la estancia y le dio un
golpe certero y compasivo a su padre. Después se volvió hacia Hiroko, le
arrebató la cosa que tenía en los brazos y la estrelló con fuerza contra el suelo.
Antes de que la madre pudiera reaccionar, Akane le encajó la katana en el
pecho.
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NADIE ESCUCHARÁ TUS GRITOS
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Infinito… La mente de Yurchenko se remontó muchos años atrás,
cuando aún iniciaba su entrenamiento y conoció al brillante profesor Vasily
Makarov, prominente colaborador del programa espacial. Yurchenko hizo
amistad con el excéntrico científico y se habituó a visitarlo en su estudio para
sostener largas y agradables conversaciones con él. Así fue hasta que el
profesor enloqueció.
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las estrellas, el horror del que le había hablado el enloquecido Makarov y que
le hizo desear más que nunca estar muerto.
-No debes ir, Fyodr, no debes salir jamás de este planeta– dijo Makarov
–No se supone que un ser tan frágil como el hombre abandone la Tierra. Allá
afuera hay horrores inefables que algún día caerán sobre nosotros, ¿para qué
precipitarnos hacia ellos? ¡Oh, y estamos atrapados en esta roca! ¡No podemos
huir de ella! Pero qué… no, no… da igual. Tiempo y espacio son conceptos
249
infantiles mantenidos por una raza ignorante y supersticiosa. Cada punto del
universo contiene al universo en su totalidad y la maldad que creí en el confín
del cosmos está en todas partes. Da igual, Fyodr, todo da igual.
250
EL HORROR, EL HORROR
Llegué al ‘Nam hace casi un año… ¿O no? No lo sé, a veces siento que
he estado aquí toda mi existencia y que mi vida anterior son recuerdos
ficticios… Tengo grabada en mi mente la aterradora y desgarbada imagen de
un emisario del Tío Sam viniendo por mí y por los otros muchachos con una
orden del Presidente en una mano y un billete de dólar en la otra, elevándolos
ante la incrédula muchedumbre como símbolos sagrados de un culto
minoritario y ridículo… Mis recuerdos anteriores a este suceso son nebulosos.
251
Ahora que lo pienso, la verdad no sé si eso de verdad lo recuerdo o se me
acaba de ocurrir… Sí, ahora pienso que lo imaginé y que luego imaginé que lo
recordaba… ¿O no? ¿Siempre ha estado ahí? ¿Es parte de mí y de quién soy
ahora? Pero de una cosa estoy seguro: me duele, me duele mucho y muy
adentro. Me duele tanto y tan profundo que no sé ni cómo expresarlo. Quisiera
llorar. Ya no puedo llorar, ya no sé cómo. Pero para expresarlo no bastarían
mis lágrimas. Si lloráramos… si lloráramos juntos, todas las personas del
mundo, todos los que han existido y muerto, todos los que nacerán y
morirán… tal vez así podríamos realmente desahogar como humanidad todo
lo que ha significado esta guerra… Es curioso, pero aunque veces siento que
todo está abominablemente mal en este jodido mundo, otras veces tengo la
certeza de que no podría ser de otra manera ni aunque todo el universo
volviera a nacer infinitas veces.
252
una rama, el chillido de los insectos, el rumor del agua, el viento entre el
follaje, las gotas de sangre cayendo sobre la hojarasca, el tronar de los huesos,
el sonido flácido de la carne aún caliente cuando es rebanada… Escucho
susurros siempre en derredor, provenientes de la espesura vegetal que nos
envuelve por todas partes, al este, al oeste, al norte, al sur, al cielo y al
infierno… Escucho el batir de grandes alas de cuero por las noches. Sé que
hay monstruos aquí.
253
en un medio exuberante, pero natural, ¿no es eso? Soy yo el que la percibe así,
porque estoy enloqueciendo… Sí, esto debe ser la locura. No olvides que es
sólo eso, locura. No importa lo que vea y lo que piense. No es real, es sólo que
estoy jodidamente lunático. Quizá ya pronto vendrán a rescatarme. Quizá ya
estoy en casa, pero quedé tan jodido que me metieron a un manicomio y ahora
mismo estoy con una camisa de fuerza en un cuarto acolchonado alucinando
estas mierdas… Pero ¿y si no? ¿Y si aún estoy cuerdo y lo que captan mis ojos
y oídos es verdad? No lo sé, quizá el mundo enloqueció conmigo.
No supo decirnos nada de Martin, pero nos aseguró que la Mujer Alada
lo había visitado la noche anterior. Ni los gritos ni amenazas del sargento
lograron sacarle más información. Concluimos que Tom se había vuelto loco.
Tratamos de llevarlo con nosotros, pero él resistió; quería estar allí por si la
Mujer Alada volvía a aparecerse. De modo que lo dejamos allí, solo,
abandonado, en la selva llena de alimañas y enemigos. Aún me parece ver su
sonrisa entre la maleza… Ahí está otra vez. He aprendido que lo mejor es no
hacerle caso… Si me la quedo mirando mucho tiempo, a veces empieza a
254
reírse y siento la risa de todo el bosque en mis espaldas… Pero no, otra vez es
sólo una ilusión… No hay nada de eso aquí.
Larry sugirió que bajo las colinas que rodeaban ese lugar debía haber
otras ruinas enterradas por el paso de los siglos. El buen Larry era un tipo muy
listo, que siempre nos ilustraba con sus conocimientos. Veía una planta o un
insecto y él se ponía a recitarnos todo lo que sabía sobre ellos, aunque no le
prestásemos atención. Supongo que de esa forma Larry se aferraba a la
cordura y podía recordar que existía un mundo lejos de esta selva y de esta
guerra, un mundo de civilización, ciencia y cultura, en el que la razón y salud
mental aún tenía algún valor.
255
Larry se encontraba especulando en voz alta sobre el probable origen de
aquellas ruinas cuando noté un extraño sonido. No… no era un sonido… Por
el contrario, percibí un extraño silencio, anómalo en la siempre ruidosa selva.
Los sonidos del viento, del agua y de las criaturas vivas se atenuaron hasta
desaparecer. Creo que mis compañeros lo notaron porque tomaron sus armas y
se pusieron alerta, escrutando a nuestro alrededor. Escuché unos pasos secos,
como de pies descalzos que caminaban sobre un suelo de roca. Entonces, de
entre las ruinas, surgió un monstruo.
Tenía forma humana, pero no era un hombre. Era muy alto, estaba
completamente desnudo, su rostro carecía de rasgos y sus ojos eran grandes,
blancos y vacíos, y en todo él se percibía una inefable antigüedad y una… una
nada tan absoluta que podía tragárselo todo. Nos quedamos estupefactos por
unos segundos, hasta que el sargento abrió fuego.
Cuando hube avanzado unas yardas, volví la mirada hacia las ruinas y vi
que el sargento se había quedado allí. No sé cómo reuní valor para regresar;
quizá tenía más miedo de verme sin él del que tenía de acercarme de nuevo a
esos monstruos. Pero el sargento no tenía miedo. Estaba de pie, a unos pasos
de los cuatro monstruos que se daban un festín con el cuerpo de Larry. Los
observaba con detenimiento, como estudiándolos. Me acerqué a él y puse una
mano sobre su hombro, como para llamarlo e instarlo a que nos largáramos de
allí. Él me dirigió una mirada paternal, tomó una granada de las que llevaba
colgadas en el cinto, le quitó el seguro y la arrojó con suavidad en medio de
las criaturas. Me sujetó del brazo y caminó con prisa, pero sin correr, en la
dirección hacia que la había huido Vance. A los pocos segundos estalló la
granada y, al volver la vista atrás, pude apreciar cómo los trozos de las
criaturas volaron por todas partes. “Huele a victoria”, me dijo el sargento con
una extraña sonrisa.
257
suficientemente terrible? No hay aquí más monstruos que la humanidad,
monstruosa en todas sus razas y todas sus edades. Cruel, absurdamente
cruel… Todos somos hijos del fratricidio, ¿no es así? Todos los que estamos
vivos ahora es porque algún ancestro de cada uno de nosotros mató a alguien
más, quizá hace mil años en una cruzada medieval, o hace diez mil en luchas
tribales, o hace dos millones de años cuando éramos un motón de simios
dementes que se asesinaban todo el tiempo los unos a los otros… No
necesitamos de monstruos para sentirnos aterrados de vivir en este mundo, en
el que todo aquél que nos rodea puede ser un caníbal… Quizá todos debemos
morir, quizá el sargento tenía razón…
258
música y poesía y colores y chicas y amor… antes de que el Tío Sam viniera
por mí… Pero en realidad no sé si eso alguna vez pasó.
259
misión purificadora, de la salvación que había en el dolor, de la derrota de la
cordura y el abrazo de la demencia como única fuente de libertad. Aproveché
y ese instante de distracción, le arrebaté el cuchillo y le di un empujón. El
sargento cayó al suelo, y de un salto me coloqué sobre de él… Entonces lo
apuñalé y lo apuñalé y lo apuñale, mientras jadeaba, lloraba, reía y vociferaba.
Desde muy lejos pude oírlo suspirar en mi oído… el horror, el horror.
Entonces expiró.
261
fin de semana de Halloween en la cabaña antes de que el gobierno se
apropiara de ella.
-¡Ahí la tienen! ¡La casa de Michael Sullivan! ¡La casa donde vivía el
loco que ocasionó la Matanza de Halloween hace cien años!
-¿Eran buenos sus cuentos?- pregunta el buen Ash, sólo para fingir
interés en las pasiones de su amigo.
262
-Primero, entremos a la cabaña.
-Para eso están las bolsas de dormir, chica lista.- dice Nancy y Laurie le
dirige una mirada de “muérete, perra”.
-Pero mira esto, ¡el sitio está cubierto de polvo!- insiste Laurie.
-¿Qué?
263
-Ésa es la cuarta regla para sobrevivir en una película de terror: nunca te
quedes con tu pareja solo en un coche estacionado, de noche, mucho menos en
el despoblado.
-Pero las películas duran sólo dos horas y nuestras vidas han durado…
pues… toda la vida.- señala Ash.
-No seas ingenuo, Ash.- replica Freddy –Cuando empieza el film cada
personaje tiene recuerdos de toda una existencia. Y de pronto ¡Son
sacrificadas en una orgía de sangre y cuchilladas! ¡Muajaja!.
264
-De todos modos el verdadero villano no es el autor.- observa Freddy –
sino el público que está ávido de sangre y dispuesto a observar como un ser,
como tú dices, con pensamientos, sentimientos y recuerdos, es borrado de la
existencia.
265
-Cuando acabe eso… ¿podemos poner a Cindy Lauper?- pide Laurie,
pero nadie le hace caso y Jason le calla la boca con un beso de lengua
profunda.
Freddy abre el reseco y amarillento volumen con euforia tal que casi lo
deshoja por completo. Él y Nancy se apretujan a la luz de su lámpara para
echar unos vistazos a las polvorientas páginas que componen el mítico libro de
cuentos.
-Dicen que todos los que lo han leído enloquecieron…- responde Nancy
sin quitar la mirada de las palabras de un cuento titulado Samhain.
266
-Y que Sullivan predijo cosas bien locochonas, como la Primera Guerra
Mundial y la Bomba Atómica.- añade Freddy.
-Veamos… qué más hay… ¡Oh! ¡Oh, vaya! ¡Mira esto, mi amor: The
Infinite Night of All Hallows Evening! ¡Este lugar es increíble! ¡Woha!
-No sé mucho de él. Sólo he oído que sirve para convocar la Noche de
Brujas Infinita.- Freddy abre el libro mientras Nancy deja el suyo y corre a
leer por encima del hombro de su novio -Veamos… ¿Hey, qué es esto? Es…
¿latín?
267
-Déjame ver.- pide Sidney y le echó un vistazo –No… es una especie de
pseudolatín…
-¿Puedes leerlo?
-Claro…- y empezó.
Et meretrix reperitur
sine anima per demittire
debet committere Canem Inferni
et esse puter in cadaverem.
268
Cuando Sidney termina de leer, los cuatro muchachos guardan un
silencio seco y frío. El aire pasa con un silbido espectral y la madera de la
vieja casa cruje y rechina.
-Mejor vamos con Jason y Laurie.- sugiere Ash –Antes de que llenen el
suelo con secreciones sexuales.
-¡Hey!- dice Feddy sin intentar contener una carcajada -¡No enfrente de
los niños!
-¡Regla número uno para sobrevivir a las películas de horror!- les grita
Freddy mientras Jason y Laurie salen de la casa llevando sus ropas en
montones para tapar sus desnudeces -¡No tengas sexo!
269
Cuando la efusiva pareja se ha marchado, los restantes cuatro se sientan
en círculo y se disponen a disfrutar de la música, la cerveza y la marihuana.
-Ya dijiste dos reglas para sobrevivir las películas de horror.- recapitula
Ash -¿Cuáles son la segunda y la tercera?
270
-Sí, me encantan. Un día quisiera llegar a ser como George Romero, o
Wes Craven, o John Carpenter, o Tobe Hooper, o Sam Raimi, o John Landis,
o Tom Savini…
271
moverse para evitar que estocada tras estocada de una hoz filosa abran su piel
y hagan borbotar su sangre. Laurie observa cómo una mano sujeta a su novio
del cuello, mientras la otra lo acuchilla con el ritmo extático de la hoz,
violadora de carnes e intestinos. No se le ocurre hacer otra cosa más que
gritar, pero como Jason no puede moverse, ni gemir, ni respirar bajo el filo
curveado, Laurie resuelve salir del coche y huir del lugar. Podría correr hacia
la cabaña, pero para no dejar pasar el cliché, en cambio huye hacia el campo.
Por el bosque otoñal, áspero y filoso, Laurie corre tan rápido como le
permiten sus pies descalzos. Las ramas puntiagudas le arrancan jirones de ropa
y dejan su piel a merced de la luna escarlata, pero Laurie no aminora la
velocidad de escape pues escucha los pasos firmes, pesados y lentos del
asesino que camina detrás de ella, cada vez más cercanos. Como era de
esperarse, Laurie tropieza con una raíz nudosa y cae de bruces al suelo. Al
incorporarse y mirar a su alrededor, se percata de estar en el huerto de
calabazas.
272
-No, no, no.- insiste Freddy –Las mejores películas de terror no son las
que muestran más sangre y muertos o monstruos feos… Es decir, no son las
que tienen sólo eso. Tampoco son las que asustan mucho al público con un
“buh” sorpresivo acompañado de música estridente. ¡Cualquier idiota puede
hacer eso! Las mejores películas de terror son las que te dejan con una idea en
la cabeza, una idea aterradora en la que te quedas pensando incluso después de
salir del cine…
273
-No sé.- responde Sidney perpleja –Laurie… ¿Jason te hizo esto?- pero
Laurie no contesta –Nancy, ayúdame a levantarla. Tenemos que revisar sus
heridas y ponerle ropa decente.
-S-sí. Vamos.
Se escucha un grito que proviene justo del lugar que Ash y Freddy hasta
hace medio segundo consideraban un refugio de los temores que rondan la
274
noche. Ambos muchachos vacilan unos segundos, pero Ash es el primero en
tomar la resolución de correr a toda prisa de vuelta a la cabaña. Freddy lo
sigue sólo un paso atrás, mas cuando llegan a la puerta la encuentran cerrada e
irreductible a todos sus esfuerzos. Adentro proliferan los gritos.
-¡Hay que derribar la puerta, Freddy! ¡A las tres! Una, dos… ¡tres!
275
acercamos a ella y de pronto despertó y nos atacó. Mordió a Nancy en el
dedo…
-¿Estás loco?- exclama Sidney -¡No sabes el trabajo que nos costó meter
a Laurie allí!
276
-¿Laurie?- llama Sidney, pero nadie responde; de abajo de la puerta sólo
llega silencio -¿Laurie?- repite su amiga y se acerca al escotillón.
-¡¡¡Freddy!!!- exclama Nancy y quiere correr hacia él, pero sus amigos,
tan aterrados como ella, pero menos perturbados, la sujetan de los brazos y la
arrastran fuera de la casa.
278
secas con cada paso y su hoz hace acrobacias entre sus manos, como si
saboreara el miedo en el aire.
La hoz de Jack O’Lantern entra por la ventana rota. Nancy y Ash gritan.
Sidney ordena –Vámonos, vámonos.- y todos se arrastran hasta el extremo
opuesto del auto y escapan por allí.
Los tres chicos rodean la casa hasta encontrar una puerta. Está cerrada.
Ash la empuja con todas sus fuerzas. No cede.
-¡Cuidado!- advierte Sidney; Ash había estado a punto de caer por una
trampa en el suelo.
280
Sidney, con lágrimas mugrientas que se mezclan con el sudor de su
cara, abre, casi de forma automática, la ventana y antes de que Jack O’Lantern
se aproxime, las dos jóvenes escapan de allí.
-Ya habrá tiempo para explicaciones. Vamos, hay una lancha de motor
amarrada en el muelle y creo que tiene combustible.
Los dos jóvenes caminan a toda prisa hasta toparse con Nancy, quien
después de haber encontrado a Jason había permanecido sentada junto al
muelle.
281
-¡Debemos llevarla!- ruge Sidney.
-¡No hay tiempo, vamos!- casi a rastras, Jason lleva a Sidney hasta la
lancha -¿Sabes manejar esta cosa?- le pregunta, pero ella, sobrecogida por los
horrores de esta noche de serie B, no puede reunir la cordura suficiente para
responder
Sidney levanta la mirada, abre los ojos de par en par y emite un alarido -
¡Jason, detrás de ti!
282
Ruge un motor de gasolina a y el brazo asesino cae cercenado al agua.
Jack O’Lantern se voltea y Ash, con una motosierra adherida en el muñón de
la mano perdida, le corta el otro brazo. Desarmado, Jack O’Lantern no puede
evitar que Ash, furioso, rebane también su cabeza vegetal. No contento con
haber desmembrado y decapitado al monstruo, Ash, en estado berserker
totalmente contrario a su naturaleza, se complace en reducir el cuerpo del
asesino a trozos diminutos e irreconocibles.
Una vez que su afán carnicero está satisfecho, Ash apaga el motor y se
ocupa de Sidney, la ayuda a salir del bote y le da un beso en la frente.
-No lo sé.- responde Ash –Pero mejor nos alejamos de este lugar.
-Vaya.- dice Ash, con una sonrisa –Me estoy volviendo bueno con esto.
–el joven se da el lujo de resoplar y dar un suspiro de alivio; con el brazo sano
283
atrae a su novia hacia sí y proclama triunfalmente bajo la luz del sol matutino
–Creo que ahora sí ya terminó todo.
-No lo sé…- dice Sidney, dubitativa –Siento que aún hay algo más
aquí.- Sidney otea en todas direcciones, –Siento una presencia… Algo muy
perverso y degenerado que nos observa…- se detiene, reflexiona… y entonces
te ve –Claro, eres tú, ¿no es cierto?- te impreca –¡Tú eres la causa de este
horror! ¡Maldito enfermo!
284
Volumen VI
285
EL HÁLITO DEL DESIERTO
Después de muchos años por fin pude hacer realidad el sueño de tener
mi propio negocio. Era un restaurante-bar familiar de mariscos, muy bonito,
con techo de palma, sillas de plástico y mesas de latón. Siempre había música
viva y mandé poner televisores para que mis clientes no se perdieran los
partidos de futbol. Yo mismo era el chef y disfrutaba mucho mi trabajo.
Construí el restaurante en la misma calle que mi casa, para poder estar cerca
de mi esposa y mis hijos mientras trabajaba.
286
-Quédense quietos.- dijo alguien y a la orden siguió una retahíla de
insultos.
-Al que se mueva me lo chingo.- dijo una voz seguida por una ráfaga de
disparos que hizo que el alma se me encogiera. El hombre de mi izquierda
estaba llorando. Alguien se rió a carcajadas.
-A ver, a ver. ¿Qué tenemos aquí?- se oyó una voz con autoridad.
-Éstos son los nuevos. Y ése de ahí es el pendejo que no pagó y fue con
los policías.
287
Asentimos. Debo admitir que sentí alivio: no me iban a matar. Ya había
escuchado que en otras ciudades los narcos hacían esto de levantar a las
personas por unas horas y luego dejarlas libres. Sólo debía esperar a que
acabara la pesadilla. El hombre del sombrero dio una orden y los demás
trajeron y asentaron frente a nosotros a un individuo regordete. Le habían
atado las manos detrás de la espalda con un alambre de púas y estaba cubierto
de moretones y cortadas.
-Este pinche culero no pagó y nos quiso acusar con la tira. Ahorita lo
vamos a usar de ejemplo, pa’ que vean lo que les va a pasar si no pagan.
Tuve que verlo todo. La mordaza del pobre hombre no alcanzó a cubrir
un grito de horror y agonía. La sangre salió con tanta fuerza que nos cubrió a
todos. “Ya que se muera”, suplicaba en mi mente. Pero no se moría. Entonces
la segueta llegó al hueso y pude escucharlo; juraría que podía hasta oler el
hueso siendo serruchado. El hombre a mi izquierda se vomitó y la mordaza
contuvo el vómito dentro de su boca. El narco terminó de serruchar, levantó la
cabeza del muerto para que todos la viéramos y luego la arrojó hacia mí. La
cabeza me golpeó con fuerza en el estómago para luego caer al suelo y rodar
por la arena. Luego me empujaron y quedé de nuevo tumbado boca abajo.
-Mira, a partir del próximo mes va a ser diferente. Aparte de los cinco
que ya nos das, nos vas a comprar diez mil de coca, así que ve juntando la lana
de una vez. Luego tú ve qué haces con la coca, si la tiras o la vendes. Lo que
decidas es muy tu pedo. Pero nos vas a estar comprando los diez mil cada
mes. La puedes vender al precio que quieras, puedes hasta recuperar tu lana y
ganar más. Por mí, puede vender la droga aquí en tu restaurante. Puedes
vender a todas horas, puedes vender a los morritos… la policía no te va a
molestar, eso te lo aseguramos nosotros. ¿Entendiste? Bien, nos vemos en un
mes.
290
No tuve más remedio que aceptar. Cuando volví a casa, le conté a mi
esposa. Después de un rato de temeroso silencio, dijo:
-Ajá. ¿Conque revoltoso, eh?- dijo el sargento, que hasta entonces había
sido muy amable, y me dio un cachazo en la frente con tanta fuerza que caí
sangrando al suelo.
291
que venían a catear mi casa. Ni caso tenía pedirles explicaciones, nada más
entraron y empezaron a revolverlo todo. Abrieron todas las gavetas y los
armarios y vaciaron todos los cajones. Manosearon a mi esposa y se llevaron
todas las alhajas y objetos de valor que pudieron cargar. Cuando se fueron mi
esposa se echó a llorar histérica en medio del tiradero que habían dejado.
-El próximo mes esos…- aquí cambió los gritos por susurros –Esos
tipos te van a dar los paquetes… ¿Qué vamos a hacer con estos cateos? Si no
nos matan los narcos, nos matan los soldados.
-Ya nos arreglaremos. No vale la pena vivir así… Nos iremos lo más
lejos posible. Tú tienes una prima que vive en Yucatán, ¿no?
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Me golpearon en las costillas y en los riñones, me amordazaron y
encapucharon y me amarraron las manos con un alambre. Durante las horas
que me tuvieron dando vueltas en su vehículo, me hicieron varias cortaduras
con algún filo delgado y me dieron choques eléctricos con un aparato que
nunca vi. Cuando el vehículo se detuvo, me arrojaron fuera de él y me dejaron
tirado boca arriba sobre la arena. Supe que estaba de nuevo en el desierto y
que iba a morir. Luego se dedicaron a darme de patadas. Nunca había sentido
un dolor tan fuerte como cuando se me rompieron las costillas.
Sentí el frío nocturno del desierto y cómo dio lugar a una brisa calurosa
cuando amaneció. Pronto el calor se volvió insoportable y el sol, incluso a
través de la capucha negra, me abrasaba la piel. Le pedía a Dios que me dejara
morir antes de que me serrucharan la garganta. Después de un rato escuché
llegar un vehículo que se detuvo muy cerca de mí.
Creí que estaba a punto de desmayarme, porque frente a mis ojos todo
se puso nublado, como si estuviera viendo a través de un cristal húmedo.
293
Luego pensé que debía ser el vaho del desierto. Pero vi que ese vapor invisible
tenía forma, una figura imposible de describir. Frente a mis ojos, esa nube de
distorsión rodeó al hombre del sombrero y lo levantó en el aire.
El narco pegó un chillido agudo cuando esa cosa le arrancó los dedos
uno por uno. La sangre salió a chorros y cubrió el aire como aerosol rojo.
Después de los dedos, el hombre del sombrero perdió los dientes y los ojos.
Con mucho esfuerzo me puse de pie. El resto de los presentes, narcos y
víctimas, miraban inmóviles la escena. Cuando el monstruo dejó caer el
cuerpo sin vida del hombre del sombrero, se fue sobre los otros tres. Uno de
ellos le disparó a la cosa transparente, pero las balas la atravesaron y en
cambio le dieron a uno de sus compañeros. El monstruo agarró al de la pistola
y lo estrujó y aplastó hasta convertirlo en una masa informe que chorreaba
líquidos marrones. El sicario que quedaba había echado a correr, pero esa cosa
lo alcanzó pronto. No me quedé para ver qué sucedía y corrí hacia el lado
contrario.
294
Pero nada pasó. Abrí los ojos y la distorsión seguía frente a mí. Era sólo
el hálito del desierto. Sentí una mano cálida en mi hombro y frente a mí
apareció un venerable rostro de bronce surcado por numerosas y sabias
arrugas. Era un viejo indio que me ayudó a levantarme y me llevó a su pueblo.
Al fin estaba a salvo.
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LA NOCHE INFINITA DE TODOS LOS SANTOS
Aquí, ahora.
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evidentemente estaba escribiendo algo cuando ocurrió
su deceso. Según Eloy Cáceres, colega de Bojórquez,
éste trabajaba desde hacía tiempo en la traducción
de un volumen conocido como The Infinite Night of
All Hallows Evening, título en extremo raro y
difícil de encontrar, y que el difunto había
adquirido un par de años atrás. El volumen en
cuestión no fue hallado en la vivienda del
académico.
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Dioses, ángeles, demonios, espíritus, fantasmas,
comprensión.
298
Y sin embargo, por azares de la evolución nos
299
dentro, que nunca supo describir, en esa misma casa donde las cosas siempre
cambian de lugar cuando no las miran y en la que, por alguna razón, el gato
tiene pavor de entrar a la cocina.
302
concebir que debían ser mejores que nosotros, más
Pero la idea era la misma: que los seres que dan orden
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primitivos para quienes el contacto con dioses y
304
Los libros prohibidos serán leídos en voz alta, se romperán las
barreras entre este mundo y la infinidad de mundos, la criatura creará y
se olvidará de su creador, y el hombre redescubrirá los pensamientos más
oscuros y caóticos del Demiurgo, del hacedor de universos, y los llamará
con júbilo a reconstruir la realidad a la imagen de su mente enferma.
Entonces las Blasfemias habrán triunfado y llegará la Noche Infinita de
Todos los Santos, una orgía de horror y dolor tan sublimes que será el
mayor placer que haya podido concebir la realidad para nuestra
mezquina y efímera especie, placer del que gozarán sólo los elegidos, los
llamados, éxtasis tan intenso que hará que el instante que existamos
justo antes de la aniquilación valga toda una eternidad.
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Logré provocarme la ceguera y la sordera.
en la soledad de mi mente.
306
Sales de la alcoba, caminas por el pasillo, pasas frente al cuarto de
mamá y escuchas la televisión encendida con las noticias matutinas, bajas la
escalera, atraviesas la sala de estar, llegas a la cocina y sales por la puerta que
da al jardín. Estás descalza y en pijama, pero el rocío del pasto en las plantas
de tus pies y el aire fresco de la mañana se sienten bien. Caminas por el jardín
y disfrutas tales sensaciones. Llegas al arbusto y te asomas detrás de él.
nos odian.
sentimiento y pensamiento.
308
Empiezas a llorar en silencio. Él se percata de tu presencia y te habla,
entrecortado y con gemidos, en un idioma que no conoces, pero que entiendes
a la perfección.
309
EL AMANECER DE LA MUERTE
El mundo, mañana
Lívidos, con los ojos blancos y vacíos, inundan las calles y edificios con
ansiosa lentitud. Torpes, ciegos y silenciosos, apenas emiten el susurro de un
gemido o un leve siseo, apenas se mueven más que para desplazarse y comer.
Devoran a los vivos, pero no se alimentan de ellos. No digieren. La carne que
se tragan se acumula en sus estómagos hasta que revientan y ellos siguen su
andar con vísceras propias y de extraños colgándoles de sus abdómenes
abiertos. Su sangre no se coagula, sino que chorrea libre como un líquido
inerte. Y ellos no se pudren. No, la putrefacción es señal y esperanza de nueva
vida, de carne muerta que seres microscópicos transforman en nutrientes que
vuelven a la tierra. Pero en ellos ya nada está vivo, las moscas no revolotean a
su alrededor, los gusanos no se crían en su carne, las bacterias no transforman
su ser. La hierba que pisan se marchita al instante, los árboles perecen a su
alrededor y las aves y las bestias caen muertas a la tierra seca y polvorienta. El
aire se torna frío, aunque hace semanas que ya no sopla el viento, y no aparece
una sola nube en el perpetuo crepúsculo.
Ahora están solos, padre, madre y un pequeño niño de un año que ella
lleva en brazos. Son una joven pareja que apenas dos años antes habían
iniciado una vida pródiga en promesas de dicha futura. Todo pasó muy rápido.
Han estado huyendo de un lado al otro de la ciudad durante días enteros. Han
visto a la gente morir y han visto a los muertos levantarse y caminar
hambrientos. Leyeron los primeros diarios que anunciaron el comienzo de la
plaga y presenciaron los intentos de contención y cuarentena. Atestiguaron
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cómo sus familiares, amigos y vecinos se contagiaban uno a uno. Observaron
con incredulidad cómo el número de los vivos era sobrepasado por el de los
muertos. Y ahora, en un atardecer rojizo de otoño, buscan un nuevo refugio.
El hombre opina que podría ser buena idea refugiarse allí; podría haber
alimentos, agua, municiones, herramientas, medicinas. Los vidrios son
antibalas, y dentro habrá toda clase de cosas para hacer barricadas. El
problema será entrar. Al recorrer con la vista la fachada del edificio en busca
de un acceso, ve un grupo de tres muertos que caminan desgarbados hacia él.
Podría dispararles (se ha vuelto bueno con el arma) pero el ruido atraería a
más de ellos. En cambio, corre hasta darles alcance y, tomando ventaja de la
lentitud con que ellos se mueven, logra destrozar sus cabezas a culatazos.
-Por favor, señor, tiene todo el lugar para usted. Nosotros sólo somos
tres…
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piso, desde donde a través de un inmenso ventanal se puede dominar gran
parte de los alrededores. Y lo que la familia ve desde allí es cada calle, cada
azotea, cada patio, cada jardín, plagado de muertos.
Tras unos segundos alza la mirada y la deja fija en los ojos de su esposa,
que se vuelven más serenos y comprensivos. Él ni siquiera lo ve venir cuando
ella mete su dedo en la boca del niño y éste le da fuerte mordisco que destroza
su carne y derrama su sangre.
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El padre con las pocas fuerzas que le quedan, emite un grito inarticulado
de furia, dolor y derrota, pero ella, sin más temor, sin más dolor, le mira con
determinación y posa en su hombro una mano.
Él, furioso, aparta esa mano con violencia y de un salto se pone de pie.
Toma el rifle, apunta al niño muerto y a la mujer condenada… amartilla…
pero no dispara. Con lentitud deja caer el arma. Dirige una mirada triste,
perdida, a su familia.
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