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Los autores del siglo XX se caracterizaron por revivir las cosmogonías y mitos
de la antigüedad, ya Karen Armstrong nos dice: que “los pintores, escritores –
incluyéndose en esta categoría: narradores, poetas y novelistas- los que entraron en el
vacío que se había creado – el dominio del logos- intentaron volver a familiarizarnos
con la sabiduría mitológica del pasado (Historia, Armstrong 136). Así como Campbell
convendría, de igual modo, a dar una significación de la mano de Jung a los arquetipos,
imágenes del inconsciente colectivo, que el individuo lleva implícito y que a grandes
rasgos la literatura del siglo mencionado expone.
En las primeras líneas: “Él – porque no cabía duda sobre su sexo, aunque la
moda de la época contribuyera a disfrazarlo- estaba acometiendo la cabeza de un moro
que pendía de las vigas.” (Orlando, Woolf 11), la autora nos está anticipando una de las
características cruciales de este personaje, ya poeta en potencia, ya noble con una
belleza exquisita; aparte de un interesante intertexto de La gesta de Roldan – Orlando,
Roldán. Descubrimos de esta manera un ser disidente en la concepción masculina
heterosexual del siglo XVI.
La descripción física del personaje nos remite de nuevo a una imagen menos
masculina:
Podría decirse que Orlando es sólo una parte del anima, ya que como es bien
sabido, ésta se basa en un concepto mitológico, es decir, no racional; y es la
representación de la femineidad, en otras palabras: la Gran Diosa del paleolítico, la
Diosa Madre, la Señora de las Bestias, Deméter, Innana, Venus, María etc. El ánima
está ligada tanto al bien como al mal: “Es la serpiente en el Paraíso del hombre
inofensivo, lleno de buenos propósitos y buenas intenciones.” (Ibíd. 34). Orlando
representa ese aspecto positivo del anima, aquel pensamiento etéreo que circunda en
una ciudad dominada por un pensamiento aristocrático; muchas veces, a lo largo de toda
la novela pareciese que Orlando se encuentra por encima de los hombres, de los
mortales, Orlando-hombre se asemeja un masculino de Helena de Troya, sin las
desgracias que trae su belleza a si misma.
Una vez transformado Orlando –después de vivir más de un siglo – se gesta una
pregunta fundamental en la novela: ¿por qué la transformación? La novela toma un giro
inesperado, se podría decir, pese a que el lector ya está familiarizado con la imagen
femenina de Orlando, que se concreta otro aspecto más, si bien la imagen del anima en
el personaje que expliqué en anteriores párrafos nos muestra un lado psíquico-femenino
más cercano en el Orlando varón, este pasaje abre una nueva brecha para la exploración
de esa parte espiritualmente mítica de su ser: el mito del andrógino.
Jung nos dice que una de las características del inconsciente es “la tendencia a
relativizar los opuestos” (Arquetipos, Jung 43) y la antonimia en la discriminación del
humano es parte del consciente que “organiza” esta ideas. Estos conceptos surgen a
partir de un interesante juego con las principales cosmogonías, sobre todo orientales, de
las religiones y que, imbrican la imagen del andrógino.
El andrógino en Orlando
“Pero si había dormido, ¿de qué naturaleza- son los sueños como ése?¿Son
medidas reparadoras…” (Orlando 59) se pregunta el narrador tras observar el
decaimiento de Orlando quien posteriormente se entrega a una vida llena de soledad y
desamor. Éste sufrimiento lo conduce a Jerusalén donde años más tarde padece de
nuevo este trance y es cuando sufre su transformación femenina. Orlando cambió
físicamente, tuvo una experiencia onírica de luz mística, tal vez y es prueba del mito de
la luz, según la filosofía mística hindú de las Upanishads, “el hombre toma
conocimiento del ser mediante una experiencia de luz sobrenatural” (Andrógino, Eliade
27). Esta metamorfosis es un cambio que lo acerca más al conocimiento del ser, de la
luz mediante una imagen física femenina, una imagen más natural y mítica.
Aristófanes en Orlando
Es por demás interesante la visión platónica del amor de Orlando, como sabemos
Platón explica sus ideas y concepción del amor en su simposio: El banquete y nos
explica una cosmogonía que se adapta en buena manera a Orlando.
Conclusión
Una vez explicado la concepción jungiana a través del análisis del anima en el
personaje de Orlando, hay que tener en cuenta que la novela sirve como un factor
culminante para la literatura universal; rescata, aparte, una mitología que los autores del
siglo XVII e inicios del XIX habían olvidado, el mito del andrógino.
De cierta manera retoma este mito y lo reivindica, ya Eliade nos habla de dos
obras clásicas del siglo XIX, sea el Fausto de Goethe con la fusión del bien y del mal
mediante Mefistófeles: “Para dar mayor validez a su tesis, Woolf invoca a la autoridad
de Coleridge, quien, siguiendo la línea de pensamiento de los románticos alemanes,
sugirió que las grandes inteligencias eran andróginas” (Andrógino, Cruzalegi 48)¸ sea
Serafita de Balzac: “el andrógino considerado como la imagen ejemplar del hombre
perfecto” (Andrógino, Eliade 96), en donde el autor francés también abarca el amor
desde distintas perspectivas y es donde Orlando, considero, sigue esta tradición.
Orlando es, pues, una especie de homeostasis o equilibrio alquímico, entre mente y
alma, espíritu y cuerpo, mythos y logos.
Bibliografía