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ANTES DEL JUICIO: Una introducción para una campaña

en la Segunda Edad.
© Articulo original por Pete Clark (colegio universitario de Oxford, Inglaterra. OX1 4BH) (1994). Publicado por primera
vez en la revista Miruvor.
© Traducción al castellano por Ramón Boix “Khamul” (Marzo de 2004).

Es el año 2217 de la Segunda Edad. En Númenor, el rey Tar-Atanamir, una vez el más fuerte de su linaje, esta cayendo
lentamente en la chochera y la senectud mientras se aferra a la vida. Las repercusiones son inevitables: en Númenor, en el
oeste de la Tierra Media y en las distantes tierras de Rhûn y Harad de las que solo oscuros rumores llegan por sobre el mar
hasta el Oeste. Las Guerras de las Joyas pasaron hace mucho. La Guerra de los Anillos tambien ha quedado atrás con la
gran derrota de Sauron y su expulsión de Eriador al filo del siglo dieciocho, pero ¿realmente ha quedado atrás? ¿Quién
defenderá y quien traicionará los principios de paz y justicia en un mundo que cambia?

– ¡Pero tenemos que detener a ese hombre! ¡Traerle a Númenor y sentarle ante el Consejo! Le daremos una lección, no
importa cuan poderoso sea en esas junglas o lo-que-quiera-que-sean – el Señor Erildar con el rostro rojo agito su mano
llena de anillos apuntando a la Tierra Media separada de Armenelos por las oscuras aguas del Gran Mar –. Ese
presuntuoso insolente no puede limitarse a ignorar al Gabinete del Rey.
Berenor maldijo en su interior. El Consejero de Forostar no era un politico dedicado y obviamente no tenía la menor idea
de las implicaciones legales del caso. El que su señor involucrara a Erildal en aquella fase era temerario y él había
aconsejado lo contrario. Se puso frente a Silmarion, el declinante Señor de Andunië, quien se sentó en su sillón de
terciopelo.
– Ese es el problema, Erildar – dijo con calma –. ¿Cómo conseguimos que el Gabinete le convoque? Sería decisión del
Senescal y fue este quien le dio el cargo a nuestro hombre al principio. ¿Cómo vamos a... persuadir a nuestro honrado
amigo para que admita que cometió un error?
– ¡Denunciale ante el Consejo, Andunië! Pronto le tendremos fuera de la oficina. Si nombró a un sujeto como este, el
idiota debe ser apartado de su cargo o destituido – Erildar estaba furioso al ver los informes procedentes de Harad y
Berenor conocía lo bastante la reputación de aquel hombre como para saber que no dejaría estar el asunto.
Silmarion miró a Berenor y el abogado intento relajar sus propios nervios.
– Mi Señor, – dijo a Erildar tan serenamente como le fue posible – La posición legal del Señor Gobernador Herucarnë es
todavia objeto de duda. Las noticias que el Señor Silmarion ha recibido de la Tierra Media son penosos, es cierto, pero
como los que aportaron la información no pueden ser presentados con seguridad ante el Consejo, hay pocas pruebas
contra el gobernador capaces de sostenerse en la Corte Real.
El señor Erildar resopló y se rascó su ancha barbilla.
– No hay... maldición. Así pues, ¿vamos a permitir a este truhan salir limpio de su bandidaje y exterminio de los nativos
y el asesinato del pobre Elendir...?
– Eso no ha sido demostrado, Señor Erildar – interrumpió Berenor a la desesperada –. Las noticias sobre su muerte son
sospechosas, pero el Señor Herucarnë ha informado de su presencia en su propio puerto de Carnalondë. Y los haradrim no
son ciudadanos de Numenor y por tanto... – calló cuando Erildal centró toda su atención en él.
Berenor maldijo de nuevo, pero Silmarion le salvo de una replica.
– Vamos a movernos, Erildar, pero no en público. No todavia. El Senescal es la clave. Es un hombre de Edrathor, por lo
que el Primer Heraldo querrá verle fuera de su oficina. Pero recuerda los movimientos de metal precioso. Creo que
nuestro noble amigo esta siendo generosamente pagado por Herucarnë a cambio de sus servicios a traves, quizás, de varias
asociaciones diferentes. Si conseguimos demostrar eso, podremos sacarle, sin que importe lo que el Primer Señor Edrathor
pueda decir. Pero no podemos movernos demasiado rapido. Los tiempos han cambiado, amigo mio – el Señor de Andunië
se interrumpió y miró por la ventana de su casa en la ciudad. Las calles de Armenelos estaban atestadas por una multitud,
como cada tarde. Lejos, por encima de los tejados de las agujas doradas del palacio y el resto de edificios del gobierno, se
elevaba la sombra distante del Meneltarma.
– Como siempre. ¿Qué hace el Rey acerca de esto? – dijo pasando el tono de su voz de gruñón a sombrío – Hubo un
tiempo hace no demasiado en el que él mismo hubiera llegado hasta el fondo de esto sin importar quién pagaba a tal
ministro o era amigo de cual otro. Siempre quería saber lo que estaba pasando, el Rey ¿Y qué hace ahora? – el
terrateniente sacudió la cabeza con su especho mostacho enfatizando el movimiento – Se sostiene Silmarion. El Rey va a
tener cuatrocientos diecisiete años al llegar al invierno, que es mucho más de lo que muchos de sus ancestros llegaron a
ver. Debería irse ahora o por lo menos pasar el cetro. No ha podido concentrarse durante años y su mente se deteriora.
Pronto se irá quiera o no.
De pronto, Berenor encontró la compañía del Consejero incluso más incomoda. Sugerir al rey que pasara su cetro ¡o que
acabara con su vida! Aquello era traición y las severas represalias que Tar-Atanamir había puesto en practica en sus días
de vigor habían quedado bajo el control de otros.
– El Heredero no es mejo, amigo mio – dijo Silmarion –. No piensa más que en su tesoro y en como aumentarlo sin tener
que esforzarse. Esta época es para los que son como Edrathor, Imrazón y ahora este Herucarnë... A no ser que podamos
detenerles.
– Ese sería como escupirle a Edrathor a la cara – dijo Erildar cojiendo su copa – ¿Te quedarás a cenar, Andunië?
Cuando Erildar abandonó la habitación, Silmarion se quedó un momento para hablar en privado con su abogado.
– Es un contacto util, Berenor. Fue muy caro a Atanamir en el pasado, pero no es un Hombre del Rey. Puede que le
necesitemos cuando esto llegue ante el Consejo.
– Mi Señor, si llegara a mencionar esto a algun miembro del partido de Edrathor...
El Señor de Andunië le miró desde su asiento. Berenor vió con claridad su avanzada edad y su cansancio.
– Necesitaremos su apoyo ahora. Tiene amigos en la Compañía de Elenion y le vigilaran menos que a nuestros
mercantes. Quiero llevar a más gente a Vinyalondë antes del fin de año. Este será un caso largo, Berenor, pero llevaremos
a ese hombre ante el Consejo.
Berenor hizo una reverencia y se envolvió en su capa. Cuando volveremos a casa, pensó. Pero como bien sabía, las
Tierras del Oeste estaban y ambos tenían más cosas que hacer en Armenelos.
– Visitaré la biblioteca de la Academia mientras estemos aquí. Sin embargo, las pruebas serán la clave. Si vamos a llevar
al Gobernador a juicio, tendrá que haber pruebas. Testigos. Enviaremos más agentes a la Tierra Media y pediremos
consejo ¡Tengo más amigos en Eriador que mis capitanes y proveedores de grano! Harad es la llave y recuerde los
rumores: hay problemas más allá del mar de Rhûn. No podeís sospechar que...
– Sospecho de las mismas sombras, Berenor. Soy viejo y temeroso y tú eres joven y ajeno a la paranoia. ¡Vete ya y
aprovecha tu ingenuidad de juventud! – dijo Silmarion con una sonrisa que ablandó sus orgullosas facciones.
El abogado se inclinó y salió con una pequeña sonrisa. Pero al mirar atrás, la risa se había ido de la cara del viejo
aristocrata y había dolor en la mirada posada en el baile del fuego en la chimenea.
El abogado regresó a su vivienda atravesando las calles congestionadas. Estaba hambriento y hubiera deseado que
Erildar hubiese sido un anfitrión más generoso. Habría tiempo de comer antes de una noche en la biblioteca.
El traqueteo del carruaje de un noble le adelantó y mirando la carroza vió el emblema del Señor Imrazôn, el mismisimo
Primer Heraldo. Su corazón estuvo a punto de detenerse al pensar que quizás tendría que enfrentarse a aquel hombre en la
Sala del Cetro antes de muchos meses ¡Él no era un letrado de la Corte Real! Sin embargo, el Señor Silmarion había sido
renuente a contratar a un representante legal en Armenelos, por lo que su consejero legal y magistrado auxiliar se había
visto arrastrado lejos de sus propiedades en Andunië y puesto al frente de un caso de importancia nacional.
La vida en Andunië era buena para un hombre joven sin grandes ambiciones. El Señor y su casa eran generosos, disponía
de una buena vivienda, la posibilidad de una familia en unos pocos años y, sobre todo, los Eldar. Venían poco a Numenor
en aquellos tiempos y sobre todo a visitar a los señores del oeste ¡Un pueblo maravilloso! Recordaba las claras voces y las
danzas de los trovadores elficos y las grandes historias de Beleriand y Valinor.
Las fincas campestres y las montañas coronadas de brezo de Andustar estaban lejos del zumbido continuo y la agitación
de Mittalmar, de Armenelos y Rómenna. Las grandes flotas, los dominios y las colonias, el comercio, los crecientes
problemas administrativos parecían requerir cada año más y más gentes y más y más oficinas. La ciudad crecía...
“progresaba” decían los locales.
Pero estaba frente a un problema que requería algo más que administración. Berenor nunca había dejado Yôzâyan, pero
las historias de los bosques y montañas de la Tierra Media, las bellas imágenes de los reinos élficos y las mansiones de los
enanos le eran muy queridas. El pensar en que aquel hombre y su codicia estaban extendiendo la guerra y el asesinato en
aquellas tierras distantes le dejaba un sabor amargo en la boca ¿Pero que podía hacer un pequeño hombre como él?
Recordaba el trueno de los cascos de Rochallor y el brillo de Ringil, en las hermosas notas de la canción elfica que
narraba el galope de Fingolfin hasta las puertas de Angband. Sin embargo, aquellos días habían quedado atrás.
Ensimismado en sus pensamientos quedó sorprendido al oir que le llamaban.
– ¡Berenor! ¿Eres tú realmente?
El que le saludaba era un hombre alto y delgado, como de su misma edad y ricamente vestido con un grasiento pelo netro
que le llegaba hasta los hombros. Su cara le resultaba familiar, pero el abogado necesito unos momentos para recordar el
nombre.
– ¿Valandur? – preguntó con duda en su voz.
Durante un momento, la agradable sonrisa se convirtió en una mueca.
– Aquello solo era un mote. Puedes llamarme Harekthor – dijo ignorando el incomodo trance – Es raro verte en la
ciudad.
– Si. Solo estoy aquí unos días en asunto de negocios – respondió el abogado extrañado ante el comportamiento de su
interlocutor.
– El campo no es lugar para un hombre como tu. Mira, tienes que venir conmigo esta noche a cenar. Tenemos mucho de
lo que hablar – dijo Harekthor sacudiendo la cabeza con una sonrisa irónica en la cara y un tono de voz tan agradable que
a Berenor le resultó dificil negarse.
– Harekthor... hazte cargo. Tengo que visitar la Universidad. Hay algunos textos que necesito estudiar hoy.
– Perfectamente. Simplemente ven más tarde, en torno a la puesta de sol. Aquí esta la dirección – dijo tendiendo a
Berenor una carta que el abogado creía haber visto ya antes en la mano de Harekthor.
– ¿Es la dirección de tu casa? – preguntó Berenor tras ojear la carta.
– ¡No! – rió el otro hombre –. Es la casa de un amigo mio. ¡Estará encantado de conocerte! No tardes.
Los dos se dieron un apretón de manos y Harekthor se alejó abriendose paso entre la muchedumbre.
Mientras se dirigía hacia la academia con su portarrollos bajo el brazo, Berenor intento recordar si alguna vez había
dicho algo más que “Buenos días” a Valandur en todos sus años juntos en la Escuela Real de Derecho. Al final, se encogió
de hombros. Las costumbres de la ciudad siempre le habían parecido un poco extrañas.
Los estatutos que regulaban el establecimiento de los Dominios y Protectorados en la Tierra Media eran tan poco claros
como había estado al alcance de los redactores, a pesar del formulado aparentemente estricto. Las colonias pertenecían al
Rey y los propietarios numenoreanos o nativos eran sus arrendatarios; podían tener que responder ante el Senescal de las
Propiedades Reales al igual que cualquier otro terrateniente. Pero el Gobernador ejercía la autoridad del Senescal al otro
lado del mar y había poco que se pudiera hacer para destituir a un Gobernador que ademas era el mayor arrendatario de la
colonia.
Aquello era un abuso de los estatutos que se remontaba hasta el Senescal. Pero el Senescal era nombrado por el Rey y el
actual titular del cargo era el protegido del Primer Señor del Consejo. Berenor sacudió la cabeza. Aquel era un asunto
espinoso y hubiera deseado que el Señor Silmarion hubiera encontrado un representante más agudo que él para
solucionarlo.
Devolvió el tomo a su estante y reunió sus papeles. Al volver a recorrer los corredores de la biblioteca sintió una cierta
nostalgia por sus años de estudiante. Andó silenciosamente a lo largo de una fila de estantes hasta llegar a una habitación
en la que había pasado gran parte de su juventud. El pupitre estaba todavia allí, pero cuando comprobó las estanterias vió
que los arrugados rollos de las baladas de Beleriand habían desaparecido. En su lugar estaban gruesos tomos
encuadernados en cuero de filosofía numenoreana selecta con sus titulos escritos en adunaico.
Berenor suspiro y se dio la vuelta. Por un instante, creyó haber visto con el rabillo del ojo a un rostro envuelto en
sombras que desde el otro lado de las filas de libros le vigilaba. En ese momento, el estudiante (o tal vez un bibliotecario
con exceso de celo) se fue en silencio.
La casa que Harekthor le había indicado estaba en una impresionante terraza de viviendas de lujo al sur del distrito real.
Allí no había gente con la caida de la noche y recorrió la amplia calle zigazgueando en torno a las columnas de marmol
que la flanqueaban, solo. Sobre los tejados vislumbró el pinaculo más alto de la Sala del Cetro y se estremeció. La Sala le
acechaba como una promesa de perdición, a la espera del día en que se enfrentaría a los defensores del Primer Señor
frente al Consejo completo.
Finalmente dio con el edificio. Un siervo abrió la puerta y le llevo a un pasillo decorado con maderas nobles traidas de
los bosques de Harad. El servidor era de la Tierra Media, pero no haradrim, aunque los hombres negros eran llevados a
Numenor para servir en algunas prosperas propiedades. Era un hombre nervudo con pelo negro recogido en una coleta y
algo extraño en sus rasgos. Berenor pensó que debía ser un habitante de las tierras más occidentales. Su adunaico tan solo
tenía un ligero acento.
– Si el señor fuera tan amable de seguirme. La cena ya ha sido servida.
Harekthor estaba cenando con un grupo de hombres y mujeres que fueron presentados a Berenor en cuanto el abogado
entro en la habitación. Los nombres se fueron con la misma rapidez con la que habían llegado, pero la mayor parte
parecían ser bien miembros de alguna de las compañias comerciales de Rómenna o burocratas de rango medio
procedentes de las oficinas del Heraldo y el Senescal. El dueño de la casa era un hombre de porte grave llamado Hador
que había teñido su pelo a un tono más cercano al blanco que al dorado. Varios de los hombres llevaban collares que
delataban su pertenencia al Gremio de Aventureros y uno de los mercaderes mostraba una insignia que señalaba su alto
rango dentro de su asociación.
La comida era abundante, sabrosa y bien preparada. Berenor comió bien y habló un poco con Harekthor y una atractiva
joven sentada enfrente de él. Se estaba divirtiendo con Harekthor y las historias que contaba de la Escuela. Estaba siendo
una noche mucho más agradable que la que hubiera podido pasar solo en su alojamiento.
Entonces sus compañeros se quedaron callados y se dio cuenta de que estaban escuchando a un joven que estaba sentado
más allá de Harekthor.
– Imrazôn tiene razón en los principios – decía en tono pagado de si mismo – No se puede poner en duda. El equilibrio
de poder es la clave. Nuestros intereses no se verán comprometidos mientras nos aseguremos de que ningún poder se
vuelve hegemónico en la Tierra Media. Pero su interpretación de este principio es erronea. Gravemente erronea.
Berenor se echó hacia delante para ver al orador. Estaba vestido con seda negra y era delgado, con rasgos afilados.
Marcaba sus argumentos con pequeños golpes en su palma y apoyaba sus codos en la mesa, cuando siguió hablando
tranquilamente después de mirar de reojo en dirección al sorprendido Berenor.
– Apoyar a los enanos es un claro error ¿Quién es más poderoso que el rey de Khazad-dûm? Y su dominio esta
peligrosamente cerca de Tharbad y Vinyalondë. Podría cortar nuestros suministros de cereal si se le antojara expandirse.
En estos momentos, hay una crisis cociendose en Cercano Harad. Si los principes de allí se vuelven hostiles,
necesitaremos un aliado en el norte. Y ese aliado debe ser Belkhan y Rhûn o Mordor.
– Creo que Lindon todavía es un aliado viable – dijo la joven sentada frente a Berenor –. Los elfos tienen razones para
estarnos agradecidos y no hay peligro de que se vuelvan demasiado poderosos ¿Qué opinas tú, Berenor?
Después de que varios comensales dejaran de reirse ante el último comentario, Berenor sentía como si la mayoría de los
presentes le estuvieran mirando. Con nerviosismo se aclaró la garganta.
– Siempre debemos pensar en sus intenciones – dijo con diplomacia e intentando aparentar la confianza de los otros
oradores. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Qué Ereinion Gil-galad era el legitimo Alto Rey en la Tierra Media? ¿Qué Sauron
de Mordor era un demonio? –. Mordor ha demostrado ser traicionero en el pasado – dijo al final.
– Pero sus intereses estan claros – respondió el hombre de negro y rostro afilado mirandole fijamente –. Lindon se
volverá contra los enanos en cualquier caso. Son enemigos naturales. Pero Mordor podría llegar a aliarse con ellos si no
ofrecemos a Mordor lo suficiente para que se ponga en contra de Khazad-dûm y los principes del Cercano Harad.
– Podría haber problemas, en efecto – dijo el abogado con un gesto en el que reconocía que no tenía las ganas o la
paciencia para discutir el tema.
El hombre se volvio para responder otra pregunta. Berenor se relajo y tomó un trago de vino, pero la mujer en el otro
extremo de la mesa le miró antes de decir.
– Esa frase del Señor de Andunië sirve para salir de un apuro
– Es un hombre muy sabio – respondió el abogado olvidandose de la precaución.
– ¿Cómo es la vida en Andunië? – preguntó Harekthor a lo que Berenor empezó a responder con un relato de las colinas
y los bosques que quedaban en el oeste entre sorbo y sorbo. No se dio cuenta hasta más tarde que había sido arrastrado a
terreno peligroso.
– Hay problemas en Harad – estaba diciendo antes de darse cuenta de la situación y callar.
– ¡Oh! ¿Otra vez los nativos estan causando problemas? – pregunto la mujer.
– No, los nativos no – respondió el y tras un momento de silencio continuó – ¿Acaso no provocamos a los haradrim?
Nuestros señores y gobernadores subyugan cada vez más regiones de la Tierra Media. No solamente los viejos puertos,
sino tambien nuevas plantaciones y nuevos esclavos para que trabajen en ellas.
– Necesitamos comida – respondió la mujer con un encogimiento de hombros.
– Y no son esclavos – añadió Harekthor.
– Vinyalondë y Eriador proporcionan suficiente comida para alimentarnos – respondió Berenor negando con la cabeza.
– De momento – intervino la voz del hombre de negro que de nuevo miraba a Berenor – Pero somos vulnerables
mientras no controlemos parte suficiente de la Tierra Media para estar a salvo. Lindon o Moria o Mordor podrían destruir
las granjas de Eriador. Y si nos privan de nuestras fuentes de madera, los barcos de Endor podrían amenazar Yôzâyan.
– Y hay más cosas que comida y madera – saltó de improviso el mercader Hador –. ¿Qué hay de las especias que llegan
de Rhûn? ¿Qué vamos a hacer con la plata del norte y el oro del sur? ¿Qué de las maderas nobles y la fina piedra para
nuestras tumbas? Necesitamos controlar Harad, además de Eriador y nada debería detenernos frente a la mayor de las
aventuras – dijo señalando con gesto dramático hacia el este –. El lejano Rhûn y las tierras de los Sioni. Si pudieramos
controlar la fuente y comerciar por mar nadie podría amenazarnos – terminó con un sonoro puñetazo en la mesa.
El hombre de negro miró a Hador con enfado ¿Por qué? Berenor era incapaz de pensar con claridad. Se llevó de nuevo
su copa a los labios, mientras la conversación se reanudaba a su alrededor.
– Estos mercaderes se excitan demasiado ante la posibilidad de hacer riquezas, ¿no te parece? – dijo la mujer joven
mirandole con simpatia –. Pero debe haber limites. Ese Señor Gobernador, por ejemplo, ¿qué van a hacer con él?
– No lo se. Sin más pruebas no puede ser convocado. Ni se puede presionar al Senescal. O al Primer Señor – dijo el
abogado tomando un trago de vino de su copa –. Creo que mi Señor sabe más de lo que me cuenta. Tiene un plan... enviar
a la Tierra Media, acudir a amigos en Vinyalondë... Lindon... El único modo – murmuró antes de poner los brazos sobre la
mesa y apoyar la cabeza entre ellos.
El resto de los invitados estaban bebiendo y comiendo y no se dieron cuenta, pero el bello rostro de la mujer se llenó de
furia.
– ¿A quién va a enviar Silmarion? – preguntó suavemente frotando la frente de Berenor, sin conseguir que el abogado se
moviera.
Los ojos de ella se encontraron con los del hombre de rasgos afilados y camisa negra y, a continuación, con los de
Harekthor.
– Llevale a su casa. Todavia no debe sufrir daño alguno. Vete a Rómenna e informa – susurró ella en medio del ruido de
jarana.
– ¿Ahora? – protestó Harekthor, quien miro hacia cierto hombre. Un hombre vestido de azul y sentado en otro extremo
de la mesa. Al sentir la fría mirada del hombre clavarse en su ser, Harekthor aparto enseguida la mirada.
– Por supuesto – dijo antes de ir a por el criado.
El hombre de azul miró a Berenor, sin expresión alguna en su rostro. Jugaba con un sencillo anillo de oro que colgaba de
una fina cadena alrededor de su muñeca y que no se puso en el dedo.

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