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Falsos seguidores

Hoy en día es muy fácil ser un seguidor. Pueden seguir a sus estrellas favoritas
en Twitter, y estar siempre al tanto de sus reflexiones más recientes. Puedes
seguir a sus amigos en Facebook, y recibirás un aviso cada vez que algo
importante les sucede. Los famosos calculan su influencia en base al número
de seguidores que tienen.

Sospecho que muchas personas siguen a Jesús de la misma manera en que


siguen a sus estrellas favoritas. De vez en cuando leen algún pensamiento suyo,
y si les cae bien, hasta lo ponen en práctica. Esporádicamente van a eventos
especiales donde se habla de él, y se refieren a él como su Señor Jesús. ¿Será
ésta la clase de seguidor que Jesús busca?

La semana pasada, hablamos acerca de los falsos profetas que nos tratan de
engañar con sus enseñanzas peligrosas. Jesús nos dice que, así como hay
falsos profetas, también hay falsos seguidores. ¿Por qué nos dirá
esto? Seguramente nos lo dice para que tratemos de determinar cuáles de
nuestros hermanos de la iglesia son verdaderos creyentes y cuáles no,
¿verdad?

En realidad, Jesús nos lo dice para que podamos preguntarnos si nosotros


somos verdaderos seguidores suyos. Él no quiere que perdamos la oportunidad
de estar con Él para siempre, ni desea que seamos engañados. Por eso, nos
advierte para que nos examinemos a nosotros mismos.
Con esto en mente, leamos sus palabras en Mateo 7:21-23.

“21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino
el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
7:22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros?
7:23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de
maldad”.

Estas palabras de Jesús suponen dos realidades.


1. La primera de ellas es que habrá un día de juicio. Cuando él habla
de aquel día, se refiere al día en que todos tendremos que comparecer
delante de Dios y responder por nuestras acciones. Habrá un día de juicio
para toda la humanidad.

¿Alguna vez han tenido que ir a corte? en alguna ocasión me toco estar en
la corte. La presencia del juez siempre me pone un poco nervioso. Si los cargos
son elevados, una simple decisión suya podría mandar al acusado a la cárcel
por años.
Si un juez humano nos da temor, ¡cuánto más un juez divino! Al juez humano
le podemos ocultar la verdad, pero a Dios no. Es más, todos somos culpables
ante él. La Biblia declara que todos han pecado. No hay justo, ni aun
uno. En el día del juicio, la justicia será perfecta y completa. Es más, ya
podemos saber cuál será la sentencia. La Biblia declara que la paga del
pecado es la muerte. Por ende, si somos juzgados en base a lo que hemos
hecho, todos recibiremos condena de muerte.

2. La segunda realidad es que Jesús es el que determinará nuestro


destino en ese día. No todo el que me dice, declara Jesús. Él es quien
decide dónde pasamos la eternidad. En Juan 5:22, él declara: Porque el
Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo. Cuando estemos
delante del juez en aquel día del juicio final, el rostro que veremos es el de
Jesús.

Jesús nos dice claramente que, en ese día, habrá varias cosas que no serán
suficientes para ser librados del castigo.
a. No será suficiente simplemente llamarle “Señor”. No todo el que me
dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos. Reconocer a
Jesús como nuestro Señor es el camino a la salvación, pero no
puede ser simplemente de boca. Tiene que representar un
compromiso real.
Jesús contó una historia sobre dos hijos. Su padre les pidió a los dos que
salieran a trabajar en sus tierras. El primer hijo respondió: Ya voy, papá. Sin
embargo, no fue. Seguramente en ese momento salía la novela que le gustaba
ver, o varios de sus amigos se metieron en línea y él se puso a jugar un
videojuego. En fin, no fue a trabajar. El otro muchacho, medio gruñón, le dijo
a su papá: No quiero ir. Al rato, sin embargo, se arrepintió y se fue a
trabajar. Jesús nos hace la pregunta: ¿Cuál de los dos obedeció a su
padre? Las acciones demuestran la realidad del corazón. Si decimos que
Jesús es nuestro Señor, tiene que haber en nuestro corazón también el
firme compromiso de obedecerle.

Nuestra obediencia no siempre será perfecta. Habrá momentos de tropiezo,


pecados para confesar y perdón que recibiremos del Señor. Pero si no
tenemos ningún compromiso de obediencia, si no hacemos ningún
sacrificio por el Señor, si no nos sentimos mal cuando le fallamos, algo no
está bien. Debemos examinarnos para ver si tenemos una fe real, o sólo
aparentamos.

Quizás hayamos hecho una oración hace años para aceptar a Cristo. Fueron
sólo palabras, al menos que hayan producido un cambio en nuestro corazón y
en nuestra vida. No todo el que dice Señor, Señor realmente conoce a
Jesús. Un compromiso de labios no es suficiente.

b. Tampoco es suficiente hablar en el nombre de Jesús. En el día del


juicio, dice Jesús, muchos le dirán: ¿No profetizamos en tu
nombre? Profetizar no sólo es predecir el futuro; significa predicar
en el nombre de Dios y anunciar el evangelio. Jesús declara que
habrá predicadores que han proclamado su Palabra, pero que realmente
no lo conocen.
Después de entrenar a sus discípulos, Jesús envió a setenta y dos de ellos a
predicar en los pueblos que él pensaba visitar. Cuando regresaron de su gira de
predicación, le dijeron a Jesús: Señor, hasta los demonios se nos someten
en tu nombre. Jesús les contestó: No se alegren de que puedan someter a
los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el
cielo. (Lucas 10:17, 20)

Estas palabras me han retumbado en la cabeza en varias ocasiones. Dios me


ha dado la oportunidad de predicar en varias reuniones, de ver a muchos
convertidos, de entrenar a líderes. Cada vez que experimento el poder de Dios,
me gozo. Es una alegría muy grande. Pero Jesús me llama a recordar que no
me gano la entrada al cielo porque me dejo usar. El hecho de que Dios me
use no es la garantía de mi salvación. En el día del juicio habrá
predicadores que no logran entrar al cielo. Es más, no hay ningún
predicador que pueda salvar. Si siguen a algún predicador más que a
Jesús, están en peligro.

c. No es suficiente con hacer milagros en el nombre de Jesús. En el día


del juicio, dice Jesús, habrá quienes alegan que han expulsado demonios
y han hecho milagros en su nombre. ¿Qué les dirá? Jamás los
conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!
En el libro de Hechos encontramos la historia de los siete hijos de un hombre
llamado Esceva. Ellos eran exorcistas profesionales. Se dedicaban a expulsar
demonios, y así se ganaban la vida. Lastimosamente, no lograron alcanzar
grandes éxitos en su profesión.

Un día, sin embargo, se percataron de un tal Pablo de Tarso, que expulsaba los
demonios con sólo invocar el nombre de Jesús. Decidieron adoptar su
estrategia, y comenzaron a decirles a los demonios: ¡En el nombre de Jesús, a
quien Pablo predica, les ordeno que salgan! Al parecer, esto les funcionó
por un tiempo, hasta que les tocó un demonio respondón. Este les
dijo: Conozco a Jesús, y sé quién es Pablo, pero ustedes ¿quiénes son? El
hombre que estaba poseído por el demonio se abalanzó sobre los siete y
les dio una golpiza tan severa que huyeron de la casa desnudos y
heridos. Estos hombres usaban el nombre de Jesús, pero no conocían a
Jesús.
Una cosa es saber de Jesús, y otra cosa es conocer a Jesús. Para alcanzar
la salvación, no es suficiente simplemente llamarle Señor. Tampoco es
suficiente sólo hablar en su nombre, y hasta podemos hacer milagros sin
conocerlo de verdad. Entonces, ¿cuál es la muestra de que realmente
conocemos a Jesús?

Él mismo lo dice en el verso 21: sólo el que hace la voluntad de mi Padre que
está en el cielo. Lo único que nos salva es una fe que produce
obediencia. Si hemos llegado a conocer a Jesús, la fe en él nos ha hecho
hijos de Dios. Cualquier buen hijo querrá obedecer a su padre. Si nosotros
obedecemos a nuestro Padre, con esto mostramos que somos sus hijos.

Es muy importante entender que la obediencia no nos hace hijos de


Dios. Llegamos a ser hijos de Dios por poner nuestra fe en Jesús. La
obediencia, más bien, es la muestra de que tenemos esa fe
verdadera. Jesús aquí nos enseña que la fe verdadera no es sólo cuestión de
lo que decimos o incluso algunos momentos de servicio a Dios; la fe verdadera
produce obediencia.

Juan Calvino dijo: Somos salvos por la fe sola, pero la fe que salva nunca
está sola. La fe es lo que trae la salvación a nuestra vida, pero si esa fe es
verdadera, producirá un cambio en nosotros. Nos llevará a querer
obedecer a Dios, a esforzarnos por hacer su voluntad y agradarle en todo. De
otro modo, tenemos una fe falsa.

¿Tienen una fe real? Si se están dando cuenta de que no, la solución no está
en hacer un esfuerzo más grande. Eso sería vender la leche antes de ordeñar
la vaca. La fe produce obediencia, no al revés. La solución está en acercarte
a la cruz, donde Jesús lo dio todo por nosotros, y entregarte plenamente a él. No
hagas un compromiso sólo de boca, sino entrégate completamente de
corazón. Démosle a Jesús el control de nuestra vida. Sólo así lo seguiremos
realmente como Señor

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