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M P E
La historia intelectual
latinoamericana en la era del
“giro lingüístico”
[27/10/2010]
Résumés
Español English
Desde la década de 1970, la historiografía latinoamericanista ha sido revisada y enriquecida por
el desarrollo de la “nueva historia intelectual”. Esta perspectiva (o disciplina) hace una profunda
crítica epistemológica a la tradicional historia de las ideas, al reexaminar el lugar del lenguaje, el
texto y el contexto en los intercambios comunicativos. La historia intelectual analiza tanto las
condiciones sociohistóricas de la producción de un pensamiento, como sus espacios y
mecanismos de circulación y recepción. Asimismo, estudia la evolución de los conceptos políticos
y el uso de la retórica. El artículo traza una breve historia del desarrollo de la disciplina en
América Latina, sus relaciones con la historia intelectual anglosajona y el estado actual de la
cuestión. Si bien la historia intelectual se define en un sentido amplio, que abarca la "historia
cultural", la "historia de los intelectuales", la "historia de las ideas políticas", entre otras
perspectivas, se hace particular énfasis en la “historia de los conceptos”, por ser la expresión más
clara del viraje hermenéutico que dio lugar a la renovación disciplinar.
Since the 1970s, the historiography of Latin America has been revised and enriched by the slow,
yet fructuous, development of “new intellectual history”. By reexamining the role of language,
text and context in communicative exchange, this discipline (or perspective) undertakes a
profound critique of the traditional history of ideas. Intellectual history studies the language with
which ideas are expressed, the evolution of concepts and the uses of rhetoric. Furthermore, it
analyses the socio-historical conditions allowing the production of a particular thinking, as well
as its mechanisms and spaces of circulation and reception. The article traces a brief history of the
discipline’s development in Latin America, its relations with Anglo-Saxon intellectual history and
the present state of the art. Even though intellectual history is defined broadly, comprising
multiple perspectives, such as “cultural history”, the “history of intellectuals” and the “history of
political ideas, a special emphasis will be given to the “history of concepts”, for it is the clearest
expression of the hermeneutical turn leading to disciplinary renovation.
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04/09/2017 La historia intelectual latinoamericana en la era del “giro lingüístico”
Entrées d’index
Keywords : history of ideas, history of political concepts, intellectual history, linguistic turn,
rhetoric
Palabras claves : giro lingüístico, historia de las ideas, historia de los conceptos políticos,
historia intelectual, retórica
Texte intégral
1 A lo largo de las últimas tres décadas, América Latina ha asistido al renacimiento de
la historia política. La disciplina que resurge, sin embargo, ha sido despojada de toda
concepción esencialista de la nación, la ciudadanía o el americanismo. Transformada en
sus fundamentos epistemológicos por el "giro lingüístico" y, por lo tanto,
necesariamente revisionista, esta historia ha sido particularmente rica en sus
reflexiones en torno a los conceptos y los lenguajes políticos. Las nociones de “historia
intelectual”, “nueva historia intelectual” o “historia político-intelectual” han servido
para distinguir a esta disciplina en plana renovación, que busca diferenciarse de la
historia de las ideas, la historia social y la historia cultural. No obstante, su
institucionalización es aún precaria, siendo muy escasas las publicaciones
especializadas en el tema y las cátedras universitarias focalizadas en su estudio.
2 En las siguiente páginas buscaremos trazar un estado del arte de la historia
intelectual en América Latina, deteniéndonos en algunos de los estudios más
significativos y en la manera en que éstos ponen en duda los viejos paradigmas de la
historiografía de las ideas. Así, presentaremos el desarrollo de esta disciplina como un
momento de ruptura historiográfica, aun cuando sean numerosos sus retractores y a
pesar de que ésta se enfrente a grandes retos, que derivan, en principio, de la
"diseminación de sus fronteras epistemológicas"1.
3 Comenzaremos esta discusión situando a la historia intelectual en su campo de
batalla, es decir, enfrentándola a aquello que busca superar y frente a lo que —en un
movimiento dialéctico— se ha definido: la historia de las ideas. Este ejercicio supondrá
ir más allá del espacio latinoamericano, rescatando algunos de los principales debates
que, desde la filosofía del lenguaje en el mundo anglosajón, han sometido a un examen
riguroso las relaciones entre texto y contexto. Posteriormente abordaremos algunos de
los estudios más significativos en el desarrollo de la disciplina, discutiendo la manera
en que éstos pusieron en duda viejas premisas y sentaron nuevos marcos de
interpretación. Nos detendremos particularmente en los trabajos de Charles Hale y
François-Xavier Guerra.
4 La tercera parte estará dedicada a los temas y problemas que son objeto de esta
disciplina, tanto desde una definición restringida, que comprende fundamentalmente a
la historia de los conceptos, como desde una acepción más amplia, que se acerca a la
sociología del conocimiento y la crítica literaria. Esta discusión abrirá el paso a las
conclusiones, donde daremos voz a algunas de las visiones críticas de la historia
intelectual y discutiremos algunos de los mayores desafíos que deberá enfrentar a fin de
alcanzar consolidarse tanto disciplinaria como institucionalmente.
Un esfuerzo de definición
5 Al cumplir la primera década de su aparición, la principal revista latinoamericana
consagrada a la historia intelectual, Prismas (publicada por la Universidad de
Quilmes), lanzó una encuesta a algunos de los historiadores que han participado, en
mayor o menor medida, en el desarrollo de esta perspectiva, disciplina o enfoque2.
Tanto la invitación a formar parte de este ejercicio, como las respuestas obtenidas,
permiten observar que no hay consenso en torno a qué es y cómo debe definirse la
historia intelectual. Parece haber, por lo menos, dos maneras distintas de concebirla. La
primera, de carácter restrictivo, la identifica, en palabras de José Murilo de Carvalho,
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Para reconstruir el lenguaje político de un periodo no basta, pues, con analizar los
cambios de sentido que sufren las distintas categorías, sino que es necesario
penetrar la lógica que las articula, cómo se recompone el sistema de sus relaciones
recíprocas.7
7 Esta definición, pone un claro énfasis en la imposibilidad de estudiar las ideas, los
discursos y los conceptos, fuera de situación y da cuenta de por qué y en qué medida la
historia intelectual hace una crítica de orden epistemológico a la historia de las ideas.
Pero la historia intelectual se ha pensado también de una manera más amplia y difusa,
tendiente a lo que Peter Burke llama la "historia cultural de las ideas"8. Prismas,por
ejemplo, ha estimulado en sus páginas esta noción amplia, por medio de la publicación
de trabajos que podrían tener cabida en distintos campos disciplinarios, como la
"historia del pensamiento", la "historia cultural", la "historia conceptual", la "historia de
los intelectuales" y la "historia de las ideas políticas".
8 En este texto abordaremos la historia intelectual desde su acepción amplia, a fin de
incluir los diferentes acercamientos a la disciplina que constituyen el panorama
latinoamericano. No obstante, la historia de los conceptos ocupará un lugar central en
nuestra discusión, pues ésta es la expresión más clara del viraje epistemológico y
hermenéutico que dio lugar a la renovación disciplinar y a la ruptura con la “vieja
historiografía” (tanto en el ámbito latinoamericano como en Europa). Ahora bien, ¿en
dónde radica la distinción entre la historia de las ideas y la historia intelectual?
pesadores —entre los que cabe mencionar a Zea (México), Arturo A. Roig (Argentina),
Ricaurte Soler (Panamá) y Arturo Ardao (Uruguay)— hizo de la disciplina un espacio
tanto de cuestionamiento como de afirmación de la identidad latinoamericana11.
Muestra de esto son los trabajos de Soler sobre la “cuestión nacional” en Latinoamérica
y de Ardao sobre la latinidad12.
12 Leopoldo Zea, en su esfuerzo por construir una filosofía de la historia
latinoamericana, fue la figura central en la definición de las pautas metodológicas de la
historia de las ideas. En su obra El positivismo en México (1943), Zea aborda por
primera vez de manera sistemática el problema del estudio de esta disciplina desde la
“periferia” de Occidente, en otras palabras, en regiones donde la cultura tiene un
carácter “derivativo”13. ¿Qué sentido tiene estudiar la obra de autores cuya principal
aportación a la historia del pensamiento ha sido la “interpretación” de ideas
provenientes de Europa y su “adecuación” a un contexto que les es “hostil”?
13 Al abrir este interrogante, Zea pone en duda que el pensamiento latinoamericano
pudiese en algún momento ocupar un lugar preeminente en la historia universal de la
filosofía. Escribir historia de las ideas en América Latina no se trata de enfrentar un
cuerpo de ideas de origen local frente a otro extranjero. En una interpretación de este
tipo, escribe Zea, “[saldrían] sobrando México y todos los positivistas mexicanos, los
cuales no vendrían a ser sino pobres intérpretes de una doctrina a la cual no han hecho
aportaciones dignas de la atención universal”14. Si bien existe la posibilidad de hacer
aportaciones filosóficas significativas desde el contexto latinoamericano, la historia
local de las ideas en realidad no toma sentido en el estudio de las aportaciones, sino de
los “yerros”, es decir, como escribe Palti, “el tipo de refracciones que sufrieron las ideas
europeas cuando fueron transplantadas a esta región”15.
14 La búsqueda de “yerros” o “refracciones” no tiene en absoluto un sentido peyorativo.
No se trata de evaluar una cultura frente a otra, sino de definir “lo mexicano”, develar la
esencia de una cultura y sus espacios de diferenciación frente a “Occidente”. Así, de
acuerdo con Zea, la pregunta por el ser mexicano, responde a la “búsqueda de una
justificación filosófica o racional de nuestro esfuerzo permanente de mantenernos como
individuos culturales”16.
15 A pesar de que, como señala Charles Hale, el pensamiento de Zea no está exento de
contradicciones17, definió un esquema metodológico que dominó la disciplina por
muchos años y sigue siendo practicado y defendido en numerosas universidades, a
pesar de los esfuerzos revisionistas. Entre sus principales problemas epistemológicos
destaca el estar fundado sobre la premisa de la existencia de modelos de pensamiento
“perfectamente consistentes” y “lógicamente integrados”18. Tales modelos no pueden
construirse más que a partir de la simplificación del desarrollo de la filosofía europea.
Pensar que ésta tiene expresiones “puras” es, en realidad, ignorar que se forjó en el
debate, la “contaminación” entre distintas corrientes de pensamiento y la oposición
entre diferentes concepciones de idénticos conceptos (como el liberalismo de John
Locke y aquél de Jean Jacques Rousseau). Más aún, su desarrollo no se limita al diálogo
entre figuras canónicas en una búsqueda unificada y universal por el ideal del “buen
gobierno”, “la libertad”, “la justicia”, sino que en éste participaron pensadores
“menores”, olvidados, jamás consagrados, que “simplemente” buscaban hacer
inteligible una realidad específica. Es por esto que ni los textos ni las ideas pueden
aislarse de su contexto a fin de rastrear sus elementos de validez universal, ni es posible
hacer un estudio de los conceptos sin entender el lenguaje y los espacios de sociabilidad
donde tienen lugar los “actos del habla”19. Como escribe Palti,
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como un épica del progresivo autodescubrimiento de un ser nacional oprimido
bajo la malla de categorías “importadas”, extrañas a la realidad nacional26.
en América Latina desde la década de 1940 hasta finales de los años setenta es “el punto
de partida de las nuevas corrientes revisionistas” de la historia político-intelectual33.
Como ha escrito Fernando Escalante Gonzalbo, con una pluma cargada de ironía:
28 Según Hale, ningún proceso histórico puede entenderse a partir de meras influencias
externas. En cambio, la explicación yace en la búsqueda de las tradiciones
preexistentes. Aquello que dio al liberalismo latinoamericano su característica
distintiva fue el intento de aplicar principios liberales en un medio que les era
“refractario y hostil”40, es decir, en “países altamente estratificados” (en términos
raciales y sociales), “económicamente subdesarrollados” y “en los que la tradición de
centralismo estatal se encontraba profundamente enraizada”41.
29 El proyecto historiográfico de Hale, si bien renovador en cuanto al cuestionamiento
de la existencia sustantiva de tipos ideales de pensamiento, así como al develamiento de
procesos compartidos entre Europa y América en el curso de la consolidación de los
Estados nacionales, permanece ligado a la noción de un “ethos latinoamericano”. En
última instancia, éste es el que explica el fracaso del liberalismo en el subcontinente.
Como señala Palti,
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33 La incorporación del estudio del los conceptos, el lenguaje, los discursos al análisis
histórico supone, por un lado, tomar en cuenta la dimensión simbólica en los procesos
de transformación social y, por el otro, acercarse a las prácticas donde se constituye este
léxico, es decir, los canales por donde circulan representaciones e imaginarios, así como
los espacios de sociabilidad intelectual. Esto implica también reflexionar en torno al rol
social de los intelectuales, como productores de imaginarios y mediadores culturales.
Pero, en la medida en que los discursos se constituyen en una trama de relaciones
sociales, la historia intelectual no puede limitarse al estudio de estas figuras ilustradas,
sino que debe comprender las articulaciones entre las élites sociales y el conjunto
social47.
34 Además de constituir un nuevo modelo interpretativo de los procesos políticos en el
mundo ibérico, al situar históricamente conceptos fundamentales, como ciudadanía,
espacio público, soberanía y nación, Guerra continúa el esfuerzo de Hale por
desprovincializar la experiencia latinoamericana. No obstante, rompe con este autor al
refutar contundente las explicaciones culturalistas, es decir, aquellas que recurren a
categorías etnizadas.
35 Así, al igual que Hale, Guerra se resiste a diferenciar a priori los procesos históricos
del espacio europeo de aquellos de las antiguas colonias48. Por el contrario, traza líneas
de continuidad entre ambas regiones y trae luz al estudio de las revoluciones hispánicas
desde las experiencias francesa y española. En Modernidad e Independencias, Guerra
sostiene que “la revolución española y las revoluciones americanas no son más que un
mismo y único fenómeno”49 que no puede explicarse a partir del choque entre
liberalismo y conservadurismo, sino de las tensiones entre tradición y modernidad.
Según Guerra:
La Nueva España de finales de la época colonial aparece [...] como una sociedad al
mismo tiempo tradicional y moderna. Tradicional por su estructura corporativa,
por el predominio de los temas religiosos, por la homogeneidad de los valores
últimos de la población, a pesar de las diferencias culturales. Moderna por la
intensidad de los intercambios, por la rapidez y la extensión de la alfabetización,
por el fuerte crecimiento de la imprenta y de los impuestos50.
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36 Esta transición entre una concepción puramente ideológica de los procesos políticos
hispanoamericanos hacia una visión más rica y exhaustiva —que logra resolver la
aparente incompatibilidad entre modelos puros de pensamiento— sólo es posible a
partir de una comprensión del arraigo social de imaginarios y valores. Es decir, parte
del supuesto de que la modernidad que se constituye de ciertas prácticas políticas y
culturales y está lejos de ser el mero resultado de la emulación de modelos ideológicos.
Así, al identificar los desplazamientos semánticos de conceptos políticos
fundamentales, Guerra observa que éstos “cobran sentido en función de sus nuevos
medios y lugares de articulación, esto es, de sus nuevos espacios de enunciación (las
sociabilidades modernas), modos de [...] publicidad (la prensa) y sistemas de
autorización (la opinión).51
37 Por otro lado, Guerra rompe con uno de los conceptos más frecuentemente evocados
por la historia de las ideas, aquel de influencia ideológica. Como señala Lempérière,
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utilizado por la élite política para criticar, convencer, persuadir, mover la voluntad”58.
Así pues, en sociedades donde “el palabrerío”, “la verborragia”59 y la retórica libresca
forman parte de los discursos políticos, tales características deben considerarse como
parte constitutiva de éstos. La naturaleza de la retórica, cuyos fines persuasivos le
imponen una gran mutabilidad frente al público, exige desarrollar une perspectiva de
análisis que tome en cuenta no sólo al leguaje y el texto, sino también al autor y el
lector. Así, el estudio de la retórica desde la historia intelectual incorpora los problemas
de la biografía y de la recepción a esta perspectiva de análisis. “Un enfoque por vía
retórica”, escribe Carvalho, establece, sin duda, “contactos con la estética de la
recepción”. Asimismo, abre el camino a las otras grandes temáticas de la nueva historia
intelectual: el estudio de las prácticas y los protocolos de lectura, la organización
disciplinar de la actividad académica y su rol en la conformación de paradigmas
científicos y, como mencionamos ya con los trabajos de Guerra, el análisis de los
conceptos del lenguaje político.
42 Ahora bien, ¿las herramientas hermenéuticas de la historia, como disciplina, son
suficientes para abordar esta plétora de temáticas? Pocos historiadores han buscado
hacer de la historia intelectual una disciplina que se basta a sí misma y se sitúa de
forma autónoma frente a otros campos del conocimiento. Probablemente quienes más
se hayan acercado a esta visión son aquellos que, como Guerra, fundan su proyecto
historiográfico en la historia de los conceptos. No obstante, la historia intelectual ha
sido concebida por numerosos especialistas, tanto en el mundo anglosajón como en el
latinoamericano, como un enfoque interdisciplinario. Probablemente esta ambición
hacia la construcción de una mirada trans-disciplinaria, donde convivan filosofía,
crítica literaria, historia política y sociología del conocimiento explica, por un lado, el
interés que ha despertado la historia intelectual en diferentes espacios académicos y
contextos culturales y, por el otro, su precaria institucionalización y las dificultades
metodológicas a las que se enfrenta.
44 Este autor se propone esbozar un programa que comunique “la historia política, la
historia de las élites culturales y el análisis histórico de la ‘literatura de ideas’”. Éste no
debería dar pie a un enfoque meramente derivativo de la historia social, sino a una
perspectiva de análisis que privilegie cierto tipo de hechos, los hechos del discurso,
“porque éstos dan acceso a un desciframiento de la historia que no se obtiene por otros
medios y proporcionan sobre el pasado puntos de observación irremplazables”.61 Pero
para Altamirano no todo texto puede ser objeto de una historia intelectual, sino que
ésta debe concentrarse en el estudio de ciertas obras canónicas constitutivas de la
identidad latinoamericana, como el Facundo, de Sarmiento, “Nuestra América”, de
Martí, el Ariel de Rodó, El laberinto de la soledad, de Paz. Al estar situadas en la
frontera entre literatura y política, estas obras invitan a una exégesis interdisciplinar,
que permita tanto una lectura “interna” y el análisis de la forma (las metáforas, la
retórica), como la comprensión de sus condiciones de producción, circulación y
recepción.
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Uno podría decir que si bien la discusión sobre la “importación del liberalismo” no
ha rendido muchos frutos, eso no quiere decir que no pueda hacerse una mejor
historia de las ideas. Muchos hemos tratado de hacer precisamente eso. Antes que
abrazar la propuesta de los lenguajes políticos, muchos historiadores harían bien
en cuestionar el supuesto extendido ampliamente de que los “pensadores
latinoamericanos no realizaron ninguna contribución relevante a la historia
“universal” del pensamiento y que lo único que puede aún justificar y tornar
relevante su estudio es la expectativa de hallar “distorsiones”.
Es exagerado sostener que los enfoques que se centran en la historia de las ideas
en América Latina generan necesariamente una ansiedad por la “particularidad”
que nunca pueden satisfacer69.
universo discursivo” y la “teoría del texto”)71, probablemente explican por qué a lo largo
de tres décadas América Latina estuvo al margen de la revolución lingüística del mundo
anglosajón y por qué “casi todos siguieron —y siguen— practicando una historia de las
ideas de viejo cuño, supuestamente obsoleta”72.
50 A pesar de las resistencias, la historia intelectual ha encontrado arraigo en ciertos
espacios institucionales, como el grupo de trabajo de historia intelectual de la
Universidad Nacional de Quilmes, que publica Prismas desde 1997 y ha organizado
diferentes encuentros y conferencias. Ese mismo año, en el marco del 49º Congreso de
Americanistas celebrado en Quito, nació un grupo de trabajo dirigido por Hugo
Cancino (Universidad de Aarhus, Dinamarca), Susanne Klegel (Universidad Martin-
Luther, Halle-Wittenberg) y Nanci Leonzo (Universidad de São Paulo) que se propuso
“repensar y redescubrir la historia de las ideas y de los intelectuales en el continente”73.
Estas reflexiones dieron lugar al volumen colectivo Nuevas perspectivas teóricas y
metodológicas de la historia intelectual de América Latina . Otro de los esfuerzos
colectivos internacionales más notables es el foro “Ibero-ideas”, que se ha convertido en
un vivo espacio de discusión y colaboración de investigadores como Elías Palti
(Universidad Nacional de Quilmes), Alexandra Pita (El Colegio de México), Javier
Fernández Sebastián (Universidad del País Vasco), João Feres Júnior (Pontifícia
Universidade Católica de Rio de Janeiro), entre otros, que conforman la Red
Iberoamericana de Historia Político-Conceptual e Intelectual.
51 En México, Carlos Marichal, Horacio Crespo y Guillermo Palacios dirigen desde
principios de esta década un seminario de historia intelectual en El Colegio de México y
Marichal imparte un curso-seminario sobre la historia intelectual de América Latina.
En Brasil, José Murilo de Carvalho ha desempeñado un lugar central en el desarrollo de
la disciplina, entre otras actividades, por medio de la organización de un grupo de
estudios sobre republicanismo desde 1998. En España, desde la Universidad del País
Vasco, Fernández Sebastián, ha dirigido importantes esfuerzos colectivos hacia la
constitución de un historia político-conceptual. Entre éstos destaca el proyecto de
publicación de un diccionario histórico de los conceptos políticos que explorará las
nociones de ciudadanía, republicanismo, pueblo, nación, opinión pública, América,
liberalismo, federalismo y Constitución. El Instituto de Historia de España se ha
convertido también en un espacio para el desarrollo de la historia intelectual,
principalmente desde el Departamento de Historia de América. Finalmente, en Chile,
Eduardo Devés Valdés, desde el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de
Santiago, ha contribuido a la publicación de textos claves, como es su obra reciente El
pensamiento latinoamericano en el siglo XX. Entre la modernización y la identidad.
Del Ariel de Rodó a la CEPAL, 1990-195074.
52 El título de la obra de Devés nos permite hacer la transición con la que cerraremos
estas reflexiones. En el binomio planteado por Devés entre modernización e identidad
observamos el regreso de un problema que no ocupa más que un papel secundario en la
obra de Guerra, aquel de la identidad latinoamericana. “Ese ‘sustrato cultural’ que
conforman los diversos y sucesivos discursos de la identidad”, escribe Rafael Rojas,
“tiene un larga capacidad de reproducción epistemológica” y re-emerge en la
historiografía revisionista75. Así, en 2004, Marichal y Granados introducen la obra
colectiva bajo su dirección con un largo ensayo titulado “La historia intelectual como
lente de la metamorfosis de las identidades latinoamericanas”. El libro que presentan
busca explorar el desarrollo conceptual de las nociones de América, Hispanoaméricay
América Latinaa través de la “literatura de ideas”76 de algunos de los grandes
pensadores de la región77. Asimismo, plantea la lenta emergencia de una “conciencia
latinoamericana” por medio de las conferencias panamericanas entre 1826 y 1860. El
regreso de la cuestión de la identidad es pues palpable.
53 Volvamos entonces al interrogante con el que abrimos estas reflexiones: ¿en qué
difiere esta literatura de la “vieja” historia de las ideas? Hablar hoy, desde la historia
intelectual, de la identidad latinoamericana no supone develar un telos ni descubrir una
esencia, no se trata de hablar de una raza, de una etnia o aun de un pueblo. “Lo
latinoamericano” escribe Rojas, “no es, aquí, el gentilicio identificatorio de alguna
comunidad, sino una práctica y un discurso territorializados, significantes de una
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Notes
1 Rafael Rojas, "Venturas y amenazas de un campo", Prismas. Revista de historia intelectual,
2007, nº 11, p. 204.
2 Algunos de los convocados fueron: Martin Jay, Peter Burke, Stefan Collini, Marcelo Jasmin,
Darío Roldán, Fernando J. Devoto, José Carlos Chiaramonte, Charles Hale, Annick Lempérière,
Rafael Rojas, Maria Alice Rezende de Carvalho y Lila Caimari.
3 “Historia intelectual : la retórica como clave de lectura”, Prismas, RHI, 1998, nº 2, p. 150.
4 "Presentación", Prismas. RHI, 2007, nº 11, p. 151.
5 Como señalan Aimer GranadosGarcía y Carlos Marichal, muchos autores utilizan
indistintamente las expresiones historia de las ideas e historia intelectual para referirse al mismo
campo de estudio. Esta práctica se remonta al “padre” de la disciplina, el filósofo norteamericano
Arthur Lovejoy. No obstante, “en el momento presente hay razones fundamentales de tipo teórico
para diferenciar la historia de las ideas de la historia intelectual” (“Introducción: La historia
intelectual como lente de la metamorfosis de las identidades latinoamericanas”, en Construcción
de las identidades latinoamericanas : Ensayos de historia intelectual, siglos XIX y XX, México,
El Colegio de México, 2004, p. 13). Por otro lado, Elias Palti, siguiendo la tradicción anglosajona
sostiene que la expresión “historia intelectual” (intellectual history) hace referencia “no al
conjunto de la producción relativa a temas de historia de las ideas, sino, más estrictamente, a un
segundo nivel de conceptualización concerniente a la reflexión sobre aquellas cuestiones teórico-
metodológicas que la subdisciplina plantea” (Giro ligüístico e historia intelectual, Buenos Aires,
Universidad Nacional de Quilmes, 1998, p. 22, n. 11).
6 Elias Palti, El tiempo de la política, El siglo XIX reconsiderado, Buenos Aires, Siglo XXI
Argentina, 2007, p. 17.
7 Loc. cit.
8 “La historia intelectual en la era del giro cultural”, Prismas. RHI, 2007, nº 11, p. 159-164.
9 Si bien ceñiremos este análisis al espacio latinoamericano, a fin de lograr un entendimiento
más profundo y comprehensivo en un espacio limitado, es menester decir que el desarrollo de la
historia de las ideas en esta región no fue independiente del mundo anglosajón, donde la
disciplina comenzó a consolidarse desde la década de 1930, fundamentalmente a partir de las
contribuciones de Althur Lovejoy. Este pensador fue el actor fundamental en la consolidación
tanto conceptual como institucional de la disciplina, por un lado, al trazar la noción de idea-
núcleo y, por el otro, al fundar el Journal of the History of Ideas en 1940. Para Lovejoy las ideas-
núcleo son autónomas a su contexto histórico por lo que pueden surgir (y ser identificadas) en
sistemas ideológicos muy dispares y viajar de un siglo a otro o de una sociedad a otra
permaneciendo inalteradas (cf. The Great Chain of Being : A Study of the History of an Idea,
Cambridge, Mass., Harvard University, 1942).
10 Elías J. Palti, “The Problem of ‘Misplaced Ideas’ Revisited: Beyond the ‘History of Ideas’ in
Latin America”, Journal of the History of Ideas, 2006, nº 1, p. 167.
11 Cf. Aimer Granados García y Carlos Marichal, “Introducción”, op. cit., p. 21.
12 Véase Ricaurte Soler, Idea y cuestión nacional latinoamericanas, México, Siglo XXI, 1980 y
Arturo Ardao, América Latina y la latinidad, México, UNAM, 1993.
13 Elias Palti, El tiempo de la política, op. cit., p. 23.
14 Leopoldo Zea, El positivismo en México, México, El Colegio de México, 1943, t. 1, p. 35.
15 Elias Palti, El tiempo de la política, op. cit., p. 24.
16 Conciencia y posibilidad del mexicano, México, Porrúa y Obregón, 1952, p. 85, apud, Charles
Hale, “The History of Ideas: Substantive and Methodological Aspects of the Thought of Leopoldo
Zea”,Journal of Latin American Studies, 1971, nº 1, p.63.
17 Véase, Charles Hale, ibid., pp. 59-70
18 Elias Palti, El tiempo de la política, op. cit., p. 38.
19 Véase infra.
20 “De la historia de ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’. Las escuelas recientes de
análisis conceptual. El panorama latinoamericano”, Anales Nueva Época, 2004, nº 7, p. 70.
21 Cambridge, Mass., Harvard University, 1975.
22 “Ideas políticas e historia intelectual: Texto y contexto en la obra reciente de Quentin
Skinner”, Prismas. RHI, 1996, nº 3, p. 2.
23 History and Theory, 1969, nº 1, pp. 3-53.
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24 Apud, Aimer Granados García y Carlos Marichal, “Introducción”, op. cit., p. 16.
25 Es decir, ésta permitiría “superar” la cuestión colonial y producir un cambio social “más
‘profundo’ que el postulado por el modelo constitucional republicano del siglo XIX” (Rafael Rojas,
“Comentario al texto de Palti” [en línea]. Disponible en:
http://foroiberoideas.cervantesvirtual.com/foro/thread.jsp?idthread=74 [Consultado el 12 de mayo de
2010]).
26 “Apéndice. Lugares y no lugares de las ideas en América Latina”, en su libro El tiempo de la
política, op. cit., p. 262.
27 Véase Elías Palti, “The Problem of ‘Misplaced Ideas’ Revisited”, op. cit., p. 152.
28 Ibid., p. 153.
29 Ibid., p. 157.
30 Ibid., p. 167.
31 Cuadernos de debate, 1976, nº 1, pp. 61-64.
32 “Apéndice. Lugares y no lugares de las ideas en América Latina”, op. cit., p. 264.
33 El tiempo de la política, op. cit., p. 26.
34 Fernando Escalante Gonzalbo, “La imposibilidad del liberalismo en México”, en Josefina Z.
Vázquez, (coord.), Recepción y transformación del liberalismo en México. Homenaje al profesor
Charles A. Hale, México, El Colegio de México, 1991, p. 14.
35 Entre las obras de Charles Halevéase Mexican Liberalism in the Age of Mora 1821-1853 (New
Haven, Yale University, 1968) y The transformation of liberalism in the late nineteenth-century
Mexico (Princeton, University, 1989).
36 México, UNAM, 1957.
37 Charles A. Hale, “Jose Maria Luis Mora and the Structure of Mexican Liberalism”, The
Hispanic American Historical Review, 1965, nº 2, p. 196.
38 Mexican Liberalism in the Age of Mora, op. cit., p, 147.
39 “Jose Maria Luis Mora and the Structure of Mexican Liberalism”, op. cit., p. 197. Traducción
propia.
40 Charles Hale, “Political and Social Ideas in Latin America, 1870-1930”, en Leslie Bethell
(comp.), The Cambridge History of Latin America. From c.1870 to 1930, Cambridge, Cambridge
University Press, 1989, t. iv, p. 368, apud, Elías Palti, “El desencuentro entre democracia y
liberalismo como tópico”, Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos, Río de
Janeiro, Brasil, 2009, p. 2 [en línea]. Disponible en :
lasa.international.pitt.edu/members/congress-papers/.../files/PaltiElias.pdf [Consultado el 23
de mayo de 2010]
41 Loc cit.
42 El tiempo de la política, op. cit., p. 29.
43 Mexican Liberalism in the age of Mora, op. cit, p. 304.
44 El tiempo de la política, op. cit., p. 35.
45 Ibid., p. 44-52.
46 “Introducción”, en Françoi-Xavier Guerra y Annick Lempérière (eds.), Los espacios públicos
en Iberoamérica : ambiguedades y problemas, siglos XVIII-XIX, México, FCE, 1998, p. 8.
47 Así, escriben Guerra y Lempérière: “la atención prestada a las palabras y a los valores propios
de los actores concretos de la historia es una condición necesaria para la inteligibilidad. Hay que
aprenderlos en el contexto en el que se utilizaron” (loc. cit.)
48 Este proyecto historiográfico está ya presente en su obra Le Mexique : de l'Ancien régime à la
Révolution, publicada en 1985.
49 Madrid, Mapfre, 1992, p. 297.
50 Ibid., p. 296.
51 Elías Palti,El tiempo de la política, op. cit., p. 45. Respecto al uso de la palabra público,
Guerra y Lempérière escriben: “su uso es tan común y tan central en los análisis de la vida
política y cultural en la época de transición hacia la modernidad que se olvida demasiado a
menudo su polisemia y su historicidad. Público, equivalente culto de pueblo, la palabra evoca la
cosa pública de los romanos, la república; pero también la publicación y la publicidad; como
adjetivo sirve tanto para calificar la opinión como para hablar de los poderes públicos. Público
nos remite siempre a la política [...] Lejos de ser sólo el calificativo “neutro” y cómodo de un
“espacio” [...] que se opone siempre [...] al campo de lo “privado” [...], el público es al mismo
tiempo el sujeto y el objeto de la política” (“Introducción”, en Françoi-Xavier Guerra y Annick
Lempérière (eds.), op. cit., p. 7).
52 “La construcción de una visión euroamericana de la historia” en Erika Pani y Alicia Salmerón
(eds.), Conceptualizar lo que se ve : Francois-Xavier Guerra historiador, homenaje, México,
Instituto Mora, 2004, p. 409.
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04/09/2017 La historia intelectual latinoamericana en la era del “giro lingüístico”
53 Loc. cit.
54 “De la historia de ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’. Las escuelas recientes de
análisis conceptual. El panorama latinoamericano”, op. cit., p. 80.
55 Op. cit., p. 370.
56 “De la historia de ‘ideas’ a la historia de los ‘lenguajes políticos’”, op. cit., p. 80.
57 “El tiempo de la teoría: la fuga hacia los lenguajes políticos”,A contra corriente. Una revista
de historia social y literatura de América Latina, 2008, nº 1, p.180.
58 Aimer Granados García y Carlos Marichal, op. cit., pp. 23-24. Véase, José Murilo de Carvalho,
“Historia intelectual : la retórica como clave de lectura”, op. cit., pp. 148-168.
59 José Murilo de Carvalho, ibid., p. 153.
60 Prismas, 1999, nº 3, p. 203.
61 Ibid., p. 204.
62 Cf. Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, Conceptos de sociología literaria, Buenos Aires, Centro
Editor de América Latina, 1990; Carlos Altamiranoy Jorge Myers (eds.), La ciudad letrada,
Buenos Aires, Katz, 2008; Oscar Terán, Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX
latinoamericano, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008; Arcadio Diaz Quinones, Sobre los principios:
los intelectuales caribeños y la tradición, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2006.
63 Op. cit., p. 203.
64 Véase Claudio Véliz, The centralist tradition of Latin America, Princeton, University, 1980 y
Corporatism and comparative politics : the other great "ism", Londres, M. E. Sharpe, 1997.
65 Cf. François-Xavier Guerra y Antonio Annino (eds.), Inventando la nación : Iberoamérica
siglo XIX, México, FCE, 2003 y Tulio Halperín Donghi, La Argentina y la tormenta del
mundo : ideas e ideologías entre 1930 y 1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003.
66 “La historia político-intelectual, de Francia a América Latina”, Prismas, 2007, nº 11, p. 197.
67 Ibid., p. 198.
68 “The Problem of ‘Misplaced Ideas’ Revisited: Beyond the ‘History of Ideas’ in Latin America”,
op. cit., p. 168.
69 “El tiempo de la teoría: la fuga hacia los lenguajes políticos”, op. cit., p. 183.
70 Ibid., p. 184.
71 Aimer Granados García y Carlos Marichal, “Introducción”, op. cit., p. 21.
72 José Antonio Aguilar, op. cit., p. 181. Brasil no es una excepción en el continente. De acuerdo
con Carvalho, “hay que reconocer que la problematización en la práctica de la historia intelectual
[...] es aún escasa. La crítica literaria ha avanzado mucho más rápido y, sobre todo, ha ido más
lejos, en la incorporación del debate lingüístico y de la teoría de la recepción” (op. cit., p. 151).
73 Aimer Granados García y Carlos Marichal, “Introducción”, op. cit., p. 17.
74 Buenos Aires, Biblos, 2000.
75 Op. cit., p. 205.
76 Aimer Granados García y Carlos Marichal, op. cit., p. 25
77 Como el peruano Francisco GarcíaCalderón, el mexicano Justo Sierra y el socialista argentino
Manuel Ugarte.
78 Op. cit., p. 206.
Auteur
Mara Polgovsky Ezcurra
PhD Candidate, Centre of Latin American Studies, University of Cambridge
marapolgovsky@gmail.com
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