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Querido amigo español,

Seguramente te acuerdes de mí. Solía vivir en Madrid, hace un par de años. Desde muy joven me interesé por la
política, y tendí hacia un modo de pensamiento más cercano al anarquismo, por ser el que más se aproximaba a mi
modo de pensar. Desde 2005 empecé a involucrarme de manera más directa, saliendo del pensamiento teórico, en
diversos movimientos sociales.

Juntos hemos recorrido las calles de Madrid reclamando mejoras en derechos fundamentales que, creemos, deben
ser universales (derecho a una vivienda digna, a una educación publica de calidad, a una sanidad publica…)

Juntos hemos tenido que correr frente a una policía que defiende antes los intereses gubernamentales que a los de
los ciudadanos. Juntos hemos protestado por el cierre de medios de comunicación, la manipulación de aquellos que
continúan abiertos… abogando siempre por el derecho a la información y la libertad de expresión. « El Conocimiento
es Libre », solíamos decir. El ciudadano debe tener la posibilidad de elegir qué versión creer, y para eso hace falta
pluralidad mediática.

Este mismo fin de semana has visto una nueva marcha en Madrid que ha terminado en enfrentamientos. Te he visto
postear fotos, vídeos, completamente indignado con la actuación policial, digna de un estado dictatorial, apelando a
la rebelión civil porque, hostia, ya está bien de aguantar porrazos y pelotas de goma. Ya está bien de vivir en un país
donde no se admite la protesta. Ya está bien de no tener trabajo, de aguantar la subida de precios, de no conocer la
verdad de lo que pasa en tu país. Y ya está bien, sobre todo, de la protesta pacífica, que parece que no conduce a
ningún lado. Esta discusión seguramente la he tenido contigo ya muchas veces, sentados en algún bar, frente a una
buena cerveza. Indignándonos contra el sistema que no nos deja expresarnos.

Sin embargo, habrás notado que en esta ocasión no me he sumado a tu grito. A pesar de que el sábado estuve
pegado a mi ordenador para saber lo que pasaba en Madrid, he decidido no hacerme eco de tus protestas. Espero
que no te sientas ofendido por ello.

No lo hago porque, a lo largo del último mes, he estado haciéndome eco de la situación en otro país, bastante lejano
de España. Porque en la Venezuela en que nací, y en la que la mitad de mi familia vive, las cosas están mucho peor.
Porque allí los manifestantes están recibiendo plomo, no pelotazos. Porque allí los ciudadanos no protestan por no
tener trabajo… sino por no tener comida. Porque allí la corrupción ha alcanzado niveles que son inimaginables
incluso para España.

Y durante todo este tiempo, tu silencio te ha hecho cómplice. Porque los medios a los que tanto hemos criticado por
no decir la verdad en el caso de España sí que lo hacen en el caso de Venezuela, pero tú has decidido no creerles.
Cosa que me parece respetable, al fin y al cabo yo he sido el primero que siempre ha dicho: no te creas nada,
infórmate más.

Pero en este caso tú has optado por no informarte. Has optado por tragarte las mentiras del gobierno de Nicolás
Maduro, que al fin y al cabo no deja de ser un gobierno. Una autoridad. Un populista más. Pero un populista al que
la izquierda internacional, al más puro estilo soviético, ha decidido apoyar… porque insulta a Estados Unidos. Poco
importa que las exportaciones de petróleo a EEUU desde 1999 se hayan reducido solo en un 10%... es el mismo
gobierno que llamó « fascista » a Aznar, y, eh, eso mola. Es el mismo gobierno del que gritaba « aquí huele a azufre »
en Naciones Unidas, y hay que tener huevos para eso…

Podría contarte muchos datos objetivos sobre la situación en Venezuela. Datos que no leerás ni en « Publico » ni en
« Diagonal » ni en el Boletín del PCE. Pero que son datos reales. Contados por la gente que vive allí, y que día tras día
salen a la calle a pedir un cambio. Por mis familiares, que ni son oligarcas, ni son fascistas, ni son agentes de la CIA o
de los servicios de inteligencia colombianos. Pero no lo voy a hacer. Te voy a dar la oportunidad para que reflexiones.
Que leas. Que pienses en qué explicaciones tienen más sentido. Y que, por último, te plantees cuánta gente más
tiene que morir en mi país para que dejes de callar.

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