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de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con
algunas consecuencias.
Dr. Luis María Salazar García
El concepto persona:
de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con
algunas consecuencias.
Dr. Luis María Salazar García
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índice
Introducción 9
Grecia 14
Roma 15
Quizá sea el concepto persona una de las principales aportaciones del pensa-
miento teológico a la llamada cultura occidental. Es un lugar común la afirmación de
que dicho concepto fue acuñado durante las controversias trinitarias en los S. III y IV
para conseguir armonizar el monoteísmo bíblico con la afirmación cristiana de un Dios
trinitario. Se necesitaba un concepto que permitiera compatibilizar la divinidad de Je-
sucristo y la cabal identidad del Espíritu Santo como distinto del Padre y del Hijo sin
romper la unidad de Dios que el cristianismo afirmaba junto a sus antecedentes judíos.
Este proceso no fue fácil, ni estuvo exento de desviaciones, pero al final se consiguió
formular simultáneamente la unidad y la distinción en un ajustado equilibrio. En esta
formulación los conceptos ousía e hypóstasis, usados en un sentido teológicamente pre-
ciso, jugaron un papel fundamental.
Hubo que esperar algún tiempo para que se elaborase una reflexión sobre la
persona creada, pero no cabe duda de que se trata de un concepto exitoso, que permi-
tía aglutinar en él todo lo que de noble y digno de admiración hay en el ser humano.
Afirmar que el ser humano es “persona” es concentrar en un solo concepto la dignidad
absoluta del sujeto humano, hasta el punto de que en el siglo XX no parecía existir otro
punto de partida para la ética que este reconocimiento de la dignidad de la persona,
único territorio común en el que las éticas teístas y no teístas parecían encontrarse para
establecer un acuerdo de mínimos1.
Sin embargo, este concepto que durante siglos había sido un patrimonio co-
mún de nuestra cultura, pacíficamente poseído, por más que no se sacaran todas la
consecuencias prácticas de su aceptación, se ha convertido a lo largo de los últimos
años del siglo pasado en un concepto problematizado, no tanto en su intensión (el
significado atribuido), cuanto en su extensión (a quien se le reconoce el estatuto de
“persona” y cuáles son las consecuencias de ese reconocimiento). Particularmente son
los extremos de la vida (el comienzo, el final de la vida), sus estados deficitarios (graves
malformaciones, estados comatosos prolongados…) y su aplicación a otros mamífe-
ros superiores (proyecto gran simio, movimientos animalistas, protección de especies
amenazadas…) los que han convertido al reconocimiento de su dignidad personal
en una cuestión controvertida, o al menos, en un motivo de discusión incluso en los
medios de comunicación generalistas.
10
Escapa con mucho a mis posibilidades ofrecer una solución al problema de la
falta de consenso en la atribución del título “persona”, que además se juega en el terreno
de la bioética más que en el de la teología dogmática. Sin embargo, considero que en
estas circunstancias es útil volver a dar una pensada al concepto propiamente teoló-
gico de persona, fundamentalmente en su uso primero que fue la teología trinitaria.
Contemplar nuevamente su génesis, su evolución, su diálogo con la modernidad y sus
actuales perspectivas puede ser una contribución, si se quiere humilde, al debate para su
posterior aplicación antropológica.
1
Adela Cortina, Ética Mínima, Madrid (Tecnos) 1986. En 2010 este libro iba ya por la 15ª edición.
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cias nefastas que podemos denominar “efecto de la flor cortada”2. Cuando una flor se
corta de la planta en la que ha florecido, no tarda en marchitarse, por más que se intente
prolongar artificialmente su lozanía, pero sobre todo, la posibilidad de que dicha flor
cortada de fruto es prácticamente nula3.
Por otro lado, y con esto anticipo en algo la tesis de mi reflexión, el concepto
persona en su uso antropológico y ético sigue teniendo un cierto carácter “sagrado”.
Con este concepto subrayamos lo que de inviolable tiene la dignidad humana. Afirma-
mos al ser humano concreto como un absoluto, no intercambiable, no cuantificable, no
sometido a las leyes del mercado sino dotado de dignidad (Kant). Ese carácter absoluto
de la dignidad humana estará siempre reclamando un respaldo que proteja su inviolabi-
lidad, so pena de convertirse en una afirmación voluntarista.
Si eso fuese así, no sería inútil que los cristianos mostremos humildemente cómo
entendemos lo sagrado, o mejor, lo que creemos del tres veces santo. Y esto justamente
en una época «en que se tiene la impresión de asistir a un desplazamiento del centro
de gravedad de la problemática de Dios. Todo ocurre como si la cuestión del quid sit
(el problema de la naturaleza y de los atributos de Dios) haya tomado la delantera a la
cuestión del an sit (el tema de las pruebas de la existencia de Dios). Lo que realmente
le importa al hombres precisar en qué sentido hay que pensar el Absoluto»4. Así las cosas,
mostrar al Dios manifestado en Jesucristo como garante de la dignidad humana puede
servir como nota aclaratoria para quien entiende a Dios como un competidor celoso 11
contra ser humano.
Por otro lado, no son solo cuestiones fronterizas aquellas en las que es necesaria
la comprensión del concepto persona, sino que existen otro grupo de preguntas que
afectan al núcleo de la fe. Afirmaciones que provocan perplejidad en cualquier persona
2
La expresión proviene de Olegario González de Cardedal, en una conferencia pronunciada en el aula de verano del
Instituto Mounier sobre «la entraña personalista del cristianismo» (Burgos, 20-24 de julio de 2011).
3
Un teólogo ortodoxo, I. D. Ziziulas, lo formula en otros términos: «El respeto por la “identidad personal” del
hombre es quizás el ideal más importante de nuestro tiempo. El intento del humanismo contemporáneo de suplantar al
cristianismo en su preocupación por la dignidad del hombre ha tenido éxito a la hora de separar el concepto de persona
de la teología y de unirlo a la idea de una moralidad autónoma o a una filosofía existencial puramente humanista. Así,
aunque la persona y la “identidad” personal son ampliamente discutidas hoy en día como un ideal supremo, nadie
parece darse cuenta de que tanto histórica como existencialmente el concepto de persona está indisolublemente unido a
la teología. […] La persona como concepto y como realidad viva es puramente el producto del pensamiento patrístico.
Sin ello, el sentido más profundo de la personeidad no puede ser captado o justificado» [El ser Eclesial, Salamanca
(Sígueme) 2003, 41].
4
A. Dondeine, L’athéisme contemporaine et le problème des attributs de Dieu, 462-463. Citado por A. Gesché, Dios. Dios
para pensar III, Salamanca (Sígueme) 2005, 26.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
Tampoco en este caso cabe esperar una resolución de estos interrogantes. Pero
estoy seguro que estos recibirán alguna luz de nuestro recorrido por el uso teológico del
concepto persona.
Porque eso es lo que vamos a hacer juntos en los minutos siguientes, un reco-
rrido de ida y vuelta, que parta de la génesis y consolidación del concepto teológico de
persona en la antigüedad cristiana y en la teología medieval, que contemple a continua-
ción la emancipación del concepto persona en la modernidad ilustrada, para retornar
después al mundo de la teología, donde se constata el cambio de significado y se asume,
no sin conflicto, el reto que este cambio significa.
12
La analogía como el lenguaje apropiado para hablar de Dios
Al inicio mismo de la tarea que nos hemos propuesto, es bueno recordar que
nos movemos dentro del lenguaje analógico. «Cuando utilizamos el concepto persona
tenemos que ser conscientes de que no tiene el mismo sentido si estamos utilizándolo
para referirnos a Dios y al hombre; a la cristología o a la doctrina trinitaria; a la afir-
mación de un Dios personal o a cada una de las personas divinas: al Padre, al Hijo o al
Espíritu. Pero al relacionar estos tres ámbitos desde la analogía, no solo tenemos que
tener en cuenta la diferencia o la desemejanza, sino también la afinidad y la semejanza.
Aun siendo ámbitos distintos, que necesitan una aplicación diferente del concepto de
persona, están profundamente relacionados»5.
5
A. Cordovilla, El misterio del Dios Trinitario, Madrid (BAC) 2012, 454.
6
Cfr. Ibid., 76-83; 453-455.
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sin embargo, hay que descubrir el núcleo que concede unidad a sus diferentes usos.
Dentro de la máxima desemejanza7, es necesario reconocer aquella semejanza que
nos permita reconocer el concepto “persona” como algo más que una palabra equí-
voca, o lo que sería peor, una afirmación vacía, un flatus vocis en el que resulte inútil
buscar algún contenido.
7
Corrigiendo la doctrina de Joaquín de Fiore, el concilio IV de Letrán había afirmado que “no puede afirmarse tanta
semejanza entre el Creador y la criatura, sin que haya que afirmarse mayor desemejanza”. (Quia inter creatorem et creaturam
non potest tanta similitudo notari, quin inter eos maior sit dissimilitudo notanda) (DH 806). Aunque el concilio se refería a la
perfección en Dios y en el ser humano, quizá sea el concepto persona, que afirma la dignidad absoluta de este último, uno de
aquellos conceptos en los que es necesario buscar esa “semejanza” necesaria.
8
B. Meunier (dir.), La personne et le christianisme ancien, Paris (Cerf ) 2006.
9
L. F. Ladaria, El Dios Vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, Salamanca (Secretariado Trinitario) 20104 (Edición
revisada y ampliada); y también La Trinidad, Misterio de comunión [Salamanca (Secretariado Trinitario) 2002], sobre todo
el capítulo segundo, titulado «las “tres personas” divinas en la unidad de la esencia» (65-135), donde ofrece una interesante
panorámica tanto del origen del concepto persona en Teología Trinitaria como de las discusión teológica moderna.
10
A. Cordovilla, «El concepto trinitario de persona» en Estudios Eclesiásticos 87 (2012) 3-49. Este artículo se encuentra
reproducido con pequeñas variaciones en su manual de Teología Trinitaria ya citado: El misterio de Dios trinitario, Madrid
(BAC) 2012, 453-480. Tomaremos las referencias de este último lugar.
11
Sigue pudiéndose leer con fruición el capítulo IV de su obra Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental
[Santander (Sal Terrae) 1988] dedicado a la Dignidad de la imagen.
12
G. Amengual Coll, La persona humana. Un debate sobre su concepto, Madrid (Síntesis) 2015.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
14
Grecia
13
Cordovilla, o.c., 455.
14
Para un acercamiento a la etimología de Prósopon se puede ver Milano o.c., 53ss. Para la etimología de Persona, Ibid, 63ss.
15
«Así Ziziulas, Henry de Lubac y Hans Urs von Balthasar han profundizado y sacado las consecuencias teológicas y
antropológicas de esta “fabulosa” o “legendaria” conexión» (Cordovilla, o.c., 456).
16
Amengual, o.c., 29.
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Por otro lado, cuando la realidad entera se entiende como cosmos, como orden
unitario y universal regido por la la necesidad (ananké), la libertad (otro de los elemen-
tos del concepto persona) no tiene cabida. La libertad se concibe prácticamente como
rebelión (como hybris) ante el designio de los dioses y el destino. En este sentido, el
teatro clásico griego sí juega un papel alternativo a la filosofía. En la tragedia se nos
muestra un mundo regido por el designio de los dioses, pero a la vez se expone la lucha,
ciertamente infructuosa, del ser humano por huir de esa fatalidad. En ese conflicto se
apunta hacia un germen de libertad. Una libertad incapaz de alcanzar su objetivo, pero
a la vez una libertad que clama por su liberación17.
Roma
17
Tomamos este análisis de I. D. Ziziulas, El ser eclesial. Persona, comunión e iglesia, Salamanca (Sigueme) 2003. Una
lectura parecida la encontramos en el texto de Brunetto Salvarani: «La tragedia greca rende onore alla libertà umana, facendo
lottare il suo protagonista contro lo strapotere del fato. Per no contravvenire ai canoni tradizionali dell’arte scenica, debe farlo
soccombere; tuttavia, per riparare nuovamente a questa umiliazione de la libertà umana imposta dalle convenzioni, debe farlo
espirare anche per il delitto commesso dal destino, sebbene l’eroe no si sia macciato di una colpa specifica, né vi sia un peccato (come si
dirà nella terminologia ebraica). Il filosofo romantico tedesco Friederich W. Scheling interpreterà la tragedia nei seguenti termini: “È
un grande pensiero, quello di essere disposti ad affrontare anche la punizione per un delitto ineviabile, per dimostrare così −atraverso
la perdita della propia libertà− questa libertà e proclamare, nell’atto stesso di morire, il proprio libero volere» [Teologia per tempi
incerti, Bari-Roma (Laterza) 2018, 15s].
18
Amengual, o.c. 35.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
107-121 [caps. 30-33]»19 En este texto, a diferencia del De finibus, donde había tratado
del bien supremo, intentará fijar lo que el ser humano debe hacer para sentirse bien
consigo mismo. Este bienestar está vinculado a la vivencia de una armonía interior que
debe incluir a los distintos roles que ha de desempeñar. Cicerón distingue cuatro puntos
de vista que dan lugar a sendos roles que el ser humano ha de desempeñar y a cada uno
de ellos los denomina persona.
19
Amengual, o.c., 40. A este texto remitimos para lo dicho sobre esta obra.
20
Amengual, o.c. 41. No me resisto a señalar que en la publicidad de una conocida marca de café se afirma expresamente:
«Somos las decisiones que tomamos» [«The Choices we make» en el original inglés]. Para Cicerón, nuestras decisiones serían
solo una parte de nuestra identidad.
21
Para lo que sigue cf. Amengual, o.c. 45-53.
22
Para un acercamiento inicial a la antropología bíblica sigue siendo válida la obra Ruiz de la Peña, Imagen de Dios,
Santander (Sal Terrae) 1988, 19-88.
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El segundo elemento bíblico que hace posible la génesis del concepto persona es
que la Biblia presenta al hombre como interlocutor de Dios. Dios no solo lo crea, sino
que lo bendice, lo llama por su nombre, le pregunta y espera su respuesta, le reprocha
su infidelidad, lo interpela, aguarda su conversión, lo castiga y lo perdona. Esto ya sería
revolucionario, pero la Biblia va un poco más lejos, puesto que no solo el hombre es el
tú de Dios, sino que el mismo Dios se hace accesible al hombre, aceptando ser su in-
terlocutor. Así el hombre discute con Dios, le interpela, le reprocha… Y Dios acepta la
discusión, responde a su criatura y, lo que es más asombroso, a veces se deja vencer (Gn
18,16-33; Ex 32. 7-14; 33, 12-17).
Ese diálogo entre Dios y el ser humano está en la base de la libertad de este
último. Una libertad “responsable”, porque Dios mismo aguarda su respuesta. Con el
tiempo, los profetas (Jer 31, 29), particularmente Ezequiel (Ez 18), nos recordarán que
cada uno responde por sí mismo y que ninguno puede ampararse en el colectivo para
eludir su responsabilidad personal. La palabra de Dios es una palabra dirigida a cada 17
uno. Lo individual no será como para la filosofía griega una especie de anomalía de la
que hay que extraer el esquema, la forma, la idea, sino que es el lugar de la libertad, de
la responsabilidad, del encuentro.
En la misma raíz bíblica del cristianismo encontramos las bases para una visión
personal de la realidad no solo por lo que respecta al ser humano, sino también y prime-
ramente en la percepción de Dios como un alguien que dialoga con nosotros. El Dios
cristiano no puede ser concebido ya como un “ente impersonal”, como "un algo" agente
de una ananké preestablecida, sino como alguien con quien es posible encontrarse y
dialogar. Alguien que nos ama y que reclama de nosotros una respuesta de amor.
23
El término “exégesis prosopográfica” fue acuñado por C. Andersen, pero sería M.-J. Rondeau, que habla de ella como
“exégesis prosopológica”, quien mostraría que este modo de acercamiento a la Escritura no es «soltanto un strumento di analisi
letteraria, ma anche e specialmente un mezzo di percepzione spirituale e di elaborzione teologica […] L’esegesi “prosopologica”
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sentido estrictamente trinitario para indicar la subsistencia individual del Padre y del
Hijo. Frente al monarquianismo de Noeto, comentando el célebre pasaje de Jn 10,30:
“Yo y el Padre somos uno”, Hipólito defiende la dualidad personal Padre e Hijo sin que
por ello signifique afirmar dos principios de actividad, es decir, dos dioses (dúo prosopa,
mía dynamis)»24.
Por su parte, será Orígenes «quien da valor teológico al término hypóstasis para
referirse al Padre, al Hijo y al Espíritu santo. En su comentario al Evangelio de Juan
habla por primera vez de tres hypóstasis, “tres realidades subsistentes, el Padre, el Hijo y
el Espíritu”»26
Básicamente tenemos sobre el tapete todas las cartas de la partida. Los tres tér-
minos que en español traducimos por “persona”, dos griegos y uno latino: Hypostasis
(proporcionado por Orígenes), prósopon (presente en Justino e Hipólito) y personam
(puesto en liza por Tertuliano). A pesar de ello, aun quedarán varias bazas que jugar
hasta que estos términos adquieran un significado preciso.
19
La conexión prósopon-personam-persona, no ofrece ninguna dificultad. Parece, al
menos en una primera percepción, la transcripción natural de los términos. Sin embar-
go, no es tan evidente la conexión entre hypostasis y prósopon. Dicho vínculo lo debemos
a Basilio de Cesarea, el cual lo usa intentando combatir las tesis modalistas de Marcelo
de Ancira, que defendía la equivalencia entre hypostasis y ousia (sustancia). En este con-
texto Basilio cae en la cuenta de que defender en Dios tres prósopa es susceptible de una
interpretación modalista que solo puede ser corregida si admitimos que detrás de cada
prosopa hay verdaderamente una hypostasis.
divenne così la fonte dell’uso di persona-prósopon nella teologia cristiana antica» (Milani, o. c. 360). Nuevas perspectivas ofrecerá
H.R. Drobner, que prefiere hablar de Person-Exegese, para quien «non si tratta, infatti, soltanto di una “esegesi grammaticale”,
che risponda cioè alla domanda su quale sial el soggetto di una proposizione, […] Andando oltre l’analisi del testo vero e proprio,
la Person-Exegese si propone invece di rispondere alla domanda “chi parla?”, determinando anche el soggetto-che-parla in quanto
persona concreta» (Ibid. 361).
24
Cordovilla, o.c. 457. Citando a Hipólito, Contra Noeto 7,1.
25
Ibid.
26
Ibid. 458.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
20
Los intentos de definición del concepto persona en la teología anti-
gua y medieval
Consolidado el uso de persona (hypostasis-prosopon-personam) para designar al
Padre, al Hijo y al Espíritu se presenta ahora el reto de dar un contenido más preciso
a dicho concepto. Dicho de otro modo, se trata de buscar cuál sea la causa formal de la
distinción en Dios.
27
Cordovilla o.c. 458s
28
I. D. Ziziulas, El ser eclesial, Salamanca (Sigueme) 2003, 50.
29
Dicha fórmula acuñada en el sínodo de Alejandría, convocado por S. Atanasio, pretendía evitar el escándalo de los
latinos que consideraban la afirmación de las τρεις υποστάσεις, casi como un triteismo, por vincular υποστάσεις al concepto
de sustantia. (Cf. «Hipostasis» en Bergier, Diccionario de Teología, Madrid 1846, 511).
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naturaleza del Padre y del Hijo»30 y la causa de su distinción. Tanto Basilio como Gre-
gorio Nacianceno tendrán en cuenta la relación como clave para entender la distinción
en Dios. Pero será S. Agustín quien por vez primera «se plantea la cuestión de si las
personas divinas están relacionadas simplemente de hecho o si la noción misma de la
persona implica en Dios la relación»31.
El principio que guía a S. Agustín es que en Dios todo es único y solo cabe
la distinción en lo relative. Todo lo que se predica ad se es único en Dios y se dice en
singular. Solo en la relación, lo que se dice ad aliquid, es posible establecer alguna
distinción en Dios. Así Padre es nombre relativo a Hijo, Hijo es nombre relativo
a Padre. Pero qué pasa entonces con el Espíritu Santo. Bueno, el Espíritu Santo es
“Don”, que sigue siendo relativo al donante y al receptor. Faltará Sin embargo a S.
Agustín dar el último paso, puesto que cuando llega a plantearse qué es la persona,
se ve obligado a presentarlo como ese “algo”, que se relaciona, aceptando así una
excepción en su principio. Persona sería predicado ad se tres veces. Solo siglos más
tarde encontraremos en Sto. Tomás la afortunada afirmación de que persona es “la
relación misma, en cuanto subsistente”.
Desde San Agustín, los diferentes intentos por encontrar una definición de Per-
sona podrían ser examinados por el diferente peso que concedan en él a la relación. Es
como si el concepto persona permaneciera para siempre atrapado entre la hypóstasis que
nos habla de la subsistencia y el prósopon que nos recuerda siempre la relación. 21
Entrando ya en el medievo nos encontramos con Severino Boecio y su fa-
mosa definición de persona como «naturae rationalis individua sustantia»32. Esta ex-
presión aparece en breve texto contra Eutiques y Nestorio. No es la única definición
de persona que ofrece nuestro autor, pero sí es la más conocida, sobre todo por la
recepción crítica que hicieron de ella otros dos grandes medievales: Ricardo de San
Víctor y el mismo Santo Tomás. Una de las cualidades de esta definición, presentada
en ámbito cristológico, es la pretensión de que sea aplicable también a la Trinidad y
a la persona creada.
31
Ibid. 72. También, para lo que sigue L. Ladaria, «Persona y relación en el De Trinitate de San Agustín» en Miscelánea
Comillas 30 (1972) 245-291.
32
Liber de persona et duabus naturis 3 (PL 64, 1343). Citado por Ladaria, La Trinidad, Misterio de comunión, o.c. 74.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
El siguiente hito con el que nos encontramos será, como no, Santo Tomás.
El maestro dominico parte de la definición de Boecio, que considera aplicable a Dios
«si se entiende correctamente». De todas maneras, la suya será también una recepción
crítica, puesto que pretende ir más allá de Boecio, intentando buscar en que consiste
33
Ricardo de san Victor, De Trinitate IV, 22 (SCh 63,280). Citado por Cordovilla, o.c. 463.
34
Ladaria, La Trinidad. Misterio de comunión, o.c. 89.
Dr. Luis María Salazar García
35
Ladaria, Ibid., 90.
36
Ibid.
37
Tomás de Aquino, STh I, q 29, 4.
38
Ladaria, La Trinidad. Misterio de Comunión, o.c., 80.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
Este duro juicio, aunque matizado en nota, nos permite percibir el efecto de
esta tendencia esencialista. Aunque no niega la distinción trinitaria, faltaría más, esta
acaba convertida en un “problema interno” de Dios, sin repercusión en la economía
24 de la salvación.
40
Así Ziziulas: «Como se sabe, la fórmula final de la doctrina de la Santísima Trinidad habla de “una sustancia, tres
personas” (Mia ousía, tria prósopa). Por tanto, uno hubiera dicho que la unidad de Dios, la “ontología” de Dios, consiste
en la sustancia de Dios. Esto nos devolvería a la antigua ontología griega: Dios primero es Dios (su sustancia o naturaleza,
su ser) y luego [“primero” y “luego” han de ser entendidos lógicamente y no cronológicamente por supuesto] existe como
Trinidad, es decir, como personas. De hecho esta interpretación primó en la teología occidental y desafortunadamente entró
en la dogmática ortodoxa moderna con la distribución en los manuales de teología de los títulos “sobre Dios uno” seguido de
“sobre la Trinidad”» (El ser eclesial, o.c., 54).
41
L. Ladaria, La Trinidad Misterio de comunión, o.c., 120, citando a Ratzinger, Personverständnis in der Theologie en
id., Dogma und Verkündigung, München-Freibur Br. 205-223. También Ziziulas (vid. Nota anterior) remite a «la crítica
de K. Rahner a esta forma típiacament occidental de acercarse a la doctrina de Dios en su obra The Trinity, 1950, passim,
especialmente 58ss.» (El ser eclesial, o.c., 54, nt. 35).
42
L. F. Mateo Seco, Teología trinitaria: Dios Padre, Madrid (Rialp) 2003, 147.
Dr. Luis María Salazar García
«Fue John Locke (1632-1704) el que sacó las consecuencias del planteamiento
moderno para el concepto de persona, reservando el término persona para la dimensión
43
Cordovilla, o.c. 466.
44
Amengual, o.c. 111. Para lo que sigue puede consultarse el capítulo cuatro de esta obra: «La persona como conciencia:
la modernidad» (111-151), donde se encontrarán las pertinentes referencias bibliográficas de los autores.
45
Ibid. 113.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
puramente mental del hombre, por la que se distingue de los animales y de los demás
autómatas. En efecto, la persona es, para Locke, “un ser pensante e inteligente, provisto
de razón y de reflexión”»46. Liberado de cualquier referencia a la sustancia y también de
cualquier referencia a los otros o al cuerpo, la identidad personal basada en la autocon-
ciencia sufre en el pensamiento de Locke una radical subjetivación. La persona, con-
vertida en criterio moral, no se entiende ya como «una determinación de una dignidad
anterior, sino el resultado de un proceso subjetivo, llevado a cabo por la consciencia, de
modo que ahí donde no haya consciencia no hay persona»47. Una de las consecuencias
de este planteamiento seguirá presente hasta el día de hoy: «Si autoconciencia, perso-
nalidad y sujeto de derecho se consideran como equivalentes, entonces la extensión del
concepto de persona será diferente del de individuo de la especie hombre»48.
Leibniz, que coincide con Locke en «afirmar el papel de la conciencia […] en-
tendida como percepción del yo o sentimiento de mí» intenta buscar más allá de este
hecho psicológico un fundamento a priori de la identidad, un principium identitatis
indiscernibilium. Distingue así entre el yo y la apariencia del yo o la autocociencia49. «La
persona [para Leibniz] se constituye por su principio de vida, acción y unidad, que en
su caso es el alma racional, dotada de inteligencia y voluntad. Pero además, la persona,
en la medida en que es humana, conlleva una apariencia exterior (criterio externo), por
la que es reconocible como tal, y una conciencia de sí, por la que ella sabe de sí y de su
identidad (criterio interno) Con ello Leibniz rompe con la distinción lockeana entre
persona y ser humano y la concepción puramente conciencial de la persona»50. Sin em-
26 bargo, no encontramos ni rastro del carácter social-relacional de la persona.
46
Ibid. 114, citando a Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano.
47
Ibid. 129, citando a Locke, o.c.
48
Ibid. 130.
49
Cfr. Ibid. 142s.
50
Ibid. 145.
51
Ibid. 146.
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52
Ibid. 169.
53
Ibid. 177.
54
Ibid. 183. Citando la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de Hegel.
55
Ibid. 186s. Para una sencilla aproximación a la idea del reconocimiento puede leerse con fruto la primera parte del
artículo de Alejandra López Getial, «Una lectura hegeliana del reconocimiento. Conflicto y realidad social» en Eleuthera, 9
(2013) (2), 75-95.
56
Amengual, o.c. 187.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
En el mundo más estrictamente filosófico, sin que sea independiente del debate
anterior, la división parece haberse situado, simplificando mucho, entre corrientes fe-
57
Para conocer los términos del debate y orientarse en él, resulta utilísima la lectura de la tercera parte del libro de
Amengual (191-372).
58
Para quienes tengan interés en asomarse a los planteamientos de esta plataforma, los invito a visitar su web: https://
proyectogransimio.org/ , donde podrán encontrar noticias como: «Los chimpancés muestran un sentido de justicia ancestral»
o «Científicos asisten al nacimiento de una nueva tradición cultural entre chimpancés» y si se detiene un poco más podría
encontrar afirmaciones programáticas del siguiente calibre: «Igualmente se explicará las capacidades cognitivas iguales a los
humanos que poseen, su genética, su cultura y la lucha por sus derechos básicos como homínidos no humanos y como existen
casos de grandes simios en el mundo que se encuentran en los tribunales tras la petición de un Habeas Corpus presentado
judicialmente para pedir su libertad y son declarados personas no humanas». https://proyectogransimio.org/documentos-1/
proyecto-educativo-abriendo-los-ojos (última consulta 3-9-2018, 13:46h)
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Habrá que aceptar de entrada que el origen teológico del concepto persona no 29
nos concede a los teólogos ninguna patria potestad sobre la evolución del mismo, cuan-
do las palabras cambian de significado, hemos de cambiar las palabras para seguir expre-
sando lo mismo. Dicho cómicamente, la transmisión de la fe ha de ser la transmisión de
la “llama de la fe”, no de sus cenizas. Por supuesto este cambio no puede ser caprichoso,
sino que necesita estar sólidamente fundamentado y coherentemente articulado para no
generar más problemas de los que resuelve.
59
Sobre esta disimetría de escuchas, aplicada a la filosofía española, puede leerse J. L. Ruiz de la Peña, «Al lector, de un
teólogo en comisión de servicio» en C. Díaz, La última filosofía española. Una crisis críticamente expuesta, Madrid (Cincel)
1994, 11-17.
60
Un acercamiento a esta discusión moderna puede encontrarse en Ladaria, La Trinidad, Misterio de Comunión, o.c. 92-
119, allí encontrará el lector las notas bibliográficas correspondientes; y también, muy resumido en Cordovilla, o.c. 467-469.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
un único “tú” del hombre. «El carácter personal de Dios parece tender [según Barth]
hacia la unipersonalidad, un yo con su propio pensamiento y voluntad, Dios que es
el que se produce a sí mismo y el producido»61. Si el moderno concepto de persona se
adecúa más al Dios único, para expresar la distinción en Dios Barth preferirá hablar de
tres modos de ser (Seinweise) que de tres personas. Rahner, más moderado, no pedirá
una sustitución del término, sino la colocación de una apostilla. Los tres de la Trinidad
serían Personas, en cuanto “tres formas de subsistencia” (subsistenzweisen).
Aunque la propuesta de estos autores deba ser leída con atención y la acusación
de modalismo pueda considerarse injusta y desproporcionada, no cabe duda de que su
comprensión trinitaria resulta desequilibrada62 puesto que no da razón suficiente de los
diálogos entre el Padre y el Hijo que encontramos en el Evangelio. Quizá la prueba más
clara de la insuficiencia de sus propuestas esté en la falta de acogida que han tenido en
la teología posterior. También en la teología, y no solo en el magisterio, la receptio debe
considerarse como un dato significativo.
61
Ladaria, Ibid. 97.
62
Un desequilibrio que habíamos encontrado ya en medievales como Anselmo de Canterbury.
63
L. Ladaria, La Trinidad, Misterio de Comunión, o.c. 106.
64
Ibid. 110, citando la obra de Mühlen, Der Heilige Geists als Person in der Trinität, bei der Inkarnatión und in Gnadenbund:
Ich-Du-Wir, Münster 19672.
Dr. Luis María Salazar García
«Mühlen se pregunta si en relación con las personas divinas podemos hablar del
“numero” en el mismo sentido, en que lo hacemos al referirnos a las personas huma-
nas. Siguiendo a santo Tomás, niega esta posibilidad. El concilio XI de Toledo […] ha
señalado que en Dios el número sugiere únicamente que las personas divinas son “ad
invicen”, en la relación mutua, pero que carecen de número en cuanto son “ad se”. Las
personas divinas son idénticas en cuanto poseen la misma naturaleza divina, pero en
cuanto “personas” no tienen nada en común, cada una es precisamente en cuanto no
es la otra, se distinguen por la relación. En este sentido “persona”, en Dios, no es un
universal. Mühlen se hace así eco de las dificultades que el lenguaje de las “tres personas”
en Dios ha suscitado en muchos momento de la historia»65.
Para Mühlen, Padre e Hijo pueden entenderse desde el modelo yo-tú, mien-
tras que el Espíritu habría que pensarlo desde el modelo del “nosotros”, tan origina-
rio como el anterior.
65
L. F. Ladaria, La Trinidad, Misterio de Comunión, o.c. 110s, citando a Mühlen, o.c. 100-107 y a Santo Tomás, STh I
30, 4 ad. 3; 42, 4 ad 3.
66
L. F. Ladaria, La Trinidad, Misterio de Comunión, o.c. 113s, citando a Balthasar, Theologik II. Warheit Gottess, Einsiedeln
1985.
67
Cordovilla, o.c., 479, citando a H. U. von Balthasar, Teológica II, Madrid (Encuentro) 1988, 145s.
El concepto persona: de la teología a la antropología.
Un viaje de ida y vuelta con algunas consecuencias.
Desde la analogía porque, por más que Dios se nos haya revelado y hecho Pa-
labra, el lenguaje sobre Dios evoca y sugiere mucho más que define. Toda afirmación
teológica tendrá siempre que contar con ese “contexto de máxima desemejanza”, que en
la tradición cristiana se expresa en la teología apofática, para recordarnos siempre que si
comprehendes, non est Deus. A Dios lo conocemos, pero no lo abarcamos, lo conocemos
como los peces conocen el océano, penetrados de él en toda su realidad, pero sin poder
cartografiarlo68.
69
Cordovilla, o.c., 470. En las páginas que siguen (70-79) encontrará el lector una presentación sumaria de las distintas
posiciones con sus correspondientes referencias bibliográficas.
70
Cordovilla, o.c., 511s. En las páginas siguientes (512-515) expone el autor los distintos modelos de comprensión de
esa unidad: Desde la comprensión de una “sustancia previa”, desde la fontalidad del Padre, y desde la unidad entendida como
comunión en el amor.
Dr. Luis María Salazar García
relación con Dios desde fuera de Él mismo, sino como participación en la misma vida
trinitaria mediante la cual, a través de nuestra comunión con el Hijo, única puerta de
acceso a la vida de Dios, participamos de la relación filial entre el Hijo y el Padre y reci-
bimos, en esta misma relación el Don eterno del Padre al Hijo que es el Espíritu Santo.
Enlazamos aquí con algunos de los elementos más antiguos de la tradición cris-
tiana, que entendían al ser humano no como imagen de Dios (expresión bíblica de lo
que nosotros llamamos persona), sino como imagen de la imagen. Sólo el Hijo único
es la imagen visible de Dios invisible, y con ese modelo hemos sido creados nosotros.
De paso podemos entender que Cristo no sea propiamente una persona hu-
mana, no porque sea menos persona que nosotros, sino porque su filiación divina, su
personalidad, no es algo graciosamente otorgado, sino que pertenece al mismo ser de
Dios, “subsistente”, en expresión de Santo Tomás. 33
Muchísimas gracias.
71
Un desarrollo más fundamentado de esta formulación lo encontrará el lector en L. M Salazar García, Personas por amor,
Madrid (Fund. Mounier) 2009; particularmente en el capítulo VIII, 339-363.