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La evolución del género policial

Los textos policiales no siempre fueron iguales. Los primeros aparecieron alrededor de 1840, cuando Edgar Allan Poe publicó cuentos
como “Los crímenes de la calle Morgue” o “Carta robada”, protagonizados por el detective Auguste Dupin. Sin saberlo, el escritor establecía
cuáles eran las bases del policial de estilo “clásico” o de “enigma”, caracterizados por presentar un misterio -crimen o robo- que debe develarse.
Los detectives son quienes se encargan de hacerlo, se trata de hombres y mujeres que investigan por deseo propio o a pedido de la policía o algún
sujeto en particular. La mayoría son miembros de la alta sociedad, algo excéntricos y de inteligencia casi “sobrenatural” que, desde su casa o sólo
acercándose a la escena del delito, logran descubrir pistas o indicios que le sirven para formular hipótesis y, finalmente, resolver el enigma. Esto
último, suele ocurrir en gran parte de los textos policiales del estilo: se alcanza la verdad sobre los hechos acontecidos y se encarcela a los
delincuentes.
En general, los detectives trabajan acompañados por alguien, un ayudante que no posee el mismo nivel intelectual pero puede realizar
grandes aportes a la investigación. La literatura policial ha brindado varios ejemplos de estas duplas, como la de Dupin y el “yo” que narra los
cuentos de Poe previamente mencionados o, Sherlock Holmes y el doctor Watson, en cuentos y novelas de Arthur C. Doyle.
Con el paso del tiempo, el policial fue evolucionando. Se dejó un poco a un lado la vertiente clásica, en donde primaba la capacidad
deductiva de los detectives y su efectividad para resolver enigmas, para ahondar en una más oscura y compleja. A ésta se la conoció como
“policial negro” y sus orígenes se vinculan al contexto histórico y social atravesado por Estados Unidos alrededor de 1920. Se considera que las
crisis económicas generadas por la Primera Guerra Mundial y la caída de la bolsa de Wall Street produjeron un crecimiento de la pobreza, la
delincuencia, la aparición de mafias y la corrupción, motivando la aparición de historias relacionadas con estas temáticas. Las noticias de la
época, las crónicas policiales y la literatura reflejaban esos cambios políticos, económicos y sociales. Fue en ese marco, en donde el policial
proliferó enormemente pero con diferencias respecto al de enigma. El policial negro presentó un cambió en la figura del detective. Éste, ya no es
un hombre altamente culto y razonador que resuelve misterios porque implican desafíos a su capacidad intelectual. Por el contrario, su
inteligencia es normal, vive de su trabajo y debe circular las calles de la ciudad para llevar a cabo sus investigaciones. No le basta con sentarse y
pensar, debe enfrentarse a la realidad. Muchas veces, en sus recorridos en busca de testimonios o pistas, transita los bajos y oscuros fondos de las
urbes, poniendo en peligro su propia vida.
Otra de las diferencias fundamentales entre el policial clásico y el negro, radica en que el segundo no se centra en la resolución del
enigma sino en mostrar el entramado social corrupto en donde ocurren los hechos delictivos. Es decir, buscan poner en evidencia la violencia
social que existe en determinado lugar y cómo el poder y el dinero son motores de los actos criminales. Para visibilizar más esa corrupción y las
problemáticas sociales, varios narradores eligen contar historias en donde los casos no se resuelven y no se halla un culpable a penalizar.

La evolución del género policial

Los textos policiales no siempre fueron iguales. Los primeros aparecieron alrededor de 1840, cuando Edgar Allan Poe publicó cuentos
como “Los crímenes de la calle Morgue” o “Carta robada”, protagonizados por el detective Auguste Dupin. Sin saberlo, el escritor establecía
cuáles eran las bases del policial de estilo “clásico” o de “enigma”, caracterizados por presentar un misterio -crimen o robo- que debe develarse.
Los detectives son quienes se encargan de hacerlo, se trata de hombres y mujeres que investigan por deseo propio o a pedido de la policía o algún
sujeto en particular. La mayoría son miembros de la alta sociedad, algo excéntricos y de inteligencia casi “sobrenatural” que, desde su casa o sólo
acercándose a la escena del delito, logran descubrir pistas o indicios que le sirven para formular hipótesis y, finalmente, resolver el enigma. Esto
último, suele ocurrir en gran parte de los textos policiales del estilo: se alcanza la verdad sobre los hechos acontecidos y se encarcela a los
delincuentes.
En general, los detectives trabajan acompañados por alguien, un ayudante que no posee el mismo nivel intelectual pero puede realizar
grandes aportes a la investigación. La literatura policial ha brindado varios ejemplos de estas duplas, como la de Dupin y el “yo” que narra los
cuentos de Poe previamente mencionados o, Sherlock Holmes y el doctor Watson, en cuentos y novelas de Arthur C. Doyle.
Con el paso del tiempo, el policial fue evolucionando. Se dejó un poco a un lado la vertiente clásica, en donde primaba la capacidad
deductiva de los detectives y su efectividad para resolver enigmas, para ahondar en una más oscura y compleja. A ésta se la conoció como
“policial negro” y sus orígenes se vinculan al contexto histórico y social atravesado por Estados Unidos alrededor de 1920. Se considera que las
crisis económicas generadas por la Primera Guerra Mundial y la caída de la bolsa de Wall Street produjeron un crecimiento de la pobreza, la
delincuencia, la aparición de mafias y la corrupción, motivando la aparición de historias relacionadas con estas temáticas. Las noticias de la
época, las crónicas policiales y la literatura reflejaban esos cambios políticos, económicos y sociales. Fue en ese marco, en donde el policial
proliferó enormemente pero con diferencias respecto al de enigma. El policial negro presentó un cambió en la figura del detective. Éste, ya no es
un hombre altamente culto y razonador que resuelve misterios porque implican desafíos a su capacidad intelectual. Por el contrario, su
inteligencia es normal, vive de su trabajo y debe circular las calles de la ciudad para llevar a cabo sus investigaciones. No le basta con sentarse y
pensar, debe enfrentarse a la realidad. Muchas veces, en sus recorridos en busca de testimonios o pistas, transita los bajos y oscuros fondos de las
urbes, poniendo en peligro su propia vida.
Otra de las diferencias fundamentales entre el policial clásico y el negro, radica en que el segundo no se centra en la resolución del
enigma sino en mostrar el entramado social corrupto en donde ocurren los hechos delictivos. Es decir, buscan poner en evidencia la violencia
social que existe en determinado lugar y cómo el poder y el dinero son motores de los actos criminales. Para visibilizar más esa corrupción y las
problemáticas sociales, varios narradores eligen contar historias en donde los casos no se resuelven y no se halla un culpable a penalizar.

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