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Uníos

Una reflexión sobre ‘Sapiens: de animales a dioses’, de Yuval Noah Harari.


18 septiembre 2018
11:07
MARÍA GILOT
redaccion@lamarea.com

Es sencillo deducir tras la lectura de Sapiens: de animales a dioses (Debate) que su autor,
Yuval Noah Harari, no está satisfecho con la dirección por la que circula vertiginosamente el
progreso. En su repaso a la historia de lo que somos, porque fuimos, hay un concepto que
se desliza con agudeza a lo largo del libro: cooperación. Harari la considera clave para que
podamos adaptar nuestro comportamiento social a retos líquidos. La gran mayoría,
provocados por nosotros mismos.
El autor define al Homo Sapiens como un “asesino ecológico en serie”. Sin pudor. Nos
recuerda que hace 10.000 años los sapiens empezaron a dedicar casi todo su tiempo y
esfuerzo a manipular la vida de unas pocas especies de animales y plantas. Comenzamos
a ser dependientes, sobre todo, del trigo, el arroz y la patata. Y esclavos del trabajo que
implicaba su “domesticación”. La simbiosis con la naturaleza llegó a su fin, el mutualismo
se resintió y la revolución agrícola implicó un impulso de la avaricia y la alienación. En un
sentido más profundo, la sustentabilidad del lujo dejó de ser opción: se convirtió en
necesidad y nos cargó de obligación.
Aun así, seguimos cooperando. No de forma altruista, sino a través de redes organizadas
para la represión, la opresión y la explotación, que provocan humillación y sufrimiento. ¿Por
qué? La respuesta está en los mitos. Los relatos sobre dioses y patrias aún hoy proporcionan
vínculos sociales, aunque arrasen con culturas autóctonas y creen identidades falsas que
empobrecen a las personas. Escribe Harari que “un único sacerdote puede hacer el trabajo
de cien soldados y de manera más barata”, utilizando argumentos que no son precisamente
objetivos ni justos.
Es obvio que la violencia es empleada para mantener el orden imaginado, forma parte de
nuestra cultura global. También la ignorancia sobre nuestro entorno más inmediato. Es, por
eso, que la evolución ha convertido al Homo Sapiens –por ejemplo– en xenófobo, instalando
en nuestras sociedades el discurso del “nosotros” frente al “ellos”. Más aún si en el tablero
social incluimos el factor ‘dinero’, clave para construir imperios y para promover una ciencia
interesada carente de legitimidad.
En torno a él no solo se genera una doctrina, también una ética que nos impone cómo debe
ser el arte, qué consumir o de qué manera pensar. “¿Cómo sabemos que obtendremos el
paraíso?”, se pregunta Harari. “Porque lo hemos visto en TV”. La respuesta es demoledora.
Tanto como saber que nos cree sumisos al capitalismo-consumismo radical, la primera
“religión” en la historia que ha conseguido que sus fieles hagan exactamente lo que
les dicta. En este caso, consumir para que los ricos lo sean cada vez más a través de una
sociedad basada en la opulencia. La libertad queda subyugada al consumo; la felicidad, a
producir y comerciar.
Estados y mercados se proclaman padres del individuo alienado, al que han debilitado sus
vínculos familiares y de comunidad. El jurista Luigi Ferrajoli, en Poderes Salvajes, va más
allá: asegura que la indiferencia ante los intereses generales y el aislamiento se traducen en
pasividad política e, irremediablemente, en la aparición de un líder que emerge del
populismo. Así, las nuevas luchas por el cambio, añado, apuntarán irremediablemente hacia
derivas de conflictividad político-social. Es la“doctrina del shock” de Naomi Klein, también
llamada “ideología del miedo” por Joaquín Estefanía. Tal y como describen ambos autores,
a través de sus fabricantes se aprovecha de la angustia y la desconfianza para usarlas como
armas de destrucción masiva en la guerra de clases.
Y en este contexto, marcado por la insatisfacción y la ausencia de rumbo, las leyes del
diseño inteligente se imponen a las leyes de la selección natural. Estamos cerca de poner
fin al enigma de la vida eterna, de dar pasos en firme a nuestro transhumanismo. La era de
los ciborgs ya está aquí. ¿Se abre la puerta al futuro o intentaremos ser dioses otra vez?

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