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Versículos 32-35.
Tras la primera persecución en lo que precede, Lucas vuelve una vez más nuestra
atención a la condición interna de la iglesia.
La vida religiosa de los discípulos iba en mayor desarrollo que al tiempo a que se
refiere el final del segundo capítulo, y en la descripción entran más detalles.
(32) “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma: más
todas las cosas les eran comunes. (33) Y los apóstoles daban testimonio de
la resurrección del Señor Jesús con gran esfuerzo; y gran gracia era en
todos ellos. (34) Que ningún necesitado había entre ellos: porque todos los
que poseían heredades o casas, vendiéndolas, traían el precio de lo
vendido, (35) y lo ponían a los pies de los apóstoles; y era repartido a cada
uno según que había menester.”
Considerando el gran número de personas en esta congregación y la variedad de
relaciones sociales de las que repentinamente se habían desprendido para formar
este grupo, es notable en verdad, y bien le vale que en su lugar se anote que
eran "de un corazón y un alma".
La unidad por la que el Salvador había rogado (Juan 17:11, 20, 21) la gozaba la
iglesia ahora, y el mundo la presenciaba.
La manifestación más sorprendente de ello se vio en aquella completa
desaparición del egoísmo que llevaba a cada uno, y a todos, a decir que las cosas
que poseía no eran suyas propias, sino la propiedad de todos.
Esto no fue el resultado de teorías socialistas, ni de reglas impuestas que
hubieran de regir a todos los que buscaban admisión en aquella nueva
sociedad; sino que fue la expresión espontánea del amor a Dios y al hombre
que se había enseñoreado de cada corazón.
Entre las naciones paganas de la antigüedad era desconocida toda provisión
sistemática para favorecer a los indigentes; aún entre los judíos, cuyas leyes
daban amplia providencia para esta clase infortunada, mucho se descuidaba la
beneficencia voluntaria.
Era pues cosa nueva bajo el sol ver a tantas personas de una gran comunidad que
voluntariamente vendían casas y terrenos para poder llenar las necesidades de los
pobres entre ellos.
No podían menos de tener el efecto que Lucas le atribuye con las palabras: "Y los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran
esfuerzo, y gran gracia era en todos ellos".
El poder (esfuerzo) nuevo no estaba en el testimonio mismo, que era cantidad fija,
igual en todo tiempo; sino en su efecto sobre la gente.
Era más poderoso su efecto que antes, porque se apoya en una vida tal, entre los
que aceptaban el testimonio, que no podía haberse visto ni anticipado al principio.
La gran gracia que era en todos ellos no era la gracia de Dios que uniforme se
derramaba en ellos desde el principio; sino la gracia, o mejor traducido, el favor
que el pueblo les daba.
Con frecuencia se ha observado desde entonces que, al prevalecer la unidad y la
liberalidad de una congregación, la predicación tiene mayor poder por razón de su
mayor favor con el pueblo; pero ausentándose la unidad y la liberalidad, es
frecuente que la predicación más potente carezca de resultados visibles.
Esta iglesia en esos tiempos no era una comuna, ni un club socialista, como
muchos intérpretes se han imaginado; pues no hubo distribución uniforme de
todo entre sus miembros, ni hubo propiedad común de todos administrada
por los apóstoles como comité de negocios.
Al contrario, lo que había era repartido a cada uno "según que habla menester":
esto muestra que sólo los necesitados recibían, y que los que no estaban en
penuria daban.
Todavía se ilustra más en el negocio de Ananías y Safira (Capítulo 5:1-4), y por
las circunstancias que se conectaron con el nombramiento de los siete para servir
las mesas (Capítulo 6:1-3).
Tampoco se ha de suponer que estos discípulos se equivocaron en cuestión de su
beneficencia al ver necesario corregir su error obrando de un modo más racional.
Tal suposición pueden aceptarla solo quienes niegan que los apóstoles eran
guiados por el Espíritu Santo para dirigir los asuntos de la iglesia, y que al mismo
tiempo no pueden abarcar en su mente un concepto adecuado de la beneficencia
cristiana.
En realidad esta iglesia ponía ejemplo para todas otras iglesias del futuro,
mostrando que la verdadera beneficencia cristiana no permite que los hermanos
en la iglesia sufran hambre mientras los que tenemos bienes raíces podamos
evitarlo vendiendo éstos.
En otras palabras, nos enseña a compartir hasta el último mendrugo con el
hermano.
Más luego veremos que la iglesia en Antioquía imitó de cerca tan noble ejemplo
(Capítulo 11: 27-30).
Versículo 36.
Ahora Lucas nos presenta un caso individual de la liberalidad apenas mencionada,
y lo introduce sin duda por razón de la prominencia del sujeto poco más adelante.
(36) “Entonces José, que fue llamado de los apóstoles por sobrenombre
Bernabé (que es interpretado Hijo de Consolación), levita natural de
Chipre, (37) como tuviese una heredad, la vendió y trajo el precio y púsolo a
los pies de los apóstoles.”
"Hijo de consolación" (exhortación, propiamente) es hebraísmo que se aplica al
que sabe exhortar.
Se le dio ese nombre por su prominencia en esa clase de discursos.
Ese poder es mucho más raro entre oradores que la fuerza didáctica o lógica, y
mucho se ha apreciado a través de la historia de la iglesia.
Más tarde hallaremos que mucho tuvo que ver con la forma que se dio a la carrera
posterior de este excelente hombre.
Como la ley de Moisés no hacia provisión de tierra en propiedad para la tribu de
Leví, sino que dispuso que se sostuviese con los diezmos de las otras tribus, se ha
expresado sorpresa que este levita fuera propietario de bienes raíces.
Pero hay que recordar que la repartición original de tierras entre ciertas tribus y en
ciertas ciudades a los levitas se nulificó por completo por las cautividades asiría y
babilónica, sin restaurarse jamás, porque de algunas de las tribus solo restos
volvieron de la cautividad, y ni siquiera lograron radicarse en sus antiguos límites
de tribu.
Tal circunstancia dejó a los levitas hasta cierto punto a sus propios recursos, y ley
no había ninguna que les vedara adquirir posesión personal de terrenos.
Es probable, aunque el texto no lo dice, que la propiedad de este José se hallara
en Chipre, su tierra natal.
La expresión "natural de Chipre" significa donde había nacido, pero no el origen de
su raza.
Safira, esposa de Ananías, entra en presencia de los apóstoles después de muerto Ananías
y sacado fuera su cuerpo, mintiendo ella también al Espíritu Santo sobre el precio de la
propiedad vendida, y sufriendo el mismo castigo inmediato que ya había recibido su esposo.
“Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen tenidos por dignos de
padecer afrenta por el Nombre. Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de
enseñar y predicar a Jesucristo.”
Versículos 40-42. El consejo de Gamaliel tuvo el efecto de refrenar al concilio a
derramar sangre; mas los sacerdotes y ancianos estaban muy exasperados para que
lo siguieran en todo. (40) “Y convinieron con él; y llamando a los apóstoles,
después de azotados, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y
soltáronles. (41) Y ellos partieron de delante del concilio, gozosos de que fuesen
tenidos por dignos de padecer afrenta por el Nombre. (42) Y todos los días, en el
templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo.” La ley
de Moisés ponía un límite de cuarenta azotes, dejando a discreción de los jueces por
cuáles ofensas se hubieran de infligir (Deuteronomio 25:1-3). Por la experiencia de
Pablo, parece haber sido costumbre pararse en el treinta y nueve (1 Corintios 11:24),
quizás por evitar que se excediese ese límite legal por mala cuenta. Probable es que
cada apóstol recibiera sus treinta y nueve sobre la espalda desnuda. El informe de
que, al ser sueltos, iban "gozosos de que fuesen tenidos por dignos de padecer
afrenta por el Nombre" parecería increíble, si no se tuviera escrito en un libro como
éste y por hombres como éstos. Así como se presenta el caso, es un hecho más
sorprendente aún que cualquiera de los milagros que se dice obraron, especialmente
si consideramos que ésta fue su primera experiencia con azotes. Después de soportar
Pablo pugna continua de aflicciones, como ésta, no es maravilla oírle decir: "Me gozo
en las flaquezas, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustia por
Cristo; porque cuando soy flaco, entonces soy poderoso" (2 Corintios 12:10). Pero que
los apóstoles más viejos tuviesen experiencia similar la primera vez que los azotaron,
es una de las más grandiosas exhibiciones de fe que se hallan en la historia
apostólica. Quizá el secreto de que pudieran regocijarse se halla al considerar que
Cristo mostraba confianza en su firmeza al permitir que fuesen probados de este
modo, y se agradaron de poder probar que su confianza no estaba mal cifrada.
La predicación, ahora como antes, era en el templo, pues ni quien pensara había
en excluir a los apóstoles y sus hermanos de los atrios libres a los que todo judío tenía
derecho de acceso, y también era a diario. Según la fraseología moderna protestante,
tenían "reunión prolongada continua". Pero no limitaban sus labores, como muchos
predicadores se contentan de hacer hoy, a la predicación pública: también enseñaban
y predicaban "por las casas" (Versículo 42) —experiencia que indica a los domicilios
de sus oyentes, más bien que a los propios, pues en éstos, si aún se alojaban en la
misma casa, no podían recibir sino a pocas personas, mientras en las de los oyentes
tenían acceso todos cuantos tuviesen necesidad de instrucción o convicción.
Así, tenemos en los apóstoles inspirados un ejemplo para la predicación más
directa y efectiva de todas, obra cara a cara, sin abundancia de la cual ningún
predicador del evangelio puede con éxito completo evangelizar a una
comunidad.
Hemos llegado al término de la primera persecución, y se ha de ver claro que
resultó en triunfo completo para los apóstoles. Cuando las gentes les vieron alejarse
del poste de flagelación, gozosos de haber sido tenidos por dignos de sufrir así por el
nombre de su Maestro, se pasmaron, porque no habían visto antes cosa igual sobre la
tierra. Y al ver que la predicación continuaba sin intermisión, y desdeñaban toda
amenaza y castigo, de corazón todos, hombres y mujeres más nobles, todos cuantos
sabían admirar el heroísmo moral, se sentían atraídos irresistiblemente al Cristo cuyo
amor ennoblecía así a sus seguidores.