20 DE JULIO: DÍA DEL AMIGO
Amistad verdadera
Atinado estuvo Cicerón al escribir: “Si la amistad desapareciera de la vida, sería lo
mismo que si se apagara el sol, porque nada mejor ni más deleitoso hemos recibido de
los dioses inmortales”. La amistad es un don, algo que nos plenifica y nos llena, porque
los seres humanos somos “seres de encuentro”.
T exto : P ablo M arini / I lustraci ó n : G ast ó n L entini
D
ecía Saint-Exupéry en El Principito que “lo esencial
es invisible a los ojos”. Y no se equivocaba el aviador
francés en incluir a la amistad, en esa notable pará-
bola sobre “las cosas invisibles” que el mundo moderno
había olvidado. Tanto la rosa como el zorro del cuento tienen
que ver con esta extraordinaria forma de amor. La amistad
entre el zorro y el Principito es una amistad en sentido
estricto, auténtica, esencial. En ella se busca la persona del
otro, ambos tienen en cuenta el bien del otro y ese bien
común de la amistad que perfecciona a los dos. No es una de
esas amistades por accidente, en las que se quiere al otro, no
por lo que es sino por lo que proporciona: cesado el interés,
no tiene sentido continuarla. Cuando dos personas se tratan
durante largo tiempo de modo afable, colaborador, leal,
generoso… se convierten la una para la otra en algo único en
el mundo. Ese acercamiento personal capaz de hacer de
cada uno para el otro, un “otro yo”, fue la gran lección que le
dio el zorro al Principito, cuando le hizo ver que la flor de su
asteroide no perdía valor por el hecho de que hubiera en el
mundo miles de flores semejantes a ella.
Ya Santo Tomás, siguiendo en esto las posturas aristotélicas,
afirmaba las propiedades que tenía que poseer la amistad
auténtica (en griego philía, palabra de la misma raíz que el
verbo phileîn, que significa “querer”). Primero, es un amor
benévolo, que ama al amigo por sí mismo, y no un amor
concupiscente, que lo ama en propio o ajeno beneficio, es
decir, para utilidad o deleitación propia o ajena.
Pero no basta que el amor sea benévolo para constituir
amistad. Es preciso, además, que sea mutuo, esto es, con
reclamación o reciprocidad. De ahí el dicho “el amigo es
20 En foco
amigo para su amigo”. Por benévolo o verdadero que sea un
amor, no es amistoso si no es correspondido.
Tampoco la benevolencia y la reciprocidad juntas integran el
concepto de amistad. Se requiere, como tercera propiedad,
la comunicación o compartición de un bien, que es el
verdadero fundamento del mutuo amor. La típica expresión
para iniciar una amistad puede ser algo así: “¿Cómo, tú
también? Yo pensaba ser el único”. Tanto es así, que, según la
diversidad del bien común a los amigos, se diversifican las
amistades, y por eso podemos hablar de amistad familiar,
política, profesional, cultural, etcétera.
La verdadera raíz de la amistad es la posesión de este bien
común que identifica o “hace uno” a los amigos. Por lo cual,
cuanto el bien común sea más esencial y la comunicación
más profunda, más hondo será el fundamento de la amistad.
Normalmente los enamorados están frente a frente, absortos
el uno en el otro; los amigos van el uno al lado del otro,
absortos en algún interés común.
Sin estas condiciones, no hay amistad verdadera. Por eso,
aunque suele decirse que hay una triple amistad: honesta,
útil y deleitable, solamente la primera es auténtica, pues las
otras dos no persiguen el bien del amigo, sino aprovecharse
o disfrutar de su bien. No son, pues, benévolas, sino concu-
piscentes o interesadas. Son formas deficientes de amistad
comparadas con la amistad basada en el bien, en la virtud,
que se denomina amistad perfecta.
Según ésta, todo amigo: primero, quiere la existencia y vida
de su amigo; segundo, quiere su bien; tercero: se lo procura;
cuarto, convive con él placenteramente; quinto, concuerda
con él, compartiendo alegrías y tristezas.
En síntesis, la amistad es un amor benévolo y mutuo
fundado en la comunidad de un bien. Es, por ende, el
más noble y puro de los amores y fuente de inestimables
beneficios y alegrías.
La “libertad” de la amistad verdadera
Como advierte Lewis, el afecto y el eros, modalidades del
amor, están demasiado claramente relacionados con nuestro
sistema nervioso, y participan de nuestras necesidades
biológicas. Los sentimos cómo remueven nuestras entrañas y
alteran nuestra respiración. Pero en la amistad –en ese
mundo luminoso, tranquilo, racional de las relaciones libre-
mente elegidas– uno se aleja de todo eso. De entre todos los
amores, ése es el único que parece elevarnos al nivel de los
dioses y de los ángeles. Por eso la amistad no puede identifi-
carse con el afecto, no es la afabilidad, no es la camaradería,
no es la benevolencia, no es la concordia, todas cosas que de
alguna manera implican cierta necesidad. La amistad, en
cambio, es libre. La amistad está absolutamente libre de la
necesidad que siente el afecto de ser necesario. Las estereo-
tipadas expresiones: “No hay de qué” o “de nada” expresan
en este caso lo que realmente sentimos.
Por eso puede hablarse de la exquisita “arbitrariedad” e
“irresponsabilidad” de este amor. No tengo la obligación de
ser amigo de nadie, y ningún ser humano en el mundo tiene
el deber de serlo mío. No hay exigencias. La amistad es
“innecesaria”, como la filosofía, como el ar te, como el
universo mismo, porque Dios no necesitaba crear. La amistad
“no tiene valor de supervivencia; más bien es una de esas
cosas que le dan valor a la supervivencia”.
La amistad es un amor benévolo y
mutuo fundado en la comunidad de un
bien. Es, por ende, el más noble y puro
de los amores y fuente de inestimables
beneficios y alegrías.
Para pensar
Lamb dice que si de tres amigos (A, B y C), A muriera, B perdería
entonces no sólo a A, sino “la parte de A que hay en C”; y C
pierde no sólo a A, sino también “la parte de A que hay en B”.
En cada uno de mis amigos, hay algo que sólo otro amigo
puede mostrar plenamente. Ahora que Carlos ha muerto,
nunca volveré a ver la reacción de Ronaldo ante una broma
típica de Carlos. Lejos de tener más de Ronaldo al tenerlo sólo
“para mí” ahora que Carlos ha muerto, tengo menos de él.
Por eso, la verdadera amistad es el menos celoso de los amores.
Dos amigos se sienten felices cuando se les une un tercero, y
tres cuando se les une un cuarto, siempre que el recién llegado
esté calificado para ser un verdadero amigo. Pueden entonces
decir, como dicen las ánimas benditas en el Dante, “aquí llega
uno que aumentará nuestro amor”; porque en este amor
“compartir no es quitar”.
(C.S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid, 1994).
21