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Horkheimer (1973) estaba convencido de que la lealtad a la filosofía consistía en no permitir que
el miedo disminuyera nuestra capacidad de pensar. En este sentido, el quehacer filosófico debe
asimilarse, ante todo, como un hacer combativo que tiene como fundamento último el “valor” y el
“coraje” humano de enfrentar al mundo a pesar de su desavenencia. Esto no significa, empero, que
la vida combativa sea el móvil de un idealismo ingenuo de acuerdo con el cual, las cualidades
humanas puedan entenderse al margen de las situaciones histórico-antropológicas que las
configuraron o de espaldas a la forma de vida de quien las ejerce en situaciones concretas. Por lo
contrario, el “valor” y el “coraje” humano a los que nos referimos, son los del hombre que posee la
entereza para advertir los límites de sus capacidades, las trampas del terreno que pisa y, al mismo
tiempo, la astucia para reconocer las posibilidades que sus operaciones tienen en el entorno y la
firmeza para llevarlas a cabo a pesar de sus consecuencias.
En este contexto, una imagen bastante nítida de lo que esta lealtad a la filosofía podría significar,
aparece en unas líneas que Gustavo Bueno (2009) escribió a manera de homenaje a su amigo José
María Laso, luego de su muerte. En un acto de abundante franqueza y claridad, Gustavo Bueno
comparó a su amigo Laso con la figura de un sabio, señalando que, en ambos casos, ni a uno ni a
otro podría calificársele de simple “curioso”. Esto no porque ni éste ni aquél hayan podido
mantenerse en un mundo situado más allá de la superficie, sino porque, moviéndose a través de
ella como todos los demás, fueron desde el inicio impulsados por un instinto certero que les permitiós
seleccionar los rastros que desde ahí los conducían hacia lo más profundo, a lo esencial, hacia
aquello que sólo puede constituirse en torno a las coordenadas trazadas por la necesidad de una
vida libre. Así, para Gustavo Bueno, la vida del sabio –que para nosotros es equivalente a la vida
de su amigo y a la vida de quien es leal a la filosofía– es siempre una vida firme, inmutable, en
incesante agitación, pero orientada por un destino proyectado como fin personal que debe
mantenerse invariable tanto en tiempo de calma y de bonanza como en tiempo de tempestad.
Según lo señalado hasta ahora, lo decisivo para “hacer frente al mundo” es comprender que la
escala de la individualidad operatoria en la que todos nos encontramos, jamás aparecerá en un
horizonte metafísico poblado de sustancias eternas e inmutables, sino al contrario, surgirá siempre
en un horizonte social y político que irá dibujando “según formas muy particulares de articulación”
diferentes modelos de racionalidad crítica y de conducta operatoria. Bajo estos supuestos se
condena radicalmente cualquier forma de filosofía histórica o dogmática que pretenda hacer que los
individuos crean que la racionalidad crítica e, incluso, el ejercicio de la filosofía, puede ejecutarse
desatendiendo el análisis sobre cómo los saberes mundanos, políticos, científicos y religiosos, van
configurándose históricamente en el espacio antropológico de un presente siempre en marcha.
Suponer que los individuos estamos desprovistos de cuerpo, historia, lenguas nacionales,
técnicas, instituciones, ciencias, religiones o espacios políticos será considerado en este programa
de investigación como una imprudencia del individuo que razona, pues tarde o temprano, esta
errada suposición provocará que cualquier comprensión que se tenga de ellos, de sus
construcciones o relaciones con el entorno y sus semejantes, resulte confusa, incompleta o
contradictoria. De hecho, desde esta perspectiva, se atribuye el origen de toda confusión –sea en
el campo de las ciencias, las artes, las técnicas o aun la vida cotidiana– a la incapacidad de clarificar
cómo los diferentes saberes del presente se organizan, oponen, reabsorben o extienden a través
del tiempo. En este mismo sentido, aquí se defiende que es imposible ser leal a la filosofía amparado
en concepciones filosóficas cuyo contenido pretenda roturar al presente desde un pretérito
inmaculado o desde una profunda indiferencia por los modos en que los diversos componentes del
mundo se van organizando, diferencialmente, en función a determinados contextos geográficos,
criterios normativos o sociedades políticas.
La lealtad a la filosofía se entenderá así, como una producción moral efectiva y continua en
individuos de carne y hueso, que tendrá por resultado permanentes acontecimientos de libertad,
esto es, actos continuos cargados de valentía y riesgo que irán dibujando paulatinamente el camino
hacia un nuevo “atreverse a saber”. El riesgo de llevar a sus últimas consecuencias esta lealtad
consiste en que, quien decida someter a crítica los fundamentos de su presente, encontrará ¾en
cualquier momento y por cualquier flanco¾ opositores furiosos que intenten evitar a toda costa que
los conceptos e ideas con los cuales ha dado sentido a su vida, sean puestos en entredicho,
reducidos al absurdo o, inclusive, sean triturados por una racionalidad crítica que no dejará pasar la
oportunidad de evidenciar el trasfondo ideológico o la condición de impostura de aquello que muchos
tienen por verdad. Cabe advertir que esta crítica sobre los fundamentos del presente irá siempre
acompañada de una violenta sanción político-institucional, pues difícilmente el individuo
atrincherado en su estilo de vida estará dispuesto a prestar oídos al filósofo para salir de una caverna
que sólo proyecta sombras. De cierta manera es más cómodo para el individuo encadenado ¾que
quizás hoy tenga forma de consumidor o ideólogo¾ manejarse en un mundo de apariencias
construido sobre el “reino de los discursos” antes que sacrificar sus fantasías y experimentar
desasosiego al descubrir que aquello que tenía por verdad no era más que pura mitología
oscurantista.
Vista así, la lealtad consiste en mantener –frente a la perpetua indisposición de cada nuevo
tiempo– la continuidad de todas las decisiones morales del “atreverse a saber”.Ahora, este
atrevimiento no es otra cosa más que el ejercitar una filosofía crítica que busque la sistematicidad
actualista de los contenidos dialécticos producidos por el enfrentamiento inagotable de las diversas
formas de organización del presente. Aquí. el “atreverse a saber”no es simplemente generar
filosofías espontáneas, privadas de establecer conexiones entre saberes, tradiciones o contextos y,
por esto mismo, privadas también de establecer visiones sistemáticas de fenómenos, estructuras o
épocas. Por ello, es inadmisible aquel contenido filosófico que, en aras de una mundana objetividad,
sea reduccionista, aislacionista e incapaz de procurarmos visiones de conjunto al momento de
encarar los fenómenos. En esta geometría de ideas, será nula la estima que se tendrá entonces por
aquellas filosofías que pretendan hablar del lenguaje, la cultura, la ciencia, el hombre, la sociedad o
la psicología, desentendidas de cualquier “parámetro” que posibilite una conexión sistemática entre
los saberes del presente. Aquí esas filosofías serán tildadas de tibias y confusas.
Hay que dejar en claro que el espíritu filosófico que anima este proyecto, es el propio del
Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, pues, a nuestro juicio, es el único sistema filosófico
disponible en la actualidad que no teme encarar críticamente los contenidos científicos, políticos y
religiosos del presente y que tampoco duda en señalar cuando éstos dicen más de lo que sus
propios fundamentos les permiten. Se toma partido por dicha perspectiva al considerar que, a
diferencia de otros, este modo de ejercer la filosofía integra siempre en su quehacer crítico-dialéctico
al lenguaje, las motivaciones y las metodologías propias de los saberes de la época; además,
reflexiona sobre cómo éstos lograron una articulación histórica que no deja de manifestarse una y
otra vez en el horizonte de nuestro presente.
Desde estos planteamientos, las explicaciones que depositen en los genes, las neuronas, los
quarks, los números, las estructuras sociales o la historia, la razón unívoca de fenómenos tan
complejos como el “aprendizaje”, “la conducta moral” o “la naturaleza divina” –entre otros tantos que
están en boga en la filosofía espontánea de los científicos– serán desacreditadas. Como bien lo
expresa Gustavo Bueno: “El sistema es la única forma de pensar filosóficamente y pensar sin
sistema es una indecencia” (Muniente, 2015).
Además, el mismo autor reitera que una auténtica filosofía sistemática es aquella que destruye
polémicamente el material que no resulte integrable en su propio proceso, ya que, en cierto modo,
puede decirse que se alimenta de aquellos materiales que ha destruido. Habría que decir también
que esta filosofía es siempre “heterótrofa” pues su verdad sólo se conforma –a diferencia de la
verdad científica– como negación dialéctica de la verdad pretendida por otros sistemas filosóficos.
Siguiendo a Gustavo Bueno, la filosofía sistemática es esencialmente “crítica” no porque logre
adecuar, tramposamente, un determinado estado de cosas a unos determinados márgenes
arbitrariamente establecidos, sino porque puede “triturar” los órdenes de cosas alternativos
propuestos por otros sistemas filosóficos. Lo anterior significa que la verdad de un sistema filosófico
históricamente dado, puede medirse por su capacidad destructiva de sistemas filosóficos
alternativos o predecesores (Bueno, 1984). Basta considerar el desarrollo de la llamada “historia de
la filosofía” para constatar cómo la emergencia de sus diferentes propuestas a través del tiempo no
ha sido otra más que la impulsada por los debates, las críticas, las rectificaciones y las trituraciones
de unas ideas filosóficas por otras. Así, por ejemplo, el paso del platonismo al aristotelismo, del
tomismo al racionalismo cartesiano o del empirismo humeano al criticismo kantiano, no podría
explicarse si no se asumiera que la verdad de un sistema filosófico depende de su capacidad para
destruir los sistemas alternativos.
Para Gustavo Bueno, no es imprudente hablar de “grados de verdad” en filosofía, pues, aunque
cada corriente participa de esta última, la verdad filosófica, en su sentido más radical, está en
posesión de aquel sistema que gracias a la trituración-superación de los otros, logra edificarse y
tomar forma por encima de ellos. Por tanto, no es legítimo del filósofo verdaderamente crítico
despreciar o ignorar filosofías distintas a la suya, dado que son ellas mismas las que aportan el
material desde el cual la propia concepción sistemática cobrará potencia. Dicho de otra forma, para
Gustavo Bueno, cada sistema filosófico es como un animal de presa que vigila y conoce atentamente
otros sistemas filosóficos, pues de ellos depende –una vez abatidos– su propia verdad.
Hay que apuntar que la filosofía crítica de sistematicidad actualista con la que se compromete
este programa de investigación, reconoce que es imposible pensar filosóficamente algún contenido
si no se tiene por supuesto que el propio presente –con todas sus contradicciones, desavenencias
y puntos ciegos– da dirección y materia prima a la reflexión. Esto significa que hay que aceptar a
priori que cualquier construcción filosófica, por maravillosa y convincente que resulte, posee un
tiempo relativamente corto de vida, y que sus “contenidos” más que sus “formas”, “métodos” o
“estrategias”, están en constante cambio, deterioro o evolución.
En esta misma línea de argumentación, se aclara que este proyecto combate con igual nivel de
beligerancia, a las filosofías y psicologías que pretenden congelar el devenir del tiempo y el análisis
de los asuntos humanos suponiendo que se encuentran exentos de cualquier modificación
producida por los diferentes niveles de organización inclusiva-progresiva de la materia. Desde esta
posición, las dimensiones fisicoquímicas, biológicas, etológicas, psicológicas, sociológicas e
históricas, cambiantes por definición, atravesarán indefectiblemente la escala de lo humano y, en
este sentido, cualquier reflexión filosófica sensata que busque pronunciarse sobre ella, debe
mantener un diálogo permanente con las ciencias que aportan algo atributivamente a su
comprensión. Lo anterior no significa que el programa mentado esté comprometido con el ingenuo
principio según el cual “todo está relacionado con todo”, sino que más bien, se interesa en el hecho
de que cualquier asunto humano está material, formal y pragmáticamente delimitado por el
entrelazamiento sincrónico de múltiples dimensiones.
Conviene subrayar que el análisis y la propuesta que se lleva a cabo es de naturaleza
eminentemente filosófica, pues su contenido atraviesa diversos campos disciplinares como el de la
ecología, la biología, la psicología, la historia, la economía, la antropología y la sociología. Aquí, la
filosofía se entenderá como un “saber de segundo grado” que no posee un campo categorial cerrado
a la manera de la física, la matemática o la biología, dado que, stricto sensu, el “campo de la filosofía”
es uno demarcado por la crítica sistemática-actualista de las contradicciones, analogías, alcances y
limitaciones de los saberes que configuran al presente. Por esto mismo, su ritmo de transformación
es más lento que el ritmo de cambio en las realidades científicas, políticas o sociales de las que se
deriva. De este modo, la necesidad de ejercer una filosofía verdaderamente crítica se acentuará
cada vez que los saberes científicos, políticos, religiosos, mundanos o artísticos, pretendan
conquistar más de lo que les es propio o busquen legitimar su preponderancia en asuntos que les
son completamente lejanos o inaccesibles.
El ejercicio de la filosofía es, desde las coordenadas del Materialismo Filosófico, un acto de
permanente combate contra aquellas fuerzas ideológicas que buscan avalar o naturalizar su
posición sobre un determinado estado de cosas, aun a sabiendas de que ésta sólo es una entre
tantas o deriva, simplemente, de un interés particular o efímero. El “atreverse a saber”del que aquí
se habla, adquiere entonces su mayor nivel de radicalidad en la medida en que se reconoce que el
contenido de sistematicidad-actualista buscado para la filosofía, por más imprescindible que
parezca, debe sacrificarse después de cierto tiempo, dado que, tarde o temprano, se dará el caso
de que resulte ridículamente anacrónico para un presente que se estructura y modifica al ritmo de
las formas de vida y el avance tecnocientífico de la época.
Ser leal a la filosofía no resulta sencillo en el presente que vivimos, ya que éste nos ofrece
innumerables tentaciones que roban al pensamiento su poder combativo y lo arrojan a un destino
de recursividad y desfallecimiento. La tentación de sorprender o innovar a cualquier precio, de
reproducir o institucionalizar una idea a pesar de sus carencias, la de canjear la vocación
constructiva del pensamiento y la acción por algún esteticismo fugaz, hacen que esta lealtad se
convierta casi en una labor imposible. Por si esto fuera poco, los temas de nuestro tiempo, al igual
que nuestros intereses y nuestras formas de vida, han ido reduciendo tan dramáticamente las
ocasiones para la filosofía que ni el científico, el artista, el hombre común, ni el mismo profesional
de la filosofía, se preocupan por ser leales. Quizá, este desinterés se deba a que los diversos
contextos geográficos y sociales, por no decir geopolíticos, están siendo paulatinamente
secuestrados por una suerte de expansión neoliberal que no sólo modifica dramáticamente nuestros
saberes, intereses y formas de vida, sino también diluye nuestra capacidad filosófica de pensar los
asuntos más urgentes del presente.
Como es de esperarse, este torcido programa de expansión neoliberal –que parece haberlo
trastocado todo: medio ambiente, salud, economía, política, arte, religión, ciencia y estilo de vida–
tarde o temprano será una barrera para el ejercicio de la filosofía, ya que promoverá la formación
de muchos individuos con un insipiente nivel de racionalidad que no podrán desbordar el perímetro
del simple razonamiento económico. En situaciones límite, estas nuevas formas de ejercer el
razonamiento remitirán a disfunciones sociales mayúsculas, a modos de funcionamiento
profundamente patológicos y a procesos de desrealización individual, interpersonal y social, que
harán imposible cualquier idea de coherencia o visión de conjunto. Por tanto, el individuo que hoy
pretende ser leal a la filosofía muchas veces es transformado por uno de manufactura neoliberal
que tiene como rasgos fundamentales la innegociable adherencia a sí mismo, la insalvable condición
de encerramiento autológico y el insuperable narcicismo como modo primordial de fundar relaciones
y establecer estrategias de evitación o armonización de sus inconsistencias vitales.
Para Contreras (2015), el programa de expansión neoliberal se ha trazado como meta el diseño
de un individuo, de una antropología y una sociedad que no entren en conflicto con la economía del
libre mercado, sino que la potencien, la legitimen y la hagan sobrevivir a costa de cualquier asunto.
Lo que intenta hacer esta “razón neoliberal” es reescribir la economía de mercado como una pulsión
de fuerzas naturales y ocultar, a través de esta operación, a las instituciones, los individuos, los
actores globales y locales que la hacen posible. Con esta tramposa maniobra narrativa, opina
Contreras, se busca plantear el orden económico imperante como la única forma posible de vida y
subsumir la realidad a un solo factor explicativo-comprensivo que abra camino a una visión
totalitaria, pero reduccionista, del mundo social.
Si bien el diagnóstico que hace Contreras es bastante acertado desde el punto de vista
sociocultural –pues pone de relieve la tendencia que la mayoría de las sociedades políticas tienen
de asimilar todos los asuntos humanos desde las coordenadas del neoliberalismo–, lo cierto es que,
de no hacer los matices suficientes, se corre el riesgo de interpretarlo como un discreto lisologismo
que no distingue entre las diferentes formas en que este modelo económico-cultural fue abriéndose
paso, experimentando resistencias, nulificándose o ecualizándose con otros modelos económico-
culturales tanto al interior como al exterior de las clases sociales y los Estados. Contreras acierta al
reconocer que el neoliberalismo se ha propuesto diseñar un individuo y una sociedad en armonía
con la economía del libre mercado, no obstante, el postular una“razón neoliberal”homogénea que
se extiende por sobre todas las cosas y, sobre todo, el no matizar suficientemente la forma en que
este proyecto expansivo de carácter económico-cultural ha encontrado –según la evidencia
histórica, geográfica y política disponible– diferentes formas de expresión, hace suponer que su
concepción de la historia y la economía política aún está anclada en el modelo económico marxista
ortodoxo, según el cual, la humanidad es una suerte de masa homogénea encarrilada en un proceso
lineal, progresivo y de crecimiento continuo, cuyo objetivo único es producir un mejoramiento
sistemático de los medios de producción para llegar a un “estado de cosas definitivo” en el que el
Estado, la lucha de clases y los modelos económico-culturales alternativos queden completamente
nulificados por un neoliberalismo que se postule así mismo como la fuerza sine qua non y el motor
definitivo de los procesos históricos y sociales.
En relación a lo erróneo que pudiera resultar ajustarse a este modelo de historia, Gustavo Bueno
(2001) nos recuerda que, de seguir al pie de la letra el manual marxista-economicista –en virtud del
cual después del esclavismo viene el feudalismo y luego el capitalismo–, seríamos incapaces de
explicar, por ejemplo, por qué cuando España colonizó América no lo hizo a través de un esquema
económico burgués; por qué, para organizar la administración de las Indias durante la época del
absolutismo fue necesario entremezclar esclavismo con feudalismo o por qué, durante la expansión
capitalista de Inglaterra, Francia y Holanda entre los siglos XVIII y XIX, se configuró una nueva forma
de esclavitud.
Sin lugar a dudas, el neoliberalismo es un modelo económico-cultural de gran fuerza que busca
abrirse paso en las sociedades políticas a través del ocultamiento de todo lo que no encaje en su
dinámica y, frecuentemente, cuando se h
o o están buscando integrarse a su desarrollo ciegamente. Sin embargo, un vistazo a la actual
geopolítica y antropología demográfica, nos demostrará que el neoliberalismo no se ha dado en
todas las regiones de la misma forma ni con el mismo nivel de apego al capitalismo mercantil o
financiero. Si revisáramos las diferentes maneras en que se ha expresado, nos daríamos cuenta
que todas ellas han sido configuradas por variables de orden ecológico, demográfico, mercantil,
jurídico, psicológico, tecnológico, educativo, político, religioso, etológico o geográfico que hacen
imposible trazar una distribución homogénea de su influencia. Así, por ejemplo, el hecho de que
Estados Unidos se haya independizado de Inglaterra de la mano del calvinismo y el anglicanismo –
y con ello de Europa, del catolicismo y del feudalismo– permite explicar por qué sus estructuras
económicas, políticas y sociales fueron más progresistas, dinámicas y competitivas que las que
regulaban todavía a muchos países europeos de aquel tiempo. O el hecho de que Japón haya
sacado todo el provecho a su monarquía constitucional en la segunda mitad del siglo XX, permite
explicar por qué logró configurar “el milagro japonés” vía un capitalismo tardío, pero
proporcionalmente más autónomo que el de otros países.
Como advertimos, el miedo a pensar con sistematicidad actualista ha colonizado ya buena parte
de los espacios disponibles para juzgar, experimentar, crear, disentir, allanar o clasificar; e incluso
muchas ideas, ciencias, disciplinas, tendencias artísticas o formas de vida, han logrado sobrevivir
en el tiempo o sobrelegitimarse sin ninguna crítica sustantiva a sus propios fundamentos y sin
ninguna visión ni prospectiva ni retrospectiva de sus proyectos. Las modas, mitos e ideologías
aprobadas por el neoliberalismo parecen decidir no sólo las formas legítimas de construir
conocimiento, sino también los modos apropiados de ejercer el carácter moral de un pueblo o las
maneras ideales de experimentar la vida en su sentido más general. El culto al desarrollo de
habilidades técnicas, la acumulación de bienes materiales, el ejercicio irrestricto del placer, la
productividad rampante y la explotación a terceros, parecen hoy más que nunca estar al asalto de
cualquier ocasión para la filosofía: a la persecución de cualquier nuevo “atreverse a saber”.
Habrá que puntualizar que la razón última del ejercicio filosófico no es el ocio, ni siquiera el amor
a la sabiduría, sino la supervivencia. Quien hace filosofía lo hace porque el presente en el que se
encuentra le arroja un sinnúmero de contradicciones, sinsentidos y confrontaciones que es inevitable
¾en términos de supervivencia psicológica, social y política¾ intentar poner en armonía, por lo
menos en términos de representatividad de lo real, todo aquello que resulte hostil, contradictorio o
confuso. Con esto se quiere decir que el lugar natural de la filosofía será el conflicto y su ejercicio
se deberá siempre a la sospecha de que a través de ella será posible vislumbrar alternativas
prometedoras para remediar cuanto se presenta como problemático e insoluble.
Quizá la metáfora más afortunada para caracterizar el papel que la filosofía tiene en el presente
sea aquella que asemeja su ejercicio al trazado de un mapamundi. Mal entendida, esta metáfora
podría llegar a sugerirnos que la filosofía es un ejercicio de adecuación definitiva a lo real, no
obstante, si la entendemos como se debe, tendríamos que advertir que la adecuación se
establecería no tanto entre el mapa y el terreno, sino entre las relaciones pragmáticas del sujeto con
el terreno y con el mapa que representa a aquél. Como el mapa se supone levantado sobre el
terreno a una escala determinada, establecida por el sujeto, es obvio que los puntos señalados en
él habrán de adecuarse al terreno cuyos accidentes han sido seleccionados pragmáticamente. Esto
significa que la adecuación, más que ser su criterio de verdad, constituye su definición. Así, la verdad
del mapa sólo tendrá sentido por su confrontación con otros mapas y por su potencia para incorporar
mayor número de accidentes y relaciones en función de los intereses pragmáticos del sujeto que lo
utiliza. En cualquier caso, el mapa es la representación superficial de un terreno que debió haber
sido recorrido, surcado o labrado previamente, pero también, la ocasión para representar lugares
vacíos, lagunas o profundidades aún no recorridas.
Según Gustavo Bueno, el mapa se apoya en los accidentes del terreno, en los vértices
geodésicos y en las concreciones o nódulos definidos. Además, no sólo registra esos nódulos
reales, sino que busca incorporarlos a un entramado de relaciones mediante líneas o coordenadas
artificiosas, aunque no más artificiosas que los perfiles de los referidos accidentes del terreno. En
síntesis, para este autor, la filosofía entendida como un mapamundi no interviene propiamente en el
hacerse del mundo, pero sí participa en la dirección de los pasos que cada uno podrá dar en él. De
modo que el mapamundi, en tanto metáfora de la filosofía de sistematicidad actualista, puede llegar
a ser, en un momento dado, indispensable para seguir pisando el terreno y avanzar o,
definitivamente, huir de él. Por eso, como se ha dicho en líneas anteriores, quien hace filosofía lo
hace por supervivencia y porque busca una mejor orientación para andar en el terreno que pisa
(Bueno 1999).
Bajo esta óptica, el programa de investigación que aquí se presenta reconoce la necesidad de
incorporar a los mapamundis del presente lugares vacíos, lagunas, profundidades o accidentes del
terreno apenas advertidos. Se parte de suponer que los mapamundis ofrecidos por algunas teorías
de la ciencia y, sobre todo, algunas teorías psicológicas, como modelos de orientación tanto en el
mundo como en la vida, o bien tienen trazos tan burdos que apenas logran un sentido mínimo de
orientación, o bien, la precisión de sus trazos apenas alcanza una visión de conjunto. El propósito
fundamental que mueve este programa es, entonces, dibujar una imagen de las ideas de “ciencia”
y “psicología” lo suficientemente nítida para no extraviarse en reflexiones fútiles que sigan
pensándolas de manera unívoca y sin ningún nivel de variabilidad en sus contenidos materiales,
formales y pragmáticos. Aunque ambas ideas se dicen de muchas formas, el acercamiento más
prometedor que se podría tener a cada una es aquel que se derive de un análisis de su diversidad
y concreción histórica.
Basta ver al mundo, sus desgracias y sus dinámicas, para percatarse del papel tan mezquino que
ha tenido la filosofía dentro de la configuración del presente y reconocer la urgencia de generar
filosofías especiales que permitan a las ciencias, las disciplinas y las formas alternativas de generar
conocimiento, distinguir entre las pretensiones que cada una tiene respecto de las demás y respecto
de la porción de mundo con la que tratan. Es necesario construir metodologías o estrategias de
diálogo que eviten que la especialización del saber termine en un fundamentalismo o en un
reduccionismo de los elementos constitutivos del mundo. Es también urgente que la filosofía vuelque
su ejercicio crítico sobre casos puntuales, situaciones específicas y ciencias particulares, para luego
articular estrategias que permitan un progressus hacia nuevas formas de diálogo entre saberes que
posibiliten visiones de conjunto.
Si bien, la filosofía debe tener como tarea fundamental conseguir reflexiones generales que
subsuman los límites de lo particular, no está demás considerar, desde el punto de vista de este
programa, que hay más posibilidades de lograrlo si su ejercicio se debe a un regressus sobrela
especificidad de aquellos cuerpos de conocimiento que ya lograron separar su campo de
investigación de la filosofía. Volcar esta filosofía de sistematicidad actualista sobre la especificidad
de éstos, tiene como consecuencia positiva el que cada especialista vea la posibilidad de dinamizar
u optimizar su propio campo de investigación debido a la cercanía que el lenguaje y la práctica de
la filosofía muestran con su quehacer. Por otro lado, aquí la filosofía no será anticuada, ingenua o
imprudente respecto de las maneras en que cada ciencia, disciplina y forma de conocimiento
construye sus relaciones con el mundo. Recordemos que, si miráramos desde un punto de vista
histórico a las distintas figuras antrópicas que han ostentado cada nuevo “atreverse a saber”, nos
veríamos en la necesidad de reconocer que antes de la aparición del científicoestuvo la del filósofo,
la del poeta y la del mitólogo; que la aparición de cada uno de ellos se debió, entre otras cosas, a la
aparición de nuevos objetos, sujetos, campos de investigación, instrumentos de medición,
lenguajes, metodologías de análisis y maneras de inteligir. Dicho esto, es preciso reconocer que la
filosofía y las diferentes ciencias están en momentos noológicosdistintos y que, debido a ello, su
relación no puede ser de absorción o indiferencia, sino al contrario, de ampliación y enriquecimiento.
El papel que la verdadera filosofía crítica debe jugar en la configuración del presente en tanto
forma valiente de “atreverse a saber”, no puede desentenderse de los adelantos, metodologías o
estrategias que cada disciplina y forma alternativa de generar conocimiento, ha construido a través
del tiempo para relacionarse de una forma más lúcida con los fenómenos de su interés. Por ejemplo,
para Gustavo Bueno (1995), salvo que practiquemos la poesía, no podremos hablar ingenuamente
del agua como lo hacía Tales de Mileto, pues el agua de nuestro mundo está ya conceptualizada
por la física y la química y sólo desde sus conceptualizaciones podemos hoy regresar hacia las
ideas con las que alguna vez estuvo vinculada. Así, el correcto ejercicio de la filosofía de la ciencia,
de la filosofía del arte o de la filosofía de la religión, no puede iniciarse –según la caracterización
hecha desde el principio de la filosofía– sin referir a una práctica artística o religión en particular y
sin remitir a un entramado de relaciones que fue necesario establecer entre otros saberes y el tópico
en cuestión para que este último tuviera sentido. En suma, aproximarse a un tópico desentendido
de cualquier parámetro que guíe la reflexión o abandonado de las relaciones atributivas que guarda
con otros saberes es tan infructuoso como querer recorrer la distancia que hay entre un punto y otro
sin tener noticia alguna de dónde está cada uno.
Lo dicho hasta aquí supone que no se puede pensar en la filosofía de la ciencia asumiendo que
existe una ciencia solamente o que todas las habidas se constituyen con los mismos elementos.
Una filosofía de la ciencia que busque “atreverse a saber” debe reconocer que cada ciencia se
organiza de una manera única y, difícilmente, los elementos que dan lugar a una son comparables
con los elementos que conceden lugar a otra. A pesar de esto, no es imposible proponer una serie
de categorías que, comunes a todas las ciencias, cobren sentido sólo cuando se doten de contenido
por la especificidad de sus campos. Por dicha razón, la “cientificidad” no será un género que se
distribuya entre las diferentes ciencias, sino, más bien, una cualidad aplicable a diferentes
estructuras mediante la identificación de sus recurrencias.
Es muy ingenuo suponer que los “elementos constitutivos” de ciencias como la física o la
matemática son análogos a los “elementos constitutivos” de la biología, la topología o la química.
También es inocente suponer que todas estas ciencias no poseen “categorías” comunes que
permitan diferenciarlas de las religiones, las artes o las culturas. La filosofía de la ciencia no puede
seguir pensándose como si estuviera soportada ex nihilo o como si se refiriera a todas las ciencias
y a ninguna en particular. Una filosofía de la ciencia prometedora será, entonces, aquella que
permita analizar los modos en que una ciencia en específico se configuró como tal, o los modos en
los que un determinado cuerpo de conocimientos que aspiró a serlo, lo consiguió. A la par, una
filosofía de la ciencia que busque consumar estos ideales sólo podrá organizarse como una
actividad crítica cuando analice a diferentes ciencias que, incontrovertiblemente, se han constituido
como tales, o bien, a diferentes cuerpos de conocimiento que intenten serlo. Ya sea en un caso o
en otro, la filosofía de la ciencia que pretenda ceñirse bajo esta perspectiva debe tener –por
necesidad lógica– una idea muy clara de la ciencia. De ahí que, este programa de investigación se
vale de la idea de ciencia construida por la Teoría del Cierre Categorial de Gustavo Bueno y asume
que ésta se constituye cuando se fija un paradigma de “ciencia” capaz de establecer relaciones con
las ciencias particulares en la medida en que éstas repitan su configuración.
La teoría de la ciencia que se propone para analizar a las diferentes ciencias o a los diferentes
cuerpos de conocimiento que pretendan serlo, supone que cada ciencia es algo dado históricamente
y que el problema de su demarcación consiste en diseñar un modelo de ciencia que permita
relacionarlas entre sí. En este entendido, la filosofía de la ciencia que aquí se desarrolla no analizará
a ciencias incontrovertibles como la física, la química o la biología, más bien analizará a un cuerpo
de conocimiento que intenta serlo: la psicología. Se asume que el caso de la psicología es el de un
cuerpo de conocimientos que actualmente –y desde que surgió– se encuentra en un constante
debate sobre su condición de ciencia, de profesión o, simplemente, de teoría de la experiencia
subjetiva. Se admite que en caso de resolverse el debate a favor de su condición de ciencia, este
programa de investigación indagará sobre qué tipo de ciencia es, cuáles son los límites de su campo
de investigación, cuáles son los fenómenos o referentes que estudia y cuáles son las posibilidades
de neutralizar las operaciones de los sujetos que construyeron su campo de investigación.
Para llevar a cabo este proyecto será necesario el empleo de tres recursos metodológicos. En
primer lugar, habrá que construir una “historia contextual” para identificar la serie de acontecimientos
que, de manera diferencial en términos temporo-espaciales, influyeron en que cada teoría
psicológica se constituyera de una determinada manera y no de otra. Esto implicará realizar
múltiples análisis sobre las relaciones de codeterminación entre los marcos económicos, sociales,
políticos, filosóficos y culturales a través de los que cada una adquirió su configuración.
En segundo lugar, se elaborará una “historia interna” de cada propuesta en teoría psicológica y
se la utilizará a modo estrategia para trazar el itinerario de los debates teóricos, metodológicos y
temáticos que surgieron en su interior. En este punto, el objetivo será identificar los procesos que
permitieron a cada propuesta constituirse como un cuerpo doctrinal con una identidad propia capaz
de diferenciarse completamente de otros. Lo interesante de esta historia será el abrirnos a la
posibilidad de entender hasta qué punto la mayoría de los constructores de cada propuesta en teoría
psicológica, al intentar legitimarse por encima de los otros, los desacreditaron, negaron e intentaron
retraducir a sus esquemas, sin advertir que todos ellos, en conjunto, delineaban el verdadero rostro
de la psicología.
En tercer lugar, se utilizará el “análisis gnoseológico” en tanto recurso definitivo para identificar
en cada teoría psicológica: a) sus principios fundacionales y momentos de desarrollo, b) los
“conceptos” que están siendo utilizados inapropiadamente en su campo y que más valdría incorporar
como “ideas” al campo de la filosofía, c) las modulaciones de la idea de ciencia con las que se
compromete (la ciencia como saber hacer, como cuerpo ordenado de proposiciones derivada de
principios, como ciencia positiva o como extensión teórica de ciencia positiva), d) la familia de teorías
de la ciencia con la que podría identificarse (descripcionismo, teoreticismo, adecuacionismo o
circularismo), e) las diferentes maneras en las que se están neutralizando las operaciones
(metodologías “α-operatorias” y “β-operatorias”, así como sus diferentes estados de equilibrio), f) los
modos gnoseológicos a través de los cuales se organiza (modelos, metros, paradigmas, cánones,
clasificaciones, tipologías, desmembramientos, agrupaciones, definiciones o demostraciones) y,
finalmente, refiriéndose al ejemplar más sobresaliente de cada una de ellas, g) los términos,
relaciones, operaciones, referencias, fenómenos, esencias, normas, dialogismos, autologismos y
teoremas a través de los que se constituye.
Así, a partir de dicho análisis gnoseológico se pretende decir a la psicología qué es en relación
con las no-ciencias y con otras ciencias en función de la idea de ciencia constituida por la misma
“gradación de las ciencias”. Lo anterior quiere decir, según la Teoría del Cierre Categorial, que las
relaciones que la psicología pueda mantener con otras ciencias deberán entenderse siempre a partir
de criterios gnoseológicos, esto es, a partir de criterios que tomen en cuenta su verdad interna y,
por ello mismo, su alcance en cuanto al control de la realidad.
Para Gustavo Bueno (1993), es aquí donde se advierte la imposibilidad de llevar a cabo un
análisis gnoseológico a espaldas de un análisis ontológico, de modo que la determinación del
alcance de cada ciencia implicará el cuestionamiento del alcance de su propio campo categorial en
la realidad del mundo fenoménico y, paralelamente, el cuestionamiento de su relación con los
campos constituidos por las otras ciencias. Hay que mencionar que cuando damos por supuesta la
pluralidad de las ciencias –su relativa independencia e irreductibilidad mutua–, pero manteniéndola
sobre el fondo de unos materiales intersectados en grado muy variado, el regressus hacia la
determinación de las dimensiones y de los límites –del alcance de cada ciencia– se nos plantea
como un regressus que desemboca en las cuestiones centrales en torno al significado de la
disposición categorial de los fenómenos del mundo.
En este sentido, llevar a cabo un análisis gnoseológico de las diferentes propuestas en psicología
contemporánea implicará clarificar la porción de la realidad con la que tratan y dejar en claro que,
en tanto teorías psicológicas, sus fines no pueden confundirse con los de otras ciencias u otros
cuerpos de conocimiento. Como es de esperarse, esta clarificación implicará dos momentos críticos-
dialécticos: por un lado, será necesario dotarse de una teoría sobre lo real, esto es, de una teoría
ontológica que pueda dar cuenta de los entrelazamientos de las diferentes porciones que la integran
y, por otro, de un aparato crítico capaz de juzgar con prudencia, si es el caso o no que estas teorías
psicológicas están abordando con independencia e irreductibilidad la porción de lo real con la que
tratan. Dicho lo anterior, es evidente que este escrito se propone “poner en cuarentena” a la teoría
psicológica contemporánea al intentar mostrar que muchas de sus teorías operan con modelos de
ciencia apenas razonables desde el punto de vista de la evolución de la propia teoría de la ciencia,
y al demostrar también que muchas situaciones del presente desbordan ya por completo el espíritu
y las motivaciones que hicieron, en su momento, altamente efectivas a muchas teorías psicológicas.
Así las cosas, la apuesta de este programa de investigación es triple, dado que pretende mostrar
cómo todas las propuestas de psicología contemporánea ¾incluso aquellas que se constituyeron
como producto de la depuración de los vicios de sus teorías predecesoras¾ surgieron en su “estirpe
y carácter” en situaciones históricas difícilmente analogables a las que está configurando el
liberalismo económico surgido a partir de la caída del muro de Berlín y la disolución del bloque
soviético. En este punto habría que decir que nada tiene de comparable la burguesa sociedad
represora vienesa de finales de XIX que dio lugar al psicoanálisis freudiano, la naciente
sociedad mainstream norteamericana que impulsó al conductismo watsoniano en la primera década
del siglo XX, la altamente sensible sociedad de posguerra de los años sesenta que dio origen al
humanismo o esta sociedad archicapitalista que está generando disímiles desarrollos, conflictos y
formas de vida al interior de las diversas sociedades políticas.
La primera apuesta consiste en afirmar que, hasta ahora, ninguna psicología se ha preocupado
lo suficiente por construir “nuevos fundamentos” para teorizar al nuevo individuo psicológico que
está emergiendo de esta sociedad archicapitalista. Esto no significa que no se reconozca el mérito
que tuvo, por ejemplo, el interconductismo de Emilio Ribes respecto del conductismo de Watson o
el psicoanálisis de Lacan –incluso en la interpretación de Žižek– respecto al de Freud o el
humanismo de Frankl en relación con el de Maslow. Lo que se afirma es que la situación histórica
en la que hoy nos encontramos –cambio climático, sobrepoblación, migración, terrorismo,
corrupción, enfermedades crónico-degenerativas, consumismo, nuevas formas de psicopatología,
desigualdad social hiperbólica, secuestro de la vida privada por las telecomunicaciones,
endiosamiento de la vida ociosa, etcétera– presenta una morfología singularísima que exige la
revisión profunda de los fundamentos de las distintas psicologías, o bien, la construcción de nuevos
fundamentos psicológicos para facilitar la adaptación de los individuos a estos nuevos contextos
normativos roturados con altas dosis de heterogeneidad, positividad, ambivalencia, ociosidad,
hiperreflexividad, inconmensurabilidad y riesgo.
En este escenario, el individuo contemporáneo visto a escala psicológica –sea cual sea la escuela
o propuesta desde la cual se quiera conceptualizar– se enfrenta hoy a conflictos normativos nunca
vistos en la historia de la humanidad y debe, si es que no quiere caer en algún problema psicológico,
gestionar por cuenta propia o con la ayuda de alguna teoría psicológica, estrategias
pseudoresolutorias que le permitan sobrevivir o adaptarse a estos desafiantes contextos. La
condición pseudoresolutoria de dichas estrategias se debe al hecho de que los conflictos
psicológicos emergen, una y otra vez, a causa de la morfología connaturalmente problemática tanto
del mundo como de las diferentes sociedades políticas. En otras palabras, la disolución de muchos
conflictos psicológicos puede ser operable desde dimensiones eminentemente extrapsicológicas y,
por tanto, la primera apuesta de este programa de investigación consiste en afirmar que hay diversos
ámbitos de la vida social que aún no han sido reconocidos o teorizados por la psicología
contemporánea.
La segunda apuesta pone de relieve que el “verdadero rostro de la psicología” sólo logra
evidenciarse luego de un exhaustivo análisis de su diversidad y configuración histórica y que
cualquier disputa entre escuelas o corrientes que busque legitimar de manera absoluta a una como
negación de la otra, evidencia una profunda ignorancia respecto de los procesos histórico-dialécticos
que fueron necesarios para que todas estas escuelas o corrientes pudieran coexistir y desarrollarse
de manera simultánea a pesar de su inconmensurabilidad y enfrentamiento.
Se elige la aproximación histórica –tanto contextual como interna– como la mejor estrategia de
indagación para identificar la unidad y la diversidad en psicología, al considerarse que sólo en la
dimensión temporal es posible encontrar el punto de convergencia entre todas las psicologías. Así,
a través del reconocimiento de dicho punto será posible llegar a testificar que todas las psicologías
surgieron en diferentes tiempos y sociedades políticas, con el único objetivo de convertirse en
marcos de orientación para el establecimiento de estrategias pseudoresolutorias o ajustativas a
determinados contextos normativos y demandas sociales en específico. Por ejemplo, hablando con
fines de orientación pedagógica, se puede decir que el psicoanálisis surgió como estrategia
liberadora en contextos opresivos (Viena, finales del siglo XIX); el conductismo como estrategia
controladora en contextos ávidos de orden y productividad (E.U.A. en los años veinte); el
cognitivismo como estrategia legitimadora del cientificismo y la filosofía de la conciencia en
contextos universitarios (Alemania, finales del siglo XIX); la neuropsicología como estrategia
niveladora de las facultades intelectivas en contextos de desigualdad social (U.R.S.S. en la década
de los cuarenta) y el humanismo como estrategia de curación moral en contextos afectados por
conflictos bélicos (E.U.A. en los años sesenta).
Esta segunda apuesta se suma a los principios establecidos por Danziger (1990) para la
elaboración de una historia crítica de la psicología, la cual debe negar el naturalismo simplista, según
el que los objetos psicológicos son “cosas” dadas de manera objetiva, sujetas de ser analizadas
desinteresadamente. Conceptos como “atención”, “sensación”, “percepción”, “conducta”, “sujeto
experimental”, “paciente”, etcétera, son asumidos aquí como constructos llevados a cabo por los
propios psicólogos para abstraer, a escala individual, la lógica de ciertos intereses sociales
específicos. Por otra parte, en esta segunda apuesta se afirma que la existencia misma de una
comunidad de expertos –cuyo establecimiento fue, por cierto, el principal objetivo del laboratorio de
Wundt– justifica la aceptación de un “sujeto colectivo” como el agente real de la producción de los
conocimientos psicológicos.
Cabe señalar que en este programa de investigación se confía plenamente en las bondades que
–desde el punto de vista de la comprensión de los fenómenos– otorga el conocimiento histórico de
las psicologías realmente existentes, no obstante, también se reconoce que las aquí mostradas no
agotan por completo el total de sus matices o combinaciones y que no necesariamente el origen de
una determinada propuesta en psicología se identifica, morfológica y funcionalmente, con el más
desarrollado de sus ejemplares. A pesar de reconocer estas complicaciones en la investigación, se
confía en que las propuestas en psicología aquí mostradas, junto con sus respectivos ejemplares,
poseen un alto grado de representatividad en relación con las formas en las que hoy es posible
pensar la teoría psicológica. También se confía en que el “aire de familia” (en el sentido propuesto
por Wittgenstein) que circula entre los diferentes ejemplares pertenecientes a una propuesta en
psicología, condensa, sin duda, las motivaciones y las necesidades de ajuste que en un determinado
momento de la historia fue necesario para facilitar, incluso forzar, la adaptación de los individuos a
diversos contextos normativos emergentes. En palabras de Thomas Kuhn: “Ahora esto tiene sentido;
ahora entiendo; lo que antes fue para mí una mera lista de hechos ahora se ha convertido en una
pauta reconocible” (1968, p. 42).
Finalmente, la tercera apuesta declara que, si bien, varias psicologías aún resultan altamente
efectivas para describir, explicar, comprender, orientar o predecir muchos asuntos humanos en torno
a la ocurrencia de la individualidad en asuntos como la cognición, el autoestima, el aprendizaje o la
conducta (en todas sus variedades de conceptualización), también es cierto que ninguna de las
psicologías disponibles en la actualidad, en términos de “fundamentos y motivaciones”, ha nacido
en el seno de las sociedades políticas acaecidas en la expansión neoliberal ocurrida a partir de los
años noventa. La atención se sitúa en esa década porque, desde la disolución del bloque soviético,
los equilibrios geopolíticos han entrado en un colapso tal que ahora son los fundamentos del
neoliberalismo los que sirven de materia prima para confeccionar, con poca oposición, la morfología
y el funcionamiento del individuo contemporáneo. La importancia de este asunto se condensa al
mostrar que ninguna de las psicologías históricamente dadas ha tenido la necesidad de lidiar con el
“recién nacido” individuo de la sociedad del riesgo (Ulrich Beck), del cansancio (Byung-Chul Han),
de los tiempos líquidos (Zygmunt Bauman) o de la ambivalencia (Georg Simmel) en la que hoy nos
encontramos.
Según esta última apuesta, el individuo contemporáneo es, a escala antropológica –y por ello
mismo a escala psicológica–, radicalmente distinto de aquel que sirvió como ejemplar para trazar y
orientar a las psicologías realmente existentes. De acuerdo con nuestros planteamientos, ningún
individuo en la historia, salvo el hombre contemporáneo, se ha visto como hoy enfrentado a la
necesidad de lidiar y poner en armonía el mayor número de objetos, pensamientos, ideas, valores,
conductas o instituciones jamás creados en la historia de la humanidad. Así, su mayor desafío en
términos psicológicos consiste en planear estrategias que le permitan roturar, con el mayor grado
de representatividad posible, el campo de situaciones extrapsicológicas (ecológicas, históricas,
políticas, sociales) que darán lugar a un tipo específico de situaciones psicológicas. De modo que
es un grave error por parte de la psicología contemporánea suponer que existe una “base
psicológica universal” capaz de trascender o anular los efectos de pertenecer o buscar integrarse a
una determinada sociedad política.
No es extraño, por ejemplo, que Juan Bautista Fuentes, Fernando Muñoz y Ernesto Quiroga
(2007) supongan que la clave del éxito de cada psicólogo sobresaliente es su destacada capacidad
para entender a los sujetos en su contexto sociocultural cambiante, lo cual requiere adaptarse a las
modas dominantes en un determinado tiempo histórico y en un determinado sector social. Según
estos autores, es, por tanto, a través de la adaptación diferencial de los psicólogos singulares a las
formas objetivas de la moda –sobre todo de los ingenios más afilados, dotados de esa inteligencia
psicosocial a la que aludimos– como se explica que las diversas “escuelas y sistemas” de la
psicología vayan diversificándose, genealógicamente, al compás de dicha adaptación diferencial.
Una vez mostrados algunos puntos de encuentro y codeterminación entre la filosofía de la ciencia,
el papel del neoliberalismo en el presente y el porvenir de la psicología, es momento de esbozar por
qué el Operacionalismo Materialista Contextual posee las condiciones gnoseológicas mínimas para
constituirse en un embrión de teoría psicológica contemporánea capaz de dar una respuesta parcial
o pseudoresolutoria –como lo hacen todas las teorías psicológicas respecto de los asuntos que
tratan– a una nueva serie de problemas que están emergiendo, justamente, en el interior de las
sociedades políticas que han recibido mayor influencia del neoliberalismo. Por ello, es fundamental
señalar que desde las coordenadas del Materialismo Filosófico ninguna teoría científica, religiosa o
del sentido común, así como tampoco ninguna ciencia categorialmente cerrada, podrá surgir,
únicamente, del genio o la pericia analítica de algún sujeto en particular, sino que, antes bien, para
que la una o la otra sean posibles, es necesario –según el principio de symploké– que se
entremezclen un sinnúmero de elementos como podrían ser pizarras, tizas, aparatos, libros,
memorias personales, relaciones topológicas entre objetos, normas sociales y rutinas, entre
otros.No debemos suponer por tanto, que el Operacionalismo Materialista Contextual –en tanto
propuesta de teoría psicológica contemporánea–, surge con exclusividad del ingenio de quien
escribe estas líneas, sino que su postulación obedece a la necesidad de “representar”, con el mayor
nivel de objetividad posible, una serie de prácticas y técnicas que ya están siendo “ejercitadas” por
un gran número de personas para sobrevivir, adaptarse o progresar “psicológicamente” en las
sociedades políticas neoliberales.
Desde esta perspectiva, el mérito de una teoría psicológica que aspire a tener algún grado de
cientificidad consistirá en su capacidad para desbordar ampliamente el “ejercicio referencial” del que
provienen nuevas formas de conducta singular, y su capacidad de representarlo con toda claridad y
contundencia a partir de la composición y descomposición de los elementos y las situaciones que lo
hicieron posible. El objetivo de llevar a cabo dicha representación será vincular el “ejercicio
referencial” de partida con “series de relaciones de orden distinto” para dar lugar a una estructura
envolvente que pueda integrar en un todo sistemático-actualista tanto a los elementos
configuradores de dicho “ejercicio referencial” como a los elementos, aún no presentes, de las
potenciales “relaciones de orden distinto” con las que éste pudiera tener contacto en el futuro. Por
consiguiente, una teoría psicológica de vanguardia tendrá la obligación de condesar en su estructura
a un conjunto de prácticas, sujetos y objetos que se estén “codeterminando” en su ejercicio, incluso
cuando los escenarios de dicha codeterminación apenas permitan una representación total de su
organización y estructura. En este sentido, hoy, el teórico de la psicología deberá ser una especie
de cartógrafo capaz de integrar en cada uno de sus trazos, las conexiones que han sido requeridas
para que un determinado sujeto haya podido sobrevivir, adaptarse o progresar, en términos
psicológicos, a los desafiantes contextos configurados por el neoliberalismo.
Ya que este no es el espacio para definir con toda puntualidad el estatuto gnoseológico del
Operacionalismo Materialista Contextual, bastará con utilizar un sencillo ejemplo que nos muestre
cómo es que lo que podría llamarse –según la corriente psicológica de la que se parta– “rasgo
psicológico”, “entidad clínica”, “trastorno mental” o “estado disposicional”, no es otra cosa más que
la expresión conductual de un tipo de proceso ajustativo a un conjunto de relaciones de
codeterminación entre un sinnúmero de elementos materiales. Para ilustrar lo anterior, basta
reflexionar cómo el modelo económico-cultural neoliberal ha transformado en los últimos cincuenta
años el modo en que muchas sociedades políticas contemporáneas se están relacionado con la
infancia. Si bien, a lo largo de la historia de Occidente, los niños han sido tratados –aunque no
completamente reconocidos– como un sector poblacional más vulnerable que el de los adultos, lo
cierto es que a partir de que el mercado neoliberal fue fabricando una extensa gama de productos
y servicios para ellos, muchas veces esta vulnerabilidad se naturalizó a tal grado que terminó en
una “patologización de la infancia” cuyo resultado fue generar jugosos dividendos económicos para
quien así lo propuso.
Como todos sabemos, en stricto sensu, el concepto y las actitudes que hoy se tienen hacia “la
infancia” son más o menos recientes, ya que, antes de la segunda mitad del siglo XVIII no se la
reconocía como una etapa del ciclo vital completamente diferenciada de la adolescencia y la adultez.
Habrá que decir a vuelo de pájaro –siguiendo a deMause (1982)–, que tanto en la Antigüedad como
en la Edad Media y prácticamente en toda la Modernidad hasta el final de la guerra fría, la infancia
y las relaciones paterno-filiales eran asimiladas, o en tanto relaciones proyectivas o en tanto
relaciones de inversión. En otras palabras, o se utilizaba al niño como una especie de recipiente en
donde se proyectaban y descargaban las conductas y enseñanzas del adulto o era pensando como
un sustituto de la figura adulta que debía ser protegido y, al mismo tiempo, disciplinado. En cambio,
desde que en la segunda mitad del siglo XX los niños –junto a sus padres y familiares más cercanos–
entraron en un recurrente contacto con la televisión, sus inverosímiles contenidos y los productos y
servicios diseñados para darle importancia social, las relaciones paterno-filiales que se
establecieron con ellos, jamás volvieron a ser las mismas. En esta nueva etapa de las sociedades
políticas neoliberales, el niño comenzó a ser visto como un potencial consumidor al que había que
complacer, entretener, comprender e insertar en un mundo fantástico en el que no hubiera lugar
para el trabajo, la disciplina, los aprendizajes relevantes para la vida o la responsabilidad en las
tareas cotidianas.
Aunque ya desde los años treinta Walt Disney produjo el primer largometraje de
animación, Blancanieves y los siete enanitos, no fue sino hasta los años sesenta cuando
coincidieron 1) la adquisición masiva de televisores en las clases medias, 2) la Declaración de los
Derechos del Niño de la ONU, 3) la expansión del modelo de entretenimiento de Hollywood, 4) el
apogeo del modelo de negocio de la comida rápida y el autoservicio, 5) el incremento del prestigio
de la neurofisiología encefálica, 6) la consolidación de la industria del juguetes y la dulcería y 7) la
ampliación de la oferta de fármacos para regular la conducta, que el niño apareció por primera vez
en la historia de Occidente como un sujeto al que había de exentar, a toda costa, del mundo real
para en cambio sumergirlo, a fortiori, en un mundo ficcional construido en escuelas, hogares y
espacios públicos, a la misma escala que el mundo de los cuentos de hadas.
Para evidenciar cómo los enseres fabricados por el modelo económico-cultural neoliberal han
transformado radicalmente las actitudes hacia la infancia y sentado las bases para su
patologización, es suficiente contrastar el modo en que veían televisión los niños antes de la
comercialización masiva de televisores y pantallas a control remoto y el modo en que hoy lo hacen.
El que los televisores manuales de los setentas y principios de los ochentas exigieran al usuario 1)
estar a una distancia razonable del aparato, 2) discriminar entre las opciones de contenido
audiovisual, 3) caminar hacia el televisor una vez llevada a cabo la selección de contenido, 4) girar
manualmente la perilla de canales hasta llegar al número elegido y 5) repetir todos pasos anteriores
cada vez que hubiera un cambio de preferencia, posibilitaba, de una u otra forma, que los niños de
aquellas décadas fueran más cautelosos en sus elecciones y coordinados en su conducta. En
contraste, el hecho de que las pantallas táctiles o manipulables a control remoto de finales de los
noventas no exigieran a sus usuarios ninguno de los procedimientos anteriores, provocó, por un
lado, que los tiempos de espera entre la ocurrencia de una apetencia y su satisfacción fueran
mínimos y, por otro, que los procesos de discriminación cognitiva y activación condutal se inhibieran
dramáticamente. En este sentido, hay que señalar que lo que aceleró la transformación de las
concepciones y actitudes hacia la infancia y abrió la puerta a su patologización, fue, precisamente,
esta coordinación entre el tipo de funcionalidad que ofrecían los aparatos, el contenido que en ellos
se mostraba y el conjunto de políticas públicas que veían al infante como un pequeño sujeto al que
habría que construirle un mundo aparte.
Una vez bosquejado este sencillo y telegráfico ejemplo resultará más sencillo comprender por
qué la “inatención”, la “irritabilidad” y la “impulsividad” que hoy caracteriza a muchos niños, más que
ser un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), es un modo de “ajuste” a un
entramado de objetos, sujetos y normas que tienen como principio de organización la extinción de
la demora, el esfuerzo y la incorporación a un “mundo común” compartido por animales y humanos.
Así, el hecho de que hoy muchos niños y adolescentes que resultan intratables en sus colegios,
indisciplinados en sus tareas cotidianas y errados en sus conductas y pensamientos, sean
medicados por psicólogos con la intención de elevar su rendimiento escolar y disminuir su conducta
problemática, demuestra cómo el modelo económico y cultural del neoliberalismo ha confeccionado,
ingeniosamente, un amplio catálogo de “enfermedades y trastornos mentales” para ocultar y, al
unísono, naturalizar, sus peligrosos efectos.
Lo dicho hasta aquí supone que el Operacionalismo Materialista Contextual, en tanto embrión de
teoría psicológica contemporánea, tendrá la obligación de reconocer aquellos contextos
socioculturales que han sido mayormente afectados por el modelo neoliberal y que aún no han
podido desarrollar, para sus individuos, estrategias pseudoresolutorias para aminorar sus efectos.
También tendrá la responsabilidad de identificar cómo la conjugación de diferentes modelos
económico-culturales han dado lugar a individuos –atrapados en arquetipos normativos enfrentados,
discontinuos y emergentes– que no poseen la capacidad para desarrollar, a lo largo de su vida,
conductas efectivas, consistentes y prospectivas. En pocas palabras, la vocación teórica del
Operacionalismo Materialista Contextual consistirá, en un primer momento, en “representar la
morfología” del efecto que el modelo neoliberal ha heredado al mundo y a la dimensión psicológica
del individuo y, en un segundo momento, en formalizar estrategias pseudoresolutorias con alto
contenido situacional que permitan al individuo contemporáneo sobrevivir, adaptarse o progresar en
los contextos configurados por el neoliberalismo.
Pese a que, como se dijo en líneas anteriores, el neoliberalismo ha tenido diferentes efectos y
modos de presentación según la región geográfica en la que se asienta, lo cierto es que su rasgo
distintivo como modelo económico-cultural ha sido ofrecer a los individuos una recurrente y
progresiva “inflación de la realidad”. Esto es, el neoliberalismo se ha propuesto brindar un rango
infinitamente mayor de opciones de consumo que aquel con el que una persona razonable y eficiente
puede lidiar en la vida cotidiana. De ahí que haya hecho creer a la mayoría de los individuos que el
criterio definitorio para la organización de su vida “es la búsqueda de la felicidad” o la “la acumulación
de experiencias placenteras” más que la orientación razonable de la conducta en función de los
requerimientos del entorno y las capacidades individuales. Sintetizando al extremo, diríamos que es
justo en el marco de las sociedades políticas neoliberales donde existe mayor probabilidad de
experimentar la vida como un permanente conflicto decisional. Baste, como muestra, la multiplicidad
de opciones de productos, servicios, criterios morales, preferencias sexuales, religiones, posiciones
políticas y formas de vida que ofrece el neoliberalismo, para constatar que su morfología esta
calibrada para que quien no sea capaz de frenar la “inflación de la realidad” quede completamente
devastado y anulado por ella.
Según lo escrito hasta ahora, todo parece confirmar que el mayor desafío del hombre
contemporáneo, en términos psicológicos, radica en su capacidad para establecer estructuras de
reducción de la complejidad que le permitan disminuir la probabilidad de ocurrencia de conflictos
psicológicos, sean éstos conceptualizados como se desee. Esto significa que, dada la
heterogeneidad pletórica en la que se encuentra –de objetos, pensamientos, ideas, valores,
conductas e instituciones– el hombre contemporáneo debe dotarse, ya sea por propio ingenio o con
la ayuda de una teoría psicológica, de estrategias pseudoresolutorias que le permitan simplificar sus
cursos de acción con el objetivo de ser asertivo, estratégico y sustentable en todo cuanto haga o
piense. Como ya se ha insinuado, la perversidad histórico-antropológica de las sociedades
moderno-contemporáneas consiste, en ofrecer al individuo un sinnúmero de opciones en todo
cuanto hace y piensa para arrojarlo a un contexto decisional profundamente aporético que casi
siempre terminará en un bloqueo o extinción de proyectos.
En consonancia, este tipo de “contexto decisional” no podrá surgir espontáneamente del
temperamento, la personalidad o los diferentes modos de interacción del sujeto, sino que será
provocado por la sinexión paramétrica que ocurre entre los diferentes objetos y las relaciones de
operación y co-operación que los sujetos pudieran establecer con ellos a nivel subjetivo, objetivo,
intersubjetivo y suprasubjetivo. Con esto se quiere decir que el modo en que cada individuo está
“viviendo su vida” o “desplegando conductas características”, obedece, más bien, a una manera
particular de integrarse a un entramado de relaciones morfológicamente diversas, dinámicas y
compuestas por diversos materiales. En este sentido, lo que en psicología mundana –y en algunos
ámbitos de la psicología académica– podría llamarse “personalidad”, en el Operacionalismo
Materialista Contextual será visto como “la continuidad y recurrencia comportamental” que un
individuo ha desplegado a lo largo tiempo en aquellos espacios y momentos morfológicamente aún
“no reglamentados”. Así, lo que algunos llaman conductas “espontaneas” u “originales” tendrían que
ser asimiladas, ante todo, como “manifestaciones comportamentales” que anuncian la existencia de
un espacio, un momento y un tipo de interacción que todavía no ha sido integrado, normalizado o
naturalizado en la morfología de un determinado contexto.
Dicho lo anterior, hay que poner de relieve que el individuo que no logre identificar los nexos de
codeterminación de los materiales con los que trata y que tampoco pueda advertir la morfología del
contexto que regula sus conductas presentes y futuras, estará condenado a convertirse en el típico
individuo flotante y multifugado de las sociedades políticas neoliberales. En este escenario, no
deberá parecernos extraño descubrir hoy a una nueva generación de individuos que ya han gastado
buena parte de su vida en búsquedas interminables –casi siempre retractables y nunca progresivas–
de sus fundamentos económicos, morales, políticos, religiosos e, incluso, sexuales.
Por todo esto, el gran reto de la teoría propuesta es representar y/o perfeccionar aquellas
estrategias que ya están ejercitando de modo disperso algunos individuos de las sociedades
políticas neoliberales para lidiar con la pluralidad innecesaria que ofrece su contexto y así poder
consumar sus fines trazados a corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, debido a la relativa
novedad de estas prácticas –que ocurren hace apenas cuarenta años aproximadamente– la
representación de su unidad y sistematicidad pudiera ser una tarea muy extensa y difícil de lograr
en este espacio. Por ello, en lo que viene se mencionarán únicamente algunos casos que permitan
vislumbrar cómo la “pluralidad innecesaria”, según los fines trazados por cada sujeto, podrá ser
reducida, neutralizada o, incluso, intensificada positivamente. De esta forma, será prioritario para la
teoría propuesta dar un “estatuto histórico inaudito” a muchas prácticas que se están ejercitando en
el presente, aun cuando ellas pudieran resultar triviales para el individuo contemporáneo.
Sirva de ejemplo que hoy pocas personas reflexionan acerca de las técnicas que utilizan gerentes
de empresas transnacionales, administradores de plazas comerciales, agentes publicitarios o
diseñadores de tecnología para conseguir los fines que se proponen. Muchas de ellas apenas son
analizadas, integradas en una morfología que permita advertir sus efectos o replicadas en contextos
distintos a los comerciales, pues los nexos de su codeterminación quedaron tan ocultos para el
“ciudadano promedio” –ya sea por decreto o estrategia de sus ejecutores–, que a éste no le quedó
otra alternativa que integrarlas a su vida cotidiana y asumirlas como naturales. Es como si el
neoliberalismo, pese a todos los matices ya tratados, operara con una dialéctica bidireccional cuyo
único fin consistiera en lograr que el “individuo más ingenuo”, en el supuesto uso de su libertad,
construyera, por propia cuenta y sin ninguna coacción externa, aquellas situaciones estructurantes
que, por un lado, permitieran al mercado ser más solvente, vigoroso y estable y, por otro, a él más
vulnerable, torpe y desorientado.
En una de sus direcciones, esta doble dialéctica buscará integrar y multiplicar la oferta de bienes
y servicios que se ponen a disposición del individuo y, paralelamente, buscará hipersimplificar o
anular hasta donde sea posible las operaciones y recursos necesarios para concretar dicha oferta.
En otra de sus direcciones, buscará desconectar, en el marco de la vida cotidiana, todas las
operaciones del individuo para que éstas no puedan ser recicladas o integradas en futuras tareas,
pero también hiperintensificará las opciones de consumo y las operaciones para acceder a él con el
fin de envolverlo en una dinámica de rendimiento. Por todo esto, será justo en el marco de las
sociedades políticas neoliberales donde esta “dialéctica bidireccional” se manifestará como un
“conflicto psicológico sin precedente histórico” que, de no ser advertido, tendrá como consecuencia
un brutal estancamiento en muchos de los procesos de desarrollo involucrados en la vida de las
personas. Como muestra de la “primera dirección” de la dialéctica anunciada, resulta suficiente decir
a manera de ironía, que las cajas de Skinner ya no tienen a la rata como primer analogado del
individuo, sino, más bien, al consumidor como primer analogado de la rata y que tampoco están ya
montadas en laboratorios, sino que ahora éstos tienen forma de plazas comerciales. En este sentido,
resulta curioso advertir cómo la arquitectura de muchas de estas plazas se encuentra diseñada de
forma tal que aquel individuo con un rango de visión de 180 grados puede encontrar, en un solo
vistazo, un McDonald’s que lo invita a consumir 1180 calorías, un maniquí con tallas extra-chicas
imposibles para el amante de la comida rápida y una tienda deportiva dispuesta a vender lo que sea
con tal de revertir los efectos de la glotonería.
Sin alargar de más el ejemplo, baste decir que, al día de hoy, las plazas comerciales son el más
ingenioso dispositivo construido por el neoliberalismo para integrar y multiplicar la oferta de bienes
y servicios puesta a disposición del individuo. Su característica definitoria consiste en calcular todas
las posibles variaciones de la conducta del consumidor y ofrecer para ellas un producto o servicio
que las acompañe en aras de un mayor beneplácito. Por ejemplo, si una pareja de enamorados ya
se cansó de jugar boliche en una plaza comercial y ahora quiere descansar en su hogar, la plaza
comercial les ofrecería como alternativa hacerlo ahí mismo, pero en una sala spa que costaría, en
promedio, un euro por minuto. En este escenario, no será ninguna novedad que el contenido de
películas que se proyectan en los cines de estas plazas, al igual que la publicidad que las circunda,
estén diseñadas para que el espectador se convierta en un potencial consumidor de lo ahí anunciado
y, luego, en un discreto ideólogo que defienda a capa y espada un estilo de vida basado en el
consumo, el ocio y el deleite.
La clave del éxito de estos dispositivos radica en cada uno de los elementos que lo componen
tiene como finalidad legitimar a todos los demás. Con esto se quiere decir que la finalidad de cada
producto no es otra, sino la de legitimar a otro producto y este otro, a un servicio y este servicio, a
un conjunto de valores y este conjunto de valores, al primer producto.
Ahora bien, esto no significa que la única estrategia del neoliberalismo para intentar convertirse
en un modelo económico-cultural hegemónico haya sido integrar y multiplicar la oferta de bienes y
servicios en plazas comerciales; por lo contrario, como ya se insinuó, otra de sus estrategias
consiste en hipersimplificar bienes y operaciones requeridas en las ofertas de consumo para obtener
mayores ganancias financieras. Como ejemplo de este tipo estrategias sea pertinente recordar el
modelo de negocios utilizado por los hermanos Mac y Dick McDonald a finales de los años cuarenta,
en el que se planeó y operó la producción de comida a partir del modelo industrial de Henry Ford.
Según Juliana Huergo (2014), la “velocidad” era la esencia del proceso de recepción, elaboración y
servido de comida en este nuevo concepto de restaurante. Su objetivo, así, era expedir pedidos en
menos de treinta segundos y para ello los hermanos McDonald conjugaron el autoservicio, los bajos
precios, la utilización de vajilla de cartón, el procesamiento de grandes volúmenes de materia prima,
la preparación mecanizada y estandarizada de alimentos a partir de tareas simples y la instauración
de normas de operación que garantizaran la buena manufactura. Sobra decir que en todo este
proceso fue característico pagar bajos salarios a los empleados, rotarlos constantemente según los
ciclos de la oferta y la demanda, prolongar lo más posible su jornada de trabajo y evitar la
conformación de sindicatos que salvaguardaran sus derechos laborales. Por tanto, en sentido
estricto, lo que hace crecer a la empresa neoliberal es, justamente, su capacidad para maximizar
las operaciones, integrarlas en un círculo procesual de autolegitimación, adaptarlas con prontitud a
las variaciones del entorno y, sobre todo, ocultarlas en cuanto a sus efectos y modos de
organización.
Sin pretender sonar políticamente subversivo, habrá que decir que las ideologías del presente
están calibradas para que un varón, desde el punto de vista biológico, pueda presentarse a ojos de
la sociedad y de él mismo como una mujer o como alguien sin identidad sexual, sólo porque él así
lo ha percibido o ha experimentado un sentimiento profundo que lo justifica. Nótese que esta
desconexión entre la condición biológica del individuo y su identidad sexual afirmada, negada o
diversificada, encontrará, nuevamente, otras posibilidades de re-desconexión cuando se enfrente a
contextos jurídicos, políticos o, incluso, comerciales, que aún no hayan sido sintonizados con las
diferentes formas de “categorización-individual-sexual” con las que cada individuo se ha identificado
en el fuero de lo privado. De este modo, desde las coordenadas del Operacionalismo Materialista
Contextual, la lucha por la defensa de los derechos LGBTTI no será otra cosa que lucha por la
conexión, en el marco de la vida cotidiana, de las todas las operaciones de sus defensores.
A este respecto, resulta impresionante advertir el modo tan puntual en que esta desconexión de
las operaciones se está incrementando en asuntos de la vida cotidiana tan simples como el deporte
y tan complejos como las nuevas formas de familia. Basta apuntar, por ejemplo, que en tanto
prácticas novedosas para ejercitarse, el running o el crossfit no requieren, a diferencia de deportes
como el básquetbol o el fútbol, profundos conocimientos previos para su práctica, estrategias de
cooperación demasiado sofisticadas o grandes espacios acondicionados para su ejecución, antes
bien, ambas pueden llevarse a cabo sin necesidad de conectar una larga historia deportiva, un
estratégico grupo de pares y un espacio concertado demasiado sofisticado. En el caso de las nuevas
formas de familia, baste mencionar que actualmente un niño puede cohabitar con su padrastro de
lunes a viernes, ser criado por una empleada doméstica todos los días del año, recibir enseñanzas
morales de su padre biológico cada fin de semana, ser violentado en el receso por sus compañeros
y ser tratado como príncipe por su madre un par de horas antes de ir a la cama.
En este escenario, cobra sentido el espíritu de este programa de investigación al postularse como
un ejercicio filosófico crítico entorno a la psicología, pues tiene como propósito definitivo el cancelar
las apariencias y demoler lo que no resulte integrable en su curso. La mayor aspiración de este
programa es, así, la de convertirse en el caldo de cultivo de una nueva generación de filósofos de
la psicología y psicólogos dispuestos a buscar, por todos los medios posibles, la construcción de
una nueva forma de entender y ejercer la psicología. Se está plenamente consciente de que impulsar
un cambio de orientación de esta magnitud no es una labor sencilla o exenta de los avatares
históricos derivados de las fuerzas ideológicas y los modelos doxográficos que dominen a una
época. A pesar de ello, también se está plenamente convencido de que la radical complejidad del
presente exige una profunda revisión de los fundamentos de la filosofía de la ciencia y la teoría
psicológica contemporánea. Y aunque esta aspiración puede sonar escandalosa a oídos de
cualquier “conservadurismo teorético y pragmático” es justamente esta condición la que demuestra
–según la propia historia de las ciencias y los saberes– lo prometedor de su contenido. Aquel que
conozca bien la historia de la psicología sabrá que ninguna de sus corrientes surgió con la claridad
ni con el nivel de especificidad con la que hoy se advierte. Al contrario, cada corriente surgió como
un “efecto contextual” altamente confuso de una sociedad política que buscó ecualizar los saberes
tecnológicos, científicos y filosóficos de su época para resolver demandas sociales y dar una
explicación racional a los hechos psicológicos. Ni la morfología del presente en que vivimos ni los
problemas que hoy tenemos, tampoco nuestros saberes tecnológicos, científicos y filosóficos, son
semejantes a los del siglo pasado. Hoy se tienen nuevos problemas, otras morfologías del mundo y
distintos saberes que ameritan ser ecualizados para resolver las demandas sociales en el interior
de cada sociedad política y explicar la condición psicológica de los individuos contemporáneos.
Dadas las advertencias, hay que poner de relieve que este programa de investigación se
estructuró de tal forma que quien decida conocerlo no encuentre cabos sueltos entre el origen y la
aplicación de la teoría de la ciencia utilizada para estudiar a la psicología, la Teoría del Cierre
Categorial. Quien lo revise entenderá el surgimiento, evolución y valoración de las diferentes
propuestas en psicología contemporánea y la urgencia de repensar los fundamentos de cada una
de ellas según los requerimientos del presente. La razón última de este proyecto es dar una
orientación, lo más certera y completa posible, para todo aquel interesado en iniciarse,
especializarse o abrir camino en los campos de la filosofía de la ciencia y la teoría psicológica.
Hecha la salvedad, este programa se propone cumplir varias funciones según sea el sujeto que
se familiarice con él. Para estudiantes sin conocimientos previos en ninguno de los campos en
cuestión resultará amigable y orientador, pues les permitirá situarse de razonablemente en cada
uno de ellos; para especialistas disidentes, ansiosos de innovar sus prácticas y reformar sus
maneras de teorizar los asuntos psicológicos, será alentador, en tanto que les permitirá repensar
sus propias intuiciones y potenciar nuevas maneras de relacionarse con sus campos de
investigación; y, finalmente, para aquellos especialistas dogmáticos cincelados bajo el supuesto de
que todos los asuntos filosóficos y psicológicos ya fueron resueltos de una v ez y para siempre por
alguna emblemática figura de la historia de la filosofía o la psicología, este programa de investigación
resultará irritante, embarazoso y confuso, pues todo su contenido estará dedicado a poner en tela
de juicio buena parte de su formación y de su manera habitual de mirar y relacionarse con los
asuntos filosóficos y psicológicos.
Así, para satisfacer estas variadas pretensiones, dicho programa se desplegará a través de cuatro
momentos que, a su vez, estarán compuestos por una cantidad diferente de episodios temáticos
que buscarán, dialécticamente, enlazar las conclusiones entre uno y otro para llegar a una visión
panorámica y prospectiva de la psicología. El primero –el momento doctrinal– estará compuesto por
los episodios temáticos primero y segundo y en él se expondrá tanto la ontología del Materialismo
Filosófico como su teoría de la ciencia. El segundo –el momento transicional– se compondrá de los
episodios temáticos tercero y cuarto y utilizará la aparatología del Materialismo Filosófico y la Teoría
de Cierre Categorial para explicar el surgimiento y la condición problemática de las diferentes
propuestas en psicología contemporánea. El tercero –el momento crítico– abarcará del episodio
temático quinto al noveno y se estructurará a partir de una descripción de las prácticas mundanas y
las historias contextuales e internas que configuraron a cada teoría psicológica, ahí mismo se
realizará también un análisis gnoseológico de su ejemplar más sobresaliente. Finalmente, el cuarto
–el momento prospectivo– sentará las bases del Operacionalismo Materialista Contextual.
Aunque tomados en sí mismos estos cuatro momentos serían suficientes para dar cuenta de la
dirección, organización y profundidad del programa en su conjunto, con el fin de ganar terreno en
su compresión más general se considera necesario presentarlos de forma independiente a partir de
sus diferentes episodios temáticos. Conviene subrayar que por medio de la presentación de éstos
se busca que, llegado el momento, el lector pueda transitar dialécticamente entre asuntos de menor
a mayor complejidad. Haciendo eco a este propósito, a continuación, se presentará una breve
descripción de cada uno con el objetivo de comprender su alcance, dificultad y función dentro de la
puesta en marcha de un programa de investigación para el campo de la psicología construido desde
las coordenadas del Materialismo Filosófico.
En el segundo, “Teoría de la ciencia y Teoría del Cierre Categorial”, se hablará acerca del modo
en que estas cuatro modulaciones de la idea de ciencia fueron instalándose y legitimándose en las
teorías de la ciencia que dieron lugar al periodo antiguo, medieval, clásico, historicista y
contemporáneo de la filosofía de la ciencia. Se demostrará que el aparato crítico de la Teoría del
Cierre Categorial integra y supera a la mayoría de estas teorías, pues, a diferencia suya, no caerá
en ningún formalismo reduccionista que impida dar cuenta de la estructura y funcionamiento de los
diversos cuerpos de conocimiento. En la parte final de este episodio temático se definirán los
elementos que conforman el espacio gnoseológico de la Teoría del Cierre Categorial, así como las
diferentes metodologías propuestas para explicar los modos en que los diversos cuerpos de
conocimiento neutralizan las operaciones de sus sujetos gnoseológicos.
Hay que advertir que este programa de investigación tiene un carácter telegráfico, ya que
únicamente busca insinuar una serie de reflexiones que podrán dinamizar los campos de
investigación de las teorías psicológicas realmente existentes, además de sentar las bases de un
embrión de teoría psicológica planteada desde las coordenadas del Materialismo Filosófico. Lo que
se busca a través del Operacionalismo Materialista Contextual es trazar las líneas generales de un
programa de investigación que comprenda al individuo como un sujeto capaz de interactuar,
diferencial e históricamente, con los diversos géneros de materialidad a los cuales pueda tener
acceso operatorio. En este sentido, esta teoría toma distancia de un subjetivismo y psicologismo,
mundano o académico, que considere que todos los asuntos humanos tienen un origen, desarrollo
o desenlace en el propio sujeto. El Operacionalismo Materialista Contextual se decanta a favor del
mundo y del ambiente en el cual se desarrolla el individuo, su conducta y su trayectoria vital, pues
considera que la mejor comprensión o modificación de la dimensión psicológica de éste, sólo puede
ocurrir cuando se tomen en cuenta las distintas formas de codeterminación de los géneros de
materialidad a través de las cuales se ha desplegado la vida.
Para concluir, es fundamental resaltar que la razón última de este programa de investigación es
“dar a cada cosa lo suyo” y que, bajo ninguna circunstancia, se busca legitimar alguna forma de
fundamentalismo científico; por lo contrario, lo que se intenta es perfilar límites y posibilidades tanto
para aquellos cuerpos de conocimiento que ya se han constituido como ciencias, como para
aquellos que están cerca de serlo o aquellos que no tienen posibilidad alguna ni interés por
conseguirlo. Se confía en que el contenido aquí visto se asimilará como un intento juicioso por
ajustar muchas de las pretensiones que tanto la filosofía de la ciencia como la teoría psicológica
están teniendo al momento de diagnosticar el presente.
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