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Brunelleschi, por lo tanto, quedará en la Historia del Arte como el responsable de haber
trazado el camino que prácticamente todos los arquitectos del Renacimiento seguirán
para realizar sus obras. Como se ha dicho antes, sin embargo, el arquitecto florentino
no tenía pleno conocimiento de los diferentes órdenes sistematizados en el lenguaje
clásico, lo cual se pone en evidencia cuando acaba creando un lenguaje arquitectónico
propio, en el que los elementos clásicos aparecen pero no responden al estilo antiguo.
Los arquitectos que siguieron este método trazado por Brunelleschi fueron sin embargo
responsables de la plena recuperación del lenguaje clásico. El dominio del clasicismo se
logró de hecho a lo largo del siglo XV (aunque su sistematización definitiva no llegó hasta
la publicación del tratado de Sebastiano Serlio en el siglo siguiente) y encontró
en Donato Bramante a su figura más paradigmática. Para entonces (especialmente
después de que Alberti expusiera su teoría de la arquitectura en su tratado De re
aedificatoria) ya se conocían de modo más fehaciente las formas constitutivas de las
arquitecturas griega y romana como posibilidades de composición, y tanto sus
soluciones concretas como la síntesis espacial propia de la arquitectura clásica eran, en
general, conocidas. Así, los arquitectos renacentistas tuvieron a su disposición todo el
potencial creativo que ofrecían el lenguaje y la técnica clásicas y el espíritu de su época.
El lenguaje arquitectónico del Renacimiento se expresó a través, no de las copias de los
clásicos, sino de su superación.
Bramante también popularizó otra forma profundamente clásica que fue desarrollada y
explorada posteriormente. Está inspirada en los arcos romanos y fue brillante por sus
características compositivas aplicadas a los proyectos de palacios y villas, piezas clave
del Renacimiento en la arquitectura civil.
La superación de los clásicos, manteniendo siempre la búsqueda del clasicismo típica del
período, se dio especialmente en la medida que los arquitectos propusieron soluciones
espaciales clásicas para proyectos nuevos (como en los grandes palacios, diferentes de
las construcciones romanas, o en las nuevas catedrales o basílicas). Elementos como
las bóvedas y las cúpulas se usaron de una forma nueva, y se emplearon
los órdenes (jónico, corintio, etc.) característicos de la arquitectura de la Antigüedad.
A medida que el dominio del lenguaje clásico evolucionaba, fue creciendo en los
arquitectos renacentistas un cierto sentido de liberación formal de las encorsetadas
reglas del clasicismo, de forma que el eventual deseo de superación (que siempre existió
en mayor o menor medida) cambió de ser un elemento fundamental a ser fruto de la
nueva producción de estos autores. Tal fenómeno, considerado ya como un anuncio del
movimiento estético que, años más tarde, se concretaría en el Barroco, ganaría fuerza
especialmente en las primeras décadas del siglo XVI. El Cinquecento fue un momento
en que la intención de sistematizar el conocimiento de los cánones clásicos estaba
plenamente superada, a través de los tratados de Sebastiano Serlio o Jacopo Vignola.
Así, los elementos compositivos del clasicismo dejaron de usarse en edificios como
experimentación "en busca de lo clásico", sino partiendo de su plena conciencia, en
"busca de su innovación".
En sus obras, son constantes las referencias a los elementos compositivos clásicos, pero
en forma "desconstruída" y casi irónica. Convierten al interior patrones decorativos de
ventanas que deberían estar colocadas en el exterior, juegan con los efectos de la ilusión
óptica proporcionados por la perspectiva, a través de volúmenes dimensionados
inusitadamente, etc. El mismo sentido, llevado a un extremo, tuvieron los extravagantes
jardines de la Villa de las Maravillas, hoy Parco dei Mostri (Bosco Sacro di Bomarzo)
en Bomarzo, en el Lacio, por el arquitecto y diseñador de jardines Pirro Ligorio.