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Historia de la Arquitectura renacentista

La Arquitectura renacentista se desarrolla a partir del siglo XV principalmente en Italia.


Es común atribuir el lugar de génesis a la ciudad italiana de Florencia, ciudad donde
el gótico apenas había penetrado, en el momento de la construcción de la cúpula de
la Catedral de Santa María del Fiore proyectada por Filippo Brunelleschi. Tal episodio no
sólo es un mero cambio en el perfil estilístico que predominaba en el escenario
arquitectónico florentino, sino la demostración clara de la ruptura que vendría
posteriormente en la propia forma de producir la arquitectura, abriendo camino para,
no sólo redescubrir el clasicismo, sino también para la promoción de la tratadística y
para una teorización inédita sobre el tema. Son muchos los estudiosos que afirman que
Brunelleschi construyó, de hecho, no sólo una cúpula, sino el concepto de un nuevo tipo
de arquitecto: altera las reglas de la construcción civil iniciando un proceso que,
gradualmente, separará al proyectista del constructor.

Un hecho a destacar en la producción de Brunelleschi es que se manifiesta más


importancia en el campo de la construcción que en el del estilo. Se asimila esto cuando
se observa la obra en su conjunto, percibiéndose que, a pesar de querer seguir la
canonización clásica, se produce un edificio que no es completamente comprometido
con dichas reglas clásicas. Esto es causado por la carencia del arquitecto de
conocimiento profundo de las normas clásicas, al que accedía más por la observación de
las ruinas romanas existentes que por el estudio de los tratados.

Asimismo, Brunelleschi inicia una tradición que se separa al arquitecto de los


antiguos gremios medievales y cuya profesionalización es cada vez más patente en la
época, afirmándose como intelectuales alejados de la construcción propiamente dicha.
Muchos críticos que analizan el fenómeno desde una óptica marxista identifican aquí el
momento en el que la incipiente burguesía toma de las clases populares el dominio de
los medios de producción (dejando éstas de poder construir y pasarán a poder diseñar),
posibilitando así un proceso de explotación del proletariado por el Capital, que se
recrudecerá durante la Revolución industrial.
Momento inicial: La cúpula de Santa María del Fiore

La catedral de Santa María del Fiore, Florencia, fue


inicialmente ejecutada en estilo tardo-románico,
pero su construcción duró varias generaciones (fue
iniciada en 1296 y a la muerte de Brunelleschi,
en 1446, aún no se había concluido). No fue un
edificio proyectado: su diseño y su construcción se
armaron de forma paralela. Aunque existía un plano general para su forma y distribución
interna, los detalles constructivos, según era corriente en la práctica edificativa
medieval, iban siendo resueltos a medida que avanzaba la construcción, en la propia
obra. Por tanto, a pesar de que la necesidad de construir una gran cúpula sobre un
determinado punto de la iglesia preexistía, la forma de la misma no había sido decidida
de antemano. Cuando llegó el momento de erigirla, los artesanos florentinos se
encontraron con un vano de 40 metros, imposible de cubrir con las técnicas
constructivas tradicionales.

La solución encontrada en 1418, cuando la República de Florencia ya mostraba claras


intenciones de manifestar su poder económico en la arquitectura de la ciudad —con lo
que la catedral se convirtió, por tanto, casi en una tarjeta de visita—, fue promover una
especie de concurso de ideas para la conclusión del templo, que conllevaba, claro está,
la solución al problema de la cúpula. Filippo Brunelleschi, que era, en la época, un
artesano relativamente reconocido, aceptó el desafío. Decidió, para ello, viajar
a Roma en busca de inspiración. Roma, en ese período, era el lugar del mundo en el que
las ruinas de la Antigüedad clásica eran más visibles, casi integradas en el paisaje. La
principal fuente de inspiración para Brunelleschi fue el Panteón de Agripa: una
estructura con un diámetro similar al de Santa María dei Fiori, rematado con una cúpula
en arco pleno. Brunelleschi no sólo observó la solución constructiva utilizada en el
Panteón, sino que comenzó a estudiar las relaciones estilísticas, proporcionales y
formales entre los diferentes elementos que componían ese espacio. Y fue
efectivamente esta actitud la que hizo que se gestara el espíritu del Renacimiento: un
individuo observa una determinada realidad a través del deseo y de la intención con la
que interfiere en aquella realidad antigua para buscar soluciones útiles aplicables a la
realidad moderna. Brunelleschi no tenía plena conciencia de la teoría clásica, pero
reconoció un modelo estilístico que usaría para construir e idear su propia arquitectura.

A su vuelta a Florencia, lleno de esa experiencia con el mundo clásico, Brunelleschi


propuso una solución para la catedral florentina: una gran cúpula de 42 metros
rematada por una linterna, basándose en sus pesquisas en Roma. Pero no se limitó a
reproducir el modelo romano, sino que propuso una forma totalmente innovadora: su
cúpula sería la primera con tambor octogonal de la historia de la arquitectura. Esta
cúpula posee una función estética (bella pero austera, sin dar sensación de pesadez),
pero también una función ideológica: representa la unidad cristiana. Para su
construcción, Brunelleschi utilizó un juego de doble cúpula, una interna y otra externa,
formadas por dos capas construidas con dos roscas de ladrillo separados por una rosca
de ladrillo a perpiaño, que avanzan en forma de espiral que hace más rígido el conjunto
a la vez que configura un espacio como cámara de aire que da ligereza a la cúpula,
dibujando a la vez hilos directores y rematada con linterna.

El Quattrocento: El dominio del lenguaje clásico

Brunelleschi, por lo tanto, quedará en la Historia del Arte como el responsable de haber
trazado el camino que prácticamente todos los arquitectos del Renacimiento seguirán
para realizar sus obras. Como se ha dicho antes, sin embargo, el arquitecto florentino
no tenía pleno conocimiento de los diferentes órdenes sistematizados en el lenguaje
clásico, lo cual se pone en evidencia cuando acaba creando un lenguaje arquitectónico
propio, en el que los elementos clásicos aparecen pero no responden al estilo antiguo.

Los arquitectos que siguieron este método trazado por Brunelleschi fueron sin embargo
responsables de la plena recuperación del lenguaje clásico. El dominio del clasicismo se
logró de hecho a lo largo del siglo XV (aunque su sistematización definitiva no llegó hasta
la publicación del tratado de Sebastiano Serlio en el siglo siguiente) y encontró
en Donato Bramante a su figura más paradigmática. Para entonces (especialmente
después de que Alberti expusiera su teoría de la arquitectura en su tratado De re
aedificatoria) ya se conocían de modo más fehaciente las formas constitutivas de las
arquitecturas griega y romana como posibilidades de composición, y tanto sus
soluciones concretas como la síntesis espacial propia de la arquitectura clásica eran, en
general, conocidas. Así, los arquitectos renacentistas tuvieron a su disposición todo el
potencial creativo que ofrecían el lenguaje y la técnica clásicas y el espíritu de su época.
El lenguaje arquitectónico del Renacimiento se expresó a través, no de las copias de los
clásicos, sino de su superación.

También destacaron en esta época dos arquitectos de palacios


florentinos: Michelozzo (Palacio Medici Riccardi, 1444) y Bernardo Rossellino (Palacio
Rucellai, 1446-1451 -sobre un diseño inicial de Alberti-); y otros en torno al núcleo
veneciano, como Pietro Lombardo

Bramante y la fase madura del Renacimiento

Es justamente en la obra de Donato Bramante donde este espíritu se concreta de una


forma más íntegra, lo que hace de él la figura que representa el paso
del Quattrocento al Cinquecento, en lo que se suele denominar fase madura del
Renacimiento. Bramante logró demostrar, a través de sus proyectos en palacios o
iglesias, que no sólo conocía las posibilidades del lenguaje clásico, sino que también
entendía las características y el ambiente de su época, ya que fue capaz de aplicar el
conocimiento antiguo a una forma nueva, inédita, sobresaliente y, sobre todo, clásica.
Su Tempietto o Templete de San Pietro in Montorio, en Roma (1502-1510), es
prácticamente una relectura (aunque no una copia) de los templos de planta central,
circulares, a su vez derivados del tholos griego, típicos de un cierto período de
la arquitectura romana (por ejemplo, el Templo de Vesta, en la misma ciudad de Roma).
El modesto tempietto es casi una maqueta base del gigantesco proyecto (en
construcción desde 1506) de la cúpula de San Pedro, con una cúpula (42,5 metros) de
dimensiones comparables a la del Panteón (43,44 metros), a la de Santa Sofía de
Constantinopla (32 metros) y a la de Brunelleschi en Florencia (41 metros). Más tarde,
en época barroca, el arquitecto inglés Christopher Wren haría a su vez una relectura de
la obra de Bramante y Miguel Ángel, y propondría una nueva forma en la catedral de
San Pablo de Londres (32 metros, 1676), y lo propio hicieron en
época neoclásica Francisco Cabezas y Francesco Sabatini en San Francisco el
Grande (Madrid, 33 metros, 1760-1784); demostrando la potencialidad del proceso de
creación renacentista (que va de la estética de los edificios al pensamiento
arquitectónico), para adaptarse a nuevos estilos en épocas posteriores.

Bramante también popularizó otra forma profundamente clásica que fue desarrollada y
explorada posteriormente. Está inspirada en los arcos romanos y fue brillante por sus
características compositivas aplicadas a los proyectos de palacios y villas, piezas clave
del Renacimiento en la arquitectura civil.

La principal imagen de este estilo bramantino se encuentra en las tríadas de aberturas


adornadas con arcos, dos de los cuales están a la misma altura y con el central mayor, el
denominado sistema de orden más arco, basado en la combinación del orden
arquitectónico clásico y el arco de medio punto. Frente al problema, entonces, de
conectar en una misma unidad dos entidades espacialmente similares, pero de
diferentes dimensiones, la solución fue emplear dos sistemas de orden más arco de
diferentes dimensiones siguiendo la norma de que el extradós del arco del sistema de
menor dimensión fuese tangente a la moldura inferior del entablamento del orden
mayor.

La superación de los clásicos, manteniendo siempre la búsqueda del clasicismo típica del
período, se dio especialmente en la medida que los arquitectos propusieron soluciones
espaciales clásicas para proyectos nuevos (como en los grandes palacios, diferentes de
las construcciones romanas, o en las nuevas catedrales o basílicas). Elementos como
las bóvedas y las cúpulas se usaron de una forma nueva, y se emplearon
los órdenes (jónico, corintio, etc.) característicos de la arquitectura de la Antigüedad.

El Cinquecento: La superación del clasicismo

A medida que el dominio del lenguaje clásico evolucionaba, fue creciendo en los
arquitectos renacentistas un cierto sentido de liberación formal de las encorsetadas
reglas del clasicismo, de forma que el eventual deseo de superación (que siempre existió
en mayor o menor medida) cambió de ser un elemento fundamental a ser fruto de la
nueva producción de estos autores. Tal fenómeno, considerado ya como un anuncio del
movimiento estético que, años más tarde, se concretaría en el Barroco, ganaría fuerza
especialmente en las primeras décadas del siglo XVI. El Cinquecento fue un momento
en que la intención de sistematizar el conocimiento de los cánones clásicos estaba
plenamente superada, a través de los tratados de Sebastiano Serlio o Jacopo Vignola.
Así, los elementos compositivos del clasicismo dejaron de usarse en edificios como
experimentación "en busca de lo clásico", sino partiendo de su plena conciencia, en
"busca de su innovación".

En un primer momento, se siguieron fielmente las reglas clásicas de composición, pero


ampliando enormemente su ámbito de aplicación. Las reglas clásicas se aplicaron en
especial en las grandes obras públicas, los grandes palacios y templos religiosos (los
edificios considerados "nobles", dignos de recibir el estatus de arquitectura según el
punto de vista clásico). Por ello, aparecieron nuevas combinaciones de
elementos. Andrea Palladio fue el principal exponente de esta nueva forma de trabajar
con el lenguaje clásico, como se hace patente en sus proyectos de "villas" en los
alrededores de las ciudades italianas. La arquitectura de Palladio fue de tal modo
peculiar y destacada con respecto a la de sus antecesores que su método de trabajo
acabó creando un nuevo estilo: el palladianismo. Dicho estilo se caracteriza por la
aplicación de la planta central en proyectos residenciales (como en las villas) y por un
cierto tipo deornamentación de carácter sintético (denominada arquitectura de
superficie), entre otros fundamentos. El propio Palladio fue autor de un tratado bastante
completo sobre arquitectura clásica, en el que expuso su modo de pensar y su
perspectiva sobre esta cuestión.

Manierismo: Los grandes maestros y el fin del Renacimiento

El Manierismo fue el movimiento artístico producido durante el Cinquecento y cuya


formación se da en las primeras décadas del siglo XVI y se extiende hasta comienzos
del siglo XVII. Evidencia la intención por parte de los arquitectos, humanistas y artistas
del período de un arte, que aunque en esencia siguiera al clasicismo, poseía un
contenido bastante anti-clásico. En el Manierismo por lo tanto se desarrolla
la innovación constructiva confrontándose con la arquitectura clásica, ya plenamente
conocida.
Una vez gastado el impulso de la tratadística, que dotada de cierta homogeneidad a la
arquitectura mediante la imposición de unas determinadas reglas, surgió una nueva
generación de arquitectos, fuertemente individualistas, que supone de hecho un puente
entre el Renacimiento y el Barroco.

La actividad arquitectónica de Miguel Ángel supuso la culminación y superación del


clasicismo de la fase madura o de Bramante, y puede calificarse de más clásica en San
Pedro o en el Palacio Farnese y más manierista,(por ejemplo en la famosa escalera de
la Biblioteca Laurenciana). De modo similar a lo que ocurrió en pintura o escultura
(donde es más clara la imitación de su maniera), los arquitectos italianos de mediados
del siglo XVI, algunos de ellos salidos de Roma cuando el saco y repartidos por el resto
de las ciudades italianas, procuraban desafiar los cánones clásicos. Los principales
exponentes de este nuevo estilo fueron, además del citado Andrea Palladio y el núcleo
veneciano, Giulio Romano (Palacio del Té, Mantua, 1534), Bartolomeo
Ammannati (reforma del Palacio Pitti, 1558-1570), Antonio Sangallo el Joven (Villa
Farnese, Caprarola, 1559), Vasari (Galería Uffizi, Florencia, 1560-1581), o Jacopo
Vignola con la Iglesia del Gesù(1568), esta sí en Roma, sede y modelo exportado de las
numerosas iglesias jesuíticas de la crecientemente influyente Compañía de Jesús, cuya
fachada se debe a Giacomo de la Porta (1578, que inspiró posteriormente a Carlo
Maderno).

En sus obras, son constantes las referencias a los elementos compositivos clásicos, pero
en forma "desconstruída" y casi irónica. Convierten al interior patrones decorativos de
ventanas que deberían estar colocadas en el exterior, juegan con los efectos de la ilusión
óptica proporcionados por la perspectiva, a través de volúmenes dimensionados
inusitadamente, etc. El mismo sentido, llevado a un extremo, tuvieron los extravagantes
jardines de la Villa de las Maravillas, hoy Parco dei Mostri (Bosco Sacro di Bomarzo)
en Bomarzo, en el Lacio, por el arquitecto y diseñador de jardines Pirro Ligorio.

La profundización en los caracteres propios de las construcciones manieristas supuso el


germen del nacimiento del Barroco, que si superficialmente se considera como ruptura
del ideal clásico propuesto por el Renacimiento, realmente constituyó la reacción al
agotamiento de éste, ya anunciado por el Manierismo.

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