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¿QUÉ ES LA CONCIENCIA?

Según el diccionario la conciencia se refiere a la capacidad que nos indica qué


está bien o mal y apunta o a un concepto moral, a la ética, o cierto campo de la
filosofía. Por nuestra parte sostenemos que la conciencia contiene revelaciones
adicionales al concepto señalado.

“La conciencia y lo que eres en verdad, son lo mismo”. La conciencia es “el


despertar al sueño del pensamiento” nos apunta E. Tolle en su libro La Nueva
Tierra.

Es posible establecer una distinción valiosa entre quién piensa, es decir el


“pensador” y quién observa, el “observador”. En este caso si “logro observar lo
que pienso” ¿Quién observa?

En este contexto despertar al sueño del pensamiento significa, abrir el camino


a la observación de los pensamientos que la mente sostiene. Ser consciente de
nuestro pensamiento y comenzar la desidentificación de la mente abre grandes
perspectivas para el desarrollo personal.
La conciencia es uno de esos muchos términos que parecen, en este caso quizá
paradójicamente, blindados ante el procesamiento, y definición, racionales. Si
bien este concepto ha protagonizado discursos místicos, teorías psicológicas, y
acercamientos científicos, además de plagar la retórica cotidiana, lo cierto es
que siempre, al menos en mi opinión, queda una especie de margen, como si algo
nos indicará que nada de lo que podemos construir, y mucho menos comunicar,
racionalmente, bastara para cubrir su sentido.
La palabra conciencia proviene del latín, conscious, y se compone de con
(juntos) y scio (conocer), lo cual sugiere un conocimiento compartido, o una
especie de acuerdo perceptivo. Por ejemplo Hobbes, es su Leviathan, habla de
que “Cuando dos o más personas conocen el mismo hecho, entonces se dice que
concientes sobre esto, el uno ante el otro”. En este sentido la conciencia
pareciera una especie de eco resonado que surge en al menos dos personas, y que
al comprobar esta resonancia, entonces se le legitima como algo conciente.

Una perspectiva occidental


En occidente, uno de los primeros pensadores en tratar de deshebrar fue
Descartes, quien a partir de su influyente dualismo definió una relación
opuesta entre lo inmaterial (el rex cogans de la mente) y lo material (el res
extensa del cuerpo) –y en algún punto climático de esta interacción se ubicaría
la conciencia. Tras varios acercamientos posteriores, y luego del surgimiento de
la mecánica cuántica, científicos acusaron la imposibilidad de la física
tradicional para explicar el fenómeno conciente –en respuesta surgieron teorías
alternas, entre ellas la del Cerebro Holonómico, de Karl Pribram, inspirada en
la naturaleza holográfica propuesta por David Bohm.

En 1976, el británico Richard Dawkins, en su


libro The Selfish Gene, advirtió que “la evolución
de nuestra capacidad para simular parece haber
culminado en la conciencia subjetiva. Y el por qué
esto sucedió me parece el más profundo misterio
que enfrenta la biología moderna”. Mientras que
un par de décadas después, un grupo de
neurocientíficos publicó, con una humildad poco
popular en la ciencia, una significativa apología:
No tenemos idea del cómo emerge la conciencia a partir de la actividad física
del cerebro, y tampoco podemos determinar si la conciencia puede emerger en
sistemas no-biológicos, por ejemplo las computadoras. A estas alturas el lector
esperará encontrar una minuciosa y precisa definición de la conciencia. Pero
quedará decepcionado. Conciencia aún no se ha convertido en un término
científico que pueda definirse cabalmente. Definiciones precisas de diversos
aspectos de la conciencia emergerán más adelante… algo que en esta fase
resulta prematuro. (Human Brain Function, p. 269, capítulo 16 “The Neural
Correlates of Consciousness”, 2004).

Budismo y conciencia
En la dimensión mística, particularmente en el budismo, el concepto de
conciencia ha sido aún más recurrido que en la ciencia. Y a pesar de que en
ocasiones parece transmitirlo con mayor fidelidad, su traducción a un plano de
entendimiento racional también resulta insuficiente. El budismo, por ejemplo,
advierte que la conciencia no puede definirse como tal, sino que su esencia está
diseñada para experimentarse.
Dentro de la escritura conocida como Majjhima Nikaya, que compila 152
discursos atribuidos a Buda y sus discípulos, encontramos el siguiente pasaje:
Dependiente de la vista y las formas, la conciencia visual emerge. El encuentro
entre los tres, es el contacto. Mediante el contacto se crea el sentimiento. Lo
que uno siente, entonces lo percibe. Lo que percibimos lo pensamos, y nuestros
pensamientos son reproducciones mentales. Con aquello que nosotros hemos
mentalmente reproducido como la fuente, la percepción y las nociones que
resultan de esta reproducción mental, acosan al hombre con respecto a su
pasado, futuro, y a las formas presentes que son entendibles mediante la vista.
Tal parece que en un contexto budista la conciencia se refiere a la sucesión de
elementos psico-físicos, es un proceso que, aunque siempre replicable, florece y
luego se aleja, y que incluye múltiples ingredientes, como la percepción, la
sensación, el sentimiento, y el procesamiento de esta información en nuestra
mente.

Una reflexión consciente


Lao Tzu advertía que la clave para crecer
como ser humano es introducir dimensiones
más elevadas de conciencia a nuestro estado
de alerta perceptiva. Esto nos remite a la idea
de que la conciencia es una especie de filtro a
través del cual se procesa la información que
recibimos mediante los sentidos –una especie
de catalizador moldeable. La conciencia
podría ser ese estanque en el cual sumergimos
nuestra percepción en ella misma, y
obtenemos información con la cual
construimos una realidad, y nos insertamos en
ella.
Por otro lado la tarea de definir la conciencia resulta en un ejercicio ourobórico,
inevitablemente auto-referencial, lo cual de nuevo sugiere la imposibilidad de
“narrarla” racionalmente. También podríamos asignarle la cualidad de
omnipresencia, ya que en términos prácticos algo existe hasta el momento en el
que logramos insertarlo en este diálogo entre el interior y el exterior. Desde esta
perspectiva, entonces la conciencia es aquello que montamos dentro de ese
escenario, el vacío original, que es lo único que puede existir de sin depender de
que alguien lo procese, lo haga conciente.
En fin podríamos seguir malabareando con nociones, recursos mentales y
referencias culturales, para librar con éxito esta compleja y autoimpuesta
misión de definir la conciencia. Pero lo más probable es que eso simplemente
prolongue el coqueteo racional con un infinito loop. En este sentido parece que
la conciencia, su anatomía, está impregnada del perfume de la paradoja –
parece que todos „sabemos‟ lo que es pero que nadie puede explicarla.
Un constante en la racionalización intuitiva del concepto, apunta a la figura
de un mediador entre nuestro interior y aquello que nos rodea, pero que al
mismo tiempo actúa como interprete en un diálogo que sostenemos con nosotros
mismos –como un guión ya escrito y a la vez editable en tiempo real.
Tal vez la conciencia es solo eso que nos permite darnos cuenta que la
conciencia no puede definirse (pero tampoco negarse) –algo como el universo
auto-percibiéndose, y celebrándolo con cada uno de nosotros.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis

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