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DONDE LA CABALÁ BESA LA CIENCIA

TRES PUNTOS DE INTERACCIÓN

Harav Itzjak GInsburgh

EN BÚSQUEDA DE LA UNIDAD

La ciencia, en su búsqueda por revelar la unidad subyacente dentro de la


naturaleza, constantemente se encuentra regresando a los orígenes del universo –
al “primer día” (“ i om ejad”) de la Creación… El universo, en su estado actual
se nos presenta demasiado frío y sólido para que uno encuentre en él un indicio
de tal unidad. Sólo en medio de la energía y el calor que reinó en el mismo inicio
del tiempo y el espacio, todas las fuerzas y elementos de la naturaleza podrían
fundirse en uno. Tales son las premisas que basan las teorías de campo unificado
y del “big bang”.

Si uno fuera en busca de la aún más profunda unidad que ata “la existencia” a la
“no existencia”, sería necesario proponer teorías aun más obscuras – tales como
la teoría de las cuerdas – que exuda un carácter casi metafísico. La búsqueda de
la unidad comienza con el principio, generalmente aceptado en la física moderna,
de que el tiempo comparte una “geografía” común con el espacio: así como todos
los puntos del espacio coexisten a lo largo de un único continuo, así también
todos los puntos en el tiempo – pasado, presente, y futuro– simultáneamente se
distribuyen dentro de la misma red.

El proceso cosmológico que produce este continuo tiempo-espacio, en el presente


es entendido por muchos, como que ha tomado lugar en cuatro etapas –de las
cuales las tres primeras se derivan de los teóricos de “las cuerdas”, mientras que
la última es más conocida comúnmente como la teoría del “big bang”. Primero,
tuvieron que ser definidas o “creadas” las propiedades matemáticas y las
relaciones que gobiernan el espacio-tiempo. Después, en un simple salto
cuántico, “el algo” emergió espontáneamente a partir de la “abstracción”.

En ese punto, una gran “inflación” del universo ocurrió mientras se expandía,
instantáneamente, en un orden de 10 elevado a la potencia 50 [10 50 ].
Finalmente, el “bing bang” dio rienda suelta a todo el impulso de su fuerza desde
dentro de un sólo punto en el interior de aquel universo expandido. A partir de
entonces, el universo como lo conocemos comenzó a expandirse -aunque
infinitamente más despacio que hasta entonces- coagulando en su presente estado
mientras sus elementos estructurales procedieron a enfriarse.
En términos cabalísticos, estos cuatro estados pueden ser vistos como
correspondientes a la secuencia de cuatro letras del inefable Nombre de Dios
– Iud, Hei, Vav, Hei, el modelo sobre el que se basa toda meditación directa en
Dios y la Creación. La primera letra de Su Nombre, la Iud con su forma de
centella , representa la “contracción” inicial ( tzimtzum ) de la Luz Divina de la
cual se produjo el espacio primordial del tiempo y espacio. La segunda letra de
Su Nombre, la espacialmente expandida Hei, representa el surgimiento inicial del
ser creado ex nihilo. La tercer letra, la lineal Vav (posee el valor numérico 6),
simboliza la repentina extensión del ser en seis direcciones de espacio. También
insinúa la premisa contenida en la teoría de las cuerdas de que existen de otras
seis dimensiones escondidas que realmente están “envueltas” en el interior de las
otras cuatro que comúnmente identificamos. Finalmente, la repetición de la
letra Hei en el final del Nombre de Dios, apunta una vez más a la idea de la
expansión –esta vez, la expansión final del universo que a la vez se asienta en su
forma deseada Divinamente.

La suposición de una unidad subyacente dentro de la Creación lleva


simultáneamente a la creencia de que el incipiente universo se caracterizó por un
absoluto estado de simetría. (Las matemáticas de la física moderna utilizan la
simetría de grupos cuando desea cancelar “indeseables” fenómenos conceptuales
tales como el infinito). A medida que progresan las etapas de la creación, se va
desintegrando este estado de máxima simetría. Por eso, todo retorno a la unidad
primordial de la creación parece implicar un retorno correspondiente a la máxima
simetría.

El verso final de capítulo de Génesis en la Biblia (5:8), se refiere al jen , (agrado


o gracia) que Noaj encontró a los ojos de Dios. En el pensamiento jasídico, se
define al término jen como que implica el tipo particular de graciosa belleza que
deriva de tener una simetría innata. Noaj, quien representa el último vestigio de
la gracia natural dejada en la Creación después del gran declive de la moral que
provocó la inundación, fue identificado a los ojos de Dios como la fuente del jen
– como está insinuado por el hecho de que las letras hebreas de su nombre,
la nun y la jet, forman una imagen de espejo de la palabra jen . Así, que Noaj
encontrara jen a los ojos de Dios, sugiere de forma figurativa la identificación de
suficiente simetría dentro de la creación para despertar la compasión Divina y
salvar al mundo de su destrucción total. La pupila del ojo es de hecho llamada en
hebreo como la ishón –literalmente: “hombrecillo”– apuntando quizá a la imagen
de Noaj, quien ocupó el centro de la visión de Dios mientras evaluaba el futuro
de Su creación.

La Biblia, comúnmente se refiere al ojo como el máximo indicador de jen . El rol


que juega la simetría en el proceso de la percepción visual está claramente
expresado a través de la función de la lente o cristalino, que genera sobre la retina
una imagen invertida de las señales visuales, que después es reprocesada por el
cerebro, para producir así la imagen rectificada que realmente vemos. Esto nos
indica que la forma de descubrir el jen oculto del universo es tratar de visualizar
una “inversión” de la realidad– y de esta manera la Divinidad es completamente
revelada mientras que los aspectos materiales de la Creación se desvanecen en la
abstracción.

EL DESCENSO DE LA CREACIÓN AL ESTADO DE REPOSO

Otro fundamento de la física moderna es citado como el postulado que establece


que todas las estructuras físicas tienden hacia su más bajo nivel de energía. Este
principio fundamental está reflejado en la doctrina cabalística del “descenso de
los mundos”, según la cual la creación es vista como descendiendo desde la
energía infinita del Ser Divino a un estado de equilibrio de la realidad material.
El propósito de este descenso es en definitiva proveer a Dios de una “ dirá
betajtonim” – una morada en el reino inferior– donde la Gloria de Su Reino se
vuelva eminentemente manifiesta en virtud del efecto que el servicio de la Torá y
las mitzvot tienen sobre el orden creado.

La revelación de la Majestad Divina que habrá en la rectificación final de nuestro


mundo físico, eclipsará por mucho cualquier revelación anterior de Divinidad en
la historia de Creación. Por esta razón, la tendencia a “descender a la
materialidad” vence al estado inicial de la sublime simetría que caracterizó la
naciente Creación. El universo en esencia está buscando el “estado de energía
más bajo” dentro del cual está destinado manifestar una simetría radicalmente
nueva dentro de la Creación: que armoniza la perfección primordial de Dios con
el reinado carente de la realidad material.

En Cabalá, la propiedad de “descenso” está asociada con el reino material que


alcanza su máxima expresión en el agua –que por naturaleza fluye hacia abajo,
buscando el terreno más bajo. La propiedad opuesta de ascenso espiritual sigue el
modelo de la llama de fuego, consumiendo la materia en su intento de ascender
hacia arriba. En definitiva, la fuerza de gravedad asociada con el agua anula a la
fuerza de luminosidad conectada con el fuego –tal como el mundo anclado en la
materialidad sobrepasa su deseo interior para ser consumido dentro de la
Divinidad.

De acuerdo con la mayoría de los físicos, el universo ya ha alcanzado su más


bajo nivel de distribución de energía. Esto podría significar, según la fe
cabalística, que el mundo está por entrar a un nuevo estado de simetría.
El Shabat nos ofrece la mejor metáfora de esta nueva realidad.
Debemos tratar de visualizar la Creación como un proceso que procede desde un
estado sabático de balance y armonía a otro. El primer “ Shabat ”, identificable
con la infinita expansión de la Luz Divina que permeó inicialmente toda la
realidad – fue un reflejo del “primer pensamiento” de Dios referente a la
inminente creación que le siguió: que sea construida sobre el principio del din, la
medida estricta como la forma ideal. La simetría implícita por este programa era
de perfecta uniformidad, como inspirado por la absoluta Unicidad de la Luz
divina a partir de la cual fue concebida.

Sin embargo, surge una intención más profunda: la decisión de Dios de aplicar al
mismo tiempo, junto con el “din” , el principio de “ rajamim”,la Compasión
Divina. Este atributo fue el responsable de la forma “tolerante” que la creación
tomó eventualmente –la que hospedó las imperfecciones de la realidad material
finita. Habiendo iniciado su “descenso”, el universo partió hacia el misterioso
derrotero dirigido hacia el “ Shabat por venir”, cuando el mundo sea redimido de
su incapacidad de reposo y su turbulencia.

La descripción anterior de los principios opuestos que actúan en la Creación, es


reflejada en la famosa descripción del Midrash sobre cómo los dos atributos
de Jesed ("Benevolencia"), y emet ("Verdad"), aparecieron ante Dios antes de la
Creación y discutieron si el mundo, en efecto, debería existir. La verdad exigió
que este mundo no fuera creado, porque eventualmente iba a llenarse de la
"asimetría" de las mentiras y la falsedad. La Benevolencia, argumentaba que una
creación material nunca puede justificarse a sí misma, exigiendo, no obstante,
que el mundo fuera creado aunque sea sólo por el mérito de la Bondad de Dios, y
a la vez se nos daba la oportunidad de enriquecernos el uno al otro.

El Midrash concluye, por supuesto, con que Dios favorece la posición de la


Benevolencia cuando Él procede a “amoldar la Verdad a la tierra”, un acto que
refleja Su deseo de que el estricto idealismo sea atenuado por la empatía y la
consideración de las limitaciones de la existencia finita. E n este acto está
implícito el deseo de que "la Benevolencia y la Verdad se encuentren, la Justicia
y la Paz se besen, que la Verdad brote de la tierra y la Justicia mire hacia abajo
desde el Cielo". La simetría revelada entre la Benevolencia y la Verdad otorgarán
gracia a la Creación hacia el ingreso a su eterno día de Shabat .

Para poder reconocer el verdadero propósito y destino de la Creación, es


necesario que el Alma Divina se invista dentro de un cuerpo físico. Sólo así el
hombre puede cumplir la Voluntad de Dios, a través de la ocupación terrenal en
el servicio de la Torá y los preceptos. En última instancia, el cumplimiento de
este mandato servirá para suscitar un revolucionario espíritu Divino que yace
latente en el universo. El exitoso despertar de este espíritu expondrá la verdadera
intención de Dios al producir el descenso de la Creación: la final santificación de
Su Nombre y Su Reino, junto con el ascenso de la humanidad y toda la realidad a
un plano infinitamente superior de los que se partió inicialmente.

La majestuosidad de la era Mesiánica -el eterno Shabat del futuro- es una


realidad que vamos construyendo lentamente a través de la disciplina
Divinamente revelada del pensamiento, la palabra y la acción, que va dando
forma a cada día de vida que pasamos en este mundo. Esta es una disciplina que,
al permitirnos refinar nuestra conciencia de la perfección Divina subyacente en la
realidad, nos suministra toda la arquitectura para un nuevo orden mundial. La
perfección del Shabat es inmutable y eterna; sólo nuestro conocimiento está
sujeto a la variación y distorsión impuesta sobre él por la cáscara en la cual es
encerrado.

Neutralizando el efecto de esa cáscara, simplemente liberamos la natural


percepción de la Divinidad que tiene el alma, de modo que pueda sostenerse
soberanamente por sí misma y así iluminar la verdadera esencia de la realidad
material. Así, la culminación de este proceso requiere que cada aspecto restante
del ser material, sea iluminado y “purificado" por nuestra conciencia de lo
Divino. Esta es la razón por la que la Creación debe descender a su más bajo
nivel antes de que la simetría escondida del Shabat pueda manifestarse por
siempre y para siempre.

Nuestra actual realidad física contiene pocos indicios de la futura grandeza a la


que está destinada. Lo que percibimos en relación con el "descenso de la
Creación", está relacionado con el fenómeno físico de la "entropía", por el cual el
universo parece estar avanzando inexorablemente en el tiempo, hacia una
desintegración cada vez mayor. La fuerza de la entropía se refleja en el concepto
cabalístico del Tohu (caos). La derrota final del Tohu, a través de la fuerza
del Tikún (orden y simetría rectificados) no es evidente en el plano
macrocósmico de la experiencia humana, así como tampoco lo son la inversión
del tiempo y muchos otros fenómenos resultantes de la realidad cuántica.

Pero, desde la maravillosa realidad de la realidad subatómica -el oculto


microcosmos que sólo Dios puede "conocer" directamente- surgen numerosos
indicios del verdadero carácter de la Creación. Las partículas elementales se
mueven hacia atrás en el tiempo, dejando "huellas" que son observables
experimentalmente. Así, se puede decir que la fuerza del Tikún -de entropía
negativa– reside con seguridad dentro del ámbito de lo infinitamente pequeño. El
hombre accede a esa fuerza al hacerse igualmente pequeño y humilde, para poder
compartir así la visión de la realidad sin obstrucciones que tiene Dios.
En conclusión, ahora vemos cómo tres principios fundamentales de la ciencia
moderna –la subyacente unidad de la naturaleza, la incertidumbre que forma
parte de la realidad subatómica, y la tendencia del universo hacia el incremento
de la disipación– acaban “besando” la creencia cabalística en tres coyunturas: el
pasado primordial (creer en la unidad Divina inicial a partir de la cual fue
concebida la creación), el momento presente continuo (creer en la continua
construcción de la realidad a través de la conciencia refinada) y el futuro en
desarrollo (creer en la unidad superior que se impondrá una vez que cada
elemento dentro de la Creación esté iluminado por el alma).

EL PRINCIPIO DE LA INCERTIDUMBRE

Después de la unidad básica de la naturaleza, el tema más “esclarecido” de la


investigación científica moderna, puede ser concebido como la relación íntima
entre la conciencia y las leyes de la realidad física. El principio de incertidumbre
de la física cuántica, que en esencia establece la imposibilidad de determinar
simultáneamente de forma cierta pares de fenómenos subatómicos (tales como
posición y momento), implica que el acto mismo de la observación humana -o la
"conciencia"- afecta irrevocablemente a una de las propiedades que se están
observando. Los físicos no están de acuerdo en qué grado de conciencia se
necesita para medir la realidad física. De todas maneras, la consecuencia sigue
siendo -apoyada por la correspondencia meta-física de la Cabalá- que la
conciencia puede determinar por sí misma la naturaleza del mundo que tratamos
de conocer.

El principio de incertidumbre es un buen ejemplo de cómo los fundamentos de la


física moderna pueden contradecir los axiomas del sentido común. En última
instancia, el coraje intelectual para desafiar el consenso de la razón, deriva de la
fuerza de la fe supraracional inherente en el alma Divina. Antes de la llegada de
la física cuántica, la ciencia creía que el determinismo gobernaba el universo.
Ahora, con el principio de incertidumbre, ha quedado claro que la naturaleza no
puede ser explicada en términos puramente mecánicos de causalidad. De lo más
que podemos hablar es de "probabilidad", dejando así espacio para reacomodar
tales fenómenos "poco científicos" tales como el libre albedrío y la
responsabilidad moral, que han sido totalmente descartados por los primeros
pensadores científicos.

La letanía de la física moderna está repleta de atentados contra el sentido común:


la velocidad de la luz permanece constante, independientemente de las
circunstancias que rodearon su medición; los cambios de energía en el universo
ocurren en intervalos "cuánticos" fijos (la constante de Planck), y no en
incrementos continuos. Estas dos "constantes" en la naturaleza, "c" (la velocidad
de la luz) y "h" (la unidad cuántica de energía)- cambian para siempre la manera
de concebir conceptos clásicos como "infinito" y "cero". Una tercera "constante"
en la naturaleza, derivada de estos dos primeros y se coloca, por así decirlo, entre
ellas, es la constante de la estructura fina del universo, que es igual al número
puro (es decir, sin dimensiones) 137. (El número 137 es también el equivalente
numérico de la palabra Cabalá en hebreo). Estas tres constantes constituyen un
conjunto que corresponde a la secuencia de etapas en el servicio propio de Dios
explicado en otro lugar de la tradición jasídica.

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