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VE Y CUÉNTASELO AL MUNDO

Capítulo I
GUILLERMO MILLER
Heraldo del Segundo Advenimiento
Nació el 13 de febrero de 1782 - Murió el 20 de diciembre de 1849
Cuando niño Guillermo Miller vivió en una finca al este de Nueva York. A la
muerte de sus padres, heredó la finca. Cuando joven fue un estudiante diligente,
consiguiendo prestado libros y leyendo siempre que tenía oportunidad. En la
noche, después que sus padres se retiraban, se levantaba en silencio, tomaba un
libro, se acostaba frente a la chimenea y estudiaba. Una noche su padre lo
sorprendió y amenazó con pegarle si no descansaba y dejaba sus hábitos
ridículos de estudio.

Miller tenía una formación religiosa sólida, pero se ató a la "multitud


equivocada". Sus amigos eran deístas. Esta gente puso a un lado la Biblia y
tenía ideas vagas acerca de Dios y su personalidad.

Pero Miller fue siempre un hombre de carácter moral elevado. Lo que no pudo
encontrar en la religión lo trató de obtener en realización elevadas y patrióticas. Sirivió con distinción a su
patria como oficial en la guerra de 1812. Más tarde en su comunidad natal sirvió como juez de paz.

Cuando Miller tenía treinta y cuatro años, se sintió descontento con sus perspectivas. El Espíritu Santo
impresionó su corazón y se volvió al estudio de la Palabra de Dios. En este libro, Jesús le fue revelado como
su Salvador. Encontró en Cristo la respuesta a todas sus necesidades. Decidió estudiar la Biblia
cuidadosamente y establecer, si podía, la respuesta a los muchos problemas que lo tenían perplejo. Su estudio
lo condujo a las grandes profecías que indicaban la primera y la segunda venida de nuestro Señor. Las
profecías del tiempo le interesaban, particularmente las de Daniel y Apocalipsis.

En 1818 Miller llegó a la conclusión de que Cristo iba a regresar en 1843 ó 1844, pero vaciló en decirle a la
gente porque pensó: "soy solamente un agricultor y se burlarán de mí". Así que estudió el asunto por quince
años más. Un día, el 2 de agosto de 1831 para ser exactos, le prometió al Señor que si el camino se abría, iría.
Arturo Spalding relata cómo el Señor guió a su sobrino Irwing hacia su casa, con la invitación que él había
convenido. "¿Qué quieres decir por el camino abierto?" "Que si alguien viene, sin mi iniciativa, y me pide
que salga y proclame el mensaje, diría que el camino está abierto".

"Entonces Irving en la puerta del frente, hablaba y daba el mensaje de su padre de: Venir y hacerse cargo del
servicio en la iglesia en ausencia del predicador local. "Ven y enseña a nuestro pueblo que el Señor viene. . .
"
Guillermo Miller estaba asombrado por este llamado repentino. No contestó una palabra al niño, sino que
dando vuelta, cruzó la puerta de atrás, bajó la pequeña cuesta del lado oeste y subió nuevamente al bosque de
arce donde a menudo fue a orar. A lo largo de todo el camino una voz susurraba en sus oídos: "¡Ve y dilo!
¡Ve y dilo! ¡Ve y dilo al mundo!" En su bosque de arce (aún erguido, con varios patriarcas del tiempo y
algunos árboles tiernos) cayó de rodillas y gritó: "¡Señor, no puedo ir! ¡No puedo! Soy solamente un
agricultor, no un predicador; cómo puedo llevar un mensaje como Noé?" Todo lo que pudo escuchar fue:
"¿Romperás una promesa tan pronto después de haberla Hecho? ¡Ve y dilo al mundo!

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"Al fin se rindió, exclamando: "Señor no sé cómo puedo hacerlo, pero si tú irás conmigo iré".
"Su carga fue quitada. Su espíritu se elevó. Saltó, éste calmado y viejo agricultor de edad madura, brincando
de un lado a otro, aplaudía y clamaba:, ¡Gloria, Aleluya!"

"Lucía, su hija más pequeña, su casi constante compañera, lo siguió mientras él se apresuraba por el sendero;
y ahora parándose a su lado, estaba atenta a su acción y su triunfo. Asombrada por esa explosión que nunca
antes había visto en su padre, corrió de regreso a la casa gritando: "¡mamá, mamá, ven rápido! Papá está en el
bosque y se ha vuelto loco!" Eso fue lo que el mundo dijo de él más tarde, pero Lucía reconsideró su juicio y
siguió sus enseñanzas hasta el final de sus días". --Footprints of the Pioneers, págs. 20-22.

VE Y DILO AL MUNDO
Convencido de que el acontecimiento más importante se cumpliría en tan corto espacio de tiempo, surgió en
su alma la cuestión de saber cuál era su deber para con el mundo, en vista de la evidencia que había
conmovido su propio espíritu, Miller sintió que era su deber impartir a otros la luz que había recibido.

Lo único que temía era que en su gran júbilo por la perspectiva de la gloriosa liberación que debía cumplirse
tan pronto, muchos recibiesen la doctrina sin examinar detenidamente las Santas Escrituras para ver si era la
verdad. De aquí que vacilara en presentarla, por temor de estar errado y de hacer descarriar a otros.

Esto le indujo a revisar las pruebas que apoyaban las conclusiones a que había llegado, y a considerar
cuidadosamente cualquier dificultad que se presentase a su espíritu. Encontró que las objeciones se
desvanecían ante la luz de la Palabra de Dios como la neblina ante los rayos del sol. Los cinco años que
dedicó a esos estudios le dejaron enteramente convencido de que su manera de ver era correcta.

El deber de hacer conocer a otros lo que él creía estar tan claramente enseñado en las Sagradas Escrituras, se
le impuso entonces con nueva fuerza. Cuando estaba ocupado en su trabajo le sonaba continuamente en sus
oídos el mandato: “Anda y haz saber al mundo el peligro que corre”. Mas el prefería quedarse callado y no
atender a la voz que le hablaba.
Empezó a presentar sus ideas en círculo privado siempre que se le ofrecía la oportunidad, rogando a Dios que
algún ministro sintiese la fuerza de ellas y se dedicase a proclamarlas. Pero no podía librarse de la convicción
de que tenía un deber personal que cumplir dando el aviso. De continuo se presentaban a su espíritu las
palabras: "Anda y anúncialo al mundo; su sangre demandaré de tu mano". Esperó nueve años; y la carga
continuaba pesando sobre su alma, hasta que en 1831 expuso por primera vez en público las razones de la fe
que tenía.

Un día le dijo a Dios que si alguien lo invitaba a predicar esto indicaba que tenía el camino abierto para
iniciar con la predicación, el creía que esto nunca ocurriría ¿quien invitaría a predicar a un agricultor de 50
años de edad? Pero a la media hora de haber echo este pacto con Dios, alguien toco a la puerta, era su sobrino
Irving extendiéndole una invitación a predicar ese domingo en la iglesia ya que el ministro no iba a estar
presente, Miller dio la vuelta sin decir nada y se fue corriendo hasta un bosquecito de arce cerca de la casa
donde el acostumbraba a orar algunas veces, allí oró y peleó con Dios por más de una hora diciendo: “oh yo
no señor, no puedo predicar, soy de poco hablar, envía algún otro”, pero la voz le decía mas fuerte: “ve y
cuéntalo al mundo”, al fin Miller se rindió y decidió ir ese 2 de agosto de 1831, su corazón sintió una paz
inmensa, entonces la felicidad inundó su alma y saltaba y daba gloria a Dios, regresó a la casa y se fue con su
sobrino ese mismo día.

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Al principio se reunieron en una casa para que el se sintiera más cómodo, este primer sermón fue el gran
despertar del segundo advenimiento, la noticia comenzó a correr y muchas familias se unieron a las reuniones
que por petición de ellos duraron una semana, las invitaciones comenzaron a llegar de todas partes y de todas
denominaciones.

Su primera conferencia fue seguida de un despertar religioso, treinta familias enteras, menos dos personas,
fueron convertidas. Se le instó inmediatamente a que hablase en otros lugares, y casi en todas partes su
trabajo tuvo por resultado un avivamiento de la obra del Señor. Los pecadores se convertían, los cristianos
renovaban su consagración a Dios, y los deístas e incrédulos eran inducidos a reconocer la verdad de la
Biblia y de la religión cristiana. En muchas poblaciones se le abrían de par en par las iglesias protestantes de
casi todas las denominaciones, y las invitaciones para trabajar en ellas le llegaban generalmente de los
mismos ministros de diversas congregaciones. Tenía por regla invariable no trabajar donde no hubiese sido
invitado. Sin embargo pronto vio que no le era posible atender siquiera la mitad de los llamamientos que se le
dirigían.

Muchos que no aceptaban su modo de ver en cuanto a la fecha exacta del segundo advenimiento, estaban
convencidos de la seguridad y proximidad de la venida de Cristo y de que necesitaban prepararse para ella.

En 1833 Miller recibió de la iglesia bautista, de la cual era miembro, una licencia que le autorizaba para
predicar. Además, buen número de los ministros de su denominación aprobaban su obra, y le dieron su
aprobación formal mientras proseguía sus trabajos. En 1835 le confirieron un certificado de expositor de las
profecías.

Viajaba y predicaba sin descanso, si bien sus labores personales se limitaban principalmente a los estados del
este y del centro de los Estados Unidos. Durante varios años sufragó él mismo todos sus gastos de su bolsillo
y ni aun más tarde se le costearon nunca por completo los gastos de viaje a los puntos adonde se le llamaba.
De modo que, lejos de reportarle provecho pecuniario, sus labores públicas constituían un pesado gravamen
para su fortuna particular que fue menguando durante este período de su vida. Era padre de numerosa familia,
pero como todos los miembros de ella eran frugales y diligentes, su finca rural bastaba para el sustento de
todos ellos.

El cumplimiento de las profecías impulsó la predicación de la segunda venida. Muchos que presenciaron la
caída de las estrellas en el año 1833, la consideraron como un anuncio del juicio venidero, como un presagio
misericordioso de aquel grande y terrible día, muchos fueron inducidos a hacer caso del aviso del segundo
advenimiento. También en 1840 se cumplió una profecía que había sido entendida y explicada por Josías
Litch, uno de los principales ministros que predicaban el segundo advenimiento, con esto la gente dedujo que
la forma de interpretación de los milleristas era correcta.

El 8 de diciembre de 1839 Miller fue a predicar por primera vez en una ciudad grande, esto fue en Boston. En
casi todas las ciudades se convertían los oyentes por docenas y hasta por centenares.

En algunas de las grandes ciudades, sus labores hicieron extraordinaria impresión. Hubo taberneros que
abandonaron su tráfico y convirtieron sus establecimientos en salas de culto; los garitos eran abandonados;
incrédulos, deístas, universalistas y hasta libertinos de los más perdidos -algunos de los cuales no habían
entrado en ningún lugar de culto desde hacía años- se convertían.

Las diversas denominaciones establecían reuniones de oración en diferentes barrios y a casi cualquier hora
del día los hombres de negocios se reunían para orar y cantar alabanzas. No se notaba excitación
extravagante, sino que un sentimiento de solemnidad dominaba a casi todos.

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La obra de Miller, como la de los primeros reformadores, tendía más a convencer el entendimiento y a
despertar la conciencia que a excitar las emociones.

Miller y sus colaboradores creyeron primero que los 2.300 días terminarían en la primavera de 1844,
mientras que la profecía señala el otoño de ese mismo año. La mala inteligencia de este punto fue causa de
desengaño y perplejidad para los que habían fijado para la primavera de dicho año el tiempo de la venida del
Señor. Pero esto no afectó en lo más mínimo la fuerza de la argumentación que demuestra que los 2.300 días
terminaron en el año 1844 y que el gran acontecimiento representado por la purificación del santuario debía
verificarse entonces.

Esta es la historia del llamado de Miller a la predicación del segundo advenimiento de nuestro Señor. ¡Qué
poderoso predicador era él también! Considerado, enérgico. Miles fueron convertidos por su ministerio. Si
esperamos que el Señor nos ayude a estar listos para su venida y ayudar a otros a estar listos, debemos
estudiar la Biblia con ahínco y ser tan fieles en nuestra obra como Miller lo fue en los últimos años de 1830 y
en los primeros de 1840.

Capítulo II
LOS CONGRESOS BÍBLICOS ADVENTISTAS

De 1840 a 1842 se celebraron series de congresos generales de creyentes en el advenimiento en distintas


ciudades de Nueva Inglaterra. Guillermo Miller no había podido asistir a las reuniones anteriores, pero una
sola a la que asistió en su pueblo, le permitió unirse al ferviente grupo, formado por hombres cultos y
preparados que se habían unido al movimiento, algunos mediante sus enseñan-zas y otros por medio de
estudios hechos en forma independiente.

En esos congresos se asociaron unos 200 líderes, lo que unificó sus pensamientos y estimuló sus
predicaciones. Muchos de ellos eran pastores de iglesias protestantes y representaban la mayoría de las
denominaciones populares. Desde sus propios pulpitos, en otras iglesias, en reuniones públicas y en
campestre, predicaban el mensaje del primer ángel. Entonces se publicaban muchas revistas sobre el
advenimiento, pero la que más se acercaba a lo que era un órgano oficial del grupo se llamaba Signs of the
Times. Ellos formaron una asociación de creyentes en el advenimiento, sin que de ninguna manera dejaran de
ser leales a sus propias denominaciones o congregaciones.

Las doctrinas comunes que se discutían en esos congresos y después se enseñaban a la gente, eran familiares:
— La naturaleza de la venida de Cristo en las nubes de los cielos.
— Las señales de su venida, como el día oscuro, la lluvia de estrellas y las condiciones de desorden
reinantes.
— Las profecías de Apocalipsis, terminando con los tres ayes y su confirmación observada en la pérdida de
la independencia del imperio otomano en 1840.
— Los 1260 años de dominación papal, que terminaron en 1798 con la cautividad del papa.
— Otras profecías de tiempo.
— Los 2300 años de Daniel 8:14.
— La interpretación "premilenio" de la venida de Cristo, "alrededor de 1843".
A pesar de la oposición ocasional, particularmente a la predicación del regreso de Cristo antes del milenio,
los mileristas predicaron y prosperaron, manteniendo relaciones amistosas con distintas denominaciones.
Muchos infieles se convirtieron y la venta de Biblias aumentó en forma notable.
En el verano de 1843, Charles Fitch imprimió un sermón que había predicado hacía poco, aplicando
Apocalipsis 14:8 y 18:2—4 a las iglesias protestantes así como a la católica romana.

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El decía que ambas ramas del cristianismo habían llegado a ser Babilonia y habían caído por rechazar los
mensajes de la segunda venida de Cristo. Había buenos motivos para esta interpretación, porque pa¬ra ese
tiempo, muchas iglesias habían rechazado la predicación y a los que predicaban el advenimiento.
En el verano de 1843, el grupo milerista ordenó a sus ministros que predicaran la segunda venida, y en la
revista Signs of the Times" se aconsejó a los creyentes que se separaran de sus congregaciones. Los oficiales
de las iglesias pidieron a los miembros que abandonaran sus creencias en la doctrina del premilenio o serian
desfraternizados. Un ejemplo de esto lo constituye la Familia Harmon. Ellen White recuerda la experiencia
de su familia en el libro Life Sket-chet, págs. 50—53. El párrafo concluye así el relato: "Al domingo
siguiente, al principio de la festividad del amor, el anciano que presidía leyó nuestros nombres, siete en total,
borrándolos de la lista de la iglesia".

Cuando algunos predicadores del advenimiento aplicaron el término "Babilonia" directamente a las iglesias
que habían rechazado la doctrina del juicio y el regreso de Jesús, el mensaje del segundo ángel se unió al del
primero. En Oswego, Nueva York, se publicó un volante titulado "Ha caído la gran Babilonia". En el verano
de 1844 se habían separado de sus iglesias para formar grupos aparte por lo menos 50,000 creyentes.

Capítulo III
EL CLAMOR DE MEDIA NOCHE Y EL GRAN CHASCO

Guillermo Miller y otros procuraron encontrar un tiempo definido para el fin de la profecía de los 2300 días.
Al principio declaramos que "sería en 1843". Más tarde, el límite de tiempo fue establecido el 21 de marzo y
luego el 18 de abril de 1844, el fin del año judío 1843. El tiempo pasó sin que nada fuera de lo normal
ocurriera. Este primer chasco fue un duro golpe para los creyentes y fue seguido por un período de calma, el
"tiempo de espera" de la parábola de las diez vírgenes, como fue interpretada más tarde la experiencia.
Después de este chasco, los investigadores regresaron a sus libros y descubrieron su error: los 2300 años
debían incluir completos los años 457 A.C. y 1843 D.C. De mañera que, para que un suceso dentro del año
457 cumpliera la profecía, tendría que corresponder a la misma fecha en 1844. Esto había sido señalado un
año antes, pero en general, no se le había prestado atención. En el verano de 1844, una nueva explosión de
luz iluminó el movimiento adventista hasta su dramático climax en octubre.

En un campamento que se celebraba en agosto en New Hampshire, José Bates sintió que recibiría nueva luz.
El invitó a Samuel S. Snow a presentar su tema sobre "el clamor de medianoche". El hombre no sólo predicó
ese día, sino todos los días hasta que se terminaron las reuniones. La gente estaba emociona-da, porque la
parábola de las diez vírgenes parecía que se aplicaba a ellos. El hermano Snow explicó que el pueblo
adventista había esperado que el Señor viniera en la primavera de ese año, pero que se habían visto obligados
a esperar. La profecía de los 2300 años terminaría en la primavera de 1844 (al final del año judío 1843) si el
decreto de Artajerjes se hubiera proclamado el primer día del año judío 457 A.C. Pero, puesto que el decreto
no había sido publicado hasta el otoño de ese año, la profecía de los 2300 días no terminaría hasta el otoño de
1844. Un estudio más a fondo del santuario y su servicio reveló que la purificación del santuario ocurría el
décimo día del séptimo mes. Esto coincidía con la idea de que los 2300 años terminarían en el otoño, porque
el décimo día del séptimo mes de 1844 (año judío ) caería el 22 de octubre.
* En la parábola de las diez vírgenes el clamor fue a la media noche.

El mensaje de Samuel Snow a mediados del verano parecía corresponder con "el clamor de media noche". La
realidad de esta verdad prendió en los corazones de la gente y salieron del campestre a proclamar las buenas
nuevas a todo lo largo y ancho "Aquí viene el esposo; salid a recibirle". "El clamor de media noche" fue dado
durante la "tardanza".

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Los 50,000 creyentes en el advertimiento estaban tan impresionados de que el Señor vendría entonces, que
muchos de ellos no cultivaron sus terrenos porque pensaban que él vendría antes de que llegara el tiempo de
la próxima cosecha. Ellos empleaban su tiempo proclamando el regreso de Jesús.

A medida que se acercaba el 22 de octubre de 1844, aumentaba la tensión entre los adventistas. Había miles
que estaban completamente despreocupados o que observaban sólo como espectadores. Los periódicos
publicaban reportajes sensacionalistas en cuanto a los mileristas. Pero los reportajes serios y objetivos los
describían como gente sincera y devota, seria y tranquila.

Entre los creyentes en el advenimiento había varias clases de personas. Algunos se habían unido al grupo por
temor; otros rechazaban la exactitud de la fecha, como el mismo Guillermo Miller, hasta pocas semanas antes
del 22 de octubre. También había creyentes honestos, la mayoría de los cuales aceptaron la fecha y se
prepararon en forma consistente para encontrarse con Jesús.

Llegó el día. Los adventistas se reunieron en salones de culto o en sus propias casas. Los creyentes cantaban
himnos o repasaban las evidencias de que el Señor vendría. El día pasó y el sol se puso. Todavía seguían
teniendo esperanza. ". . . no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa; si al anochecer, o a la medianoche, o al
canto del gallo, o a la mañana". Finalmente pasó la noche. Los ojos de los creyentes derramaban lágrimas
mientras ofrecían oraciones. Estaban desconsolados y se preguntaban unos a otros, "¿Habrán fallado las
Escrituras?" El estudio diligente que siguió les revelaría que el tiempo del cumplimiento de la profecía era
correcto, pero que el suceso que había tomado lugar había sido interpretado incorrectamente.
Hiram Edson dijo: "Hay un Dios en el cielo. El se nos ha revelado en bendiciones, en perdón, en redención; y
él no nos fallará. Pronto, en algún momento, este misterio será resuelto".

Muchos mileristas se separaron del grupo tan pronto pasó el chasco, aunque un grupo substancial se mantuvo
unido por varios años. Miller murió en diciembre de 1849. Algunos de sus asociados siguieron fijando
nuevas fechas durante varios años. Ellos llegaron a ser los Adventistas Evangélicos, que creían en el estado
consciente de los muertos y en un infierno que arde eternamente. Gradualmente fueron declinando hasta su
extinción. Otro grupo que creía en el estado inconsciente de los muertos, pero seguía guardando el domingo,
tomaron el nombre de Adventistas Cristianos. Esa iglesia existe todavía. Había varios otros grupos con
diferentes ideas y algunos de los que se convierten incluía a Hiram Edson, José Bates, James White y Ellen
Harmon, quienes formaron el núcleo de la iglesia remanente. (De aquí en adelante llamaremos a Ellen White,
Elena White, y a James White, Jaime White, por ser los hombres con los que se conocen en América Latina.
El apellido Harmon de Elena, fue substituido por el de White cuando se casó con Jaime White el 30 de
agosto de 1846. A veces se usa la inicial de su segundo nombre, Gould, y aparece como Elena G. White).

Los que pertenecían a este núcleo compartieron las amarguras y sufrimientos del chasco con los demás
creyentes. La mayoría de los que se habían reunido en la casa de la finca de Edson, se fueron tristes a sus
casas la mañana del 23 de octubre. Edson y algunos amigos íntimos fueron al granero para tener una sesión
de oración, de donde salieron con la confianza de que el Señor les mostraría el camino.

Después de desayunar, Edson dijo a uno de sus amigos que se había quedado: "Vamos a consolar a los
creyentes con esta certidumbre". Los dos hombres salieron caminando por el campo don-de el maíz
sembrado por Edson estaba todavía sin cosechar. Iban meditando, pensando en el chasco. Cerca del centro
del sembrado, Edson se detuvo. Le pareció ver el santuario en el cielo y a Cristo como Sumo Sacerdote
yendo del lugar santo del santuario al lugar santísimo. Edson describió así la visión: "Vi en forma distinta y
clara que, en lugar de nuestro Sumo Sacerdote venir desde el lugar santísimo del santuario celestial a esta
tierra el décimo día del séptimo mes, al fin de los 2300 años, lo que hizo fue entrar por primera vez en el

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segundo departamento del santuario; y que tenía una obra que realizar en el lugar santísimo antes de venir a
esta tierra". Esta purificación del santuario señaló el comienzo del juicio investigador.

Su compañero había seguido caminando por el campo, pero al llegar a la cerca, regresó. Viendo que Edson se
había quedado atrás, lo llamó:"Hermano Edson, ¿por qué te has quedado allí de pie?" Edson le respondió: "El
Señor estaba respondiendo nuestra oración de esta mañana" y alcanzando a su amigo, le contó su nueva
comprensión.

Esta experiencia en el maizal condujo a estos hombres y a otros a estudiar intensamente el servicio del
santuario dado a Israel y la importancia de la doctrina de los 2300 días. Ellos publicaron sus descubrimientos
en revistas adventistas e Hiram Edson convocó a un congreso más tarde en 1845.
Ahora estaba resuelto el misterio y la fecha estaba confirmada. El mensaje del primer ángel siguió como la
verdad presente. Fué y sigue siendo una doctrina poderosa para convertir los pecadores a Cristo en este
tiempo del juicio. El mensaje del segundo ángel tuvo su importancia para el período anterior al chasco y tiene
importancia adicional para el futuro.

Capitulo IV
PRIMERA VISION DE ELENA
Y pronto a través de la primera visión de Elena G. White se pudo
entender más ampliamente la parábola de las diez vírgenes y se explicaba todo
concerniente al chasco. En diciembre de 1844 ella observó al pueblo de Dios
marchando iluminados por una luz al principio del camino, al final y en todo el
trayecto del sendero estaban alumbrados por otra luz (la luz de Cristo), esta luz
impedía que ellos tropezaran y cayeran. Un ángel le mostró que la luz que
estaba al inicio era el verdadero clamor de media noche, indicando que era el
mensaje del advenimiento que ellos abrazaban y que este clamor está
representado por una luz, símbolo de que este mensaje es real y verdadero, y
que la luz se encuentra al inicio del camino y no al final, por que el clamor
estaba en sus inicios y todavía quedaba un camino por recorrer y no estaban en
sus fines como ellos pensaban, todavía quedaban lugares en el mundo que no
conocían de Jesús y de su pronta venida a la tierra.

NACE UN GRUPO NUEVO


El estudio ferviente de los primeros pioneros unido a la providencia de Dios llevaron a desarrollar lo
que desde su descubrimiento se convirtió en la base de la fe adventista, lo que le dio inicio al pueblo
adventista, pues el santuario y el juicio fueron las doctrinas que comenzaron a diferenciar al pueblo
adventista de los otros cristianos.

Había nacido un nuevo grupo no sólo eran los que habían sido chasqueados, sino que ahora eran los
que esperaban que Dios finalizara su obra en el santuario celestial, el grupo millerista fue diezmado, muchos
se dejaron llevar de los ataques y el desánimo y abandonaron el adventismo, pero un grupo siguió firme,
reunido como remanente este realzaba cada día las verdades bíblicas por todo lo alto. Tiempo después otras
verdades llegaron al grupo remanente.

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Capítulo V
PIONEROS DE LA VERDAD DEL SÁBADO
La verdad del sábado llegó a los adventistas en 1843, pero no muchos le pusieron atención pues para
ellos Cristo estaba muy cerca y no había tiempo para guardar otro día de reposo.

Este mensaje que comenzó con una viuda Millerista, la señora Raquel Oakes y algunos ministros como
Tomas Preble y Federico Wheeler, llegó a ser parte importante de este nuevo grupo, el remanente del
movimiento millerista, a ellos le debemos el descubrimiento del sábado como día de reposo, mensaje que
luego fue abrazado por José Bates y la misma Elena White los cuales hicieron grandes aportes para el
establecimiento de la doctrina del sábado.

John N. Andrews (1867-1869)


Acontecimientos sorprendentes ocurrían en Paris, pequeña
comunidad rural levantada sobre una pintoresca colina, en el estado
de Maine, Estados Unidos. Los adventistas que residían allí,
frustrados con el chasco de; 22 de octubre de 1844, aguardaban
perplejos una palabra providencial capaz de guiarlos en medio de la
oscuridad que los envolvía. En el afán por entender los propósitos de
Dios, muchos cayeron en las celadas maquinadas por Satanás y se
volvieron presas inermes del fanatismo.

Habrá algunos que, proclamando las virtudes de una vida humilde, se


arrastraban por el suelo como niños. Otros, enseñaban que el milenio
ya estaba en proceso y que por esa razón los fieles adventistas
deberían abstenerse de todo y de cualquier trabajo de naturaleza
secular. Otros dogmatizaban que las puertas de la gracia se habían
cerrado. La glosolalia (hablar en lenguas), demostraciones ruidosas y explosiones histéricas, se
manifestó en forma ostensible, suscitando irritación entre los incrédulos y trayendo oprobio a la
causa adventista.

John N. Andrews, entonces un joven de 19 años, observaba perplejo el caos religioso que había
invadido la otrora pacífica y bucólica comunidad a donde vivía. Vio con profundo pesar la acción
devastadora del fanatismo que amenazaba destruir la naciente iglesia.

Sin embargo, en 1849 Jaime White y su esposa, guiados por la Providencia, se dirigieron a Paris,
donde con autorizad y vigor censuraron el fanatismo, silenciaron la herejía y, por la gracia de
Dios, lograron restaurar el orden eclesiástico y la unidad doctrinal. Al describir los sucesos
ocurridos en aquel entonces la Sra. White se expresó así: Estaban presentes los Hnos. Bates,
Chamberlain, Ralph y otros hermanos de Topsham. El poder de Dios descendió a la manera del
día del Pentecostes, y cinco o seis de los que por engaño se habían extraviado en el error y el
fanatismo, cayeron postrados en el suelo. Los padres confesaron sus faltas a sus hijos, los hijos a
sus padres, y unos a otros. El Hno. J. N. Andrews exclamó con profundo sentimiento: “Yo
cambiaria mil errores por una verdad”… Aquella reunión fue para los hijos de Dios residentes en
Paris, el comienzo de mejores días y como un oasis en el desierto. El señor colocaba al Hno.
Andrews en condiciones de ser útil en el porvenir, y le daba una experiencia que había de valerle
mucho en sus tareas futuras.

John N, Andrews nación en Portland, Maine, el 22 de julio de 1823. Sus antepasados vivieron los
rigores y las incertidumbres propias de la vida en las regiones apartadas donde va llegando la
civilización, Victimas de un ataque a traición, algunos de sus antepasados- Ezre y cuatro hijos –
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sucumbieron. Quedó un único en la familia, el hijo menor, que por causa de una indisposición
física permaneció en casa y escapo así del alevoso ataque perpetuado por los indios. Este varón
llegó a ser el antecesor de John N. Andrews.

A semejanza de otros cofundadores del adventismo, Andrews no disfrutó de las ventajas de una
esmerada educación familiar, pero acumuló un respetable acervo de conocimiento, aplicándose
con entusiasmo y disciplina al estudio y a la investigación. Su tío, hombre de gran influencia y
prestigio, posteriormente elegido diputado federal, previó en el sobrino cualidades capaces de
proyectarlo en el futuro como un respetado hombre público.

- John- sugirió el tío- si vienes a vivir conmigo en mi casa te enviaré a los mejores colegios del país,
donde recibirás la preparación para ser un hombre de negocios, un juez, o incluso un político.
- ¿Cómo afectará eso a mi experiencia cristiana?- preguntó John.
- Pienso que podrás ser cristiano y seguir al mismo tiempo una de estas carreras.
- Pero, en ¿en qué forma afectará esos a mis convicciones personales referentes a la verdad?
- Creo, John, que tendrás que modificar algunas ideas personales, o incluso abandonarlas-
respondió honestamente el tío.

Sin titubeo ni vacilaciones, John declinó la propuesta que se le hacía. Jamás cambiaría su fe en la
Palabra de Dios por un honroso escaño en el parlamento.

A los quince años, después de oír la proclamación millerita, se unió con entusiasmo y devoción al
grupo de fieles que esperaban la inminente venida del Señor. Sufrió la terrible y depuradora
experiencia que significo el gran chasco de 1844. Vivió las incertidumbres y angustias que
siguieron al 22 de octubre. Presenció posteriormente los ruidosos acontecimientos que ocurrieron
en Paris y la manera providencial como Dios operó por intermedio del matrimonio White.
Como resultado, el 14 de septiembre de 1849, decidió lanzar su suerte con el “pequeño rebaño”, y
llegó a ser posteriormente una de sus figuras más significativas.

Durante 34 años sirvió a la iglesia como evangelista, teólogo, administrador y misionero. Su


intangible dedicación a los ideales del adventismo fue la causa de que se anticipara
prematuramente al crepúsculo de sus días. A los 54 años, después de un ministerio pleno de
realizaciones, la llama de su existencia se apagó, dejando en la iglesia un inmenso vacío, que en
vida había llenado no solo con el brillo de su erudición, sino también con el fervor con que se
ejecutó las tareas que le fueron confiadas.

A los 21 años inició sus actividades como evangelista y escritor. En 1850, cuando las
publicaciones adventistas daban los primeros y vacilantes pasos, fue nombrado miembro del
consejo editorial de la casa editora Review and Herald, y llegó a ser en poco tiempo uno de sus
más prestigiosos escritores, De su pluma fluyeron centenares de artículos en los que encontramos
habilidad editorial, erudición y un profundo conocimiento de las Escrituras.

Perspicaz, sereno y humilde, se destacó como talentoso interprete del pensamiento teológico
adventista, al revelar siempre en sus libros y artículos la fuerza de una lógica brillante y
persuasiva.

Fue el primer adventista en defender con fundamentos bíblicos el principio de la observancia del
sábado de puesta de sol a puesta de sol. Fue también el primero en discernir en la “bestial que
subía de la tierra”, del capítulo 13 del Apocalipsis, un símbolo de los Estados Unidos de
Norteamérica. Pero su trabajo más relevante, en el cual se concentró durante varios años, fue sin
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duda la publicación de un libro 341 paginas, titulado History of the Sabbath and the First Day of
the Week (Historia del sábado y el primer día de la semana). Andrews vindicó en este libro la
autenticidad del sábado, tanto desde el punto de vista bíblico como histórico, y logro conquistar el
respeto y la admiración de la comunidad intelectual de sus días.

En 1867 los delegados convocados por el quinto congreso de la Asociación General lo eligieron
para dirigir los destinos de la iglesia. Las estadísticas denominacionales presentaban entonces
los siguientes números: 28 ministros, 160 iglesias. 4,320 miembros y 4.121.17 dólares como
fondos disponibles, l iglesia gradualmente alargaba sus cuerdas y reforzaba sus estacas.

Bajo la dirección el movimiento adventista inicio la victoriosa marcha hacia el oeste. Ocurría en
aquel entonces la gran apopeya de la expansión de los Estados Unidos en dirección a las playas
del Pacifico. Hombres y mujeres empacaban sus limitadas posesiones, las cargaban en carros
tirados por bueyes y, de inmediato, se ponían en marcha recorriendo centenares y millares de
kilómetros en busca de mejores oportunidades y posibilidades. Bajo la orientación de Andrews l a
iglesia también avanzó, y alcanzó en el oeste sus más señalados triunfos.

Efectivamente, después de haber echado profundas raíces en el este y en el centro, la Iglesia


Adventista avanzaba ahora triunfalmente en dirección al sur y al oeste de los Estados Unidos.

Con todo, el imperativo de proclamar el Evangelio más allá de las fronteras nacionales parecía
no figurar en los planes de la iglesia en aquellos tiempos. No obstante, Dios buscaba un hombre
calificado para inaugurar el programa de evangelización a todas las naciones, tribus , lenguas y
pueblos.

El 15 de septiembre de John N. Andrews, ya viudo, se embarcó con una hija y un hijo en el puerto
de Boston, rumbo a Europa, donde echaron los fundamentos de la obra adventista. Con este
evento la partida del primer misionero adventista al extranjero se abrió una nueva era en la
historia denominacional, era en la cual la iglesia llegó a conocer la atracción de los horizontes
distantes.

En efecto n el embarque de Andrews fue uno de los grandes momentos en nuestra historia. El
adventismo retomaba en ese momento la herencia apostólica, e iniciaba una gloriosos epopeya
marítima, que con el transcurso de los años habría de darle una extraordinaria dimensión
internacional.

La vida de Andrews fue un constante salmo de victoria sobre el dolor y el infortunio. En los
comienzos de su ministerio sufrió un conjunto de disturbios orgánicos que transformaron su vida
en una carga opresiva y aplastante. Sufría de dispepsia, insomnio y postración nerviosa. Su
estado físico llegó a tal punto que fue obligado a abandonar temporariamente las labores
ministeriales.

En 1872 murió Angelina, su fiel y dedicada esposa y compañera, dejándolo con dos hijos
adolescentes. Con incansable fidelidad y amorosa esperanza, la cuidó hasta el último momento.
Perdió la batalla pero no la confianza en Dios y en sus insondables designios.

En 1878 regresó de Suiza a los Estados Unidos. Llevaba consigo a su hija María, entonces
debilitada por una enfermedad insidiosa y cruel. Esperaba verla recuperarse en el Sanatorio de
Battle Creek. Sin embargo vio sus esperanzas frustradas. María, quien había cifrado sus más
caras esperanzas de asistencia en sus tareas editoriales, murió a los 19 año, víctima de crueles

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padecimientos. Con el corazón quebrantado por tamaña perdida, entristecido, sentenció: “Me
parece estar asido de Dios con una mano entumecida”.

En aquella ocasión la Sra. White le escribió una carta consoladora, de la cual extraemos el
siguiente párrafo:

En mi última visión, lo vi a usted su cabeza se inclinaba hacia la tierra y, arrasado


en lágrimas, usted seguía a su amada María hasta su última morada en este
mundo. Luego vi al Señor mirándolo lleno de amor y compasión. Vi la venia de
aquel que ha de dar la vida a nuestros cuerpos mortales, y su esposa y sus hijos
salían de sus tumbas vestidos de esplendor inmortal.

Andrews no se asemejaba a un vaso de cristal o de porcelana. Soportó las presiones y opresiones


de la vida con la resistencia propia de una pieza de acero. Su vida no fue como la de una planta
nacida en un vivero, sino como la de un altivo roble, fustigado por la tormenta.
Después de la muerte de su hija, regresó a Basilea, Suiza, dispuesto a continuar la obra pionera
que había comenzado algunos años antes. Sin embargo, se sentía ahora físicamente debilitado.
La tuberculosis terrible flagelo del siglo iniciaba su acción erosiva, minando su cuerpo cansado.
En marzo de 1881 escribió:

Lamento que no puedo hablas más favorablemente de mi salud. Estoy luchando con
esta mortífera enfermedad, la tuberculosis, y mi situación es muy grave. La
afección esta ahora limitada a mis pulmones. Otras cosas que en el caso de personas
atacadas de tuberculosis, son generalmente desfavorables, en el mío resultan todas
favorables. Pero, la muerte ha hundido sus garras en mis pulmones, y a menos que
pueda librarlos de ellas, serán consumidos. Esta afección pulmonar me debilita
tanto que me obliga a guardar cama. Todo lo que escribo lo hago al dictado. Pero
muchas veces puedo dictar solamente tres o cuatro frases por día, y algunas veces
no puedo escribir una sola palabra. El artículo que mandé últimamente a la
Review… representó, por causa de mi debilidad, el trabajo de diez días.

El 6 de mayo de Jean Vuilleumier, uno de los obreros de la casa editora de Basilea, Suiza, que
asistía a Andrews en sus tareas editoriales, después de visitarlo escribió:
Anoche fui a verlo. Estaba acostado. Sus ojos estaban húmedos. Empezó a hablar de
su obra y añadió: “Si Dios no me da fuerza a fin de que escriba para este número, lo
tendré por señal de que debo morir. Lo que me pesaría, al morir ahora, es que tengo
estos cajones gran cantidad de manuscritos que me agradaría terminar… Si muero
todo esto se perderá, porque los que vendrán después de mi no conocerán su
existencia. ¡Pero tal vez s mejor que yo duerma y debo rogar continuamente a Dios
que me ayude a resignarme de sus santa voluntad!”.

Algunas semanas más tarde la Asociación General envió a su anciana madre y al Sr. B. C.
Whitney, un amigo personal, para asistir y confortar al solitario y cansado obrero en sus últimos
días. Lo encontraron ya desfigurado, vencido por la enfermedad. No obstante su estado
desesperado, se apegaba con impresionante dedicación a la vida y al trabajo.
Jean Vuilleumeir lo visitó otra vez el 21 de octubre, cuando los últimos rayos de sol entraban en
aquel cuarto. La anciana señora abanicaba cariñosamente el rostro de su hijo moribundo. John
N. Andrews vivía los momentos de agonía que preceden a la muerte.

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Sus últimos años estuvieron especialmente cargados de pesares y quebrados. Por en medio de sus
angustias y aflicciones, encontró las inspiraciones más puras, cantó los canticos más bellos y
sintió los éxtasis as sublimes.

Jorge I. Butler (1871-1874, 1880, 1888)


La madrugada del 12 de noviembre de 1834 amaneció silenciosa y calma. Un blanco lienzo de
nieve cubría los campos y praderas que rodeaban a Waterburg,
Vermont, en los Estados Unidos. Los arboles acumulaban en sus gajos
desnudos graciosos copos de nieve, a aquel paisaje notable encanto y
seducción.

En aquella hora matinal, en el hogar de la familia Butler, sonó un


vagido agudo y penetrante. Era Jorge que anunciaba ruidosamente su
llegada al mundo.

Su abuelo, Ezra Butler, había sido influyente y aclamado hombre


público. Después de haber ocupado algunos cargos de relevante
importancia en la comunidad, en 1826 llegó a ser gobernador del
estado de Vermont.
Su padre, Ezra Pitt Butler II, era respetado por todos como un hombre
religioso, noble e íntegro.
Evidentemente, Jorge fue favorecido por un prestigioso legado bilógico. Del abuelo heredó la
tenacidad, el espíritu frugal y la habilidad ejecutiva; del padre recibió la honradez, la piedad y
una inquebrantable confianza en Dios y en sus soberanos designios.
En 1839 la familia Butler los padres y seis hijos como muchos otros miles de familias, aceptó la
proclamación millerita. En dos oportunidades Guillermo Miller los visitó personalmente y los
instruyó en el conocimiento de las profecías.

En los primeros albores de la mañana del 22 de octubre de 1844, Jorge, sus hermanos y
hermanas, sus padres y muchos otros se reunieron para cantar y orar, mientras aguardaban la
gloriosa manifestación de Cristo en su venida y en su reino. Pero la tarde y el sol se ocultó en el
poniente, y la bienaventurada esperanza no se materializó.
Vendrá a la noche, afirmaron algunos, llenos de convicción y esperanza. Y entre anhelos y
temores, lo aguardaron hasta la media noche, más la venido del Señor no se consumó.
En efecto, aquella fue una noche amarga, llena de tristezas y desengaños. Los fieles adventistas,
entre ellos la familia Butler, se sintieron envueltos por las sombras impenetrables de una
insoportable soledad espiritual.

Jorge era demasiado joven para entender las razones del gran chasco. El ridículo y la burla que
sufrieron lo llevaron a los abismos oscuros de la incredulidad.
Vivió los descuidados años de la juventud sin preocupaciones de naturaleza religiosa. Hasta los
22 años se mostró escéptico, con evidentes tendencias agnósticas. Leyó la Biblia desde Génesis
hasta el Apocalipsis dos o tres veces. Admitió haber encontrado en sus páginas muchas cosas
preciosas. Sin embargo añadió, sus innumerables contradicciones la hacen incomprensible. Pero
a pesar de su espíritu irreligioso, decidió conducirse siempre con rectitud e integridad.

En 1856, cuando viajaba en un barco a largo del rio Missouri, bajó en Rock Island, donde la
embarcación se detuvo para recibir un cargamento especial. Mientras vagaba por las calles de la
ciudad, su pensamiento se enfrascó en profundas reflexiones. Su mente fue entonces iluminada

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con los destellos de su texto bíblico favorito : “Por lo demás, hermanos todo lo que es
verdadero , todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que
es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alanza, en eso pensad”.
Una pregunta excitó su espíritu: “Por qué rechazar las buenas cosas que existen en las
Escrituras?”, y mientras meditaba en ello decidió en su corazón aceptar las porciones de la Biblia
que le parecían comprensibles y provechosas. Después de esta decisión, sintió su alma inundada
por una dulce paz interior. Regresó a la embarcación y, de rodillas, entregó su vida al señor.
Posteriormente, confesó públicamente su fe en el Salvador y fue bautizado por el pastor J. N.
Andrews.

Sus calificaciones innatas motivaron a los miembros de su congregación a nombrarlo diacono y


posteriormente anciano. En el ejercicio de estas funciones se condujo con contagioso entusiasmo y
admirable dinamismo y consagración.

Poco tiempo después, una grave crisis irrumpió en el estado de lowa, que amenazó fracturar la
unidad de la iglesia. Los pastores Snook y Brinkernoff, respectivamente presidente y secretario-
tesorero de la Asociación, inspirados por sentimientos inconfesables, se rebelaron contra la
autoridad de la Asociación General. Y cuando vieron que sus intenciones se habían puesto al
descubierto, renunciaron. Fue aquel un momento crucial para la iglesia, cargado de tensiones e
incertidumbres. Butler, que hasta se ocupada de labores agrícolas, fue elegido para conducir los
destinos de la Asociación. Con extraordinaria energía se lanzó a la obra, y restauró la unidad e
inauguró en aquel campo una era de paz y acelerado progreso numérico. Dos años después su
elección como presidente, fue ordenado al ministro.

En 1871, después de haber conducido con increíble éxito los destinos de la Asociación de lowa, fue
elegido presidente de la Asociación General.Bajo su administración en el movimiento adventista
vivió un momento acelerado de crecimiento y acentuada expansión. Al disfrutar de una salud
exuberante, acompañó a la iglesia en todos sus principales eventos. Asistió a los grandes
congresos anuales donde predicaba a los miles de fieles congregados sobre los grandes temas de
la fe. A los obreros reunidos en concilios ministeriales les renovaba a menudo su confianza e la
autenticidad del adventismo y a los administradores ocupados en juntas, les dirigía siempre un
mensaje de consejo y orientación.“Estoy convencido –declaró en cierta ocasión- de que los jóvenes
deben ser preparados para servir a la iglesia. La causa adventista del séptimo día se expande
rápidamente. Necesitamos una buena institución educacional”. Esta convicción lo animo a echar.
En 1874, los fundamentos de un colegio en Battle Creek, donde centenares de estudiantes se
prepararon para servir a la iglesia en sus diversos sectores.

Al finalizar su mandato como presidente de la Asociación General en 1874, retomó a la


presidencia de la Asociación lowa, y Jaime White fue designado por tercera vez para dirigir los
destinos de la iglesia. En 1880 fue nuevamente invitado a tomar en sus manos el timón de la
embarcación adventista. Aunque altamente dotado para ejercer las funciones de la dirección de la
iglesia, la administración era para él una carga insoportable.

En una carta dirigida a Arturo G. Daniells, que más tarde habría de llegar a ser también
presidente de la Asociación General, expresó sus sentimientos más íntimos diciendo: Le digo
Arturo, que habiendo sido presidente durante tres años y habiéndome retirado…
preferiría ahora la muerte a tener que asumir el cargo otra vez.
No ocultó sus preocupaciones al anticipar las graves crisis que en breve habría de gritar a la
iglesia. Por eso, deplorando la muerte del pastor White ocurrida en 1881, un año después de su
reelección, escribió: “Al verlo en su ataúd, tan calmo y sereno, casi envidié su suerte”.

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Sin embargo, a pesar de su insatisfacción con la idea de asumir otra vez la presidencia de la
Asociación General, logró conducir la nade adventista con serenidad y firmeza, en medio de las
tormentas que la acosaron durante su agitado mandato.

Poco después de su reelección, la iglesia fue sacudida por una crisis inquietante. La autoridad de
la Sra. White fue seriamente cuestionada. Butler publicó en la Review and Herald una seria de
diez artículos defendiendo la legitimidad del don profético manifestado en la iglesia. Pero el
tratamiento que dio al tema fue incorrecto y, por eso, la Sra. White le envió un mensaje personal
censurándolo por algunos pensamientos vertidos en sus artículos.
Al presentir la apostasía de D. M. Canright, y temiendo sus consecuencias para la iglesia, empleó
sus mejores energías en procura de salvarlo del naufragio espiritual. Al ver frustrados sus
esfuerzos, declaró con el corazón quebrantado:

El Canright se desanimó. Ignoramos las razones de su desaliento. Sin embargo de


acuerdo con varios testigos, podemos concluir que la causa de su abatimiento reside
en el chasco sufrido por no haber sido elegido presidente de la Asociación General.
Más tarde, preocupado por las idea defendidas por A. T. Jones y E. J. Waggoner, jóvenes editores
de la revista The Sings of The Time, que parecían ignorar deliberadamente la importancia de la
ley de Dios, decidió levantar la bandera de la lucha en defensa de la verdad amenazada. Para el
los jóvenes redactores aparecían en el seno de la iglesia como intérpretes de un Evangelio
desfigurado. Con la pluma y la voz intentó neutralizarlos. Pero, sorprendido y perplejo, descubrió
que las nuevas enseñanzas eran respaldadas por la Sra. White. La controversia teológica entre el
presidente de la Asociación General y sus asociados por un lado, y los jóvenes redactores y sus
simpatizantes, por el otro, encontró su punto culminante en el congreso celebrado en Minneapolis
en 1888.
Con la esposa seriamente enferma y sintiendo su propia salud debilitada, Buttler decidió no
asistir al encuentro de Minneapolis, excluyéndose de esta forma de los históricos debates que
marcaron aquel congreso. Sin embargo, entendía que no debía continuar en la presidencia.
Aunque ausente, recibió de los delegados un merecido homenaje, pues bajo su dirección la iglesia
creció de 15,570 a 26,112 miembros. Incluso se aprobó un voto de recuperación física, para que la
causa pueda ser todavía beneficiada con los consejos que resultan de su valiosa experiencia.
Butler se retiró para disfrutar la quietud de una existencia alejada de las presiones y tensiones de
Battle Creek. Su esposa, víctima de un derrame cerebral, quedó inválida, y con admirable
dedicación y desvelo durante trece años la cuidó hasta el día cuando entre lágrimas y esperanza
la llevó a la morada del silencio.

En su soledad, mientras reflexionaba sobre los acontecimientos que precedieron al turbulento


encuentro de Minneapolis, ya la comprender entonces el significado de la doctrina de la
justificación por la fe defendida por los hermanos Jones y Waggoner, escribió un artículo en el
que expresó su más profundo arrepentimiento y pesa. Entre otras cosas dijo:
Admito francamente que durante un determinado periodo fui perturbado por la
duda sobre asuntos (la justificación por la fe y temas afines)… por estar enfermo no
asistí al congreso de la Asociación General en Minneapolis… Aquellos fueron años
de aflicciones, tristezas, tentaciones y perplejidades… No pretendo presentar una
excusa por los errores y equivocaciones que marcaron mi vida. No pido simpatía.
Deseo, sobre todas cosas, teminar con alegría el registro de mi vida. Muchas veces
he orado como David: “Cuando mi fuerza se acabare, no me desampares”, Salmos
71:9… Cristo es muy precioso para mí… Muchas veces mi corazón arde dentro de mí,
siempre que llevo un alma a Cristo. Espero aun poder servirlo humildemente en su
venida.

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En el Congreso de la Asociación General celebrado en 1915, en la ciudad de San Francisco,
California, cuando se discutía una propuesta para cerrar la Facultad de Medicina de Loma
Linda, a causa de algunos problemas financieros, Buttler, ya encorvado por el peso de los años
pidió la palabra y se expresó así:
Ahora soy viejo y ya no sé mucho. Ustedes son jóvenes y vigorosos y saben lo que debe hacerse.
Pronto se tomará el voto; sin embargo, antes que eso ocurra, déjenme decir lo siguiente: Ustedes
saben que yo soy Jorge I. Buttler. Fui presidente de la Asociación General y pienso que recibí más
testimonios de la sierva del Señor que cualquiera de ustedes, y, en su mayoría fueron de
reprobación… Sin embargo, esta mano no aprendió a votar el cierre de lo que Dios dijo que debía
abrirse.

La Facultad de Medicina de Loma Linda no fue cerrada.


En 1918 le diagnosticaron un tumor maligno en la cabeza. Butler recibió la noticia con admirable
estoicismo y resignación. Con las notas armoniosas de un viejo himno, expresó el gozo irradiante
de una vida escondida en Cristo:
Aunque pobre, despreciado y olvidado,
De mí, sin embargo, no se olvidó el Señor.
Él me ha guiado y protegido,
Su amor es para mi dulce prenda.
Finalmente el 25 de julio de 1918, mientras los cañones rugían destruyendo y ensangrentando los
campos de la vieja Europa, descansó suavemente Jorge I. Butler, un príncipe en Israel.

Ole A. Olsen (1888-1897)


En 1850, en la cresta de una inmensa onda migratoria, Andrew Olsen,
su esposa y un hijo pequeño se mudaron de Noruega, su país natal, a
los Estados Unidos, a fin de participar de la fascinante aventura que
significó la conquista de un extenso territorio, rico y salvaje, en el
Nuevo Mundo.

Desde la cubierta del barco que los llevó a América, el Sr. Olsen
contemplaba conmovido, por última vez, las hermosas playas de su
país natal, de donde partieron los vikingos en sus célebres y
legendarias incursiones náuticas. Era un momento cargado de
emociones. Su mente parecía inundada por un diluvio de suaves y
enternecedores recuerdos. Después de una emotiva incursión en el
pasado, sus pensamientos lo transportaron al futuro con sus
incertidumbres, temores e interrogantes.
- Papa- le preguntó el hijo- , ¿cuándo volveremos a ver Noruega?
Absorto, ensimismado en profundas reflexiones, pareció no escuchar la pregunta hecha por Ole, un
niñito de cinco años.
- ¿Por qué estamos viajando? – insistió el hijo.
- Porque queremos comenzar una nueva vida, en un nuevo país, - respondió el padre,
interrumpiendo sus reflexiones.
- ¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar allá?
Con su mirada vuelta hacia el paisaje cada vez más distante respondió:
- Sesenta y tres días – y añadió-, si los vientos nos ayudan.

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Los días transcurrieron; unos ociosos y monótonos, otros, agitados y excitantes. Después de más
de dos meses de cansadora jornada marítima, llegaron a Nueva York, en ese entonces un
fascinante centro por donde cruzaban numerosas y bulliciosas oleadas de inmigrantes, en busca
de horizontes más amplios y de mejores oportunidades económicas.

De Nueva York pasaron al estado de Wisconsin, conocido por todos como “el dorado” agrícola.
Después de haber observado cuidadosamente todas las áreas disponibles, el Sr. Olsen es cogió
una hermosa propiedad, de cuyo suelo, con el favor divino, habría de arrancar cosechas
generosas y abundantes. Se unieron a la Iglesia Metodista Episcopal, ubicadas en la cercanía, de
donde más tarde se retiraron para formar una pequeña congregación integrada por ocho
familias noruegas que observaban el sábado.

En 1858, después de una serie de conferencias pronunciadas por Waterman Phelps, el Sr. Olsen y
su familia aceptaron el mensaje adventista y, por medio de la experiencia del bautismo, se
transformaron en miembros de la comunidad adventista local. A los 19 años de edad el joven Ole
completó los estudios secundarios en una escuela bautista del séptimo día, situad a pocos
kilómetros de su casa. En 1867 se matriculó en el Colegio Adventista de Battle Creek, sonde asistió
a algunas clases, aunque nunca alcanzó su titulo académico. Sin embargo, su insuficiencia
académica fue compensada con los beneficios de un intenso y disciplinado programa de lecturas y
observaciones.

En 1878 se casó con Jennie Nelson, joven piadosa, hija de un colono que se había establecido
también en aquella región. Inspirado por los sermones predicados por varios pastores que
frecuentemente los visitaban en Oakland, acarició en el corazón el ideal de dedicar su vida a la
obra ministerial.

Reconociendo que tenía vocación pastoral innata, los dirigentes de la Asociación de Wisconsin
decidieron invitarlo a dedicarse a Dios y a la causa adventista. En 1869 le fue oficialmente
otorgada una licencia ministerial, y con ella la tarea de evangelizar las colonias noruegas en
Wisconsin. El 2 de julio de 1873 fue ordenado al ministerio y un año después, a los 29 años de
edad, fue elegido presidente de la asociación local.

Como se reveló como un administrador firme, sereno y equilibrado, más tarde fue elegido
presidente de las asociaciones de Dakota del Sur, Minnesota e lowa. Con todo, era un obrero sin
pretensiones. A pesar de ser respetado por todos como un eficiente líder, prefirió interrumpir las
actividades administrativas para volver a su país de origen, de donde había partido a los cinco
años, para ocuparse en un incansable programa de evangelización.

En las páginas de su diario encontramos las evidencias de un entusiasmo que no conocía límites.
Predicaba todos los días de la semana, en algunas ocasiones hasta dos y tres veces por día. Jamás
repetía el mismo sermón ni usaba el mismo texto. Caminaba muchas veces quince o veinte
kilómetros sobre la nieve, afrontando los rigores y las adversidades propias de la estación
invernal, a fin de llevar una palabra de esperanza a las congregaciones que lo aguardaban
ansiosas.

Las anotaciones registradas en su diario nos muestran la dedicación de un padre tierno y


amoroso, preocupado por la suerte de los hijos. Mientras estaba en una de sus excursiones
misioneras, recibió la inquietante noticia de que su hijo Clarense estaba enfermo y que su estado
inspiraba cuidados. Las siguientes líneas, que aparecen en su diario, traducen las angustias y
aprensiones del padre atribulado por la incertidumbre: “Caminé veinticuatro kilómetros hasta la

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oficina de correos para buscar una carta escrita por Jennie (su esposa) con noticias de nuestro
pequeño Clarense”. El niño falleció a los diez años de edad, dejando dos hermanos- Alfredo, que
llegó a ser médico y director de nuestro hospital de Inglaterra, y Mahlon, que se dedicó a las
actividades educacionales.

En octubre de 1888, en el tormentoso congreso de la Asociación General. Celebrado en


Minneapolis, Minnesota, Ole A. Olsen fue elegido para dirigir los destinos de la iglesia mundial.
Frente a las controversias que marcaron aquel historio encuentro, se imponía la presencia de un
hábil y sereno timonel, capaz de restaurar la armonía y consolidar la unidad de la iglesia.

Olsen no participó en las tareas y discusiones de aquel congreso. Su atención estaba centrada en
forma absorbente en su programa de evangelización en Escandinavia. Sin embargo, en su diario
personal registró haber recibido de los hermanos la información de que había sido elegido
presidente de la Asociación General. No obstante, continuó cumpliendo normalmente su agotador
itinerario, visitando a los fieles dispersos y confirmándolos en la esperanza.

Para un hombre modesto y sin pretensión alguna, no había una gran diferencia entre continuar
predicando en su país de origen o asumir la presidencia de la Asociación General.
Algunos meses más tarde, en su diario encontramos un lacónico registro: “Me embarqué hoy
rumbo a América para asumir los deberes de la Asociación General”.
Su primera tarea al tomar el timón de la embarcación adventista fue pacificar los espíritus
conturbados con las controversias teológicas que agitaron el último congreso de la Asociación
General. Con imperturbable serenidad consiguió reducir las áreas de fricción, y restauró
gradualmente la unidad y la paz. Un año después de su elección declaró con alegría:
Me siento agradecido con el espíritu que ahora reina en la obra, y confió en que
habremos de avanzar con fe y coraje como nunca antes. Espero que la unidad en el
trabajo aumente más y más, en forma progresiva y constante.

Bajo su administración la iglesia amplió sus fronteras geográficas, no solamente en los Estados
Unidos, sino también en Europa, África y América del Sur. Su pasión por conquistar horizontes
distantes lo inspiró a elaborar grandes planes de acción, con el objeto de ampliar y fortalecer el
programa misionero en regiones lejanas. A fin de familiarizarse mejor con los problemas,
desafíos y oportunidades de la obra en expansión, decidió someterse a los rigores propios que
caracterizaban en aquellos tiempos los largos viajes alrededor del mundo.

En 1897 cruzó el Atlántico, rumbo a África, con el propósito de visitar Soluis, en Zimbabwe, el
primer puesto de avanzada en el continente oscuro. Después de haber desembarcado en Ciudad
del Cabo, en el sur del continente, siguió en tren hasta Bulawayo, y completó la última etapa de
ese agotador viaje en un carro tirado por una pareja de bueyes. Su llegada a Solusi fue un
acontecimiento emotivo y lleno de significado para los misioneros que allí conducían una obra de
avanzada.

La historia de aquella estación misionera, en sus primeros años, fue escrita con sangre, sudor y
lágrimas. Llegó a ser el símbolo siniestro de una gran tragedia. Los primeros misioneros que
llegaron allí, víctimas de las condiciones insalubres entonces prevalecientes, pagaron un tributo
sumamente alto. Victimas de una fiebre epidémica, murieron el Dr. A. S. Carmichael, el pastor G.
B. Tripp y su hijo, la hermana F.B. Armitage, el hermano F. C. Mead; fueron héroes anónimos que
cayeron mientras servían al Señor.

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Olsen no ocultó sus preocupaciones a sentir la necesidad de mejores condiciones sanitarias y una
mayor provisión de alimentos nutritivos, a fin de proteger aquellas familias contra las
enfermedades que, insidiosas, infestaban la región. Después de un completo estudio de los
problemas existentes en Solusi, ordenó algunas medidas urgentes con el objeto de proveer a los
misioneros y sus familias de mejores condiciones de trabajo y más elevados índices de salubridad.
E. H. Anderson, uno de los misioneros que vivía en aquella estación misionera, escribió ms tarde:
Nuestros corazones fueron alentados con la visita del pastor Olsen. Apreciamos
intensamente sus consejos. Después de haber estado aislados por un largo tiempo
de aquellos que participan de la misma fe, fue muy agradable tener la oportunidad
de asistir otra vez a una serie de estudios bíblicos, dirigidos por un profesor tan
eficiente como el pastor Olsen.

RAQUEL OAKES PRESTON


Nació el 2 de Marzo de 1809, era bautista del séptimo día, vivía en Verona
condado de Oneida, New York, en el invierno de 1843 y 1844 decidió mudarse
con su hija Delicia, maestra de 18 años que vivía en Washington New Hampshire.
Cuando la señora Oakes llegó a Wew Hampshire comenzó a repartir folletos y
tratados que hablaban del sábado. Ella guardaba el sábado en su casa y los
domingos iba a la iglesia para participar del compañerismo cristiano por que no
había una iglesia bautista cerca.

Un domingo al terminar el culto la señora Oakes le preguntó al pastor


Federico Wheeler: “¿Por qué usted predica que debemos guardar los
mandamientos y sin embargo viola uno de ellos?”, y el preguntó: “¿Por qué usted
dice eso?”, entonces ella le explicó todo sobre el cuarto mandamiento y así el
pastor Wheeler llegó a ser el primer ministro adventistas en guardar el sábado. Gracias al testimonio de esta
mujer otras personas como los Farnsworth profesaron públicamente que creían en el sábado como día de
reposo y así esa iglesia se convirtió en la primera en guardar el sábado. La señora Oakes conoció a Nathan
Preston y se casaron. La señora Preston murió en1869.

FEDERICO WHEELER
Fue un ministro metodista que se unió al grupo Millerista, pastor de una iglesia en
Hillsboro, New Hampshire donde conoció a la señora Oakes, el 16 de Marzo de 1884
aceptó la verdad del sábado y así se convirtió en el primer ministro adventista en guardar el
sábado en todos los Estados Unidos. Wheeler le contó a Tomas Prebles y así ganó su
primer converso a la verdad del sábado.

TOMAS PREBLES
Fue un ministro de la “Iglesia Metodista de la Libre Voluntad“ que se unió al grupo Millerista,
pastoreaba una iglesia en Weare, New Hampshire, escuchó hablar al pastor Wheeler sobre la verdad del
sábado y se convirtió en el segundo pastor adventista en observar el sábado dentro de los adventistas.

Prebles escribió un artículo en la revista “La esperanza de Israel” en febrero de1845, luego recopiló
más datos y lo publicó en un folleto titulado, “Folleto que demuestra que el séptimo día debe ser observado
como día de reposo”. Éste ganó muchos adeptos a la obra de Dios.

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GUILLERMO FARNSWORTH
Este Millerista viviía en Washintong. Escuchó la verdad del sábado de la señora Oakes y su hija, un
domingo de mañana en el culto se puso de pie y dio testimonio de que le aceptaba el sábado como día de
reposo de Dios y no el domingo del papa, y dijo que el quería ser contado entre los adoradores del sábado del
señor, por eso se convirtió en el primer hermano adventista en guardar el sábado, así lo hizo también su
hermano Cyrus, quien después se convirtió en el esposo de la hija de la señora Oakes.

PROGRESOS DEL NUEVO GRUPO


Este grupo remanente comenzó a unificarse, a predicar el mensaje y a esparcirse a muchos lugares
dentro de los Estados Unidos, comenzaron a adquirir propiedades y tomar estructura eclesiástica, se
fabricaron los primeros templos en Battle Creek, el primero fue adquirido en 1855 por 300 dólares y el
segundo dos años después en 1857 por 881 dólares, también se comenzó a publicar la primera revista en
1849 y se adquirió una casa editora en 1850, y por su incansable predicación se comenzaron a unir muchos
creyentes al movimiento, en 1860 se organizaron algunas iglesias en lo que llamaron asociaciones.

Ya eran un pueblo con sentido de misión sólo necesitaban organizarse como iglesia para que la obra
pudiera avanzar con pasos FIRMES.

JOSIAS LITCH
Era un pastor metodista conocido por ser buen intérprete de las profecías, Litch aceptó el Millerismo
sólo después de asegurarse que no discrepaba con el metodismo, predicó ampliamente y publicó un libro de
200 páginas sobre las conferencias de Miller, también publicó una revista “The advent shield” (El Escudo
Del Advenimiento) en la cual exponía la providencia de Dios y el cumplimiento de las profecías en el
movimiento adventista.

En 1838 este ministro del adventismo publicó una explicación del capítulo noveno del Apocalipsis, que
predecía la caída del imperio otomano. Según sus cálculos esa potencia sería derribada en el año 1840
durante el mes de agosto; y pocos días antes de su cumplimiento escribió: "Admitiendo que el primer período
de 150 años se haya cumplido exactamente antes de que Deacozes subiera al trono con permiso de los turcos,
y que los 391 años y quince días comenzaran al terminar el primer período, terminarán el 11 de agosto de
1840, día en que puede anticiparse que el poder otomano en Constantinopla será quebrantado. Y esto es lo
que creo que va a confirmarse”.

En la misma fecha que había sido especificada, Turquía aceptó, por medio de sus embajadores, la
protección de las potencias aliadas de Europa, y se puso así bajo la tutela de las naciones cristianas. El
acontecimiento cumplió exactamente la predicción. Cuando esto se llegó a saber, multitudes se convencieron
de que los principios de interpretación profética adoptados por Miller y sus compañeros eran correctos, con
lo que recibió un impulso maravilloso el movimiento adventista. Hombres de saber y de posición social se
adhirieron a Miller para divulgar sus ideas, y de 1840 a 1844 la obra se extendió rápidamente.

CARLOS FITCH
Era un ministro congrecionalista que se unió a los milleristas en 1838, fue uno de los primeros que
aceptó públicamente el mensaje adventista, pero cuando vio que su posición le costaría su iglesia moderna en
Boston se volvió atrás, pero poco después cuando se cambio a una parroquia de New Jersey, descubrió a
Cristo como su salvador personal y sacrificó su congregación para llevar el mensaje a todos los perdidos.

- 20 -
Carlos Fitch Ideó la estatua del capitulo dos del libro de Daniel en forma desarmable, y con la ayuda de
Apolo Hale, quien también era un ministro unido al movimiento adventista, ideó en 1843 la carta profética
acerca de los 2,300 días, esta carta profética es el esquema actual que utilizamos para explicar esta profesía.
Algunos días antes del 22 de octubre bautizó tres grupos sucesivos de creyentes, a causa de esto enfermó y
murió el 14 de octubre de 1844.

JOSUÉ HIMES
Era un ministro de la Conexión Cristiana muy conocido en Nueva Inglaterra por su lucha contra la
esclavitud, contra el alcohol y la guerra, tratando de que el mundo fuera un lugar mejor donde vivir. En otoño
de 1839 escuchó predicar a Miller sobre los 2,300 días y quedó profundamente interesado, así que lo invitó a
predicar a su capilla en Boston.

Himes instó a Miller diciéndole que si era verdad que el creía en lo que decía debía hacer el mayor
esfuerzo, le explicó que debía predicar su mensaje en las grandes ciudades y de inmediato le ofreció toda su
ayuda, su talento, su dinero, posesiones, familia, su influencia y reputación quedaron al servicio de Dios.
Rápidamente se convirtió en el director del grupo Millerista, también agente de publicidad, consagrado
promotor, especialista. Himes consiguió que Miller predicara en las ciudades más importantes de Estados
Unidos, en febrero de 1840 comenzó a publicar el primer periódico adventista “Sing of the time” (señales de
los tiempos) y ayudó a iniciar más revistas por todos los Estados Unidos.

HIRAN EDSON
Era un diácono ferviente de la iglesia metodista de Portgibson, New York, en
1843 en una serie evangelistica escuchó a Miller predicar y se unió al movimiento
adventista de inmediato. Una noche en su granja lo impresionó el Espíritu Santo para
que sanara a un vecino, Edson creía que estos milagros ya no ocurrían, pero obedeció a
la voz que le hablaba y en el nombre de Jesús sanó al vecino en ese mismo instante, esa
misma voz le habló para que predicara el mensaje, al principio puso resistencia pero
comenzó a predicar el mensaje adventista, visitaba todo el día hogares y ayudaba en
las reuniones de noche, pronto vio a unos cuatrocientos de sus vecinos unirse al
movimiento adventista.

Un pequeño grupo de creyentes adventistas, mayormente agricultores vivían cerca de Edson a quien
veían como su líder. El 22 de octubre 1844 se reunieron en su granja para esperar el retorno de Jesucristo,
cuando el día pasó y Jesús no vino lloraron hasta el amanecer, se sintieron desilusionados, pero Edson
comenzó a recordar todo lo que había pasado y como Dios los había bendecido: personas sanas y almas
cambiadas para bien, entonces pensó que algo no había entendido y recobró su confianza, así que le pidió a
sus vecinos que todavía quedaban en la granja que fueran al granero a orar para saber lo que había pasado, se
levantaron sin respuestas, pero con la convicción de que Dios estaba con ellos.

Edson, el Dr. F. B. Hand y Owen Crosier decidieron ir a darles ánimo a los hermanos, en el camino
Edson se detuvo y vio el cielo abrirse ante sus ojos y vio a Jesús pasar del lugar Santo al lugar Santísimo
donde realizaba una obra antes de venir a la tierra, los versículos de la profecía comenzaron a aclararse en su
mente cuando Hand y Crosier le preguntaron por qué se detenía, el respondió: “Jesús a contestado nuestras
oraciones”.
En 1845 publicaron un artículo en la revista “The Day Dawn” (El amanecer) acerca de todo lo
estudiado sobre el tema del santuario y el chasco, luego el 7 de febrero de 1846 publicaron este mismo tema
con más profundidad en el “Day Star” (Estrella de la mañana). En 1852 vendió su granja para la causa y
compraron la primera prensa de la iglesia en 1855. Fue ungido como anciano y años más tarde como
ministro. Murió 1882 a los 75 años.

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JOSÉ BATES (1792-1872)
El pionero de la temperancia, también se destacó entre los primeros que creyeron y enseñaron la verdad
del sábado.
Nació en 1792 vivió en Fairhaven, Massachussets, un lugar muy cerca del pueblo ballenero de New
Bedford, así que el creció cerca de las aventuras marinas, se casó en 1818 con Prudencia Nye. Bates realizó
diez viajes entre los años 1815 y 1828 pasando a ocupar puestos de segundo y de primer pilotó hasta llegar a
ser capitán, en uno de sus viajes por un mal tiempo tuvieron que echar toda la carga que traían, este viaje que
se hacía en dos meses se hizo en seis meses, al llegar a casa Bates dijo que la causa de estar con vida fue por
una oración que por primera vez escuchó en un barco la cual fue hecha por un cocinero negro de la
tripulación.

En su primer viaje como capitán, en el año 1821, se convenció de


la necesidad de no tomar bebidas alcohólicas y de dejar el terrible habito
de fumar, también dejó la costumbre de los marineros de maldecir y
blasfemar por ser un hombre de voluntad fuerte logró todo lo que se
propuso. También dejó el té y el café algunos días después.

Al salir a unos de sus viajes, su esposa le introdujo un nuevo


testamento en su baúl, allí encontró un tesoro escondido ya que pensaba
suicidarse por la condición de su vida, poco a poco la paz aumentaba en
su corazón así que convirtió su barco en una institución correccional,
abordo no se bebía, no se maldecía y no se fumaba. En otro de sus viajes
rogó a Dios para que lo usara como instrumento en su servicio. Instituyó
en su hogar el culto familiar y comenzó a visitar la iglesia, desde el día
de su bautismo se unió a grupos de temperancias y grupos por la
abolición de la esclavitud. En 1828, a los 36 años se retiró de la
navegación con algunas experiencias, aventuras, y una buena fortuna
(10 mil dollares). Se dedicó a producir ceda en una granja.

En 1839 escuchó a Miller predicar y creyó en el mensaje del segundo advenimiento al cual dedicaría
desde ese momento todo el esfuerzo de su vida, vendió todo lo que tenía; la granja, sus muebles y su casa,
para proclamar el mensaje. En 1843 se unió con H. S. Gurney quien era un evangelista del canto que se
dirigió a Maryland y predicó en la iglesia de kent lugar donde muchas personas se convertían a la obra. Fue
en este mismo año cuando José Bates decidió que la carne y todo producto derivado de esta se eliminaran de
su dieta.

En la primavera de 1844 pagó todas sus deudas antes de la venida del señor, cuando su esposa le dijo
que era algo imprudente el respondió: “Dios proveerá”, por eso el 22 de octubre de 1844 Bates estaba sin
dinero. Al Jesús no venir como el esperaba se sintió muy confundido, los vecinos se burlaban de él en las
calles, el quería que se lo tragara la tierra pero pronto se repuso y se unió a los que pensaba que su cálculo
estuvo mal y que era necesario seguir estudiando.

Este hombre se destacó, como señalaremos luego, en la predicación del sábado como el real día de
reposo, fue uno de los organizadores de la iglesia junto a Elena y Jaime White aunque al inicio no creía en
los atributos proféticos de Elena, en 1846 creyó en ella por una visión donde ella mencionaba el espacio y la
constelación de Orión, el sabía que esos conceptos sobre el firmamento no podían venir de una persona que
sólo había llegado al tercer año de la educación formal.

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En febrero de 1845 José bates leyó en el periódico: ”La Esperanza de Israel” un artículo escrito por
Tomas Preble acerca del sábado. Bates dejó lo que estaba haciendo y se puso a estudiar la Biblia, supo que
Preble escuchó esta verdad de Federico Wheeler quien a su vez lo escuchó de la señora Oakes, así que
decidió visitar a Wheeler y escuchar más sobre esto, viajó 40 millas, un viaje que tuvo que hacer en
ferrocarril de noche y a pie llegó cuando todos dormían, pero Bates levantó a todos y junto a Wheeler estudió
toda la noche, en la mañana fueron a Washintong y bajo una arboleda de alces hablaron acerca del sábado
con la familia Fansworth hasta el medio día, al regresar a su casa algo resonaba en su mente que cambio haría
esto en su familia, amigos y vecinos, pero unas palabras resonaban: “¿Qué a ti, sígueme tu?”

Entonces cruzando el puente que une río Acushnet, New Redford con Fairhaven se encontró con
Monroe Hall quien le preguntó: ¿Qué novedades hay?, Y Bates le respondió: ”la novedad es que el séptimo
día es el día de reposo del Señor Nuestro Dios”, conversaron y en ese instante se ganó a su primer converso
sobre el sábado.

En 1846 leyó un artículo del “Day Star” (extra) del siete de febrero donde se convenció de que el
santuario del cielo era el que se purificaría y que este era un verdadero templo. Luego Bates escribió un
folleto llamado “Los Cielos Abiertos” en el cual añadió evidencias adicionales extraídas de la Biblia y de la
astronomía, luego se reunió en Port Gibson con Edson, Crosier y Hanh y comparó sus notas con las de ellos y
también los convirtió a todos a la observancia del sábado. Escribió tres folletos sobre el sábado siendo el más
famoso “El Reposo Del Séptimo Día, Una Señal Perpetua” con el cual añadió a Jaime y Elena White a los
adoradores del sábado en 1846.

Bates siguió llevando el mensaje por todos los lugares y por todos los Estados Unidos, viajando a pie
por la nieve para llevar el mensaje, en 1852 llevó la nueva luz desde Mein a Michigan, predicando del sábado
a todos los Millerista de la región, predicaba en trenes y donde quiera que se le necesitara, bautizaba donde
fuere. En una ocasión abrió un hueco en el hielo y bautizó a siete personas.

A sus 69 años Bates fue elegido para dirigir la la primera asociación organizada, a los 71 año presidió
el histórico congreso en 1863 donde se organizó La Asociación General De Los Adventistas Séptimo Día.

Murió a los ochenta años de una erisipela maligna en 1872, sus últimos días fueron de dolor y
sufrimiento, el repetía las palabras del patriarca Job “Yo se que mi redentor vive y al fin se levantara sobre el
polvo y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios”.

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Bibliografías
White, Elena G. El Conflicto de los Siglos.

De Olivera, Enoch. La Mano De Dios al Timón

Maxwell, C. Mervyn, Ve y Dilo al Mundo.

La Santa Biblia.

Manual de Conquistadores, Volumen 1.

Informaciones del Internet.

Investigación y Recopilación
GM. Francis Gómez

Diseño, Edición y Diagramación


PLA. Carolin Serrano

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