Sie sind auf Seite 1von 11

La agonía de la dominación oligárquica: Un análisis comparativo

entre Perú y Chile (1891-1930)

Por Martín Paolucci

”El capitalismo imperialista utiliza el poder de la clase feudal en tanto que la considera la clase
políticamente dominante. Pero sus intereses económicos no son los mismos. La pequeña burguesía, sin
exceptuar a la más demagógica, si atenúa en la práctica sus impulsos más marcadamente nacionalistas,
puede llegar a la misma estrecha alianza con el capitalismo imperialista.”

José Carlos Mariátegui.

A) CARACTERÍSTICAS DEL ORDEN OLIGÁRQUICO

La pax oligárquica en Chile (1850-1891)

Luego del Proceso Independentista, las entidades que habían sido parte de la Capitanía
General de Chile, y que luego constituirían la República de Chile, se integraron rápido,
sacrificando su soberanía. Se construyó, más rápida y eficazmente que en cualquier otro país
de América Latina en el siglo XIX, un Estado Nacional, estable y centralizado.
No sólo central sino también nacional, ya que este Estado pudo tener el monopolio legítimo
de la violencia y la capacidad de cobrar tributos en todo el territorio antes de la mitad del
siglo XIX. Esto se pudo lograr debido a que, entre otras cuestiones, de las ciudades
soberanas con posibilidad de articular algún tipo de organización estatal a su alrededor, las
únicas que se enfrentaron entre sí para lograr algún tipo de hegemonía territorial fueron
Santiago de Chile y Concepción.
Con la victoria de Santiago en 1833, se estableció con éxito una Constitución centralista y
basada en un sistema presidencialista fuerte. La llamada República Portaliana en honor a su
primer Presidente Diego Portales.
Un sistema que, luego de feroces disputas entre élites en 1850, y sobre todo de las reformas
liberales de 1874, sería relativamente pluralista en lo referido a la repartición del poder
político al interior de la oligarquía.
Lo que en otros países como Perú fueron largos enfrentamientos interoligárquicos, en Chile
fueron reemplazados rápidamente por civilizadas discusiones intraoligárquicas.
Este modelo político culminó en el marco de una gran crisis en 1891, para ser reemplazado
por la llamada República Parlamentaria (que a su vez culminó en 1925 en una nueva crisis,
que en este último caso resultó terminal para la fase política de la dominación oligárquica
chilena).
Otro aspecto que colaboró, primero al desarrollo de un Estado centralizado y luego a la
formación de un temprano pacto de dominación, fue el aspecto geográfico. Chile era un país
pequeño, estrecho, con poca distancia en kilómetros entre la sierra y la costa y con una
extensión en longitud no muy grande. Con sus ciudades más importantes y principales
haciendas de producción agrícola establecidas casi enteramente en el Valle Central (que
ocupaba casi todo el territorio chileno de ese momento). A eso hay que sumarle que en el
aspecto social, también había una mayor homogeneidad que en otros países. Élites de
criollos, españoles y algunos europeos, sobre todo en la zona portuaria y vinculados al
comercio exterior, y una clase subalterna compuesta sobre todo por una población mestiza
sometida desde la época de la colonia en haciendas bajo el control de poderosos
terratenientes locales, y que hablaba fluidamente el español, a diferencia de otros grupos
indígenas andinos.
Esta uniformidad en el modo de producción, en lo social y en la geografía, permitió que se
consolide rápidamente un sistema de dominación oligárquico plenamente insertado al
mercado mundial.
Con la inserción de la producción agrícola chilena en los mercados europeos, en el marco de
lo que luego sería llamado el Modelo Primario Exportador, Chile fue el país latinoamericano
que mejor y más temprano se articuló, más tarde veremos que tal vez demasiado bien, en ese
esquema, y en donde más temprano surgieron relaciones capitalistas de producción.
Fue a partir de aquí que el modo de dominación oligárquico se asentó en Chile. A través de
un pacto de dominación. Lo que Tulio Halperín Donghi denominó “Orden Neocolonial”.
Al igual que otros regímenes oligárquicos en América Latina, los principios político-
ideológicos que lo guiaron fueron los de un ideario liberal de características positivistas, en
donde la razón y el progreso ilustrado hacían una tregua con la fe y el espíritu de los
resilientes ultramontanos. El mito de que el avance hacia el progreso, representado por la
civilización europea occidental, era alcanzable de la mano de esa promisoria economía de
exportación de productos primarios, importación de manufacturas y bienes de capital,
empréstitos e inversiones directas extranjeras. Ese positivismo liberal logró superar la lucha,
que también se dio en toda la región, entre liberales y conservadores, a través de la
consolidación de un pacto que sustentaba en un beneficio común a ambos grupos políticos.
Las fenomenales ganancias económicas y el control de las clases subalternas en una sociedad
piramidal, vertical y estamental, marcada por una fuerte concentración de la riqueza junto a la
del poder, pese a que al igual que en el Perú, esta se asentaba en una Constitución liberal
plagada de garantías constitucionales y derechos, como la de la, supuesta, igualdad ante la
ley.

Los Gentlemen del Perú (1895-1919)

El del Perú fue un caso absolutamente contrario al de Chile, no sólo no se llegó a construir un
Estado Nacional tempranamente, sino que muchos autores directamente argumentan que no
se puede hablar de la constitución de un Estado moderno propiamente dicho hasta, por lo
menos 1925. Otros incluso ponen la fecha de ese evento en la década de 1960. La
descentralización del poder fue el eje central de su inestable pacto de dominación oligárquico.
La oligarquía peruana, al igual que otras, se basó en la exclusión del poder público de una
mayoría muy heterogénea de clases subalternas (distintos grupos étnicos indígenas, con
distintas lenguas) en un territorio geográficamente hostil, por parte de una minoría de élites
locales fragmentadas entre si.
Un sistema de dominación sustentado más en la coerción que en el consenso, hecho que
también se repetiría en toda América Latina, pero que en el caso peruano fue aún más
coercitivo que los demás. De todas las oligarquías sudamericanas, la peruana tal vez sea la
que más se adaptó a la categoría de clase dominante y más se alejó de la de clase dirigente.
Ya que la violencia directa o simbólica siempre fue lo predominante en su ejercicio del poder.
La persuasión, en cambio, estuvo ausente casi absolutamente. La peruana era, además, una
oligarquía atravesada por una cultura señorial, heredada de la colonia, con la pretensión de
sus integrantes de ser una suerte de gentlemen criollos. Esta impedía el acceso a ella de otros
sectores sociales, más allá del poderío económico que pudieran tener, si estos no entraban en
ciertas categorías de linaje, tradición, amistad, pertenencia a clubes o familias (que junto con
la hacienda era la matriz societal de la dominación oligárquica latinoamericana). Todo esto
hizo de la peruana una de las oligarquías sudamericanas más endogámicas.
La incapacidad de esas élites por crear un Estado Nacional (élites que luego de mucho tiempo
se aunarían en un sistema de dominación oligárquico denominado la República Aristocrática
que duró de 1895 a 1919 y que fue reemplazada por la llamada Patria Nueva de 1919 a 1930)
tuvo como una de sus múltiples causas la tardía finalización de las Guerras de Independencia,
conflicto particularmente cruento en el territorio peruano y que dejó una importante
destrucción de bienes y estructuras administrativas y políticas. Estas dejaron un vacío de
poder solo cubierto por poderes regionales. El dominio de un reducido grupo de poderosos
criollos, o incluso mestizos, locales que controlaban grandes extensiones de tierra y una
población indígena/mestiza subsumida en relaciones de trabajo serviles, semi-serviles y/o de
subsistencia.
Estos hacendados tuvieron un rol central a la hora de explicar la dificultad de realizar una
unificación estatal en el territorio peruano.
Otra de las causas detrás de esa incapacidad fue una gran heterogeneidad geográfica y social.
El Perú estaba segmentado por el eje Costa-Sierra y el poder político estaría sectorizado hasta
el siglo XX: Élites de la Costa Norte dedicadas a la producción de algodón y caña de azúcar,
mejor insertadas al mercado mundial y a los capitales extranjeros, más dinámicas y que
iniciarían antes que nadie un modo de producción capitalista en territorio peruano. Élites de
Lima y la Costa Central, vinculadas al comercio exterior e interior. Grupos de la Sierra
Central dedicados a la ganadería ovina y minería y finalmente élites de la Sierra Sur ocupadas
al incipiente comercio lanero.
Ninguna de estas facciones elitarias se pudo imponer por encima de las demás como clase
hegemónica. Esto conllevó, por ejemplo, a la privatización, no sólo del poder público, sino
del monopolio legítimo de la violencia. Esto se evidenciaba en el control de vastos territorios
por parte de los previamente mencionados hacendados rurales. Amos y señores de sus
posesiones, sean personas, animales o tierras. Y sin que la Constitución tuviera alguna
incidencia al interior de esos espacios.
La dominación oligárquica peruana se componía por dos elementos: en el interior una
confluencia de intereses entre los grandes propietarios de la tierra con esos hacendados
medios o pequeños, muchas veces descendientes de kurakas, quienes eran los encargados de
ejercer la dominación directa hacia las clases subalternas indígenas y campesinas. Y hacia
fuera con el imperialismo financiero británico y estadounidense.
La inserción peruana al Modelo Primario Exportador fue más inestable que la de otros países.
Por un lado por esa falta estabilidad institucional y control estatal del territorio. Y lo que de
eso se desprendía: una mayor perdurabilidad de inmensos territorios sustentados en un modo
de producción precapitalista que podía ser, o no, de subsistencia. Sostenidos en una geografía
hostil y sin vías de transporte modernas. Entre otros tantos factores derivados o contingentes a
estas dificultades de consolidar, primero una modernización económica, y lo que muchísimas
décadas después serían relaciones de producción capitalistas en el territorio peruano.
B) LA CRISIS DEL ORDEN OLIGÁRQUICO

Perú: Un pacto de dominación que nació viejo (1895-1919)

La llamada República Aristocrática había surgido en 1895 en el marco de un pacto de


dominación oligárquico cuya finalidad era evitar que nuevas fracturas dieran lugar
nuevamente a lo que ya había sucedido con la Guerra del Pacífico y la perdida de territorios
ricos en nitratos a manos de Chile.
Más allá de que nunca logró constituirse en un Estado tan eficiente y centralizado como el
chileno, este proyecto que dio inicio bastante tardíamente a la era oligárquica en el Perú, era
el más serio intento por desandar esa fragmentación elitaria tan peruana, en un mismo
proyecto de país. La oligarquía, enmarcada en el hegemónico Partido Civil, disfrutaba de los
beneficios de la difusión afiebrada y voraz del modo capitalista de producción a lo largo de la
Costa y con una incipiente penetración en la Sierra.
Esta disfrutaba además de los frutos de ese pacto. una naciente hegemonía política, no
absoluta, a lo largo del país. Pero no todo eran buenas noticias. Casi desde el principio este
orden neocolonial tuvo que enfrentarse al reto de resolver las repercusiones sociales que
estaba teniendo la modernización económica y la brutal concentración de recursos que esta
conllevaba. La crisis social amenazaba con dividirla internamente. Pese a esto, las primeras
señas de desacuerdo político tuvieron un motivo más interno que externo. El ala progresista
del PC, que gobernó entre 1904 y 1912, intentó realizar una serie de reformas moderadas que
atendieran la cada vez más notoria “cuestión social” y que se desprendía de la modernización
económica creciente. Modelo económico que traía aparejado, en la producción minera,
portuaria, algodono-azucarera y comercial de las emergentes ciudades, la aparición de
sectores obreros asalariados, cada vez más conscientes de sus derechos. O en este caso, de la
lisa y llana ausencia de ellos.
Lo mismo sucedía con el surgimiento de una emergente clase media, vinculada a la tímida
pero sostenida expansión del Estado con su respectiva burocracia y al empleo administrativo
en el sector exportador privado. Una clase media que surgía rompiendo lentamente el sólido y
estático techo del edificio social en el que estaba construida la República Aristocrática.
Sectores medios que además de reclamar ciertas prerrogativas laborales, también reclamaban
una democratización del poder político. Ser incluidos en el pacto de dominación. Estas
propuestas fueron vetadas por el sector más conservador del civilismo. Especialmente los que
representaban a los hacendados de la Sierra Sur y Central en el Senado. Quienes no sólo no
tenían el problema de lidiar con obreros modernos, que realizaban cada vez más frecuentes
huelgas en Lima y en los enclaves exportadores, sino que lo que si los preocupaba, los
recurrentes alzamientos indígenas, podían encontrar en leyes de ese tipo, pretextos y sobre
todo derechos constitucionales a los que acogerse. Diferencias como esta y la cada vez más
notoria diferencia entre esos sectores precapitalistas y los más dinámicos de la Costa Norte y
Central, se corporizaban en los frenos del Poder Legislativo al Poder Ejecutivo, y luego los
intentos de este último por anular al Congreso. Esta brecha se hizo más notoria a partir de
1912, cuando debido a la división interna del PC, en las elecciones presidenciales, en las que
votaba un porcentaje bajísimo de la población acaudalada y solían estar amañadas, triunfó un
sorpresivo candidato reformista, apoyado por sectores progresistas del PC. Guillermo
Billinghurst. Ex Alcalde de Lima y miembro del Partido Demócrata. Un pequeño partido de
base urbana que desde el seno de la oligarquía expresaba a los sectores medios o burgueses
que intentaban romper el cascarón del Estado Capturado. El gobierno de Billinghurst, primero
en Lima y luego a nivel nacional, tendría elementos precozmente populistas y apuntaría a
atender la cada vez más inflamada “cuestión social”, aunque su mayor preocupación estaría
referida sobre todo a abrirle paso a las clases medias. El suyo fue otro trunco intento de
democratización, ya que a los dos años fue derrocado de manera conjunta por los
conservadores del PC y el Ejército. La tozudez del grupo compacto oligárquico en no abrir la
tranquera del poder público y paliar las consecuencias del afiebrado proceso de
modernización productiva y crecimiento que sacudía al Perú, se dio de narices con la dura
realidad que para la economía latinoamericana representaría el año 1914. La paralización
cuasi total de las exportaciones e importaciones de productos primarios, bienes de capital,
manufacturas y empréstitos debido a la Primera Guerra Mundial que sacudía Europa, agudizó
aún más las goteras del modelo primario exportador y llevó a una fenomenal depresión,
suspensión de haberes y aumento exponencial del coste de vida para los trabajadores y
emergentes sectores medios. Barriendo además con muchos pujantes burgueses urbanos.
Huelgas y sabotajes sacudieron Lima y los enclaves exportadores, amenazando con terminar
de paralizar la ya menguante producción económica. Fue en ese marco que finalmente el
Gobierno Civilista, representado por su sector progresista, llevó a cabo sus prometidas y
timoratas reformas sociales, más simbólicas que efectivas, ya que sólo beneficiaban a un
sector minoritario, del ya minoritario sector asalariado formal de una economía a dos tonos:
capitalista en la Costa y en parte de la Sierra, y precapitalista en casi todo el resto del país.
Esos placebos legislativos no lograron calmar la inflamación social y finalmente el Gobierno
oligárquico recurrió a la manera con la que había resuelto sus conflictos toda la vida: a través
de una represión feroz. Pero esto no atenuó la indulgencia de sectores proletarios, cada vez
más organizados políticamente en un sentido ideológico populista o incluso de tinte socialista,
y medios universitarios. Sobre todo luego de que los últimos recibieran la influencia tanto de
la Reforma Universitaria del ’18, como de los aires revolucionarios que llegaban de Rusia,
México y el indigenismo intelectual. En 1919 una ola de huelgas sectorizadas que luego se
agruparían en una huelga general, se entrelazarían con barricadas estudiantiles, todo bajo un
reclamo común: apertura democrática, reparto del poder y profundas reformas sociales que
acaben con la miseria de quienes creaban con sus manos la riqueza del país. Entre estos
jóvenes aparecería, como uno de sus líderes, Víctor Raúl Haya de la Torre. Futuro líder de la
Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). Principal fuerza política nacional-
popular del Perú en el futuro. También el joven socialista José Carlos Mariátegui. Principal
intelectual del socialismo peruano. Esta gran movilización se dio casi a la par de nuevos y
feroces alzamientos campesinos. Más allá de que esta colosal e inaudita protesta terminó, una
vez más, siendo aplacada por la violencia estatal y privada, significaría el fin. O más bien la
pausa, del modo tradicional de ejercer el poder para la oligarquía peruana. Ya que ese año
accedería al poder Augusto B. Leguía. Ex presidente del ala progresista del PC entre 1908 y
1912. Su regreso al poder tendría el gusto de la revancha frente a los sectores conservadores
que desde el Congreso habían bloqueado a su administración y lo habían forzado al exilio.
Con él iniciaría la versión peruana de los gatopardismos tardo-oligárquicos latinoamericanos:
La llamada Patria Nueva (1919-1930) u “Oncenio de Leguía”. Un intento de salida, a caballo
entre la democratización, el autoritarismo y el reemplazo de una oligarquía por otra. Para
hacer lo que el escritor siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa denominó, precisamente en
su libro “El gatopardo”: “cambiar todo para que nada cambie”.

!
Chile:!el!precio!del!éxito!(189141920)!
!
!
En 1891, el exitoso modelo de pacto de dominación oligárquico inaugurado en 1833 con la
liberal pero presidencialista de mano férrea República Portaliana llegaba a su fin. Sus causas
eran múltiples, pero se puede decir que de alguna manera esta fue víctima de su propio éxito.
Luego de 58 años, la estable, aunque no totalmente ausente de problemas, tregua política
entre las distintas fracciones de la élite chilena empezaba a agrietarse. El partido hegemónico,
el Liberal, que había sido el primus inter pares en un sistema político más plural y sofisticado
que el de la mayoría de los países latinoamericanos y que había integrado a su rival Partido
Conservador, presentaba diferencias internas. La grave crisis económica que afectaba al país
debido a dos fenómenos internacionales como la desmonetarización y la caída del precio de
su principal producto de exportación el salitre, era acompañada por una feroz Guerra Civil
que enfrentó a distintos sectores del Partido Liberal y que terminó con la muerte del
presidencialismo fuerte. Un presidencialismo que había logrado desde un Estado
Centralizado, la expansión del crecimiento económico, en el marco del Modelo Primario
Exportador, de la mano del capital extranjero. Capital que había contado con el apoyo del
Estado en ambiciosos programas de obras públicas y servicios. Una trabajo conjunto que
había permitido el temprano desarrollo de relaciones capitalistas de producción en la minería
salitrera y cuprífera (arrebatada a Perú y Bolivia en el marco de la Guerra del Pacífico años
antes) y también en lo referido a las vías de comunicación terrestre y puertos.
Modernización económica que creaba trabajo asalariado y obreros modernos, junto a una
incipiente burguesía autóctona comercial, minera, bancaria y finalmente a emergentes
sectores medios ¿Pero por qué se había terminado con un modelo aparentemente tan exitoso?
Precisamente debido a esa acalorada y veloz modernización que no sólo trajo grandes
dividendos al Estado, a los oligarcas chilenos y sobre todo a los capitalistas extranjeros, sino
también fuertes distorsiones. Un ejemplo de esto es la situación de los históricos fundadores
del pacto oligárquico chileno, los tradicionales hacendados del Valle Central. Hacendados
que controlaban una masa trabajadora que se podría calificar de semi-servil y que se
sustentaban en un modo de producción precapitalista. Estos, menos competitivos que los
emergentes sectores capitalistas, conservaban un poder político desde el Senado que no se
condecía con su cada vez menor densidad económica.
Otro elemento a destacar es el empoderamiento que ese crecimiento económico traía
aparejado para representantes parlamentarios de distintas élites del interior y que no
aceptaban más la subordinación hacia el Poder Ejecutivo. Estas junto a otras causas
produjeron el nacimiento de la llamada República Parlamentaria (1891-1920), la que terminó
en gran medida con el empuje de ese Estado Centralizado y fuerte, y sumergió a la vida
política del país en faccionalismos regionales e inercia.
Inercia sumada al creciente malestar de la clase trabajadora urbana y de sectores exportadores
frente a, no sólo la consciencia de serellos quienes controlaban la gallina de los huevos de
oro, sino a la incoherencia de que semejante crecimiento económico y progreso iba de la
mano de unas condiciones de vida absolutamente paupérrimas para quienes creaban con sus
manos esa fortuna.
Este reclamo del, cada vez más organizado movimiento obrero, por mejores condiciones de
vida, se empalmaba con el de las emergentes clases medias que aunque tenían alguna
representación política en el anticlerical Partido Radical, partido liberal que pasó a la
delantera de los sectores progresistas de la Oligarquía luego de la súbita decadencia del viejo
PL, no se sentían lo suficientemente escuchados y reclamaban el acceso al poder público.
El único partido que atendía sus reclamos, y en parte también los de la clase trabajadora, era
un desprendimiento del PR, el Partido Demócrata. Partido que nunca dejó de ser demasiado
pequeño para influir en el juego político, pero del que saldrían muchos militantes del que a
futuro sería un influyente movimiento de izquierda: El Partido Obrero Socialista. Partido que
estaría detrás de la organización de la Federación Obrera de Chile. Principal sindicato de la
época. Otro sector emergente que también solicitaba una parte de la torta más considerable en
lo económico y también en lo político eran esos emergentes sectores burgueses previamente
mencionados, que con la caída del Estado Fuerte, se habían visto reducidos frente al poder
político regional de los viejos hacendados y monopólicos representantes del capital
extranjero.
Los 30 años que pasaron de 1891 a 1920, estuvieron marcados por una tensión social
creciente, con un crecimiento económico cada vez más volátil debido a la fuerte dependencia
del mercado del nitrato, y que conllevaba un incremento sustancial de la población
trabajadora exportadora y urbana. La migración del campo a la ciudad fue explosiva.
Aumento que inflamaba cada vez más la llamada “cuestión social” y que llevaba a que la
organización sindical, con huelgas y boicots brutalmente reprimidos, solicitara cada vez más
encarecidamente reformas sociales en vivienda, enseñanza, sanidad y condiciones de trabajo.
El ciclotímico devenir de la economía chilena, más enlazada con el mercado mundial más se
modernizaba, resultaba en que la diferencia entre trabajadores y clases altas fuera
prácticamente insoportable. En las calles, la tensión crecía frente a la falta de respuesta
política de una élite que no percibía con suficiente rapidez los cambios que se producían
abajo y que si respondía a estos era con tibias reformas que sólo parcialmente cubrían a un
sector mínimo de los trabajadores. Los más formalizados de las urbes. Cientos de muertos se
acumulaban en las sucesivas represiones de los distintos alzamientos obreros frente a las
también rutinarias recesiones. El punto culminante de la “cuestión social” se dió en el marco
de la Primera Guerra Mundial. La primer “corrida de banquito” para todos los regímenes
oligárquicos de América Latina. Tanto en lo político como en lo económico. La producción
chilena resultó perjudicada de manera colosal debido a su estrecha vinculación económica,
prácticamente una simbiosis, con el sistema de comercio mundial. Paralizado por la guerra.
Sus exportaciones se redujeron a la mitad y luego de la guerra surgieron fertilizantes
artificiales que hicieron obsoleto al nitrato. El cruento y súbito aumento del coste de vida, la
suspensión de pagos de haberes, y el desempleo que siguió al final de la guerra provocó una
violenta viralización de huelgas y protestas en todo el país. Con un movimiento obrero
prácticamente consolidado y con notables simpatías en un importante sector del mismo hacia
el socialismo. Con este ambiente de fondo accedió al poder Arturo Alessandri Palma. Senador
liberal disidente, quién con un discurso reformista, populista y antipartidocrático (pese a
haber sido congresista durante 20 años) accedió al poder en 1920, en unas ajustadas y
amañadas elecciones. Su turbulento mandato sería la versión chilena de los gatopardismos
tardo-oligárquicos latinoamericanos. Versión que iría en función doble, ya que su gobierno
sería sucedido rápidamente por el de otro gatopardo, el Coronel Carlos Ibañez Del Campo.
Quién al reformismo progresista de Alessandri le agregaría una cuota de autoritarismo militar
inaudita para Chile.

La súbita crisis del mito del progreso y civilización (1914-1930)

Usaré la convención de poner a la crisis de la era liberal, en su fase ideológica, entre 1914 y
1930, siguiendo un lapsus histórico que no fue necesariamente así en todos los casos. Debido
a la continentalidad de esa crisis y las similitudes en las reacciones intelectuales a ella, me
referiré a esta en modo general y no en casos particulares como he hecho hasta ahora.
Los regímenes oligárquicos latinoamericanos compartieron, con sus distintas variantes y
matices (En Perú por ejemplo hubo un prácticamente nulo desarrollo intelectual) el
pensamiento liberal en su fase positivista. Frente a las crisis detalladas anteriormente, sobre
todo el estallido de la Primera Guerra Mundial y el pasaje casi a la fuerza a una sociedad de
masas de lo que era un rígida sociedad estamental, ese ideario llegó abruptamente a su fin.
El teológico mito del progreso indeterminado y del mandato cuasi divino de la Oligarquía,
esos hombres escogidos por la diosa Razón para gobernar (en este sentido el lema nacional de
Chile parece dar algunas explicaciones: “Por la razón o por la fuerza”). Esta caída provocó
una fuerte reacción nacionalista, identitarista, obsesionada con la búsqueda de los orígenes y
del auténtico ser nacional o latinoamericano.
Respuesta que podía ser católica e hispanista a veces, e indigenista muchas otras, y que fue
alimentada no sólo por el fracaso del modelo civilizatorio europeo, destruido en las
trincheras, sino por otros fenómenos como el creciente intervencionismo militar y económico
estadounidense, y la irrupción de sectores medios y obreros radicalizados a los aposentos de
la Oligarquía.
El ideario liberal había demostrado con esta crisis, y sobre todo con la que vendría luego en
1930, ser un instrumental teórico obsoleto frente a cambios sociales tan profundos.
A la caída del europeísmo elitista previo, lo sucederían otros pensamientos, pero ya ninguno
sería tan hegemónico como había sido este. Habría para todos los gustos: nacionalismo de
derecha, tradicionalista, nostálgico de las corporaciones feudales y ultramontano en lo
religioso (hubo casos de integrantes de oligarquías latinoamericanas que pasaron del laicismo
cientificista al conservadurismo integrista en pocos años) y que luego de 1922 verían en el
gobierno del italiano Benito Mussolini una guía a seguir. Pero también surgirían variantes
más a la izquierda de ese cambio de paradigma intelectual. Por un lado nacionalismos
revolucionarios inspirados en la Revolución Mexicana y fuertemente antiimperialistas y
populistas, sobre todo antinorteamericanos, ya que la agresividad del imperialismo
estadounidense a esa altura ya resultaba fastidiosa hasta para sectores de la más añeja
oligarquía. Muchos seguidores del “Modernismo” de Rubén Darío expresarían esta corriente
de opinión. En cambio, otros, tomarían con fuerza las banderas del socialismo y luego de
1917, de la Revolución Rusa y el comunismo. Sectores más minoritarios seguirían las
prédicas libertarias tan populares en España. El cosmopolitismo sería despreciado. Por
derecha por ser caldo de cultivo de ideas “hostiles al ser nacional” “extranjerizantes”
“colectivistas”. Por izquierda o desde el nacionalismo antiimperialista, sería despreciado por
“elitista”, alejado de las tradiciones autóctonas sometidas, como las culturas originarias o
criollas. El movimiento de Reforma Universitaria de 1918, nacido en Argentina pero
expandido por toda la región con mucha velocidad, expresaría, en un sentido progresista,
muchos de estos movimientos intelectuales contrarios al antiguo ideario y sería el mejor
ejemplo de que la hegemonía liberal en la cultura política latinoamericana había llegado a su
fin. Pese a que el modo de producción oligárquico, su control del Estado en muchos países, y
sobre todo, su régimen de tenencia de la tierra, se mantendría intocable en muchos casos
hasta los años ’70. Y en lo referido a la propiedad agraria, seguirá vigente al día de hoy en
muchos territorios rurales de la región.

C) EL GATOPARDISMO Y LA AGONÍA DEL ÓRDEN OLIGÁRQUICO

Alessandri/Ibañez del Campo: un reformismo a dos velocidades (1920-1930)

En 1920 comenzó su mandato como Presidente de Chile Arturo Alessandri Palma. Un viejo
miembro de la casta política liberal que pese a provenir de la emergente pequeña burguesía
inmigrante se había casado con la heredera de una familia oligárquica. Alessandri supo leer el
momento histórico. Sabía que para continuar con muchos de los factores que habían hecho
exitoso al orden oligárquico, debía enfrentarse a él y obligar a sus integrantes a resignar
algunas cosas frente al peligro de perderlo todo. Antiguo miembro del ala progresista de la
hegemónica coalición de partidos Alianza Liberal, llegó al poder con un discurso fuertemente
populista y contrario a sus colegas parlamentarios (y a si mismo tácitamente), como al orden
oligárquico.
El histórico obstruccionismo parlamentario que había caracterizado a la República
Parlamentarista, tuvo entre sus víctimas también a Alessandri e impidió sostenidamente la
aprobación de las tan anheladas leyes de reforma social que le pusieran un dique a la cada vez
más peligrosa movilización obrera.
Movilización a la que se habían sumado sectores juveniles y desencantados de las clases
medias. En sus cuatro años de gestión continuaron las huelgas, los sabotajes y sus
subsiguientes represiones sangrientas. Frente a un panorama económico que desde la brutal
caída de la Primera Guerra Mundial no se había recuperado bien, ya que el salitre había
prácticamente perdido todo su valor y ahora Chile debía orientarse a la producción cuprífera y
lanera.
Incrementaba la angustia social y arreciaban las manifestaciones, tanto a favor como en
contra del mandatario. En 1924, Alessandri decidió enfrentarse al Parlamento, utilizando al
Ejército para influir a su favor en elecciones nacionales que ya de por sí serían amañadas por
uno u otro bando. Esto provocó una respuesta doble en las FFAA: por un lado sectores
derechistas del alto escalafón planificaban con la oposición anti-alessandrista la realización de
un Golpe de Estado. Y por otro lado, escalafones medios de la fuerza, comandados por los
coroneles Marmaduke Grove y Carlos Ibañez del Campo, planeaban presionar tanto al
Parlamento como a sectores conservadores del Gobierno, para que estos se dispongan al
pasaje de urgentes leyes sociales y le pongan fin a un régimen de esterilidad política y
hegemonía de los hacendados del interior. Los jóvenes oficiales jugaron la primer carta e
hicieron un llamamiento público a través del llamado “Ruido de Sables”. Luego de este
avance, las presiones sobre el Gobierno de Alessandri desde sectores conservadores del
Ejército, el Parlamento (incluido miembros de su propia coalición) y de gran parte de la
Oligarquía chilena, provocaron su exilio en la República Argentina.
Exilio que fue sucedido por el establecimiento de una Junta militar de gobierno conservadora
que organizaría las próximas elecciones presidenciales. En los meses subsiguientes, las
diferencias entre ambas alas del Ejército se hicieron insondables, y antes de que la Junta
interviniera de manera fraudulenta en la realización del comicio, el sector progresista ejecutó
un nuevo Golpe de Estado, neutralizando a los altos escalafones del Ejército y a los
principales partidos políticos de la República Parlamentarista.
Alessandri volvería al poder pero no por mucho tiempo. Frente a su incapacidad para
emprender los cambios prometidos, y sobre todo debido a su desagrado en ser un Presidente
títere de los jóvenes militares, en especial de Ibañez del Campo, se llegó a una tensión cada
vez mayor dentro el oficialismo. Pese a eso se logró convocar a una Asamblea Constituyente
y Chile volvió a un sistema fuertemente presidencialista en el que se aprobaron esas tan
anheladas leyes de reforma social. Alessandri terminó su mandato, y fue sucedido por un
confuso y breve interregno del Presidente Emiliano Figueroa Larraín, que tuvo que tolerar
igual que Alessandri la presencia de Ibañez del Campo en su gabinete, hasta que este último
logró la renuncia de Figueroa y finalmente, urnas mediante, pudo hacerse con el poder en
1927.
Fue con este que inicio la fase más ambiciosa del gatopardismo tardo-oligárquico chileno.
Ibañez estaba decidido a disciplinar a la Oligarquía, a la partidocracia. A camaradas
progresistas como Grove, a los sindicatos, a la Izquierda, a la Prensa, y a todos los que se
opusieran a su proyecto político.
Ibañez tuvo 4 años de gobierno autocrático. Represivo, pero con una cierta eficacia
económica que de la mano de un alza en los precios internacionales, y de una vanguardista ,
pero paternalista y restrictiva, legislación social. Además de abundantes empréstitos del
hegemónico capital norteamericano.
El gobierno reformista se embarcó en una ambiciosa política de Obras Públicas y expansión
del gasto público. Esto fue acompañado por altos salarios, aumento del empleo y el mayor
bienestar social que jamás habían tenido los asalariados chilenos hasta entones.
El crack del ’29 en Wall Street le puso súbitamente un fin a todo. El comercio exterior de
Chile fue, probablemente, el más afectado de todo el mundo debido a que esa simbiosis y
dependencia del capital extranjero que tanto le había costado en el ’14, había sido
incrementada y no reducida.
Una fenomenal desocupación sacudió al país. Manifestaciones populares frente a las políticas
de ajuste de Ibañez, se sumaron al hartazgo con su política represiva. Frente a la posibilidad
de un mayor derramamiento de sangre del ya provocado por sus fuerzas represivas a la hora
de paliar la conflictividad callejera, en 1931 Carlos Ibañez del Campo renunciaría a la
Presidencia. Tanto él como Alessandria serían figuras políticas centrales en Chile hasta la
década del ’60. Y pese a que sus políticas reformistas no se propusieron cambiar el modelo
económico y de tenencia de la tierra del orden oligárquico, sus gobiernos gatopardistas
pusieron el mojón de la que luego sería la democratización política y social de Chile en los
próximos 40 años. Democratización que culminaría a sangre y fuego con el Golpe de Estado
de 1973 de otro militar. Que en ese caso de progresista no tendría nada.
!
El Oncenio de Leguía: una dictadura progresista (1919-1930)

En 1919 regresaba a la Presidencia del Perú, Augusto B. Leguía. Exiliado ex Presidente,


Leguía estaba convencido de que podría capitalizar políticamente el malestar social que se
vivía en el país luego de las violentas jornadas de protesta de ese año.
Aprovechando esa debilidad política del civilismo, y apelando a las clases medias y
trabajadoras urbanas en su proclama, fue elegido y rápidamente se hizo con el poder real.
Leguía, que no provenía de la Oligarquía per se y era una brillante self made man en todo tipo
de negocios, al igual que Alessandri representaba la emergencia de nuevos sectores políticos
y económicos. Dispuesto a evitar que le suceda a su administración lo mismo que le había
sucedido a la de Billinghurst, disolvió el Congreso y asumió plenamente todo el poder. En
pocos meses puso fin a 25 años de República Aristocrática, dio inicio a la llamada Patria
Nueva , y también dio fin con la hegemonía del Partido al que tanto tiempo había sido
miembro, el Civil.
En sus tres primeros años, Leguía inició una serie de moderadas reformas sociales. Que
debido al atraso del Perú al respecto resultaban cuasi revolucionarias.
A trabajadores urbanos y de enclaves de exportación se les debían garantizar ciertos derechos
como la jornada de 8 hs y el descanso dominicial, arbitraje laboral y salario mínimo.
Frente a un momento de recuperación económica y aumento de precio de las commodities,
amplió sustancialmente el gasto público, muy bajo previamente, e inició un ambicioso
programa de Obra Pública. La reducción del desempleo, que había llegado a picos dramáticos
durante y después la Primera Guerra Mundial, fue notable. Tanto de la mano de un renovado
y voraz capital estadounidense a través de importantes inversiones directas mineras y una
gran toma de deuda pública, como del crecimiento del gasto público que se quintuplicó.
También mostró interés por la cuestión indígena, aunque esto no fue más allá de lo simbólico
y propagandístico (Llegó a ser nombrado por una comunidad indígena, Viracocha, dios
creador inca). Ninguna de sus medidas alteró sustancialmente la estructura societal
fuertemente regresiva andina. Aunque si se puede afirmar que con Leguía, el Perú finalmente
pudo consolidarse como un Estado Nacional. Con el triunfo de la Gendarmería de este por
sobre los últimos hacendados rebeldes que intentaban mantener la hegemonía privada sobre
territorios públicos. Las autonomías locales fueron disciplinadas como nunca antes en la
Historia. El cobre y el petróleo eran ahora las principales commodities peruanas. Se amplió la
red de transportes y se modernizó a las principales ciudades. Creando redes de servicios
públicos en donde no las había. Al mismo tiempo comenzó a instrumentar a su propio grupo
compacto. Una red de proveedores del Estado como constructoras y especuladores financieros
tomaron el lugar que en las décadas previas había tenido la oligarquía del Partido Civil. Los
opositores sufrieron persecución, cárcel y a veces destinos aún más sombríos. El emergente
Partido Socialista y luego Comunista fundado por, entre otros, José Carlos Mariátegui, lo
mismo que el APRA, serían víctimas de este aparato represivo. Similar situación padecieron
los sindicatos y otras organizaciones populares. Estos sólo volverían a crecer con fuerza luego
de la caída de Leguía. Finalmente, al igual que le había pasado a Ibañez del Campo, el crack
del ’29 sería el fin del Oncenio de Leguía. Las exportaciones cayeron en picada. Terminaron
las Obras Públicas y se suspendió el pago de salarios a empleados públicos. Bancos tuvieron
que cerrar sus puertas. En Lima, el desempleo alcanzó a un cuarto de su población, y el costo
de vida se fue por las nubes. Los trabajadores de enclaves sufrieron aún mas al quedar
paralizadas las exportaciones. Se desvalorizó la moneda, y no se pagaban haberes y pensiones
publicas. Rápidamente, y de manera casi espontánea, protestas multitudinarias sacudieron el
país. Desde Arequipa, un joven coronel mestizo, Luis María Sánchez Cerro, se alzaría en
armas y derrocaría a Leguía en medio del júbilo popular. Derrocamiento que le permitió en
los próximos años, esta vez detrás de escena muchas veces, a la tradicional oligarquía volver
al mando del país y, sobre todo en lo que respecta al régimen de la tierra, mantener a las
masas campesinas bajo su estricto control hasta la reforma agraria de 1968.
!
Bibliografía consultada

Cotler, Julio. Clases, estado y nación en el Perú.


Bethel, Leslie. Historia de América Latina.
Ansaldi, Waldo. América Latina, la construcción del orden.
Zanatta, Loris. Historia de América Latina
Halperin Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina
Moulián, Tomás. Chile actual. Anatomía de un mito.
Burga, Manuel y Flores Galindo, Alberto. Apogeo y crisis de la República Aristocrática.
Funes, Patricia. Salvar la nación.
Villalobos, Sergio. Historia del pueblo chileno.

Das könnte Ihnen auch gefallen