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En Brasil acaba de triunfar en Segunda Vuelta y con diez puntos de diferencia con el
segundo un candidato de extrema derecha. Un fenómeno que sorprendería si no
hubiera sido precedido por señales, nacionales e internacionales, de que el coloso
sudamericano estaba maduro para un viraje reaccionario. Un conjunto de factores
que se encontraron en el momento justo y que llevan a Brasil a una senda transitada
por muchos otros países en un mundo que se ha puesto cada vez más impredecible y
peligroso.
¿En qué momento se jodió Brasil? Se preguntan muchos alrededor del mundo en un
parafraseo de lo señalado sobre Perú en la novela de Mario Vargas Llosa
Conversaciones en la Catedral. Como si el resultado de las elecciones fuera una
pesadilla de la que se puede despertar pronto.
El 46% de los votos obtenidos por Jair Bolsonaro el 7 de Octubre de 2018, y sobre todo
el 55% obtenido hoy en la Segunda Vuelta, resultó un golpe de nocaut para quienes se
horrorizan con un parlamentario y militar retirado que hace 27 años gana elecciones
sosteniendo las mismas ideas; legalizar la tortura y pena de muerte para activistas de
izquierda y criminales, o sospechosos de serlo. Curar la homosexualidad a golpes.
Considerar inferiores a mujeres y afrodescendientes. Esterilizar a los indigentes.
Expulsar extranjeros. Encauzar la economía con un plan ultraliberal que aniquile los
magros derechos sociales que gozan los trabajadores y, en uno de los países con mas
homicidios per cápita del mundo, proponer la venta libre de fusiles, ametralladoras y
pistolas para que cualquier hijo de vecino ande armado hasta los dientes.
Si miramos fijamente el fenómeno Bolsonaro, este puede ser dilucidado por una serie de
señales. Algunas locales y otras internacionales. Algunas contemporáneas y otras de
larga data, que señalaban la posibilidad de que el quinto país mas poblado del mundo y
la octava economía mas grande hiciera un viraje hacia una ultraderecha impredecible. A
la espera de que Bolsonaro asuma, queda para hacer lo que recomendaba el filósofo
Baruch Spinoza “no reír, no llorar, sino comprender”.
La ultraderecha parece ser el remedio que una parte de los trabajadores del mundo han
elegido para resolver las grandes adversidades que los aquejan. Principalmente el
malestar frente a la carestía económica y todo lo que se deriva de ello.
UN DINOSAURIO INVERTEBRADO
PARE DE SUFRIR
CONSERVADURISMO MILLENNIAL
Este fenómeno de conservadurismo religioso tuvo lo que el sociólogo alemán Max Weber
hubiera denominado una “afinidad electiva” con otros agrupamientos que se congregaron
en esta elección y que ungieron a Jair Bolsonaro y a su grupo de adeptos como
canalizadores de sus anhelos e ilusiones.
Un ejemplo de esto son los cientos de miles de jóvenes habitantes de centros urbanos del
centro y sur que se politizaron a través de contenidos multimedia en las Redes Sociales al
calor del malestar social del país.
Y el vehículo para hacerlo es la brumosa corriente de opinión, reaccionaria cool,
denominada “Alt-Right” en la que confluyen el conservadurismo cultural, el macartismo,
el desprecio hacia el feminismo, minorías sexuales, religiosas, grupos étnicos marginados,
y una fascinación por el ultraliberalismo, con las costumbres mas mainstream de la cultura
joven occidental. Un ejemplo es la frecuente promoción que se hace de Bolsonaro en
redes y foros de la cultura gamer. En donde se asocia al candidato con los protagonistas de
videojuegos de guerra.
Un mundo de videos cortos en donde frases altisonantes y apelaciones a la violencia
resultan tan reconfortantes para estos jovenes de clase media urbana como lo es el
conservadurismo religioso para otros sectores sociales. No se puede comprender al
ascenso de Bolsonaro, quién como sostenían distintos analistas “no tenía ni dinero, ni
espacio en la televisión ni aparato partidario” y que por lo tanto no iba a poder crecer
electoralmente, sin vislumbrar el activismo en redes, la distribución de fake news, las
cadenas de Whatsapp, los videos y las fotos de Instagram, etc. Difusión que tuvo mas de
activismo auténtico que de ejército de trolls. Sin negar que pudo haberlos habido.
Y que, gracias a esta militancia consiguió el crecimiento en las encuestas de Bolsonaro.
Lo que a su vez posibilitó la aparición de financistas. Estos millenials conservadores que
comenzaron a juntarse de a pocos a través de las redes sociales organizan en la actualidad
grandes concentraciones urbanas por toda la República Federativa. Y es un movimiento
que empieza a tomar fuerza en toda América Latina.
La idea de que Brasil era un país en donde la televisión ordenaba todo fue sepultada en
esta elección. Y se demostró que gran parte de la población no sólo tiene celulares con
internet sino que consume política a través de ellos.
Tal como señalamos antes, no se puede entender el auge de la versión brasileña de esta
marea sin dar cuenta de lo que fueron 14 años de gobierno petistas. Partido que llegó al
poder con la promesa de traer una era de justicia y dignidad para las grandes masas de
trabajadores y pobres de Brasil pero que ha terminado repudiado en la urnas por mas de la
mitad de la población. Durante los cuatro gobiernos del PT, dos de Lula y dos de Dilma
Rousseff, se dieron fuertes mejoras en el nivel socioeconómico de la población pero jamás
se hizo mella en la extrema pobreza estructural. Mejoras que se explican, mas que por
buenas políticas del Gobierno, por el hecho de que estos fueron los años en los que
América Latina tuvo los precios de materias primas mas altos de la Historia.
Además, el del PT fue un gobierno que desde el principio tuvo minoría parlamentaria, y
que, por imposibilidad de hacer otra cosa, falta de coraje o negligencia, tuvo durante los
14 años de gobierno la misma política fiscal: ortodoxia liberal pura y dura. Mezclada con
desarrollismo mercadointernista. Una ortodoxia que ni siquiera forzó las propias
posibilidades, estrechas, de reformas progresivas dentro del Capitalismo.
Un gobierno que pudo contener a millones de trabajadores marginales que estaban afuera
del sistema productivo desde hacía décadas (y que no podían ser empleados por una
Industria cada vez menos capaz de competir en el mercado mundial) gracias a una fuerte
expansión de los sectores primarios extractivistas. Actividad que engorda las arcas del
fisco en épocas de precios altos pero que dan poco empleo debido a su condición de
capital-intensivas.
Es por eso que el gran caballito de batalla del PT es su política asistencial. Que mas que
elevar a la clase trabajadora en general sirvió solamente para salvar de la inanición a
porciones considerables de la población. Programas que ayudaron a reducir de manera
significativa la indigencia y la desnutrición crónica. Pero que no fueron otra cosa que
propuestas que el Banco Mundial sostiene desde los ’90. Lo que explica como puede ser
que los únicos lugares en los que venció Haddad sean, o en las barriadas mas
pauperizadas de las grandes ciudades o en el Nordeste. Región económicamente inviable
hace mas de 100 años y que hasta bien entrado el gobierno Lula siempre había votado a
políticos de derecha, la cría civil de la última Dictadura Militar.
Con el fin de los precios altos de commodities en 2012, Brasil entró en una profunda
recesión de la que aún no ha logrado salir. Una depresión en la que millones de personas
que habían salido de la pobreza han vuelto a engrosarla violentamente y la tasa de
desocupación se ha duplicado. La política de Dilma frente a esta recesión fue profundizar
el ajuste fiscal sobre los trabajadores y recortar los planes asistenciales. Lo que puso a
ciertos lugares al límite de una hecatombe social. No obstante lo cuál se insistió en esta
política con la esperanza de que esto relanzaría el capital brasileño, cosa que hasta ahora
no funcionado. Ni siquiera con la brutal ley de reforma laboral del sucesor de Dilma, su
vicepresidente Michel Temer.
Todo esto, a la par que el PT emprendió (por la propia dinámica política brasileña,
condimentada hace rato por todo tipos de criminales, lobistas, y trepadores) un camino de
corrupción estructural que terminó destapado en la investigación judicial mas grande de
América Latina. La Operación Lava Jato. Investigación que dispuso el encarcelamiento de
referentes de los todos grandes partidos, especialmente del PT.
Fue en el marco de esta que Lula terminó preso en una polémico caso en el que
probablemente haya primado la inquina hacia su figura. Aunque resulta indudable su
condición de jefe de un entramado de corrupción y capitalismo de amigos.
Trama en la que varios de sus compañeros de partido se enriquecieron personalmente. Y
junto a estos los dirigentes de los principales partidos. Fuerzas que terminaron bastante
salpicadas: el liberal PSDB, el “atrapatodo” alquilado al mejor postor PMDB y el
derechista conservador DEM (El de las crías de la dictadura).
Este escándalo y la presión de tener que completar el ajuste para salir de la crisis en medio
de un Gobierno sumamente desacreditado llevo a que muchos partidos (desde la derecha a
la centroizquierda) que hasta ese momento habían formado parte del rosquero
“Presidencialismo de Coalición”, rompieran con el PT e iniciaran un veloz Juicio Político
al Gobierno de Dilma Roussef. Impeachment sostenido por empresarios aliados al
gobierno hasta hacía cinco minutos, y amplios sectores medios y empresariales que
siempre habían sido antipetistas.
Hay que recordar que, pese a la modosidad del PT, hubo desde el comienzo un amplio
sector de la sociedad brasileña, aguijonada por sectores dominantes, que nunca ocultó un
profundo odio de clase y anticomunista hacia este. Y también rememorar el hecho de que,
pese a lo que el sentido común indica, ni Lula ni su partido fueron tan hegemónicos en lo
que respecta a la opinión pública como se suele describir. Sobre todo el segundo.
En las cuatro elecciones seguidas en las que accedieron a la Presidencia lo hicieron
siempre en Segunda Vuelta. Podemos comparar esta dificultad para solidificar el poder
con un Bolsonaro que quedó a poco de ganar en Primera Vuelta. O las dos elecciones con
casi el 60% de Fernando Henrique Cardoso en 1994 y 1998, para comprender la razón por
la que el Petismo nunca estuvo ni cerca de tener una hegemonía política en el país.
Este Antipetismo, que fue sólido incluso en momentos de boom económico, se puso
musculoso cuando sumó por izquierda a grandes protestas, la mayoría trabajadores
votantes de Dilma, que tomaron las calles para reclamar en contra de un ajuste fiscal que
coincidía con derroches faraónicos en el marco del Mundial de Fútbol de 2014. Y que se
unió a un sector cada vez mas importante de las clases medias mineiras, cariocas,
paulistas, y del Sur rico de Brasil. Las que se organizaron por derecha y al reclamo en
contra del ajuste y la corrupción le sumaron el macartismo previamente mencionado.
De todos los factores, uno de los mas importantes para comprender la victoria en
Segunda Vuelta de Jair Bolsonaro es la brutal ola de crimen callejero que experimenta
Brasil desde hace décadas. Pero que luego de seis años de recesión y recortes sociales se
ha intensificado a niveles alarmantes. Con un gobierno corrupto e ilegítimo y un sistema
de partidos políticos descompuesto.
Frente a esto se da la militarización de ciertos territorios y un inédito retorno de la
violencia política urbana. Que en zonas rurales persiste hace décadas.
Brasil es uno de los países más desiguales y estratificados del mundo desde hace por lo
menos 50 años. Su miseria: generalizada que llega a niveles africanos en el Nordeste y
en algunas barriadas de los centros urbanos, convive al mismo tiempo con grados de
desarrollo económico, social superiores a los de países ricos. Especialmente en las
capitales del centro y sur del país. Grandes urbes en las que esta dualidad: miseria estilo
Calcuta y riqueza tipo Beverly Hills, conviven muchas veces a unos pocos metros de
distancia. Un ejemplo tragicómico de esto es que debido a la alta tasa de delito y al
atiborrado tránsito, San Pablo es el ciudad del mundo con mas helicópteros per cápita.
Tal como señalan numerosos criminólogos es precisamente esta combinación: pobreza
extrema y riqueza extrema, la principal raíz de una violencia criminal multicausal. Los
datos hablan solos: 17 de las 50 ciudades mas violentas del mundo son brasileñas. Un
listado que tiene solo un país no americano: Sudáfrica. 4 ciudades estadounidenses y,
por ejemplo, ninguna de Medio Oriente. La heterogénea América Latina es
precisamente la mas dispar de las regiones del mundo. Y que comparte barrio con los
Estados Unidos. El país que mas armas vende en el mundo y que mas drogas consume.
Las estadísticas exponen indicios impactantes. Como por ejemplo que Brasil fue el
cuarto país del mundo con mas homicidios per cápita de los ‘80. Década en la que el
milagro económico brasileño (que en décadas previas había señalado la posibilidad que
el coloso sudamericano se convierta en un país desarrollado) empezó a desbarrancarse.
Criminalidad que es posibilitada por una vasta trama de corrupción, tanto a nivel
político y judicial, como sobre todo policial.
Fenómeno que se agravó por el boom en los ‘80 del consumo de drogas duras por parte
de clases medias y altas. Las que nunca sufrieron el peligro de que sus hogares sean
invadidos por grupos de asalto de la Policía.
Y la solución proporcionada por el Estado frente al auge del crimen ha sido siempre la
misma: Meter bala y hacer correr ríos de sangre en las barriadas. Obviando algunas
políticas sociales implementadas en el gobierno Lula que fueron incapaces de perdurar
en el tiempo.
Y es que en todo el país son incontables las masacres policiales urbanas. Chacinas que
se acumulan en el acervo histórico hace décadas. A veces en operativos legales y
muchas veces asaltos clandestinos. Matanzas que han tenido un relativo apoyo popular
como señalan distintas encuestas y un tratamiento ambiguo por los medios de
comunicación masivos.
Las estructuras represivas en Brasil, heredadas de la Dictadura Militar, no solo no han
sido desmontadas sino que por el contrario han sido reforzadas. En este caso como
fuerza de control social frente a millones de afrodescendientes que para el Estado
representan mas una población sobrante que otra cosa. Y los 14 años de gobiernos
progresistas no fueron la excepción a esto. No sólo porque fueron los primeros en enviar
militares a pacificar las favelas en democracia y operativizaron muchas invasiones
violentas a las barriadas. Sino por la relativa impunidad de los policías asesinos que han
sido raramente condenados. Impunidad que comparten con los verdugos de la
Dictadura. Y pese a que el sentido común considera esta violencia institucional un
remedio frente al flagelo de la criminalidad, todos los datos indican lo contrario. No
sólo porque no han contribuido a reducirla sino porque es ejecutada por fuerzas
enlazadas hasta el hueso con los delincuentes. Con oficiales de todas las jerarquías en la
nómina de grandes grupos criminales como son el Comando Vermelho de Río de
Janeiro y el Primeiro Comando Da Capital de San Pablo. Frente a los cuales los sectores
honestos de la política, la judicatura y las propias policías tienen poco poder de fuego. Y
es que detrás de las bandas hay dirigentes políticos y grupos financieros que protegen,
distribuyen las mercancías ilegales, lavan el dinero y abastecen de armas a los
criminales.
Este último un fenomenal negocio en el que participa por el ejemplo un sector del
Ejército. Prestigioss en una sociedad que no condenó moralmente a una Dictadura
relativamente blanda y larga en comparación a las otras. Y con la que pactaron todos los
partidos.
Y si consideramos que una de las empresas de armamento mas grandes del mundo es la
brasileña Taurus, la propuesta del Bloque da Bala de liberar la venta de fusiles, pistolas
y ametralladoras empieza a tener sentido. Pese que en ningún lado redujo la violencia
criminal sino todo lo contrario.
Sumado a esto ha regresado la violencia política urbana. Como se evidenció en el
asesinato de Marielle Franco, vereadora municipal de izquierda. Ejecutada a la par que
el corrupto Michel Temer decidía militarizar la ciudad.
Lo que coincide con un alza de la violencia homofóbica, racista y machista, de uso de la
simbología nazi y otras muestras de intolerancia inéditas en el país. Intolerancia que
mas ha sido repudiada en manifestaciones callejeras, mas ha crecido en las encuestas el
ex militar.
Es por eso que Bolsonaro no necesita contar un aparato callejero como el que tenían los
nazis para cumplir sus amenazas de aniquilamiento social. Tiene un amplio respaldo
popular para hacerlo. Respaldo que desconoce que ese tipo de políticas nunca sirvieron
para reducir el delitos. Y menos cuerpos armados tan corrompidos.
Una red muy aceitada que tiene tantos parlamentarios propios que se los puede
considerar un subgrupo en el Congreso. Y que pueden servir de columna vertebral de un
sistema represivo nacional. Todo bajo el mando de un hombre que llamó a “barrer con
los rojos” en un acto proselitista hace pocos días.
En caso de que Bolsonaro cumpla con las promesas que tanto entusiasmaron a sus
votantes, las perspectivas son lúgubres. Una corporación imbricada con fracciones del
crimen organizado y con un nivel de saña feroz hacia las clases populares, tendrá vía
libre para llevar la violencia social a niveles nunca antes vistos en el Brasil democrático.
Ante esta situación, México y su guerra contra el narco son un espejo que adelanta.
Situación que debería llevar a la reflexión a quienes, por acción u omisión, crearon las
bases para que un país como Brasil caiga en manos sumamente inquietantes. En lo que
podría transformarse en una tormenta perfecta.