Sie sind auf Seite 1von 11

Max Weber

(Erfurt, Prusia, 1864 - Múnich, Baviera, 1920) Sociólogo alemán


que opuso al determinismo económico marxista una visión más
compleja de la historia y la evolución social. Para Weber, las
estructuras económicas y la lucha de clases tienen menos
importancia que otros factores de naturaleza cultural, como la
mentalidad religiosa o filosófica o incluso la ética imperante; así,
en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), obra clásica de la
por entonces naciente sociología, vio en la espiritualidad
protestante el caldo de cultivo que favorecería el desarrollo del
capitalismo en el norte de Europa.

Max Weber
Max Weber era hijo de un destacado jurista y político del Partido Liberal Nacional en la época de
Bismarck. Estudió en las universidades de Heidelberg, Berlín y Gotinga, interesándose
especialmente por el derecho, la historia y la economía. Las primeras investigaciones de Max
Weber versaron sobre temas económicos, algunas de ellas realizadas por cuenta de los
intelectuales reformistas conocidos como «socialistas de cátedra». Desde 1893 fue catedrático en
varias universidades alemanas, fundamentalmente en Heidelberg, excepto entre 1898 y 1906;
aquejado de fuertes depresiones, durante ese periodo dejó la enseñanza para dedicarse a viajar
y a investigar. En 1909 fundó la Asociación Sociológica Alemana.
Max Weber fue un gran renovador de las ciencias sociales en varios aspectos, incluyendo la
metodología: a diferencia de los precursores de la sociología, comprendió que el método de estas
disciplinas no podía ser una mera imitación de los empleados por las ciencias físicas y naturales,
dado que en los asuntos sociales intervienen individuos con conciencia, voluntad e intenciones que
es preciso comprender.
Weber propuso el método de los tipos ideales, categorías subjetivas que describen la intencionalidad
de los agentes sociales mediante casos extremos, puros y exentos de ambigüedad, aunque tales
casos no se hayan dado nunca en la realidad; de este modo estableció los fundamentos del método
de trabajo de la sociología moderna (y de todas las ciencias sociales), a base de construir modelos
teóricos que centraban el análisis y la discusión sobre conceptos rigurosos.
El primer fruto de la aplicación de este método fue La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905).
Trabajando sobre los tipos ideales del «burgués», la «ética protestante» y el «capitalismo
industrial», Weber estudió la moral que proponían algunas sectas calvinistas de los siglos XVI y
XVII para mostrar que la reforma protestante habría creado, en algunos países occidentales, una cultura
social más favorable al desarrollo económico capitalista que la predominante en los países
católicos.
Para Weber, la exaltación del individuo y la doctrina de Calvino sobre la predestinación, según la
cual la salvación o condenación de cada hombre ha sido decidida de antemano por Dios, había
impulsado a los creyentes a buscar signos de la elección divina no sólo en una moralidad
intachable, sino también en el trabajo y en el éxito. De modo inverso, del estudio de las religiones
orientales (a las que dedicaría algunos de sus últimos trabajos, como La ética económica de las religiones
del mundo, 1915-1919) se desprendía que, a pesar de contar con los elementos y factores
económicos necesarios y favorables, el capitalismo no había podido desarrollarse en las
civilizaciones orientales por no tener cabida en la mentalidad religiosa y filosófica imperante.
En términos generales, puede decirse que Weber se esforzó por comprender las interrelaciones de
todos los factores que confluyen en la construcción de una estructura social; y en particular,
reivindicó la importancia de los elementos culturales y las mentalidades colectivas en la evolución
histórica, rechazando la exclusiva determinación económica defendida por Marx y Engels. Frente a
la prioridad de la lucha de clases como motor de la historia en el pensamiento marxista, Weber
prestó más atención a la racionalización como clave del desarrollo de la civilización occidental: un
proceso guiado por la racionalidad instrumental plasmada en la burocracia. Todos estos temas
aparecen en su obra póstuma Economía y sociedad (1922).
Políticamente, Weber fue un liberal democrático y reformista, que contribuyó a fundar el Partido
Demócrata Alemán. Criticó los objetivos expansionistas de su país durante la Primera Guerra
Mundial (1914-1918), y, después de la derrota, adquirió influencia política como miembro del
comité de expertos que acudió en representación del gobierno alemán a la Conferencia de Paz de
París (1918) y como colaborador de Hugo Preuss en la redacción de la Constitución republicana
de Weimar (1919). De entre sus escritos políticos cabe destacar Parlamento y gobierno en una Alemania
reorganizada (1918), una valerosa defensa del parlamentarismo escrita en los difíciles tiempos de la
Alemania en guerra.
Alfred Schütz
fue un filósofo y sociólogo norteamericano nacido en
Austria, quien destacó por haber desarrollado una
ciencia social basada en la fenomenología. La
fenomenología es un movimiento filosófico desarrollado
en el siglo XX cuyo objetivo es describir diversos
fenómenos de acuerdo a cómo se experimentan de
manera consciente.
Schütz se mudó a Estados Unidos cuando tenía 50 años
y dio clases en la Nueva Escuela de la Investigación
Social ubicada en Nueva York. Su trabajó ganó la
atención de sus colegas al estudiar el desarrollo del día
a día de las personas, además de la creación de la
realidad a través de símbolos y acción humana.
Fue el trabajo de Schütz la base para que luego se desarrollara la etnometodología, el estudio del
entendimiento que tienen las personas acerca de las diversas interacciones sociales que se
presentan a diario.

Biografía
Alfred Schütz nació en Viena, Austria, el 13 de abril de 1899. Su familia era perteneciente a la
clase media alta de Austria. Alfred no tuvo ningún hermano.
Cursó una educación común, como la de cualquier otro joven de su época. Sin embargo, luego de
terminar sus estudios secundarios fue reclutado para el ejército de su país.
Perteneció a la división de artillería austríaca que luchó en el frente italiano en la Primera Guerra
Mundial. Tras la conclusión de su labor militar, regresó a Austria para cursar estudios avanzados
en la Universidad de Viena. Allí estudió leyes, ciencias sociales y negocios con varias figuras
importantes de la época.
Sin embargo, su mayor influencia educativa la tuvo cuando pertenecía al Círculo de Mises. Fue en
esta agrupación social donde entabló amistad con otros jóvenes que se convirtieron en
importantes figuras sociales más adelante en sus vidas. Esto tuvo una gran influencia en el
pensamiento filosófico de Schütz.
Tras culminar sus estudios, comenzó a desenvolverse como hombre de negocios para una
compañía banquera de Austria. Su éxito le hizo obtener la reputación de ser un buen ejecutivo
además de excelente filósofo.
Pensamiento
Uno de los principales objetivos que tuvo Schütz en su vida profesional fue establecer una base
filosófica para las ciencias sociales. Fue influido por varios pensadores de la época, entre quienes
destaca principalmente Edmund Husserl.
De hecho, Schütz y Félix Kaufmann (quien fue su colega y amigo) estudiaron a profundidad las
obras de Husserl para desarrollar la teoría de la sociología interpretativa que había propuesto Max
Weber.
En 1932 publicó su primer libro, donde recolectaba todo el conocimiento obtenido acerca de sus
estudios del trabajo de Husserl.
Este libro fue llamado La fenomenología del mundo social y es considerado una de las obras más
importantes que escribió en su carrera; con esta llamó la atención del mismo Husserl, quien pidió
a Schütz que fuese su asistente. Sin embargo, no pudo aceptar la oferta por motivos laborales.
Últimos años
En 1933 el alzamiento de Hitler en Alemania y el establecimiento del Cuarto Reich obligaron a
Schütz y a sus colegas a buscar asilo en países aliados.
Se mudó a París con su esposa Ilse, con quien se había casado en 1926. En 1939 su carrera como
banquero lo llevó a Estados Unidos, donde se convirtió en miembro de la Nueva Escuela.
Allí enseñó sociología y filosofía a nuevos estudiantes, además de ejercer el cargo de presidente
del Departamento de Filosofía. Continuó su trabajo profesional como abogado y nunca abandonó
su labor de profesor en la Nueva Escuela de Nueva York.
Incluso siendo banquero logró producir varios trabajos relacionados a la fenomenología que fueron
publicados más adelante en cuatro volúmenes distintos.
Una de las razones por las que Schütz tuvo tanto éxito realizando varias labores profesionales fue
la participación de su esposa, quien lo ayudó a transcribir todas sus notas y a dar forma a sus
trabajos filosóficos. Schütz murió en Nueva York, el 20 de mayo de 1959, con 60 años de edad.

Teoría
Schütz basó su trabajo en la teoría de que la realidad social del ser humano es intersubjetiva y
que las personas utilizan métodos simples de significado.
Cada interpretación que se le da a las cosas comprende un área del conocimiento que todos los
seres humanos comparten, pero que interpretan de manera individual.
Para Schütz, el objetivo principal de las ciencias sociales es la constitución y mantenimiento de lo
que él mismo denomina como realidad social.
Para él, la realidad social es la interpretación que tiene cada persona de los eventos que se
manifiestan en sus vidas todos los días. Estas manifestaciones son inevitables y forman parte de
la vida.
El filósofo teorizó acerca de esta idea. Según su teoría, todas las personas nacen en esta realidad
social, donde existe una serie de manifestaciones sociales y objetos culturales, los cuales cada
persona debe aceptar de manera individual. Los humanos no son más que actores en la escena
social donde se desarrolla la vida.
La teoría de Schütz tiene varias similitudes con la obra de Weber, pero antes que nada se basa en
el trabajo de Husserl.

Aportes
El aporte principal de Schütz fue su trabajo al campo de la fenomenología. Su primer aporte
significativo fue el desarrollo de la teoría de Edmund Husserl, con lo que llegó a desarrollar la
fenomenología social.
Esta rama de la fenomenología era una combinación de la construcción social de la realidad con
la etnometodología.
Este trabajo establecía que las personas crean una sensación de realidad y subjetividad utilizando
como base las sensaciones y experiencias sociales que se presentan en sus vidas.
De hecho, una gran parte de su trabajo se basa en la construcción de la realidad a partir de las
experiencias de la vida.
Es una manera de estudiar a los individuos bastante subjetiva, pues se basa en el entendimiento
que tiene cada persona acerca de la vida y no en los métodos científicos que puedan usarse para
entender el comportamiento de cada individuo.
Las ideas de Schütz fueron altamente influyentes para el campo de la sociología mundial. Su
trabajo en la aproximación fenomenológica de la sociología y el desarrollo de las bases para la
etnometodología fueron los más destacados de su carrera.
Hans-Georg Gadamer
(Marburgo, Alemania, 1900 - Heidelberg, 2002) Filósofo
alemán. Se licenció con una tesis doctoral en filosofía que
dirigió Martin Heidegger en Friburgo (1922). Enseñó estética
y ética en su ciudad natal (1933), en Kiel (1934-1935) y de
nuevo en Marburgo, donde fue nombrado profesor
extraordinario (1937). Dos años más tarde consiguió una
cátedra en la Universidad de Leipzig, para trasladarse luego a
las universidades de Frankfurt del Main (1947-1949) y
Heidelberg (1949). Llegó a ser profesor emérito en 1968.

Hans-Georg Gadamer
Su obra más importante, Verdad y método. Elementos de una hermenéutica filosófica (1960), fijó los
presupuestos y objetivos de la corriente hermenéutica, según la cual no existe el mundo, sino
diversas acepciones históricas de mundo. A pesar del relativismo que conlleva esta concepción,
Gadamer remite siempre en sus escritos a una convergencia última en la que es posible la
comunicación y la expresión de un sentido.
Verdad y método es, al mismo tiempo, la exposición más sistemática de la filosofía hermenéutica y el
trabajo más significativo de Gadamer; en este ensayo se muestra su adhesión a la hermenéutica
del ser de Heidegger y a la filosofía de Dilthey en su análisis del problema de la verdad. La historia
de la verdad que Gadamer reconstruye está marcada, a partir de Descartes, por el concepto de
"adaequatio": la noción de verdad se explica, en realidad, como método para alcanzar la
correspondencia "adecuada" entre hechos y proposiciones. La tarea de Gadamer consiste, en neta
contraposición con dicha postura, en un intento de descripción de las posibilidades reales de la
experiencia humana de la verdad.
Los principios hermenéuticos que el autor elabora no se limitan al estricto ámbito filosófico, sino
que son susceptibles de aplicación a disciplinas tan diversas como la sociología o la crítica literaria.
La búsqueda de la verdad exige una redefinición de la hermenéutica (interpretación de los textos),
entendiendo por tal no una mera técnica de comprensión, aunque ésta sea cabal, sino una
reflexión fundamental sobre las condiciones en que se llega a toda comprensión en general.
En este ámbito adquieren particular relieve los problemas que se desarrollan en torno a la
experiencia estética. Según Gadamer, en tal tipo de experiencia se deja entrever una circunstancia
de la verdad en la cual el propio sujeto de la experiencia resulta modificado. La contraposición a
las teorías filosóficas en las que la noción de verdad se identifica con el saber de las ciencias
positivas se acompaña, pues, de una reivindicación de la aportación de verdad de aquellas
experiencias del sujeto en contacto con la obra de arte, con la historia o con el diálogo personal.
En el análisis sobre la legitimidad de tal verdad, la reflexión de Gadamer se dirige al proceso de la
comprensión. La tesis de Gadamer, que en este momento recuerda explícitamente a Heidegger,
sostiene la circularidad que constituye la comprensión. Circularidad que se basa en el carácter
esencialmente histórico de la existencia: el conocimiento, que debe entonces abandonar toda
pretensión de objetividad, se lleva a cabo en el marco de una determinada situación histórica en
la que está presente la influencia de la tradición. Ésta se desarrolla como un proceso interpretativo
en el que intérprete y tradición, pasado y presente, se encuentran desde siempre en una constante
relación de tensión.
Con la noción de "fusión de horizontes", Gadamer describe dicho proceso sobre todo en lo que
tiene que ver con la comprensión histórica: interpretar el pasado, o incluso una obra o un
enunciado del propio interlocutor, significa comprenderlo en el horizonte de la situación presente,
dejando intervenir al presente mismo con su propio horizonte de verdad. El análisis de Gadamer
se dirige entonces al "medio" de tal relación, el lenguaje, que en lugar de ser un simple
instrumento del pensamiento, constituye la dimensión dentro de la cual se encuentra y se realiza
la existencia del hombre; en él se concretan el pensamiento mismo y la existencia del sujeto: es,
pues, el horizonte supremo de la ontología hermenéutica.
Hans-Georg Gadamer escribió también, entre otras obras, El problema de la consciencia
histórica (1963), Pequeños escritos (1967) y Diálogo y dialéctica(1980), un compendio de ensayos sobre
los diálogos de Platón. El filósofo italiano Riccardo Dottori publicó en 2000 sus conversaciones con
Gadamer bajo el título L'ultimo dio. Lezioni sul XX Secolo, cuya edición en alemán apareció en 2002,
semanas antes de la muerte del filósofo germano.
Ludwig Wittgenstein
(Viena, actual Austria, 1889 - Cambridge, Reino Unido, 1951)
Filósofo británico de origen austriaco. Hijo de un importante
industrial del acero, estudió ingeniería en Berlín y en Manchester,
donde trabajó como investigador en el campo de la aeronáutica
durante tres años. Empezó entonces a interesarse por las
matemáticas y sus fundamentos filosóficos, y se trasladó a
Cambridge para estudiar lógica bajo la dirección de Bertrand
Russell (1912-1913).

En ese tiempo tomaron cuerpo las ideas que luego desarrolló en


su Tractatus, obra que redactó durante la Primera Guerra Mundial, en la cual
combatió como voluntario del ejército austriaco. Al reincorporarse a
la vida civil, renunció a la fortuna heredada de su padre en favor de dos de sus hermanas.
Siguieron unos años de alejamiento de la filosofía durante los que fue maestro de escuela (1920-1926),
para ocuparse luego como arquitecto del proyecto y la edificación de la residencia en Viena de una de sus
hermanas. En 1929 regresó a Cambridge para dedicarse de nuevo a la filosofía, y ese mismo año obtuvo el
doctorado tras presentar como tesis el Tractatus ante un tribunal formado por Bertrand Russell y G. E. Moore (a
quien Wittgenstein sucedió en la cátedra de filosofía diez años más tarde). En 1947 abandonó la enseñanza,
insatisfecho con su labor como profesor y deseoso de «pensar en soledad».
La filosofía de Wittgenstein suele considerarse dividida en dos fases, la segunda de ellas caracterizada por
una crítica radical de las tesis defendidas en la primera; existen, con todo, rasgos comunes a ambas, como
el interés por analizar el lenguaje como método de reflexión filosófica.
El primer Wittgenstein está representado por el Tractatus logico-philosophicus(1921), conjunto de aforismos
escritos con un lenguaje bastante críptico que, inspirados en el atomismo lógico de Russell, investigan las
relaciones entre el lenguaje y el mundo; el lenguaje «figura» el mundo en la medida en que comparte con
él la misma estructura lógica, la cual no puede «ser dicha» en el lenguaje, sino tan sólo «mostrada», pues
es la condición de posibilidad para decir cualquier cosa. Por otro lado, también es su límite, en la medida en
que el lenguaje no puede sino figurar el mundo y, por tanto, nada se puede decir sobre cuestiones éticas o
estéticas, que, según considera el filósofo, son las verdaderamente importantes.
El segundo Wittgenstein, sin embargo, sometió a crítica el supuesto básico del Tractatus de que la lógica posee
una relación privilegiada con la estructura del mundo. Consideró que ésta correspondía tan sólo a uno de
los posibles usos del lenguaje (en modo declarativo y descriptivo), pero que no tenía en cuenta la lista
abierta de «juegos de lenguaje», entre los que se podría contar el preguntar, el exclamar o el contar chistes.
El significado de un término, además, no puede depender de una proyección mental, sino de su uso social,
pues de otro modo no se entiende que sea comprendido por los demás.

Ambas precisiones muestran la nueva preocupación del autor por integrar el lenguaje en el complejo de la
acción y de la sociedad, abandonando la idea de hallar un modelo ideal que no derivase en un reduccionismo.
Aunque él no fuera un positivista lógico, Wittgenstein fue una figura crucial en el desarrollo de la filosofía
analítica posterior tanto por su influencia sobre algunos miembros del llamado Círculo de Viena (Rudolf
Carnap, Kurt Gödel, Otto Neurath) como por el magisterio que ejerció desde Cambridge, donde se
desarrollaría la llamada filosofía del lenguaje ordinario.
Aaron Victor Cicourel
quien es profesor emérito de sociología en la Universidad de California en San
Diego , se especializa en sociolingüística, [1] comunicación médica, toma de
decisiones y socialización infantil. Al principio de su carrera, fue influenciado
intelectualmente en gran medida por Alfred Schutz , Erving
Goffman , [2] y Harold Garfink
Aaron Cicourel es un sociólogo americano nacido en 1928 y actualmente es
profesor emérito de la Universidad de California (UCLA).

Cicourel centra sus estudios en la metodología, epistemología, lingüística o


antropología, siendo el fundador en los años 60 de la Sociología Cognitiva o la
Etnometodología junto a H. Garfinkel. Una de las contribuciones más
importantes de Cicourel es el principio de reflexividad, es decir, considerar la
propia sociología como un objeto en sí mismo. Entre la obra de este autor
destaca “Cognitive Sociology” (1974),” The Social Organization of Juvenile Justice” (1968) o “Método y
medida en Sociología (1982). La aportación de Cicourel a la Sociología ha sido ampliamente reconocida,
destacando, por ejemplo, su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de
Madrid en 2008.

Aaron Víctor Cicourel es un sociólogo estadounidense nacido en 1928. Interesado originariamente por la
psicología experimental, obtuvo la licenciatura en 1951 en la Universidad de California de Los Angeles. En
1955 se dirigió a la Universidad de Cornell para cursar un doctorado en sociología. Luego, en 1957, retorna
a California para la realización de un posdoctorado, época en la cual tuvo un destacado protagonismo en la
emergente corriente de pensamiento etnometodológica. A partir de 1970 se instaló por muchos años en la
Universidad de California de San Diego desde donde estableció contactos con hospitales universitarios,
convertidos en los escenarios empíricos predilectos para forjar y cotejar un curioso y original cuerpo teórico
y metodológico. En la actualidad se encuentra trabajando para el Institute for Health and Aging de la
Universidad de California de San Francisco y el Institute for the Study of Societal Issues de la Universidad
de California de Berkeley
Teoría y metodología para los actores situados. Una semblanza intelectual de Aaron Cicourel Ernesto Meccia
Por cierto, tiene un dejo de extrañeza y hasta de exotismo escribir sobre Cicourel en el medio académico
argentino. A pesar de ser uno de los más agudos expositores de los problemas metodológicos de las ciencias
sociales y uno de los aportantes más finos e inteligentes al desarrollo de las metodologías cualitativas, su
obra –casi sin excepciones– aún no ha sido incorporada a los planes de estudios, todavía vehiculizadores
casi exclusivos de la macrosociología. Podríamos sostener que la trascendencia de su obra en Argentina es
de un tipo muy particular, ya que mezcla la constancia con una siempre renovada inminencia: valga como
ejemplo la anécdota repetida del estudiante que tiene en mano un objeto analítico que no alcanza a descifrar
con las recetas que le hicieron conocer y que pregunta: “¿Cicourel estudió estos temas, verdad?”, latiendo
en esa pregunta el reclamo por las traducciones que no llegan y por ese seminario (de grado o posgrado)
“exclusivo” que no se debería tardar más en ofrecer. Cicourel es dueño de una notoriedad constante e
inminente que es la misma que, de forma convergente, han tenido los conceptos con los que trabaja, las
escuelas de pensamiento sociológico a las que éstos pertenecen y los autores que le han dado entidad a las
mismas. En efecto, piénsese en conceptos como “reglas”, “razonamiento práctico” “procedimientos
interpretativos”, “escenarios socialmente organizados de comunicación”, “adquisición de sentido”, “pérdida
de sentido”, “cláusula del etcétera”, “reciprocidad de perspectivas”, “habitus”, “cognición”, “percepción”,
“atención”, “memoria”, “carrera”, o en corrientes como “etnometodología”, “interaccionismo simbólico”,
“fenomenología”, “sociolingüística” o “sociología cognitiva” o en sus principales representantes Harold
Garfinkel, Erving Goffman, Harvey Sacks, y (en menor medida) Alfred Schutz y Howard Becker y se tendrá
la sensación de que en esos “allí” existen desde hace décadas lugares legendariamente promisorios que,
con todo, no nos hemos atrevido a transitar. Tal vez, esta dilatada situación de titubeo exprese el temor
colectivo de algunos campos académicos a volcarse sin temor a enfoques analíticos que se siguen
etiquetando cómodamente como “microsociológicos”, desconociendo que lo micro no implica la negación de
lo macro sino, primordialmente, una exhortación a refinar los análisis y a ahuyentar los fáciles
determinismos del magro lenguaje multi-propósito de la macrosociología. En lo fundamental, Aaron Ciocurel
ha sido y es un estudioso de las “situaciones sociales” y de los “procesos de interacción social” en los cuales
ha tratado de poner en concurrencia a la sociología con otras disciplinas, como la psicología social, la
antropología, las ciencias del lenguaje, y las neurociencias (especialmente la cognitiva), entre otras. Ha
estudiado los procesos de “adquisición” del sentido de la estructura social en los niños desde un punto de
vista teórico (1974) y empírico –en perspectiva comparada– (1978, 2006), así como los procesos de
“pérdida” del sentido social en personas con Alzheimer y su impacto en los distintos entornos sociales.
Asimismo, indagó los palmarios paralelismos entre las actuaciones de distintos agentes de control social
(entre ellos, la escuela) referidos a la creación de jóvenes “desviados” (1968) por medio de sucesivos
otorgamientos institucionales de eti- quetas negativas, tesis que, en su momento, hacía añicos las teorías
sobre el papel de las subculturas marginales en la explicación etiológica de los fenómenos delincuenciales.
Por lo demás, sus aportes a la sociología de la salud son muy reconocidos (1982, 1992, 2007) vista la
reconocida capacidad de articular teórica y empíricamente sus reflexiones acerca de las transformaciones
de los contextos socialmente organizados para la comunicación entre médicos y pacientes. Cicourel
demostró sensibilidad por los problemas metodológicos en un estudio sobre fertilidad realizado en Argentina
(1973), en particular, por los problemas de la medida y la codificación relativos a la significancia de la actitud
de “tener hijos”. Imaginemos el quantum de sensibilidad que significaba en aquel entonces esta tripartición
admonitoria: las significaciones del actor en su entorno de organización social natural por lo general no son
coincidentes con las significaciones que se manejan en el marco de la investigación cuyos participantes lo
interrogan, ni mucho menos las primeras son las mismas cuando ese mismo actor es convertido en un
“entrevistado”. En numerosísimas ocasiones Cicourel denunció cómo las investigaciones magnificaban esta
falsa familiaridad de sentidos, lo que tenía por resultado un auténtico silenciamiento de los objetos analíticos
de la sociología. En este marco, discutiendo con Paul Lazarsfeld y Allen H. Barton afirmó que “las reglas
normativas que dirigen la percepción y la interpretación que de su medio tiene el actor y las normas
metódicas y teóricas que dirigen la interpretación del observador sobre el mismo medio de objetos”
(1964/1982: 48) eran, lamentablemente, presas de suposiciones que llevaban a creer que ambas eran
fácilmente determinables y manipulables cuando, en realidad, representaban el gran desafío para al
afinamiento de la metodología y para la restitución de la voz a los actores sociales en los informes
académicos. Para tener más idea de las fructíferas intervenciones de Cicourel en los debates metodológicos
y de su permanente postura a favor de la supremacía de la perspectiva del actor, baste recordar una cita
de Lazarsfeld y Barton que presenta en su primer gran obra “El método y la medida en sociología”
(1964/1982), la única traducida al español en 1982 y cuya reedición en 2011 ha anunciado el Centro de
Investigaciones Sociológicas de Madrid. Ambos metodólogos habían escrito que, por ejemplo, si se pretendía
clasificar las razones por las cuales las mujeres compraban cosméticos los sociólogos no debían escuchar
los “muchísimos comentarios que serían difíciles de agrupar por lo que parecen” (1964/1982: 48). Lejos de
ello, lo primero que debían hacer era “imaginar a una mujer comprando y utilizando cosméticos”
(1964/1982: 48). Tal imaginación permitía (al analista) identificar todas las razones del acto a estudiar,
entre ellas: “tomar consejo de las personas que conoce o de la publicidad. (…). También la mujer puede
tener sus propias experiencias, motivos y necesidades: quiere adquirir valores de apariencia para
impresionar a los otros. (…). Aunque, tal vez, también se preocupe por los posibles efectos sobre la salud
de los cosméticos. (…). Por último, está el gasto.” (1964/1982: 48). Así, para Lazarsfeld y Barton, si la
imaginación del cientista social funcionaba adecuadamente y en primer término (remarquemos la cuestión
cronológica), la cuestión de la clasificación de las razones del consumo era pan comido: afirmaban que todos
los comentarios de las mujeres (¡que nunca escucharon!) podían distribuirse en “cauces de información”,
“valores de apariencia”, “aceptación prevista”, “dificultades de aplicación” y “coste” y remataban diciendo
que “la clasificación (a priori, del analista), volvía a poner, por decirlo así, los comentarios (de las mujeres)
en su sitio.” (1964/ 1982: 48). Desde una perspectiva como la de Aaron Cicourel un procedimiento de estas
características es un ejemplo patente de la lógica asimétrica que ostentaba la investigación social y que bien
condensa el dicho popular que refiere al sinsentido de colocar el “carro delante de los caballos”. Debido a la
textura de los objetos con los que trabajan los sociólogos, debería ser claro –piensa nuestro autor– que los
métodos y los interpretaciones del analista no pueden sobreponerse a los de los actores sociales, cuyos
“métodos” (1974) y “procedimientos interpretativos” les posibilitan conceptuar el mundo, a sus
interactuantes y a sí mismos. La materia de las ciencias sociales son, justamente, esos “conceptos nativos”
que difícilmente puedan poner en su sitio (al menos con la facilidad que recién vimos) las rejillas categoriales
de los investigadores. Cicourel es aquí nuevamente admonitorio: lo que para aquella metodología era
aproblemático, expresaba una grave carencia de la sociología, a saber: adolecer de una “teoría de los
razonamientos prácticos” (1964/1982) que tienda un puente entre los actores y las estructuras sociales
(adviértase, de paso, los ecos hallables en las formulaciones de Pierre Bourdieu varios años después).
Porque, para sorpresa de los defensores de las macrosociologías estructurales, aquí no se trata de negar
las estructuras, sino de procurar identificar las formas en que la gente le va dando sentido. Debe
comprenderse, escribió “hasta qué punto el mundo fenoménico reflexivo de los actores obra como mediador
forzoso entre lo que a menudo se llama estructura social en sentido macroscópico y las teorías del actor
sobre las actividades reales de la vida cotidiana.” (1964/1982: 10). Y también debe comprenderse en la
tarea de dar sentido la gente es tan disciplinada como los científicos ya que –al igual que ellos– despliega
una serie de “métodos” y “procedimientos” adecuados, asumiendo que “lo adecuado” tiene que ver
exclusivamente con el “éxito” (1974) en la tarea de mutua inteligibilidad a la que se entregan de continuo
los actores en la dinámica de la vida social (invitamos aquí a apreciar la veta “etno-metodológica” de
Cicourel, escuela de la que fue tan fundador como Harold Garfinkel). No obstante, sus continuadas
reflexiones sobre estos asuntos hicieron que trascendiera la etno-metodología y se volcase hacia la
“sociología cognitiva”, tal el nombre de su libro de 1974 y de un enfoque de lo social propio que añade a las
consideraciones anteriores elementos de las teorías de los aprendizajes lingüísticos (en especial, la de Noam
Chomsky) y una revalorización de ciertas zonas del pensamiento de Alfred Schutz. En 1974, Cicourel parece
hablarle menos a los metodológos (es que ya les había dicho muchas cosas) y estar más preocupado por
elaborar una teoría sobre la forma en que los actores se volvían “competentes” (1974), es decir, adquirían
y ponían en marcha las “reglas del juego” (1974) propias de “escenarios socialmente organizados de
comunicación” (1974). Afirmaba que en esos escenarios (parecidos a los “ámbitos finitos de sentido” de
Schutz) los actores ponían en acción una serie de “procedimientos interpretativos” (1974) cuya eficacia no
podía trasladarse automáticamente afuera. Así, presentó un conjunto de características invariantes de los
procedimientos dejando en claro, sin embargo, que lo que debía buscarse eran las “orientaciones sustantivas
culturalmente delimitadas” (1974) que los mismos permitían. Una de las características más interesantes
es la aplicación de la “cláusula del etcétera” (1974). Para Cicourel, los actores sociales no pueden andar por
la vida diciendo todo: necesitan confiar en que los demás interactuantes “completarán” sus dichos (verbales
y no verbales) a través de imputaciones de intenciones que equivaldrían a la consecución de la expresión
“truncada”. Sin confianza en la completación de las expresiones de un actor por parte de otro actor, no hay
sentido de la estructura social posible. Pero, y aquí está la “promesa” de la cláusula del etcétera, esa
completación proviene de un repertorio local y performa un escenario local. Los de afuera (al menos por el
momento) no pueden completar esas expresiones. Y si lo hacen (como se hizo en el caso de las “razones”
de la compra y consumo de maquillaje) se corre el riesgo de caer en reduccionismos de los que no es fácil
salir. Como esperamos haber demostrado, para quienes pensamos que existen mundos de sentidos (y no
sub-universos) dentro de la inconmensurable sociedad, la obra de Aaron Cicourel es de un valor incalculable

Das könnte Ihnen auch gefallen