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PERSONAJES
FEDERICO, 70 años
ALBERTO, su hermano, un año menor
OLGA, esposa de Federico
MAURICIO, pasa los 50 años
Una muy antigua casa del barrio de Colegiales, donde hace muchos años que no
se compra un objeto nuevo. Una casa que en la década del veinte compró don
Juan Stancovich, contratista del ferrocarril. Ahora viven sus dos hijos y su nuera,
maestros jubilados. La casa tiene varios ambientes. Lo que está a la vista del
espectador es un comedor (el clásico “lugar de estar”), que tiene salidas a la
cocina, al baño, a la habitación de Alberto y a la calle. Esta historia ocurre a la
tardecita de un día de semana cualquiera. En la casa de Stancovich, en el barrio
de Colegiales, se cumple con la rutina diaria: Federico (anda por los 70) escucha
radio a través de unos auriculares que le tapan las dos orejas. Es la hora en que
Olga (sesentona) saca la basura a la calle. Alberto, que acaba de cumplir los 70,
mira televisión en su pieza. Olga regresa de la calle.
OLGA: Si hay algo que odio es sacar la basura. Con dos hombres en la casa.
Alberto sale de su pieza, ingresa al living y atraviesa el ámbito hacia la cocina.
ALBERTO: (Dice al pasar) Mataron a diez mil tipos en Ruanda. Los masacraron.
FEDERICO: No fueron diez mil. No llegan a siete mil. Fue una mentira de la
televisión. La televisión. La televisión exagera todo. Escuchá la radio.
ALBERTO: (A Olga) Hubieras visto los cadáveres apilados en el desierto... los
cuerpos negros y la sangre roja... Impresionante (Dicho esto, Alberto ingresa en la
cocina).
FEDERICO: Había viejos y chicos... y mujeres viejas, jóvenes. Y una mujer
embarazada. Lo contaron por radio. La radio te da más detalles.
OLGA: (A Federico) ¿Todos negros? Los muertos... ¿todos negros?
FEDERICO: (Se desconcierta) Supongo que sí. Es en Ruanda.
OLGA: Suponés. Si los vieras por la televisión en colores, lo sabrías. El que es
negro aparece negro y el que es blanco aparece blanco. Y la sangre se ve roja,
como dijo tu hermano.
FEDERICO: Por la radio yo “veo” los muertos. Los veo con la imaginación. Y,
además,... ¿qué importa si son negros? Los negros son tan seres humanos como
nosotros. Y tienen sangre roja, como los blancos.
Reaparece Alberto llevando una botella de vino y dos copas.
ALBERTO: (A Olga) Empieza el programa.
Olga sale hacia el baño. Alberto se encamina hacia su habitación. Federico lo
corta.
FEDERICO: (Irónico) ¿Qué sensacion térmica hay?
ALBERTO: No sé.
FEDERICO: ¿Cómo? ¿La televisión no te informa la sensación térmica? ¿Y la
presión ambiental?
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FEDERICO: (A Alberto) La tía Chela está sin agua. Por veinticuatro horas.
ALBERTO: Por lo que se bañaba la tía Chela. (A Olga) ¿Venís?
OLGA: No.
ALBERTO: Están por sacarle las vendas al teniente de húsares. ¿No vas a ver
cómo quedó?
OLGA: (Miente) No me interesa.
ALBERTO: Si recupera la vista, se va a dar cuenta de que está enamorado de la
hermana.
OLGA: (Se entrega) Por Dios... Dejame tranquila.
Alberto sale hacia la habitación.
OLGA: (A Federico, con desesperación) Aunque sea uno en blanco y negro.
FEDERICO: Dejáme escuchar.
OLGA: Todo puede volver a ser como antes entre vos y yo.
FEDERICO: (La chista) Se está incendiando la Reserva Ecológica. Andá a verlo
por la televisión.
OLGA: ¡Estoy en la pieza de tu hermano!
Olga sale furiosa hacia la habitación. Federico se enfrasca en la radio. Un instante
después, suena el timbre de calle. Federico se toma el tiempo necesario hasta
que se dispone a atender.
FEDERICO: ¿Quién es? (Escucha). Sí, soy yo. ¿Y usted quién es?
Desde afuera se oye una voz.
FEDERICO: El nombre nada más. (Escucha) ¿Mauricio...? ¿Dónde vive,
Mauricio? (Tiempo. Impaciente) El barrio... Dígame el barrio donde vive. (Escucha
y repite) Mauricio, de Caballito. (Abre la puerta) Pase.
Tímidamente ingresa Mauricio, un hombre formal, de algo más de cincuenta años.
FEDERICO: ¡Pero pase! (Le indica) Siéntese, Mauricio de Caballito. Espere. (Está
escuchando algo por radio) ¡Increíble! Están explicando por qué las jirafas tienen
el cuello largo. (Tiempo) Motivos sexuales. ¿Usted se lo hubiera imaginado? Con
la radio uno aprende. (Mira a Mauricio) ¿Ocurre algo?
MAURICIO: Me llama la atención su confianza. Me dejó entrar en su casa sin
preguntarme nada.
FEDERICO: Le pregunté el nombre y el barrio. ¿Qué más tenía que saber?
MAURICIO: No sé...
FEDERICO: Mauricio, de Caballito. Con eso me basta. (Tiempo) Además, usted
tiene una voz sincera. Eso me da confianza. (Tiempo) Siéntese.
MAURICIO: La gente en general no le abre la puerta a cualquiera. Tienen miedo.
FEDERICO: Porque ven mucha televisión. Están asustados. Los que escuchamos
radio tenemos otra mentalidad. Desarrollamos el oído. Cuando usted preguntó
detrás de la puerta: “¿El señor Stancovich?”, yo dije: es de confianza. ¿Cómo se
llama? Mauricio. ¿De qué barrio es? De Caballito. Es un tipo confiable. Y le abrí la
puerta. Mi hermano, en cambio, habría exigido verlo. Es fanático de la televisión. Y
se equivoca siempre. La vez pasada tocó el timbre un boliviano y llamó a la
policía. Porque lo vio. Es un ladrón, gritó. Y yo le dije... escuchalo, escuchalo,
primero. Dejalo hablar. Pero no. Al rato cayeron como diez patrulleros... sirenas...
reflectores... tipos de civil con armas largas... y otros con chaleco antibalas... Y
más... y más patrulleros... Y empezaron a los tiros. Y casi nos matan a todos.
Gracias a Dios, al único que mataron fue al boliviano, que venía a destapar la
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pileta del lavadero. Lo mandó la mujer del almacén, que le dijo: “Andá a la casa de
los Stancovich, que precisan una persona de confianza.” (Señala dos puntos de la
pared) Mire... Los balazos. ¡Y todo por no escucharlo! (Baja un retrato de la pared
y se lo muestra a Mauricio) El abuelo... Le pegaron en la frente. Pero estaba
muerto de antes.
Mauricio se queda mirando fijamente el retrato.
FEDERICO: La gente ya no se escucha. Se la pasa mirando la televisión y no se
escucha.
MAURICIO: Así que este es el abuelo...
FEDERICO: El padre de mi padre.
Mauricio mira el retrato. Mira a Federico.
MAURICIO: No se le parece.
FEDERICO: Yo salgo a la familia de mi madre. Los Tobías. Todos morochos.
Aindiados. Mi hermano, en cambio, es rubio. La sangre de los Stancovich.
Mauricio se ha quedado prendido al retrato.
MAURICIO: Podría ser un antepasado mío. ¿No lo nota? Tenemos un aire.
FEDERICO: (Observa el retrato) Tiene razón. ¡Qué casualidad!
MAURICIO: A lo mejor somos parientes.
FEDERICO: Hay Stancovichs de Parque Patricios y Stancovichs de Bahía
Blanca... Pero no tienen nada que ver con la familia. (Lo mira) ¿Parientes,
nosotros? Nunca escuché que hubiera Stancovichs de Caballito.
MAURICIO: Mi apellido es Valdés. Pero tengo la sangre de los Stancovichs. De
eso estoy seguro.
Se produce un silencio. Mauricio se queda mirando a Federico.
FEDERICO: ¿Pasa algo?
Tiempo. Del interior de la habitación llegan risas nerviosas. Claramente, son las
voces de Olga y Alberto.
FEDERICO: (Señala la puerta) Ah...esas risas falsas de la televisión. No las
soporto. En la televisión todo es falso. Como cuando mataron al boliviano. Los de
la radio llegaron enseguida. La televisión, ¿quiere creerlo?, dos horas después
¿Sabe qué hicieron? Contrataron al hermano del boliviano... le dieron unos
pesos... y le hicieron hacer de cadáver. Falso. Todo falso. Pero ¿le pasa algo?
MAURICIO: ¿Usted es el señor Stancovich... el ruso Stancovich... el que jugaba
muy bien a la paleta?
Federico hace un gesto de confirmación. Las risas siguen.
FEDERICO: ¿A usted le divierte la televisión? Disculpe... (Cambia) Sí... jugaba
muy bien. Era el mejor del barrio.
MAURICIO: Si usted es el señor Stancovich, el ruso Stancovich... que jugaba muy
bien a la paleta, se debe acordar de María Esther Valdés.
Federico no se acuerda.
MAURICIO: La hija del Lustra Valdés... (Le aclara) El Lustra Valdés... Lustraba los
zapatos aquí, en la estación Colegiales. Hace muchos años.
FEDERICO: Ah, sí... El Lustra Valdés, sí. ¿Cómo no me voy a acordar del Lustra
Valdés? Tenía la parada en el andén que va para el centro... Un maestro, el Lustra
Valdés. Ya no hay lustradores así. Lo mató el tren. Por perfeccionista. El guarda
tocó el pito y el cliente le dijo: “Dejá, Lustra... Se me va el tren.” Y salió corriendo.
Y el Lustra Valdés detrás de él... “la última pasada de cepillo, caballero... la última
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años... pero años de años... que hay un supermercado. ¿De qué tiempo me está
hablando?
MAURICIO: Año 1944. Mi madre fue el trofeo. Y lo ganó el ruso Stancovich.
Ingresa Alberto y va hacia el baño. Se detiene al ver a Mauricio.
ALBERTO: Perdón... (Mira a Federico con algo de temor) ¿Quién es?
FEDERICO: Mauricio, de Caballito. ¿Te acordás del Lustra Valdés? El que
lustraba zapatos en la estación?
ALBERTO: ¿Al que lo mató el tren? ¡Un profesional!
FEDERICO: ¿Vos te acordás que tenía una hija?
MAURICIO: María Esther.
ALBERTO: ¿María Esther? No.
FEDERICO: La Lauchita. La chiquita... Que tenía la manito... (Hace su descripción
con gestos). Te tenés que acordar...
ALBERTO: ¿La Lauchita? No... la verdad que no. (Mientras sale hacia el baño,
canturrea para sí) “Se coge a la Lauchita, laralalala...” “Se coge a la Lauchita...
laralalala.” ¿De dónde saqué yo eso? Ingresa al baño.
MAURICIO: Mi madre quedó embarazada y nos fuimos a vivir a Florencio Varela,
a la casa de unos primos. Allí nací y allí me crié. Mi madre nunca quiso contarme
nada. Siempre me ocultó la verdad. Hasta que ayer a la mañana, antes de morir,
me confesó todo. Que ella había sido el trofeo de un campeonato de paleta.
“¿Quién se llevo el trofeo, mamá? Quien se llevó el trofeo?” (Imita a la madre
moribunda) “El ruso Stancovich. Un lindo muchacho que vivía frente a la estación
Colegiales.” Y se murió. Después del entierro, vine hasta Colegiales. No me hacía
muchas ilusiones. Habían pasado tantos años... Le pregunté al diarero de la
estación: “¿Usted sabe si por aquí vive una familia de apellido Stancovich?” “¿Los
rusos Stancovich? Siempre vivieron ahí.” Y me señaló esta casa. ¡No lo podía
creer! Crucé la calle con tanto miedo... Pensé que me iban a sacar a patadas.
¿Será eso que llaman la fuerza de la sangre? (Federico lo mira y Mauricio le
aclara) Que hay algo en la sangre que atrae... ¡Usted me trató como si me
conociera! ¡Como si fuera su hijo!
FEDERICO: Es la radio. Está lleno de historias parecidas.
Reaparece Alberto.
ALBERTO: ¡Me acordé! Había una pendeja que le decíamos la Lauchita... (Con
gestos compone un ser escuálido y defectuoso) ¡Claro que sí! La sorteamos en
uno de los campeonatos. ¿No te acordás que la barra me gritaba “Se coge a la
Lauchita, laralalala”? ¿O no? ¿Por qué me gritaban eso? Porque gané yo. Seguro.
(A Mauricio) La cosa fue así: éramos una barra de diez tipos... ¿Qué
tendríamos...? Quince... dieciséis años... Jugabamos a la pelota paleta...
FEDERICO: Ya lo sabe. Se lo contó la Lauchita.
ALBERTO: (A Mauricio) Seguro que le dijo que ganó él. Porque no le gustaba
perder. ¡Pero esa vez gané yo, carajo! (A Federico) ¿Cómo que no? ¿Y si no, por
qué me llevé a la Lauchita?
FEDERICO: Si vos decís que ganaste... ganaste vos. (A Mauricio) Ganó él.
MAURICIO: ¿Usted se llevó el trofeo...? Fue hace más de cincuenta y dos años y
todavía se acuerda...
ALBERTO: No cabe duda.
MAURICIO: ¿Y por qué está tan seguro?
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ALBERTO: ¿No le digo? “Se coge a la Lauchita, laralaralaaa.” ¿Y por qué, si no,
me cantaban eso? Porque gané yo. (A Federico, con un gesto ilustrativo) ¡Te gané!
MAURICIO: ¿Y esa noche se llevó a mi madre y estuvo con ella...?
ALBERTO: Bueno... Gané en buena ley.
MAURICIO: ¿Está seguro de que ganó?
ALBERTO: Cobré el premio, ¿no? Por algo cobré el premio.
Alberto sale hacia la cocina.
FEDERICO: Es mentira... Perdió la final. Nunca me ganó. Pero deje que lo crea.
No le gusta perder... Se deprime. Y después no hay quien lo aguante.
Reaparece Alberto.
ALBERTO: ¿Ocurre algo?
FEDERICO: Que me acordé... Ganaste vos.
ALBERTO: Y claro que gané yo.
Mauricio lo mira extasiado.
ALBERTO: ¿Qué le pasa?
MAURICIO: (A Alberto) Papá.
FEDERICO: (Le aclara) Es tu hijo. Si ganaste vos, es tu hijo. Hijo tuyo y de la
Lauchita.
ALBERTO: (Atraviesa el ámbito hacia el baño, arreglándose la ropa) Ahora resulta
que se casa con el primo... La televisión es increíble... ¡Inventan cada historia!
Ingresa al baño.
MAURICIO: (A Alberto) Yo sabía que estaba vivo, papá... Yo sabía que estaba
vivo. Quería conocerlo y decirle que ella nunca lo olvidó.
ALBERTO: (A Federico) No sé de qué me habla.
FEDERICO: El señor es el fruto de tu noche de amor con la Lauchita.
ALBERTO: Pero qué disparate... (A Mauricio) Señor... esta es una casa de
jubilados. ¿Se lo dijiste, Federico? Una casa de jubilados. ¡Por favor! ¡Cuidado con
lo que dice! (Alberto se encamina hacia su habitación. Está por ingresar en su
habitación, pero antes se vuelve.) Respete a quienes pueden ser sus padres.
Ingresa en su habitacion y cierra la puerta.
MAURICIO: (A Alberto) ¿Qué pasó? ¿Hice algo malo?
FEDERICO: No escucha... no escucha... Se encierra y no escucha.
MAURICIO: (Le grita) Yo sabía que estaba vivo, papá... Yo sabía que estaba vivo.
Quería conocerlo y decirle que ella nunca lo olvidó. (A Federico) Sólo quería
conocer a mi padre. Eso es todo. Siempre supe que estaba vivo. Lo supe acá. (Se
señala el corazón) Sólo conocerlo... Saber cómo es...
FEDERICO: (Se acerca a la puerta) ¿Lo escuchaste? Quiere conocer a su padre.
(A Mauricio) La maldita telvisión...No escucha a nadie. (A la puerta) Envenenate
con la televisión. ¡Te inventan mundos raros! (A Mauricio) Él no era así. La
televisión lo cambió.
Reaparece Olga. Advierte que algo pasa.
OLGA: ¿Qué son esos gritos? ¿Quién es este señor?
FEDERICO: El hijo de Alberto.
OLGA: ¿Cómo, el hijo de Alberto?
FEDERICO: Vive en Caballito.
OLGA: ¿Tu hermano tenía un hijo?
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MAURICIO: ¡Nunca! Mi madre no tuvo otra noche de amor más que esa. Me lo
confesó antes de morirse.
ALBERTO: ¿La Lauchita, única vez? Escúcheme...
Alberto quiere decir algo pero no se anima. Se crea un clima ominoso que corta
Olga.
OLGA: (A Mauricio) ¿Le podrías hacer un mandado a la tía? ¿Ir a comprarme un
paquete de galletitas acá a la vuelta?
MAURICIO: Si mi padre me lo pide... ¿Quiere que le vaya a comprar las galletitas,
papá?
ALBERTO: Sin sal... las que venden sueltas. Explicale bien: las que venden
sueltas y sin sal.
OLGA: Hay un quiosco frente a la estación... Decile que vas de parte de los rusos
Stancovich... (Se mete la mano en el bolsillo).
MAURICIO: Por favor... Invito yo. (Inicia el mutis) ¿Puedo decirles que soy un
pariente?
OLGA: Claro que sí. Que sos el hijo de Alberto.
FEDERICO: Llevá paraguas. La radio dijo que va a llover.
Mauricio sale.
OLGA: Me gusta tu hijo... Es gauchito.
ALBERTO: ¡Qué hijo? ¿De qué hijo me hablás? (A Federico) Oíme... Vos te
acordás de la Lauchita? ¿Te acordás bien?
FEDERICO: ¿Cómo no me voy a acordar?
ALBERTO: Vos también te la cogiste. ¿Qué me viene a decir que yo soy el padre?
¡Una sola noche de amor! También vos podés ser el padre.
FEDERICO: ¿Eso quiere decir que yo gané el torneo? ¿Que yo te gané? ¿Estás
diciendo que yo te gané?
ALBERTO: Eso no... Gané yo. Pero igual puede ser tu hijo.
OLGA: ¿Ese hombre puede ser hijo tuyo?
Tiempo.
FEDERICO: No.
ALBERTO: ¿Por qué estás tan seguro?
FEDERICO: Porque con la Lauchita nunca pude.
ALBERTO: Pero si vos me decías que...
FEDERICO: ¡Pero no era cierto! Nunca pude. Esa manito... (Remeda el defecto
de la Lauchita) No podía. La toqueteaba en el cine. La llevaba al cine y la
toqueteaba. Los martes... los días de damas. Pero nunca pude...
OLGA: (A Alberto) Pero oíme... Para vos ese muchacho es como un regalo de
Dios. Un apoyo para la vejez.
ALBERTO: Yo no necesito ningún apoyo. (Recapacita) ¿Y a vos qué te pasa?
¿Querés endilgarme un hijo?
OLGA: ¡Y sí...! Porque los mandados en esta casa los hago yo. Y soy yo la que te
cobra la jubilación. Porque vos no te movés. Últimamente, no salís a la calle ni a
sacar la basura.
ALBERTO: ¡No salgo porque no tengo ganas!
OLGA: ¡No salís porque estás viejo! Y esa vida sedentaria te va a llevar a la
tumba. Tenés setenta años. Y sos un buen candidato a la hemiplejia. Y cuando
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estés postrado, quién te va a cuidar, ¿eh? ¿Quién te va a lavar el culo? ¡Yo no!
¡Que te lave el culo tu hijo!
ALBERTO: Estás exagerando. Por suerte, estoy muy bien de salud.
FEDERICO: Olga tiene razón. A mí no se me había ocurrido, pero tenemos que
pensar en el futuro. Y Olga no tiene ninguna obligación. Es tu cuñada. Gracias que
te cobra la jubilación todos los meses. Necesitamos un sobrino.
ALBERTO: Bueno... Que sea sobrino mío, también.
OLGA: ¿Y vos te creés que un sobrino se va a ocupar de vos?
ALBERTO: Por lo menos, te puede sacar la basura a vos y cobrarme la jubilación
a mí.
OLGA: Sí... Pero no te va a limpiar el culo. Y menos un varón. A vos te conviene
que sea un hijo.
ALBERTO: Y dale con mi culo. Pero ¿quién dijo que voy a terminar hemipléjico?
OLGA: Estás decayendo... ¿O te creés que no me doy cuenta? Están apareciendo
problemas... (Con un gesto) Sabés a qué me refiero. Eso es la próstata.
ALBERTO: ¿Qué próstata? No tiene nada que ver...
OLGA: ¿Cómo que no tiene nada que ver?
Olga y Alberto no pueden seguir la conversación. Federico lo advierte. Se pone el
auricular y escucha la radio.
FEDERICO: Otro atentado en Argelia. Doscientos muertos. La radio es bárbara. Te
informa en el momento.
OLGA: (A Alberto) ¿Y qué es lo que te está pasando, entonces?
Alberto hace silencio. Mira la hora continuamente.
OLGA: No sos el de antes. ¿Te creés que no me doy cuenta?
ALBERTO: (Con poca convicción) Estoy un poco cansado.
OLGA: No me mientas. Algo pasa.Te cuesta... te cuesta… Y eso es la próstata.
ALBERTO: No es la próstata. ¡Y no me jodas con la salud! Lo siento.
Alberto sale hacia la habitación. Cierra la puerta. Olga toma conciencia. Va hacia
la habitación. Intenta abrir la puerta, pero está cerrada. Golpea la puerta.
OLGA: ¿Qué estás mirando? Decilo. ¡Ja...! No te vayas a perder a las locas esas
que muestran las tetas. (Transición. Habla para sí) ¿Era hoy el desfile del
carnaval? ¿O era en transnoche? ¡Necesito saber el horario de los desfiles de las
escolas do zambas! (Angustiada) ¡Por Dios...! Compremos un televisor o me voy a
volver loca.
De pronto, suena el timbre. Olga sale del estado de histeria y va a abrir.
Reaparece Mauricio. Trae un par de pequeños paquetes y una botella.
OLGA: Ah... Sos vos...
MAURICIO: Disculpen la demora... Estoy tan contento... Quería agasajarlos...
Cuando salí a comprar las galletitas me sentí tan bien... ¡Tengo una familia! ¡Por
fin tengo una familia! ¿Y papá?
OLGA: Está mirando a las putas de la televisión.
MAURICIO: Come con nosotros, supongo. Avísele, tía.
OLGA: No se lo puede interrumpir. Pero en los cortes aparece.
Mauricio desenvuelve un paquete.
MAURICIO: Me acordé que cerca de acá venden el mejor pastrón de Buenos
Aires... Agarré el coche y me largué... Los puedo invitar a comer, ¿no? Además
traje unos varéniques de papa... son los que a mí más me gustan... y unos guefilte
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fish... Una buena cena de una familia judía. Son los sabores de mi infancia. Quiero
recuperar los sabores de mi infancia... compartirlos con mi familia. Y para después
compré un vino especial.
FEDERICO: ¿Usted es judío?
MAURICIO: Somos judíos, supongo.
FEDERICO: ¿Nosotros?
Desconcierto. Hasta que reacciona Olga.
OLGA: ¡Ah...! Es ese apellido... Todos se confunden. Stancovich. Cuando te
conocí y me dijiste que tu apellido era Stancovich, yo también creí que eras judío.
Por el vich.
FEDERICO: (A Mauricio) Es un apellido de origen vasco.
OLGA: Será vasco, ¿pero cómo les dicen en el barrio a vos y a tu hermano? Los
rusos Stancovich. Todos se confunden.
FEDERICO: ¡Los rusos...! Una manera de decir. Pero el apellido es vasco.
MAURICIO: ¿Vasco? (A Alberto) Pero mi madre me dijo que mi padre era judío...
FEDERICO: Nos confundieron siempre. Por eso, de pibes, el viejo nos enseñaba.
“Cuando se presenten, aclaren... Stancovich, apellido vasco”. Así decía el viejo.
“Stancovich, apellido vasco”. Yo nunca le di pelota. Por mí... (A Mauricio) Pero no
somos judíos. Esa es la verdad. ¿Usted es judío?
MAURICIO: Claro que sí. Mi madre me crió como un judío. Tu padre es judío y vos
serás judío, me dijo. Me circuncidaron... Me eduqué en escuela judía... Soy
religioso... No soy fanático, pero voy al templo todos los viernes.
FEDERICO: No hay judíos en la familia.
Mauricio se deja caer en un sillon. Apesadumbrado.
FEDERICO: Y qué va a hacerle... Si es judío, es judío.
MAURICIO: No es eso... Estoy orgulloso de ser judío. Pero pienso lo que fue mi
vida. (Tiempo) Yo quería ser dibujante. Desde chico... En la escuela, los maestros
me decían... Vos tenés que dedicarte al dibujo. Tenés facilidad. Cuando terminé el
colegio, le dije a mi madre: “Quiero ser dibujante.” Se puso muy mal. Me dijo... vos
tenés sangre judía... Los judíos son muy buenos para la bioquímica. Fue un error.
Pobre mamá... Ella quería lo mejor para mí... Trabajaba veinte horas por día... ¡de
sirvienta!... pobre vieja...para que yo me hiciera bioquímico. “Tenés que ser
bioquímico”. Pero yo quería ser dibujante. ¿A papá le molestará enterarse de que
soy judío?
FEDERICO: Eso no. En esta casa nadie diferencia a nadie porcuestiones
religiosas.
OLGA: Somos tolerantes... Maestros de escuela... jubilados. Tenemos una
formacíon democrática.
FEDERICO: Pero aclarale que Stancovich es un apellido de origen vasco.
OLGA: Dije tolerantes, no judíos.
Mauricio se lanza hacia la puerta.
MAURICIO: Papá... Yo quería ser como usted... Un judío gran jugador de paleta.
OLGA: No insistas. A esta hora no oye. ¿Qué día es hoy? ¿Jueves? Pasan la
serie esa sobre la familia norteamericana... No se la pierde nunca.
FEDERICO: Mierda... Pura mierda.
OLGA: ¡No es cierto! Decís eso porque no te gusta la televisión. Pero es una
lección de vida. ¡Muy buen programa! (A Mauricio) No sé si vos lo ves... te va a
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FIN