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En su último libro, La torre y la plaza, describe Niall Ferguson el conflicto entre las

jerarquías y las redes por el poder. Las jerarquías son organizaciones altamente
estructuradas con niveles verticales de poder cuya encarnación más clara es el Estado. Las
redes, por el contrario, son espontáneas y horizontales con vínculos más bien débiles. En
principio podría parecer que las jerarquías son malas y las redes, buenas. Pero si bien es
verdad que la Ilustración es producto de una red (de intelectuales) también lo es Al Qaeda
(de terroristas). El caso de los españoles en América durante el siglo XVI conquistando el
imperio inca o el de los norteamericanos independizandose de la metrópoli británica son dos
sendos casos de redes blandas pero tenaces como el aluminio que triunfaron contra unas
jerarquías duras pero frágiles como diamantes.

En el siglo XXI estamos viendo cómo el Estado español está siendo atacado por una
combinación de redes que aunque muy diversas entre sí tienen un objetivo en común:
acabar con la democracia constitucional y la nación española. Por un lado, gran parte de la
izquierda, no solo lo extremista, que jamás aceptó la paz y la reconciliación que alcanzaron
los protagonistas de todos los partidos, incluido el comunista, durante la Transición. Por
otro, los nacionalistas, que nunca van a aceptar la existencia de España como nación.
Ambas redes, la izquierda anti constitucional y la nacionalista xenófoba son excluyentes y
sectarias. La primera contra todos aquellos que no sean socialistas, a los que no dudarán
en aplicar un “cordón sanitario” ya que para ellos es una enfermedad ideológica no
pertenecer a lo que consideran el lado bueno de la historia. La segunda porque forma parte
de la ideología nacionalista una visión maniquea entre el “nosotros” tribal y los “extranjeros”
que presuntamente les contaminan.

Una muestra paradigmática es el ataque sistemático en forma de mofa, en el mejor de los


casos, a la bandera de España. Dani Mateos, un humorista del programa del Gran
Wyoming, ha repetido un gag que ya realizaron en TV3, la cadena oficial del golpismo
nacionalista, y en el mismo grupo mediático del programa de Wyoming y Mateos, La Sexta,
la televisión populista. Mateos simuló limpiarse los mocos en la bandera constitucional que
simboliza tanto los valores de la libertad y la igualdad entre todos los españoles como la
unidad de la nación política. Mateos defiende que su crítica era a las banderas en general
en el sentido de que hay que emplear más las palabras y menos los “trapos”. Pero es
revelador que siempre cargan contra la misma bandera, la española, y no otras como la del
orgullo gay. ¿Tendría sentido criticar la mala utilización de los “trapos” quemando la
bandera del arco iris? Tan absurdo como pisotear la bandera española. A menos que la
identifiques, como hace al parecer gran parte del público de izquierdas de la Sexta, con un
régimen político que consideran calamitoso: la democracia liberal post 78 a la que tratan
como si fuese la heredera del franquismo. Paradójicamente, Mateos se ha quejado de que
le han rescindido un contrato dada la mala imagen que tiene en la actualidad de enemigo de
la convivencia y de escupir sobre todos los españoles que se ven representados por una
bandera que conecta en el pasado al rey ilustrado Carlos III con el monarca constitucional
Felipe VI. Y digo que paradójicamente porque si una bandera es solo un “trapo”, como
sostiene Mateos, entonces un contrato no es más que un trozo de papel, nada de lo que
preocuparse. Por no hablar de los billetes que ha dejado de ganar, otros papelitos cubiertos
de tinta sin apenas valor y que Mateos usará también para limpiarse como si fuesen
kleenex. Mientras que la revista francesa Charlie Hebdo sí representa una crítica coherente
y valiente contra el patriotismo fanático y la religión fundamentalista, sea cual sea pero
cargando las tintas contra las más virulentas, Dani Mateo y la Sexta sistemáticamente
erosionan lo democrático liberal

Este es el gran problema de la izquierda dominante: funde en un solo paquete a la derecha,


la Monarquía constitucional y España. Y para acabar con la primera no va a dudar en
cargarse las segundas. Ambas redes están formadas por nombres propios. Por el lado de
la izquierda populista, los citados Mateo y Wyoming, Roures, Iglesias… por el lado
nacionalista, Évole, Junqueras, Rufián, Puigdemont… y al final de ambas redes más y nada
menos que Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.

Porque el más grave problema que enfrentamos es tener como jefe del gobierno a un
presidente demediado. Si Rajoy era como el hombre sin atributos de Robert Musil,
Sánchez se asemeja al vizconde demediado del relato de Italo Calvino. Al vizconde una
bala de cañón le partió por la mitad en una batalla, de modo que quedó separado en dos
partes, una malvada llamada Amargado y una virtuosa denominada Bueno. Por eso tiene
razón la vicepresidenta cuando defiende que el Presidente nunca dijo que los golpistas
habían cometido una rebelión sino que fue el entonces jefe de la oposición. No hay
contradicción. Lo que quería decir la buena mujer es que quien defendió que sí hubo
rebelión en Cataluña por parte de los secesionistas fue Bueno Sánchez, mientras que quien
ha negado que la hubiese ha sido Pedro Amargado. Dos partes de una sola persona que,
sin embargo, obran con total autonomía. Se preguntarán ustedes cuándo Pedro Sánchez
se partió por la mitad como el vizconde demediado. Fácil: el día que presentó su tesis
doctoral llena de plagios. Desde entonces hay dos Pedros Sánchez por el mundo, el
Bueno, que llama a los golpistas por su nombre, y el Amargado, que se alía con esos
mismos golpistas que denunció.

Finalmente en el relato de Calvino las dos partes volvían a ser fusionadas en un único
vizconde que era normal, como todo el mundo es a veces bueno y a veces malo. ¿Cuándo
volverá Pedro Sánchez a ser como el resto de los mortales e irá a un festival de música por
sus propios medios? Efectivamente, cuando al fin Pedro Amargado convoque las
elecciones que prometió hacer Bueno Sánchez. Aunque por entonces quizás no haya
mucha España que gobernar ni bandera que honrar.

En la Moncloa tenemos ahora a Amargado Sánchez mientras que a Bueno Sánchez lo tiene
encerrado Carmen Calvo en un armario, esperando a enterrarlo definitivamente en el Valle
de los Caídos en cuanto consiga un espacio libre. Entregado a los golpistas y obligando a
los Abogados del Estado a humillarse en el Tribunal Supremo, para entender el drama que
supone tener a Pedro Amargado de presidente del gobierno volvamos a Niall Ferguson y su
teoría del enfrentamiento entre las redes y las jerarquías. Toda red está constituida por
nódulos que establecen vínculos con otros. Aunque a diferencia de los sistemas jerárquicos
la organización es horizontal en lugar de vertical, lo cierto es que hay nódulos que son más
importantes que otros. Y en una rocambolesca pirueta la red nacionalista ha conseguido
infiltrarse en la jerarquía estatal hasta su mismo núcleo. Obligado por su ambición
desmedida, Sánchez se ha convertido en el principal nudo que une a la red de extrema
izquierda de Pablo Iglesias y la red nacionalista de Oriol Junqueras. Pedro Amargado ha
vendido al Estado español por un plato de lentejas: ganar un poco más de tiempo como
presidente. A cambio de dicha prórroga le ha concedido a los populistas el trampolín para
convertir a España en una democracia plebiscitaria y a los nacionalistas el salvoconducto
para evitar la prisión y la convocatoria de un referéndum.

Cuando al final del relato de Calvino el vizconde Amargado y el Bueno se unen en un solo
cuerpo, su esposa grita alborozada:

“Al fin tendré un marido con todos los atributos.”

Pero los finales felices no suelen darse en la realidad.

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