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David Ochoa Restrepo

En cualquier disquisición acerca del tiempo se nos presenta lo misterioso de su naturaleza,


a pesar de que en la cotidianidad sea éste de lo más común y a la mano, por ello es que es
lícita siempre la frase -ya hecha un lugar común- de “¿Qué es el tiempo? Si no me
preguntas, lo sé, si me preguntas, no lo sé” consignada en el libro 12 de las Confesiones de
San Agustín de Hipona. Lejos de pretender aclarar la cuestión del tiempo, la pretensión es
la contraria, mostrar toda su dimensión compleja y sin respuesta a través de Jorge Luis
Borges, quien en su obra literaria muestra justamente cómo el fenómeno del tiempo no es
algo que se pueda explicar de una sola manera.
Una mirada somera a la tradición filosófica nos deja entrever que la cuestión del tiempo es
capital en cualquier ontología (recordando que la ontología, tradicionalmente, es la filosofía
primera) y que está a la base de la dicotomía entre Heráclito y Parménides ¿es el Ser
devenir o eternidad? Esta dicotomía se mantendrá en mayor o menor medida a través de
toda la historia de la filosofía, como ejemplo de una visión parmenídea está el antes
mencionado San Agustín, que en sus Confesiones nos explica cómo el tiempo es eterno
presente con posibilidad de la proyección al futuro y el recuerdo del pasado, pero que más
allá está el Eterno, Dios, que está en todos los tiempos. Con lo anterior Agustín ponía en el
centro de su pensamiento del tiempo a la eternidad, a lo inmutable. Un ejemplo de una
visión heraclítea la podemos encontrar en Georg Wilhelm Friedrich Hegel (filósofo que
admirara a Heráclito directamente gracias a su amigo Johann Christian Friedrich Hölderlin,
el famoso poeta) quien exponía que el Ser se daba en la idea, y está devenía en el espíritu a
través de la cultura haciéndose cada vez más concreta hasta llegar a su culmen en el espíritu
absoluto, por lo que el carácter de la verdad era necesariamente temporal, y por tanto todo
estudio de la filosofía, de las artes, de la religión, etcétera, debe hacerse a través del tiempo.
Ahora bien ¿Era Borges parmenídeo o heraclíteo? Es una pregunta mal realizada, la
pregunta debería estar referida a cuál texto de Borges se refiere, puesto que no expuso
como tal una sola manera de ver el tiempo, e incluso se atrevió a salirse de los límites de
esta división Parménides/Heráclito que estamos planteando al escribir una refutación del
tiempo. Por motivos netamente explicativos dividiremos las perspectivas trabajadas por
Borges en tres: Eternidad, inexistencia del tiempo y devenir. No sin antes recordar que,
como bien lo expone muy bien nuestro autor en El idioma analítico de John Wilkins, toda
enumeración es artificiosa ya que no puede acceder a la realidad.
Jorge Luis Borges en historia de la eternidad declara “El tiempo es un problema para
nosotros, un tembloroso y exigente problema, acaso el más vital de la metafísica; la
eternidad, un juego o una fatigada esperanza”, y lejos de ser una defensa de la eternidad de
los filósofos como Platón o Agustín, es un ataque frontal a ellos que termina con su propia
propuesta: La eternidad del instante “me quedé mirando esa sencillez. Pensé, con seguridad
en voz alta: Esto es lo mismo de hace treinta años...” es solo la vivencia desnuda que nos
cubre y nos remite a otros tiempos, la que nos lleva a la experiencia de la eternidad por
sentir que el tiempo jamás ha pasado, que el presente se remonta al pasado como parte de la
misma esencia.
La cita anteriormente citada es de un cuento de Borges que usa también en el texto “Nueva
refutación del tiempo” que define como “la anacrónica reductio ad absurdum de un sistema
pretérito o, lo que es peor, el débil artificio de un argentino extraviado en la metafísica.”
Esta condición es tal, sin embargo, por su fecha de publicación, ya que afirma que otra cosa
completamente diferente sería si fuera publicada en el siglo XVIII.
La nueva refutación del tiempo es un texto donde llega hasta el límite las posibilidades del
idealismo, con Berkeley el mundo exterior desaparece totalmente siendo solo ideas de la
mente, y con Hume muere el sujeto, el yo es solo una ficción, entonces Borges se pregunta
¿por qué mantener el tiempo? Esta reducción al absurdo es la que sostiene todo el texto,
creando una situación bastante compleja de comprender al llevar hasta lo más hondo el
pensamiento idealista, siendo el límite de lo contraintuitivo ya que de esto solo resulta el
instante, el momento, de esta manera quien recita un verso de Shakespeare es el mismo
Shakespeare, desaparece el tiempo que separa el Shakespeare del que lo recita, desaparece
del mismo modo la diferencia entre Shakespeare del recitador y todas las circunstancias
históricas de los dos sujetos que no son tal. Es más notoria esta desaparición en el sueño de
Chuan Tzu, donde cada persona que sueñe el sueño de Chuan Tzu es ella misma Chuan
Tzu, o más específicamente, la mariposa, ya que no hay sujetos ni realidad, y con Borges
desaparece también el tiempo, creando la identidad absoluta. La identidad entre vivencias
se sigue, además de lo anteriormente dicho, de que “es evidente que el número de tales
momentos humanos no es infinito. Los elementales —los de sufrimiento físico y goce
físico, los de acercamiento del sueño, los de la audición de una sola música, los de mucha
intensidad o mucho desgano— son más impersonales aún”, los momentos humanos no son
separados por el tiempo, porque basta con intuir dos momentos de estos “repetidos” para
darnos cuenta que son el mismo.
Menos contraintuitiva será la posición de Jorge Luis Borges en sus poemas, y si antes se
expresaba en sus visiones del tiempo un ejercicio del pensar, ahora se verá antes que nada
una sensibilidad en el hombre que ve su tiempo desvaneciéndose, del hombre que envejece.
Verbi gracia en su poema Heráclito dice versos como estos “con el asombro de un horror
sagrado/ que él también es un río y una fuga. / Quiere recuperar esa mañana/ y su noche y
la víspera. Pero no puede” para finalizar con los desgarradores versos “Heráclito no tiene
ayer ni ahora. / es un mero artificio que ha soñado/ un hombre gris a orillas del Red Cedar, /
un hombre que entreteje endecasílabos/ para no pensar tanto en Buenos Aires/ y en los
rostros queridos. Uno falta”.
Como conclusión, diremos que las tres visiones del tiempo enunciadas aunque sean
contradictorias no lo son más que en apariencia, ya que responden todas a la vivencia que
tiene el argentino del tiempo, desde las vivencias puramente intelectuales en sus estudios
metafísicos hasta la vivencia del tiempo que se ha ido, desde Jorge Luis Borges podremos
decir que el tiempo no es un fenómeno unitario o que podamos comprender en su totalidad,
sino que lo podemos comprender solo de forma escorzada a través de las diferentes
maneras de vivirlo.

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