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La biometría designa una tecnología de identificación y autentificación que consiste en transformar una
característica biológica, morfológica o de comportamiento en una marca numérica. Su objetivo es
atestar la unicidad de una persona a partir de la medida de una parte inmutable o irreprimible de su
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cuerpo.
En verdad parece que la biometría constituye una respuesta adecuada y eficaz a esta desaparición de los
criterios que tradicionalmente se conservan en materia de peligrosidad. Los parámetros biométricos
identifican, en efecto, a un individuo sin consideración a su pertenencia nacional o comunitaria y según
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criterios que no toman nada de su biografía. Y debido a que lo identifica de ese modo, la biometría
permite seguirlo por las huellas. La comparación más convincente es probablemente aquella que puede
hacerse con el seguimiento del transporte de mercancías siguiendo el principio de "rastreo": en ambos
casos se trata de identificar a individuos, de capturar en memoria sus itinerarios y de deducir un grado
de peligrosidad a partir de la naturaleza de los movimientos observados. La característica del individuo
(cosa o persona) no tiene mayor importancia, a fortiori su identidad política, étnica o religiosa. Sólo se
consideran eficientes los criterios perfectamente objetivos susceptibles de servir como herramientas de
marcación.
La biometría se inscribe entonces en un contexto en el que "la vigilancia se vuelve sin cesar más
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"desterritorializada" e "intrusiva". Pero si bien el terrorismo contemporáneo llega a legitimar esta
mutación en las tecnologías de vigilancia, es más que nada por que él mismo es desterritorializado e
intrusivo, de manera que el terrorismo y el reconocimiento biométrico forman un sistema. En esta
lógica de implicación mutua, se trata de encarar nuevas incertidumbres que parecen requerir casi
naturalmente una réplica de tipo tecnológico. Efectivamente, el terrorismo designa una estrategia de la
indiscriminación que se distribuye en varios registros: confusión entre los civiles y los combatientes,
entre "víctimas" y "culpables" y entre lo público y lo privado. Este último aspecto es decisivo para el
problema que nos atañe: fenomenológicamente, el atentado terrorista manifiesta la desaparición de la
distinción entre el frente y la retaguardia en beneficio de lugares indistintos (privados y públicos) como
la calle, las entradas y salidas del metro o el aeropuerto. De esta manera, la estrategia terrorista es una
estrategia de la ubicuidad: se trata de convencer al "enemigo" de que todo espacio puede, en cualquier
instante, volverse un lugar de combate.
Ahora bien, existe una condición necesaria para la aplicación de esta estrategia: el anonimato del
terrorista. Como lo menciona Dominique Linhardt, el terrorista "se funde en la indiscriminación del
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mundo corriente" amoldándose hasta en los mínimos detalles a los caracteres del civil bonachón.
Podemos incluso decir que el terrorismo vuelve contra sí mismo el principio democrático de la
presunción de inocencia: necesita aparecer como "el que no puede dañar" para conferir a su acto el
alcance máximo. El atentado terrorista constituye por lo tanto una subversión radical de la norma a
partir de su respeto aparente: se trata en todos los casos de hacer surgir el terror desde un lugar neutro
(el espacio común) y en un elemento que a priori da confianza (lo cotidiano), convirtiendo de repente
en inciertos tanto el comportamiento como el uso de los objetos más comunes (el automóvil explota
cuando se aplica la llave al arranque, el metro se descarrila, el agua se envenena). Esta estrategia es
necesaria para volver tanto imprevisible la sobrevenida del acto como incalculables sus efectos.
Pero ¿de qué cuerpo se trata? En ningún caso del cuerpo vivido que no proporciona ninguna base
confiable de reconocimiento, ni incluso del cuerpo físico que, también él, está sujeto a las
incertidumbres del tiempo y a la posibilidad de la disimulación. El cuerpo del cual se ocupan las
técnicas biométricas es un cuerpo paradójico ya que es a la vez objetivado (reductible a parámetros
informáticos) y natural (inalterable). Incluso, en todo rigor, es un cuerpo metonímico, como da fe la
importancia del iris como órgano privilegiado por el reconocimiento biométrico: este órgano, cuyos
parámetros biológicos son inalterables, designa un principio de constancia.
Una redefinición de las fronteras
La aparición del terrorismo globalizado de ninguna manera está en el origen del uso de la biometría en
las técnicas de seguridad. Más que una ruptura, los acontecimientos del 11 de septiembre "revelaron y
aceleraron un proceso para proporcionar seguridad que había comenzado desde el final de la
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bipolaridad". De hecho, mientras que las primeras experimentaciones datan de los años 1950, la
biometría se generaliza a partir del momento en que los enfrentamientos relacionados con la Guerra Fría
dan lugar a violencias e infracciones transnacionales. Aparte de los casos de espionaje, la bipolaridad
trazaba efectivamente una línea de demarcación clara entre amigos y enemigos, pudiendo inducirse la
"peligrosidad" de un individuo por su marcación ideológica.
Por el contrario, existe un nexo muy fuerte entre la despolitización de los conflictos y tecnificar los
procedimientos de seguridad pública: la biometría es el resultado de un nuevo recelo de las fronteras, y
participa en una renovación de su definición. Las primeras políticas biométricas datan de mediados de
los años 1980, en el momento de la "guerra contra la droga" decretada por el gobierno estadounidense.
Esta "guerra", que se anticipa en muchos puntos a la "guerra contra el terrorismo" de los años 2000, es
un conflicto de tipo transnacional: el problema es luchar contra movimientos anárquicos de mercancías
y de personas y no contra grupos localizados y homogéneos. En este contexto, la figura del traficante se
aproxima a la del inmigrado clandestino: en ambos casos, la actividad policial se desarrolla en la
frontera (en este caso la frontera entre Estados Unidos y México). Entonces se comprende por qué la
frontera se convirtió en un lugar de experimentación privilegiado para las técnicas biométricas, echando
mano de no menos de 54 agencias de seguridad para vigilar las inmediaciones de Tejas y California.
En Estados Unidos, esos nuevos enfoques de la vigilancia y del control cobran todo su sentido si se los
remplaza en el marco de la homeland security, un concepto que se basa en el supuesto (que se acrecentó
desde el 11 de septiembre) de una vulnerabilidad del territorio nacional. Creado en 2003, el Department
of Homeland Security marca la unificación institucional de varias agencias de seguridad en torno a un
mismo objetivo: "La prevención, la disuasión y el derecho de retracto de las agresiones que puedan
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cometerse en suelo estadounidense en contra de la población y de las infraestructuras esenciales."
Lejos de reforzar el papel de la frontera como límite espacial, el uso de la biometría contribuye tanto a
"desmaterializar" como a "informalizar" a la frontera. No puede tratarse de un puro y simple repliegue
sobre sí mismo o de un retorno a la autarquía, que marcaría una ruptura con respecto a las exigencias
más elementales del comercio internacional. A este título, las decisiones estadounidenses consecutivas
al 11 de septiembre relativas a la frontera con Canadá (y luego, más tarde, los intercambios con Europa)
son completamente reveladoras. Para proporcionar seguridad en su frontera norte, evitando al mismo
tiempo poner a su propio país en situación de embargo, Estados Unidos implementó, desde el mes de
diciembre de 2001, un conjunto de acuerdos intitulado Smart borders. Este dispositivo, decidido en
acuerdo con Canadá, generaliza precisamente el empleo de medidas biométricas de reconocimiento que
constituyen así la base de una diferenciación entre el "extranjero bueno" (turista o comerciante) y el
"malo" (terrorista o traficante).
La biometría permite lo que los mecanismos tradicionales de control en la frontera hacían imposible, a
saber, una anticipación del riesgo más arriba de la frontera. Al enlazar datos biométricos (huella digital,
iris, voz, etc.) con bancos de datos informáticos, el Estado se dota de esa manera de los medios para
descubrir grupos de individuos indeseables antes que alcancen materialmente la frontera. En efecto, y
esto también es válido para Francia, que utiliza la biometría en numerosos consulados en África, el
control informatizado se realiza a nivel de las embajadas, en los aeropuertos o ante empresas privadas
como las aerolíneas. Aquí presenciamos una inflexión de las modalidades de la vigilancia, que ya no se
efectúa directamente, sino a distancia.
Por supuesto, la biometría no está en la génesis de este paradigma de la vigilancia a distancia. Como lo
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demostró Didier Bigo, las agencias de seguridad (ya sean públicas o privadas) desde hace mucho
tiempo tienen más que ver con "campos de seguridad" que con esferas circunscritas y estables. La
policía de información, en particular, se distingue de la policía judicial por el carácter indefinido e
inmaterial de su campo de acción: para ella siempre se ha tratado de "vigilar a distancia" si, por ello, se
entiende el procedimiento que consiste en inferir la peligrosidad de un individuo a partir de su
trayectoria. Pero con la biometría, la vigilancia se edifica sobre principios totalmente a priori, lo que
supone una vez más la constitución de un sistema de clasificación de los movimientos en función de su
presunta significación.
Con el control biométrico, la frontera pierde su estatuto de demarcación geográfica para convertirse a la
vez en funcional y virtual. Se "informaliza" en el sentido en que ya no designa una línea de división
entre dos espacios y dos soberanías, sino una zona de control que debe permitir la distinción entre los
individuos peligrosos y los demás: Esta misma "zona" tiende a convertirse en virtual, construida
exclusivamente con base en parámetros informáticos. Desde el consulado donde solicita una visa se
identifica al extranjero con ayuda de caracterizaciones biométricas capturadas en un banco de datos. Esta
forma inédita de identificación a distancia garantiza en cierta forma la transformación de la frontera de
línea a "acto": el Estado es quien traza una frontera idealmente infranqueable entre un individuo y su
territorio y esta frontera comienza de manera arbitraria desde el lugar donde se sitúa el individuo en
cuestión.
Estamos presenciando entonces, aun más que una globalización de los métodos de vigilancia, una
difusión del control fuera de los límites tradicionales y territoriales del ejercicio de la soberanía. En
oposición con su definición clásica, la frontera pierde su carácter espacial: debe estar por doquier y en
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ninguna parte, como lo ilustra la "desterritorialización" de los controles. La biometría produce una
información en la que cada individuo se vuelve de cierta manera su propio territorio e instaura una
geografía del cuerpo humano de tipo inédito. La frontera ya no es una realidad física, geográfica: es la
afirmación del poder. Comienza en la capacidad de establecer científicamente la singularidad de cada
uno para a continuación distinguir de manera infalible a los hombres de un mismo territorio. Ya no
sigue los contornos de la geografía sino que, en lo sucesivo, pasa entre los hombres.
Esta crítica da en el blanco, en la medida en que denuncia la identificación de lo político con la esfera
restringida de lo biológico. Pero la equivalencia que aquí se presupone entre la subjetividad y el cuerpo
biológico individual debe ponerse en tela de juicio. Sobre todo, es discutible pretender asir la esencia
(biopolítica) del poder a partir de una de sus manifestaciones contemporáneas más espectaculares. Hacer
de la biometría la verdad finalmente develada del poder no solo es excesivo, sino que ello corre el
riesgo de deslumbrar, ya que entonces se desconoce el efecto principal de este procedimiento sobre las
modalidades del reconocimiento y de la vigilancia.
Pero esta reducción del cuerpo a parámetros informáticos tiene sobre todo el efecto de privilegiar
exclusivamente lo que Paul Ricœur llamaba la "identidad mismidad" en detrimento de la "identidad
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ipseidad". Para reconocer esta forma de identidad, "se compara al individuo presente con marcas
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materiales consideradas como el rastro irrecusable de su presencia anterior en los lugares del litigio".
La identidad biométrica se reconstituye a partir de un sistema de marcas que se encuentra inscrito
directamente sobre el cuerpo objetivado del individuo. Desde este punto de vista, la biometría identifica
al cuerpo con un "invariante relacional", que pone a salvo de la más mínima duda sobre los hechos y
gestos de un mismo individuo en un tiempo dado. El criterio de similitud se vuelve perfectamente
constante, ya que se remite a las estructuras invariantes del cuerpo. La biometría accede entonces de
cierta manera al principio que la filosofía buscaba en vano del lado de la ontología de la sustancia:
aquel de una "continuidad ininterrumpida".
El riesgo es el de una totalización de la persona, de sus hechos y gestos, bajo la categoría del "mismo".
Podemos decir perfectamente que el control biométrico privilegia a la estructura sobre el
acontecimiento, fijando la identidad del individuo a riesgo de lo que Ricœur llama la "negación del
cambio". Pero si un cuerpo (objetivado) continua siendo el mismo, ¿puede decirse lo mismo de un
sujeto y del peligro que éste representa eventualmente para un Estado? ¿No hay ahí una manera de
remitir a un sujeto a características inalterables que no dejan más que poco lugar a la apreciación de las
circunstancias particulares? Lo que finalmente se vuelve contestable en la generalización de los
procedimientos de control biométrico en todos los movimientos es la tentación de construir parámetros
dinámicos (la identidad de un sujeto que actúa) a partir de datos estables (los de su cuerpo objetivo),
como si el futuro siempre se dejara deducir a partir del pasado.
El riesgo también es el de una pérdida del dominio sobre esos datos, que cobran su valor viajando y
conservándose. Compartir esos datos con otros Estados, que no necesariamente tienen los mismos
escrúpulos, ni la misma preocupación por las libertades individuales, hace surgir muchas preguntas.
Una circulación demasiado amplia (en especial con las empresas privadas de seguridad) los volvería
indestructibles. Si los datos biométricos debiesen revelarse a la vez indestructibles y permanentes, nos
condenarían a vivir en un mundo inmóvil y sin refugio. Una paradoja en el siglo de la globalización y
de la velocidad.
Michaël Fœssel y Antoine Garapon
Michaël FOESSEL & Antoine GARAPON : «Biométrie: les nouvelles formes de l’identité»
article publié initialement dans Esprit, juillet-août 2006.
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