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Biometría: las nuevas formas de la identidad

Michaël Fœssel y Antoine Garapon

La biometría designa una tecnología de identificación y autentificación que consiste en transformar una
característica biológica, morfológica o de comportamiento en una marca numérica. Su objetivo es
atestar la unicidad de una persona a partir de la medida de una parte inmutable o irreprimible de su
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cuerpo.

Recurrir a procedimientos biométricos de identificación constituye uno de los instrumentos más


prometedores de la lucha antiterrorista contemporánea. Particularmente en Estados Unidos, quien lo
impuso a cierto número de sus socios, entre los cuales está Europa. De esta manera, Gran Bretaña se
decidió por una tarjeta de identidad biométrica, y en Francia está muy avanzado un proyecto análogo.
Además de los beneficios internos (reducción del fraude a la "tarjeta vital" especialmente), los
beneficios esperados conciernen al control de la inmigración y al control fronterizo. Este tipo de
control, que se presume inviolable, procura un sentimiento de dominio sobre una especie de hoyo negro
de la seguridad pública en la confluencia de la inmigración clandestina, el tráfico y el terrorismo. Esto
es lo que explica su éxito y las esperanzas que hoy en día se cifran en ella tanto por parte de los
gobiernos como de los gobernados. ¿Cómo explicar de otro modo la relativa pasividad de la opinión
pública ante un fenómeno cada vez más masivo? Cuando se llegan a cuestionar los usos de la biometría
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es a partir de sus efectos en general y no con respecto a la lucha antiterrorista. Para explicar esta
relativa inercia de la opinión pública, plantearemos la hipótesis de que la justificación de la biometría
está anclada en la naturaleza del terrorismo: de un fenómeno al otro, lo que se instala es toda una lógica
de la acción de la seguridad pública.

Amenaza terrorista y réplica biométrica

La generalización de la biometría y de las formas de identificación que ésta permite encuentra su


justificación primeramente en el anonimato característico de la acción (y del actor) terrorista.
"Identificar" siempre significa llevar lo desconocido a lo conocido por medio de criterios de
reconocimiento relativamente estables. Por lo tanto, no nos queda sino admitir que el terrorismo
globalizado no ofrece dichos criterios, y que es legítimo buscar reconstituirlos por otros medios. En
una decisión reciente (cuyas conclusiones fueron confirmadas por los atentados de Londres de julio de
2005), la Cámara de los Lores hacía notar que los nacionales pueden revelarse tan peligrosos para la
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seguridad del país como los naturales extranjeros. Esta fluidez implica que la frontera que separa a los
"terroristas" del resto de la población está cada vez menos definida con base en criterios relacionados a
la pertenencia nacional. A partir de ahora dominan discrepancias que atraviesan a las naciones mismas.
En un contexto donde el sospechoso no es necesariamente un extranjero, un nuevo entrante o incluso un
activista, emerge la figura del "enemigo interno" aparentemente reacio a todos los procedimientos
clásicos de identificación.

En verdad parece que la biometría constituye una respuesta adecuada y eficaz a esta desaparición de los
criterios que tradicionalmente se conservan en materia de peligrosidad. Los parámetros biométricos
identifican, en efecto, a un individuo sin consideración a su pertenencia nacional o comunitaria y según
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criterios que no toman nada de su biografía. Y debido a que lo identifica de ese modo, la biometría
permite seguirlo por las huellas. La comparación más convincente es probablemente aquella que puede
hacerse con el seguimiento del transporte de mercancías siguiendo el principio de "rastreo": en ambos
casos se trata de identificar a individuos, de capturar en memoria sus itinerarios y de deducir un grado
de peligrosidad a partir de la naturaleza de los movimientos observados. La característica del individuo
(cosa o persona) no tiene mayor importancia, a fortiori su identidad política, étnica o religiosa. Sólo se
consideran eficientes los criterios perfectamente objetivos susceptibles de servir como herramientas de
marcación.

La biometría se inscribe entonces en un contexto en el que "la vigilancia se vuelve sin cesar más
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"desterritorializada" e "intrusiva". Pero si bien el terrorismo contemporáneo llega a legitimar esta
mutación en las tecnologías de vigilancia, es más que nada por que él mismo es desterritorializado e
intrusivo, de manera que el terrorismo y el reconocimiento biométrico forman un sistema. En esta
lógica de implicación mutua, se trata de encarar nuevas incertidumbres que parecen requerir casi
naturalmente una réplica de tipo tecnológico. Efectivamente, el terrorismo designa una estrategia de la
indiscriminación que se distribuye en varios registros: confusión entre los civiles y los combatientes,
entre "víctimas" y "culpables" y entre lo público y lo privado. Este último aspecto es decisivo para el
problema que nos atañe: fenomenológicamente, el atentado terrorista manifiesta la desaparición de la
distinción entre el frente y la retaguardia en beneficio de lugares indistintos (privados y públicos) como
la calle, las entradas y salidas del metro o el aeropuerto. De esta manera, la estrategia terrorista es una
estrategia de la ubicuidad: se trata de convencer al "enemigo" de que todo espacio puede, en cualquier
instante, volverse un lugar de combate.

Ahora bien, existe una condición necesaria para la aplicación de esta estrategia: el anonimato del
terrorista. Como lo menciona Dominique Linhardt, el terrorista "se funde en la indiscriminación del
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mundo corriente" amoldándose hasta en los mínimos detalles a los caracteres del civil bonachón.
Podemos incluso decir que el terrorismo vuelve contra sí mismo el principio democrático de la
presunción de inocencia: necesita aparecer como "el que no puede dañar" para conferir a su acto el
alcance máximo. El atentado terrorista constituye por lo tanto una subversión radical de la norma a
partir de su respeto aparente: se trata en todos los casos de hacer surgir el terror desde un lugar neutro
(el espacio común) y en un elemento que a priori da confianza (lo cotidiano), convirtiendo de repente
en inciertos tanto el comportamiento como el uso de los objetos más comunes (el automóvil explota
cuando se aplica la llave al arranque, el metro se descarrila, el agua se envenena). Esta estrategia es
necesaria para volver tanto imprevisible la sobrevenida del acto como incalculables sus efectos.

En consecuencia, el terrorismo apuesta a una estrategia de visibilidad retrasada. Efectivamente, al


anonimato y a la indistinción debe suceder de manera brutal y violenta una forma de publicidad total,
transmitida por los medios. En ese punto de articulación entre la disimulación y la visibilidad es que se
sitúa la biometría. Esta última permite, en efecto, establecer criterios de identificación estables, ya que
están informatizados y codificados en un lenguaje universal, y permanentes ya que se afianzan en la
permanencia del cuerpo. El presupuesto de semejante procedimiento es que el cuerpo es la única cosa de
la cual un individuo no puede desprenderse en un momento en el cual ningún otro identificador
(cultural, político o incluso biográfico) se resiste a la indistinción propia de la acción terrorista. Por lo
tanto, la inercia del cuerpo es lo que se requiere como un escudo contra las estrategias de la
disimulación.

Pero ¿de qué cuerpo se trata? En ningún caso del cuerpo vivido que no proporciona ninguna base
confiable de reconocimiento, ni incluso del cuerpo físico que, también él, está sujeto a las
incertidumbres del tiempo y a la posibilidad de la disimulación. El cuerpo del cual se ocupan las
técnicas biométricas es un cuerpo paradójico ya que es a la vez objetivado (reductible a parámetros
informáticos) y natural (inalterable). Incluso, en todo rigor, es un cuerpo metonímico, como da fe la
importancia del iris como órgano privilegiado por el reconocimiento biométrico: este órgano, cuyos
parámetros biológicos son inalterables, designa un principio de constancia.
Una redefinición de las fronteras

La aparición del terrorismo globalizado de ninguna manera está en el origen del uso de la biometría en
las técnicas de seguridad. Más que una ruptura, los acontecimientos del 11 de septiembre "revelaron y
aceleraron un proceso para proporcionar seguridad que había comenzado desde el final de la
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bipolaridad". De hecho, mientras que las primeras experimentaciones datan de los años 1950, la
biometría se generaliza a partir del momento en que los enfrentamientos relacionados con la Guerra Fría
dan lugar a violencias e infracciones transnacionales. Aparte de los casos de espionaje, la bipolaridad
trazaba efectivamente una línea de demarcación clara entre amigos y enemigos, pudiendo inducirse la
"peligrosidad" de un individuo por su marcación ideológica.

Por el contrario, existe un nexo muy fuerte entre la despolitización de los conflictos y tecnificar los
procedimientos de seguridad pública: la biometría es el resultado de un nuevo recelo de las fronteras, y
participa en una renovación de su definición. Las primeras políticas biométricas datan de mediados de
los años 1980, en el momento de la "guerra contra la droga" decretada por el gobierno estadounidense.
Esta "guerra", que se anticipa en muchos puntos a la "guerra contra el terrorismo" de los años 2000, es
un conflicto de tipo transnacional: el problema es luchar contra movimientos anárquicos de mercancías
y de personas y no contra grupos localizados y homogéneos. En este contexto, la figura del traficante se
aproxima a la del inmigrado clandestino: en ambos casos, la actividad policial se desarrolla en la
frontera (en este caso la frontera entre Estados Unidos y México). Entonces se comprende por qué la
frontera se convirtió en un lugar de experimentación privilegiado para las técnicas biométricas, echando
mano de no menos de 54 agencias de seguridad para vigilar las inmediaciones de Tejas y California.

En Estados Unidos, esos nuevos enfoques de la vigilancia y del control cobran todo su sentido si se los
remplaza en el marco de la homeland security, un concepto que se basa en el supuesto (que se acrecentó
desde el 11 de septiembre) de una vulnerabilidad del territorio nacional. Creado en 2003, el Department
of Homeland Security marca la unificación institucional de varias agencias de seguridad en torno a un
mismo objetivo: "La prevención, la disuasión y el derecho de retracto de las agresiones que puedan
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cometerse en suelo estadounidense en contra de la población y de las infraestructuras esenciales."

Lejos de reforzar el papel de la frontera como límite espacial, el uso de la biometría contribuye tanto a
"desmaterializar" como a "informalizar" a la frontera. No puede tratarse de un puro y simple repliegue
sobre sí mismo o de un retorno a la autarquía, que marcaría una ruptura con respecto a las exigencias
más elementales del comercio internacional. A este título, las decisiones estadounidenses consecutivas
al 11 de septiembre relativas a la frontera con Canadá (y luego, más tarde, los intercambios con Europa)
son completamente reveladoras. Para proporcionar seguridad en su frontera norte, evitando al mismo
tiempo poner a su propio país en situación de embargo, Estados Unidos implementó, desde el mes de
diciembre de 2001, un conjunto de acuerdos intitulado Smart borders. Este dispositivo, decidido en
acuerdo con Canadá, generaliza precisamente el empleo de medidas biométricas de reconocimiento que
constituyen así la base de una diferenciación entre el "extranjero bueno" (turista o comerciante) y el
"malo" (terrorista o traficante).

La biometría permite lo que los mecanismos tradicionales de control en la frontera hacían imposible, a
saber, una anticipación del riesgo más arriba de la frontera. Al enlazar datos biométricos (huella digital,
iris, voz, etc.) con bancos de datos informáticos, el Estado se dota de esa manera de los medios para
descubrir grupos de individuos indeseables antes que alcancen materialmente la frontera. En efecto, y
esto también es válido para Francia, que utiliza la biometría en numerosos consulados en África, el
control informatizado se realiza a nivel de las embajadas, en los aeropuertos o ante empresas privadas
como las aerolíneas. Aquí presenciamos una inflexión de las modalidades de la vigilancia, que ya no se
efectúa directamente, sino a distancia.
Por supuesto, la biometría no está en la génesis de este paradigma de la vigilancia a distancia. Como lo
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demostró Didier Bigo, las agencias de seguridad (ya sean públicas o privadas) desde hace mucho
tiempo tienen más que ver con "campos de seguridad" que con esferas circunscritas y estables. La
policía de información, en particular, se distingue de la policía judicial por el carácter indefinido e
inmaterial de su campo de acción: para ella siempre se ha tratado de "vigilar a distancia" si, por ello, se
entiende el procedimiento que consiste en inferir la peligrosidad de un individuo a partir de su
trayectoria. Pero con la biometría, la vigilancia se edifica sobre principios totalmente a priori, lo que
supone una vez más la constitución de un sistema de clasificación de los movimientos en función de su
presunta significación.

Con el control biométrico, la frontera pierde su estatuto de demarcación geográfica para convertirse a la
vez en funcional y virtual. Se "informaliza" en el sentido en que ya no designa una línea de división
entre dos espacios y dos soberanías, sino una zona de control que debe permitir la distinción entre los
individuos peligrosos y los demás: Esta misma "zona" tiende a convertirse en virtual, construida
exclusivamente con base en parámetros informáticos. Desde el consulado donde solicita una visa se
identifica al extranjero con ayuda de caracterizaciones biométricas capturadas en un banco de datos. Esta
forma inédita de identificación a distancia garantiza en cierta forma la transformación de la frontera de
línea a "acto": el Estado es quien traza una frontera idealmente infranqueable entre un individuo y su
territorio y esta frontera comienza de manera arbitraria desde el lugar donde se sitúa el individuo en
cuestión.

Estamos presenciando entonces, aun más que una globalización de los métodos de vigilancia, una
difusión del control fuera de los límites tradicionales y territoriales del ejercicio de la soberanía. En
oposición con su definición clásica, la frontera pierde su carácter espacial: debe estar por doquier y en
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ninguna parte, como lo ilustra la "desterritorialización" de los controles. La biometría produce una
información en la que cada individuo se vuelve de cierta manera su propio territorio e instaura una
geografía del cuerpo humano de tipo inédito. La frontera ya no es una realidad física, geográfica: es la
afirmación del poder. Comienza en la capacidad de establecer científicamente la singularidad de cada
uno para a continuación distinguir de manera infalible a los hombres de un mismo territorio. Ya no
sigue los contornos de la geografía sino que, en lo sucesivo, pasa entre los hombres.

La despolitización de las identidades

La generalización de los procedimientos de reconocimiento biométrico ha dado lugar a numerosas


interpretaciones sobre la naturaleza del poder en las democracias tecnologizadas. Entre estas últimas, la
teoría dominante es sin ninguna duda la que une a la biometría con el paradigma biopolítico y que
hace, tanto del procesamiento informatizado como de la seguridad del cuerpo, el signo más espectacular
de la insinuación de un poder tecnologizadas en la intimidad de las vidas. En este sentido, Giorgio
Agamben identifica el sistema de trazado biométrico de los individuos con un "tatuaje biopolítico", un
procedimiento de marcación que instituye una continuidad entrelas democracias contemporáneas y el
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universo concentracionario. La biometría "autoriza la inscripción y el fichaje del elemento más
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privado y más incomunicable de la subjetividad" y lleva a su término un proceso de captura del
cuerpo por parte del poder. Además, esta intromisión en lo íntimo (que se identifica aquí con el cuerpo
biológico), que debía ser excepcional, tiende a convertirse en la norma, lo que ilustra la muy conocida
tesis de Agamben según la cual el estado de excepción es la verdadera fuente del derecho.

Esta crítica da en el blanco, en la medida en que denuncia la identificación de lo político con la esfera
restringida de lo biológico. Pero la equivalencia que aquí se presupone entre la subjetividad y el cuerpo
biológico individual debe ponerse en tela de juicio. Sobre todo, es discutible pretender asir la esencia
(biopolítica) del poder a partir de una de sus manifestaciones contemporáneas más espectaculares. Hacer
de la biometría la verdad finalmente develada del poder no solo es excesivo, sino que ello corre el
riesgo de deslumbrar, ya que entonces se desconoce el efecto principal de este procedimiento sobre las
modalidades del reconocimiento y de la vigilancia.

Ciertamente, la biometría acarrea un concepto determinado de la identidad individual y personal y este


concepto, si debiese convertirse en exclusivo de todos los demás, es el que debe criticarse.
Primeramente señalarse que la biometría realiza una forma de despolitización y de individualización de
la vigilancia que se distingue del modelo "panóptico" que en otra época defendía Michel Foucault. Para
el Estado ya no se trata de ver todo sin ser visto, sino más bien de inmiscuirse hasta en las
particularidades extremas de la existencia individual para reducir a esta última a una suma de parámetros
constantes y objetivados. Por lo tanto, ya no es necesario de ningún modo "ver todo", sino más bien,
para retomar otras fórmulas de Foucault, de "ver lo menos posible de ello" dando prioridad a "una
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visibilidad desprovista de cualquier carga sensible". La biometría, como cualquier ciencia
clasificadora, sólo se ocupa de "objetos filtrados", es decir de figuras y de movimientos. El espesor de
los seres no es lo que le interesa, sino la constitución de un "espacio taxonómico de visibilidad" que
hace posible discriminar a los individuos según su peligrosidad. Por medio de esta forma de
abstracción que la caracteriza, la biometría nos recuerda que sólo hay poder sobre los signos y no sobre
los cuerpos.

Pero esta reducción del cuerpo a parámetros informáticos tiene sobre todo el efecto de privilegiar
exclusivamente lo que Paul Ricœur llamaba la "identidad mismidad" en detrimento de la "identidad
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ipseidad". Para reconocer esta forma de identidad, "se compara al individuo presente con marcas
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materiales consideradas como el rastro irrecusable de su presencia anterior en los lugares del litigio".
La identidad biométrica se reconstituye a partir de un sistema de marcas que se encuentra inscrito
directamente sobre el cuerpo objetivado del individuo. Desde este punto de vista, la biometría identifica
al cuerpo con un "invariante relacional", que pone a salvo de la más mínima duda sobre los hechos y
gestos de un mismo individuo en un tiempo dado. El criterio de similitud se vuelve perfectamente
constante, ya que se remite a las estructuras invariantes del cuerpo. La biometría accede entonces de
cierta manera al principio que la filosofía buscaba en vano del lado de la ontología de la sustancia:
aquel de una "continuidad ininterrumpida".

El riesgo es el de una totalización de la persona, de sus hechos y gestos, bajo la categoría del "mismo".
Podemos decir perfectamente que el control biométrico privilegia a la estructura sobre el
acontecimiento, fijando la identidad del individuo a riesgo de lo que Ricœur llama la "negación del
cambio". Pero si un cuerpo (objetivado) continua siendo el mismo, ¿puede decirse lo mismo de un
sujeto y del peligro que éste representa eventualmente para un Estado? ¿No hay ahí una manera de
remitir a un sujeto a características inalterables que no dejan más que poco lugar a la apreciación de las
circunstancias particulares? Lo que finalmente se vuelve contestable en la generalización de los
procedimientos de control biométrico en todos los movimientos es la tentación de construir parámetros
dinámicos (la identidad de un sujeto que actúa) a partir de datos estables (los de su cuerpo objetivo),
como si el futuro siempre se dejara deducir a partir del pasado.

El riesgo también es el de una pérdida del dominio sobre esos datos, que cobran su valor viajando y
conservándose. Compartir esos datos con otros Estados, que no necesariamente tienen los mismos
escrúpulos, ni la misma preocupación por las libertades individuales, hace surgir muchas preguntas.
Una circulación demasiado amplia (en especial con las empresas privadas de seguridad) los volvería
indestructibles. Si los datos biométricos debiesen revelarse a la vez indestructibles y permanentes, nos
condenarían a vivir en un mundo inmóvil y sin refugio. Una paradoja en el siglo de la globalización y
de la velocidad.
Michaël Fœssel y Antoine Garapon

1. Definición proporcionada por Ayse Ceyhan durante el seminario Ihej/Esprit, el 20 de marzo de


2006.
2. Ver la posición de la Cnil (Comisión Nacional Francesa de la Informática y las Libertades) sobre
la experimentación de las visas biométricas del 20 de diciembre de 2004 (www.cnil.fr).
3. Decisión de la Cámara de los Lores del 16 de diciembre de 2004.
4. Es más, como se verá, la biometría es la que debe contribuir a la reconstrucción de las biografías.
5. Ayse Cehan, "Sécurité, frontières et surveillance aux États-Unis après le 11  septembre 2001",
Cultures et conflits, 53, otoño 2004.
6. Dominique Linhardt, seminario Ihej/Esprit, 3 de abril de 2006.
7. A. Cehan, "Sécurité, frontières et surveillance aux États-Unis après le 11  septembre 2001", art.
citado.
8. M. Dobbs, "Homeland Security, New Challenges for an Old Responsability", Anser Institute for
Homeland Security, marzo de 2001.
9. Didier Bigo, "Gérer les transhumances. La surveillance à distance dans le champ transnational de
la sécurité", en Penser avec Michel Foucault, París, Karthala/Ceri, 2005, p.130-160.
10. Sobre este punto, ver el artículo francamente crítico de David Lyon "La frontière est partout:
encartement, surveillance et altérité", Les Cahiers de la sécurité, 56, 2005, p.91-106.
11. Ver Giorgio Agamben, "Non au tatouage biopolitique", Le Monde, 11 de enero de 2004.
12. Agamben, "Non au tatouage biopolitique", art. citado.
13. Ver M. Foucault, Les mots et les choses, donde estas fórmulas sirven para caracterizar el sistema
de las clasificaciones de la historia natural en la edad clásica.
14. Paul Ricœur, Soi-même comme un autre, París, Le Seuil, 1990.
15. Ibíd., p.141.

Traducción de Claudia RIVA-PALACIO


Revue des revues, sélection de janvier 2007

Michaël FOESSEL & Antoine GARAPON : «Biométrie: les nouvelles formes de l’identité»
article publié initialement dans Esprit, juillet-août 2006.

Traducteurs:

Anglais: Ros Schwartz


Arabe: Anouar Moghith
Chinois: Yan Suwei
Espagnol: Claudia Riva-Palacio
Russe: Ekaterina Belavina

Droits:

©Michaël Foessel, Antoine Garapon et Esprit pour la version française


©Ros Schwartz /Bureau du livre de Londres pour la version anglaise
©Anouar Moghith /Centre français de culture et de coopération duCaire – Département de
Traduction et d’Interprétation pour la version arabe
©Yan Suwei/Centre culturel français de Pékin pour la version chinoise
©Claudia Riva-Palacio /Institut français d’Amérique latine pour la version espagnole
©Ekaterina Belavina /Centre culturel français de Moscou pour la version russe

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