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El colapso de Argentina incitó la falta de pago más grande de la historia. Los expertos
están de acuerdo en que este es sólo el último de una serie de salvamentos
encabezados por el FMI que despilfarraron miles de millones de dólares y no lograron
salvar a las economías que suponían ayudar. La naturaleza de esa falla, sin embargo,
es todavía disputada. Algunos argumentan que el FMI fue demasiado indulgente;
otros, que fue demasiado severo.
Aquellos que culpan al FMI ven el problema como autoinflingido por un gasto libertino
y corrupto por parte de Argentina. Los intentos por reasignar la culpa no son
razonables: uno puede entender la falta de pago como consecuencia de los errores
económicos hechos durante toda una década. Entender qué fue lo que salió mal nos
brinda importantes lecciones para el futuro.
El FMI fomentó el uso de este sistema cambiario. Ahora son menos entusiastas,
aunque es Argentina, no el FMI, quien está pagando el precio. La indexación redujo la
inflación; no promovió un crecimiento sostenido. Argentina debió ser alentada a
establecer un sistema cambiario más flexible o, por lo menos, una tasa de cambio que
reflejara más los patrones de comercio del país.
La crisis de Asia del Este en 1997 le suministró el primer golpe. En parte debido al mal
manejo del FMI, aquella se volvió una crisis financiera global, incrementando las tasas
de interés para todos los mercados emergentes, incluyendo Argentina. El sistema
cambiario de Argentina sobrevivió, pero a un precio muy alto: la aparición de un
desempleo de dos dígitos.
Pronto, las altas tasas de interés tensaron el presupuesto del país. Pero aún así, la
relación deuda-PIB de Argentina -incluso conforme empezó a colapsarse- permaneció
en un nivel moderado, cerca de 45%, más baja que la de Japón. Pero con tasas de
interés de 20%, 9% del PIB del país sería gastado anualmente para financiar la deuda.
El gobierno buscó la austeridad fiscal, pero no lo suficiente para compensar los
caprichos del mercado.
La crisis financiera global que se dió después de la crisis de Asia del Este dió inicio a
una serie de grandes ajustes en las tasas de cambio. El valor del dólar, al que estaba
atado el peso argentino, se incrementó fuertemente. Entre tanto, el vecino de
Argentina y socio comercial del Mercosur, Brasil, vió su moneda depreciarse; algunos
dicen que fue significativamente subvaluada. Los salarios y los precios cayeron, pero
no lo suficiente para permitir que Argentina compitiera de manera efectiva, en especial
porque muchos de los bienes agrícolas que constituyen las ventajas comparativas
naturales de Argentina se enfrentan a difíciles barreras para entrar a los mercados de
países ricos.
La austeridad fiscal suponía restaurar la confianza. Pero las cifras del programa del FMI
eran ficticias; cualquier economista podía haber predicho que las políticas contractivas
incitan la recesión y que los objetivos presupuestales no serían logrados. No hace falta
decir que el programa del FMI no satisfizo sus compromisos. Rara vez se recupera la
confianza cuando una economía cae en una profunda recesión y en el desempleo de
dos dígitos.
Quizá un dictador militar, como Pinochet en Chile, podría suprimir los disturbios
sociales y políticos que surgen en tales condiciones. Pero en la democracia argentina
eso fue imposible. En varias visitas a Argentina, me sorprendí del largo tiempo que
llevaban los argentinos sufriendo; para mí, que los alborotos callejeros hayan
destituido al presidente de Argentina no es tan sorprendente como que los disturbios
hayan tomado tanto tiempo en manifestarse.
1. En un mundo de tasas cambiarias volátiles, fijar una moneda a otra como el dólar es
muy riesgoso. Hace años que se debía haber aconsejado a Argentina que dejara su
sistema cambiario.
3. Ignorar los contextos social y político es en riesgo propio. Cualquier gobierno que
aplica políticas que dejan a grandes facciones de la población desempleada o
subempleada, no está cumpliendo su misión primaria.
7. Hacen falta mejores métodos para enfrentar situaciones relacionadas con Argentina.
Ese fue mi argumento durante la crisis de Asia del Este; el FMI argumentó en mi
contra, prefiriendo su estrategia de gran salvamento. Ahora el FMI reconoce
tardíamente que debería explorar las alternativas.
El FMI trabajará duro para reasignar la culpa; habrá alegaciones relacionadas con la
corrupción o se dirá que Argentina no tomó medidas necesarias. Claro, el país
necesitaba llevar a cabo otras reformas, pero seguir el consejo del FMI en cuanto a
aplicar políticas contractivas sólo empeoró las cosas. La crisis de Argentina debería
recordarnos de la apremiante necesidad de reformar el sistema financiero global, y una
profunda reforma del FMI es con lo que debemos empezar.