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Venezuela acumula cuatro años de una recesión económica que ya trae consigo los
elementos de una auténtica depresión. Una bancarrota comparable a la vivida hace poco
por Grecia, aunque con otros componentes y varios añadidos. Las autoridades se niegan a
ofrecer los datos formales de las cuentas del país, pero algunas firmas especializadas
calculan que, en 2017, el desplome alcanzó cotas de economía de guerra, con una
contracción del PIB del 14%. Todo parece indicar que será el mismo escenario de 2018.
Oliveros opina que ni siquiera una nación en guerra como Siria puede mostrar tales cifras
de deterioro. “Esta es la primera vez que el sector externo no influye en los vaivenes de la
economía del país. La depresión nacional va a tener, sobre todo, graves consecuencias
sociales, que probablemente no hemos visto del todo. Los empresarios están golpeados,
pero pueden resistir la tormenta. Muchos tienen ahorrados dólares en el exterior para
protegerse”.
Petróleos de Venezuela (PDVSA), el recurso natural del país ante cualquier contingencia y
ahora casi única fuente de ingresos, atraviesa un grave desorden funcional y monetario
que se traslada milimétricamente a la economía. El año pasado, según Ecoanalítica, la
petrolera redujo su producción en 300.000 barriles diarios, cifra que puede sobrepasar los
700.000 barriles durante los cinco años de Gobierno de Nicolás Maduro.
Es uno de los muchos desatinos que han dado pie al torbellino venezolano. Las fuentes
consultadas no dudan en señalar que son consecuencia de la profundización del sesgo
ideológico en la economía. El modelo de desarrollo chavista está diseñado para colocar un
hermético grillete sobre todas las variables de la producción y la formación de los precios,
mientras el Estado ha asumido la toma de los sectores productivos y destina un
importante esfuerzo organizativo y político a crear circuitos comunales y organizaciones
colectivizadas absolutamente disfuncionales.
El Dólar negro
El sector privado vive constreñido entre la total intervención del Estado en la economía y
las sanciones impuestas por la comunidad internacional. Los aumentos de sueldos son
compulsivos, y frecuentes los operativos unilaterales para intentar, sin éxito, bajar los
precios.
A ello se suma un panorama cambiario anárquico, dominado por los intereses creados y la
corrupción. En el país existe una tasa de cambio oficial, calculada en 10 bolívares por
dólar, y un dólar negro, que el Gobierno no reconoce oficialmente, pero que alimenta todo
el circuito económico nacional, y que ronda los 120.000 bolívares por dólar.
Aunque los responsables del Gobierno consideran al dólar paralelo como enemigo, no son
pocos los miembros del régimen manchados por la especulación. Muy especialmente, los
funcionarios oficiales y miembros de las Fuerzas Armadas facultados para otorgar
licencias de importación y administrar divisas de acuerdo a la paridad oficial, se supone
que para atender las demandas de desarrollo nacional. Muchos de ellos obtienen luego
jugosas ganancias con la reventa de productos y con negocios ilícitos usando la enorme
brecha del diferencial cambiario.
Venezuela registró, desde 1940 hasta 1980, las tasas de crecimiento económico más altas
del mundo. Sus ingresos petroleros la mantenían a salvo de los huracanes inflacionarios y
el desabastecimiento fue apenas puntual.
“Las primeras grietas comenzaron a verse hacia 2009, cuando el chavismo se decidió a
profundizar su modelo, año en el que comenzó un proceso selectivo de control en las
divisas, se eliminaron las fórmulas alternativas para comercializar con el dólar y se hizo
crónico el desabastecimiento. Se hicieron inocultables luego de 2012, cuando Hugo Chávez
gana por tercera las elecciones presidenciales y se concreta un boom importador
gigantesco, con fines electorales”, afirma Oliveros.
Ochoa afirma que las distorsiones logran afianzarse gracias a la naturaleza del propio
Maduro, un dirigente con un desconocimiento de la economía y que se ha ido rodeando de
los cuadros más radicales del chavismo. En parte para conseguir un nicho político que le
otorgue fortaleza en las pugnas internas. Luis Salas y Pascualina Curcio, y el economista
español Alfredo Serrano Mancilla son sus principales asideros.
“Lo peor de todo es que, con un programa económico sensato y responsable, que por
supuesto requerirá ayuda internacional, algunos de los males venezolanos podrían
desaparecer en apenas meses”, afirma Ochoa. La llegada del año electoral y la situación
límite que vive Maduro podrían agravar las cosas: para 2018, la inflación en el país podría
alcanzar, según Oliveros, la estratosférica cota del 7.000%. Una cifra que podría incluso
duplicarse, en opinión de Ochoa, si no se toman decisiones urgentes.