Cuentos mexicanos de hoy
Vicente Francisco Torres
Para Jaime Erasto Cortés porque ét sabe de
estos asuntos
I
de los 80, entronca con la narrativa que escribieron José Agustin,
Gustavo Sainz, Parménides Garcia Saldana y otros contemporaneos
Suyos como Ignacio Solares. Por mucha que sea la reserva con que se mire
a los onderes, sin ellos la prosa mexicana de hoy seria diferente. Claro que
esa escritura juguetona, antisolemne, coloquial y que daba entrada a los
recursos de los medios masivos de comunicacién se dio en narradores como
Guillermo Cabrera Infante y Manuel Puig, pero escritores como Armando
Ramirez y Luis Zapata han reconocido que sin Agustin y Sainz sus libros
hubieran sido distintos. Incluso por rechazo a la literatura de la Onda
Daniel Sada y Herndn Lara Zavala se vieron obligados a buscar nuevos
caminos para alejarse de una literatura ingenua y de moda.
‘Armando Ramirez no es sélo un puente entre la Onda y los novisimos,
sino todo un acontecimiento porque en sus libros los personajes marginales
se expresan con su propia voz bronca y agresiva. No es que los seres
amolados no hubieran aparecido en cuentos y novelas anteriores (ahf estén
Federico Gamboa y “Micrés” para probarlo), sino que la autocritica, el
lenguaje soez y la provocacién no tenian el descaro con que irrumpieron en
os libros de Armando Ramfrez. Si los personajes patibularios ya estaban
en los libros de José Revueltas o de Rafael Ramirez (a) Arlés, no tenfan la
violencia expresiva ni estaban escritos por alguien salido de las mismas
entrafas que mostraba. Armando Ramirez fue la punta de lanza de un
grupo de escritores entre los que podemos contar a Roberto Lépez Moreno,
Emiliano Pérez Cruz, Rafael Gaona, José Contreras Quezada, Cristina
Pacheco y Eduardo Villegas. La angustia, la degradacién, la miseria y las
sérdidas relaciones humanas de los bajos fondos estén en todos los autores
mencionados, pero es en Emiliano Pérez Cruz donde el rigor formal y la
tensién dramatica cristalizan en textos de una violencia y una ternura
paradéjicas.
Salvo casos excepcionales como Agustin Monsreal o Emiliano Gonzalez,
E lcuento mexicano escrito a finales de los 70 y durante toda la décadala mayoria de los autores aqui comentados cultivan tanto la novela como el
cuento,
Ignacio Solares es un autor que empezé como cuentista con El hombre
habitado (1975) y luego fue desarrollando algunos de sus relatos como
novelas. Su caso es interesante porque en tres lustros elaboré un mundo
lleno de suefios, metempsicosis, apariciones, mensajes espiritistas y delirios
que tienen por objeto ampliar los margenes de la realidad. El trabajo de
Solares ha encontrado a sus pares en los 80 gracias a libros como Amor
eterno (1987), de Enrique Lépez Aguilar, Donde deben estar las catedrales
(1984), de Severino Salazar y Los demonios de la lengua (1987) y Los
nombres del aire (1987), de Alberto Ruy Sanchez. En estos libros, lo sagrado
aparece no s6lo para ser venerado, sino para ser subvertido, parodiado o
disfrutado.
vse
El desierto, como espacio literario, ha sido poco tratado no sélo en la
literatura mexicana sino en la latinoamericana en general. En Brasil,
autores como Euclides da Cunha y Gracilano Ramos han mostrado ese
mundo inmisericorde y muerto de sed; también Ezequiel Martfnez Estrada,
Alcides Arguedas, Horacio Quiroga y Francisco Coloane han hablado del
paramo; en México, escritores como Ramén Rubin, Emma Dulojanoff,
Mauricio Magdaleno, José Vasconcelos, Alfonso Reyes y el mismo Juan
Rulfo se han ocupado de las tierras dridas, pero no es sino hasta el tiempo
que aqui estudiamos cuando un grupo de prosistas se propone en sus libros
tratar el desierto como un asunto primordial. Gerardo Cornejo mostré en
La sierra y el viento (1977) y El solar de los silencios (1983) la conquista del
desierto; Ricardo Elizondo ha celebrado ese espacio porque alli el viento
canta y no hay putrefaccién, pero sobre todo porque quiere decir que
alli también se puede vivir. El hecho de que Elizondo titule su primer
libro Relatos del mar, desierto y muerte (1980), es ya significativo. Daniel
Sada en Juguete de nadie (1985) y Albedrfo (1989) usé el desierto como un
espacio obsesivo y opresor para sus criaturas y eso lo condujo a un estilo
virtuoso y coruscante donde la oralidad tiene una importancia de primer
orden. Y aquf vale la pena sefialar que hay un conjunto de libros que son
mds para ser ofdos que lefdos. Pienso en los textos de Elizondo, Cornejo y
Sada, pero también en La jaula del tordo (1985), de Herminio Martinez, a
quien no le disgustarfa que le llamaran cuentero. Si forzamos un poco las
cosas, aquf cabrian algunos libros de Miguel Mendéz, también de estilo oral
y obsesionado por las enormes extensiones sedientas donde ya aparece el
desierto descarado, es decir, las dunas.
El caso de Jestis Gardea es el de un virtuoso del lenguaje y del tropo.
6Sus cuentos y novelas deslumbrantes, aunque a él le choque la idea, estén
snosionados por el desierto y el sol. Es més, creo que Gardea es, en
burilador de historias porque se sienta a la sombra no sélo para escribir,
sino para escapar del calor y para no salir al desierto que aprisiona el lugar
donde vive: Ciudad Juarez.
Ur
Gardea, Ricardo Elizondo, Cornejo, Sada, Severino Salazar, ‘Lépez Moreno,
Herminio Martinez y Herndn Lara, nos recuerdan que si bien seguimos
jeyendo libros demoledoramente urbanos como Uno sorlaba que era rey
(1989), de Enrique Serna, la prosa mexicana de hoy busca sus temas
y escenarios en el interior del pais. Hoy no sdlo el desierto tiene una
resencia, sino autores como Luis Arturo Ramos, Roberto Bravo y David
Martin del Campo han vuelto al mar, al rio y a las ciudades de provincia.
Incluso en libros como La caja y otros cuentos (1988), de José Dario
Gutiérrez, el hecho de mostrar el mundo tropical es toda una empresa
Me parece que la alusiGn a la narrativa urbana defefia y al regreso a
Jos espacios del interior de la replica es mas que un problema de paisaje.
Se trata de maneras distintas de entender y de sufrir o de gozar, segun sea
el caso, la vida. Se trata de mundos con creencias ¥ aspiraciones distintas.
Por eso un joven como Ignacio Padilla divide Subterrenos (1990), su primer
libro, en cuentos de la vereda y del asfalto. Hay entre los escritores esa
intuicién y deciden enfrentarla abiertamente en sus libros.
Por supuesto que obras de escenarios cosmopolitas también se han
publicado. Entre ellas recuerdo No todos los hombres son romanticos
(1983), de Héctor Manjarrez y El mismo cielo (1987), de Hernén Lara
Zavala.
Vv
La década de los 80 vio un pequerio auge de personajes que habian recibido
un tratamiento marginal: me refiero a las mujeres y @ los homosexuales.
Entre un nutrido grupo de autoras como Marfa Luisa Puga, Ethel Krauze,
‘Angeles Mastreta, Gabriela Rabago Palafox, Mali Huacuja, Angelina
Muriz, Brianda Domecq, etc., destaca el planteamiento de los problemas
de la mujer en los libros de Aline Pettersson y Silvia Molina. Bn la segunda
hay incluso la intencién de escribir un libro exclusivamente con voces y
miradas femeninas, sean nifias 0 nanas. Se trata de Lides de estarto (1984),
que con algunos agregados aparecié en 1989 como Dicen que me case yo.
El tratamiento de la vida de personajes homosexuales esta mejor hecho
en novelas que en libros de cuentos. Novelas como El vampiro de la colonia
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