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Un erotismo extremo

Por Daniel Zimmerman y María Bernarda


Pérez

No hay La mujer, sostiene Lacan. No la hay, dado que ella se desdobla; en otras palabras: en la medida que
es no toda. Y si tiene un goce adicional, es precisamente por eso. Ese goce, suplementario al goce fálico, es
un goce que puede sentir, pero del que no sabe nada.
La mujer no existe –insiste en su seminario sobre Joyce, le sinthome (1975-1976) –. Cada vez tengo más
razones para creerlo –acota– sobre todo después de haber visto el filme japonés El imperio de los sentidos.
Allí, el erotismo femenino parece ser llevado a su extremo. Y ese extremo es, ni más ni menos, el fantasma
de matar al hombre. Sin embargo, eso no resulta suficiente. Es preciso que, después de haberlo matado, se
vaya aún más lejos.
Después de este fantasma, la japonesa en cuestión (que es una mujer de iniciativas) le corta el miembro a
su partenaire. Lacan se pregunta por qué después; por qué ella no se lo corta antes. Su respuesta: se trata
de un fantasma. Si la relación sexual existiera, no habría fantasma. Vemos ahí que la castración no es el
fantasma.

En su función propia en el análisis, ella no es fácil de situar dado que puede ser fantasmatizada; y es
precisamente eso lo que el filme nos presenta. De todos modos, lo que fantasmea la mujer impide el
encuentro. Aunque el instrumento con el que se opera para la copulación sea, como es patente, para
descartar, hay una barra que cualquier mujer sabe saltar: la barra entre el significante y el significado.
Pero hay otra barra –concluye Lacan– que dice que no hay Otro que respondería como partenaire, siendo
toda la necesidad de la especie humana que haya un Otro del Otro. Este es aquél que generalmente
llamamos Dios; pero cuyo análisis devela que es sencillamente La mujer.

Sexo y muerte. El imperio de los sentidos fue dirigida Nagisa Oshima en 1976; y conforma un díptico
con El imperio de las pasiones (1978). Por su fuerte realismo y el carácter explícito de las escenas sexuales,
fue prohibida en muchos países; en otros fue declarada de exhibición limitada. En Japón, pudo ser estrenada
recién en 2001. Para zanjar el debate sobre si se trataba de un filme erótico o pornográfico, el director lo
calificó como una película pornográfica.
Así como Kurosawa, Mizoguchi y Ozu son considerados los primeros realizadores japoneses reconocidos en
Occidente, surge a fines de los años ‘50 una nueva ola del cine japonés junto al free cinema y a la nouvelle
vague: Masumura (Con miedo a morir); Inamura (La anguila) y Nagisa Oshima; todos ellos directores que
crecieron en el Japón de posguerra, humillado y sometido por la firma del armisticio luego de Hiroshima y
Nagasaki. Oshima describe la condición humana como el lugar donde cohabitan en forma indisociable, la
muerte y el sexo. Propone el sexo y la violencia como medio de protesta; lo que originó la prohibición de su
segunda película (Nihon no yoru to kiri).
Por su calidad estética, El imperio de lo sentidos es considerada una obra maestra del género. Con escasos
momentos en los que los personajes salen al exterior y mediante largos planos de cámara fija, la película
narra la pasión de Abe Sada (sirvienta y prostituta) y su amo Kichi. El relato va en un crescendo pasional que
sobrepasa los límites de cualquier regla moral, llegando a la sumisión de Kichi (el amo) quien dice a Sada:
“Sabes que te pertenezco; haz con mi cuerpo lo que quieras”. Ella amenaza con cortarle el miembro si le es
infiel y manifiesta sus ganas de arrancárselo para tenerlo siempre dentro de su vagina. En ese juego de
castigos al que se entregan, y ante el cansancio de Kichi, Sada lo va estrangulando durante el coito para
mantener la erección.

La secuencia final en la que recorre las calles con el miembro de su amante en la mano ha sido considerada
el más fuerte desvarío erótico presentado en la pantalla. Una voz en off subraya: “estos hechos fueron
reales…; quienes la detuvieron quedaron sorprendidos por la expresión de felicidad que irradiaba su rostro”.

No hay Uno. Si la relación sexual existiera, definiría lo que es el Otro para un sujeto sexuado. El Otro, en
tanto lugar del significante, sustrae al sujeto su determinación sexuada. En lo tocante a las relaciones de los
hombres y las mujeres, lo que se llama colectividad –subraya Lacan– es algo que no anda. En su comentario
sobre El banquete de Platón nos recuerda que aquél que habla convenientemente de amor es un bufón:
Aristófanes; con su mito de ese personaje esférico, donde dos seres acabarían supliendo la relación sexual
siendo Uno en el amor. Parodia quizás de esta fusión son los personajes de El imperio de los sentidos: Sada
sujetada a los genitales de Kichi en uno de los paseos fuera de su encierro.
Así como La mujer no existe, una mujer no da con El hombre más que en la psicosis. En efecto, ese
universal es locura. A El hombre una mujer se lo prohibe; de allí el “un poco locas” que se dice de ellas. Es
también por eso que son no todas; es decir: no locas del Todo.
Erotismo riguroso*
Oscar Zentner
El hombre es un animal triste después del coito
(Omne animal triste post coitum)
Ovidio

El tiempo devora todas las cosas


(Tempa edax rerum)
Ovidio

Lo que deseas no es mortal


Ovidio

Introducción al problema

Abordé mi reciente viaje al Japón con expectativas de poder encontrar respuesta a una
pregunta que me he venido formulando desde hace ya tiempo; qué sucede con la ternura, la
ternura llevada al extremo al que se llega cuando un sujeto es tomado por una pasión sin
límites y siente que la vida, la única que tiene, carece de todo sentido si el ser deseado no
permanece todo el tiempo a su lado? En el caso que nos ocupa, el de un erotismo que sólo
conoce sus sabores cada vez que sobrepasa un límite, se encuentra prueba de una rigurosidad
inamovible. Y debo decir que el Japón recompensó con creces mis expectativas de encontrar
un esbozo de respuesta. Tal es así que gracias a esa recompensa puedo comunicarles algo,
que no es fácil, y que problematiza aún mas ciertas cuestiones.

Es en función de estas cuestiones que pasaré a recordar que en el seminario El


sinthome Lacan menciona el desvío y respuesta sintomática que le ha causado Joyce. De ello
ya nos hemos ocupado en extenso en Los dos destinos del objeto (a),1 El exilio de Joyce -
après le mot le déluge2 y en De la correspondencia Lacan - Joyce,3 donde decíamos que a
Lacan se le impuso una nueva conceptualización del inconsciente. Pero también ocurre un
segundo desvío causado por un acontecimiento casual sobre el cual arroja un comentario muy
breve.

Hoy aquí con ustedes voy a concentrarme en este último desvío, el que es casual, y en el que
considero que se esboza una sexualidad cuyo erotismo no pacífico 4 excede el statu quo
psicoanalítico. Es éste un erotismo que descubre a la psicopatología en su intento de definir lo
normal y lo patolólogico como fundada en los ideales de una época. Es en ésto que el Japón
me recompensó, y con creces.

Es también lo que pertinentemente muestra la película El imperio de los sentidos como efecto
en Lacan, película que vió la noche del 15 de marzo de 1976 en la companía de Jacques
Aubert entre otros, y que nombra al día siguiente en la sesión del 16 de marzo en el seminario
caracterizándola como del erotismo femenino. Pero la prisa de esta afirmación, poco ó nada
cuestionada, cumple la función de encubrir la insuficiencia - cuando no el error - de la llamada
fórmula de la sexuación.

No repetiré lo que asumo se conoce, pero esa fórmula en definitiva reintroducía el Génesis al
diferenciar un lado hombre y un lado mujer con lo que en cada lado haría obstáculo a la
llamada relación sexual; de un lado el falo ( ) y del otro el objeto (a). Aún cuando en ese
esquema la llamada mujer puede estar del lado hombre y éste del lado mujer, incluso así, el
Génesis es reafirmado.

El imperio de los sentidos, en cambio, basada en un hecho acontecido, muestra claramente


que sujeto hablanteser sólo hay andrógino ()5 y que como tal está sujetado a hacer
el amor con su inconsciente - su erotismo nada sabe de un llamado sexo femenino ó
masculino.

Para precisar la cuestión, en el sinthome algo del saber psicoanalítico comienza a diluírse, y en
el caso que nos ocupa se diluye puntualmente en la frase de Lacan diciendo: … está claro que
el fantasma en la mujer (la japonesa) no es un fantasma de castración …. afirmación que
despliega un manto de silencio sobre el fantasma de ese hombre (el japonés).

La paradoja que muestra el descenlace de la pasión en El imperio de los sentidos es que el


falo, la castración, y su contraparte el objeto (a), garantizan muy pocas cosas, menos aún que
haya hombre y que haya mujer. Es más, en la situación que nos ocupa la única garantía es el
coger y por lo mismo es solamente cuando el coger termina - y no por la pacificante
tumescencia/destumescencia - que el asesinato y la mutilación comienzan. El llamado hombre
es entonces cortado como souvenir de objeto (a), y no de falo.

Es justamente esta consecuencia inesperada que hace pregunta en Lacan; ¿Por qué se lo
corta después y no antes? Y se responde; porque el fantasma de la mujer no es un fantasma
de castración. Respuesta correcta pero que a nuestro parecer sólo puede sostenerse
rechazando la fórmula de la sexuación, cosa que Lacan se prohibe desde el momento en que
anuncia la película como tratándose del erotismo femenino.

Desde ahí, sólo puede responder volviendo a afirmar lo contrario de lo que la película le
muestra; que de lo que se trata es de erotismo a secas, búsqueda de agotamiento, desecación,
e incluso como en este caso, de asesinato mismo.

Yo llegué tarde al Japón para poder verlo, pero el museo de patología de Medicina de la
universidad de Tokyo atestiguaba6 de ese erotismo hasta hace pocos años con el especimen
del pene y el escroto de Ishida Kichizo, hasta que éstos desaparecieron tan misteriosamente
como también desapareció la última persona a quien ésto le concernía, Abe Sada.

Si el goce es de lo real su erotismo es riguroso, y ésto comporta el masoquismo donde la


angustia, presencia del objeto (a), puede de hecho situarse tanto en un sujeto como en otro. De
ahí la infelicidad de otra de las fórmulas; la pareja masoquismo-sadismo, y ésto la película lo
muestra con una lógica implacable.

Un erotismo riguroso es siempre una herejía, y ésta elección está en el extremo opuesto del
deseo, del placer, de la reproducción sexual, y de la vida. Como mostraré mas adelante, este
punto de la herejía será retomado por Lacan cuatro años mas tarde en el seminario de
Caracas.

Llevado por estos problemas, considero que la fórmula de la sexuación sigue reafirmando lo
que el recorrer teórico de Lacan ya no podía sostener más, y por eso propongo que la película
produce en él un verdadero golpe, golpe a una teoría que se encuentra superada, en retraso y
para la cual él mismo, sabiéndolo, no tiene aún la respuesta. Será solo en ese bricolage de
seminario, el de Caracas, en el cual al hablar de la Madonna dice lo que citaré a continuación y
que postulo es la respuesta sintómatica a lo que le había suscitado El imperio de los sentidos.
En ese seminario-respuesta recurre a Bramantino, el hermético Lombardo. Esto ya debería
habernos alertado, pero Lacan es aún mas explícito nombrando al Trittico di San
Michelle7 como la nostalgia de que una mujer no es una rana.

Ese cuadro que pinta la derrota del herético Arian es la respuesta sintomática que dará cuatro
años mas tarde a la película, y a su fórmula de la sexuación. Pero aclaremos, porque
efectivamente Lacan no dijo ésto que yo les digo ahora y por lo cual asumo la responsabilidad
de mi propuesta que mostraría lo que él enfrentó encontrando en la película que le muestra que
su fórmula de la sexuación era el reestablecimiento del viejo orden de los sexos de la Iglesia.
Que Arian el herético sea convocado en el seminario cuatro años mas tarde implica el esbozo
de respuesta herética de Lacan a lo que formuló en La angustia, cuando decía; De todos
modos, es en tanto que ella quiere mi goce, es decir, gozar de mí - lo cual no puede tener otro
sentido que la mujer suscita mi angustia; y ésto por una razón muy simple, inscripta desde
hace mucho en nuestra teoría: que no hay deseo realizable por la vía en la que lo situamos
sino implicando la castración. Es en la medida en que se trata de goce, es decir, en que es mi
ser lo que ella quiere, que la mujer no puede alcanzarlo sino castrándome.8 Esto para nosotros
es lo que ya no se sostiene más a partir de la película.

Lo herético es proponer una teoría donde la castración (- ) no es lo que angustia, sino al


contrario, lo que al normalizar, la evitaría. Lacan recibe un shock teórico con El imperio de los
sentidos, mas allá del breve y cauteloso comentario que hace en su momento en el seminario
sobre el sinthome. La película le muestra la insuficiencia, cuando no el error, de la fórmula de la
sexuación. A ese shock se referirá muy discretamente cuatro años mas tarde en el seminario
de Caracas, donde usó ese cuadro de Bramantino, el magnífico y enigmático Trittico di San
Michelle para referirse justamente a la Madonna como andrógina. Pero donde Bramantino
había pintado un sapo (crapaud) Lacan, por diseño ó por lapsus, habló de la nostalgia de que
una mujer no sea una rana (grenouille), 9 es decir un ser no andrógino, no afectado por el
lenguaje y en consecuencia sin estar sujeta a un erotismo. Repetimos, que así es como
responde Lacan a lo que cuatro años antes le subvirtió ciertos principios mostrándolo estar a la
rezaga con la insuficiencia de su formulación de la sexualidad y de la no relación sexual para
enfrentar a la película.

Lo que la película muestra y toma a Lacan por sorpresa, es que el fantasma de esa mujer no es
de castración, es decir de tumescencia/detumescencia del órgano de su partenaire sino que su
fantasma, como se debe, es de parcialización, de a-ización, y ésto es lo que angustia, aún
incluyendo que efectivamente uno de esos objertos (a) sea el falo.

Las fintas que hace con su comentario es que película muestra a esa mujer (japonesa) ademas
como de recursos, emprendedora, y como finalmente como ponedora. Estas fintas no dejan de
ser sospechosas, incluída su duda frente a la sangre de los cuerpos cavernosos y su confesión
final de que en verdad de eso no sabe mucho. Sabemos que en los hechos de 1936 hubo
efectivamente mucha sangre en los cuerpos cavernosos, tanta que le permitió a Abe Sada
escribir sobre el muslo de Ishida y sobre las ropas de cama con la tinta de la sangre su
amante; Sada, Kichi juntos. Y mostrando que ésto no era suficiente, no dejó la escena del
crimen sin grabar primero con el cuchillo su propio nombre en el brazo izquierdo. Declaró a la
policía que; Escribiendo en la sabana y en su muslo, sentí que él era parte mía y grabando mi
nombre en su brazo con el cuchillo sentí que yo había devenido también parte de él.

Si Abe mata a Ishida es para que nadie que no sea ella pueda gozarlo. Por lo mismo es que le
corta el pene y el escroto. Después de matarlo siente un gran alivio que describe como falta de
peso, como habiéndose sacado un peso de encima. El pene y el escroto que llevaba entre sus
senos, muestra que para Abe el objeto (a) del otro va entre sus propios objetos (a). Espero que
se perciba la sutileza del asunto, objetos (a) del otro y objetos (a) del sujeto, muestra que la
estructura del goce puede ser mucho menos clara cuando no confusa. La policí a la apresa
cuando estaba a punto de suicidarse en un pequeño hotel.

Poco tiempo despues del crimen Abe va a un hotel con el profesor Omiya, llevando con ella
siempre entre sus senos, el pene y el escroto de Ishida. Es allí que al ponerlos debajo del futón
para acostarse con el profesor que nada sabe ni del crimen ni de las posesiones de Abe Sada,
aquel le dice que no lo tome a mal pero que ella huele raro, mostrando así sin duda que los
preciosos objetos (a) del sujeto pueden oler a podrido para el otro. De todas maneras hicieron
el amor a la mañana y a la tarde, en dos hoteles diferentes, y ésta fue la última vez que se
vieron dado que fue apresada poco después por la policía.

Y aquí, para colmar aún mas nuestro aprendizaje, Abe nos deja estas perlas. Cuenta que en
cierta ocasión, y en el zenith de la relación con Ishida, mientras iban en taxi a un hotel, ella
estaba menstruando y le comentó a Ishida del inconveniente, a lo cual él puso los dedos en su
vagina y remojándolos un poco en la sangre de la menstruación, luego de olerlos, se los chupó
para después besarla a ella en el mismo lugar. Pocos días mas tarde, comiendo en el hotel,
Abe quiso saber cuan importante ella era para él y lo puso a prueba. Le pidió que colocara un
poco del sushi que comían adentro de su vagina y comiera, cosa que Ishida hizo sin ningun
problema, y juntos compartieron así un poco de sushi mezclados con los jugos vaginales de
Abe.

Condenada a seis años de prisión, su condena fue conmutada en 1940 durante la celebración
de los 2600 años de la asunción al trono por el mítico Emperador Jimmu. Al quedar libre Abe
Sada toma una nueva identidad, se casa, y cuando su marido descubre quien es, se divorcia
de ella. Participa mas tarde como actriz en algunos películas en las que aparece representando
el mismo rol que ocupó en la realidad. Finalmente desparece en 1970 y nunca mas se vuelve a
saber de ella.
Las fotos que he tenido entre mis manos la muestran a pocas horas de haber sido detenida,
con una sonrisa para mí de enigmática Gioconda, pero quienes la apresaron la describieron
como estando radiante. En todo caso, mi impresión tanto como de quienes la apresaron, no
puede reemplazar lo que ella misma dijo, y que da apoyo a la descripción dada. Porque lo que
ella dijo - son sus palabras - es que luego de haberlo matado sintió un alivio enorme. Esto no
debería extrañar a ningun psicoanalista con algo de oído, porque el alivio es una figura que
habla de la falta de peso. Efectivamente el alivio es que sólo a partir de la falta y habiendo de
nuevo en ella falta es que podrá, eventualmente, volver a desear.

Allouch, en Homenaje rendido por Jacques Lacan a la mujer castradora, percibiendo la


decepción de Lacan respecto a su fórmula no hay relación sexual, llega al final de su trabajo y
refiriéndose a El Imperio de los sentidos, dice; El mismo falo, pero exhausto, un objeto(a), que
al poseerlo la vuelve loca. Aquí yo iría mas despacio, despacio porque en rigor ésto no es tan
simple. Primero, basándome en la declaraciones de Abe es que insisto que habría que precisar
que la locura está en el antes, cuando está loca de celos de que alguien pueda tener el pene y
el escroto de Ishida, es decir el (a), y no en el después. Lo dice ella misma con claridad al
interrogársele sobre la mutilación del cuerpo muerto de Ishida y su respuesta es absolutamente
cuerda. Dice; Corté el pene y los testículos de Ishida porque era lo que más quería de él y no
podía soportar la idea de que su mujer al lavar su cuerpo los tuviera entre sus manos. También
responde a porqué grabó con un cuchillo en el brazo de Ishida muerto su nombre. Dijo; Porque
quería ponerle algo de mí a él así como con su pene y los testículos yo tenía algo de él en
mí. Por lo mismo, señalemos también que loca sí pero de ninguna manera psicótica.

Para concluir

Y si el falo es un objeto (a), y lo es sin duda, lo que falla en esa fórmula de la sexuación es la
repartición de los supuestos obstáculos del lado hombre y del lado mujer, que serían
justamente los que sostendrían tal diferencia en el porqué de la no relación sexual. Y si no hay
relación sexual lo es por razones muy diferentes a las que Lacan propone. No hay relación
sexual por las razones que les voy a mostrar, razones bien puntuales que pueden leerse en la
contratapa de su tesis Sobre la psicosis paranoica y su relación con la personalidad.
Dice; Tesis publicada no sin reticencia. Por pretextar que la enseãnza pasa por el rodeo de
medio decir de la verdad. Añadiendo: a condición de que, rectificado el error, ésto demuestre lo
necesario de su rodeo. Que éste texto no lo imponga, justificaría la reticencia. Lacan se había
resistido a esa republicación diciendo que no hay relación entre la psicosis paranoica y la
personalidad porque son la misma cosa. Esto es exactamente lo que les vengo a decirles; no
hay relación sexual porque son lo mismo, los llamados dos sexos son andróginos.

Entonces propongo lo que de hecho hasta aquí presenté con marchas y contramarchas. No
hay relación sexual porque ambos - el lugar llamado hombre y el lugar llamado mujer, al estar
tomados por el lenguaje, el erotismo los equipara. Es lo que casi alcanza a mostrarnos en
Caracas Lacan cuando a él ya le faltaba el aliento y a nosotros cortos de entendimiento, nos
obligó con el tiempo, a ser lentos de entendimiento.

4 Lacan, J. … es sorprendente que el número está ya dado en el lenguaje como lo que se transmite en él de lo real. Porqué no
admitir que la paz sexual de los animales - para enfrentar uno que dice que es el rey, el león - se debe al hecho de que el número no
está enganchado a su lenguaje … pero quién sabe qué hacer con un cuerpo de hablanteser fuera de abrazarlo más o menos
fuertemente. Qué pasa con el otro cuando el deseado le dice; apriétame fuerte! Un poco tonto para el coger. Cualquiera sabe como
hacerlo mejor; digo cualquiera, una rana, por ejemplo. Hay una pintura que he tenido en mi cabeza por algun tiempo. Pude
recordar el nombre del pintor no sin las dificulatdes propias a la gente de mi edad; Bramantino. La pintura está bien hecha para
dar fé de la nostalgia de que una mujer no es una rana, que está ahí boca arriba en el frente de la pintura. Pero lo que es aún mas
sorprendente es que la Virgen con el Niño tiene algo como la sombra de una barba, lo que tiene que ver con su hijo cuando sea
pintado como adulto. La relación descrita sobre la Madonna es mucho mas compleja de lo que usualmente se piensa… me ubico
allí en lo real mejor que Freud, interesado en lo que hay del inconsciente porque el goce del cuerpo se apoya en el inconsciente…
Lo que el lenguaje puede hacer mejor es mostrarse estando al servicios de la pulsión de muerte. Esta es una idea de Freud, una
idea genial que se confirma con lo que sigue; el lenguaje solo deviene efectivo cuando deviene escrito …
Seminario de Caracas, 12 Julio, 1980. Venezuela. Papers of The Freudian School of Melbourne, Editor Oscar Zentner, Vol 2, p 106.

5 Varón =  y mujer =  (combinados) andrógino = .


Lacan, J. Toda exigencia de a por el camino de esta empresa, digamos, ya que he tomado la perspectiva androcéntrica de encontrar
a la mujer, no puede sino desencadenar la angustia del otro, precisamente por cuanto yo no lo hago más que a, por cuanto mi deseo
lo a-íza, por así decir. Y aquí, mi pequeño circuito aforístico se muerde la cola: es por eso que el amor-sublimación permite al goce
- y me repito - condescender al deseo. Sesión del 13 de marzo 1963, Seminario La angustia.
Hay goces y goces
“Goce” y “placer” son dos palabras que en el lenguaje vulgar se intercambian habitualmente,
pero no es así para el psicoanálisis, señala el autor de este trabajo. Observa que, en el goce,
“algo se fuerza” y advierte que (aun mientras se lee esta página) “es imposible no gozar”. Es
que existen goces muy diferentes.

Por Sergio Rodríguez *

“Goce” y “placer” son dos palabras que en el lenguaje vulgar se intercambian habitualmente: no
es así para el psicoanálisis, a partir de la enseñanza de Jacques Lacan. Como suele suceder
con los descubrimientos o invenciones, Lacan, al producir un nuevo concepto, lo nominó con un
viejo significante. Comentaré un fragmento de su trabajo “Psicoanálisis y medicina”: se trata de
una conferencia pronunciada ante un auditorio de médicos, no psicoanalistas.

Dijo entonces Lacan: “¿Qué se nos dice del placer? Que es la menor excitación, lo que hace
desaparecer la tensión, la atempera más, por lo tanto aquello que nos detiene necesariamente
en un punto de alejamiento, de distancia muy respetuosa del goce. Pues lo que yo llamo goce,
en el sentido que en el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del
forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña. Incontestablemente hay goce en el nivel donde
comienza a aparecer el dolor, y sabemos que es sólo a ese nivel del dolor que puede
experimentarse toda una dimensión del organismo que de otro modo aparece velada (...) Este
cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que
está hecho para gozar, gozar de sí mismo”.

En la primera parte del fragmento, Lacan expone con sus palabras la definición que ya Freud
había dado sobre el llamado “principio del placer”, donde el placer se vincula con la reducción
de una tensión. En cambio, él advierte que el goce, “en el sentido que en el cuerpo se
experimenta, es siempre del orden de la tensión”. Aquí Lacan describe el goce a partir de lo
básico: cómo se lo percibe y se lo experimenta en el cuerpo. Se trata de un observable en la
práctica. En ese sentido, afirmo: es imposible no gozar. Seguramente, los lectores de este texto
están experimentando de un modo o de otro su cuerpo. En algún lugar tienen alguna tensión,
en algún lugar algún dolor, en algún lugar andan pensando que tendrían que ir al masajista.

Y Lacan agrega que el goce es del orden “del forzamiento”. Esto también marca una gran
diferencia con el placer: en el placer no se fuerza. Y añade Lacan: “... del gasto”; el goce gasta,
algo se pierde. Y agrega todavía “... incluso de la hazaña”: aquí ya sale de la descripción del
goce en el cuerpo y salta a lo simbólico-imaginario. La hazaña es una determinada realidad con
que el sujeto se expresa. Especialmente los hombres somos muy adictos a creernos héroes de
hazañas, y esto sucede particularmente en los obsesivos. Siempre tenemos que mostrar que
podemos un poco más.

El fragmento sigue con que “hay goce en el nivel donde comienza a aparecer el dolor”. Destaco
que es “donde comienza” el dolor. Hay una cierta vulgarización psicoanalítica para la cual el
goce sería en sí mismo dolor, sufrimiento: puede serlo, sí, pero sólo a veces. Lo cierto es que,
cuando comienza a aparecer el dolor, el cuerpo se empieza a experimentar. Entonces, continúa
Lacan, “puede experimentarse una dimensión del organismo que de otro modo queda velada”.
Los intestinos nos pasan inadvertidos hasta que se producen retortijones. La existencia de la
musculatura lisa no se advierte hasta que duele o entra en tensión.

En otro lugar del mismo trabajo, Lacan dice: “Este cuerpo no se caracteriza simplemente por la
dimensión de la extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo”.
La frase “de sí mismo” no es común en Lacan. Es mucho más común en Freud, en Winnicott,
en Hélène Deutsch; en Lacan, no. Aquí viene a centrar el goce como un goce de sí mismo.
Este es un punto clave: tiene mucho que ver con los desencuentros que se producen entre la
gente, ni qué decir entre los amantes.

En el seminario “Aún”, donde Lacan toma a fondo esta cuestión, Lacan se refiere a la causa del
goce. Hasta entonces, los lacanianos estaban habituados a colocar en el campo de la causa
sólo el objeto como perdido, ya que Lacan se había centrado en la cuestión del deseo. El goce,
aunque está articulado con el deseo, es otro tema. Y reconoce una causa que no es la del
deseo. Si el deseo surge causado por la pérdida de objeto, la causa del goce está en el
significante. Lacan da una explicación muy sencilla: “¿Cómo saber dónde y con qué gozar si no
disponemos del significante?”. Cada pedazo de nuestro cuerpo está nominado por algún
significante, y lo mismo sucede con cada pedazo del cuerpo del otro. La disposición de estos
significantes es lo que nos permite saber qué hacer cuando nos disponemos a ejercer el goce.

Y, también, el significante permite saber ponerle punto final a cada circunstancia de goce. Si no
se supiera ejercer el final del goce, éste sólo podría ser la muerte o cualquier variante
invalidante. Hay una película que, además de ser hermosa en sí misma, resulta muy
interesante para esta cuestión: El imperio de los sentidos. Es muy interesante observar el
movimiento que, con relación al goce, se produce en los dos protagonistas, y cómo, cuando el
significante deja de funcionar como causa final del goce, en ese momento sucede la muerte.

Exquisito, pero...

Lacan fue discriminando diferentes tipos de goce. Y tiene especial importancia observarlos en
su variación. El goce es, fundamentalmente, goce fálico. En primer lugar, porque el goce fálico
está limitado por el significante. En la película que mencioné, por no estar limitado por el
significante, se pierde incluso lo que toma el lugar de encarnadura del falo: el pene de uno de
los protagonistas. El goce fálico, al tener relación con el significante, la tiene con el
establecimiento de una realidad. Sin embargo, observa Lacan en “Aún”, el significante es necio;
es lo que permite mantener la relación habitual entre la gente, la relación imaginaria, que es
necesaria pero a costa de la necedad, de perder la posibilidad de ver y captar muchas cosas en
términos que permitan producir algo nuevo.

Y también se refiere Lacan al goce del Otro. Hay una cuestión radical: no hay acceso al goce
del Otro. El goce es “de sí mismo”, goce del propio cuerpo. De lo que le pasa al otro vamos a
hacer mil interpretaciones, vamos a creer y a querer creer mil cosas, pero, por lo general, ni el
otro mismo sabe qué le pasa. Especialmente si es una mujer.

Pero Lacan va a desarrollar el tema del goce del Otro como fantasma neurótico. Es uno de los
fantasmas neuróticos más lamentables, más graves para las sociedades: buena parte del
racismo, de las guerras, de las luchas o encontronazos sociales tiene que ver con esa ilusión
neurótica de que, mientras uno no goza, el otro sí goza.

En cuanto al psicótico, se siente gozado por el Otro por sus voces, las alucinaciones, a lo cual
responderá en forma delirante. Se sentirá gozado por ese Otro imposible de callar. Más
adelante, en el seminario “El sinthome”, Lacan va a señalar que el goce del Otro es, en
realidad, “del Otro que no hay”. Esto se vincula con que no podemos saber cómo el Otro goza.
Conviene aclarar esto para no suponer que, por ejemplo, Fulanito es gozado por el padre o por
la madre: ése será en todo caso el fantasma o el delirio de Fulanito.

Y finalmente está lo que Lacan llama el Otro goce; a veces también lo llama el goce femenino,
y lo describe como no limitado por el significante. Acceder a este goce es menos improbable
para las mujeres que para los hombres, especialmente para la mujer que ha logrado salir de la
posición histérica, que es un obstáculo para el goce femenino. En la posición histérica, las
mujeres gozan de su cuerpo como falo, o no van más allá del goce de su clítoris; encuentran un
obstáculo parecido al que encuentra el hombre para gozar. Pero, por fuera de esa posición,
llega a ser accesible un goce del que podría decirse que abarca todo su cuerpo. En todo caso,
de ese goce no se puede dar cuenta; es un goce inefable que no pueden transmitir, no lo
pueden expresar en palabras. No está limitado por el significante. En el varón, en la medida en
que el goce fálico se reduzca al pene, obstaculiza el del resto del cuerpo. Es cierto que el pene
es un órgano de goce tan exquisito que puede hacer obstáculo a que goce del resto del cuerpo.
En el varón tiene que haberse producido un importante movimiento de libidinización del resto
del cuerpo, debe haber perdido cierto peso el goce del pene, para que pueda haber algún
acceso al goce femenino.

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