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La espacialidad del Desarrollo Desigual1

Costis Hadjimichalis (Universidad Harokopio, Atenas)

Borrador (no citar sin autorización del autor)

El Desarrollo Desigual es un concepto marxista, pero el mismo Marx no lo desarrolló


ampliamente, a pesar de haberse referido a otras dimensiones de la desigualdad
resultante del proceso de acumulación y la competencia entre capitalistas. Aseguró que
“el capital crece mucho en las manos de pocos en un lugar porque ha sido perdido en otro
lugar por muchos otros” (:585). En términos más generales, esto implica que la
periferialidad y el subdesarrollo no son simplemente el resultado de que un lugar sea
dejado de lado, sino que son activamente producidos, con lo que algunas regiones son
“ganadoras” al costo de que otras sean “perdedoras”. Marx comprendió solo parcialmente
la importancia del desarrollo desigual. Él vaticinaba que el mercado global llevaría a una
igualación de los niveles globales y las condiciones de desarrollo, una posición
profundizada por Rosa Luxemburgo, quien anticipaba que cuando el sistema capitalista
se hubiera expandido hacia todos los rincones del mundo, su expansión acabaría y su fin
llevaría al socialismo. Fue Lenin, sin embargo, el que señaló más explícitamente el
desarrollo desigual propiamente dicho al argumentar que desde ese momento en
adelante la expansión económica no se daría de la mano de una expansión territorial – es
decir, el colonialismo – sino como rediferenciación interna de un mundo ya conquistado.

En 1920 León Trotsky propuso una “ley del desarrollo desigual y combinado” que
analizaba las posibilidades políticas y las limitaciones de la construcción del socialismo
directamente desde una sociedad feudal. La contribución de Trotsky ayudó a entender
que diversos países pueden crecer en buena medida independientemente de otros, pero
no lo hacen aisladamente. Existen procesos interdependientes de difusión cultural,
comercio, relaciones políticas y religiosas y numerosos efectos de “rebosamiento” de un
país a otro.

1 Traducción de Jerónimo Montero Bressán.


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Todos los abordajes sobre el desarrollo desigual mencionados arriba surgieron de la


tradición filosófica del siglo XIX y principios del siglo XX caracterizada por la
subordinación del espacio al historicismo, un límite fundamental responsable también de
la subordinación general del espacio en la teoría social, incluso hasta nuestros días. Si bien
hubo grandes diferencias entre los pensadores marxistas del siglo XIX, sus aportes
brindaron un material muy rico para las teorías marxistas del desarrollo desigual
geográfico y también histórico. Sin embargo, para ellos el motor del desarrollo desigual
era fundamentalmente histórico: la producción de la historia a través de los procesos de
acumulación de capital y de las luchas de clases. La espacialidad y la geografía de estos
procesos eran parte del ambiente externo, poco más que una “complicación necesaria”,
tal como lo definió el mismo Marx. Recién en las tempranas teorías sobre imperialismo
fueron resucitadas para argumentar la reafirmación de la importancia del espacio en el
pensamiento marxista, pero se trató más de un acto de desesperación que de inspiración,
aprovechando una de las pocas áreas del pensamiento marxista moderno en las que el
espacio y la geografía parecían importantes. Como dijo Foucault (1980: 70), “el espacio
era tratado como lo muerto, lo fijo, lo no dialéctico, lo inmóvil. El tiempo, en cambio, era
riqueza, fecundidad, vida, dialéctica.”

A fines de los 1960s y durante los 1970s, las teorías del imperialismo y el desarrollo
desigual y combinado de Trotsky inspiraron las teorías de la “dependencia” y del
“desarrollo del subdesarrollo”, que tratan casi exclusivamente del desarrollo desigual a
escala internacional. En estas teorías, el desarrollo desigual es efectivamente identificado
como un resultado clave de la operación misma del capitalismo, como consecuencia de los
procesos de acumulación, de la movilidad/fijación del capital y de la circulación de valor.
En estas indagaciones del desarrollo desigual la unidad de análisis es el estado, y la
espacialidad es limitada a las fronteras del estado-nación. La espacialización dominante
es la de centro y periferia, a veces con la adición de semi-periferia. Los estados compiten
mediante el comercio e intercambian posiciones jerárquicas en la división internacional
del trabajo a medida que pasa el tiempo.

Todos los abordajes mencionados trataron al espacio como primordialmente contenedor


físico, la suma de los lugares de producción y consumo, el territorio de diversos mercados,
lugares que proveen recursos naturales y lugares industriales que los procesan, el origen
de la áspera fricción entre la distancia que sería “aniquilada” por el tiempo y las
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operaciones cada vez más liberadas del capital. El espacio fue reducido al rol de producto
muerto del ordenamiento, la relatividad de la localidad, la covariación estadística y los
axiomas geométricos.

Aunque generalmente ignorado, un importante aporte al desarrollo del análisis espacial


marxista se puede encontrar en Antonio Gramsci. Su estudio del desarrollo desigual
italiano (particularmente los temas del atraso del Mezzogiorno y su relación con el norte
italiano, el desarrollo urbano en Torino, la cuestión de la vivienda y la difícil alianza entre
el proletariado urbano y el rural) consistió en un gran intento de destacar las dimensiones
políticas, culturales e ideológicas del capitalismo por sobre el economicismo que
prevalecía en esos años. Un aporte que requiere especial atención es su análisis del rol del
estado capitalista moderno y su imposición de una determinada división territorial del
trabajo. En su “ensamblaje de relaciones sociales” que componen a las formaciones
sociales específicas – un término introducido muchos años después por Althousser –
Gramsci creó la abstracción del modo de producción en tiempo y espacio, en historia y en
geografía, en un marco conjetural específico que se volvía el necesario contexto para la
acción revolucionaria. Así, una problemática espacial no era identificada como tal, pero su
origen se hacía evidente en las relaciones espaciales de la formación social italiana y en
las especificidades de los lugares.

El paso de Gramsci a Lefebvre es principalmente una cuestión de cuán explícito era y


cuánto énfasis se le daba a la espacialidad del desarrollo desigual. Fefebvre, al igual que
Gramsci, peleó insistentemente contra las interpretaciones dogmáticas y reduccionistas
del marxismo, y sus escritos están marcados por la insistente búsqueda de una explicación
política acerca de cómo y por qué el capitalismo ha sobrevivido todas sus crisis internas,
desde la forma competitiva industrial de los años de Marx hasta el capitalismo avanzado
centrado en el estado y el capitalismo financiero actual. Su respuesta fue la muy conocida
tesis de la producción social del espacio. En “La supervivencia del capitalismo” (1976: 21)
escribió que

El Capitalismo ha encontrado por su propia cuenta la forma de atenuar (sino de


resolver) su contradicción interna por un siglo, con lo cual, en los cien años que
siguieron a la escritura de El Capital ha logrado el “crecimiento”. No podemos
calcular a qué costo lo hizo, pero sí sabemos cómo lo hizo: ocupando espacio,
produciendo espacio.
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Lefebvre vincula esta producción del espacio con la cuestión de la escala y asegura que la
reproducción de las relaciones sociales de producción tiene lugar en diversas escalas,
desde lo cotidiano hasta la urbanización planetaria. Las escalas son reproducidas en una
espacialidad creada que ha sido progresivamente “ocupada” por un capitalismo en
progreso, fragmentada en pedazos desiguales, homogeneizada en commodities,
organizada en espacios de control y extendida a escala global. Fefebvre no era un teórico
del desarrollo desigual, pero identificó una problemática espacial esencial al capitalismo
y la elevó a un rol central en la teoría social general. En este sentido ha sido una figura
primordial en el camino a convertir al espacio y a la geografía en componentes mucho más
importantes en el marco teórico del desarrollo desigual, y desde entonces el desarrollo
espacial desigual es un elemento integral y constitutivo del modo de producción
capitalista, más que un resultado del mismo.

Geógrafos sociales como David Harvey, Neil Smith, Ed Soja, Milton Santos y muchos otros
continuaron elaborando el concepto del espacio como construcción social, dando origen
a una teoría del desarrollo geográfico desigual que, según Harvey, aún está incompleta.
Especialmente Harvey, en su magistral obra Los límites del Capital (1982) - a lo que se
suman los aportes de Neil Smith (1984) con su teoría del “subibaja” del desarrollo
desigual - propuso una manera de comprehender las relaciones dialécticas entre
crecimiento y deterioro en lugares particulares. Antes que ellos, los economistas
franceses Christian Palloix y Alain Lipietz, y el economista belga Ernest Mandel, habían
sumado un elemento espacial clave en la teorización del desarrollo desigual: la
contradicción entre igualación y diferenciación de las condiciones de producción y
reproducción. La sola existencia de capitalismo presupone la presencia permanente y la
instrumentalidad vital del desarrollo espacial desigual como resultado de la diferencia
inherente entre las tasas de ganancia de diversas empresas y sectores. Con ello, existe una
clara tendencia a la reproducción continua de las desigualdades entre empresas, sectores
y regiones. Como señaló Ernest Mandel (1976) “si la tasa de ganancia fuera la misma en
todas las empresas, sectores y regiones, en todos los países del mundo, entonces no habría
más acumulación de capital que la necesaria por el movimiento demográfico.” Esto sería
inconsistente con la naturaleza del capital, y, como dice Harvey, “el capital seguramente
se estancaría”.
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Al mismo tiempo, hay una continua tendencia hacia la igualación de la tasa de ganancia y
la reducción de las diferencias entre sectores y espacios. Esto deriva de la competencia
entre empresas, la difusión espacial de la tecnología y las innovaciones que tienden a
igualar las tasas de ganancia gracias a la habilidad de los capitalistas a adaptarse a las
nuevas condiciones. La igualación deriva también de la intervención estatal para mejorar
las condiciones de producción, por ejemplo mediante la construcción de infraestructuras
o brindando incentivos y proteccionismo y mejorando las condiciones de la reproducción
social en diversas regiones. Toda igualación, no obstante, resultó ser temporaria, sea
porque el éxito capitalista en un lugar no puede mantenerse para siempre o porque el
apoyo estatal eventualmente se suspendió.

La espacialidad de la contradicción igualación/diferenciación nos permite avanzar hacia


el abordaje del movimiento del valor en el espacio. Los procesos de producción,
valorización, circulación y realización de valor no ocurren en la cabeza a-espacial de un
alfiler, sino en una espacialidad diferenciada y desarrollada en forma desigual. Por lo
tanto, existe una transferencia geográfica de valor cuando el valor producido en un lugar,
área o región es realizado a través de un proceso productivo que se da en otra región,
contribuyendo a la base de acumulación de la segunda. Esta transferencia se hace, en
primer lugar, indirectamente a través de la operación del mercado capitalista cuando el
intercambio se da entre participantes desiguales en términos de la intensidad del capital,
productividad, condiciones laborales y demás. En segundo lugar, se da directamente
mediante la intervención de agentes sociales, como la fuga de cerebros o los pagos de
deuda de una entidad socio-espacial a otra.

La escala geográfica predominante a la cual la contradicción igualación/diferenciación


opera y el desarrollo geográfico desigual ocurre fue cambiando a lo largo del tiempo. El
desarrollo espacial desigual no solo ocurre en una variedad de escalas, sino que además
está íntimamente relacionado con la producción y reproducción de escalas geográficas.
Por ende, el desarrollo espacial desigual implica una restructuración fundamental de las
escalas geográficas que enmarcan – y son enmarcadas por – la producción, valorización,
circulación y realización de valor.

¿Cómo podemos, entonces, operacionalizar este marco teórico general para entender la
actual crisis en el sur europeo y el continuo desarrollo espacial desigual en Europa y la
Unión Europea? ¿Y cómo podemos convencer a otros compañeros de que tengan en
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cuenta en sus análisis y acciones al espacio como algo que va más allá de su mero uso
como contenedor físico?

Junto a otros colegas del sur europeo, yo uso una versión del marxismo que va más allá
de las reglas de hierro de la acumulación del capital para considerar el rol del estado y
las instituciones a diferentes escalas, incluyendo la meta-gobernanza como la Unión
Europea y las intervenciones de una multiplicidad de actores sociales (incluyendo
partidos políticos y movimientos sociales), todo ello con una lectura analítica de la
ideología, la cultura, la clase y el género. En otras palabras, lo importante es explorar el
movimiento de valor en formaciones sociales y espaciales específicas, no en abstracto.

Nuestro posicionamiento periférico con respecto a los lugares de nacimiento del capital
fue tanto una limitación como, paradójicamente, una oportunidad. Esto se debe a que la
idea de “catching-up” no se utilizó solo en las teorías del desarrollo, sino también en el
lenguaje corriente y la producción de conocimiento. Con mis colegas nos dimos cuenta
enseguida de que las herramientas de la economía política que venían de otras tradiciones
discursivas y otras historias capitalistas no podían abarcar las complejidades de nuestras
sociedades. Fuimos afortunados al apoyarnos en la tradición Gramsciana y Fefebvriana (y
yo agregaría Fernand Braudel y la Escuela de los Anales), así como también en Nikos
Poulantzas, Salvador Ginner, Massimo Paci, Arnaldo Bagnasco, Maria Todorova,
Kostantinos Tsoukalas y otros, que contribuyeron a desarrollar una “crítica del sur”
específica. En esta tradición, nuestro marxismo y, por ende, nuestra teoría del desarrollo
espacial desigual, junto al estudio de procesos de acumulación clásicos, teoría del valor y
conflictos capital-trabajo, brindan una atención igualmente importante a lo que
podríamos llamar como “los restos” de la gran narrativa. Esto incluye, entre otros, a la
economía informal y pequeñas empresas; estatismo, clientelismo y patronazgo; el rol de
la tierra y la renta de la tierra; variaciones culturales, de género, familiares y étnicas; y
ante todo el espacio como construcción social, siempre desigual y construido a todas las
escalas, desde lo cotidiano hasta la escala europea y más allá.

En este sentido, mi argumento es que el crecimiento de la deuda pública fue más bien uno
de los efectos que de las causas de la crisis durante los últimos diez años. Por el contrario,
las causas de la crisis están más relacionadas con una combinación entre el desarrollo
espacial desigual de Europa en el largo plazo, y la estructura desigual y anti-democrática
de la Eurozona y de la introducción del Euro, que fue el contexto frágil y explosivo sobre
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el que se desarrolló la crisis financiera global golpeando al primer eslabón frágil: Grecia.
La creación de la Eurozona consistió de hecho en la producción de un nuevo híbrido
espacio/escala en el contexto de las transformaciones capitalistas hacia la
financierización y el giro hacia las actividades rentísticas, particularmente los negocios
inmobiliarios y la acumulación por desposesión. Con su interés en el “criterio de la
convergencia nacional”, la ausencia de una perspectiva espacial o regional en las
propuestas de la Eurozona implicó un error fundamental. En consecuencia, al llegar la
crisis se hizo evidente que esta visión mono-escalar del mundo era equivocada. Al buscar
entender por qué sucedió la crisis – y por ende cómo debe ser atacada – sostengo que es
necesario desafiar el foco en lo nacional y brindar importancia al desarrollo espacial
desigual y los flujos desiguales de comercio y los desbalances comerciales, que acumulan
plusvalor en las regiones septentrionales y del centro y déficits en las meridionales, que
luego derivan en deudas públicas.
Más aun, el carácter anti-democrático y autoritario de la gobernanza multiescalar en la
Unión Europea y la Eurozona exacerbó los efectos de la crisis e impidió toda medida
efectiva para manejar los problemas causados. En resumen, las causas de la crisis se
encuentran en la economía política del desarrollo espacial de la UE, procesos que son
inherentes al desarrollo capitalista y que ya venían dándose hacía décadas, pero a los que
se les sumó un drástico giro mediante la introducción del euro y de nuevas formas de
regulación en la Eurozona, mientras que el desarrollo desigual sería intensificado por las
políticas de ajuste impuestas en Europa o directamente por la Troika en Grecia y Portugal.
Muchos colegas no concuerdan con esta lectura de la crisis. No ven al espacio como una
construcción social y no creen que todos los tipos de relaciones sociales y relaciones de
producción son tanto formadoras de espacio como dependientes del mismo. Más aun, no
se dan cuenta de cómo el espacio puede ser utilizado para ocultarnos las consencuencias
de la crisis, cómo las relaciones de poder, de explotación y disciplina se inscriben en la
espacialidad aparentemente inocente de la vida social, y cómo las geografías humanas se
nutren de política e ideología. En este sentido, además de luchar contra las actuales
condiciones de autoritarismo, ajuste y explotación en casa y en la Unión Europea,
necesitamos hacer un esfuerzo paralelo para reafirmar la centralidad de la espacialidad
en el pensamiento de la izquierda marxista.

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