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Una de las instituciones que marcó de manera sustancial el transcurso de los siglos
comprendidos dentro de la edad moderna y comienzos de la contemporánea fue la
esclavitud. A pesar de que la esclavitud es una institución que ha existido desde los
primeros albores de la civilización, la peculiaridad de esta durante la edad moderna es que
sentó la base para la explotación y sometimiento de un grupo demográfico especifico; el
africano occidental. Si bien es cierto que existieron otros tipos de esclavitud más o menos
encubiertos que padecieron tanto indios como europeos, ninguno conoció la extensión y
brutalidad como la de los africanos. De hecho, las secuelas que ha dejado en la sociedad
occidental todavía son hoy más que palpables.
· Capitalismo y esclavitud:
Eric Eustace Williams, autor del libro Capitalism & Slavery, fue un historiador de
Trinidad y Tobago nacido en el año 1911. Descendiente de una familia de élites criollas
francesas de Trinidad, Williams estudió en la segunda mitad de la década de los años 30
en la universidad de Oxford donde se formó como historiador. En el año 38 termina su
tesis doctoral The Economic Aspects of the Abolition of the Slave Trade and West Indian
Slavery que finalmente será publicada bajo el nombre de Capitalism & Slavery en el año
44.
Por su puesto un comercio tan lucrativo generó cantidad de intereses privados que
defenderían la existencia y control de este sistema de comercio. De esto trata, a grandes
rasgos, el cuarto capítulo de la obra de Williams. Una de las figuras importantes en la
conformación de los intereses de las Indias Occidentales era la del plantador de las islas
caribeñas. Figura que en el siglo XVIII era más que conocida. Muchos de estos
plantadores provenían de orígenes humildes y gracias a estas plantaciones de azúcar
llegaron a los escalones más altos de la sociedad británica. El poder e influencia que estos
emprendedores obtuvieron fue igualado por los comerciantes que también se
enriquecieron con el comercio colonial. Estos dos grupos que representaban
organizaciones tan dispares tenían en muchas ocasiones intereses encontrados pero
cuando estos se ponían de acuerdo formaban un lobby de poderes inimaginables en una
época de corrupción parlamentaria como la del siglo XVIII británico donde los votos
estaban al mejor postor. Este interés indiano no escatimaba en recursos para estar
representado tanto en la cámara de los comunes como en la cámara de los lores y defender
sus plantaciones y la estructura de dominación sobre la que se sustentaban.
Igualmente relevantes son las inversiones que se realizaron con los beneficios
obtenidos del comercio triangular. En el capítulo cinco, Williams describe con extremo
detalle las diferentes direcciones que tomaron las empresas financiadas con los beneficios
de las Indias Orientales. El sector bancario fue uno de los beneficiarios de estas inversiones
indianas. Muchos bancos fueron establecidos en Liverpool y Manchester en el siglo XVII
y XVIII, la metrópolis esclavista y la capital del algodón respectivamente, que estaban
directamente asociados con el comercio triangular. En el siglo XVIII era típica la figura
del banquero que anteriormente había trabajado como mercader o artesano en el comercio
triangular y luego dio el paso a la banca. Instituciones como el Heywood Bank o Barclay’s
Bank tienen sus orígenes en este contexto. La máquina de vapor de manera análoga fue
financiada por instituciones inmersas en este comercio colonial como el Williams
Deacons Bank. En el campo del mercado de seguros nos encontramos a Lloyd’s que, antes
de convertirse en el Lloyd’s of London, primer mercado de seguros británico, había sido
un lugar en el que asegurar diferentes empresas inmersas en los viajes africanos y a las
Indias Orientales. Es aquí donde Williams pone de relieve el alcance tan omnipresente
que la actividad económica del comercio con las Indias Orientales tuvo en la sociedad
británica en su conjunto en los siglos que precedieron a la Revolución Industrial pero
asegura que no fue tan solo esta “economía esclavista” la que dio el salto sino que “el
crecimiento del mercado interno en Inglaterra, la cosecha de los beneficios de la industria para
generar aún más capital y alcanzar aún mayor expansión jugaron un papel muy relevante”
(Williams, 1992: 110).
Aun así, la influencia de las Indias Occidentales seguía siendo notable. El ataque
que comenzó a desarrollarse a partir de 1783 a la práctica de la esclavitud fue largo y bebió
de diferentes fuentes ideológicas al igual que atacó a la esclavitud en diferentes frentes, y
contó con diferentes actores para llegar en 1807 a la abolición del comercio de esclavos y
en 1833 a la emancipación. Williams pone de manifiesto en los capítulos ocho, nueve y
diez los diferentes mecanismos que se dieron lugar en este momento para llevar a la
abolición de la esclavitud y concluye que el auge y el declive de la esclavitud se corresponde
con el auge y declive del mercantilismo. El comercio se convirtió en el gran emancipador,
la única forma de de abolir la esclavitud era dejarla a merced de los principios del libre
comercio, esta se convirtió en la ideología del imperio del siglo XIX. Williams señala la
hipocresía de las campañas antiesclavistas británicas, muchas de ellas financiadas por
capitalistas que se enriquecían con el comercio con economías esclavistas de Brasil, Cuba
o el Sur de EE.UU.
En los dos últimos capítulos de su obra, Williams hace quizás su mayor esfuerzo
revisionista y refuerza su tono político. Por un lado nos explica el papel historiográfico
que han tenido los “santos” de la esclavitud en la historia imperial y cómo en muchos casos
su importancia ha sido malinterpretada e incluso exagerada. Por otro, señala el papel
crucial que tuvieron los esclavos en llevar a cabo la presión necesaria para hacer de la
abolición una realidad indiscutible. Williams enfatiza que la docilidad del esclavo negro
no es más que un mito, desmontado por la revolución de Haití y las revueltas de esclavos
en las Antillas que a principios del siglo XIX no cesaban: “El esclavo aprendió por sí que
existía una tercera parte en el diálogo para su liberación, el mismo. Conocía su fuerza y ejerció
sus medios para recuperar la libertad que le correspondía por derecho. En 1833 las alternativas
estaban claras: emancipación desde arriba o emancipación desde abajo, pero emancipación”
(Williams, 1992: 198).
· El debate Williams:
Una de las contribuciones más notables de Capitalism & Slavery fue sin duda la
elaboración de un estudio alejado de las perspectivas eurocéntricas que se encontraban tan
firmemente imbuidas en la academia británica de principios del siglo XX. Al poner como
foco principal de su estudio a las plantaciones azucareras antillanas como motor
económico del imperio, Williams de manera consciente rompe de manera drástica con la
historiografía tradicional contemporánea que enfatizaba el desarrollo del Caribe en los
siglos XVII y XVIII como consecuencia de la producción económica metropolitana y no
al revés. De esta forma Williams invierte el eje del flujo económico estableciendo las bases
de un principio de “teoría de dependencia” en el Caribe.
Este cambio de perspectiva llegó a redefinir las bases de los debates de historia
económica europea moviendo la atención a la forma, método y alcance de la riqueza del
continente europeo en relación con la explotación de mano de obra africana mediante el
comercio de esclavos y la economía esclavista del Caribe. No sólo fue importante la obra
de Williams para entender estos desarrollos macroeconómicos, sino también para
esclarecer el papel que desempeñaron los propios esclavos en los diferentes procesos de
abolición de las islas antillanas. En Capitalism & Slavery, Williams argumenta que la
abolición tuvo que ver menos con la ideología humanitaria de la metrópoli y más con la
presión social ejercida por las diferentes revueltas de esclavos en el Caribe y el declive de
la economía azucarera del XVIII. El estudio de Williams fue usado por este mismo como
una forma de desafiar el colonialismo y el control imperial de las islas Caribeñas.
El objetivo desde un plano político para Williams sería recordar a los europeos y
americanos las significativas contribuciones llevadas a cabo por los esclavos africanos y sus
descendientes en el desarrollo de las sociedades occidentales coloniales. Esta línea política
fue algo que Williams adoptó de manera relativamente temprana en su carrera académica
en Gran Bretaña y que llegó a chocar con la visión de colaboradores suyos como R. Trevor
Davies o Vincent Harlow, historiadores de la escuela imperial. Documentar el hecho de
cómo las colonias, habitadas por esclavos africanos, contribuyeron de manera sustancial al
desarrollo de Gran Bretaña y proporcionaron el capital financiero para la Revolución
Industrial probó ser una interpretación muy “radical”, sobre todo de boca de un joven
intelectual de las Antillas como Williams.
Los cuestiones sacadas a la luz por Capitalism & Slavery, han invitado a otros
académicos fuera de Reino Unido a hacer el mismo tipo de reflexiones sobre los sistemas
esclavistas en sus propios países. Uno de ellos, Alex Dupuy, realizó en 1985 un estudio
para Latin American Pespectives en el que se intentaba ver la relación entre la acumulación
de capital mercantil en Francia y la esclavitud en Sant-Domingue. Dupuy argumenta tres
ítems: el primero es que durante el XVIII el capital mercantil francés transformó Sant-
Domingue en una economía orientada a la exportación y jugó un papel crucial en la
acumulación de capital en Francia en general. En segundo lugar, la esclavitud es vista por
Dupuy no como algo inevitable al contrario de la concepción materialista de Williams,
sino cómo el resultado de las contradicciones del sistema colonial y los conflictos de clase
generados por el proceso colonizador dominado por el capital mercantil. Finalmente, los
efectos combinados del monopolio mercantil francés sobre la economía colonial y las
relaciones sociales de los esclavos causó el subdesarrollo y la dependencia de Sant-
Domingue. La contribución más significativa de Dupuy al debate fue introducir la idea
que la esclavitud no puede ser tratada como un generador independiente o exógeno del
desarrollo industrial. El comercio de esclavos y el colonial, en otras palabras, no son más
importantes que otros factores o sectores al generar el desarrollo industrial; “si las fuerzas
del desarrollo económico existiesen en una economía, el sistema esclavista podría haber visto
algún impacto positivo en vez de tratar al sistema esclavista como un elemento exógeno” (Dupuy,
1985). En el caso de Francia, el comercio de esclavos y el colonial estimuló el desarrollo
de manufacturas en las principales ciudades portuarias francesas como Bordeaux, Nantes,
Rouen, Le Havre, and Honfleur. Cualquier industrialización que hubiera en Francia
creada por la acumulación de capital de las colonias no creó las condiciones generalizadas
para una revolución industrial pero para la burguesía mercantil resultó ser crucial. El
capital mercantil “en los años de su supremacía anterior al advenimiento del capitalismo
industrial nunca abrazó las ventajas de la competencia pero intentó formar monopolios siempre
que pudo; localmente, en mercados particulares e internacionalmente” (Dupuy, 1985). Es
interesante contrastar las conclusiones que obtiene Dupuy en el caso francés ya que nos
hace ver que, expandiendo la explicación de Williams, el desarrollo de una economía
esclavista no tiene siempre como consecuencia directa el advenimiento de orden
económico industrial. Dupuy explica, además, como la esclavitud no es fruto únicamente
de la creación de colonias exportadoras llevada a cabo por el capital mercantil en este
período de formación de una economía mundial capitalista. Más bien, las contradicciones
entre mercaderes, plantadores y engagés en las colonias engendraron la esclavitud. La
economía esclavista no existía como un modo independiente de producción sino que
estaba política y económicamente subordinada a la economía metropolitana.
Una de las figuras más críticas con respecto a las tesis de Williams es el historiador
David Eltis. En un artículo para el Journal of Economic History que escribió junto con
Stanley L. Engerman, señala que “la economía azucarera de las Indias Occidentales puede
haber sido grande pero no más que otras industrias que operaban en la economía doméstica de
Gran Bretaña. Las conexiones entre el azúcar y la macroeconomía británica fueron excepcionales
en el sentido que fueron más débiles y menos estratégicas que las de otros como los textiles, el hierro
o el carbón, y que al contrario que otros sectores, el azúcar era sustentado por un sistema laboral
mucho más vicioso” (Eltis & Engerman, 2000). A lo largo de este artículo ambos autores
contribuyen a presentar un complejo espectro compuesto de diferentes posiciones respecto
al tema de la relación entre industrialización y esclavitud. Una de las muchas críticas que
a su vez recibieron tanto Eltis como Engerman en la presentación de sus conclusiones es
que desde un principio parecen tergiversar las observaciones de Williams al asumir que la
esclavitud es condición sine qua non para la industrialización en la visión del autor
caribeño. Además existen intercambios a lo largo del análisis entre conceptos como la
“trata de esclavos” y “la economía azucarera” para referirse a la economía esclavista del
Atlántico que dificultan el entendimiento de las tesis finales. Irónicamente, como apunta
el historiador Nicholas Draper (Draper; Hall & McClelland, 2014: 29), los académicos
que apoyan posiciones como la de Eltis argumentan que el papel de la esclavitud era
marginal en el siglo XVIII son los que, por lo general, defienden que en el siglo XIX era
una industria tremendamente lucrativa y en expansión, es decir una inversión de la tesis
del declive de Williams.
Una de las tesis más interesantes en este debate abolicionista es que el capitalismo
estimuló el anti-esclavismo no mediante la relación de la superioridad de la mano de obra
libre respecto a la esclava sino a causa del impacto de la economía de mercado en valores
y percepciones adquiriendo un nuevo estilo cognitivo; es decir, el humanitarismo y el
abolicionismo británico aparecieron a través del juego entre valores alimentados por el
mercado y no por la dialéctica del conflicto de clases.
Aquí vuelve a ser relevante sacar a colación a Drescher quien ejemplificó que en
una sociedad orientada al mercado y con “valores alimentados por el mercado” como
Holanda no consiguió despertar un fuerte sentimiento abolicionista entre sus habitantes
(Drescher, 1994). El caso holandés es sinceramente significativo ya que en el siglo XVII
tenía el comercio per cápita más grande de cualquier nación del mundo y tenía una
participación activa en el sistema esclavista del Atlántico que se mantuvo durante dos
siglos sin despertar un movimiento abolicionista particularmente determinante. Sin
importar cuales sean las implicaciones económicas de cada caso específico, el
abolicionismo se sigue presentando como una “superestructura” que refleja una “base”
económica. La relevancia del ejemplo que nos brinda Drescher está en que nos presenta
un dilema que no encaja con esta concepción tan mecánica dictada por el tono de
Williams; “la sociedad holandesa era pionera en el desarrollo del capitalismo moderno desde
principios del siglo XVII, una sociedad libre de servidumbre desde hacía tiempo y aun así fracasó
en generar un movimiento antiesclavista de importancia cuando se le pone en contexto”
(Drescher, 1994). Lo que propone Drescher es que el anti-esclavismo parecía ser más
dependiente de la invención de nuevas formas de conducta colectiva o la expansión de los
derechos individuales y roles sociales que acompañaron el auge de Gran Bretaña y sus
sociedades coloniales a la prominencia. De esta manera, la anti-esclavitud tanto como
ideología como acción política hizo de puente entre el poder y el cambio. Tuvo más
aceptación tácita en las altas esferas de la sociedad política que cualquier otra reforma pero
aun así conllevó riesgos políticos y económicos reales que reflejaron los peligros y
ganancias de la movilización popular a largo plazo. La contribución fundamental de
Drescher al debate fue poner en tela de juicio la “teoría de declive” de Williams con
argumentos de peso y de enfatizar el papel fundamental de los cambios ideológicos dentro
de la sociedad británica de finales del XVIII y principios del XIX. Sin caer en un idealismo
ciego, Drescher trasladó la conversación entorno a la abolición del terreno puramente
materialista a uno más político e ideológico. Aun así, es conveniente señalar que uno de
los puntos débiles de los análisis de Drescher en el abolicionismo es la ausencia de los
propios esclavos. Esta omisión puede llevar a insinuar aunque sea de manera no
intencionada que los africanos esclavizados en el Caribe no jugaron un papel importante
en obtener su propia libertas. En este caso, la visión de Williams aparece más completa al
dar ejemplo tras ejemplo de las diferentes revueltas de esclavos que acosaron el Caribe
colonial de finales del XVIII y principios del XIX.
Sería ilustrativo terminar esta sección entorno a la historia del debate Williams
comentando que otro tipo de estudios y debates se han visto inspirados por las discusiones
en torno a la esclavitud y el capitalismo. Con la llegada del nuevo milenio, han aparecido
nuevos movimientos re-interpretativos de las tesis de Williams en la historia económica.
Mientras que Williams puso la lupa tan sólo en la esclavitud británica, algunos académicos
han intentado hacer un ejercicio de mayor escala geográfica para incluir países esclavistas
como EE.UU, Brasil, Francia y España. Nuevos debates historiográficos con la intención
de centrarse en el comercio ultramarino como indicador de crecimiento económico
doméstico y un entendimiento más amplio del significado de la economía esclava han
apoyado, aunque sea de una manera un tanto indirecta, muchas de las tesis de Williams.
En concreto, Kenneth Pomeranz en su obra The Great Divergence: China, Europe and the
Making of the Modern World Economy sustenta que la economía esclavista del Atlántico
con su capacidad para producir “acres fantasma” y el carbón como los factores
determinantes, dieron lugar a la Revolución Industrial en Gran Bretaña haciendo una
comparación de análisis económico de regiones similares de la China contemporánea
(Pomeranz, 2002). Joseph E. Inkori en su obra Africans and the Industrial Revolution in
England sostiene de manera similar a Pomeranz que el crecimiento del comercio atlántico
fue el elemento central que permitió la finalización del proceso de industrialización en
Inglaterra y que, de manera similar, no puede existir duda alguna de que fue el trabajo de
los africanos esclavizados y sus descendientes que hicieron posible el crecimiento del
comercio atlántico durante este período (Inkori, 2002: 486).
Otro de los debates paralelo al de Williams es el que fue introducido por Dale
Tomich (Tomich, 2017). A pesar de que la esclavitud en la mayoría de los países
occidentales concluyó en 1848, en muchos otros se extendió hasta finales del siglo XIX.
Aquí es donde Tomich introduce el concepto de “segunda esclavitud” con el fin de explicar
cómo fue posible la extensión de nuevos límites de producción agraria continuados
mediante la introducción, o reintroducción, de plantaciones con mano de obra esclava en
la segunda mitad del XIX ejemplifiado en las nuevas fronteras productivas del algodón en
el sur de EE.UU, la economía azucarera en Cuba y el café de Brasil. De esta forma
Tomich argumenta que el capitalismo industrial moderno junto con las políticas liberales
del XIX queda ligado con la esclavitud. Así se pone en evidencia todo el desarrollo urbano,
industrial, económico y de mercado en los que se involucrarían países que llegan a una
segunda ola de industrialización como el caso de España.
Por último, una de las reinterpretaciones de la tesis del declive más originales
aparece en el estudio del historiador Nicholas Draper; The Price of Emancipation (Draper,
2012). Esta obra intenta reflejar como los amos de esclavos continuaron representando la
misma proporción de individuos acaudalados en Gran Bretaña de 1810 hasta 1860.
Draper expone que mientras que las pruebas de las presiones financieras de la economía
esclavista en el Caribe después de la Emancipación son indiscutibles, se seguía creando
riqueza para ciertos individuos propietarios de esclavos en nuevas fronteras esclavistas
como la Guyana británica. Además, refleja que la abolición de la esclavitud fue seguida
por nuevas formas de trabajo coercitivo favorecidas por el liberalismo victoriano.
· Conclusión:
Si la importancia de este tema se midiese solo por las discusiones académicas que
ha generado, podríamos decir que la relación entre capitalismo y esclavitud ha sido, y sigue
siendo, uno de los temas más fértiles e interesantes de la historiografía económica. Sin
embargo, una cuestión de semejante calibre no sólo puede reducirse al ámbito académico
tan solo por todas las repercusiones sociológicas que ha tenido.
La esclavitud de atlántica es uno de los episodios más negros de la historia
occidental, no solo por la cantidad de sufrimiento y miseria que ha ocasionado en el pasado
sino también por las repercusiones que existen a día de hoy. Por un lado, aquellas minorías
afro-descendientes que sufren del racismo institucional en aquellos países en los que
existía un régimen económico esclavista de plantaciones como es el caso de Brasil o
EE.UU, y por otro los descendientes de aquellos reinos y pueblos africanos que
comerciaban con los europeos y provocaron de manera no intencionada una catástrofe
demográfica en África occidental como demuestran el historiador Paul E. Lovejoy
(Lovejoy, 1989) y Nathan Nunn (Nunn, 2008). Es por ello que es tan vital para entender
el desarrollo de las sociedades occidentales y contextualizar el “excepcionalismo europeo”,
ser capaces de discernir la relación tan compleja entre capitalismo y esclavitud.
El debate nace con la obra de Eric E. Williams, académico con el que la historia
económica siempre estará en deuda ya que fue uno de los primeros en poner de relieve
esta estrecha relación de progreso económico con un sistema de explotación inhumano.
Aunque se considere que el trabajo de Williams se encuentre “superado”, es indispensable
apreciar el contexto en el que se produjo y recalcar la intención de este en equilibrar la
balanza de una historia completamente idealizada por la escuela histórica imperial
desafiando la visión tradicional de las colonias como meros recipientes de la benevolencia
metropolitana y no como agentes principales en la construcción de la prosperidad de estos
imperios. Además, el hecho de poner a los esclavos como instrumentos de su propia
salvación también supuso un marcado avance historiográfico dentro de una tradición que
representaba a estos trabajadores afrodescendientes como individuos pasivos dentro de la
historia abolicionista.
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