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Capitalismo y esclavitud

El debate Williams en perspectiva

José Lastra Zorrilla


· Introducción:

Una de las instituciones que marcó de manera sustancial el transcurso de los siglos
comprendidos dentro de la edad moderna y comienzos de la contemporánea fue la
esclavitud. A pesar de que la esclavitud es una institución que ha existido desde los
primeros albores de la civilización, la peculiaridad de esta durante la edad moderna es que
sentó la base para la explotación y sometimiento de un grupo demográfico especifico; el
africano occidental. Si bien es cierto que existieron otros tipos de esclavitud más o menos
encubiertos que padecieron tanto indios como europeos, ninguno conoció la extensión y
brutalidad como la de los africanos. De hecho, las secuelas que ha dejado en la sociedad
occidental todavía son hoy más que palpables.

Al ser la esclavitud un hecho histórico omnipresente en la cultura occidental, es


normal que los académicos la hayan tomado como objeto de estudio desde su perspectiva
social, filosófica y económica. Este último punto es uno de los más interesantes ya que,
en última instancia, la esclavitud se puede resumir, a grandes rasgos, en un tipo de
reorganización de la fuerza de trabajo para sacar eficiencia máxima en detrimento de
cualquier tipo de consideración humanitaria. Dentro del campo de la historia económica
se ha escrito de manera increíblemente extensa entorno al tema en cuestión, generando
multitud de ricos debates académicos. El objetivo de este ensayo será el de hablar de uno
de ellos, concretamente el que gira entorno a la relación entre el capitalismo y esclavitud,
o el debate Williams.

Cuando nos referimos a esta discusión en torno al vínculo capitalismo y esclavitud


no lo hacemos de manera general o abstracta sobre la explotación de la clase obrera y a la
“esclavitud del salario” que impone el sistema capitalista, si no que vamos a un lugar
geográfico y cronológico concreto. Las vicisitudes a las que aludiremos serán aquellas que
traten sobre el desarrollo de una economía de plantación en el Caribe colonial basada en
la explotación de azúcar con mano de obra esclava en los siglos XVII, XVIII y principios
del XIX, y su relación con la emergencia de un capitalismo industrial en Gran Bretaña a
finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Para hacerlo deberé comenzar introduciendo
el debate historiográfico mediante la presentación del historiador Eric E. Williams, quién
puso de manifiesto por primera vez de manera clara y concisa la estrecha relación entre la
esclavitud y el auge de un capitalismo industrial británico en su obra seminal Capitalism
& Slavery en el año 1944. Tras la introducción de las tesis de Williams entraremos en el
debate en sí, alternando puntos de vista y refiriéndonos a los diferentes estudios que han
ido surgiendo gracias a las conversaciones que se han mantenido a lo largo de las décadas.

Este debate, como ya se verá en adelante, tiene un significado altamente


importante para conducir a un entendimiento de mayor perspectiva sobre las razones por
las que se puso en práctica la esclavitud de estos pueblos africanos y ayudar a entender el
papel que estos jugaron en la construcción de los grandes imperios europeos.

· Capitalismo y esclavitud:

Eric Eustace Williams, autor del libro Capitalism & Slavery, fue un historiador de
Trinidad y Tobago nacido en el año 1911. Descendiente de una familia de élites criollas
francesas de Trinidad, Williams estudió en la segunda mitad de la década de los años 30
en la universidad de Oxford donde se formó como historiador. En el año 38 termina su
tesis doctoral The Economic Aspects of the Abolition of the Slave Trade and West Indian
Slavery que finalmente será publicada bajo el nombre de Capitalism & Slavery en el año
44.

El libro se divide en doce capítulos diferentes contando además con una


introducción y una conclusión. En las siguientes páginas resumiré de manera concisa las
diferentes ideas que propuso el libro de Williams.

El estudio de Williams es, en primera instancia, un intento de situar en una


perspectiva histórica la relación entre capitalismo temprano y esclavitud poniendo como
ejemplo a Gran Bretaña, el comercio de esclavos y el comercio colonial de los siglos XVII
y XVIII. Como el especifica; “es estrictamente un estudio del papel de la esclavitud negra y el
comercio de esclavos al proveer el capital necesario para financiar la revolución industrial en
Inglaterra y del papel del capitalismo industrial más maduro al destruir este sistema […] No es
un estudio de la institución de la esclavitud sino de la contribución de la esclavitud al desarrollo
del capitalismo británico” (Williams, 1994: 7).

Para poder comprender como se instauró un tipo de sistema de esclavitud racial es


necesario clarificar los orígenes de la esclavitud negra, cosa que hace Williams en el primer
capítulo de su libro desde un punto de vista puramente materialista. Según el autor
existían dos mundos coloniales británicos que cohabitaban en las Américas a finales del
siglo XVIII. El primero estaba conformado por colonias autosuficientes con una
economía diversificada y poblada mayoritariamente por granjeros. El segundo sería aquel
compuesto por colonias en las que se facilitaba la producción de materias primas a gran
escala para el mercado de exportación. En este tipo de colonias, la tierra y el capital eran
básicamente inútiles a no ser que existiese una amplia fuerza de trabajo que pudiese ser
dirigida. Las colonias caribeñas tuvieron que adoptar un tipo de modelo de explotación
de trabajo que se pudiese adaptar al cultivo de productos como el algodón o el azúcar en
los que el coste de producción se reduce en amplias cantidades. Mientras que un principio
la mano de obra “libre” parece salir más barata, en la producción de estas materias primas
el esclavo se convierte en un coste más efectivo a la larga. Además, en este tipo de
explotación de grandes plantaciones, el uso de mano de obra asalariada puede dar lugar a
la creación de una clase de pequeños plantadores que podría poner en peligro la
adquisición de tierras necesarias por parte de grandes plantadores para reducir costos de
producción. En un primer momento se utiliza a la población indígena como mano de
obra, pero las diversas catástrofes demográficas a causa de las enfermedades que trajeron
los europeos limitó el número de esclavos que podrían ser puestos a trabajar. Los sucesores
de los nativos fueron los llamados engagés, mano de obra asalariada a la que se le retenía
el pago hasta el final de su contrato. El problema de esta mano de obra es que era
consciente de sus propios derechos y como ya se ha dicho, podría hacer en un futuro
competencia a las plantaciones de gran tamaño. Por último, se utilizó la mano de obra
esclava proveniente de África Occidental como sustitutos. Esta nueva mano de obra
encajó a la perfección dentro del modelo de gran plantación, por ello Williams incide en
que la esclavitud no fue una consecuencia del racismo, sino más bien al contrario; el
racismo es una consecuencia de la esclavitud. El fin del siglo XVII vio el giro de una
política colonial económica de acumulación de materiales preciosos a el desarrollo de una
industria de explotación de materias primas dirigida a la exportación.

La aparición de este nuevo tipo de mano de obra esclava necesitaba de un sistema


de suministro de nuevos trabajadores a las colonias caribeñas, este sistema de suministros
se convirtió en una lucrativa red comercial. El desarrollo del comercio de esclavos es el
tema central del segundo capítulo del libro. Williams expone que en un principio, la
empresa del comercio de esclavos se instituye como monopolio en el año 1663, nueve años
más tarde se conforma la Royal African Company (RAC). Según el autor, el espíritu de
los tiempos en Inglaterra tras la Revolución Gloriosa se veía poco identificado con las
prácticas de monopolios mercantilistas. Esto llevó a la liberalización del comercio de
esclavos. La importancia de esta trata de esclavos es que suponía una vía de doble impulso
para la economía británica; en un primer lugar generaba el beneficio de la venta del
producto y en segundo lugar, generaba una demanda constante del mismo por parte de
las plantaciones de las Indias Occientales, tanto para las plantaciones inglesas como las de
sus rivales. Aquí se ven las diferentes contradicciones y disputas que caracterizarán a los
plantadores y a los comerciantes a lo largo de estos dos siglos. Williams narra cómo
anterior al año 1783, existía en la sociedad británica un frente unido en relación al
comercio de esclavos. La Monarquía, el gobierno, la Iglesia y la opinión pública en general
apoyaban el comercio de esclavos. Este comercio era ideal ya que otorgaba a Inglaterra
independencia de naciones extranjeras para la provisión de productos coloniales.

La importancia que tuvo el descubrimiento de América no se encontró únicamente


en los materiales preciosos que se encontraron en las minas de Potosí y Zacatecas, también
en el hecho que proporcionó un nuevo e inexhaustible mercado para bienes europeos. Este
mercado incrementó de manera exponencial el comercio mundial. Los siglos XVII y
XVIII se convirtieron en los siglos del comercio que darían lugar al siglo XIX de la
producción. Esta actividad comercial se veía reflejada en el comercio triangular británico,
que Williams describe en detalle en el tercer capítulo de su libro. Este triángulo comercial
proporcionaba un triple estímulo a la industria británica que unía a las Indias Occidentales
y las Trece Colonias con África Occidental y Gran Bretaña. Un comercio asociado con
las islas azucareras por la navegación que impulsaban que era más valioso que las minas
de estaño o carbón. El impacto de este comercio se vio en el desarrollo de la industria
portuaria y los astilleros que se focalizaron en un primer momento en Bristol, Liverpool
y Glasgow, y más tarde en Manchester, Sheffield y Birmingham. Dentro de los bienes
con los que se comerciaban y que impulsaron a su vez una economía cada vez más centrada
en la manufactura estaban la lana, la manufactura del algodón, el refinamiento de azúcar,
la destilación de ron y la industria metalúrgica. El intercambio de bienes manufacturados
de la metrópoli por esclavos en África occidental para luego ser intercambiados por la
materia prima de las Indias Occidentales era el motor que ayudaría a realizar la
industrialización.

Por su puesto un comercio tan lucrativo generó cantidad de intereses privados que
defenderían la existencia y control de este sistema de comercio. De esto trata, a grandes
rasgos, el cuarto capítulo de la obra de Williams. Una de las figuras importantes en la
conformación de los intereses de las Indias Occidentales era la del plantador de las islas
caribeñas. Figura que en el siglo XVIII era más que conocida. Muchos de estos
plantadores provenían de orígenes humildes y gracias a estas plantaciones de azúcar
llegaron a los escalones más altos de la sociedad británica. El poder e influencia que estos
emprendedores obtuvieron fue igualado por los comerciantes que también se
enriquecieron con el comercio colonial. Estos dos grupos que representaban
organizaciones tan dispares tenían en muchas ocasiones intereses encontrados pero
cuando estos se ponían de acuerdo formaban un lobby de poderes inimaginables en una
época de corrupción parlamentaria como la del siglo XVIII británico donde los votos
estaban al mejor postor. Este interés indiano no escatimaba en recursos para estar
representado tanto en la cámara de los comunes como en la cámara de los lores y defender
sus plantaciones y la estructura de dominación sobre la que se sustentaban.

Igualmente relevantes son las inversiones que se realizaron con los beneficios
obtenidos del comercio triangular. En el capítulo cinco, Williams describe con extremo
detalle las diferentes direcciones que tomaron las empresas financiadas con los beneficios
de las Indias Orientales. El sector bancario fue uno de los beneficiarios de estas inversiones
indianas. Muchos bancos fueron establecidos en Liverpool y Manchester en el siglo XVII
y XVIII, la metrópolis esclavista y la capital del algodón respectivamente, que estaban
directamente asociados con el comercio triangular. En el siglo XVIII era típica la figura
del banquero que anteriormente había trabajado como mercader o artesano en el comercio
triangular y luego dio el paso a la banca. Instituciones como el Heywood Bank o Barclay’s
Bank tienen sus orígenes en este contexto. La máquina de vapor de manera análoga fue
financiada por instituciones inmersas en este comercio colonial como el Williams
Deacons Bank. En el campo del mercado de seguros nos encontramos a Lloyd’s que, antes
de convertirse en el Lloyd’s of London, primer mercado de seguros británico, había sido
un lugar en el que asegurar diferentes empresas inmersas en los viajes africanos y a las
Indias Orientales. Es aquí donde Williams pone de relieve el alcance tan omnipresente
que la actividad económica del comercio con las Indias Orientales tuvo en la sociedad
británica en su conjunto en los siglos que precedieron a la Revolución Industrial pero
asegura que no fue tan solo esta “economía esclavista” la que dio el salto sino que “el
crecimiento del mercado interno en Inglaterra, la cosecha de los beneficios de la industria para
generar aún más capital y alcanzar aún mayor expansión jugaron un papel muy relevante”
(Williams, 1992: 110).

El incipiente desarrollo de esta futura economía titánica de producción


comenzaría, según Williams, a generar una tensión tanto ideológica como político-
económica, que cristalizó en la revolución americana. En el capítulo sexto, Williams se
encarga de relatar las consecuencias al igual que algunas de las causas del conflicto. Al
contrario de la imagen que se tiene en la actualidad de los Estados Unidos como colonias
destinadas al éxito, la imagen que se tenía en el siglo XVIII era una bastante distinta. En
el esquema imperial del XVIII, las colonias continentales se veían como posesiones de
segunda categoría; tenían grandes comunidades de pescadores, mercaderes, granjeros …
Pero ninguna plantadora. Ya que estas colonias debían desarrollar algún tipo de
producción, los británicos decidieron concederles el comercio alimenticio para abastecer
a las colonias azucareras del Caribe. De esta forma se convirtieron en suministradores
fundamentales de las plantaciones antillanas y la relación entre las colonias continentales
y las Indias Orientales se fue estrechando, generando una dependencia mutua. El
problema que recalca Williams en su análisis es que la demanda de las estas colonias
caribeñas no fue capaz de estar a la altura de la capacidad de producción de las colonias
americanas lo que provocó que las Trece Colonias comenzasen a sentirse atraídas por
prospectos comerciales fuera del imperio. Esta actitud llevó al conflicto con la metrópoli
y las colonias antillanas que vieron la esencia de sus políticas mercantilistas atacadas.
Medidas como la Molasses Act de 1733 o la Sugar Duties Act de 1764 dan fe de estos
conflictos en la disputa entre las ideologías de libre mercado y mercantilismo que se
estaban dando en Gran Bretaña. El año 1776 simbolizará un año de no retorno con la
firma de la Declaración de Independencia americana y la publicación de The Wealth of
Nations de Adam Smith que, junto con la derrota británica en la Guerra de
Independencia, marcarán el inicio del declive de la ideología y economía mercantilista.
Según Williams; la retirada de las trece colonias redujo considerablemente el número de esclavos
en el imperio lo que facilitó la abolición al contrario de que si estas hubieran permanecido en
dominio británico cuando la desmotadora de algodón revivió la moribunda economía esclavista
sureña” (Williams, 1992: 126).

En este declive mercantilista y acercamiento a un modelo de libre mercado, un


movimiento tectónico comenzó a darse en Gran Bretaña que dio lugar a crecientes ataques
a las prácticas monopólicas, concretamente al monopolio que había sido el más lucrativo
de todos y entraba ahora en declive; el del azúcar. La crítica a este monopolio se tradujo
a la condena de la esclavitud como institución inmoral y práctica arcaica e inhumana. En
el séptimo capítulo, Williams describe como los antiguos adalides del comercio esclavista
van dando la espalda a las Indias Orientales mientras el desarrollo imparable del nuevo
capitalismo industrial británico adoquina las nuevas vías del progreso económico. Dentro
de este contexto, para el autor se hace imprescindible relatar el ascenso meteórico de la
industria del algodón que comenzaba a disputar la posición de “producto rey” al azúcar.
La coronación del algodón no hizo más que reflejar el poderío mecanizado británico que
había conseguido tener al mundo a sus pies; Gran Bretaña vestía al mundo, exportando
hombres y máquinas a la vez que se había convertido en la capital bancaria internacional.
En este contexto de expansión imparable las antiguas doctrinas mercantilistas no hacían
más que impedir un progreso más acelerado. El tiempo del mercantilismo había pasado:
“En el nuevo Parlamento, los capitalistas, sus necesidades y aspiraciones estaban a la orden del
día. Una vez el comercio colonial significó todo. En la nueva sociedad capitalista las colonias
tenían poco significado” (Williams, 1992: 135).

Aun así, la influencia de las Indias Occidentales seguía siendo notable. El ataque
que comenzó a desarrollarse a partir de 1783 a la práctica de la esclavitud fue largo y bebió
de diferentes fuentes ideológicas al igual que atacó a la esclavitud en diferentes frentes, y
contó con diferentes actores para llegar en 1807 a la abolición del comercio de esclavos y
en 1833 a la emancipación. Williams pone de manifiesto en los capítulos ocho, nueve y
diez los diferentes mecanismos que se dieron lugar en este momento para llevar a la
abolición de la esclavitud y concluye que el auge y el declive de la esclavitud se corresponde
con el auge y declive del mercantilismo. El comercio se convirtió en el gran emancipador,
la única forma de de abolir la esclavitud era dejarla a merced de los principios del libre
comercio, esta se convirtió en la ideología del imperio del siglo XIX. Williams señala la
hipocresía de las campañas antiesclavistas británicas, muchas de ellas financiadas por
capitalistas que se enriquecían con el comercio con economías esclavistas de Brasil, Cuba
o el Sur de EE.UU.

En los dos últimos capítulos de su obra, Williams hace quizás su mayor esfuerzo
revisionista y refuerza su tono político. Por un lado nos explica el papel historiográfico
que han tenido los “santos” de la esclavitud en la historia imperial y cómo en muchos casos
su importancia ha sido malinterpretada e incluso exagerada. Por otro, señala el papel
crucial que tuvieron los esclavos en llevar a cabo la presión necesaria para hacer de la
abolición una realidad indiscutible. Williams enfatiza que la docilidad del esclavo negro
no es más que un mito, desmontado por la revolución de Haití y las revueltas de esclavos
en las Antillas que a principios del siglo XIX no cesaban: “El esclavo aprendió por sí que
existía una tercera parte en el diálogo para su liberación, el mismo. Conocía su fuerza y ejerció
sus medios para recuperar la libertad que le correspondía por derecho. En 1833 las alternativas
estaban claras: emancipación desde arriba o emancipación desde abajo, pero emancipación”
(Williams, 1992: 198).

· El debate Williams:

La obra de Williams, a pesar de utilizar un tipo de metodología ya anticuado en


cuanto a registros, bases de datos y herramientas estadísticas en cuanto al análisis histórico
se refiere, ha sido crucial para allanar el camino de los estudios de historia económica
relacionados con la investigación de la esclavitud y su conexión con el capitalismo
industrial en Gran Bretaña que, a día de hoy, todavía deja sentir su peso.

Una de las contribuciones más notables de Capitalism & Slavery fue sin duda la
elaboración de un estudio alejado de las perspectivas eurocéntricas que se encontraban tan
firmemente imbuidas en la academia británica de principios del siglo XX. Al poner como
foco principal de su estudio a las plantaciones azucareras antillanas como motor
económico del imperio, Williams de manera consciente rompe de manera drástica con la
historiografía tradicional contemporánea que enfatizaba el desarrollo del Caribe en los
siglos XVII y XVIII como consecuencia de la producción económica metropolitana y no
al revés. De esta forma Williams invierte el eje del flujo económico estableciendo las bases
de un principio de “teoría de dependencia” en el Caribe.
Este cambio de perspectiva llegó a redefinir las bases de los debates de historia
económica europea moviendo la atención a la forma, método y alcance de la riqueza del
continente europeo en relación con la explotación de mano de obra africana mediante el
comercio de esclavos y la economía esclavista del Caribe. No sólo fue importante la obra
de Williams para entender estos desarrollos macroeconómicos, sino también para
esclarecer el papel que desempeñaron los propios esclavos en los diferentes procesos de
abolición de las islas antillanas. En Capitalism & Slavery, Williams argumenta que la
abolición tuvo que ver menos con la ideología humanitaria de la metrópoli y más con la
presión social ejercida por las diferentes revueltas de esclavos en el Caribe y el declive de
la economía azucarera del XVIII. El estudio de Williams fue usado por este mismo como
una forma de desafiar el colonialismo y el control imperial de las islas Caribeñas.

El objetivo desde un plano político para Williams sería recordar a los europeos y
americanos las significativas contribuciones llevadas a cabo por los esclavos africanos y sus
descendientes en el desarrollo de las sociedades occidentales coloniales. Esta línea política
fue algo que Williams adoptó de manera relativamente temprana en su carrera académica
en Gran Bretaña y que llegó a chocar con la visión de colaboradores suyos como R. Trevor
Davies o Vincent Harlow, historiadores de la escuela imperial. Documentar el hecho de
cómo las colonias, habitadas por esclavos africanos, contribuyeron de manera sustancial al
desarrollo de Gran Bretaña y proporcionaron el capital financiero para la Revolución
Industrial probó ser una interpretación muy “radical”, sobre todo de boca de un joven
intelectual de las Antillas como Williams.

El trabajo de Williams a día de hoy sigue siendo increíblemente relevante ya que


de manera clara y concisa nos dejó con cuatro argumentos que son críticos en el estudio
de la esclavitud: (1) la esclavitud fue clave para el desarrollo industrial del siglo XIX; (2)
la riqueza obtenida de la esclavitud fue muy importante para el tejido social, cultural y
político del XVIII británico; (3) la economía esclavista entró en declive tras el año 1783;
(4) los propietarios de plantaciones fueron en primer lugar una fuerza progresista del
mercantilismo para convertirse después en una facción reaccionaria con el auge del
capitalismo industrial. Todas estas aserciones han llevado consigo numerosas discusiones,
pero son el primer como el tercer argumento los que han despertado mayor controversia
y que han sido más discutidos.
Es importante recordar que Williams en su obra no argumentó de manera explícita
que la esclavitud fue lo que “dio lugar” a la Revolución Industrial, sino que los beneficios
del comercio triangular fueron reinvertidos en la industria británica “donde suministraron
una amplia parte del desembolso para la construcción de grandes plantas donde complacer las
necesidades de un nuevo proceso productivo y los nuevos mercados” (Williams, 1992: 107).
Estas aserciones dentro del debate tienen tanto seguidores como detractores. El
argumento de Williams por lo general suele ser impugnado de dos maneras; primero
mediante la proposición de que el capital no era escaso en la Inglaterra del siglo XVIII
descontando la economía de plantación y la segunda es argumentando que el comercio de
esclavos no tenía un volumen suficiente como para mover la aguja de crecimiento
británico.

En el lado de los que suscriben las tesis de Williams podemos encontrar al


historiador David Baron Davis. Aún a pesar de ser una de las figuras que ha enfatizado
de mayor manera el papel de los humanitarios británicos durante la época del
abolicionismo para derrocar el comercio de esclavos y la esclavitud en territorios del
imperio, asegura que para finales del siglo XVIII es indudable que las colonias azucareras
estaban sobrevaloradas y únicamente tenían importancia para Gran Bretaña como
símbolo de poder nacional (Davis, 1976), validando así la teoría del declive de Williams.

Los cuestiones sacadas a la luz por Capitalism & Slavery, han invitado a otros
académicos fuera de Reino Unido a hacer el mismo tipo de reflexiones sobre los sistemas
esclavistas en sus propios países. Uno de ellos, Alex Dupuy, realizó en 1985 un estudio
para Latin American Pespectives en el que se intentaba ver la relación entre la acumulación
de capital mercantil en Francia y la esclavitud en Sant-Domingue. Dupuy argumenta tres
ítems: el primero es que durante el XVIII el capital mercantil francés transformó Sant-
Domingue en una economía orientada a la exportación y jugó un papel crucial en la
acumulación de capital en Francia en general. En segundo lugar, la esclavitud es vista por
Dupuy no como algo inevitable al contrario de la concepción materialista de Williams,
sino cómo el resultado de las contradicciones del sistema colonial y los conflictos de clase
generados por el proceso colonizador dominado por el capital mercantil. Finalmente, los
efectos combinados del monopolio mercantil francés sobre la economía colonial y las
relaciones sociales de los esclavos causó el subdesarrollo y la dependencia de Sant-
Domingue. La contribución más significativa de Dupuy al debate fue introducir la idea
que la esclavitud no puede ser tratada como un generador independiente o exógeno del
desarrollo industrial. El comercio de esclavos y el colonial, en otras palabras, no son más
importantes que otros factores o sectores al generar el desarrollo industrial; “si las fuerzas
del desarrollo económico existiesen en una economía, el sistema esclavista podría haber visto
algún impacto positivo en vez de tratar al sistema esclavista como un elemento exógeno” (Dupuy,
1985). En el caso de Francia, el comercio de esclavos y el colonial estimuló el desarrollo
de manufacturas en las principales ciudades portuarias francesas como Bordeaux, Nantes,
Rouen, Le Havre, and Honfleur. Cualquier industrialización que hubiera en Francia
creada por la acumulación de capital de las colonias no creó las condiciones generalizadas
para una revolución industrial pero para la burguesía mercantil resultó ser crucial. El
capital mercantil “en los años de su supremacía anterior al advenimiento del capitalismo
industrial nunca abrazó las ventajas de la competencia pero intentó formar monopolios siempre
que pudo; localmente, en mercados particulares e internacionalmente” (Dupuy, 1985). Es
interesante contrastar las conclusiones que obtiene Dupuy en el caso francés ya que nos
hace ver que, expandiendo la explicación de Williams, el desarrollo de una economía
esclavista no tiene siempre como consecuencia directa el advenimiento de orden
económico industrial. Dupuy explica, además, como la esclavitud no es fruto únicamente
de la creación de colonias exportadoras llevada a cabo por el capital mercantil en este
período de formación de una economía mundial capitalista. Más bien, las contradicciones
entre mercaderes, plantadores y engagés en las colonias engendraron la esclavitud. La
economía esclavista no existía como un modo independiente de producción sino que
estaba política y económicamente subordinada a la economía metropolitana.

Además de estudios de la relación entre capitalismo y esclavitud en otros países,


Williams inspiró con su obra también otra serie de investigaciones que intentaron darle a
la economía de plantación de azúcar una perspectiva de longue durée. Uno de estos análisis
es el de Barbara L. Solow que en su artículo Capitalism and Slavery in the exceedingly long
run apuntó que la economía de plantación azucarera ha sido la institución europea de
expansión colonial por antonomasia (Solow, 1987). Comenzando en las cruzadas y en las
plantaciones de Chipre, Solow examina como los portugueses tomaron el relevo en Azores
y Madeira. La esclavitud como institución económica se implantó en estas plantaciones
para incrementar el suministro de mano de obra y la eficiencia de este tipo de trabajos
llegando a inventar un sistema de “automatización” protagonizado por los esclavos. El
esclavo además de ser un trabajador cumplía una doble función, la de retener valor en sí
mismo; la fuerza de trabajo del esclavo podía ser vendida o el mismo podía ser vendido,
cosa que jamás ocurriría con un trabajador libre. La especialización de la economía
colonial al sector agrícola permitió a Europa adoptar una economía de producción de
manufacturas que dio lugar a una serie de flujos de capital, trabajo, azúcar y manufacturas
entre colonias y metrópolis que fueron desarrollando una compleja red de comercio
internacional que unía a Europa y a África. La esclavitud fomentó las oportunidades de
inversión en Europa y permitió al norte comerciar sus manufacturas a cambio de azúcar.
Una de las contribuciones más interesantes de Solow al debate es el papel del Tratado de
Methuen en el desarrollo de la economía británica en el siglo XVIII (Solow, 1987). Este
acuerdo proveía a Gran Bretaña el mecanismo de una demanda alta demanda estable de
manufacturas británicas en el mercado colonial brasileño. A cambio de las manufacturas,
los portugueses suministraban a los británicos con un flujo regular de oro que se veía
traducido en la importación preferencial de vino portugués. Inglaterra encontró en Brasil
un mercado unilateral en expansión donde sus exportaciones eran pagadas en oro lo que
proporcionó a Gran Bretaña una flexibilidad excepcional en sus operaciones mercantiles
europeas. Esta flexibilidad sumada a una tendencia a concentrar inversiones en el servicio
manufacturero dio lugar a un rápido desarrollo tecnológico en el sector de la producción.
Los bancos ingleses reforzaron su posición en aumento logrando desplazar de Ámsterdam
a Londres la capital financiera del momento. Los ingresos británicos crecieron durante
todo el siglo XVIII al mismo tiempo que la población, dando lugar a un incremento de
producción agrícola que llevaría a un crecimiento de la demanda de bienes no-agrícolas y
un mayor suministro de trabajo para producir estos.

Una de las figuras más críticas con respecto a las tesis de Williams es el historiador
David Eltis. En un artículo para el Journal of Economic History que escribió junto con
Stanley L. Engerman, señala que “la economía azucarera de las Indias Occidentales puede
haber sido grande pero no más que otras industrias que operaban en la economía doméstica de
Gran Bretaña. Las conexiones entre el azúcar y la macroeconomía británica fueron excepcionales
en el sentido que fueron más débiles y menos estratégicas que las de otros como los textiles, el hierro
o el carbón, y que al contrario que otros sectores, el azúcar era sustentado por un sistema laboral
mucho más vicioso” (Eltis & Engerman, 2000). A lo largo de este artículo ambos autores
contribuyen a presentar un complejo espectro compuesto de diferentes posiciones respecto
al tema de la relación entre industrialización y esclavitud. Una de las muchas críticas que
a su vez recibieron tanto Eltis como Engerman en la presentación de sus conclusiones es
que desde un principio parecen tergiversar las observaciones de Williams al asumir que la
esclavitud es condición sine qua non para la industrialización en la visión del autor
caribeño. Además existen intercambios a lo largo del análisis entre conceptos como la
“trata de esclavos” y “la economía azucarera” para referirse a la economía esclavista del
Atlántico que dificultan el entendimiento de las tesis finales. Irónicamente, como apunta
el historiador Nicholas Draper (Draper; Hall & McClelland, 2014: 29), los académicos
que apoyan posiciones como la de Eltis argumentan que el papel de la esclavitud era
marginal en el siglo XVIII son los que, por lo general, defienden que en el siglo XIX era
una industria tremendamente lucrativa y en expansión, es decir una inversión de la tesis
del declive de Williams.

Si tuviésemos que resaltar cual es la parte más relevante en el sentido


historiográfico del debate, probablemente sería la parte concerniente a esta teoría del
declive y el papel del capitalismo en la abolición. Esta relación por lo general ha sido
discutida por historiadores anglo-americanos. Muchos de estos historiadores, anclados en
la historiografía clásica, asumían que el fin de la esclavitud racial reflejó el desarrollo
moderno de conducta civilizada, liderada por el mundo angloparlante. Esto iniciaría un
proceso difusivo por el que el abolicionismo se movería desde las zonas más progresistas
hasta las más “retrógradas”. Como ya hemos establecido, Williams intenta establecer las
bases de su teoría del declive para dar una explicación más materialista sobre el auge del
abolicionismo que inspiró muchos estudios que explicaban el abolicionismo como una
consecuencia de las contradicciones económicas internas y las incontrolables fuerzas del
mercado mundial. En respuesta a Williams y a estos estudios, el historiador Seymour
Drescher observó que la esclavitud seguía siendo un modelo económico más que viable a
lo largo de la era de la emancipación; la productividad de la mano de obra esclava no era
regresiva o inferior durante esta época y las ganancias de hecho fueron en aumento durante
el siglo XIX (Drescher, 2010: 162-188). Partiendo de que no existía una debilidad
inherente en el trabajo de esclavos que dio lugar al triunfo del abolicionismo, ¿como se
puede establecer una relación causal económica?.
La parte del debate centrada en el abolicionismo ha hecho aparecer discusiones
sobre el declive del valor de las colonias con respecto a la metrópolis imperial, el
planteamiento de hipótesis en relación al auge de una ideología del trabajo libre
protagonizada por intelectuales y élites capitalistas, y la reformulación la conexión entre
capitalismo y abolicionismo en términos de una transformación dentro de las relaciones
de clase en la metrópolis durante la Revolución Industrial temprana. Una de los
académicos que ha tratado de manera más exhaustiva este último argumento ha sido
Robin Blackburn, quién intentó relacionar el auge y el triunfo del abolicionismo apelando
a la emergencia de una sociedad burguesa. Blackburn rechaza la hipótesis de que el
desarrollo del capitalismo desencadenó el abolicionismo de manera directa ya que ni el
capitalismo colapsó económicamente ni fue destruido por intereses económicos de otras
metrópolis rivales. Más bien, “los sistemas esclavistas fueron derrocados en un tempestuoso
conflicto de clases tanto en las colonias como en la metrópolis” (Blackburn, 1988: 520).
Entendido de esta manera, el sistema capitalista creó un nuevo tipo de conflicto de clases
y crisis políticas que incluyeron y a la vez destruyeron el sistema esclavista. Que existe una
relación directa de causa y efecto entre el avance capitalista y la emergencia del anti-
esclavismo sería, según Blackburn, una visión simplista que ayudaría a tergiversar el
vínculo causal y fracasar al explicar la esclavitud “para-industrial” de la época o los
impulsos anti-esclavistas tan vitales que no eran de carácter burgués pero si de marcado
tono anti-capitalista. El punto en que el capitalismo promovió la anti-esclavitud se hizo
de manera indirecta, debido a las luchas de clases que originó y por las capacidades de un
nuevo tipo de estado creado a la estela de la Revolución Industrial. Blackburn expone que
la emancipación triunfó debido a la unión favorable de tres factores: (i) una crisis política
que marginó a los amos de esclavos y dio a luz un nievo tipo de estado, (ii) la
contemporaneidad de la resistencia esclava y las rebeliones organizadas y (iii) las
movilizaciones sociales que animaron a los partisanos de reformas o revoluciones a
concentrar el sentimiento popular en actos y manifestaciones anti-esclavistas. “Tanto como
el avance del capitalismo trajo consigo la lucha de clases, haciendo más difícil la defensa de la
esclavitud, el avance de las revoluciones burguesas abrieron un espacio a políticas seculares que
creó una apertura para el anti-esclavismo” (Blackburn, 1988: 522). Es en el contexto de las
revoluciones burguesas en las que el resultado es la aparición del estado que dan lugar a
aparatos institucionales más receptivos a la dinámica de propiedad independiente y al
comercio y que, además, pudiesen movilizar más series de recursos tanto socioeconómicos
como militares que los antiguos estados absolutistas. La tensión introducida entre la
práctica y la ideología de este nuevo tipo de estados liberales acarreó dudas en una sociedad
que cada vez dejaba de preguntarse si los esclavos eran tratados de manera justa y
comenzaba a cuestionar si realmente la esclavitud como institución debería tolerarse.

Una de las tesis más interesantes en este debate abolicionista es que el capitalismo
estimuló el anti-esclavismo no mediante la relación de la superioridad de la mano de obra
libre respecto a la esclava sino a causa del impacto de la economía de mercado en valores
y percepciones adquiriendo un nuevo estilo cognitivo; es decir, el humanitarismo y el
abolicionismo británico aparecieron a través del juego entre valores alimentados por el
mercado y no por la dialéctica del conflicto de clases.

Aquí vuelve a ser relevante sacar a colación a Drescher quien ejemplificó que en
una sociedad orientada al mercado y con “valores alimentados por el mercado” como
Holanda no consiguió despertar un fuerte sentimiento abolicionista entre sus habitantes
(Drescher, 1994). El caso holandés es sinceramente significativo ya que en el siglo XVII
tenía el comercio per cápita más grande de cualquier nación del mundo y tenía una
participación activa en el sistema esclavista del Atlántico que se mantuvo durante dos
siglos sin despertar un movimiento abolicionista particularmente determinante. Sin
importar cuales sean las implicaciones económicas de cada caso específico, el
abolicionismo se sigue presentando como una “superestructura” que refleja una “base”
económica. La relevancia del ejemplo que nos brinda Drescher está en que nos presenta
un dilema que no encaja con esta concepción tan mecánica dictada por el tono de
Williams; “la sociedad holandesa era pionera en el desarrollo del capitalismo moderno desde
principios del siglo XVII, una sociedad libre de servidumbre desde hacía tiempo y aun así fracasó
en generar un movimiento antiesclavista de importancia cuando se le pone en contexto”
(Drescher, 1994). Lo que propone Drescher es que el anti-esclavismo parecía ser más
dependiente de la invención de nuevas formas de conducta colectiva o la expansión de los
derechos individuales y roles sociales que acompañaron el auge de Gran Bretaña y sus
sociedades coloniales a la prominencia. De esta manera, la anti-esclavitud tanto como
ideología como acción política hizo de puente entre el poder y el cambio. Tuvo más
aceptación tácita en las altas esferas de la sociedad política que cualquier otra reforma pero
aun así conllevó riesgos políticos y económicos reales que reflejaron los peligros y
ganancias de la movilización popular a largo plazo. La contribución fundamental de
Drescher al debate fue poner en tela de juicio la “teoría de declive” de Williams con
argumentos de peso y de enfatizar el papel fundamental de los cambios ideológicos dentro
de la sociedad británica de finales del XVIII y principios del XIX. Sin caer en un idealismo
ciego, Drescher trasladó la conversación entorno a la abolición del terreno puramente
materialista a uno más político e ideológico. Aun así, es conveniente señalar que uno de
los puntos débiles de los análisis de Drescher en el abolicionismo es la ausencia de los
propios esclavos. Esta omisión puede llevar a insinuar aunque sea de manera no
intencionada que los africanos esclavizados en el Caribe no jugaron un papel importante
en obtener su propia libertas. En este caso, la visión de Williams aparece más completa al
dar ejemplo tras ejemplo de las diferentes revueltas de esclavos que acosaron el Caribe
colonial de finales del XVIII y principios del XIX.

Sería ilustrativo terminar esta sección entorno a la historia del debate Williams
comentando que otro tipo de estudios y debates se han visto inspirados por las discusiones
en torno a la esclavitud y el capitalismo. Con la llegada del nuevo milenio, han aparecido
nuevos movimientos re-interpretativos de las tesis de Williams en la historia económica.
Mientras que Williams puso la lupa tan sólo en la esclavitud británica, algunos académicos
han intentado hacer un ejercicio de mayor escala geográfica para incluir países esclavistas
como EE.UU, Brasil, Francia y España. Nuevos debates historiográficos con la intención
de centrarse en el comercio ultramarino como indicador de crecimiento económico
doméstico y un entendimiento más amplio del significado de la economía esclava han
apoyado, aunque sea de una manera un tanto indirecta, muchas de las tesis de Williams.
En concreto, Kenneth Pomeranz en su obra The Great Divergence: China, Europe and the
Making of the Modern World Economy sustenta que la economía esclavista del Atlántico
con su capacidad para producir “acres fantasma” y el carbón como los factores
determinantes, dieron lugar a la Revolución Industrial en Gran Bretaña haciendo una
comparación de análisis económico de regiones similares de la China contemporánea
(Pomeranz, 2002). Joseph E. Inkori en su obra Africans and the Industrial Revolution in
England sostiene de manera similar a Pomeranz que el crecimiento del comercio atlántico
fue el elemento central que permitió la finalización del proceso de industrialización en
Inglaterra y que, de manera similar, no puede existir duda alguna de que fue el trabajo de
los africanos esclavizados y sus descendientes que hicieron posible el crecimiento del
comercio atlántico durante este período (Inkori, 2002: 486).

Otro de los debates paralelo al de Williams es el que fue introducido por Dale
Tomich (Tomich, 2017). A pesar de que la esclavitud en la mayoría de los países
occidentales concluyó en 1848, en muchos otros se extendió hasta finales del siglo XIX.
Aquí es donde Tomich introduce el concepto de “segunda esclavitud” con el fin de explicar
cómo fue posible la extensión de nuevos límites de producción agraria continuados
mediante la introducción, o reintroducción, de plantaciones con mano de obra esclava en
la segunda mitad del XIX ejemplifiado en las nuevas fronteras productivas del algodón en
el sur de EE.UU, la economía azucarera en Cuba y el café de Brasil. De esta forma
Tomich argumenta que el capitalismo industrial moderno junto con las políticas liberales
del XIX queda ligado con la esclavitud. Así se pone en evidencia todo el desarrollo urbano,
industrial, económico y de mercado en los que se involucrarían países que llegan a una
segunda ola de industrialización como el caso de España.

Por último, una de las reinterpretaciones de la tesis del declive más originales
aparece en el estudio del historiador Nicholas Draper; The Price of Emancipation (Draper,
2012). Esta obra intenta reflejar como los amos de esclavos continuaron representando la
misma proporción de individuos acaudalados en Gran Bretaña de 1810 hasta 1860.
Draper expone que mientras que las pruebas de las presiones financieras de la economía
esclavista en el Caribe después de la Emancipación son indiscutibles, se seguía creando
riqueza para ciertos individuos propietarios de esclavos en nuevas fronteras esclavistas
como la Guyana británica. Además, refleja que la abolición de la esclavitud fue seguida
por nuevas formas de trabajo coercitivo favorecidas por el liberalismo victoriano.

· Conclusión:

Si la importancia de este tema se midiese solo por las discusiones académicas que
ha generado, podríamos decir que la relación entre capitalismo y esclavitud ha sido, y sigue
siendo, uno de los temas más fértiles e interesantes de la historiografía económica. Sin
embargo, una cuestión de semejante calibre no sólo puede reducirse al ámbito académico
tan solo por todas las repercusiones sociológicas que ha tenido.
La esclavitud de atlántica es uno de los episodios más negros de la historia
occidental, no solo por la cantidad de sufrimiento y miseria que ha ocasionado en el pasado
sino también por las repercusiones que existen a día de hoy. Por un lado, aquellas minorías
afro-descendientes que sufren del racismo institucional en aquellos países en los que
existía un régimen económico esclavista de plantaciones como es el caso de Brasil o
EE.UU, y por otro los descendientes de aquellos reinos y pueblos africanos que
comerciaban con los europeos y provocaron de manera no intencionada una catástrofe
demográfica en África occidental como demuestran el historiador Paul E. Lovejoy
(Lovejoy, 1989) y Nathan Nunn (Nunn, 2008). Es por ello que es tan vital para entender
el desarrollo de las sociedades occidentales y contextualizar el “excepcionalismo europeo”,
ser capaces de discernir la relación tan compleja entre capitalismo y esclavitud.

El debate nace con la obra de Eric E. Williams, académico con el que la historia
económica siempre estará en deuda ya que fue uno de los primeros en poner de relieve
esta estrecha relación de progreso económico con un sistema de explotación inhumano.
Aunque se considere que el trabajo de Williams se encuentre “superado”, es indispensable
apreciar el contexto en el que se produjo y recalcar la intención de este en equilibrar la
balanza de una historia completamente idealizada por la escuela histórica imperial
desafiando la visión tradicional de las colonias como meros recipientes de la benevolencia
metropolitana y no como agentes principales en la construcción de la prosperidad de estos
imperios. Además, el hecho de poner a los esclavos como instrumentos de su propia
salvación también supuso un marcado avance historiográfico dentro de una tradición que
representaba a estos trabajadores afrodescendientes como individuos pasivos dentro de la
historia abolicionista.

Mientras que el análisis de Williams concerniente a la industrialización británica


y la acumulación de capital primitivo en las colonias sigue siendo apoyada por numerosos
académicos, su teoría del declive y el papel del capitalismo en el abolicionismo parece no
sostenerse. La visión de Williams resulta muy simple y mecanicista cuando uno la
compara con los análisis de Drescher o Blackburn. Tanto el conflicto en la metrópoli con
la aparición de nuevos sectores sociales, como el auge de un nievo tipo de estado más hábil
a nivel institucional junto con el auge de un nuevo tipo de ideología liberal fueron
determinantes en el desarrollo del abolicionismo en el siglo XIX.
Aun así, es importante recalcar que las ideas políticas y morales de Williams deben
ser contextualizadas en un momento en el que parecía que la Segunda Guerra Mundial
iba a llevarse por delante al Imperio británico. Este sentimiento anti-colonial es palpable
a lo largo de la obra de Williams y es testigo de un momento de rechazo de cómo se había
estado escribiendo la historia del Caribe hasta ese momento. El peso del materialismo en
la obra de Williams es fruto de este rechazo y ejemplifica de manera clara el rechazo de
este a la tradición historiográfica imperial británica que es palpable en personajes como
Reginal Coupland. El peso de este materialismo en última instancia fue lo que le hizo
caer en un análisis demasiado básico y mecánico respecto al abolicionismo. La habilidad
de Drescher al sacar la discusión del abolicionismo fuera del terreno material y
contextualizarlo con las tesis de Blackburn consigue que crear una observación y un
análisis más rico.

· Bibliografía:

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pp. 520, 522

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- 2010. Econocide: British Slavery in the Era of Abolition. Segunda edición. The University of North
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· Nunn Nathan. 2010. Shackled to the Past: The Causes and Consequences of Africa's Slave Trade en Diamond
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· Pomeranz, Kenneth. 2002. Political Economy and Ecology on the Eve of Industrialization: Europe, China and
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