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¿Quién dijo

que estar
soltera es
triste?
R.López
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En especial a todas esas mujeres que estén en una relación
monótona sin ser felices y tengan miedo a dejarla por no saber qué
hacer solas.

Espero daros una buena dosis de energía con este libro y haceros
ver que hay tanto por descubrir internamente y externamente, que
no es necesario estar metida en un circulo sin salida, ya que a
veces estar sola puede ser una bonita experiencia que te da la
oportunidad de conocerte a ti misma y de disfrutar de las cosas que
realmente a ti y solo a ti te gusta hacer.

Agradezco a mis amigas y familia por ser mi fuente de inspiración.

Deseo que paséis un rato divertido y soltéis algunas risas con


Laura.

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Capítulo 1

Cómo nos quejamos de estar solas y en el fondo no podemos


estar con nadie. Mujeres independientes, esa es la respuesta;
a veces nos pasamos el tiempo buscando esa compañía y
cuando la encontramos nos es insoportable aguantarla.

En realidad a veces deberíamos escucharnos primero, saber


qué es lo que realmente necesitamos y cuando estemos
seguras actuar.

La mayoría de las veces confundimos falta de cariño con


tener una relación estable, conforme vamos madurando más
difícil se hace la elección: que si ronca, que si se tira pedos,
que si eructa, que si se acomoda hasta el punto de dejar las
zapatillas por el medio...

Mientras Alex, Silvia y Susana pasaban sus días de compras,


cenas y barbacoas en la playa y, cómo no, contándose las
historietas de la noche anterior con algún chico musculoso y
bien bronceado, yo, Laura, seguía con el mismo rumbo de
vida.

Todas ellas habían pasado por varias relaciones, buenas,


malas, cortas, largas pero todas ellas con final, menos yo que
continuaba siendo estable y la que nunca me había planteado
ningún cambio. Y menos de pareja.

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Tal vez eso es de lo que me fui dando cuenta, que no había
cambios en mi vida que realmente me subiesen la adrenalina.
Poco a poco, vi que eso era lo que quería; acción. Y, aunque
me costó, tomé la decisión de terminar con mi pareja, Carlos,
de lo cual me alegro, ya que de no haberlo hecho no habría
aprendido muchas cosas de mí y de la vida.

Fue una relación de once años, de los cuales convivimos tres


de ellos.
Nos entendíamos bien, pero en el último año todo fue
cambiando; me aburría.

Mi vida pasó de estar en casa con mi madre a vivir en pareja,


llegando a convertirme en la típica maruja.

Trabajaba de encargada en una empresa de exportación


resolviendo todos los fallos que hacían los demás y cuando
volvía a casa me ponía a cocinar, comprar, etc. La vida de
cualquier ama de casa, ¿qué os puedo decir que no sepáis
las que estáis casadas? Los fines de semana sacábamos
tiempo para salir y Carlos me ayudaba en todo, pero estaba
cansada, todos los días era lo mismo, y encima de sexo
nada, ya que el stress podía conmigo. Y todo eso con treinta
años.

¿Qué sería de mí cuando tuviese cincuenta?

Me había pasado el último año intentando darme respuestas


a lo que me pasaba, a como me sentía. Me di cuenta que
para mí Carlos era más como un amigo. Los dos nos
habíamos acostumbrado el uno al otro, pero era una relación
en la que ya no había pasión.

No sabía qué excusa poner para terminar; cada vez que le


comentaba a Carlos que estaba entrando en la monotonía y
estaba planteándome separarme, no lo quería aceptar y
cambiaba de conversación.

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La realidad era que vivía con un hombre encantador pero se
había acabado el amor, cosa que a veces no queremos
reconocer y buscamos excusas. Tal vez lo que me había
hecho alargar la ruptura era el miedo a no saber lo que haría
cuando estuviese sola. El miedo al qué dirán.

Durante tanto tiempo había tenido a mi lado a una persona


que no se separaba de mí, que no sabía cómo empezar de
nuevo. Las dudas por no saber si estaba haciendo lo correcto
me venían a la cabeza, y el miedo a no saber si sería feliz
sola me hacia alargar la ruptura.

¿Cómo llevaría el coche al mecánico sola? Y si pincho,


¿cómo cambiaría la rueda al coche? Nunca había conducido
sola fuera del pueblo. Cuando me bajase la regla ¿con quién
pagaría mis enfados provocados por la cantidad alarmante de
hormonas?

Pero en el fondo había otro lado que era excitante; ya no


haría más el amor sólo los domingos en la misma posición,
sería libre, si quería cocinaría, si me apetecía dejaría las
bragas por el medio. Lo haría y eso era lo que realmente
quería. Sentirme libre.

Una vez que tomé la decisión, decidí reunir a mi familia para


decírselo. La noticia fue triste para ellas y me hizo sentir
culpable, con comentarios como “pobrecito, ¿cómo va a
sobrevivir sin ti?” “Toda la vida contigo y ahora a empezar de
nuevo, tú eres el amor de su vida, sin ti esta perdido”…

¿Pero cómo podía ser? Nadie me preguntaba “Laura, ¿qué


tal estás? Si necesitas hablar o algo aquí estamos”. La
preocupación iba solo hacia él. El cambio iba a ser abismal
para mí también y necesitaba el apoyo de mi familia, pero
no, yo fui para ellas la inestable, la que no tenía paciencia…

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Si no había un motivo como ser un maltratador, alcohólico,
ludópata…no había excusa para dejar una relación, según
mi madre.

¿No se daban cuenta que a veces en una relación el amor se


acaba? En el fondo era mi vida y mi decisión, y eso hice,
intentar ser más feliz.

A todo eso las llamadas de Carlos a diario, llorando y


diciéndome que me echaba de menos, me hacían a veces
pensar en volver, ya que al verlo tan hundido me sentía la
responsable de todo, pero sería un error seguir; ninguno de
los dos seríamos felices.

Después del daño que le hice, lo mínimo que podía hacer


para no herirlo más era dejarle la casa, esa casa que
compramos un día entre los dos con la idea de pasar un
futuro juntos. Volver a vivir a casa de mi madre fue un poco
difícil, me agobiaba con tanta protección, no conseguía
adaptarme.

No, definitivamente lo que necesitaba era un gran cambio.


Estaba aburrida viviendo en un pueblo pequeño en el que la
gente no tenía otra cosa que hacer que pasarse las tardes
sentada en el parque criticando, que si tienes novio porque
tienes, que si no tienes será porque hay algo raro en ti…
definitivamente el cambio tenía que ser extremo en todos los
sentidos, no cambiarme a vivir de una calle a otra.

Así que, después de estar dándole vueltas a la cabeza, la


inspiración me llegó: lo mejor sería cambiarlo todo, el país, el
idioma, la gente. Ahora la pregunta era qué ciudad sería la
apropiada para mí. París, Ámsterdam, Londres…

De francés no tenía ni idea; sólo “merci”. De Ámsterdam


tampoco salvo fumarme algún porro de vez en cuando con
mis amigas en la playa. Y de inglés no sabía tampoco nada.
pero al menos podía decir “good morning .How are you?” ¡Un
poco más que el francés! Decidido, ¡me marcho a Londres!

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Había oído decir a algunas amigas que habían ido que toda
la mezcla de razas, colores y religiones estaban allí, da igual
que lleves una planta en la cabeza que nadie te mira. Sí, eso
era lo que buscaba, por fin ser yo misma.

No conocía a nadie allí, no sabía dónde me alojaría cuando


llegase ni cómo encontraría un trabajo con mi inglés. Lo único
que sabía es que necesitaría un paraguas nada más aterrizar
porque siempre está lloviendo. Empecé a moverme y a
buscar varias agencias que se dedicasen a trabajos
internacionales. Sería lo más cómodo, llegar con algo seguro.
Leyendo el periódico vi una agencia de trabajo, así que me
decidí a llamar y coger cita. Me dieron para el día siguiente.

Allí estaba yo, sentada esperando mi turno. Empecé a


conversar con una chica que estaba esperando también para
lo mismo.

- Hola, ¿estás planeando ir a Inglaterra tú también? -me


preguntó.

- Sí -contesté ilusionada. Parecía agradable pero muy seria,


había algo en su cara que reflejaba que estaba dolida.
Después de una hora hablando me soltó que la razón por la
que se iba era porque su novio se la había pegado con su
mejor amiga. Nunca había pasado por una situación de
cuernos (al menos que yo supiese) pero me imaginé lo que
tiene que doler y la entendí.

- ¿Vas sola? -me preguntó Idurre, que así se llamaba.

- Sí.

- ¿Conoces alguien allí?

- No. ¿Y tú?

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- No, yo tampoco ¿Hablas inglés?

- Ni idea -le contesté.

- ¿Qué te parece si vamos juntas? -me propuso- Por lo


menos yo sé cómo se dice salida en el aeropuerto -me dijo
Idurre con una sonrisa.

De acuerdo, no la conocía de nada pero tampoco tenía nada


que perder. Rellené la solicitud, había varias áreas en
Inglaterra donde podía elegir. Inglés no sabía, pero lo que sí
sabía era que quería vivir donde estuviese la diversión. Ahora
sólo me quedaba esperar que encontrasen un puesto
disponible.

- ¿Laura? - Era una voz de hombre al otro lado del teléfono.


No reconocía quien era.

- ¿Dígame?

- Soy yo, Claudio, de Citylink, la agencia de trabajo. Hemos


encontrado un empleo adaptado a tu perfil, sobre todo porque
no exigen inglés. Es en un hotel; en un principio sería
limpiando habitaciones, ayudando en la cocina y, en un par
de meses, te pasarían al comedor de camarera. La zona te
garantizo que te encantará: Nothing Hill.

¿Nothing Hill? Como si me hubiese dicho la Conchinchina, no


tenía ni idea de dónde estaba esa zona.

- Idurre irá para Southampton –continuó Claudio- Viajaréis


juntas hasta Londres y luego ella cogerá un tren hasta su
destino ¿Alguna duda?

- Mmm no –contesté.

Me quedé bloqueada, seguro que luego me vendrían todas


las preguntas. La verdad es que no esperaba que me

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llamasen, y sobre todo tan pronto, puesto que hacía sólo dos
semanas que había contactado con ellos.

- Pásate mañana tarde, te daré tu contrato y tu billete de


avión. Empezarás dentro de dos semanas ¿Te parece bien?-
preguntó Claudio.

Si me parece genial, pero dos semanas me parecía muy


pronto, no tendría tiempo de hacer mis compras antes de
irme. ¿Pero qué compras? –pensé. Si lo que tendría que
hacer era llevarme la maleta vacía y cargarla allí, ya que es la
ciudad donde la gente trabaja para gastar, sobre todo en
moda. Qué digo en moda. También en restaurantes,
música…Es la ciudad donde no hay nada que busques y no
lo encuentres, aparte de sol.

Mi madre no tenía ni idea de lo que estaba planeando ya que


como no sabía con seguridad si me darían el trabajo para qué
alarmarla antes de tiempo. ¿Qué excusa podría ponerle?
¿Que me iba África de voluntaria? Tal vez al pensar que
estaba haciendo una obra humanitaria se callaría y estaría
orgullosa, aunque seguramente le daría pánico por si me
cogía alguna tribu.

Otra excusa sería decirle que había conseguido una beca y


que me habían dado una plaza en Inglaterra para estudiar,
aunque no me creería ya que lo único que leía eran tebeos
de Mortadelo y Filemón. Lo sentía mucho por como se lo
tomase, pero creía que sería mejor ser sincera y decirle la
verdad. En el fondo yo no le hacía nada a nadie.

Llegué a casa nerviosa, para preparar un poco el ambiente y


hacerle algo de peloteo a mi madre, compré una bandeja de
pasteles de frambuesa que le encantan y preparé ese té de
canela que tanto le gusta, mientras nos tomábamos el té nos
miramos una a la otra como diciendo “bueno, ¿qué me
cuentas?”

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Pero ninguna de las dos decíamos nada, dentro de mi había
una voz que decía “venga Laura, díselo ya”, luego la miraba y
me entraba el pánico, hasta que al final lo solté sin pensar.
Fue lo mejor.

- Mamá, me marcho en dos semanas a Londres.

-¿Londres? -me preguntó como si se tratase de una


discoteca o un centro comercial. Mi madre no tenía ni idea de
dónde era, cuando le dije que había que coger avión se
imaginó que era lejos.

- ¿De vacaciones? -volvió a preguntar.

- No, a vivir un tiempo. Lo que no sé es cuánto.

Así que empezó el interrogatorio. Que si había dejado a


Carlos porque tal vez había conocido a alguien por internet y
quería irme Londres por él. Que si es que soy lesbiana y me
sentiría mejor donde nadie lo supiese. Que ella me quería y
que estaba conmigo.

- No mamá, me marcho porque quiero tener nuevas


experiencias.

- Sí pero eso lo puedes tener cambiando de trabajo por


ejemplo, o apuntándote a un gimnasio... pero no cambiando
de país.

Tal vez tenía razón, la solución a veces no es huir pero era


una experiencia que quería vivir, si no me gustaba siempre
podría volver a casa. Estuvo unos días triste pero al final en
una charla que tuvimos después de cenar me dijo:

- Laura, te quiero y sé que lo que estás haciendo no es


ningún error, sólo deseo que seas feliz. Siempre tendrás aquí
tu casa.

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Me emocionó tanto que otra vez me vino el sentimiento de
culpabilidad. Me sentía como que si estuviera haciendo daño
a toda la gente que me quería.

Esa semana veía a mi madre y pensaba que la echaría tanto


de menos que no aguantaría ni un mes fuera. Cada vez que
veía un bocadillo de jamón o esas habichuelas caseras me
las comía como si de un hombre se tratase, ya que tenía
entendido que la comida allí era malísima. Pero al mismo
tiempo me recordaba a mí misma el porqué me iba, empecé
por despedirme en el trabajo.

Ahora venía la parte triste; decírselo a mis amigas, las cuales


pensaban que les estaba tomando el pelo con esta historia,
ya que nunca había salido del pueblo sola.

- ¿Cómo puede ser que te vayas? Si apenas te atreves a ir


de acampada o de compras sola -preguntó Alexandra- ¡Era
Carlos el que te buscaba hasta la leña para el fuego! Alex
estaba rabiosa ya que anteriormente estuvo viviendo una
temporada en Londres. Siempre quiso volver, pero por
razones laborales ahora tendría que conformarse con ir sólo
de vacaciones.

Su cara de repente irradiaba felicidad cuando empezó a


decirme nombres de chicos con los que había estado en
Londres y a los que tal vez volvería a llamar cuando fuese a
visitarme.

Susana no se lo creía, pensaba que era una de esas peleas


de pareja y volvería con Carlos en el momento que estuviese
en el aeropuerto. Silvia se alegraba más por hacer la
despedida, ya que desde que se opero de la rodilla no salía
mucho, así que se encargaría de organizar la fiesta. Cari,
cómo no con su espiritualidad habitual, me hizo ir a una clase
de reiki con ella para limpiar la mala energía e irme cargada
de positividad.

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Capitulo 2

Llegada al aeropuerto de Gatwick.

- ¿Y la salida? -le pregunté a Idurre.

- Déjame ver en el diccionario.

- ¿Cómo que déjame ver en el diccionario? ¡Me dijiste antes


de venir que sabías algo de inglés!

- Te mentí, si no hubiera sido así seguro que hubieras estado


más asustada.

Finalmente dimos con la salida. Una vez fuera nos tocó a


cada una coger un tren diferente y despedirnos.

- Te llamaré cuando llegue a Southampton. No está lejos de


Londres, iré a visitarte pronto -dijo Idurre.

Ahora me tocaba seguir sola. En la vida había montado en


avión, ni en metro y mucho menos hablado inglés. ¿Dónde
me había metido? “¿No querías aventura? Pues toma, Laura”
me decía mi diablillo interior.

Después de llegar a la estación de Victoria tenía que coger el


metro hasta Nothing Hill. Con mi inexperiencia allí estaba yo,
en aquella estación en medio de toda la multitud, andando de
andén en andén.

Cogí la línea equivocada no sé cuántas veces, durante más


de una hora viajé del sur al norte, y del norte al sur. Estaba
empezando a agobiarme dentro de ese vagón, el sobaco de
uno en mis narices, el paquete de otro que cada vez que
frenaba el tren con disimulo rozaba sus pelotas con mi culo.
No sabía qué hacer pero no me gustaba esa situación. Hasta
que al final un chico que estaba en el mismo vagón que yo

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se ve que vio mi cara de ahogo, se acercó a mí y me
preguntó si necesitaba ayuda. Yo no le entendí. Al intentar
contestarle se me ocurrió decir en voz alta “joder, ¿cómo le
digo a este chico que necesito ir a Nothing Hill?” En el
momento en que me oyó decir joder, me preguntó si era
española.

- Sí, contesté sonrojada.

Se rió y me dijo que él también era español.

- ¿Necesitas ayuda? Te veo perdida.

Uf qué peso me quité de encima, ya que de no haber sido por


él se me hubiese hecho de noche buscando el tren correcto.

- Necesito ir a Nothing Hill, llevo un par de horas de estación


en estación, y cada vez estoy más lejos.

- No te preocupes, yo voy en esa dirección. Te avisaré


cuando tengas que bajar.

Las dos horas que estuve de tren en tren finalmente se


redujeron a veinte minutos desde donde estábamos.

Por fin el trayecto se hizo ameno con José, que así se


llamaba. No paramos de hablar. Yo llegué a mi estación y él
siguió hasta Holland Park, una parada más desde Nothing
Hill.

- Si quieres te doy mi número –me dijo José. Por si algún día


te animas a ir alguna fiesta, enseñarte Londres o cualquier
cosa. ¡Ah! Y cuidado cuando creas que la gente no te
entiende y te pongas hablar en español. Esto está lleno de
españoles -me dijo con un poco de burla.

- Ok -le contesté sonriendo y sonrojándome mientras me


acordaba de la escena en que dije joder delante de él.

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Mi primera palabra en inglés desde que aterricé. OK. Y el
primer chico que me había dado su número desde que
terminé con Carlos. “Bueno, Laura, ahora en busca de ese
hotel”, me dije a mí misma intentando darme ánimos.

Finalmente allí estaba yo, a la salida de la estación de


Nothing Hill. La dirección que buscaba estaba justo en la
esquina, así que fue fácil dar con el hotel. Llegué empapada,
estaba lloviendo y me era imposible coger el paraguas ya que
llevaba dos maletas grandes. Me sentía como esas
pueblerinas a las que sólo les falta la tortilla de patatas traída
de su pueblo, typical spanish.

Al llegar a recepción había una chica muy agradable. Rubita,


ojos azules, debía de ser sueca, rusa…pero claro, por mucho
que yo también intentase mostrarme agradable fue imposible
ya que no entendía nada de lo que me decía. Así que le
enseñé mi contrato para que supiese quien era.

Me hizo una señal con la mano, que creí entender que me


esperase, a los cinco minutos bajó una chica morena,
delgada, muy sonriente, Silvia. Era italiana y la única que
hablaba español en el hotel. Ella me enseñaría mi habitación
y las instalaciones, aunque no había muchas.

Dejé las maletas en recepción. Mientras terminábamos de ver


el comedor, me explicaba la cantidad de comensales que
solían tener al día; se veía un hotel tranquilo.

Al llegar al hall me llamó la atención ver un grupo de


viejecitos, uno durmiendo, otro hablando solo. ¿Por qué ese
ambiente tan tranquilo? Yo iba con la idea de que sería un
hotel de cinco estrellas, que tal vez habrían famosos, fiestas
todos los días… pero parecía todo lo contrario.

- ¿Y esta gente hablando sola? -le pregunté a Silvia.

Me explicó que no era un hotel como los otros, que siempre


vienen clientes diferentes. Era más una residencia para

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estudiantes que vivían allí todo el año y para gente mayor,
algunos de ellos estaban allí desde hacia treinta años. Por
eso muchos de ellos eran solitarios, no muy sociables y
hablaban solos.

Realmente hay muchas personas así en Londres; creo que


es una ciudad inmensa, que alberga mucha gente pero la
mayoría con un vacío interior muy grande, ya que nadie se
para ni a saludarte, ni siquiera tus vecinos.

En fin, un hotel completamente diferente a lo que yo pensaba.


Ya me había imaginado sirviéndole el té a George Clooney o
Brad Pitt. Pero no dejaría que eso me afectase. Después del
recorrido y de enseñarme todo lo que era el hotel, vestuarios,
habitaciones, cocina y presentarme alguno de los empleados,
fuimos a recoger mis maletas a recepción, y de allí a mi
habitación. Estaba deseando quitarme esa ropa mojada.

Algunas de las chicas compartían habitación; tuve bastante


suerte ya que me tocó una para mí sola y encima daba al
jardín. Me encantó aunque estaba un poco mal decorada, con
falta de pintura, Pero ya le daría ese toque femenino con
algunas flores y algo más.

Al día siguiente empezaba a las ocho de la mañana, y como


novata iría a limpiar habitaciones. Silvia, que trabajaba en el
restaurante, me explicó más o menos cuáles serían mis
tareas, así que cuando vino la encargada de la limpieza
mientras me explicaba lo mismo que ya había oído
anteriormente por Silvia, en vez de hacer como que no me
enteraba le sonría como si lo entendiese todo. Hasta que a
media mañana entró a una de las habitaciones que yo
estaba limpiando, se puso a hablar y me quedé perpleja. La
mujer fue paciente, me hablaba despacio, con señas, pero
nada, hasta que al final llamó a Silvia para que me tradujese.

A los dos días me pasaron a la cocina a preparar desayunos,


y fregar platos ya que al estar con Silvia me resultaría más
fácil hasta que yo me defendiese con el idioma.

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Al principio fue un poco duro pero también divertido ya que no
entendía nada, y durante un mes mi respuesta era que sí a
todo, salvo cuando estaba con Silvia que me traducía. La
pena es que ella dejaría el trabajo en un mes.

Tenía una jefa filipina, Marietta, que llevaba treinta y dos años
viviendo en aquel hotel, y su inglés era poco mejor que el
mío. Me imagino que sería un poco estresante su trabajo,
porque si a menudo iba mucha gente como yo que no
hablaba nada la lengua, acabaría aburrida de explicar
siempre lo mismo.

¿Cómo haría para aprender? Las clases me aburrían, así que


me apuntaría a cada fiesta que me invitasen, ya que después
de un par de copas no sé cómo lo hacía pero siempre me
salía alguna palabra nueva en inglés. El problema era
acordarme al día siguiente de lo que había aprendido, ya que
las resacas eran tremendas.

Casi siempre tenía turno con Patricia, una italiana divertida,


aunque a veces me asustaba ya que hablaba sola, no sé si
sería por todo lo que bebía, o que era así por naturaleza. Una
vez fue el colmo cuando la vi conversar sola con la cafetera,
ese día pensé “o ve menos que Rompetechos o de verdad se
le va la cabeza”.
.
Patricia vivía en la habitación de al lado, así que pasábamos
mucho tiempo juntas e hicimos buena amistad. A través de
ella conocí a sus amigas, todas ellas italianas.

Elena, treinta y tres años, preocupadísima de ver cuándo


conocería un hombre estable, luchaba por conseguir el
puesto de directora en la agencia de viajes donde trabajaba.

Eva, treinta y cinco años, trabajaba como directora en una


empresa de exportación, casada pero muy independiente, le
encantaba ir de compras cada semana.

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Lisa, cuarenta años, supervisora en un supermercado. Con
ella conecté como si hubiésemos sido amigas de siempre,
aunque desgraciadamente no salía de copas todo lo que
quisiera con nosotras ya que era adicta al trabajo y a veces
trabajaba siete días por semana. Eso sí, los jueves era fiel a
su cita con las chicas.

Cada jueves se juntaban en el pub a contar el balance de la


semana y sus experiencias, la mayoría producidas por
desengaños amorosos .A veces las conversaciones con ellas
me dejaban confusa, ya que como buenas italianas al tener
carácter fuerte había momentos en que no sabía si estaban
hablando o discutiendo. No había mucha diferencia con las
españolas.

Poco a poco me fui soltando con el inglés. Ya no cogía tres


veces la misma línea de metro para volver a casa, podía
encontrar el color de tinte que necesitaba para mi pelo, ya
que hasta que di con el idóneo fueron cuatro colores
diferentes. Y lo más importante, de vez en cuando me
llamaban de una agencia de modelos a la que me apunté un
día que iba con mi amiga. Supuestamente fue ella la que iba
hacerse el álbum de fotos y al final acabaron
convenciéndome que me hiciese yo otro, así que acepte,
gracias a eso fui haciendo algún que otro trabajillo extra para
revistas de moda.

Me gustaba estar en el hotel y me alegraba cada día más del


cambio que había hecho en mi vida. Lo único que no me
gustaba era que no podía desconectar del trabajo en mis días
libres ya que veía a la misma gente con la que trabajaba
todos los días.

Y qué decir si quería invitar a algún chico a mi habitación.


Había que hacer malabarismos para meterlos y que no te
viesen en recepción. A veces entrábamos corriendo
directamente hacia el ascensor, así no tenían tiempo de
preguntarnos, o se hacían pasar por el repartidor de pizza y
por supuesto una vez que hacían la entrega de la pizza ya no

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bajaban hasta al día siguiente.

De Idurre no tuve muchas noticias ya que nada más llegar


conoció a un australiano y se marcho con él a vivir a
Australia.

Yo seguía soltera con mis historietas de un mes (vale, vale, a


veces de una semana), ya que cuando querían verme más de
una vez a la semana me sonaba a relación y desaparecía. No
había nadie que me llenase y tampoco me apetecía, cada día
tenía algo nuevo que descubrir.

Noches de fiesta, compras por Oxford Street, paseos por


Nothing Hill y enganchada cada sábado al puesto del
mercadillo en Portobello, donde podía encontrar cremas y
maquillajes desde L’Oreal hasta Elizabeth Arden por 6 £, más
baratos que en cualquier perfumería.

Después de las cremas hacía mi paradita en un puesto que


vendían churros con chocolate, pero chocolate chocolate, de
ese espeso, no del líquido que te venden en cualquier
cafetería en Londres. En ese momento era cuando añoraba
mi casa, mi comida, mi perra.

Pero esa añoranza desaparecía ya que siempre tenía algún


plan que hacer. Era sábado, esa noche las chicas harían una
fiesta en casa de Elena. Yo prefería quedarme en casa; hacía
mucho frío y necesitaba descansar. Había llevado una
semana bastante ajetreada.

Me preparé un baño con velas, incienso, una copa de vino,


buena música y me alquilé La boda de mi mejor amiga.
Acabé llorando como una magdalena. Hacía tiempo que no
lloraba así, encima me entraron ganas de tener novio. Menos
mal que me dormí pronto después de beberme casi la botella
de vino entera.

Son las dos de la mañana. Una llamada de teléfono. ¿Quién


sería a esas horas?

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¿Lo cojo o no lo cojo, lo cojo o no lo cojo?

- ¿Diga? – contesté.

- ¿Me puedes ayudar? -era una voz de chica.

- ¿Quién eres?

- No, ¿quién eres tú?

- No, ¿quién eres tú que me llamas con número


desconocido? -le volví a preguntar.

- Soy yo, Lisa.

- Pero Lisa, no te había conocido, pensaba que estarías en la


fiesta de Elena.

Me hablaba en inglés, en español, italiano, se reía, lloraba.

- ¿Estás bien? -le pregunté un poco asustada, ya que el tono


de su voz era muy raro.

- No, estoy bien, estoy borracha y no me acuerdo de donde


vivo.

- Ya te has ido a otra despedida de algún compañero de


Sainsbury, ¿no?

- ¿Dónde estás?

- En un taxi -y ahí comenzó a llorar.

- Pásame al taxista, Lisa, le diré mi dirección, puedes venir a


casa a dormir.

Cuando bajé a buscarla, veía al taxi pero no a ella. ¡Oh dios


mío! La loca de Lisa se había puesto a andar sola sin rumbo
fijo y el pobre taxista detrás chillándole que le pagase.

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Conseguí alcanzarla, pagarle al taxista y la llevé hasta casa.

- ¿Estás bien, Lisa?

- Sí, pero he hecho otra locura. ¿Te acuerdas de aquel


egipcio que conocimos en la fiesta de Bea? ¿El que quería
rollo con todas e intentaba impresionarlas con su compañía
coreográfica? Sí, ese mismo.

- Sí lo recuerdo, imposible de olvidar, su aliento olía a patatas


con ajo cuando intentó ligar conmigo también.

- Salí con él esta noche y acabamos en el aseo de una


discoteca teniendo sexo como locos. Por cierto, nos tocó
dejarle propina a la que está fuera en el servicio con los
perfumes ya que los chillidos hacían eco en la pista de baile...

- Prepararé un té y ya sabes que tu pasión por los árabes no


significa que te tengas que acostar con cada uno de ellos.

A veces le hablaba un poco dura porque eran muchas las


veces que se emborrachaba y se perdía.

- ¿Y Bea, -le pregunté- no está en casa?

Bea era su compañera de piso lesbiana que acaba de dejar a


su novia después de cinco años de relación y siempre iba al
rescate de Lisa cuando no podía volver a casa.

- No, no está, ha conseguido que su masajista, una


heterosexual aburrida de su marido y con ganas de algo
nuevo, se haya ido con ella este fin de semana a un
concierto, de allí no sé dónde irán así que me quedare aquí
contigo hasta mañana, si te parece bien

- Claro que sí - contesté, dándole al mismo tiempo una toalla


para que se diese una ducha.

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Capitulo 3

No me lo podía creer, vivir a tan sólo dos horas y media


en avión de casa y había estado cuatro meses sin ir,
perdiéndome esas catalanas de jamón, esas
habichuelas con chorizo, el sol…

Pero llevaba una vida tan ajetreada que siempre lo iba


aplazando, cuando no por trabajo, por alguna cita o
alguna fiesta. El tiempo vuela en Londres y cuando te
das cuenta ya ha pasado otro mes.

Por fin cogí vacaciones e iba ilusionada a casa. Cuando


llegué al aeropuerto estaba toda la familia esperándome
con flores, como si de una famosa se tratase.

Me alegré mucho de volver a verles, pero cuando llegué


al pueblo donde había crecido creía que me faltaba él
aire, y eso que no es un pueblo muy pequeño, pero nada
había cambiado.

Para mí era un pueblo fantasma, y la gente andaba


despacio. Los mismos viejecitos que siempre estaban en
el parque seguían sentados en el mismo banco de
siempre, como si los hubiesen disecado. Faltaba uno,
seguramente ya la habría palmado.

Y cómo no, a las cotillas del barrio les mataba la


curiosidad de saber que era de mí, ya que hacía tiempo
que no se me veía por allí; algunas de ellas parecía que
se fuesen a caer asomándose al balcón a ver lo que
podían ver. Aprovecharon para hacerme todo tipo de
preguntas. Algunas bajaron a la calle, otras me
preguntaban directamente desde el balcón. ¡Incluso me
llegaron a preguntar que si me había ido fuera a tener un
hijo secreto!

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Obvio que cada respuesta que les daba era una mentira,
así que las dejaba confundidas.

¿Qué es lo que pasa aquí? Pregunté mientras pensaba


en coger el próximo vuelo a Londres. Todo me parece
raro, susurré. No, tú eres la que estás rara, dijo mi
madre. Aquí todo sigue igual, contestó mi hermana con
un tono no muy alegre, ya que vio que mi reacción no
fue muy positiva al llegar al pueblo, y sabía que si me
agobiaba me volvería a Londres. Ni las flores ni las
pancartas me convencerían para quedarme.

Me sentía como si viniese de otro planeta, pero no sabía


quiénes eran los extraterrestres, si ellos o yo. Sería
mejor que me olvidase del exterior y disfrutase de lo que
tanto anhelaba: mi familia.

Aún después de haber cogido cinco kilos desde que me


fui a Londres, ya que la comida en el hotel era pura
mantequilla y fritos, mi madre pensaba que pasaba
hambre y me hizo repetir tres platos de comida. Saboreé
hasta la raspa de las sardinas, y me comí el paté del
perro pensando que era algún paté nuevo que había
sacado la marca Apis.

- Y ahora que ya estamos todos relajados, contarme


cotilleos –dije.

No es que me gustase meterme en la vida de los demás


pero tenía curiosidad por saber si había habido algún
cambio por allí.

- Tomás el vecino se separó de la mujer, se la pegó con


la niñera.

- Ya veía yo raro que con un hijo de 16 años aún


siguiese teniendo niñera -comenté.

23
- Miguel el primo por fin ha sacado su homosexualidad
al aire.

- ¡Bravo! -exclamé con alegría.

Lo sabía, era obvio el puntillo que tenía, sobre todo


cuando un día con entusiasmo sin darse cuenta me dijo
que se había comprado una falda en H&M. El pobre
había tenido novia durante cuatro años sólo por
complacer a sus padres. Me alegro que por fin viviese
como él quería.

Hubo un momento de silencio, mis hermanas se miraron


la una a la otra como diciendo “¿se lo contamos o no?”,
hasta que al final exploté y les dije:

- ¿Me queréis contar lo que pasa o qué?

Dejaron para el final la noticia que realmente me


afectaría de una manera u otra.

- Carlos está saliendo con una chica -soltó mi hermana,


con una cara como diciendo “lo perdiste, idiota”.

- Unos dicen que está embarazada, otros dicen que no,


pero se van a casar. Él se sentía solo y ella le ayudó
mucho a olvidarte

Me dio un vuelco el estómago, era una sensación muy


extraña, me alegraba por él pero al mismo tiempo
siempre tenía la idea de que él y yo volveríamos en un
futuro cuando yo me cansase de disfrutar y el amor
volviese a aparecer. Era egoísmo total, lo que pasaba es
que necesitaba saber que había alguien pensando en
mí.

En ese instante empezaron a venir a mi mente muchos


buenos momentos vividos con él. Se me llenaron los
ojos de lágrimas, tuve que irme al baño hasta que se me

24
pasó y vi la realidad, y era que él se merecía ser feliz
como yo lo era.

Después de pasar la tarde sin darme cuenta,


poniéndome al día de todo, miré a mi alrededor y sí, los
echaba mucho de menos y me sentía mal por ver que a
veces me perdía buenos momentos con ellos, pero
sabía que aún no era momento de volver a casa.
Echaría de menos la frenética vida que estaba llevando,
mis compras, fiestas y mis rollos de una noche.

Al día siguiente había quedado con mis amigas, hoy en


día con internet y la webcam estamos siempre en
contacto, pero no hay nada como una cervecita en una
terraza. Había elegido una buena fecha para ir, aun
cogería algunos rayos de sol y me cargaría de energía,
ya que ese verano en Londres fue lo peor, sólo lluvias y
cuando salía un poco el sol y te decidías a salir, caía una
tormenta. Sólo sentir el sol en mi cara me hacía sonreír.

Finalmente mis amigas y yo planeamos una barbacoa


en la playa Cabo las Huertas; era el sitio perfecto, una
cala tranquila donde las rocas nos ayudarían a poder
hacer el fuego. Cuando estaba con Carlos no tenía
muchas oportunidades de estar a solas con ellas ya que
siempre venia él, y obvio que había conversaciones que
ni las comentábamos ya que era un poco celoso.

Estaban guapísimas todas, bronceadas, relajadas,


acababan de venir de vacaciones. Habían estado en un
camping en Ibiza la semana anterior.

- ¿Quién empieza a contarme cositas? – pregunté.

Susana seguía estresadísima con sus oposiciones.

- Espero conseguirlo -me decía -ya que la crema anti


fatiga ya ni funciona. Es una brutalidad la de horas de
estudio que dedico al día pero eso sí, cuando salgo una

25
vez al mes mato al que pillo.

- ¿Y tú, Alexandra? ¿Qué tal con Lucas?

- ¡Después de ayudarle con toda la decoración de su


casa, y sacar a su perro cuando él estaba de vacaciones
me deja!

- Pero, ¿por qué? -pregunté asombrada, ya que Alex y


Lucas parecían la pareja ideal, aunque llevaban solo
cuatro meses juntos.

Entonces Alex me explicó.

- Tuve un retraso en mi periodo y al ver que había una


posibilidad de ser papá se asustó y se dio cuenta de que
no estaba preparado para relaciones serias.

- Y tú, ¿qué tal lo llevas?

- Decepcionada, siempre que te decides a dar un paso


serio se acaba todo, y ahora con 34 años tengo que
empezar otra vez de nuevo. Menos mal que el
entrenador de mi gimnasio me está ayudando a
recuperarme, sobre todo con las duchas que nos damos
juntos en el gimnasio después de hacer ejercicio -
contestó en plan sarcástico.

- Y el perro, ¿quién se lo ha quedado?

- Lucas, por supuesto, no voy a limpiar más pipis ni


cacas, aunque era una buena forma de ligar cuando
bajaba a la playa.

Alexandra fue a ver cómo iba la barbacoa. Era una


especialista, las demás no teníamos ni idea de cómo
hacer el fuego. Eso sí, preparamos el aperitivo y el
vinito.

26
-Y Cari, ¿por qué no ha venido?

- Cari estaba en un momento un poco delicado y


después de estar haciendo algunos retiros espirituales,
se ha marchado a la India por un mes.

- Pero si hablé la última vez con ella hace tres semanas


y no me dijo nada.

- No, ni a nosotras -contestó Silvia -fue su hermana la


que nos lo dijo. Simplemente se levantó una mañana, lo
decidió, compró un billete y se fue al día siguiente. Por
suerte volverá pronto, la echamos de menos como te
echamos a ti.

- Yo también os echo mucho de menos.

- Y tú, Silvia, ¿qué tal? Estás un poco callada con lo


loquilla que eres.

Se le notaba físicamente cansada, además de haber


perdido peso. Acababa de romper con su novio después
de ocho años. Un abogado maltratador que por creer
que tenía un gran coche y dinero manipulaba a Silvia
pero ella, obsesa del sexo, estaba a los pies de él como
una esclava.

- Entonces, ¿cómo lo llevas? -le volví a preguntar.

- Fatal, ya sabes que me encanta el sexo, pero este


pueblo es tan pequeño que tengo que tener cuidado con
quién me enrollo ya que todos conocen a mi ex.

- Bueno chicas, la barbacoa está lista así que,


cambiando de tema, saquemos más vino y a divertirnos
Era un vino rosado, espumoso, suave de beber, pero
después de unas cuantas botellas, las burbujas subieron
a la cabeza y acabamos como niñas bañándonos en el
mar.

27
Estaba tan relajada que por un momento no me
acordaba de Londres, ya que allí tenía otra manera
diferente de salir, pero no muchas salidas al aire libre
por el clima que hacía siempre.

La noche era especial, había luna llena, el mar estaba


tranquilo, todo era armonía, pero llegó la despedida otra
vez. En cinco días me volvía para Londres y estaría muy
liada los siguientes días visitando a la familia, y ellas
trabajaban, así que nos tuvimos que despedir. El vino
nos hizo ponernos melancólicas hasta que acabamos
llorando, con la pintura corrida y riéndonos de vernos las
unas a las otras la cara que teníamos.

Los días siguientes pasaron rápidos, al llegar al


aeropuerto mi maleta sobrepasaba el peso permitido; no
lo pude remediar, esta vez me llevé toda la comida que
pude, incluida unas lentejas recién hechas. La hora de
embarque llego, me despedí de mi familia con
melancolía no sabía cuándo volvería por casa.

28
Capitulo 4

“Bienvenida a Londres. ¿Has dejado el sol por esto?”, me


pregunté a mí misma.

Nada más llegar al aeropuerto la lluvia caía tan fuerte que


era imposible mantener el paraguas firme. Me sentía
arrepentida de haber vuelto al frío pero sabía que esa
nostalgia era algo temporal y se me pasaría en unos días.

Encendí el móvil, mi cara cambió del enfado a la euforia;


aparte de esos anuncios de Vodafone, tenía cuarenta
llamadas perdidas y treinta mensajes de Christian: te echo de
menos, quiero comerte, etc. ¿Pero qué quiere comerme? Si
la última vez que estuvimos juntos no tuvo ni una erección.
Christian fue un noviete que me duró dos semanas, pero
después de esa experiencia sexual no creo que lo volviese a
llamar. Ahora que recuerdo, ni siquiera me había despedido
de él cuando me fui de vacaciones.

Tenía ganas de ver a las chicas. Ya sé que sólo fueron siete


días fuera pero las había echado de menos, así que empecé
a llamarlas a ver qué novedades tenían. Patricia tenía el
contestador, en el cual dejaba un mensaje con sonido de
mariachis diciendo que estaría en México por una semana.
La siguiente fue Elena:

- Hola Elena, ¿qué tal todo?

- Genial, he empezado a ir a clases de salsa. Bailar bailo fatal


pero ese profesor mulatito que tengo, con acento cubano,
cuando me coge de la cintura y me arrima a sus partes
íntimas, no se puede ni imaginar lo que mueve dentro de mí,
tengo que irme directa al baño, o podría tener un orgasmo en
frente de él. En fin, es lo mejor que me pasa después de un
día de trabajo duro -me dijo con un tono de placer, como si
estuviese viendo a su profesor en ese momento.

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- ¿Algún plan para esta noche?

- Eva ha preparado una cena tranquila en su casa, hemos


quedado a las ocho en la estación de Golders Green, ¿te
apuntas?

- Sí, por supuesto, a las ocho estaré allí.

Robert, marido de Eva, economista, trajo tres amigos a la


cena. Estaban bastante bien. Michael, ingeniero, ojos verdes,
moreno de piel, tipo latino. Guapísimo. Lawrence, arquitecto,
acababa de venir de Japón de una exposición de arte
modernista. Y Bryan, un loco de la noche.

Mientras Elena no paraba de coquetear con Michael, el cual


parecía diez años más joven que ella, Lawrence y yo
empezamos a conversar. Primero, cómo no, de sus obras de
arte, yo de arte ni idea, así que cuando se dio cuenta de que
sólo conocía a Picasso, cambió de conversación y
empezamos hablar de energía, universo, meditación, etc. El
pollo con curry fue subiendo las dosis de vino, y pasamos de
hablar de meditación a hablar de sexo.

- Bueno, Laura - me preguntaba Lawrence, mientras se


frotaba las manos - ¿cuándo fue la última vez que hiciste
alguna guarrería sexual?

¡Pero bueno, se suponía que era un tío espiritual y que a lo


mejor practicaría esa forma de hacer el amor a base de
energía sin penetración! sexo tántrico.

Me asombró ese tipo de pregunta nada más conocerme. Me


sentí confusa ya que mi último rollo con Christian creo que no
fue ni sexo después de intentarlo todo: ropa interior bonita,
afrodisíaco, champán. No se le levantó, se quedó dormido sin
hacer nada, yo me sentí frustrada, o sea que no lo contaría
como sexo.

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El anterior a Christian, Richard, en el momento de hacerlo me
confesó que tenía ladillas, así que salí corriendo de su
habitación. Pensando detenidamente, contesté:

- Creo que como cerca de dos meses, ¿y tú? -le pregunté con
una sonrisa.

- Yo todos los días tengo sexo.

Vaya con el espiritual, ya veo que no deja la energía


almacenada en su pene.

Mientras me despedía de Eva ya que eran las dos de la


mañana, Lawrence se ofreció a llevarme a casa. Elena hacía
rato que se había marchado con Michael, y Bryan se había
quedado dormido en el sofá de la borrachera que llevaba.

De camino a casa, el tono de Lawrence cambió a más serio,


disculpándose por la pregunta que me había hecho sobre
sexo.

- Lo siento, Laura, si te he hecho sentir incómoda cuando te


pregunté cuándo fue la última vez que tuviste sexo.

- No te preocupes –contesté- De hecho me ha venido bien


que lo hicieses para recordarme el tiempo que hacía que de
verdad no me daba un buen placer -le sonreí ¿En qué zona
de Londres vives, Lawrence?

- En Shepherd Bush, cerca de Nothing Hill


No me lo podía creer, sólo a quince minutos de donde yo
vivía.

- Por cierto, hay un bar pequeño allí, un poco cutre pero que
tiene una comida jamaicana buenísima, sobre todo pollo con
arroz y guisantes. Tal vez podríamos ir un día.

- Si, lo conozco. A veces voy allí y compro para llevar a casa.

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Al dejarme en el hotel y despedirse, me pidió el teléfono.
- Te llamo esta semana, si te parece bien. Podemos ir a
cenar o alguna exposición de arte si te gusta.

- De acuerdo.

Mientras abría la puerta del coche dispuesta a marcharme,


me cogió del brazo, me acercó hacia él y me dio un beso en
los labios. Al día siguiente, mientras estaba trabajando, me
llamó mi compañera para que fuese a recepción.

No me lo podía creer, había un ramo de flores con una tarjeta


que decía “gracias por una velada especial” ¡Era él,
Lawrence! Mis compañeras de trabajo se reían pero yo
estaba asombrada, emocionada... hacía siglos que nadie me
mandaba flores.

Para ser sincera, Carlos me regaló flores hacía años, pero


eran de plástico ya que según él quería que durasen como
nuestro amor, eternamente.

Me gustó el detalle que había tenido, la verdad es que los


tipos que estaba conociendo la mayoría se basaban sólo en ir
a tomar algo y venir directamente a mi casa a intentar echar
un polvo, encima yo era la tonta que tenía que comprar el
vino.

No tenía su móvil para llamarlo y darle las gracias así que


sólo me quedaba esperar su llamada. Y así fue, por la tarde
me llamó.

- Hola, ¿qué tal te ha ido el día? -me dijo con un tono alegre.

- Gracias -contesté con una sonrisa de vuelta; no quería


mostrarle demasiado que me habían encantado las flores, ya
se sabe, los hombres como son, pero lo notó.

- Entonces, Laura, ¿hay algún día que esta mujer magnífica


que está al otro lado del teléfono tenga un día libre?

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Lo de mujer magnífica me pareció un poco exagerado ya que
acababa de conocerme y no tenía ni idea de cómo era yo,
pero me gusto oírlo.

- A ver, déjame ver mi agenda ya que estoy un poco ocupada


esta semana - no quería que notara que estaba deseando
quedar con él. ¡Pero qué porras! Para qué perder el tiempo si
estaba deseando verlo, así que haciéndome la interesante le
contesté, -mañana tengo libre por la tarde.

- Genial. ¿Te apetecería ir a jugar a los bolos?

Madre mía, en mi vida había jugado, siempre tenía la


sensación de que me iría detrás de la bola al lanzarla, pero sí
que me apetecía, así que contesté como si de una
profesional se tratase:

- ¡Oh sí! Me encanta jugar a los bolos.

- De acuerdo, mañana a las cinco pasaré a recogerte.

Tendría que haber ido esa noche a practicar, pero no tenía


tiempo, era jueves, me tocaba la cita con las chicas en el pub
como la mayoría de jueves.

Ya estábamos preparados para entrar a la bolera. Yo fui con


botas altas, pero cuando vi que me las tenía que cambiar por
esos zapatos planos, sólo pensaba “espero no tener ningún
agujero en la media en el dedo gordo como de costumbre”
Pero no, todo estaba bien. Me había puesto unas medias
nuevas ese día.

No quería decirle que nunca había jugado, pero creo que se


dio cuenta, así que me dio una pequeña clase de cómo coger
la bola.

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Las primeras cuatro tiradas fallé, puse de excusa que hacía
tiempo que no jugaba. Al final como un caballero me dejó
ganar.
Salimos de allí y me dijo que tenía una sorpresa.

- ¿Dónde vamos?

Pero no contestaba, sólo me miraba y sonreía. Me llevó hasta


el coche y empezó a conducir. Finalmente aparcó el coche
fuera del parque de Greenwich. Yo iba un poco asustada ya
que era de noche y no había nadie por allí, y menos
paseando; sólo nosotros.

Mientras nos adentrábamos en el parque, caminando, por un


momento pensé “¿Dios mío, no será uno de esos psicópatas
que descuartizan a las chicas y luego las encuentran a
pedacitos por ahí?”

Encima llevaba una mochila que había cogido del coche. Yo


ya me lo imaginaba con un cuchillo o una moto sierra, aunque
sería difícil usarla ya que era un parque. A no ser que
funcionase a pilas.

A pesar del frío, mis manos empezaron a sudar.

- No tengas miedo -me dijo apretándome la mano.

Llegamos a un sitio llano. Abrió la bolsa. “Ahora sacará el


arma”, pensé. Pero no, sacó una botella de vino Rioja, una
manta y la puso en el suelo. Se sentó, me volvió a coger de la
mano y me llevó a su lado.

- Mira qué vistas -me dijo al oído.

Después de saber que seguiría viva, me relajé. Era


impresionante, se veía todo Londres desde la cima del
parque, era precioso. El cielo estaba descubierto, extraño,
pero cierto, se podían ver las estrellas.

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Hablamos y reímos, hasta que hubo un momento de silencio,
y ahí es cuando me besó. Me besó dulcemente, me acarició
el pelo y sus manos fueron bajando y bajando, me tocaba
cada centímetro de mi cuerpo, no sé lo que pasaba con ese
chico, pero nunca me había sentido excitada por un hombre
sólo por el olor.

Hicimos el amor como nunca lo había hecho antes, me puso


otra manta por encima y nos quedamos así un buen rato,
nada de prisas, no quería irme, pero de pronto ya se sabe
cómo es Londres, ese cielo descubierto se tapó y empezó a
llover. Fuimos corriendo hacia el coche y allí mojados por la
lluvia volvimos a hacer el amor.

Me llevó a su apartamento, era enorme, tenía una decoración


increíble, mezcla asiática y africana. Muy étnico, Tenía miedo
de tocar una de esas figuras y romperla, se notaba que eran
obras de arte valiosas.

Mientras Lawrence se iba quitando su ropa mojada, mi ojos lo


recorrían de arriba a abajo diciéndole con mi mirada “hazme
el amor otra vez”. Se dirigió hacia un reproductor de música,
puso algo de jazz, encendió unas velas y la chimenea, lo cual
hizo más sensual el ambiente

Cuando vino hacia mí era incontrolable la pasión que se


desató de nuevo entre los dos. Me quitó la ropa y enfrente del
fuego volvimos hacer el amor.

Por la mañana al despertarme Lawrence no estaba. Me había


dejado una nota en la almohada que decía “desde que te he
conocido no dejo de pensar en ti”

De camino al hotel iba sonriendo, pero cuando llegué al hotel


ya fue demasiado; tenía otro ramo de flores en recepción.

Por la noche fui a cenar con las chicas. De pronto Elena me


preguntó:

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-Laura, ¿alguna idea para esta noche?

- ¿Perdona?

Estaba en una nube, no oía ni la conversación que estaban


teniendo, así que al ver que no les contestaba, Elena me
preguntó si estaba bien.

Les conté lo que había pasado con Lawrence la noche


anterior. Sólo con verme la cara se dieron cuenta de que me
estaba enamorando. Ya sé que era muy pronto para decir
eso pero me encantaba todo de ese chico. Elena también
estaba saliendo con Michael y las cosas parecían irles bien.

Durante los tres siguientes meses mi relación con Lawrence,


fue especial cada día. Era el tipo de persona que nunca había
conocido antes. Divertido, hablábamos de todo, me pedía
opinión para decorar su casa .Me incluía en sus planes de
futuro, detallista, cada semana me sorprendía con algo,
restaurantes bonitos, un viaje de fin de semana y flores cada
martes y viernes.

Todo era perfecto, teníamos una relación muy liberal en la


que pasábamos tiempo juntos pero manteniendo nuestro
espacio. Sólo había algo que no me gustaba y era que a
veces no contestaba al teléfono o lo tenía apagado, siempre
me decía la misma excusa, o que estaba durmiendo, o en el
metro. “¿Qué metro? Si siempre va en coche” Pero no quería
darle mucha importancia así que ignore ese punto.

Hasta que un día pasó lo peor. Había ido a pasar unos días a
España, tenía que arreglar unos papeles y de paso vería a mi
familia. Había invitado a Lawrence a venir, ya que veía que la
relación iba en serio, pero me dijo que tenía una exposición
importante que preparar, que la próxima vez vendría.

Así que cuando volví de mi viaje, nada más aterrizar en


Londres llame a Lawrence. Tenía móvil apagado. “Estará
durmiendo, como siempre”, pensé.

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Al día siguiente volví a llamarlo, y seguía apagado. Empecé a
preocuparme, ya que en los días que había estado en
España no me llamó ni contestó a mis mensajes. Yo pensaba
que sería debido al estrés que tenía por el trabajo, así que fui
a su casa, estaba el coche, pero no él.

Mi corazón latía tan fuerte que presentía que algo había


pasado. Llamé a Paul, un amigo suyo, fue entonces cuando
me dijo:

- Lawrence tuvo una arritmia cardíaca el domingo y está


ingresado en el hospital. Está en Saints Mary Hospital.

Cogí un taxi y fui hacia allí. Mi corazón estaba acelerado. ¿Se


encontraría bien? Tenía miedo de entrar y vérmelo lleno de
tubos o algo parecido. Quería estar preparada para lo que iba
a ver así que fui a recepción en busca de una enfermera que
me explicase en qué estado se encontraba y cómo iba todo.

Enseguida vino una enfermera muy amable. Me explicó que


Lawrence estaba muy bien, no pensaban que se recuperaría
tan pronto. “Eso sí, ya sabe que a partir de ahora necesita
tomarse la vida con más tranquilidad, lo hemos pasado de
cuidados intensivos a planta. Puede entrar a verlo aunque se
recomienda que no haya mucha gente en la habitación ya
que necesita estar tranquilo”.

Gracias a Dios. Ahora ya que sabía que se encontraba bien.


Era momento de "celebrarlo", en cierta manera, así que me
fui a comprar unas flores y una tarjeta donde por primera vez
diría “te quiero”.

Qué palabra tan fuerte, no se la había dicho a nadie, sólo a


Carlos, pero desde que supe que Lawrence estaba en el
hospital y podría haberlo perdido, sabía que mis sentimientos
eran más que cariño, así que sí, hubo un te quiero.

37
Corrí hacia la planta donde él estaba, dispuesta a darle una
sorpresa. Y allí estaba él, tumbado en la cama. No tenía mal
aspecto, estaba serio y había una chica a su lado cogiéndole
de la mano. No la conocía. “Será su hermana”, pensé.

- Hola -dije sonriendo. Me fui directamente a darle un beso


pero antes de llegar me contestó con un hola muy serio,
seguido de un “Laura, te presento a mi novia Margaret”.

- ¿Cómo? - pregunté sobresaltada.

- Margaret -contestó ella con una sonrisa- Lawrence me ha


hablado muchas veces de ti. Dice que sois buenos
compañeros de trabajo y habéis hecho algunas exposiciones
juntos.

Él me miró como suplicando “por favor, no digas nada”.

No podía salir de mi asombro, me sentí tan ridícula que no


tenía palabras y no quería armar ningún espectáculo. Al fin y
al cabo la que estaba allí sentada de la mano era ella, no yo.
Le puse las flores en un jarrón como si no pasase nada,
guardé la tarjeta en mi bolso y me despedí rápidamente con
una excusa.

- Margaret, encantada de conocerte. Lawrence, espero que te


recuperes pronto. Te llamo esta semana a ver qué tal estás.
Y sobre la última exposición que teníamos que hacer no te
preocupes, la cancelaremos hasta que te recuperes.

La mirada que le eche era de “cabrón, te odio”.

Le di un beso en la mejilla. Seguramente sería la última vez


que lo tendría tan cerca. Salí por la puerta completamente
destrozada. Ahora entendía esos dos cepillos de dientes en
el baño, esa crema reafirmante y esas cápsulas de
adelgazamiento en el armario.

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El camino a casa fue una agonía ya que lo único que quería
era llorar. Por una vez que me abría al amor me habían
traicionado.

39
Capitulo 5

Los primeros días sentía odio almacenado, cuando pensaba


que había jugado con mis sentimientos, sentía ganas de
matarlo en ese momento. Encima no iba a tener sexo ni
tendría con quién discutir para soltar mi enfado.

Compré una bolsa de Kick Boxing y me imaginaba la cara de


Lawrence cada vez que la golpeaba, fue una de las mejores
terapias que pude hacer.

Lawrence seguía mandándome mensajes, disculpándose


arrepentido, pidiéndome una oportunidad para volver,
diciéndome que era la mujer de su vida. ¿Cómo puede ser?
Después de lo que me había hecho, ¿cómo podría volver a
confiar en él? Cada vez que me acordaba de la humillación y
el dolor que pasé cuando vi a Margaret de su mano, sentía
rabia.

Había momentos que pensaba que si volviese a verlo esta


vez sería yo la que me lo llevaría a Greenwich con una
mochila, un cuchillo y le cortaría las pelotas. Había otros
momentos que me encontraba sensible y pensaba que podría
ser verdad que se hubiese arrepentido. Pero sabía que el que
la hace una normalmente la hace dos, así que no hubo
ninguna oportunidad.

Decidí aguantar el dolor y centrarme en mi vida aunque era


imposible, ya que cuando alguna compañera de trabajo me
preguntaba por él me ponía a llorar como una magdalena.
Lawrence seguía en mi mente veinticuatro horas al día

Por suerte mis amigas no me dejaban sola ni un momento.


Eva se había cogido el día libre y me llamó para decirme que
nos íbamos de compras. No valía un no por respuesta, ya
que sabía que las últimas dos semanas me las había pasado
llorando.

40
Sí, sería buena idea lo de empezar a salir, decidí ir primero a
una clase de yoga a desbloquear mi chakras. Luego me
encontraría con Eva en la estheticien y de allí iríamos de
marujeo, así que quedamos en encontrarnos a las tres en el
salón de Marta.

El salón de Marta era un salón de belleza en pleno Chelsea,


estaba lleno de glamour, lámparas negras de lágrimas
grandes de estilo barroco, un lago artificial con flores y peces
de colores del cual salía un ruido de agua como si de una
cascada se tratase, paredes de color fucsia oscuro. Marta era
una francesa muy bohemia que solía vestir con túnicas
largas, turbantes en la cabeza y había cambiado los Picasso
por fotos de pubis depilados, tatuados o de colores.

Era la revolución en ese momento, pero sólo en su salón


porque la verdad es que yo no lo había visto en ningún otro
sitio, aunque siendo Londres seguro que a la semana
siguiente estarían todas las pijas demandando ese servicio
en todos los salones de belleza, ya que cada vez que sale un
producto nuevo en Londres significa un increíble estrés para
las mujeres, sobre todo las de zona rica. La gente se vuelve
loca por gastar y poder enseñar a las amigas lo último que ha
salido al mercado.

La clase de yoga fue increíble aunque era imposible dejar mi


cabecita ni un minuto tranquila sin dejar de pensar. El
profesor hizo una meditación tan profunda que al final de la
clase me tuvo que despertar porque me había quedado
dormida, aunque eso no fue lo peor sino que mis ronquidos
habían molestado a los demás.

De allí me fui directa a recoger a Eva. Cuando llegué al salón


la recepcionista me guió hasta la habitación en la que estaba.
Allí estaba ella tumbada con Marta mirando hacia las partes
íntimas de Eva. En un principio pensé que le estaría
depilando las ingles, pero no, cuando me acerqué no pude
reprimir mi reacción. No podía creer lo que mis ojos estaban
viendo.

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- ¿Dios mío, Eva, qué te estás haciendo?

- A ver, Laura, desde que la crisis ha empezado no te


imaginas lo que está afectando a Robert en su trabajo. Cada
vez que viene a casa si ese día la Bolsa ha bajado, todo se le
baja a él. No tiene ganas ni de echar un polvo. Así que he
decidido depilarme y tatuarme su nombre en mi pubis ya que
como has visto es la revolución ahora. A ver si se pone un
poco cachondo con esto.

Nunca me tatuaría el nombre de un hombre y menos en el


pubis. Imagínate que estás con Pepe actualmente, y tengas
Manolo, tu anterior pareja, tatuada en tu pubis, claro, luego
Pepe quiere que te tatúes su nombre también. Me niego.

Mientras ella se depilaba su pubis, yo aproveché que la otra


esteticista estaba libre para maquillarme un poco, ya que
después de las dos semanas que pasé llorando mis ojos se
habían quedado hinchados, arrugados y encima me había
salido un orzuelo.

De allí salimos directamente a Oxford Street, ya que


quedaban algunas tiendas en rebajas, así que fuimos como
locas a Top Shop, Ralph Laurent, Zara… Encima para mayor
estrés en cada tienda tenían un espejo diferente; en uno te
veías más gorda que en otra. Viendo lo positivo, gracias a la
ruptura con Lawrence había perdido un par de kilos y todo me
sentaba bien.

Eva, para terminar de rematar la noche que le estaba


preparando a su marido, compró un conjunto de ropa interior
color rojo de Anne Sumer por sólo 6 £. ¿De verdad le pondría
cachondo ver su nombre en el pubis de Eva?

No es que me volviesen locas las compras pero no pude


resistirlo, compré un vestido negro abierto en la espalda y con
un escote que me llegaba al ombligo, dejando ver parte de mi
pecho no de forma vulgar sino de forma sensual. Me

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enamoré de él nada más verlo así que lo compré, eso sí, me
gasté todo mi salario.

Después de terminar las compras nos fuimos al Barrio chino


cerca de Picadilly, nos metimos en uno de esos restaurantes
chinos que por 7£ tienes buffet libre, la comida estaba
buenísima, aunque siempre he dudado si será verdad que
cocinan perro en vez de pollo.

Fuese lo que fuese fue vergonzoso vernos a Eva y a mí


comiendo como cerdas. Repetimos dos veces pero no era un
plato de comida normal como dos señoritas deberían comer,
era una montaña más grande que el Everest llena de rollitos
de primavera, pollo con almendras, tallarines, etc. Todo lo
que había adelgazado lo había vuelto a coger en una hora.

Cuando terminamos de cenar eran las nueve de la noche,


temprano para volver a casa. Así que, ya que habíamos
salido a pasar el día, tendríamos que terminarlo yendo a
tomar una copa y bajar ese pollo con almendras.

Optamos por uno de esos clubs de moda en Picadilly; cuando


llegamos estaba lleno de gente trajeada, como la mayoría de
bares entre semana ya que la gente después de trabajar en
la oficina se va directamente a tomar algo. Da igual el día que
sea.

Una vez en la barra se nos arrimaron un par de tipos para


invitarnos a una copa. La verdad es que yo estaba en plan
anti-hombres. Ese día lo último que quería era conocer a
nadie, los veía a todos con cara de Lawrence, y Eva es súper
fiel a su marido, así que cuando se acercaba algún hombre
no tenía otra idea que reírse fuertemente con ronquidos
incluidos, al mismo tiempo que hablaba un idioma
intraducible. Algunos acababan marchándose y probando con
la chica que había al lado o insistiendo hasta que se aburrían
de ver cómo los ignorábamos.

43
Para que no nos molestasen, llegamos a decir que éramos
lesbianas, el problema es que eso les dio más morbo.

¿Pero bueno, qué pasa con ellos? Hay veces que una quiere
una noche loca y conocer gente pero hay días como ese en
que sólo te apetece hablar con amigas. Pero ellos insisten, si
les dices que estás casada no les importa, sólo quieren rollo
para una noche. Si les dice eres lesbiana tampoco, les gusta
ver dos chicas juntas. Tal vez habrá que ponerse un pepino
entre las piernas y cuando venga algún pervertido ponerle su
mano entre las piernas que piensen que somos transexuales.
Aunque, ¿quién sabe? Seguro que les gusta también.

Finalmente conseguimos una mesa en un rinconcito y


pudimos desconectar del barullo. El tiempo con Eva pasó
rapidísimo, ya que con ella se puede hablar de todo, aunque
se pasó parte de la noche yendo al baño a verse su tatuaje y
mandando mensajitos a su marido para ponerlo cachondo
antes de llegar a casa. Estaba ilusionadísima.

Cuando nos dimos cuenta ya eran las doce de la noche y el


marido de Eva la estaba esperando en casa, así que sería
mejor despedirnos. Le di las gracias ya que funcionó lo de
salir, había conseguido dejar a Lawrence a un lado y me di
cuenta que aunque me llevase un tiempo recuperarme y
sobre todo volver a confiar en alguien, no valía la pena
destrozar mi vida por un hombre.

Cuando llegue al hotel me costó, pero tomé la decisión de


deshacerme de todo lo que estuviese relacionado con él.
Deseaba sentirlo cerca de mí pero no estaba dispuesta a
seguir los siguientes meses leyendo sus mensajes ni viendo
nada que me recordase a él, así que después de soltar
algunas lágrimas me propuse que serían las últimas. Quería
sonreír otra vez como lo había hecho esa tarde con Eva.

Empecé tirando sus fotos, borré sus mensajes, y lo que más


me dolió, borré su número de teléfono.

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Las semanas siguientes intenté ocuparlas al máximo. La
salida de los jueves al pub, un par de cumpleaños, cenas con
las amigas…en fin, lo necesario para empezar otra vez a
divertirme.

Era lunes, llovía y empezaba otra semana. Después del


trabajo fui a la habitación de Patricia. Hacía días que no la
veía, últimamente no coincidíamos con el horario. ¿Tendría
algún problema? Era raro, todos los días me llamaba a mi
habitación aunque fuese para saludarme o enseñarme algún
modelito que se había comprado.

Cuando abrió la puerta me imaginaba que tal vez estuviese


de bajón, pero no, allí estaba muy sonriente, y entre gritos de
alegría como si hiciese un año que no nos viéramos me invito
a entrar.

- Pasa Laura, pasa. Mira qué bombonazos tengo aquí.


Estaba chateando en una de esas páginas para conocer
gente - empezó a enseñarme algunas fotos de los tipos que
había. Que si uno en plan musculitos, que si el otro en ropa
interior, hasta uno con la foto de su boda, ¡anda que sí!,
¿quién se va animar a quedar con uno que aún sigue
poniendo fotos de su ex o de su pareja actual?

Patricia me contaba cómo algunos de sus amigos y rollos los


había conocido allí. A mí la verdad es que me daba un poco
de miedo. ¿Cómo sabes si el de la foto es en realidad el de la
foto? ¿O si tienen la edad que dicen? Cuántos viejecitos se
harán pasar por jovencitos, casados por solteros, pobres por
ricos. Aunque al mismo tiempo podría ser curioso ya que
también podía caber la posibilidad de que hubiese gente
interesante.

Patricia me mandó una invitación para abrir una cuenta. Al


principio me negué pero al final acepté, un poco más por
cachondeo que por otra cosa, y si salía alguna amistad ¿por
qué no? En ningún momento pensaba en una relación.

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Empezamos con los datos, aunque al principio era un poco
reacia a poner mis datos verdaderos. Nombre, Cristina.
Bueno no, dejemos Laura. Edad, quitémosle dos años,
treinta. Profesión, enfermera, creo que a los hombres les
atrae lo del uniforme. Ahora quedaban las fotos. No sabía si
poner las que estaba guapa, sexy o simplemente sin
maquillar. Al final puse de todo, pulsé la tecla de finalizar y allí
estaba yo.

Al día siguiente cuando me conecté al ordenador ¡tenía


cincuenta y ocho mensajes! ¿Cómo puede ser esto? Estaba
exaltada, me puse a leerlos uno a uno. Conforme iba
leyéndolos mi cara iba cambiando. ¿Pero esto qué es? No
me estaba gustando la experiencia. Algunos de ellos ni me
saludaban, iban directamente al grano con preguntas como
¿tienes fotos desnuda?

¿Tienes hijos? No me gustan los niños, me decía uno de


ellos. Otro tenía noventa y tres años y me proponía
matrimonio. Según él, estaba a punto de morir, tenía mucho
dinero y con que le tocase un poquito sería suficiente.

Y el que ya me repugnó fue un chaval de diecinueve años


que me preguntaba si era sadomasoquista, había comprado
un vibrador con clavos y estaba buscando con quién
estrenarlo. ¡Ah! Como no lo estrenes contigo metiéndotelo
por la parte anal, por no decir el culo…

Empecé a borrar mensajes; no estaba dispuesta a perder mi


tiempo. Seguí leyendo por curiosidad, cuando ya había leído
treinta, finalmente hubo uno que me llamó la atención, ya que
fue el más normalito. El texto decía:

“¿Hola, qué tal? He visto tu perfil, me ha parecido interesante.


Intenté chatear contigo pero no estabas conectada. Yo
también estoy buscando sólo amistad pero cada día es más
difícil encontrar a alguien con quien se pueda salir sólo a
tomar un café y conversar. Me llamo Patrick, no estaré mucho
por aquí ya que no me suelo conectar demasiado. Esta noche

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me conectaré a las diez para ver si estás. Si no puedes y te
apetece, déjame un mensaje y podemos quedar para otro
día”.

Por fin algo que sonaba un poco normal. Me puse a ver su


perfil, se veía un tipo místico, aventurero, le gustaba viajar,
sobre todo por las fotos que tenía, parecía haber recorrido el
mundo entero. Físicamente estaba muy pero que muy bien.
Esa misma noche se conectaría, no sabía qué hacer, me
parecía extraña la situación aunque tenía todo el día para
pensar y decidir.

Después de terminar de trabajar, darme un baño relajante y


ver que no tenía ningún plan, pensé “¿por qué no?”. Al fin y al
cabo nadie me obligaba a quedar con él o a seguir la
conversación si era un pesado. Así que a las diez me preparé
un té, encendí el ordenador y allí estaba él.

Era mi primera vez en un chat. ¿Qué hago? ¿Le digo hola?


¿Espero que me lo diga él? Pero bueno, ¿qué pasaba
conmigo? Con lo lanzada que he sido siempre.

Mientras me decidía, vi en la pantalla “tiene un mensaje”. Lo


abrí y era él.

- Hola Laura, ¿qué tal?

- Hola, muy bien, gracias por tu mensaje –contesté.

- ¿Te apetece hablar o estás ocupada?

- Me he conectado porque me dijiste que estarías aquí.

- Un detalle por tu parte, no estaba seguro si te conectarías.

Estuvimos chateando como dos horas. Conversamos sobre


muchas cosas. No sé porqué empezamos a contar anécdotas
de cuando éramos adolescentes, ahí creo que metí la pata al
contarle que la primera vez que besé a un chico le mordí la

47
lengua. Tampoco debí contarle detalles como que me ponía
algodones en las tetas cuando tenía quince años.

Se veía un tipo divertido y con mucho que contar. El tiempo


pasó rapidísimo. Yo estaba cansada, por un momento se me
cerraron los ojos, creo que se dio cuenta ya que me hizo una
pregunta a las 12.02 y cuando abrí los ojos eran las 12.15 y
él seguía esperando la respuesta.

- Laura, ¿estás ahí?

- ¡Qué vergüenza! -contesté en cuanto vi el mensaje-


Perdona, me quedé dormida.

- Espero que no te esté aburriendo.

- No, para nada, me ha encantado hablar contigo. Pero estoy


cansada y mañana tengo que madrugar.

- ¿Entonces te volverás a conectar?

- Sí, por supuesto -contesté mandándole uno de esos


símbolos que guiñan el ojo.

Estuvimos quedando cada día para chatear. Por supuesto no


los jueves ni la noche que yo tenía algún plan. A Patrick no le
gustaba salir de fiesta. Cada día íbamos conociendo cosas el
uno del otro. Se veía un chico con el que se podría comenzar
una amistad.

A las tres semanas pasamos de chatear a mensajes en el


móvil y alguna que otra llamada. Era obvio que quedaríamos
tarde o temprano aunque fuese para un café.

Un día en el cual yo salía del pub de tomarme un par de


cervezas, Patrick me llamó. Creo que pudo notar en mi voz
que iba con unas cervezas de más, me avergoncé un poco.

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Estábamos conversando sobre un proyecto que iba a hacer
en África cuando de pronto me dice “Laura, creo que ya es
hora de conocernos, ¿qué te parece?”

Era como que desde el principio de la conversación quería


decírmelo pero le daba miedo mostrarse muy lanzado. Y no
sé si por el efecto de las cervezas o porqué pero me apetecía
que me lo pidiese.

Le contesté “ya era la hora de que me lo pidieses”.

- Si te parece bien el domingo a las ocho te recojo en la


estación de Nothíng Hill.

- Perfecto, allí estaré.

Me hubiese gustado mandarle un beso para despedirme,


pero Patrick no era como los típicos hombres que había
conocido en fiestas, se notaba que iba despacio y tomaba
decisiones cuando estaba seguro, así que me mantuve al
margen e intenté ir tranquila como él.

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Capitulo 6

Era mi primera cita con Patrick. Tenía dos horas para estar
lista y lo único que quería era dormir, ya que el día anterior el
novio de Elena se había ido de viaje de negocios y
aprovechamos para salir todas juntas, incluida Lisa que se
tomó el día libre.

A Eva le costó dejar a su marido ya que estaban buscando un


bebé y entre el pubis tatuado y la búsqueda del bebé, la única
salida que hacía los fines de semana era de su dormitorio al
baño. Finalmente vino con una condición: tendría que estar
en casa a la una de la mañana para tener sexo, ya que a esa
hora era cuando tenía más posibilidad de fecundar.

Habíamos quedado a la salida de la estación en Picadilly, allí


estábamos con nuestros vestiditos y tacones.

Mi idea era ir a tomar una copa y volver pronto a casa, no


quería estar cansada al día siguiente para mi cita, pero fue
imposible ya que las horas volaron y cuando me di cuenta
eran las seis de la mañana.

Fuimos a Penth House, una discoteca en Leicester Square.


Nos fue un poco difícil entrar ya que era sábado y no
estábamos en la lista, ya se sabe que en la mayoría de clubs
de Londres si no estás apuntada, o te dicen que no puedes
entrar, o te toca hacer una cola como la del paro en España.

Por suerte el portero era amigo de Lisa, coincidió que esa


noche estaba allí y nos dejo pasar.

Al principio había mucho jovencito, lo cual nos desanimó,


pero más tarde empezó a llegar gente de todas las edades

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hasta que se llenó. La música era hip-hop y r&b, lo pasamos
genial. A Elena se le rompió el tacón del zapato en plena
pista de baile, pero era tal la cogorza que llevaba que acabó
descalza.

Si algo me gusta en Londres es que aunque vayas con


zapatillas de estar por casa o camisa hawaiana en pleno
invierno a nadie le importa.

Al final en vez de romper la noche, fue la noche la que me


rompió el estómago de tantos mojitos que tomé. Tuve que
coger un taxi para volver a casa ya que no podía llegar a la
parada del autobús.

Cuando me desperté mi cabeza daba más vueltas que una


noria, aún tenía pedacitos de hojas de hierbabuena en la
boca, un resacón que me moría, y encima tenía una cita en
las próximas dos horas con un tipo que no conocía de nada.

Llegué a pensar en mandarle un mensaje al móvil y decirle


que me necesitaban en el trabajo, o que la noche anterior
había comido una de esas comidas preparadas pasada de
fecha y no podía salir del baño. Cualquier excusa con tal de
cancelar la cita, aunque me sentía mal por ser yo la que la
cancelase, sobre todo tratándose de la primera vez.

Empecé tomando mucha tónica a ver si eructando pudiese


vomitar y sentirme un poco más ligera; fue imposible, me
volví a tumbar en la cama y era peor, lo veía todo borroso, así
que fui directa a darme una ducha fría, lo cual me alivió
bastante.

Ese día tenía que llamar a casa ya que normalmente lo hacía


cada domingo o sino mi madre ya creía que me había

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olvidado de ellos. Típica cultura española, completamente
diferente a la inglesa.

Una madre española puede tener a su hijo en casa cuarenta


años y seguir tratándolo como si tuviese quince. Un error bien
grande ya que luego cuando se casan quieren una segunda
madre que les trate igual.

- Hola mamá, ¿cómo va todo?

- Genial. Acabo de cocinar una tarta de manzana, desde que


ha llegado el invierno salgo tan poco que me ha dado por
hacer cada tarde algo de repostería.

- ¿Invierno? ¿En Alicante? Pues si vivieses en Londres


estarías haciendo tartas 365 días al año.

- ¿Y tú qué tal vas? ¿Comes bien? -ella siempre pensando


que si no como esos platos de comida como los que ella me
pone es que estoy anoréxica o tengo algún problema.

- Estoy perfectamente -contesté con una voz un poco


afónica.

- De eso nada, a mí no me mientes. Puedo notar en tu voz


que no estás bien. O te has constipado o saliste de marcha
anoche.

Como siempre tan protectora y controladora.

- Qué va mama, fui a un concierto de Alejandro Sanz que


vino a Londres y volví pronto a casa.

Ella adora a Alejandro así que se pondría contenta y se


callaría. No quería preocuparla con mis salidas, para ella yo
iba de clase a casa, así que se lo creyó y se quedó tranquila.

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Los siguientes quince minutos se los pasó sin parar de
hablar, dándome consejos de toda clase y sobre todo uno de
ellos lo repitió como cuatro veces:

- Por favor, Laura, no te fíes de nadie a la primera, da tiempo


a conocerlos antes de decirles dónde vives o darles tu
teléfono. Y sobre todo no tengas sexo hasta que no se haga
oficial la relación.

- Pero mamá, ¿qué relación? ¡Si no tengo novio!

- ¿Cómo? ¿Que no has conocido a nadie todavía? Hija, ya te


vas haciendo mayor y tendrás que pensar en formar una
familia. ¿No me digas que sigues enamorada de Carlos?

Mi madre lo quería como si fuese su hijo, de hecho a veces


discutíamos por que casi siempre le daba la razón a él.

- No mamá, no he conocido a nadie, bueno sí, he conocido


mucha gente pero sólo amigos.

¿En qué años seguía viviendo mi madre? No tenía ni idea de


lo que la vida había cambiado desde que ella era joven. Si la
pobre supiese las noches locas que estaba pasando desde
que me fui a Londres seguramente dejaría de hablarme
porque sería una vergüenza por el qué dirán los vecinos.

¿Por qué siempre que llamaba a mi familia todos tenían que


repetir lo mismo? Que debería casarme, tener hijos… A
veces pensaba que tal vez tenían razón, pero a lo mejor yo
no estaba hecha para esa vida tan tradicional. De hecho
cuando estaba con Carlos siempre tenía excusas a la hora de
planificar tener un hijo, y lo único que hacía era ir alargándolo
un año tras otro con cualquier excusa. Primero porque era

53
joven, luego había ascendido en el trabajo, finalmente se
acabó a relación.

Tampoco era el día apropiado para hablar de eso y no podía


decirle a mi madre que tenía resaca, así que me despedí
diciéndole que tenía un examen al día siguiente y tenía que
estudiar.

- Vale cariño, cuídate y no olvides que te queremos.

Uf, lo que iba a ser una llamada rápida se alargó a cuarenta y


cinco minutos.

Aunque me quedaba sólo una hora, conseguí estar a tiempo,


pero no me preocupé mucho por mi aspecto. Tendría que
haberlo hecho, ¿no? Ya que era la primera vez que nos
veíamos.

Me coloqué unos vaqueros y un suéter color fucsia, ya que


daba un poco de alegría a mi cara, y con lo pálida que estaba
una buena dosis de maquillaje puso el punto y final.

Allí estaba él a las ocho, puntual, esperándome en la puerta


de la estación con un jeep BMW. “Este tío tiene pasta”,
pensé, aunque tampoco me podía dejar llevar por eso ya que
podría ser un coche alquilado para sorprenderme.

Lo que sí que era real era que olía genial y vestía informal
pero elegante. Mmmm interesante.

No sé porqué la mayoría de las mujeres aunque decimos que


no nos importa si tiene un coche bonito y un buen físico, de
eso nada. Tenemos que reconocer que cuando vemos un
hombre educado y con una buena posición laboral nos atrae.

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Me ofreció ir al cine, pero primero decidimos ir a una de esas
teterías árabes que hay en Queensway para hablar e ir
conociéndonos un poco más.

El ambiente era agradable y tranquilo, y aunque aún tenía


secuelas de los mojitos me sentí bastante relajada con él.

Podía sentir que era una persona sencilla, tierna y centrada,


difícil de encontrar en estos tiempos.

Fue interesante quedar con él, si me gustaba a través del


ordenador me gustó más en la realidad.

Una de las cosas que me atrajo era que aparte de la vida


estresante que llevaba trabajando en la Bolsa su tiempo libre
lo ocupaba en una ONG ayudando a niños huérfanos en
África. Sólo contándome algunas experiencias que había
tenido con ellos cuando iba al orfanato se notaba que
disfrutaba con lo que hacía. Su cara radiaba felicidad,
humildad, y lo hacía de corazón. Eso decía mucho de él.

Me mostró que aunque yo creyese que la mayoría de los


hombres sólo buscan sexo, sobre todo después de mi
relación con Lawrence, aún quedaban algunos honrados.

Pude sentir que me gustaba, pero yo tenía un problema. Me


ilusionaba rápidamente, todos eran el hombre de mi vida, los
veía como el padre de mis hijos… y al mes ya me estaba
aburriendo. ¿Cómo podría solucionar eso?

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Con Carlos pensaba que el problema era que llevábamos
muchos años juntos, pero no, el problema era yo que me
cansaba de todos.

Conversamos horas y horas; cuando nos dimos cuenta ya era


tarde para ir al cine. Al día siguiente ambos trabajábamos así
que nos despedimos.

Lo que pensaba que sería un beso apasionado fue


simplemente un beso en la mejilla y eso me dio que pensar.

Normalmente todos intentan algo a la hora de la despedida,


pero él no. Me dijo que me llamaría pronto ya que quedaba
pendiente una salida al cine.

Esa semana iba a estar un poco ocupada ya que tenía unos


trabajos que hacer en la agencia de modelos, así que no
tendría mucho tiempo para quedar con nadie. Eso sí,
esperaba impaciente como cada jueves encontrarme con las
chicas, ir a Churchill y ponernos al día.

Churchill era el típico pub inglés, viejo y maloliente, pero tenía


algo diferente que no había visto en ningún otro sitio. En una
parte del pub la decoración era con orinales colgados en el
techo. Vacíos, por supuesto. La parte del restaurante tenía en
el techo también maceteros colgados con flores naturales, y
el baño estaba lleno de mariposas de papel pegadas en la
pared y siempre flores frescas.

Había algo allí que me hacía sentir como si estuviese en una


aldea, o un pueblo donde todo el mundo se conoce. Se
reunía además mucha gente mayor. La chimenea conseguía
tenernos horas sentadas contándonos el balance de cada
semana mientras tomábamos unas cervezas.

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El martes tuve una llamada de mi amiga Silvia, que trabajaba
en un salón de belleza justo al lado del hotel. Me dijo que
estaban buscando una recepcionista, si estaba interesada
tendría la entrevista por la tarde, ya que necesitaban alguien
urgentemente.

Por supuesto que acepté ya que hacía tiempo que estaba


plateándome dejar el trabajo que tenía y hacer un cambio.

Vivir en el hotel llegaba a ser un poco aburrido después de un


tiempo, y si algún día alguna de mis compañeras fallaba en
mi día libre, Marietta venía a mi habitación a pedirme que por
favor fuese yo a trabajar, así que ese puesto de recepcionista
estaría genial ya que además seguiría trabajando en la zona
de Nothing Hill.

Esa tarde fui a la entrevista. Intenté ir vestida de forma


bastante moderna ya que era un salón muy fashion, en una
zona rica.

Cuando llegué estaba tranquila, ya que conocía a Lia, la jefa,


sería ella la que me haría la entrevista. Eso me daba más
seguridad.

Las condiciones me parecieron interesantes: horario, salario,


era un sitio precioso….Lo único que no sabía era si podría
darle lo que ella esperaba. Atención al cliente sí, porque soy
muy sociable, pero ¿buen manejo de teléfono? Uf, ahí me
quedé bloqueada ya que mi inglés había mejorado, pero no
sé porqué no siempre podía entender una conversación
telefónica.

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Me puse un poco nerviosa, pero algún día tendría que darme
la oportunidad de prosperar y sólo podría ser teniendo
situaciones diferentes.

- Entonces, Laura, ¿estás interesada? -me preguntó Lia.

- Sí, por supuesto -contesté con ánimo de que todo iría bien,
sin demostrarle mi inseguridad hacia el teléfono.

Al día siguiente les di la noticia a mi jefa y compañeras. Fue


un poco triste ya que había tenido muy buenas experiencias
allí, pero era momento de cambio.

Ellas también sabían que todas estábamos allí de paso,


menos Marietta, que no sé cómo podía seguir viviendo en
aquella habitación durante 32 años.

Ahora me tocaría adaptarme al ritmo de vida que la mayoría


de la gente lleva en Londres. Una hora de transporte, buscar
casa para compartir con gente que no conocía, etc.

Lo de compartir no sé cómo lo llevaría ya que lo máximo que


había compartido después de Carlos era una noche con
algún chico y al día siguiente cada uno a su casa. Incluso con
Lawrence, a excepción de algún fin de semana que pasamos
juntos.

Todo saldría bien y de eso se trataba, de ser positiva, abrirse


a nuevas experiencias y aprender de ellas.

Patrick me había mandado un mensaje preguntándome si me


apetecía ir a una clase de yoga el jueves en un centro que
había justo en Nothing Hill. Había oído hablar de ese centro
pero nunca me había animado a ir ya que era un poco caro.

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¿Una clase de yoga? Parecía interesante, sobre todo
viniendo de un hombre. ¿Qué hombre me había propuesto
alguna vez ir a yoga? Ninguno. El único ejercicio al que me
invitaban era cuando estábamos en la cama.

¡Qué casualidad, tenía que ser jueves! No cambiaría mis


cervezas en Churchill por una clase de yoga aunque
pareciese interesante, así que lo aplazamos al día siguiente.

Para mí viernes era siempre día de tacones y discoteca, esta


vez haría una excepción. Tal vez podríamos ir a una clase
temprano y luego tomar unas copas, aunque si al profesor le
daba por hacer alguna meditación al final de la clase no creía
que fuese buena idea. Decidido, sería un viernes de relax.

Por fin llegó el jueves noche. Fue una semana un poco


estresante, con muchos cambios. Vendría bien desconectar
un poco.

Aparte de celebrar que había conseguido mi nuevo trabajo, a


Elena la habían ascendido a directora en la agencia de viajes.
Estaba contentísima, y su relación con Michael era perfecta.

Me encantó ver a las chicas. Fue una noche muy divertida;

Eva seguía yendo cada dos semanas al salón de Marta a


retocarse su pubis, ya que desde que se lo tatuó su vida
sexual había aumentado. El ego de su marido al ver su
nombre tatuado, lo ponía eufórico de placer.

Patricia faltó esa noche ya que uno de sus rollos de internet


le había llamado desesperado porque quería volver con su ex
novia y necesitaba su ayuda o se suicidaría.

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Lo pasamos genial, es tremendo cuando nos juntamos sólo
mujeres. Siempre tenemos algo de qué hablar y de qué
quejarnos. Luego decimos que los hombres no nos entienden
pero en el fondo ni la mayoría de nosotras mismas nos
entendemos. Si no estamos con el síndrome premenstrual
estamos con el periodo, sino ovulando; en fin, siempre
tenemos algún motivo para estar sensibles o de mala leche.

Pedimos uno de esos platos de tallarines con ternera y otro


de arroz con verdura y gambas, ya que Churchill aparte de
ser famoso por su decoración tiene una comida tailandesa
que no la encuentras en ninguno de los restaurantes
tailandeses más caros de Londres. Y lo que más me
sorprende, vayas a la hora que vayas y el día que sea,
siempre están los mismos camareros de origen tailandés con
una sonrisa de oreja a oreja.

Llegó el sonido de la campanita a las once de la noche


avisando que era hora de pedir la última ronda, así que
aprovechamos y pedimos un par de cervezas más.

A la salida del pub hacía frío, aunque el alcohol nos hizo


entrar un poco en calor. Nos tocó coger un taxi para volver a
casa ya que diluviaba, era imposible andar. Como si el
Thamesis se hubiese desbordado

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Capitulo 7

Allí estaba yo, con la cabeza hacia bajo mirando de reojo con
un ojo abierto y otro cerrado, ya que la voz tan dulce de esa
profesora no me hacía diferenciar cuando pasaba de un
ejercicio a otro, así que la mayor parte del tiempo lo pasé
haciendo el ejercicio erróneo.

Patrick de vez en cuando me decía sigilosamente “Laura,


cambia de posición”, pero yo seguía de forma incorrecta los
pasos que la profesora iba diciendo.

Hubo un momento en que no pude aguantar la postura,


notaba que la sangre se me bajaba a la cabeza y empecé a
ponerme roja mientras pensaba “¿cómo puede ser que no
nos diga aún de cambiar a otra postura?”

Cuando abrí los ojos vi que todos estaban estirados en el


suelo, mientras que yo seguía tumbada en el suelo con las
piernas y columna totalmente estiradas hacia arriba.

Los últimos quince minutos que tuvimos de relajación mi


cuerpo flotaba, conforme nos iba guiando como relajar cada
parte de nuestro cuerpo podía sentir esa dulce voz en cada
célula de mí hasta el punto de viajar por un momento a un
paisaje de cascadas; podía oír hasta los pájaros cantar, y
sentir el frescor del agua…

¿Por qué mi jefa no tenía esa linda voz cada vez que me
mandaba algo?

61
Me gusta, le comente a Patrick después de terminar la clase.
Él sonrió como diciendo “¿ves? ya hay algo que podemos
hacer en común”.

Después fuimos a Nando’s, que estaba justo al lado del hotel,


pedí una hamburguesa de pollo gigante con ración doble de
patatas. Parecía que no hubiese comido nunca.

Patrick me miraba asombrado, me sentía un poco


avergonzada ya que normalmente en las primeras citas suelo
estar un poco nerviosa y se me quita el hambre, pero es que
esa clase me dejó relajada, veía todo de otro color, hasta a
Patrick lo veía más guapo. Los chavales que hay siempre
borrachos por la calle chillando ese día esos gritos me
parecían bonitas sinfonías.

Definitivamente volvería otro día, pero tal vez me llevaría un


audífono para poder oír un poquito más a la profesora.

Otra vez llegó la hora de despedirnos, no podía creerlo, un


viernes sin ir a una discoteca, y lo había pasado genial.

Mientras Patrick me limpiaba con la servilleta un poco de


mayonesa que había quedado en mis labios, yo pensaba
“ahora seguro que me besa, como en las películas”, ¡pero no!

Me limpió, cogimos el bolso, las chaquetas y me acompañó


hasta la puerta del hotel.

Mientras nos despedíamos y hacíamos planes para quedar


otro día, yo pensaba “ahora seguro que me pedirá subir y yo
me haré la interesante a la hora de contestarle”, pero
tampoco fue así.

¡Otra despedida sin beso! ¿Qué pasaba con este chico?

62
Así somos las mujeres, si van rápido pensamos que están
desesperados, si van lentos pensamos que están frustrados
por algún problema o simplemente quieren aclararse sobre su
homosexualidad.

Al día siguiente, sábado, me perdería mi salida a Portobello.


Era una lástima ya que decían en las noticias que haría sol,
aunque es algo que nunca se sabe porque en Londres puede
cambiar cuatro veces el clima en un día.

Ese día hiciese el clima que hiciese tenía que empezar a


buscar habitación ya que en diez días máximos tendría que
dejar mi trabajo en el hotel, incluida mi habitación, e
incorporarme a mi nuevo trabajo.

No quería moverme de la zona donde vivía ya que me


encantaba, pero veía un poco difícil poder pagar esos
precios tan altos, empezaría por la zona de Nothing Hill.

Después de todo el fin de semana buscando, no encontré


ninguna habitación que me gustase. O una era muy pequeña,
o vivían ocho personas con un sólo baño. La peor vivienda
fue en Ladbrove Grove. La escalera olía a pipí y estaba llena
de basura. Cuando toqué el timbre me abrió la puerta un
hombre de unos cincuenta y cinco años, con tres dientes de
oro, un bote de cerveza en una mano y el dedo de la otra
mano hurgándose la nariz. Lo miré y le dije “lo siento, me he
equivocado”.

Mientras me iba a paso ligero, el hombre cojeando como


pudo intentó alcanzarme y convencerme. “Señorita, señorita”,
me llamaba con voz fuerte asomándose por la barandilla y
bajando al mismo tiempo, vuelva a subir y mire la habitación,
si le gusta le hago un descuento, me decía a la vez que
escupía. Aunque me la dejase gratis ni loca me metería allí.

63
Salí corriendo del edificio, un poco asustada y dándome
cuenta de lo arriesgado que era lo de vivir en una misma
casa con alguien que no conoces.

Claro que no todas las viviendas eran cutres, ni la gente


como ese loco de Ladbrove Grove. Había una en Lancaster
Gate que era una preciosidad: habitación individual y sólo
compartiría la casa con una chica china. Se la veía muy
tranquila, limpia y ordenada, aunque las pegatinas y cuadros
que tenía de Hello Kitty por toda la casa sobraban y el precio
era tres veces más que mi salario.

Resumiendo, las que me gustaban no se adaptaban a mi


presupuesto y las que se adaptaban a mi presupuesto no me
gustaban.

Me di cuenta de lo cómodo que era vivir en el hotel: no me


preocupaba de gastos de alquiler, comida ni transporte. En
cambio, con mi nuevo salario solo podría ir a Elephant and
castle, Brixton o Finsbury Park si quería tener una habitación
individual, la verdad, no me imaginaba viviendo en aquellas
zonas ya que la primera vez que fui a Brixton, al salir de la
estación del metro creí que estaban filmando una película de
acción, pero no, era la realidad: traficantes, peleas…

En Finsbury Park tuve que ir durante tres lunes para hacer


unas sesiones de fotos y las tres veces hubo peleas en la
calle. Con todos mis respetos y no es que sea precisamente
una pija, quedaban descartadas esas zonas.

Por un momento empecé a sentir tristeza porque veía que


me tocaría irme a vivir lejos de mis amigas.

64
Esa misma noche, cansada después de todo el fin de
semana caminando, me di un baño y planifiqué por dónde
seguir buscando habitación al día siguiente.

No me lo podía creer. En ese momento me llamó Elena para


decirme que había hablado con Bárbara, su compañera de
piso, también italiana, la cual había perdido el trabajo, y como
estaban un poco justas de dinero habían pensado alquilarme
una habitación que tenían en el altillo, si yo estaba
interesada.

En realidad la habitación era un trastero pero la decoraron de


tal manera que quedó como una habitación pequeña y
acogedora,

Me encantó, la vivienda estaba en Sheperd Bush, a diez


minutos en autobús de Nothing Hill y diez minutos desde
Hammersmith, que es donde vivía Patrick. Al final todo me
estaba yendo mejor de lo que esperaba.

Llegó el momento de dejar el hotel. La despedida fue triste,


acabamos todas llorando. Fueron muchas noches de juergas,
noches de cubrirnos entre nosotras cuando subíamos algún
chico a nuestras habitaciones... en fin, muy buena
experiencia. Me calmaba el saber que viviría cerca de ellas y
seguiría pasando por allí a menudo a saludarlas.

Hicimos una fiesta en casa de bienvenida. Todas mis amigas


y compañeras de trabajo vinieron. Bea vino acompañada de
su masajista. Por lo visto le gustó la experiencia de ser
lesbiana y acabó dejando a su marido. Lisa se presentó con
un egipcio que parecía un aburrido.

65
Se pasó una hora hablando sólo de momias, pero las miradas
que me echaba Lisa eran de “no me digas nada, Laura.
Aunque sea un pesado es buenísimo en la cama”.

Me encantó la escena, parte de la gente que había conocido


desde mi llegada a Londres estaban allí. Me puse por un
momento melancólica. Ya que cuando vi algunas parejas
eché de menos lo bonito que es tener compañía. Muy en el
fondo de mí a veces anhelaba eso y al mismo tiempo no
entendía porqué para mí era tan imposible mantener una
relación estable.

Invité a Patrick pero tenía una reunión de trabajo y no pudo


venir, así que teníamos una excusa para preparar una cena
en la próxima cita (y a ver si por fin ya se animaba a
besarme).

En esos momentos, mientas pensaba en él, recibí un


mensaje suyo: “Espero que estés disfrutado de la fiesta. Te
deseo lo mejor en tu nueva etapa. Necesito verte pronto, no
dejo de pensar en ti”.

Aaaahhh, ¿qué significaba eso? Dios mío, Patrick había


dicho las palabras prohibidas. Siempre desaparezco cuando
los hombres me dicen eso.

Intenté calmarme ya que sé cómo reacciono en un momento


de agobio.

Cuando todos se marcharon de la fiesta, me metí en una de


esas páginas de Youtube con ejercicios y música de
relajación, después de intentar meditar un poco a mi manera,
que por cierto no funcionó, por fin me convencí a mí misma
de que es bonito saber que hay alguien pensando en ti, y
había que volver a dar una oportunidad.

66
Al día siguiente, Patrick me llamó para preguntarme cómo iba
todo, y planeamos una cena para el próximo sábado.

Presentía que esto iba en dirección a una relación seria, y yo


aún con mis miedos me estaba dando la oportunidad de
intentarlo.

Bárbara y Elena tenían un cumpleaños ese sábado, así que


me dejaron la casa solita para mí, ya que uno de los
inconvenientes cuando compartes piso con gente es que el
baño esté ocupado y llegues tarde a tu cita. Por suerte había
buen ambiente con las chicas y llegábamos siempre a algún
acuerdo.

¿Qué podía preparar para cenar? En el hotel me daban la


comida hecha o compraba comida preparada, así que había
perdido la poca práctica que tenía y, a la vez, me había vuelto
perezosa.

Llamé a Eva, que como ama de casa tal vez tendría más
experiencia en cocina para darme alguna receta. Me
equivoqué, la únicas compras que hacía era de ropa, así que
lo único que me recomendó fue el restaurante chino de
debajo de su casa.

Probé con Elena pero su móvil estaba apagado. Así que me


tocaría ingeniármelas a mi sola.

Yo era malísima cocinando. Me vino la idea de preparar


mejillones al vapor ya que son afrodisíacos. A ver si se
animaba la cosa y por fin me besaba. Pensándolo bien, hasta
freír un huevo se me daba mal. Así que optaría por ir a
Tesco.

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Tesco es uno de esos supermercados en que encuentras de
todo, y si encima vas a última hora muchos de los productos
están rebajados a más de la mitad de precio porque tienen
una fecha de caducidad corta.

La foto de la caja se veía apetecible. Era comida india con


todo incluido: pollo tikka masala, arroz, samosa…

Cogí ese sin pensarlo dos veces y con un Rioja quedaría de


lujo. Le daría un toque especial a la mesa con velas y copas,
y tal vez no se notaría mucho que era una cena de comida
preparada. Eso sí, hice arroz con leche de postre, que es lo
único que me sale bien.

Viendo que le gusta el yoga y es un poco místico, pensé que


una música como Enya le gustaría, aunque podríamos
acabar durmiendo y no habría beso, así que lo cambié por
algo de jazz. Diana Krall, que también es tranquilo. Ya estaba
todo preparado, sólo faltaba él.

Al abrir la puerta allí estaba con una botella de vino y una


rosa. Esa noche tenía que ser especial. ¡El ambiente era
perfecto!

Patrick entró a la cocina justo cuando estaba sacando la


comida del microondas. “Lo siento”, sonreí sonrojada. Le
puse la excusa de que tuve que hacer de niñera con el hijo de
mi vecina y que no me dio tiempo a cocinar.

Con una sonrisa me dijo “no pasa nada, me encantan las


comidas preparadas de Tesco”. Menos mal, ya tenemos otra
cosa en común.

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Acabamos una de las botellas de vino, nos miramos los dos
como diciendo “¿abrimos la segunda?, y finalmente pasó lo
que tenía que pasar. Patrick cogió mi mano y me saco a
bailar. Mientras apretaba mi cuerpo contra el suyo sentí su
estado de erección, seguidamente colocó su mano en mi
trasero y ya cuando puso sus labios en mi cuello no pude
controlarme. Empecé a desabrocharle su camisa, me llevó en
brazos a mi cama e hicimos el amor toda la noche. Era
sensual, no el típico hombre que termina de hacerlo y se da
la vuelta. Ahí estaba él para complacerme hasta el final, y lo
hizo.

Después de ese día, hubo una cita tras otra, y cuando me di


cuenta al mes siguiente estaba pasando más tiempo en su
casa que en la mía, ya que él vivía solo.

Disfrutaba con él pero me asustaba ver que Patrick pasaba


parte del tiempo haciendo planes de futuro juntos.

Mintió cuando dijo que le gustaba la comida preparada.


Patrick era un manitas en casa y en la cocina, así que me
tocó hacer un curso intensivo de cocina para principiantes,
por supuesto sin que él se enterase. Menos mal que me
cuidaba tanto que siempre cocinaba él.

Llevaba un mes en mi nuevo trabajo y poco a poco iba


mejorando, ya que al principio fue un desastre. La primera
semana fue la peor, tuve suerte de que Silvia estuvo conmigo
dándome la formación. Me gustó el sitio pero la clientela era
gente rica y muy prepotente.

El teléfono sonaba. “Looking good, ¿en qué puedo ayudarle?”

Madre mía, esa mujer hablaba tan rápido que no había


manera de entenderla. Ante mi esfuerzo de intentar descifrar

69
lo que me decía, no me quedó otra opción que colgar el
teléfono. Silvia me vio, menos mal que le dio por reírse al ver
mi cara de asustada cuando colgué.

Siempre había sabido del materialismo y consumismo que


hay en Londres pero nunca me imaginé hasta que punto.

Fue en el salón donde me di cuenta de que las mujeres


podían llegar a enfadarse por no tener el último champú de
Kerastase. Allí la filosofía era “como tengo dinero, tengo
prioridad para todo”. Lamentable pero cierto. ¡Cómo hubiera
deseado mandar a una de esas pijas un mes a un país
subdesarrollado! Que aprendiesen sobre la vida, en vez de
tanta tontería que montaban porque se les había roto una
uña, o el flequillo había quedado demasiado corto…

Silvia y mi jefa eran pacientes conmigo cuando cometía


errores, hasta que un día pasó lo que pasó.

- Looking good, ¿en qué puedo ayudarle?

Había una voz de señora al otro lado del teléfono, sin ninguna
amabilidad, muy seria. Me preguntó algo que no pude
entender porque era tartamuda. El caso es que yo sólo
entendí el final de lo que dijo. Brasilian. Y pensé que se
refería a un tipo de depilación que se llama así.

Confiada en que las dos estábamos hablando de lo mismo, le


seguí la conversación. Mientras la señora me preguntaba, yo
contestaba con total seguridad a lo que ella quería saber.

- Entonces, ¿cuánto tiempo dura lo del brasilian?

- Depende de lo rápido que crezca el pelo, tres semanas o un


mes más o menos.

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- ¿Cómo puede ser tan poco tiempo, tengo amigas a las que
les ha durado tres meses?

- ¿Tres meses? -pregunté asombrada- Yo lo veo mucho


tiempo, pero como le digo depende del pelo de cada persona.

- ¿Y qué precio tiene?

- 35£

- ¿Cómo que 35£? Si mis amigas han pagado 150£.

- Depende del salón que vaya pero aquí lo tenemos a 35£.

El tono de voz de la señora empezaba a subir y a mí ya me


estaba temblando el teléfono, sobre todo cuando de repente
levanté la mirada y vi un poster en la pared que ponía
“tratamiento brasilian 150£”

¡Lo que la señora quería era información sobre el tratamiento


de cabello con keratina llamado Brasilian y yo le estaba
hablando de la depilación de pubis llamada Brasilian!

Al final, chillándome, me dijo que no tenía ni idea de lo que


estaba hablando y me colgó el teléfono.

Por supuesto a los dos minutos volvió a llamar para poner


una reclamación, eso sí, esa vez fue Silvia quien contesto al
teléfono y me volvió a pillar haciendo mal mi trabajo.

Supongo que con el tiempo me iría adaptando, sobre todo al


manejo del teléfono. Y yo me pregunto: ¿por qué esta gente
rica en vez de tomárselo como una anécdota y reírse siempre
se lo toman con estrés y enfado?

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Eso era algo que echaba mucho de menos de España, el
humor, el hablar en la tienda aunque no te conozcan. En el
barrio donde he vivido siempre, cuando vas a comprar a la
verdulería la dueña de la tienda tiene una silla que eso es
como ir al psicólogo. Te bajas a comprar un pimiento, te tiras
una hora hablando y tan feliz te vuelves a casa. Todo lo
contrario a Londres, que puedes ir durante dos años al mismo
supermercado o vivir en el mismo edificio y nadie te saluda ni
se para hablar contigo.

Los dos días siguientes no trabajaba. Patrick y yo habíamos


organizado pasarlos juntos y, aunque él se fuese a trabajar,
yo me quedaría en su casa, relajándome.

La cosa iba demasiado deprisa, ya tenía en su casa mis


zapatillas, un pijama, ropa interior… una situación que no me
imaginaba que volvería a pasar después de dejar a Carlos.

Me dediqué todo el día a hacerme una limpieza de cara,


clase de yoga, etc. Finalmente me tumbé en el sofá, coloqué
algo de incienso, velas, y por fin disfruté de mi soledad.

Patrick vino más pronto de lo habitual nos preparamos unas


pizzas, alquilamos una película romántica y, justo cuando
estaba a punto de llorar, suena el teléfono.

- No te lo vas a creer.

Era Elena y no podía ni hablar de la emoción.

- ¿El qué no me puedo creer? –pregunté mientras seguía un


poco acongojada reprimiendo las lágrimas.

- Me acaban de regalar en mi trabajo dos billetes para ir a la


República Dominicana, puedo llevar a una amiga gratis, ya

72
que Michael tiene mucho trabajo y no puede venir, ¿qué te
parece, vendrías a pasar una semana loca?

¡República Dominicana! Sonaba a calorcito, chicos


bronceados y, cómo no, noches de locura.

- Sí, sí, sí - le contesté sin pensarlo.

Pero en ese momento, cuando miré hacia el sofá y vi a


Patrick, me acordé de que estábamos planeando ir al Caribe
en nuestras próximas vacaciones a pasar una semana
romántica. No sería justo que ahora cambiase de idea y me
fuese con mi amiga.

En ese momento me di cuenta de que ya no era tan libre.


Había una persona a la que por un mínimo de respeto tendría
que preguntarle su opinión. Mi tono de voz cambió y le dije a
Elena que le contestaría al día siguiente.

- ¿Cómo que te lo tienes que pensar? Es a gastos pagados,


sólo tienes que coger tu bikini, nada más.

- Te lo agradezco pero es que tengo que hablarlo con Patrick.


Te llamo mañana.

Cuando colgué, me fui directa al baño durante diez minutos


para ocultar mi enfado ya que si por mí hubiera sido le
hubiese dicho que sí. ¿Quién puede rechazar un viaje así?

Cuando volví al salón ya me había calmado un poco, pero no


pude contener un comentario en voz bajita. “Republica
dominicana y yo aquí con este frío”. Enseguida Patrick notó
que pasaba algo y me preguntó si estaba bien.

Le comenté la propuesta de Elena. Patrick se mostró


contento e incluso me dio ánimos para que fuese, pero pude

73
notar en su voz que no estaba siendo sincero. Su voz sonaba
a “no, por favor no me dejes solo; nosotros habíamos
planeado antes esas vacaciones”.

Después de toda la noche dándole vueltas a la cabeza,


imaginándome en esas playas y pensando, llamé a Elena al
día siguiente. Con todo mi dolor le dije que lo dejaría para
otro momento. No me podía creer lo que estaba haciendo.

- No pasa nada, se lo ofreceré a Patricia. Seguro que se


volverá loca ya que le gustan los morenitos - dijo Elena en
plan irónico - Este jueves ya sabes, estaremos en el pub
como siempre.

- De acuerdo, Elena, y gracias por haberte acordado de mí.

Cuando colgué le sonreí a Patrick y me senté a su lado como


si no hubiese pasado nada, aunque estaba que me moría de
rabia. No conseguía quitarme de la cabeza lo que había
hecho.

Sé que es lo normal en las relaciones, saber lo que opina tu


pareja, pero no me gustó lo de pedir opinión a Patrick.
¿Quién me decía a mí que esa relación no acabaría y habría
perdido la oportunidad de disfrutar de un viaje inolvidable?

Ese día habíamos decidido pasarlo juntos. Lo sentía por


Patrick pero no estaba de buen humor. Me levanté cansada,
no dormí bien, Me pasé la noche pensando. Llegué a verme
en un chiringuito de la playa tomando un cocktail y bailando
salsa sin parar con un chico guapísimo.

Necesitaba aire y olvidar lo sucedido, así que decidí ir al


salón de Marta, darme un masaje, calmarme y tal vez pasar
el día sola.

74
Me despedí de Patrick, intenté hacerlo de una forma cariñosa
para que no se diese cuenta de que aún seguía con rabia.

- Cariño, después del salón tal vez vaya directa a mi casa,


tengo cosas que hacer allí.

-Vale, no te preocupes, ya me llamas cuando termines del


masaje y me dices lo que has decidido hacer.

Cuando llegué al salón me encontré a Eva.

- ¡Pero qué sorpresa, no sabía que estarías hoy aquí!

- No te llamé porque pensé que estarías trabajando.

- No, lo cogí libre, y como veo que funciona lo de probar


cosas nuevas con Robert, hoy he decidido ponerme
extensiones azules en el poco vello púbico que me queda.

Ese día le vi un aspecto diferente, como si hubiese cogido


peso.

- ¿Y a ti que te trae por aquí? -preguntó Eva.

- Nada, después de desaprovechar un viaje con Elena, por no


matar a Patrick he preferido darme un masaje y cargarme de
buena energía.

Marta siempre probaba con las clientas nuevas técnicas de


masajes, no sé si serían traídas de otro país o simplemente
se las inventaba ella. A veces funcionaban, a veces no.

Ese día me dijo que me daría un masaje llamado la Llama del


deseo. Consistía en calentar un vaso al rojo vivo, luego lo
pasaba en forma rotativa por mi espalda y de vez en cuando
me golpeaba suavecito a la vez que hacía como una oración

75
y gritaba. La verdad es que funcionó, aunque al principio me
asustó verla.

Mientras Eva me esperaba en recepción, me percaté que


Marta tenía junto a los cuadros de pubis depilados una foto
de unos genitales masculinos que tenían tatuado el nombre
de Eva.

- ¿Y esto? -le pregunté a Marta con una sonrisa.

- Es Robert, el marido de Eva, que también se ha decidido a


innovar, así que gracias a él trabajare desde ahora también
con hombres.

Eva bajó la mirada un poco sonrojada.

A la salida fuimos a tomar un café y estuvimos charlando


sobre mi relación. Notó que estaba molesta por haber
rechazado el viaje. El problema de todo es que era yo la que
estaba creando esa situación ya que Patrick me dijo que no
había problema si quería irme.

Admito que mi error fue pensar que una relación seria era
como la que tenía con Carlos, estar veinticuatro horas juntos
y todo lo que no fuese así eran sólo rollos de una noche. Con
Lawrence fue completamente diferente, pasábamos tiempo
juntos pero era todo más liberal aunque claro, entendía por
qué no me pedía explicaciones. En el fondo no le importaba
lo que yo hacía, tenía a Margaret.

Los dos meses siguientes fueron tranquilos: cine, cenas en


casa, clases de yoga. Me gustaba pero mi vida social se
estaba acabando, me estaba amoldando más a la vida de
Patrick que él a la mía, y eso no me gustaba. Eso es

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exactamente lo que tendría que evitar, no volver a tener una
relación como la de Carlos, o volvería a cansarme e irme.

Al principio cuando nos conocimos hacíamos más cosas


juntos pero poco a poco se había acomodado y las pocas
veces que salía era a el pub los jueves. Él se quedaba en
casa esperándome.

Las salidas a la discoteca se quedaron en segundo plano ya


que a Patrick no le gustaba salir de noche. Cuando oía a las
chicas contarme alguna de sus salidas me entraba un poco
de envidia

77
Capitulo 8

El salón cada vez funcionaba mejor, por fin después de


muchas meteduras de pata me sentía segura con el teléfono,
pero sabía que ese no era el entorno en el que quería
trabajar; demasiadas pijas y mucha tontería.

Se quejaban porque no les gustaba el café que teníamos, o


las revistas no eran de su agrado, y si encima tenían que
esperar cinco minutos a que el estilista las atendiese ya era el
colmo. Algunas de ellas se iban enojadas.

También teníamos clientas raritas pero agradables aunque


me llevó un tiempo acostumbrarse a esos caracteres.

Como Miss Wood, una señora auténtica. Era divertida verla,


muy delgada, alta, con gafas de culo de vaso y hacía una
mueca todo el tiempo con la boca. Llevaba siempre un
Yorkshire dentro de su bolso y mantenía unas
conversaciones con él como si de una persona se tratase. Lo
malo de ella es que a veces nos asustaba porque no
sabíamos cómo iba a actuar ese día.

Normalmente entraba al salón sonriendo, hablando sola o


diciéndole a su perro que nos dijese buenos días.
Obviamente nunca lo consiguió. Cuando la acomodábamos
en un sillón hasta que viniese el estilista, se levantaba como
veinte veces, simplemente se quedaba de pie, comenzaba a
reírse o murmurar.

Cuando se le ponía el tinte era cuando a todos nos entraba el


pánico, ya que normalmente protestaba en tono alto,
asegurando que ese no era el color que se le ponía siempre.

78
Había que tintarle dos veces el mismo día y darle un valium
para que se tranquilizase, porque llegaba a tirarse de los
pelos mientras chillaba “¡este color no me gusta!”.

Lo más gracioso de todo era que los dos tintes que se le


ponían eran el mismo color pero ella se empeñaba en que el
primero era diferente y el segundo le encantaba.

Otra de las clientas era Sarah, una chica de veinte años que
aparentaba treinta y cinco. Solía llevar unos vestidos tipo
Mary Poppins, incluido el sombrero y paraguas a juego con el
vestuario, muy extravagante ella. Venía cada semana a
hacerse la manicura (bueno, nunca llego a hacérsela).
Dejaba 1£ de propina, nos contaba todo el dinero que tenía
su novio, las compras que había hecho y, cuando llegaba la
hora de hacerse la manicura, se marchaba porque tenía
prisa. Al final ya la conocíamos y sabíamos que venía sólo a
tomarse el capuccino gratis.

De todas formas, no todas eran así, también había un par de


ellas que eran agradables.

Ese jueves nos juntamos todas en el pub, supuestamente


Eva y Patricia tenían que hablar con nosotras… ¡qué intriga!

De Eva me esperaba que nos enseñase algún modelito que


se había comprado, y de Patricia alguna historia con uno de
sus novietes.

Empezamos con las rondas de cerveza, tallarines y arroz


como siempre, pero ese día la situación fue diferente.
Cuando Eva pidió un zumo de naranja nos quedamos todas
mirándola y mientras se tocaba su barriguita nos soltó que
estaba embarazada.

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Ya decía yo que la última vez que la vi en el salón de Marta
estaba diferente. Por fin los fines de semana de retiro en su
habitación sin parar de tener sexo y la atracción mutua que
tenían ahora ella y su marido desde que ambos no paraban
de probar cosas nuevas para estar excitados todo el tiempo,
funcionó.

Después de felicitarla nos quedamos todas mirando a Patricia


como diciéndole “no, por favor, tú también no”. Estábamos
aterrorizadas por que el problema con ella es que no
hubiésemos sabido quién sería el padre.

Patricia nos miró y mientras se bebía una caña de un trago


nos repitió lo mismo que Eva. Parecía entusiasmada,
nosotras no entendíamos nada. ¿Cómo puede estar
contenta? Primero no le gustan los niños y segundo no sabe
ni de quién es el bebé.

Cuando vio que los tallarines se nos estaban atragantando,


se rió más. Llegué a pensar que lo de su risa sería algún
síntoma nervioso del embarazo, hasta que por fin nos dijo la
verdad.

- No, chicas, no estoy embarazada. Me voy a vivir a Suiza.

- ¿Cómo?

Ahora sí que teníamos dudas, no sabíamos si nos estaba


tomando el pelo otra vez o sería verdad. Hasta Somchai, que
así se llamaba el camarero aunque por comodidad siempre le
llamábamos Jesús, en ese momento mientras pasaba por
nuestro lado y oyó la noticia se le cayeron los platos que
llevaba a la mesa de al lado.

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Somchai, que siempre sonreía, en ese instante reaccionó
como si hubiese visto un troglodita. Sus ojos se salían de las
órbitas del asombro e incluso se detuvo con nosotras a
ponerse al corriente, ya que él también la echaría de menos.
Además siempre tuve el presentimiento de que se sentía
atraído por Patricia desde el principio.

Permanecíamos todas atónitas mientras Patricia nos


detallaba lo que le había sucedido. Pasamos de las rondas
de cervezas, directamente a por el whisky. Habían sido
muchos sobresaltos en menos de una hora. Resulta que uno
de sus ex, Peter, había contactado con ella en una de esas
páginas de amistad que ella solía usar. Patricia y Peter
terminaron hace doce años. Había sido tanto para uno como
para el otro su primera relación y ahora él quería retomarla.
El problema no era ese sino que cuando Peter encontró a
Patricia en esa página no salía reflejado con su nombre sino
como Marie.

Resulta que Patricia terminó la relación con Peter porque los


padres de ella se marcharon a vivir a otra ciudad, ella era
menor de edad y no tuvo otra opción que ir con ellos,
separándose de su gran amor. Después de tres años de
depresión intentando olvidar a Patricia sin conseguirlo,
cuando se enteró de que ella tenía otro novio no pudo
soportarlo y decidió cambiarse de sexo y no saber nada de
mujeres nunca más.

Aunque los dos eran jóvenes cuando terminaron, Patricia


siempre guardó un buen recuerdo hacia él. Lo que nunca se
imaginaba es que se volverían a reencontrar y en estas
condiciones.

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Al principio fue duro de aceptar ver a ese chico con el que
hizo la primera vez el amor convertido en mujer. Peter le
prometió que volvería a ser un hombre como antes. Tenía
cita en dos semanas en una clínica privada para cambiarse
de sexo otra vez. Patricia no se imaginaba su vida sin un
pene. Aunque a veces había tenido fantasías eróticas con
mujeres nunca había estado con ninguna.

La operación sería pronto, lo que significaba que cuando ella


llegase a Suiza estaría todo listo para vivir como una pareja
normal. Así que decidió darse a sí misma una oportunidad y
probar con él, bueno, con ella en ese momento.

En tres semanas sería su despedida. Teníamos que


organizarlo todo, comprar ropa, restaurante, discoteca… en
fin, todo para que acabara siendo una noche especial. Sólo
deseaba lo mejor para ella porque aunque tuviese muchos
novios de un fin de semana se sentía sola y con ganas de
algo estable.

Yo estaba eufórica, tenía la adrenalina a tope ya que me


encargaron organizar la despedida, aunque por supuesto
cada una dio sus ideas. Patrick y yo llevábamos los dos
últimos meses muy monótonos, prácticamente no salíamos
de casa, así que me vendría bien estar ocupada.

Las siguientes tres semanas pasaron rapidísimas. Es


asombrosa la cantidad de restaurantes y discotecas que hay
en Londres. La elección puede ser tan complicada como
escoger un pastel de chocolate en una pastelería.

Finalmente decidimos ir a Movida, una discoteca en Oxford


Circus con mucha fama porque siempre te puedes encontrar
allí a algún futbolista famoso, aparte de chicas con dos pares

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de pestañas postizas en el mismo ojo, tetas hasta el cuello y
desesperadas por cazar algún rico.

El sitio ya estaba elegido. Descartamos lo de llevar el pene


en la cabeza como en muchas despedidas de soltera. En el
fondo tampoco se iban a casar. Eso sí, pensamos en
regalarle un consolador por si el nuevo pene de Peter no
funcionaba. La cena en el restaurante sería en la parte
reservada para despedidas y como postre un stripper. Ya
estaba todo listo, sólo quedaba elegir el vestuario.

Sabiendo el ambiente que encontraríamos en Movida, habría


que ir fashion. Me puse manos a la obra y empecé por ir de
compras en busca de algo sexy. Con eso de que no salía
mucho de casa no me quitaba el pijama y las zapatillas, sólo
para ir a trabajar.

Encontré un vestido en una tienda de pakistaníes que fue una


ganga, estaban de liquidación, era precioso, de raso, abierto
en el pecho y atado en el cuello como con un pañuelo
coordinado con el estampado del resto del vestido. Era una
copia de Armani, hubiese costado 300£ su precio real, pero al
ser una falsificación lo habían reducido a 5£. Como estaba en
un stand donde había un cartel que decía “rebajas desde 5£
a 50£” pensé que tal vez se habrían mezclado los caros con
los baratos.

En la etiqueta había un 5 borroso, ante la duda le pregunté a


la dependienta, una pakistaní con un nivel muy bajo de
inglés, no conseguí entenderla, pero si realmente esa era la
oferta no me podía ir sin él

Finalmente la dependienta se acerco a el cartel donde


estaban las ofertas indicó con su dedo la cantidad de 5£, no

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lo pensé dos veces. Le dejé un billete de 5£ y me fui antes de
que me dijese que se había equivocado.

Esa tarde me llamó Patrick para quedar después de mis


compras e ir a tomar un café. Por fin se dio cuenta de que no
podíamos estar siempre en casa, o al menos eso pensé.

Me hizo enseñarle el vestido, le pareció muy provocativo, le


encantó. El problema fue cuando empezó a preguntarme con
entusiasmo sobre la despedida de Patricia. ¿Dónde íbamos a
ir? ¿Tendría que comprarse ropa él también?

Me di cuenta que se había invitado él solo. Hacía tanto


tiempo que no salía con las chicas de fiesta que me apetecía
ir sola. Tal vez fue mi error no decirle desde un principio que
no irían hombres.

Intenté cambiar de tema hasta que me viniese una idea sobre


cómo decírselo sin herirle. Después de hacerle un poco la
pelota diciéndole lo bien que olía, lo orgullosa que estaba de
él, etc., era el momento perfecto para buscar un sitio donde
tomar algo y decirle la verdad.

- Cariño, ¿por qué no vamos a la tetería de Queensway


donde fuimos en nuestra primera cita? Estaría bien recordar
viejos tiempos.

-Claro que sí -contestó con tanto entusiasmo que pensé que


tal vez se habría olvidado de la despedida, pero no, mientras
tomábamos un té me preguntó si iría el marido de Eva.

Ahí fue cuando aproveché para decirle que lo sentía mucho,


que en un principio se pensó que viniesen nuestras parejas
pero es una despedida y en eso consiste, disfrutar de los

84
últimos días de soltera. Su cara demostró decepción, pero
aún así intentó ser comprensible.

Me sentía incómoda por si le había afectado pero no fue así.


Al día siguiente cuando volvió del trabajo me trajo una caja
envuelta en papel de regalo. Eran un par de zapatos para el
vestido que había comprado.

- Espero que te gusten, estoy seguro de que irás preciosa


esa noche. Deseo que te diviertas, sé que hace tiempo que
no sales con tus amigas y lo necesitas.

Esa era la parte de él que me tenía enamorada, que


independientemente de que se hubiese acostumbrado a
llevar una vida muy casera tenía un corazón de azúcar. Sabía
que era difícil conocer hombres así.

85
Capitulo 9

Por fin llegó la noche esperada. Habíamos quedado en la


salida de la estación de metro de Picadilly con unas ganas de
marcha increíble. Mi vestido de 5£ triunfó. Por un momento
bromeé con que había pagado 100£ y me creyeron.

Fuimos a un restaurante de tapas español en Soho. Hacía


tanto que no iba por España que por un momento me sentí
como en casa: flamenco de fondo, montaditos, sangría… Una
vez finalizado el postre, desapareció ese flamenco y se oyó
un olé en tono alto.

No sabíamos a qué venía eso, lo que pensábamos que sería


un sitio glamuroso se convirtió en una corrida de toros, pero a
lo sexy. Siempre veía a los stripper actuando como policía,
bombero, ¿pero como torero? Nunca, ¡y encima iba
acompañado de otro compañero que hacía de toro!

Al principio pensábamos que era una broma, pero al ver que


los dos empezaron a hacer su baile, muy bien hecho por
cierto, el ambiente se fue caldeando. Siempre he estado en
contra de los toreros, pero nunca me había imaginado que
acabarían teniendo su morbillo.

Patricia acabó con uno por delante y otro por detrás. Mientras
ella le untaba aceite a uno por el cuerpo, el otro se iba
quitando el taparrabos delante de su cara. Podía ver en la
cara de Patricia tanta excitación y felicidad que por un
momento pensé que se lanzaría a por ellos y llegarían a más,
pero no, cuando estaba la cosa más caliente se fueron
separando poco a poco de ella, y con mucha amabilidad
terminaron el espectáculo.

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Allí nos quedamos todas como tontas, con la boca abierta.
Los ojos se nos iban hacia sus partes más íntimas mientras
se despedían. Seguramente usarían algo para tener esa
proporción.

A la salida del restaurante se nos fue el calentón con el frío


que hacía, y nos fuimos directas a la discoteca. Era como si
hiciese años que no nos habíamos visto, parecíamos
adolescentes haciendo comentarios la una de la otra, que si
qué zapatos tan bonitos, qué vestido tan sexy… por no decir
de Elena, que se había colocado esa noche sus bolas chinas,
su cara irradiaba una felicidad continua.

Cuando llegamos a la cola de la discoteca era increíble ver a


esas chicas con vestiditos que sólo les cubría lo que era las
bragas y unos tacones que si miraban para abajo tendrían
hasta vértigo de la altura que tenían.

Por fin dentro se estaba calentito. Esa noche haría como -5


grados, así que para reponernos del frío que habíamos
pasado empezamos con una ronda de margaritas, seguida de
otra y otra y otra hasta que perdimos la cuenta.

Acabamos bailando sin parar. Elena se movía de un lado a


otro sin parar de sonreír. Por un instante empezó a cantar
gritando, se ve que las bolas chinas en ese momento le
estaban proporcionando un orgasmo.

Lisa no se pudo traer a ninguno de sus árabes, pero cuando


fue a la barra a pedir unas copas, al oír al camarero que era
de Marrakech se volvió loca. Como él estaba trabajando, le
dio su teléfono.

Patricia, la anfitriona, estaba emocionada con la decisión de


cambiar de país, aunque me dijo que seguiría con sus

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contactos en internet en caso de que lo de Peter no
funcionase.

Famosos no vi a ninguno, no sé si porque no había o porque


llevaba tal borrachera que me impedía ver bien. Los pies se
me iban de un lado a otro. Podría haber sido una de esas
noches en las que al día siguiente cuando te levantas ves a
alguien a tu lado, dices “buenos días” con el pelo alborotado,
el maquillaje corrido, vas directa al baño a darte una ducha
de agua fría, y ahí es cuando reaccionas.

Por suerte no fue ese el caso. Me comporté bien, hacía tanto


que no salía con las chicas que lo único que quería era
disfrutar de cada momento con ellas.

Cerraron la discoteca y mientras toda la gente había dejado


el local, nosotras seguíamos bailando. El dj nos decía por el
micro “señoritas, es hora de cerrar, despejen la pista”.
Sinceramente yo creo que ni lo oíamos, allí continuábamos
bailando sin música y cantando “Like a virgin” de Madonna.

Patricia partía al día siguiente hacia Suiza. Otra despedida


dolorosa. Esa era una de las partes que no me gustaba de
Londres, conoces mucha gente pero la mayoría acaba
marchándose, aunque no sé por qué esta despedida
presentía que iba a ser corta y Patricia volvería otra vez a
Londres.

Esa noche no fui a casa de Patrick. No quería que me viese


en esas condiciones. Elena y yo cogimos un taxi para ir a
casa. Desde que había dejado el hotel y me había ido a vivir
con ella, pocos días habíamos pasado juntas. La mayor parte
del tiempo lo pasaba con Patrick.

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Sinceramente echaba de menos esas noches en el salón
comiéndonos una pizza hablando de nuestras cosas en
pijama Bárbara, Elena y yo.

Tardé dos días en recuperarme del resacón. Cuando volví a


ser yo misma, empecé a darme cuenta de que echaba de
menos salir más con amigas, mi independencia. No era por
conocer a otros hombres, ya no me apetecía pasar noches
locas, pero sí tomar yo sola decisiones y hacer las cosas que
realmente me apeteciesen.

Estaba enamorada de Patrick, quería estar con él pero


estaba repitiendo otra vez la experiencia que tuve con Carlos,
y eso no era lo que quería. Eso sí, esta vez no quería perder
un año de mi vida sin hablarlo.

Estuve tres semanas meditando la situación, ya que no


quería decirle nada a Patrick hasta que no estuviese segura.
Él me notaba un poco rara. Yo le ponía la excusa de que los
anticonceptivos me habían subido las hormonas, que la
navidad estaba cerca y me encontraba sensible… cualquier
cosa valía.

Finalmente reflexioné que las cosas tal vez no tendrían que


ser tan drásticas y terminar la relación sino que todo se
podría solucionar haciéndole saber que habíamos ido muy
rápido. Sólo al mes de conocernos ya estábamos viviendo
como una pareja que llevaba diez años casada. Lo mejor
sería que siguiésemos juntos, pero cada uno dedicando más
tiempo a sus cosas también por separado.

Cuando me decidí a escribirle un mensaje para quedar y


hablar, la sorpresa me la lleve yo. En ese instante recibí un
mensaje suyo. “Esta noche espero verte a las ocho en casa.
Tengo algo muy importante que compartir contigo. Te quiero”.

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Al llegar a su casa estaba todo lleno de velas, música de
Sade, champán. Estaba sorprendida ya que Patrick era
divertido, atento, pero no muy romántico, así que tendría que
ser algo especial para él.

Me sirvió una copa mientras me guiaba hasta un sillón que


tenía de piel de vaca. Lo único que me vino a la cabeza es
que haríamos el amor, pero no fue así. Mirándome fijamente
a los ojos se puso de rodillas y me dio una caja, mientras yo
la abría me preguntó:

- Laura, ¿quieres casarte conmigo?

En ese momento las manos empezaron a sudarme, mi mente


se nubló, lo único que hacía era mirarlo bloqueada sin saber
que decir. Supuestamente esa noche yo quería quedar con él
para decirle que necesitaba más espacio.

Mientras él seguía de rodillas, tomé dos copas seguidas de


champán a ver si reaccionaba. Patrick intuyó que algo estaba
pasando.

- ¿Es un no, Laura? -me preguntó con ojos cristalinos y una


expresión en su mirada en la que decía “te quiero”.

No quería decir que sí e ilusionarlo sin estar segura. El


matrimonio era algo que no entraba en mis planes pero para
Patrick era algo necesario. Tenía cuarenta años, quería una
familia y por sus creencias religiosas no aceptaba lo de vivir
juntos. O nos casábamos o tendríamos que terminar.

Fui sincera con él, le expliqué cómo me estaba sintiendo en


las últimas semanas, que necesitaba pensarlo antes de dar
una respuesta tan comprometida

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Patrick no se lo tomó muy bien, empezó a pensar que era
culpa suya por haberse acomodado y no haber trabajado un
poco más la relación. Me planteó el vernos sólo los días que
yo quisiese a la semana, que saliese con mis amigas aún
cuando estuviésemos casados, incluso se animó por fin a
ponerle fecha a ese viaje que siempre planeábamos y nunca
hacíamos al Caribe.

Al final le calme diciéndole que no era una ruptura ni un no


como respuesta, sino que necesitaba pensar ya que era un
paso muy importante.

Esa semana le propuse que sería mejor no vernos. Había


unas decisiones que tenía que pensar con respecto a
nosotros y el trabajo, me vendría bien estar sola para verlo
todo con más calma.

Los días siguientes fueron un poco raros. Había una parte de


mí que le echaba de menos, pero otra parte estaba
disfrutando de mi soledad, lo necesitaba. No quedé ni con las
chicas, me vino muy bien reflexionar, llegué a conclusiones
que tal vez con Patrick a mi lado no me hubiese parado ni a
pensar.

Una de las decisiones que cogí fue dejar el salón a mediados


de Diciembre. No me sentía cómoda allí. Lia se había
marchado hacía dos meses y el nuevo jefe era un capullo
mal educado.

Todas mis compañeras habían dejado el trabajo menos


Silvia. La situación era tensa. Si ya había que aguantar a
esas clientas prepotentes, como para soportar a un jefe sin
escrúpulos. Definitivamente me negaba. Londres era un sitio
donde siempre se encuentra trabajo, así que me tomaría un

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descanso y en Enero o Febrero volvería con las pilas
cargadas.

Podría pasar la navidad con Patrick, ya que en esta ciudad es


preciosa sobre todo si nieva, luego haría un viaje sola en el
cual intentaría aclarar mis ideas y darle una respuesta sobre
la petición de matrimonio.

En todo el tiempo que estaba en Londres mis escapadas eran


sólo a Alicante. Antes de conocer a Patrick llevaba un ritmo
de vida muy desenfrenado y cuando lo conocí, todo lo
contrario. Siempre que intentaba sacar el tema de planear
algún fin de semana fuera me decía que estaba cansado, así
que me desmotivé hasta el punto de dejar de proponerle
cosas.

Siempre había querido coger la mochila y recorrer mundo. Tal


vez era el momento de hacer cosas nuevas otra vez, cosas
que me llenasen y disfrutase haciéndolas.

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Capitulo 10

El último día de trabajo en el salón fue el mejor de todos.


Todo lo que estaba reprimiendo con esas idiotas pude
soltarlo. Ese día hubo una de esas clientas histéricas que se
acercó a recepción directamente gruñendo, que cómo podía
ser que el pintauñas aún no se le hubiese secado, que ese
color que acaba de ponerse ya no le gustaba, que quería otro
color inmediatamente.

La intenté calmar diciéndole que la esteticista estaba


ocupada y no tardaría en atenderla, le pregunté si quería un
café mientras esperaba. Me soltó un NO tan fuerte que hasta
mi jefe vino a ver lo que había pasado.

La miré sonriendo como diciendo “¿y a mí qué me importan


tus uñas?”, le pase el algodón con el quitaesmalte y le dije “si
no le gusta se lo quita usted misma”.

Hacía mucho tiempo que quería hacer algo parecido, así que
me sentí liberada.

Al terminar el día, salí contentísima de allí. No me lo podía


creer, no volvería más a ver a esas ricas hipócritas que sólo
te sonreían si les dabas lo que buscaban y si no se
marchaban sin ni siquiera decirte gracias o adiós.

Estaba todo tan bonito… Había nevado pero no sentía ni el


frío, era como esas postales de navidad, la decoración en los
escaparates, las luces, el árbol gigantesco en el centro
comercial de Whiteleys…era como estar en una película de
Papá Noel, ¡estaba feliz!

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La navidad en Londres puede ser bonita o deprimente para
quien no le guste, ya que desde principios de octubre hay
algunos almacenes que ya ponen el decorado, y la gente
empieza en esas fechas con sus compras, reservas para
cenas, etc.

Patrick y yo decidimos hacer cada día inolvidable hasta que


yo me marchase de vacaciones.

Quedaban sólo cuatro días para Nochebuena. Echaría de


menos a mi familia ya que sería la primera vez que no la
pasaría con ellos, pero me hacía ilusión pasar unas
Navidades diferentes.

Las chicas irían a casa de sus padres, así que organizamos


una cena incluyendo a nuestras parejas para darnos los
regalos antes de que se marchasen. Llevaríamos puesto
algún detalle navideño, una cinta de color rojo, un gorro de
Papá Noel... cualquier cosa relacionada con la navidad. Así
es como fuimos todos al restaurante, menos Eva, a la que se
le ocurrió ponerse las extensiones azules de su pubis en el
flequillo.

Ese día me encantó la experiencia de estar todos juntos


compartiendo, incluido Patrick, ya que pocas veces salía con
nosotras.

Finalmente me marcharía el dos de enero. Estaría un mes


fuera, mi destino sería Tailandia; quería algo diferente.

Decoramos la casa de Patrick y tuvimos una cena de


Nochebuena de lo más romántica e inolvidable. Nada de
comida preparada, esa vez cocinamos juntos un pavo
pequeñito al horno.

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El día de Navidad, nada más despertarme, fui directa a la
chimenea a abrir mi regalo. Me encontré con una caja
pequeña que contenía dos billetes para el Caribe para
febrero, justo cuando volvía de Tailandia, junto con una
tarjeta que decía “sé que el destino nos ha unido el resto de
nuestras vidas para aprender el uno del otro. Patrick.” Me
emocioné, pero al mismo tiempo no sabía qué decir ya que
significaba que él tenía la ilusión de que le daría un sí por
respuesta.

Los días siguientes tuve mis mejores experiencias con


Patrick. Hicimos de turistas por Londres, fuimos al mercadillo
navideño de Hyde Park, patinamos como niños, estuvimos de
compras por Oxford Street, tomamos un chocolate caliente en
Covent Garden, pasábamos noches de pasión al lado del
fuego, como si nunca más nos fuésemos a ver, viviendo cada
minuto con intensidad.

Eran momentos de alegría y tristeza ya que no sabíamos lo


que pasaría después del viaje, ninguno de los dos queríamos
hablar de eso.

El día antes de mi partida pudimos notar cierto nerviosismo


entre los dos. No queríamos hacer ningún drama de esto ya
que simplemente era un viaje pero los dos sabíamos que
sería el momento de tomar una decisión que o nos uniría el
resto de nuestras vidas o nos separaría.

Decidí despedirme de él en su casa e irme sola al aeropuerto.


Sería más fácil.

Mi llegada a Bangkok me encantó, pasé de la nieve al sol.


Aunque iba con botas y abrigo me daba exactamente igual,
me sentía cansada por el largo vuelo pero exaltada por la
aventura que iba a vivir. Sabía que tenía que pensar sobre mi

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relación, pero también que quería disfrutar cada día, y lo
haría, ya que no tenía nada planificado, sólo mi mochila
preparada para recorrer todos los lugares que pudiese.

Mi primer destino fue Khao San Road, una calle llena de


mochileros. Me gustó pero pensé que viniendo de Londres,
sería mejor ir a otras ciudades más tranquilas. Así que,
después de dos días, me marché a Ayutthaya, espectacular
con sus templos. Tomaba fotos a cualquier cosa que veía
diferente, aunque fuese un mosquito.

Me llamó la atención como en uno de los templos había un


grupo de mujeres dispuestas a meditar. Tenía curiosidad por
ver cómo vivían allí, así que una de ellas me miró, me sonrió
y me invitó a sentarme en la parte de atrás.

Cuando terminaron, una de ellas pasó con una bandeja con


comida, ofreciéndonos a todos. Yo cogí una porción y me
puse a comer. Cuando me di cuenta, todas me miraban con
cara no muy amable, mientras yo con la boca llena les
sonreía, hasta que me percaté de que había metido la pata.
Resulta que primero había que bendecir la comida. “Tierra
trágame”, pensé. Agaché la cabeza, les di las gracias, me
disculpé y me fui de allí.

Hubo de todo en este viaje, excursión a la selva incluida,


donde disfruté de montar en elefante, hacer rafting, etc.

Subí a Chiang Mai a visitar a las tribus y me asombró ver


cómo podemos llegar a ser las mujeres por satisfacer a un
hombre. Sólo verlas con esos aros en el cuello sentía yo
misma dolor.

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Dediqué mucho tiempo a visitar todo lo que pude pero
cuando pensé que al volver a Londres no vería la playa,
decidí pasar las últimas dos semanas en Ko Samui, una isla
en la que las playas eran espectaculares.

Disfruté inmensamente de las puestas de sol, los atardeceres


tomando un cocktail a la orilla del mar… Me atreví hasta a
alquilar una moto para recorrer la isla.

Fue un viaje muy místico hasta que un grupo de gente que


conocí en el resort me invitaron a ir a Full moon party, y allí el
misticismo que tenía se fue. Bebí tanto que no sabía si
estaba en Tailandia o en una de esas fiestas locas en Ibiza.
Eso sí, de hombres nada, la mayoría iban en busca de
tailandesas. Además, me salió tal herpes en el labio por el sol
que parecía el labio de un chimpancé.

No sé qué tenían los tallarines allí que me enganché de tal


manera que si no fuese porque lo veía un poco raro, me los
hubiese comido hasta en el desayuno. Tomé más pastillas
para el ardor de estómago que en toda mi vida. La comida de
Churchill no tenía nada que ver con lo picante que era la
comida en Tailandia.

La experiencia de irme a Londres me encantó y la disfruté a


tope, pero en este viaje pude sentir que había conectado con
mi interior como nunca anteriormente.

Lo que más me sorprendía de allí era que a pesar de la


pobreza todo el mundo te sonreía, no como las idiotas del
salón que se enfadaban por todo.

Definitivamente, no echaba mucho de menos Londres, ni mis


tacones ni vestiditos.

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Tan sólo faltaban dos días para volver y no quería que
acabase aquella aventura que estaba viviendo. Me sentía
libre con mi mochila hoy aquí, mañana allá.

Esa era yo; sabía que necesitaba experiencias, motivaciones


nuevas constantemente. A veces pensaba lo inestable que
era, pero así era yo, ¿por qué cambiar? No aguantaba la
rutina y seguiría así hasta que yo misma decidiese cambiar.
No aceptaría los comentarios de “¿cuándo te vas a estabilizar
o casar o…?”

Había pensado en Patrick en este viaje pero no tanto como


yo esperaba. Intenté convencerme de que tal vez era porque
estaba ilusionada todo el tiempo con visitar sitios nuevos
cada día y eso mantenía mi mente lejos de él.

Pero no, en ese viaje me di cuenta de que era una persona


muy especial para mí y se había portado muy bien conmigo,
pero aún me quedaban muchas experiencias por vivir sola.
Tal vez podría vivirlas con él pero aún no era el momento de
casarme. Hay mujeres que nacen con ese instinto pero yo por
más que intentaba convencerme a mí misma, no, no iba
conmigo.

Mientras iba en el avión seguía soñando con esas noches de


cócteles enfrente del mar, del silencio que una encontraba en
los templos, de aquella comida con la gente que meditaba, de
aquella caca tan grande que pise de elefante…

En mi mente seguía en Tailandia, pero la realidad era que


acababa de aterrizar en Londres sin parar de llover y con
sandalias. Eso me hizo darme cuenta de que mi viaje había
acabado y esa era la realidad. De nuevo la gente
empujándote en el metro, caras serias…

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No quería ni encender el móvil ya que durante un mes había
estado completamente desconectada de todo. Pero tenía que
hacerlo.

Una vez en casa, llamé a Patrick. Quería venir


inmediatamente a verme, pero ante el cansancio que tenía
del viaje lo dejamos para el día siguiente.

Quedamos en esa tetería a la que fuimos la primera vez. Yo


estaba nerviosa ya que en el fondo tenía miedo de dar la
respuesta errónea. Era una maravilla de hombre, pero al
mismo tiempo sabía que no le daría lo que él quería en el
tema de matrimonio.

Estaba guapísimo cuando vino a recogerme. Llevaba un


ramo de flores. Me alegré mucho de verle e incluso me
estremecí cuando me abrazó. Me sentía como si hubiésemos
pasado muchos meses separados, rara, pero contenta de
verlo al mismo tiempo.

Estuvimos hablando del viaje, de lo que él había estado


haciendo en ese mes, de cómo me había echado de
menos…hasta que llegó la ansiosa pregunta.

- Entonces, Laura, ¿has pensado en nosotros?

Le expliqué con claridad todo lo que sentía por él, que le


quería y por mi parte podríamos seguir saliendo juntos, pero
tal vez sería un error ya que yo no le daría lo que él buscaba.

Me miró, me besó y me dio las gracias por ser sincera.


Decidimos seguir como amigos y me encantó saber que
podría contar con él.

Al día siguiente era jueves y como de costumbre tenía la cita


con las chicas, incluida Patricia. Había vuelto de Suiza, ya

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que Peter consiguió el cambio de sexo, pero el que siguiese
teniendo pecho como una mujer y le estuviese cogiendo sus
faldas y ropa interior todo el tiempo, le hacía dudar realmente
de su sexualidad.

Eva seguía gordita por su embarazo pero aún así contó que
seguía yendo al salón de Marta a probar novedades. Lisa me
sorprendió, había hecho terapia y finalmente estaba ya
preparada para acostarse con cualquier nacionalidad, no sólo
con árabes. Elena seguía muy feliz con Michael.

Aquel día Churchill me pareció más bonito que nunca. Esas


fotos en las paredes de templos y cascadas, esa comida no
tan picante y esos camareros sonriendo, era como volver a
Tailandia pero con una chimenea enfrente y lluvia a través de
la ventana.

A la mañana siguiente tenía una llamada del hotel donde


solía trabajar. Sabían que había vuelto de vacaciones,
estaban buscando una recepcionista y estarían encantados
de que volviese a trabajar para ellos.

El salario sería mejor y podría seguir viviendo en casa de


Elena, así que sería una situación diferente de cuando estuve
la primera vez, ya que tendría privacidad viviendo en mi
propia casa.

No lo pensé ni un momento, les dije que sí, ya que en el


fondo la experiencia allí no había sido mala.

Sé que volver al hotel parecía un poco como retroceder, pero


para mí había avanzado mucho ya que en ese momento
tenía unas amigas increíbles. Después de ese viaje me sentía
muy positiva.

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Y de lo que más orgullosa estaba era de seguir teniendo
como amigo a Patrick, al que nunca daría un no como amiga.

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¿Quién no ha estado en una relación en la que mientras estás
mirando a tu pareja piensas si será el hombre de tu vida o si
realmente estás enamorada de él ya no te atrae sexualmente y te
aburre hasta oírlo…? Pero al mismo tiempo te das cuenta del miedo
que te da dejarle por temor a estar sola.

Esta es la divertida historia de Laura, una chica de pueblo que


decide poner fin a su relación de 11 años y disfrutar su vida sin
límites, embarcándose en una aventura frenética con destino
Londres, donde por primera vez vivirá su independencia, pasará
noches locas de fiesta, días de compras y, cómo no, encontrará el
amor y desamor.

Déjate envolver por esta animada historia a la que te engancharás


de principio a fin. Espero que sobre todo a aquellas mujeres que
estén confusas con su relación les ayude a ver que ahí afuera hay
mucho por vivir.

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