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Régimen político China: Régimen socialista china

"Régimen político China: China es un régimen socialista. China es un país de cultura milenaria
cuyos parámetros culturas son difícilmente comprendidos por la cultura occidental.
El Presidente y vicepresidente son elegidos por el Congreso Nacional del Pueblo por un periodo
de 5 años (elegible por un segundo periodo).El Partido Comunista Chino, fundado en 1941,
cuenta con alrededor de 70 millones de miembros y monopoliza el poder político en el país. El
órgano supremo del Partido Comunista es el Congreso Nacional, que se reúne cada cinco años.
Elige un Comité Central de 198 miembros que es el máximo órgano entre congresos, y que
normalmente celebra dos sesiones plenarias anuales."

Régimen socialista como forma política del Estado de China


El régimen político de China es una república propia del sistema socialista, en la cual la
dirección del Estado reposa en un comité elegido. El termino república hace referencia a la
forma de gobierno de una nación en la que el presidente o colegio presidencia es elegido por el
pueblo por un tiempo determinado y durante el cual, el ejercicio del poder está regulado por
las leyes constitucionales. Lo característico de la República es el ser un régimen en el que el
fundamento del poder o autoridad pública es la soberanía popular.

Popular, democracia. Según el pensamiento socialista, es un régimen político que persigue


implantar y dar vigencia a los derechos del pueblo. Su origen social se remonta a la formación
de coaliciones de partidos no unificados que no contemplan la existencia de un partido de
oposición. Dichas formaciones fueron denominadas Frentes Populares. En los Estados que así
se organizan, existe el sufragio universal y, el partido o agrupación de partidos está
estructurado piramidalmente. Así mismo, se rige en su funcionamiento por el centralismo
democrático.

características del régimen chino

Constitucionalmente está establecido que la República Popular de China es un Estado socialista


de dictadura democrática, dirigida por la clase obrera y basada en la alianza obrero-campesina.
El sistema socialista es la base de la República. Ninguna organización o individuo podrán estar
por encima de la Constitución.
El poder de la República pertenece al pueblo el cual asume el poder del Estado a través de la
Asamblea. Los órganos del Estado, en sus deliberaciones aplican los principios del centralismo
democrático. El Estado es el responsable exclusivo de la dirección económica del Estado. La
propiedad de las riquezas naturales es del Estado, no obstante, se garantiza el derecho de tener
cierto tipo de propiedad privada, fruto del trabajo, de los ahorros y demás ingresos legales.
La educación y la prestación de los servicios médicos están a cargo del Estado, ocupando la
medicina tradicional china el primer lugar en la prestación de estos servicios. De otra parte, es
el Estado el que determina y controla las políticas de protección del medio ambiente.

la Constitución china de 1982

En la República Popular de China la Constitución es la ley suprema y marco general de les


estructura del Estado Chino.
Después de la fundación de la República Popular China en 1949, se elaboraron cuatro
constituciones: la de 1954, la de 1975, la de 1978 y la vigente de 1982. La Constitución china
establece que el Partido Comunista de China es el “núcleo dirigente de todo el pueblo chino”.
Otras organizaciones menores participan en la vida política china, dentro de los cuales están el
Partido Democrático de Obreros y Campesinos de China, el Comité Revolucionario de
Kuomintang y la liga para el autogobierno de Taiwán.

En 2007, durante el Congreso del Partido Comunista de China (PCCh), se acordó modificar la
constitución. Se añadieron también algunos conceptos propuestos por su Secretario General,
como el de "desarrollo científico" (desarrollo sostenible situando al ciudadano en el centro de
las prioridades). Hu Jintao se convirtió así en el cuarto dirigente chino en dejar su huella en la
Constitución, tras Mao, Deng Liaoning y Jiang Zemin.

La Constitución define una estructura estatal con 6 órganos principales: La Asamblea Popular
Nacional, la Presidencia del Estado, el Consejo de Estado, la Comisión Militar central, el
Tribunal Popular Supremo y la Fiscalía Popular Suprema.

la Asamblea Nacional Popular (ANP)

La Asamblea Nacional Popular (ANP) es el órgano supremo del poder estatal de China, sus
poderes comprenden el de legislación, los de nombramiento y destitución, el de toma de
decisiones y el de supervisión.

La Asamblea Nacional Popular puede enmendar la Constitución, elaborar y revisar las leyes
relativas a los asuntos penales, a los asuntos civiles, a la estructura del Estado y a las demás
leyes fundamentales. Tiene el poder de elegir, decidir y destituir a los integrantes o dirigentes
de los órganos supremos del Estado. Es el órgano que decide sobre los asuntos más
importantes del Estado. Supervisa a los demás órganos supremos del Estado chino. Elige a los
integrantes de su Comité Permanente, al presidente y vicepresidente de la República y demás
dignatarios de primer orden.

Régimen político China: presidente de la República y Consejo de Estado

Presidente de la República de China


El presidente de la República Popular de china es el jefe de Estado y su máximo representante
ante el país y ante el extranjero. Junto con el vicepresidente es elegido por la Asamblea Popular
Nacional.
Cómo en los países de sistema político diferente al socialista, el presidente, en su calidad de
jefe de estado, tiene las facultades de promulgar las leyes, detenta la representación
diplomática del país y confiere los máximos honores.

Consejo de Estado de China


Por su parte, el Consejo de Estado es el Gobierno Popular Central de la República, es decir el
órgano supremo del poder del Estado y el ente administrativo de mayor jerarquía. En cuya
dirección se encuentra el Primer Ministro.
El Consejo de Estado es el más alto órgano de administración en la República Popular de China
y está compuesto por: Un primer ministro, un vice primer ministro, ministros con cargo de
ministerios, ministros con cargo de comisión, un auditor general y un secretario general.

el Tribunal Supremo y Fiscalía Popular

El Tribunal Popular Supremo es el órgano judicial de China y responde ante la Asamblea


Popular Nacional y su Comité Permanente. Ejerce por ley, de manera independiente, la
autoridad judicial suprema, sin permitir la intervención de ningún órgano ejecutivo,
organización social o individuo alguno. Por su parte, las fiscalías populares son los órganos de
supervisión jurídica del Estado Chino. Es la escala jerárquica, la Fiscalía Popular Suprema es el
órgano fiscal más importante. Dirige a las fiscalías populares locales y a las especiales, con el fin
de garantizar la aplicación y unificación de las leyes del Estado. Es responsable de sus
actuaciones ante la Asamblea Popular nacional y su Comité Permanente.

Evolución política de China

Inicialmente, tras la fundación de la República Popular de China en 1949 por Mao Zedong,
China se halló inmersa en un profundo proceso de cambio que apuntó a modificar
radicalmente sus relaciones externas, apostando con todo a mantener su régimen político. La
China maoísta fue observada por su fervor revolucionario, su oposición a las potencias
occidentales, su asociación cercana con los países del Tercer Mundo (Latinoamérica, África y
Asia) y su aislamiento relativo de las Organizaciones.
Con Deng Xiaoping a la cabeza, la República Popular de China inició en 1979, desde el interior
del régimen del Partido Comunista Chino, su segunda revolución marcada por un pragmatismo
económico y por el tránsito hacia un capitalismo con características chinas. Desde lo político, se
evidenció el mantenimiento de la estructura jerárquica y centralista del Partido Comunista
creado por Mao Zedong. Caminado por esta senda, Beijing pretende convertirse en la potencia
emergente en el nuevo siglo y tomarse “desquite” de las humillaciones infligidas por Occidente
a lo largo de los últimos 150 años de su historia.
China busca equilibrar la influencia de los EE.UU. en su entorno estratégico, como así intervenir
en aquellas situaciones regionales en donde los intereses norteamericanos estén
comprometidos: Corea, Asia Sur-Oriental, y, por supuesto, Taiwán. El Partido Comunista Chino
también es consciente que una estrategia de competencia con Washington podría dañar sus
metas de desarrollo económico y de estabilidad interna. Si en la época de Mao la República
Popular de China llegó a vivir de espaldas al mundo, con las reformas impulsadas en los años
70, el Partido Comunista Chino se ha visto obligado a prestar mayor atención a las
repercusiones exteriores de sus actos.
Los apremios en la rápida transformación de la política exterior china son significativos, pero no
deben ser subestimados según la visión de algunos analistas. Es decir, el contenido, el carácter
y la ejecución de este nuevo modus operandi se evidencia en un aumento de la interacción
china con la comunidad internacional, aunque -a priori- no se pueda precisar que efectos
conllevaran estos cambios en la diplomacia china del siglo XXI.

Mao Tsé tung

Presidente del Partido Comunista de China, fundador de la República Popular China y su


máximo dirigente desde 1949

Nació el 26 de diciembre de 1893 en Shaoshan, provincia de Hunan. nFue el mayor de los tres
hijos de un rico campesino prestamista. Se graduó en la escuela de Magisterio de Changsha en
1918.

Sirvió en el Ejército nacionalista en 1911 y 1912 durante la revolución contra el gobierno


manchú de la dinastía Qing. Trabajó como auxiliar de bibliotecas en la Universidad de Pekín. En
Changsha en 1920 fue director de una escuela de enseñanza primaria.

Colaboró en la fundación del Partido Comunista chino en Shanghai en el año 1921, y en 1923,
cuando el Partido se alió con el Partido Nacionalista (Guomindang) contra los señores de la
guerra feudales, fue responsable de la organización. A inicios de 1927, escribió la Encuesta
sobre el movimiento campesino en Hunan, donde sostenía que el descontento del
campesinado era la mayor fuerza de China y merecía el apoyo de los comunistas chinos.

Fue elegido primer presidente de la autoproclamada nueva República Soviética de China en


1931. Inició una moderada reforma agraria. Aliado con el antiguo señor de la guerra Zhu De, se
involucró en una nueva táctica de guerrillas que empujó a las tropas del Guomindang hacia las
zonas rurales, donde fueron hostigadas por la milicia campesina y aniquiladas poco a poco por
el Ejército Rojo. Jiang Jieshi en 1934 puso cerco a las bases comunistas. Tras romper el bloqueo,
Mao y el Ejército Rojo llevaron a cabo la Larga Marcha, de miles de kilómetros hacia el
noroeste, que finalizó en Shaanxi, donde instalaron nuevos campamentos.

Los japoneses invadieron Manchuria (1931) y el noreste del país (1932). Mao persuadió a sus
compañeros para hacer frente a los japoneses y en el año 1937 Jiang Jieshi, se alió con los
comunistas. Los campesinos del norte de China se alistaron en gran número en el Ejército Rojo
y en la milicia.

Durante este tiempo, su primera esposa cayó muerta por las balas de los nacionalistas. Se
divorció de su segunda esposa y en 1939 se casó con la actriz Lan Ping, más conocida como
Jiang Qing (Chiang Ch'ing), que después de 1964 desempeñaría un papel cada vez más
importante en el Partido Comunista.

El 1 de octubre de 1949 se proclamó oficialmente la República Popular de China y Mao fue


elegido presidente. Los seis primeros años de poder comunista se caracterizaron por una hábil
combinación de firmeza y flexibilidad. Pero la represión comenzó pronto contra los cuadros del
régimen vencido y continuó en sucesivas ocasiones. Siguió el modelo soviético para la
construcción de la sociedad socialista mediante la redistribución de la tierra, la creación de una
industria pesada y el establecimiento de una burocracia centralizada. Sin embargo, desarrolló
una alternativa comunista china que reflejaba la diferente demografía de su país, su propia
experiencia con los campesinos y su hostilidad hacia la burocracia.

En 1957 inició la aplicación de su política mediante el denominado Gran Salto adelante,


intentando sustituir el Estado burocrático por un sistema celular de comunas locales
autónomas. El Gran Salto fracasó a principios de la década de 1960.

Retirado en 1959 como cabeza visible del Estado, los dirigentes comunistas retomaron la
práctica del socialismo de la Europa del Este. Contraatacó y movilizó a la juventud a través de la
Guardia Roja durante la Revolución Cultural proletaria (1966-1969), promovida para atacar a la
clase dirigente comunista.

Conocido a través de su libro Los pensamientos del presidente Mao (popularmente el Libro
rojo), fue venerado en China. Fue jefe supremo de China en 1970. Demostró una habilidad
extraordinaria para mantenerse en el poder, a costa de reiterados fracasos que causaron
decenas de millones de víctimas.

Mao Tsé-tung falleció el 9 de septiembre de 1976 en Pekín.

Gobierno de la Unión Soviética


El Gobierno de la Unión Soviética (oficialmente conocido como el Gobierno de la Unión) fue
establecido por la Constitución de la Unión Soviética de 1924 como la autoridad gobernadora
de una unión de primero cuatro y luego 15 repúblicas socialistas soviéticas colectivamente
denominadas la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). El gobierno residía en
Moscú, la capital de la URSS.

Comprendía tres ramas: el poder legislativo, el poder ejecutivo, y el judicial. El poder legislativo
lo ejercía el Comité Ejecutivo Central de la Unión Soviética (1923-1938) y luego el Sóviet
Supremo de la Unión Soviética (1938-1991). Se componía de dos cámaras (Sóviet de la Unión y
el Sóviet de las Nacionalidades) y era el encargado de nombrar el Presidium del Sóviet
Supremo. El poder legislativo era liderado por el presidente del Presidium del Sóviet Supremo,
quien era el jefe de Estado. El poder ejecutivo lo ejercía el Consejo de Comisarios del Pueblo
(1923-1946) y luego el Consejo de Ministros (1946-1991) liderado por el presidente del
Consejo de Ministros, quien era el jefe de Gobierno. El poder judicial estaba conformado por la
Corte Suprema (en:Supreme Court of the USSR) y cortes civiles, criminales y de familia a nivel
distrital, de acuerdo con el derecho soviético.

Sin embargo, el principio de separación de poderes apareció, por primera vez en una
constitución rusa sólo tras la disolución de la Unión Soviética, mediante una enmienda de 1992
a la Constitución de la Unión Soviética de 1977. Este principio fue incluido en la Constitución de
la Federación de Rusia de 1993.

Las leyes civiles y criminales que regían a los ciudadanos de la Unión Soviéticas eran
establecidas en la legislatura. Los gobiernos de toda la Unión y de cada república consistían de
poderes ejecutivo, legislativo y judicial. El sistema legal, aplicable tanto para toda la Unión
como para cada gobierno republicano, se basaba en el derecho socialista.

Rol del Partido Comunista.

Según el artículo 6 de la Constitución soviética, el Partido era «la fuerza dirigente y guía de la
sociedad soviética y el núcleo de su sistema político, de todas las organizaciones estatales y
públicas, es el Partido Comunista de la Unión Soviética. El PCUS existe para el pueblo y sirve al
pueblo». El Partido Comunista era oficialmente un partido comunista marxista-leninista, lo que
determinó el desarrollo general de la sociedad soviética, tanto en política interior como en la
política exterior. Asimismo, dirigió la «gran obra» de construir el comunismo a través de la
planificación económica y la lucha por la victoria del comunismo. Todas las organizaciones del
Partido Comunista debían seguir el marco establecido por la Constitución soviética de 1977.1
Debido a la creciente presión ejercida por los grupos opositores al sistema de unipartidismo,
por decisión del Sóviet Supremo de la Unión Soviética, en marzo de 1990, del Artículo 6 de la
Constitución fue suprimida la frase «la fuerza dirigente y guía» reemplazándose por «el Partido
Comunista de la Unión Soviética y otros partidos políticos».

El poder acumulado por el grupo gobernante de la Unión Soviética, que recibió el sobrenombre
informal de nomenklatura, fue una de las razones principales por la que la Unión Soviética duró
prácticamente setenta años (1922-1991) o setenta y cuatro, si se cuenta desde la Revolución de
octubre de 1917. Los miembros de la nomenklatura eran nombrados por el PCUS para todos
los puestos importantes en la sociedad soviética, lo que podía significar un cargo local o de
alcance nacional. Esto, junto con el monopolio del poder del PCUS, llevó a una gradual
degeneración física e intelectual de la Unión Soviética como Estado. Mientras el secretario
general del PCUS contaba con la lealtad del Politburó, su posición casi no tenía oposición y, por
tanto, fungía de líder del país.

El gobierno de Stalin

11 de octubre de 2008 Publicado por Verónica

Jósif Vissariónovich Dzhugashvili, conocido como Stalin fue el segundo gobernante de la Unión
Soviética. Había nacido en Georgia y a los 15 años entró en contacto con las ideas
revolucionarias, ingresando al Partido Obrero Socialdemócrata Ruso en 1898. Fue expulsado de
su escuela por hacer propaganda marxista y más tarde sufrió deportación a Siberia. Tras su
evasión se unió a los bolcheviques.

VLADÍMIR LENIN

Vladímir Ilich Uliánov (seudónimo Lenin) es una personalidad política rusa y soviética, líder
revolucionario de escala mundial, primer presidente del Gobierno bolchevique y fundador de
la Unión Soviética.

Uno de sus biógrafos, el historiador francés Gérard Walter, destacó, que “el extraordinario
político ruso, pensador y teórico del comunismo ha sido el jefe de la más grande de las
revoluciones que jamás haya conocido el mundo: la Gran Revolución Socialista de Octubre”. En
la época de la desaparecida Unión Soviética este era el nombre oficial del acontecimiento que
cambió el destino no solo de millones de rusos, sino también de los habitantes de muchos
otros países del mundo. “Vladímir Lenin hizo que de la chispa surgiera la llama y que la llama
provocara un inmenso incendio, y este incendio acabó envolviendo todo el edificio del orden
político, económico y cultural del mundo”, escribió Walter.

Quizás por esta razón en los umbrales del siglo XXI los rusos, encuestados sobre cuál
consideran la persona más célebre del siglo XX, coincidieron en su mayoría en que esta fue
Vladímir Lenin. Hoy día, valoran positivamente su gestión como “líder” y “gran pensador” casi
la mitad de los rusos. Al mismo tiempo, no falta gente que opine que Lenin era un “aventurero
político” y hasta un “dictador”. Los psicólogos destacan su extraordinaria voluntad política, el
poder de influir en la gente, la orientación al éxito y el poder para dominar cualquier tipo de
situación.

En 1869 llegaron a la ciudad rusa de Simbirsk, situada a orillas de Volga a 893 kilómetros al este
de Moscú, los Uliánov. El cabeza de familia, Iliá, obtuvo el cargo de inspector de las escuelas
primarias de la provincia. Además de María, la mujer de Iliá, el núcleo familiar lo componían los
pequeños Anna y Alexandr. El 22 de abril de 1870 nació el tercer hijo de los Uliánov, que recibió
el nombre de Vladímir. La infancia de Volodia fue descrita por su hermana mayor. Tan pronto
como aprendió a caminar, Volodia ya no pudo quedarse quieto un momento. Actualmente los
médicos califican esta conducta de “síndrome de hiperactividad”. Nunca carecía de argumentos
y siempre tenía respuestas para todo. Volodia tenía un aspecto vigoroso y era regordete, con
un temperamento extraordinariamente vivo. Era siempre el animador principal de los juegos
de niños. Entonces se jugaba a los bandidos y a los indios pieles rojas.

A los 9 años, el menor de los Uliánov ingresó en el liceo de Simbirsk, donde rápidamente
destacó como alumno excelente. Volodia solía asimismo portarse como los mayores, quería
parecer más que los niños de su edad. Como ejemplo para imitar escogió a su hermano mayor.
En el año 1885 al cabeza de familia, Iliá Uliánov, víctima de intrigas, lo jubilaron del cargo de
director de enseñanza primaria de la provincia de Simbirsk. El hecho lo dejó muy deprimido.
Pronto falleció víctima de una hemorragia cerebral a la edad de cincuenta y seis años. La
muerte de su padre impactó mucho a Volodia.

Años más tarde sufrió otro fuerte golpe del destino. En San Petersburgo detuvieron a su
hermano Alexandr, entonces estudiante universitario, por haber participado en un complot
terrorista. Uliánov junto con un grupo de amigos elaboró un plan para asesinar al zar Alejandro
III. El atentado debería haber tenido lugar el 1 de marzo de 1887, el mismo día y en el mismo
lugar donde seis años antes había sido asesinado el zar Alejandro II. María Uliánova emprendió
infructuosos esfuerzos para salvar a su hijo: tras un breve juicio Alexandr murió en la horca.

En diciembre de 1887, cuando Vladímir Uliánov estudiaba en la Facultad de Derecho de la


Universidad de Kazán, los estudiantes, al igual que la mayoría de los intelectuales de la época,
estaban descontentos con la parcialidad de las reformas del zar y con la ofensiva general contra
las incipientes libertades civiles. Por los pasillos y aulas corrían vientos revolucionarios. A
menudo se organizaban manifestaciones con discursos, canciones revolucionarias y gritos de
“¡abajo la aristocracia!”. Debido a su participación en una de estas manifestaciones, Vladímir
Uliánov fue detenido por la Policía, expulsado de la universidad y condenado a vivir bajo
vigilancia en las afueras de la ciudad de Kazán. Esta fue su primera experiencia de
confrontación con las leyes del Imperio ruso.

Tras pasar casi un año en la aldea Kokúschkino —pequeña propiedad de su madre—, Vladímir
regresó a Kazán. Ahí empezó a estudiar los escritos de Karl Marx y a frecuentar el círculo de
marxistas para discutirlos. Más tarde el joven escribió que El capital supuso para él una
revelación que transformó de arriba abajo su concepción de la lucha revolucionaria. La madre
vio con horror en manos del hijo menor el mismo libro que hacía poco había leído
frenéticamente su hermano Alexandr.

Paralelamente a los estudios autodidactas del marxismo, Vladímir decidió completar su


formación académica, por lo que optó por presentarse a los exámenes como alumno externo lo
antes posible. En unos tres meses el joven logró asimilar la materia de cuatro años de estudios
universitarios. En 1891 Vladímir Uliánov se licenció en la Facultad de Derecho de la Universidad
de San Petersburgo. Tras obtener la autorización oficial para ejercer la abogacía, empezó a
participar en procesos judiciales: sin embargo, las tres causas menores que defendió, las
perdió.

Cuando se trasladó a San Petersburgo en 1893 Vladímir Uliánov se inscribió como asesor legal.
Los clientes escaseaban, algo que permitió al joven jurista dedicar todo su tiempo a las
actividades revolucionarias. El dinero para subsistir le llegaba del círculo familiar. Uliánov
ingresó en una sociedad marxista y en una de las reuniones esbozó el plan estratégico que se
convirtió en su pasión de toda la vida: “Nuestra tarea es organizar el movimiento obrero ruso. Y
no hacemos nada para ello. Los intelectuales siguen siendo extranjeros para los obreros.
Hablan un lenguaje que estos no comprenden o que los deja indiferentes. Hay que decirles
cosas positivas que les interesen, hay que ocuparse de sus problemas, apoyar sus
reivindicaciones y al mismo tiempo iniciarlos en la ciencia marxista”.

De la teoría, Vladímir pasó inmediatamente a la práctica. Primero reorganizó el círculo


marxista, estableciendo disciplina y asignando a cada uno de los militantes determinadas áreas
de la labor propagandística entre los obreros, que también fueron invitados a las reuniones
clandestinas.
En el año 1895, tras un breve viaje al extranjero donde conoció a social-demócratas europeos,
Uliánov fundó la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, en la que se
agrupaban los círculos marxistas de San Petersburgo. El líder de la Unión ya estaba bajo
discreta vigilancia de la Policía.

En diciembre de 1896 las autoridades pusieron fin a las actividades de los emancipadores de la
clase obrera. Fueron arrestados todos. En el primer interrogatorio Uliánov aseguró no
pertenecer a ningún partido político y no hacer propaganda antigubernamental entre los
obreros. Confesó que los panfletos con llamamientos a las huelgas halladas en su domicilio le
fueron dados por una persona —cuyo nombre no recordaba— para leerlas en privado y nada
más. El juez de instrucción no le dio crédito, tampoco el tribunal de justicia.

La sentencia estableció la deportación por tres años a Siberia Oriental. Antes de ser
encarcelado Vladímir ya había conocido a Nadezhda Krúpskaya, joven marxista. Ella aceptó
desempeñar el papel de “novia” que podía visitar al prisionero y lo hizo varias veces llevándole
comida y ropa. La historia de esta relación tuvo su continuación en la aldea de Shúshenskoye,
en la provincia siberiana de Krasnoyarsk, lugar del destierro de Vladímir.

Los viajeros que llegaban al lugar aseguraban que la aldea era maravillosa. A causa de su buen
clima, lo llamaban “la Italia siberiana”. En los alrededores había un río, bosques y montañas.
Las casas que se alquilaban a los desterrados políticos eran de madera, amplias y con ventanas
grandes para dejar pasar más luz. Curiosamente, el régimen zarista tenía bastante piedad con
los que querían aniquilarlo.

La diferencia con San Petersburgo era obvia pero el desterrado pronto se acostumbró y vivió
con gran confort: cada semana compraba un cordero y le daban leche y pan a discreción.
Mandó enviar desde Moscú y San Petersburgo toda una biblioteca de libros que necesitaba
para continuar desarrollando sus ideas revolucionarias.

Al cabo de unos meses se unió a Vladímir Nadia Krúpskaya, también condenada a tres años de
destierro. Solicitó al ministro de Justicia que la enviaran a Súshenskoye. Junto con Nadia llegó
su madre, que en julio de 1898 se convirtió en la suegra de Uliánov. Vladímir y Nadia jamás
tuvieron hijos.

El destierro colocó a Uliánov en la primera fila de los marxistas revolucionarios más conocidos
e influyentes del país.

Estando Vladímir Uliánov todavía en Siberia, en la ciudad de Minsk se fundó en marzo de 1898
el primer partido socialdemócrata ruso. Los delegados del congreso en el que nació la
formación —un total de nueve personas— fueron detenidos inmediatamente.

Sin embargo, al saber sobre el intento, Uliánov entendió que ya existía un instrumento para
construir una organización centralizada. El clima político era muy propicio: en las grandes
ciudades del Imperio comenzaban a extenderse las huelgas y manifestaciones callejeras.

Uliánov propuso crear un periódico apoyado por las organizaciones marxistas de base. Los
redactores del periódico serían el núcleo que rápida y fácilmente podría transformarse en
Comité Central, que a su vez tomaría en sus manos la dirección del partido. Desde niño
Vladímir siempre conseguía los objetivos planeados. El periódico Iskra (en ruso, “Chispa”) nació
durante la primera emigración extranjera de Uliánov. El nombre fue extraído de unos versos del
poeta ruso Odoyevski: “De la chispa brotará la llama”.

El primer ejemplar apareció en diciembre de 1900. Editado en Londres, rápidamente penetró


en Rusia y tuvo gran repercusión en los círculos marxistas. En el artículo “La crítica de nuestros
críticos”, Lenin afirmaba que ya se podía proceder a la lucha por el poder político.

En diciembre del año 1901 en la revista Zaria, Uliánov publicó un ensayo bajo el seudónimo
“Lenin”. Nunca explicó el porqué de la predilección por este seudónimo, tenía muchos. Se cree
que es una alusión al inmenso y poderoso río siberiano Lena.

Bolcheviques y mencheviques:

En verano de 1903 en Londres se reunió el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de


Rusia. Vladímir Lenin, junto con su mentor político Gueorgui Plejánov, presentó un documento
básico que constaba de un programa mínimo y un programa máximo. El primero preveía el
derrocamiento del régimen zarista y el establecimiento de una república democrática. Entre las
transformaciones socio-económicas figuraba la profundización de la reforma agraria, la jornada
laboral de ocho horas y el derecho de los pueblos a la autodeterminación. El segundo, el
programa máximo, puso como objetivo estratégico la creación de una sociedad socialista que
se lograría a través de la revolución socialista y la dictadura del proletariado. Varios delegados
del congreso lo abandonaron, descontentos con algunos puntos del documento básico.

Sin embargo, la discusión más acalorada se originó en torno a los estatutos del partido. Lenin
insistió en que los miembros de la organización deberían ser personas que aportaran a la
misma contribuciones regulares y, en especial, que participaran personalmente en las labores
de las organizaciones de base. Yuli Mártov, destacado marxista, se opuso, considerando que un
miembro del partido solo debe ser supervisado por una de las células del mismo pero que
podría actuar independientemente de las decisiones que tomaran los demás camaradas.
Durante la votación la mayoría de los delegados del congreso apoyó a Lenin. En ruso “mayoría”
es “bolshinstvó” y “minoría”, “menshinstvó”. De aquí surge la histórica división del Partido
Obrero Socialdemócrata de Rusia en bolcheviques y mencheviques. En algunos momentos de
la lucha revolucionaria ambos bandos fueron aliados y en otros, enemigos irreconciliables.

Ensayo de 1917:

Desde 1904 Rusia estuvo en guerra con Japón por disputas territoriales. En mayo de 1905 el
Imperio ruso sufrió una de las humillaciones más grandes de su historia: en la batalla naval
cerca de la isla de Tsusima, en el estrecho de Corea, la flota japonesa hundió casi toda la
armada rusa que hacía la travesía desde el mar Báltico hasta el Lejano Oriente del país. El
Ejército ruso, igual que la flota, tampoco tuvo éxito, rindiendo a los japoneses la fortaleza de
Port-Artur.

Las derrotas en la guerra contribuyeron aún más al descontento con la gestión del Gobierno del
zar Nicolás II. Rusia se estremeció con huelgas generales y rebeliones en el Ejército y en la
Armada.

Ese fue el momento estelar de Lenin. A finales de 1905 se trasladó a San Petersburgo para
encabezar las labores del Comité Central de los bolcheviques. Lenin insistió en la hegemonía
del proletariado y en la necesidad de una sublevación armada. En diciembre de 1905 los
obreros de Moscú se enfrentaron con armas en la mano al ejército regular del zar pero
fracasaron en los combates callejeros. Lenin aceptó la derrota diciendo que, de todos modos,
los bolcheviques habían aprovechado todas las posibilidades, eran los primeros en lanzarse a la
batalla y los últimos en abandonarla. “Los ejércitos derrotados son los mejores alumnos”,
concluyó Lenin.

En 1908 el líder de los bolcheviques emigró a Europa. En numerosos estudios teóricos,


artículos para periódicos y revistas, intervenciones en conferencias y congresos
socialdemócratas Lenin continuó desarrollando las ideas del triunfo socialista.

En 1914 comenzó la Primera Guerra Mundial. Todo lo que pregonaban los socialdemócratas
rusos y europeos —unión y fraternidad de todos los países, solidaridad internacional ante los
burgueses— se vino abajo. Una consigna categórica lo reemplazó todo: la patria está en
peligro. La respuesta de Vladímir Lenin a este nuevo reto fue la siguiente: “La guerra
imperialista abre la era de la revolución social… El deber de los socialistas es, por tanto, no
desdeñar ningún medio de lucha legal disponible, iluminar la conciencia revolucionaria de los
obreros, llevarlos a la lucha revolucionaria internacional y tratar de transformar la guerra
imperialista entre los pueblos en la guerra civil de los oprimidos contra sus opresores”.

El 27 de febrero de 1917 se alzó en armas la guarnición militar de San Petersburgo. Todo el país
estaba inmerso en una huelga general. Contra el régimen político se unió la mayoría de la
población y militantes de partidos políticos. Entre las causas principales del levantamiento
figuraron las derrotas en la guerra y la pésima situación económica. Las reformas, tanto de la
industria como del campo, no funcionaban. El zar Nicolás II abdicó en la noche del 2 al 3 de
marzo de 1917, dejando el poder a su hermano Miguel. El 4 de marzo Miguel abdicó también,
poniendo fin a más de doscientos años de gobierno de la dinastía Románov en Rusia. En el
poder se instaló un Gobierno provisional, pero, en realidad, los que tenían el mando eran los
Consejos (en ruso “sovety”) de los Diputados del Pueblo. En sus famosas Tesis de abril Lenin
proclamó la transferencia de todos los poderes del país a los Consejos, descartando al
Gobierno provisional. Este lema funcionó hasta julio de 1917, cuando los mencheviques
dominaron en los Consejos de los Diputados del Pueblo y los seguidores de Lenin pasaron a la
clandestinidad.

De todos modos, el líder de los bolcheviques quedó satisfecho: la revolución por la que él había
luchado tantos años ya había entrado en su primera fase democrático-burguesa. Había que
pasar a la segunda organizando una revuelta proletaria de carácter socialista. Lo fundamental
era armar a los obreros: “La misión es esperar armados y entrenarse en las armas,
estableciendo una base más amplia para la etapa ulterior”.

En abril de 1917 las autoridades de Alemania permitieron a Lenin y a otros 35 camaradas salir
de Suiza en tren y transitar por el territorio alemán hacia Petrogrado. El hecho de entrar en
contacto con el Gobierno del país en guerra con Rusia fue calificado por los enemigos de Lenin
como alta traición. Se acusaba a los bolcheviques de hacer la revolución y cambiar el régimen
político ruso a expensas del presupuesto de Alemania.

En los 4 meses en los que estuvo en el centro de los acontecimientos revolucionarios, Lenin
escribió más de 170 artículos y proyectos de resoluciones que incluían en especial los
llamamientos al cese inmediato de la guerra. En agosto de 1917 el Gobierno provisional lanzó
una persecución policial. Lenin se mudó 17 veces a diferentes apartamentos clandestinos. En
una ocasión tuvo que vivir en una choza cerca del lago Razliv y fingir ser un jornalero de un
campesino rico que en realidad era militante bolchevique. Hasta el mes de octubre vivió en
Finlandia, en aquel entonces parte del Imperio ruso.

La parte técnica de la Revolución Socialista de Octubre estuvo a cargo del presidente del soviet
de Petrogrado, Lev Trotski. Vladímir Lenin fue el cerebro de la revuelta. Desde los inicios de
octubre —tras regresar del exilio en Finlandia— Uliánov se encontraba ya en Petrogrado,
dirigiendo por escrito los preparativos para la toma del poder. He aquí algunas de sus
indicaciones: “la historia no nos perdonará si no tomamos el poder inmediatamente”,
“cualquier contemporización equivale a la muerte”, “ocupar y conservar a costa de cualquier
sacrificio el teléfono, el telégrafo, las estaciones de trenes, los puentes”, “audacia, más audacia,
siempre audacia”, “que las clases dominantes se estremezcan con la revolución comunista”.

En la noche del 24 de octubre Lenin apareció en el palacio de Smolny, Estado Mayor de los
bolcheviques, y asumió plenamente el control sobre la revuelta. El Gobierno provisional de
Rusia fue arrestado el 25 de octubre (7 de noviembre, nuevo estilo). Este mismo día el Soviet
de los Diputados del Pueblo de Toda Rusia promulgó los decretos de la paz y de la tierra,
formando así mismo el nuevo Gobierno: el Consejo de los Comisarios del Pueblo, con Vladímir
Uliánov al frente.

Con el poder en las manos:

Pocas semanas después, los bolcheviques disolvieron la Asamblea Constituyente, que se


oponía a la “usurpación del poder” por parte de los camaradas de Lenin, y demandó la
incorporación de todos los partidos políticos existentes a la nueva administración.

La segunda misión fue firmar la paz por separado con Alemania. Para cumplirla Lenin envió a la
ciudad fronteriza de Brest-Litovsk al comisario del pueblo para Asuntos Exteriores, Lev Trotski.
Este de plano rechazó la demanda territorial de los alemanes, aunque Lenin le encomendó
aceptarla porque necesitaba una tregua para adelantar las reformas socialistas sin la amenaza
de la intervención extranjera.

Los alemanes de inmediato lanzaron una ofensiva hacia Petrogrado. Lenin proclamó: “la patria
socialista está en peligro”, ordenó a los “obreros movilizarse” y a los representantes de la “clase
burguesa cavar trincheras”. “Los agentes del enemigo, especuladores y saboteadores serían
fusilados”. Tras breves combates en febrero de 1918 los alemanes se detuvieron, el acuerdo de
paz fue firmado el 3 de marzo en Brest-Litovsk y el nuevo Estado de obreros y campesinos, de
acuerdo con las cláusulas del tratado de paz, se quedó sin grandes territorios en el oeste y en el
sur del país.

Es de suponer que Lenin sabía que la ocupación no duraría mucho: se acercaba el final de la
Primera Guerra Mundial y, ciertamente, los alemanes la perdieron. Al firmar la capitulación,
Alemania también tuvo que abolir el acuerdo de Brest-Litovsk y retirar las tropas. De todos
modos, por estar Petrogrado muy cerca de la frontera, Lenin ordenó en 1918 trasladar la
capital a Moscú, en Rusia central.

Una gran hambruna amenazó al joven Estado. El sector agrario ruso representaba unos 15
millones de familias campesinas. De estas, 12 millones estaban en la absoluta pobreza, 2
millones eran de la clase media (los apodados “kulaks”), y un millón pertenecía a la aristocracia
rural. El líder de los bolcheviques trazó una política de “comunismo militar”. Los destacamentos
especiales recorrían las aldeas confiscando todos los alimentos. Se dejaba solo una parte
mínima para que la gente no muriera de hambre. Los miembros de los “comités de pobres”
participaban en el decomiso de las propiedades de sus vecinos acaudalados.

Ya a principios del año 1918 comenzó la guerra civil. En 1919 el poder de los soviets quedó
limitado a las regiones centrales de Rusia. Lenin puso al frente de las tropas a Lev Trotski. El
Ejército Rojo creció hasta casi tres millones de personas movilizadas por la fuerza frente a un
máximo de 250 000 adversarios. Un paso importante fue la reincorporación a las filas de los ex
oficiales del ejército del zar.

La vida de Lenin corrió peligro en numerosas ocasiones. El 30 de agosto de 1918 después de un


mitin en una fábrica de Moscú, el presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo fue herido
gravemente en el hombro. Le disparó Fanni Kaplán, militante del partido de socialistas
revolucionarios, autores de muchos actos de terror en la época del Imperio ruso. Hasta el día
de hoy existen dudas sobre si la terrorista actuó por cuenta propia o cumpliendo órdenes de su
partido. Podría haber un complot concebido por el entorno cercano de Lenin. Kaplán fue
fusilada inmediatamente después del atentado.

El segundo episodio tuvo lugar en enero de 1919. Lenin se desplazaba por Moscú en un
automóvil junto con su hermana, un conductor y un guardaespaldas cuando fue interceptado
por una pandilla. Lenin pensó que era una patrulla revolucionaria y mandó parar para mostrar
los documentos. Los bandidos le quitaron el carné de identidad y la pistola y también se
llevaron el automóvil, dejando a los pasajeros en la calle. De camino, al ver los papeles se
dieron cuenta del botín que habían perdido: podrían haber cambiado al rehén, el presidente
del Consejo de Comisarios del Pueblo de Rusia, por todos los pandilleros presos en Moscú.

Los atentados contra el líder provocaron que los bolcheviques lanzaran varias campañas de
terror y hostigamiento: se ordenó tomar rehenes y fusilarlos si continuaba la resistencia contra
el nuevo poder comunista.

El “terror rojo” acabó con la vida de aristócratas, intelectuales, clérigos, ingenieros, militares…
todos considerados representantes de la burguesía que, según Lenin, debía ser eliminada como
clase social. Los adversarios —los blancos— tampoco descartaron el derramamiento de sangre
de los rojos. Se calcula que durante la guerra civil rusa perecieron más de dos millones de
personas.

Las víctimas más notables fueron el zar Nicolás II, su familia y sus sirvientes. En total 11
personas, que permanecían presas desde marzo de 1917, fueron fusiladas en Ekaterimburgo
en la noche de 17 de julio de 1918. Oficialmente se anunció que había sido una decisión
unilateral del Soviet de los Urales, sin que Lenin estuviera al tanto. En realidad no existen
documentos escritos pero las investigaciones realizadas en la época moderna demuestran que
Lenin dio su consentimiento. Los restos de los Románov y de su entorno fueron encontrados en
1991 y ahora yacen en la catedral de la fortaleza de Pedro y Pablo en San Petersburgo.

En 1922 finalizó la guerra civil. Lenin se dedicó a la búsqueda de vías para sacar al país del
abismo económico. En vez de la política de “comunismo de guerra” con la confiscación total de
los alimentos, a los campesinos les fue asignado un plan individual de entrega de determinadas
cantidades de productos. El resto lo podían vender en mercados libres.

Lenin trazó la “nueva política económica”, que suponía una apertura para pequeñas empresas
privadas del sector del comercio mientras que las empresas claves se quedaban en manos del
Estado. Se abrió el camino a las inversiones extranjeras. El líder bolchevique llegó a la
conclusión de que en espera de la revolución proletaria mundial había que proceder a la
construcción del socialismo en un solo país.

En diciembre de 1922 bajo la tutela de Lenin se fundó la Unión de la Repúblicas Socialistas


Soviéticas. En aquel entonces la componía la Federación de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y la
Federación de las Repúblicas Transcaucásicas. El territorio, recursos humanos, económicos y
culturales de la Unión equivalía casi al antiguo Imperio ruso. Ante Lenin se abría un vasto
campo para actuar pero el destino no le permitió hacerlo.

Moribundo

El 30 de diciembre de 1920 Lenin, durante una sesión del grupo parlamentario bolchevique del
VIII Congreso de los Soviets, dijo: “Es una desgracia pero estoy muy enfermo. No puedo
decirles nada más”.

Desde aquel entonces comenzó a pasar más tiempo en la aristocrática mansión Gorki, a las
afueras de Moscú, que en su despacho en el Kremlin. Los médicos consideraban que el
debilitamiento físico y los constantes dolores de cabeza eran consecuencias del estrés sufrido
en los últimos años y de la herida en 1918: supuestamente, la bala de la pistola de Kaplán
contenía veneno con acción retardada.

En diciembre de 1922 Lenin sufrió un derrame cerebral que le hizo perder la movilidad de la
pierna y el brazo derechos. Más tarde llegó una leve recuperación que permitió al líder
revolucionario escribir varios artículos sobre las cuestiones económicas y la administración del
Estado soviético, así como su famosa carta al Congreso. En la misma Lenin caracterizó
brevemente a su círculo de colaboradores y, en especial, a Iósif Stalin, al que calificó de
demasiado caprichoso, poco educado, poco paciente y poco leal. “El camarada Stalin, al
convertirse en secretario general, concentró en sus manos un poder inmenso y no estoy seguro
de que sea capaz de utilizarlo con suficiente prudencia”, escribió Lenin.

A principios de marzo de 1923 Lenin sufrió el segundo ataque, que le privó del habla. El 15 de
mayo el personal de la sede del Gobierno soviético en el Kremlin, oculto tras las cortinas de las
ventanas, miraba partir el automóvil al que llevaron al enfermo en una camilla. Lenin vivió ocho
meses más en Gorki y murió, víctima del tercer derrame cerebral, el 22 de enero de 1924. Su
cuerpo embalsamado yace en el mausoleo de la Plaza Roja de Moscú.

Después de la desaparición en 1991 de la obra maestra de Lenin —la Unión Soviética— varios
políticos y personalidades de la cultura se pronunciaron a favor de sacar la momia del
mausoleo y sepultarla, junto con el cerebro del revolucionario (que se conserva en el Instituto
Científico del Cerebro) en el cementerio de Vólkovo de San Petersburgo al lado de la tumba de
su madre. La posición oficial de las autoridades rusas es dejar la decisión a las generaciones
futuras. Según los expertos, la momia puede mantenerse intacta varias décadas más.

La República Democrática Alemana.


Casi siempre se hace hincapié en que el enfrentamiento entre los aliados vencedores y
ocupantes de Alemania, y especialmente entre norteamericanos y soviéticos, llevó a la
configuración de dos Estados alemanes, diferentes en cuanto a su modelo socio-económico,
cargando las tintas de esta división sobre la política de Stalin, a consecuencia de los sucesos
que ocurrieron con posterioridad -intervención de las fuerzas soviéticas en 1953 en la propia
RDA y en 1956 en Hungría; cierre de la frontera interalemana en 1952 y construcción del muro
de Berlín en 1961-.Sin embargo, no fue la división de Alemania culpa única y exclusivamente
del líder del Kremlin. Intervinieron otros factores de división sobre los aliados occidentales, que
mandaban en las otras tres zonas de ocupación sobre las que se constituiría la República
Federal de Alemania en 1948. Norteamericanos y británicos divergían sobre la política a seguir
del nuevo Estado alemán, concediendo mayor importancia al Estado social los segundos, con
un gobierno laborista al frente, en relación a los primeros, inclinados por el capitalismo liberal
clásico. Tanto EE.UU. como Gran Bretaña y asimismo Francia, la tercera potencia ocupante en
el lado occidental, rechazaron la nota de Stalin que establecía la unión alemana en un estado
no alineado y libre de fuerzas de ocupación.

Algunos pueden pensar que había que ser muy ingenuo para creerse las promesas de alguien
tan taimado como el inquilino del Kremlin, pero sin embargo esta solución -no alineamiento,
no presencia de fuerzas extranjeras- fue la adoptada en un país precisamente bajo el control
del Ejército Rojo y previamente anexionado al Reich alemán de Hitler: Austria. Una Alemania
democrática y no alineada podía ser la garantía más firme de la paz en Europa, pero en medio
de la política de bloques que se estaba diseñando en Europa, la “guerra de notas” entre los
aliados occidentales y la URSS, el destino del país parecía estar destinado a configurarse en dos
Estados, cada uno inscrito dentro de las coordenadas de la “guerra fría”.

En 1948, EE.UU., Gran Bretaña y Francia patrocinaban la creación, en la pequeña ciudad bávara
de Bonn, de la República Federal. Su constitución, la Ley Fundamental de Bonn, fue elaborada
con grandes limitaciones democráticas: no se contó con representantes populares de la zona
soviética, a la que se excluyó en la formación del nuevo Estado, y careció de refrendo popular,
algo que si bien era una práctica extendida en la historia constitucional de otras épocas -la
Constitución de Weimar fue aprobada por el Reichstag sin refrendo- no se entendía en el
nuevo contexto, y menos después de una convulsión tan grande como la guerra y la derrota. En
su artículo 23, la Ley Fundamental establecía que la nueva RFA podría anexionarse los estados
federales del Este que habían quedado excluidos -Turingia, Sajonia-Anhalt, Alta Sajonia,
Brandenburgo y Mecklemburgo-Antepomerania-, sin valorar en absoluto entrar en
negociaciones con las autoridades orientales.

En el mismo 1948, socialistas y comunistas, unificados en el SED -Sozialistches Einheitpartei


Deutschlands o Partido Socialista Unificado de Alemania- junto con otras organizaciones de
entidad menor (entre las que se incluía la CDU y los socialdemócratas no unificados en el SED),
que habían desarrollado en el Este políticas socializantes al amparo de la presencia soviética -la
reforma agraria expropió toda la tierra perteneciente a antiguos nazis y criminales de guerra y
más de 30.000 km² fueron distribuidos entre 500.000 campesinos, jornaleros y refugiados
alemanes procedentes de los nuevos territorios de Polonia y los Sudetes checos- y procedido a
una dura desnazificación (la desnazificación política en la zona soviética fue, sin embargo,
mucho más transparente que en la zona occidental, donde el tema pronto fue llevado a un
segundo lugar por pragmatismo o incluso privacidad), llevaron a cabo, excluidos de las
negociaciones en el Oeste, la construcción de un nuevo Estado alemán que, como sus vecinos,
también aspiraba a unificar ambas partes de Alemania. Se ponía así en marcha la República
Democrática Alemana, con gobierno en Berlín (en realidad, Berlín Este), base en los cinco
“Länder” anteriormente citados -al cabo de unos años sustituidos por distritos, remarcando el
carácter centralizado del nuevo país- y realizando un llamamiento similar al de la “nota de
Stalin” a sus compatriotas del otro lado. El 7 de octubre de 1949, fecha de constitución final de
la nueva república, con las posturas sin visos de encontrar un punto de unión, la RFA y la RDA
emprendieron sus propios caminos.

La RDA no nació en principio como un estado socialista. El Frente Nacional de la Alemania


Democrática, que finalmente controlaría políticamente el país bajo la férula del SED, era una
coalición democrática-antifascista, que incluía al KPD comunista, al SPD socialista, a la recién
creada Unión Demócrata Cristiana (CDU) y al Partido Liberal Democrático de Alemania (LDPD).
Fue formado en julio de 1945 con objeto de presentarse a las elecciones a los parlamentos de
los estados de la zona soviética del año siguiente. El recién creado SED -recordemos: la unión
de los dos primeros partidos- acordó dar representación política a las organizaciones de masas,
como la Federación Alemana de Sindicatos Libres (FDGB) o la Juventud Libre Alemana (FDJ).Los
partidos burgueses CDU y LDPD se debilitaron ante la creación de dos nuevos partidos, el
Partido Nacional Democrático de Alemania (NDPD) y el Partido Democrático Campesino de
Alemania (DBD).

Sin embargo, la evolución política del bloque oriental -con la creación de gobiernos comunistas
progresivamente en las diferentes naciones del este europeo ocupadas tras la guerra por el
Ejército Rojo-, y los acontecimientos de otras latitudes, como la guerra civil griega y la de
Corea, primeros acontecimientos -sobre todo el segundo- de desarrollo de la “guerra fría”
llevaron a que la República Democrática se inclinase cada vez más por la pertenencia al modelo
socio-económico soviético, con la asunción del control del Frente Nacional por el SED y la
conversión de la inicialmente república democrática y federal del Este por una república
socialista. La RDA se adscribió al Pacto de Varsovia y a la comunidad económica del CAME
(Consejo de Asistencia Mutua Económica). La RFA, por su parte, se inscribió en las coordenadas
del denominado mundo libre, perteneciendo a la OTAN, siendo uno de los fundadores de la
Comunidad Económica Europea y surgiendo como el milagro económico del continente, que en
una década pasó de la miseria de posguerra a ofrecer un esperanzador y floreciente panorama
que se convirtió en escaparate para quienes deseaban escapar de las estrecheces y la opresiva
vigilancia que se daban en el otro lado.

La RFA mantuvo siempre su pretensión de ser la Alemania “de verdad”. La otra, la RDA, la
oriental, no existía, sólo para anexionársela -como así sucedió finalmente- recurriendo al
artículo 23 de la ley fundamental de Bonn.

Su moneda fue el Deutsche Mark, o marco alemán, mientras que el marco de la RDA era… el
marco de la RDA (DDR Mark); su himno, el de preguerra, el “Deutschland über alles” (Alemania
sobre todo), en contraste con el nuevo himno adoptado por el Este; en el contexto
internacional la RFA era conocida popularmente como Alemania y el gobierno federal rompía
relaciones con los gobiernos que reconociesen a la RDA, cosa que sólo cambió a partir de la
Östpolitik de Willly Brandt a principios de los setenta. Cuando la RDA negoció y ratificó con
Polonia las fronteras que los aliados -incluyendo a los tres en cuyas zonas de ocupación surgió
la RFA- ya habían definido, quedando para este último país Pomerania, Silesia y Prusia Oriental
y dibujándose la frontera en los ríos Oder y Neisse, la RFA mostró una indignación que, desde
luego, no hubiera cabido en su mente durante si hubiera ocurrido al revés durante los años en
que Francia ejerció como potencia protectora de la región de Saarbrücken. Una muestra más
de que la RFA, hasta la elección del socialdemócrata Brandt como canciller y el mutuo
reconocimiento de las dos Alemanias, mantenía su voluntad hegemónica de representar a
Alemania en su totalidad.

EL PAÍS DEL MURO, LA STASI Y LA BUROCRACIA

Claro que, en esta voluntad, la RDA le facilitaba las cosas a su vecina República Federal. La
vigilancia del Ministerio para la Seguridad del Estado (conocido popularmente como Stasi),
surgida a raíz de las protestas populares de 1953 contra el plan quinquenal, que establecía un
aumento de las horas de trabajo sin contrapartidas salariales ni otro tipo de beneficios, fue uno
de los factores que contribuyó a hacer más odioso para los ciudadanos de la República
Democrática al régimen que les gobernaba. La Stasi, dirigida por Erich Mielke, un veterano
comunista que había formado parte de los voluntarios alemanes que habían luchado en
España en las Brigadas Internaciones del lado de la República -y que no dudaba tampoco en
fastidiar a sus antiguos compañeros del Batallón Ernst Thaellmann residentes en la RDA si
servía para sus intereses personales- tejió una red de agentes y de “chivatos” repartida por
todo el territorio de la República del Este con objeto de conocer hasta las mayores intimidades
de sus vigilados. Esta vigilancia hasta en los más mínimos detalles se refleja en el oscarizado
filme “La vida de los otros”, cuando en la conversación mantenida por el viejo ministro de
Cultura y el escritor Georg Dreimann, el primero comenta a su interlocutor “lo sabíamos todo
de usted. Incluso que no era capaz de satisfacer a Christa (su novia, papel interpretado por
Martina Gedeck) como es debido”.

En esa misma película se observa, asimismo, al prototipo de burócrata arribista, de escasos


escrúpulos y también escasos principios e identificación con los ideales socialistas, que aunque
sólo sea formalmente defiende la RDA y por extensión el conjunto de países del bloque
soviético. Es el del teniente Anton Grubisch, magistralmente interpretado por Ulrich Tükur, una
especie de Erich Mielke de los escalafones inferiores de la Stasi, y que asimismo se podía
extrapolar a cualquier otro estamento del aparato estatal. La burocracia gerontocrática
-instalada por muchos años en el poder- de la RDA, representada por sus figuras más
representativas, el presidente Willy Stoph y los secretarios generales -primeros ministros a la
sazón- del SED, Walter Ulbricht primero y Erich Honecker después fueron a lo largo de la vida
de la República un obstáculo para el desarrollo socio-económico del país; para el desarrollo de
reformas democráticas, siquiera fracasadas, como las que tuvieron lugar con la revuelta
húngara de 1956 o con la “Primavera de Praga” de 1968, encabezada por el secretario general
del partido, Aleksandr Dubcek; y para que se diera una sociedad socialista y no meramente una
sociedad estatal-burocrática al modo en que, desde 1918, se había desarrollado el comunismo
soviético desde la revolución bolchevique y había sido paulatinamente exportado al resto del
mundo socialista tras la S.G.M. La denuncia del burócrata fue puesta ya sobre la mesa por una
de las intelectuales más brillantes de la República Democrática, la escritora y crítico literario
Christa Wolf, en novelas como “El cielo partido” -en la que resalta el papel de los trabajadores
comprometidos con la reconstrucción y el desarrollo de su parte de Alemania, frente a ese
prototipo del burócrata de las consignas- y “Casandra”, mucho más dura en su papel de
denuncia y más crítica en cuanto al desarrollo del modelo social impuesto a lo largo de los años
en la Alemania del Este.
La vigilancia opresiva de la Stasi, el desarrollo burocrático de la sociedad y la economía y la
diferencia de desarrollo económico, amén de la falta de libertades públicas, influyeron y de qué
modo en la ciudadanía de una RDA que empezó a mirar a su hermana de Occidente como el
paraíso realmente existente frente al paraíso socialista prometido por los líderes del SED. Hasta
la construcción del Muro, unos tres millones de ciudadanos germano-orientales emigraron,
primero por la frontera interalemana, cerrada en 1952, y en los nueve años siguientes hasta
1961 por la antigua y dividida capital del Reich alemán. La construcción del muro de Berlín, en
palabras del profesor Ignacio Sotelo, fue una medida defensiva de la RDA y del bloque del Este
en su conjunto para evitar la pérdida de un capital humano que, al otro lado, en la RFA,
contribuyó sobremanera al “milagro” económico de los años cincuenta en Alemania
Occidental, pues recibía a trabajadores cualificados que hablaban su misma lengua y tenían su
misma cultura. Al mismo tiempo, era una medida que trataba de proteger el modelo socialista,
evitando que el fracaso económico se diera precisamente por esa pérdida de trabajadores e
intelectuales que emigraban en masa al otro lado, pudiéndose abrir en cuanto el Este socialista
superara en bienestar al Oeste capitalista. Pero, a su vez, la construcción del muro era la
plasmación en la realidad de que el modelo de socialismo soviético, que tal y como había sido
planteado era incompatible con una democracia popular, con la toma de decisiones de los
trabajadores sobre una propiedad que formalmente era suya pero que, en realidad, era de un
Estado que al mismo tiempo que decía actuar en su nombre les oprimía igual que podían
hacerlo los capitalistas de Occidente, había fracasado en su concepción. El que todavía, hasta
1989, cerca de ochocientas personas se jugaran y perdieran la vida intentando atravesar el
muro berlinés evidencia el fracaso de un modelo que la disidencia y la oposición de la RDA
condenaban por dictatorial, no por socialista.

LA OTRA CARA DE LA OTRA ALEMANIA

Las grandes perdedoras de la reunificación han sido las mujeres de la ex RDA. Constituían el 50
por ciento de la fuerza de trabajo en la Alemania del Este, en unas condiciones de igualdad
salarial y con posibilidades de conciliación de vida laboral y familiar que hoy día son
reclamadas en todo el mundo. La unión de los dos estados alemanes y la crisis que ha seguido
en los “länder” que formaron la República del Este se ha cebado especialmente, en forma de
desempleo y discriminación, con ellas.

La República Democrática, sin embargo, no fue solo el país en el que uno podía recibir un
disparo de la Volkspolizei (Policía Popular, los famosos “Vopos”) por acercarse peligrosamente
al perímetro del muro o hacer una visita nada agradable a la cárcel de la Schonhaussenstrasse
berlinesa por hablar de lo que no se debía en voz demasiado alta. En los años sesenta y
principios de los setenta, la RDA conoció también una época dorada en la que el esfuerzo de
los trabajadores y los valores de solidaridad, compañerismo, esfuerzo y compromiso
predicados por el mundo socialista, tan opuestos al individualismo y afán de lucro occidentales,
llevaron a un desarrollo económico que fue acompañado también de un desarrollo del Estado
social que ha sido una de las características de la “Ostalgie” que tuvo lugar tras la unificación de
las dos Alemanias en el Este. Muchos ciudadanos de la extinta RDA echaron o echan de menos
la seguridad, el modesto bienestar, la sociedad de pleno empleo, la camaradería en el trabajo y
los servicios públicos que el régimen germano-oriental promocionó y estimuló, y guardan con
especial cariño recuerdos como el cuaderno de la brigada de trabajo a la que pertenecían en su
fábrica o empresa, la chapa con las siglas DDR (Deutsche Democratischke Republik) que
llevaban en sus viejos automóviles y otros objetos, sean tipo “souvenirs” para turistas o
electrodomésticos que imitaban la línea “felices años 50” estadounidenses, que pueden
encontrarse en tiendas abiertas por avispados comerciantes del Imagen1Este. La República
Democrática nacionalizó la propiedad industrial y agraria con el segundo Plan Quinquenal
(1956-1960), pero, con posterioridad, el desarrollo de una política económica más enfocada a
la industria de consumo, la innovación tecnológica y la delegación en la toma de decisiones
hacia las Asociaciones de Empresas del Pueblo en lugar de hacia los organismos oficiales de
planificación contribuyeron a que la Alemania del Este viviera su particular “milagro
económico”, del mismo modo a como lo había vivido la vecina Alemania Occidental en los años
cincuenta. La Unión Soviética recomendó a sus socios de la RDA aplicar las reformas del
economista soviético Evsei Liberman, que defendía el principio de obtención de beneficios y
otros principios del mercado para las economías planificadas. En 1963, Ulbricht adaptó las
teorías de Liberman e introdujo el Nuevo Sistema Económico (NES), una reforma económica
que introdujo un grado de descentralización en las decisiones y criterios de mercado. El NES
intentó crear un sistema económico eficiente y contribuyó a que la RDA proclamara ser la
octava potencia industrial del mundo. La continuidad en esta política vino de la mano del
nuevo líder Erich Honecker en los años setenta, que con la “Tarea Principal” hizo un esfuerzo
en centrarse en el abastecimiento de bienes de consumo para los trabajadores, la
rehabilitación y construcción de viviendas y los servicios públicos. En conjunto, el NES trató de
ofrecer una mejor asignación de bienes y servicios al estipular que que los precios
respondieran al abastecimiento y la demanda; se dio lugar a un aumento de salarios reales y
pensiones, así como del abastecimiento de bienes de consumo; y se profundizó y facilitó en la
incorporación de la mujer al mundo del trabajo (las mujeres representaban cerca del 50% de la
fuerza laboral de la RDA) con guarderías, clínicas y subsidios de maternidad que duraban entre
seis y doce meses. La RDA trató de imitar, en la medida de sus modestas posibilidades, el
desarrollo de su vecina RFA, y no le faltaban buenas trazas para conseguirlo. A pesar de poseer
un modelo burocrático y de que una de las riquezas en recursos del Este de Alemania, la región
minera de Silesia, había pasado a manos polacas tras la S.G.M., la República Democrática había
heredado algunas empresas ya famosas en la preguerra que mantuvieron su fama de buenos
productos, a veces no sólo en el bloque soviético, sino también en el oeste. La RDA era
competitiva internacionalmente en algunos sectores como la ingeniería mecánica y la
tecnología de impresión. En Jena, pequeña ciudad universitaria situada en el SO de la
República, se encontraba la industria óptica Carl Zeiss. Sus lentes para cámaras fotográficas
eran muy apreciadas antes de la guerra, y ya en los años de la RDA consiguió mantener esa
buena fama. Si la RFA distribuía al mundo occidental las películas AGFA, la RDA hacía lo propio
en el bloque soviético con la parte oriental de la empresa (que era el sitio original donde se
había fundado AGFA), rebautizada como ORWO. La motocicleta que pilota Alex Kerner (Daniel
Brühl) en “Good Bye Lenin” es también de fabricación local: las Simson fueron a lo largo de los
años de vida de la RDA el sueño de libertad juvenil que representaban en Occidente vehículos
de dos ruedas como las Vespa, las Lambretta o las Harley Davidson. Problema más grave
representaba comprar un típico Trabant de la industria Motor Zwickau de esta última ciudad: si
bien al principio el tiempo de espera era bastante homologable al de Occidente -cinco años
para un “Trabbi”, mismo tiempo de espera que el de un comprador español para un Seat 600-,
poco después ese tiempo se disparó, hasta los diez años, y las autoridades de la RDA no
tuvieron más remedio que tolerar el mercado negro de estos vehículos.

Los Trabant posibilitaron, como lo hizo el Volkswagen “Escarabajo” al otro lado de la frontera,
la motorización de la otra Alemania, si bien a un nivel bastante más bajo. Mientras que en la
RFA lo más común era que las familias tuvieran uno o más vehículos, en la RDA había que
esperar para obtener un pequeño Trabbi…

Cuando llegó la hora de unir la RDA a la RFA, los empresarios y consumidores occidentales -y
también los orientales- pensaron o se vieron inducidos a pensar (en el caso de los segundos)
que sus industrias no valían nada y que todo el Este tenía que ser sustituido por productos del
Oeste. No era una realidad válida. Si bien había numerosos ejemplos de industrias
contaminantes y de alta toxicidad, lo que hizo que la presencia del movimiento verde en la
oposición de la RDA cobrara una especial relevancia, en otros casos resaltaban por su eficiencia
energética. Por desgracia, también se los llevaron por delante. En la RDA se fabricaron por vez
primera frigoríficos sin gases de efecto invernadero. Las neveras Privileg se adelantaban en
varios años a una tecnología que hoy se desarrolla en todo el mundo. Tras varios años de
reducción de la vida útil de las bombillas, entre las que había colaborado la empresa germano-
occiental OSRAM, ingenieros de Alemania del Este habían desarrollado una bombilla de larga
duración que presentaron en la RFA, en Hannover. Los ingenieros industriales de la RFA,
acostumbrados a acortar la vida útil de los productos de consumo en aras de la “obsolescencia
programada”, no salían de su asombro ante aquel desafío a las concepciones del mundo
capitalista. Nueve años después de aquella feria de Hannover de 1981, en 1990 la fábrica del
Este que fabricaba aquellas bombillas se desmanteló. OSRAM, como muchas otras industrias
del Oeste de Alemania, no quería competidores de la extinta RDA.

No sólo era la capacidad industrial del Este lo que en 1989 llevaría a la oposición de la RDA a
considerar que había que mantener la soberanía y el modelo socialista de su República al
menos durante algún tiempo, bien que corregido para que fuera un socialismo auténtico y
democrático. La RDA mantenía estructuras de servicios sociales universales, como asistencia
sanitaria, educación pública, seguridad social, beneficios para los trabajadores, igualdad real
entre sexos, y de valores que si bien no se reflejaban en la cúpula de la organización del SED sí
que suponían un potente atractivo para la unión del pueblo germano-oriental: solidaridad, afán
de cultura y respeto por la misma, compañerismo… La sociedad de la RDA presentaba ciertas
características peculiares con respecto a la de otras de su entorno: estaba menos podrida por
los males de corrupción, burocracia y cinismo de las élites que asolaba en el resto de países del
bloque; era la que más había desarrollado un modelo socializante; reflejaba y se creía heredera
en cierto modo de las viejas aspiraciones de los revolucionarios alemanes del siglo XX que se
habían opuesto las fuerzas conservadoras de la República de Weimar y al nazismo: Rosa
Luxemburgo, Karl Liebnecht, Ernst Thaellmann, los brigadistas internacionales alemanes, y de
ella eran o habían sido ciudadanos algunos de los intelectuales socialistas y comunistas más
relevantes de la Alemania de preguerra y de posguerra: Bertolt Brecht, Anna Sieger, Christa
Wolf, cuyo prestigio intelectual les dejaba cierto margen de maniobra para la crítica al sistema;
y se veía obligada, al mismo tiempo que forzaba la represión, pero por los mismos motivos, a
realizar concesiones a un modelo socialista más puro para construir la tierra del socialismo real,
el paraíso socialista, en contraste con su vecina capitalista, la RFA.

Estos ingredientes explican por qué, en 1989, mientras los intelectuales de Checoslovaquia
como Vaclav Havel o de la URSS como Yablinski o Sajarov proponían salidas al sistema por la vía
de la adopción del capitalismo, en la RDA tanto los disidentes verdes, socialdemócratas y
protestantes como los reformistas del SED -Hans Modrow, hoy eurodiputado de Die Linke (La
Izquierda)- proponían el desarrollo de un socialismo democrático y autogestionario.
“NADA CAMBIARÁ SI NOS VAMOS TODOS”

Esta frase pertenece a Christianne Kerner, el personaje de la maestra de convicciones


socialistas que interpreta Katrin Saas, actriz precisamente del Este, en el filme “Good bye
Lenin”. Como a muchos ciudadanos de la RDA que creían o creyeron algún día en la República
socialista alemana, la crisis que afectó en los años setenta y ochenta a su país le hizo sentir una
crisis personal entre lo que sentían internamente y el panorama que se dibujaba, o que
dibujaban en realidad los miembros del Politburó del SED, cada vez más ancianos y con miedo
a los vientos de cambio, que paradójicamente iban a venir de Moscú, de la mano primero de
Constantin Chernenko y luego, con más fuerza, de Mijaíl Gorbachov. Erich Mielke, el poderoso
jefe de la Stasi; Willy Stoph; el propio Erich Honecker se negaban a aceptar cambios profundos
en lo político que afectasen a su posición de poder.Como mucho -que era la vía que Honecker
llevaba aplicando desde el comienzo de su etapa en el gobierno, como primer secretario del
Comité Central del partido-, estaban dispuestos a ceder en una liberalización social que no
supusiese la apertura de la liberalización política. Pero la primera llevó, inevitablemente, a la
segunda, aunque tal efecto no fuera del agrado de los líderes del partido. Una de las
consecuencias de la “Ostpolitik” de Willy Brandt (y la política de mismo cuño de Honecker) y el
reconocimiento mutuo de las dos Alemanias -incluyendo el reconocimiento por la RFA de la
frontera Oder-Neisse entre Polonia y la República Democrática- fue el aumento de los
intercambios culturales y económicos entre las dos repúblicas alemanas. Esta distensión
fortaleció los lazos entre las dos Alemanias. Entre 5 y 7 millones de alemanes occidentales y
berlineses del Oeste visitaron la RDA cada año a partir de entonces. Las comunicaciones
postales y telefónicas entre los dos países fueron significativamente ampliadas. Los lazos
personales entre familias y amistades de ambos países se comenzaron a restituir, y los
ciudadanos alemanes orientales tuvieron más contacto directo con la influencia política y
material occidental, particularmente a través de la radio y la televisión. La RDA recibía la señal
de televisión de la República Federal en buena parte de su territorio, mientras que la TFF der
DDR -la televisión pública germano-oriental- tuvo que renunciar, de este modo, no sólo a su
pretensión de ser la televisión panalemana, sino que perdió una importante batalla informativa
e ideológica con respecto a la televisión del país vecino, pese a que sus programas de
entretenimiento -en especial el infantil “Sandmannsche”- eran muy apreciados por los
ciudadanos de ambas Alemanias. Los intelectuales germano-orientales participaron en
conferencias en el Oeste, especialmente en Berlín Occidental, y los visados por esta causa
aumentaron las posibilidades de permear la frontera de la ciudad dividida, para escapar o
establecer valiosos contactos. Gustos y modas occidentales -el nudismo, el movimiento
“hooligan” futbolístico o la música rock, unos de cuyos cultivadores más populares en la
Alemania Oriental con un notable éxito a un lado y otro del Muro y un gusto por la
experimentación fueron Die Pudhys-,y asimismo reivindicaciones políticas del otro lado -como
el ecologismo, un motivo de preocupación latente en todo el movimiento opositor del bloque
soviético y relevante en la RDA por el uso masivo de combustibles fósiles en sus industrias-
llegaron a calar en una juventud y en una disidencia que, a lo largo de los años ochenta,
comenzaron a cobrar un protagonismo que saldría plenamente a la luz con la “perestroika”.En
una interesante y satírica novela sobre la juventud de la RDA de aquellos años, “La avenida del
Sol” (llevada al cine en 1999), se observa el gusto de sus jóvenes protagonistas por las
promesas de modernidad de Occidente, el comportamiento pacato de los burócratas y un
cierto regusto nostálgico por un sitio en el que, a pesar de todo, uno podía buscarse las vueltas
para pasarlo bien y ser mediana, o modestamente, feliz.
El descontento, sin embargo, seguía filtrándose en muchos casos en las ganas de salir de la
RDA. En los inicios de 1989, y especialmente en el verano, época en la que muchos ciudadanos
germano-orientales pasaban sus vacaciones en Hungría, aprovecharon la apertura política en
este país y la de la frontera magiar con Austria para abandonar la Alemania del Este. Otros
decidieron refugiarse en las embajadas de otros destinos de viajes cercanos, como Praga y
Varsovia, e incluso la misión diplomática de la República Federal en Berlín Oriental. Sin
embargo, otros pensaron, al hilo de la frase con la que comenzábamos este texto, que no cabía
mayor desafío al régimen que quedarse y combatirlo. Fueron los protagonistas de las
“manifestaciones de los lunes” de Leipzig, que pronto se irían extendiendo por toda la RDA.

LAS PROPUESTAS DE LA OPOSICIÓN:

La oposición de mayor peso en la RDA estaba representada, entre otros, por antiguos
miembros del SED y socialistas de pro decepcionados con la marcha que había llevado la
construcción del socialismo en la República. Un ejemplo de este tipo lo encontramos, de
nuevo, en un personaje de ficción, pero de los que sin duda no debieron escasear: el escritor
Georg Dreimann de la cinta “La vida de los otros”, el hombre que cree en el socialismo hasta el
punto de que los cínicos burócratas como el teniente de la Stasi Anton Grubisch comentan de
él que “cree que la RDA es el mejor país del mundo”, pero que, por defender un socialismo
distinto, no duda en escribir para el occidental “Der Spiegel” un artículo sobre los suicidios en
su país y reprochar, una vez caído el muro, al ex ministro de Cultura que gentes como él
gobernaran el país. Personas como él aparecen también descritas en la novela “Miedo a los
espejos”, del paquistaní afincado en Alemania Tariq Alí, en el que se puede leer un interesante
“Manifiesto por una RDA verdaderamente democrática”, que podríamos presumir verdadero y
firmado por jóvenes miembros del SED.

Un sector intelectual desde un punto de vista marxista dentro del SED renovó las peticiones de
reforma democrática. Entre ellos estaba el poeta y cantautor Wolf Biermann, que junto a
Robert Havemann había liderado un círculo de intelectuales defensores de la democratización;
fue expulsado de la RDA en noviembre de 1976. Tras la expulsión de Biermann, la dirección del
SED expedientó a más de 100 intelectuales disidentes.

A pesar de estas acciones del gobierno, escritores alemanes orientales comenzaron a publicar
declaraciones en la prensa occidental y crear literatura fuera del control oficial periódicamente.
El ejemplo más importante fue el libro Die Alternative (La alternativa), de Rudolf Bahro, que
fue publicado en la RFA en agosto de 1977. La publicación llevó al arresto del autor, su
encarcelamiento y posterior deportación a Alemania Occidental. A finales de 1977, apareció el
manifiesto de la Liga de Comunistas Democráticos de Alemania en “Der Spiegel”. La Liga, que
decía agrupar a funcionarios medios y altos del SED, demandaba una reforma democrática de
cara a una posible reunificación alemana.

A ellos hay que unir jóvenes teólogos de la Iglesia protestante descontentos con el
acomodamiento de la jerarquía de la misma con el régimen, intelectuales herederos del
pensamiento de Brecht y personas organizadas en movimientos civiles que imitan a los
organizados en la RFA, como ecologistas, pacifistas y movimientos alternativos que
configurarían, con posterioridad, parte del conglomerado ideológico del heredero del SED, el
PDS (Partei fur Demokratische Soziallismus o Partido del Socialismo Democrático) y más tarde
de Die Linke.

La característica común de todos ellos es que, en principio, sus demandas se centran en la


liberalización de la RDA y no en la unificación con la República Federal. Se centran en un futuro
democrático para la Alemania del Este y no ponen sobre la mesa propuestas de unión con la
Alemania Federal. De hecho, la mayor parte de ellos rechazan el modelo socio-económico
vigente en la RFA y proponen una RDA en la que democracia y socialismo avancen de la mano,
con respeto a las libertades públicas, apertura de fronteras, prensa libre, pero también con
diversas iniciativas que garanticen la propiedad social, popular, de las industrias y empresas del
país en lugar de la forma estatal y burocrática.

Ignacio Sotelo cuenta la siguiente anécdota: el embajador de España en Berlín Oriental por
entonces, Alonso Álvarez de Toledo, tenía la brillante idea de invitar una vez al mes a un plato
típico español –una fabada, unas lentejas o un cocido madrileño– a intelectuales de prestigio,
acompañados siempre de los correspondientes funcionarios del partido para evitar cualquier
sospecha de conspiración. En estas reuniones iba en aumento la tensión entre escritores y
artistas, por un lado, y el aparato político, por otro. Los intelectuales elogiaban las libertades
que poco a poco se conquistaban en la Unión Soviética de Gorbachov, mientras que los
funcionarios permanecían con la boca sellada, al no poder manifestarse de acuerdo, pero
tampoco dispuestos a romper el tabú de no criticar a la URSS. Los intelectuales, la disidencia
política y los ciudadanos de la RDA que deseaban la reforma política miraban con esperanza los
acontecimientos de Moscú y coreaban como un grito subversivo -como sucedería en la
celebración del 40º aniversario de la República, el 7 de octubre de 1989- el mote popular del
líder soviético: “Gorbi!, Gorbi!”.Uno de los líderes opositores lo comentaba de esta gráfica
forma antes de los acontecimientos del ochenta y nueve: lo que pase aquí depende de cómo
vayan las cosas en Moscú.

El Neues Forum -la organización más importante de todas ellas- abogaba por una “fuerte
participación de los trabajadores” en la gestión y control de la industria y la propiedad. La
Initiative für Frieden und Menschenrechte (Iniciativa para la Libertad y el Humanismo) quería,
“estructuras descentralizadas y autogestionadas”, la Vereinigte Linke y los socialdemócratas
germano-orientales proponían un “control colectivo de los trabajadores sobre las empresas y la
sociedad” y hablaban de una “socialización de verdad” en lugar de la “socialización formal-
estatista”.

Cuando, tras la retirada de la Volkspolizei tras unas jornadas de represión en Leipzig y Berlín,
negándose a cargar contra los “manifestantes del lunes” en la ciudad sajona y la dimisión de
Honecker llevó a que el secretariado general del SED y el poder del Estado fuera asumido por el
nada imaginativo Egon Krenz, un millón de ciudadanos desfilaron por Berlín convocados por
actores, disidentes y reformistas del partido (algunos de los cuales fueron abucheados) en una
manifestación televisada por la propia cadena pública TFF der DDR, quedaba ya poco para que
Günter Schabrowski, miembro del Politburó y uno de los silbados aquel día levantara las
restricciones a los viajes y el muro, perdida su razón de ser, fuera simbólicamente derribado
por ciudadanos de uno y otro lado de la dividida Berlín. Aquella alegría, merecida, de los
berlineses no podía sin embargo dejar de tomarse con cautela. Neues Forum lo advertía en un
comunicado: detrás de aquellos hombres y mujeres que se abrazaban pese a no conocerse y
que entregaban flores a unos aturdidos soldados del Nationalvolksarmee (Ejército Nacional
Popular) de la RDA que custodiaban la ya inútil frontera de cemento, llegarían los financieros y
especuladores dispuestos a hacerse con el patrimonio nacional y las empresas públicas y
colectivas del Este: “Hemos esperado este día durante casi treinta años, es un día de fiesta”.
Pero, con más alarma que fiesta, continuaba: “quienes vivieron antes de 1961 (el año de la
construcción del muro) conocen los peligros que nos amenazan: venta de nuestros valores y
bienes a empresarios occidentales, mercado negro, y contrabando de divisas… No queremos
hacer cundir el pánico, ni nos oponemos a la urgente y necesaria cooperación económica con
el Oeste, pero llamamos a no contribuir a las amenazantes consecuencias de la crisis”. La
declaración subrayaba una emancipada ciudadanía germano-oriental desmarcada de la RFA:
“Seguiremos siendo pobres aún mucho tiempo, pero no queremos una sociedad en la que
especuladores y competidores nos saquen el jugo. Sois los héroes de una revolución política,
no os dejéis inmovilizar por viajes e inyecciones consumistas… Habéis destituido al Politburó y
derribado el muro, exigid elecciones libres para una verdadera representación popular sin
dirigentes impuestos. No se os preguntó ni por la construcción del muro ni por su apertura; no
dejéis ahora que os impongan un concepto de saneamiento económico que nos convierta en el
patio trasero y reserva de mano de obra barata de Occidente”. Gerd Poppe, líder de la Initiative
für Frieden und Menschenrechte, lo expresaba resumidamente en estas pocas palabras: “No
queremos convertirnos en el último estado federal de la RFA”. Algo que, sin embargo, sería lo
que sucedería.

Helmut Kohl, el canciller federal, tenía sin embargo otros planes. Unos planes que servirían
para acercarle a renovar su mandato al frente de la jefatura del gobierno de la Alemania
Occiental y que servirían para que las empresas y multinacionales germano-occidentales
obtuvieran unos pingües beneficios pescando en el río de la propiedad de la RDA. A finales de
los años ochenta el gobierno conservador del Canciller Helmut Kohl estaba desgastado y el SPD
iba a desplazarle del poder en las próximas elecciones. El reto de la derecha conservadora de
Bonn y sus aliados del “establishment” económico y financiero era cómo instrumentalizar la
nueva situación creada en el Este para mantenerse políticamente en el poder unos cuantos
años más. La cultura política de la oposición de la RDA, que con la quiebra del régimen pasó en
cuatro días de un estatuto marginal a una posición dirigente, era un problema para aquel
propósito. La solución pasaba por los “Paisajes floridos”.

LOS “PAISAJES FLORIDOS” Y EL EXPOLIO DEL PATRIMONIO DE LA RDA:

“Algunos llevamos la fama, pero el latrocinio en la privatización supera con mucho lo que cabía
esperar de una sociedad tan civilizada, como dicen que es la alemana”, comentaba el
embajador argentino en Berlín Este al observar el proceso de privatización -y venta- del
patrimonio empresarial de la RDA a los empresarios de la Alemania Federal, directores por otro
lado de todo el proceso.

El estancamiento económico a lo largo de los años setenta y ochenta condujo a la economía de


la RDA a una grave situación. La deuda sumaba a finales de la última década una cifra superior
a los 40 billones de marcos, una suma no astronómica en términos absolutos (el PIB de la RDA
era de unos 250 billones de marcos) pero mucho mayor en relación a la capacidad del país para
exportar suficientes bienes al Oeste como para conseguir la divisa fuerte que pagase la deuda.
La mayor parte de la deuda se originó por los intentos de la RDA de hacer frente a sus
problemas financieros internacionales, así como los intentos por mantener los niveles de vida a
través de las importaciones de bienes de consumo. Casi todas las economías del bloque
soviético adquirieron una serie de deudas con los países occidentales a principios de la década
de los setenta con objeto de mejorar su capacidad tecnológica y competitiva. A cambio, la
deuda sería pagada con las divisas obtenidas con las importaciones de bienes, sustancialmente
mayores gracias a esa mayor competitividad. Pero la crisis del petróleo de 1973 acabó con esa
premisa, debido a que la mayor parte de los países del área se quedaron con la deuda y sin
mercado. A esto había que unir que en algunos países las inversiones fueron muy mal
realizadas, como en Polonia, donde la financiación obtenida se empleó no en tecnología sino
en el mantenimiento de subsidios al consumo con objeto de mantener los precios bajos y
congraciarse con una población que empezaba a mostrar su descontento y a unirse a los
movimientos de oposición.

La solución que los empresarios y políticos de Bonn buscaron para la crisis en la RDA fue la de
ofrecer una serie de promesas a los ciudadanos del Este que no se desviaban mucho en las
formas de las hechas por el Politburó, pero como no se encontraban desgastados por el
descrédito al que había sucumbido la nomenklatura y sonaban muy atractivas, los pobres
germano-orientales se las creyeron. Resultaba mucho más ilusionante creer en el sueño de los
paisajes floridos que en la realidad sobre la que Neues Forum advertía: los ciudadanos de la
RDA tendrían que seguir siendo aún pobres durante algún tiempo, pero con una República
Democrática que hiciera honor a su nombre y que tuviera una economía social, dirigida por y
para el pueblo alemán oriental, por lo menos mantendrían su soberanía política y económica
frente a una RFA que les consideraba unos “paletos” -“Ossi” es de hecho sinónimo de
pueblerino e ignorante- poco competitivos y necesitados de subsidios. El programa disidente
de los opositores de la RDA era crítico y escéptico hacia la posibilidad de una súbita unificación.
Y desde luego, de darse ésta, tendría que hacerse entre estados igualmente soberanos.

Helmut Kohl prometió a los alemanes del Este que poco más o menos de un día para otro
obtendrían el nivel de vida del que sus vecinos occidentales disfrutaban. Con esa ilusión
-ilusión óptica dibujada a través de Mercedes Benz, televisión por satélite, veraneos en España
y demás mensajes de espiral consumista que venía básicamente a decir que lo del Oeste era
siempre mejor- la CDU se impuso en las primeras elecciones libres de la RDA. El PDS (el
antiguo SED), liderado por el jefe del partido en Dresde, Hans Modrow, cuya fama de
reformista le aupó al cargo de primer ministro y al emprendimiento de reformas que llevarían a
la disolución de la Stasi y al procesamiento de antiguos líderes como Stoph, Mielke o el propio
Honecker, obtuvo unos buenos porcentajes de votos. Sin embargo, pese a los buenos
resultados, la izquierda reformista y alternativa de Neues Forum y los otros grupos de la
oposición (agrupada en Alianza 90) no consiguió contrarrestar el impulso de la filial
democristiana del Este, sus promesas de prosperidad capitalista y el éxodo de medio millón de
personas que se produjo desde que se abrieron de nuevo las fronteras entre ambas Alemanias.

Llegaba el momento de convertir las promesas en hechos, y Kohl, dispuesto a ganar las
elecciones también en el Oeste, no tuvo tapujos en introducir una medida estrella: la paridad
1:1 entre el Deutsche Mark y el marco de la RDA para ahorros de 6.000 marcos (una fortuna en
la RDA, y dos meses de sueldo de un periodista de la RFA de entonces) y de 1-2 para
patrimonios más altos. Los alemanes del Este sintieron como si les hubiera tocado la lotería.
Kohl les prometió convertir sus regiones en paisajes floridos y lo realizó en un primer
momento, por lo menos en la imaginación, con la mencionada paridad. En aquella euforia
cargada de promesas de abundancia, los discursos y voluntades mayoritariamente verdes y
socializantes de escritores, intelectuales y disidentes se disolvieron como un bloque de hielo al
sol entre las luces e impactos psicológicos de las experiencias directas de la gente común con la
prosperidad del Oeste. La paridad real entre las dos divisas era de cinco marcos orientales por
uno occidental. Esta diferencia, que hacía que un trabajador de la RDA que cobrara mil marcos
de la RDA al mes pasara a cobrar esa misma cantidad de marcos occidentales, se sintiera como
niño con zapatos nuevos, hundió a miles de empresas del Este, incapaces de poder asumir de
la noche a la mañana una deuda exhorbitada con la nueva moneda y viendo desaparecer la
capacidad competitiva que les daba el menor valor de su moneda.

Esta estrategia era en cierto modo la estrategia de los empresarios de la RFA, deseosos de
poder comprar a bajo precio las empresas orientales y quitarse competidores. Vendieron la
premisa de que todas las empresas de la RDA eran pura chatarra, pero sabían que esa
aseveración no era del todo cierta. La unión monetaria supondría el que quebrasen todas las
empresas orientales. La unificación por la vía rápida empezó por cambiar un marco oriental por
uno occidental para alegría inmediata de la población del Este que veía salvados sus pequeños
ahorros, pero con la consecuencia querida de desmantelar de un plumazo toda la economía de
la antigua RDA. Una buena parte de la población -alrededor de dos millones y medio de
trabajadores, sobre una población total de 16 -pierde el puesto de trabajo, con el mensaje
repetido de que la “economía de mercado” pronto los iría creando. Enormes inversiones
públicas en mejorar las infraestructuras no han servido para hacer realidad las falsas
expectativas de entonces, y ello porque, en un mundo ya globalizado, los nuevos Estados
federados han tenido que competir con una Alemania occidental, cuya capacidad productiva
basta para abastecer a las dos Alemanias, y estar además entre los primeros exportadores del
mundo.

Una persona nada sospechosa de alinearse con las posiciones, ni ortodoxas ni heterodoxas que
defendían la continuidad de la RDA en lo político y lo económico, el actual ministro de Finanzas
de Alemania, Wolfgang Schäuble, comenta el tremendo error que supuso la introducción del
marco occidental en la República Democrática. Schäuble, negociador clave en aquel entonces,
lo expresa de este modo en su libro de memorias de 1991: “Para mi estaba claro que la
introducción de la moneda occidental destruiría las empresas de la RDA, pero Kohl decía que
con la unidad íbamos a ganar las elecciones”. Otras personas que vivieron el proceso niegan
que el sistema económico de la RDA se estuviese desmoronando, como afirmaban desde el
Oeste. Es el caso del director del Banco Central de la RDA, Edgar Most, quien afirma, frente al
argumento oficial, que la relación causa efecto entre paridad y destrucción del patrimonio
industrial vino precisamente en ese orden y no al revés: “fue la paridad la que hundió
definitivamente la economía de la RDA”.

El nuevo gobierno democristiano del Este se embarca entonces en la privatización de la


economía, un paso más en la anexión de la RDA a Alemania Federal. Un proceso acelerado que
destruyó cualquier ilusión de crear una Alemania Oriental asentada sobre un modelo de
socialismo democrático y de unificar las dos Alemanias bajo postulados de neutralidad y con la
adopción de una nueva Constitución que sustituyese a la Ley Fundamental de Bonn, que ha
seguido sin ser ratificada ni por los ciudadanos del Oeste ni por los del Este. Estos aspectos
serán examinados más adelante. Por ahora, nos centraremos en el papel que la sociedad
fiduciaria del “Treuhandanstalt” tuvo en el desmantelamiento del tejido empresarial público de
la República Democrática.

El nuevo primer ministro de la RDA, Lothar de Maizeirie, y los ejecutivos occidentales que le
asesoraban crearon este organismo bajo unas premisas muy distintas a las que se manejaban
desde la izquierda alternativa germano-oriental.
Ignacio Sotelo afirma que en el meollo de la transición política de la RDA se encontraba “el
dificilísimo tema de la privatización de la industria, el comercio, los bancos, las compañías de
seguros, los bienes inmuebles, el suelo edificable, la tierra de labor. Absolutamente todo. Una
riqueza que superaba los dos millones de millones de marcos.” La denominación oficial de las
empresas estatales era la de “Volkseigene Betribe” o empresas del pueblo, aunque en realidad
la propiedad fuera estatal. Si durante la época del régimen del SED esto implicó la
burocratización, aunque con rasgos particulares -hubo una descentralización y una
participación de los trabajadores mucho más evidente que en el resto de países del bloque-, en
la toma de decisiones, la “Treuhandanstalt” de la época de transición se acogió a esta
propiedad formal del Estado para que el gobierno democristiano hiciera con ellas
prácticamente lo que le apeteció.

Ignacio Sotelo afirma que en el meollo de la transición política de la RDA se encontraba “el
dificilísimo tema de la privatización de la industria, el comercio, los bancos, las compañías de
seguros, los bienes inmuebles, el suelo edificable, la tierra de labor. Absolutamente todo. Una
riqueza que superaba los dos millones de millones de marcos.” La denominación oficial de las
empresas estatales era la de “Volkseigene Betribe” o empresas del pueblo, aunque en realidad
la propiedad fuera estatal. Si durante la época del régimen del SED esto implicó la
burocratización, aunque con rasgos particulares -hubo una descentralización y una
participación de los trabajadores mucho más evidente que en el resto de países del bloque-, en
la toma de decisiones, la “Treuhandanstalt” de la época de transición se acogió a esta
propiedad formal del Estado para que el gobierno democristiano hiciera con ellas
prácticamente lo que le apeteció.

Mientras los grupos de izquierda mantenían que la propiedad, que formalmente era del
pueblo, debía ser devuelta a él, creándose mecanismos para distribuirla entre la gente, tanto
con repartos individuales, como creando sociedades anónimas, cooperativas y otras formas de
asociación económica (las “estructuras descentralizadas y autogestionadas” de la Initiative fur
Freiden y la “fuerte participación de los trabajadores” propugnada por Neues Forum), los
democristianos en el poder y los empresarios de la RFA deseosos de pillar su parte en el botín
impidieron esta solución. Consideraban propietario al Estado y éste sería el encargado de
deshacerse de los bienes públicos vendiéndolos a personas y sociedades privadas. Para llevar
adelante esta política la dificultad radicaba en que los ciudadanos de la RDA no tenían capital,
ni existían sociedades privadas para comprar esta enorme riqueza que había que privatizar.
¿Quién podía hacer frente a los desembolsos? Los empresarios de Occidente.

Para 1994, 8000 empresas del Este ya estaban en manos de “inversores privados” del Oeste,
habían sido cerradas o adquiridas a precio de ganga, y el paro, desconocido en la antigua RDA,
se había cebado sobre una sociedad germano oriental que veía como el tejido industrial de su
antiguo país había desaparecido. Las joyas de la corona se repartieron entre los grandes
consorcios alemanes occidentales: Allianz se quedó con la compañía estatal de seguros;
Lufthansa con Interflug, Thyssen con la Metallurgiehandel (MH), las grandes cadenas de
supermercados con la HO, la organización de comercio estatal que formaba ya un consorcio
único, con la consecuencia que desapareciera hasta el pequeño comercio que aún permanecía,
después de cuarenta años, en manos de particulares. Las empresas fueron vendidas en su
mayor parte a empresas alemanas, una política que se justificó diciendo que había que evitar
que cayesen en manos extrajeras, principalmente japonesas.
¿Eran las empresas de la RDA morralla oxidada? Algunos ejemplos lo desmienten de manera
clara y ponen el acento en la enorme corrupción que se desató al amparo de una
“Treuhandanstalt” que ha sido calificada como “una gigantesca expropiación” y “la mayor
estafa de nuestra historia económica”, según Werner Schulz, ex miembro de la comisión de
investigación del Bundestag. Así, la empresa WWB era valorada en 160 millones de marcos. El
Treuhandanstalt la valoró en cero. Su patrimonio inmobiliario fue vendido y el dinero
transferido a los paraísos fiscales de Suiza y el principado de Liechtenstein. La empresa de
neveras DKK fabricaba las neveras Privileg, que ya mencionamos anteriormente por
adelantarse varios años a las occidentales en la fabricación de frigoríficos sin gases de efecto
invernadero. Todos sus competidores occidentales le hicieron una campaña de desprestigio
diciendo que sus neveras eran “inflamables”. Tuvo que cerrar. Las empresas occidentales
querían ampliar mercado, no estaban interesadas en competidores y solo querían filiales en el
Este, dice Schulz. El DG Bank de Alemania Occidental compró por 106 millones el Banco
Cooperativo de la RDA. Con ello adquirió reclamaciones de deuda por valor de 15.500 millones,
que el gobierno de Bonn garantizó. Según el Tribunal, “la compra debería haber tenido en
cuanta las ventajas derivadas de la adquisición de esas deudas”. Lo mismo ocurrió con el
Berliner Bank, que compro el Berliner Stadtbank del Este por 49 millones, sin contar los 11.500
millones, ahora respaldados por Bonn, que se le debían al banco, y con otras instituciones. Dos
tercios de la deuda del Treuhandanstalt, 85 mil millones de euros, aún no había sido
reembolsada para 2009, fecha del vigésimo aniversario de la caída del muro. “Si en Occidente
hubo unas mil privatizaciones en diez años, aquí hubo ocho mil en cuatro años”, explica Schulz,
sugiriendo que la rapidez camufló muchos delitos. En teoría, la “Treuhandanstalt” debía
encargarse de mantener la propiedad para el pueblo de la RDA. Viendo los resultados, su
cometido no fue en absoluto cumplido.

Citamos de nuevo a Ignacio Sotelo: “La privatización fue un negocio tan bueno que no ha de
extrañar que cundiese la corrupción. Te vendo a ti la empresa por este precio y estas
condiciones, y ya te diré donde me pagas la comisión. Los muchos procesos de fraude y estafa
que han emergido en estos años –seguro la punta del iceberg– confirman la que ha sido
experiencia universal: la privatización de los bienes públicos constituye el mayor negocio para
los amigos de los gobernantes, pero cuando lo que está en venta es un país entero, la
corrupción sobrepasa con mucho los contactos personales.” Qué razón lleva el refranero
castellano al decir aquello de “cuando las barbas del vecino -y especialmente en el caso de los
bancos, cuyas deudas fueron garantizadas por el gobierno de Bonn- veas pelar…”

¿UNA ALEMANIA UNIDA NUEVA O UN SIMPLE “ANSCHLUSS”?

El término “Anschluss” fue la denominación que se utilizó para calificar la conquista y anexión
de Austria al III Reich de Hitler (Austria había sido el país natal del dictador nazi alemán) en
1938. En 1990, pese a que se ha hablado mucho de reunificación -para diferenciarla de la
unificación de los estados alemanes de 1871, hecha bajo la batuta de Prusia-, las circunstancias
y el desarrollo de los acontecimientos sugieren que el proceso del “Anschluss” volvió a
repetirse.

¡La cultura política de la oposición de la RDA, los que habían encabezado el proceso hasta la
apertura del muro, los que se habían enfrentado al régimen a lo largo de 1989 con la consigna
“Vir sin die Volk!” (¡Nosotros somos el pueblo!) suponía un problema para el modelo de
unificación que se deseaba: una unificación con el menor número posible de mudanzas en la
RFA y el mantenimiento de Alemania en el campo de la OTAN y la Comunidad Europea. Al fin y
al cabo, el comunismo había caído derrotado, pensaban los analistas occidentales, nada
dispuestos a hacer concesiones -ni siquiera en lo económico: Kohl había dicho que no estaba
dispuesto “a invertir dinero bueno (sic) en un sistema malo”-. Pero quienes habían derrotado a
aquella forma de comunismo lo habían hecho elaborando alternativas socialistas democráticas
y de tercera vía, como mínimo asumiendo lo mejor de ambos sistemas, que estaban siendo
dejadas de lado de forma consciente y que, ya en aquellos primeros momentos, estaban
generando un panorama de emigración, paro y expolio patrimonial en el Este de Alemania. Los
ojos de los analistas occidentales estaban ciegos a esa realidad.

Esa cultura política vaticinaba una perspectiva de reunificación compleja entre los dos Estados,
que en síntesis se resumía en lo siguiente: en primer lugar, la reunificación tendría que ser un
proceso a largo plazo en lugar del que realmente se dio, menos de un año (el muro se abrió el 9
de noviembre de 1989 y las dos Alemanias se unieron el 4 de octubre de 1990). En segundo
lugar, se incidía en el carácter democrático y social del nuevo país: una nueva Alemania con una
nueva constitución que aboliera la vigente prohibición de huelga política, o la existencia de una
policía política -no sólo la célebre Stasi del Este, sino su homónima menos conocida del Oeste,
el BfV-. Una Alemania que asumiera la igualdad como valor constitucional central, con
determinadas concesiones del capital a un orden más social en la nación y más respetuoso con
el medio ambiente a cambio de la reunificación. Y en tercer lugar, una Alemania cuya política
exterior no estuviera dirigida por la política de bloques caracterísitica del pasado, menos aún
cuando la “perestroika” gorbachoviana y la rápida desintegración del bloque soviético hacía
menos necesaria que nunca la presencia de organismos occidentales como la OTAN que se
opusieran a los del bloque del Este. Un país no solo sin tropas soviéticas, sino también sin
tropas americanas, sin bases extranjeras ni armas nucleares y sin pertenencia a la OTAN, lo que
habría acabado definitivamente con esta organización y con la subordinación a EE. UU. por
parte europea en materia de política exterior y de defensa.

La respuesta de Kohl y de Washington fue una rotunda negativa a asumir compromisos de esta
naturaleza. Nada que no fuera cambiar el modelo socio-económico y político de la RDA por la
Ley Fundamental de Bonn y el modelo de la RFA. Nada de terceras vías: anexión de los “länder”
del Este por la vía del artículo 23 de la Ley de Bonn. Y, para ello, la paridad y los paisajes
floridos fueron una parte de su estrategia. La idea, que caló entre la gente común del Este, de
que lo occidental era mejor -“Test the West”, que era el eslogan de una marca de cigarrillos y se
acabó convirtiendo en un atractivo publicitario de todo lo que significaba la RFA- se llevó por
delante cualquier posibilidad de sintetizar, en un escenario de reunificación a largo plazo, lo
mejor del capitalismo y del socialismo para la nueva Alemania unida. Gorbachov, por su parte,
acuciado por problemas internos -independentismo en las repúblicas bálticas, crisis
económica, auge de las figuras otrora disidentes y hoy dirigentes de asociaciones y partidos
legales con presencia en el nuevo Soviet Supremo- no se opuso realmente con muchas ganas a
la política de la RFA y de EE.UU., deseoso que acabara bien el asunto alemán para que su
popularidad exterior se reflejara en el interior.

No hubo, por tanto, disposición alguna a modificar lo más mínimo las estructuras económicas,
sociales y políticas existentes en Alemania Federal, aunque ello implicase forzar a que la
antigua RDA encajase en el modelo occidental sin la menor concesión a sus peculiaridades. Se
esfumaba el modelo de unificación que durante decenios se había manejado en la Alemania
occidental, una refundación con una nueva Constitución, junto con el sueño de la izquierda en
ambos Estados que apostaba por esa “tercera vía” de síntesis capitalismo-socialismo,
convergente de los dos sistemas. Y, más aún, se daba por zanjada cualquier cuestión acerca de
la legitimidad de la Ley Fundamental y la necesidad de que los alemanes, unidos de nuevo en
un solo Estado, se otorgasen una nueva Constitución con todas las letras. La Constitución
alemana, “de facto”, carece de legitimidad en el sentido más estricto, pero soportar estas
deficiencias era imprescindible para garantizar que nada cambiase, aunque la situación era
muy diferente a la de posguerra, en la que las tiranteces entre los viejos aliados que vencieron
en la SGM, que dieron origen a la “guerra fría”, no eran desde luego tan insalvables como
entonces.

Una pequeña anécdota deportiva posiblemente ilustrará como se dejó en el tintero mucho del
legado de la República Democrática y la nueva Alemania se levantó como una continuidad de la
República Federal. En la temporada 1990/91 se jugó el último campeonato de la liga de fútbol
de la RDA, denominada Oberliga (Liga Superior).

Sólo dos equipos, el campeón y el subcampeón de la competición de ese año, tendrían derecho
a jugar la primera Bundesliga del país unificado. El resto, se distribuiría según su clasificación
por el resto de categorías inferiores. Dejar en manos de una sola temporada -como así ocurrió-
la suerte de clubes que habían cosechado más éxitos en Europa que muchos de la anterior
Bundesliga (Liga Federal) de la RFA, como los campeones y finalistas de la Recopa Magdeburgo,
Carl Zeiss Jena y Lokomotive de Leipzig (éste apenas tres años antes) o habituados a poner las
cosas difíciles a grandes de Europa, caso del FC Karl Marx Stadt, mientras sobrevivían en la
nueva categoría superior equipos de escasa entidad y menor nivel que los anteriores, pero
todos ellos del Oeste -Karlsruhe, 1860 Munich, Wolfsburgo, Bochum o Friburgo- es una
muestra de que “lo del Oeste es siempre mejor”, aunque la realidad demostrara que este
axioma era una falacia. El resultado: sólo un equipo histórico del Este, el Dynamo de Dresde,
junto con un pequeño equipo que hasta entonces no había destacado ni siquiera en la RDA, el
Hansa Rostock, alcanzaría esa temporada la Bundesliga. Los viejos equipos históricos,
incluyendo el mencionado Dynamo, han ido poco a poco hundiéndose como la economía y las
expectativas del Este.

Para Estados Unidos, lo más importante de la reunificación alemana era que Alemania siguiera
en la OTAN porque de esa forma la influencia norteamericana en Europa quedaba garantizada.
Condoleezza Rice, tristemente famosa por su papel como secretaria de Estado del presidente
George W.Bush durante la invasión de Irak, y por aquel entonces consejera de la Casa Blanca
para el tema alemán, repitió hasta seis veces ese punto en una entrevista con “Der Spiegel”
publicada en septiembre de 2009, casi veinte años después de la caída del muro: “Lo que no
fuera eso, habría equivalido a una capitulación de América”. La mayoría de los alemanes, del
Este y del Oeste, –y esto lo reconoce el propio Kohl en sus memorias– preferían, sin embargo,
una Alemania fuera de la OTAN. Las encuestas de febrero de 1990 otorgaban un apoyo del 60%
a ese escenario. Las negociaciones, sin embargo, para la unión entre la RFA y la RDA se llevaron
a cabo entre las autoridades de ambos países (Kohl por parte occidental y De Maizeirie por
parte oriental eran del mismo partido; más aún si cabe: la CDU occidental era la matriz de la
CDU del Este, así que entre bomberos, y menos entre el jefe de los bomberos y su segundo, no
iban a pisarse la manguera) y las de las antiguas potencias ocupantes de 1945-1949 (Francia,
Gran Bretaña, EE.UU. y la URSS). Fueron las famosas reuniones 4+2=1, en las que el pueblo
alemán, de uno y otro lado, no fue actor principal, pese a que al menos el de la RDA había
protagonizado una revolución política que planteaba -o precisamente por eso era necesario
mantener a la ciudadanía al margen- alternativas sociales y políticas muy distintas a las que
luego se implantarían en la realidad.
La URSS, los soviéticos, no tenían una política para sacarle partido a su histórica retirada de
Europa central y oriental, de la que Alemania era el centro. Desde Moscú se propició una
“quiebra optimista del orden europeo” (Poch-de-Feliu) cuyo resultado fue desaprovechar la
oportunidad para crear un nuevo sistema de seguridad, unificado y sin bloques, que fuera de
Lisboa a Vladivostok y sustituyera la “guerra fría” por acuerdos bi o multilaterales de amistad y
cooperación que sirvieran para garantizar un horizonte de paz. Este horizonte, descrito con una
ampulosidad digna de mejores teatros cuando se vio descender la bandera roja del Kremlin y
alzarse la antigua tricolor del Imperio Ruso -rescatada por Yeltsin para la Federación Rusa- en
diciembre de 1991, o al perderse de vista el muro de Berlín, se tornó en poco tiempo una
utopía irrealizable gracias a la labor de aquellos que propiciaron la permanencia de una OTAN
que había nacido para combatir al bloque soviético y que, con el desmoronamiento de éste,
había perdido su razón de ser, en detrimento del respeto y acatamiento de las normas de
Derecho Internacional y las resoluciones de una ONU en la que tenía que haberse abordado
una necesaria democratización de sus organismos. La OTAN creó o intervino en nuevos
conflictos, sustrayendo funciones que correspondían a Naciones Unidas, para garantizar su
existencia y mantener, por decirlo de algún modo, su “negocio”. Primero, y más inmediato, la
guerra en Yugoslavia (una Yugoslavia que formaba parte del grupo de países no alineados, lo
que explica mucho por qué se promocionó desde fuera, por parte de la nueva Alemania
incluida, una desintegración nacional -que, desde luego, también tenía claros factores
internos-, frente a proyectos de confederación de estados libres o gobiernos multiétnicos como
el de Bosnia que fueron desechados por las potencias occidentales). Luego, las intervenciones
sangrientas y de éxito cuestionable de EE.UU. y sus socios en Somalia, el conflicto entre el
gobierno serbio y la provincia de Kosovo, Afganistán o Irak.

La unificación de los dos estados alemanes supuso para Kohl y Gorbachov ganar el premio
Nobel de la Paz en 1991, pero las repercusiones internas fueron muy distintas para ambos. El
canciller federal vio como las encuestas electorales cambiaban a su favor; el líder soviético, sin
embargo, no vio reflejada la popularidad que su política exterior -los acuerdos sobre limitación
de armas estratégicas, la “doctrina Sinatra” respecto a los países del bloque oriental, la
unificación alemana- le otorgaba en clave interna. Muy al contrario, los soviéticos y
especialmente en Rusia dejaron de lado al presidente de la URSS y apoyaron a líderes
nacionalistas y a nuevas personalidades como Boris Yeltsin, pronto el caballo ganador de
Occidente, que representaba la asunción del capitalismo neoliberal en su vertiente más salvaje
y mafiosa frente a la postura reformista y socialdemócrata -tal y como lo define Noam
Chomsky- aunque errática del primero. Unas políticas que se extendieron por la antigua Europa
situada tras el “telón de acero” y cuyos resultados fueron más que cuestionables, al mismo
tiempo que una socialdemocracia sin referencias ideológicas y una derecha neoliberal que
podía explotar el triunfo del capitalismo comenzaban el desmontaje del “Estado del bienestar”
propiciado tras la SGM en el Occidente europeo. Como escribe Poch-de-Feliu, “por un lado las
sociedades se liberaron y normalizaron en muchos aspectos, un bien indiscutible, pero el
precio fue una hegemonía de las fuerzas conservadoras y una continuidad del orden
subordinado posterior a 1945, ahora con una sola potencia. Todo ello dio alas a la “Gran
Desigualdad” en los últimos baluartes de la Europa social.”

CONCLUSIONES: ¿EL VERDADERO ROSTRO DE LA RDA?


En una escena de la película “La vida de los otros”, un redactor de “Der Spiegel” visita a los
escritores Georg Dreiman y Paul Hauser en la casa del primero en Berlín Este. Propone un
brindis con champán francés -“es mejor que el ruso” sentencia al probarlo- porque con su
artículo sobre los suicidios en Alemania Oriental “muestren a toda Alemania el verdadero
rostro de la RDA”. Apenas un poco antes, Hauser había introducido un borrador del mismo en
Berlín Occidental, atravesando ilegalmente la frontera oculto bajo el asiento trasero del
Mercedes Benz de su tío, un alemán occidental. Sin embargo, para sorpresa del capitán de la
Stasi Gerd Wiesler, el hombre que espía la casa de Dreiman y que ha decidido hacer la vista
gorda con el viaje de Hauser y el manuscrito al Oeste (un papel soberbiamente interpretado
por el recientemente fallecido Ulrich Muhe, uno de los mejores actores alemanes procedentes
de la antigua RDA e interviniente en la decisiva manifestación de la Aexanderplatz de octubre
de 1989), Hauser no se queda en Occidente, sino que regresa, de nuevo de tapadillo, a la
República Democrática, en un impulso romántico y posiblemente suicida por transformar su
país y hacer de él el sitio en el que el socialismo, por más humano, derrote al capitalismo.

¿Cuál fue el verdadero rostro de la RDA? Resulta difícil sustraerse a la imagen más penosa y
negativa, la del “Estado carcelario” que levantó el muro de Berlín en 1961 y poseyó una policía
política que levantó cientos de miles de expedientes correspondientes a otras tantas
investigaciones a sus ciudadanos, convertidos en enemigos del Estado según la definición que
podía escucharse en el filme antes mencionado. A ello cabe añadir, en la mente del occidental
típico, la idea de una economía ruinosa -más por efecto de la propaganda negativa de las
empresas occidentales a lo largo de la transición política de 1989-1990 y la horrible gestión de
la “Treuhandanstalt”, como hemos visto, que por lo que era la realidad- o el uso y abuso de
elementos de dopaje en el deporte -cosa que, sin embargo, a) no ha impedido que récords
obtenidos por la RDA continuaran vigentes, por lo que cabe preguntarse si las autoridades del
COI eran cómplices de esto o ese dopaje y su imagen en nuestra retina no impedía que su
deporte también consiguiera éxitos con limpieza ; b) no nos debe hacer olvidar que mientras
unos tienen la fama, otros cardan la lana y que la RFA consiguió un Mundial de fútbol bajo
sospecha, el de 1954 ante una Hungría que en la primera fase les goleó por 7-3 o que en
nuestra España que se indigna por las parodias de los guiñoles franceses han desaparecido
“misteriosamente” las pruebas de la “operación Puerto” en la que están implicados médicos,
administradores de nuestro deporte y atletas otrora de renombre como Marta Domínguez-.

Pero, sin embargo, el panorama creado tras la unificación-anexión en los “länder” que
formaban la RDA ha dejado un poso en la gente que vivió la época de la República socialista de
reconsiderar aquellos años. Lo negativo, desde luego, no va a dejar de serlo, pero la estrategia
de los políticos y empresarios de la República Federal de “vender” que lo del Oeste era mejor
ha fracasado de tal forma que los antiguos ciudadanos de la RDA, e incluso los que no la
vivieron, naciendo después de 1989, están cuestionándose si el socialismo fue o ha sido
realmente un sistema desechable, viendo el sarcasmo en que se han convertido los “paisajes
floridos” de Kohl, el elevado desempleo creado tras la asunción de la economía de mercado en
el Este o los cuatro millones y medio de emigrantes internos que han pasado del Este al Oeste
desde la caída del muro y que superan con creces los tres millones que se produjeron entre la
dos Alemanias antes de la construcción del mismo.

La “Östalgie” o nostalgia del Este ha sido un fenómeno cultural que ha rescatado para los
antiguos habitantes de la RDA una identidad que había quedado en entredicho por su
pertenencia a un nuevo país en el que eran tratados con una mezcla de conmiseración y burla
por sus compatriotas del Oeste. Considerados como alemanes de segunda clase, poco
competitivos, vagos e ignorantes, los “Össis” han tratado de reafirmarse, en un contexto de
crisis, desempleo y ciudades de escaso dinamismo por la emigración, la enorme presencia de
jubilados y las factorías cerradas desde hace años en los valores de antaño y en las cosas
buenas que la RDA les ofreció durante los años en que fueron ciudadanos de la misma: la
seguridad; la camaradería; la protección social y los servicios públicos que, por modestos que
fuesen, tenían garantizados por el Estado; la satisfacción por el éxito colectivo frente al
individualismo; la vida comunitaria; la igualdad real entre hombres y mujeres; la promoción de
la alta cultura y las artes entre los trabajadores o el reparto más equitativo de la riqueza.
Incluso, aunque fuera siquiera de forma retórica, los valores transmitidos por el socialismo
-igualdad, justicia, cooperación, solidaridad, paz- resultaban y resultan mucho más atractivos
que los valores materiales propios de los sistemas de mercado. No es por ello extraño que en
los cinco “länder” que formaban la antigua RDA sea donde más implantación y éxito tenga “Die
Linke”, el partido formado por el antiguo PDS-SED, los movimientos alternativos y antiguos
líderes socialdemócratas de izquierda como Oskar Lafontaine que abandonaron decepcionados
el SPD por su giro derechista.

En el fondo, la República Democrática no llegó a ser el “país de obreros y campesinos” que


aspiraba a ser porque un partido único y de lista también única no podía alcanzar una
representatividad y legitimidad tales que el pueblo trabajador y los ciudadanos de la RDA
pudieran confiar en él. El contrato social, como en otras partes del bloque soviético, estaba
falto de base y quebrado por la falta de asunción de críticas externas y la limitación con la que
se podían realizar críticas internas, aunque estas no faltaran, para el caso de la RDA, en el seno
del propio SED a lo largo de los cuarenta años de existencia de la República -un ejemplo lo
tenemos en una mujer que ya hemos mencionado aquí en varias ocasiones, Christa Wolf-.
Como en otros países del bloque, la forma de calmar las aguas fue la de buscar un acomodo
mediante el aumento del nivel de vida y el desarrollo de políticas públicas y servicios al
ciudadano inherentes a todo régimen político que representase al pueblo como nunca antes
ninguno lo había hecho e iniciar una liberalización social que no conllevase un cuestionamiento
del liderazgo del Partido.

A pesar de que han sido silenciadas en la historia y más desde que los acontecimientos de
noviembre de 1989 y las elecciones de marzo de 1990 arrinconaron cualquier otra lectura,
entre ellas la posibilidad de una RDA soberana durante al menos un tiempo, en Alemania del
Este no faltaron las propuestas para abrir el partido a la sociedad y la República a una
democracia socialista, a un “socialismo de rostro humano” que conjugara en lo político la
representación popular, libre y soberana, con la propiedad colectiva, no estatal y burocrática, y
la toma descentralizada de decisiones en lo económico. Le restó visibilidad a este hecho el que
en la RDA no hubo revueltas promovidas o apoyadas desde la élite, como las ocurridas en
Hungría en 1956 con el apoyo del Partido Obrero Húngaro liderado por Imre Nagy, o en
Checoslovaquia en 1968 alentadas por el primer ministro Aleksandr Dubcek. Las purgas en el
seno del Partido Socialista Unificado de Alemania acabaron con la posibilidad de que la RDA
constituyera una alternativa de “socialismo de rostro humano” visible como las de Budapest y
Praga, pero su desconocimiento global no implica su inexistencia. Los elementos socialistas del
partido, primero, y quienes al calor de la desestalinización de Kruschev, después, proponían
reformas democráticas no tuvieron oportunidad de formular su alternativa. Cuando por fin, en
1989, los movimientos de oposición lo hicieron, su oportunidad les había llegado demasiado
tarde.
A pesar de su fracaso, los movimientos de oposición que en el ochenta y nueve hicieron posible
la revolución política en la RDA demostraban que la teoría marxista y los valores del socialismo
y la izquierda estaban lo suficientemente arraigados como para proponer una alternativa al
socialismo estatal-burocrático y al capitalismo de la RFA. Esa “tercera vía” nos obliga a pensar
que, pese a lo que realmente existió, la consideración sobre la RDA obliga a matizar lo
suficiente como para considerar los aspectos positivos que se dieron a lo largo de la historia del
país. Maria Simon, la actriz que encarna a Arianne en “Good bye Lenin”, la hermana seducida
por las promesas y el consumismo del Oeste, declaraba haberse emocionado al ver las
imágenes que recreaban el tren de los jóvenes Pioneros: “Me alegra saber que tuvimos todo
aquello… ahora rastreo mi infancia y no la encuentro.” Otra actriz, también del Este y también
de la misma película, la que encarna el papel de Christianne Kerner, la madre idealista y de
convicciones profundamente socialistas, Katrin Saas, afirma que la noche en que cayó el muro
estaba horrorizada, sin poder creérselo. Muy probablemente envuelta por los mismos temores
que envolvían a Gerd Poppe y a los miembros de Neues Forum: una súbita y nada halagüeña
invasión de los productos y forma de vida del Oeste.

Till Lindemann, cantante del grupo Rammstein y en su juventud nadador olímpico de la


República Democrática, sentencia que “cuando era adolescente soñaba con tener muchas
cosas materiales, autos, ropas, estupideces. Ahora que tengo todo eso, entiendo que las cosas
superficiales pueden convertirte en un tipo muy estúpido. En la RDA había muy pocas cosas,
pero también había un sentimiento de solidaridad que hoy hecho de menos. Ahora estamos
hasta el cuello de consumismo, egoísmo, individualismo. Ahora el consumo se antepone a la
amistad.” En un contexto de crisis-estafa como el de hoy, conocedores de la “obsolescencia
programada”, deberíamos rescatar a aquellos que representaban lo mejor y más humano de
una República Democrática Alemana que pudo existir de otra manera a como ha sido conocida,
por lo peor y más abyecto. Los Bertolt Brecht, Christa Wolf, Gerd Poppe, herederos de una
tradición que quiso emular y no pudo o no supo hacer el SED: la de revolucionarios alemanes
que han quedado en el imaginario colectivo de la izquierda, los Rosa Luxemburgo, Karl
Liebneckt, Ernst Thällmann. Los espartaquistas de Berlín de 1918 y los brigadistas alemanes
que acudieron a la llamada de la solidaridad antifascista en Madrid en 1936.

Quizá no sea sencillo que sobresalga un legado amable de la RDA, pero un ejemplo sencillo de
que conviene rescatarlo lo tenemos en su himno. Lothar de Maizeirie, que debemos recordar
era homólogo y correligionario de Helmut Kohl en el Este, quiso rescatar el “Auferstanden aus
ruinen” para incorporarlo al himno “Deutschland über alles” y que los dos formasen un canto
nacional para la nueva Alemania unida. Kohl lo rechazó, pero este gesto debe hacernos pensar
en que no todo fue miseria y decrepitud en aquel Este de Alemania y que, como dice Alex al
final de “Good bye Lenin”, pudo existir este país de otra manera.

PENSAMIENTO DE KARL MARX

El punto de partida de Marx consiste en una inversión de la dialéctica hegeliana. Si, para Hegel,
el sujeto de la historia es la «conciencia», el «espíritu», para Marx es la actividad material del
hombre tendente a satisfacer sus necesidades. Es decir, la producción.

Y desde la categoría de PRAXIS llegará a entender la historia como el proceso de


autoproducción del hombre por el trabajo; es decir, mediante su continuo transformar la
naturaleza en función de sus necesidades. Para el hombre en cuanto tal, la Naturaleza existe
como objeto de su acción o como producto de su actividad.
El hombre es un ser con necesidades y mediante su trabajo se objetiva en la realidad (proyecta
su esencia subjetiva en el objeto) para humanizarla, y de ese modo crear un producto que
satisfaga sus necesidades. El trabajo es la mediación concreta existente entre el hombre y la
naturaleza. Esta actividad transformadora del hombre crea unas relaciones de producción. De
esta manera se constituye la sociedad. Y la Historia viene a ser el proceso social de
autocreación del hombre por su trabajo.

El HOMBRE como “ser natural” es un ser activo, dotado de fuerzas naturales y vitales, de
impulsos que le llevan a actuar. Pero también es un ser pasivo, dotado de necesidades que le
condicionan y limitan y lo que necesita son objetos y él mismo es objeto por ser necesario para
otros. Pero además es un “ser natural humano”: no es algo dado, fijo, sino que es un ser que se
va haciendo a lo largo de su vida. Su naturaleza está constituida por su acción productiva que le
diferencia del resto de los animales: sólo él produce sus medios de vida y con ellos su historia,
su mundo, su cultura, es decir, su naturaleza. La historia aparece como el proceso práctico de
construcción del hombre. Se hace en relación con la naturaleza y con los otros hombres.

De este modo, la existencia humana se manifiesta como un conjunto enorme de fuerzas


productivas que actúan sobre el medio natural y como una totalidad de relaciones constitutivas
de la sociedad. Y las fuerzas y las relaciones de producción no constituyen “realidades
distintas”, pues el hombre es uno como producto y como ser social (su esencia son las fuerzas y
las relaciones de producción).

Cada modo de producción da origen (y es originado) por una forma social distinta, cada modo
de producción, es una estructura compleja a cuya base está la infraestructura económica, que
determina una concreta estructura ideológica. La infraestructura económica incluye las fuerzas
productivas y las relaciones de producción. Las fuerzas productivas consisten en el material hu-
mano, la tecnología y las materias primas. Las relaciones de producción son las distintas
relaciones de propiedad que se establecen entre los grupos sociales (clases).

Marx distingue cuatro modos de producción básicos:

- El modo de producción antiguo, cuyas relaciones de producción generan dos clases: amos
y esclavos.

- El modo de producción feudal, cuyas relaciones de producción generan dos clases: señores
y siervos.

- El modo de producción renacentista, cuyas relaciones de producción generan dos clases:


maestros y oficiales.

- El modo de producción capitalista, cuyas relaciones de producción generan dos cla ses:
empresarios y obreros.

El paso de un modo de producción a otro se produce por cambios en las fuerzas productivas.
Éstos inciden en las relaciones de producción, y finalmente en la conciencia ideológica.

El último modo de producción dado históricamente es el modo de producción capitalista. En


este modo de producción todo lo objetivo se convierte en mercancía. Toda mercancía tiene un
valor de uso, y un valor de cambio. El valor de cambio viene determinado por el trabajo en
horas/hombre socialmente necesario para producirla. Pero el propio trabajador es una
mercancía que produce mercancías, cuyo valor de cambio es mayor que el necesario para el
mantenimiento del obrero. De ahí la ganancia del capitalista que Marx llama plusvalía.

Sin embargo, esta concepción materialista de la historia es también DIALÉCTICA. A cada


sistema de fuerzas productivas corresponde un determinado conjunto de relaciones de
producción, Cuando las fuerzas productivas crecen, deben transformarse también las
relaciones de producción, pero si las que hasta ahora existían pretenden sobrevivir (por
intereses de clase), se dará una contradicción objetiva entre las fuerzas y las relaciones de
producción, y esto dará lugar a una revolución social.

De este modo, el motor de la historia es el progreso técnico y el trabajo, y la LUCHA DE CLASES


es la trama de la misma. La lucha de clases resuelve los problemas planteados por el desarrollo
de la producción, mediante la implantación de un tipo nuevo de sociabilidad, gracias a la
actividad revolucionaria. Así se pasa, según Marx, de la sociedad tribal a la esclavista, de ésta a
la feudal, y de ésta a la capitalista y socialista, como paso a la sociedad comunista, auténtica
sociedad humana con la que finaliza la pre-historia y comienza la verdadera historia del
hombre.

En todo el proceso de producción capitalista se da el desarrollo progresivo de deshumanización


del obrero, que queda convertido en un ser abstracto que no cuenta para nada como persona,
sino como mera fuerza de trabajo. El fruto de las relaciones de producción del sistema
capitalista es la ALIENACIÓN, ya que la esencia del hombre es negada en la producción. La
praxis enajenada implica, según Marx, las siguientes alineaciones:

- El trabajo humano del obrero implica su propia enajenación: el obrero no se reconoce en


el trabajo. El trabajador se siente alienado con respecto al producto de su trabajo

- El trabajador se siente fuera de sí en el trabajo, éste no le pertenece porque es apropiado


por otros.

- Igualmente, está enajenado con respecto a la naturaleza cuando ve en ésta algo extraño,
propiedad de otros y que sólo sirve para realizar un trabajo con dolor sobre ella, en lugar de
ver en la naturaleza su cuerpo inorgánico.

- Enajenación del no-obrero: no participa directamente en el proceso de producción; sólo


tiene una relación contemplativa y teórica, no práctica que es la que humaniza.

- Alienación en las relaciones del hombre con el hombre: el obrero y el no-obrero se


encuentran en una relación opuesta, hostil, pero inseperable, en el proceso de la producción.

Esta alienación se refleja también en las “ilusiones ideológicas”: las relaciones de producción
condicionan las formas ideológicas y el Estado. Instituciones e ideologías son producto de la
actividad social, los instrumentos forjados por la clase dominante a fin de asegurar su
dominación o defensa. Están para mantener la alienación de una clase. Las doctrinas expresan
la realidad objetiva-social, a través del prisma deformador de los intereses de clase.

El conjunto de relaciones sociales ha dado lugar a un hombre alienado; por ello la alienación no
es natural, sino histórica, consecuencia de un modo de producción determinado, surgido de
una época histórica concreta. Esta alienación económica hace que surjan otros modos de
alienación: política y religiosa.
- El Estado es una creación de la sociedad civil en la que domina la lucha de intereses
individuales y de grupo y en lugar de defender los intereses generales y universales iguala
ilusoriamente a todos cuando en realidad está al servicio de un solo grupo: el capitalista.

- Por otra parte, para ocultar la injusticia y la miseria proyecta el hombre su esencia en otro
mundo: la religión con esto justifica y garantiza la estabilidad posponiendo la revolución y la
igualdad social.

El conjunto de representaciones falsas que los hombres tienen acerca de sí mismos y del
mundo constituyen las ideologías. Son un producto social cuya función consiste en falsear la
realidad, invertir la realidad de los hombres y sus relaciones ocultando y suplantando la
situación real e histórica. Son formas ideológicas la religión, que justifica la organización
económica, social y política, la política, que oculta y disfraza la alienación del trabajo, y la
filosofía, que se ha limitado a interpretar, y falsamente, la realidad y no ha tratado de realizar
una transformación activa práctica.

En definitiva, para Marx, la trama de la historia es la lucha de clases, basada en el devenir de


las fuerzas productivas. Teniendo en cuenta esto, Marx postula el salto dialéctico del
capitalismo al socialismo por la Dictadura del Proletariado: el obrero cada vez está más
alienado, más negado como hombre. Llegado a un límite el obrero tomará conciencia, y el salto
vendrá dado por la praxis revolucionaria, cuyo sujeto es el proletariado. Mientras que la
producción sea insuficiente y existan desigualdades, el Estado será necesario. A medida que las
condiciones económicas de equilibrio social se realizan, la razón de ser del Estado va
desapareciendo. El Estado como tal, tiende a desaparecer, convirtiéndose de instrumento de
equilibrio social en “consejo de administración de la sociedad”. El hombre será perfectamente
consciente de su responsabilidad y las condiciones objetivas de la sociedad comunista
permitirán la auto creación del hombre por su trabajo. Entonces será plenamente el “hombre
genérico” y se habrá destruido la alienación.

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