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síndrome (del griego syndromé, concurso) es un cuadro clínico o conjunto

sintomático que presenta alguna enfermedad con cierto significado y que por sus
características posee cierta identidad; es decir, un grupo significativo de síntomas
y signos (datos semiológicos), que concurren en tiempo y forma, y con variadas
causas o etiologías..

Todo síndrome es una entidad clínica, que asigna un significado particular o


general a las manifestaciones semiológicas que la componen. El síndrome es
plurietiológico, porque tales manifestaciones semiológicas pueden ser producidas
por diversas causas.

Prorrogar, demorar, retrasar y diferir se refieren siempre al tiempo. Los tres


últimos se refieren a la situación u orden de colocación en el tiempo, en el espacio
o en la estimación. Ambos implican un término de comparación, o punto de
partida, desde el cual las cosas se posponen o postergan.

Felicidad s. f.
1 Estado de ánimo de la persona que se encuentra plenamente satisfecha al
tener lo que desea o disfrutar de una cosa buena.
2 Persona, cosa, hecho o situación que causa ese sentimiento.

Diccionario Manual de la Lengua Española Vox. © 2007 Larousse Editorial, S.L.

felicidad
f. Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien.
Satisfacción, contento.
Suerte, feliz acontecimiento.

¿Quién no pospone su ocio por trabajo? ¿Quién no sacrifica horas de sueño?

¿No estaremos aplazando la felicidad de hoy por la felicidad de mañana? ¿No será
una consecuencia del miedo a no conseguir los objetivos (exigencias sociales,
profesionales, …)?

¿Buscamos una vida con mejores comodidades (casa, coche, colegio,


vacaciones,…) y eso nos obliga a trabajar más horas y más duramente?

¿Tenemos miedo a cambiar de trabajo y preferimos seguir con el estrés con el que
vivimos?

Y si todo eso sucede ¿Cuáles son las consecuencias?


¿Estaremos sacrificando la felicidad presente trabajando y trabajando porque
pensamos que en el futuro todo cambiará? ¿Tendremos pánico a tomar riesgos
que impliquen perder seguridad?

¿Es rentable en términos de felicidad personal? ¿Será el miedo el que no nos deje
actuar? ¿Miedo a fracasar? ¿Miedo a no cumplir las expectativas?

Todo esto lo podemos también trasladar al mundo de la empresa: ¿Cuántas veces


hemos oído que no podemos invertir (presupuesto en proyectos, tiempo en
formación, dedicación a los otros miembros del equipo) pues restan recursos a los
resultados presentes?

Y mientras eso pasa perdemos calidad de vida o niveles de competitividad en la


empresa (o en el departamento).

El hombre siempre ha vivido condicionado por el paso del tiempo, pero muy
especialmente a partir de la Revolución Industrial la idea de velocidad ha estado
asociada con la de Progreso. Así por ejemplo, el Movimiento Futurista a principios
del XX, consideraba la velocidad como una muestra del triunfo del hombre sobre la
naturaleza. Su frase “Un automóvil rugiente, que parece correr sobre la
metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia“ resume unos
postulados que parecen no haber perdido actualidad.

Todo lo que conforma nuestro entorno nos invita a vivir de una manera veloz, sin
detenernos a mirar lo que pasa a nuestro alrededor. Las marcas de moda nos
presentan su nueva temporada de invierno cuando aún estamos sacando nuestros
bañadores del armario.

Hasta hace unos años, el domingo se descansaba. Hoy, el mundo no para su


actividad en ningún momento, se tiende a que todo funcione 24 horas al día y 365
días al año. La ciudad nunca duerme.

Por otro lado, es cada vez más frecuente pasar el día entero en los malls se
recorre el lugar haciendo shopping, más tarde se reponen fuerzas comiendo en
un local de fast food y se termina la jornada en el cine acompañados de unas
pop corn. Es decir, se puede consumir durante todo el día, sin ver la luz del sol,
inmersos en un universo artificial de luces, olores y sonidos diseñados para
fomentar el consumo.

Como consecuencia de este estilo de vida proliferan enfermedades como la


obesidad, el estrés o el Síndrome de la Felicidad Aplazada que consiste en la
profunda angustia que experimentan las personas que no cuentan con tiempo
suficiente para cumplir con todas sus obligaciones diarias y que posponen
cualquier experiencia gratificante a un hipotético momento futuro, que finalmente
nunca se alcanza.Se identifica ser el primero con tener éxito y se considera la
lentitud propia de perdedores o personas sin iniciativa.

Se lo pueden imaginar. Así, de pronto, suena a dejar la felicidad para después,


¿no? Pero a eso no se le puede denominar síndrome, claro. La fórmula del
sacrifiquémonos ahora para ser felices más adelante, ha funcionado desde los
orígenes de la especie. Y probablemente nos ha traído hasta aquí. Porque a la
especie le importa un bledo la felicidad del individuo. De hecho, yo diría que,
perdónenme la maldad, la mira con desconfianza. El otro día oí por la radio un
comentario que me llamó la atención. Decía que la velocidad con que la gente
camina por la calle ha aumentado más de un diez por ciento en pocos años. Es
curioso. Quizá no sepamos muy bien a dónde vamos, pero lo cierto es que vamos
como motos. Ése era el mensaje. Queremos que los chismes que manejamos sean
cada vez más rápidos. Asociamos la velocidad a la eficacia. Y acto seguido al éxito.
Queremos triunfar. Y queremos hacerlo ya. Bueno, cualquier maldita cosa que
queramos la queremos ya. Nos hemos vuelto impacientes. Y nuestros niños, más.

Se acercan las Navidades, termina el año y comienzan mil y una promesas para el
año que viene. Pero, ¿cuántas de dichas promesas cumplimos? En el mundo del
lenguajear, como diría Maturana, se ha rescatado una palabra de origen
latino para designar al hábito de dejar las cosas para mañana: Procrastinar.

Cuando somos procrastinadores (no suena como un piropo, precisamente), somos


expertos en soñar con el futuro y al mismo tiempo no hacer nada. Están
empezando a realizarse talleres para evitar caer en la procrastinación no deseada.

Hay de dos tipos: Una relacionada con las cosas cotidianas (planchar, hacer la
declaración de la renta…) y otra que afecta a cuestiones más fundamentales, como
cambiar de trabajo, de ciudad, de pareja… Y es precisamente esta última la que
está relacionada con el “síndrome de la felicidad aplazada” (deferred happiness
syndrome), que afecta al 40 por ciento de los profesionales de países
desarrollados. Identifiquemos sus síntomas:

1. ¿Busca una vida con mejores comodidades (casa, automóvil, colegios,


vacaciones…) y eso le obliga a trabajar más horas y más duramente?
2. ¿Tiene la necesidad de ahorrar todo cuanto pueda para su jubilación,
momento quizá sublimado?
3. ¿Tiene miedo a cambiar de trabajo y prefiere seguir con el estrés con el que
vive?

Las consecuencias del síndrome son varias. Por una parte, se sacrifica la felicidad
presente trabajando y trabajando porque se piensa que en el futuro todo
cambiará. Por otra parte, se tiene pánico a tomar riesgos que impliquen perder la
seguridad de lo que se tiene. Si me permito ciertos caprichos en la actualidad,
puedo poner en peligro mi estilo de vida futuro. Sólo los problemas de salud o una
crisis laboral o personal consiguen empujar a la persona a buscar otras
alternativas. Esto se traslada también al mundo de la empresa. ¡No puedo
lanzarme a inversiones futuras que resten esfuerzos a lo que actualmente estoy
logrando! ¡No puedo dejar de conseguir los objetivos ni evitar dejarme la piel
todos los días! Mientras tanto, estoy perdiendo mi calidad de vida por el camino y
caigo en la procrastinidad no deseada.

El Síndrome de la felicidad aplazada es un trastorno de angustia derivado del


hecho repetido de tener que posponer las experiencias gratificantes por no
disponer de tiempo para hacer todo lo que nos obligamos a hacer al cabo del día.

Así pues, antes de comenzar el año podríamos hacer una pequeña revisión de
nuestra tendencia a procrastinar, porque, una vez, nuestra felicidad está en juego.

Nuestra sociedad se caracteriza por la rapidez del cambio y del incesante


crecimiento tecnológico. Vivimos sumergidos en la sociedad del nanosegundo,
donde el reloj se ha convertido en un complemento imprescindible. Nos
alimentamos de segundos. Al salir de casa para ir a trabajar miramos la hora y
contamos los segundos que nos hacen falta para llegar al parking con el ascensor,
poner la llave en el contacto, abrir la puerta con el mando a distancia, subir la
rampa, un segundo para mirar que no pase ningún peatón, 20 segundos en el
semáforo... y cuando el de delante tarda un segundo más de lo previsto en
arrancar... ¡piiip! ¡bocinazo!

Las consecuencias no son baratas. Nacen nuevas enfermedades: la gripe del


yuppie, hoy en día llamada fatiga crónica, detectada en personas de entre 20 y 40
años con alto grado de estrés laboral, y que termina por reducir la capacidad de
trabajo del individuo en un 50%.

El “síndrome de la felicidad aplazada” (deferred happiness syndrome),


que sufre el 40% de las personas de países desarrollados, se caracteriza
por la angustia de no tener tiempo para cumplir con las obligaciones, con lo que el
individuo pospone ocio y descanso.

Además, como es lógico, el frenético ritmo de vida crea nuevos negocios


enfocados a los individuos “sin tiempo que perder”, y llegamos a absurdos como el
azúcar soluble, para no malgastar tiempo removiendo con la cucharilla.

Ya en su época, Charles Chaplin reprodujo en la película Tiempos Modernos la


preocupación, del empresario en ese caso, por encontrar el modo de que sus
trabajadores trabajasen de la manera más eficiente (que no eficaz). Para ello
contrataba a varios científicos que tenían como meta desarrollar una máquina que
diera de comer al trabajador. Si bien es verdad que las condiciones en las que se
trabaja actualmente son mucho mejores que las de aquella época, y que los
empresarios cuidan las diferentes motivaciones de su equipo, la preocupación por
optimizar el tiempo no ha cesado.

La felicidad, una aspiración eterna del ser humano, esta supeditada a la respuesta
que demos en nuestra vida ante esta frenética carrera contra el tiempo a la que
nos enfrentamos. Si para ir al trabajo usted tarda dos horas, si apenas conviven
usted y su familia en casa, si aprovecha los sábados para meterse en las grandes
superficies comerciales para gastarse allí su paga, mientras devora una
hamburguesa y toma palomitas a la vez que contempla los monitores con anuncios
o escucha las pesadas y dulzonas músicas que lo invaden todo, usted seguirá
atrapado en su cárcel.

Un día debe parar su coche y su vida, asomarse al cielo estrellado y pensar cuando
fue la última vez que besó a alguien, que saboreó un plato de comida, que
escuchó cantar a un pájaro o que simplemente derramó unas lágrimas. Si usted no
es capaz de responder a estos estímulos, si estas sensaciones se han borrado de
su mente usted será uno más de los afectados por el “síndrome de la felicidad
aplazada”.

Les propongo un sencillo experimento. Un día cualquiera de trabajo (no de fiesta)


quítese el reloj de la muñeca al levantarse y deje que transcurra todo el día sin el
reloj.

Prepare una hoja de papel y marque tres líneas. Cada vez que tenga la necesidad
de saber la hora apunte un “palito” en la primera línea, si puede aguantarse sin
preguntar o mirar la hora apunte el “palito” en la línea segunda y si finalmente
tiene que preguntar a alguien o mirar un reloj escriba el palito en una tercera
línea. La primera línea, al final del día, mostrará las veces que sintió el impulso de
saber la hora, la segunda línea le mostrara las veces que puedo continuar con la
actividad sin necesidad de saber la hora y la tercera línea le indicará las veces que
necesariamente tuvo que conocer la hora para poder continuar su actividad. Los
resultados de éste experimento le darán una idea de cuál es el grado de
dependencia que usted mantiene con el tiempo y a la vez le podrá descubrir si vive
su vida de forma equilibrada y no posee el síndrome del “estrés temporal”.

“Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la
eternidad que olvidamos lo único importante: vivir”
(R. Stevenson)

En la costa oeste de Nicaragua se produce en las tardes-noche de julio un


espectáculo inolvidable: cientos de tortugas emergen de las aguas del Pacífico para
conquistar la orilla y con sus movimientos pausados buscan un lugar idóneo para
enterrar sus huevos en la arena. Con el objetivo de cumplir con la misión de
mantener la especie, cada animal quizás haga un recorrido de miles de kilómetros
para volver al sitio donde nació y en ello, según la tradición popular, puede que
empleen unos treinta años.

Desde nuestro contexto, ¿cómo evaluaríamos ese modo de proceder? ¿Es una
pérdida de tiempo? ¿Es una baja productividad? Quizás nos surja el deseo de
poder acelerar el proceso para que fuesen más rápidas y eficaces. Seguro que
también se buscaría alguna justificación racional: de esa manera se les ayudaría y
facilitaría su ardua labor y podrían tener más descendencia. Desgraciadamente, la
disminución de ejemplares tortuga no va unido a la ineficacia de su ciclo vital, sino
a la presencia del ser humano, que roba sus huevos y esquilma a los ejemplares
adultos, provocando su lenta desaparición.

Si utilizamos el símil de la tortuga es para interrogarnos sobre los estilos de vida


actuales. En nuestra cultura ser lento es sinónimo de ser torpe, “tonto” o inútil. Se
impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar disponible “al momento”.

Por ejemplo, hoy una espera de quince segundos ante el ascensor se hace
insoportable o por mucha alta velocidad o banda ancha de la que se disponga, nos
enerva que no aparezca rápidamente una página en internet. Cualquiera que
observe el día a día de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos corriendo
desesperadamente de un lugar para otro. Muchas personas, si pudieran desearían
que el día tuviera el doble de horas o la posibilidad de incluso no dormir, ya que
supone una pérdida de tiempo.

¿Qué nos pasa? ¿Hemos incrementado la felicidad con ese modo de vivir? ¿Somos
más eficaces? La experiencia demuestra que todos nos quejamos de las prisas
pero sucumbimos a ese ritmo frenético. ¿Es una condición irrenunciable de la vida
moderna o algo imposible de cambiar? ¿Nos ayuda a ser más personas? Quizá, si
somos conscientes de la situación y de las consecuencias que provoca, podamos
ofrecer alternativas para afrontar la realidad de otra manera. Es el propio ser
humano el que se plantea el problema y el único que tiene la respuesta.

1. ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN

“Los occidentales tienen el reloj, los orientales poseen el tiempo”


(Proverbio Árabe)

Una de las características principales de nuestro mundo actual es la aceleración, la


rapidez, el cambio brusco, la inmediatez. Decir que “no hay tiempo” es una
expresión demasiado generalizada. De ahí que en el denominado “primer mundo”,
el tiempo se considere un bien escaso y como tal muy apreciado, time is money,
y no es raro que se afirme que puede que sea uno de los recursos más valorados
en el siglo XXI.
En nuestro contexto actual nos invade la prisa. Se tiene la experiencia de que las
actividades nos superan y desbordan. La urgencia precipita un modo de proceder
en el que casi todo tiene que estar terminado para ayer. Así, no se vive en el
presente, porque el presente “ya es pasado” y en consecuencia, difícilmente se
proyectará un futuro, porque nunca podrá llegar.

Nos encontramos gobernados por los relojes, con la sensación de que cada vez
corremos más y curiosamente, cada vez tenemos menos tiempo. Funcionamos
como unos “hamsters” que son colocados en un entorno social – jaula- y que no
paran de correr a toda velocidad día y noche dentro de una rueda que se mueve
pero que no se desplaza a ningún sitio y cuyo único objetivo es mantenerla en
continuo movimiento.

A pesar de los inventos modernos que deberían aliviar la dureza de la actividad


diaria y facilitar una existencia más relajada, la realidad camina por otro lado. Más
que controlar y disfrutar del tiempo, da la sensación que es éste el que nos dirige y
domina. Más que vivir, el ser humano se “desvive” o mal vive. He aquí algunos
ejemplos:

 Se creía que con la revolución industrial las máquinas trabajarían por


nosotros y se auguraba que a finales del siglo XX se llegaría a establecer las
20 ó 25 horas semanales. Sin embargo, en la práctica estamos trabajando
más horas que hace unas décadas. Desde hace dos años, la asociación
norteamericana “Take Back Your Time”(Recupere su tiempo perdido)
convoca el 24 de Octubre el día de los “relojes caídos”, ya que en esa fecha
un norteamericano medio ha trabajado más de lo que hará un europeo
medio en todo el año.

 De hecho los mismos avances tecnológicos que posibilitan las bases para
potenciar la sociedad de la comunicación y del conocimiento, se están
usando para producir una “sociedad de la fragmentación”, en las que las
personas se alejan más unas de otras y se perciben cada vez como
extrañas. Más que desconectar, la irrupción de la tecnología provoca la
necesidad imperiosa de estar alerta 24 horas al día, siete días a la semana,
los 365 días del año, despertándonos con los e-mails o durmiendo con los
móviles en la mesilla de noche.

 Los propios ciclos vitales se modifican. ¿Para qué dedicar tiempo a comer?
No es raro que se fomente la comida rápida que también recibe el
calificativo de “comida basura”. Da la sensación que lo que menos importa
es comer y como tal, da lo mismo que sea cualquier cosa. ¿Para qué
dormir? Algunos hasta se sienten mal por pasar 23 años de su vida
durmiendo (el tercio de la vida de una persona que llegue a los 70 años) y
por ello intentan alargar como sea el estado de vigilia.
2. CONSECUENCIAS

“Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada. De
nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo” (M. Kundera)

El tiempo se está convirtiendo en uno de los bienes más escasos en los países
“desarrollados”. La presión se hace insostenible y comienza a “pasar factura”. He
aquí algunos comportamientos que pueden reflejar esa “protesta”:

 Alteraciones psicosomáticas. Los nuevos ritmos de vida están


fomentando distintas patologías: desequilibrios metabólicos, obesidad,
trastornos digestivos, insomnio, trastornos del sueño, etc.
 Ansiedad y tensión. Aumento de la agresividad, la competitividad y la
sensación de vivir en un estado de alerta permanente. Se acude a “muletas”
– drogas o sustancias estimulantes-, para que “ayuden” a mantenerse en
pie, con el consiguiente coste psicológico y fisiológico que provocan dichos
psicofármacos.
 Activismo. Tendencia a potenciar las “multitareas”. Nos convertimos en
hombres orquesta que al mismo tiempo queremos realizar diferentes
actividades: conducir comiendo, bebiendo o hablando por el móvil. En
Japón va en aumento una patología laboral que se denomina karoshi o
muerte por agotamiento laboral.
 Omnipotencia, omnipresencia y creerse imprescindible. Se piensa
que se es insustituible y necesario para realizar todas las actividades.
¿Cómo van a salir las tareas, si no la hacemos nosotros? Según B. Russell,
“creer que nuestro trabajo es terriblemente importante, es uno de los
síntomas que nos muestra que el colapso nervioso es inminente”.
 Deshumanización personal. No se piensa, se actúa como robots, ya que
no hay tiempo para pararse y reflexionar. Se funciona con recetas. A su vez,
cuando se va tan deprisa, se pierde la capacidad de sentir y “saborear” las
experiencias. Muchas veces no somos ni conscientes de lo que comemos, ya
que quizá no nos demos ni cuenta. Curiosamente, parece que se tiene como
objetivo “construir robots que piensen y personas que sean autómatas”.
 Fragmentación y “temporalidad”. Se potencia la sociedad del contrato
temporal. Se sacraliza lo provisional y relativo, con lo cual ya no hay
compromiso ni proyectos a largo plazo. Se pone en práctica al fenómeno
Kleenex, todo es para “usar y tirar”, y tiene “fecha de caducidad”. En
consecuencia, lo mismo que se hace con los utensilios, se realiza con las
personas.
 Desestructuración social. La “falta de tiempo” la están pagando las
familias, las madres trabajadoras, etc. Lamentablemente, los buenos
momentos no vividos con los hijos cuando tienen dos años, no se pueden
recuperar cuando cumplan dieciséis.
La situación actual se podría sintetizar en los siguientes trastornos que se
observan en la práctica clínica:

o La enfermedad de la prisa: “el hombre orquesta”.


o La adicción al trabajo: “Adicción decente y respetable”.
o El estrés: “La chispa de la vida o la carcoma que corroe y mata”.
o El síndrome “bournout” o estar quemado.
o El narcisismo: “Narcotizados y aplastados por el Yo”

3. ALTERNATIVA: “LA CALMA ES ORO”

“La gente siempre culpa a sus circunstancias por ser lo que son. Las personas que
progresan en este mundo son aquellas que buscan las circunstancias que quieren
y, si no son capaces de encontrarlas, las crean” (G.B. Shaw)

Frente “al mal o enfermedad del tiempo”, hay que afirmar que la velocidad no lo
es todo. Así, el vals de un minuto de Chopin no será dos veces mejor porque lo
toquemos en treinta segundos o un idioma no se aprende en un cursillo intensivo
de cinco días. La realidad nos muestra que no sabemos a dónde vamos pero
curiosamente, si avanzamos a pasos agigantados.

A veces puede venir la tentación de llevar a la práctica el eslogan de los años


sesenta, “qué paren el mundo que me quiero bajar”. Sin embargo, la solución no
es bajarse, -la huida o la resignación alternativa-, sólo algunos privilegiados con
recursos y posibilidades podrían realizarlo, sino tomarse la vida con más calma.

De todas formas veo que están surgiendo por ahí movimientos a favor de hacer las
cosas más despacio. Gente subversiva que reivindica la lentitud. Tipos, sin duda
sospechosos, que hablan de vivir la vida sin prisa. E incluso consumiendo menos.
Quizá se ponga de moda. El llamado Movimiento Slow (slow significa lento, en
inglés) pretende precisamente eso: luchar contra la velocidad y la sensación de
tener todo el tiempo ocupado.

El Movimiento Slow propone aparcar la prisa y disfrutar del cada minuto.


Para ello reivindica un una nueva escala de valores, basada en trabajar
para vivir y no al contrario. La biodiversidad, la reivindicación de las
culturas locales y un empleo inteligente de la tecnología, son algunas de
sus principales señas de identidad. Por que como dice el corrido
mexicano “ No hay que llegar primero, sino que hay que saber llegar”

Pero, todo tiene un límite y el culto a la velocidad parece estar llegando al suyo. El
concepto de Slow Down o desaceleración, está cada vez más presente en nuestra
sociedad y son numerosos los movimientos que se han formado para luchar contra
la tiranía del reloj.
En Austria, La Sociedad para la Desaceleración del Tiempo aboga por prestar más
atención al presente y a la cultura. En Tokio, el Sloth Club, apuesta por una vida
más tranquila, inspirada en el animal perezoso. Promueve el concepto de hacer
menos, de vivir en forma sencilla sin depender del consumo. En esta línea se
enmarca el Downshifting cuyos miembros tiene el noble objetivo de vivir con
modestia y pensar con grandeza. Según ellos se puede vivir mejor consumiendo
menos.

Tampoco faltan propuestas como Take Back Your Time, iniciativa surgida en
Estados Unidos y Canadá para concienciar sobre la epidemia de exceso de trabajo
y horarios extremos que amenaza la salud, las familias y las relaciones con las
comunidades. Entre sus propuestas está la de conseguir que el 24 de octubre
sea nombrado Día Oficial sin Relojes.

Camina no corras es el slogan de Camper, que también se ha unido al espíritu de


la desaceleración. Esta empresa española, ha querido con su publicidad abrir los
ojos del comprador y animarlo a llevar un tipo de vida donde el trabajo y la
actividad cotidiana pueden ser compatibles, sin dejarse llevar por la presión del tic-
tac.

Y es que esta Actitud Lenta, aplicada al trabajo, no tiene porque significar menor
productividad sino por el contrario un trabajo de mayor calidad, más atento a los
detalles y desarrollado en un ambiente más flexible y estimulante. De este modo
se consigue mayor eficacia e implicación de los trabajadores, que además al
terminar la jornada se encuentran en mejor disposición de disfrutar de la vida. Se
trata de vivir el presente.

De todas las manifestaciones surgidas en torno a la idea de la desaceleración la


más importante es el Movimiento Slow. Debe su origen, en 1989, a la protesta
llevada a cabo por el periodista Carlo Petrini, ultrajado por la apertura de un
restaurante de comida rápida junto a la escalinata de la Plaza de España en Italia.

En ese momento nació la conciencia de proteger la alimentación tradicional,


basada en la biodiversidad, frente al imperio de la cómida rápida. Ese mismo año,
en París se dio nombre al movimiento y se diseño su logo, a partir de la imagen de
un caracol. El nombre de este movimiento fue Slow Food y supuso el germen a
partir del cual más tarde surgirían las Slow Cities.

Las Slow Cities o Convivias, van más allá del Slow Food, y se han convertido
en toda una filosofía de vida. Sus habitantes disfrutan de la naturaleza y valoran
mucho pequeños placeres tales como comer, o dialogar o mejor aún hacer ambas
cosas a la vez. En ellas no hay lugar para la prisa y se trata de fomentar la
creación de una conciencia más humana.

La primera fue fundada en Bra, en la zona del Cuneo, Italia, y se ha convertido en


la sede central de este movimiento. A partir de ahí, la creación de otras Ciudades
Lentas no ha parado y en el 2005 ya se superaba la cifra de cien países afiliados.

Para que una ciudad se pueda convertir en Convivia, deben cumplir una serie de
pautas. La población no puede sobrepasar los 50.000 habitantes, ni ser una capital
y además se deben cumplir una serie de requisitos en seis planos diferentes:
legislativo medioambiental, infraestructura política, calidad urbana, productos
locales, hospitalidad con los visitantes y conocimiento sobre las actividades de la
localidad.

Lo que todas las Slow Cities tienen en común es la voluntad de construir un


espacio más humano, con medidas que van desde sistemas de aire que controlan
la polución a iniciativas para animar a la protección de los productos y la artesanía
locales o planes para eliminar ruidosas alarmas, mediante programas de seguridad
alternativa.

Una Slow City también debe contar con una educación en


consonancia con su estilo de vida. En las Slow Schools no
importa cuándo va a sonar el timbre, sino cuándo los alumnos
han comprendido la lección.

Y después de una Slow Food nada mejor que una tranquila


siesta y mejor aún acompañada de Slow Sex. Esta disciplina
del movimiento Slow está basada en el Tantra Sexual. Las
caricias, la respiración y no tener prisa es indispensable para
esta práctica.

El libro In Praise of Slow del periodista Carl Honoré podría ser


considerado el manual de iniciación para cualquiera que esté interesado en esta
forma de vida. En él se describen con casos prácticos y mucho sentido del humor
los beneficios físicos y psíquicos que puede aportar la filosofía Slow.

El Movimiento Slow se ha extendido a países como Brasil, Australia, México,


Japón, Líbano… y se han llegado a crear 750 Convivias. Las ciudades, que
conforman el movimiento, ofrecen un premio a proyectos que favorezcan la
biodiversidad. El organismo que coordina estas actividades es la Slow Food
Foundation for Biodiversity.

Aunque todas estas localidades tienen una misma meta, cada una cuenta con sus
particularidades. Por ejemplo, la Convivia de Río de Janeiro, creada en Noviembre
de 2000, suma a su actividad proyectos sociales como las Mesas Fraternales que
ayudan a las comunidades más necesitadas en el plano alimenticio. Una de ellas es
la del Hospital de Porto Velho donde por ejemplo, los pacientes indígenas son
alimentados con su comida tradicional.

En España el Movimiento Slow llegó en 1994. Podemos encontrar 11 Convivias


dispersas en toda la Península. Además en la primera edición de los Slow Food
Awards, Jesús Garzón fue uno de los ganadores gracias a su labor de identificar los
caminos de rebaños y revivir las actividades de trashumancia como medio de
protección del medio ambiente de las montañas.

El Movimiento Slow hace que las personas se pregunten: ¿realmente es


necesario vivir tan acelerados? ¿disfrutamos lo suficiente de nosotros mismos y de
nuestro alrededor? ¿Por qué nos hemos dejado seducir por otras culturas cuando
vivimos en una que no tiene nada que envidiar? Ocupados en ganar dinero que
nos asegure un futuro cada vez más incierto, nos hemos olvidado de disfrutar de
lo cotidiano. ¿por qué no ir andando al trabajo si se encuentra cerca?, ¿por qué no
levantarte diez minutos antes y darte un homenaje con un buen desayuno? o
simplemente ¿por qué no dejar que sea la vida la que nos marque su propio ritmo?

Fruto de ello ha nacido un nuevo movimiento que, consciente del ritmo a


contrarreloj en el que vivimos, ha reaccionado en su contra. Es el movimiento
“antiprisas”, fundado en Roma en 1986 como respuesta a la implementación de un
restaurante de comida rápida en la Plaza de España, y que ya cuenta con
65.000 miembros en 42 países.

Tomaron el nombre de Slow food abogando al placer de comer saboreando. Más


adelante vieron que comer despacio no era suficiente y crearon un nuevo concepto
de ciudad: las Slow cities. El logotipo de estas 32 villas italianas es un caracol
conduciendo un automóvil, y sus principales características son:
la prohibición de circular a más de 20 km/h, la creación de más espacios con
grandes zonas verdes para pasear, la eliminación de antiestéticos carteles
publicitarios, la fundación de Slow schools (escuelas sin timbres, con una
enseñanza sin competencia, sin masificación y con horarios flexibles para
adecuarse a las necesidades de los alumnos), entre otras. Esas villas se
inspeccionan anualmente para comprobar que siguen mereciendo su título de
Slow.

Han surgido otras asociaciones, como la Sociedad para la desaceleración del


tiempo (“Un tiempo para todo, y todo en su tiempo correcto”); la Fundación
por un Largo Ahora (The Long Now Foundation); la española Asociación para la
Liberación del Tiempo y de su Ordenamiento; la de Carl Honoré, periodista
“ex adicto a la prisa”, llamada Take back your time (Recupera tu tiempo), que
desde hace cuatro años celebra la Conferencia del tiempo y hace propuestas
tales como la del año pasado al Congreso de los Estados Unidos: la instauración
del 24 de octubre como el Día oficial sin relojes.

No es el único efecto rebote a nuestra sociedad nanosegundista: sólo hemos de


pasearnos por las calles de nuestra ciudad y ver la reciente aparición de Spas
(centros de relajación mediante terapias y masajes) o la moda en alza de técnicas
de meditación oriental como el yoga o el taichi, “para relajar cuerpo y mente”.

La slow life puede ser atractiva, pero también puede constituir un debilitamiento
de la mente y de la capacidad operativa de la persona. Sin un mínimo de estrés, el
ser humano tiende a “acomodarse”, ya que no se desencadena la motivación
necesaria que impulsa a iniciar una actividad. Además, su planteamiento de no
ejercer presiones sobre el individuo crea personas sin caparazón, débiles ante las
situaciones difíciles y poco habituadas al liderazgo.

Consciente de ello, la empresa, como sociedad formada por un conjunto de


personas, debe encontrar un punto de equilibrio de “sin prisas pero sin pausas”,
y ayudar a su equipo a entrar también en él (ya sea dando soporte psíquico o con
talleres sobre organización, etc.). De esta manera, el valor añadido de la empresa
se incrementará gracias al buen ambiente de trabajo y, como consecuencia,
también aumentará el rendimiento del negocio.

A propósito de este nuevo síndrome de “estrés temporal”, ¿han oído ustedes


hablar del movimiento “Slow”? No, pues bien, este movimiento pretende poner
freno a la actividad frenética de los seres humanos y recuperar y ejercer dominio
sobre el devenir de los acontecimientos; es decir perder en cierto grado la
dependencia de los horarios y los compromisos ligados al tiempo, adquiriendo
protagonismo en la planificación de nuestra vida a costa de dejar de estar
supeditados al dictamen de otros agentes externos.
El movimiento Slow se propone tomar el control del tiempo, más que someterse a
su tiranía, y encontrar un equilibrio entre la utilización de la tecnología orientada al
ahorro del tiempo y tomarse el tiempo necesario para disfrutar de actividades
como dar un paseo o compartir una comida con otras personas. Los defensores de
este movimiento creen que, aunque la tecnología puede acelerar el trabajo, la
comida, etc. las cosas más importantes de la vida no deberían acelerarse.

El movimiento Slow no aboga por la pasividad de los individuos, al contrario, sus


seguidores lo que defienden es la posibilidad de que las personas sean capaces de
“gestionar su tiempo” de acuerdo a sus deseos y a sus proyectos de felicidad. Esto
es realmente muy interesante, y, dejando a un lado lo que puede representar de
“moda” esta forma de plantarse la vida, debemos reconocer que un factor clave
para recuperar el equilibrio y sentirnos realmente vivos y libres y tener la
posibilidad de ganar cuota de tiempo a los relojes que la civilización occidental ha
impuesto en los últimos sesenta años.

Al amparo del “Slow Food” y el “Slow Cities” han surgido otras concepciones que
reivindican también el apretar el freno ante el ritmo de vida occidental. Estas son,
por ejemplo: El “Slow Sex”, que defiende el sexo con la caricia, el abrazo y la
recreación en el contacto íntimo entre personas, la “Slow Medicine”, que consiste
en dedicar el tiempo necesario a cada paciente, algo que parece imposible en los
sistemas sanitarios colapsados y el “Slow Work”, con lo que se quiere dar a
entender que tomarse el tiempo exacto para realizar las labores en el trabajo, y no
la rapidez, es sinónimo de más y mejor producción.

En los últimos años empieza a abrirse camino el movimiento “Slow” que parte del
supuesto de que la serenidad aumenta la calidad de vida, Como afirma C. Honoré
no se pretende una declaración de guerra contra la velocidad. Hay situaciones en
las que viene muy bien actuar más rápido, “pero lo que no podemos es convertir la
velocidad en una obsesión”. La “desacelaración” nos puede hacer más efectivos y
de ahí que a través de la sensibilización sobre los estilos de vida, el movimiento
Slow nos empuja a saborear la vida y no sólo a sobrellevarla. En la misma línea se
ha desarrollado algunos movimientos más especializados: “Slow Food”(comida
tranquila) que surgió en Roma como respuesta a la invasión de los
establecimientos de comida rápida o la “Cittá Slow”, red de más de cien “ciudades
lentas” que levantan barreras al coche y reivindican la reconquista de las calles.

Desde nuestra experiencia ofrecemos un decálogo, “la calma es oro”, que


puede aportar algunas pistas para cambiar de estrategia:

Decálogo para aprendices: La calma es oro

1. Cambiar el reloj por la brújula: tener un norte claro.

2. Convertirse en el protagonista de la propia historia: poner los medios.


3. Aprender a conocerse: fortalezas y debilidades.

4. Saber priorizar: jerarquía de valores.

5. Saborear el presente: carpe diem.

6. Saber perder el tiempo: ganar calidad de vida.

7. Darle tiempo al tiempo: la creatividad necesita tiempo.

8. Saber simplificar: soltar lastre.

9. Saber ser paciente y perseverante: ser proactivo y no reactivo.

10. Saber vivir: ser positivo y tener sentido del humor.

Comenzábamos reflexionando sobre la tortuga y terminamos también con ella. Ya


Esopo nos cuenta la fábula de la tortuga y la liebre, en la que ambas se retan a
una carrera y precisamente por su prepotencia, la liebre pierde. Es la constancia y
la perseverancia de la tortuga la que le da la victoria. Es curioso, que para nuestro
contexto cultural ser lento sea sinónimo de torpe e inútil y sin embargo, para
muchas culturas la tortuga es un animal espiritual y símbolo de longevidad y
sabiduría.

Moverse con lentitud no significa pensar o vivir con apatía. Lo fundamental es


hacer buen uso de esa lentitud. Quizás lo básico no es ser “tan-lento”, sino
actuar con “talento”. He ahí la sabiduría de la tortuga: sin prisa pero sin pausa.

Entre los muchos manuscritos que me llegan a la editorial, leo uno que me
sorprende. Se titula La sabiduría de la tortuga y predica algo completamente
diferente a lo que proclaman muchos de los manuales económicos al uso. Lejos de
predicar la hiperactividad y la búsqueda del éxito rápido, defiende la calma y la
lentitud. Afirma que el uso reposado del tiempo es bueno para la salud individual,
social y empresarial.

El estrés, el síndrome del quemado, la ansiedad… ¿le suenan, verdad?


Desgraciadamente, cada vez son más frecuentes entre las personas que nos
rodean. Pues el correr más de lo que se debe, y el querer hacer más cosas de las
que se pueden, son responsables, en gran parte, de estas dolencias del siglo.

'Si utilizamos el símil de la tortuga es para interrogarnos sobre los estilos de vida
actuales. En la cultura del denominado primer mundo ser lento es sinónimo de ser
torpe, ineficaz, tonto o inútil. Se impone la rapidez, todo tiene que estar listo en el
momento. Por ejemplo, una espera de 15 segundos ante el ascensor se hace
insoportable o por mucha alta velocidad de la que se disponga, nos enerva que no
aparezca rápidamente una página en internet. Cualquiera que observe el día a día
de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos corriendo desesperadamente
de un lugar a otro. Muchas personas, si pudieran, desearían que el día tuviera el
doble de horas o incluso la posibilidad de no dormir, ya que supone un tiempo
desaprovechado'.

Una noche, un atareado C. Honoré, se percató de que tenía prisa por terminar de
contarle a su hijo el cuento de cada noche. En su mente ya se había instalado el
principio de cuentos exprés de un minuto. Todo lo que lo sobrepasara era una
pérdida de tiempo. Su instinto le hacía saltarse páginas para así poder terminar
antes y dirigirse a su ordenador para hacer mil cosas más. Casi rompió a llorar.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué no era capaz de saborear ese momento entrañable? Y
fue entonces cuando decidió cambiar los postulados de su vida. Escribió el libro
Elogio de la lentitud, y se convirtió en uno de los principales teóricos del
movimiento slow.

Slow es una tendencia cultural que replantea otros movimientos anteriores, tales
como los de calidad de vida, new age, etcétera, bajo la óptica del tiempo. Apuesta
por potenciar la desaceleración o la calma. No está a favor de la lentitud extrema o
inapropiada, sino que apoya el tiempo justo que tiene cada cosa, y que debemos
conocer y ponderar. Está a favor de un capitalismo lento, frente a un
turbocapitalismo que no considera ni adecuado ni inteligente. Correr tanto no es
sinónimo de hacer muchas cosas, ni mucho menos hacerlas bien. Decía Ortega y
Gasset que 'prisa sólo tienen los enfermos y los ambiciosos'.

El movimiento slow tiene su propio decálogo: 1) cambiar el reloj por la brújula.


Llegaremos donde queremos dando menos vueltas; 2) convertirse en el
protagonista de la propia historia, no limitarse a correr tras los terceros
protagonistas; 3) aprender a conocerse, tanto en fortalezas como en debilidades;
4) saber priorizar, otorgando prioridades y jerarquía de valores; 5) saborear el
presente: carpe diem; 6) saber perder el tiempo: ganar calidad de vida; 7) darle
tiempo al tiempo; la creatividad necesita su reposo; 8) saber simplificar; soltar
algunos de los pesados lastres que gratuitamente arrastramos; 9) saber ser
paciente y perseverante, pro activo y no reactivo, y 10) saber vivir: ser positivo y
tener sentido del humor.

El romper la barrera del tiempo de nuestras posibilidades pasa factura a nuestro


cuerpo y nuestra mente, que se rebelan y protestan como saben, enfermando. Y
en el libro analiza algunos de los clásicos síntomas y enfermedades, la adicción al
trabajo, el estrés, el burn-out o estar quemado y el narcisismo. Frente a todos
ellos plantea una receta que considera infalible: la calma es oro. La filosofía última
del movimiento no defiende el actuar demasiado lento, sino el hacerlo con talento.
San Agustín afirmaba que 'creía conocer lo que era el tiempo, pero si se lo
preguntaban, ya no lo sabía'. Termino de leer el manuscrito, me tomo mi tiempo y
lo tengo claro: editaremos el libro de José Luis Trechera.

Hagamos juntos un pequeño ejercicio. Por un segundo respira hondo,


relájate y contesta a esta pregunta ¿Quién eres tu?. Date un par de
minutos y trata de responderte para ti mismo a esta importante
cuestión.

¿Ya lo tienes? Bien, lo más seguro es que como la gran mayoría hayas contestado
en qué trabajas, si estas o no soltero, donde vives, cuantos años tienes…Muy
pocas personas asocian intereses diferentes a los laborales con su identidad, lo
cual indica que las identidades particulares de cada uno están estrechamente
vinculadas con sus trabajos.

Esto es algo que ha quedado grabado a fuego en nuestra mente a lo


largo de años de estudiar carreras, sacarte títulos y en prepararte para
ser una persona de provecho. Pero a no ser que realmente ames tu
trabajo es realmente muy triste confundir tu persona por algo que haces
por obligación unas horas al día para ganarte la vida.

Conozco a demasiada gente así y son la antítesis del carisma. Y lo peor es que no
se dan cuenta de lo sumamente aburridos que llegan a ser, sobre todo para las
chicas.

A no ser que tengas un trabajo que realmente ames y te proporcione una fuente
inagotable de anécdotas realmente divertidas a la gente le importa un pimiento el
cargo que tienes, lo que ganas y lo que te falta para poder pagarte el piso y
jubilarte, y más en estos tiempos de crisis económica.

La parte buena de asociar tu personalidad a tu ocupación es que no


tienes que preocuparte en desarrollarte como ser humano, ni pensar por
ti mismo ni en tratar de crecer como persona.

Puedes llegar a algo parecido a la felicidad pensando que eres un pequeño


engranaje que hace funcionar una gran maquinaria y posponer para un eterno
futuro el poder hacer aquello que realmente deseas

“Algún día cuando me jubile daré la vuelta al mundo”

“Algún día ganaré lo suficiente para ocuparme de mis hobbys”

“A ver cuando llegan ya las vacaciones”.


Pero el drama está ocurriendo a nuestro alrededor ahora mismo cuando miles de
personas sin personalidad propia se enfrentan al desempleo, cuando tienen que
afrontar un día sin necesidad de cumplir con ningún horario, sin estar secuestrados
en un centro de trabajo y sin tener que obedecer órdenes externas en las que
poder centrarse y escapar del hecho incómodo que les atenaza cuando están en
casa: que tienen una vida vacía y falta de sueños muy diferente de aquello que de
niños esperaban.

Un niño puede afrontar el futuro con optimismo, pero ante todo un niño
disfruta del ahora haciendo lo que desea en este momento –al menos los
niños de mi generación pre-Internet, los de ahora lo dudo-.

Los críos tienen claro que una cosa muy distinta es la escuela (obligación) y otra
aquello que realmente les motiva y define (sus juegos, sus hobbys, aquello que
quieren hacer), pero después de décadas de lavado de cerebro nos hacen sentir
culpables por no ser “productivos”.

Así no es de extrañar que la gente adulta que por fuerzas mayores son despedidos
y pasan largas temporadas desempleados tengan un motivo de sufrimiento
adicional a la falta de dinero y seguridad: la falta de una identidad.

Creen que han dejado de ser alguien y asumen una personalidad


genérica y mal considerada socialmente: la del desempleado, la del
maldito estigmatizado que ha caído en desgracia y debe justificar ante el
resto su situación cada vez que surge el tema

“Yo era alguien ¿sabe usted? Yo tenía gente a mi cargo, mi propio


despacho…gracias a mi la empresa ganó millones…aunque seguro que en cuanto
pase la crisis volveré al mismo puesto o mejor…pero de momento busco”.

Sin embargo hay gente que ante estas crisis sale reforzada, gente que goza del
hecho de haberse liberado de años de esclavitud legal y empieza a pensar en si
misma, en conectar con sus sueños y a encauzar su vida a formas más creativas –
y divertidas-.

Yo creo que esta es la mejor parte de la crisis –de esta y de cualquiera- y


es la oportunidad de re inventarnos y ser más conscientes de que tras
años de seguir la tiranía de las corporaciones había algo que nos
habíamos dejado por el camino: nuestra propia alma, lo único realmente
valioso y original que todos tenemos y que solemos cuidar menos que el
coche o la hipoteca.

No me cabe duda que mucha gente está sufriendo, pero tampoco pierdo la
perspectiva de que muchas personas saldrán reforzadas y con nuevos objetivos
vitales. ¿Quién quieres ser tu?

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