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sintomático que presenta alguna enfermedad con cierto significado y que por sus
características posee cierta identidad; es decir, un grupo significativo de síntomas
y signos (datos semiológicos), que concurren en tiempo y forma, y con variadas
causas o etiologías..
Felicidad s. f.
1 Estado de ánimo de la persona que se encuentra plenamente satisfecha al
tener lo que desea o disfrutar de una cosa buena.
2 Persona, cosa, hecho o situación que causa ese sentimiento.
felicidad
f. Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien.
Satisfacción, contento.
Suerte, feliz acontecimiento.
¿No estaremos aplazando la felicidad de hoy por la felicidad de mañana? ¿No será
una consecuencia del miedo a no conseguir los objetivos (exigencias sociales,
profesionales, …)?
¿Tenemos miedo a cambiar de trabajo y preferimos seguir con el estrés con el que
vivimos?
¿Es rentable en términos de felicidad personal? ¿Será el miedo el que no nos deje
actuar? ¿Miedo a fracasar? ¿Miedo a no cumplir las expectativas?
El hombre siempre ha vivido condicionado por el paso del tiempo, pero muy
especialmente a partir de la Revolución Industrial la idea de velocidad ha estado
asociada con la de Progreso. Así por ejemplo, el Movimiento Futurista a principios
del XX, consideraba la velocidad como una muestra del triunfo del hombre sobre la
naturaleza. Su frase “Un automóvil rugiente, que parece correr sobre la
metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia“ resume unos
postulados que parecen no haber perdido actualidad.
Todo lo que conforma nuestro entorno nos invita a vivir de una manera veloz, sin
detenernos a mirar lo que pasa a nuestro alrededor. Las marcas de moda nos
presentan su nueva temporada de invierno cuando aún estamos sacando nuestros
bañadores del armario.
Por otro lado, es cada vez más frecuente pasar el día entero en los malls se
recorre el lugar haciendo shopping, más tarde se reponen fuerzas comiendo en
un local de fast food y se termina la jornada en el cine acompañados de unas
pop corn. Es decir, se puede consumir durante todo el día, sin ver la luz del sol,
inmersos en un universo artificial de luces, olores y sonidos diseñados para
fomentar el consumo.
Se acercan las Navidades, termina el año y comienzan mil y una promesas para el
año que viene. Pero, ¿cuántas de dichas promesas cumplimos? En el mundo del
lenguajear, como diría Maturana, se ha rescatado una palabra de origen
latino para designar al hábito de dejar las cosas para mañana: Procrastinar.
Hay de dos tipos: Una relacionada con las cosas cotidianas (planchar, hacer la
declaración de la renta…) y otra que afecta a cuestiones más fundamentales, como
cambiar de trabajo, de ciudad, de pareja… Y es precisamente esta última la que
está relacionada con el “síndrome de la felicidad aplazada” (deferred happiness
syndrome), que afecta al 40 por ciento de los profesionales de países
desarrollados. Identifiquemos sus síntomas:
Las consecuencias del síndrome son varias. Por una parte, se sacrifica la felicidad
presente trabajando y trabajando porque se piensa que en el futuro todo
cambiará. Por otra parte, se tiene pánico a tomar riesgos que impliquen perder la
seguridad de lo que se tiene. Si me permito ciertos caprichos en la actualidad,
puedo poner en peligro mi estilo de vida futuro. Sólo los problemas de salud o una
crisis laboral o personal consiguen empujar a la persona a buscar otras
alternativas. Esto se traslada también al mundo de la empresa. ¡No puedo
lanzarme a inversiones futuras que resten esfuerzos a lo que actualmente estoy
logrando! ¡No puedo dejar de conseguir los objetivos ni evitar dejarme la piel
todos los días! Mientras tanto, estoy perdiendo mi calidad de vida por el camino y
caigo en la procrastinidad no deseada.
Así pues, antes de comenzar el año podríamos hacer una pequeña revisión de
nuestra tendencia a procrastinar, porque, una vez, nuestra felicidad está en juego.
La felicidad, una aspiración eterna del ser humano, esta supeditada a la respuesta
que demos en nuestra vida ante esta frenética carrera contra el tiempo a la que
nos enfrentamos. Si para ir al trabajo usted tarda dos horas, si apenas conviven
usted y su familia en casa, si aprovecha los sábados para meterse en las grandes
superficies comerciales para gastarse allí su paga, mientras devora una
hamburguesa y toma palomitas a la vez que contempla los monitores con anuncios
o escucha las pesadas y dulzonas músicas que lo invaden todo, usted seguirá
atrapado en su cárcel.
Un día debe parar su coche y su vida, asomarse al cielo estrellado y pensar cuando
fue la última vez que besó a alguien, que saboreó un plato de comida, que
escuchó cantar a un pájaro o que simplemente derramó unas lágrimas. Si usted no
es capaz de responder a estos estímulos, si estas sensaciones se han borrado de
su mente usted será uno más de los afectados por el “síndrome de la felicidad
aplazada”.
Prepare una hoja de papel y marque tres líneas. Cada vez que tenga la necesidad
de saber la hora apunte un “palito” en la primera línea, si puede aguantarse sin
preguntar o mirar la hora apunte el “palito” en la línea segunda y si finalmente
tiene que preguntar a alguien o mirar un reloj escriba el palito en una tercera
línea. La primera línea, al final del día, mostrará las veces que sintió el impulso de
saber la hora, la segunda línea le mostrara las veces que puedo continuar con la
actividad sin necesidad de saber la hora y la tercera línea le indicará las veces que
necesariamente tuvo que conocer la hora para poder continuar su actividad. Los
resultados de éste experimento le darán una idea de cuál es el grado de
dependencia que usted mantiene con el tiempo y a la vez le podrá descubrir si vive
su vida de forma equilibrada y no posee el síndrome del “estrés temporal”.
“Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la
eternidad que olvidamos lo único importante: vivir”
(R. Stevenson)
Desde nuestro contexto, ¿cómo evaluaríamos ese modo de proceder? ¿Es una
pérdida de tiempo? ¿Es una baja productividad? Quizás nos surja el deseo de
poder acelerar el proceso para que fuesen más rápidas y eficaces. Seguro que
también se buscaría alguna justificación racional: de esa manera se les ayudaría y
facilitaría su ardua labor y podrían tener más descendencia. Desgraciadamente, la
disminución de ejemplares tortuga no va unido a la ineficacia de su ciclo vital, sino
a la presencia del ser humano, que roba sus huevos y esquilma a los ejemplares
adultos, provocando su lenta desaparición.
Por ejemplo, hoy una espera de quince segundos ante el ascensor se hace
insoportable o por mucha alta velocidad o banda ancha de la que se disponga, nos
enerva que no aparezca rápidamente una página en internet. Cualquiera que
observe el día a día de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos corriendo
desesperadamente de un lugar para otro. Muchas personas, si pudieran desearían
que el día tuviera el doble de horas o la posibilidad de incluso no dormir, ya que
supone una pérdida de tiempo.
¿Qué nos pasa? ¿Hemos incrementado la felicidad con ese modo de vivir? ¿Somos
más eficaces? La experiencia demuestra que todos nos quejamos de las prisas
pero sucumbimos a ese ritmo frenético. ¿Es una condición irrenunciable de la vida
moderna o algo imposible de cambiar? ¿Nos ayuda a ser más personas? Quizá, si
somos conscientes de la situación y de las consecuencias que provoca, podamos
ofrecer alternativas para afrontar la realidad de otra manera. Es el propio ser
humano el que se plantea el problema y el único que tiene la respuesta.
1. ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN
Nos encontramos gobernados por los relojes, con la sensación de que cada vez
corremos más y curiosamente, cada vez tenemos menos tiempo. Funcionamos
como unos “hamsters” que son colocados en un entorno social – jaula- y que no
paran de correr a toda velocidad día y noche dentro de una rueda que se mueve
pero que no se desplaza a ningún sitio y cuyo único objetivo es mantenerla en
continuo movimiento.
De hecho los mismos avances tecnológicos que posibilitan las bases para
potenciar la sociedad de la comunicación y del conocimiento, se están
usando para producir una “sociedad de la fragmentación”, en las que las
personas se alejan más unas de otras y se perciben cada vez como
extrañas. Más que desconectar, la irrupción de la tecnología provoca la
necesidad imperiosa de estar alerta 24 horas al día, siete días a la semana,
los 365 días del año, despertándonos con los e-mails o durmiendo con los
móviles en la mesilla de noche.
Los propios ciclos vitales se modifican. ¿Para qué dedicar tiempo a comer?
No es raro que se fomente la comida rápida que también recibe el
calificativo de “comida basura”. Da la sensación que lo que menos importa
es comer y como tal, da lo mismo que sea cualquier cosa. ¿Para qué
dormir? Algunos hasta se sienten mal por pasar 23 años de su vida
durmiendo (el tercio de la vida de una persona que llegue a los 70 años) y
por ello intentan alargar como sea el estado de vigilia.
2. CONSECUENCIAS
“Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada. De
nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo” (M. Kundera)
El tiempo se está convirtiendo en uno de los bienes más escasos en los países
“desarrollados”. La presión se hace insostenible y comienza a “pasar factura”. He
aquí algunos comportamientos que pueden reflejar esa “protesta”:
“La gente siempre culpa a sus circunstancias por ser lo que son. Las personas que
progresan en este mundo son aquellas que buscan las circunstancias que quieren
y, si no son capaces de encontrarlas, las crean” (G.B. Shaw)
Frente “al mal o enfermedad del tiempo”, hay que afirmar que la velocidad no lo
es todo. Así, el vals de un minuto de Chopin no será dos veces mejor porque lo
toquemos en treinta segundos o un idioma no se aprende en un cursillo intensivo
de cinco días. La realidad nos muestra que no sabemos a dónde vamos pero
curiosamente, si avanzamos a pasos agigantados.
De todas formas veo que están surgiendo por ahí movimientos a favor de hacer las
cosas más despacio. Gente subversiva que reivindica la lentitud. Tipos, sin duda
sospechosos, que hablan de vivir la vida sin prisa. E incluso consumiendo menos.
Quizá se ponga de moda. El llamado Movimiento Slow (slow significa lento, en
inglés) pretende precisamente eso: luchar contra la velocidad y la sensación de
tener todo el tiempo ocupado.
Pero, todo tiene un límite y el culto a la velocidad parece estar llegando al suyo. El
concepto de Slow Down o desaceleración, está cada vez más presente en nuestra
sociedad y son numerosos los movimientos que se han formado para luchar contra
la tiranía del reloj.
En Austria, La Sociedad para la Desaceleración del Tiempo aboga por prestar más
atención al presente y a la cultura. En Tokio, el Sloth Club, apuesta por una vida
más tranquila, inspirada en el animal perezoso. Promueve el concepto de hacer
menos, de vivir en forma sencilla sin depender del consumo. En esta línea se
enmarca el Downshifting cuyos miembros tiene el noble objetivo de vivir con
modestia y pensar con grandeza. Según ellos se puede vivir mejor consumiendo
menos.
Tampoco faltan propuestas como Take Back Your Time, iniciativa surgida en
Estados Unidos y Canadá para concienciar sobre la epidemia de exceso de trabajo
y horarios extremos que amenaza la salud, las familias y las relaciones con las
comunidades. Entre sus propuestas está la de conseguir que el 24 de octubre
sea nombrado Día Oficial sin Relojes.
Y es que esta Actitud Lenta, aplicada al trabajo, no tiene porque significar menor
productividad sino por el contrario un trabajo de mayor calidad, más atento a los
detalles y desarrollado en un ambiente más flexible y estimulante. De este modo
se consigue mayor eficacia e implicación de los trabajadores, que además al
terminar la jornada se encuentran en mejor disposición de disfrutar de la vida. Se
trata de vivir el presente.
Las Slow Cities o Convivias, van más allá del Slow Food, y se han convertido
en toda una filosofía de vida. Sus habitantes disfrutan de la naturaleza y valoran
mucho pequeños placeres tales como comer, o dialogar o mejor aún hacer ambas
cosas a la vez. En ellas no hay lugar para la prisa y se trata de fomentar la
creación de una conciencia más humana.
Para que una ciudad se pueda convertir en Convivia, deben cumplir una serie de
pautas. La población no puede sobrepasar los 50.000 habitantes, ni ser una capital
y además se deben cumplir una serie de requisitos en seis planos diferentes:
legislativo medioambiental, infraestructura política, calidad urbana, productos
locales, hospitalidad con los visitantes y conocimiento sobre las actividades de la
localidad.
Aunque todas estas localidades tienen una misma meta, cada una cuenta con sus
particularidades. Por ejemplo, la Convivia de Río de Janeiro, creada en Noviembre
de 2000, suma a su actividad proyectos sociales como las Mesas Fraternales que
ayudan a las comunidades más necesitadas en el plano alimenticio. Una de ellas es
la del Hospital de Porto Velho donde por ejemplo, los pacientes indígenas son
alimentados con su comida tradicional.
La slow life puede ser atractiva, pero también puede constituir un debilitamiento
de la mente y de la capacidad operativa de la persona. Sin un mínimo de estrés, el
ser humano tiende a “acomodarse”, ya que no se desencadena la motivación
necesaria que impulsa a iniciar una actividad. Además, su planteamiento de no
ejercer presiones sobre el individuo crea personas sin caparazón, débiles ante las
situaciones difíciles y poco habituadas al liderazgo.
Al amparo del “Slow Food” y el “Slow Cities” han surgido otras concepciones que
reivindican también el apretar el freno ante el ritmo de vida occidental. Estas son,
por ejemplo: El “Slow Sex”, que defiende el sexo con la caricia, el abrazo y la
recreación en el contacto íntimo entre personas, la “Slow Medicine”, que consiste
en dedicar el tiempo necesario a cada paciente, algo que parece imposible en los
sistemas sanitarios colapsados y el “Slow Work”, con lo que se quiere dar a
entender que tomarse el tiempo exacto para realizar las labores en el trabajo, y no
la rapidez, es sinónimo de más y mejor producción.
En los últimos años empieza a abrirse camino el movimiento “Slow” que parte del
supuesto de que la serenidad aumenta la calidad de vida, Como afirma C. Honoré
no se pretende una declaración de guerra contra la velocidad. Hay situaciones en
las que viene muy bien actuar más rápido, “pero lo que no podemos es convertir la
velocidad en una obsesión”. La “desacelaración” nos puede hacer más efectivos y
de ahí que a través de la sensibilización sobre los estilos de vida, el movimiento
Slow nos empuja a saborear la vida y no sólo a sobrellevarla. En la misma línea se
ha desarrollado algunos movimientos más especializados: “Slow Food”(comida
tranquila) que surgió en Roma como respuesta a la invasión de los
establecimientos de comida rápida o la “Cittá Slow”, red de más de cien “ciudades
lentas” que levantan barreras al coche y reivindican la reconquista de las calles.
Entre los muchos manuscritos que me llegan a la editorial, leo uno que me
sorprende. Se titula La sabiduría de la tortuga y predica algo completamente
diferente a lo que proclaman muchos de los manuales económicos al uso. Lejos de
predicar la hiperactividad y la búsqueda del éxito rápido, defiende la calma y la
lentitud. Afirma que el uso reposado del tiempo es bueno para la salud individual,
social y empresarial.
'Si utilizamos el símil de la tortuga es para interrogarnos sobre los estilos de vida
actuales. En la cultura del denominado primer mundo ser lento es sinónimo de ser
torpe, ineficaz, tonto o inútil. Se impone la rapidez, todo tiene que estar listo en el
momento. Por ejemplo, una espera de 15 segundos ante el ascensor se hace
insoportable o por mucha alta velocidad de la que se disponga, nos enerva que no
aparezca rápidamente una página en internet. Cualquiera que observe el día a día
de nuestras ciudades verá una vorágine de sujetos corriendo desesperadamente
de un lugar a otro. Muchas personas, si pudieran, desearían que el día tuviera el
doble de horas o incluso la posibilidad de no dormir, ya que supone un tiempo
desaprovechado'.
Una noche, un atareado C. Honoré, se percató de que tenía prisa por terminar de
contarle a su hijo el cuento de cada noche. En su mente ya se había instalado el
principio de cuentos exprés de un minuto. Todo lo que lo sobrepasara era una
pérdida de tiempo. Su instinto le hacía saltarse páginas para así poder terminar
antes y dirigirse a su ordenador para hacer mil cosas más. Casi rompió a llorar.
¿Qué le pasaba? ¿Por qué no era capaz de saborear ese momento entrañable? Y
fue entonces cuando decidió cambiar los postulados de su vida. Escribió el libro
Elogio de la lentitud, y se convirtió en uno de los principales teóricos del
movimiento slow.
Slow es una tendencia cultural que replantea otros movimientos anteriores, tales
como los de calidad de vida, new age, etcétera, bajo la óptica del tiempo. Apuesta
por potenciar la desaceleración o la calma. No está a favor de la lentitud extrema o
inapropiada, sino que apoya el tiempo justo que tiene cada cosa, y que debemos
conocer y ponderar. Está a favor de un capitalismo lento, frente a un
turbocapitalismo que no considera ni adecuado ni inteligente. Correr tanto no es
sinónimo de hacer muchas cosas, ni mucho menos hacerlas bien. Decía Ortega y
Gasset que 'prisa sólo tienen los enfermos y los ambiciosos'.
¿Ya lo tienes? Bien, lo más seguro es que como la gran mayoría hayas contestado
en qué trabajas, si estas o no soltero, donde vives, cuantos años tienes…Muy
pocas personas asocian intereses diferentes a los laborales con su identidad, lo
cual indica que las identidades particulares de cada uno están estrechamente
vinculadas con sus trabajos.
Conozco a demasiada gente así y son la antítesis del carisma. Y lo peor es que no
se dan cuenta de lo sumamente aburridos que llegan a ser, sobre todo para las
chicas.
A no ser que tengas un trabajo que realmente ames y te proporcione una fuente
inagotable de anécdotas realmente divertidas a la gente le importa un pimiento el
cargo que tienes, lo que ganas y lo que te falta para poder pagarte el piso y
jubilarte, y más en estos tiempos de crisis económica.
Un niño puede afrontar el futuro con optimismo, pero ante todo un niño
disfruta del ahora haciendo lo que desea en este momento –al menos los
niños de mi generación pre-Internet, los de ahora lo dudo-.
Los críos tienen claro que una cosa muy distinta es la escuela (obligación) y otra
aquello que realmente les motiva y define (sus juegos, sus hobbys, aquello que
quieren hacer), pero después de décadas de lavado de cerebro nos hacen sentir
culpables por no ser “productivos”.
Así no es de extrañar que la gente adulta que por fuerzas mayores son despedidos
y pasan largas temporadas desempleados tengan un motivo de sufrimiento
adicional a la falta de dinero y seguridad: la falta de una identidad.
Sin embargo hay gente que ante estas crisis sale reforzada, gente que goza del
hecho de haberse liberado de años de esclavitud legal y empieza a pensar en si
misma, en conectar con sus sueños y a encauzar su vida a formas más creativas –
y divertidas-.
No me cabe duda que mucha gente está sufriendo, pero tampoco pierdo la
perspectiva de que muchas personas saldrán reforzadas y con nuevos objetivos
vitales. ¿Quién quieres ser tu?