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Parte de esta evolución es debida a la propia estructura del término. Se suele decir que
la AE es el componente valorativo del autoconcepto. Este último es definido en el
ámbito de la psicología cognitiva como el conocimiento y las creencias que el sujeto
tiene de sí mismo en todas las dimensiones y aspectos que lo configuran como persona.
Se trataría de este modo de una descripción supuestamente objetiva de la persona sobre
sí misma —mentira, ya que todos hacemos trampas al solitario— que daría lugar
posteriormente a una valoración emocional o etiqueta evaluativa, la AE.
Entrar en las razones por las cuales la AE colonizó todo Occidente nos llevaría
demasiado lejos. Sí que es importante observar cómo en la historia de las ideas
psicológicas tenemos que dar la razón a Marx cuando decía a quien quisiera escuchar
que los grandes sucesos históricos aparecían primero como tragedias y después como
farsas. El psicoanálisis freudiano es profundamente trágico, hijo de una época en la que
el imperialismo de la razón daba sus últimos coletazos. Definió un sujeto-héroe clásico
rehén de un destino inconsciente. A caballo entre Edipo y Narciso. Freud nunca
pretendió otra cosa que ser un científico natural, aunque a veces pueda parecer lo
contrario. La tragedia fue iluminar los aspectos inconscientes de la mente y la
resistencia feroz que ello generó en cuanto que supuestamente devaluaba la ratio y al
ser humano. Hubo enfrentamientos teóricos fabulosos, traiciones, herejías. Pero la
polémica acabó amainando y la sociedad hizo un pacto de silencio con los
descubrimientos psicoanalíticos. Se pasó del rechazo furibundo de lo reprimido
inconsciente a asumir que el nuevo sujeto occidental debía ser un sujeto liberado,
emancipado, empoderado. He aquí la farsa, no en el sentido de engaño sino en el de
comedia. Este proceso de conversión fue fantásticamente descrito por Adam Curtis en
su documental El siglo del Yo.
Todo lo anterior no es más que uno de los factores que dan cuenta de esta
transformación del sujeto, de la represión a la liberación prácticamente sin solución de
continuidad. Maslow y su simplista jerarquización de las necesidades humanas dio el
espaldarazo definitivo a la autoestima. La situó del lado de la autorrealización y siempre
por encima de la necesidad de aceptación social, de seguridad y de las necesidades
fisiológicas. A día de hoy ya se ha rechazado esta visión teocrática y cartesiana de las
necesidades humanas, pero no es menos cierto que sigue marcando la mentalidad actual.
Maslow y Rogers comenzaron a difundir la aceptación incondicional del cliente-
paciente. Se asumía que los problemas psicológicos se derivaban del sentimiento de
autodesprecio e indignidad, lo cual habría que erradicar mediante respeto, estimación y
amor hacia el cliente. Imposible oponerse a esto, ¿verdad?
Fotografía: CC0.
De este modo se sentaron las bases para la explosión de la autoestima, que tuvo lugar en
los años ochenta. De forma muy progresiva, los otros significativos en la vida de cada
uno fueron desalojados. Mejor dicho, podían permanecer mientras fueran meros
espectadores que estuvieran de acuerdo con la valoración que el sujeto hacía de sí
mismo. Si la valoración de los otros significativos no encajaba con la del sujeto, dichas
personas eran expulsadas porque entorpecían el desarrollo de una alta autoestima. Se
dejó atrás un ideal de salud en el que la persona se acepta tal y como es, la verdadera
autoestima. Y se evolucionó a un ideal de persona-compendio de cualidades positivas,
que excluía cualquier negatividad o limitación. El empresario de sí mismo. Es por esto
que Han comenta que hoy mucha gente ya no busca en sí mismo pecados sino
pensamientos negativos. La valoración de sí mismo perdió todo rigor para convertirse
en un cajón de sastre donde meter todo aquello que supuestamente impulsa al sujeto.
Nada de autoaceptación, ¿qué tienen que ver mis relaciones con si yo me quiero o no?
Había que jugar a la ruleta. O tienes una alta autoestima o eres un perdedor. Uno de los
personajes que mejor ha encarnado esta lógica endiablada es el de Jake Gyllenhaal en
Nightcrawler, quien navegaba continuamente entre esos dos extremos, pero siempre
desde el rechazo frontal al otro-competidor-enemigo.
Evidentemente hay una intención positiva en tales manuales y pautas pedagógicas. Pero
esa forma de ver la realidad puede llegar a suponer una auténtica cárcel mental en tanto
que «la respuesta que una persona da en las diferentes situaciones de su vida depende de
lo que piense de sí misma […] nuestra manera de relacionarnos, el modo en que nos
enfrentamos a las nuevas situaciones y estímulos, incluso nuestra apariencia externa…
todo llevará el sello de ese juicio». ¡Vaya presión hacia el sujeto! Tú eres el responsable
de tu suerte, porque tú eres el responsable de tu autoestima y si te va mal en la vida, es
que tú no te quieres lo suficiente. Mensaje repetido de forma compulsiva en los últimos
años como todo el mundo sabe, especialmente en los manuales de autoayuda más
chuscos. He ahí los efectos de extirpar el vínculo inconsciente con los otros y asimilar
sujeto=conciencia. En otro manual para educadores se considera que «la autoestima es
una experiencia íntima que habita en mi interior: es lo que yo pienso y siento respecto a
mí mismo, no lo que otra persona siente y piensa respecto a mí». De ahí a la
consideración del otro como enemigo y amenaza a mi autoestima hay solamente un
paso. Para ser honesto, en estos manuales se intenta siempre considerar la dignidad de
las personas, pero no es menos cierto que se abusa de fomentar la adquisición de
identidad a toda costa, lo cual siempre tiene lugar por exclusión de los demás. No hay
nunca definición e identidad sin descarte de otros elementos. ¿Por qué hay que tener tan
claro quién es uno? ¿Alguien me puede decir qué aporta eso?
De este modo se dio vía libre al refuerzo de la autoestima, que saltó desde la psicología
a la pedagogía y de ahí a la calle. Si hay problemas, son de falta de amor propio y
demasiada sumisión a la valoración de los demás. Independencia a toda costa. O el
vínculo con los amigos y demás familiares ayuda a construir una alta autoestima o debe
ser erradicado porque lastra al niño. ¿Y dónde encaja el humor en todo eso? O el humor
es solamente positivo o también sobra. Todos los compañeros del colegio nos poníamos
motes, nos reíamos un poco del profesor que se atoraba con la informática,
calentábamos la punta del boli Bic rayándolo a saco contra la mesa para después quemar
al compañero de al lado, dibujábamos barbaridades sexuales en el libro del compañero
que se tenía que levantar a escribir en la pizarra… Yo no sé si eso fomentaba mi
autoestima… pero desde luego me hacía sentirme vivo y conectado, amén de
descojonarme. «La autoestima es de nosotros, reside en nosotros y se refiere a
nosotros». ¡Toma ya! Básicamente los demás no pintan nada, excepto para ver el
espectáculo. El lazo con los demás se convierte en irrelevante porque nunca es
utilitarista, si es genuino. El puro placer de sentirte conectado con otra persona, de
conversar por conversar, de reírte con y de alguien, de hacer el payaso, de soltar una
maldad, de disfrutar haciendo el amor, de lograr quedarte en silencio con un amigo sin
comerte la cabeza, de olvidarte de ti un rato cuando se está en grupo… todo se puede
llegar a convertir en amenazas a la autoestima. ¿Por qué? Porque son actividades que
nos vinculan, que nos amarran al otro en el buen sentido y que… nos ponen a su
merced. Alta autoestima ha sido convertido en sinónimo de no estar a merced de nadie.
A esto se refería Houellebecq con la Ampliación del campo de batalla.
Hay que prestar especial atención al hecho de que los teóricos de la autoestima la
consideran una respuesta afectiva a los pensamientos relacionados con el autoconcepto.
Nuevamente una falacia científica —la idea falsa de que la corteza cerebral controla
arriba-abajo los afectos y los procesos corporales— que ha sido refutada hace tiempo
desde diferentes disciplinas. O sea, los afectos de la persona son producto y nada más
de los pensamientos que ella tenga de sí misma. Pero la verdad es bastante diferente, de
modo que los afectos están muy relacionados con las expectativas y las pretensiones que
tenemos hacia alguien. Pero nuevamente esto no ha llegado a los reforzadores de la
autoestima… si el niño está triste, es que no se quiere lo suficiente, ergo hay que insistir
en la autoestima y apartar relaciones tóxicas que perturben este proceso.
Volviendo a la carga negativa de la AE, es fácil ver los efectos destructivos que está
teniendo en las familias. Como decíamos antes, se ha convertido en uno de los
principales legitimadores de las relaciones de exclusividad total. Se puede dar la
matraca al niño o niña sin freno porque lo hacemos por su autoestima, ahora los padres
pueden presentarse ante los hijos como todo amor. Contra lo que se pueda pensar y los
diagnósticos apocalípticos tertuliano-cuñadistas, la familia nunca ha tenido antes el
poder casi ilimitado del que goza hoy en día. En otras épocas los padres se veían
obligados a compartir la crianza con otras instituciones: club social, otros padres,
ateneo, iglesia, bar del pueblo, club deportivo, etc. Esto no quiere decir que en aquellos
lugares todas las opiniones fueran acertadas, pero implicaban de facto un elemento más
con derecho a opinión. Un freno ante el atosigamiento familiar. De igual manera que
una pareja a veces se desangra en discusiones infinitas precisamente porque falta un
tercer elemento que pueda hacer de mediador y freno. Siempre nos cortamos un poco
cuando hay otro ojo mirando. Gran parte de las cansinas polémicas educativas tienen
que ver con que precisamente no se acepta la influencia emocional que puede tener un
profesor, al que se trata de reducir a un paria suministrador de pura información
cognitiva. Aceptar que el niño desarrolla un vínculo afectivo con él implica la idea de
compartir crianza y tolerar la no exclusividad, tolerar la presencia de un tercer foco.
Hoy en día esto se acepta… malamente. La AE ha propagado la idea de que nuestros
hijos deben ser extensiones nuestras, y punto. No deben tener otras identidades, nadie
más debe influir. El hecho de que el poder de la familia actual prácticamente sea
ilimitado en ese sentido —líbreme Dios de decir algo en contra del sacrosanto derecho
de las familias a la crianza completa— es uno de los factores que más daño está
haciendo en los vínculos familiares. No hay paradoja aquí. La asfixia —la
sobreprotección no existe, como me dijo otro maestro— es de tal calibre a veces que
ello dinamita los sanos vínculos familiares.
Los vínculos humanos se resisten a ser clasificados como únicamente positivos, pero lo
cierto es que, como animales sociales, necesitamos vínculos. Fomentar el ideal del
sujeto charltonhestoniano que solo confía en sí mismo, que ve todo vínculo como
sospechoso, que cree no necesitar nada de nadie es una barbarie, además de ser
anticientífico. Denigrar los vínculos humanos no es aislar al sujeto, es amputar al sujeto.
Que no nos extrañe entonces cuando el sujeto amputado, alienado, desvinculado, escoja
opciones políticas extremas. Son las únicas desgraciadamente que han puesto la
cuestión del vínculo en primer plano. De hecho, es la pura esencia del proyecto
populista. Como ya dijo Freud, se trata del hombre fuerte que dará amor a toda su gente
por igual, el que nos permitirá sentirnos hermanos otra vez. ¿Nos suena de algo
últimamente? Por supuesto son patrañas. Pero, como estamos viendo por la fuerza de
los hechos, las fantasías no dejan de tener fuerza. El resto de opciones políticas, desde la
socialdemocracia clásica hasta el liberalismo contemporáneo, han dejado desierto este
campo de juego, han escamoteado el debate convirtiendo al sujeto político en una pura
abstracción, un ente etéreo —perdón por la cacofonía— que sobrevuela las relaciones
humanas sin mojarse con nadie.
No existen cerebros ni mentes aislados, ni en la infancia ni en la edad adulta. Las
perturbaciones graves de los vínculos de apego en la infancia pueden llegar a alterar el
desarrollo estructural del cerebro. Hasta ese punto llega la importancia del vínculo. Es
fácil reconocer la motivación positiva que albergaban los teóricos de la AE, pero lo
cierto es que el omnipresente refuerzo de la AE ha degenerado en una parodia de alta
autoestima, capacitación y positividad. El desarrollo de una alta autoestima —de un
individuo que lo va a petar— se ha convertido en un fabuloso pretexto para dar carta
blanca a relaciones irrespirables en las que un tercero externo se convierte
sistemáticamente en el que viene a joder. ¿Cómo destacar la importancia del vínculo,
cómo salir de la dictadura de la positividad sin caer en el cinismo?
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S. Freud, «Psicología de las masas y análisis del yo», Obras Completas, Buenos
Aires, Amorrortu, 1921.