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Novela histórica

La novela histórica es un subgénero narrativo que se configuró en el romanticismo del siglo


XIX y que ha continuado desarrollándose con bastante éxito en los siglos XX y XXI. Utilizando
un argumento de ficción, como cualquier novela, tiene la característica de que este se sitúa en
un momento histórico concreto y los acontecimientos históricos reales suelen tener cierta
relevancia en el desarrollo del argumento. La presencia de datos históricos en la narración
puede tener mayor o menor grado de profundidad. También es habitual que este tipo de
novelas tengan como protagonista a un personaje histórico real o ficticio a través del cual se
desarrolla la ficción.

Características
Según György Lukács, toma por propósito principal ofrecer una visión verosímil de una época
histórica preferiblemente lejana, de forma que aparezca una cosmovisión realista e
incluso costumbrista de su sistema de valores y creencias. En este tipo de novelas han de
utilizarse hechos verídicos aunque los personajes principales sean inventados. Sus rasgos
serían siete:

 Sentido histórico
 Revitalización del pasado con una proyección pretendidamente realista
 Carácter popular, entendido como el reflejo de la realidad social y popular
 Preferencia por personajes cuya individualidad refleja un carácter medio o típico
 Aplicación al presente
 Incidencia del anacronismo que sea preciso
 Condición crítica constitutiva del género, toda vez que encierra un conflicto entre historia y
ficción, que conduce a una nueva forma de novela, la novela realista, encarnada según
Lukács en Honoré Balzac.
Al contrario que la pseudo novela histórica del siglo XVIII, de fin meramente moralizante, la
novela histórica exige del autor al mismo tiempo una gran preparación documental y erudita y
una cierta habilidad narrativa, ya que de dominar lo uno u otro ésta pasaría a ser otra cosa, o
bien historia novelada o bien una novela de aventuras históricas.
Si se trata de una novela de aventuras los hechos inventados predominan sobre la historia,
que es un mero telón de fondo o pretexto para la acción, como sucede, por ejemplo, en la
mayor parte de las novelas de Alexandre Dumas padre. Por el otro extremo también se llega a
desnaturalizar el género con lo que se llama historia novelada, pues en ella los hechos
históricos predominan claramente sobre los ficticios, que es lo que ocurre por ejemplo
con Hernán Pérez del Pulgar, el de las Hazañas, presunta novela histórica de Francisco
Martínez de la Rosa que da pábulo a disquisiciones del autor de forma que la historia se
convierte en sólo un pretexto para exponer teorías o documentos, allegándose a los géneros
de la biografía o el ensayo.
Evolución del género
Tras muchos precedentes anteriores, la novela histórica sólo llega a configurarse
definitivamente como género literario en el siglo XIX a través de la veintena de novelas del
erudito escocés Walter Scott (1771-1832) sobre la Edad Media inglesa, la primera de las
cuales fue Waverley (1814); en realidad, Scott, que fue un gran propagador del romanticismo
alemán en Inglaterra, se inspiraba en una autora alemana poco conocida, Benedikte
Naubert (1752-1819), que escribía narraciones históricas protagonizadas por personajes
secundarios, no héroes. Como señala Lukacs, Scott era un noble escocés empobrecido que
mitificó sus orígenes sociales como una especie de don Quijote de la Mancha, algo que no se
escapaba a las consideraciones del propio Scott. La novela histórica nace, pues, como
expresión artística del nacionalismo de los románticos y de su nostalgia ante los cambios
brutales en las costumbres y los valores que impone la transformación burguesa del mundo en
el trascendental momento del paso a la modernidad entre los siglos XVIII y XIX. El pasado se
configura así como una especie de refugio o evasión, pero, por otra parte, permite leer en sí
mismo una crítica a la historia del presente, por lo que es frecuente en las novelas históricas
encontrar una doble lectura o interpretación no sólo de una época pasada, sino de la época
actual.
Este género nuevo se separa claramente de la moralizante novela pseudohistórica del siglo
XVIII. Su propósito último, abiertamente moral y educativo, el hecho de que esté
protagonizada por héroes, su cosmovisión asentada en valores contemporáneos, su discutible
verosimilitud y su lenguaje, poco respetuoso con la época reflejada, impedían considerarlas
estrictamente novelas históricas, como por ejemplo Les incas (1777) de Jean-François
Marmontel, en Francia, o El Rodrigo (1793) del jesuita francoespañol Pedro de Montengón.
Por eso la melancólica fórmula literaria de Walter Scott alcanzó un éxito inmenso y su influjo
se extendió con el Romanticismo como uno de los autores y símbolos principales de la nueva
estética. Discípulos de Walter Scott fueron, en la propia Escocia, Robert Louis
Stevenson con La flecha negra, El señor de Ballantrae, Secuestrado o su segunda
parte, Catriona; escribió novela histórica el decadentista Walter Pater (Mario, el epicúreo) y
otros escritores del movimiento en Europa. En los Estados Unidos de Américadestaca otro
discípulo de Walter Scott, James Fenimore Cooper (1789-1851), quien escribió El último
mohicano en 1826 y continuó con otras novelas históricas sobre pioneros.
En España la primera novela histórica de molde scottiano fue Ramiro, Conde de
Lucena (1823) de Rafael Húmara y Salamanca, cuyo prólogo es un importante documento
sobre el género. Siguieron Jicotencal (1826), de Félix Mejía, mal atribuida a otros autores y
publicada en su exilio de Filadelfia, y, entre otras muchas, Ramón López Soler con Los
Bandos de Castilla (1830) y otras muchas, Sancho Saldaña o El Castellano de Cuéllar (1834)
de José de Espronceda, El doncel de Don Enrique el Doliente de Mariano José de Larra, El
señor de Bembibre (1844) de Enrique Gil y Carrasco y Francisco Navarro Villoslada con Doña
Blanca de Navarra (1846) y Amaya o los vascos en el siglo VIII (1877) entre muchos otros,
destacando en especial las 46 novelas históricas de Benito Pérez Galdós bajo el título general
de Episodios nacionales (1872-1912) y las 22 de Pío Baroja, ya en el siglo XX, bajo el
de Memorias de un hombre de acción (1913-1935).
En Francia, siguieron el ejemplo de Scott Alfred de Vigny (1797-1863), autor de la primera
novela histórica francesa, Cinq-mars (1826), y después Víctor Hugo Nuestra Señora de
París y Alexandre Dumas (padre) y sus colaboradores, a los que les importaba sobre todo la
amenidad de la narración en obras como Los tres mosqueteros. Posteriormente cultivaron el
género Gustave Flaubert (Salambó), las novelas históricas compuestas por Émile Erckmann y
Alexandre Chatrian, conocidos como Erckmann-Chatrian, y Anatole France (Thaïs, entre
otras).
En Italia surgió una auténtica obra maestra del género, I promessi sposi (o Los novios, editada
primeramente en 1823 y refundida después en dos entregas (1840 y 1842) por su mismo
autor, Alessandro Manzoni. En ella se narra la vida en Milán bajo la tiránica
dominación española durante el siglo XVII, aunque este argumento encubre una crítica de la
dominación austriaca sobre Italia en su época. Al español fue traducida prontamente por Félix
Enciso Castrillón y por Juan Nicasio Gallego. Se consagró especialmente al género Carlo
Varese entre muchos otros autores y se tradujeron además las obras de Cesare
Cantú y Massimo d'Azeglio y, ya en el siglo XX, hay que mencionar entre gran número de
autores a Umberto Eco, que hibrida los géneros de la novela filosófica, policíaca e histórica
en El nombre de la rosa y ejerce más estrictamente los cánones del género en su Baudolino.
También escribió notables novelas históricas Valerio Massimo Manfredi.
En Alemania existía ya una novela histórica barroca (Andreas Heinrich Buchholtz o Daniel
Caspar von Lohenstein) y, tras los importantes precursores que fueron Leonhard
Wächter(1762-1837) con obras como Sagen der Vorzeit, 1787, o Benedikte Naubert (1752-
1819), con otras tan populares como Walter de Montbarry y Thekla de Thurn, tenemos a sus
contemporáneos Ignaz Aurel Fessler o Feßler (Atila, rey de los hunos, 1794) y August Gottlieb
Meissner o Meißer (Espartaco, 1792), por no hablar de Kotzebue (Ildegerte, 1778)
o Wieland (Der goldene Spiegel, 1772). Las más exitosas y leídas fueron Der Jesuit de Carl
Spindler y Agathocles, de Caroline Pichler. La filosofía de la historia de Herder, para quien la
Historia debe constituir la estética y la ciencia, inspiró el Goetz von
Berlichingen de Goethe (1773) y más tarde la filosofía historicista de Hegel. Fue sin
embargo Achim von Arnim(1781-1831) el que primero consiguió unir plenamente ficción e
historia creando la primera novela histórica alemana moderna en Die Kronenwächter (1817);
las de Willibald Alexisexpresan el nacionalismo prusiano del romanticismo; hay que mencionar
asimismo el Lichtenstein de Wilhelm Hauff, las obras de Ludwig Tieck y especialmente
a Theodor Fontane, quien escribió su monumental Antes de la tormenta (1878). El Das
Odfeld ya pertenece al realista Wilhelm Raabe (1888). En el siglo XX el género se adapta a las
innovaciones narrativas en la obra de Alfred Döblin y el judeoalemán Lion Feuchtwanger, y se
consolida en la novela histórica del exilio, obra de autores tan destacados
como Heinrich y Thomas Mann, Bertolt Brecht, Ernst Broch o Hermann Kesten, como
respuesta a la ideología nazi. En la Bélgica flamenca, la novela histórica de Hendrik
Conscience (1812-1883) El león de Flandes (1838) fue fundamental para reactivar una lengua
que había caído en la diglosia respecto al francés, y siguió casi medio centenar más del
mismo autor.
En Rusia, otro discípulo de Scott, el romántico Aleksandr Pushkin compuso notables novelas
históricas en verso y la más ortodoxa La hija del capitán (1836). Allí se escribió también otra
cima del género, la monumental Guerra y paz de León o Lev Tolstói (1828-1910), epopeya de
dos emperadores, Napoleón y Alejandro, donde aparecen estrechamente entrelazados los
grandes epifenómenos históricos y la intrahistoria cotidiana de cientos de personajes. El
simbolista Dmitri Merezhkovski (1861-1945), por otra parte, indagó en los orígenes conflictivos
del Cristianismo en La muerte de los dioses (1896), sobre el emperador Juliano el Apóstata.
En Polonia la novela histórica fue un género muy popular; lo cultivó en el Romanticismo Józef
Ignacy Kraszewski y después Aleksander Glowacki (Faraón, en 1897), aunque sobre todo se
conoce internacionalmente al premio Nobel Henryk Sienkiewicz, quien compuso una trilogía
sobre el siglo XVII formada por A sangre y fuego (1884) El diluvio (1886) y El señor
Wolodyjowski (1888). Continuó luego con Los caballeros teutones (1900), ambientada en
el siglo XV, y con la algo anterior y considerada su obra maestra, Quo vadis? (1896) en que se
evocan los comienzos del cristianismo en la Roma pagana y la primera persecución del
Cristianismo, desatada por el emperador Nerón.
Los escritores del Realismo no se dejaron influir por el origen romántico del género y lo
utilizaron sobre todo buscando el pasado temprano para explicar, documentar o de algún
modo reflejar el presente. Destacan Charles Dickens con Barnaby Rudge (1841) o Historia de
dos ciudades (1859), esta última sobre la Revolución Francesa y sus repercusiones en París y
Londres. También lo ejercieron Gustave Flaubert (Salambô, 1862, sobre Cartago) o Benito
Pérez Galdós con un ciclo de 47 novelas históricas que denominó Episodios nacionales y
abarcan casi toda la historia reciente del siglo XIX español.
En el siglo XX el éxito de la novela histórica se prolongó. Sintieron predilección por el género
escritores como el finés Mika Waltari (Sinuhé, el egipcio o Marco, el romano); Robert Graves,
(Yo, Claudio, Claudio, el dios, y su esposa Mesalina, Belisario, Rey Jesús...); Winston
Graham, quien compuso una docena de novelas sobre Cornualles a finales del siglo
XVIII; Marguerite Yourcenar (Memorias de Adriano); Noah Gordon, (El último judío); Naguib
Mahfouz (Ajenatón el hereje), Umberto Eco (El nombre de la rosa, Baudolino), Valerio
Massimo Manfredi, los españoles Juan Eslava Galán y Arturo Pérez-Reverte y muchos otros
que han cultivado el género de forma más ocasional.
Puede hablarse asimismo de una novela histórica hispanoamericana que —con los
precedentes de Enrique Rodríguez Larreta (La gloria de don Ramiro, 1908) y
el argentinoManuel Gálvez— se halla representada por el cubano Alejo Carpentier (El siglo de
las luces o El reino de este mundo, entre otras), el argentino Manuel Mujica
Lainez con Bomarzo, El unicornio y El escarabajo, el colombiano Gabriel García Márquez (El
general en su laberinto, acerca de Simón Bolívar), el peruano-español Mario Vargas Llosa (El
paraíso en la otra esquina, sobre la escritora peruana del siglo XIX Flora Tristán),
la chilena Isabel Allende (La casa de los espíritus, sobre el golpe de estado del
general Augusto Pinochet), los puertorriqueños Luis López Nieves El corazón de
Voltaire y Mayra Santos-Febres Nuestra Señora de la Noche, etc.
Una clase particular de obras dentro de la novela histórica hispanoamericana la constituye
la novela de dictadores, inspirada por el precedente de Tirano Banderas del escritor gallego de
la generación del 98 Ramón María del Valle-Inclán. Abre el grupo El señor presidente, del
premio Nobel guatemalteco Miguel Ángel Asturias, y los siguen El otoño del patriarca,
de Gabriel García Márquez, Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos (sobre el dictador
paraguayo Gaspar Rodríguez de Francia), La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa (sobre el
dictador de la República Dominicana Rafael Leónidas Trujillo) y la del escritor mexico-
guatemalteco Óscar René Cruz O. El presidente olvidado. Rafael Carrera(2009).
La novela histórica en España e Hispanoamérica[editar]
Más allá del precursor del siglo XV Pedro de Corral, y frustrado por la muerte el deseo
de Miguel de Cervantes de escribir una novela histórica sobre Bernardo del Carpio, hay que
consignar las novelas pseudohistóricas de intención didáctica y moral de Pedro de
Montengón (1745-1824), El Rodrigo (acerca de la pérdida de España por los visigodos)
y Eudoxia; así pues, la primera novela histórica escrita en español fue la escrita por Rafael
Húmara, Ramiro, conde de Lucena publicada en París en 1823, provista de un importante
prólogo sobre el género.
En América la primera novela histórica publicada en castellano fue la anónima publicada
en Filadelfia en 1826, Jicotencal, sobre la sujeción de Tlaxcala por Hernán Cortés para
conquistar a los aztecas. Esta obra ha sido atribuida a los cubanos Félix Varela y José María
de Heredia y hasta ha sido atribuida a un triunvirato de exiliados hispanoamericanos en el que
Heredia habría redactado el texto original, el ecuatoriano Vicente Rocafuerte lo revisó y Varela
lo entregó para su publicación, pero en la actualidad ya parece definitivamente atribuida al
periodista liberal español Félix Mejía.
Existía una novela histórica un poco anterior escrita en inglés por españoles
emigrados: Vargas (1822), atribuida a José María Blanco White; Don Esteban y Sandoval or
the Freemason (ambas de 1826), de Valentín Llanos; o Gómez Arias or the Moors of the
Alpujarras (1826) y The Castilian (1829) de Telesforo de Trueba y Cossío.
Mucho más recordadas son las aportaciones de Mariano José de Larra (1809-1837, El doncel
don Enrique el Doliente) y José de Espronceda (1808-1842, Sancho Saldaña o el castellano
de Cuéllar). Con El señor de Bembibre (1844), de Enrique Gil y Carrasco, donde se narran los
amores de Álvaro y Beatriz sobre el telón de fondo de la extinción de la Orden del Temple, se
recrea un mundo onírico y legendario. Amaya o Los vascos en el siglo VIII, del escritor
carlista Francisco Navarro Villoslada obedece igualmente a un nacionalismo típicamente
romántico, mientras que las obras anteriores obedecen más bien a la nostalgia burguesa por
la desaparición del pasado, vinculable al nacimiento de otros géneros del Romanticismo como
el artículo de costumbres. Entre los autores que la cultivaron figuran Ramón López
Soler (1806-1836), Estanislao de Kotska Vayo, Francisco Martínez de la Rosa, Serafín
Estébanez Calderón, José Somoza, Eugenio de Ochoa, José María de Andueza, Antonio
Cánovas del Castillo, José García de Villalta, Patricio de la Escosura, Juan de Dios
Mora, Benito Vicetto, Juan Cortada, Víctor Balaguer, Salvador García Bahamonde...
Sin embargo, la novela histórica más popular fue la escrita por entregas por el fecundo
literato Manuel Fernández y González (1821-1888), quien, a caballo entre el Romanticismo y
el Realismo, se hizo famoso por obras consagradas a un público más amante del
sensacionalismo como El cocinero de Su Majestad, La muerte de Cisneros o Miguel de
Mañara.
El novelista del Realismo Luis Coloma sintió una especial inclinación al género, al cual ofreció
las obras Pequeñeces (1891), sobre la sociedad madrileña de la Restauración, Retratos de
antaño (1895), La reina mártir (1902), El marqués de Mora (1903) y Jeromín (1909), esta
última sobre don Juan de Austria.
La cima indudable de la novela histórica española la representa una larga serie de 46 novelas,
los Episodios nacionales (1872-1912) del novelista del Realismo Benito Pérez Galdós, que
cubren gran parte del siglo XIX extendiéndose desde la Batalla de Trafalgar y la Guerra de la
Independencia española hasta la Restauración y ofrecen una versión didáctica de la historia
de España de ese siglo contraponiendo personajes liberales y reaccionarios.
Un periodo casi semejante, pero que hace mayor hincapié en las luchas entre liberales
y carlistas y contemplado desde un punto de vista más sombrío y pesimista, es el cubierto por
las Memorias de un hombre de acción de Pío Baroja, centradas en la trayectoria de un
antepasado suyo, el aventurero y conspirador liberal Eugenio de Aviraneta. Entre 1913 y 1935
aparecieron los veintidós volúmenes de que consta, reflejando los acontecimientos más
importantes de la historia española del siglo XIX, desde la Guerra de la Independencia hasta
la regencia de María Cristina, pasando por el turbulento reinado de Fernando VII. Entre ambos
hay que mencionar también la que según el gran crítico Julio Cejador es la novela histórica
"más clásica en fondo y forma que se ha escrito en España y puede pasearse con las mejores
de fuera de ella", Syncerasto, el parásito, novela de costumbres romanas (1908), de Eduardo
Barriobero.1 También hay que mencionar Sónnica, la cortesana (1901), de Vicente Blasco
Ibáñez.
Ramón María del Valle-Inclán se aproximó al género a través de dos trilogías: La guerra
carlista, compuesta por Los cruzados de la causa (1908), El resplandor de la hoguera(1909)
y Gerifaltes de antaño (1909). Sobre el reinado de su aborrecida reina Isabel II compuso una
segunda trilogía, El ruedo ibérico, formada por La corte de los milagros (1927), Viva mi
dueño (1928) y Baza de espadas, que apareció póstuma.
Durante el régimen franquista la novela histórica española se limitó de forma casi
monomaniaca al tema de la Guerra civil española. Quizá la mejor de estas obras por lo que
toca al bando de los vencedores sea la de Agustín de Foxá, Madrid, de corte a checa, aunque
fue más popular José María Gironella con su trilogía Los cipreses creen en Dios, Un millón de
muertos y Ha estallado la paz, entre otras obras, donde examina la contienda a través de las
vicisitudes en ella de una familia, los Alvear. Este tema fue obsesivo incluso entre los
escritores exiliados (Ramón J. Sender, con su gran enealogía Crónica del alba, inspirada en
sus propios recuerdos, pero que solo aborda la Guerra Civil en las últimas tres novelas.
Ambientó también en la Guerra Civil sus obras maestras Réquiem por un campesino
español y Los siete libros de Ariadna y cultivó también asiduamente la novela histórica sobre
asunto más lejano en el tiempo (Mister Witt en el cantón, Bizancio, La aventura equinoccial de
Lope de Aguirre, El bandido adolescente etc.) Arturo Barea cultiva una prosa llena de fuerza y
amenidad en su trilogía La forja de un rebelde, formadas por tres novelas que se desarrollan
durante la infancia del autor en Madrid antes de la Guerra Civil, la Guerra de Marruecos y la
Guerra Civil; Max Aub con las seis novelas del ciclo El laberinto mágico: Campo
cerrado (1943), Campo de sangre, (1945), Campo abierto, (1951), Campo del
moro (1963), Campo francés (1965) y Campo de los almendros (1968), o Manuel Andújar, con
su trilogía Vísperas y Lares y penares). Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March,
publicaron varios Episodios Nacionales Contemporáneos, siguiendo la idea de Pérez Galdós y
centrándose en el primer tercio del siglo XX. Sin embargo, fuera de esta temática, la
posguerra española ofreció un testimonio excepcional de novela histórica sobre
el mestizaje de españoles e indios en El corazón de piedra verde (1942) de Salvador de
Madariaga.
La restauración democrática supuso una revitalización del género, que se enriqueció con una
temática más diversa. Iniciaron esta corriente autores como Jesús Fernández
Santoscon Extramuros (1978) o Cabrera, sobre los prisioneros franceses de la Guerra de la
Independencia o El griego, sobre el famoso pintor cretense afincado en Toledo Doménikos
Theotokópulos "El Greco", o como José Esteban, que en El himno de Riego (1984) refleja las
meditaciones del autor de la revolución española de 1820, Rafael del Riego, horas antes de
ser ejecutado y en La España peregrina (1988) escribe el diario del general José María de
Torrijos y pasa revista a los otros emigrados liberales españoles en Londres bajo el punto de
vista de José María Blanco White.
José María Merino, por otra parte, escribió una trilogía de novelas históricas destinadas al
público juvenil entre los años 1986 y 1989 formada por El oro de los sueños, La tierra del
tiempo perdido y Las lágrimas del sol, en que desarrolla la historia del adolescente mestizo
Miguel Villacel Yölotl, hijo de un compañero de Cortés y una india mexicana. Posteriormente,
algunos autores se consagraron especialmente al género, como Juan Eslava Galán, Terenci
Moix, Arturo Pérez-Reverte, Antonio Gala o Francisco Umbral. La aportación de Fernando
Savater fue una novela epistolar sobre una de sus aficiones, Voltaire, titulada El jardín de las
dudas. Incluso autores más veteranos echaron su cuarto a espadas, como Miguel Delibes,
que se acercó a la Inquisición y al protestantismo español en el siglo XVI con la novela El
hereje, o Gonzalo Torrente Ballester, que con Crónica del rey pasmado ofreció una visión
humorística de la España del joven rey Felipe IV. El historiador Santiago Castellanos sería otro
exponente de la novela histórica, especializándose en lo referente al Imperio romano,
destacando las novelas Martyrium: El ocaso de Roma, de 2012, y Barbarus. La conquista de
Roma, de 2015.

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