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El trabajo y la hipocresía de los gobiernos

(y la pasividad de muchos argentinos)

(A raíz de un pedido que me hizo un periodista amigo, que tuvo que sufrirme
como profe en la carrera de Comunicación Social, donde me envía un audio
con palabras del actual Presidente de la Nación para que exprese mi opinión
sobre el tema, me surgen algunas ideas que dan lugar al siguiente texto.
Bienvenidas las críticas)

Dijo el Presidente Macri “que cada uno debe cobrar lo que corresponde,
y nadie puede pretender cobrar más de lo que vale su trabajo, porque
deja a cientos de miles de argentinos sin trabajo”.

Sin duda una gran verdad. No sólo pensando desde el sentido común, sino
también buscando las respuestas que dieron grandes teóricos de la
economía. Una verdad que ya la señalaban los iniciadores de la economía
política como ciencia, Adam Smith y David Ricardo, cuando buscaban
respuestas a la pregunta acerca de dónde se generaba la riqueza. No
dudaban en asignar al trabajo la fuente generadora de la misma, “el origen
de la riqueza de las naciones”.

Lo mismo opinaba Carlos Marx, que tomó de sus antecesores esa enseñanza,
pero fue mucho más allá al explicar que efectivamente eran los
trabajadores los que creaban riqueza con su esfuerzo, sólo que luego no
recibían la totalidad de la nueva riqueza por ellos generada, sino que una
parte se la quedaba el capitalista. Y para éstos, el salario (que es la
retribución al trabajador) constituye un costo que debe reducirse.

Más recientemente, aparecen aportes teóricos desde la economía feminista


que explican que quienes más han trabajado en este sistema social, sin
recibir compensación ni salario alguno, pero que son la base de sustentación
de la vida en sociedad, son las mujeres en el hogar, aporte indispensable
para el sostén de la vida. Sin ese trabajo no habría sociedad ni capitalismo,
sin embargo el sistema no lo retribuye.
Ahora bien, lo que dice el presidente sobre el trabajo: ¿guarda alguna
relación con lo que hace realmente en su gestión? ¿Se puede decir que cada
trabajador recibe lo que vale su trabajo? ¿Se puede asegurar que los que
más trabajan y aportan al sostén de la sociedad, reciben lo que merecen?
¿Se puede afirmar que los especuladores y parásitos que no realizan ningún
aporte ni esfuerzo que beneficie al conjunto son relegados en sus ingresos?

¿Quiénes ganan más en la Argentina: los trabajadores activos,


cuentapropistas, docentes, pequeños productores, trabajadores pasivos
(jubilados), amas de casa, enfermeros y médicos en los hospitales públicos,
empresarios pymes, etc; o los dueños de las grandes corporaciones
monopólicas, los grandes terratenientes y los especuladores multimillonarios
que no hacen ni un mínimo esfuerzo que justifique ingreso alguno?

En el orden social capitalista, la distribución de los ingresos que se generan


socialmente con el trabajo, se realiza a través del mercado. El sistema de
precios determina lo que le corresponde a cada uno: si yo ofrezco un bien o
un servicio, dinero o fuerza de trabajo, eso tiene su precio, y lo que recibo
es un pedazo de la gran torta. Pero según el poder de negociación o
imposición que tenga cada oferente, será el precio o pedazo de la torta que
le toque. Y en ese sentido, siempre existen diferencias de origen que llevan
a que algunos se apropien de una porción mayor, al margen de que trabaje o
no, o que trabaje más o menos.

En el mercado se realiza esta distribución primaria de la riqueza, que tiende


a ser crecientemente desigual. Pero también el Estado, con sus diversas
políticas, puede incidir generando una redistribución del ingreso, que sería
deseable que procure una menor desigual. Sin embargo, no siempre actúa en
ese sentido, sino que depende de qué sectores gobiernan y a qué intereses
defiende la gestión política.

Si analizamos las medidas que ha tomado el presidente desde que asumió


en diciembre de 2015, se puede ver claramente que camina en un sentido
inverso a la afirmación que citamos al comienzo. Ha aplicado políticas donde
transfiere rentas fabulosas a los sectores más privilegiados y parasitarios
de la sociedad (que nunca trabajaron en su vida), y por otro lado quita
recursos y derechos legítimos a los trabajadores activos y pasivos.
Es decir que las grandes corporaciones, que son mayoritariamente
extranjeras, que dominan los diferentes mercados de la Argentina no sólo
se apropian de la mayor parte del excedente generado por los trabajadores,
sino que la política oficial en lugar de redistribuir a favor de los verdaderos
gestores de la riqueza, toma medidas para beneficiar aun más a los más
poderosos.

Así, por ejemplo, vino disponiendo desde el comienzo de su gestión rebajas


de impuestos a los grandes pulpos exportadores, o perdonando deudas
tributarias de las empresas distribuidoras de energía por casi 20 mil
millones de pesos (continuando luego con más beneficios y la reducción de
los aportes patronales), sino también estableciendo precios subsidiados para
las petroleras y gasíferas, entre otras cosas, que sacan los recursos que nos
pertenecen a todos los argentinos con costos bajísimos pero lo cobran a
valores en dólares por montos astronómicos a toda la sociedad.

Más grave aún la política de pagar a los especuladores usureros tasas de


interés del 50 al 75% anual (es decir que cobran sin hacer nada, rentas
que no gana nadie en todo el planeta) y casi ni pagan impuestos; mientras por
otro lado cobra a todos los argentinos tributos indirectos cuando consumen,
que implican tasas que llegan hasta el 40% del precio final (que muchos ni se
enteran porque no figuran discriminados en la factura).

Además le ha quitado recursos y beneficios que les corresponden


legítimamente a jubilados y pensionados que trabajaron y aportaron
durante toda su vida (y que no ganan para cubrir ni la mitad de la canasta de
pobreza de la tercera edad), pero les garantiza como contrapartida
tarifas impagables a las prestadoras del servicio de gas y electricidad,
donde los dueños amigos del poder se enriquecen y pagan salarios de miseria
a sus trabajadores.

Quizás como la frutilla de la crema que deja al desnudo sus verdaderas


intenciones, el presidente busca de manera ilegal y corrupta perdonar a
la empresa de su padre del pago de más de 70 mil millones de pesos que
debe al fisco; pero no perdona a ningún trabajador dependiente o
cuentapropistas ni un centavo del pago de los tributos abusivos con los que
vienen masacrando a los que realmente trabajan y producen.
Con esta política de regalar recursos que son de todos los argentinos a
un puñado de corporaciones y usureros por cifras fabulosas, que luego
se la llevan en dólares al exterior provocando endeudamiento público,
devaluación del peso e inflación récord; ha generado recesión, cierres
masivos de PYMES y creciente desempleo que afecta a millones de
trabajadores y sus familias.

Es decir que para los que trabajan y trabajaron durante toda su vida:
salarios de hambre, desempleo y haberes miserables. Para los parásitos
especuladores, monopolios y corporaciones: rentas y ganancias
extraordinarias a costa del erario público y del bienestar de todos los
argentinos.

Así como alguna vez Macri prometió en campaña electoral que si llegaba a
ser Presidente eliminaría el cobro del impuesto a las ganancias a los
trabajadores, ya que no correspondía que lo pagaran (y en la realidad pasó a
gravar a una mayor cantidad de trabajadores con un tributo que deberían
pagar sólo los propietarios del capital por sus ganancias), ahora afirma que
cada uno debe cobrar sólo lo que vale su trabajo.

Paradójicamente, en la realidad hace todo lo contrario de lo que dice. Y


por hacer lo que dice que no se debe hacer, el presidente está conduciendo
el país al abismo, dejando tierra arrasada y una sociedad sin futuro.

Está claro que el discurso para la gilada está a años luz del rumbo de las
políticas aplicadas. Relatos hipócritas y perversos que no son nada originales
en gobiernos que tenemos y hemos tenido y sufrido los argentinos en las
últimas décadas. Se aprovechan de una sociedad pacífica y que en parte
peca de pasividad extrema, frente al saqueo y la corrupción.

¿No será el momento de dejar de ser meros espectadores, que


contemplan pasivamente cómo perdemos el presente y el futuro ante la
voracidad sin límites de las corporaciones y el gran capital usurario, y la
complicidad repudiable de la casta de políticos que les sirven de manera
obsecuente?
¿No será el tiempo que dejemos de creer en los cuentos fantásticos de
los relatos mentirosos de los gobiernos de turno, que nos hacen elegir los
poderosos para que creamos que van a defender los intereses del conjunto?

¿No será hora de que de una vez por todas comprendamos que nadie
nos va a regalar nada, si no nos decidimos a resistir activamente las
políticas de entrega, depredación y corrupción, y a actuar con la mayor
participación, compromiso y conducta democrática para construir otros
mundos, más humanos, equitativos, solidarios y sustentables?

Tenemos mucho por ganar o mucho por perder. De lo que hagamos todos y
cada uno de nosotros depende el futuro que tendremos. Pero no alcanza con
la resignación o la mera crítica. Tampoco con la inocente creencia que
poniendo el voto cada cuatro años vamos a tener alguna solución.

Hay que actuar hoy, para crear un mañana mejor. Por todos nosotros, por los
millones de pobres y hambrientos en uno de los territorios más ricos del
planeta, y por las generaciones que vienen, que merecen un país mejor para
vivir dignamente.

Luis Lafferriere (*) 20-28-2018

(*) Contador, Docente universitario, Director Programa de extensión “Por una nueva
economía, humana y sustentable” (carrera de Comunicación Social – UNER), miembro de
la Junta Abya Yala por los Pueblos Libres (JAPL) y del Frente de Lucha por la Soberanía
Alimentaria Argentina (FLSAA).

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