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© 2001 Ediciones del Instituto

Es una publiación del Instituto de Estudios Comparados


en Ciencias Penales y Sociales -INECIP-
Talcahuano 256,1° piso, (1013) Ciudad de Buenos Aires
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Hecho el depósito de ley 11.723


ISBN 987-98793-0-9
Las Fichas
para el trabajo
universitario del
INECIP.
Este proyecto se encuentra enmarcado dentro del Área de
Ediciones del Instituto, y su objetivo primordial es dar a
conocer aquellos debates y artículos que han resultado
paradigmáticos para el desarrollo y la comprensión de un
determinado tema, a fin de que tanto estudiantes como
profesores puedan acceder fácilmente a ellos y puedan, a su
vez, incluirlos en sus planes de estudio, l^s Fichas contienen,
además de un artículo central, una guía bibliográfica referida
al problema que tratan, así como una serie de preguntas
pedagógicas, para ayudar al lector a autoevaluar sus
conocimientos respecto del tema en cuestión.

Las fichas han sido organizadas en series temáticas: Filosofía


del Derecho, Derecho Penal, Derecho Procesal Penal,
Administración de Justicia, Estudios sobre Democracia, y
otras. Asimismo, son coleccionablcs, por lo que cada serie
se va conformando en una guía básica de consulta respecto
de cada tema en particular.

Desde ya, estamos abiertos a cualquier comentario o


sugerencia puesto que, como anticipáramos anteriormente,
uno de los objetivos de este proyecto es favorecer la
circulación de la información, creando para esto un
instrumento eficaz y funcional.

Debate Zaffaroni-Nino:

El debate que aquí reproducimos se produjo entre el Dr.


Carlos Santiago Niño y el Dr. Eugenio Raúl Zaffaroni, como
consecuencia de la publicación del libro de este último, "En
busca de las penas perdidas ” (Ediar, 1989), y fue sostenido
durante varios números en la Revista No Hay Derecho (Nros.
4 al 7, Buenos Aires, 1988 -1995).
Se trata de una discusión acerca de las llamadas Teorías de la
Pena e involucra, por lo tanto, aspectos referidos a la función
que debe cumplir y que de hecho cumple el Derecho Penal
contemporáneo. Es, quizás, el debate más interesante que se
haya producido en la Argentina en torno a este lema en los
últimos años.
Por esa razón hemos decidido reeditarlo iniciando esta serie,
ya que su lectura promueve a la reflexión sobre los cimientos
del Derecho Penal.
3
La lucha por la legalidad - La Sociedad
Fragmentada.
Esta ficha reúne dos artículos del Dr Alberto M. Binder,
inaugurando la serie temática de Estudios sobre Democracia
de este catálogo.
“El desarrollo y la profundización de la democracia en el
contexto de sociedades desiguales que excluyen de la vida
económica y política a millones de personas, requieren un
renovado entusiasmo por la legalidad. Para ello se debe volver
a construir un discurso y una práctica comprometida y
audaz. Radicalizar la lucha por la legalidad y reconocer que
los sistemas judiciales son nuevos espacios de I ucha política
son los primeros pasos para que el imperio de la ley se
vuelva un objetivo y un proyecto político que pueda
entusiasmar a las nuevas generaciones latinoamericanas.”
(fragmento extraído de “La lucha por la legalidad")

4
ENTRE LA DEMOCRACIA Y LA
EXCLUSIÓN: LA LUCHA POR LA
LEGALIDAD EN UNA SOCIEDAD
DESIGUAL*

I. LAS BUENAS RAZONES PARA NO CONFIAR


EN LA LEY Y EN LOS SISTEMAS JUDICIALES

No es fácil creer en la ley en América Latina. No es fácil


hacerlo cuando ella convive tranquila-y a veces sin inmutarse
siquiera- con situaciones de desigualdad, exclusión y pobreza
que poco tienen que ver con la igualdad, la libertad y la
dignidad de los seres humanos y menos aún con la pretensión
de generalidad de la ley. Más difícil todavía es argumentar a
favor de ella. Si se trata de una persona joven, quizás de una
o varias generaciones enteras, que no han tenido experiencia
directa de las dictaduras militares y los momentos de gran
opresión, la ley y el Derecho pueden llegar a ser palabras
sin sentido, meras fórmulas vacías que justifican el trabajo
del abogado, pero que a nadie conmueven. De un modo u
otro, la lucha por el cumplimiento de la ley no entusiasma a
grandes sectores sociales y en especial a las nuevas
generaciones. Para otros tantos, es una palabra bonita o
“seria”, pero que carece de fuerza política. En el mejor de
los casos, un ideal ético o una buena costumbre que habla
bien de quien cree en ellas pero que a nadie perturba o
moviliza con profundidad.

La pérdida de la fuerza política de la ley o. lo que es lo


mismo, la pérdida de su fuerza normativa, es una de las
grandes calamidades de nuestra región, una verdadera peste,
que todos conocemos con el nombre de impunidad
estructural. Esta impunidad, a la que ya nos hemos
acostumbrado, es la contracara de la República, porque
encubre al poder concentrado y su distribución de
privilegios; es la contracara de la democracia, porque toma
inútiles los pactos políticos y la actividad parlamentaria y
es la burla más hiriente del Estado de Derecho porque lo
convierte en una fachada o una máscara que oculta el abuso
de poder.

' ALBERTO M. BINDER. Director del Instituto de Estudios Comparados en Ciencias


Penates y Sociales (INECIP), Buenos Aires. Argentina. Profesor de derecho procesal
penal en posgrado en las Uníversidades de Buenos Aires, San Juan Sosco de la Patagonia
y Zulia, Maracaibo. Venezuela. Asesor de los programas de reforma judicial de
Guatemala, El Salvador, Costa Rica. Venezuela. Paraguay, Solivia. Rep Dominicana.
Chile. Haití y Argentina.

5
Se podrá decir que esta descripción es exagerada o puramente
literaria y que nada es blanco o negro en los procesos sociales
o políticos. Por supuesto que es así. La realidad es
variopinta, pero de lo que se trata es de abandonar el tono
neutro y tímido y falsamente académico cuando hablamos
de los problemas del cumplimiento de la ley y recuperar el
“lenguaje fuerte o recio” que usaban quienes realmente creían
que la ley podría ser un instrumento idóneo para la
construcción de una sociedad republicana democrática
regida por la razonabilidad de la actuación pública y al
servicio de la igualdad y la libertad de todos los hombres y
no sólo de algunos. Verdades e ideales de a puño, que nos
hemos acostumbrado a convertir en frases de cortesía o
notas al pie de página o clases aburridas frente a alumnos
más aburridos todavía.

Es común atribuir este problema a un defecto de los


ciudadanos. La falta de educación cívica, las tendencias
autoritarias o populistas que nacen de la propia cultura, la
comodidad de la sumisión, el sentido mesiánico que produce
líderes carismáticos, el egoísmo, la desarticulación social, el
analfabetismo y otros males de la gente son los que causan
este descreimiento ante la ley. Por el contrario, las personas
cultas, los líderes políticos, los intelectuales comprometidos,
los sectores empresarios, los funcionarios del Estado y otros
grupos sociales con “conciencia cívica”, son quienes
proclaman el cumplimiento de la ley. En los últimos tiempos
esto se ha intensificado con los reclamos de seguridad jurídica
que provienen de muchos de esos sectores, como una
condición ineludible del crecimiento y el desarrollo social.
Nada más alejado de la realidad. En un sentido o en otro.
Justamente son los sectores dirigentes de nuestras sociedades
quienes proclaman la inutilidad de la ley (que muchos de
ellos provocan o agravan) o se han acostumbrado a convivir
con instituciones que no se aplican, se aplican malamente o
de un modo totalmente distorsionado.

Ello podría haber generado una sociedad con pocas leyes y


con pocos discursos “institucionalistas”. Pero no es así. Al
contrario, vivimos en una sociedad donde el incumplimiento
sistemático de la ley se oculta tras una cortina de
normatividad profusa. Muchas leyes que nadie conoce y
nadie aplica. Un orden jurídico “gaseoso”, una producción
normativa dsscontrolada y muchas veces irresponsable y
una técnica legislativa confusa y favorecedora de la
litigiosidad. Tras esta cortina de humo, producida por la
“inflación legislativa”, ha nacido, crece y se reproduce la
sociedad de privilegios, cuya peor versión es la exclusión
social de grandes sectores de la población y cuya mayor

6
insensatez es la exclusión, a veces masiva, de las nuevas
generaciones. Como piensa el Niño Remigio, el personaje
de Manuel Scorza, “el peor de los castigos es la exclusión.
El animal que ha inventado la risa necesita un eco”.1

El ciudadano común que no cree en la ley y desconfía de los


sistemas judiciales tiene muy buenas razones para hacerlo.
Sólo le basta mirar a su alrededor. Allí descubrirá que los
derechos más elementales no se cumplen. Por ejemplo, que
las Constituciones obligan, bien o mal. a un salario digno y
luego las condiciones de trabajo son lindantes con la
esclavitud. O que la niñez está protegida por códigos enteros
y luego pocos pueden ir a la escuela y muchos deben trabajar
o conseguir su sustento en las calles. O que se proclama el
derecho a la salud y luego no hay un hospital donde ir. Se
proclama la igualdad de la mujer y la vida cotidiana la
desmiente cotidianamente. Las leyes obligan a pagar
impuestos que no se pagan. Obliga a imponer castigos que
no se imponen o no se cumplen. Todo esto en un nivel muy
básico y muy evidente. Se dirá -y es un tema central de
discusión política en América Latina- que nuestras leyes no
tienen sentido de realidad o que existe una discordancia
fundamental entre la visión del hombre de la legislaeión y la
concepción de la actividad económica. Se dirá también que.
en realidad, las condiciones de producción de riqueza hoy
permiten cumplir con lo que las leyes proclaman, pero el
grado de desarrollo ético de la sociedad es muy distinto a su
capacidad tecnológica. En fin. se puede discutir este
problema desde muy variados ángulos, pero todos ellos
parten de una evidencia, casi física, de que muchas leyes
elementales y fundamentales no se cumplen, se hace poco
para hacerlas cumplir y ya estamos acostumbrados a que
esto sea asi. Este ciudadano que observa sin mucho esfuerzo
esta realidad, si agudiza su mirada, podrá observar que
además los abogados justifican estos incumplimientos e.
incluso, llegan a construir teorías prestigiosas para demostrar
que es correcto que no se cumplan o explican el Derecho sin
advertir el carácter estructural de su ineficacia. Además,
podrá ver a decenas de miles de estudiantes de abogacía que
pasan años en las escuelas de leyes sin inmutarse por este
incumplimiento endémico y masivo de la ley. A veces ni
siquiera toman nota de ello y se sorprenden cuando deben
asesorar sus primeros casos profesionales.

Este fenómeno puede llevar a situaciones límite. Como señala


Carlos Niño, “la existencia en la sociedad argentina de una
pronunciada tendencia general a la ilegalidad y a la anomia
resulta bastante fácil de percibir. Es suficiente con tener
presente la forma en que se violaron masivamente los

7
derechos humanos en la década del 70 a través de un
terrorismo de Estado que desconoció la propia legalidad
impuesta por el régimen militar”2. Palabras más o palabras
menos esta descripción se puede aplicar a casi todos los
países de América Latina. No sólo hemos tenido una historia
de dictaduras y golpes de Estado, de quiebres institucionales
variados y de violencia, sino de dictaduras que no respetaban
sus propias reglas, de regímenes fraudulentos que
terminaban por hacerse trampa a sí mismos, de órdenes
jurídicos construidos a fuerza de decretos del Poder
Ejecutivo o leyes de privilegio, que luego tampoco se
cumplían, en un juego de espejos al infinito, que marca la
profundidad y la gravedad del incumplimiento de la ley en
nuestra región.

La contracara de esta realidad anómica es la debilidad de


nuestros sistemas judiciales. Debilidad de la ley y debilidad
de los jueces son dos miradas sobre el mismo fenómeno y
es muy difícil saber cuál comenzó primero. La debilidad del
Poder Judicial en América Latina es histórica y responde a
su proceso de formación institucional. La “justicia del rey”,
trasladada por españoles, portugueses y franceses, ratificada
a lo largo de las centurias, ftincional a los intereses coloniales
y a la concentración del poder, nunca fue pensada para
convertirse en unajusticia republicana, que hiciera cumplir
la ley. Así lo dice Francisco Tomás y Valiente: “El rey es el
principio y referente de toda actividad de poder y quien
tenga poder (ya sea de justicia o de gobierno, conceptos
entonces no diferenciados) los tiene porque del rey le viene
(...) lo que el rey ha delegado es revocable en cualquier
momento, ya se trate de la enajenación o venta por precio
de un oficio -el rey siempre podía recuperarlo-, ya se trate
de una delegación concreta en un órgano permanente. Es
decir, el rey retiene en sí mismo la justicia y con ello la
posibilidad de avocar para sí cualquier proceso, cualquier
asunto de justicia aunque esté atribuido a otros órganos de
la administración”3.

A lo largo de nuestra historia institucional esta dependencia


originaria fue acentuándose. Los caudillos y presidentes
manipularon a los jueces y los jueces se dejaron manipular.
Los Tribunales Superiores avalaron las dictaduras militares
y éstas sostenían a tribunales que les daban cierta legitimidad
superficial. Ocurrieron matanzas memorables, golpes de
Estado cruentos, rebeliones, alzamientos, opresiones, se
firmaron contratos que establecieron privilegios irritantes
para empresas extranjeras, se mantuvo la servidumbre hasta
bien entrado el siglo XX, se expropió ilcgalmente, se
usurparon tierras, se mató, se ejecutó o desaparecieron los

8
ciudadanos y el Poder Judicial siempre se mantuvo al margen,
entretenido en el lento tramitar de expedientes polvorientos,
en la repetición mágica de fórmulas vacías, en una crueldad
convertida en rutina, que mantuvo siempre a los pobres en
la cárcel. Hubo jueces que se rebelaron frente a esta situación,
pero fueron echados, encarcelados, asesinados o repudiados.
El propio sistema judicial se preocupó de marginar a quienes
no aceptaban esta situación y de volver sumisos a quienes
pretendían renovar la cultura judicial. Hoy, ya a finales del
siglo, nos encontramos con una administración de justicia
tan débil como entonces y todavía poco dispuesta a
construir su verdadera fortaleza.

Se impone, pues, la conclusión de este primer apartado: los


ciudadanos tienen muy buenas razones para desconfiar de
la ley y de los jueces. No se trata de un defecto de la
educación cívica. Al contrario, esa desconfianza se nutre de
una decisión racional, a la cual llegaría sin dificultades
cualquier analista experto: en las actuales condiciones
institucionales de América Latina quien apueste a la ley y al
funcionamiento de los sistemas judiciales asume riesgos
que no son razonables. Es altamente probable que ellas no
funcionen o lo hagan de un modo tardío o las decisiones
finalmente sean arbitrarias. Si se trata de sectores sociales
débiles, con escaso margen para la pérdida y la recuperación,
esa decisión puede ser más irrazonable todavía. Se ha
invertido, entonces, la fórmula básica del Estado de Derecho,
que ahora dice: cuanto más débil es una persona o un sector
social, más irrazonable es que confie en la ley y los
tribunales, para la consecución de sus intereses o Ia
satisfacción de sus necesidades.

II. LA PÉRDIDA DE FUERZA NORMATIVA DE LA


LEY. IDEALES ÉTICOS Y DESESPERANZA.

Sin embargo, todavía resuena en América Latina el eco de


un viejo entusiasmo por la ley y los tribunales. Al inicio del
siglo XIX la prosa jurídica, tanto en el viejo como en el
nuevo continente, abandona el tono doctoral y rebuscado al
que la habían llevado los juristas anteriores y adquiere un
lustre panflctario y combativo. Los discursos normativos
utilizan un lenguaje que tiene fuerza y golpea a la realidad
del Antiguo Régimen de la Monarquía absoluta o al
gradualismo del despotismo ¡lustrado.

El movimiento de la Ilustración cree en la ley, porque ella es


expresión de la razón y de la verdad. Norma inmutable,
acompasa el orden natural y el humano en una armonía

9
universal. “Fue un lenguaje del despotismo y de la tiranía-
nos dice Filangieri- decir que la voluntad del legislador es la
única regla de la legislación: y es un error nacido de la
ignorancia creer que en medio de las revoluciones que mudan
continuamente la naturaleza de los negocios y cambian el
semblante de la sociedad, la Ciencia Legislativa no pueda
tener algunos principios Fijos, determinados e inmutables”.4

Pero la búsqueda de afincar la ley en principios inmutables


no es afectación intelectual ni mero postulado de escuela.
Se trata de un debate cultural, propio del momento en que
los viejos ideales éticos del humanismo se convierten en
principios políticos. Afincar la ley en la naturaleza era
demostrar la locura de los regímenes monárquicos, que
pretendían tener su sustento en la voluntad divina. Era,
además, un modo de construir un nuevo poder para la ley.
entendida como manifestación democrática de la voluntad
general y convertirla, a su vez. en el instrumento de una
nueva manera de ejercer el poder mismo. Era el abandono
del legalismo arbitrario de la monarquía absoluta o el
legalismo desigual de la sociedad feudal. Se trataba de la
construcción de un nuevo orden normativo, que necesitaba
una nueva cultura. La fuerza de estas ideas se vuelve
transparente en Rousseau: "Cuando se ve cómo en los
pueblos más dichosos del mundo un montón de campesinos
arreglaba bajo una encina los negocios del Estado,
conduciéndose siempre sabiamente, ¿puede uno dejar de
despreciar los refinamientos de otras naciones que se vuelven
ilustres y miserables con tanto arte y tanto misterio? Un
Estado así necesita pocas leyes, y cuando se hace necesaria
la promulgación de otras nuevas, tal necesidad es
universalmente reconocida. El primero que las propone no
hace más que interpretar el sentimiento de los demás, y sin
intrigas ni elocuencias, pasa a ser ley lo que de antemano
cada cual había resuelto hacer una vez seguro de que los
demás harán como él. ”5

La renovada esperanza en la ley no nace en el vacío. Al


contrario, nace como una crítica a los modos de gobierno
anteriores, repletos de normas y sutilezas y de un lenguaje
oscuro. “Su estilo debe ser conciso. Las Leyes de las doce
tablas son un modelo de precisión: ¡os niños se las aprendían
de memoria. Las Novelas de Justiniano son tan difusas que
fue preciso abreviarlas. El estilo de las leyes debe ser
sencillo: la expresión directa se entiende mejor que la
expresión redundante. No hay majestad en las leyes del
bajo imperio, pues los príncipes hablan en ellas como
retóricos. Cuando el estilo de las leyes es ampuloso, se
consideran como obra de ostentación. (...) Las leyes no

10
deben ser sutiles, pues están hechas para gentes de
entendimiento medio. No son un arte de lógica, sino el
argumento sencillo de un padre de familia".
(Montesquieu)6.

Este entusiasmo por la ley, bajo su nueva virtud, llegó a


América al igual que los ideales del humanismo y las ideas
de la Ilustración. Se convierte en piedra angular del
pensamiento de la revolución norteamericana y palabra
encendida en las guerras de independencia del Sur. No en
doctrinas de abogados sino en principios de acción política.
“Que un plantador sin capacitación legal (George Masón)
haya redactado un documento como la Declaración de
Derechos de Virginia debe permanecer como fuente de
perplejidad (...) Masón era un plantador poco educado en
colegios. Sin embargo, conocía a Locke. a Montesquieu y a
Sydney, el trio que proporcionó apuntalamiento teórico a
la Revolución norteamericana".7

Algo similar ocurre en las guerras de la independencia


latinoamericanas donde los guerreros ilustrados son también
quienes proclaman la cultura de la legalidad, en una paradoja
que nos ha acompañado desde entonces. En este, como en
tantos otros temas, Bolívar es paradigma y anticipación.
Para Bolívar, la vieja legislación española era el "suplicio
más refinado que la cólera del cielo ha permitido descargar
sobre este desdichado imperio”,‘. Y frente a ella propiciaba
un respeto sagrado por las leyes, sin el cual la sociedad se
convierte en un "conflicto singular de hombre a hombre, de
cuerpo a cuerpo”*7. “La verdadera Constitución liberal está
en los Códigos Civiles y Criminales; y la más terrible tiranía
la ejercen los Tribunales por el tremendo instrumento de
las leyes. De ordinario el Ejecutivo no es más que el
depositario de la cosa pública; pero los Tribunales son los
árbitros de las cosas propias, de las cosas de los
individuos”1". "Que las leyes se cumplan religiosamente y
se tengan por inexorables como el Destino

Muchos otros líderes de la independencia proclamaban las


mismas ideas. Artigas sostiene que “es muy veleidosa la
probidad de los hombres, sólo elfreno de una Constitución
puede afirmarla”. O Juan Germán Roscio: “El poder
legislativo (...) es la más ventajosa facultad que el hombre
recibió de su Autor. Es el producto de su razón ilustrada
(...) sanción recta del entendimiento que ordena lo bueno y
prohíbe lo malo. Ved aquí la fuerza moral, a cuyo dulce y
suave imperio, sin violencia ni repugnancia, vive sometido
el hombre de bien”. O José de San Martín; "Cuando se
hallen restablecidos los derechos de la especie humana

11
perdidos por tantas edades en el Perú, yo me felicitaré de
poderme unir a las instituciones que los consagren, habré
satisfecho el mejor voto de mi corazón y quedará concluida
la obra más bella de mi vida ”12.

¿Qué quedó de ese entusiasmo? ¿Qué pasó con la


legalidad? ¿En qué quedó la esperanza de sociedades
regidas por el dulce y suave imperio de la ley?
Tanto en Europa como en América, el tránsito de los ideales
éticos del humanismo a la dimensión política de la nueva
cultura de la legalidad inauguró una época de conflictos y
desesperanzas, que llevó a decir a Simón Bolívar -el más
fuerte de los americanos- “no tengo fuerza para domar un
mundo”. O llevó a Robespierre -el más consecuente de los
legalistas- a matar y morir en el Terror. Los ideales éticos
del humanismo renacentista, nutrieron la esperanza en un
mundo liberado. La ley de los ilustrados, entusiasmó como
instrumento político de emancipación. Hoy hemos perdido
la esperanza de los ideales y pocos creen que la ley pueda
ser un instrumento político de liberación.

El pensamiento jurídico dedicó buena parte de los últimos


dos siglos a cimentar estos sentimientos. Poco a poco fue
desmontando la fuerza normativa del derecho, a la vez que
la desvinculaba de sus ideales éticos. El pensamiento jurídico
ha estado al servicio de la debilidad de la ley y, por extensión,
de la debilidad de los jueces. Una interpretación rígida y
despolitizada (exégesis) restauró el lenguaje docto y
rebuscado de la escolástica tardía y sus clasificaciones
exasperantes. Nuevos conceptos jurídicos se amoldaron
rápidamente a este Derecho sin fuerza normativa. Se lo
separó de un modo tajante de la costumbre y la cultura, se
lo proclamó único, indivisible, completo, armónico y se lo
alejó de la política. Se lo identificó de un modo absoluto con
todo acto de autoridad y se le hizo perder toda capacidad de
interpelación al poder y a la sociedad. Se lo volvió abstracto
e inexigible, alejándolo de los débiles y necesitados. Se lo
usó como un lenguaje del poder, como una máscara de
legitimación, como un objeto de culto en las academias
burocráticas. Se lo dividió en infinitos segmentos, se lo
convirtió en un laberinto, sólo apto para especialistas y
profesionales. Se lo apropiaron los jueces técnicos, los
profesores, los legisladores profesionales (asesores) y toda
una clase burocrática que lo utilizó como su rutina y
sustento.

Por otra parte, los jueces de América Latina se encargaron


de volver progresivamente inaplicable toda conquista social.
El derecho dejó de ser un instrumento de transformación, ni

12
siquiera intentó serlo. Y así, poco a poco, se restableció la
sociedad de privilegios, ahora recubierta por una trama
compleja de normas, que cumplen la misma función que
antes cumplían las supersticiones y doctrinas religiosas en
la legitimación del poder absoluto.

Pero sería insensatez y petulancia sostener que todo fue un


juego de ilusiones de los patriotas y filósofos del ochocientos.
No lo fue. Lo que ocurrió es que la lucha por la legalidad fue
derrotada, tan derrotada en las comunas de Francia como en
las montañas y planicies de nuestra América Latina. El
pensamiento jurídico se ha construido sobre la base de una
derrota descomunal y no nos ha ayudado siquiera a
comprenderla. Los ideales éticos quedaron en pie. pero
entreverados con los esqueletos sin fuerza de las normas
derrotadas.

Una crítica profunda al pensamiento jurídico por su


complicidad y ocultación de la derrota de eficacia de la ley.
Una reflexión renovada sobre los ideales éticos del
humanismo y una crítica radical al sistema judicial
inquisitivo como justicia del poder concentrado y de la
sociedad de privilegios, son los tres pilares de una
reconstrucción de la esperanza en los derechos del hombre
y del entusiasmo por la ley, que pueda ser asumida por
todos los ciudadanos, en especial por quienes más necesitan
de ellas.

Pero si existen muy buenas razones para no confiar en


la ley ni en los tribunales, ¿de dónde sacaremos ese
entusiasmo y para qué nos sirve esa esperanza?

III. RAZONES PARA NO SER VIOLENTOS. LA


PROFUNDIZACION DE LA DEMOCRACIA.

Una nueva reflexión sobre la ley en América Latina es


inescindible de una reflexión sobre la democracia y su futuro.
Aun más, el futuro de una y otra se hallan tan
indisolublemente unidos, como el de la democracia y la
república. Estado de Derecho (imperio de la ley). República
(fragmentación y control del poder) y democracia (igualdad
y soberanía popular) constituyen un único problema político
del cual depende el desarrollo institucional de nuestros
países y buena parte de nuestro futuro.

Pero estas tres dimensiones no son abstractas: al contrario,


se hallan tensionadas por otras realidades sociales y, en
especial, por las condiciones de vida concreta de los
ciudadanos. En América Latina no terminamos de asumir

13
que cualquiera de los problemas pol íticos que plantean esas
tres realidades básicas, se manifiesta siempre en el contexto
de una sociedad desigual. Tenemos que construir una
República, una Democracia y un Estado de Derecho en una
sociedad desigual y en la que esa desigualdad no es sólo
pura diferencia sino que significa que sectores mayoritarios.
o por lo menos millones de personas, viven muy por debajo
de las condiciones elementales de una vida digna. Pensar
estas tres realidades en el marco de una sociedad desigual de
esas características significa que ellas deben estar fuertemente
orientadas a revertir esa desigualdad. Podrán tener otras
tareas, pero es impensable en América Latina una democracia
cuyo principal problema no sea revertir las condiciones de
desigualdad. Eso no es un tema dentro del sistema
democrático, es un tema del sistema democrático mismo.
Lo mismo sucede con la República y con el Estado de
Derecho.

Hay un punto en el que la democracia ya no es un puro


procedimiento sino que lleva en sí misma un elemento de
crítica social, sin el cual deja de ser democracia. Este es el
problema de las democracias formales o sustanciales En
una sociedad desigual como la de nuestros países, es decir,
con contrastes muy altos y con sectores por debajo del
nivel de subsistencia, la idea de la democracia misma está
asociada a una fuerte política de reversión de esas condiciones
de desigualdad. Es decir, ella debe construir de un modo
prioritario su base social igualitaria, que no quiere decir lo
mismo que un estado de justicia social sino el mínimo
imprescindible para que los principios del sistema
democrático tengan virtualidad y no sean una ficción. En las
sociedades latinoamericanas estamos lejos de ese mínimo y
por eso la democracia tiene una tarea preasignada por la
realidad social, una política pública que es inescindible de
ella misma.

Pero ello no quiere decir que esa construcción deba estar


por fuera del mismo proceso democrático. Al contrario,
este carácter circular del proceso democrático es su mayor
riqueza. Se pensó en otros momentos en nuestros países
que la construcción de esa base social para la democracia
debía ser realizada por otros métodos o con otras urgencias
ya que la democracia había sido antes que nada un sistema
político de fachada. Gobiernos altamente centralizados pero
con conciencia social, movimientos armados o francas
dictaduras eran herramientas mucho más idóneas para la
construcción de esa base social que permitiría el ejercicio de
la plena democracia. Estos intentos no han dado los
resultados esperados ya sea por sus propios defectos de

14
concepción o por las presiones externas que no dejaron
desarrollarlos. De un modo u otro, participaron de estallidos
de violencia que dejaron ya huellas profundas en la memoria
latinoamericana.

América Latina se enfrenta a un desafío de gran magnitud.


Por una parte, la recuperación de los sistemas democráticos,
así como la vitalidad de las ideas que los sustentan, abren
una renovada esperanza para el desarrollo institucional de
la región y nuevas posibilidades para la estabilidad, la paz y
la inserción en el escenario mundial. Por otra parte, el
aumento de la pobreza, la consolidación de grandes brechas
de desigualdad en la distribución de la riqueza y las
oportunidades sociales, la postergación de demandas
sociales elementales y la falta de empleo, siembran una vez
más dudas en muchos sectores sociales sobre la efectiva
capacidad de la democracia para enfrentar estos problemas
dentro del horizonte vital de esas generaciones. Esta tensión
entre los principios básicos de la democracia y las
condiciones de vida de millones de personas apunta a uno
de los elementos centrales de la idea de gobernabilidad
democrática, que no puede ser comprendida sólo en
términos de estabilidad o eficacia en la gestión estatal, sino
también por su capacidad para poner a disposición de todos
los sectores sociales los instrumentos democráticos para
que sean estos mismos sectores quienes procuren la
satisfacción de sus demandas e intereses. El uso de los
instrumentos democráticos por la mayor cantidad posible
de sectores sociales, en especial por aquellos que tienen
demandas elementales insatisfechas, se convierte en una las
variables cruciales a la hora de evaluar la gobernabilidad del
sistema democrático y, a la vez, es una de las variables de
esa gobernabilidad que influyen de modo más directo sobre
la legitimidad del sistema.

La histórica injusticia de las sociedades latinoamericanas


nos lleva a ser impacientes. No siempre debemos hacer una
lectura negativa de esa impaciencia porque ella es el resultado
de la sensibilidad, de la solidaridad y del amor a los
semejantes. Es sano para una sociedad que cada generación
mantenga la impaciencia por construir una sociedad más
justa. Mucho más sano aún es que las generaciones más
jóvenes mantengan esa impaciencia. Una política que no se
nutre de esa impaciencia se convierte en mera administración
de lo que existe, le falta la capacidad de transformar la
realidad. La política no es el arte de lo posible; es el arte de
imaginar sociedades distintas y volverlas posibles. Es un
oficio de impacientes.

15
La profundización de la democracia nos da la oportunidad
de no ser violentos. Nos da la oportunidad, también, de ser
impacientes. De ser impacientes, sin ser violentos. Pero
para ello la democracia debe ser un sistema que interpele a
la sociedad, que tenga capacidad de construir una base social
democrática, de un modo democrático. Modo democrático
y base democrática se implican mutuamente y ambas
interpelan a las otras políticas, en especial a la política
económica, cuya preocupación central debe ser construir
las condiciones de vida digna de todos los habitantes del
país, sin exclusiones y a la política educativa, que debe
poner al alcance de todos los habitantes los instrumentos
necesarios para el desarrollo personal.

Para profundizar la democracia es necesario


desarrollar todos los instrumentos de democracia
participativa. La reducción de la representatividad es también
una tarea propia del sistema democrático. La democracia
directa no es una utopía o un modelo válido para pequeñas
comunidades sino una tarea permanente de reducción de la
representatividad, sin pérdida de la eficiencia necesaria para
gobernar. Es una construcción permanente de una base más
amplia para la democracia. En este sentido, la idea de
profundización de la democracia tiene dos dimensiones
paralelas: el aumento de los instrumentos de participación
y la generación de condiciones sociales igualitarias. Estas
dos dimensiones se complementan porque lo que define al
propio sistema democrático es que la construcción de esa
sociedad igualitaria se realiza a través de la profundización
de esos instrumentos y la profundización de esos
instrumentos sólo es posible si están al servicio de la
construcción de esa base igualitaria. Como ya dijimos, este
carácter circular es una virtud de la democracia.

Pero para que la profundización de la democracia sea un


proyecto político que entusiasme no debe ser una propuesta
mediocre. Para que la democracia entusiasme y forme a la
nuevas generaciones debe ser un proyecto fuerte, si se quiere
radical, que interpele, moleste y genere riesgos. Se ha vuelto
muy cómodo ser demócrata en América Latina y eso es un
signo de superficialización de la democracia. Algo similar
sucede con la legalidad. Es muy fácil hablar del cumplimiento
de la ley porque ya es un discurso rutinario, una postura
fácilmente aceptada y que no conmueve. Para que la lucha
por el derecho tenga sentido en América Latina y entusiasme
a los más jóvenes es necesario que vuelva a tener capacidad
de interpelar a la sociedad. Debe ser una proclama molesta.
Una crítica incómoda, una postura riesgosa. De eso se trata
en definitiva, de radicalizar la lucha por la legalidad.

16
IV.LA LUCHA POR EL DERECHO i im ^
RADICAL. Un enfoque

Rudolf von Ihcring, uno de los más grandes e n


juristas alemanes del siglo XIX escribió una ' /T5
que pronto tuvo un gran éxito, “La lucha p0r ¿¡ Derecho”^
Una breve antología de párrafos de esa obra .,'
servir de introducción, no sólo por su contenid • PUC
entilo o. rfuerza, que muchos
estilo y su . . nien,dosinoporel
“juristas” de esta época
considerarían impropia de un libro sobre el Derecho Nos
dice, por ejemplo, “al que no siente que cuando su derecho
es despreciado en forma ofensiva o pisoteado, no sólo está
enjuego el objeto del mismo, sino su propia persona; ai que
en tal situación no siente el impulso a sostener su persona
y su buen derecho, no vale la pena ayudarle y yo no tengo
ningún interés en convenirlo. (...) Para él no tengo otra
palabra que la de Kant, *el que se hace gusano no puede
quejarse después de que sea pisoteado’ o 'No dejéis que
vuestro derecho sea impunemente pisoteado por otros’”14.
Ni Ihering ni Kant utilizan el lenguaje "neutro” de nuestros
profesores de leyes. Vale también esta otra cita: “La
condescendencia y la conciliación, la moderación y el ánimo
pacífico, la avenencia y la renuncia a la imposición del
derecho encuentran también en mi teoría el puesto que les
corresponde, contra lo que se declara es simplemente contra
la tolerancia indigna de la injusticia por cobardía,
comodidad, indolenciaPodemos continuar: Todo
derecho en el mundo ha sido logrado por la lucha, todo
precepto jurídico importante ha tenido primero que ser
arrancado a aquellos que le resisten y todo derecho, tanto el
derecho de un pueblo como el de un individuo, presupone
la disposición constante para su afirmación 1 • Sin lucha
no hay derecho, como sin trabajo no hay propie a a
norma ‘comerás el pan con el sudor de tu frente . est con a
misma verdad frente a la otra: en la “
derecho' Desde el momento en que el derec'^
su disposición combativa, se sacrifica asi ^[a es ¡Q
para el derecho vale la sentencia del poe ■ ^
conclusión de la sabiduría. Sólo merece -p
vida, el que tiene que conquistarlas diariani
ntealaconcepción
No nos interesa aquí adherir completamen ^ a ¡a vez una
de Ihering o discutir si la defensa del derec ^ ^ cjcrt0 es que
obligación del ciudadano, como él sostiene- ^ ^ha radjcaI
la concepción de Ihering es una concepción ^cüperar Una
por la legalidad y esto nos da pie Para pt0 jurídico
tradición abandonada por un pensam cn(uS¡asma n¡
curialésco, anodino y petulante, que n

17
siquiera a los abogados y que ha contribuido de un modo
eminente a la pérdida de fuerza de las normas y a desactivar
la lucha por el derecho en nuestras democracias.

No sólo Ihering sostiene una lucha radical por el


cumplimiento de la ley. Otro jurista clásico. Francesco
Carrara, muestra el mismo entusiasmo y la misma
convicción:

“Se nos ha garantizado la inviolabilidad de Iapersona, la


inviolabilidad del domicilio, ¡a inviolabilidad de la propiedad
privada. Pero estas palabras (...) ¿de qué le sirven a un
pueblo que no es capaz de hacerlas observar?. Si a pesar
de la inviolabilidad que se ha proclamado, cuando los
órganos subalternos del poder violan domicilios o
personas, los ciudadanos no saben sino someterse con servil
paciencia o con modos violentos hacerse indebidamente
justicia, ni tampoco saben reclamar sus derechos en forma
legítima con firmeza y con calma, ante los abusos, si a
pesar de la inviolabilidad de los bienes que se ha
proclamado, las propiedades privadas son conculcadas en
un afán por seguir nuevas teorías económicas, o los
patrimonios se llevan al desastre a causa de las
maquinaciones de procedimientos insensatos, ¿la culpa de
todo esto se encuentra en las instituciones políticas? (...)
Tenemos la libertad de petición. Pero si al pedir no nos
unimos y no nos ponemos de acuerdo... Se nos ha
garantizado la libertad de asociación; pero si no somos
capaces de asociarnos para gobernarnos a nosotros
mismos ¿esto es culpa de quien nos preside desde el
gobierno?. Tenemos poderosos instrumentos para
conseguir nuestra regeneración ".IK

Es el mismo tono, la misma impaciencia, la misma radicalidad


que muchos otros tantos pensadores clásicos: “no existe,
pues, nada más sagrado que el derecho del prójimo. (...)
Aquel que no lleva a cabo acción benevolente alguna, pero
tampoco ha lesionado nunca el derecho de los demás,
siempre puede ser tenido porjusto y, de ser iodos así, no
existiría la pobreza. En cambio, quien ha practicado buenas
obras durante toda su vida, pero ha zaherido el derecho de
un solo hombre, no podrá borrar esta iniquidad con todas
sus caridades".x>>

Este abuso de citas no es con el Fin de agobiar al lector sino


para generar una contraposición evidente con el lenguaje
actual. Tómese al azar cualquier libro de derecho público,
cualquier tratado de derecho civil o procesal y se verá cómo
proliferan las citas de leyes, las explicaciones obvias, las

18
repeticiones, los consejos "prácticos” o, algunas veces, la
erudición y la lucidez en el análisis, pero siempre se respetará
el estilo sin fuerza ni convicción que han impuesto la
manualística y el derecho de los especialistas. Pero no se
trata de un simple problema de palabras o estilos. Hoy
pensamos al Derecho como un indicador moral, como un
consejo a los gobernantes y a los ciudadanos, como las
reglas que rigen el trabajo de los abogados, como la expresión
de las doctrinas de los teóricos, pero no como un
instrumento político al servicio de los más débiles. Esta
concepción se ha trasladado incluso a los derechos
fundamentales y en muchos de sus doctrinarios se encuentra
la misma falta de fuerza, de sentimiento y de convicción. La
misma tibieza frente al incumplimiento masivo y sistemático
de esos derechos. La comunidad jurídica ha perdido toda
capacidad de escándalo y las violaciones más flagrantes y
cotidianas son asimiladas como si fueran ya elementos del
medio ambiente.

La idea central de este ensayo es la siguiente: si pretendemos


que la democracia se convierta en un instrumento efectivo
para la construcción de una sociedad más justa, ella debe ser
utilizada en todos sus instrumentos y todas sus
dimensiones, no de un modo parcial o medroso, sino con
profundidad y audacia. Así y solo así, la democracia será
una concepción política que entusiasme y cause adhesión
en una sociedad profundamente desigual y fragmentada,
que desmiente día a día los sustentos primarios del mismo
ideal democrático20. Dentro de los instrumentos de
profundización de la democracia se encuentra la lucha por
la legalidad, que también debe abandonar su tono apático,
falsamente profesional y acomodaticio para convertirse en
un discurso combativo y radical. Ello se puede hacer
recuperando tradiciones, que precisamente veían en esta
lucha radical por la legalidad uno de los instrumentos centrales
de la emancipación del despotismo, la superstición y la
servidumbre. No podemos pretender que los distintos
sectores sociales se entusiasmen y utilicen la legalidad si
ella es sinónimo de trampa, laberinto, falsedad, engaño,
sutileza fútil, tibieza, rebuscamiento, farsa y privilegio
encubierto. Menos aún podemos pretenderlo cuando esos
mismos sectores, además, contraponen fácilmente lo que
dice la ley con una realidad cotidiana de ilegalidad manifiesta
que no logran revertir y ni siquiera es percibida como una
situación escandalosa.

Pero queda subsistente un problema: ¿Cómo es posible la


lucha por el cumplimiento de la ley si los tribunales
no están dispuestos a aplicarla de un modo estricto?

19.
V. LOS SISTEMAS JUDICIALES COMO NUEVOS
ESPACIOS DE LUCHA
POLÍTICA.

Más allá de discusiones teóricas, nadie niega que la eficacia


del derecho dependerá en buena medida de la eficacia de los
tribunales. A su vez, la misma fortaleza de ios tribunales
dependerá de la fuerza que la ley tenga en una determinada
sociedad. Ambas dimensiones son construcciones políticas
que también se implican mutuamente. Fuerza de la ley,
fuerza de los tribunales. Por eso, si se quiere construir una
democracia que tome en serio la ley y se quiere luchar por la
ley, para que ella sirva de instrumento para compensar y
allanar las desigualdades sociales, entonces se deberá también
tener una política de igual característica frente a los sistemas
judiciales.

Ello tiene dos dimensiones. Una, la crítica radical al sistema


inquisitivo, herencia colonial que aún pervive y constituye
una pesada carga autoritaria sobre nuestros pueblos. En
segundo lugar, una práctica política nueva de fortalecimiento
de los sistemas judiciales.

La critica radical al sistema inquisitivo y sus consecuencias


culturales nos sirven para hallar los componentes
estructurales que impiden una verdadera independencia
judicial, que muestran las razones de tribunales atrapados
en sus propias rutinas y trámites e incapaces de dotar de
eficacia a las leyes más elementales, entre ellas las
Constituciones, que siguen sin ser cumplidas en nuestra
administración de justicia. Esta crítica radical nos muestra
también el modo en que estos sistemas judiciales, construidos
vcrticalmente. sirven al poder concentrado y son factores
de debilitamiento de la fuerza de la ley.

Para poder realizar una nueva práctica de construcción de


poder para el Poder Judicial es necesario, en primer lugar,
tomar conciencia que los sistemas judiciales son espacios
políticos donde se juegan relaciones de poder, vinculadas a
una específica función de gobierno (juzgar y custodiar la
eficacia de la ley) que hasta ahora ha estado sustraída del
proceso de democratización. Un espacio político que necesita
ser transparentado como tal y al que deben ingresar nuevos
sujetos, que no respondan a los intereses corporativos de la
comunidad jurídica.

"América Latina debe construir una nueva teoría política


sobre lo judicial. No ha sido una preocupación teórica
prioritaria desde las ciencias políticas, y desde el derecho

20
constitucional no se ha profundizado lo suficiente. Construir
una teoría política de lajusticia en democracias pobres no
es sencillo, mucho menos sencillo si se busca integrar el
aparato conceptual de varias disciplinas y se intenta eludir
las trampas teóricas de la reificación o la personificación
del poder Urge, pues, reflexionar sobre lojudicial como un
espacio en el que concurren, disputan o se equilibran distintas
fuerzas sociales; espacio en donde se organizan e
interactúan diversas instituciones, tanto públicas como
privadas; enfin, un especifico espacio social, más proclive
~) a ser explicado como un campo de fuerzas que como una
cosa, persona o función Asimismo es necesario asignar
) verdaderas finalidades políticas a la administración de
justicia, abandonando las formulaciones genéricas o los
ideales puramente morales. Sus funciones de pacificación,
seguridad, certidumbre, tolerancia, etc., deben ser
desarrolladas con mayor extensión y mayor precisión, para
que lajusticia tengafinalidades políticas concretas, dentro
del proceso político particular de cada sociedad.
Deberíamos, también, tener mayor capacidad para explicar
los procesos políticos internos dentro del espaciojudicial,
así como la integración de lo judicial en el marco general
de los problemas de gobierno y su eficacia Otro de los
temas centrales de una teoría política sobre la
administración dejusticia es la construcción de un lenguaje
político para el Poder Judicial, no sobre él. Losjueces de
Latinoamérica carecen de un adecuado lenguaje político.
Finalmente, también es un punto central de una teoría
política del Poder Judicial lo concerniente a los modos de
acumulación de poder, propios del Poder Judicial. ¿Cómo
se construye vn Poder Judicial independiente, es decir, según
un proceso propio y autónomo de acumulación de poder 7
Ello permitiría construir nuevas estrategias de poder para
el Poder Judicial que rompan la lógica peticionaria, propia
del sistema inquisitivo. ”21

Pero a ese espacio que debe ser transparentado y


democratizadlo, para que se modifiquen prácticas seculares
que le impiden realizar su específica función de gobierno,
> deben ingresar nuevos actores sociales. Aunque el lenguaje
' parezca inapropiado no deja de ser exacto: los sistemas
judiciales son nuevos espacios de lucha política en América
f Latina. No porque debemos esperar todo de ellos, tampoco
porque todo se solucionará a través de las leyes, mucho
menos porque puedan reemplazar a los lugares centrales
del debate político (los parlamentos, los partidos políticos,
los espacios públicos, etc.) sino porque la ley es un
instrumento necesario para la profundización de la
democracia y ésta, a su vez, es una condición indispensable

i
para su legitimidad y permanencia en el tiempo Radicalizar
la lucha por la legalidad obliga a democratizar los sistemas
judiciales para empujarlos a que cumplan su función de
gobierno.

Si los tribunales no están dispuestos a hacer cumplir la ley,


habrá que encontrar el modo de que lo hagan. No se trata de
un problema mora!. Lo podrá ser para cada juez individual,
pero en términos generales es un problema político que
afecta al conjunto de la vida social. Lograr que los tribunales
garanticen el cumplimiento de la ley es una tarea política
que debe movilizar a amplios sectores sociales y que reclama
una acción concertada, no debe ser una simple exigencia.
Para ello es necesario que esos mismos sectores sociales
perciban ese objetivo como algo deseable y útil. Ello requiere
todavía reflexión, debate y estrategia. Requiere, además,
personas decididas a iniciar este proceso.

Hubo una época en la que algunas generaciones jóvenes


encontraron que la lucha por la legalidad era un proyecto
político que entusiasmaba No sólo por los ideales de
igualdad y libertad que esa lucha encarnaba sino por la
eficacia que le asignaban a esa tarea. Muchos de nuestros
mejores patriotas han pertenecido a esas generaciones y
muchos de los mejores esfuerzos estuvieron orientados a
construir la vigencia de la ley en nuestros países. El estado
actual de impunidad, anomia y descreimiento hacia la ley
parecen ser los signos más evidentes de su fracaso. Quizás
sea así. Pero también la sociedad de privilegios recibió
heridas profundas y hoy necesita renovar cotidianamente
sus disfraces para sobrevivir y perpetuarse.

Quizás también comience nuevamente una época en la que


ser demócrata en América Latina ya no sea tan cómodo ni
tan aceptado socialmente. Quizás recordarle a la democracia
sus promesas elementales comience a ser molesto e irritante.
Seguro aparecerán de inmediato los prudentes, que
reclamarán moderación; o los eficientes, que reclamarán
orden. Ya merodean los iluminados, que reclamarán todo el
poder o los violentos que no creen en la democ racia misma.
Historias conocidas y repetidas. Pero seguro que ahora,
como antes, también aparecerán quienes saben que la
democracia no es sólo fiesta de recuperación sino una tenaz
y paciente construcción colectiva y cuando las leyes -la
austera, equitativa y clara ley republicana, no» el desborde
inflacionario de leyes incumplidas- “se cumplan
religiosamente y se tengan por inexorables como el Destino ’
la República, la Democracia y el Estado de Derecho, hoy
inseparables compañeros de ruta, volverán a ser un proyecto

22
político que entusiasme como antaño.

A las generaciones más jóvenes les corresponde evitar que


las derrotas se repitan y la desesperanza crezca. Ese es el
desafío y esa es la tarea. Radicalizar la lucha por la legalidad
es el nombre de una batalla de nuestra época, que todavía
busca una generación entusiasta y comprometida.

RESUMEN

El incumplimiento generalizado de la ley y la impunidad


estructural que se vive en América Latina nos deben llevar
a pensar, como antaño, el problema de la legalidad desde
una perspectiva política. Debemos asumir que los
ciudadanos tienen muy buenas razones para desconfiar de
la ley y los jueces. Sin embargo, el desarrollo y la
profundización de la democracia en el contexto de sociedades
desiguales que excluyen de la vida económica y política a
millones de personas, requieren un renovado entusiasmo
por la legalidad. Para ello se debe volver a construir un
discurso y una práctica comprometiday audaz. Radicalizar
la lucha por la legalidad y reconocer que los sistemas
judiciales son nuevos espacios de lucha política son los
primeros pasos para que el imperio de la ley se vuelva un
objetivo y un proyecto político que pueda entusiasmar alas
nuevas generaciones latinoamericanas.

23
Notas

1 Scorza, Manuel: "Garabombo el invisible ”, Monte Avila


editores, Caracas, 1977, pg. 207.

2 Niño, Carlos Santiago: "Un país al margen de la ley",


Emecé, Buenos Aires, 1992, pg. 25.

3 Tomás y Valiente, Francisco: "De la administración de


Justicia al Poder Judicial", Ed. Ministerio de Justicia.
Madrid, 1990.

4 Filangieri, Cayetano: "Ciencia de la Legislación",


traducción de Don Jaime Rubio, tercera edición, tomo I,
Madrid, 1822, pg.13.

5 Rousseau, JJ. "El contrato social", libro IV, Cap.I

6 B de Montesquieu. "Del Espíritu de las leyes ", Libro XIX.


cap. XVI.

7 Scwartz, Bernard: "Algunos Artífices del Derecho


Norteamericano ". Traducción Rubén Laporte, Ed. Abeledo
Perrot, Buenos Aires, 1989. pg. 25.

* De Gandía, Enrique: "Simón Bolívar, su pensamiento


político". Biblioteca de la Academia Nacional de Historia,
N° 46, Caracas, 1984, pg. 23.

9 Op. Cit. Pg. 23.

10 Proyecto de Constitución para Bolivia, 25 de mayo de


1826, Obras Completas, edición Lex. La Habana, 1947,
Vol. II, pg. 1226

1 Op. Cit. Pg. 1225

12 En la Antología titulada "Pensamiento político de la


emancipación", de la Biblioteca de Ayacucho, Venezuela,
1977, se recopilan extractos de proclamas, discursos y
proyectos de ley que repiten las mismas ideas y el mismo
entusiasmo por la legalidad, por parte de los dirigentes de
todos los movimientos libertadores de América Latina.

13 V. Ihering, Rudolf: "La lucha por el Derecho ”, traducción


española de Diego de Santillan, Ed. Cajica, México, 1957.
Existen otras traducciones al español.

14 Op. Cit. Pg. 32.

24
13 Op. CU. Pg. 33.

16 Op. Cit. Pg. 45.

17 Op. Cit. Pg. 140/141.

IM Franceso Carrara: "Justicia y Libertad ", en Opúsculos


de Derecho Penal, Ed. Temis, Bogotá, vol. 11!.

19 Kant, immanuel: 'Lecciones de Ética”, traducción de


Rodríguez Aramayo y Roldán Pandero. Editorial Crítica,
Grijalbo, Barcelona, 1988, pg. 256.

20 Para un planteo más extendido, ver Alberto M. Binder.


"La Sociedad Fragmentada”, Revista Nueva Sociedad,
Carácas. N. 111, pg. 100.

21 Ver Alberto M. Binder, "Reforma de la justicia: del


programa político al programa teórico ”. En Congreso de
Derecho Procesal, Santiago de Chile, 1997, Universidad
Diego Portales. Se ha extraído el párrafo como síntesis de lo
que se desarrolla en esa ponencia con mayor extensión. Ver.
asimismo. Red Latinoamericana para la democratización de
la justicia. Agenda y materiales de Trabajo de los Foros
regionales, PNUD Y Fundación Konrad Adenauer. Ciedla.
1998.

25
LA SOCIEDAD FRAGMENTADA
I. INTRODUCCIÓN

Cualquier persona que camine por las calles de nuestras


ciudades o viaje por los pueblos del interior de nuestros
países latinoamericanos, tendrá, sin ninguna duda, una
experiencia personal y directa de la marginación de diferentes
grupos sociales.

Una percepción honesta alcanza para discernir, con poca


dificultad, que el conjunto de esos grupos sociales constituye
la mayor parte de nuestras poblaciones. Sin embargo, la
afirmación corriente de que son las mayorías las que. en
nuestros países, se hallan en la situación de verdaderas
minorías discrimanadas, si bien es una verdad doliente, no
nos aporta mucho de nuevo en el plano analítico, aunque esa
verdad siga siendo un nutriente de la praxis política.

Tampoco nos sirve ya una definición puramente cualitativa.


Cuando los grupos son discriminados por características
raciales muy definidas o por situaciones sociales claramente
circunscritas, es admisible la utilización de un concepto de
minoría que se centre en los atributos definitor ios del grupo.
Sin embargo, las nuevas y complejas formas de
discriminación han complicado toda caracterización
cualitativa de los grupos marginados, salvo que nos
atengamos a la descripción superficial que nos dicta nuestro
contacto casi cotidiano con ellos.

Si nos atenemos a definiciones tales como los “sin techo",


los desocupados, los desposeídos de la tierra, los jóvenes
que no han ingresado al mercado laboral, los drogadictos, los
miembros de bandas juveniles, los intelectuales, los
homosexuales, los “rockeros”, los“punks”, los ancianos sin
familia, los niños de la calle, los solitarios, las prostitutas,
los ropavejeros, los guerrilleros y, además de ello, no
abandonamos las categorizaciones clásicas sobre las minorías
ya experimentadas en el sufrimiento de la marginación,
descubriremos que, en definitiva, estamos realizando una
descripción de prácticamente la totalidad de la sociedad. Es
decir, estamos describiendo a la totalidad de lasociedad bajo
el prisma de su fragmentación.

Por el contrario, toda definición del concepto de minoría


debe basarse en el único elemento que, a mi juicio, se mantiene
inalterable tras todas las formas de marginación y
discriminación: tras esos fenómenos siempre existe una
determinada relación de poder, un determinado grado de


alejamiento del poder Las minorías son. en realidad, una
función del poder mismo.

Ensayemos una definición: una minoría es un grupo social,


relativamente aislado de otros grupos sociales, con una
imposibilidad absoluta de adquirir la hegemonía política en
un contexto social determinado, con nula o muy escasa
posibilidad de producir políticas sociales y que, por lo tanto,
sufre, como sujeto pasivo, prácticas arbitrarias por parte de
otros grupos sociales (de diferente o igual condición que
ella) y es sometida a condiciones de vida por debajo del
respeto a los derechos humanos fundamentales, sin
posibilidades de obtener defensa o protección, por razón de
su misma condición.

Luego de este ensayo de definición, pareciera que afirmar,


como los hemos hecho en un párrafo anterior, el carácter
poco productivo de la consideración de las mayorías como
minorías, es una franca contradicción, ya que es evidente
que gran parte -y en algunos casos de la totalidad- de la
población de nuestros países podría ingresar dentro del
universo delimitado por nuestra definición

Sin embargo, lo que pretendemos demostrar es que no se


trata de que las mayorías sean tratadas como minorías, por
una simple relación de poder, como si se tratara de una
relación entre bloques, sino de fenómeno más complejo, que
provoca la fragmentación de la mayoría en grupos sociales,
que son tratados y se tratan entre sí como minorías
discriminadas, que impide o dificulta la constitución de una
mayoría y, por lo tanto, produce el efecto político de que
esas mayorías tengan una imposibilidad absoluta de adquirir
la hegemonía política y muy escasa posibilidad de provocar
políticas sociales.

La fragmentación de la sociedad es una estrategia del poder


dominante y la “sociedad fragmentada" es la situación de
gran parte de la población, que no sólo está alejada del poder,
sino afectada en su propia capacidad de constituirse en
mayoría con aspiraciones a lograr la hegemonía política.

La fragmentación de la sociedad, como estrategia de poder,


busca construir o fabricar grupos sociales aislados, minorías
en el sentido de la definición dada precedentemente, y busca
generar prácticas de "guerra" entre esas minorías, logrando
un control social horizontal, que involucra a esos mismos
grupos sociales en una relación “víctima-victimario", que es
dual y cambiante. La sociedadfragmentada es la condición
de nuestros pueblos, trabados en contradicciones

27
superficiales, desorientados respecto a objetivos comunes,
imposibilitados de asumir luchas colectivas. La fragmentación
implica estrategias de desorientación. La sociedad
fragmentada implica una mayoría -y a veces un pueblo
entero- que ha perdido el rumbo de su propia causa nacional.

Bajo esta perspectiva, afirmar que las verdaderas minorías


discriminadas de nuestros pueblos latinoamericanos son las
mayorías sociales, es una afirmación nuevamente rica para
el análisis teórico y mucho más rica aún para la práctica
política.

II. LA SOCIEDAD HECHA PEDAZOS

La fragmentación, repetimos, es una estrategia del poder


dominante. Esta estrategia se basa en la puesta en marcha de
ciertos mecanismos de fragmentación, que constituyen una
verdadera política de desorientación social que actúa,
fundamentalmente, en tres niveles: a) la atomización de la
sociedad en grupos con escasa capacidad de poder; b) la
orientación de esos grupos hacia fines exclusi vos y parciales,
que no susciten adhesión; c) la anulación de la capacidad
negociadora y de celebrar pactos de esos grupos.
Generalmente los diversos mecanismos de desorientación
producen efectos en los tres niveles, aunque existen algunos
mecanismos dirigidos hacia alguno de los niveles en particular.

En primer lugar, una estrategia de fragmentación necesita


romper el horizonte de la totalidad. Este horizonte de la
totalidad constituye, por una parte, el espacio en el que se
proyectan los objetivos transgrupales, es decir, que pueden
ser compartidos por otros grupos; por otra parte, constituye
el espacio en el que los pactos políticos son posibles, es
decir, el espacio en el que los sujetos del consenso se
reconocen a sí mismos como potenciales aliados (y no como
enemigos) y donde el consenso se hace efectivo por el
acuerdo.

El primer mecanismo es el de la muerte de las ideologías.


Mediante esta prédica se rompe el horizonte de la totalidad,
yaque ideología implica un análisis de realidad que aspira a
brindamos una comprensión de la totalidad de ella y nos
brinda una propuesta de sociedad y de práctica política,
igualmente abarcadora. No interesa, en el fondo, la
demostración de que no es cierto que las ideologías hayan
muerto, o explicar que, por el contrario, la prédica misma es
un ejemplo de uno de los triunfos más aplastantes de una
ideología definida. Al poder dominante no le interesa que se

28
grave en la conciencia de los ciudadanos la idea de la muerte
de las ideologías, porque esa idea no es un antídoto suficiente
para adquirir una proyección del futuro de carácter parcial.
Toda ideología implica la asunción de una utopía social. Y
como tal, se proyecta sobre un horizonte de totalidad. No
interesa que se repudien las ideologías, sino que se introduzca
un modo particular de pensamiento y de proyección de las
acciones de ios grupos sociales donde el espacio total no
existe, se hallafragmentado. Esta fragmentación del espacio
en el que se proyectan los objetivos grupales favorece modos
de incomunicación social, dado que la posibilidad de que los
objetivos específicos del grupo se conviertan en objetivos
transgrupales se ve afectada en su propia base. La prédica
desideologizadora es un mecanismo para anular la capacidad
de asumir utopías sociales y para eliminar la idea de espacio
total en el que ellas están inmersas.

Existe otro mecanismo para destruir la capacidad utópica de


los grupos sociales. El que hemos descripto, busca anular el
espacio de la totalidad. El que ahora analizaremos, busca
ocupar todo ese espacio, eliminarlo por saturación. A este
mecanismo lo denominamos milenarismo.

El milenarismo se presenta como una versión de la historia


y del desarrollo político de nuestras sociedades, según el
cual hubo una antigua época de oro. donde nuestros países
gozaban de una buena situación social y económica, el
progreso era constante, las clases políticas cultas y
responsables, la moneda fuerte y, en general, se vivía una
época de prosperidad y bienestar. Cada país tiene su propia
versión milenarista. según las condiciones de la historia
particular de cada nación y su situación presente.

Es obvio que se trata de una visión simplista y falsa, pero la


estrategia milenarista consiste, precisamente, en instalar en
la conciencia social una idea de pérdida, la sensación de que
antes estábamos bien y luego nos pusimos mal. Tal
simplificación del análisis histórico tiene entre sus objetivos
facilitar la fractura que requiere la ruptura de la totalidad:
“¡Olvidemos los sufrimientos del pasado, abandonemos la
genésis de nuestro presente, acabemos con las viejas rencillas
que han paralizado a nuestros pueblos! ¡Sólo importa
recuperar el pasado de gloria, la abundancia de los viejos
tiempos!". ¿No hemos escuchado frases de este tipo en
muchos discursos oficiales de nuestros diversos países?
¿Esas frases no son un lugar común del análisis político que
realizan muchos de nuestros gobernantes?

De este modo se produce un nuevo factor de desorientación:

29
el presente se define como algo nuevo, como una nueva
fundación, que no tiene que saldar ninguna deuda con el
pasado; pero, a la vez, se presenta como la restauración de
un tiempo idílico. La estrategia milenarista busca apropiarse
de la historia y con ella busca adueñarse de la conciencia
histórica, generando un vaciamiento de la conciencia colectiva.

Ahora bien, si se pierde la conciencia histórica, se pierde


también la posibilidad de definir el futuro, ya que el presente
se convierte en el único espacio libre. Y esto es.precisamente
lo que busca la versión milenarista. El futuro ya está definido
y legitimado porque es la restauración de la edad de oro.

El mecanismo de desorientación es sencillo: a) se elige un


determinado momento histórico; b) se lo define de un modo
simple, destacando todas sus bondades; c) luego todo lo que
ha ocurrido desde ese momento hasta el presente es una
pérdida, un retroceso, la destrucción de la edad de oro (así se
presenta a la historia nacional, como una Ihistoria de la
decadencia); d) por lo tanto, es necesario restaurar aquel
momento glorioso y esa restauración es el único camino
posible. Cualquiera podría decir que es imposible que las
personas acepten un mecanismo tan claramente falso y
simplista. Sin embargo, no es un problema de aceptación; se
trata, antes bien, de una imposición, aunque sea esa lenta y
vaga imposición a cuentagotas que se hace at través de los
medios de comunicación o del discurso oficial y periodístico.

La perspectiva milenarista que se busca imponer a nuestras


sociedades como un esquema general del análisis de la realidad,
funciona, entonces, como una contra-utopía, y;a que se satura
el futuro, dcslegitimando todo aquello que no sea la
restauración.

Ya hemos visto cómo la muerte de las ideologías y el


milenarismo destruyen el futuro como espacio posible para
que allí se instalen los objetivos transgrupales y se produzcan
los pactos que organizan el consenso. Esta destrucción del
futuro (por anulación y por saturación) es crucial, ya que la
política es esencialmente proyectiva, es decir, como toda
praxis, se organiza a partir de las finalidades comunes que.
necesariamente, están instaladas en un futuro desde el
programa y organiza el presente.

Pero las estrategias de fragmentación no se conforman con


asegurarse la destrucción del futuro, ellas necesitan destruir
los espacios que puedan constituirse en el presente, que,
desde el punto de vista de la vida humana y social no es una
simple línea, sino una franja que incluye el futuro y pasado

30
cercanos.

La ruptura del presente se logra mediante la declaración de


la peste y generando la cultura del naufragio. Ambos son
mecanismos para lograr que el presente sea un tiempo y un
espacio propicio para el desencuentro, e incluso, se
transforme en una guerra entre grupos sociales igualmente
marginados.

La peste es un mecanismo mediante el cual, repentinamente,


se infunde en la sociedad el miedo a un mal potencial,
inminente e incierto, que amenaza a todos y cada uno de los
miembros de las sociedad. Estos males pueden ser
absolutamente falsos o se pueden utilizar problemas reales.
Por ejemplo, en muchas ocaciones se manipula la sensación
de inseguridad frente a los delitos para generar este
mecanismo de miedo colectivo. Otras veces se utiliza el
problema de la droga convirtiéndolo en un mal de esas
características (la narcoexcusa).

Lo cierto es que este mecanismo busca producir los mismos


efectos sociales que antiguamente cumplía la declaración de
la peste.

En primer lugar, se genera una situación de emergencia, que


permite alterar la escala de valores: lo único importante es
combatir la peste. En segundo lugar, divide a la sociedad en
cuatro clases de individuos o grupos sociales: a) los
contaminados (los más peligrosos); b) los
“cuasicontaminados” (portadores sanos, "tontos útiles”, en
el lenguaje del Terrorismo de Estado); c) los contaminados
potenciales o contaminables (la casi totalidad de la sociedad)
y, por supuesto; d) los incontaminables (que tendrán que
asumir la tarea de limpiar a la sociedad de la peste). En tercer
lugar, una situación de emergencia habilita medidas de
emergencia y cuando un mal es definido como peste se puede
perder la proporcionalidad entre las medidas para combatir
ese mal y la gravedad de ese mal. Como la peste es
esencialmente un mal potencial, cualquier medida es adecuada
para combatirla. La peste es siempre un mal muy grave ya
que nos puede atacar a todos y quedar fuera de control. El
cuarto efecto que produce este mecanismo es la victimización
de la sociedad. Por tratarse de un mal potencial, todos somos
potenciales víctimas, seres débiles necesitados de protección.
La victimización produce la consiguiente transferencia de
poder hacia los incontaminables.

La peste es el mecanismo mediante el cual los grupos sociales


se declaran la guerra a sí mismos, ya que cualquiera puede

31
transmitir el mal. Sin embargo, es propio de la peste que
existan chivos expiatorios, grupos de personas que son
especialmente culpables de la contaminación social, así como
antiguamente existía siempre un judío o un gitano a quien se
acusaba de haber envenenado las aguas de las fuentes o los
ríos.

Así se genera la cultura de la peste, que es una cultura del


desencuentro, agresiva, casi una guerra interna de la sociedad,
pero no ya entre bandos perfectamente reconocibles sino
una guerra sorda, instalada en el espacio interpersonal o
intergrupal, una guerra informal que. como toda guerra,
implica y genera la destrucción de la política.

Pero además de este mecanismo activo de desencuentro


agresivo, existe otro mecanismo de fragmentación: se trata
de cultura del naufragio, nueva versión del individualismo,
que va desde la difusión de la imagen light de la personalidad
(*kdebes ser una persona linda, que se ocupa de sí misma,
que cuida su salud y su cuerpo, que corre por las mañanas,
limita sus preocupaciones y diseña una vida feliz, sin
demasiadas interferencias de los otros"), hasta el desarrollo
de formas de asociación que priviliegian sólo sus objetivos
particulares. En la cultura del naufragio toda solución
colectiva no es una solución sino filantropía. "Si te ocupas
de los demás, podrá ser loable, pero es que renuncias a tu
solución verdadera, que es algo que sólo lograrás por ti
mismo". De este modo el encuentro, condición positiva de
los pactos políticos, se convierte en algo, quizás posible,
pero heroico y como tal, extraordinario. Las soluciones
colectivas no son soluciones; toda solución es. por definición,
una solución individual.

He descripto someramente lo que considero ciertos


mecanismos de construcción de las minorías en el marco de
una visión amplia, que permite percibir que la construcción
de esas minorías es una estrategia global del poder dominante,
que busca hacer pedazos a la sociedad e imposibilitar de un
modo absoluto la construcción de un concepto de mayoría.
Y si lo que se destruye es la posibilidad de constituir
verdaderas mayorías, ¿existirán minorías discriminadas? ¿O
ya estamos hablando de un fenómeno social distinto, en el
que la totalidad, o prácticamente la totalidad, de la sociedad
que halla en la condición de un conjunto de minorías que se
discriminan entre sí? ¿Se puede seguir hablando en
Latinoamérica de las minorías políticas, sin una referencia
obligada al fenómeno de la fragmentación?

Posiblemente el análisis que he realizado hasta aquí no sirva,

32
ni pretende hacerlo, para destruir el concepto tradicional de
minorías discriminadas, ni significa que existan en el conjunto
de las minorías de un país algunas que sufren formas de
discriminación más graves que otras. Su objetivo consiste en
llamar la atención sobre el hecho de que en el contexto de los
países latinoamericanos, por ahora irremediablemente pobres,
cualquier análisis del problema de las minorías debe ser
realizado en el marco del fenómeno de la sociedad
fragmentada y de los mecanismos de fragmentación.

Resta preguntarse, brevemente, cómo repercute este


fenómeno en los procesos democráticos, y si existe alguna
forma de contrarrestar la fragmentación de la sociedad.

III. DEMOCRACIA Y FRAGMENTACIÓN

Pareciera que la descripción de la sociedad fragmentada se


puede acercar mucho a los términos de una sociedad
democrática. En ella también existen una infinidad de grupos
sociales y la vida democrática misma favorece la creación y
el mantenimiento de grupos con intereses u objetivos
comunes, aunque parciales. Se puede decir, incluso, que la
vida de una democracia estable se nutre de la interacción de
esos grupos y movimientos sociales de base.

¿Cuál es la diferencia, entonces, entre una y otra? Y aquí


debemos realizar una aclaración: si existe coincidencia en las
definiciones de la democracia y la sociedad fragmentada es
porque existe entre ellas una relación profunda, que produce
un efecto de espejo: la sociedad fragmentada es.
precisamente, la versión estructural y profunda de la
antidemocracia; es, justamente, la base social de la democracia
formal.

Una democracia puede ser formal y restringida por diversas


razones. Muchas veces existen presiones externas que así lo
establecen (por ejemplo, la presión de la deuda externa); en
otras ocasiones la supervivencia de factores de poder
antidemocráticos en su propio seno genera las restricciones
y condicionamientos (por ejemplo, la presión política de los
ejércitos); otras veces, la falta de experiencia política de los
propios dirigentes, hace que la democracia pierda
profundidad, despreciando su contenido por prácticas
corruptas (lo que la gente común, con gran acierto, suele
llamar politiquería). Sin embargo, todas estas circunstancias
son transitorias y modificables: ninguna de ellas señala un
fenómeno estructural de la sociedad, que genere una
afectación en la posibilidad misma de la vida democrática

33
Por lo contrario, la sociedad fragmentada es la condición
estructural de una base social compatible con la democracia
restringida, ya sea porque es sumisa a ella o porque carece
de posibilidades de modificarla.

Una sociedad en la que existen muchos grupos sociales


organizados, que establecen entre sí formas de cooperación
o alianza, fundadas en su capacidad de negociación y pacto,
que aspiran a construir formas de hegemonía política a través
del ejercicio cotidiano del poder y que tiene, incluso,
capacidad para generar estrategias de autodefensa, es una
sociedad que podrá tener o no tener una democracia social y
participativa, pero que se halla en condiciones de tenerla.
Una sociedad, por el contrario, en la que existen muchos
grupos sociales organizados, pero aislados entre sí, que han
perdido la capacidad de establecer alianzas o pactos y, por
lo tanto, se hallan en la imposibilidad absoluta de construir
la hegemonía política; que no desarrollan formas de
cooperación entre sí, sino que se embarcan en una guerra
sorda, en la que mutuamente se agreden e intercambian sus
papeles de víctimas o victimarios, donde no tienen
posibilidades de construir estrategias efectivas de defensa y.
por lo tanto, viven sometidos a formas de discriminación
social, ésa es una sociedad fragmentada que. como tal. o no
vive en una democracia o se amolda perfectamente a las
características políticas de las democracias restringidas, esto
es. aquellas en las que la libertad es más una declamación que
una realidad, la tolerancia es una práctica reservada a ciertos
círculos notorios y el poder popular una vaga aspiración.

Existe una coincidencia llamativa en la lógica de la


dependencia: Latinoamérica camina, el mismo tiempo, hacia
la democracia y hacia la sociedad fragmentada. Existen, al
mismo tiempo, estrategias de democratización junto con las
estrategias de fragmentación de las que ya hemos hablado.
Ello nos descubre un problema político crucial: la democracia
real y profunda, cuando es una democracia pobre, en la que
millones de personas no viven como seres dignos, por su
propia esencia (la voluntad general) deviene, necesariamente,
en una democracia transformadora y, por qué no,
revolucionaria. Por tal razón, una democracia dependiente
debe asegurar que no se convertirá en una democracia
transformadora. Para lograr este objetivo la democracia
dependiente debe sustentarse en -y generar al mismo tiempo-
una sociedad fragmentada.

Queda claro, a mi juicio, el porqué de ese efecto de espejo


entre un concepto y otro: es que la fragmentación de la
sociedad, en síntesis, es un modo estructural de

34
desnaturalizar la democracia y por eso se enfrenta a ella, en
todos los campos, sólo que de un modo negativo.

IV. HACIA UNA POLÍTICA DEL ENCUENTRO

Podemos quedamos aquí, inmóviles, en una visión pesimista


de nuestro futuro. Si nuestros pueblos están siendo atacados
en un nivel tan primario, ¿existe alguna posibilidad concreta
de dotar a la nacientes democracias de un perfil
transformador? ¿O acaso la fragmentación de la sociedad, el
proceso político-cultural de dominación que convierte a
todos, o casi todos los grupos sociales, en minorías
discriminadas, con el agravante de que los procesos de
discriminación son producidos por esas mismas minorías,
se halla en una posición de tal fuerza que no existe, por el
momento, poder popular capaz de oponérsele? Mal que
nos pese, o nos duela, pareciera que los procesos económico-
sociales de los países latinoamericanos caminarán por un
buen tiempo por esa senda, de un modo irreversible. Sin
embargo, así como los procesos sociales sólo pueden ser
interpretados en el tiempo largo de la historia, la vida política
real de los pueblos se proyecta en un futuro, por lo menos
tan largo como la historia misma. Se podrá objetar que esa
última afirmación es un acto de fe, propio de una visión
escatológica. Nada se puede responder a esa objeción, salvo
que toda proyección sobre el futuro -y no existe política sin
esa proyección- implica una determinada cuota de fe.

Por lo tanto, el primer acto de resistencia contra las


estrategias de fragmentación es la recuperación del futuro
como espacio de la política. El segundo paso, ligado al
primero, consiste en la recuperación del análisis histórico,
que nos permita una interpretación genética de nuestro
presente. Toda génesis, por lo menos en el plano de la vida
humana, nos habla de un proceso y nos abre las puertas al
futuro. El tercer “paso-acto de resistencia” consiste en la
recuperación de la capacidad de encuentro: a nivel personal,
lo que implica la revalorización de espacios personales para
el diálogo, la idea primaria pero central de que la vida personal
es impensable e inviable como un acto aislado e individual;
como consecuencia de ello, a nivel grupal. el rescate de la
organización popular y social, como el horizonte vital más
propiamente humano; por último, a nivel colectivo, la
recuperación del espacio de los pactos y consenso
intergrupales, es decir, la recuperación de la esencia política.
Todo ello implica una “pedagogía del encuentro”, que se
enfrenta, con el mismo efecto de espejo, a las estrategias de
la fragmentación. Ella nos permitirá superar el milenarismo

35
la muerte de las idelogias, la peste, la vida light, la cultura
del naufragio, el control social horizontal, y tantos otros
fenómenos que quieren asegurar la apropiación capitalista
del espacio interpersonal, de la capacidad de realizar pactos,
de construir el consenso y lograr la hegemonía política. Para
el poder dominante ya está asegurada la apropiación de la
fuerza de trabajo, también no corre riesgo la apropiación de
las fuerzas de consumo, sólo resta apropiarse de la fuerza
misma.

V. CONCLUSIONES

En este breve ensayo hemos desarrollado las siguientes ideas,


cuya enumeración sintética puede valer como conclusión:

a) la situación socio-política de Latinoamérica nos obliga a


superar cualquier descripción tradicional de minoría, o por
lo menos, nos obliga a destacar el atribulo común a todo
proceso de discriminación de una minoría: su carácter
funcional respecto del poder dominante:
b) del mismo modo, la afirmación "son la inmensas mayorías
de nuestros países latinoamericanos, las que sufren procesos
de discriminación", si bien aún es válida, debe ser
profundizada en el marco de las nueva estrategias de poder:
c) esas estrategias de poder dominante se caracterizan por la
fragmentación de la sociedad, es decir, la creación de grupos
sociales aislados, que realizan prácticas de guerra entre sí:
d) la existencia de grupos sociales aislados, sin posibilidad
de construir pactos hegemónicos, en una relación dual de
víctima-victimario, que los sumerge a todos en condiciones
de vida infrahumanas (definición sustancial y no relacional
de discriminación), nos señala la presencia de la sociedad
fragmentada;
e) la sociedad fragmentada es la base social propia de las
democracias formales o restringidas y, como tal. genera un
condicionamiento estructural, que imposibilita la
profundización de la democracia hacia formas populares
participativas, que por la misma lógica de la voluntad
mayoritaria, harán de esas democracias instrumentos de
liberación de nuestros pueblos-minorías y no de dependencia;
0 por esa misma razón se produce un efecto espejo entre el
concepto de democracia y la sociedad fragmentada, que puede
enturbiar el análisis político, sin dejar ver las diferencias
entre movimientos sociales de base y grupos sociales
aislados, puja legítima de poder (condición positiva del pacto
político) y guerra sorda (anulación de la política),
pragmatismo (asunción de la estrategia, como nivel básico
de la política) o ruptura del horizonte de la totalidad
(milenarismo o muerte de ideologías);

36
g) el proceso de fragmentación de la sociedad parece un
proceso irreversible en el corto plazo;
h) frente a las estrategias de fragmentación podemos enfrentar
la pedagogía del encuentro, acto de “resistencia-rescate de la
política”, que se nutre de una cultura del encuentro y la
tolerancia.

Estas son las reflexiones que me ha suscitado el tema de “las


minorías en América Latina”. Se me podrá acusar de que he
hecho abuso de la libertad de plantear el tema en forma
genérica, tal como lo permiten las bases de la convocatoria.
Sin embargo, -y si esto no sirve de defensa, que valga como
disculpa- he creído que ubicar el problema de las minorías en
un marco teórico más general -si es que lo he logrado- era una
forma más eficaz de afrontar este tema sin caer en lugares
comunes. Si la fragmentación de la sociedad es un fenómeno
socio-político, la “fragmentación del análisis” es su peculiar
manifestación en el campo de la sociología y de la teoría
política, muchas veces oculto en una sana búsqueda de
presición y de “utilidad teórica".

Muchos conceptos habrán quedado en la penumbra; otros,


en la medida de la brevedad exigida y de mis propias
limitaciones, en la oscuridad más completa. Sin embargo,
nunca como ahora el pensamiento latinoamericano necesita
de una audacia responsable, que se lance de lleno al análisis
de los fenómenos sociales y políticos, aunque las condiciones
propias de producción del pensamiento generen algún tipo
de tosquedad insuperable. No debemos olvidar que si estamos
rodeados de los “sin techo”, los desocupados, los
desposeídos de la tierra, los jóvenes que no han ingresado al
mercado laboral, los drogadictos, los miembros de bandas
juveniles, los intelectuales, los homosexuales, los “rockeros”
los “punks”, los ancianos sin familia, los niños de la calle,
los solitarios, las prostitutas, los ropavejeros, los guerrilleros
o directamente formamos parte de alguna de estas minorías
o de otras que la imaginación discriminadora de nuestras
sociedades o las estrategias del poder dominante puedan
crear, la prueba de fuego de nuestros productos intelectuales
sigue siendo su capacidad para generar prácticas políticas
liberadoras, como una contribución más a la construcción de
democracias que verdaderamente sean sociedades de hombres
igualmente líbrese igualmente dignos, sin importar su raza,
su color, su condición social, sus ideas, su pasado, sus
“rarezas”, sus gustos; en fin. una sociedad en la que ser
“distinto" no signifique ser un enemigo.

37
La lucha por la legalidad

Cuestionario

1 .¿Cuál es el concepto de igualdad que describe el autor, y


cuáles son actualmente sus problemas?

2.Según su opinión, ¿cuáles son las causales histórico-


estructurales para que en nuestro país no se cumplan las
leyes?

3. Teniendo en cuenta las ideas desarrolladas en la ilustración


acerca de la legalidad y la situación actual, ¿Cuándo cree Ud.
que se produce el cambio y por qué motivo?

4. Establezca la relación que hace el autor entre legalidad y


democracia. ¿Cuál sería el mecanismo para revertir la
situación actual en América Latina?

5. ¿De qué manera y por qué, según el texto, contribuyen


nuestros sistemas judiciales a profundizar el incumplimiento
de la ley? ¿Cuáles serian, según su opinión, los cambios que
deberían producirse en nuestra administración de justicia
para revertir esta situación?

La sociedad fragmentada

Cuestionario

1. ¿Cómo es posible definir el concepto de “minorías” de


acuerdo a la tesis sustentada en el ensayo?

2. ¿Cuál es el objetivo último de utilizar la fragmentación


como estrategia del poder dominante?

3. Realice un análisis comparado entre la concepción de


sociedad fragmentada y la de la democracia genuina que
presentad autor. Señale, según su opinión, los puntos más
relevantes del análisis.

4. ¿Cuáles son los pasos que deben darse para superar las
estrategias de fragmentación?

5. ¿Porqué el autor ubica el problema de las minorías en un


marco teórico general y qué es lo que permite explicar un
análisis de este tipo?

38
Indice

Las Fichas del INECIP................................ 3

Entre la democracia y la exclusión:

La lucha por la legalidad.............................. 3

La sociedad fragmentada.............................26

Preguntas 38

39
Esta edición se terminó de imprimir en
Gráfica Monte Grande
Talcahuano 263, Ciudad de Buenos Aires
Tel.: 4382-8166
en el mes de abril de 2001
Ediciones
■g Instituto

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