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Como hace más de cinco mil años que habitamos en ciudades hemos
dado en llamar a este tipo de vida sedentaria y especializada "civilización" y
hemos llegado a creer que es la forma "natural" que deben alcanzar los
procesos de evolución cultural. Este peculiar punto de vista nos hace olvidar
muy a menudo que nuestra especie (a la que pomposamente denominamos
Homo Sapiens ) llevaba vagando por la tierra, antes de que surgieran las
primeras comunidades sedentarias, al menos 50. 000 años, mientras que la
vida en asentamientos estables, aldeas que más tarde se convirtieron en
ciudades, tiene apenas una antigüedad de unos 10.000.
La economía doméstica
Era la propia de las primitivas aldeas agrícolas autosuficientes, que
con su organización social igualitaria, no posibilitaba ni precisaba de un
excedente de recursos, puesto que la división del trabajo no lo era a tiempo
completo. La planificación y realización de las actividades productivas recaía en
los propios grupos de parientes que las llevaban a cabo, por lo que las unidades
doméstico-familiares dominaban el proceso de la vida económica y social. Las
técnicas, apoyadas en el utillaje lítico, eran simples y requerían más de la
colaboración que de la especialización, por lo que ésta era todavía mínima y
respondía fundamentalmente a la división de los grupos familiares por edades y
sexos, en virtud de lo cual se realizaba un trabajo diferente.
La presencia de algunos materiales exóticos, como la obsidiana o las
conchas marinas, encontradas en lugares situados a muchos cientos de
kilómetros de sus regiones de origen (Anatolia, el Mar Rojo y el golfo Pérsico)
aunque demuestran la existencia de contactos a grandes distancias, no
permiten hablar de un comercio especializado, pues seguramente eran llevados
de acá para allá por pequeños grupos de nómadas que, practicando el pastoreo,
compartían estacionálmente los mismos espacios naturales con los
agricultores sedentarios y los intercomunicaban. A partir de entonces el
dimorfismo sedentarios/nómadas será una de las constantes de todo el
posterior desarrollo cultural e histórico del Próximo Oriente.
Innovaciones y adpataciones
Varios son los aspectos que más llaman nuestra atención sobre la
vida de aquellas comunidades de campesinos neolíticos, relacionados con las
innovaciones técnicas y las adaptaciones culturales que fueron propiciadas por
las nuevas formas de vida. Se trata de aspectos tales como el descubrimiento
de la cerámica, la aparición de la guerra como actividad institucionalizada y
ritualmente regulada, diferenciada claramente de la violencia intergrupal
esporádica, y la creación de una ideología religiosa que, en torno al culto a los
ancestros y a las fuerzas responsables de la fertilidad, legitimó la primera de
todas las explotaciones, la de la mujer por el hombre. Por supuesto, cada uno
de ellos formó parte activa del proceso global que a la postre daría lugar a la
aparición de la civilización y las primeras ciudades, lo que no implica un
desarrollo siempre conjunto ni homogéneo de los mismos. La guerra, como
pauta cultural que promueve la supremacía masculina y afecta a la regulación
del equilibrio población/recursos, parece haber aparecido tempranamente en
unas zonas y más tarde en otras, dependiendo seguramente de las distintas
situaciones que las caracterizaban.
De escasa significación en las poblaciones de cazdores-recolectores
nómadas, en algunos casos parece que ya se encontraba presente entre los
cazadores-recolectores de vida sedentaria, y su base se establece en la
disputa de territorios y sus recursos o en el rapto de mujeres cuando estas
son escasas. En este sentido las primeras aldeas agrícolas del Levante
albergaban, con su tamaño mucho mayor, una población más numerosa que los
pequeños asentamientos de los Zagros, lo que constituye una significativa
diferencia. Tal vez por ello tenemos las primeras pruebas arqueológicas de la
existencia de la guerra en el neolítico inicial de Palestina. La cerámica, por el
contrario, no comenzó a producirse hasta aproximadamente un milenio
después, mientras que los datos que ilustran la aparición de prácticas
religiosas vinculadas al culto a los ancestros y a la fertilidad se remontan
asimismo a las primeras aldeas agrícolas del Levante y Anatolia, siendo las
manifestaciones reconocibles de la ideología sexista un tanto posteriores.
El origen de la guerra
Mucho es lo que se ha discutido sobre los orígenes de la guerra, pero
parece seguro que más que una predisposición biológica o psicológica de los
humanos, la guerra es un factor socio-cultural, cuya aparición en aquellas
primeras comunidades aldeanas obedeció a la necesidad de controlar la función
procreativa de las mujeres a fin de asegurar la reproducción social que
garantizaba la transferencia de la subsistencia de una generación a otra, y, en
parte, también para hacer frente a los efectos crecientes de la presión
demográfica por medio de la creación de "espacios vacíos" que actuaran como
zonas de reserva ecológica y regulando el tamaño de la población mediante el
infanticidio preferencial femenino, consecuencia extrema de la subordinación
de las mujeres a los varones. Entiéndase que la presión demográfica no
significaba necesariamente un incremento brusco y neto de la población, sino
que, por el contrario, podía manifestarse como un crecimiento gradual de ésta;
crecimiento que, combinado con un descenso de los recursos como causa del
descenso en la eficacia tecno-ambiental, rasgo éste muy peculiar de aquellas
primitivas condiciones de la vida agrícola, podía llegar a comprometer el
equilibrio población/recursos. En otros términos, fue en un ambiente neolítico
de tecnología rudimentaria que convertía en un factor decisivo la fuerza de
trabajo, donde imperaba además la necesidad de conseguir mujeres fuera del
propio grupo, y con una creciente competencia por los recursos ante el
crecimiento de la población y la relativa escasez de tierras, en que la guerra
hizo su aparición y se desarrolló por vez primera de forma importante.
El registro arqueológico
Hasta ahora hemos descrito el proceso en virtud del cual las aldeas
agrícolas neolíticas "igualitarias" pasaron a convertirse en comunidades
jerarquizadas según la perspectiva elaborada por los antropólogos culturales. El
registro arqueológico, por otra parte, ofrece datos que permiten apoyar esta
reconstrucción. Asentamientos como Hacilar o Chatal Hüyük, sin presentar
nítidos contrastes que hagan pensar en la existencia de desigualdad social,
parece que eran capaces de generar ya el excedente necesario para mantener
una incipiente especialización que probablemente recaía sobre determinados
grupos domésticos y familiares. No obstante la difusión entre la población de
las prácticas y actividades rituales y religiosas indica que aún no eran
patrimonio exclusivo de ningún grupo especializado en tales menesteres, como
se aprecia en Chatal Hüyük, donde la constatación de unas cuarenta
construcciones, que no se distinguen en otra cosa del resto de las viviendas,
pero que tienen signos de haber sido utilizadas como santuarios domésticos, es
un argumento en favor de la inexistencia de posiciones centralizadas de
jerarquía social, ya que los sistemas simbólicos y religiosos constituyen tanto
un refuerzo como un reflejo de la organización social.