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RETÓRICOS DE LA
NUEVA ESPAÑA
ISBN 968-36-5234-8
B itácora de Retórica
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los sacerdotes noveles que se preparaban para el arduo mi
nisterio de la predicación. Abordaremos, además, de ese si
glo, otra obra muy utilizada, el Novus candidatus rhetoricae, del
jesuíta Francisco Antonio Pomey.
Más académico y clasícista que los anteriores se nos mues
tra un manual del siglo xvin muy usado en colegios jesuitas.
Se trata de las De arte rhetorica et poetica institutiones, que fue
compuesto por el padre Pedro María la Torre, siciliano. La
obra fue refundida y adaptada para los colegios novohispa-
nos por el P. José Mariano de Vallarta y Palma, por lo que,
en buena medida, se le puede atribuir a este último, y da una
idea suficiente de la enseñanza de la retórica en las escuelas
del xvm. Trataremos algunos aspectos de su contenido. Igual
mente, veremos unas lecciones de retórica del dominico fray
Matías de Córdova, chiapaneco que intervino en la indepen
dencia.
Queremos, finalizar esta introducción manifestando nues
tro agradecimiento a Helena Beristáin y Bulmaro Reyes, por
su lectura crítica del manuscrito, y todas las sugerencias brin
dadas.
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1. LA RETÒRICA EN BARTOLOMÉ
DE LAS CASAS
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entendimiento por medio de razones y la imitación y suave
moción de la virtud” {ibid.: 65). En efecto, el intelecto tiene
como objeto propio la verdad, y la voluntad, el bien; y sólo
se persuade de la verdad con una argumentación válida, y
sólo se convence del bien con una expresión discursiva que
vaya acompañada de una conducta intachable. Aquí Las Ca
sas, al hablar de que se alude al entendimiento y a la volun
tad, está diciendo que la retórica se dirige al hombre total,
intelecto y afecto, a su dimensión racional y a su dimensión
emocional. Esto es lo que ya decía Aristóteles, que la retóri
ca tiene dos partes: una lógica y otra psicagógica, esto es, una
teoría de la argumentación y una teoría de las pasiones, por
que, conjuntando lo lógico y lo psicológico, se llega a una
persuasión que va más allá del ámbito de la lógica, tanto
analítica como tópica, ya que se acude también al sentimien
to, para inculcar lo verosímil, lo que está de acuerdo con la
opinión de los hombres (cf. Aristóteles, Retórica, lib. I, cap.
2 , 1357a34 ss.).
El hombre tiene la razón y la voluntad, por las que es li
bre. El discurso puede mover tanto a la razón como a la vo-*
luntad; a la prim era con argumentos y a la segunda con la
belleza imaginativa y emotiva de lo que se dice:
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dirija o atraiga de una manera blanda, dulce, delicada y sua
ve, en virtud de su libre albedrío, para que voluntariamente
escuche, voluntariamente obedezca y voluntariamente pres
te su adhesión y su obsequio a lo que oye (: 71).
Vemos en Las Casas un gran respeto por el libre albedrío,
por la libertad, que consta de razón y voluntad; y, al ser res
petuoso de la razón y la voluntad del hombre, está captan
do plenam ente aquello que constituye su alta dignidad. Es
por lo que el ser humano, la persona, es lo más digno en la
tierra.
Bartolomé reconocía en el indio la naturaleza hum ana en
plenitud de facultades y operaciones, pues justam ente la ra
zón es lo específico del hombre, ya que la voluntad se asocia
con ella, al ser el apetito racional regido por el conocimien
to de la razón; así, reconocer la razón es reconocer la volun
tad y, por ende, la libertad. Pero se trataba además de un re
conocimiento más peculiar. No se reconocía al indio sólo
como perteneciente a la especie humana, sino en cuanto a
■su particularidad y peculiaridad de indígena, con una cultu
ra respetable, que no se podía cambiar así como así, por
ejemplo en el ámbito de la religiosidad. Bartolomé es cons
ciente de que cambiar de religión es algo muy serio, y dice
que nadie cambiaría irreflexivamente su creencia, sino con
un raciocinio muy ponderado, escuchando las razones que
se le dan, sopesando todas ellas con mucho cuidado, opo
niendo dificultades, juzgando las respuestas, y todo ello ne
cesita un buen lapso de tiempo. Con ello reconoce la respe
tabilidad de la cultura y la religión indígenas. Interesado so
bre todo en convertir a los indios a la fe cristiana, sostiene
que, mudada su otra religión, pueden convivir con el cristia
nismo muchos elem entos de esa otra cultura, en la cual
—como lo muestra en la Apologética historia sumaria— habíar
alcanzado un nivel muy considerable.
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En cuanto a la voluntad, Las Casas llega a decir que tiene
que atraerse con halagos y dulzuras, cosa que se hará en el
proceso del diálogo:
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en su oración sus preceptos, para conmover y llevar a sus
oyentes al punto que se propone. Pero el retórico u orador
estudia y observa con suma diligencia en su discurso los pre
ceptos de la retórica, con el fin de conmover y llevar a sus
oyentes, etc. Luego el predicador o maestro que tiene el en
cargo de instruir y atraer a los hombres a la fe y religión
verdaderas, debe estudiar la naturaleza y principios de la re
tórica y debe observar con suma diligencia sus preceptos al
enseñar o predicar, para que logre conmover e inducir el
ánimo de aquellos a quienes se propone instruir y atraer a la
fe y religión cristianas (: 94-5).
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proceso de la adquisición del conocimiento, por lo cual hay
que aplicar la gnoseologia a la retórica, con el objeto de que
le aclare esa parte de su consideración.
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se aceptan cuando se capta el nexo entre el sujeto y el pre
dicado. En ellas no hay propiamente lugar para la persua
sión, ya que deben tener una conexión interna evidente.
Pero la persuasión y el discurso sí tienen lugar en cuanto a
las proposiciones mediatas, que no son evidentes, y que de
ben ser probadas por raciocinio, a saber, conectando las pre
misas y la conclusión a través de un término mediò probato
rio. Allí sí cabe el discurso, el raciocinio, y es el lugar propio
de la argumentación, como la que se da en retórica. Acerca
de ellas la voluntad presta su adhesión, movida por la fuerza
de los argumentos que se le ofrecen.
Esas proposiciones inmediatas y evidentes, es decir, que no
requieren de medio demostrativo, son las que sirven como
principios o premisas para llegar al conocimiento de otras
cosas. En el caso de la retórica, que usa una argumentación
más rápida que en la lógica (el entimema), no se prescinde
de ninguna m anera del modo argumentativo. Es tan argu
mentativa como la lógica, sólo que, dado que sus premisas
sólo son verosímiles, alcanza únicamente una conclusión ve
rosímil. Pero esto es suficiente para llegar a lo razonable para
el hombre. Ese proceso de convicción se parece mucho al
del conocimiento.
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que a Dios se refiere, y para que pueda, igualmente, obrar y
vivir conforme a la virtud. En consonancia con esta doctrina,
demuestra el Filósofo (2 Ethic.) que las virtudes que tenemos,
así como las ciencias que poseemos, son naturales en noso
tros, en cuanto a la amplitud y principio de su existencia;
porque tenemos naturalmente en nosotros los principios,
naturalmente conocidos, de las cosas que pueden saberse y
de las que pueden o deben hacerse, constituyendo así dichos
principios los gérmenes de las virtudes intelectuales y mora
les; y también porque existe en la voluntad un apetito del
bien, que está de acuerdo con la razón (: 104).
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Ese análisis del proceso del conocimiento redundará en be
neficio de la retórica, ya que el proceso de persuasión tiene
mucho de reproducción de la adquisición firn dada de saber,
como se hace en la enseñanza*
Además, la verdad (y no sólo el bien) atrae a la voluntad,
ya que la verdad es el bien de la inteligencia. Si se puede
hacer amar el bien con la persuasión, se tendrá el camino
para llevar al oyente a lo que se propone el hablante con esa
comunicación retórica, como la que se hace para trasmitir
una fe, en este caso la fe cristiana. Tiene mucho parecido
con la docencia, en cierta forma ambas participan de la ma-
yéutica socrática, que trataba de llevar al oyente desde sí mis
mo a la aceptación de lo propuesto por el hablante. Por eso
dice Las Casas:
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uso preferente de lo sensible e imaginativo (en lo cual com
parte con la poetica el ornato del discurso).
Por esta razón, las mismas palabras del maestro, oídas o leí
das, tienen, en cuanto a la generación de la ciencia, la mis
ma relación que los objetos que están fuera de la mente, ya
que de unas y de otros recibe el entendimiento las especies
inteligibles; aunque es verdad que las palabras, por su mayor
proximidad, tienen más eficacia que los objetos sensibles que
se encuentran fuera de la mente; las palabras, en efecto, son
representaciones de las mismas especies inteligibles. Por con
siguiente, antes de poseer la ciencia, necesita el discípulo de
un agente que por medio de la enseñanza lo lleve a poseerla
actualmente, según se afirma en el 8 Physic.] de suerte que el
maestro incita el entendimiento del discípulo para que
aprenda lo que le enseña, a la manera de un agente esencial
que mueve alguna cosa de la potencia al acto (el que instru
ye se asemeja al que mueve el dedo para mostrar algún obje
to, según san Agustín, prólogo a su De Doctor. Christ.) {ibidem).
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2. RETORICA Y LUUSM O EN
DIEGO VALABÉS
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a su fundamento, y primeramente aborda la cuestión de si
esta disciplina existe. A ello responde afirmativamente, acla
rando que es una parte de la filosofía racional, según la con
cepción aristotélico-escolástica de que las ciencias argumen
tativas eran la lógica (o dialéctica), la retórica e incluso la
poética. Es una concepción de la retórica como teoría de la
argumentación. En cuanto a la cuestión propiam ente de
finitoria, la de qué es la retórica, responde que es una cien
cia que tiene dos modalidades, una es la retórica natural (la
cual puede ser perfecta o imperfecta) y otra es la artificial
(la cual se divide en declamatoria y oratoria).
La división de la retórica en sus clases, que da Valadés,
secciona esta disciplina con arreglo a los géneros de sus cau
sas: demostrativa, deliberativa y judicial. A la prim era corres
ponde el género demostrativo, que tiene como objetivo la
alabanza o el vituperio, si atiende a los bienes o a los males,
y pueden ser externos al individuo, o de su cuerpo, o de su
alma. El género deliberativo, atento al quién, al a quién y al
de quién, persuade o disuade haciendo ver lo posible, lo útil,
lo honesto y lo inopinado. El género judicial versa sobre lo
justo y lo injusto, lo conveniente y lo inconveniente, con es
peranza de lo bueno o temor de lo malo. Es la división tra
dicional aristotélica.
Ya la división de la retórica en sus partes constitutivas es
en principales y menos principales. Las partes más principa
les de que consta son aquellas que conforman el trabajo del
orador para poder predicar, a saber: la invención de argumen
tos, que pueden ser tristes o agradables, y estos últimos me
jores o más eficaces; la elocución, que se hace con palabras
claras, usuales y propias; la disposición, que se hace según arte
y tiempo; la declamación, que es clara y suave, atendiendo a
la voz, al rostro, al gesto, a la distribución y al hábito; y la
memoña, que puede ser natural o artificial, y versa sobre la
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división de la pieza oratoria, sobre los lugares argumentativos
y sobre las imágenes con que se adorna. Las partes menos
principales son las que conforman la pieza oratoria misma,
y son: el exordio, que usa palabras y signos para hacer a los
oyentes atentos, dóciles y benévolos; la narración, que expo
ne el tema con tratamiento claro, breve y verosímil; la divi
sión, en la que se presentan las partes principales del sermón,
y según Valadés debe ser sumaria y desnuda o simple; la
confutación, que refuta lo que se puede alegar en contra, y
con ello confirma lo mismo que se ha dicho; y por último la
conclusión. Todo esto es acorde a los aspectos que señala co
mo propios al oficio del orador, que son: enseñar, mediante
la necesidad racional; conmover; o mover a la victoria; y delei
tar, con la suavidad.
Valadés sabe que la esencia de una cosa se expresa en la
definición o descripción. Por eso define así a nuestra disci
plina: “Es, pues, la retórica la ciencia o facultad o arte del
bien decir con la aprobación de los oyentes, en la medida
en que pueda hacerse” (: 147). El género es la ciencia, que
en aquel entonces coincidía con el saber filosófico, y de ma
nera más específica la coloca, como sabemos, en la filosofía
racional o argumentativa. Se trata de hablar bien con la
aprobación de los oyentes, en el sentido de que eso es nece
sario para la comunicación humana (la cual, como ahora nos
recuerda Perelman en la Nouvelle Rhétorique, siempre depen
de de un auditorio concreto). Y se distingue de la dialéctica
o lógica en que lo que esa ‘d isciplina dice de m anera breve y
concisa, ella lo dice de manera extensa y adornada. Valadés
cita a Zenón (de Citium), del movimiento estoico, escuela
de grandes lógicos, quien decía que la primera se parecía a
la mano en puño, y la segunda a la mano extendida. Ambas
disciplinas comparten la misma materia, que es todo asunto
que pueda moverse a discusión. Valadés aprovecha para in
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troducir aquí la retórica cristiana, a la que le toca la inven
ción, disposición y elocución de los asuntos que tocan a la
salvación de las almas.
La retórica aparece estrechamente vinculada con la lógi
ca. Valadés cita a Arias Montano, quien dice que son herma
nas gemelas:
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vía deficiente. Esta última puede mejorar con los conoci
mientos que da el arte, con la imitación y el ejercicio. Preci
samente la retórica artificial es la que se aprende con el es
tudio, es la que da reglas y preceptos poco a poco elabora
dos por quienes sobresalieron en ella y la han enseñado. Y
el arte retórico se divide en declamatorio y oratorio. El que
interesa más a Valadés es el segundo, el oratorio, ya que la
declamación es más bien ejercicio sobre temas fingidos. El
orador es el que actúa en serio, y el retórico el que además
profesa el arte.
El arte oratorio “comprende las causas y las partes del dis
curso, y también la función del orador, la cual se ocupa es
pecialmente en conmover” (: 153). Guillermo de París (De
Rhetorica Divina) y Gabriel (Biel) distinguen entre orador es
piritual y secular. El primero intenta conmover al juez para
inclinarlo a favor de su cliente. El segundo trata de conmo
ver las almas para inclinarlas al bien y salvarlas para Cristo.
Valadés trata además de la materia o sujeto del arte retó
rica. Según enseña Aristóteles, toda arte tiene una materia
sobre la que versa.
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y elegante, y la rem ota son todas las cosas susceptibles de ser
dichas de modo ornado y elegante. Por eso la retórica cris
tiana puede usar en su materia remota a los filósofos, los poe
tas, historiadores, oradores, etc., y en la próxima solamente
lo que conduzca a la salvación. En ella se incluye lo hones
to, lo útil y lo deleitable. El bien honesto es el que se ama
por sí mismo, ya sea de modo simple por sí, como Dios, ya
sea secundum quid, como las virtudes. Lo útil se apetece por
causa de otro, como un medio que sirve a ese fin. “Lo de
leitable, según Gerson, es un movimiento del alma que sur
ge de la aprehensión de un objeto de manera conveniente”
(: 159). El orador debe aprovechar lo útil y lo deleitable para
llevar a lo honesto, que culmina en Dios.
Y, ya que la retórica consiste en hablar bien, y aquello de
lo que se puede hablar bien es innumerable, la retórica por
así decir no tiene límites, abarca todo. Sólo se pueden de al
guna manera determinar sus sujetos y sus aplicaciones.
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tos de los que habla Valadés son los mismos que los de Rai
mundo Lulio en el Arte general última y en el Ars brevis, am
bas de 1308 (cf. Carreras y Artau 1939, t. I: 429-30; Cruz
Hernández 1977: 102-3). Valadés no cita a Lulio, pero es evi
dente su influjo. Cita, entre otros teólogos y filósofos, a Ale
jandro de Hales, San Buenaventura, Ockham, Gabriel Biel,
Pedro de Alliaco, Gerson, Nicolás de Lira, Cardillo de Villal-
pando, Alfonso de Castro, Santiago de Valencia y Jerónim o
de Osorio. Por su seguimiento del mallorquín, Valadés cons
tituye un ejemplo de lulismo en la Nueva España y, hasta
donde sabemos, el único que se ha señalado.
Veamos cómo sigue Valadés a Lulio en la cuestión de los
sujetos de la retórica. El sujeto Dios abarca no sólo al Dios
verdadero, sino también a los dioses de los paganos. Dios es
el principio, el fin y el centro de todas las cosas. Añade sus
nueve predicados: “bondad, magnitud, duración, potestad,
sabiduría, voluntad, virtud, verdad, gloria” (: 161). Estos son
también los nueve principios absolutos de Lulio, en exacta
correspondencia. Esos predicados se dan en triple diferen
cia: esenciales, causales y finales. Valadés desarrollará la doc
trina luliana aprovechándola para su retórica. Ya de suyo par
ticipa del ideal luliano de conocimientos universales y enci
clopédicos para poder predicar, y trata de dar en estos prin
cipios algunas de las ventajas del arte magna de Lulio; y aquí
le importa sobre todo brindar los conocimientos más funda
mentales para hablar de Dios y de las creaturas.
Los predicados esenciales se dicen sólo de Dios según su
naturaleza. Son la bondad, la magnitud y la duración, y se
pueden considerar de manera teológica, física y matemáti
ca. Así, teológicamente, la bondad es el Padre, la magnitud
el Hijo y la duración el Espíritu Santo. Físicamente el prim e
ro es la esencia, el segundo el ser y el tercero la existencia. Y
matemáticamente el primero es el punto, el segundo el des
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pliegue y el tercero es la perseverancia. La bondad puede ser
perm anente o fluente, según la tenga la cosa en cuanto a ella
misma o hacia las demás. La magnitud puede ser de mole,
de virtud, de perseverancia y de sucesión.
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leyes, aun las naturales; y la segunda no va en contra de ellas,
sino que respeta el orden establecido por el mismo Dios. Se
refleja aquí la preferencia de los franciscanos por la omni
potencia absoluta de Dios —que puede ir no sólo contra las
leyes físicas, sino contra leyes lógicas y metafísicas como el
principio de no contradicción—, la cual resaltaban por en
cima de los dominicos y otras escuelas —e incluso contra
ellas. La sabiduría es creada e increada, y lo mismo la volun
tad. Distingue la sabiduría de la ciencia, en que la prim era
es conocimiento de las cosas divinas, y la segunda de las hu
manas. También distingue la voluntad de beneplácito y la
voluntad de signo; la prim era es por la que Dios quiere pro
piamente, y es antecedente y consecuente; la segunda es más
bien metafórica, y es quintuple: prohibición, prescripción,
consejo, impleción y permisión.
Los predicados finales son virtud, verdad y gloria. Teo
lógicamente, el primero corresponde al Padre, el segundo
al Hijo y el tercero al Espíritu Santo. Físicamente les corres
ponden el poder, el acto y el nexo; matemáticamente, el cen
tro, el diámetro y el círculo. Las virtudes tienen contrarios
(a saber, los vicios) por exceso y por defecto. La virtud se dis
tingue del poder (o facultad) en que ella es un hábito, vo
luntario en el caso de las virtudes adquiridas, y gratuito en
el caso de las virtudes infusas (como las teologales: fe, espe
ranza y caridad). La verdad se divide en teológica, física y
ética. Las verdades teológicas también se llaman católicas,
como contrapuestas a las heréticas, y pueden ser racionales
o de fe. Las primeras son, por ejemplo, que Dios es bueno,
viviente, sabio. Las segundas son, por ejemplo, que es uno y
trino, que se encarnó y nos salva, y las demás reveladas en la
Escritura, o desarrolladas por el magisterio de la Iglesia (pa
pas y concilios). La verdad física es “la conformidad de una
cosa entendida con el intelecto” (: 177), según Aristóteles.
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La verdad ética consiste en la operación, es decir, es una ver
dad práctica, y más bien se entiende como veracidad. La glo
ria “es la delectación final cuando el apetito de cada quien
descansa” (: 179) y también puede ser teológica, física y hu
mana. La prim era es la alabanza brotada del conocimiento
de las perfecciones de Dios. La segunda es el disfrute del
sumo bien, el logro de la naturaleza de una cosa. La tercera
se diversifica según la intención de los hombres, pero siem
pre es gloria vana, vanagloria.
El segundo sujeto de la retórica es el ángel —tal como lo
ponía Lulio, y lo recoge Valadés—, el mundo de los espíri
tus puros dependientes de Dios, sean buenos o malos. Pue
de entenderse alguien como ángel por oficio, por dignidad
y por naturaleza. Se nos dice que lo primero es cualquiera
que es enviado por Dios. Lo segundo es el sacerdote, por
que consagra el pan y lo transforma en el cuerpo de Cristo.
Lo tercero son los ángeles propiamente. Y tienen tres jerar
quías; la suma, está formada por los querubines, los serafines
y los tronos; la media, por las dominaciones, principados y
potestades, y la inferior, por las virtudes, los arcángeles y los
ángeles.
El tercer sujeto es el cielo, las esferas celestes. Y puede en
tenderse física o místicamente (como la morada de Dios, que
es espíritu). Con el fin de ejemplificar esto último, Valadés
cita a San Agustín, quien dice: “Padre nuestro que estás en
los cielos, esto es, en los santos y justos” (: 183).
El cuarto sujeto es el hombre.
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Se ve aquí otra vez la influencia de Lulio, quien usaba mu
cho de esta imagen del hombre como microcosmos, más que
san Buenaventura, que atendía más bien a la imagen trinita
ria en el hombre (cf. Beuchot 1978: 13). De este sujeto hu
mano, el orador puede disertar de muchísimas formas, ya
desde la etimología del nombre (humus, limo), por su sober
bia, por el equilibrio de sus temperamentos, por su raciona
lidad, por ser imagen de Dios, por la mortalidad de su cuer
po y la inmortalidad de su alma, por su libertad y su incons
tancia, por sus virtudes y sus vicios, por la gracia de Dios que
lo santifica, etc. En cuanto al alma, el hombre tiene inte
lecto, vida y apetito. En cuanto al cuerpo, tiene lo primero
por la cabeza, lo segundo por el corazón y lo tercero por los
riñones. Y también por Dios, el cielo y los elementos.
Pasando al quinto sujeto, encontramos que es el imagi
nativo, que es aquel “por el cual se entiende a los animales
más perfectos en los cuales aparecen los juicios de los senti
dos interiores: como en los perros la memoria, en las ovejas
la discreción, en la zorra el fraude, y cosas semejantes a és
tas” (: 189). No deja de ser curiosa esta idea de la imagina
ción en los animales como cierta capacidad de juicio*
El sexto sujeto es el sensitivo, por el que se entienden los
animales que no manifiestan ningún tipo de juicio como los
anteriores, p. ej. los gusanos, las moscas, los topos, etc., que
son llamados animales inferiores.
Viene en seguida el séptimo sujeto, a saber, el vegetativo,
que se refiere a este tipo de vida o alma en las plantas. En
ellas el orador puede ponderar su utilidad para la medicina.
El octavo sujeto es el elementativo, que comprende los
cuatro elementos simples (tierra, agua, aire y fuego) y las
cosas compuestas de ellas (que son todas las cosas sublu
nares), y hay que tratarlas según su imperfección y su per
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fección. Tienen el más alto grado el oro y la plata entre los
metales, el hom bre entre los animales que caminan, y el
águila entre los que vuelan.
Y, por último, el noveno es el instrumentativo, que abarca
a todos los instrumentos, los cuales pueden ser: naturales,
artificiales y morales. Los primeros son los que así formó la
naturaleza, como el ojo para ver, los pies para caminar, el
asno para cargar, etc. Los segundos son obra de la industria,
como el martillo para golpear y las tijeras para cortar. Los
terceros “son aquellos con los cuales arreglamos o corregi
mos o depravamos nuestras costumbres, como las virtudes y
los vicios. Así, la justicia es el instrumento con el que el jus
to obra justamente; la injusticia, el instrumento con el que
se obra injustamente” (: 191). Los naturales y artificiales pue
den usarse tanto para el bien como para el mal, son indife
rentes; en cambio, los morales sólo pueden usarse para el
bien si son virtudes, y para el mal si son vicios.
Menciona los accidentes, que son los nueve de Aristóteles
(cantidad, cualidad, relación, acción, pasión, posición, hábi
to, dónde, cuándo). También se aplican a las cosas que trata
la retórica, pues se aplican a las substancias e incluso las unas
a las otras, como cuando se dice “blancura grande” o “acción
fuerte”. Sobre todos estos predicamentos, Valadés da la pa
labra a Agustín Valerio, obispo de Verona, quien los ha or
ganizado en su libro De Rhetorica Ecclesiastica^ Con ello termi
na su exposición de este tema.
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Ockham, este último, como se sabe, seguido por multitud
de discípulos. Esto no ocurre entre los franciscanos novohis-
panos (no hemos podido encontrar nominalistas ni segui
dores de san Buenaventura). Inclusive el mismo Lulio tuvo
en Europa una numerosa escuela. Pero en México ha sido
difícil encontrar estudiosos de sus doctrinas, y hasta ahora
sólo hemos encontrado a Valadés. El es un digno expositor
de algunos elementos del arte luliana, aplicado aquí a la re
tórica.
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3. FRAY LUIS DE GRANADA
Y
FRAY DIEGO VALADÉS
31
clases. El libro quinto trata de la elocución, que es la parte
primordial del discurso u homilía. El libro sexto explica la
acción o pronunciación del sermón, y añade varias ayudas o
recursos para predicar. Haremos una breve exposición de
cada libro.
Según decíamos, el libro primero está dedicado a las ge
neralidades introductorias al arte oratoria. Fray Luis expone
el origen del arte de la retórica; tal origen es la posibilidad
de persuadir a los demás con la elegancia de la dicción, aña
dida a la posibilidad de convencer con argumentos. La ne
cesidad y la utilidad de dicho arte reside en la ayuda que
presta a los fines de la comunicación humana, posibilitando
la transmisión eficaz de un mensaje. En esa finalidad con
fluyen la argumentación y la amplificación de los afectos, y
no se trata de una charlatanería demagógica ni de un mero
chantaje afectivo. La retórica argumenta, tiene un fuerte in
grediente de lógica o dialéctica; pero añade a esa presenta
ción de argumentos el movimiento de los afectos. Fray Luis
avanza tratando del oficio del predicador y de la dignidad
que le compete. Proporcional a esa dignidad, se destaca su
dificultad, y con arreglo a esa gran dificultad dimanan las
características que debe reunir el predicador. Algunas de
ellas son la rectitud de intención, la bondad de costumbres,
la caridad, el estudio, la oración y la meditación. Sin esas vir
tudes no se prepara la predicación del orador sagrado, o no
se avala sin su testimonio.
El libro segundo es, a todas luces, la parte nuclear del tra
tado de fray Luis. En él se explican los elementos funda
mentales que componen la retórica sacra, ya sea en el lado
de la argumentación, ya sea en el de la persuasión mediante
la ornamentación del discurso y la excitación de las emocio
nes. Empieza por brindar la definición de la retórica, su ob
jeto o materia, su oficio o fin, al igual que sus partes. Fray
32
Luis la compara con la dialéctica, para que no se confunda
con ella, dada su conexión tan íntima; expone las partes de
la oración o sermón, y divide el orden de cuestiones que se
presentan en torno al discurso. Dedica la atención a los tó
picos retóricos, que vienen a ser los lugares argumentativos
de la oratoria, a semejanza de los tópicos de la dialéctica. Y
comenta los modos de lograr el movimiento de los afectos y
el ornato de la oración, que son los distintivos de la pieza
retórica.
Especial atención es concedida a los afectos en el libro ter
cero. Son estudiados en general y en particular, y se añade
la m anera de conmoverlos mediante la amplificación. Sobre
la amplificación —que es la contrapartida y el complemen
to de la argumentación en la retórica— se dice de dónde
puede tomarse; por ejemplo, de las partes, de los antece
dentes, concomitantes y consiguientes (o adjuntos) de una
cosa o suceso. Se tratan los modos de amplificar, expuestos
por Quintiliano, y se explican las descripciones de cosas y
personas, así como el razonamiento fingido, la confirmación
y las figuras de la elocución, que sirven justamente para con
mover los afectos.
La clasificación de los principales tipos de sermones se da
en el libro cuarto. Primero se exponen, de manera general,
las seis partes de la pieza oratoria (exordio, narración, pro
posición y partición, confirmación, confutación, y conclu
sión o peroración). Y después se ven los cinco géneros prin
cipales de oración: género suasorio (que trata de persuadir),
género demostrativo (usado en las fiestas de los santos), gé
nero expositivo (para explicar el evangelio), género mixto y
género didascàlico (o magisterial).
El elemento principal de la pieza oratoria o sermón, la
elocución, se trata en el libro quinto. En él explica fray Luis
las propiedades de la elocución siguiendo a Fabio (o Quin-
33
tiliano). De ahí pasa a exponer sus virtudes, que son: ser cas
tiza, ser clara y ser adornada. Por lo que hace al adorno, ha
bla del que tiene de suyo cada palabra, y de los tropos —o
figuras literarias. De entre ellas resalta la semejanza de pala
bras y la oposición. Terminadas las figuras de dicción, acce
de a las figuras de pensamiento. Da mayor realce a las que
pertenecen a la instrucción y a las que tienen fuerza y acri
monia. Trata asimismo del uso de las figuras y del modo de
aplicarlas a diversas materias. Habla también sobre el géne
ro sublime o magnífico. Y termina con una alusión a los vi
cios que se oponen a la elocución y al adorno de la oración
o sermón.
En el libro sexto se aborda el tema de la ejecución o pro
nunciación de los discursos, con las demás ayudas y recursos
para predicar bien. Fray Luis establece el objetivo o fin de la
buena pronunciación; enuncia las cuatro virtudes cardinales
de la pronunciación, que son la corrección, la claridad, el
ornato y la adecuación o el aptum. Explica los modos de pro
nunciación que competen a las tres partes primordiales del
sermón, a saber, la exposición, la argumentación y la ampli
ficación. Habla además de los gestos y movimientos del cuer
po, señalando los vicios en que puede incurrirse respecto a
ellos. Y term ina puntualizando algunas cosas que atañen a
la moderación, afecto, ayudas, ornamentaciones y buen áni
mo que deben caracterizar al orador sagrado, y cómo pue
de éste prepararse bien para su sermón.
Por su lado, también la Retórica Cristiana de Diego Valadés
tiene seis partes. La prim era versa acerca del orador y la ora
toria cristianos, al igual que en fray Luis. Ensalza el estudio
de los saberes profanos, que pueden ayudar al orador sagra
do, pero sobre todo encarece la necesidad que tiene de co
nocer la ciencia teológica.
La segunda parte difiere, un poco de la de fray Luis, ya que
34
éste expone la naturaleza de la retórica junto con la del ora
dor, y Valadés trata de la retórica en cuanto tal en esta nue
ra parte. Comienza exponiendo lo que es el arte retórica y
sus elementos, apoyándose en Aristóteles, Cicerón y Quinti
liano. Y distingue la retórica cristiana como el arte de hablar
bien para buscar la salvación de las almas. Trata de los con
tenidos posibles de la retórica, según el equema de Raimun
do Lulio; y alude a las fuentes del orador sagrado, además
de la Escritura: los concilios, los papas, los Santos Padres y
los grandes teólogos. Esto se corresponde con el gran inte
rés de fray Luis en los tópicos retóricos, en su libro II. Para
Valadés los tópicos son los principios Iulianos y las autorida
des teológicas. Aborda asimismo las partes de la retórica:
invención, distribución y elocución.
Pero también habla Valadés de los recursos estilísticos: pa
rábolas, metáforas y comparaciones, sobre todo los existen
tes en la Sagrada Escritura. En eso coincide con fray Luis.
Pero se distingue de él en que diserta sobre el lenguaje y la
memoria artificial. Es todo un tratado en el que adopta re
cursos mnemotécnicos que usaban tanto los europeos como
los indígenas.
La tercera parte es un tratado de exegesis o de interpre
tación de la Sagrada Escritura. Permite introducir elegancias
y ejemplos tomados de los poetas, y usar argumentos de los
buenos filósofos. Expone los sentidos de la Escritura: literal
y místico, histórico y tropològico, cosa que no era frecuen
te; por lo menos, esto no lo hace fray Luis.
En la cuarta parte, Valadés aborda los géneros oratorios:
demostrativo, deliberativo y judicial; los de la tradición gre
corromana. El demostrativo, que se usa para alabar o vitu
perar a alguien, es aplicado en lo sagrado para alabar a los
santos y atacar a los malvados. Y aquí introduce una curiosa
y no claramente justificada digresión sobre los indígenas de
35
Mexico. Retoma el hilo de los géneros oratorios, y termina
lo relativo al deliberativo y judicial. Fray Luis lo trata en el
libro IV.
En cuanto a la alabanza, tanto de los bienes materiales,
como de los espirituales, Valadés introduce los de los crio
llos y los de los indígenas, dejando expresión libre a su amor
por la patria. Toma en cuenta tanto las virtudes de los espa
ñoles como las de los indios. Y sigue añadiendo digresiones
sobre la Nueva España.
La parte 5a. trata de las partes del discurso en sí mismo:
exordio, narración, digresión, división, confirmación-con
futación y conclusión. Esto coincide con el libro IV de fray
Luis de Granada. Valadés declara además las características
que debe tener cada una de estas partes para lograr mejor
su efecto.
La sexta parte de Valadés expone las figuras, adornos y re
cursos oratorios. Eso lo trata fray Luis en el libro V. Cicerón
es la mayor autoridad, pero también Quintiliano, Virgilio y
otros. Cita a San Agustín, al Crisòstomo y a Pico de la Mi
rándola. Curiosamente, elige como ejercicio la demostración
de que la ciudad de México está en lugar insalubre, por lo
que debe ser cambiada de sitio. Finalmente, Valadés hace un
resumen de los cuatro libros de las Sentencias de los Santos
Padres compilada por Pedro Lombardo, con lo cual pone a
la mano del predicador un buen compendio de teología.
Dice haber seguido en esto el resumen de A m oldo Vesa-
lense.
Con todo, aun cuando el mismo Valadés dice que leyó la
obra de Granada (: 9), es obvio que su libro no es una copia
de la de éste. El plan de Granada se ajusta más al predica
dor europeo, es más sobrio y armónico. El de Valadés es más
amplio y en función del evangelizador misionero, abarca más
cosas. Se ve obligado a ofrecer al predicador de las nuevas
36
tierras muchas cosas que Granada confió a la lectura de otros
libros. Así, Esteban Palomera ha encontrado párrafos casi
idénticos en ambas obras (cf. Introducción a la Rhet Christ:
xxxvii-xxxviii). Favorece además el cultivo artificial de la me
moria, por considerar que el predicador en tierras de misión
no podía disponer de muchos libros. Y, además, para ayudar
lo a adaptarse a la situación concreta, se da a la tarea de des
cribir y explicar muchas cosas y costumbres de los indios.
37
4. LA RETÓRICA ARGUMENTATIVA
DE FRAY MARTÍN DE VELASCO
38
1621.2 Fue además nombrado custodio y padre perpetuo de
la provincia franciscana de ese mismo lugar. Su obra cono
ció alguna fama, tanto en España como en la América His
pana, en Colombia y en México. El ejemplar de la obra que
tenemos es una reimpresión de 1728.
Lo que nos ha parecido importante para la historia de la
Nueva España es que esa obra fue estudiada por los que en
ella se preparaban para el oficio de la predicación, y porque
tuvo en México alguna fortuna, pues corría en copia manus
crita en antologías como la de fray José Jiménez3 y además
fue impresa en las prensas novohispanas por lo menos dos
veces. No sólo era utilizada por los de su orden, los francis
canos, sino por otros, como los diocesanos, pues la reim
presión de 1728 fue hecha a costa del bachiller Gabriel de
Rivas, presbítero domiciliario del arzobispado de México,
esto es, por un clérigo secular. Y es que en verdad era un
buen compendio de retórica para uso de los eclesiásticos, y
se ve que como tal fue muy apreciado.4
La obra se inicia con una apasionada dedicatoria a San
Antonio de Padua, gran predicador de la orden franciscana.
Trae en seguida una aprobación del Dr. Pedro Ramírez del
39
Castillo, catedrático de elocuencia y filosofía en el Colegio
Real y Seminario Metropolitano. Viene además un parecer
de fray José López, lector de prima de teología en el Con
vento de San Francisco de México. Tiene, asimismo, las li
cencias del gobierno civil y del eclesiástico*
Avanzando un poco más, topamos con un prólogo al lec
tor, en el que el autor explica por qué publica el Arte» a pe
sar de haber muchos, y qué intenta. Lo publica —dice— por
que ve en los otros tantos defectos, que parecen darle licen
cia para que imprima el suyo. Lo que quiere hacer, sobre
todo, es compendiar lo útil y rechazar lo recargado y gran
dilocuente. Busca la sencillez, y quiere reducir las partes del
sermón a sus lugares apropiados. Establece: “La Rectorica
enseña, que todas sus obras se hagan con fundamento: y en
este caso, deviendo ser ingeniero el entendimiento, por no
dispertarle al trabajo, le damos musica con vna descripción
de paxaros, y mariposas” (: 13). Aclara que el arte no da in
genio, sino agudeza, y aun ayuda al ingenio con el ejercicio.
Y añade con orgullo que es un libro escrito en las Indias, a
pesar de que los comuneros de España no quieran creer que
en las Indias puede haber ingenios.
El Arte de sermones expone la materia en 29 capítulos o
incisos. Velasco empieza definiendo el sermón como “un
todo artificioso, que la Rectorica Christiana dispone, para
persuadir à las virtudes, y aborrecimiento à los vicios; pena,
y gloria con brevedad de palabras” (: 19). Es un todo artifi
cioso, porque resulta como producto de la técnica o arte re
tórica. Su fin es persuadir de que se viva virtuosamente y se
abandonen los vicios, ya que la retórica sirve eminentemen
te para utilizarse en cuanto a las cosas prácticas, ya de la
moral, de la religión, de la política o del derecho, pues son
cosas contingentes, no necesarias, y muy sujetas a la discu
sión, no evidentes. Si fueran evidentes, no requerirían de
40
persuasión. O, si son evidentes, como las normas de la mo
ral cristiana para los creyentes, falta hacer evidente la nece
sidad de cumplirlas y además mover la voluntad para qué las
cumpla de verdad en la vida diaria. Así, la retórica convence
y persuade. Convence por la argumentación, y persuade por
la seducción del ornato literario; es al mismo tiempo una
aplicación de la lógica y de la literatura (al menos como pre
ceptiva literaria).
De la misma manera, la retórica sagrada, fielmente re
flejada en este Arte de hacer sermones, estaba orientada a
provocar la acción moral, esto es, mover a una vida con
forme a las virtudes y las leyes cristianas. Quería llevar a la
práctica del bien y de la caridad. Ya la retórica en sí misma
es eminentemente el instrumento “lógico” de la moral (ver
Camps 1988: 37 y 41), pues no siempre son claras y eviden
tes para todos las normas morales que se proponen; y, aun
cuando lo sean, como en el caso de los adeptos de una es
cuela filosófica o de los fieles de una religión, no hay clara
inclinación a cumplirlas, debido a la debilidad y a la miseria
moral del hombre. En el caso de los cristianos, para mover
a los cuales servía el Arte de hacer sermones, había claridad
en cuanto a la norma, pero no había motivación para cum
plirla; el predicador tenía que levantar los ánimos y encen
der los corazones para lograrlo. Pero no era asunto sólo de
la voluntad; nada se ama si no se conoce; por ello también
había que dirigirse a la inteligencia. En ese sentido la retóri
ca cristiana era argumentación y psicagogía, como ya había
enseñado Aristóteles y se había repetido en la Edad Media
(ver Murphy 1974: 269 ss.; Beuchot-González Ruiz 1986: 1-
16, y Beuchot-González Ruiz 1987: 121-139).
Efectivamente, esto lo había ya señalado Aristóteles
en su Metaphysics y lo había reglamentado en su Rhetorica»
La retórica, decía el Es tagüita, tiene aplicación sobre todo a
41
las cosas de la práctica, como lo hemos dicho; pero también
se podría aplicar a las cosas teóricas. Puede incluso, además
de aplicarse a las cosas discutibles, a las cosas de suyo eviden
tes, pero que alguien, por ofuscamiento, no quiere aceptar.
La lógica versa sólo sobre las cosas evidenLes y necesarias,
pero no sobre las contingentes y discutibles; en cambio, la
dialéctica o tópica y la retórica sí pueden aplicarse tanto a
lo suyo como a lo de la lógica (ver Beuchot 1986: 73-85). En
efecto, aunque las cosas contingentes y opinables no son sus
ceptibles de una demostración necesaria y apodictica, de las
cosas necesarias y evidentes sí se puede dar una argumenta
ción probable o verosímil; por ejemplo, al que no acepta el
principio de no contradicción, no hay m anera de demos
trárselo apodi eticamente; o bien —como decía Aristóteles—
se le considera enajenado, o bien se le argumenta solamen
te de manera indirecta, persuasiva, de una manera retórica
en el fondo. Cuando nuestro interlocutor nos niega las co
sas que son principios, no hay otra forma de argumentar con
él; por ello, a ese nivel tan fundamental, la argumentación
es retórica; mucho más la argumentación religiosa (ver Beu
chot 1986b: 127-143).
Ya que el Arte nos ha definido el sermón como un todo,
nos lo divide en sus distintas partes, unas esenciales, otras in
tegrales y otras materiales. Las partes esenciales son sus di
versas funciones: enseñar, deleitar y mover. Enseñar se hace
por la argumentación; el deleitar y el mover se logran por el
ornato y la persuasión. Incluso se nos dice que la retórica
sacra reúne en el sermón las tres funciones, pues mira a “en
señar, deleitar, y persuadir a los oyentes” (: 21). Enseña y
persuade, es decir, alude a la razón y al corazón. Y es que la
retórica tiene como ideal añadir al discurso del intelecto el
discurso de los sentimientos.
Pascal, en desgarradora lucha con su propio racionalismo
42
de origen, quiso separar ambos discursos, y hablaba de las
razones de la inteligencia y de “las otras razones” —las del
corazón (ver Pereda 1980); pero la tradición retórica griega
y escolástica quiere, al contrario, conjuntarlas. Pascal habla
ba, por una parte, del espíritu geométrico, racionalista y de
mostrativo, y, por otra, del espíritu de fineza, cordial y emo
tivo; y no parecían poder reunirse. Llegó a decir que sólo
Dios podía com prender el corazón del hombre, porque El
lo había creado; y a nosotros sólo nos quedaba dirigimos a
la razón, convencerla y persuadirla. Por ello la retórica te
nía que ser prácticamente sólo racional: la mejor pieza de
oratoria serían los Elementos de Euclides (ver Beuchot 1987a:
3-8). Ya que el corazón del hombre era tan descontentadizo,
no quedaba más que argum entar para la razón. En ese sen
tido, el formalismo lógico o matemático sería el mejor para
argumentar, para convencer y persuadir. De acuerdo con
ello, la labor de la retórica era dirigirse a la razón con tér
minos claros o bien definidos, y con enunciados de verdad
evidente o bien comprobada. Pero sabemos que eso no siem
pre se puede hacer; más aún, sabemos que, a pesar de que
algunas veces se pudiera, no sería suficiente. La claridad y la
sencillez no bastan. El contexto racionalista de Pascal le ha
cía buscar lo claro y lo distinto (del ideal epistemológico car
tesiano) donde no puede hallarse. Muchas cosas de la vida
cotidiana, de la vida moral, religiosa, jurídica o política, es
capan a lo claro y lo distinto, y no se manifiestan con una
verdad evidente dentro de un raciocinio contundente; no se
pueden reducir a la claridad y la distinción. Si pudieran ha
cerlo, no serían tan discutibles ni necesitarían persuasión
para ser aceptadas. Pues bien, la retórica se refiere a esas co
sas no claras ni evidentes, tanto de la teoría como de la prác
tica, que hay que mover a creer o a hacer. Por ejemplo, la re
tórica sacra usaba el sermón para motivar a la aceptación de
43
Ia ley de Dios y para mover a la acción moral buena, o dejar
la vida de pecado y abrazar la virtud.
Por eso la oratoria sagrada tiene como fin y cometido en
señar, deleitar y mover, las cuales son sus partes esenciales.
Sus partes integrales —según nos sigue diciendo el Arte de
hacer sermones— son la invención, la elección, la disposi
ción y la pronunciación; porque en el sermón se necesita “in
ventar qué, y cómo de lo inventado elegir; lo mejor y mas a
proposito. Y de lo elegido, disponer en sus lugares. Y lo assi
dispuesto: escribirlo, deúrlo, y predicarlo” (: 21). Y las partes
materiales del sermón son la introducción, el orden dentro
de los discursos, de modo que las partes se sucedan conve
nientemente, y, dentro de los discursos, el orden y lugar de
los conceptos (cfr. : 22). Todo ello se ordena y dispone con
el arte retórica, que da la forma a esa materia, que estructu
ra esos contenidos, de acuerdo con el público al que va diri
gido el sermón o discurso.
Y es que, en efecto, la retórica busca la adhesión de
los oyentes, y ésta se da según grados, no de manera unifor
me. Ya en ello aparece la noción de auditorio, tan puesta de
relieve recientemente por Chaim Perelman en la teoría de
la argumentación llamada “nueva retórica”. La idea es que
los argumentos, en lugar de ser como el “calculemus” de
Leibniz, en el vacío, se dan siempre en relación con un au
ditorio. No se trata de establecer un relativismo de la argu
mentación ni de la lógica, pues las cosas necesarias y de
ductivas no son relativas, sino absolutas; pero las cosas con
tingentes y discutibles sí lo son. Y son la mayoría. Ellas supo
nen una audiencia, un público. Incluso la reflexión solitaria
puede imaginarse como teniendo a uno mismo por audito
rio; mucho más cuando se escribe un artículo o se dicta una
conferencia. Por lo demás, un juzgado y un templo tienen
un auditorio específico. No se dan en abstracto, sino en con-
44
creto. Y, si se dirige a un auditorio concreto, el orador tiene
que adaptarse a él. Incluso se puede suponer la idea de un
“auditorio universal”, pero será un ente ideal, que siempre
estará recibiendo restricciones y adaptaciones al auditorio
concreto. Tal vez sólo en filosofía pueda uno dirigirse a un
auditorio universal, de los seres humanos razonables; pero
basta un desacuerdo en alguno de los principios, para que
se acabe frente a un auditorio específico o particular. No se
niega el auditorio univeral, pues la razón es universal; pero
encuentra algunas diferencias de funcionamiento concreto
en los diversos grupos políticos, escuelas filosóficas o iglesias
religiosas.
El mismo Perelman dice:
45
En la exposición de Velasco sigue la aplicación del prim er
artificio, o prim era forma fundamental que organiza las par
tes materiales, y es el orden de ciencia. Éste consiste en apli
car la lógica a los sermones, pues la lógica tenía —para es
tos pensadores escolásticos— como objetivo principal los tres
modos de saber, que son: definir, dividir y argumentar. La
definición se hace en la narración del asunto, hipótesis o ar
gumento, donde se propone y delimita el tema. La división
se propone también en la introducción del sermón (Velasco
dice que de preferencia en tres partes). La argumentación
consiste en ponerse dificultades y deshacerlas con agudeza;
esto ha de hacerse en todo sermón, procurando que se vea
la transición e inferencia de unos conceptos y proposiciones
a otros. Pero sobre todo debe lograrse en la parte de las
pruebas (después del tercer discurso o tercer apartado), para
culminar con la conclusión, reducción, peroración o epílo
go (: 36). Las pruebas, en el caso del sermón, son argumen
tos de razón y, sobre todo, de autoridad. No que se trate de
un uso exclusivo del argumento de autoridad, pero sí privi
legiado; pues, como dice Perelman, la argumentación retó
rica, que se da con relación con un auditorio, tiene que va
lerse de las opiniones y los valores a los que más se adhiere
éste, y en el caso del sermón, que se dirige a un público reli
gioso, tendrá que echarse mano a las Sagradas Escrituras y a
los santos o teólogos más autorizados. Más aún, el propio
46
Perelman llega a decir que el discurso teológico, a diferen
cia de otros, “se dirige sólo a los creyentes que admiten des
de el comienzo ciertos dogmas o ciertos textos sagrados”
(Perelman 1970: 226). Ésos son los lugares comunes de ese
contexto, es decir, valores comunes, nociones comunes y di
rectivas comunes, puestas en un lenguaje común, a todos
esos oyentes. Yaque esos oyentes los han aceptado, ir en con
tra de ello sería contradecirse; y eso constituye un buen ar
gumentum ad hominem no sofístico, sino válido, que hace ra
zonable la argum entación.6
Velasco añade en su Arte de sermones la explicación de las
partes integrales, que son la invención, la elección, la dispo
sición y la pronunciación. Dice que el sermon no sólo debe
llevar el orden de la ciencia, u orden argumentativo, sino
también el más propiamente retórico, que es el del ornato.
Así llega a la materia la forma de exornación (: 40). Como
la invención tiene su lugar más propio en la introducción,
se detiene a enseñar cómo hacer buenas introducciones o
exordios. En cambio, la elección de materiales y la disposi
ción de los mismos abarcan todo el sermón, no en un solo
lugar, sino en todos. Y lo mismo la pronunciación, gesto, elo
cución o elocuencia, a la que el autor da un lugar aparte.
Podrá decirse que la retórica no admite diálogo y que por
tanto es una argumentación monológica, sobre todo en la
oratoria sagrada, en la que sólo habla el predicador desde
el pùlpito, proponiendo su sermón u homilía a unos oyen
tes que perm anecen pasivos. Pero hay por lo menos un cua-
si-diálogo, pues Velasco pide que la argumentación se haga
sobre todo proponiéndose dificultades el propio predicador,
es decir, debe preguntarse las cuestiones que se plantean los
6 En el campo de la filosofía, esta aplicación del argumento ad homi
nem como peculiar a todas las polémicas filosóficas ha sido estudiado por
H. W. Johnstone J r., 1952: 489-98.
47
oyentes, debe anticiparse a sus objeciones y responderlas,
debe convencerlos de su interpretación de las escrituras o
exégesis bíblica, En esa necesidad de abogar por su interpre
tación, se parece la hermenéutica a la retórica (ver Beuchot
1987b: 141-8).
La elocuencia versa sobre el estilo de pronunciar los ser
mones. Dicho estilo es “natural, pulido, con arte, propio, sig
nificativo y lleno de sentencias” (: 46). Se divide en tres es
pecies: estilo remiso o sumiso, blando o templado, y mag-
nílocuo o grandílocuo. Estudiar los estilos sirve para dar va
riedad de tonos al sermón, de modo apropiado, y para evi
tar monotonías y exageraciones. Con todo, Velasco insiste en
que hay que dar preferencia a la razón, aunque tropiece el
estilo. Por otra parte, el estilo debe ser apropiado a la au
diencia. Se dan algunos consejos para usar unos u otros se
gún el sermón o la parte suya de que se trate. De acuerdo
con ello, la elocuencia (sobre todo la cristiana) es saber go
bernar bien y con propiedad los tres géneros de estilo (: 75).
La forma de exornación culmina con el buen manejo del
gesto o semblante, además de la pronunciación. Velasco de
fine, con Casiodoro, el gesto o semblante como “un silendo
eloquente” (: 86). Para ello se analizan los gestos que con
vienen a cada estilo.
Después de la forma artificial de la exornación, viene la
forma substancial del provecho, según cada una de las par
tes esenciales (enseñanza, deleite y motivación) sobre las ma
teriales. Así, se habla de los modos y estilos apropiados para
enseñar, para deleitar y para mover los ánimos. Velasco tie
ne el mérito de combatir a los que exageran y pervierten los
estilos. Insiste en que hay que enseñar sin un estilo árido,
deleitar sin un estilo afectado, y mover o persuadir sin un
estilo exacerbado. Para todo ello desarrolla el arte de los
conceptos, el arte de las proposiciones y el arte de los dis
48
cursos, así como el arte de enseñar, el arte de deleitar y el
arte de persuadir, con reglas y consejos que ayudan a lograr
bien estas cosas. Y pone ejemplos de todo ello. Velasco ter
mina haciendo la “reducción” o análisis de las partes princi
pales de la retórica que ha expuesto. Son tres artificios los
que hacen este arte: el primer artificio es el orden de la cien
cia, que da la forma fundamental al sermón; el segundo es
el orden de la retórica, que da la forma de exornación; el
tercero es el orden de la misma retórica aportando la forma
de provecho; estas formas organizan las partes materiales del
sermón (introducción y discursos). En las partes integrales
(invención, elección, disposición y elocuencia) la organiza
ción viene dada por los estilos que convienen a cada parte,
según los conceptos, las proposiciones y los discursos que se
elaboran. Y en las partes esenciales (enseñar, deleitar y mo
ver) la retórica efectúa la organización, “dando nuevo espí
ritu à las introducciones con la enseñanza, y magisterio, à los
finales con la persuacion, y à la armonía de toda la obra con
el deleyte” (: 227). Con eso ya al predicador sólo le resta
—dice Velasco— implorar del cielo la inspiración, y ya está
todo.
Según lo que hemos dicho, la retórica —a veces tan des
acreditada por los excesos que parecen indicar lo contra
rio— se inscribe en una concepción de la lógica más amplia
que la sola lógica formal, abarca lo que en la actualidad se
llama a veces “teoría de la argumentación”, que también con
tiene la “lógica informal”. Implica, pues, que el campo de la
lógica no se agota en lo apodícticamente demostrable. Ya de
suyo la lógica tópica (o dialéctica en el sentido de Aristó
teles) ampliaba ese campo a lo opinable, es decir, quería ha
cer ver que la lógica no sólo se aplica a lo necesario, sino
también a lo contingente. Y no sólo a lo que se puede cono
cer como verdadero, sino además a lo que únicamente al
49
canza a conocerse como verosímil. Se trata, pues, de ampliar
lo más posible el ámbito de la lógica, para que no renuncie
a cosas que quedarían fuera de la racionalidad, i.e. de lo ra
cional y lo razonable. Hay cosas que no se pueden demostrar
apodícticamente, pero que pueden argumentarse, razonarse.
La retórica se ocupa de las cosas más difíciles de someter a
la razón, a saber, los hechos contingentes y las cosas prácti
cas, que sólo aspiran a brindar de ellos un conocimiento ve
rosímil. Por ejemplo, lo que no se discute en un tratado de
lógica, de matemática, ni en uno de física, ni siquiera de lo
que se trata en cosas comunes y aceptadas en la filosofía teó
rica, sino en los terrenos más movedizos, como en las cien
cias sociales y en la misma filosofía en su parte moral, o en
los juzgados, o en la tribuna política, o en el pulpito, etc.
Todo eso es susceptible de ser tratado no únicamente a base
de puros sentimientos y emociones, o por la manipulación
propagandística, sino —en el pensamiento de estos filósofos
y teólogos de la Colonia, como Martín de Velasco— por la
razón, pero conducida de manera más amplia que la que se
aplica en las disciplinas deductivas; es decir, como se aplica
en los casos —que son los más— en los que no se puede ha
cer una inferencia deductiva, por no contar con el conven
cimiento de los demás, y hay que lograrlo. Esta idea antigua
y tradicional (grecorromana y cristiana) ha recibido impul
so en la reciente teoría de la argum entación (p. ej. con
Toulmin y Johnstone), en la lógica informal (con Walton y
Woods) y en la “nueva retórica” (Perelman). Ellos participan
del ideal retórico de pensadores escolásticos del tiempo co
lonial, como Martín de Velasco, de cuyo Arte retórico para
hacer sermones hemos hablado.
El ideal de la retórica —antes como ahora—, por lo tan
to, es dar cabida a la razón en las cosas humanas; no es,
como a causa de un racionalismo extremo se ha creído, algo
50
irracional y puramente emotivo, cual si fuera una especie de
engaño emocional, control y manipulación de los sentimien
tos. No. La retórica ha querido ser una apuesta a favor de la
razón, pero de una racionalidad que impregna diversamente
(en distintas medidas, pero sin llegar a diluirse ni a trivia-
lizarse) las cosas que ilumina. No hay la misma medida de
racionalidad en una prueba geométrica que en un juzgado,
o en un parlamento, o en un pulpito, o en el debate filosófi
co acerca de los principios últimos —ni puede exigirse la
misma. En esos otros casos, que son los más, sólo se puede
pedir lo que Perelman llama “lo razonable”. Pero es la ra
zón, y es la lógica, al fin y al cabo. Y esto fue lo que quiso
hacer el colombiano fray Martín de Velasco en su compen
dio de retórica, muy usado en el tiempo colonial mexicano.
51
5. U N MANUAL ADOPTADO EN MÉXICO
EN EL SIGLO XVII: LA RETÒRICA DE FRANCISCO
ANTONIO POMEY
52
tos para lograr un fin. Tal fin es la persuasion, la cual requie
re hablar con palabras selectas y con oraciones elegantes. Se
ñala la diferencia entre la retórica y las demás artes, lo cual
es interesante:
53
cambio, ésta sí lo está: “¿Debe aprenderse la retórica antes o
después de la filosofía?”, la cual es ejemplo de la segunda.
Hay cuestiones teóricas y cuestiones prácticas. Pero la divi
sión más propia de las cuestiones retóricas es en 3 géneros:
el judicial, el deliberativo y el demostrativo o epidictico. El
judicial se divide en dos partes: acusación y defensa. El de
liberativo en otras dos: persuasión y disuasión. El demostra
tivo también en dos: alabanza y vituperio. El género judicial
mira al tiempo pasado, pues nadie acusa a otro sino de algo
que ya pasó; el deliberativo mira al futuro, y el demostrativo
al pasado. La acusación tiene como fin provocar el castigo;
la defensa, evitarlo; la persuasión, conseguir alguna utilidad;
la disuasión, evitar algún daño; la alabanza tiende a que se
ame la honestidad de la virtud; el vituperio, que se aborrez
ca la torpeza del vicio. A diferencia de Granada y Valadés,
se centra en la retórica civil y no en la religiosa.
Pomey toma de Cicerón (De orat, I) la diferencia entre
rhetor y orator, el primero es el que enseña la retórica, y el se
gundo es el que la ejecuta. En cambio, el declamador es el
que finge una cuestión sólo para ejercitarse. El oficio pro
pio del orador tiene cinco partes: invención, disposición, elo
cución, memoria y pronunciación. La invención es la bús
queda de cosas verdaderas o verosímiles con las que se pue
da hacer probable lo que se desea persuadir. La disposición
es la distribución ordenada de las cosas encontradas. La elo
cución es la acomodación de las palabras idóneas para las
cosas encontradas. La memoria es el poder de recordar esas
cosas y palabras. Y la pronunciación es la moderación del
cuerpo y de la voz según tales cosas y palabras.
Las cinco partes de la elocuencia se consiguen con cuatro
cosas: la naturaleza, el arte, el ejercicio y la imitación. La na
turaleza da, por parte del alma, rapidez para encontrar, ador
nar y recordar; y, por parte del cuerpo, costados firmes, voz
54
canora, lengua suelta y gracia de movimientos. El arte per
fecciona lo que da la naturaleza, el ejercicio lo conserva, y
la imitación lo aumenta.
Centrándose en la invención, Pomey aborda los lugares
retóricos. El lugar retórico es la sede de un argumento, o “la
nota con la que se indica lo que debe investigar el orador
en las cosas” (: 140). Los argumentos son invenciones pro
bables para hacer creer algo, o formar opinión. La argumen
tación es la explicación del argumento. Hay dos géneros de
argumento: infinito o intrínseco, y remoto o extrínseco. Los
intrínsecos se basan en lugares o apoyos que están en la cosa
o en el asunto del arte; en cambio, los extrínsecos se encuen
tran fuera de la cosa o del arte. Los intrínsecos son 16: defi
nición, enumeración de las partes, notación, conjugados, gé
nero, forma, semejanza, desemejanza, contrarios, adjuntos,
antecedentes, consecuentes, repugnantes, causas, efectos,
comparación. Los extrínsecos son 6: prejuicios, fama, tablas,
juram ento, tormentos, testigos. Todo esto pertenece a la tra
dición aristotélico-boe ciana.
Explica Pomey los lugares intrínsecos y primero la defini
ción, que es la oración que declara la naturaleza de una cosa.
Procede por una parte común, que es el género, y otra par
ticular, que es la diferencia, la cual sólo conviene a la cosa
definida. La enumeración de las partes es la oración por la
que un género o todo se distribuye en sus partes. La nota
ción o etimología es el lugar que investiga el origen y la sig
nificación de las palabras. Los conjugados (o derivados) son
los que, nacidos de un vocablo, cambian de terminación,
como de “pudicicia” vienen “pudor”, “púdico”, etc. Pomey
observa de la notación y los conjugados: “Por lo demás, es
tos dos lugares son casi los más estériles de todos” (: 142).
El género es un todo común a muchas partes distintas en
especie. La forma o especie es la parte sujeta al género. La
55
semejanza es la oración que hace pasar de ima cosa a otra
en virtud del parecido, por ejemplo: “así como los afectados
por alguna enfermedad no sienten la suavidad de los man
jares, así los facinerosos no sienten gusto por la alabanza ver
dadera” (: 143). La desemejanza es lo que infiere una cosa
de otra desemejante, p. ej. “los malvados padecen muchas
cosas para ser eternamente miserables, y tú no quieres pa
decer nada para ser bienaventurado eternam ente”.
Los opuestos son cuatro: adversos (virtud-vicio), privativos
(vida-muerte), relativos (padre-hijo) y negativos (pío-impío).
Los adjuntos o circunstancias son tres: 1) los adjuntos de las
cosas hechas: lugar, tiempo, vestido, compañía; 2) los adjun
tos del alma: vicios y virtudes; 3) los adjuntos del cuerpo: be
lleza, deformidad, fuerza, etc. Los antecedentes son las co
sas que necesariamente se vinculan con otras consecuentes
(mientras que los adjuntos no tienen ese carácter necesario).
Ejemplo de antecedente: “salió el sol, luego es de día”; de
consecuente: “tiene una cicatriz, luego recibió una herida”.
Los repugnantes son las cosas que difieren entre sí sin cier
ta ley: “lo ama, luego no lo dañó”. La causa es la que hace
algo. Pomey pone las cuatro aristotélicas: final, eficiente, for
mal y material. Los efectos son los resultados de las causas.
La comparación —dice siguiendo a Rodolfo Agrícola— se da
cuando se relacionan dos cosas con algo común: “El ilustre
a veces merece la palma con la fuga y no con la lucha”. Es
triple: de lo mayor a lo menor, de lo m enor a lo mayor, y a
pari. El prim ero lleva la partícula “mucho menos”, así: “cin
co legiones no pueden vencer a un ejército, luego mucho me
nos dos podrán hacerlo”; el segundo lleva “mucho más”, así:
“tomó con paciencia los golpes, mucho más tomará las pala
bras”; el a pari lleva “de manera semejante”.
En cuanto a los lugares extrínsecos, comienza con el pre
juicio, que consiste en acudir a lo que se hizo en otro juicio,
56
para que se actúe en este nuevo de m anera parecida. La
fama da un argumento por lo que comúnmente dice la gen
te. Se argum enta por las tablas cuando se demuestra que
aquello de lo que se trata ha sido referido en las tablas pú
blicas. y que por ello es evidente. El juram ento, el tormento
y los testigos son otras formas de aducir pruebas.
Pasando a la disposición o a las partes del discurso, Pomey
dice que son cuatro: exordio, narración, confirmación y pe
roración. A veces se añade una quinta: la confutación, pero
a Pomey le parece que va junto con la confirmación. El exor
dio prepara el ánimo del oyente para el resto del discurso,
haciéndolo benévolo, atento y dócil. Se hace benévolo si se
le recalcan las virtudes del discurso, si el orador habla de sí
mismo humilde y modestamente, y si atiza la envidia de los
adversarios. Se lo hace atento si se promete hablar de cosas
grandes, necesarias y útiles. Se lo hace dócil si se le muestra
con claridad el asunto del que se hablará. Los tópicos o lu
gares comunes que le tocan son ‘los que sirven para estimu
lar e incitar suavemente al oyente” (: 149).
Deja de lado la narración, pues le dedicará un espacio
propio, y pasa a la confirmación, que, como sabemos, cons
ta de confirmación propiamente dicha y confutación o refu
tación. Ambas pueden hacerse cuando se instiga la causa o
cuando se conoce el status. Este último es la cuestión que
surge del establecimiento de la causa. Cuando se le da una
respuesta bien fundada, a ésta se la llama juicio. El status es
triple: “¿existe la cosa?”, ‘‘¿qué es?” y “¿cómo es?”. Los argu
mentos probatorios deben colocarse de m anera que los muy
firmes vengan al comienzo, los mediocres en el medio y los
mejores al final. Eso constituye una argumentación, la cual
es “la explicación más prolija y artificiosa de un argum ento”
(: 151). Tiene cuatro especies: raciocinio, inducción, entime
m a y ejemplo. Se les pueden añadir el epiquerema, el sori-
57
tes y el dilema. Los cuatro primeros surgen de los lugares
retóricos, de acuerdo con las cosas ciertas o probables que
se toman de ellos. Las cosas ciertas son: “1. las que se perci
ben con los sentidos del cuerpo, 2. las que se comprueban
con la común opinión de todos, 3. las que son previstas por
las leyes y aceptadas por las costumbres, y 4. las que ya han
sido probadas y concedidas por los adversarios” (: 152). Las
cosas probables son las que suceden casi siempre y las que
tienen alguna apariencia de ser verdaderas.
El raciocinio o silogismo es la argumentación más perfec
ta. Tiene tres partes: proposición, suposición ( assumptio) y
complexión. Van en ese orden en el ejemplo:
La pereza es un vicio
Luego ha de ser rehuida.
58
El ejemplo es la inducción retórica (así como el entimema
era el silogismo retórico), o inducción incompleta, en la que
de una cosa se pasa a otra semejante. Por eso tiene que que
darse en lo particular, ya que no tiene fuerza inferencial para
llegar a algo universal.
El epiquerema “es el raciocinio breve cuyas partes se re
ducen a una* Como ‘¿sin causa acusará el siervo al señor?’,
argumentación que, añadiendo las otras partes que se sobre
entienden, se reduce a u n raciocinio” (: 155). Haciendo eso
en el ejemplo dado, se obtiene: “No debe el siervo, sin cau
sa, acusar al señor; éste es siervo de este hombre; luego no
debe acusarlo sin causa”.
El sorites amontona como en un acervo muchas propo
siciones que se van concatenando para inferir lo que se quie
re. Por ejemplo:
59
Pomey finaliza este tratado diciendo que ha abarcado las dos
primeras partes de la retórica, a saber, la invención y la dis
posición; la elocución tendrá su tratamiento aparte, y la me
moria y la pronunciación dependerán más del ejercicio que
de los preceptos.
Pongamos, para terminar, lo que dice Pomey en su breví
sima progimnasma o ejercitación VI (de la la. parte), acerca
del lugar común, ya que se aparta de la idea que se tiene nor
malmente del lugar común o tópico en la dialéctica, y lo
hace adquirir una particularidad muy propia de la retórica.
Habla del lugar común tanto para la destrucción o confu
tación como para la confirmación o aseveración. El lugar
común “es la oración que exagera las alabanzas o los vicios
de alguien” (: 128). Aquí parece estar aludiendo no tanto al
lugar común o tópico dialéctico como ley o regla de inferen
cia, sino a lo que ha dicho en su tratamiento retórico, a sa
ber, que lo común se toma aquí por lo que la gente dice o
acepta acerca de alguien, es decir, por la fama que hay de
ello. Se dice común, explica el autor, porque puede atribuir
se a todos los que tienen esa cualidad o ese defecto. Aquí
vemos, pues, que toma el lugar común por las cosas que
habitualmente se dicen del que tiene alguna cualidad, como
el ser justo, o algún vicio, como el ser perezoso, A alguien
que tiene esa cualidad o vicio se le podrán atribuir todos los
predicados que van asociados con ellos. Pero esto no nos lla
ma tanto la atención si consideramos que aunque se defina
lo común del lugar común por la comunidad de la aplica
ción o atribución, se está en el fondo definiendo por la co
m unidad de aceptación por parte de los oyentes o audien
cia. El lugar común solía decirse tal porque iba a ser acepta
do por el común de la gente que conformaba el auditorio.
Añade Pomey que el lugar común es cierta amplificación
grave. Y le adjudica seis clases, según que proceda 1) por lo
60
contrario, 2) por la sentencia o parecer, 3) por la exposición,
4) por la digresión conjetural, 5) por la comparación y 6)
por la exclusion de la misericordia. Por ejemplo, en el caso
de un crimen, se exagera el bien que le es contrario, la sen
tencia o el consejo que lo desaprueba, la exposición del mal
que produce, la digresión conjetural acerca de la vida y cos
tumbres que llevaron al sujeto a ese crimen, y la exclusion
de la misericordia que se debe hacer en vista de la gravedad
del asunto.
El lugar común, así entendido, se aplica tanto a la des
trucción como a la confirmación. Se usa en la destrucción,
reprendiendo la cosa que se propone, con tal de que sea du
dosa o no completamente clara. Se destruye, en prim er lu
gar, la buena fe que pudieran tener los autores, negando que
se pueda confiar en ellos; luego se destruye la cosa misma,
alegando que es: oscura, difícil, indecorosa, increíble, repug
nante o inútil. Se usa en la confirmación, de modo inverso
que antes, a saber, mostrando que la cosa es clara, fácil, de
cente, probable, conveniente y útil (: 131-2).
Como conclusión y para hacer ima evaluación de este ma
nual de retórica, podemos decir que la obra de Pomey fue
un instrum ento útil para los estudiantes novohispanos del
siglo xvn. No sólo por su didáctica presentación en pregun
tas y respuestas, como una especie de “catecismo” de orato
ria, sino por su claridad y concisión. Trata lo indispensable
de los principales temas de la disciplina, y confiere de ellos
un conocimiento suficiente. Es didáctico en cuanto a la pre
sentación y adecuado en cuanto al contenido.
61
6. LOS GENEROS DE ORACION
EN VAT .TARTA Y PALMA
62
unir, cuáles separar, qué cosas se ponen al principio o al fin
de la oración de modo que sean agradables; construcciones
elegantes de verbos, y la elegancia que hay en ciertas pala
bras. Lo que más nos interesa por ahora es el libro I; vere
mos algunas de sus partes más de cerca.
Entremos a la instrucción inicial. Su capítulo primero nos
habla de la naturaleza de la retórica. Basándose en Cicerón
(De invent., 10), Vallaría define la retórica como “el arte de
hablar adecuadamente {apposite) para persuadir” (: 1). Re
cordemos que los escolásticos veían el arte como conjunto
de reglas de procedimiento o preceptos para conseguir un
objetivo determinado, que aquí es el persuadir. El capítulo
segundo trata de la materia de la retórica, es decir, de su con
tenido discursivo. Ella puede hablar de todo, ya que todo es
susceptible de ponerse en una cuestión o en un discurso.
Puede ser en forma de tesis o en forma de hipótesis. Vallarla
explica que, pues la retórica habla de todo, un todo puede
ser de dos clases: universal, que es lo que los griegos llama
ban thesis, o singular, que es lo que ellos llamaban hypothesis
(: 2). Difiere un tanto de la explicación que daba Pomey de
la tesis y de la hipótesis, según la materia de la oratoria. Y
esa materia se contiene en tres formas de discurso: delibe
rativo, judicial y demostrativo {al que también llaman epi
dictico) . El primero trata lo referente a la persuasión o a la
disuasión, el segundo lo que toca a la acusación o a la de
fensa, y el tercero lo relativo a la alabanza o al vituperio. Aquí
repite la tradición, como lo había hecho Pomey.
No es sino hasta la instrucción V donde Vallaría retoma
el hilo de los géneros del discurso o de la oración. Un capí
tulo está dedicado al género exornativo, que se subdivide en
demostrativo (sobre todo el panegírico), judicial y delibe
rativo. El otro capítulo restante está dedicado al diálogo, la
historia y el elogio.
63
En cuanto al panegírico, Vallaría expone su etimología,
que es el griego panegyris, la reunión pública que se hacía
en los juegos. Allí se alababa a los atletas y a las ciudades.
Después significó la oración laudatoria que se dirigía al prín
cipe frente al consejo de los nobles. Ahora es cualquier ala
banza de una persona o de una cosa. Dice que hay un or
den que se debe seguir en la alabanza de una persona, y ese
orden es doble: uno de las cosas y otro de los tiempos. Las
cosas son las cualidades de la persona, y pueden ser las vir
tudes de la inteligencia o las de la voluntad, teóricas o éti
cas. Son los adjuntos (adjuncta) internos. Los adjuntos exter
nos son los dones de la fortuna, como la patria, la familia,
las acciones, las dignidades, etc.; los bienes del cuerpo: fuer
za, salud, etc.; y si no tiene esos bienes, se le buscarán otros,
como el haberlos despreciado por el saber, etc. El orden de
los tiempos es el mismo que el de la historia, según el cual
se van narrando los sucesos. El primero es el tiempo que
antecedió a su vida, en el que hubo desde entonces buenos
augurios sobre su persona. Sigue el tiempo de la vida, pro
piamente dicho, en el que se consideran la niñez, la adoles
cencia, etc., señalando las virtudes propias de cada etapa que
adornaron al personaje. Sigue el tiempo después de la muer
te, asignando la causa y la razón de la misma, que, obviamen
te, fue debida a su lucha por el bien. Examina el orden del
tiempo que da Plinio y el que da él mismo, diciendo que este
último es más simple.
64
bre la ponderación de los mismos. La cual ponderación de
las cosas hará aptísimos los capítulos, y si antítesis, distribu
ciones. Presente exclamaciones graves, eruditas y llenas de
jugo las sentencias (: 144).
65
padre jesuíta Domingo de Colonia, se encuentra exactamen
te la misma división dada por Vallarla del gènero demostra
tivo. Según ese manual, dicho género se divide en piezas
panegíricas, fúnebres, eucarísticas, gratulatorias y las
didácticas. Además, el panegírico tiene las mismas partes: el
tiempo que antecede al nacimiento, lo que puede alabarse
de la rida del personaje, de las cosas del cuerpo y de la for
tuna, del tiempo que sigue a su muerte (D. de Colonia 1888:
236-46).
El género demostrativo o epidictico es sumamente impor
tante, al punto de que se ha temido que el discurso filosófi
co se reduzca a él. Como dice Jeff Mason,
el peligro que algunos verían en la idea de que la filosofía es
conversación está conectado con el miedo de que la filosofía
se vea colapsada con la retórica, el miedo de que todos los
argumentos filosóficos permanezcan en la arena de lo pro
bable. Si eso es verdad, entonces también permanecerán en
la arena de lo retórico. La filosofía se volvería una clase de la
oratoria epidictica, en la cual los placeres de una buena con
versación son el objetivo de la actividad. Por ejemplo, la cues
tión no es si el fundacionalismo o el anti-fundacionalismo en
la epistemología es verdadero, sino cómo plantear el caso
(Mason 1989: 66-7).
66
El género judicial tiene dos especies: la acusación y la de
fensa. La acusación expone los crímenes y prueba que son
del acusado, y además granjea el odio sobre él. Por ejemplo
en las Verrinas de Cicerón. La defensa (o apología) rechaza
una acusación de un crimen. Es defensa del hecho, cuando
se niega el crimen, o del derecho, “cuando se excusa o se con
tiende que el hecho se hizo con derecho” (: 147). Aquí se
procura la conmiseración hacia el reo y el odio al acusador.
Por ejemplo, en el Pro Milone ciceroniano. Una acusación se
puede revocar con una oración monitoria, la cual trata de
conducir a una conciliación; o con una invectiva, la cual es
un rechazo vehemente del crimen, como en las Catilinarias,
o con una expostulatio, o queja de la injuria recibida.
En el género deliberativo “caen las cosas que pueden ha
cerse o no hacerse, y entonces la persuasión es para que se
hagan, y la disuasión es para que no se hagan” (: 148). En
ambos asuntos, el exordio tiene que captar la benevolencia
por la cosa usando los lugares adjuntos del tiempo y de las
personas. La confirmación se hace por la honestidad, la uti
lidad, la necesidad, la facilidad, lajocundidad. La peroración
se esfuerza por excitar el amor a la cosa, o el deseo de ella,
o la esperanza, o la audacia o la emulación. Vallarta da algu
nos consejos: no recargar el ornato, que no parezca haber
insidia, que el estilo sea vehemente, firme y razonado. A este
género pertenecen la recomendación, la petición y la consolación.
Y puede añadirse la exhortación, como la que hace Cicerón
en Pro Lege Manilia.
También esta partición del género deliberativo era común
y siguió teniendo mucha fortuna. El mencionado manual
jesuítico de 1888 trae casi la misma doctrina que Vallarta. En
este género se busca persuadir o disuadir; para ello se dan
argumentos por lo honesto, lo útil, lo necesario, lo jocundo.
Sus modos son la exhortación, la concitación, la concilia
67
ción, la recomendación, la petición y la consolación (D. de
Colonia 1888: 247-52).
El capítulo II está dedicado al diálogo, la historia y el elogio.
El diálogo es el discurso entre varias personas que quieren
lograr el aprendizaje o la solución de algo. Puede ser familiar
u oratorio. Ejemplo del primero se ve en Pontano; del segun
do, en el De Amidtia de Cicerón. Vallaría da algunos consejos
para realizar convenientemente ambos tipos de diálogo.
La historia es “la exposición sincera de las cosas que se hi
cieron” (: 151). Si se periodiza en años, se trata de anales; si
en días, efemérides o diarios. Si es una narración estrecha, es
un comentario; si es copiosa, es propiamente historia. Su fi
nalidad es instruir sobre el bien que hay que procurar y el
mal que hay que rehuir; pero tiene que hacerlo deleitando.
En el exordio se alaba la historia misma, con la ponderación
de las cosas que se narran. Hay que evitar un ingreso humil
de, y la narración debe hacerse observando el orden de los
tiempos. Virtudes de la historia son: la suavidad, ya por la
nobleza de la materia, ya por el uso de figuras literarias; la
sinceridad, de modo que no suene a fábula; la perspicuidad,
que resulta de una exposición coherente; y la brevedad, aun
que hay que dar a cada cosa el peso que amerita.
El elogio es “la alabanza más breve de una cosa o un hom
bre” (: 153). Es de tres clases: histórico, oratorio y lapidario. El
prim ero es el que hacen los historiadores al presentar las
prendas de sus historiados. El segundo pertenece a los ora
dores, y lleva un estilo más florido. El tercero es el que reci
be con mayor propiedad el nombre de elogio, y se hace en
los epitafios.
El artificio general del elogio es utilizar sentencias y argu
cias que siempre muestren ingenio. Por eso ha de ser muy
lacónico. La disposición del elogio es doble: intrínseca y ex
trínseca. La intrínseca exige que las cosas y las argucias se
68
pongan en orden. El exordio es una tesis muy general, de la
que se pueda descender a una hipótesis o a la misma cosa
elogiada. Sigue la confirmación de las alabanzas. Y la con
clusión ha de ser la alabanza de alguna acción señalada, por
ejemplo mediante un epifonema. La disposición extrínseca
es la distribución de las líneas, la cual puede ser periodai
(como una oración compacta) o lineal (en líneas o versos).
Argucia es cualquier cosa que se dice con sutileza e inge
nio. Se pueden decir de manera graciosa, espléndida o sen
tenciosa. Los elogios ya habían pasado a la posteridad, muy
usados por los romanos, en casas, sepulcros, etc., y entonces
eran imitados; por ejemplo, Vallar ta se refiere al francés (gal
lus) P. Ruaens, que lo había hecho el siglo anterior al suyo.
Pone diversos ejemplos. Las argucias pueden sacarse de va
rias partes, como tópicos: (1) las definiciones amontonadas
(conglobatae), (2) la repugnancia o antítesis con ciertas cosas,
(3) la alienación o las cosas alienadas, cuando se dice como
propio algo que no lo es, como una especie de metáfora, por
ejemplo decir que alguien lloró en una boda o que rió en
su muerte, (4) la comparación, para resaltar lo bueno por
relación a otro, y (5) la alusión, cuando lo que se dice se re
fiere a historias, fábulas, proverbios, etc. Vallar ta termina ha
blando de la inscripción y del epitafio, que son otras formas
del elogio (: 162-4).
Como conclusión de la exposición de Vallarla, vemos que
la retórica que maneja es por antonomasia de índole esco
lar. Tiene por cometido dotar a los alumnos con los elemen
tos o instrumentos que les serán necesarios para desenvol
verse en el quehacer retórico. Por eso acusa un cierto afán
de exhaustividad. Son listas inmensas de recursos. Listas de
figuras, de tropos, como queriendo que no se quede fuera
ninguno de ellos, porque podrían servir para el trabajo de
persuasión.
69
Además de dar esas listas prolijas de recursos, da reglas y
consejos para su buena utilización. Por tratarse de alumnos
principiantes, Vallarta parece no tener mucha confianza en
el buen uso que harán por sí mismos de los recursos que les
brinda, y añade normas y consejos para evitar el abuso de
esas herramientas. Todo abuso haría ridículo el recurso, y
ésa es la máxima preocupación de Vallarta.
Todo lo que compete a los géneros de la oratoria debe lle
var a un lado normas para su buena aplicación, ponderada
y exacta, ya que el avezado profesor ve los riesgos a los que
están expuestos los noveles rhetores. Por eso insiste tanto en
la ponderación y la mesura. Pero, así como Vallarta se pre
ocupa de la buena utilización de los elementos, no ayuda
mucho, al parecer, en la vertebración y articulación cualifi
cada y viva que ha de estructurar de una m anera orgánica
todos esos elementos en una síntesis superior. Parece ser que
todo ello le quedaba al alumno, quedaba a cuenta y riesgo
de la m anera en que ese alumno las animara con su inge
nio; de ser un alumno aprendiz de fórmulas, tenía que pa
sar a ser uno que las hiciera carne propia, capaz de transfor
marlas, por el hábito y la virtud del arte retórica, en alma de
su misma rida.
70
7. LAS LECCIONES DE RETÓRICA
DE FRAY MATÍAS DE CÓRDOVA
71
mo apartado. La lección tercera, que nuestro autor hace co
rresponder a la prim era parte de la retórica, versa sobre
la invención, y abarca las pruebas, los lugares retóricos, la
amplificación y los cánones. La lección cuarta, correspon
diente a la segunda parte de la retórica, trata de la disposi
ción, y comprende el exordio, la protasis, la etilogía, la apó-
dosis, la base, la narración, la confirmación, la diposición de
los argumentos, algunos tipos de argumentación, como el
sorites y el dilema, además la refutación y la peroración. La
lección quinta contiene la tercera parte de la retórica, que
es la elocución, en la que se considera la elegancia, el perio
do, el estilo y la gravedad. La lección sexta contiene la cuar
ta parte de la retórica, que es la acción. Luego viene un
apéndice muy extenso, en el que se habla del modo de en
señar y se efectúa el análisis de tres piezas oratorias de Cice
rón: la oración por la Ley Manilia, la oración en defensa de
Milón y la oración por la vuelta de Marcelo.
Define la retórica como “aquella doctrina que perfecciona
la natural facultad de mover a la acción por medio de pala
bras” (: XVII). Esa moción a la acción se da al excitar las pa
siones de la voluntad, por eso él dedicará —al igual que
Aristóteles— un tratado a las pasiones. Pero la voluntad es
un apetito racional, por lo cual también hay que darle razo
nes, argumentos. Y tiene como finalidad el bien, por eso hay
que darle razones o motivos para que vea como un bien
aquello que se le propone y se mueva a conseguirlo. Pero,
además de las razones, a veces prueba igualmente la costum
bre. Por ello debe conocerse el carácter de las personas. En
el carácter influyen las pasiones, y una pasión se destruye por
su contraria. Además, los bienes y los males pueden llegar a
un equilibrio en la consideración de los oyentes, y entonces
hay que hacer que se inclinen hacia lo que conviene. A esto
también contribuye la buena opinión que se tenga del ora-
72
dor. Por eso hay que procurar tener dignidad, manifestar
interés por el grupo, tener instrucción y circunspección, que
es la capacidad de ponerse en el lugar del auditorio y con
cebir sus circunstancias (: XXIV). El fin de la retórica es la
acción interior o la exterior. Ejemplo de la primera, senten
ciar condenatoriamente; ejemplo de la segunda, admirar.
Los géneros de la retórica son: el demostrativo, el delibe
rativo y el judicial. El instrumento de la oratoria es la pala
bra. Pero también la compasión, en el sentido de la empatia,
es decir, poder padecer con los otros o lo que los otros.
El estudio de las pasiones es necesario a la retórica, como
lo hizo ver el Estagirita, ya que es lo que hay que mover en
los oyentes. Ya hemos aludido a las pasiones que Córdova es
tudia. En ellas considera las causas que las producen y los
efectos que tienen en los seres humanos. De m anera muy
acorde con la ilustración, Córdova define las pasiones a par
tir de la noción de interés. Así, el amor es “un interés de co
m unicar con otro racional las perfecciones personales”
(: XXX). El odio es el interés de apartar las cualidades de
testables. El gozo es la perfección del interés, por la fruición
de un bien. La tristeza es la presencia de lo que es aborreci
ble al interés. La esperanza es un impulso al movimiento del
interés. La desesperación es la detención del interés hacia
algo por la gran cantidad de impedimentos que se hallan.
Habla de otras pasiones más brevemente, ya que dependen
de las anteriores, como los celos, la envidia, la audacia, el
deseo, el temor, la vergüenza.
La retórica se divide en invención, disposición, elocución
y acción. En cuanto a la invención retórica —prim era parte
de esta disciplina—, Córdova aborda la argumentación retó
rica, también en la línea de Aristóteles, quien concebía la dis
ciplina oratoria como teniendo una parte psicológica (estu
dio de las pasiones), o psicagogía, y otra parte lógica, o de
73
teoría de la argumentación. En la parte inventiva hay que
“manifestar las relaciones que tenga el asunto con la razón
de mover, o manifestar su utilidad” (: XL). Hay que hallar
pruebas nuevas, claras y ajenas o propias. Para tener prue
bas ajenas, se necesita leer buenos autores; para tener pro
pias, meditación. Para expresar lo meditado se requieren los
lugares retóricos. Estos son los consabidos de la tradición
aristotélica: 1) la definición, 2) la división, 3) la etimología,
4) los conjugados, 5) el género, 6) la especie, 7) las causas,
8) los efectos, 9) los antecedentes y consecuentes, 10) los
adjuntos o circunstancias, 11) la comparación, 12) los repug
nantes. Otros lugares (también dados por Aristóteles) son la
autoridad, los juicios que se hicieron antes, la fama, las le
yes, los tormentos, el juram ento y los testigos.
Cita muy críticamente al P. Pomey, a quien ya hemos de
dicado uno de los capítulos anteriores, y nos certifica en
nuestra apreciación de que fue bastante utilizado en la Nue
va España. Dice:
75
tradición lógica aristotélico-escolástica, y apartándose de la
tradición más retórica, en la que se llegaba a hacer que el
epiquerema coincidiera con el entimema, siendo este último
un silogismo abreviado, al que le faltaba alguna de las pre
misas, tal como aparece en Pomey. Pero en cuanto al silogis
mo, dice Córdova que debe disfrazarse, seguramente para
que no parezca discusión dialéctica. El sorites es un silogis
mo múltiple, en el que de varias premisas, cuyos términos
medios se van concatenando, se obtiene la conclusión. El
dilema es el argumento en que se presentan dos opciones, y
cada una conduce a lo que se desea probar, sin dejar lugar a
escapatoria. La refutación es la destrucción de los argumen
tos contrarios. Córdova dice que todo el discurso puede con
sistir en una refutación.
En cuanto a la peroración, dice:
76
claro y útil. En cnanto a la sintaxis, aconseja evitar los latinis
mos y francesismos, ‘‘que se encuentran, no sólo en algunos
traductores, sino en algunos escritores m odernos” (: LXX).
Pero hay que evitar arcaísmos y leer buenos autores. Tam
bién debe evitarse el sobrecargar los periodos, ya que pier
den en claridad; y esto sucede cuando se introducen muchos
relativos, paréntesis y gerundios.
Los periodos constan de protasis y apódosis, o principio y
conclusión. “La pausa mayor —comenta Córdova— divide
las partes principales, otra menor los miembros, y proporcio
nalmente las comas e incisos; porque, a mi ver, en esta com
paración consiste la diferencia de estas partes de que hablan
los autores” (: LXXI). Para tener directrices en cuanto a la
arm onía del periodo, aconseja consultar a Causino y Heine-
cio. Este último era muy citado por Leibniz, lo cual indica
cierta presencia de la modernidad en Córdova. Sobre todo
hay que evitar la rima o versificación en la prosa, la cacofo
nía v la sinalefa.
í
77
Cordova llega a decir que aun puede aceptarse un cierto de
lirio de vehemencia en el discurso, pero no al punto que sea
confuso y desarreglado. Un poco de él da gusto e identifica
a los oyentes con el orador, pero con un poco de exagera
ción se pierde todo (: LXXV-LXXVI).
La cuarta y última parte de la retórica es la acción, en la
cual se aplica todo lo que se cultivó en las partes anteriores.
También tiene su importancia. La conforman el tono, la ac
titud y el ademán. El tono es la inflexión de la voz al mediar
y term inar los periodos. Debe hablarse con respeto y con la
fuerza que requiera la distancia de los oyentes. Hay que te
ner naturalidad y evitar la monotonía. La actitud es la expre
sión del semblante para manifestar las pasiones, pero no ha
de ser con toda la energía. El ademán es el movimiento del
cuerpo y de los brazos. Los movimientos de los brazos son
los principales, y hay que evitar los excesos. Hay que cultivar
la memoria y hacer mucho ejercicio en la tribuna. Distinta
del ademán es la seña, que acompaña a cada palabra, mien
tras que el primero sólo a la más significativa del periodo.
Dice Córdova: “Entre la acción del orador y del farsante hay
mucha diferencia. El uno acciona con respecto al auditorio
verdadero, y el otro con respecto al fingido. Cicerón expre
saría las locuras de Hércules. Roscio las haría” (: LXXX).
El apéndice consta, como dijimos, de algunos consejos so
bre el arte de enseñar, o de utilizar la oratoria para enseñar,
y del análisis de algunas piezas de Cicerón. Lo que nos mues
tra esta retórica de Córdova es que aspira sólo a ser un resu
men, un apunte, de los contenidos del arte, siguiendo prin
cipalmente a Aristóteles y a Cicerón, y para las cosas faltantes
remite a los tratadistas comunes en las aulas.
78
CONCLUSIÓN
79
BISy&TECA CUTTRM
U.N.A.M.
sentencias de Pedro Lombardo, el gran resumen de teolo
gía; pero además tiene la preocupación por el método exac
to y persuasivo, un poco al modo como mucho después lo
hará Pascal para quien el mejor método retórico, el más per
suasivo, será la lógica. Por ello Valadés usa los recursos lógi
cos de Raimundo Lulio, como aparato argumentativo.
En el prim er autor del siglo xvii, Velasco, ya no se trata
de la evangelización viva, kerigmática, sino del sermón o la
homilía para los ya cristianos, a veces decaídos en su lucha
por la virtud o de plano atrapados por el vicio. En lugar de
llamarlos a la fe, hay que animarlos a practicar las virtudes
que acompañan esa fe, estimularlos a persistir en la lucha
contra el pecado, a inflamar sus corazones con el amor a
Dios y al prójimo. Algo semejante se aprecia en Pomey.
En cambio, en el siglo xvm. vemos ya una retórica profe
sional, de manual escolar, ya no sólo sagrada, para la evan
gelización o para la predicación, sino para asuntos varios, y
se enseña preponderantem ente para resolver de manera
adecuada los asuntos que pueda encargar un gobernante, un
prelado, un cliente en el foro, o el mismo interesado. Y es
entonces cuando la retórica realiza todo el giro, cumple y lle
na todo su ámbito. No sólo para la persuasión religiosa de
la fe y de la vida conforme a la fe, una vez que se ha acepta
do, sino también una retórica abierta a múltiples usos, más
profesional, más abarcadora y dotada, no sólo para enfervo
rizar en el templo, sino para alabar, para defender casos,
para enardecer en los asuntos políticos. Trata de llevar la
consabida argumentación —la participación de lo lógico—
y el ornato del lenguaje —la cercanía de lo poético— , a nu
merosas aplicaciones diferentes. Hasta encontrar a Cordo va,
que no sólo expuso la oratoria en las aulas, sino que la usó
para mover a los chiapanecos a unirse a los otros mexicanos
que proclamaron la independencia.
80
APÉNDICE:
SINOPSIS DE LAS PRINCIPALES
RETÓRICAS EN LA NUEVA ESPAÑA
81
Universidad de México (: 32). Puso empeño en su publica
ción Francisco Cervantes de Salazar, el prim er catedrático,
el cual añadió algunos diálogos latinos a los de Vives. Por su
parte, de Juan Mal-Lara (1527-1571), filólogo sevillano, en
1604 se citan en la Biblioteca de Acatlán 12 ejemplares de
sus In Apkthonii progymnasmata scholia. Es probable que tam
bién se haya usado su Tesoro de elocuenda (: 49),
De Benito Arias Montano (1527-1598), llegaron aquí los
Rhetoricorum libri IV, publicados en Amberes, por Christopho-
rus Plantin, 1561 (la, ed.), y además en Valencia, 1775 (2a.
ed.). Este libro tiene la peculiaridad de estar prologado por
Antonio Morales (-1576), obispo de Michoacán, y que des
pués lo sería de Puebla, donde murió. El obispo era de Cór
doba, España, y en estas tierras le guardaba amistad a Arias
Montano, a pesar de estar tan lejos. Un ejemplar de la la.
ed., proveniente del Colegio de San Pedro y San Pablo, de
México, está en la BNM; también otro de la segunda edición,
sin indicar procedencia. Este libro de Arias Montano es una
presencia muy importante del humanismo renacentista en
tierras mexicanas.
La obra de fray Luis de Granada (1504-1588), Ecclesiasticae
rhetoricae, sive de ratione condonandi libri sex, o Retòrica eclesiás
tica, cuya la ; ed. es de Lisboa, 1576, es un intento de funda
mentar la predicación en las fuentes clásicas. Por eso marca
un hito en la historia de la oratoria sagrada. Influyó mucho
en los novohispanos, sobre todo en fray Diego Valadés. Es
igualmente un influjo humanista en esta parte del mundo,
ya que fray Luis contiene elementos muy fuertes de esa co
rriente.
De Ludovico Carbone (1435-1482), llegaron los De oratoria
et dialectica inventione vel de lods communis libri quinque, Ve-
necia, 1589, y las De dispositione oratoria, disputationes XXX,
Venecia, 1590. Discípulo del Veronese, representa otra in-
82
fluencia humanística en la Nueva España. También se dispu
so de la obra de Iacopo Facciolato (1682-1769), Orationes et
alia ad dicendi artem pertinentia, Pavía, 1746. Esa obra perte
neció al juniorado de la Compañía de Jesús en Tepotzotlán
(: 50). De Gerardo Bukoldiano, se tuvo el De inventione et
amplificatione, Lión, 1542.
En el ámbito de los colegios jesuíticos, descuella la obra
de Cipriano Suárez (1524-1593), De arte rhetorica libri tres ex
Aristotele, Cicerone et Quintiliano deprompti, publicada por pri
mera vez en 1560, pero que en España tuvo muchísimas edi
ciones. En México se reeditó cuatro veces (1604, 1620, 1693
y 1756) un compendio de la obra (: 52). Otro tratadista je
suíta fue Bartolomé Bravo, que escribió un Liber de conscri
bendis espistolis ac de progymnasmaticis seu praeexercitationibus
oratoriis, Segovia, 1591; fue editado en la Nueva España en
1604 y 1620. También se usó otro libro suyo, el De arte orato
ria, de 1594. Igualmente, dejacobo Pon taño (1542-1626) se
utilizaba el Progymnasmata, libro de oratoria que aparece en
relaciones de venta de 1655 y 1660. Martin du Cygne (1619-
1669) tuvo dos obras, ima de las cuales fue la Fons eloquentiae
sive M. T. Ciceronis seledissimae, Lieja, 1675, y la otra file Ex
planatio rhetorices accommodata candidatis rhetoricae, cui adjicitur
analysis rhetorica omnium orationum M. X Ciceronis, 1659. Esta
última tuvo muchas reediciones, de cada una de las cuales
se conservan ejemplares en la BNM. Como vemos, los pila
res de estas retóricas son Aristóteles, Cicerón y Quintiliano.
También se conservan ejemplares de dos de las veinte edi
ciones que tuvo la obra de Miguel Radau (1617-1689), Orator
extemporaneus sive artis oratoriae, Vilna, 1640. Muy usado fue,
de Miguel Pomey (1618-1673), el Candidatus rhetoricae, Lión,
1659; que, aumentado por su autor, fue reeditado como No-
mis candidatus rhetoricae, Lion, 1672. Del prim era hubo doce
ediciones en diez años; del segundo, hubo veinticinco edi-
83
dones en total. Del Novus se hicieron además cinco edicio
nes mexicanas, dos sin fecha y las otras de 1711,1715 y 1726.
Por su parte, José de Jouvancy escribió una obra con el mis
mo nombre de la de Pomey, Candidatus rhetoricae, editada en
Colonia en 1715. Gabriel Francisco dejay (1657-1737), com
puso una Bibliotheca rhetorum, París, 1725, Ingolstadt, 1728,
conservada en la BNM en esta última edición. Francisco Ma
chioni (1671-1755) redactó un Palatii eloquentiae vestibulum,
del que la BNM conserva ejemplar de la edición de Madrid,
1739. Gilles Anne Xavier de la Santé (1684-1762), dejó los
Musae rhetorices seu carminum libri sex, Paris, 1732. De esa pri
mera edición quedan ejemplares en la BNM. Son autores
que influyeron en la Nueva España, aunque ya estaba en
marcha la producción de tratados propios en ella.
De entre las obras que se publicaron en México, se puede
citar una Illustrium auctorum collectanea, de 1609, con doctri
nas retóricas de varios autores jesuíticos, como Bartolomé
Bravo {Liber de conscribendis epistolis), Juan Núñez (Progymnas-
mata ex rhetoricis institutionibus), Cipriano Suarez ( Compendium
rhetoricae), y Paolo Manucio (Index epistolarum Ciceronis). Del
mismo año son los Solutae orationis fragmenta. La organización
de esas obras se debió al P. Bernardino de Llanos (: 100).
Ambas conocieron varias ediciones. El P. Tomás González,
continuador de Llanos, publicó De arte rhetorica libri tres, 1646,
con otras ediciones. Igualmente una Summa totius rhetoricae,
ese mismo año. También es probable que el P. Baltasar Ló
pez haya publicado Quinque libri rhetoricae, de 1632 {ibidem).
El P. José Mariano Vallarla y Palma adaptó la obra De arte
rhetorica, de su cofrade siciliano Pedro Maria la Torre, con el
nombre De arte rhetoricae et poeticae institutiones, en 1753. La
volvió a imprimir, desterrado, en Bolonia el año de 1748.
Pedro Rodríguez de Arizpe editó un Artis rhetoricae syn
tagma, en 1761. Hubo además un Florilegium oratorum, de
84
1722 y 1727, con autores clásicos y con autores jesuítas. Asi
mismo, antologías de las Epístolas de Cicerón (1656) y de sus
discursos, como Orationes duodeám selectae (1693).
En cuanto a las obras que quedaron manuscritas, sobre
sale un texto intitulado In totius rhetoricae libros, del siglo xvi,
anónimo, pero —según Osorio— seguramente de un jesuí
ta, que utiliza a Cipriano Suárez y a Cicerón (: 119). Hay, de
1703, una obra de un franciscano, José Jiménez, que es un
libro de retórica y poética. Tiene ocho tratados, y el último
parece deberse a Martín Velasco, también franciscano. Esta
obra sigue mucho a la de Valadés, ya mencionada. Inclusive
trae, a semejanza de aquélla, una Explicatio brevis et compen
diosa totius magistri Sententiarum locationis, a la que añade un
Tractatus de Sacrae Scripturae sensibus. De Velasco hay también
una Arte práctica e industrial para facilitar al nuevo predicador el
uso de las partes de la retòrica, aplicada al ejercicio de hacer y for
mar sermones (: 120). Asimismo, Diego Cayetano Alvarez, de
la Congregación del Oratorio, escribió otra obra de retóri
ca, en la que expone a Cicerón según el resumen que ya ha
bía hecho Cipriano Suárez.
Hay otras obritas que son apuntes de profesores o estu
diantes, la mayoría de ellas del xvm y de jesuítas (: 121),
como la Kketorica de José Vargas, de 1750. En ella estudia la
naturaleza de la retórica, sus partes y los tropos. Lo mismo
trata Benito Patiño en su Bipartitum artis aratoriae breviarium,
1752. Nicolás Poza, ju n to con su Cursus philosophicus, tiene
un tratado de retòrica, de la década de 1750; además de lo
que abordan los anteriores, añade un tratado sobre los elo
gios. De un anónimo, hay unos Elementa rhetoricae, que tie
nen una antología de textos oratorios europeos, entre los
cuales se cuenta un discurso sobre la virtud del militar, de
Horacio Quaranta. Otro es un Tractatus rhetoricae, que con
tiene los temas habituales.
85
Hay, asimismo, unas Conclusiones ütteraüter deductae ex quat
tuor libris Magistri Sententiarum, en la línea de Valadés y de
Jimenez. Y además una Latinis sermonis elegantia, que, entre
varios textos que colecta, tiene una curiosa Descriptio sacelli
tepotzotlanensis.
Osorio recoge además otros trabajos reportados por José
Mariano Beristáin y Souza (Biblioteca Hispano Americana Sep
tentrional, Amecameca, Colegio Católico, 1883, 2a. ed., 3
vols.). Allí se deja constancia de que Manuel García de Are-
llano había escrito un Compendio del Panteón Místico de Fran
cisco Pomey (t. I: 92). Pedro de Flores, un De arte rhetorica
libri duo (t. I: 451). Fray Juan de Olachea, mercedario, maes
tro en artes y catedrático de teología en la universidad, unas
Institutiones rhetorices (t. II: 349), obra que se conservaba en
la biblioteca de Eguiara y Eguren. Joaquín Villalobos, profe
sor de retórica en el Colegio de San Pedro y San Pablo, en
la segunda mitad del siglo xvn, había escrito un De arte rhe
torica (t. III: 281). Fray Miguel Romero, un Ars rhetorices (t.
III: 66). Benito Báñez, catedrático de retórica en la universi
dad en 1607, dejó unas Institutiones artis rhetoricae (t, I: 129).
Francisco Deza y Ulloa, oriundo de Huejotzingo y profesor
de esa asignatura en la universidad, unas Institutiones rhetorices
ad scholarum usum accomodatae (t. I: 381).
En cuanto a la retórica sacra, en el siglo xvi, fray Domingo
Velázquez redacto una Retórica de oradores sagrados (t. Ill:
258). Fray Alonso Noreña, del mismo siglo, un Arte de orato
ria sagrada (t. II: 338). José Lucas de Anaya, jesuíta, un Arte
de predicar. Reglas que instruyen el modo de exponer los textos de la
sagrada escritura y todo lo demás conducente a la oratoria del pul
pito (t. I: 72). Fray Juan de San Anastasio, nacido en España
y maestro de teología en San Angel de Chimalistac, dejó una
Retórica para jóvenes y método práctico de hacer sermones (t. I: 71 ).
Para finalizar, queremos añadir a las obras reportadas por
86
Osorio y por Beristáin y Souza, un libro que nos parece cu
rioso, porque se trata de un ejemplo práctico de la retòrica
hecha en la Nueva España, a saber, un volumen de Obras de
eloquenda y poesía premiadas por la Real Universidad de México
en el certamen literario que celebró el día 28 de diciembre de 1790.
con motivo de la exaltación al trono de nuestro católico monarca el
Sr. D. Carlos lili, rey de España y délas Indias, México, por Don
Felipe de Zúñiga y Ontiveros, calle del Espíritu Santo, año
de 1791.
Según lo indica el título, en esta antología hay obras de
elocuencia y de poesía. Las obras de elocuencia son dos ora
tiones o discursos latinos, una de Francisco de Castro Zam
brano y otra de Feliciano Pablo Mendívil y Sánchez, y dos
elogios o discursos castellanos, uno del célebre poeta José
Manuel Sartorio (que también participa en ese volumen, en
la parte poética, con unas liras que le fueron premiadas), y
otra de José de Ayarzagoitia.
Ernia presentación y dedicatoria, del Dr. Gregorio Omaña
y Sotomayor, rector de la universidad, se dice que esta insti
tución se sintió dichosa de “elogiar dignamente á un Sobe
rano, cuya veneración y amor apenas caben en dos Mundos”.
En la introducción, que no va firmada, se habla un poco de
cada uno de los colaboradores y su colaboración. Allí se lla
ma Real y Pontificia —como lo era, con nombre completo—
a la Universidad de México. Tenía que hacerse un homena
je, ante su exaltación al trono, a un soberano tan amante de
las ciencias y las artes. Entre los que acudieron como voca
les al claustro pleno de 1790 se cita al Dr. D. Francisco Beye
de Cisneros, a la sazón catedrático de Instituta. Fue una no
vedad el que se admitieran piezas retóricas además de las
poéticas, pues se empleó “no solo la Poesia, como hasta aqui
se habia practicado, sino también la Eloqúencia castellana y
latina en alabanza del Monarca ilustre” (: IV). Se publicó un
87
cartel convocando al certamen literario en el que se hacía
constar el júbilo por el nuevo monarca de España y Améri
ca. Y se explicaba que la universidad quería celebrarlo*
Los medios —se explicaba— que para este efecto le han pa
recido mas oportunos, son unas Composiciones Poéticas y
Oratorias que se hagan acreedoras al premio que, despues
de un juicio imparcial hecho por los Censores nombrados á
este propósito, les habrá de adjudicar. Y para llenar sus de
seos completamente, intenta que se empleen en obsequio del
Monarca los idiomas latino y castellano, á fin de que exten
diendo el primero su fama por todas las Naciones, no quede
la Nueva España defraudada de la gloria de tener en su len
gua nati™ unos Discursos dirigidos á demostrar las sólidas
Virtudes de su Soberano (: IX).
88
Salazar. Pero los colegios jesuíticos eran más numerosos y
pujantes. Por eso. debido a su insistencia y a su trabajo, se
publicaron también retóricas aquí en México, para satisfacer
la dem anda de dichos colegios. Hubo, en realidad, una acti
vidad notable de los escritores mexicanos en el ámbito de
esta disclipina del discurso.
89
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93
R ETÓ RICO S DE I A
NUEVA ESPAÑA
Distribuido por
FOMENTO EDITORIAL de la UNAM,
Av. del Imán 5, Ciudad Universitaria
ÍNDICE
In tr o d u c c ió n ................................................................. 5
1. La retórica en Bartolomé de la Casas...................... 7
2. Retórica y lulismo en Diego V a la d é s ...................... 18
3. Fray Luis de Granada y fray Diego Valadés. . . . 31
4. La retórica argumentativa de fray M artín de Ve-
lasco............................................................................... 38
5. Un manual adoptado en México en el siglo xvn: La
retórica de Francisco Antonio P o m e y .................. 52
6. Los géneros de oración en Vallarla y Palma . . . 62
7. Las lecciones de retórica de fray Matías de Córdova 71
C o n clu sión...................................................................... 79
Apéndice: Sinopsis de las principales retóricas en la
Nueva E sp a ñ a ............................................................. 81
Bibliografía...................................................................... 91
95