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Instituto Universitario Sophia (Florencia, Italia)

Mariapolis Lía (O’Higgins, Argentina)


Escuela de Verano 2012-13

Las venas fraternas de América Latina.


La fraternidad en la historia y la cultura latinoamericana.

Osvaldo Barreneche1

El estudio de la fraternidad ha despertado un interés particular entre los especialistas


de diversas ciencias sociales. Se parte de una afirmación que estimula a indagar sobre este
tema: mientras los tres principios del tríptico francés – Libertad, Igualdad, Fraternidad –
fueron parte constitutiva de las consignas revolucionarias de la Francia de 1789, parece que
solo los dos primeros lograron una dispar, trabajosa concreción a lo largo de la historia de
los dos últimos siglos. La fraternidad fue “el principio olvidado” (Baggio, 2006a). Y aunque
los otros dos postulados centrales de la modernidad y su política - libertad e igualdad -
hayan abierto espacios fundamentales para las sociedades contemporáneas, la ponderación
más reciente de sus resultados evidencia ciertas limitaciones. Así, por ejemplo, “Libertad e
igualdad, traducidos al plano jurídico, han reforzado los derechos individuales, pero esto no
es suficiente para asegurar la vida de relaciones y de la comunidad. Falta la fraternidad”
(Voce, 2006, p. 19).

¿Falta la fraternidad? Si, falta, pero no está del todo ausente. Aunque sin ella en
plenitud, sin el despliegue armónico de la trilogía principal del ideario revolucionario francés
en la historia, las otras dos solo se han “realizado” parcialmente, disparejamente,
fragmentariamente desde su formulación conjunta inicial hace más de doscientos años. Sin
embargo, superada la perplejidad y las primeras explicaciones del porqué de esta ausencia
de la fraternidad en la historia, surge inmediatamente sino una hipótesis, al menos una
sospecha: más que “olvidado”, el principio de la fraternidad ha estado “oculto” en los
pliegues de la modernidad, al menos, en el caso de la América Latina. Si esto es así, puede
entonces verificarse la existencia de trazas, de recorridos históricos alternativos donde los
principios y prácticas que sustentaron y acompañaron la inclusión de la fraternidad en el
tríptico primigenio francés se han manifestado históricamente desde aquella formulación, sin
nombrarla por su nombre. ¿Pero cómo discernir si estas trazas de fraternidad están
verdaderamente presentes en la historia? ¿Cómo distinguirlas de aquellas señales que con
mayor fuerza emiten la libertad y la igualdad en este mismo pasado? ¿Cómo no confundirlas
y pretender ver la (supuestamente ausente) fraternidad, en lugar de la libertad y/o la
igualdad?

Estas son preguntas difíciles de responder, pero son las mismas que nos ponen de
una vez por todas en el camino de dilucidar si la fraternidad, como categoría política, se ha
encarnado o no históricamente desde que fue incorporada al famoso trío programático. Si la
fraternidad se hubiese finalmente olvidado, de cara al futuro querríamos que vuelva a la
agenda y a la praxis política. En eso podemos estar de acuerdo todos los que la
valorizamos. En el presente, podríamos debatir activamente su inclusión categórica en, por
ejemplo, las políticas públicas. Pero en el pasado, en la historia, todavía tenemos que saber

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IdIHCS (Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades). Universidad Nacional de
La Plata y CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) – Argentina.

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si estuvo o no, si jugó algún papel en los eventos y procesos que nos conducen desde 1789
hasta hoy. Porque si estuvo realmente, aun con sus supuestos “seudónimos”, significará ello
un gran aporte para los que la estudian y la practican contemporáneamente. Por empezar,
estos serán más continuadores y menos innovadores que lo que originalmente se pensaba,
capitalizando las “fraternales” experiencias pasadas en beneficio del presente.

Este trabajo propone un recorrido conceptual e histórico acerca de la fraternidad en


América Latina. Se trata de una indagación, de una exploración que permite un
acercamiento al tema a partir del cual se pueden profundizar las líneas trazadas. En primer
lugar, se analiza el “concepto” de fraternidad, dando algunas precisiones sobre el mismo e
indicando las dificultades teóricas y metodológicas para poder llegar a una “definición” del
término. A partir de allí, se pasa revista a las principales objeciones que se han hecho a la
idea de fraternidad, como categoría política y como objeto de estudios en el campo
académico.

Posteriormente, se contextualiza históricamente la emergencia de la fraternidad


durante la etapa de la independencia latinoamericana, precisando sus alcances, sus
limitaciones y su potencial en el recorrido histórico de la región a partir de su emancipación.
Al hablar de la existencia de “trazas” de fraternidad en la historia y la cultura
latinoamericana, seguidamente se particularizan algunas de las mismas, tanto
conceptualmente como a través de ejemplos concretos.

Finalmente, el trabajo se centra en las temáticas específicas de la Escuela de Verano


2012-13 (teología – filosofía y ciencia – política) poniendo en diálogo lo dicho sobre la
fraternidad con algunos postulados y contenidos que serán presentados durante esta
experiencia de producción colectiva de conocimiento.

1. Algunas precisiones conceptúales sobre el término “fraternidad”

Libertad, Igualdad y Fraternidad supieron estar unidas en otras postulaciones


históricas con vocación de principio o de doctrina. Por ejemplo, la misma palabra
“fraternidad” estuvo en la base de la doctrina política que sustentó al Papado como
autoridad suprema durante el Medioevo, aun en detrimento de la libertad y de la igualdad.
Pero la novedad en la Francia de 1789 es que aparecen juntas, destacándose la dimensión
y significado político de las mismas. La idea de la fraternidad se reconoce, entonces, en una
larga tradición cultural y religiosa, pero no solo en el mundo occidental si no en otras
grandes civilizaciones. De hecho, los mitos fundacionales de estas culturas contienen y dan
algún sentido a la relación “fraterna”. Justamente por su origen, la fraternidad no puede
pensarse sino en dimensión universal.

Aunque el recorrido histórico a partir de 1789 fue dispersando los términos del
tríptico, una mirada retrospectiva permite pensar que tal divorcio no se produjo totalmente.
Siguiendo el análisis de Rodrigo Mardones (2010), en base a una amplia bibliografía por él
consultada, podemos decir que existe una relación de necesidad entre los tres principios de
la Revolución Francesa; o dicho de otro modo, la realización de la libertad requiere de la
existencia de fraternidad, así como la equidad es un requisito para el ejercicio de la
fraternidad. Más que las diferencias, algunas concepciones de fraternidad ponen como

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exigencia obligaciones cívicas demasiado severas, que la hacen fácilmente impracticable. O


bien, como sucede con el concepto de equidad, se le trata desde un punto de vista
descriptivo, factual o empírico; cuando en realidad equidad en su sentido moral es una meta,
un ideal o aspiración, o incluso una obligación.

La fraternidad tiene una función de amalgama social, la cual es producto o


consecuencia de un procedimiento de toma de decisiones políticas que es ampliamente
aceptado por los ciudadanos y de la consagración de una serie de derechos individuales
que aseguran la inclusión de los ciudadanos; procedimiento y derechos que están
consagrados en una constitución. La fraternidad política se funda sobre una actitud de
empatía entre conciudadanos o confianza generalizada, pero se encarna en una
organización política que promueve el reconocimiento constitucional de derechos políticos,
civiles y sociales individuales, y que contiene un acuerdo básico también consagrado en la
constitución sobre procedimientos democráticos legitimados de participación, representación
y toma de decisiones. La posibilidad de una fraternidad política universal dependerá de la
replicación de este esquema en la organización política internacional.

La fraternidad es el cemento o amalgama de una comunidad política –local, nacional


y/o global- que se observa como confianza generalizada. La fraternidad política se funda
sobre un consenso político que incluye dos componentes esenciales. Primero, la existencia
de unos procedimientos democráticos legitimados de participación, representación y toma
de decisiones políticas, los cuales también tienen reconocimiento constitucional y que en
general favorecen la inclusión política. Segundo, la existencia de una actitud de empatía,
preocupación o solidaridad entre ciudadanos; actitud que se expresa el reconocimiento
constitucional de derechos sociales y en mayores grados de equidad social

Fraternidad sigue siendo “utopía”, entendida como amplitud de posibilidades para un


camino que se está recorriendo, pero es también “eutopía”, como lugar de reflexión y de
compromiso con el hoy (Ramirez Rivas, 2010). Compromiso con lo político, con lo social,
con la identidad, con la cultura, con la historia. La fraternidad tensa, pero no rompe, el nexo
entre lo global y lo local. Más que deconstruir, vincula. Lo afectivo no le es ajeno sino central
en el entramado cultural latinoamericano. Recurre a la historia del pensamiento filosófico y
político para esclarecerse y señalar también los límites, imprecisiones y sustitutos con los
que se la confunde. Hecho esto, sin embargo, no queda en un enunciado general sino que
baja al plano concreto donde cobra su sentido pleno. Y es desde allí donde pretende
aportar, enriquecida, al diálogo general.

La fraternidad, entonces, es un principio, es decir la base, origen, razón fundamental


sobre la cual se procede, conforme nos indica el diccionario. Es un principio no solo social,
sino también político, el cual se trata ahora de precisarlo, de explicarlo, de profundizarlo,
para darle consistencia y peso. Es un principio que aún debe demostrar más acabadamente
su eficacia y su condición de punto de apoyo para construir algo nuevo. Los estudios en
curso sobre la fraternidad transitan en esa dirección.

Ahora bien, sin abandonar su condición de principio, también hablamos de la


fraternidad como categoría política, entendiendo a esta como uno de los diferentes
elementos de clasificación que suelen emplearse en las ciencias. Al tomarla como categoría,
le damos una dimensión relacional pues es uno de los aspectos, junto con otros, que
informan nuestro saber sobre ese campo. Es en la relación recíproca con las otras

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categorías aplicadas que se encuentran pautas de entendimiento, pistas para comprender


mejor los alcances y restricciones de la fraternidad y de las demás categorías.

Partiendo de una instancia conceptualmente exploratoria, también podemos describir


a la fraternidad como una perspectiva, entendida como un punto de vista desde el cual se
considera o analiza un asunto. En este sentido, los estudiosos de la fraternidad cuentan con
un bagaje previo de investigaciones en sus respectivos campos. Inmersos en ellos, al
incorporarla, toman cierta distancia del objeto de estudio aportando nuevas miradas sobre el
mismo.

Finalmente podemos decir que la fraternidad también puede ser tomada como
experiencia, lo cual representa la exigencia y el desafío mayor del principio, la categoría y la
perspectiva. Luego de todas las consideraciones y estudios que podamos hacer, la
fraternidad debe poder verificarse en la práctica, convertirse en experiencia vivida. Es aquí
donde la dimensión social le da el espesor necesario, para pasar de ser un enunciado
teórico a una realidad tangible. La fraternidad, como cualquier otra idea, no puede ser solo
enunciada o debatida desde un punto de vista netamente intelectual y en un nivel teórico.
Debe ser también vivida, experimentada, puesta en práctica.

Aún considerando la necesidad de dar precisiones sobre lo que se está diciendo, no


se trata de definir apresuradamente la fraternidad. Se pueden reconocer sus diversas
posibilidades como principio, categoría, perspectiva y experiencia sin planear disyuntivas
excluyentes entre las mismas. Son todos planos diversos de una misma realidad, que se
vinculan, se enriquecen y se matizan respectivamente.

2. De principio olvidado a principio objetado

Desde mediados de los años noventa, la fraternidad como categoría política, como
concepto, como perspectiva de estudios académicos, y como práctica, ha captado la
atención de investigadores de diversas latitudes. Es así que junto a algunos trabajos
publicados y otros en progreso, han ido apareciendo (y también reapareciendo) críticas y
dudas sobre la validez, alcances y prospectivas de dichos estudios. En este sentido, se
puede argumentar que el principio olvidado, tal cual lo ha descrito el profesor Antonio María
Baggio, ha pasado a ser, en parte, un principio objetado. Estas objeciones, marcan los
avances que el nuevo campo ha tenido, puesto que al despertar un interés mayor también
motivan un análisis cada vez más exigente de los postulados sobre los que se basan los
estudios sobre fraternidad y representan un desafío para quienes encarnan las pesquisas
sobre fraternidad, en la medida que dando respuestas a ellas pueden ir en profundidad y
consolidando la validez del argumento.

¿Cuáles son algunas de estas principales objeciones y críticas a la fraternidad?

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- Religioso

Una de las primeras observaciones es que se trata de un término que alude a la


esfera de lo religioso y, por lo tanto, no resultaría apropiado para sindicarse como una
categoría política (volviendo a aclarar que en la modernidad se afianzó el supuesto de que
son esferas que no se unen).

Antes de aspirar a enunciarse como una categoría o un concepto político, la


fraternidad fue una “narración”. Esto es, formó parte de un relato, de una descripción, como
por ejemplo, aquella que señala la relación fraterna existente entre las primeras
comunidades cristianas y sus prácticas de comunión y asistencia recíproca frente a las
necesidades materiales que se les presentaban. Estos relatos, a su vez, contenían valores y
enunciados que fueron dotando de contenidos sustanciales al término a través de los siglos.

La fraternidad tiene, efectivamente, una dimensión religiosa. Sin entrar en


consideraciones teológicas que así lo señalan, es un hecho que los fieles de cada una de
las mayores religiones del mundo se llaman “hermanos” entre sí. Pero si consideramos otros
términos que tienen una gran densidad política, como por ejemplo la libertad y la igualdad,
observamos que estos también tienen una dimensión y una interpretación propia de la
esfera de lo religioso y esto no los invalida para que se constituyan en palabras clave, en
pilares de nuestras concepciones políticas modernas. En ese sentido, la fraternidad también
se reconoce en diversos campos interpretativos, uno de los cuales es el de la política. Al
mismo tiempo, la fraternidad es pertinente al género humano. El reconocimiento de su
humanidad es independiente de la dimensión religiosa del término. Como familia humana
universal, la fraternidad puede ser experimentada por todos, se tenga o no convicciones
religiosas.

- Privado

Efectivamente las relaciones fraternas reconocen un ámbito privado donde se


desarrollan los vínculos personales y los afectos que se traducen en acciones concretas en
ese mismo espacio. También la libertad y la igualdad tienen una dimensión privada, en la
cual la fraternidad seguramente juega un papel relacional fundamental. No obstante, junto
con ello, podemos considerar y verificar prácticas fraternas que se despliegan en la esfera
pública. Basta no constreñirse a criterios analíticos que sobre-enfatizan el interés y bienestar
personal como motor para la acción pública. Tal el caso de la consideración del altruismo y
de la amistad política como ejemplos de acciones fraternas públicas, que emergen cuando
se tratan asuntos relacionados con cuestiones fundamentales de un país.

- Vertical

La fraternidad presupone la existencia de una paternidad. Por ello, puede


argumentarse que está signada por relaciones de verticalidad en lugar de la supuesta
horizontalidad con la que se la describe. Es por eso que la figura paterna parece situarse

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dominante por encima del vínculo fraterno. De allí parte el argumento de Sigmund Freud2
cuando señala que en los tiempos modernos, para crear la sociedad de iguales, se ha tenido
que “matar” al padre. Según el mismo autor, la sociedad que emerge del parricidio es “débil”
e incapaz de superar los conflictos que la identifican y la condicionan luego de la provocada
orfandad. Frente a estos postulados, Antonio María Baggio (2009c) ha desarrollado el tema
de esta fraternidad antagonista y conflictiva. En primer lugar, estudiando los mitos
fundadores de varias civilizaciones, basados en las parejas fraternas originarias. Los
gemelos de varios pueblos americanos, los dos hermanos como Caín y Abel del Génesis o
Rómulo y Remo para la fundación de Roma, entre otros3. En estas narraciones, que están
en la base de las civilizaciones actuales, la fraternidad no niega el conflicto pero al mismo
tiempo lo porta al espacio público de la política, que es aquel que se genera a partir del
trazado de las normas iniciales que regulan la vida de la ciudad como escenario de
comunidad política. Es allí donde la fraternidad se presenta como el arquetipo de relaciones
entre pares.

Siguiendo esta línea argumental, Baggio distingue el ejercicio del poder respecto de
la autoridad. Hay dos formas de concebir la autoridad de quien detenta el poder político en
una sociedad. Por un lado se puede representar en la figura paterna que lo ejerce sobre
aquellos que deberán eliminarla para reconocerse como iguales. Luego, ese poder “vacante”
de la modernidad, se desplaza entre los pares quienes luchan por asumirlo y retenerlo. El
conflicto, pues, es inherente a estas sociedades cuyos miembros se vinculan entre si por
medio de relaciones de poder. Por otro lado, siguiendo a Baggio, la figura paterna también
puede ser entendida como autoridad. Esto es, la que ejerce aquel que no la impone como
mandato sino porque conoce íntimamente a aquellos a la que está destinada, quienes a su
vez tienen siempre la libertad de no aceptarla.

- Machista

En la perspectiva de los estudios de género, la palabra fraternidad define y refuerza


las imposiciones y condicionamientos provenientes de las relaciones de poder establecidas
desde lo masculino. ¿Por qué no utilizar el término “sororidad”4 y aludir así a esta
hermandad pero entre mujeres? Se abre aquí otro horizonte de debate intenso. Podría
argumentarse que los estudios de género son contrarios a los que impulsan una
categorización política de la fraternidad. La aspiración universal de los segundos colisiona
con las objeciones y exigencias particulares de los primeros. Pero al mismo tiempo, la
resignificación semántica de la palabra fraternidad no puede ignorar estas objeciones.

2
FREUD, Sigmund (Freiberg, 1856 - Londres, 1939). Neurólogo austriaco, fundador del psicoanálisis.
3
Los conflictos generados en estos relatos, que en varios casos ocasionan el asesinato de uno de los
hermanos, también están conectados al origen a la ciudad.
4
Mientras que la palabra fraternidad hace referencia originalmente a las comunidades religiosas
masculinas, la palabra sororidad definía a las comunidades de monjas o comunidades religiosas
femeninas.

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A este punto es apropiado señalar que no fue un hombre el que tuvo la inspiración, la
intuición intelectual de conducirnos a estudiar la fraternidad. En efecto, fue Chiara Lubich5
quien ya a mediados de la última década del siglo XX lanzó el desafío, no solo de estudiar
sino también de poner en práctica la fraternidad en el mundo de la política. Luego, teoría y
praxis tomaron múltiples y convergentes caminos que son parte de lo que hoy recorremos.
No escapará entonces a la atenta mirada de quienes se especializan en estudios de género,
que el puntapié inicial de los estudios sobre fraternidad provino del pensamiento de una
mujer. De allí en más, al menos para muchos, la “fraternidad-sororidad” merece ser
profundizada.

- Pretensiosamente abarcativo

Más allá de las observaciones que pueden realizarse sobre la fraternidad como una
categoría política, aparecen también cuestiones vinculadas a la consideración del concepto
mismo. Por ejemplo, la pretendida “universalidad” de la fraternidad resulta inabarcable e
impracticable y, por lo tanto, inútil. En efecto, una de las características sobre los recientes
estudios sobre fraternidad es que la definen por su carácter abarcador, no excluyente.
Además, bajo esta dimensión universal aparece la reafirmación de la diversidad, es decir de
inclusión manteniendo las diferencias, los matices. Una propuesta que, para muchos, puede
resultar inalcanzable.

La fraternidad a nivel planetario es ambiciosa como propuesta. Pone en diálogo


estos estudios con aquellos vinculados al fenómeno de la globalización. Es que la marcha
actual de este proceso mundial necesita del aporte de nuevas concepciones y la fraternidad
puede ayudar a ello. La consigna Pensar globalmente y actuar localmente6 suscribe a lo que
los estudios sobre fraternidad buscan. En este sentido, recordemos que estas “pesquisas
fraternas” se presentan con una aspiración teórico-académica pero al mismo tiempo como
una praxis. De nada sirve continuar desarrollando conceptos e ideas que no tengan una
concreción efectiva y verificable. Es el gran desafío de la fraternidad: no quedarse solo en
enunciados abstractos y generales. De allí que la crítica a la fraternidad universal es
apropiada en tanto recordatorio de que no es suficiente con enunciarla y describirla, sino
que es imprescindible actuarla. De lo contrario será más de lo mismo: un saber inútil.

Poco original

Los estudios recientes sobre fraternidad plantean una originalidad que no es tal.
Mucho de lo que se dice ya ha sido abordado por otras concepciones sobre el mismo

5
Chiara LUBICH (Trento, 1920 – Roma, 2008). Fundadora del Movimiento de los Focolares.
6
Consigna derivada del término “Glocalización”, representando a la mezcla que se da entre los
elementos locales y particulares con los mundializados. Supone que en un mundo global, en el que
asistimos a una progresiva supresión de las fronteras a nivel económico, político y social, se
incrementa la existencia de barreras culturales, generadas por las personas que defienden sus
tradiciones de la globalización cultural. De allí la necesidad de pensar en términos amplios pero
operando sobre la realidad concreta y local de cada uno.

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término. Pues bien, si hablamos de fraternidad, efectivamente ya ha sido analizada en


diversas concepciones provenientes de múltiples campos además del religioso. El
pensamiento marxista ha tomado la fraternidad de clase, la clase trabajadora, como una
consigna universal de lucha. La masonería ha hecho de la fraternidad entre sus miembros
un pilar de su misma existencia. La historiografía francesa ha explorado el término desde lo
cultural y político. Sin embargo, estas concepciones circunscriben la fraternidad a
parcialidades definidas en términos de clase, secta, raza o nación. Son, en verdad, ideas
diferentes pero que no darían lugar a indicar que existen “fraternidades distintas” como
señala Baggio. El común denominador de las mismas es lo parcial. Frente a ello, los
estudios recientes sobre fraternidad universal profundizan sobre esas exclusiones y debaten
sobre ellas. Más que buscar una “originalidad”, la actual mirada sobre la fraternidad intenta
volver a poner en diálogo el patrimonio fraterno desplegado en la historia de la humanidad a
través de la diversidad de sus culturas.

- Confuso

La fraternidad puede resultar ser muy parecida a la idea de solidaridad. ¿Para qué
elaborar sobre algo que ya existe? ¿Hay diferencias sustanciales entre uno y otro término?
Si, las hay. Aunque este vínculo de semejanzas y diferencias entre la fraternidad y la
solidaridad representa uno de los campos más controversiales y ricos en debates aun entre
los mismos estudios en curso sobre fraternidad.

Desde la tradición cristiana, pasando por el pensamiento marxista y el análisis de


Durkheim sobre los diversos tipos de solidaridad como ligamen social, hasta los ideologos
del Welfare State, los neoliberales y los posmodernos, todos ellos han abordado el tema de
la solidaridad en sus diversas formas. Estudiarla ahora nuevamente implica, en principio,
una operación compleja de discernimiento que al mismo tiempo no cuenta con una
“biblioteca” similar sobre el concepto de fraternidad como para enfrentar un análisis
comparativo (Rossi y Bonomi, 2007; Mattioni, 2007; Degrassi, 2007; Pizzolato, 2007). Por su
parte, autores como Pasquale Ferrara (2004) afirman que fraternidad y solidaridad son
nociones con fundamentos diferentes, aunque no profundiza en los lazos que en realidad
existen entre ambas. Aun así, a pesar de estas limitaciones comparativas, el desafío es
abordar la solidaridad Y la fraternidad conjuntamente

En el Dizionario di Economia Civile editado por Bruni y Zamagni (2009), las voces
“ciudadanía”, “equidad”, “ética de la virtud”, “confianza”, “fraternidad”, “justicia”, “gratuidad”,
“libertad”, “reciprocidad”, y “subsiedaridad”, no parecen indicar una contraposición tan
tajante e irreconciliable entre solidaridad y fraternidad. Más bien se puede interpretar de
ellas que la fraternidad corresponde a una instancia superadora, más compleja, respecto de
la solidaridad. Por su parte, el argumento de Pasquale Ferrara, en suma, trata de enfatizar
que la solidaridad no es suficiente. Se requiere, afirma dicho autor, un componente de
reciprocidad faltante y una dimensión relacional más profunda que solo aporta la fraternidad,
arribando a dichas conclusiones desde la perspectiva de la filosofía y la ciencia política
contemporáneas.

Pero aun sin nombrar explícitamente a la fraternidad, la dimensión solidaria que


aparece en la historia y la cultura latinoamericana, por ejemplo, ya la contiene. De allí que
en trabajos recientes sobre fraternidad provenientes de otros campos disciplinares como la

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economía y los estudios culturales, se ponga en discusión este punto (Ighina, 2007; Calvo,
2009). Analizando la cuestión desde la mirada del Aprendizaje y Servicio Solidario, por
ejemplo, María Nieves Tapia (2011) señala que la concepción de la solidaridad, emergente
de la filosofía política europea, se reduce a asociarla a una forma de asistencialismo
“verticalista” o paternalismo político. Mirada desde otras disciplinas y en el contexto de
América Latina, la solidaridad adquiere una dimensión “positiva” tal como la de favorecer la
reciprocidad y horizontalidad de los vínculos sociales. Si, como explica Antonio Baggio
(2006b), la fraternidad se asemeja a una forma de solidaridad “horizontal”, para Tapia la
fraternidad y la solidaridad son directamente sinónimas.

Como se ha esbozado sucintamente, las discusiones en torno a los conceptos de


fraternidad y solidaridad para el caso de América Latina, representan uno de los espacios
más interesantes para profundizar los diversos argumentos. De hecho, desde la perspectiva
de la interculturalidad, la fraternidad podría verse tan solo como un concepto foráneo más,
que se pretende implantar. De allí que sin desechar los fundamentos constitutivos de la
fraternidad tal como es entendida en la cultura occidental europea, se impone la búsqueda
de equivalentes “homeomórficos” (formas similares) en otras culturas como, en este caso, la
de los pueblos originarios del continente Americano. Esta sería una condición esencial para
entablar un verdadero diálogo interdisciplinario que aporte nuevos significados a la
fraternidad y la enriquezca en contenido y alcance. Solo a modo de ejemplo, siguiendo el
trabajo de Lucas Cerviño (2011), si ponemos en diálogo la fraternidad como categoría
política tal cual la venimos estudiando, con algunos de los postulados del Vivir Bien o el Vivir
en Plenitud del actual universo cultural Andino, ya no sería posible seguir hablando de
fraternidad como interrelación entre los seres humanos excluyendo al medio ambiente. Se
abriría pues un camino de vínculo entre fraternidad y ecología que se intuye como
promisorio pero que aun debe explorarse desde otras miradas que no sean exclusivamente
la de las relaciones internacionales o la del derecho.

- Negador del conflicto

No se puede negar la existencia de los conflictos en la historia, en la política, en la


condición humana. Una perspectiva integrista podría argumentar, erróneamente, que si hay
fraternidad no hay conflictos, y viceversa. En todo caso, un paso importante es descubrir, en
las experiencias históricas, cómo la fraternidad puedo haber contribuido a encauzar y poner
fin a ciertos conflictos. Así, por ejemplo, las primeras comunidades cristianas buscaron
resolver fraternalmente las divisiones de su época: la religiosa (entre judíos y paganos), la
social (entre esclavos y libres) y la antropológica (entre hombre y mujer), tal como lo
anunciase San Pablo en sus cartas (Coda, 2006).

Para diversas concepciones e ideologías de la modernidad, la fraternidad universal


no constituyó un instrumento adecuado para hacer frente a las complejidades de la política.
La Ilustración dejó de lado los presupuestos religiosos y la experiencia histórica, para
formular principios generales y abstractos que cada vez requirieron más de una mano
autoritaria para su sostenimiento. Los conservadores y defensores del Antiguo Régimen
recelaron del triunfo de la sociedad de la opinión sobre el saber, lo que juzgaron como la
derrota de lo concreto y lo real en nombre de la ideología, potenciando su desconfianza
hacia las masas. Y algunos marxistas (como Gramsci) propusieron profundizar la revolución
sobrepasando lo económico y llegando a un plano cultural, a través de una nueva

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cosmovisión del hombre y del mundo que debía ser revelada y transmitida por los
intelectuales (Pezzimenti, 2006).

Entonces, conflicto y fraternidad parecen dos palabras excluyentes. Si una aparece


no existe la otra. ¿Pero es realmente así? La fraternidad política no significa ni es sinónimo
de ausencia o eliminación del conflicto. Resulta más bien un espacio, un lugar, una forma de
superación de los conflictos que atraviesan la sociedad. Es una forma de superar la lógica
binaria de “amigo-enemigo” que condiciona y enrarece los vínculos políticos. De esta
manera, no se inhiben las fraternas relaciones horizontales con las cuales se procura
construir una sociedad más justa e igualitaria a través de la política.

La fraternidad universal no niega ni se propone suprimir los conflictos. Sin embargo,


la concepción de poder que le viene asociada es incompatible con la producción y la
exacerbación de los conflictos para asegurar privilegios, para dominar a otros, o como medio
para obtener más poder. La fraternidad cuestiona la visión pesimista de la historia,
motorizada por el conflicto social permanente. Efectivamente, en el paradigma conflictual, no
hay espacio para el altruismo, la reciprocidad, el amor, como fuerzas vitales de la historia; y
sin embargo, aun en las situaciones conflictivas más exacerbadas, estas fuerzas positivas
aparecen y se pueden constatar, solo que son leídas desde el conflicto como gestos
ingenuos o prácticas sin sentido ni impacto alguno en lo real, sin buscar su real impacto,
usando un juego de palabras.

La fraternidad, entonces, plantea una conflictividad positiva. Una donde la


solidaridad, el diálogo, las mutuas concesiones, la aceptación del otro, traccionan hacia la
resolución inclusiva y equitativa de los problemas.

La aceptación de la posibilidad real que estas fuerzas positivas actúen en la historia,


junto a todas aquellas que potencian o perpetúan la lucha y la disputa social, parece
constituir un problema epistemológico para el paradigma conflictivo cuyas premisas no lo
admiten. Contrariamente, la fraternidad si admite el conflicto junto con otras categorías de
análisis de la realidad histórica que enriquecen la mirada de la realidad socio-política. Por lo
tanto, la fraternidad no solo propone la mera “administración” del conflicto social, sino que
patrocina y desafía al diseño de políticas que también tengan en cuenta las fuerzas positivas
que entrelazan a la sociedad.

****************

Los argumentos precedentes nos permiten ahora abordar el tema de la fraternidad


en un contexto histórico determinado, el de la América Latina, analizando su encarnadura en
el mismo y las circunstancias particulares en las que ello tuvo lugar.

3. Fraternidad e independencia latinoamericana

La lucha por la emancipación de las colonias españolas y portuguesas en América se


dio en el marco de la llamada Era de las Revoluciones (Hobsbawm, 1997). Esta Era abarcó
todo el espacio Atlántico, que pareció estrecharse en el ir y venir de ideas entre el viejo y el

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nuevo mundo. En efecto, el pensamiento de la Ilustración durante el siglo XVIII y los


postulados políticos de la Revolución Francesa hacia fines de la misma centuria, tuvieron un
gran impacto e influencia en la génesis y desarrollo de la independencia latinoamericana. La
libertad y la igualdad, pero también la fraternidad, surcaron esas aguas para instalarse en un
lugar inesperado de América: la colonia francesa de Haití. Como ha demostrado Antonio M.
Baggio (2006b), la revolución independentista de Haití, triunfante en 1804 como primera
colonia (latino) americana emancipada – y primera república negra del mundo – incorporó a
su ideario político aquello que su ex metrópolis comenzaba a dejar de lado: la fraternidad
(Fick, 1990). Más allá del devenir posterior del caso haitiano, tenemos aquí un primer
ejemplo histórico del principio de la fraternidad llevado a la práctica, en este caso en un
proceso de liberación colonial. No es casualidad que esto haya ocurrido en el contexto de lo
que luego se denominará la América Latina. Fuera del contorno espacial europeo, fue esta
región del mundo la primera en poner a prueba los postulados y alcances del tríptico francés
como ideario político.

Siguió luego, en el mismo marco de la época, el proceso emancipador de las


colonias españolas y portuguesas, acontecido a partir de la década de 1810. Durante el
mismo, sobresalió un sentido de pertenencia a una dimensión regional americana que
excedió ampliamente los localismos coloniales. Fue la emergencia de un sujeto histórico
nuevo, devenido en “comunidad histórica”, que al impulsar el logro de sus intereses políticos
y sociales en el novel (¿y fraternal?) escenario revolucionario americano, promovió y dio
vida a una “identidad histórica” (Ighina, 2007). ¿Cuál es el momento en que todo esto puede
ponerse a prueba y comenzar a encarnarse políticamente? Pues cuando finalizó la lucha
emancipadora a nivel continental y los nuevos espacios ya liberados contaron con la
potestad y la autonomía necesaria para comenzar a definir su destino común (Bethell,
2000). En las vísperas del Combate de Ayacucho, ocurrido en esa región peruana un 9 de
diciembre de 1824 y en la que el General Sucre venció a las fuerzas españolas (lo que se
considera la batalla final por la independencia latinoamericana), Simón Bolívar convocó a
una reunión de ministros plenipotenciarios de todas las regiones Americanas ya liberadas
del dominio colonial, en el “Istmo de Panamá [que] está a igual distancia de las
extremidades; y, por esta causa podría ser el lugar provisorio de la primera asamblea de los
confederados” (Bolívar, 7 de diciembre de 1824 - 2001, p.66). Fue en este escenario
poscolonial donde las ideas y principios que habían inspirado dicha gesta, se pusieron en
juego para dar un nuevo marco político a la etapa que se iniciaba.

Los representantes de los países latinoamericanos reunidos en Panamá a mediados


de 1826, de acuerdo a sus propios testimonios y a los entendimientos alcanzados,
construyeron acuerdos políticos en los que la idea de fraternidad no estuvo ausente. Esta
era parte del legado de las luchas por la independencia, especialmente en lo atinente a la
universalidad de la causa emancipadora. No habría libertad plena sin que esta lograse llegar
a todos los confines de América. Las instrucciones que los plenipotenciarios recibieron de
sus gobiernos hablan de la conciencia de diversidad política que debían respetar, tanto sea
en la forma de gobierno que decidiesen adoptar los nuevos países y futuros confederados
como los asuntos internos de cada uno. El modelo anfictiónico7, más allá de sus
posibilidades concretas de aplicación, justamente apuntaba a la conformación de una
7
Anfictiónico. De Anfictionía: Confederación de antiguas ciudades griegas, reunidas en igualdad, para
tratar asuntos de interés general. Tomando ese significado, el término fue incorporado a la
convocatoria del Congreso de Panamá.

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confederación amplia, plural y, sobre todo, de iguales. Claro que la igualdad política todavía
no reconocía su dimensión social: lo pueblos originarios no fueron tenidos en cuenta ni
mencionados en estos acuerdos. En tal caso, se esperaba que estos se integrasen como
ciudadanos individuales en los países emergentes de la región. Distinto fue el caso de la
población de origen africano, puesto que pese a ciertas reticencias que se han marcado,
primó el criterio de impulsar el fin de la trata de esclavos y la abolición de la esclavitud, lo
que en parte explica la reticencia a la iniciativa confederal, por parte de países esclavistas
como el Imperio Brasileño y los Estados Unidos de Norteamérica.

La mención explícita de la unión y amistad entre “pueblos, súbditos y ciudadanos” de


América, más allá de los países y los estados, indica el reconocimiento de la fraternidad
como una creación histórica y colectiva, que no debía ser apropiada por ninguna nación o
grupo social en particular. Y esto ayudó a desnudar, en muchos casos, las aspiraciones
personales y hegemónicas de los actores históricos de esta trama, desde Bolívar mismo
hasta Gran Bretaña y los Estados Unidos. Al mismo tiempo, fue este último país de la
América del norte el que propuso la libertad de conciencia como un aspecto a tener en
cuenta, lo que había sido completamente omitido por los representantes latinoamericanos.
Por ende, el carácter colectivo de los aportes reconoció una interesante variedad de
procedencia y un cierto sentido de pertenencia a un ámbito común que, trabajosamente,
buscaba abrirse paso.
La fraternidad política fue experimentada por los ministros plenipotenciarios que
estuvieron en Panamá. Muchos de los acuerdos, de los mismos términos utilizados en la
redacción de los documentos, no se explican sin ella. Al mismo tiempo, estos representantes
no eran ejemplos extraordinarios o casos raros de políticos y diplomáticos, sino emergentes
de una voluntad general de unión que solo fue doblegada por las dificultades que tuvieron
que enfrentar los nuevos gobiernos y sus actores. Su actuación no debe ser idealizada. De
hecho, fueron casi “abandonados” por sus propios países debiendo ellos mismos tener que
poner fin al congreso que habían sostenido en Panamá primero, y en Tacubaya (México)
hacia 1828. Ese desinterés y reticencia a ratificar los acuerdos alcanzados, muestra la
contradicción en aquel momento, de un ideal fraternal con aspectos ciertamente delineados
y una realidad política que empujaba en otra dirección. La conciencia política de la
construcción de naciones soberanas y totalmente autónomas en América Latina fue
abriéndose paso a medida que los liderazgos de la generación de la independencia iban
extinguiéndose. Esto trajo mayores rivalidades, recelos y la convicción de mirar cada uno
hacia adentro de sus propios límites geográficos. Límites estos, que iban a inaugurar una
larga serie de conflictos “fratricidas” entre países latinoamericanos, a medida que la
confederación moría aun antes de nacer. ¿Moría realmente? Quizás si, de la forma que
había sido imaginada por Bolívar y tantos otros. Pero al mismo tiempo alimentaba y
continuaría alimentando un terreno común, un espacio cultural colectivo, “oculto” durante
mucho tiempo, cuya riqueza iba a servir de base más sólida para los nuevos proyectos de
integración, pero 150 años después, a finales del siglo XX.

Domingo Ighina (2012) ha señalado que la fraternidad es un principio ocultado y


sometido a rigurosos límites por su completa potencialidad revolucionaria. Por ello sugiere
pensar la fraternidad desde los colonizados, autores de un verdadero “pensamiento plebeyo
latinoamericano”. En este sentido, señala que el principio de fraternidad surgido del tríptico
revolucionario francés pudo convertirse en una idea regulativa en el momento de la
independencia de América, la cual manipulada por los sectores criollos dominantes, se
asoció a la nación o la patria. De allí, por ejemplo, que la fraternidad fue al mismo tiempo un

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discurso de promoción de la igualdad y un mecanismo de control de los reclamos por la


igualdad. Por lo tanto, la invocación a la fraternidad bien pudo convertirse en un instrumento
de dominación. Su sola mención o aparición, a lo largo de la historia regional, no nos dice
entonces mucho, a menos que desentrañemos el significado y la motivación por la cual fue
utilizada.

Tal vez por esto mismo puede argumentarse que la fraternidad es un concepto
elusivo desde el punto de vista histórico, tan amplio que casi se encuentra donde quiera que
miremos, aunque en realidad estemos reemplazando otra cosa por su nombre. En todo
caso, como la libertad y la igualdad, la fraternidad ha tenido muchas muertes y
resurrecciones en la historia de la América Latina, pero no ha estado ausente ni la hemos
perdido en la noche de los tiempos. Pasarían varias generaciones de latinoamericanos
antes de que la fraternidad tuviese nuevamente un espacio receptivo en la sensibilidad
política de la región. Por eso, entre tantos otros legados de los hombres y mujeres que
lucharon por la independencia de la América Latina, podemos también contabilizar la
inclusión de la fraternidad política como una de las tantas semillas que iban a germinar
lentamente en el largo proceso, aun en marcha, de la integración latinoamericana.

4. Trazas de una cultura fraterna en América Latina

Desde la etapa de emancipación en la región hasta nuestros días, puede seguirse un


recorrido histórico que no solamente nos evidencia, aquí y allá, esta fraternidad “oculta”.
También nos confirma esas trazas de fraternidad cuyas características hemos comenzado a
delinear.

Universalidad
Este aspecto es esencial para distinguir la fraternidad de otras categorías y
conceptos. A lo largo de la historia, podemos ver distintos casos y ejemplos de relaciones y
asociaciones fraternales. Sin ir más lejos, en el mismo momento de la independencia
latinoamericana, había una corriente fraternal fuerte que unió a muchos líderes criollos que
lucharon para la emancipación: la masonería. Este tipo de organizaciones secretas, como
tantas otras formas asociativas, buscaban esencialmente unir facciones y aunar voluntades
para fines específicos. Los procesos para alcanzar dichos fines debían ser liderados por los
miembros de la logia respectiva, quienes a su vez se convertían en sus principales
beneficiarios. No aparece, entonces, el carácter universal en estas asociaciones fraternas, el
cual es un componente indispensable para la categoría que estamos explorando. Sin
embargo, puede estudiarse en el devenir de un proceso histórico determinado (por caso, la
emancipación americana), cómo este tipo de propuestas fueron adoptando una fisonomía
universal. En otras palabras, que las fuerzas dinámicas que se despliegan en la historia
tienen la capacidad de expandir (de universalizar) el alcance de acciones fraternales
inicialmente acotadas, siempre que la finalidad original de su formulación sea compatible
con este curso de acción. Así, muchas de las iniciativas de la generación que luchó por la
independencia americana pueden haber nacido de acciones fraternales específicas (de
logias) pero luego fueron ampliadas, universalizadas, por los acontecimientos históricos que
ellas mismas desataron. En sentido opuesto, las propuestas de grupos americanos que
propiciaban una excluyente centralización política y estatal de estas naciones emergentes

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(como el caso de los Unitarios en la región del Río de la Plata), probablemente no devinieron
en universales, fraternalmente hablando, porque ya su origen estaba signado por el interés
mezquino y particular de quienes se beneficiarían por su aplicación (Safford, 2000).

Diversidad
La fraternidad es universal, tal como se indicó precedentemente, pero no suprime las
diferencias. De hecho, tiende a la unidad sobre la base del respeto a la diversidad. Este
aspecto es fundamental para distinguirla de otras ideas y acciones, incluso formuladas
desde una perspectiva fraternal, pero que se orientan a suprimir lo distinto. En el caso
latinoamericano, podemos identificar al General José Artigas de la Banda Oriental
(Uruguay), como alguien que en el contexto de las luchas por la independencia, procuró la
unidad de los pueblos y etnias que habitaban el territorio que se quería liberar de España.
Por el contrario, también marcamos aquellas acciones que no tuvieron en cuenta este
aspecto de la fraternidad. Por ejemplo, algunas de las reformas liberales del siglo diecinueve
en países –como México- con importante presencia de comunidades de los pueblos
originarios de América. Obsesionados por el ideario modernizador imperante en ese
momento, muchos actores políticos de la época pensaron que la mejor manera de atraer el
progreso a sus territorios era reconvirtiendo a los indígenas en pequeños y medianos
propietarios individuales (Guerra, 1991). Para ello, e invocando un supuesto beneficio
universal, centrado en lo económico, se pretendía poner fin al sistema comunitario en el que
estos habitantes autóctonos habían vivido desde tiempos inmemoriales.
Así también, hacia finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, se evidencia
históricamente una fraternidad de clase, centrada en ciertos grupos subalternos –
particularmente obreros-, que buscaron revertir su condición de dominados a través de
acciones revolucionarias, muchas veces violentas, tendientes a eliminar a aquellos sectores
oligárquicos que los oprimían, y a obtener compulsivamente la adhesión de otros grupos
sociales como las emergentes clases medias (Hale, 2000).
Resulta pues relevante buscar estas trazas de fraternidad universal y de respeto a
las diferencias, distintas de los casos anteriores. Podría parecer que esta característica solo
es dable encontrarla en la historia reciente, a través del concepto de un “otro” como sujeto
histórico, pero existen otros ejemplos. El caso de José Martí y de la lucha emancipadora que
él encarnó hacia finales del siglo diecinueve, es revelador en este sentido. Aunque no logró
su cometido - la libertad de Cuba – vivió y murió para que la misma se diese no en beneficio
de unos pocos, sino a través de una unidad nacional (con proyección latinoamericana) que
respetase las diferencias sociales y culturales de la población (Martí, 2001). En otras
palabras, unidad en la diversidad.

Reciprocidad y responsabilidad
No basta que la fraternidad tenga un apelativo universal ni respete la diversidad. Bajo
la inclusión y la distinción puede ocultarse la indiferencia. Deben buscarse, en la historia, las
relaciones de reciprocidad e integración – de fraternidad - que completan la idea de libertad
y de igualdad (Ropelato, 2006). Estas relaciones de pertenencia se articulan con la idea de
responsabilidad, de reconocimiento de la identidad y del aspecto unitario del cuerpo social,
respetando a su vez las multiplicidades. Es decir que la fraternidad no implica solamente
respeto externo sino compromiso interior, y este comienza poniendo al marginado, al
excluido, en un mismo plano relacional que el resto de la sociedad. Tenemos ejemplos de
algunas experiencias democráticas en la historia de la América Latina, especialmente en las
primeras décadas del siglo veinte, donde se apoyó la inclusión y el reconocimiento de la

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diversidad, pero sin la responsabilidad de establecer relaciones de reciprocidad fraterna,


especialmente hacia los sectores menos favorecidos por el orden social vigente en ese
entonces (Ferrari, 2008). Esto, entre otros muchos factores, puede haber contribuido a
deteriorar el apoyo popular a dichas experiencias políticas, abriendo el camino para salidas
autoritarias a las crisis de representación abiertas durante estos mismos procesos históricos.
Por el contrario, varios ejemplos de movimientos indigenistas pudieron haber encarnado
este aspecto de la fraternidad en la historia latinoamericana, al capitalizar su experiencia
ancestral de relaciones de reciprocidad y redistribución conjugándolas con propuestas de
integración, no exentas de contradicciones, a una entidad política mayor (Mallón, 2003).
Habrá que ver el alcance de estas experiencias.

Experimentación
La fraternidad no puede ser solo enunciada o debatida desde un punto de vista
netamente intelectual y en un nivel teórico. Debe ser también vivida, experimentada, puesta
en práctica. En episodios como la Revolución Mexicana de 1910, por ejemplo, se elaboraron
discursos con continuas referencias a la unidad fraternal de las facciones combatientes
contra el régimen político depuesto (el Porfiriato). Pero en la experiencia histórica concreta,
fue una guerra civil donde los postulados fraternales y universales se abrieron paso a sangre
y fuego, muchas veces costando las vidas de sus propios mentores e impulsores (Aguilar
Camín y Meyer, 1992). Por otro lado, la resistencia a la opresión y a las dictaduras militares
de la segunda mitad del siglo veinte en Latinoamérica, tuvo llamamientos al debate y
discusión de estrategias de supervivencia y oposición, todo ello sustentado por experiencias
concretas de desobediencia civil, militancia pacífica y ampliación de las bases sociales de la
creciente protesta contra los abusos y crímenes de dichos regímenes autoritarios. La idea
de militancia fraternal, sumada a la experiencia vital de su aplicación en situaciones
concretas, fue la característica de estos procesos que pueden ser también estudiados desde
la perspectiva de la fraternidad.

Creación colectiva
La fraternidad universal como categoría política fue el resultado de un proceso de
elaboración conceptual y de experiencias colectivas que confluyeron, junto a la libertad y la
igualdad, en ese momento histórico de finales del siglo XVIII. La idea de la fraternidad se
reconoce en una larga tradición cultural. Esas mismas raíces formaron parte del patrimonio y
del ideario sobre el que la fraternidad se articuló con los otros dos componentes de la trilogía
conceptual. Sin embargo, en la dinámica revolucionaria francesa desde 1789, el concepto
de fraternidad fue enmendado, perdiendo su apelativo universal. Los Iluministas ya se
habían apropiado del término cambiando el significado, como fue el caso de Rousseau, para
quien la fraternidad debía difundirse entre los ciudadanos y contribuir, desde la infancia, a
reforzar la unión dentro del Estado, es decir, fronteras hacia adentro (Baggio, 2006b). Al ser
reinterpretada y despegarse de la experiencia popular que la había instalado en el ideario
programático de la revolución, la fraternidad perdió fuerza en un discurso político francés
para el cual la libertad y la igualdad solo se aplicaba en territorio europeo. Sin la
interpelación ni la dimensión universal de la idea de fraternidad, este nuevo discurso pudo
articular los otros principios a su medida y a su propio interés (Rosanvallon, 2007).
El proceso emancipador de la América Latina pondría a prueba esta nueva
interpretación. Los actores políticos que participaron del proceso de independencia en la
región, advirtieron la visión europeizante que emanaba de estas ideas. Muchos miembros de
los sectores dirigentes criollos buscaron replicarlas en sus territorios, apropiándose de estos
principios como lo habían hecho los revolucionarios franceses después de 1789. Pero en

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América, estos grupos de la elite criolla encontraron una gran resistencia entre los sectores
populares, como los mulatos, mestizos, los negros y también las comunidades indígenas.
Esto se opusieron, algunas veces tenazmente, a tales imposiciones que venían a borrar sus
rasgos culturales mas marcados (Annino-Castro Leiva-Guerra, 1994). Por eso la fraternidad
puede ser rastreada históricamente como un factor desequilibrante y desarticulador de
diseños y arquitecturas políticas elitistas o facciosas. Su riqueza también radica en que no
se reconoce si es reivindicada por y para unos, sin los otros. Su origen y trayectoria como
experiencia histórica colectiva no resiste esa apropiación mezquina.

Pertenencia
Este aspecto es uno de los que se considera crítico para explicar el ostracismo de la
fraternidad universal en la historia política moderna. Si se reconoce una relación fraternal y
esta es universal, significa que todos somos hermanos e integrantes de una misma familia
humana, postulado este que encontramos en las principales religiones del mundo. Pero los
fundamentos de la política moderna separaron lo religioso de lo laico, llegando al punto que
lo segundo negó completamente lo primero, constituyendo una verdadera “teología civil”
(Pezzimenti, 2008). Existe, en verdad, un prejuicio religioso que es refractario a todo lo que
provenga de dicha esfera. No obstante, la fraternidad universal se instala en el tríptico
fundacional de la política moderna procedente de esa experiencia colectiva también de tipo
religiosa. Evidentemente, esta procedencia no es inmediatamente explicitada y reconocible
en las experiencias históricas donde la fraternidad universal puede haber jugado un cierto
rol. Pero se puede comenzar estudiando el grado de amplitud y acogida de los actores de
esas experiencias fraternales, como primer y necesario paso. La pertenencia a una única
familia humana genera a la fraternidad mientras que, a su vez, la fraternidad hace visible a
dicha familia.

5. Bases para una cultura de la fraternidad. Perspectivas teológicas, científicas y


políticas contemporáneas.

Nos encontramos actualmente frente a problemas y dificultades que no resultan ser


meras crisis coyunturales sino que representan verdaderas anomalías que ponen en crisis
paradigmas vigentes. Las inercias propias de los sistemas políticos, económicos y culturales
construidos históricamente sobre un paradigma basado en la afirmación de la persona
pensada desde su individualidad, generan fuertes condicionamientos para que los ideales
democráticos puedan ser realizados. Se “naturalizan” políticas, conductas, actitudes y
modos de pensar contrarios a los ideales de la democracia y de la justicia social.

En la actualidad las instituciones y prácticas políticas, económicas y sociales, y las


ciencias sociales que les dan sustento parten de la noción de ser humano entendido como
individuo racional y libre. La economía se basa en la distribución de la riqueza según las
leyes del mercado donde cada individuo persigue su propio interés. La ciencia política
describe los procesos de acumulación de poder. La sociología muestra la acción de las
organizaciones sociales movidas por los conflictos. Si bien este “paradigma del individuo”
produjo un avance en el reconocimiento de la dignidad y los derechos individuales, ha
dejado muchas y graves cuestiones pendientes. Los genocidios, violaciones a los Derechos
Humanos, brecha Norte-Sur, deterioro ambiental, hambrunas generalizadas, “dictaduras

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financieras”... son consecuencias de prácticas e instituciones que sostuvieron un


determinado modelo de desarrollo y reclaman el surgimiento de conocimientos, prácticas e
instituciones que permitan no sólo comprender la realidad sino también transformarla.

La concepción antropológica que subyace a este “paradigma del individuo”, soslaya o


posterga una de las dimensiones más significativas de la vida individual y social que
fundamenta acciones humanas como la generosidad, la búsqueda de la verdad, la justicia y
el bien común: la singularidad de lo humano que se expresa en la donación y que genera las
condiciones de la reciprocidad. El hombre es un ser antológicamente social, que es capaz
de dar de su lo que la comunidad necesita y postergar sus propios intereses por el bien
colectivo. Esta capacidad ha sido menospreciada por el paradigma vigente, sus ciencias y
sus prácticas.

Estamos entonces frente al desafío de un cambio paradigmático para las ciencias,


las instituciones y las prácticas sociales en general y políticas en particular. El elemento
paradigmático no es el individuo sino la antropología desde donde se lo posiciona,
incluyendo en ella la capacidad de fraternizar. Desde la fraternidad hay que dimensionar el
poder no como un fin en sí mismo sino como posibilidad de donación y servicio. Esto
representa un cambio de mentalidad, un lugar distinto desde el cual situarse frente a la
realidad para intentar transformarla. La fraternidad supone, para América Latina, un desafío
de cambio estructural.

Desde el punto de vista interdisciplinario, la fraternidad aporta una mirada


transversal, relacional, que permite y facilita el diálogo entre las diversas ciencias, un sitio
donde la filosofía y la teología no son excluidas.

Así, la fraternidad encuentra también fundamentos en la epistemología teológica.


Esto se evidencia, por ejemplo, en la mirada de Chiara Lubich (1985) sobre el término.
Poniendo el acento en el momento de abandono de Jesús en la cruz, Chiara afirma que ese
es precisamente “el” instante de absoluta actividad de salvación del Dios encarnado para
con la humanidad. En este abandono, en esta muerte, se juega activamente toda la vida. Es
a partir de aquí que el hombre encuentra su realización, a través de un anularse que lo
convierte en don. Jesús Abandonado es el emblema de la anulación que dona la fraternidad
(Coda, 2007).

En la interpretación lubichiana del misterio del Dios Trinitario, el hombre, que ha sido
creado como un don de Amor, está llamado a anularse para ser ese don. Y ese don es,
precisamente, la fraternidad universal que no segrega, no separa, no aparta, no discrimina,
no anula, no manipula, no juzga, no claudica, no se hace nada por nada. Es una fraternidad
que motoriza las fuerzas positivas que mueven al hombre y a su historia, una fraternidad
universal que une pero no amontona, que respeta la diversidad, que se hace nada pero va
por (amor a) todo y que entra con la humanidad en la dinámica de relación trinitaria, donde
ya ahora, aunque no todavía, el Reino de Amor de Dios se realiza.

Ahora bien, para la racionalidad científica, estas afirmaciones pueden resultar


incomprensibles. Los fundamentos, principios, metodología y fines de las ciencias se
extrañan frente a la reflexión teológica. Esto es lógico: son lenguajes diferentes. Por eso, la
relación entre ciencia y teología no es algo pertinente a ninguna de las dos sino que se
expresa a través de un camino de diálogo en las diferencias, cuyo punto de unión es el del

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amor por el saber, por el conocimiento, que en la cultura occidental se ha dado en llamar
filosofía (Rondinara, 2007). La filosofía, especialmente aquella de la naturaleza y de la
ciencia, es el puente de diálogo entre fe y conocimiento científico. Es un puente, pero
también es un lugar de encuentro, donde es posible acoger y analizar las interpretaciones
de lo real que, distintamente, vienen constituidas de las ciencias naturales y de la teología.

La fraternidad, con sus fundamentos teológicos pero también aquellos procedentes


del campo de las ciencias humanas, puede ser una herramienta analítica de la que se valga
la filosofía en la generación de esta interfase dialógica entre ciencia y fe. El patrimonio y la
experiencia interdisciplinaria de la fraternidad como objeto de estudio académico resultan
pertinentes y apropiados para dicho propósito. Se enmarca, a su vez, en el paradigma de la
complejidad que lanza un desafío sobre el plano metodológico, consistente en la búsqueda
del ligamen de las variadas disciplinas para una nueva visión del hombre y del mundo.

En este sentido, la emergencia y la urgencia de una nueva comprensión en el campo


de los estudios ecológicos, cuyo tratamiento fragmentario por disciplina ha derivado en
numerosos desaciertos y en consecuencias tremendas para la vida en la tierra, resulta
propicio para profundizar, en clave fraterna, el intercambio entre los diversos campos de
saber. Es aquí donde el escenario latinoamericano puede favorecer una nueva
comprensión. El patrimonio cultural regional, con el aporte de la visión de los pueblos
originarios sobre la relación entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el cosmos,
por ejemplo, resultan claves para tal fin.

Por su parte, la fraternidad como categoría política representa un campo novedoso


de conocimiento y de praxis. La mirada positiva sobre los conflictos le permite articular
formas alternativas de resolución de los mismos. En este sentido, la mediación como
herramienta para ese fin se encuentra entre las más desarrolladas. A su vez, ateniéndose al
criterio de la diversidad y la inclusión, formula y procura implementar formas de participación
ampliadas, donde la voz del “otro” no está asociada solamente a su representación política
si no a su misma condición de persona.

En consecuencia, los estudios sobre la fraternidad se recortan desde diversas


especialidades científicas aportando un lugar de reflexión alternativo para la búsqueda de
soluciones a las dificultades del mundo de hoy. Rescatada de su “olvido” por este esfuerzo
colectivo, la fraternidad no se reinstala en el horizonte epistemológico con pretensiones de
originalidad absoluta y sustitutiva de otros aportes que puedan hacerse para los estudios en
los que se ha encarnado. Por el contrario, se postula como un elemento más que contribuye
al empeño grupal de producir conocimiento.

Estos objetivos y propósitos no excusan a la fraternidad de someterse al escrutinio


de las disciplinas científicas con las que dialoga. Justamente, como condición de aceptación,
resultan imprescindibles estos debates. Como una pretendidamente novedosa categoría
política y como un nuevo objeto de estudios en el campo el saber, la fraternidad debe seguir
aportando precisiones y argumentos que resulten convincentes frente a las críticas y
comentarios tales como los que se han desplegado aquí sucintamente. Para ello, es
necesario profundizar la agenda de pesquisas y el abordaje de más estudios de caso. Al fin
y al cabo será con trabajo y esfuerzo, y no con argumentos dogmatizantes, que la
fraternidad podrá ser valorada e incorporada plenamente al repertorio de ideas y propuestas
del mundo académico y de la praxis política.

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Consideraciones finales

Pese a los esfuerzos de resignificación de la libertad y la igualdad, aun no se ha


arribado a ninguna síntesis convincente. Cuando esto parece ocurrir, la realidad se encarga
de desmentirlo. Por ello, dentro de las exploraciones en curso, podemos proponer el estudio
y la experiencia de la fraternidad como una posible respuesta a la crisis actual. La
fraternidad puede otorgarle una nueva dimensión relacional a la libertad y a la igualdad,
como fundamento desde el cual construir un renovado pensamiento político. A su vez,
puede aportar una perspectiva, en clave filosófica, desde la cual revitalizar el diálogo entre
ciencia y teología.

La intensidad de estas exploraciones no es secundaria para la América Latina, región


del mundo que padece un profundo déficit de cohesión social. Por un lado es el continente
que manifiesta mayor inequidad. La brecha que separa los sectores de población con
mayores y menores ingresos es la mayor en el orden global. Por otro lado podemos decir
que es una región de democracias no consolidadas. Las crisis sociales y políticas
desencadenadas desde el 2000 y cuyos coletazos aún se suceden en algunos países de la
región, señalan la necesidad de nuevas comprensiones del hombre y del mundo, y también
de nuevas prácticas políticas capaces de responder a las sensibilidades y exigencias de una
ciudadanía activa con reclamos heterogéneos e imprecisos, pero con el común denominador
de estar orientados a no tolerar más las injusticias ni los privilegios. Corrupción, cinismo,
doble discurso, acumulación de poder a cualquier costo, son conductas y actitudes,
asociadas en el imaginario ciudadano a “lo político”, lo que socava las bases de la
representación y de la participación democráticas.

Toda esta problemática vuelve a poner en el centro del debate político y académico la
necesidad de “profundizar” verdaderamente las democracias. Esto significa dar mayor
equidad, transparencia y participación a los sistemas, y mejorar la calidad de las
instituciones del Estado como garantes de la vida democrática y de la justicia social. Y todo
ello no se logra con cambios circunstanciales. Se requiere pensar en un nuevo paradigma.
He aquí uno, el de la conformación de una cultura de la fraternidad cuyos fundamentos,
potencialidades y posibles desarrollos hemos procurado explorar en estas páginas.

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