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Osvaldo Barreneche1
¿Falta la fraternidad? Si, falta, pero no está del todo ausente. Aunque sin ella en
plenitud, sin el despliegue armónico de la trilogía principal del ideario revolucionario francés
en la historia, las otras dos solo se han “realizado” parcialmente, disparejamente,
fragmentariamente desde su formulación conjunta inicial hace más de doscientos años. Sin
embargo, superada la perplejidad y las primeras explicaciones del porqué de esta ausencia
de la fraternidad en la historia, surge inmediatamente sino una hipótesis, al menos una
sospecha: más que “olvidado”, el principio de la fraternidad ha estado “oculto” en los
pliegues de la modernidad, al menos, en el caso de la América Latina. Si esto es así, puede
entonces verificarse la existencia de trazas, de recorridos históricos alternativos donde los
principios y prácticas que sustentaron y acompañaron la inclusión de la fraternidad en el
tríptico primigenio francés se han manifestado históricamente desde aquella formulación, sin
nombrarla por su nombre. ¿Pero cómo discernir si estas trazas de fraternidad están
verdaderamente presentes en la historia? ¿Cómo distinguirlas de aquellas señales que con
mayor fuerza emiten la libertad y la igualdad en este mismo pasado? ¿Cómo no confundirlas
y pretender ver la (supuestamente ausente) fraternidad, en lugar de la libertad y/o la
igualdad?
Estas son preguntas difíciles de responder, pero son las mismas que nos ponen de
una vez por todas en el camino de dilucidar si la fraternidad, como categoría política, se ha
encarnado o no históricamente desde que fue incorporada al famoso trío programático. Si la
fraternidad se hubiese finalmente olvidado, de cara al futuro querríamos que vuelva a la
agenda y a la praxis política. En eso podemos estar de acuerdo todos los que la
valorizamos. En el presente, podríamos debatir activamente su inclusión categórica en, por
ejemplo, las políticas públicas. Pero en el pasado, en la historia, todavía tenemos que saber
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IdIHCS (Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades). Universidad Nacional de
La Plata y CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) – Argentina.
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si estuvo o no, si jugó algún papel en los eventos y procesos que nos conducen desde 1789
hasta hoy. Porque si estuvo realmente, aun con sus supuestos “seudónimos”, significará ello
un gran aporte para los que la estudian y la practican contemporáneamente. Por empezar,
estos serán más continuadores y menos innovadores que lo que originalmente se pensaba,
capitalizando las “fraternales” experiencias pasadas en beneficio del presente.
Aunque el recorrido histórico a partir de 1789 fue dispersando los términos del
tríptico, una mirada retrospectiva permite pensar que tal divorcio no se produjo totalmente.
Siguiendo el análisis de Rodrigo Mardones (2010), en base a una amplia bibliografía por él
consultada, podemos decir que existe una relación de necesidad entre los tres principios de
la Revolución Francesa; o dicho de otro modo, la realización de la libertad requiere de la
existencia de fraternidad, así como la equidad es un requisito para el ejercicio de la
fraternidad. Más que las diferencias, algunas concepciones de fraternidad ponen como
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Finalmente podemos decir que la fraternidad también puede ser tomada como
experiencia, lo cual representa la exigencia y el desafío mayor del principio, la categoría y la
perspectiva. Luego de todas las consideraciones y estudios que podamos hacer, la
fraternidad debe poder verificarse en la práctica, convertirse en experiencia vivida. Es aquí
donde la dimensión social le da el espesor necesario, para pasar de ser un enunciado
teórico a una realidad tangible. La fraternidad, como cualquier otra idea, no puede ser solo
enunciada o debatida desde un punto de vista netamente intelectual y en un nivel teórico.
Debe ser también vivida, experimentada, puesta en práctica.
Desde mediados de los años noventa, la fraternidad como categoría política, como
concepto, como perspectiva de estudios académicos, y como práctica, ha captado la
atención de investigadores de diversas latitudes. Es así que junto a algunos trabajos
publicados y otros en progreso, han ido apareciendo (y también reapareciendo) críticas y
dudas sobre la validez, alcances y prospectivas de dichos estudios. En este sentido, se
puede argumentar que el principio olvidado, tal cual lo ha descrito el profesor Antonio María
Baggio, ha pasado a ser, en parte, un principio objetado. Estas objeciones, marcan los
avances que el nuevo campo ha tenido, puesto que al despertar un interés mayor también
motivan un análisis cada vez más exigente de los postulados sobre los que se basan los
estudios sobre fraternidad y representan un desafío para quienes encarnan las pesquisas
sobre fraternidad, en la medida que dando respuestas a ellas pueden ir en profundidad y
consolidando la validez del argumento.
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- Religioso
- Privado
- Vertical
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dominante por encima del vínculo fraterno. De allí parte el argumento de Sigmund Freud2
cuando señala que en los tiempos modernos, para crear la sociedad de iguales, se ha tenido
que “matar” al padre. Según el mismo autor, la sociedad que emerge del parricidio es “débil”
e incapaz de superar los conflictos que la identifican y la condicionan luego de la provocada
orfandad. Frente a estos postulados, Antonio María Baggio (2009c) ha desarrollado el tema
de esta fraternidad antagonista y conflictiva. En primer lugar, estudiando los mitos
fundadores de varias civilizaciones, basados en las parejas fraternas originarias. Los
gemelos de varios pueblos americanos, los dos hermanos como Caín y Abel del Génesis o
Rómulo y Remo para la fundación de Roma, entre otros3. En estas narraciones, que están
en la base de las civilizaciones actuales, la fraternidad no niega el conflicto pero al mismo
tiempo lo porta al espacio público de la política, que es aquel que se genera a partir del
trazado de las normas iniciales que regulan la vida de la ciudad como escenario de
comunidad política. Es allí donde la fraternidad se presenta como el arquetipo de relaciones
entre pares.
Siguiendo esta línea argumental, Baggio distingue el ejercicio del poder respecto de
la autoridad. Hay dos formas de concebir la autoridad de quien detenta el poder político en
una sociedad. Por un lado se puede representar en la figura paterna que lo ejerce sobre
aquellos que deberán eliminarla para reconocerse como iguales. Luego, ese poder “vacante”
de la modernidad, se desplaza entre los pares quienes luchan por asumirlo y retenerlo. El
conflicto, pues, es inherente a estas sociedades cuyos miembros se vinculan entre si por
medio de relaciones de poder. Por otro lado, siguiendo a Baggio, la figura paterna también
puede ser entendida como autoridad. Esto es, la que ejerce aquel que no la impone como
mandato sino porque conoce íntimamente a aquellos a la que está destinada, quienes a su
vez tienen siempre la libertad de no aceptarla.
- Machista
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FREUD, Sigmund (Freiberg, 1856 - Londres, 1939). Neurólogo austriaco, fundador del psicoanálisis.
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Los conflictos generados en estos relatos, que en varios casos ocasionan el asesinato de uno de los
hermanos, también están conectados al origen a la ciudad.
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Mientras que la palabra fraternidad hace referencia originalmente a las comunidades religiosas
masculinas, la palabra sororidad definía a las comunidades de monjas o comunidades religiosas
femeninas.
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A este punto es apropiado señalar que no fue un hombre el que tuvo la inspiración, la
intuición intelectual de conducirnos a estudiar la fraternidad. En efecto, fue Chiara Lubich5
quien ya a mediados de la última década del siglo XX lanzó el desafío, no solo de estudiar
sino también de poner en práctica la fraternidad en el mundo de la política. Luego, teoría y
praxis tomaron múltiples y convergentes caminos que son parte de lo que hoy recorremos.
No escapará entonces a la atenta mirada de quienes se especializan en estudios de género,
que el puntapié inicial de los estudios sobre fraternidad provino del pensamiento de una
mujer. De allí en más, al menos para muchos, la “fraternidad-sororidad” merece ser
profundizada.
- Pretensiosamente abarcativo
Más allá de las observaciones que pueden realizarse sobre la fraternidad como una
categoría política, aparecen también cuestiones vinculadas a la consideración del concepto
mismo. Por ejemplo, la pretendida “universalidad” de la fraternidad resulta inabarcable e
impracticable y, por lo tanto, inútil. En efecto, una de las características sobre los recientes
estudios sobre fraternidad es que la definen por su carácter abarcador, no excluyente.
Además, bajo esta dimensión universal aparece la reafirmación de la diversidad, es decir de
inclusión manteniendo las diferencias, los matices. Una propuesta que, para muchos, puede
resultar inalcanzable.
Poco original
Los estudios recientes sobre fraternidad plantean una originalidad que no es tal.
Mucho de lo que se dice ya ha sido abordado por otras concepciones sobre el mismo
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Chiara LUBICH (Trento, 1920 – Roma, 2008). Fundadora del Movimiento de los Focolares.
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Consigna derivada del término “Glocalización”, representando a la mezcla que se da entre los
elementos locales y particulares con los mundializados. Supone que en un mundo global, en el que
asistimos a una progresiva supresión de las fronteras a nivel económico, político y social, se
incrementa la existencia de barreras culturales, generadas por las personas que defienden sus
tradiciones de la globalización cultural. De allí la necesidad de pensar en términos amplios pero
operando sobre la realidad concreta y local de cada uno.
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- Confuso
La fraternidad puede resultar ser muy parecida a la idea de solidaridad. ¿Para qué
elaborar sobre algo que ya existe? ¿Hay diferencias sustanciales entre uno y otro término?
Si, las hay. Aunque este vínculo de semejanzas y diferencias entre la fraternidad y la
solidaridad representa uno de los campos más controversiales y ricos en debates aun entre
los mismos estudios en curso sobre fraternidad.
En el Dizionario di Economia Civile editado por Bruni y Zamagni (2009), las voces
“ciudadanía”, “equidad”, “ética de la virtud”, “confianza”, “fraternidad”, “justicia”, “gratuidad”,
“libertad”, “reciprocidad”, y “subsiedaridad”, no parecen indicar una contraposición tan
tajante e irreconciliable entre solidaridad y fraternidad. Más bien se puede interpretar de
ellas que la fraternidad corresponde a una instancia superadora, más compleja, respecto de
la solidaridad. Por su parte, el argumento de Pasquale Ferrara, en suma, trata de enfatizar
que la solidaridad no es suficiente. Se requiere, afirma dicho autor, un componente de
reciprocidad faltante y una dimensión relacional más profunda que solo aporta la fraternidad,
arribando a dichas conclusiones desde la perspectiva de la filosofía y la ciencia política
contemporáneas.
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economía y los estudios culturales, se ponga en discusión este punto (Ighina, 2007; Calvo,
2009). Analizando la cuestión desde la mirada del Aprendizaje y Servicio Solidario, por
ejemplo, María Nieves Tapia (2011) señala que la concepción de la solidaridad, emergente
de la filosofía política europea, se reduce a asociarla a una forma de asistencialismo
“verticalista” o paternalismo político. Mirada desde otras disciplinas y en el contexto de
América Latina, la solidaridad adquiere una dimensión “positiva” tal como la de favorecer la
reciprocidad y horizontalidad de los vínculos sociales. Si, como explica Antonio Baggio
(2006b), la fraternidad se asemeja a una forma de solidaridad “horizontal”, para Tapia la
fraternidad y la solidaridad son directamente sinónimas.
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cosmovisión del hombre y del mundo que debía ser revelada y transmitida por los
intelectuales (Pezzimenti, 2006).
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confederación amplia, plural y, sobre todo, de iguales. Claro que la igualdad política todavía
no reconocía su dimensión social: lo pueblos originarios no fueron tenidos en cuenta ni
mencionados en estos acuerdos. En tal caso, se esperaba que estos se integrasen como
ciudadanos individuales en los países emergentes de la región. Distinto fue el caso de la
población de origen africano, puesto que pese a ciertas reticencias que se han marcado,
primó el criterio de impulsar el fin de la trata de esclavos y la abolición de la esclavitud, lo
que en parte explica la reticencia a la iniciativa confederal, por parte de países esclavistas
como el Imperio Brasileño y los Estados Unidos de Norteamérica.
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Tal vez por esto mismo puede argumentarse que la fraternidad es un concepto
elusivo desde el punto de vista histórico, tan amplio que casi se encuentra donde quiera que
miremos, aunque en realidad estemos reemplazando otra cosa por su nombre. En todo
caso, como la libertad y la igualdad, la fraternidad ha tenido muchas muertes y
resurrecciones en la historia de la América Latina, pero no ha estado ausente ni la hemos
perdido en la noche de los tiempos. Pasarían varias generaciones de latinoamericanos
antes de que la fraternidad tuviese nuevamente un espacio receptivo en la sensibilidad
política de la región. Por eso, entre tantos otros legados de los hombres y mujeres que
lucharon por la independencia de la América Latina, podemos también contabilizar la
inclusión de la fraternidad política como una de las tantas semillas que iban a germinar
lentamente en el largo proceso, aun en marcha, de la integración latinoamericana.
Universalidad
Este aspecto es esencial para distinguir la fraternidad de otras categorías y
conceptos. A lo largo de la historia, podemos ver distintos casos y ejemplos de relaciones y
asociaciones fraternales. Sin ir más lejos, en el mismo momento de la independencia
latinoamericana, había una corriente fraternal fuerte que unió a muchos líderes criollos que
lucharon para la emancipación: la masonería. Este tipo de organizaciones secretas, como
tantas otras formas asociativas, buscaban esencialmente unir facciones y aunar voluntades
para fines específicos. Los procesos para alcanzar dichos fines debían ser liderados por los
miembros de la logia respectiva, quienes a su vez se convertían en sus principales
beneficiarios. No aparece, entonces, el carácter universal en estas asociaciones fraternas, el
cual es un componente indispensable para la categoría que estamos explorando. Sin
embargo, puede estudiarse en el devenir de un proceso histórico determinado (por caso, la
emancipación americana), cómo este tipo de propuestas fueron adoptando una fisonomía
universal. En otras palabras, que las fuerzas dinámicas que se despliegan en la historia
tienen la capacidad de expandir (de universalizar) el alcance de acciones fraternales
inicialmente acotadas, siempre que la finalidad original de su formulación sea compatible
con este curso de acción. Así, muchas de las iniciativas de la generación que luchó por la
independencia americana pueden haber nacido de acciones fraternales específicas (de
logias) pero luego fueron ampliadas, universalizadas, por los acontecimientos históricos que
ellas mismas desataron. En sentido opuesto, las propuestas de grupos americanos que
propiciaban una excluyente centralización política y estatal de estas naciones emergentes
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(como el caso de los Unitarios en la región del Río de la Plata), probablemente no devinieron
en universales, fraternalmente hablando, porque ya su origen estaba signado por el interés
mezquino y particular de quienes se beneficiarían por su aplicación (Safford, 2000).
Diversidad
La fraternidad es universal, tal como se indicó precedentemente, pero no suprime las
diferencias. De hecho, tiende a la unidad sobre la base del respeto a la diversidad. Este
aspecto es fundamental para distinguirla de otras ideas y acciones, incluso formuladas
desde una perspectiva fraternal, pero que se orientan a suprimir lo distinto. En el caso
latinoamericano, podemos identificar al General José Artigas de la Banda Oriental
(Uruguay), como alguien que en el contexto de las luchas por la independencia, procuró la
unidad de los pueblos y etnias que habitaban el territorio que se quería liberar de España.
Por el contrario, también marcamos aquellas acciones que no tuvieron en cuenta este
aspecto de la fraternidad. Por ejemplo, algunas de las reformas liberales del siglo diecinueve
en países –como México- con importante presencia de comunidades de los pueblos
originarios de América. Obsesionados por el ideario modernizador imperante en ese
momento, muchos actores políticos de la época pensaron que la mejor manera de atraer el
progreso a sus territorios era reconvirtiendo a los indígenas en pequeños y medianos
propietarios individuales (Guerra, 1991). Para ello, e invocando un supuesto beneficio
universal, centrado en lo económico, se pretendía poner fin al sistema comunitario en el que
estos habitantes autóctonos habían vivido desde tiempos inmemoriales.
Así también, hacia finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, se evidencia
históricamente una fraternidad de clase, centrada en ciertos grupos subalternos –
particularmente obreros-, que buscaron revertir su condición de dominados a través de
acciones revolucionarias, muchas veces violentas, tendientes a eliminar a aquellos sectores
oligárquicos que los oprimían, y a obtener compulsivamente la adhesión de otros grupos
sociales como las emergentes clases medias (Hale, 2000).
Resulta pues relevante buscar estas trazas de fraternidad universal y de respeto a
las diferencias, distintas de los casos anteriores. Podría parecer que esta característica solo
es dable encontrarla en la historia reciente, a través del concepto de un “otro” como sujeto
histórico, pero existen otros ejemplos. El caso de José Martí y de la lucha emancipadora que
él encarnó hacia finales del siglo diecinueve, es revelador en este sentido. Aunque no logró
su cometido - la libertad de Cuba – vivió y murió para que la misma se diese no en beneficio
de unos pocos, sino a través de una unidad nacional (con proyección latinoamericana) que
respetase las diferencias sociales y culturales de la población (Martí, 2001). En otras
palabras, unidad en la diversidad.
Reciprocidad y responsabilidad
No basta que la fraternidad tenga un apelativo universal ni respete la diversidad. Bajo
la inclusión y la distinción puede ocultarse la indiferencia. Deben buscarse, en la historia, las
relaciones de reciprocidad e integración – de fraternidad - que completan la idea de libertad
y de igualdad (Ropelato, 2006). Estas relaciones de pertenencia se articulan con la idea de
responsabilidad, de reconocimiento de la identidad y del aspecto unitario del cuerpo social,
respetando a su vez las multiplicidades. Es decir que la fraternidad no implica solamente
respeto externo sino compromiso interior, y este comienza poniendo al marginado, al
excluido, en un mismo plano relacional que el resto de la sociedad. Tenemos ejemplos de
algunas experiencias democráticas en la historia de la América Latina, especialmente en las
primeras décadas del siglo veinte, donde se apoyó la inclusión y el reconocimiento de la
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Experimentación
La fraternidad no puede ser solo enunciada o debatida desde un punto de vista
netamente intelectual y en un nivel teórico. Debe ser también vivida, experimentada, puesta
en práctica. En episodios como la Revolución Mexicana de 1910, por ejemplo, se elaboraron
discursos con continuas referencias a la unidad fraternal de las facciones combatientes
contra el régimen político depuesto (el Porfiriato). Pero en la experiencia histórica concreta,
fue una guerra civil donde los postulados fraternales y universales se abrieron paso a sangre
y fuego, muchas veces costando las vidas de sus propios mentores e impulsores (Aguilar
Camín y Meyer, 1992). Por otro lado, la resistencia a la opresión y a las dictaduras militares
de la segunda mitad del siglo veinte en Latinoamérica, tuvo llamamientos al debate y
discusión de estrategias de supervivencia y oposición, todo ello sustentado por experiencias
concretas de desobediencia civil, militancia pacífica y ampliación de las bases sociales de la
creciente protesta contra los abusos y crímenes de dichos regímenes autoritarios. La idea
de militancia fraternal, sumada a la experiencia vital de su aplicación en situaciones
concretas, fue la característica de estos procesos que pueden ser también estudiados desde
la perspectiva de la fraternidad.
Creación colectiva
La fraternidad universal como categoría política fue el resultado de un proceso de
elaboración conceptual y de experiencias colectivas que confluyeron, junto a la libertad y la
igualdad, en ese momento histórico de finales del siglo XVIII. La idea de la fraternidad se
reconoce en una larga tradición cultural. Esas mismas raíces formaron parte del patrimonio y
del ideario sobre el que la fraternidad se articuló con los otros dos componentes de la trilogía
conceptual. Sin embargo, en la dinámica revolucionaria francesa desde 1789, el concepto
de fraternidad fue enmendado, perdiendo su apelativo universal. Los Iluministas ya se
habían apropiado del término cambiando el significado, como fue el caso de Rousseau, para
quien la fraternidad debía difundirse entre los ciudadanos y contribuir, desde la infancia, a
reforzar la unión dentro del Estado, es decir, fronteras hacia adentro (Baggio, 2006b). Al ser
reinterpretada y despegarse de la experiencia popular que la había instalado en el ideario
programático de la revolución, la fraternidad perdió fuerza en un discurso político francés
para el cual la libertad y la igualdad solo se aplicaba en territorio europeo. Sin la
interpelación ni la dimensión universal de la idea de fraternidad, este nuevo discurso pudo
articular los otros principios a su medida y a su propio interés (Rosanvallon, 2007).
El proceso emancipador de la América Latina pondría a prueba esta nueva
interpretación. Los actores políticos que participaron del proceso de independencia en la
región, advirtieron la visión europeizante que emanaba de estas ideas. Muchos miembros de
los sectores dirigentes criollos buscaron replicarlas en sus territorios, apropiándose de estos
principios como lo habían hecho los revolucionarios franceses después de 1789. Pero en
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América, estos grupos de la elite criolla encontraron una gran resistencia entre los sectores
populares, como los mulatos, mestizos, los negros y también las comunidades indígenas.
Esto se opusieron, algunas veces tenazmente, a tales imposiciones que venían a borrar sus
rasgos culturales mas marcados (Annino-Castro Leiva-Guerra, 1994). Por eso la fraternidad
puede ser rastreada históricamente como un factor desequilibrante y desarticulador de
diseños y arquitecturas políticas elitistas o facciosas. Su riqueza también radica en que no
se reconoce si es reivindicada por y para unos, sin los otros. Su origen y trayectoria como
experiencia histórica colectiva no resiste esa apropiación mezquina.
Pertenencia
Este aspecto es uno de los que se considera crítico para explicar el ostracismo de la
fraternidad universal en la historia política moderna. Si se reconoce una relación fraternal y
esta es universal, significa que todos somos hermanos e integrantes de una misma familia
humana, postulado este que encontramos en las principales religiones del mundo. Pero los
fundamentos de la política moderna separaron lo religioso de lo laico, llegando al punto que
lo segundo negó completamente lo primero, constituyendo una verdadera “teología civil”
(Pezzimenti, 2008). Existe, en verdad, un prejuicio religioso que es refractario a todo lo que
provenga de dicha esfera. No obstante, la fraternidad universal se instala en el tríptico
fundacional de la política moderna procedente de esa experiencia colectiva también de tipo
religiosa. Evidentemente, esta procedencia no es inmediatamente explicitada y reconocible
en las experiencias históricas donde la fraternidad universal puede haber jugado un cierto
rol. Pero se puede comenzar estudiando el grado de amplitud y acogida de los actores de
esas experiencias fraternales, como primer y necesario paso. La pertenencia a una única
familia humana genera a la fraternidad mientras que, a su vez, la fraternidad hace visible a
dicha familia.
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En la interpretación lubichiana del misterio del Dios Trinitario, el hombre, que ha sido
creado como un don de Amor, está llamado a anularse para ser ese don. Y ese don es,
precisamente, la fraternidad universal que no segrega, no separa, no aparta, no discrimina,
no anula, no manipula, no juzga, no claudica, no se hace nada por nada. Es una fraternidad
que motoriza las fuerzas positivas que mueven al hombre y a su historia, una fraternidad
universal que une pero no amontona, que respeta la diversidad, que se hace nada pero va
por (amor a) todo y que entra con la humanidad en la dinámica de relación trinitaria, donde
ya ahora, aunque no todavía, el Reino de Amor de Dios se realiza.
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amor por el saber, por el conocimiento, que en la cultura occidental se ha dado en llamar
filosofía (Rondinara, 2007). La filosofía, especialmente aquella de la naturaleza y de la
ciencia, es el puente de diálogo entre fe y conocimiento científico. Es un puente, pero
también es un lugar de encuentro, donde es posible acoger y analizar las interpretaciones
de lo real que, distintamente, vienen constituidas de las ciencias naturales y de la teología.
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Consideraciones finales
Toda esta problemática vuelve a poner en el centro del debate político y académico la
necesidad de “profundizar” verdaderamente las democracias. Esto significa dar mayor
equidad, transparencia y participación a los sistemas, y mejorar la calidad de las
instituciones del Estado como garantes de la vida democrática y de la justicia social. Y todo
ello no se logra con cambios circunstanciales. Se requiere pensar en un nuevo paradigma.
He aquí uno, el de la conformación de una cultura de la fraternidad cuyos fundamentos,
potencialidades y posibles desarrollos hemos procurado explorar en estas páginas.
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