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Una vez más nos tenemos que referir a un principio de San Irineo, que ya hemos repetido varias veces en otros
comentarios, el principio dice: “Lo que no ha sido asumido no ha sido redimido”. Jesús asume todas las situaciones
humanas para poder redimirlas, y “por la gracia de Dios”, Jesús también entro ahí, en ese “cuarto” que nos da tanto miedo
entrar. En esa situación que es tan angustiosa para nosotros.
Jesús entro en la muerte, para, así, poder “asumirla y redimirla”. Jesús se ha hecho semejante en todo, menos en el pecado: y
“todo” es “todo” por la gracia de Dios.
En la Encarnación el Verbo divino asume la naturaleza humana en su totalidad, exceptuado el pecado, para sanarla,
rescatarla, redimirla; y nada puede sustraerse del alcance de la Encarnación sin que al mismo tiempo se parcialice la obra
redentora de Cristo. Como dice San Ireneo: “lo que no es asumido, no es redimido”[45].
2. En su designio de salvación, Dios dispuso que su Hijo no solamente "muriese por nuestros pecados" (1 Co 15, 3)
sino también que "gustase la muerte"
Está teniendo lugar el punto culminante del abajamiento, al mismo tiempo que el punto inicial de la glorificación: las dos
cosas están teniendo lugar al mismo tiempo; eso tiene lugar en el momento de la sepultura de Jesucristo.
¿Qué significa “gustar la muerte”?. La muerte es un drama que Jesús había gustado, pero lo había “gustado” fuera
de Él. Había “gustado” la amargura de la muerte cuando la muerte de su amigo Lázaro: Lloro amargamente. Incluso, algo
que queda en la intimidad de la familia de Nazaret, y no se nos cuenta el dolor que supuso para Jesús la muerte de Jose.
Lloro por la muerte de Lázaro, ¿no habría de llorar por la muerte de San Jose…?. “Gustar la muerte” es gustar
también el drama que tiene la muerte por la desaparición de un ser con el que uno tiene lazos afectivos. Nosotros
hemos gustado la muerte, pero nos falta por “gustar”: experimentar –que eso es lo que significa- la muerte no en los demás,
sino en nosotros mismos. Esa experiencia la tenemos sin hacer. Jesúsla hizo: Jesús “gusto la muerte en los dos sentidos”.
3.- Es decir, que conociera el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo
La muerte tiene algo de dramático, porque es separación de alma y cuerpo. Nosotros no somos “ni solo cuerpo”, “ni solo
alma”; somos los dos: una unión sustancial de alma y cuerpo. Cuando morimos, en esa separación “no soy todo yo”. En esa
separación el alma va a la salvación eterna, al purgatorio, o a la condenación; no es el hombre entero. El alma de los santos,
que están en el cielo, tienen la felicidad plena de Dios, goza de la visión de Dios; pero le falta “algo”: en la resurrección
final, cuando su cuerpo resucite y se una a su alma en la parusía, todavía habrá un aumento de gozo.
En el cielo todavía no tienen “plenitud de la gloria”, porque no es el ser entero el que goza de Dios, exceptuando a la
Virgen María que fue Asunta a los cielos en cuerpo y alma, ella sí que goza en cuerpo y alma de Dios.
Nosotros no creemos en esas visiones reencarnacioncitas o platónicas en las que lo importante del
hombre es un alma que, poco menos que se “disfraza” de un cuerpo; entonces lo importante es
deshacerse del cuerpo para que el alma este libre, como si el cuerpo fuese un lastre.
A veces, es verdad, que lo experimentamos como un lastre, por nuestras enfermedades, por nuestras
tendencias carnales; pero el cuerpo no es un lastre: El cuerpo es CREACION DE DIOS!, Y tanto el alma como
el cuerpo están llamados a ser glorificados y a participar de la visión de Dios.
Hay distintos textos en la sagrada escritura que hacen referencia a este misterio.
1ª Pedro 3, 18-20: Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por
los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu.
1ª Pedro 4, 6: Por eso hasta a los muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que, condenados en carne
según los hombres, vivan en espíritu según Dios.
Hechos 2, 31: Pero como él era profeta y sabía que Dios “le había asegurado con juramento que se sentaría
en su trono un descendiente de su sangre
31vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó
la corrupción.
7 bien: ¿quién bajará al abismo?, es decir: para hacer subir a Cristo de entre los muertos.
Efesios 4, 8-10: Por eso dice: “Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres.
9 ¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra?
10 Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo.
En torno a este misterio del “descenso de Cristo al lugar de los muertos” (aunque el credo hable del
descenso a los infiernos). La palabra infiernos no se entiende como el lugar de condenación, se entiende: “al
lugar de los muertos”, esa sería la traducción etimológica correcta. El lugar donde estaban los “justos” que
todavía no habían podido contemplar la gloria de Dios, porque no habían sido redimidos en Cristo. Pero de esto
ya hablaremos mañana.
¿Qué experimenta Jesucristo en el momento de la muerte?. ¿Qué sucedió a Cristo en el intervalo de esos tres
días: desde su muerte hasta su resurrección?. Había que dar una respuesta y el “Credo” se adentró para darle
una respuesta.
El catecismo ha precisado: “Cristo bajo a los infiernos en Espíritu”. Es decir, en el momento de la muerte se
produce en Cristo esa separación de cuerpo y alma. En Jesús ocurre algo específico: en nosotros, en el
momento de la muerte el alma, que es inmortal, se separa del cuerpo que está sujeto a la “ corrupción”. En
Jesucristo –tengamos en cuenta que en Él tiene lugar la unión “hipostática”, es decir: la segunda persona
de la Santísima Trinidad, el verbo está unido a la naturaleza humana- esa alma humana unida
hipostáticamente al verbo la que desciende al lugar de los muertos para consumar allí esa redención.
Cristo fue “Vivificado en el Espíritu” Dice en 1ª de Pedro, es decir, que tiene lugar en el momento de la muerte
una “glorificación” en el alma de Jesucristo. Difícilmente podía darles la vida eterna cuando desciende al lugar
de los muertos si previamente no hubiera sido glorificada.
Por eso decíamos que al mismo tiempo que es el máximo abajamiento es también el inicio de la
glorificación.
Nosotros solemos pensar que el momento de la glorificación es en la resurrección, pero la Iglesia manifiesta
que cuando Cristo es enterrado en el sepulcro ya ha tenido lugar la glorificación del alma humana de
Jesucristo, aunque todavía el cuerpo no había sido glorificado.
El cuerpo humano de Jesucristo no fue “abandonado”, la unión hipostática del verbo no continuo únicamente
con el alma humana, sino, que también, la unión hipostática continuo ce alguna manera con el cuerpo
humano de Cristo, que aunque fue depositado en el sepulcro no estaba sujeta a la corrupción:
Hechos 2, 26-27: Por eso se ha alegrado mi corazón y se ha alborozado mi lengua, y hasta mi carne
reposará en la esperanza 27de que no abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo
experimente la corrupción
Dios no permite que el cuerpo de Jesucristo, separado del alma, experimente la corrupción en el sepulcro. De
Lázaro se dijo: “Ya huele, porque lleva unos días”, no se pudo decir eso de Jesucristo.
Salmo 16, 9-10: Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa;
Esto es lo que le paso a Jesucristo en esos tres días, entre su muerte y su resurrección.
¿Qué significa “gustar la muerte”?. La muerte es un drama que Jesús había gustado, pero lo había “gustado” fuera de
Él. Había “gustado” la amargura de la muerte cuando la muerte de su amigo Lázaro: Lloro amargamente. Incluso, algo
que queda en la intimidad de la familia de Nazaret, y no se nos cuenta el dolor que supuso para Jesús la muerte de Jose.
Lloro por la muerte de Lázaro, ¿no habría de llorar por la muerte de San Jose…?.
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2.- ?. “Gustar la muerte” es gustar también el drama que tiene la muerte por la desaparición de un ser con el que uno
tiene lazos afectivos. Nosotros hemos gustado la muerte, pero nos falta por “gustar”: experimentar –que eso es lo que
significa- la muerte no en los demás, sino en nosotros mismos. Esa experiencia la tenemos sin hacer. Jesús la hizo:
Jesús “gusto la muerte en los dos sentidos”.