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I Encuentro Nacional sobre Enseñanza de la Matemática

Realidad, verdad y lógica en matemática


Guillermo Boido
Universidad de Buenos Aires

1. Introducción

La ciencia presenta problemas filosóficos. Esta afirmación se funda en la relevancia de


preguntas tales como la de por qué hay que creer (o no) en lo que sostienen los
científicos en el ámbito de la matemática, la física, la biología o la sociología, con qué
clase de objetos o entidades trata la ciencia o bien cuál es la estructura del
conocimiento científico y de qué modo es posible aumentar nuestro conocimiento a
partir del ya obtenido. Tales preguntas tienen un sesgo filosófico. Desde luego, muchos
científicos sostienen que el estudio de los problemas filosóficos de la ciencia debe
quedar en manos de los filósofos, y que a ellos compete solamente “hacer ciencia” sin
necesidad de incursionar en problemas de esta naturaleza. Esta posición es
perfectamente legítima, pero conviene recordar que casi todos los grandes protagonistas
de la historia de la ciencia han abordado la consideración de cuestiones filosóficas y
que, en muchos casos, éstas han orientado sus investigaciones estrictamente científicas.

2. Una noción tradicional de “ciencia”

Comencemos por presentar tres notas de lo que podríamos llamar una “noción de
sentido común” de la ciencia, que tiene muchos puntos de vinculación con la
concepción tradicional acerca de qué es el conocimiento científico. Una vez hecho esto,
procederemos a criticarlas.

a. Los enunciados científicos hablan acerca de “algo”, es decir, de entidades u


objetos bien caracterizados. No se concebiría que fuese “ciencia” un discurso
vacío, sin denotación o significado. El tipo de entidad del que se ocupa la
ciencia permite caracterizar disciplinas: la matemática trata acerca de números
o figuras geométricas, la biología acerca de seres vivos, etc.

b. Los enunciados científicos deben ser verdaderos. No sería admisible una


disciplina científica que contuviese enunciados falsos.

c. Los enunciados científicos no se presentan aislados, deben gozar de


sistematicidad, es decir, estar vinculados entre sí, y tal sistematicidad la provee
la lógica.

Esta noción de “ciencia” sería válida para todas las disciplinas, es decir, se trata de una
concepción unitaria del conocimiento científico. Distintas disciplinas científicas
diferirán en sus objetos de estudio, pero en cada una de ellas valdrán las tres notas
anteriores. Y de allí el título del presente trabajo.

Apliquemos lo anterior a un ejemplo bien conocido: la geometría de Euclides, tal como


la presentó este notable matemático griego hacia comienzos del siglo III a. C. Si la
noción tradicional de ciencia se aplicase a este caso, deberíamos aceptar que: (a) las

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entidades de las que se habla en esta geometría (puntos, rectas, planos) deberían tener
algún género de existencia, esto es, deberían referirse a cierto tipo de realidad. (b) Los
enunciados geométricos deberían ser verdaderos. No tendrían cabida en el seno de la
geometría euclideana enunciados falsos. (c) Tales enunciados deberían estar vinculados
por la lógica. Habría entonces enunciados de partida, los axiomas, admitidos por su
evidencia y simplicidad (los cinco postulados o axiomas de Euclides), y otros
enunciados que se demuestran a partir de ellos, con el recurso a la lógica, los teoremas,
como el que afirma que la suma de los ángulos interiores de un triángulo es igual a dos
rectos.

Estas tres notas o supuestos acerca de la realidad, la verdad y la sistematicidad de la


ciencia provista por la lógica, convenientemente elaborados hace más de dos milenios
desde el punto de vista filosófico, fueron características de la ciencia según el gran
filósofo Aristóteles. Se ha dicho muchas veces que este pensador fue un “filósofo del
sentido común” y su noción de ciencia parece corroborarlo. Pero al analizar
críticamente sus supuestos acerca de la realidad, la verdad y la lógica en ciencia, y en
particular en matemática, advertimos que estamos en presencia de una concepción que
podríamos llamar optimista de aquélla, y que tales supuestos no carecen de amenazas
filosóficas.

3. Crítica de los supuestos anteriores

a. Sobre la realidad de las entidades de las que se ocupa la ciencia

La primera suposición, acerca de la realidad de los todos los objetos científicos,


presenta problemas de diverso orden. En las ciencias de hechos (fácticas), como la
física, la química o la biología, el problema aparece con las llamadas entidades teóricas,
es decir, aquellas que no son accesibles a la percepción directa de los sentidos. ¿Existen
los átomos, las valencias, las especies? La pregunta no es trivial y originó (y origina)
posiciones diversas entre los filósofos de las ciencias naturales. ¿Por qué hemos de
creer en la existencia de aquello que no podemos ver ni tocar ni escuchar? Pero
analicemos el caso de la geometría. Después de publicados los Elementos, y a lo largo
de muchos siglos, se creyó que la geometría desarrollada por Euclides hacía referencia a
objetos del mundo físico y que en el espacio físico hallaríamos por tanto las entidades
reales de las que hablan los geómetras. Entendamos por teoría, en un sentido muy
general, a un conjunto de afirmaciones sobre ciertas entidades o ciertos hechos,
aserciones vinculadas entre sí por relaciones lógicas que permiten deducir determinadas
afirmaciones a partir de otras por medio de razonamientos. Entonces la geometría
euclideana podía ser concebida como una teoría que describiría adecuadamente las
propiedades del espacio en el que transcurren los fenómenos naturales. Pero esta
respuesta de sentido común entró en crisis con el surgimiento de las geometrías no
euclideanas, a comienzos del siglo XIX. Recordemos que una de ellas fue concebida,
por primera vez, por el "príncipe de la matemática", Karl Friedrich Gauss, pero luego
desarrollada en forma explícita, independientemente, por el matemático húngaro János
Bolyai y el ruso Nikolai Lobachevsky. Un segundo tipo de geometría no euclideana fue
presentada poco después por el alemán Bernard Riemann. Aclaremos entonces el
sentido de esta crisis a la que aludimos.

La geometría euclideana, como es bien sabido, tiene como punto de partida cinco
axiomas o postulados, de los cuales el quinto siempre fue considerado un tanto

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"sospechoso". Es el que afirma lo siguiente: “Si una línea recta corta a otras dos de
manera tal que la suma de los ángulos interiores de un mismo lado sea menor que dos
ángulos rectos, entonces dichas rectas, prolongadas suficientemente, se cortarán del
mismo lado de la primera línea recta en que se encuentren aquellos ángulos cuya suma
es menor que dos rectos”. No parece en modo alguno evidente, como sí lo parecían los
cuatro anteriores; el cuarto, por caso, afirma que todos los ángulos rectos son iguales.
Lo que se sospechó desde un comienzo es que quizás, en realidad, este enunciado no es
independiente de los cuatro restantes, es decir, que sería posible deducirlo como
teorema a partir de aquéllos, con lo cual perdería su carácter de postulado y se
convertiría en teorema. Hubo muchos intentos de demostrarlo, pero a costa de introducir
en su lugar, a veces subrepticiamente, algún otro postulado lógicamente equivalente, es
decir que a partir de uno de ellos y de los cuatro primeros postulados euclideanos es
posible demostrar el quinto. De particular interés es el que adoptó el matemático inglés
John Playfair en el siglo XVIII, pues es el que se emplea habitualmente en los cursos de
geometría: “por un punto exterior a una recta pasa una y solo una paralela a ella”.

A principios del siglo XVIII se intentó practicar una demostración del quinto postulado
por el absurdo, o sea, mostrar que, si se admite la negación de dicho postulado y se
aceptan los otros cuatro, se arriba a contradicciones. Pero esto no ocurrió. Quienes
recorrieron este camino, como Gauss, Bolyai y Lobachevsky, y luego Riemann,
obtuvieron, a partir de los cuatro primeros postulados de Euclides y la negación del
quinto, enunciados extraños, no intuitivos, pero de ninguna manera contradictorios
desde el punto de vista lógico (por ejemplo, que la suma de los ángulos interiores de un
triángulo no es igual a dos rectos o bien que la relación entre la longitud de la
circunferencia y su diámetro no es igual a π). De hecho, lo que finalmente comenzó a
imponerse en el campo de la matemática fue la idea de que los sistemas geométricos
como los que Gauss, Bolyai, Lobachevsky y Riemann habían introducido no serían más
que estructuras lógicas conformadas por suposiciones iniciales escogidas de modo
arbitrario, razonamientos correctos a partir de esas suposiciones y teoremas obtenidos
en virtud de estos razonamientos. Por ser un mero ejercicio lógico, tales estructuras
serían puramente formales, es decir, no tendrían significado o referencia alguna, y lo
único que se requeriría para su aceptación era la corrección de los razonamientos
empleados. Dicho de otro modo, quedó en claro que, en el discurso de las geometrías no
euclideanas, términos como "punto", "recta" o "plano" no tienen un significado
determinado. Esto llevó a la concepción de los que habrían de ser, por la obra del gran
matemático alemán David Hilbert (Fundamentos de la geometría, 1899), los primeros
“sistemas axiomáticos formales” explícitamente reconocidos. En el de Gauss-Bolyai-
Lobachevsky se admite que por un punto exterior a una recta pasan infinitas otras,
mientras que en el de Riemman se afirma que no pasa ninguna.

La investigación iniciada por Gauss, Boylai y Lobachevsky y luego por Riemann,


consistía, en realidad, en poner en evidencia todo aquello que se puede deducir a partir
de suposiciones convencionales y antojadizas formuladas en un lenguaje semejante al
geométrico tradicional. En ellas se habla todavía de axiomas y teoremas en homenaje a
Aristóteles, pero lo que se dice ya no tiene significado: estamos tan sólo ante una suerte
de cálculo o algoritmo lógico. El discurso de estos sistemas formales, se dice, es
puramente sintáctico o bien carece de contenido semántico. De hecho, una estructura
tal se parece realmente a un juego lógico con alguna vinculación con el ajedrez. En el
ajedrez tampoco sabemos exactamente a qué nos estamos refiriendo con las fichas (lo
que sí sabemos es cómo moverlas), y nadie en su sano juicio creerá que está ejecutando

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política monárquica porque mueve el rey, la reina y sus peones. El haber llamado a las
fichas “rey”, “alfil” o “torre” es un homenaje a la tradición; del mismo modo, en una
geometría no euclideana las palabras “punto”, “recta”, “plano”, etcétera, no tienen
ningún significado. Semejante metodología se conoce como método axiomático formal,
o simplemente método axiomático, y el juego que hemos descrito en particular es un
ejemplo de sistema axiomático formal. Lo que se ha hecho con las geometrías no
euclideanas podría hacerse, en realidad, de manera puramente convencional, tomando
un vocabulario arbitrario (pero sin significado) y, con las reglas gramaticales usuales,
construir “esquemas de proposiciones” o “cuasiproposiciones” (porque no son
realmente proposiciones, de las cuales se puede predicar su verdad o falsedad), adoptar
algunas de ellas como "axiomas", o sea, puntos de partida del juego, y luego, razonando
correctamente, obtener "teoremas". Se comprende que procediendo de este modo la
cantidad de juegos posibles, es decir, de sistemas axiomáticos, es infinita. Sus
cuasiproposiciones no hablan acerca de nada, lo cual pone en jaque a la nota o
suposición tradicional (a) de que la ciencia siempre debe referirse a "algo".

Un sistema axiomático se construye rigurosamente explicitando la lógica que se ha


emplear, con sus categorías, sus términos o símbolos lógicos, su morfología, sus reglas
de deducción y sus reglas de definición. Se introducen además los términos específicos
con los que se ha de tratar (primitivos y definidos) y la morfología del sistema, que
permite construir las cuasiproposiciones por medio de operaciones entre símbolos.
Habrá que escoger de entre estas cuasiproposiciones las que arbitrariamente serán
axiomas del sistema y luego proceder a deducir nuevas cuasiproposiciones, los
teoremas. Pero si bien los términos de un sistema axiomático formal no se refieren a
nada, es posible otorgarles distintos significados haciendo corresponder a cada término
una entidad u objeto, con lo cual tendremos ahora un sistema axiomático interpretado.
Por ejemplo, en una cuasiproposición tal como “aRb” (donde los términos
representados por letras no significan cosa alguna) podríamos hacer corresponder a con
“4”, b con “7” y R con “menor que”, de modo que ahora tendríamos la proposición
aritmética (verdadera) “4 es menor que 7” en la que “4” y “7” son números vinculados
entre sí por la relación “menor que”. Al ser interpretado, un sistema axiomático puede
hablar de lo que se nos ocurra (números, figuras geométricas, piedras, planetas o
conejos) y entonces tendremos afirmaciones acerca de entidades matemáticas o del
mundo físico. Desde luego, no todas las interpretaciones de un sistema axiomático
tendrán el mismo interés para la investigación científica y muchas carecerán de sentido.
Lo importante es señalar que ahora podemos hablar de una matemática, no ya formal o
pura, sino aplicada. En estas condiciones, la geometría euclideana podría ser
considerada desde dos puntos de vista: (a) como un sistema axiomático formal, carente
de significado, o bien (b) como un sistema axiomático interpretado, significativo, que
daría conocimiento fáctico acerca del espacio físico real.

En un comienzo, las geometrías no euclideanas fueron concebidas como meros “juegos


de la imaginación”, pues se suponía que la geometría realmente auténtica era la
euclideana, precisamente porque ofrecía una descripción adecuada del mundo físico. La
sorpresa fue, sin embargo, que un siglo después de aquellas primeras investigaciones,
como resultado de estudios astronómicos y cosmológicos, y como subproducto de la
teoría de la relatividad general, Einstein sugirió que la geometría euclideana no sería la
más apropiada para describir las propiedades del espacio real. Dicho de otro modo, la
geometría euclideana perdería su más clásica interpretación y por tanto su utilidad para
la cosmología. El problema de decidir cuál es el sistema axiomático que, con una

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adecuada interpretación, puede describir mejor las propiedades del espacio físico es, por
tanto, asunto de investigación que compete a la física o la cosmología y no a la
matemática.

b. Sobre la verdad de los enunciados científicos

Ahora surgen aquí serios problemas para el segundo supuesto de la concepción de


sentido común de la ciencia: aquél según el cual los enunciados científicos deben ser
verdaderos. Presuponemos que la noción de “verdad” se aplica a enunciados o
proposiciones y no a entidades. Un teólogo podría afirmar por caso que la Biblia es la
verdad, pero no es éste el sentido de “verdad” que se emplea en ciencia. La cuestión
radica más bien en decidir en qué caso un enunciado es verdadero y en qué casos es
falso. (Se acepta que no existe una tercera posibilidad, lo cual encubre un presupuesto
lógico: el llamado “principio de tercero excluido”, que afirma precisamente ello.)
Aristóteles resolvió el problema por medio del criterio siguiente, que aquí enunciamos
de manera simplificada. Dice: “un enunciado es verdadero si se corresponde con lo que
realmente acontece y es falso si ello no ocurre”. Se advierte que el criterio incluye una
entidad lingüística (un enunciado) y algo que no lo es (lo que realmente acontece). Para
tomar un ejemplo trivial, el enunciado “en la terraza hay un gato” será verdadero si en la
terraza hay un gato y será falso si no lo hay. Comprobar si en la terraza hay o no un gato
nada tiene que ver con el lenguaje: habrá que inspeccionar la terraza o bien inferir la
presencia del gato, por ejemplo, ante la percepción de maullidos que provienen de la
terraza. Si bien se advirtió que el criterio de Aristóteles presentaba serios problemas, los
lógicos del siglo XX lo reformularon de tal modo que en lo esencial puede ser aceptado.

Pero es evidente que, para la concepción formal o pura de la matemática, el criterio de


“verdad” de Aristóteles no puede ser aplicado. Los sistemas axiomáticos y estructuras
con los que trata la matemática formal no tienen referencia, insistimos, no se refieren a
nada, son puramente sintácticos: no hay nada que acontezca, ni hay gatos ni terrazas, no
podemos decidir si sus enunciados son verdaderos o falsos. Sin embargo, los
matemáticos hablan habitualmente de enunciados verdaderos y se preguntan si tal o cual
teorema lo es o no. ¿Qué entienden por ello? Simplemente conciben como verdadero a
un enunciado matemático cuando ha sido demostrado a partir de los axiomas. De allí
que habitualmente se afirme que, en matemática (formal), "verdad" significa
demostrabilidad.

Queda claro que, en el ámbito de la matemática aplicada a ciencias como la física o la


biología es posible emplear la noción aristotélica de verdad, pero, como hoy sabemos,
los enunciados de estas ciencias fácticas son solamente hipotéticos y su verdad
concluyente no puede ser establecida. Por ello decía Einstein que “en la medida en que
los teoremas de la matemática se refieren a la realidad, no tienen certeza” y que “en la
medida en que poseen certeza, no se refieren a la realidad”. Es evidente que
“matemática” se refiere en el primer caso a la matemática aplicada, mientras que en el
segundo a la matemática formal o pura. En síntesis, queda cuestionada la nota (b) de la
concepción tradicional de la ciencia, que acepta el criterio aristotélico de verdad, pues la
matemática formal no admite dicho criterio y las ciencias fácticas no pueden garantizar
la verdad concluyente o certeza de sus enunciados.

c. Sobre el empleo de la lógica en ciencia

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(i) La insuficiencia de la lógica de Aristóteles

La lógica ha de ser una disciplina que nos permita distinguir entre razonamientos
correctos e incorrectos, donde el razonamiento correcto es el que garantiza la
conservación de la verdad cuando transitamos de las premisas a la conclusión: si las
premisas son verdaderas, la conclusión también debe serlo. Haber puesto los
fundamentos de la lógica así concebida es uno de los tantos méritos de Aristóteles. En
ésta, de carácter silogístico, se analizan enunciados del tipo “S es P”, donde “S” puede
ser un individuo o una clase: “Juan es generoso” (pertenencia) o “Todos los hombres
son generosos” (inclusión), respectivamente. Pero esta lógica silogística, presupuesta en
la noción tradicional de la ciencia, es claramente insuficiente para conformar el
“esqueleto” de una teoría científica. Es en realidad muy débil, y resulta ineficaz para las
necesidades de los matemáticos o de los físicos modernos. A mediados del siglo XIX y
comienzos del XX, las investigaciones en el campo de la lógica obligaron a ampliar y
superar notablemente los límites impuestos por la lógica de Aristóteles. Hacía su
aparición una nueva lógica, a la que en principio se llamó logística y luego lógica
matemática y también lógica simbólica. Hoy existe una tendencia a abandonar estas
nomenclaturas y denominar simplemente lógica a la disciplina tal como se la concibe y
emplea en las investigaciones del presente. Desde luego, sería torpe y anacrónico, desde
el punto de vista histórico, restar méritos a Aristóteles; por otra parte, su lógica
silogística resulta ser un capítulo particular de la lógica tal como hoy se la concibe.

(ii) El problema de los axiomas

Para Aristóteles, recordémoslo, dada una disciplina determinada, existe un cierto


número de afirmaciones se aceptan de por sí, como lo son los axiomas, mientras que las
demás afirmaciones aceptadas, los teoremas, se deducen de aquéllos. Obviamente, los
axiomas han de ser verdaderos, y la lógica garantiza que los teoremas, deducidos de
ellos, también habrán de serlo. Pero aquí se presenta una dificultad muy seria. ¿Por qué
debemos aceptar como verdaderos tales o cuales axiomas? ¿En que se funda nuestra
confianza en la verdad de los mismos? Las razones que ofrece Aristóteles podrían ser
llamadas extralógicas, porque habría un tipo de justificación especial para esos
enunciados de partida. Para Aristóteles parece ser claro que cuando una afirmación es
muy simple y está construida de forma tal que el hecho al cual alude es evidente (en el
sentido de que podemos captar su contenido porque se dirige directamente a las
entidades consideradas, como la recta o el punto, es decir, aquello de lo que estamos
hablando) hay un tipo de conocimiento inmediato o por intuición que permite garantizar
verdades. Aceptado lo anterior, el resto del conocimiento tendrá que ser obtenido por la
vía lógica.

El talón de Aquiles de esta posición radica en que Aristóteles hace depender de una
operación ajena a la experiencia la prueba verificativa de los axiomas, en la que cuenta
sólo la evidencia, y el valor de su punto de vista queda ligado a la confianza que
podamos tener en ella. En materia de captación de la evidencia, Aristóteles admite la
existencia de una facultad humana que puede, en virtud de las relaciones entre los
significados involucrados en ciertos enunciados, autojustificar a éstos. Pero, ¿cómo
sabemos que una evidencia no está perturbada o distorsionada? Podríamos mostrar
muchos casos históricos de “evidencias” que terminaron finalmente por convertirse lisa
y llanamente en falsedades. Debemos admitir que: (a) en el ámbito de la matemática
formal, los axiomas son arbitrarios, convencionales; y (b) en el ámbito de la matemática

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aplicada a la física o a la biología, es decir, a las ciencias fácticas, los puntos de partida
de las teorías son sólo conjeturas o hipótesis, cuya verdad o falsedad debe ser dirimida,
de una u otra forma, por medio de la experiencia.

Hemos hecho una breve síntesis de las dificultades que presenta la concepción
tradicional de la ciencia, que finalmente debió ser abandonada. Sobre el primer
supuesto, acerca del cual los enunciados científicos hablan siempre acerca de “algo”, es
decir, de entidades u objetos bien caracterizados, basta recordar que la matemática
formal o pura no tiene contenido semántico, mientras que el problema acerca de la
realidad de las entidades teóricas de las ciencias fácticas es objeto de discusión
filosófica. Por otra parte, no se admite hoy que las entidades de las que se ocupa la
ciencia permitan dividirla rígidamente en disciplinas caracterizadas por sus objetos. La
concepción tradicional de la ciencia que hemos presentado es obviamente una
concepción unitaria, es decir, que está presuponiendo la posibilidad de ofrecer un
concepto de ciencia válido para todas las disciplinas. Hemos visto que ello no es así. Por
otra parte, la noción tradicional de “verdad”, original de Aristóteles, no puede ser
aplicada a los sistemas formales de la matemática ni tampoco es posible establecer la
verdad concluyente de los enunciados de las ciencias fácticas. La exigencia de certeza,
tanto para los axiomas de una teoría como para sus teoremas, debió ser abandonada.
Finalmente, la lógica aristotélica presupuesta en la concepción tradicional de ciencia es
insuficiente para ofrecer la sistematicidad que exigen las teorías científicas modernas y
debió ser modificada y ampliada notoriamente. Aquí podemos agregar que, más aún, en
la actualidad se opera (por ejemplo, en informática) con sistemas sintácticos que no
emplean reglas lógicas sino determinadas reglas de transformación, completamente
convencionales y arbitrarias, que permiten obtener cuasiproposiciones a partir de otras.
Por ello un sistema axiomático es un caso particular de sistema sintáctico cuya
particularidad radica en que las reglas de transformación son reglas de deducción lógica.

4. El problema de la consistencia de la matemática

Consideremos ahora algunos de los problemas que aborda la filosofía de la matemática.


Los sistemas axiomáticos formales tienen una serie de características y condiciones que
han de cumplir, de las que dependen, precisamente, el valor y la posibilidad de operar
con ellos. Mencionaremos solamente una de tales propiedades: la de coherencia o
consistencia. Se dice que un sistema axiomático es consistente si no es posible obtener,
a partir de los axiomas, teoremas contradictorios, como podría ser una cuasiproposición
y a la vez la negación de la misma. Hay al menos dos razones para exigir la consistencia
del sistema. En primer lugar, si un sistema axiomático es inconsistente habrá en el
mismo un teorema t tal que su negación, ~t, también es teorema. Pero la lógica nos dice
que si se toman como premisas una proposición y la negación de la misma, se concluye
de ellas cualquier proposición. De ser así, resultaría que en un sistema inconsistente se
podría deducir toda cuasiproposición imaginable como teorema, y estaríamos en
presencia de una especie de sistema “supercontradictorio” en el sentido de que en él
"todo vale". Es evidente que un sistema axiomático no debe convertirse en un caos
homogéneo de tal naturaleza; es necesario poder discriminar entre lo que es
sintácticamente válido y lo que no lo es. Por otra parte, la inconsistencia impide que el
sistema axiomático en cuestión admita aplicaciones, lo cual es realmente grave. Un
astrónomo que en el seno de una teoría astronómica afirmara "El Sol es una estrella" y a
la vez "El Sol no es una estrella" sería tildado de psicótico. Se comprende por qué a un

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matemático le importa trabajar con sistemas axiomáticos que sean consistentes. El


problema es: ¿cómo saber si un sistema es consistente o no?

Recordemos que cuando se intentó demostrar el quinto axioma de Euclides a partir de


los restantes se recurrió al procedimiento de negarlo y construir un razonamiento cuyas
premisas fuesen dicha negación y los cuatro anteriores, con la esperanza de que así se
arribase a una contradicción. En ese caso, el nuevo sistema deductivo sería
inconsistente. Pero dicha contradicción no aparecía. Se planteaba entonces el siguiente
problema: al realizar las deducciones correspondientes a una geometría no euclideana,
¿no se obtienen contradicciones porque no las hay entre las consecuencias obtenidas o
porque no han aparecido hasta el momento? Al fin de cuentas, el número de
deducciones podría ser infinito y la primera contradicción aparecer mucho más adelante
de la última conclusión a la que se ha llegado.

Un primer paso en la búsqueda de criterios para establecer la consistencia o no de un


sistema axiomático fue la obtención del siguiente resultado: si la geometría euclideana
es consistente, es decir, no tiene teoremas contradictorios, entonces deben serlo las
geometrías no euclideanas. Se trata de lo que se llama una “prueba relativa” de
consistencia (y no "absoluta"), que “traslada” el problema de la consistencia de un
sistema al de la consistencia de otro. Ahora bien, en el campo de la aritmética las
distintas clases de números se introducen por medio de sistemas axiomáticos formales,
también llamados brevemente axiomáticas o formalismos. Así tendremos axiomáticas
para los números reales, para los racionales, para los enteros, para los naturales. Y
entonces se originó un proceso sorprendente, llamado “aritmetización de la
matemática”, por el cual el problema de la consistencia de la geometría euclídea quedó
finalmente reducido al de la consistencia de las axiomáticas que se emplean para tratar
con los números naturales. Las etapas del proceso consistieron en la obtención de los
siguientes resultados: (1) la geometría euclideana es consistente si la axiomática de los
números reales lo es; (2) la axiomática de los números reales es consistente si la
axiomática de los números racionales lo es; (3) la axiomática de los números racionales
es consistente si la axiomática de los números enteros lo es; y finalmente (4) la
axiomática de los números enteros es consistente si la axiomática de los números
naturales lo es. Lo notable es que, como consecuencia, el problema de la consistencia
de lo que podríamos llamar "matemática clásica" se reduce al de la consistencia de la
axiomática de los modestos y venerables números naturales que empleamos para contar.
Por ello el esfuerzo de lógicos y matemáticos se concentró en probar la consistencia de
las distintas axiomáticas propuestas para los números naturales, la primera de las cuales
fue presentada por el matemático italiano Giuseppe Peano en 1889.

Es decir:

Geometrías Geometría Números Números Números Números


no euclideanas euclideana reales racionales enteros naturales

Desplazamiento del problema de la consistencia: de las geometrías no euclideanas


a los números naturales

Uno de los intentos más notables en este sentido fue la audaz propuesta de dos lógicos y
matemáticos, el alemán Gottlob Frege y el británico Bertrand Russell, quienes creyeron

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poder avanzar un paso más y ofrecer una nueva prueba de consistencia relativa, en la
suposición de que la matemática es un capítulo de la lógica. Esta posición fue llamada
logicismo. De ser así, el problema de la consistencia de la axiomática de los números
naturales se “desplazaría” al de la consistencia de la lógica. En 1903, Russell presentó
un primer trabajo sobre el tema empleando una herramienta lógica de creciente y
enorme importancia, la teoría de conjuntos de George Cantor, que acabó por ser algo así
como un instrumento unificador básico del lenguaje de la matemática. Posteriormente,
la tesis logicista fue ampliada en el monumental tratado Principia Mathematica, de
Russell y Alfred Whitehead (1910-1913). Pero, ¿es consistente la lógica? La tentación
aquí es responder que la lógica debe ser consistente, pues en caso contrario todo
discurso humano quedaría sin sustentación. ¿De qué valdría argumentar por medio de
razonamientos si éstos, eventualmente, podrían llevarnos a conclusiones
contradictorias? Ello sería catastrófico. Si la lógica fuera consistente, el problema de la
consistencia de todos los formalismos o axiomáticas de la "matemática clásica"
(comenzando con el de las geometrías no euclideanas) quedaría reducido al de la
consistencia de la lógica (y en particular al de la teoría de conjuntos). Es decir,
tendríamos lo siguiente:

Geometrías Geometría Números Números Números Números


no euclideanas euclideana reales racionales enteros naturales Lógica

Desplazamiento del problema de la consistencia: de las geometrías no euclideanas a la lógica

La situación en que encontramos la filosofía de la matemática a fines del siglo XIX y


comienzos del XX era un tanto paradisíaca, pues la matemática parecía formar parte del
horizonte maravilloso y seguro de la lógica, cuya consistencia aparentaba ser innegable.
Sin embargo, ya en 1897 el matemático italiano Cesare Burali-Forti había publicado una
memoria en la cual mostraba que, en el seno de la teoría de conjuntos, era posible
hallar contradicciones. Hacían su aparición las llamadas antinomias lógicas. Y de
pronto lógicos y matemáticos se encontraron ante una grave situación: las
contradicciones que suponen las antinomias lógicas parecían estar mostrando que la
lógica no es consistente.
De todas maneras, en la huella de una célebre afirmación de Hilbert según la cual “el
paraíso que nos legó Cantor debe ser protegido”, los lógicos y filósofos de la
matemática se abocaron al problema de cómo resolver las dificultades que presentaban
las antinomias. No era concebible desechar la lógica contemporánea, pues buena parte
de la matemática del siglo XX se funda en dicha lógica y en particular en la teoría de
conjuntos. El problema radicaba en decidir si la aparición de las antinomias debía ser
considerada una auténtica crisis o catástrofe, quizás irresoluble, o de una dificultad
resoluble a corto o largo plazo. Cantor, al parecer, adhirió al segundo punto de vista.
Esta actitud ha sido una constante en la historia de la ciencia. Ninguna teoría científica
se descarta de plano, al menos en un comienzo, por el hecho de que ofrezca dificultades.

Ante la gravedad del problema de las antinomias, se formularon diversas propuestas


para solucionarlo. Una de ellas, llamada “teoría de los tipos”, fue la del propio Bertrand
Russell desde su posición logicista. Presentada informalmente en 1908, su formulación
más elaborada aparece en los Principia Mathematica, si bien no resultó del todo
satisfactoria. Una segunda propuesta se vincula con el llamado neointuicionismo
matemático, que tuvo su representante fundacional en la figura del matemático y
filósofo holandés Luitzen Brouwer. El neointuicionismo propone una estrategia según la

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cual se pueden evitar las antinomias modificando algunos principios lógicos, y en


particular la supresión del de tercero excluido. El neointuicionista defiende que las
entidades matemáticas no se descubren sino que son construidas por la actividad
humana. Se exige, para afirmar la pertinencia de una entidad matemática, exhibir el
procedimiento mediante el cual se la ha construido. Esta exigencia de constructividad de
todas las entidades se ha probado como demasiado "fuerte". Muchos críticos afirman
que, si admitiésemos los supuestos del neointuicionismo, estaríamos en presencia de
una "bancarrota de la matemática", pues ésta quedaría sumamente debilitada y no
serviría a las necesidades de los matemáticos o los físicos.

Las propuestas logicistas y neointuicionistas no agotan el campo de las estrategias que


se han propuesto para resolver el problema de las antinomias. Una cuarta alternativa
radica en la posibilidad de “debilitar” la llamada “lógica superior” a la que pertenece la
teoría de conjuntos. Se trataría de proponer para ésta sistemas axiomáticos cuyos
axiomas expresen menos que la teoría cantoriana original, pero que pese a ello permitan
reconstruir la matemática sin antinomias. El primer esfuerzo en esta dirección lo hizo en
1908 el matemático y lógico alemán Ernst Zermelo en una memoria en la cual, sin
términos lógicos sino del lenguaje ordinario, caracterizaba en siete axiomas qué
debemos admitir para contar con una teoría de conjuntos suficientemente “fuerte” en el
sentido antes indicado. Posteriormente, otros lógicos y matemáticos presentaron
modificaciones a la propuesta original de Zermelo, pero hasta el momento no ha podido
ser probada la consistencia absoluta de ninguna de estas teorías axiomáticas de
conjuntos. Conviene aclarar además que la amenaza que suponen las antinomias
subsiste y que una especialidad de la lógica actual sigue siendo la de descubrir nuevas
antinomias y analizar de qué manera pueden ser resueltas.

5. Las escuelas matemáticas

Problemas como los anteriormente mencionados (fracaso en demostrar la consistencia


absoluta de la matemática, existencia de antinomias lógicas) ha llevado a los lógicos,
matemáticos y filósofos de la matemática a sostener distintas posiciones sobre la
naturaleza de esta ciencia. Ellas son fundamentalmente cuatro.

(a) El realismo matemático adopta una tesis vinculada con el punto de vista de Platón
según el cual los "objetos matemáticos" existen en un mundo sui generis que trasciende
el mundo de las entidades espaciotemporales. Por lo tanto, los enunciados matemáticos
tendrían referencia, se referirían a “algo” que está más allá de la experiencia de los
sentidos. Cantor sostuvo esta tesis y también el austriaco Kurt Gödel en la segunda
etapa de su vida. El realismo matemático da por sentado que el mundo de los objetos
matemáticos formales es no contradictorio y por tanto que de un modo u otro las
antinomias han de ser finalmente resueltas. Obviamente, es una posición metafísica que
ofrece muchas dificultades filosóficas, ya que obliga a aceptar la existencia de ese
mundo trascendente.

(b) El logicismo, aquella propuesta original de Frege y Russell, supone que los
conceptos matemáticos pueden ser reducidos a conceptos lógicos y los teoremas
matemáticos a las llamadas "verdades lógicas", aquellos enunciados que son
necesariamente verdaderos en virtud de la forma lógica que tienen. Los objetos
matemáticos tendrían referencia: serían entidades de la lógica. Pero esta posición

LXIII
I Encuentro Nacional sobre Enseñanza de la Matemática

enfrenta un serio problema: no está clara la existencia de una única disciplina lógica
confiable en virtud de la existencia de antinomias.

(c) El ya mencionado neointuicionismo de Brouwer (y de su discípulo Arend Heyting)


propone la construcción finitista de los conceptos matemáticos, lo cual eliminaría la
aparición de antinomias. Los objetos matemáticos tendrían mera índole conceptual.
Las verdades y las falsedades sólo pueden ser construibles. Pero al suprimir ciertos
principios lógicos limita notoriamente el alcance de la matemática y de sus aplicaciones
a otras ciencias.

(d) El formalismo, cuyo representante más eminente fue Hilbert, propone el empleo
meramente sintáctico de sistemas axiomáticos. Al igual que el logicismo y el
neointuicionismo, involucra la esperanza de que, por eliminación de las antinomias, la
"matemática clásica" sea consistente. Las expectativas de Hilbert eran las siguientes: (a)
que con la metodología axiomática se podría obtener una reconstrucción completa de la
matemática; (b) que con ella podrían llegar a edificarse cuerpos consistentes de
pensamiento matemático, en el sentido de que alguno de los sistemas axiomáticos
propuestos para la teoría de conjuntos, ahora más prudentes, no conducirían a
contradicciones. Pero ello no fue más que un artículo de fe y en 1931 esta posición
sufrió un duro traspié a raíz de ciertas limitaciones establecidas por los llamados
“metateoremas de Gödel”. Podemos afirmar que el problema planteado por las
antinomias en modo alguno puede ser considerado resuelto dentro de la posición
formalista.

6. ¿Tiene sentido investigar en matemática?

Es evidente que hay gran cantidad de problemas no resueltos y controversias en materia


de filosofía de la matemática. Bastaría recordar que ninguna de las cuatro posiciones
filosóficas acerca de la naturaleza de la matemática que hemos presentado, el realismo
matemático, el logicismo, el neointuicionismo y el formalismo, pueden reivindicar el
mérito de haber resuelto tales dificultades. Ahora bien, estas dificultades filosóficas no
son patrimonio exclusivo de la matemática, pues en el ámbito de las ciencias fácticas se
presentan otras de igual gravedad, aunque de muy distinta naturaleza, como el lector
puede comprobar si se adentra en los cuestionamientos que se le han hecho, a partir de
mediados del siglo XX, al llamado “método hipotético deductivo” y las nuevas
propuestas epistemológicas derivadas de tales críticas. ¿Diríamos entonces que, ante
esta situación, ya no es posible investigar en física o biología? Responder
negativamente sería un dislate. Y lo mismo sucede con la matemática, que proporciona
una increíble cantidad de conocimientos. La investigación en matemática formal o pura
no se ve afectada por los inconvenientes filosóficos anteriores: su amplio campo de
posibilidades no ha mermado por ello. Continúa siendo un reino de libertad y
creatividad, y sus aplicaciones a otras ciencias y a la tecnología no han dejado de ser
fructíferas para el desarrollo del mundo moderno.

Cierto es que los problemas de la filosofía de la matemática se han vuelto


extremadamente complejos y controvertidos, lo cual sigue convocando en la actualidad
a una multitud de especialistas en búsqueda de nuevos análisis y nuevas perspectivas.
Tales problemas expresan por otra parte el poder de la razón humana para ponerlos en
evidencia y proponerles soluciones. Y en cuanto a su complejidad, es necesario
asumirla si se quiere adoptar aquella recomendación de Pierre Thuillier: es preferible

LXIV
I Encuentro Nacional sobre Enseñanza de la Matemática

una pregunta bien planteada a una seudorrespuesta basada en alguna pretendida fórmula
maestra que lo resuelve todo.

7. Una reflexión final

Puesto que no soy especialista en didáctica de la matemática, sería temerario que


opinase detalladamente acerca de la pertinencia de introducir estos temas en la
enseñanza. Es asunto de investigación pedagógica. Pero creo que un profesor debe
conocerlos para evitar concebir a la matemática como una empresa carente de
problemas en cuanto a su naturaleza, de lo cual resultaría una visión mutilada de la
materia que dicta. En general, en todos los ámbitos de la educación científica, una cierta
dosis de historia y filosofía de la ciencia permitiría a los profesores ofrecer una visión
más dinámica y realista de la actividad que llevan a cabo los científicos. Al fin de
cuentas, de un profesor de literatura se espera que conozca y aprecie no solo un
conjunto de obras literarias, sino también elementos de crítica, estética, historia de las
formas literarias y artísticas en general, etc. La capacitación del docente es
probablemente la dificultad mayor que enfrenta la posibilidad de oferta de una visión
contextualizada de la ciencia; difiere de la específica del investigador, quien debe ser
entrenado en un campo estrecho de competencia técnica. Las dimensiones cultural,
filosófica, histórica, social e incluso ética de la disciplina que enseña nuestro profesor
de ciencias remiten, antes que a la instrucción de los alumnos, a su educación, lo cual es
bien diferente. Y no puedo agregar más: otros expertos tendrán la palabra.

___________________________________________

Fragmentos de este trabajo han sido extraídos o adaptados del libro Las desventuras del conocimiento matemático.
Filosofía de la matemática: una introducción, de G. Klimovsky y G. Boido, Buenos Aires, A▪Z Editora, 2005. El autor
agradece al Dr. Gregorio Klimovsky por haber leído una versión preliminar del texto y sugerir algunas
modificaciones destinadas a mejorar la comprensión del mismo.

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