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1. Introducción
Comencemos por presentar tres notas de lo que podríamos llamar una “noción de
sentido común” de la ciencia, que tiene muchos puntos de vinculación con la
concepción tradicional acerca de qué es el conocimiento científico. Una vez hecho esto,
procederemos a criticarlas.
Esta noción de “ciencia” sería válida para todas las disciplinas, es decir, se trata de una
concepción unitaria del conocimiento científico. Distintas disciplinas científicas
diferirán en sus objetos de estudio, pero en cada una de ellas valdrán las tres notas
anteriores. Y de allí el título del presente trabajo.
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entidades de las que se habla en esta geometría (puntos, rectas, planos) deberían tener
algún género de existencia, esto es, deberían referirse a cierto tipo de realidad. (b) Los
enunciados geométricos deberían ser verdaderos. No tendrían cabida en el seno de la
geometría euclideana enunciados falsos. (c) Tales enunciados deberían estar vinculados
por la lógica. Habría entonces enunciados de partida, los axiomas, admitidos por su
evidencia y simplicidad (los cinco postulados o axiomas de Euclides), y otros
enunciados que se demuestran a partir de ellos, con el recurso a la lógica, los teoremas,
como el que afirma que la suma de los ángulos interiores de un triángulo es igual a dos
rectos.
La geometría euclideana, como es bien sabido, tiene como punto de partida cinco
axiomas o postulados, de los cuales el quinto siempre fue considerado un tanto
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"sospechoso". Es el que afirma lo siguiente: “Si una línea recta corta a otras dos de
manera tal que la suma de los ángulos interiores de un mismo lado sea menor que dos
ángulos rectos, entonces dichas rectas, prolongadas suficientemente, se cortarán del
mismo lado de la primera línea recta en que se encuentren aquellos ángulos cuya suma
es menor que dos rectos”. No parece en modo alguno evidente, como sí lo parecían los
cuatro anteriores; el cuarto, por caso, afirma que todos los ángulos rectos son iguales.
Lo que se sospechó desde un comienzo es que quizás, en realidad, este enunciado no es
independiente de los cuatro restantes, es decir, que sería posible deducirlo como
teorema a partir de aquéllos, con lo cual perdería su carácter de postulado y se
convertiría en teorema. Hubo muchos intentos de demostrarlo, pero a costa de introducir
en su lugar, a veces subrepticiamente, algún otro postulado lógicamente equivalente, es
decir que a partir de uno de ellos y de los cuatro primeros postulados euclideanos es
posible demostrar el quinto. De particular interés es el que adoptó el matemático inglés
John Playfair en el siglo XVIII, pues es el que se emplea habitualmente en los cursos de
geometría: “por un punto exterior a una recta pasa una y solo una paralela a ella”.
A principios del siglo XVIII se intentó practicar una demostración del quinto postulado
por el absurdo, o sea, mostrar que, si se admite la negación de dicho postulado y se
aceptan los otros cuatro, se arriba a contradicciones. Pero esto no ocurrió. Quienes
recorrieron este camino, como Gauss, Bolyai y Lobachevsky, y luego Riemann,
obtuvieron, a partir de los cuatro primeros postulados de Euclides y la negación del
quinto, enunciados extraños, no intuitivos, pero de ninguna manera contradictorios
desde el punto de vista lógico (por ejemplo, que la suma de los ángulos interiores de un
triángulo no es igual a dos rectos o bien que la relación entre la longitud de la
circunferencia y su diámetro no es igual a π). De hecho, lo que finalmente comenzó a
imponerse en el campo de la matemática fue la idea de que los sistemas geométricos
como los que Gauss, Bolyai, Lobachevsky y Riemann habían introducido no serían más
que estructuras lógicas conformadas por suposiciones iniciales escogidas de modo
arbitrario, razonamientos correctos a partir de esas suposiciones y teoremas obtenidos
en virtud de estos razonamientos. Por ser un mero ejercicio lógico, tales estructuras
serían puramente formales, es decir, no tendrían significado o referencia alguna, y lo
único que se requeriría para su aceptación era la corrección de los razonamientos
empleados. Dicho de otro modo, quedó en claro que, en el discurso de las geometrías no
euclideanas, términos como "punto", "recta" o "plano" no tienen un significado
determinado. Esto llevó a la concepción de los que habrían de ser, por la obra del gran
matemático alemán David Hilbert (Fundamentos de la geometría, 1899), los primeros
“sistemas axiomáticos formales” explícitamente reconocidos. En el de Gauss-Bolyai-
Lobachevsky se admite que por un punto exterior a una recta pasan infinitas otras,
mientras que en el de Riemman se afirma que no pasa ninguna.
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política monárquica porque mueve el rey, la reina y sus peones. El haber llamado a las
fichas “rey”, “alfil” o “torre” es un homenaje a la tradición; del mismo modo, en una
geometría no euclideana las palabras “punto”, “recta”, “plano”, etcétera, no tienen
ningún significado. Semejante metodología se conoce como método axiomático formal,
o simplemente método axiomático, y el juego que hemos descrito en particular es un
ejemplo de sistema axiomático formal. Lo que se ha hecho con las geometrías no
euclideanas podría hacerse, en realidad, de manera puramente convencional, tomando
un vocabulario arbitrario (pero sin significado) y, con las reglas gramaticales usuales,
construir “esquemas de proposiciones” o “cuasiproposiciones” (porque no son
realmente proposiciones, de las cuales se puede predicar su verdad o falsedad), adoptar
algunas de ellas como "axiomas", o sea, puntos de partida del juego, y luego, razonando
correctamente, obtener "teoremas". Se comprende que procediendo de este modo la
cantidad de juegos posibles, es decir, de sistemas axiomáticos, es infinita. Sus
cuasiproposiciones no hablan acerca de nada, lo cual pone en jaque a la nota o
suposición tradicional (a) de que la ciencia siempre debe referirse a "algo".
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adecuada interpretación, puede describir mejor las propiedades del espacio físico es, por
tanto, asunto de investigación que compete a la física o la cosmología y no a la
matemática.
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La lógica ha de ser una disciplina que nos permita distinguir entre razonamientos
correctos e incorrectos, donde el razonamiento correcto es el que garantiza la
conservación de la verdad cuando transitamos de las premisas a la conclusión: si las
premisas son verdaderas, la conclusión también debe serlo. Haber puesto los
fundamentos de la lógica así concebida es uno de los tantos méritos de Aristóteles. En
ésta, de carácter silogístico, se analizan enunciados del tipo “S es P”, donde “S” puede
ser un individuo o una clase: “Juan es generoso” (pertenencia) o “Todos los hombres
son generosos” (inclusión), respectivamente. Pero esta lógica silogística, presupuesta en
la noción tradicional de la ciencia, es claramente insuficiente para conformar el
“esqueleto” de una teoría científica. Es en realidad muy débil, y resulta ineficaz para las
necesidades de los matemáticos o de los físicos modernos. A mediados del siglo XIX y
comienzos del XX, las investigaciones en el campo de la lógica obligaron a ampliar y
superar notablemente los límites impuestos por la lógica de Aristóteles. Hacía su
aparición una nueva lógica, a la que en principio se llamó logística y luego lógica
matemática y también lógica simbólica. Hoy existe una tendencia a abandonar estas
nomenclaturas y denominar simplemente lógica a la disciplina tal como se la concibe y
emplea en las investigaciones del presente. Desde luego, sería torpe y anacrónico, desde
el punto de vista histórico, restar méritos a Aristóteles; por otra parte, su lógica
silogística resulta ser un capítulo particular de la lógica tal como hoy se la concibe.
El talón de Aquiles de esta posición radica en que Aristóteles hace depender de una
operación ajena a la experiencia la prueba verificativa de los axiomas, en la que cuenta
sólo la evidencia, y el valor de su punto de vista queda ligado a la confianza que
podamos tener en ella. En materia de captación de la evidencia, Aristóteles admite la
existencia de una facultad humana que puede, en virtud de las relaciones entre los
significados involucrados en ciertos enunciados, autojustificar a éstos. Pero, ¿cómo
sabemos que una evidencia no está perturbada o distorsionada? Podríamos mostrar
muchos casos históricos de “evidencias” que terminaron finalmente por convertirse lisa
y llanamente en falsedades. Debemos admitir que: (a) en el ámbito de la matemática
formal, los axiomas son arbitrarios, convencionales; y (b) en el ámbito de la matemática
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aplicada a la física o a la biología, es decir, a las ciencias fácticas, los puntos de partida
de las teorías son sólo conjeturas o hipótesis, cuya verdad o falsedad debe ser dirimida,
de una u otra forma, por medio de la experiencia.
Hemos hecho una breve síntesis de las dificultades que presenta la concepción
tradicional de la ciencia, que finalmente debió ser abandonada. Sobre el primer
supuesto, acerca del cual los enunciados científicos hablan siempre acerca de “algo”, es
decir, de entidades u objetos bien caracterizados, basta recordar que la matemática
formal o pura no tiene contenido semántico, mientras que el problema acerca de la
realidad de las entidades teóricas de las ciencias fácticas es objeto de discusión
filosófica. Por otra parte, no se admite hoy que las entidades de las que se ocupa la
ciencia permitan dividirla rígidamente en disciplinas caracterizadas por sus objetos. La
concepción tradicional de la ciencia que hemos presentado es obviamente una
concepción unitaria, es decir, que está presuponiendo la posibilidad de ofrecer un
concepto de ciencia válido para todas las disciplinas. Hemos visto que ello no es así. Por
otra parte, la noción tradicional de “verdad”, original de Aristóteles, no puede ser
aplicada a los sistemas formales de la matemática ni tampoco es posible establecer la
verdad concluyente de los enunciados de las ciencias fácticas. La exigencia de certeza,
tanto para los axiomas de una teoría como para sus teoremas, debió ser abandonada.
Finalmente, la lógica aristotélica presupuesta en la concepción tradicional de ciencia es
insuficiente para ofrecer la sistematicidad que exigen las teorías científicas modernas y
debió ser modificada y ampliada notoriamente. Aquí podemos agregar que, más aún, en
la actualidad se opera (por ejemplo, en informática) con sistemas sintácticos que no
emplean reglas lógicas sino determinadas reglas de transformación, completamente
convencionales y arbitrarias, que permiten obtener cuasiproposiciones a partir de otras.
Por ello un sistema axiomático es un caso particular de sistema sintáctico cuya
particularidad radica en que las reglas de transformación son reglas de deducción lógica.
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Es decir:
Uno de los intentos más notables en este sentido fue la audaz propuesta de dos lógicos y
matemáticos, el alemán Gottlob Frege y el británico Bertrand Russell, quienes creyeron
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poder avanzar un paso más y ofrecer una nueva prueba de consistencia relativa, en la
suposición de que la matemática es un capítulo de la lógica. Esta posición fue llamada
logicismo. De ser así, el problema de la consistencia de la axiomática de los números
naturales se “desplazaría” al de la consistencia de la lógica. En 1903, Russell presentó
un primer trabajo sobre el tema empleando una herramienta lógica de creciente y
enorme importancia, la teoría de conjuntos de George Cantor, que acabó por ser algo así
como un instrumento unificador básico del lenguaje de la matemática. Posteriormente,
la tesis logicista fue ampliada en el monumental tratado Principia Mathematica, de
Russell y Alfred Whitehead (1910-1913). Pero, ¿es consistente la lógica? La tentación
aquí es responder que la lógica debe ser consistente, pues en caso contrario todo
discurso humano quedaría sin sustentación. ¿De qué valdría argumentar por medio de
razonamientos si éstos, eventualmente, podrían llevarnos a conclusiones
contradictorias? Ello sería catastrófico. Si la lógica fuera consistente, el problema de la
consistencia de todos los formalismos o axiomáticas de la "matemática clásica"
(comenzando con el de las geometrías no euclideanas) quedaría reducido al de la
consistencia de la lógica (y en particular al de la teoría de conjuntos). Es decir,
tendríamos lo siguiente:
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(a) El realismo matemático adopta una tesis vinculada con el punto de vista de Platón
según el cual los "objetos matemáticos" existen en un mundo sui generis que trasciende
el mundo de las entidades espaciotemporales. Por lo tanto, los enunciados matemáticos
tendrían referencia, se referirían a “algo” que está más allá de la experiencia de los
sentidos. Cantor sostuvo esta tesis y también el austriaco Kurt Gödel en la segunda
etapa de su vida. El realismo matemático da por sentado que el mundo de los objetos
matemáticos formales es no contradictorio y por tanto que de un modo u otro las
antinomias han de ser finalmente resueltas. Obviamente, es una posición metafísica que
ofrece muchas dificultades filosóficas, ya que obliga a aceptar la existencia de ese
mundo trascendente.
(b) El logicismo, aquella propuesta original de Frege y Russell, supone que los
conceptos matemáticos pueden ser reducidos a conceptos lógicos y los teoremas
matemáticos a las llamadas "verdades lógicas", aquellos enunciados que son
necesariamente verdaderos en virtud de la forma lógica que tienen. Los objetos
matemáticos tendrían referencia: serían entidades de la lógica. Pero esta posición
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enfrenta un serio problema: no está clara la existencia de una única disciplina lógica
confiable en virtud de la existencia de antinomias.
(d) El formalismo, cuyo representante más eminente fue Hilbert, propone el empleo
meramente sintáctico de sistemas axiomáticos. Al igual que el logicismo y el
neointuicionismo, involucra la esperanza de que, por eliminación de las antinomias, la
"matemática clásica" sea consistente. Las expectativas de Hilbert eran las siguientes: (a)
que con la metodología axiomática se podría obtener una reconstrucción completa de la
matemática; (b) que con ella podrían llegar a edificarse cuerpos consistentes de
pensamiento matemático, en el sentido de que alguno de los sistemas axiomáticos
propuestos para la teoría de conjuntos, ahora más prudentes, no conducirían a
contradicciones. Pero ello no fue más que un artículo de fe y en 1931 esta posición
sufrió un duro traspié a raíz de ciertas limitaciones establecidas por los llamados
“metateoremas de Gödel”. Podemos afirmar que el problema planteado por las
antinomias en modo alguno puede ser considerado resuelto dentro de la posición
formalista.
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una pregunta bien planteada a una seudorrespuesta basada en alguna pretendida fórmula
maestra que lo resuelve todo.
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Fragmentos de este trabajo han sido extraídos o adaptados del libro Las desventuras del conocimiento matemático.
Filosofía de la matemática: una introducción, de G. Klimovsky y G. Boido, Buenos Aires, A▪Z Editora, 2005. El autor
agradece al Dr. Gregorio Klimovsky por haber leído una versión preliminar del texto y sugerir algunas
modificaciones destinadas a mejorar la comprensión del mismo.
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