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Facultad de Ciencias Sociales

2018

CONSTRUYENDO LA UNIVERSIDAD DEL PUEBLO

Tinkunaco.labisagra FUNDAMENTOS DE LA
Tinkunaco La Bisagra CIENCIA POLÍTICA
centrodeestudiantes.sociales@gmail.com

CÁTEDRA B

Política Integral de Apuntes


UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES
LICENCIATURA EN CIENCIA POLÍTICA Y LICENCIATURA EN
SOCIOLOGÍA

FUNDAMENTOS DE CIENCIA POLÍTICA


CÁTEDRA B

Prof. Titular:
MARIA SUSANA BONETTO

Prof. Adjunta
Valeria Brusco

Profesores Asistentes
Leticia Echavarri
Javier Moreira Slepoy
Guillermo Vazquez

Profesores Adscriptos
Marina Falvo
Celeste Ghiano
Mauricio Fernandez Gioino
Carolina Rusca

Ciclo Lectivo: 2018

FUNDAMENTACIÓN DEL APORTE QUE REALIZA EL ESPACIO


CURRICULAR EN LA CURRÍCULA DE LA CARRERA:

La ciencia política es una disciplina relativamente nueva, aunque hunde sus raíces en
las reflexiones de importantes pensadores de la antigüedad clásica en torno a ‘el mejor
régimen político’, la ‘utopía’, ‘el orden’, los mecanismos para obtener y mantener ‘el
poder’ y las indagaciones acerca de su ‘legitimidad’. Aunque la ciencia política ha ido
especificando y complejizando su campo de estudio, aquéllas preocupaciones iniciales
han mantenido su centralidad y relevancia, estructurando una verdadera tradición de
discurso.

¿Qué debe hacer la Ciencia Política? ¿Se orienta la disciplina hacia la realización de la
sociedad justa o procura mecanismos técnicos susceptibles de alcanzar ciertos objetivos
y resultados concretos? ¿Qué son el poder, la autoridad y la legitimidad? ¿Cuáles son
los fines del Estado y cuáles sus diferentes formas históricas? Estos son sólo algunos de
los interrogantes que se abordarán en el presente curso. A ninguno de ellos
corresponderá una respuesta unívoca. La Cátedra se identifica con una Ciencia Política
crítica que permita cuestionar la “naturalización “del orden existente. Pero, si bien se
desarrollarán diversos núcleos del programa desde esta perspectiva, durante el
transcurso de la asignatura se procurará presentar y analizar -con alcance introductorio-
las más diversas perspectivas teórico políticas, a los fines de evitar todo dogmatismo,
con la pretensión de dotar al alumno los conocimientos básicos para emprender, más
adelante, el estudio sistemático de los enfoques politológicos clásicos, modernos y
contemporáneos, según la perspectiva que elija.

II – OBJETIVOS DEL CURSO

OBJETIVOS GENERALES

El contenido de la asignatura, estructurado en base a los contenidos mínimos, se articula


en torno a los siguientes objetivos:
1- Conocer los conceptos fundamentales de la ciencia política.
2- Realizar una lectura de los principales y diversos enfoques teórico- políticos
contemporáneos en torno a las temáticas que integran el programa.
3- Analizar las similitudes y complementariedades entre las disciplinas propias de la
Ciencias Sociales.

OBJETIVOS ESPECÍFICOS

1. Realizar un análisis de la política y de las distintas perspectivas de la ciencia


política.
2. Abordar el estudio del Estado y de sus distintas formas históricas.
3. Realizar un análisis del poder, el Estado, la democracia, la representación
política y la ciudadanía, desde diversos enfoques teóricos y dando cuentas de
diferenciaciones históricas y regionales.
4. Comprender las distintas formas históricas del Estado en América Latina, y
debatir sobre su proyección actual.
5. Analizar las formas históricas de la democracia en América Latina, con
especial referencia al caso argentino.

III – CONTENIDOS
UNIDAD I Distintas perspectivas de la política

Mouffe, Chantal “La Política y lo Político”, en Mouffe, Chantal En Torno a lo Político,


FCE, Buenos Aires, 2007.
Lechner, N (1996) Especificando la Política, en Lechner, Norbert “La conflictiva y
nunca acabada construcción del orden deseado”, Siglo XXI, Madrid.

UNIDAD II. Introducción a los fundamentos de la Ciencia Política. Enfoque


normativo, empírico analítico, crítico dialéctico y de los post fundamentos

• Enfoque Normativo. Marsh, David y Stoker, Gerry (comp.) Teoría y métodos de


la Ciencia Política, Alianza, Madrid, 1996. Introducción y Cap 1.

• Enfoque Empírico analítico. Pinto Julio (2003) La Ciencia Política, en Pinto,


Julio (comp) “Introducción a la Ciencia Política” Eudeba, Nueva Versión, Buenos
Aires.
• Enfoque Crítico dialéctico. Borón, Atilio. Filosofía política y crítica de la
sociedad burguesa. El legado teórico de Karl Marx. La filosofía Política Moderna de
Hobbes a Marx. CLACSO. Pp289 a 333.

• Enfoque Posfundacionalista. Laclau, Ernesto; Mouffe, Chantal: "Prefacio a la


segunda edición" de Hegemonía y Estrategia Socialista. 2002. FCE, Buenos Aires, pp.
7-24

UNIDAD III: El poder y la política

Foucault, M “Curso del 4 de enero de 1976” y “Curso del 14 de enero de 1976”, en


Microfísica del poder, Ediciones La Piqueta, 1992

Lukes, S (2007) El poder: un enfoque radical, 1- 62 Siglo XXI, Madrid.

UNIDAD IV: Perspectivas históricas del Estado . Aproximaciones teóricas críticas


sobre el Estado

Bonetto, MS y Piñero, M. El Estado: elementos conceptuales. modelos históricos en


Europa y en Latinoamérica, Cap 2 al 5, S/D
Ouviña, H. "El Estado: su abordaje desde una perspectiva teórica e histórica"
Marx Karl, 1989 "Contribución a la Crítica de la Economía Política" Prologo p 6-10
Editorial Progreso, Moscú.
UNIDAD V: Formas de gobierno

Orlandi, H, Zelaznik, J, “El Gobierno”, en Pinto, J. (comp.), Introducción a la Ciencia


Política, Buenos Aires, Eudeba, 1995, cap.5.

UNIDAD VI: Democracia . Centro y periferia


Macpherson C, La Democracia Liberal y su época, Alianza Editorial, Buenos
Aires,1991. Cap. IV pp. 102/161.
Tapia, L. Pensando la democracia geopolíticamente, CLACSO, La Paz 2009

UNIDAD VII: Representación


Manin, B; "Metamorfosis de la representación", en Los Principios del Gobierno
Representativo; Alianza Editorial; Madrid; 1998.
Laclau, E. “Populismo: ambigüedades y paradojas”, en La razón Populista, FCE, Bs.
As., 2005, pp. 15-35.
Arditi, B. (2009). “El populismo como periferia interna de la política
democrática”, PANIZA, F. (Coord.), El populismo como espejo de la
democracia, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 431 pp.

UNIDAD VIII: Enfoques de la Política desde Latinoamérica

García Linera, Á. 2009. “El Estado plurinacional”, IV Seminario Taller “La nueva
Bolivia”, La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional, pp. 6-18.
Rinesi, E y Muraca, M. 2010. “Populismo y república. Algunos apuntes sobre un debate
actual”, en Rinesi, Vommaro y Muraca (comps.) Si éste no es el pueblo: Hegemonía,
populismo y democracia, Buenos Aires: UNGS. pp. 59-73.
de Sousa Santos, Boaventura. Capítulo III. Para una democracia de alta intensidad. En
publicación: Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social (encuentros en
Buenos Aires). Agosto. 2006.

Textos Complementarios

Unidad IV
Oszlak, O La formación del Estado Argentino. Orden, progreso y organización
nacional, Planeta, Buenos Aires, 1997 (Págs. 15 – 43).
Poggi G, El desarrollo del Estado Moderno, Univ. de Quilmes, Buenos Aires,1997

Unidad V
De Luca, M, “Los ejecutivos”, en Orlandi, Hipólito (compilador), Las Instituciones
Políticas de Gobierno, volumen I, EUDEBA, Buenos Aires, 1998, capítulo 5.
Lanzaro, J “Tipos de Presidencialismos y modos de gobierno en América Latina”, en
Lanzaro Jorge (comp.) Tipos de Presidencialismo y Coaliciones Políticas en América
Latina CLACSO, Buenos Aires, 2003.
Unidad VI
de Sousa Santos, B. La difícil democracia. Una mirada desde la periferia europea.
Ediciones Akal . pp 211 a 234 y de 241 a 255. Madrid 2016

Laclau, E y Mouffe, C “La ofensiva antidemocrática “ en Hegemonía y estrategia


socialista . Hacia una radicalización de la democracia Buenos Aires F.C.E. 2010
(1985)

Unidad VII
Laclau, E Poder y representación en Politics, Theory and Contemporary Culture,
editado por Mark Poster, Nueva York, Columbia University Press, 1993. Tradujo
Leandro Wolfson.

Unidad VIII
Mignolo, W “Prefacio” y Alejandro De Oto “Franz Fanon y la descolonización como
política ambos en La teoría Politica en la encrucijada descolonial Ediciones del
Signo Buenos Aires 2009
de Sousa Santos, B Renovar la Teoría crítica y reinventar la Emancipación social
CLACSO Buenos Aires 2016
UNIDAD I
Especificando la política*

Escrito por Lechner, Norbert


Lunes, 21 de Julio de 2008 19:00

INTRODUCCIÓN

Durante largos años la "razón de ser" de la política no fue objeto de controversia; la política
era la forma "natural" del conflicto social acerca del desarrollo de la sociedad. Tenía un ámbito
institucional claramente delimitado; eran prácticas políticas las que se referían al gobierno, al
parlamento, a los partidos y, en términos generales, al Estado. Sólo en momentos de crisis se
veía desbordado el marco institucional de la política y se vislumbraban sus condiciones
sociales. Hoy asistimos a un doble proceso de cuestionamiento. Un proceso de
despolitización impulsado no sólo por los regímenes militares en el Cono Sur sino, sobre todo,
por la ofensiva neoconservadora contra la política en tanto creación deliberada del futuro de la
humanidad(1). Y un proceso de politización de la vida cotidiana que desestructura "desde
abajo" la institucionalidad política y, por ende, los "actores consagrados"(2). En resumen, el
momento actual se caracteriza por una lucha abierta sobre los límites entre lo político y lo
no-político. La definición social de lo que es “política” forma hoy día un terreno privilegiado de
la lucha de poder y de esta reestructuración del "hacer política” dependerá en buena medida
lo que será la sociedad futura.

En este contexto intentaré especificar una concepción de la política en torno a cuatro ejes.

I. El orden: leyes naturales o construcción social

La definición de lo que es "política" depende, en primer lugar, de nuestra concepción de


“sociedad”. Si concebimos la sociedad como un orden natural que evoluciona según una
legalidad inmanente entonces no hay lugar para la política en tanto disposición social sobre
las condiciones materiales de vida. La condición de posibilidad de la política es considerarla
como un momento de la producción y reproducción de la sociedad por ella misma.

II. Técnica e interacción.

Entre quienes afirman la construcción histórico-social del orden la política suele ser
visualizada frecuentemente como una "tecnología social". Tal visión conduce a actuar sobre
las interacciones sociales como si fuesen una naturaleza inerte. Aquí propongo, al contrario,
considerar la construcción de acciones recíprocas y, particularmente, la determinación 
recíproca de los sujetos como el núcleo central de la práctica política.

III. Acción instrumental y expresión simbólica.

La política es, por cierto, acción instrumental que apunta a determinado objetivo según un
cálculo de medios y fines. También es expresión simbólica de una vida en común. Prefiero
destacar esta segunda dimensión: la política en tanto ritual de reconocimiento recíproco en
una identidad colectiva.

IV. Subjetividad y formalización.

Una de las principales razones del desencanto con las formas modernas de la democracia es
la distancia que siente el individuo frente a la fuerte formalización de la "escena política".  La

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formalización de las relaciones sociales distancia a los hombres entre sí. A la vez, sin
embargo, me parece ser indispensable para que la subjetividad pueda expresarse.
No está demás insistir en el carácter tentativo de estas reflexiones que no pretenden ofrecer
una definición taxonómica de lo que es "la política".

I.  EL ORDEN: LEYES NATURALES O CONSTRUCCIÓN SOCIAL

1.1. Para determinar el "status" de lo político hemos de analizarlo junto con la concepción de
sociedad.
Una larga tradición concibe la sociedad como un orden natural. La convivencia humana en
sociedad estaría regida por leyes propias, independientes de la voluntad humana. Por
consiguiente, el establecimiento y la sobrevivencia de una sociedad dependería de que los
miembros conozcan y obedezcan su "legalidad".
La visión de la sociedad como orden natural implica distintos referentes. Uno es la duración
del orden social. El status quo es puesto bajo la egida de leyes eternas, inevitables e
inmutables, que la actividad humana ha de obedecer so pena de desencadenar el caos.  
La sociedad no sería pues un producto histórico ni una producción social. Los cambios
sociales son aproximaciones a la verdadera naturaleza o interferencias y desviaciones;
siempre se refieren a un mismo y exclusivo principio de ordenamiento. No hay lugar para una
transformación del orden establecido. Es decir, podríamos perfeccionar los mecanismos de
mercado o distorsionarlos, pero no podríamos modificar las "leyes del mercado".
Un orden natural es espontáneo. No surge la pregunta por su "razón de ser"; la cuestión de su
constitución. Para el naturalismo, la economía es como es la naturaleza: un hecho pre-social
que no requiere legitimación. Puede traer
beneficios a unos y desgracias a otros, pero no porque la economía/naturaleza sea buena o
mala, sino como consecuencia de la acción de los hombres libres (que pueden o no obedecer
a las leyes naturales) e ignorantes (que a falta de un saber total siempre corren riesgos).
Se alude a un orden armónico en el sentido que las leyes naturales son generales, válidas
para todos y bajo todas circunstancias, e impersonales. Y en el sentido que las leyes no son
contradictorias entre sí, de modo que permiten a los hombres tener decisiones y conductas
coherentes. Es lo qué simboliza la "mano invisible" del mercado. La visión naturalista supone
así un orden autorregulado. Su funcionamiento no depende de leyes positivas, decisiones 
soberanas, controles administrativos, deliberaciones colectivas, la observancia de costumbres
o deberes religiosos. Vale decir: en la economía de mercado la asignación de recursos y
trabajo no tendría lugar por medio de regulaciones políticas sino por el mismo intercambio de
mercancías. En este sentido, la idea de un mercado autorregulador implica no sólo una
economía separada e independiente de la política sino, a fin de cuentas, la desaparición de la
política.  
1.2. Sin entrar en la construcción epistemológica de tal concepción, hemos de recordar el
supuesto subyacente. La visión de la sociedad como orden natural remite a determinada
concepción de la realidad. Se toma la realidad como una materialidad preexistente a su
formación social. Es decir, se identifica "real" y "natural" de modo que la realidad social estaría
estructurada por leyes de causalidad, inteligibles de manera análoga a las ciencias naturales.
Conociendo estas regularidades, la realidad social sería calculable, esto es, controlable. El
orden natural no sería una fuerza ciega que se impone a espaldas de los hombres sino el
único orden totalmente transparente, al menos en principio. Para que un conocimiento de este

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tipo pueda guiar las relaciones sociales ha de suponer una realidad objetiva, esto es unívoca.
Las afirmaciones teóricas no serían intento de estructurar la realidad social sino el
descubrimiento de estructuras ya preexistentes.
1.3. Para el individualismo metodológico, la sociedad es una suma de unidades homogéneas
e invariables que se relacionan entre sí según reglas unívocas (mercado). El interés por
cuantificar y calcular el proceso social lleva a suponer la existencia de sujetos constituidos de
una vez para siempre como “unidades” uniformes. Con este supuesto funciona la mano
invisible de Adam Smith a diferencia del bellum omnium contra omnes de Hobbes. Según
Hobbes, los individuos devienen sujetos (propietarios privados) por medio del Leviatán. Al
contrario de lo que supone la connotación peyorativa de los neoliberales, el Leviatán es la
fuente de la libertad individual. A través del Estado-representante se constituye la unidad de
los representados en tanto "sociedad civil"(3). Para Adam Smith, en cambio, la integración
social de los sujetos por medio del mercado está asegurada de antemano por la definición
social de los sujetos. Su argumentación supone que el propio interés privado es ya un interés
socialmente determinado. Por consiguiente, se puede realizar solamente en el ámbito de la
condición que fije la sociedad y con los medios que ella ofrece; está ligado por consiguiente a
la reproducción de estas condiciones y de esos medios(4). La sociedad aparece como un
orden natural que asigna a cada cual su "rol" objetivo para la reproducción del conjunto.
La concepción liberal de la sociedad como un orden natural es replanteada hoy por los
neo-conservadores. Hayek, por ejemplo, acepta que el orden social es un producto de las
relaciones sociales entre los individuos, pero sin que obedezca a algún diseño humano.  No
es una creación teleológica (constructivista) sino un orden espontáneo. Similar a Adam Smith
afirma un orden propietario preconstituido que precede las transacciones entre los individuos.
Ahora bien, si las normas de la conducta social ya existen desde siempre entonces sólo falta
descubrirlas y obedecerlas.
Al suponer una realidad objetiva como horizonte de la acción humana se da por determinada
la finalidad del proceso social. La sociedad no podría decidir los objetivos de su desarrollo.
Pues bien, si las metas de la sociedad ya están definidas objetivamente, entonces los medios
para realizarlas son a su vez requisitos técnicamente necesarios (en el sentido de necesidad
causal). Es decir, si el mercado y las relaciones capitalistas de producción son una realidad
objetiva y dejan de ser objeto de discusión y decisión política, entonces también requisitos
implícitos como el "libre mercado del trabajo" son "imperativos técnicos" que no cabe
cuestionar. (Recuerdo los análisis de Marcuse sobre el hombre unidimensional y de Habermas
sobre la técnica como ideología). Para que funcione sin distorsión el automatismo del
mercado hay que restringir al máximo las decisiones políticas en tanto interferencias
arbitrarias. Una vez ajustada la organización social a la economía de mercado no habría, por
definición, política.
1.4. La perspectiva materialista enfoca, con distintos matices, la sociedad como un orden
social e históricamente construido. Sólo tal enfoque da cabida a una concepción de la política
como práctica social.
Comienzo recordando la experiencia que me parece fundamental en toda reflexión sobre la
vida humana: la discontinuidad(5). ¿No tomamos conciencia de la vida a través de la
discontinuidad con los animales, discontinuidad con el Otro, discontinuidad de la vida misma:
la muerte? A la experiencia de discontinuidad parecen estar vinculadas las fuerzas con que
moldeamos la vida cotidiana: la angustia, la violencia, el erotismo, etc. Todas estas pasiones
e instintos se alimentan del deseo de continuidad y aún de fusión. La antigua idea de la

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inmortalidad es el esfuerzo de pensar la continuidad hasta en la muerte misma. Toda


afirmación de la vida es una búsqueda de continuidad dentro de lo discontinuo.
La constitución del ser en la discontinuidad determina la vida social. Podemos pensar la
sociedad y el sujeto como dos formas de dar continuidad al ser. Construir esa continuidad en
la discontinuidad es la política. Es lo que se opone a lo fugaz y fútil, ordenando la
discontinuidad. Lo que crea lo común, lo contiguo, lo contrario.
Difícil esfuerzo de pensar sociedad, sujeto, Estado y política en conjunto como "momentos" de
un mismo movimiento. A partir y dentro de la división social se construyen formas de
continuidad. Surge así la cuestión del orden: dialéctica de unidad y división.
1.5. Se habla de "político" en analogía a polis; lo político se refiere a polis como atlético a
atleta. La dificultad es que la polis no es un referente contemporáneo y que la reconstrucción
histórica del concepto de polis no pareciera servir a la definición moderna de “político”(6). Es
equívoco hablar de política o Estado antes del pleno desarrollo del capitalismo en el siglo XIX.
Recién entonces, encontramos la fragmentación del procesó social en “ámbitos” relativamente
“independientes”. Se pretende definir estos ámbitos a través de las funciones que cumplen
tales "subsistemas" economía, estado, estética o religión, etc.-) para el "sistema general".
Pero, cabe objetar, el "todo" no es necesariamente la suma de las partes. ¿Por qué no
suponer que estos "ámbitos" sean diferentes formas de constituir el todo, o sea formas que se
da la producción y reproducción de la sociedad por ella misma?
Quiero referirme brevemente a la distinción de economía y política. Distinción no significa
separación. La economía no es una naturaleza previa y separada de la organización social.
En este sentido fue malentendida la metáfora marxiana de base y superestructura. La “crítica
de la economía política” destaca,  al contrario, la definición social de la reproducción material.
Es justamente una crítica a la teoría liberal que toma la producción capitalista de mercancías
como una verdad eterna y relega la historia al campo de la distribución.
El liberalismo propone: 1) "separar" la economía mercantil como relaciones presociales y 2)
organizar las relaciones sociales como relaciones mercantiles. Paradojalmente es la utopía
del laissez-faire (la idea del mercado autoregulador) con su perspectiva anti-estatista y
anti-política la que genera la concepción moderna de la política en el siglo XIX. Por un lado,
recordemos la ruptura revolucionaria que significa el auge del capitalismo industrial, arrasando
con todo lo establecido, quebrando los límites entre los estamentos, entre permitido y
prohibido, entre racional y loco, entre normal y enfermo, entre sagrado y profano, entre virtud
y vicio. El fin abrupto del Antiguo Régimen simboliza el desmoronamiento de un orden social
(y no solo de un tipo de régimen político). El desmoronamiento de los límites hacen de esos
límites un problema. La determinación de los límites sociales forma desde entonces el meollo
de la lucha de clases.
Por otro lado, el liberalismo económico que apunta a un "gobierno mínimo" ha de confiar al
"intervencionismo estatal" la realización de la "libertad del mercado". Para ajustar la vida
social a la economía mercantil recurre a la política. La política ha de organizar las relaciones
sociales en función de la economía de mercado. Los liberales visualizan la política como un
mercado político, donde la competencia procuraría -mediante una "mano invisible"- la
armonización de los intereses en pugna. De este modo, la sociedad liberal asume
afirmativamente el conflicto (en tanto competencia intra-sistema) y lo institucionaliza como
ámbito específico.
En esta perspectiva histórica, la política surge en el siglo XIX como forma de conflicto sobre la
distribución.

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La distribución, empero, hay que entenderla en un sentido lato. No se trata solamente de la


distribución de los medios de producción y de la fuerza de trabajo, o sea de la forma
capitalista de la producción material de la vida. En un sentido amplio, la lucha política sobre la
distribución concierne toda la delimitación y el ordenamiento de las discontinuidades entre los
hombres.
El problema de la producción y reproducción de los límites sociales me parece ser central al
"hacer política" y requiere un análisis mucho más detallado. Por ahora, sólo insinúo la
intuición subyacente: creo que la política es la lucha por ordenar los límites que estructuran la
vida social, proceso de delimitación en que los hombres, regulando sus divisiones, se
constituyen como sujetos.

II TÉCNICA E INTERACCIÓN

La Política como Técnica.

La política moderna, a partir de Maquiavelo, descansa en el cálculo de posibilidades. La


distinción de necessitá y fortuna es la distinción entre lo calculable y, por ende, controlable o,
al menos, aprovechable por la virtú y el acontecer azaroso que sólo cabe enfrentar con
temeridad. La fortuna deyiene  una categoría residual en la medida en que se concibe la
realidad social gobernada por "leyes" de tipo causal. El análisis político se centra en el cálculo
de la necesidad. La necessitá es aquella objetividad de la estructura social (y, sobre todo, de
la naturaleza externa) que se impone a la voluntad humana. En este sentido hablará Marx del
"reino de la necesidad”. Lo característico de la concepción técnica es analizar esa necesidad
en términos de causalidad. Lo posible es lo factible técnicamente.
Me parece oportuno recordar a Maquiavelo porque de él provienen tres problemáticas que
siguen presentes en el actual debate sobre la política.
2.1.1. El problema de la racionalidad definida por la acción calculada. Acción racional es la
actividad que se guía por un cálculo medio-fin. Para que Maquiavelo pueda afirmar
determinadas reglas técnicas de gobernar ha de suponer que la realidad social se desarrolla
según determinadas regularidades. En la medida en que el curso del mundo está sometido a
ciertas leyes, la política puede apoyarse en el cálculo. El conocimiento técnico del político
descansa en la calculabilidad del mundo. La decisión política deviene racional en tanto ya no
confía en la constelación oportuna de los astros, la fortuna, sino calcula correctamente la
"correlación de fuerzas". Si las fuerzas sociales no obedecen a un destino inexorable ni a sus
caprichos sino a regularidades entonces es posible concebir una ciencia de la política, basada
en la racionalidad formal(7).
El cálculo formal supone la existencia de "leyes sociales" y su conocimiento. La política
racional descansa pues en el conocimiento más completo posible de la realidad social. Se
opone a la ignorancia como fuente de la coerción y la arbitrariedad. La necesidad que se
impone como fuerza ciega a mi voluntad es lo que no sé; si conozco las necesidades puedo
calcular su desarrollo y aprovecharlas. Cuando no conozco todos los elementos de la
situación mi decisión deviene arbitraria; es una apuesta que confía en que la necesidad
externa concuerde con mi voluntad.
Este enfoque remite a un saber total como horizonte utópico, la utopía tecnocrática consiste
en una sociedad transparente. Un conocimiento cada día más completo permitiría
aproximarse a un cálculo/control total de la realidad. A partir de ese concepto límite se niega

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le que no es susceptible de cálculo formal: el azar, la sorpresa, el sueño y la imaginación, la


innovación, en fin, lo imprevisible e imposible. De ahí surgen dos problemas. Por un lado, la
libertad del Otro(8). Concibiendo la acción racional como una intervención externa sobre una
naturaleza inerte, ¿cómo dar cuenta de una acción recíproca? Por otro lado, la determinación
de lo factible. El cálculo formal define el horizonte de lo posible, pero no delimita qué
posibilidades son factibles.
2.1.2. El problema de la libertad, concebida como afirmación de la virtud frente a la necessitá.
En una de las frases más típicas de su pensamiento Maquiavelo exclama: "...en gente como
nosotros, todo llena de miedo, miedo al hambre, miedo a la cárcel, no puede y no debe haber
lugar para el miedo al infierno”(9) . La adversidad del mundo (la miseria económica y la
violencia física) amenaza la vida del_ hombre. Este, en peligro de muerte, ha de usar incluso
el mal para afirmar la vida. Maquiavelo moraliza así la necesidad; es por y frente a la
necesidad que hay una verdadera decisión libre. Sólo asumiendo la vida aún al precio del
infierno, hay libertad.
Se insinúa en Maquiavelo el análisis que realizará posteriormente Marx. La libertad supone la
reproducción material de los hombres y es por referencia al “derecho a la vida” que se define
la moral de una decisión.  Pero en Maquiavelo predomina aún una concepción individualista
de la libertad. Yo soy libre en tanto no dependo del Otro, o sea en que puedo calcular y
controlar al Otro. Al definir la acción racional por el cálculo, hago del Otro un objeto de cálculo.
El  Otro hace parte de ese sistema de necesidades al cual yo me tengo que imponer. Ahora
bien, el Otro en su libertad se sustrae a mi cálculo; es imprevisible. Para eliminar lo
imprevisible hay que aniquilar al Otro o bien condicionar su libertad, de modo que su acción
sea previsible. Donde ello no es posible, se establece una acción recíproca cuyo desarrollo no
es calculable. El caso típico es la guerra. No es casual que Maquiavelo ponga la guerra bajo el
signo de la fortuna. Es ella quien decide las batallas. No es posible planificar la guerra. La
guerra y la política tienen en común ser interacciones no calculables. Pero esta misma
imprevisibilidad hace buscar una formalización que acote el campo de las conductas permitidas
(o sea, explicativas respecto a reacciones del otro).
2.1.3. El problema de lo posible como delimitación del campo de la política. Podemos ver en
la tríada -virtú, necessitá y fortuna- un intento de trazar las coordenadas de la política en tanto
arte de lo posible. La virtú no es una ambición ilimitada; topa con "la fuerza de las cosas".
Esas fuerzas objetivas se resisten a la voluntad de poder de los hombres. Estos, sin embargo,
aprenden a conocer esas fuerzas y a usarlas para sus propósitos. Pero también esta
"tecnología social" tiene límites. Existe un factor de riesgo que Maquiavelo llama fortuna. Se
trata de los efectos secundarios, no intencionales o paradojales de nuestra acción; se trata de
la historicidad de las condiciones ceteris paribus de nuestro cálculo. Cada constelación es
única (novedosa), exigiendo re-definir lo necesario y lo posible. Hay pues siempre, a falta de
un conocimiento perfecto, un factor de inseguridad que hace problemática la delimitación de lo
posible.
Un intento de determinad lo posible es la afirmación de Marx que "la humanidad se propone
siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos
siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando
las condiciones materiales para su realización" (Prólogo de 1859). Lo posible estaría
determinado por la maduración de las condiciones materiales en el sentido que cualquier
objetivo futuro ha de ser construido a partir del presente. Se trata da un rechazo a la utopía en
tanto meta no factible. Pero junto a esta determinación general de las condiciones de

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posibilidad vemos en Marx un intento por precisar la necesidad de determinado objetivo; en el


seno de la sociedad burguesa se desarrollan las condiciones materiales para la solución de su
antagonismo. El análisis del movimiento real presente permite definir una meta qua solución y
esa solución futura hace de los problemas actuales una transición hacia esa meta. Si se
decide por determinada solución-meta, entonces a la vez se decide sobre lo posible en tanto
medios necesarios para aquel fin.
Hay pues una doble determinación; el futuro posible determinado por el presente (el
antagonismo apunta a la solución) y el presente posible determinado por el futuro (la
aproximación a la meta).
Similar problemática volvemos a encontrar en Max Weber. La ciencia, dice Weber, no puede
enseñar a nadie qué debe hacer sino únicamente qué puede hacer. Lo que se puede hacer es
lo que se puede calcular como relación medio-fin; es el campo de la política como acción
racional. Mediante ese criterio de racionalidad el imperativo político es: se debe hacer lo que
se puede hacer - lo factible. Lo que no se puede hacer -la utopía- tampoco se debe querer
hacer(10).
De este modo, el objetivo social es delimitado por el estudio de factibilidad. A partir del
descubrimiento de las "leyes" que rigen a las acciones sociales se define cuáles objetivos se
pueden hacer. La voluntad elije el objetivo; la ciencia informa si éste es factible, o sea,
racional. Pero como el análisis es imperfecto, Weber acepta que una meta irracional se revele
factible. Su categoría del carisma tipifica aquella política que, invocando un objetivo fijado de
modo voluntarista, tenga éxito.
Estos enfoques excluyen la utopía en tanto objetivo no factible; esto es, como meta
discontinua respecto a las condiciones presentes. Lo posible está determinado por la
continuidad. Si, en cambio, nos fijamos en la discontinuidad presente, entonces la continuidad
sería algo a construir. Y tal continuidad se podría construir solamente por medio de un
referente no sometido a la discontinuidad. La utopía sería ese principio trascendental (o punto
arquimédíco) a partir del cual podemos ordenar la división social. Franz Hinkelammert
propone pues concebir la utopía como concepto límite. La política implica la utopia,
justamente por excluirla como objetivo posible. Sólo por referencia a un ideal imposible
podemos delimitar lo posible. Es decir, no podemos pensar lo que es posible sino dentro de
una reflexión sobre lo imposible. No hay "realismo político" sin utopía.

La Política como interacción

Una concepción de la política como técnica supone un sujeto previamente constituido que
actúa sobre las relaciones sociales en tanto regularidades conocidas. Política sería la acción
de un sujeto; atributo o emanación de una naturaleza previa que no cambia esencialmente por
esa acción. La política es concebida a la imagen del trabajo del hombre sobre la naturaleza;
esto es, como una acción fundamentalmente instrumental.
Volveré sobre el carácter instrumental de la política en el siguiente capítulo. Antes quiero
esbozar una concepción de la política como interacción, que de cuenta de su construcción
social, Al destacar la interacción quiero insistir en la constitución recíproca de los sujetos. Este
enfoque, esbozado por Marx en La ideología alemana, ha vuelto a ser objeto de recientes
interpretaciones de modo que me limito a algunos apuntes.
2.2.1. Nunca hay sólo un sujeto. Sería el caso límite donde los hombres se relacionan entre sí
de modo directo (asociación libre de productores libres) y donde, por tanto, no habría

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"sociedad" propiamente tal. La ausencia de tales "relaciones sociales directas", al contrario,


induce a vincular la política al ordenamiento de una sociedad dividida en un aspecto
específico: la constitución recíproca de los sujetos. Como primera tesis afirmaría que el sujeto
no se constituye  positivamente y "hacia dentro" para establecer luego relaciones "hacia
afuera". Se trata un solo y mismo proceso.
Presumo que un sujeto se constituye por delimitación a otro. A través del establecimiento
conflictivo o negociado de los límites entre uno y otro, los sujetos se ponen recíprocamente.
En esa delimitación hacia afuera, diferenciándose de lo ajeno, se constituye hacia dentro,
apropiándose de lo propio. Los intereses o valores comunes (solidaridad) sólo existen en
tanto se distinguen de otros (división). Quiero decir: no es posible construir una unidad sin
construir simultáneamente las diferencias con el otro respecto al cual se afirma uno.
2.2.2. Este enfoque pareciera subyacer también al pensamiento militar trabajando sobre el
antagonismo amigo-enemigo. (La administración Reagan es un ejemplo de ese enfoque que a
través de la "construcción" de un enemigo externo busca cohesionar la integración social). Se
trata, en efecto, de una lucha; pero no entre sujetos "naturales". Es una lucha sobre la
formación misma de los sujetos, lucha por delimitar/articular los límites sociales. La lucha no
es pues algo posterior ni previo a los sujetos, los sujetos se constituyen, se des y rehacen por
medio de la lucha.
2.2.3. Esta lucha se encuentra condicionada, pero no predeterminada por las divisiones
estructurales en la sociedad. Incluso las divisiones económicas conforman sólo un marco –la
reproducción material de la sociedad— dentro del cual se des- y recomponen los sujetos(11).
Como destacó Gramsci, los hombres toman conciencia de las contradicciones estructurales a
través de delimitaciones ideológicas. La realidad material sólo deviene relación social en tanto
"aparece" como significación.  (Es cierto que no existe vida social sin reproducción material;
pero "qué vida vale la pena ser vivida" es una definición cultural. Hay un límite después del
cual la sobrevivencia física deja de ser vida humana).
La constitución de los sujetos es un proceso fundamentalmente ideológico porque la realidad
social es ambigua. No sabría explicar esa ambigüedad. Presumo que toda producción material
es a la vez una producción de significados, pero esos sentidos intrínsecos a las prácticas
sociales no son unívocos. No es un asunto de opacidad/transparencia y, por lo tanto, no se
trata de acumular conocimiento para "saber exactamente lo que pasa". La ambigüedad de la
realidad social se sustrae a un conocimiento exacto (o aproximadamente exacto); requiere
interpretación. La interpretación, intersección de concepto y metáfora, es un acto creativo;
tiene lugar una "construcción social de la realidad" en el sentido que "la realidad" es a la vez
una objetivación material y simbólica de la actividad humana.
2.2.4. Si la realidad es ambigua y, por ende, sujeta a distintas interpretaciones, el problema es
la elaboración de códigos interpretativos. Falta (me falta) saber más sobre esa creación y
transmisión de códigos interpretativos. En todo caso llamo la atención sobre los análisis del
discurso ideológico y de los aportes de la psicología y lingüística bajo el punto de vista: de la
constitución de sujetos(12). Por ahora, diría que los códigos culturales son ejes articuladores
que estructuran la ambigüedad. A modo de ilustración: ¿no son los Derechos Humanos, por
ejemplo, valores o símbolos vacíos, o sea sin contenido determinado, cuya significación varía
según el código interpretativo? Sólo dentro de un contexto adquiere significado preciso un
símbolo(13) . Es decir, es posible determinar el significado de los Derechos Humanos sólo por
referencia al conjunto de valores articulados sobre determinado principio que los ilumina. Los
Derechos Humamos son un valor presente en el discurso liberal y marxista, pero su

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significado varía si el principio estructurador es la libertad económica o la emancipación social


(Hablando de lo mismo, no se dice lo mismo).
2.2.5. Los códigos interpretativos parecieran ser elaborados sobre una tensión entre utopía e
interdicción. Vemos en las religiones primitivas como en cosmovisiones racionales que lo
sagrado es menos una afirmación positiva que un interdicto. Georges Bataille ha puesto en
relieve que lo sagrado designa simultáneamente el interdicto y su transgresión. Tiene una
doble cara: por un lado, lo puro y fasto, por el otro, lo impuro y nefasto. Simultáneamente
lugar de atracción y de repulsión. La constitución de sujetos pareciera descansar básicamente
sobre prohibiciones/exclusiones, como forma de delimitar un mundo esencialmente infinito. La
vida es un exceso, una desmesura, que hay que someter a normas (límites) para que no
aniquile lo creado. La actividad espontánea, sin límites, deviene autodestructora (Calígula).
Ahora bien, el interdicto no significa abstención. La delimitación no  radica en la prohibición
misma (lo sagrado o el ideal) sino en marcar las prácticas sociales como transgresión (ver
3.3.)
2.2.6. Todo sujeto se constituye por medio de otro: distinción del otro y reconocimiento por el
otro. No basta afirmar lo propio; es necesario delimitar lo propio y lo ajeno. Sólo por referencia
a lo ajeno adquiere perfil lo propio. En este sentido, bien se dice que no se conoce a sí mismo
quien no conoce a su adversario. Comentando la derrota de la unificación italiana Gramsci
indica, que Mazzini, a diferencia de Cavour, no conocía las tareas de su enemigo y, por ende,
no podía determinar las propias. Gramsci no alude a un problema de información. Quiere
decir, que las tareas, los intereses, las utopías, los interdictos, no se plantean unilateralmente
sino en la confrontación crítica con las tareas del Otro. El proyecto socialista no se
autogenera; se construye por oposición al proyecto burgués, absorbiendo sus demandas. La
estrategia popular, partiendo de un actor establecido, enfatiza la expansión. Subestima en
cambio la paradoja que para incorporar y articular lo ajeno sobre lo propio es indispensable
haber constituido lo propio en contraposición con lo ajeno. En este sentido, la crisis de la
izquierda latinoamericana es también una crisis de la derecha carente de proyecto al cual
oponerse.
Esta delimitación frente al Otro no significa escisión. Es necesario el reconocimiento por el
Otro. En este sentido cabría discutir la concepción de autonomía como la presenta, por
ejemplo, José Aricó(14). "Opino que el movimiento obrero solamente se puede constituir
como tal si logra escindirse del conjunto de la sociedad: vale decir, si se ve a sí mismo con su
propia identidad y diferenciado el conjunto de la sociedad". Tal noción de autonomía no se
compatibiliza con la construcción de una voluntad nacional-popular: "la fuerza que surge como
animadora de un propósito de transformación no aparece como una fuerza externa a la nación,
sino como la prolongación de la nación misma, como lo que representa a la nación". En
efecto, como señala el mismo Aricó, la izquierda revolucionaria corre peligro "que su extrema
separación del conjunto del cuerpo de la nación la convierta en algo extraño y
extremadamente vulnerable". Si es así, cabe cuestionar/matizar las usuales consignas de
autonomía.
2.2.7. Recién ahora, apoyándonos en la dialéctica de lo general y lo particular, de unidad y
lucha, me parece posible especificar la referencia de la política al Estado. Dicho en términos
simplistas: la política es un conflicto de particularidades y el Estado es una forma de
generalidad. Tal distinción no implica separación ni subsunción. No podemos pensar la
política sin referencia a una forma que sintetice a la sociedad ni podemos pensar el Estado sin
referirnos a una sociedad dividida.

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Ninguna sociedad dividida (y toda sociedad históricamente conocida es una sociedad dividida)
puede reconocerse a sí misma y actúa sobre sí misma de modo directo. A falta de lo que
Marx llama “relaciones sociales directas”, la sociedad sólo puede afirmarse y organizarse qua
sociedad por medio de un referente fuera de ella. Es por medio de una representación
exteriorizada y objetivada de sí misma que la sociedad se constituye como tal.
La determinación recíproca de los sujetos requiere un referente común. No hay límites ni
lucha sobre límites donde no hay un lugar de encuentro. Suponiendo una relación de
discontinuidad entre los hombres, la continuidad ha de ser creada. Una forma es el Estado. La
forma Estado es la instancia de totalidad social respecto a la cual se reconocen los sujetos
entre sí y cada cual a si mismo.
Dicho esquemáticamente: toda política se refiere al Estado en tanto 1) ella trabaja sobre las
divisiones en la sociedad; 2) el ordenamiento de las divisiones sociales remite a una totalidad
y 3) esa totalidad es representada por la forma Estado. Cuando Gramsci afirma que el partido
ha de tener un "espíritu estatal" alude a esa necesaria referencia a lo general, no solamente
como tendencial universalización de los intereses particulares (corporativos) sino como
constitución misma de lo particular.

III. ACCIÓN INSTRUMENTAL Y EXPRESIÓN SIMBÓLICA

3.1. Hoy día, aparece "natural" que el buen funcionamiento del "sistema económico" sea el
objetivo de la lucha política. La economía pareciera ser la finalidad "en última instancia” de
toda política y, particularmente, del "intervencionismo estatal". Cabe recalcar pues lo ya
recordado inicialmente: si bien no existe vida social sin reproducción material es recién la
revolución capitalista en el siglo XIX la que desprende la reproducción material como "sistema
económico" de la organización social y que, a la inversa, moldea la vida social en función de
una economía de mercado.
En la medida en que la economía de mercado aparece como "base natural" del proceso social
se olvida igualmente el carácter histórico de la racionalidad que acompaña y expresa la
economía mercantil. Con la producción capitalista de mercancía “lo racional” es identificado
con él cálculo formal de medio-fin, particularmente el cálculo expresado en dinero o capital.
En esta perspectiva, Max Weber interpreta la historia de Occidente como el proceso de
racionalización formal del mundo. Impersonalidad y objetividad de la racionalidad formal
hacen de los valores materiales un asunto privado o ético y la misma racionalidad material
deviene una categoría residual.
Recuerdo a Weber porque junto a tematizar la racionalidad formal percibe lúcidamente cómo
ella conduce a una formalización de las relaciones sociales y cómo tal formalización termina
por sustituir lo real por una realidad fabricada, muy vulnerable por las masas (la irracionalidad
de valores materiales). Después de Weber, la racionalidad formal se ha impuesto a tal punto
que se habla de un sistema uni-dimensional. Aún sin suscribir afirmación tan rotunda, hemos
de reconocer que la racionalidad formal es el principal código interpretativo de la realidad,
marginalizando otras interpretaciones. La formalización crea en efecto un tipo de
universalidad que difícilmente puede alcanzar un tipo de racionalidad material. Pero la
continuidad creada es sólo eso -formal- y no supera las divisiones en la sociedad.
Constatamos así una profunda escisión entre la racionalidad formal y la experiencia cotidiana.
3.2. Durante largo tiempo el desarrollo del proceso de producción capitalista descansaba
sobre una cultura cotidiana.  Gramsci conceptualiza esa "socialización" moral-intelectual del

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capital en su teoría de la hegemonía. La correspondencia entre modelo de acumulación y


hegemonía que caracteriza el "fordismo" de los años 30 pareciera haberse roto en los 70. La
mercantilización fáctica de todas las relaciones sociales entra en contradicción con las normas
de conducta social. La orientación normativo-simbólica de la sociabilidad se opone al
comportamiento exigido por el cálculo formal. De hecho, la angustia de los hombres por
superar la discontinuidad en alguna experiencia colectiva ofrece una resistencia (por larvada,
no menos tenaz) a reducir las relaciones sociales a relaciones mercantiles. Para evitar esas
"distorsiones" e "interferencias" en la libertad del mercado, el proyecto neoconservador
pretende "descolgar" el sistema económico de la dimensión normativo-simbólica. Se renueva
así el intento liberal de sustraer la reproducción material a la organización social y de suponer
los procesos económicos como relaciones pre-sociales.
Esta escisión entre procesos macro-sociales y experiencia cotidiana provoca una conciencia
patológica(15). Los problemas prácticos son reducidos a problemas técnicos, solucionables
por un cálculo formal. Tiene lugar una regresión a estadios pre-universalistas de conciencia
(esquema amigo-enemigo) para asegurar un mínimo ámbito de certidumbre y solidaridad.
Necesidades no asimilables por la racionalidad formal son reprimidas y auto-censuradas. Surge
un culto a lo inmediato, lo auténtico y lo íntimo para compensar la subjetividad frustrada. Para
colmar sus sentimientos de angustia e impotencia frente a un mundo hostil los hombres se
inmunizan contra una realidad que les aparece como encarnación del Mal. Esta
impermeabilización frente a lo real (pérdida del principio de realidad) da lugar a distintas
formas de “locura” desde el escapismo esotérico al terrorismo, pasando por las diversas
alucinaciones sobre el peligro marxista.
3.3. En este contexto es urgente insistir que la política no es solamente acción instrumental
sino también expresión simbólica. Frente a una sobrevaloración de su dimensión cognoscitiva
(calculabilidad) hay que destacar su dimensión normativa y simbólica, regulando y
representando las relaciones sociales.
La política como comunicación simbólica ha sido poco estudiada(16)  no obstante ser el
símbolo tan importante como el trabajo en la apropiación humana del mundo. Me referiré a
dos estructuras simbólicas fundamentales en la acción  política: el ritual y el mito.
Intentando especificar lo político qua ritual me apoyo nuevamente en Georges Bataille. Cabe
presumir que la muerte y, particularmente, la muerte violenta es uno de los principales signos
de la discontinuidad y, por consiguiente, objeto de un interdicto fundamental en todo orden
social. Ahora bien, prohibición no significa abstención. Significa transformar las prácticas
prohibidas en transgresiones y, de este modo, someterlas a límites. Las relaciones sociales
son reguladas, ritualizando las transgresiones. Esto es: el interdicto de la muerte hace de la
violencia y del conflicto una transgresión. No se elimina pues la violencia y la lucha (tarea
imposible) sino que son incorporadas al orden, ritualizándolas como transgresiones que
afirman la vigencia del interdicto. La política está llena de ceremonias rituales (al igual que el
derecho) que encauzan el ejercicio de la violencia y dan forma a los conflictos de modo que
no destruyan la convivencia. Cuando la lucha deja de ser vivida como una transgresión
ritualmente reglamentada del orden colectivo, surge la violencia mortal. La muerte deviene
objeto de un cálculo formal (costo-beneficio), dando al terrorismo y a la guerra moderna su
carácter inhumano.
Presumo que la política en tanto ritual es una afirmación de la vida colectiva.  Lo vemos más
claramente en actos masivos como las elecciones o manifestaciones, pero también en la
"puesta en escena" que rodea la actividad de un jefe de gobierno. Casos como estos no

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pueden ser explicados en términos de la racionalidad formal y, de hecho, frecuentemente son


denunciados como "irracionales" o simple "show". En efecto, de manera deliberada o no tiene
lugar un montaje teatral que recuerda las ceremonias rituales. Tal escenografía no es simple
"manipulación de las masas". Los actos políticos masivos son rituales que actualizan el
sentimiento de colectividad. Se invoca la pertenencia a un orden, presente o futuro, a partir
del cual adquiere sentido la convivencia. A través de los rituales se constituye colectividad y,
por ende, continuidad: continuidad en el espació (reuniendo a quienes pertenecen a un mismo
orden), continuidad en el tiempo (conmemorando la persistencia del orden colectivo). En estas
"liturgias del poder" la colectividad se festeja a si misma. Es una forma de transformar el
poder en orden. Aunque aparezcan como exaltación de un líder, este sólo simboliza la
confianza del colectivo en si mismo de saber afirmarse en el mundo. Más que acciones
instrumentales, destinadas a lograr determinado fin, tales actos de masas representan un fin en
si. Ello implica que no pueden ser sustituidos por mecanismos de cálculo formal (informática,
encuestas de opinión, etc.) ni por las relaciones impersonales del mercado. Implica también la
obsolescencia de los rituales institucionalizados, cuando ya no logran invocar lo colectivo.
Considerando esta constitución del "nosotros" como lo específico de la política, también un
acto folklórico, una huelga o una misa se transforman en actos políticos. Independientemente
de su contenido, toda forma de ritual supone la conciencia de un poder colectivo. En esta
perspectiva, habría que explorar nuevas formas de politización de la vida diaria.
3.4. El ritual político confirma y actualiza un orden colectivo, representado simbólicamente en
un mito. El mito organiza una cosmovisión que ordena y da sentido a la vida social; a través
del mito el individuo (el fenómeno singular) se inserta en un orden. El dolor ó la muerte son
"socializadas” mediante una concepción del mundo que les asigna su lugar en el proceso
social. La secularización moderna socava la fuerza del mito, racionalizándolo en mitos
profanos como el progreso o el desarrollo. Juan Enrique Vega ha destacado la relevancia de
los “mitos revolucionarios" sin los cuales no es posible comprender los procesos de liberación
en América Latina(17).
El mito es una forma simbólica de disposición sobre el mundo. Llamo la atención sobre el mito
fundacional de la política moderna: la soberanía popular. La soberanía popular simboliza la
reivindicación de los hombres a determinar sus condiciones de vida. Tal creación consciente y
colectiva del futuro de la humanidad es, como denuncian los neoconservadores, un mito. En
efecto, la noción de soberanía popular no es operacionalizable. En este sentido son
justificadas las objeciones (de derecha e izquierda) a la democracia; ningún tipo de
democracia asegura la identidad de la voluntad de todos con la voluntad general. Pero tales
denuncias no tocan el problema de fondo. La soberanía popular es un mito, pero un mito
necesario. Es necesario un concepto-limite, un horizonte utópico fuera de la sociedad, como
referente para pensar y organizar la sociedad. El postulado de la soberanía popular vuelve
una tarea inteligible que los hombres dispongan sobre el mundo. En otras palabras: la
referencia al mito de una sociedad sujeto de su desarrollo es la forma que permite elegir entre
el infinito número de posibilidades de ordenar el presente. Es el principio legitimatorio de toda
decisión política (de que sea posible decidir). El ataque neoconservador a la soberanía
popular no concierne pues solamente los "límites de la democracia" sino que cuestiona la
posibilidad misma de que todos los hombres -la sociedad- decidan sobre sus condiciones de
vida.

IV. SUBJETIVIDAD Y FORMALIZACIÓN

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4.1. La racionalidad formal supone una formalización de las relaciones sociales, que excluye
la subjetividad.  Característico de la formalización es justamente prescindir de los atributos
personales de los participantes y de sus valores materiales. No contempla la subjetividad en
tanto espontaneidad (no se puede formalizar un fenómeno no conmensurable y no
calculable).
La formalización pone distancia. Las relaciones sociales se apoyan en situaciones
perfectamente codificadas según normas previamente establecidas y adecuadamente
interiorizadas por cada actor(18). A esta formalización de las relaciones sociales, vinculada a
la creciente organización burocrática de la actividad política, se imputa parte de lo que se
experimenta como "crisis de representación". El ciudadano se siente distanciado del
parlamento y del gobierno, el militante del partido; la relación de representación se vuelve
formal en el sentido de ficticia.
A esta atrofia de la subjetividad por la formalización burocrática responde la consigna
socialista de la "desestatización de la política". Similar argumento, baja otro signo, esgrimen
los gobiernos neoconservadores para impulsar la privatización de los servicios públicos. En el
primer caso, se invoca la soberanía popular como legitimación para recuperar un poder social
enajenado. En el segundo, se invoca la libertad económica y la iniciativa privada, para
devolver al mercado las decisiones usurpadas por la política. La subjetividad significa, en un
caso, la espontaneidad de los hombres libremente asociados y, en el otro, la libre disposición
de cada cual sobre su propiedad privada. En ambos casos se postula, desde posiciones
antagónicas, una abolición de la formalización. Ahora bien, no hay política sin formalización.
4.2. Hay y habrá formalización de las relaciones sociales mientras haya discontinuidad. La
distancia que lamentamos es la experiencia de la discontinuidad. La división en la sociedad (o
sea, la ausencia de relaciones sociales directas) es vivida como distanciamiento individual y
separación de los otros. Los otros representan respecto a cada individuo la 
normatividad/normalidad de la sociedad. Esta no-identidad de lo particular y lo general
provoca un sentimiento de culpabilidad. Soy culpable porque soy diferente de los demás;
diferencia que me distancia como impuro y trasgresor respecto a la pureza del interdicto que
cohesiona la comunidad. La culpabilidad se alimenta de la distancia que se percibe respecto a
las normas generales: la convicción no consciente de que la vida está sometida a un gran
diseño y de desconocer ese plan general. La pregunta intima por aquel diseño siempre ilisible
que pone en escena la vida cotidiana no encuentra respuesta.  
La opacidad del carácter social del orden produce angustia: La angustia por lograr la
continuidad, por fusionar lo separado aumenta con la atomización de la sociedad.
Paradojalmente, mayor es la atomización social y mayor la tendencia a refugiarse en la
privacidad. Si bien se percibe el peligro que conlleva la privatización propia a la atomización,
se pretende recuperar la sociabilidad justamente en el ámbito privado(19). A la vez que se
rechaza la sociedad atomizada/uniformada como el Mal, se genera una subjetividad culposa
que busca confesarse en la intimidad. Marginalizados en y por el proceso social, los
individuos pretenden superar las distancias sociales mediante un culto a la autenticidad.
Creen que la espontaneidad asegura la unidad -un solo corazón- que las instituciones no
logran. En otras palabras, creen de que detrás o debajo de la formalización se encontraría
alguna relación natural, una subjetividad pura, que habría que liberar de su cárcel
institucional.
4.3. Creo que la subjetividad no se opone sino que supone la distancia y la formalización de
las relaciones sociales. Sólo formalizando la delimitación entre Uno y Otro se abre el campo

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de la diversidad subjetiva.
No existiendo una igualdad material entre los hombres, sólo puede haber una unificación
formal. Toda relación social es -más o menos- formalizada. Ahora bien, la formalización no
sólo separa, también comunica. En una sociedad dividida, toda comunicación implica una
formalización de las discontinuidades. Eso es el objeto de la práctica política; basta recordar su
carácter de ritual (el ritual es un modo de formalizar la división en tanto transgresión).
Formalización son también las reglas de cortesía cuya importancia para el diálogo y la disputa
políticos no necesito destacar. Restringiendo la reacción espontánea, la cortesía permite
establecer relaciones sociales sin poner en juego los valores personales. No se trata pues de
abolir la formalización en nombre de la subjetividad. (En una sociedad que no requiere
relaciones formalizadas, tampoco habría subjetividad: la espontaneidad de cada uno no
tendría límites). El problema es crear relaciones formales de modo tal que las formas no
excluyan expresar esa diversidad social.

Resumen
Tiene lugar un desplazamiento de los límites entre lo político y lo no-político o -más exacto-
una pugna por larvada no menos radical acerca de lo que legítimamente es "la política". La
relevancia de este conflicto radica en el supuesto que la transformación de todo orden político
implica una regeneración del "hacer política". Con este propósito se intenta bosquejar un
marco referencial para repensar la política en torno a cuatro ejes: 1) El orden: leyes naturales
o construcción social; 2) Técnica e interacción; 3) Acción instrumental y expresión simbólica; y
4) Subjetividad y formalización.

[*] Documento de Trabajo Programa FLACSO-Santiago de Chile, Número 134, enero 1981.
Ponencia presentada al “Taller sobre estado y política en América Latina” del Departamento
de Estudios Políticos del CIDE, México.
[1] Lechner,Norbert: “El proyecto neoconservador y la democracia”; ponencia del seminario
"Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea" del Instituto de
Investigaciones Sociales de la UNAM. Oaxaca abril 1981. A publicarse en Crítica & Utopía Nr.
6.
[2] Nun, José: La rebelión del coro, en Nexos, México 1981.
[3] Un buen resumen presenta Pereyra, Carlos: Configuraciones: teoría e historia, Edicol,
México 1979, (cap. XIV).
[4] Marx, Karl: Elementos fundamentales (Grundrisse), Siglo XXI México 1971, t.I, p.84.
[5] Bataille, Georges: El erotismo, Tusquets Ed. Barcelona 1979.
[6] Miller,  Eugene F.: What does "political" mean? en The Review of Politics 42/1, enero 1980.
[7] Sobre este desarrollo ver Habermas, Jürgen: Theorie und Praxis, Suhrkamp Frankfurt
1974; Wolin, Sheldon: Política y perspectiva, Amorrortu Buenos Aires 1973 y mi artículo: La
teoría y la práctica de la política, en Estudios Sociales Centroamericanos 25, CSUCA
enero-abril 1980.
[8] Flisfisch, Ángel: El fundamento racional de la acción y la libertad del otro, Materiales de
Discusión Nº 13 de FLACSC-Santiago, abril 1981.
[9] Historia Florentina, citado por Manent, Pierre: Machiável ou la défaite de l'universel, en
Contrepoint 17, Paris abril 1975.
[10] Respecto a las implicancias metodológicas del tema debo mucho a las discusiones con

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Franz Hinkelammert. Ver entre sus trabajos: La metodología de Max Weber y la derivación de
estructuras de valores en nombre de la ciencia, en Hoyos, G.(ed.): Epistemología y política,
CINEP Bogotá 1980.
[11] Cfr. Przeworski, Adam: El proceso de formación de clases, en Revista Mexicana de
Sociología 1978, número especial; y Compromiso de clases y Estado en Europa Occidental y
América Latina en Lechner(ed): Estado y política en América Latina, siglo XXI México, 1981.
[12] Ver, entre otros, Laclau, Ernesto: Política e ideología en la teoría marxista, Siglo XXI
Madrid 1978; De Ípola, Emilio: Populismo e ideología. A propósito de Laclau, en En Teoría 4,
Madrid 1980 y Landi, Oscar: Sobre lenguajes, identidades y ciudadanías políticas, en
Lechner(ed.): Estado y política en América Latina, Siglo XXI México 1981.
[13] Cfr. Leach, Edmund: Cultura y comunicación, Siglo XXI Madrid 1978.
[14] Entrevista con José Aricó en Qué Hacer? Nº 7, DESCO Lima 1980.
[15] Cfr. la obra colectiva preparada por Jürgen Habermas: Stichworte zur geistigen Situation
der Zeit, Suhrkamp Frankfurt 1979, especialmente el artículo de Albrecht Wellmer.
[16] Edelman, Murray: The Symbolic Uses of Politics, University of Illinois Press 1974 (6.ed.).
[17] Vega,Juan Enrique: América Latina - La conquista del reino de este mundo, en
Pease,Henry (ed.): América Latina 80: democracia y movimiento popular, DESCO Lima 1981.
[18] Recuerdo la obra de Erwing Goffman, por ejemplo Ritual de la interacción, Ed. Tiempo
Contemporáneo Buenos Aires 1967.
[19] Javeau, Claude: Sur le concept de vie quotidienne et sa sociologie, en Cahiers
Intemationaux de Sociologie 68, París enero-junio 1980.

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UNIDAD II
LA CIENCIA POLÍTICA
por Julio Pinto en “Introducción a la ciencia política (nueva versión)”, J. Pinto comp.

1. SU EVOLUCIÓN HISTÓRICA HASTA EL SIGLO XX

El análisis sistemático y riguroso de los hechos políticos está ya presente en los orígenes de la civilización occidental, surgiendo en el momento histórico en que, en el siglo IV antes
de Cristo, la crisis terminal de las polis griegas suscita la reflexión crítica de Aristóteles. Ella busca llegar a conclusiones "científicas" sobre las causas institucionales de la crisis y
para eso recurre a la comparación de las constituciones de esas polis. El resultado de la investigación de Aristóteles es su obra La Política, que denomina y define inicialmente el
campo de estudios de la disciplina, comenzando de este modo un vasto cielo de obras de análisis teórico y empírico.
Por eso podemos decir con Sheldon Wolin que: En cierto sentido, el proceso de definir el ámbito de lo político no ha diferido mucho del que ha tenido lugar en otros campos de indagación. Nadie
sostendría con seriedad, por ejemplo, que los campos de la física o la química han existido siempre de una forma evidente por sí misma y bien determinada, esperando únicamente que Galileo o La-
voissier las descubrieran. Si aceptamos que un campo de indagación es, en importante medida, producto de una definición, el campo de la política puede ser considerado como un ámbito cuyos lími-
tes han sido establecidos a lo largo de siglos de discusión política (...) el campo de la política es y ha sido, en un sentido decisivo y radical, un producto de la creación humana.1
Una prolongada evolución histórica caracteriza también a las otras ciencias, pero lo que diferencia a la ciencia política es, como lo destaca Sheldon Wolin2 la particularidad de sus
paradigmas. Esta particularidad consiste en que las grandes teorías políticas que marcan auténticas revoluciones científicas3 son, a la vez que paradigmas científicos, paradigmas
políticos, dado que procuran cambiar no sólo el modo de observar científicamente lo político sino también las instituciones jurídicas, que dan sentido a un orden político en crisis.
Tal es el caso de las teorías de Aristóteles, Santo Tomás, Maquiavelo, Hobbes, Locke, Montesquieu, Marx y Weber, que evidencian la relación circular existente entre la teoría y la
práctica política.
La crisis del paradigma se produce originariamente en la sociedad, proyectándose luego sobre la comunidad científica.4 La crisis, normalmente acompañada por la acentuada deca-
dencia de las instituciones políticas, produce la pérdida de autoridad de los gobernantes y de las ideas en las que se sustenta el consenso social que le da legitimidad para gobernar.
Se crea así en la sociedad una creciente expectativa de cambio, de que surja una gran teoría que sirva de paradigma para reordenar el orden político en crisis, al modificar la lectura
cultural de lo político que realiza esa sociedad.
El colapso de las polis griegas, las luchas entre el poder temporal y el poder espiritual para orientar políticamente la Europa medieval, la aparición de los Estados nacionales, las
Revoluciones Inglesas, la Revolución Industrial, la Europa continental encerrada entre el contractualismo anglosajón y el autoritarismo ruso, conforman entonces las crisis históri-
cas en las que surgen nuevos paradigmas, nuevas grandes teorías que replantean, a la vez que el discurso científico vigente, el orden político existente.
Es por eso que las teorías políticas se constituyen, a la vez que en paradigmas científicos que orientan a la disciplina, en perspectivas ideológicas que legitiman la práctica política.
Es esta la causa de que haya existido siempre en la ciencia política una ineludible relación circular entre la teoría y la práctica, entre el desenvolvimiento científico de la disciplina y
los valores políticos que lo estimulan. Es su horizonte histórico de comprensión el que hace inteligibles las grandes teorías que dan sentido al análisis científico de la política.
Puede decirse entonces que el desarrollo histórico de la ciencia política se produce, a lo largo de siglos, a través de la definición y redefinición del objeto sobre el que proyecta su
análisis, del mismo modo que mediante el replanteo de sus métodos y técnicas de investigación. Cambian así tanto el objeto de la política -el resguardo de la polis, la salvación, el
Estado nacional, la salvaguardia de la vida, el “individualismo posesivo”5, la antropogénesis, la comunidad- como los métodos y técnicas de investigación con los que se adquiere el
conocimiento científico.
Pasquino destaca: La ciencia política es el producto de un conjunto de contribuciones, reflexiones, análisis, de los fenómenos políticos madurados, cabalmente, en el curso de la experiencia política
occidental. Una y otra vez los estudiosos se han enfrentado con estos fenómenos apelando a los métodos entonces disponibles y estudiando concretamente las temáticas más significativas. Entonces,
ninguno de ellos ha nunca sabido o querido (admitiendo que ello sea posible además que auspiciable) mantener esmeradamente distinguidos el momento descriptivo del prescriptivo, los hechos de los
valores.6
Eso permite comprender por qué en el transcurso de esos siglos, el análisis científico de lo político comparte este tipo de estudios con la filosofía política, el derecho publico y la his-
toria política, con las que tiene en común la acumulación de conocimientos y la construcción de instituciones.
Sin embargo, partir de los años 70 del siglo XIX, la ciencia política empieza a diferenciarse de estos otros campos de estudio asumiendo las características de una disciplina científi-
ca especializada. En esa década comienzan a dictarse cursos de ciencia política en tres importantes universidades: Oxford, París y Columbia, iniciándose el desarrollo de la misma
como disciplina autónoma en las grandes democracias.
Estas sociedades democráticas -fuertemente influidas por el positivismo- están urgidas por poseer conocimientos científicos sobre la política, equivalentes a los alcanzados en ese
siglo por las ciencias naturales. Pretenden conciliar el orden con el progreso, dado que pasan por un período de intensa y conflictiva renovación institucional. Ello requiere la solu-

1
S. Wolin: Política y perspectiva. Continuidad y cambio en el pensamiento político occidental (1960), Amorrortu, Buenos Aires, 1970, pág. 14.
2
S. Wolin: “Paradigms and Politicals Thieories” en P. King y B. C. Parekli (comps.) Politics and Experience. Cambridge Universitv Press, 1968. Una interesante aproximación a estos temas en nuestro medio es el que produce J. Nun: “La teoría política y la transición democrática" en J. Nun y J.
C Portantiero comps. Ensayos sobre la transición democrática en la Argentina, Punto sur, Buenos Aires. 1987
3
El concepto de paradigma de Kuhn es impreciso y ha merecido múltiples controversias, pero su uso se ha universalizado al definir eficazmente los contenidos metateóricos de la ciencia. "En su uso establecido, un paradigma es un modelo o patrón aceptado y este aspecto de su significado me ha
permitido apropiarme la palabra 'paradigma' a falta de otro término mejor", en T. S. Kuhn: La estructura de las revoluciones científicas (1962), Fondo de Cultura Económica, México, 1975, pág. 51. Un atrayente análisis del tema puede verse en C. Lorenzano: La estructura del conocimiento cientí-
fico, Zavalía, Buenos Aires, 1988. La expresión "revoluciones científicas" de Kuhn es tan elocuente como la de Popper, “mutaciones científicas”, para describir los bruscos cambios de orientación que se producen en una disciplina científica al cambiar el paradigma que la inspiraba hasta entonces,
siendo sus consecuencias muy bien estudiadas por Kuhn: “En el desarrollo de la ciencia natural, cuando un individuo o grupo produce, por primera vez, una síntesis capaz de atraer a la mayoría de los profesionales de la generación siguiente, las escuelas más antiguas desaparecen gradualmente.
Su desaparición se debe, en parte, a la conversión de sus miembros al nuevo paradigma, Pero hay siempre hombres que se aferran a alguna de las viejas opiniones, simplemente se los excluye de la profesión que, a partir de entonces, pasa por alto sus trabajos. El nuevo paradigma implica una de-
finición nueva y más rígida del campo. Quienes no deseen o no sean capaces de ajustar su trabajo a ella deberán continuar en aislamiento o unirse a algún otro grupo”, en T S. Kuhn, op. cit., pág. 46.
4
Más que la intelección subjetiva, es la intelección intersubjetiva la que guía al conocimiento científico. Así lo entiende Kuhn “La ciencia normal, la actividad en que, inevitablemente, la mayoría de los científicos consumen casi todo su tiempo, se predica suponiendo que la comunidad científica
sabe cómo es el mundo. Gran parte del éxito de la empresa se debe a que la comunidad se encuentra dispuesta a defender esa suposición, si es necesario a un costo elevado. Por ejemplo, la ciencia normal suprime frecuentemente innovaciones fundamentales, debido a que resultan necesariamente
subversivas para sus compromisos básicos", en T S. Kuhn, op. cit., pág. 26.
5
Para Macpherson es el "individualismo posesivo" quien identifica a las teorías políticas y económicas de Locke, dado que para este último es la propiedad la que, al trasmitirse hereditariamente, traslada los vínculos contractuales inicialmente establecidos por los individuos para crear el gobierno
representativo. C. B. Macpherson: La teoría política del individualismo posesivo (1962), Fontanella, Barcelona, 1975.
6
G. Pasquino: “Natura e evoluzione della disciplina" en G. Pasquino (comp.): Manuale di scienza della politica, Il Mulino, Bologna, 1986, pág. 14 (hay traducción española editada por Alianza).
2
ción instrumental de los problemas políticos que las afectan, siendo la ciencia política la que debe aportarlas.7 Gran Bretaña atraviesa una transformación radical de su ciudadanía
ante las grandes reformas electorales concretadas por el primer ministro liberal Gladstone; Francia tras la derrota frente a Prusia ve surgir la III República, que es tan débil que só-
lo subsiste inicialmente por la división de sus enemigos; terminada la Guerra de Secesión, Estados Unidos entra en un acelerado proceso de industrialización que produce serias
perturbaciones sociales y políticas.
La creciente democratización de esas sociedades, que sustrae la política del manejo exclusivo de las elites gobernantes, al incrementar los procesos electorales y ver surgir los parti-
dos políticos de masas y los sindicatos, es un potente estímulo para el desarrollo de la ciencia. Se requieren entonces conocimientos científicos especializados que permitan una
adecuada explicación y cierta predictibilidad del confuso y fluido proceso político que progresa aceleradamente en esa época, para así poder dirigirlo.
Cincuenta años después, la ciencia política se ha difundido ampliamente en los Estados Unidos, donde el pragmatismo existente en la sociedad, el pensar para aplicar, le ha dispen-
sado una muy favorable acogida, pero permanece sin grandes avances en Gran Bretaña y Francia. Es la identificación entre la disciplina y los valores sociales estadounidenses lo
que le ha permitido una rápida y feliz institucionalización.
Esa exitosa institucionalización se manifiesta en la creación de cursos de ciencia política en centenares de universidades, en la formación de una asociación profesional y en la pu-
blicación en 1906 de la American Political Science Review, que centraliza a partir de ese momento la discusión académica sobre los grandes temas de la disciplina; resumiendo, se
expresa en la existencia de una auténtica comunidad científica, ante el grado de institucionalización y profesionalización alcanzado.
Para comprender la importancia de esto, basta con recordar que los otros grandes centros de la ciencia política recién tuvieron revistas especializadas que perduraran después de la
última posguerra. La Revue Francaise de Science Politique es fundada en 1950, el British Journal of Political Science aparece en 1970; la Rivista Italiana di Scienza Politica es pu-
blicada a partir de 1971. Y son precisamente esas revistas las que, al permitir el diálogo crítico entre los miembros de una ciencia, dan lugar a la acumulación del conocimiento.
Entre los años 70 del siglo XIX y los 50 del XX, la ciencia política se caracteriza por abordar principalmente tres campos de estudio. El primero de ellos comprende la investigación
sobre la teoría del Estado, es decir el análisis de la justificación filosófica en que se sustenta la autoridad estatal, así como la naturaleza que tienen y el rol que desempeñan en la so-
ciedad política la libertad, la igualdad política, la justicia y la participación cívica. Este campo de estudios sigue teniendo por cierto muchos puntos en común con las reflexiones que
caracterizan a la filosofía política, el derecho público y la historia política.
El segundo campo de estudios lo constituye el análisis comparado del funcionamiento del gobierno en los Estados modernos, buscando destacar tanto las similitudes como las dife-
rencias existentes entre los mismos. Finalmente, el tercero se centra en la observación de las relaciones existentes entre los Estados.
En este lapso, la ciencia política se distingue por estudiar básicamente las instituciones políticas, en particular las instituciones estatales representativas que caracterizan a la de-
mocracia liberal. Estas últimas se transforman entonces en el objeto de la disciplina, que utiliza métodos y técnicas de investigación basados en la comparación histórica y que, por
cierto, no pretende poner distancia entre hechos y valores, dado que es ampliamente prescriptiva. Para ella, el gobierno del Estado debe ser eficiente, responsable y representativo
en su relación con la ciudadanía, ese tipo de gobierno se da principalmente en las democracias anglosajonas, que se constituyen entonces obligadamente en el modelo histórico a
seguir por parte de las numerosas sociedades que ingresan en la vida democrática.
Los grandes trabajos teóricos que distinguen a la ciencia política de ese tiempo y que se transforman en manuales obligados para la formación de los futuros miembros de la disci-
plina, son los que producen dos destacados profesores universitarios: James Bryce en Oxford y Abbot Lawrence Lowell en Harvard. En 1888 Bryce publica el más sólido trabajo
que se haya producido sobre el gobierno americano: The American Commonwealth, que obtendrá un vasto eco en la comunidad científica, para la que se transformará en un clásico
de lectura obligada. Desde América le responderá Lowell en 1908, editando The Government of England, obra que logró similar repercusión.
Ambos autores incursionan asimismo en el campo de la comparación: Lowell publica en 1896 Governments and Parties in Continental Europe, mientras que Bryce hace conocer en
1921 su Modern Democracies.
Hasta 1950, la ciencia política vigente en su más dinámica tradición de investigación de este período, la anglosajona, ha acumulado datos y ha refinado sus formas de análisis, pero
ha continuado transitando los mismos rumbos. La disciplina se basa en el estudio histórico y valorativo de las instituciones a la vez que en el análisis comparativo de las mismas.
Por eso no llega a identificarse con las ciencias naturales, las más avanzadas metodológicamente, dado que los juicios normativos, las prescripciones institucionales, siguen consti-
tuyendo el eje conceptual de su discurso científico, centrado en el análisis manifiestamente apolítico de las instituciones políticas que distinguen al mundo de habla Inglesa.
Puede entonces definírsela hasta ese momento como ciencia política en sentido amplio, utilizando para ello la conceptualización que hace Norberto Bobbio: La expresión "ciencia po-
lítica" puede ser utilizada en un sentido amplio y no técnico, para indicar cualquier estudio de los fenómenos y de las estructuras políticas, conducido con sistematicidad y rigor, apoyado sobre un
amplio y cuidadoso examen de los hechos, expuesto con argumentos racionales.
Sin embargo, los años 50 marcarán un hito de inflexión en el derrotero de la ciencia política, al producirse en los Estados Unidos el apogeo de la Revolución Conductista, que cons-
tituye una auténtica revolución científica pues modifica completamente el paradigma vigente hasta esos años al redefinirlo, no sólo metodológicamente sino asimismo filosófica-
mente en la tradición de investigación anglosajona. La expresión “tradición de investigación” es utilizada por Laudan para describir los contenidos meta teóricos de la ciencia, re-
sultando sumamente útil para explicar el actual desenvolvimiento de la disciplina.
Para Laudan, toda teoría está encuadrada en una tradición de investigación que la caracteriza filosófica y metodológicamente, produciéndose en la misma una continua evolución
que es la que permite el cambio gradual en el interior de una ciencia.8

LAS GRANDES TRADICIONES DE INVESTIGACIÓN ACTUALES: SURGIMIENTO Y AUGE DEL PARADIGMA CONDUCTISTA EN LOS ESTADOS UNIDOS
7
El fundador de la filosofía positiva, Auguste Comte, entendía que el surgimiento de la ciencia política, como ciencia positiva, era el producto de la evolución del conocimiento humano, de los estadios teológico y metafísico al positivista, y de la evolución de las sociedades. “[...] la teoría no pudo
establecerse hasta entonces porque hubiera estado demasiado por delante de la práctica. Estando destinada a dirigirla, no hubiera podido precederla hasta el punto de perderla de vista. Por otra parte, no hubiera tenido antes una base experimental suficiente. Era menester el establecimiento de un
sistema de orden social, admitido por una población muy numerosa y compuesto por varias grandes naciones, y la duración máxima posible de ese sistema, para que hubiera podido fundarse una teoría sobre esta vasta experiencia”, en A. Comte: Primeros ensayos (1854). Fondo de Cultura Eco-
nómica, México, 1977, pág. 111 (el subrayado me corresponde).
8
J. Laudan: Progress and values, Berkeley, University of California Press, 1984. Si bien ese trabajo incorpora esa conceptualización, cuya riqueza permite asociar dos conceptos tan aparente antagónicos como los de tradición -valores- e investigación -razón científica-, no adhiere en cambio a la
totalidad de sus contenidos, caracterizados por desarrollar un debate con Kuhn sobre las etapas de la ciencia. Prefiere al respecto preservar como marco de análisis de esa problemática los desarrollos teóricos previos de H. G. Gadamer (el inspirador de todo este debate), particularmente el concep-
to de conciencia histórica.
3

2.1. EL EXITOSO TRASLADO DEL POSITIVISMO LÓGICO A AMÉRICA

Entre ambas guerras mundiales, se agrupa en Viena un conjunto de notables filósofos de lengua alemana. De sus debates surge el Círculo de Viena, cuyos más renombrados miem-
bros son Schlick, Carnap, Neurath y Feigl. Se harán famosos por elaborar un discurso metodológico que fue denominado positivismo lógico o neopositivismo, que transcendió rá-
pidamente al mundo anglosajón. Basado en las premisas filosóficas del empirismo, este discurso centró la búsqueda del conocimiento en procedimientos inductivos ajenos por
completo a la especulación metafísica que había caracterizado históricamente a la cultura alemana. Por esa razón pretende sustituir con los protocolos -registros lingüísticos de los
hechos observados- a los desarrollos conceptuales de la teoría, para así orientar empíricamente la investigación científica.
Su gran contemporáneo Karl Popper, quien convivió con ellos en Viena pero sin incorporarse jamás al grupo, es quien mejor ha definido este inductivismo. Con la perspectiva his-
tórica que le daba el medio siglo transcurrido desde que participara en los debates metodológicos que dieron forma al positivismo lógico, Popper opinó en 1983: Esta es realmente
una teoría del conocimiento ingenua. Una ingenua teoría del conocimiento a nivel del sentido común: he nacido, por así decirlo, completamente ignorante y, todo saber alcanza realidad por medio de
impresiones sensoriales. Y esta postura conduce fácilmente a una postura ulterior: en efecto, si todo saber está constituido por impresiones sensoriales, ¿por qué creo entonces que hay algo más que
impresiones sensoriales? Y la respuesta es que no hay en modo alguno nada más. Y así se llega al positivismo. El mundo, pues, no es otra cosa que mis impresiones sensoriales.
Por eso Popper llega a una muy distinta conclusión: […] aquella imagen de la ciencia que nos la pinta coleccionando y coleccionando observaciones que, como dijo Bacon, se prensan como las
uvas en el lagar. Las uvas son, según esta representación, las observaciones, y estas uvas son prensadas y de ello proviene el vino, esto es, la generalización, la teoría. Este cuadro es esencialmente
falso. Mecaniza el acto creador del pensar y descubrir humano. Esto es lo que era importante para mí. La ciencia avanza de forma muy distinta, a saber: avanza examinando ideas, imágenes del
inundo. La ciencia procede del mito.
¿Por qué fue tan amplia, sin embargo, la vigencia del positivismo lógico? Para comprenderlo deben recordarse las circunstancias históricas en las que surge, pese a que siempre
pretendió ser ajeno a las perspectivas históricas y filosóficas que orientan el conocimiento a lo largo de los siglos. Sin embargo, como lo destaca Kolakowski, esa versión actualizada
del positivismo no escapa a esos condicionamientos al elegir el problema cognoscitivo a responder. Su respuesta, producida en la Europa central a comienzos de los años 30, repre-
senta el rechazo del pensamiento racional más avanzado hacia el pensamiento totalitario que se está expandiendo en esa época en el continente.
Ante aberraciones pseudo científicas como el manejo del concepto de raza en el nazismo por Rosenberg o del determinismo económico por Lysenko en el stalinismo -que llevan a
sus comunidades científicas a condenar la física "judía" y la genética mendeliana-, el positivismo lógico sostiene que sólo es posible hacer afirmaciones científicas partiendo de
hechos observados empíricamente.
Frente a la proliferación de mitos ideológicos, no sustentados empíricamente pero reconocidos como enunciados científicos en las sociedades europeas -sobre las que tienen vasta
repercusión la mitificación científica del Estado, la raza, el partido-, el mayor objetivo que pretende alcanzar el Círculo de Viena es quitar connotaciones irracionales al discurso
científico, para impedir que sea utilizado inescrupulosamente por esas experiencias totalitarias. De allí su reivindicación de la supremacía del método de las ciencias naturales y de
la empiria sobre las teorías de la filosofía.
Cuando el triunfo del totalitarismo es casi total en la Europa continental de fines de los 30, estos intelectuales deben refugiarse en el mundo anglosajón, principalmente en los Es-
tados Unidos. En esta otra orilla del océano, los exiliados centroeuropeos hallarán reconocimiento no sólo académico sino también social, pues sus ideas se identifican muy fácil-
mente con el pragmatismo vigente en la filosofía y los valores sociales estadounidenses. Esas "afinidades electivas" harán que el vienés Lazarsfeld se transforme en el gran mentor
metodológico de sus ciencias sociales.
Las ciencias sociales anglosajonas harán suyo el discurso metodológico expuesto por el positivismo lógico, identificando sus métodos de investigación con los de las ciencias natu-
rales, dado que al hacerlo continúan con la tradición de investigación que ha caracterizado al pensamiento inglés a lo largo de la modernidad. Habermas define este último fenó-
meno con su habitual precisión: "en su caso la ontología empirista se ha transformado en una segunda naturaleza".
La diáspora centroeuropea que produce el nazismo no sólo enriquece la filosofía y métodos que nutren a las ciencias sociales estadounidenses, también incrementa notoriamente
su bagaje teórico. Aunque en este caso desde una perspectiva filosófica muy diferente a la del Círculo de Viena, pues la mayor parte de los grandes teóricos exiliados tienen en co-
mún su pertenencia previa a la Escuela de Frankfurt: Adorno, Gerth, Horkheimer, Kirchheímer, Marcuse, los dos Neumann. Desde el neomarxismo harán asimismo aportes muy
importantes al colosal crecimiento cuantitativo y cualitativo de esas ciencias, iniciando un debate teórico todavía no concluido.
La riqueza de ese pensamiento centroeuropeo, la acogida que recibió en los ambientes académicos y en la sociedad estadounidense, harán que la ciencia política sea muy diferente
después de ese exilio masivo, adquiriendo un protagonismo intelectual que hasta entonces no tenía, al sustraerla de cierto provincianismo académico que la afectaba seriamente.
Gravita asimismo en el formidable desarrollo de la ciencia política el estar los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial en su apogeo económico. Su producción industrial
constituye las dos terceras partes de la del mundo, al iniciarse la mayor expansión económica de la historia de la humanidad. Ello hace comprensible el predominio de sus universi-
dades en el pensamiento occidental. Respaldadas por los subsidios del gobierno federal y de las fundaciones empresariales, notoriamente cuantiosas en el área de la investigación
aplicada, pasan a ser centros de estudio de prestigio mundial. Y la ciencia política pasa a desempeñar un rol privilegiado en este proceso, dado que la preponderancia de los Estados
Unidos en la política mundial y los crecientes problemas políticos que se suscitan ante el cambio estructural que se está produciendo en su sociedad pasan a dar notable relieve a la
investigación en ese campo.
Carente de una elite política acostumbrada a gobernar el mundo como lo ha sido la británica, el gobierno estadounidense debe recurrir a los expertos para asesorarse en la toma de
decisiones en política exterior. Del mismo modo, su dinámica social, incrementada ahora más que nunca por el gran crecimiento económico, agrava cada vez más los problemas po-
líticos en las grandes ciudades. La respuesta es el incremento de las prestaciones que caracterizan al Estado keynesiano, estando el diseño de las políticas sociales que orientan las
mismas también a cargo de expertos, dado que los Estados Unidos jamás se caracterizaron por tener una burocracia como la alemana o un servicio civil como el británico. En am-
bos casos la ciencia política forma y provee esos expertos.
Estas circunstancias se reflejarán en la prosperidad y prestigio de los centros universitarios que enseñan ciencia política. Respaldados por sólidos presupuestos, fortalecidos en su
4
claustro docente por la emigración europea y teniendo también grandes perspectivas laborales para sus estudiantes, producirán un extraordinario crecimiento de la disciplina en
los Estados Unidos. Sus miembros pasarán a constituir entonces la mayoría de los integrantes de esa comunidad científica a nivel mundial.

2.2 EL TRIUNFO EPISTEMOLÓGICO DEL CONDUCTISMO

Es en este contexto que se produce en Norteamérica la revolución conductista o behaviorista en la ciencia política. En su transcurso el análisis científico de la política se autonomiza
de la matriz filosófica, jurídica e histórica que hasta entonces lo había orientado. Pasa a definirse como una disciplina científica con características propias, como una ciencia natu-
ral de la política. Norberto Bobbio la conceptualiza como ciencia política en sentido restringido: La expresión ciencia política sirve para indicar una orientación de estudios que se propone
aplicar al análisis del fenómeno político en la medida de lo posible, esto es en la medida en que la materia lo permite, mas con cada vez mayor rigor, la metodología de las ciencias empíricas (sobre
todo en la elaboración y en la codificación hechas por la filosofía neopositivista). Más brevemente, ciencia política en sentido restringido o técnico es entonces la «ciencia empírica de la política» o
«ciencia de la política» conducida según la metodología de las ciencias empíricas más desarrolladas, como la física, la biología, etc. Cuando hoy se habla de desarrollo de la ciencia política se hace re-
ferencia a las tentativas que se están haciendo, con mayor o menor éxito mas mirando a una gradual acumulación de resultados, de promover el estudio de la política a ciencia empírica (rigurosa-
mente entendida).
En este sentido más específico de “ciencia”, la ciencia política se viene distinguiendo cada vez más de toda investigación dirigida no ya a describir o a comprender aquello que es sino a delinear aque-
llo que debe ser, investigación a la que conviene más propiamente y a la cual se le suele dar ahora comúnmente el nombre de filosofía política.
La repercusión que ha tenido el positivismo lógico en una ciencia política que atraviesa por circunstancias excepcionalmente favorables no debe hacernos olvidar que el conductis-
mo se origina en los Estados Unidos, pues está estrechamente enraizado en su tradición de investigación. Iniciado en el campo de estudios de la psicología, se proyecta luego sobre
las restantes ciencias sociales, no escapando por cierto la ciencia política a este fenómeno cultural de identificación masiva con las premisas conductistas.
La psicología conductista surge con John B. Watson, quien publica dos importantes obras, Behaviorism en 1912 y Psychology from the Standpoint of a Behaviorist en 1919. El beha-
viorismo o conductismo tiene como ámbito de aplicación el análisis de las readaptaciones de la conducta humana a través de un mecanismo psicológico de estímulo-respuesta. No
niega la subjetividad humana, simplemente la ignora.
Dado que la relación existente entre el estímulo y la respuesta es observable empíricamente, para estudiar las readaptaciones que ello produce el conductismo recurre a la técnica
experimental de la recolección de datos. Su expectativa no es concretar esos estudios en leyes universalmente válidas, sino implementar una metodología de investigación apta para
la solución de problemas, y por lo tanto sólo ocasionalmente concretable en teorías. Watson rechaza la pretensión de construir leyes universales, al entender que ésta es la caracte-
rística de los sistemas filosóficos que ha sido rechazada por la ciencia moderna.
Para Watson, el conductismo debe entonces controlar las reacciones humanas de la misma manera que los científicos naturales controlan y manipulan los fenómenos de la natura-
leza. El valor científico del conductismo consiste para él en su capacidad de predecir y así controlar la actividad humana. Por eso entiende que la sociología puede hacer suyos los
principios conductistas, para de este modo replantearse de un modo más concreto los problemas que analiza.
Como lo define Homans: La intuición fundamental del conductismo fue de tipo estratégico: en lugar de tratar de analizar la conciencia y los estados mentales, los investigadores podrían hacer
mayores progresos atendiendo a las acciones de hombres y mujeres y a los estados observables de los individuos y su entorno que es posible relacionar legalmente con tales acciones.
Justo es aclarar que los desarrollos teóricos que caracterizaban a la ciencia política estadounidense ya se encaminaban en esa misma dirección, como lo evidencian las obras de Lo-
well y Bentley.
Al publicar en 1908 Abbot Lawrence Lowell su gran obra The Government of England, evidencia hasta qué punto se identifica el ethos liberal británico con el estadounidense. Au-
tor de una obra clásica sobre el gobierno inglés -cuyas características exitosas se reflejan para él en la experiencia estadounidense-, presidente en 1909 de la Asociación Americana
de Ciencia Política creada en 1903, rector de la Universidad de Harvard por más de veinte años, el peso institucional de la figura de Lowell en la conformación de las peculiaridades
de la ciencia política estadounidense será muy grande. Eso hará que muchos años después Charles Merriam lo defina como el «padrino intelectual del conductismo»
El discurso de Lowell está orientado por la visión funcionalista, pluralista y cuantitativista con la que analiza el fenómeno político. Es el suyo un formalismo organicista, que le
permite observar el sistema político británico desde una perspectiva inspirada en las ciencias naturales. Un modelo organicista es el que le permite interpretar las razones de esta
exitosa experiencia democrática, que para él está sustentada en el equilibrio funcional que se da en las prácticas gubernativas inglesas.
Para Lowell, este equilibrio se produce por el hecho de que ningún cuerpo político organizado posee una autoridad absoluta para expresar la voluntad popular. Este pluralismo los
conduce a negociar obligadamente entre ellos, para poder concretar políticas públicas. Por eso le será muy grato a Lowell asociar la imagen del comerciante a la del político.
Un gobierno es entonces, para él, el equivalente de un organismo, cuyas partes accionan y reaccionan unas sobre otras. Por eso, para entender las leyes orgánicas de un orden polí-
tico pluralista es necesario examinarlo como un todo. Sólo así podrán descubrirse las auténticas funciones de cada parte, del mismo modo que su influencia sobre las demás partes
y su relación con el equilibrio del organismo en su conjunto. Para Lowell, el gobierno inglés es el más notable que ha conocido el mundo, dado que su equilibrio -permanentemente
renovado- es el producto de esa interdependencia fáctica y no sólo del contrapeso normativo que establecen las instituciones políticas democráticas.
Esto lo lleva a oponerlo al gobierno francés y a oponer las costumbres al normativismo o, como lo hace más contemporáneamente Sartori al tratar el mismo tema, la democracia
empírica a la democracia racionalista. El sistema inglés funciona mediante una continua serie de readaptaciones que lo hacen cada vez más congruente consigo mismo. Al ajustar
cada una de sus partes de una manera más eficaz con las demás partes que lo constituyen. Ello es el resultado de un largo proceso, paulatino y sin trastornos revolucionarios. Por
eso ese gobierno, como todo organismo viviente, tiene deficiencias, pero ellas no interfieren en el eficiente funcionamiento del todo.
Para entender este fenómeno político de larga data, Lowell sostiene que debe recurrirse a la psicología, sustentando empíricamente este análisis con la recolección estadística de
datos, para de este modo poder llegar a comprender los complejos fenómenos de reorientación de la opinión pública que encauzan las políticas democráticas inglesas.
También en 1908 aparece en los Estados Unidos otro valioso trabajo de análisis político: The Process of Goverment. La obra de Arthur Bentley es abiertamente pragmática, deja de
lado tanto las conceptualizaciones formales del Estado, propias del derecho público, como la referencia a los condicionamientos contextuales que hace la historia. Le interesa, en
cambio, tener instrumentos metodológicos dotados de la suficiente precisión de medición como para poder calcular y describir las presiones sociales sobre la política. Y eso requie-
5
re, además, unidades observables empíricamente, razón por la cual opta por la categoría analítica de grupo. La complementa con otra categoría definible funcionalmente, la de pro-
ceso, y articula a ambas a través de una tercera que da sentido a la interacción entre esos grupos, la de interés.
Para Bentley, el grupo es indefinible de no observárselo en relación a otros grupos, sólo tiene sentido en función de su actividad. A través de esta actividad los grupos se entrelazan
en un sistema en el que interactúan de modo pluralista en defensa de sus intereses, presionándose unos a otros y presionando al gobierno.
Desde esta perspectiva analítica, el proceso de gobierno se transforma en el análisis de las presiones ejercidas por los grupos sobre las instituciones formales e informales de la polí-
tica. Estas presiones dan lugar a un equilibrio permanentemente readaptado, que es consecuencia de ajustes transitorios entre las fuerzas en contraste. El valor de las instituciones
consiste entonces en su eficacia para actuar como instrumentos representativos y resolutivos de esos intereses en contraste.
En Bentley se percibe, como en Lowell, el rechazo al formalismo racionalista de los juristas, del mismo modo que la reivindicación de los procedimientos metodológicos tomados de
las ciencias naturales, tales como el diseño de modelos analíticos y la recopilación empírica de datos. Para ambos es la autorregulación social, más que las instituciones jurídicas, lo
que orienta la toma de decisiones políticas en las exitosas democracias anglosajonas.
Con Charles Merriam se producirá la transición definitiva del razonamiento teórico tradicional a la filosofía y métodos conductistas. Al asumir en 1926 como presidente de la Aso-
ciación Americana de Ciencia Política, expresará en su discurso que el problema más serio para el estudioso de la política es la integración de la ciencia social con los resultados ob-
tenidos por las ciencias naturales. El hilo conductor de la experiencia conductista será entonces la adopción por parte de la ciencia política de la filosofía y los métodos de investiga-
ción de las ciencias naturales, a los que asume como propios.
Hasta qué punto se generalizará su implementación lo demuestra la triunfal descripción que Merriam hace del éxito del conductismo en 1950, al describir el estado de la cuestión
en su comunidad científica. La Dirección del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Chicago, del que son miembros Harold Lasswell, David Truman y Gabriel Al-
mond, le ha permitido a Merriam definir y difundir exitosamente el conductismo. Las obras de estos importantes autores marcan el surgimiento y el auge del conductismo: Me-
rriam publica New Aspects of Pólitics en 1925; Lasswell, Politics: Who gets What, When, How en 1936; Truman, The Governmental Process. Political Interests and Public Opinion
en 1951; Almond y Powell, Comparative Politics: A Developmental Approach en 1966.
Es en una nueva universidad, la de Chicago -en la que por esa misma razón no existen antiguos y prestigiosos estudios que hagan de su perspectiva científica el principio orientador
del conjunto de ciencias afines que en ellas se estudian, como es el caso del Derecho en Harvard-, donde se da el afianzamiento simultáneo de la autonomía institucional y la profe-
sionalización de la ciencia política y la sociología estadounidenses, en un contexto de auténtica interdisciplinariedad.
Pero sus caminos fueron contradictorios. Al hacerse conductista, la ciencia política de Chicago se identificó con el paradigma funcionalista, vigente en las ciencias sociales estadou-
nidenses por el peso intelectual de la figura de Parsons, dándole esta situación una gran resonancia a su discurso científico. En cambio, la sociología de Chicago, basada en el inte-
raccionismo simbólico, sufrió un rápido ostracismo académico al chocar con el paradigma funcionalista, hasta desaparecer a mediados de los 40 el esplendor sociológico de este
centro de estudios.

2.3 LAS PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE LA REVOLUCIÓN CONDUCTISTA

¿Por qué puede decirse que el conductismo constituyó una revolución científica en la ciencia política a mediados del siglo? Robert Dahl, uno de los grandes protagonistas de la
misma, lo define con precisión: Históricamente hablando, el método conductista fue un movimiento de protesta en la ciencia política. Por su utilización partidista. En parte como una especie de
epíteto, términos tales como comportamiento político y método conductista llegaron a quedar relacionados con un número de científicos de la política, principalmente americanos, que compartían un
fuerte sentimiento de insatisfacción por las realizaciones de la ciencia política convencional, principalmente en los terrenos histórico, filosófico y descriptivo institucional, junto con la creencia de que
deben existir o podrían ser desarrollados, métodos o procedimientos adicionales que pudieran aportar a la ciencia política proposiciones empíricas y teorías de naturaleza sistemática, comprobadas
por observaciones más estrechas, más directas y más rigurosamente controladas de los acontecimientos políticos.
Por lo menos, pues, aquellos que alguna vez fueron llamados conductistas (behavioristas o behavioralist) tenían una nota común: el escepticismo ante los logros intelectuales normales de la ciencia
política, la simpatía hacia las «formas» científicas de investigación y análisis y el optimismo respecto de las posibilidades de mejorar el estudio de la política.
Un canadiense que se doctora en la Universidad de Harvard transformándose luego en el gran teórico del conductismo, David Easton, es quien en 1953 precisa el sentido que da el
conductismo al estudio de la política. Easton destaca que el centro de atención de la ciencia política se ha desplazado del análisis de las instituciones al de los individuos, cuyas mo-
tivaciones, personalidades o sentimientos observa, para poder de este modo investigar adecuadamente cómo están relacionados y que influencia tienen en un proceso político.
Para la ciencia política ello implica su distanciamiento de la tradicional matriz jurídica, filosófica e histórica que hasta entonces la había orientado. El derecho público es dejado de
lado, al considerarse que los comportamientos políticos de los individuos se originan sólo parcialmente en las normas jurídicas. Al conductismo no le interesa el estudio de las insti-
tuciones y de las estructuras jurídicas que las sustentan, estudio que hasta entonces había caracterizado a la ciencia política; le atrae en cambio el análisis de los procesos y meca-
nismos informales a través de los cuales interactúan políticamente los hombres.
La filosofía política también es soslayada, dado que es percibida como prescriptiva. La ciencia política como ciencia empírica es para el conductismo una disciplina descriptiva, aje-
na por lo mismo a la prescripción valorativa que, al trasladar los juicios de valor al análisis de los hechos políticos, perjudica al conocimiento científico. Gravitan empero en el re-
chazo al discurso filosófico los mismos valores que el conductismo pretendía disociar del estudio científico de la política. Así lo hace notar Isaías Berlin al destacar, en un trabajo de
vasta repercusión, que en una sociedad exitosa -como lo era la estadounidense en ese tiempo- no podían surgir discusiones serias sobre los fines políticos de la misma o sobre los
valores que la sustentaban; sólo podían surgir debates empíricos acerca de la mejor manera de alcanzar una meta que era compartida por todos. Por eso, si bien el conductismo re-
chaza el discurso filosófico por valorativo y por lo mismo ajeno a la ciencia, su discurso científico también es valorativo -sólo que implícita y no ya explícitamente- al analizar el mo-
delo político anglosajón.
El rechazo de la historia es, asimismo, casi total: los conductistas tienden a ver no las peculiaridades sino las uniformidades de los fenómenos singulares, para así poder pasar de la
descripción del fenómeno a su explicación y posteriormente a su predictibilidad. Del mismo modo, desconocen la historicidad de los procesos políticos pues, como ya se ha dicho,
desde sus inicios el conductismo no rechaza la subjetividad, simplemente la ignora.
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Abandonado el estudio de las instituciones, de las ideas que las sustentan y del marco histórico que les da sentido, el conductismo define como objeto de la ciencia política el estu-
dio de la personalidad y la actividad política del individuo. Fiel a la tradición de investigación anglosajona, entiende que lo social no es más que la suma de sus partes individuales.
Por eso el mayor sociólogo conductista, George C. Homans, puede decir al respecto que lo que identifica al conductismo es el individualismo metodológico: Aunque no le hayan dado
ese nombre, creo que la posición del "individualismo metodológico" es la que han sostenido durante siglos la mayor parte de quienes han pensado sobre esta cuestión, John Stuart Mills, en su A Sys-
tem of Logic, ofrece una buena formulación, clara y bastante temprana de esta perspectiva: «Las leyes de los fenómenos sociales no son ni pueden ser otra cosa que las leyes de las acciones y pasio-
nes de los seres humanos unidos en el estado social. Los hombres siguen siendo hombres en un estado de sociedad; sus acciones y posiciones obedecen a las leyes de la naturaleza humana individual.
Cuando se reúnen, los hombres no se convierten en otro tipo de sustancia con propiedades diferentes, igual que el oxígeno y el hidrógeno son distintos del agua... Los seres humanos en sociedad no
tienen más propiedades que las derivadas (y reductibles) a las leyes de la naturaleza del hombre individual.
Ello explica por qué para el conductismo la Psicología conductista cumple un rol preponderante en la reformulación de la filosofía y los métodos de investigación de la ciencia polí-
tica. Si la relación entre el estimulo y la respuesta es lo que permite a la psicología conductista explicar los comportamientos individuales, esa misma relación será utilizada por la
ciencia política conductista para explicar los fenómenos políticos (llevándola por momentos a un reduccionismo psicológico).
El análisis político conductista recurre también a la sociología, al entender que ésta posee métodos de investigación cuantitativos tan rigurosamente científicos como los de las
ciencias naturales. De este modo hace suyas técnicas de indagación como la entrevista, la encuesta de opinión, el análisis de contenido del discurso político, apoyadas en sofistica-
das técnicas cuantitativas de medición. Como consecuencia de esto, el conductismo redefine el método de investigación de la ciencia política. En muy poco tiempo, la proyección de
estas técnicas de investigación sobre el campo de lo político provee una acumulación notable de datos a la disciplina. Sin embargo, la subestimación del marco teórico como medio
de aproximación al conocimiento empírico -que caracteriza al positivismo lógico- hace que muchas veces esos cuantiosos datos no logren escapar a la trivialidad, como lo reconoce
Dahl (el hiperfactualismo es un pesado lastre que arrastra consigo el conductismo).
La otra gran contribución científica que reivindica el conductismo es la economía, en particular la economía clásica. De ella hace suya su filosofía racionalista e individualista, y al
hacerlo incorpora un modelo de relaciones de intereses que le sirve para explicar los comportamientos políticos. Si las unidades de análisis son los individuos, dado que las institu-
ciones han quedado relegadas, ¿cómo explicar de qué manera coordinan éstos sus acciones políticas? El conductismo responde con el modelo del equilibrio, de la "mano invisible"
que regula el mercado económico.
La premisa subyacente es que el intercambio individual es racional y conduce ineludiblemente al acuerdo, a un continuo reequilibrio político. Como en la economía clásica, estos
individuos son personas que interactúan entre sí buscando maximizar sus intereses, y para poder concretarlo recurren a una cada vez mayor eficiencia. La interacción política es
entonces subinstitucional, pues no se basa en grandes principios normativos -discernidos filosóficamente e implementados jurídicamente- sino en las sanciones y recompensas que
según la perspectiva teórica de la economía clásica orientan la conducta individual.
Todo lo hasta aquí expuesto nos lleva a sintetizar los principios centrales del conductismo. El análisis político conductista busca detectar las uniformidades existentes en los com-
portamientos políticos individuales, para luego expresarlas en generalizaciones que permiten plantear teorías de valor explicativo y predictivo, en leyes de causalidad. Tanto esas
generalizaciones como las teorías que surgen de ellas deben ser el producto de la observación empírica de lo político y no de deducciones especulativas. Para garantizar la objetivi-
dad de esa observación empírica, la misma debe ser verificada mediante su confrontación con la realidad. Este proceso cognoscitivo tiene como consecuencia obligada la necesidad
de la cuantificación: el científico político debe recurrir a la medición y cuantificación de sus relevamientos de datos, para de esta manera acrecentar estadísticamente la precisión de
las investigaciones y permitir la acumulación del conocimiento.
Esta identificación con el método de investigación de las ciencias naturales, que lo lleva a reivindicar la explicación sustentada empíricamente, hace que el conductismo sostenga
que las valoraciones éticas deben ser ajenas al análisis político. Los juicios de valor deben ser dejados de lado en la investigación científica; la verdad o falsedad de los enunciados
políticos no forma parte de esa investigación; la explicación del fenómeno político debe darse entonces desde una neutralidad axiológica, que escape por lo tanto a los compromisos
valorativos. Sólo así, sustrayéndola del debate ideológico, la ciencia política podrá obtener un conocimiento que sea a la vez preciso y acumulativo. Por eso se pretende eliminar del
análisis científico de la política sus contenidos normativos y metafísicos, aunque ello signifique mutilar su discurso teórico y su contenido ético. Al conductismo le interesa más el
promover la eficacia decisional que la justicia distributiva.
El conductismo sostiene la especificidad de la ciencia política como disciplina científica autónoma, pero a la vez reconoce la necesidad de integrar sus conocimientos con los de las
demás ciencias sociales, en una interdisciplinariedad que las beneficia a todas ellas.
Para esta perspectiva científica, la teoría política tradicional no ha producido un conjunto acumulativo de conocimientos, al centrar su atención en temas metafísicos y normativos
que proyectan modelos ideales de sociedad: en el deber ser y no en el ser. Para el conductismo, este tipo de reflexión ética es ajena a un proceso preciso y acumulativo de conoci-
mientos y ha conducido por eso al estancamiento disciplinario de este tipo de estudios. Por eso considera a la teoría política tradicional incompatible con el método científico, dado
que plantea mundos ideales más que proposiciones susceptibles de verificación empírica, y una ciencia se construye a través de una acumulación lenta, paulatina y fragmentaria de
teorías avaladas por la corroboración empírica.
Este particular criterio hizo que el conductismo definiera a las teorías políticas tradicionales como precientíficas, como filosofía política, reservando el carácter de científicas para
sus propias teorías, de carácter similar a las de las ciencias naturales. Esta actitud metodológica, inspirada en el positivismo lógico, se impuso ampliamente, conduciendo en mu-
chos casos al "empirismo ciego". Carentes los investigadores de un marco teórico adecuado, se observaban empíricamente múltiples fenómenos políticos, pero sin encontrar el sen-
tido que les daban los individuos que participaban en ellos.
Dahl percibe inteligentemente el problema estructural que afecta al conductismo: La perspectiva científica en la ciencia política puede producir fácilmente una sumisión peligrosa y antifun-
cional: la sumisión y humildad del científico social que puede tener plena confianza en sus hallazgos sobre materias menores, pero que puede tener dudas respecto de su capacidad para decir algo en
absoluto sobre cuestiones de mayor cuantía ( ... ) parece claro que, a menos que el estudio de la política dé lugar a, y sea guiado por, amplias y atrevidas teorías generales -aun cuando resultasen al-
tamente vulnerables-, tal estudio quedaría abocado al desastre definitivo de la trivialidad.
También gravita fuertemente en el rechazo a los desarrollos teóricos previos de la disciplina el hecho de que esa teoría política tradicional, esos clásicos del pensamiento occidental,
no ofrecían hipótesis operacionales para investigar los problemas específicos que se sucedían en el escenario político estadounidense. Y éste era el requisito obligado para poder ac-
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ceder a los cuantiosos subsidios gubernamentales y empresariales otorgados a los programas de investigación que fueran aplicables a la solución instrumental de los problemas po-
líticos que afectaban a los Estados Unidos en la posguerra.
La expectativa de una exitosa inserción en la sociedad que distingue al conductismo se evidencia hasta en la elección del nombre que define a esta perspectiva científica. Como lo
describe Easton, la expresión "ciencias sociales" despertaba grandes prevenciones en el contexto de la guerra fría. Tanto para el Congreso como para las fundaciones empresariales,
estaba asociada a los contenidos ideológicos del socialismo. Por eso, con criterio realista, para poder preservar e incrementar las fuentes de financiamiento de sus investigaciones y
de sus centros de estudios, sus seguidores rebautizaron a las ciencias sociales como behavior sciences, ciencias de la conducta.
De esta manera lograron superar las prevenciones ideológicas que despertaba el nombre anterior de estas disciplinas científicas, al lograr identificarlas con la corriente de pensa-
miento pragmático que singulariza a la cultura estadounidense. El conductismo pasó a definir, no sólo metodológicamente sino asimismo filosóficamente, el análisis político. La
ciencia política se definió normativamente a sí misma como un saber para aplicar, útil para orientar las reformas políticas que había provocado el New Deal. De este modo, más que
la observación empírica, fue un elemento subjetivo, la elección estratégica de un determinado patrón de investigación, lo que definió el paradigma conductista.

2.4 LA HEGEMONÍA DEL CONDUCTISMO A MEDIADOS DEL SIGLO XX

El conductismo arraiga evidentemente en la tradición de investigación anglosajona, particularmente en la estadounidense, de la que hace suyos el pragmatismo y la sacralización
de la ciencia, y desde allí se difunde exitosamente por el resto del mundo. En ello inciden diversas causas. La primera es la notoria supremacía alcanzada por las universidades y
centros de investigación estadounidenses en la última posguerra. Esta circunstancia hizo que gran parte de los politólogos graduados en Europa en esos años realizaran en esas
universidades sus estudios de postgrado, y al hacerlo incorporaran a su background el discurso conductista, trasladándolo luego a los ámbitos universitarios de sus países de origen
(con las características de un discurso iniciático).
A ello debe sumarse el hecho de que, por la cantidad y calidad de sus miembros, la ciencia política estadounidense pasó a ser hegemónica en el mundo. A tal punto que, cuando Ga-
briel Almond asume en 1966 la presidencia de la Asociación Americana de Ciencia Política, proclama exultantemente que la ciencia política es una disciplina estadounidense. Am-
bas circunstancias hicieron que la mayoría de la bibliografía que orientaba el desarrollo de la ciencia política estuviera escrita en inglés, del mismo modo que las ponencias que se
presentaban en los congresos internacionales, foros en los que se discutía el estado de la cuestión en la disciplina.
El inglés se transformó en una lengua franca, tal cual lo había sido el latín para las universidades medievales, facilitando de ese modo una ágil comunicación entre los integrantes
de la comunidad científica. Esto facilitó aun más la difusión exitosa del conductismo, cuya filosofía y métodos de investigación pasaron a predominar en el mundo, descartándose
como precientífico todo aquello que no coincidía con los cánones conductistas.
Con la perspectiva histórica que nos da el tiempo transcurrido, hoy resulta evidente que, más allá de sus claroscuros, el conductismo ha transformado a la ciencia política. Ha defi-
nido la especificidad de la disciplina, poniendo distancia con el derecho público, la filosofía política y la historia, a la vez que ha reconocido la necesidad de una interdisciplinarie-
dad integradora con las demás ciencias sociales. Al hacerlo, ha redefinido el objeto y las técnicas de investigación que durante siglos habían caracterizado a la disciplina. Esta deli-
mitación contemporánea del campo de estudios de la ciencia política constituye por cierto uno de los grandes logros del conductismo.
Sin embargo, hoy en día es crecientemente reconocida la necesidad de recuperar las perspectivas jurídicas, filosóficas e históricas, para así enriquecer el discurso científico del con-
ductismo. Si bien este último ha dejado de lado el normativismo, existe la creciente demanda de recuperar el análisis institucional para el estudio de la política. Resulta sumamente
claro que la sola observación del comportamiento de los individuos y los grupos de interés no permiten una explicación exhaustiva de los complejos problemas políticos de nuestro
tiempo.
Asimismo, su reivindicación de la observación empírica, del uso de métodos cuantitativos de investigación, ha dado un saludable rigor científico a la disciplina, imponiendo una
mayor objetividad al análisis político a la vez que aportando al mismo un formidable banco de datos. Esto ha redundado en un reconocimiento social cada vez mayor de la impor-
tancia que tiene la ciencia política para los procesos políticos democráticos, tanto en lo referente al análisis de los comportamientos electorales como en lo atinente al diseño de po-
líticas públicas.
Pero lo que no ha podido imponer el conductismo es la convicción de la existencia de un único método de investigación, el de las ciencias naturales. Si bien la mayoría de los culto-
res de la ciencia política estadounidense siguen adhiriendo al inductivismo, los más refinados de ellos han hecho suyo el discurso metodológico de Karl Popper, que toma distancia
del inductivismo del positivismo lógico. En Europa se ha ido más allá: frente al positivismo del conductismo, ha surgido una fuerte corriente impugnadora, la hermenéutica filosó-
fica, producto de otra tradición de investigación.

2.5 LAS INCONGRUENCIAS EPISTEMOLÓGICAS DEL PARADIGMA

El bagaje conceptual que le provee la economía clásica permite al conductismo dar sentido a la interacción individual que desde esta perspectiva caracteriza a la acción política. Le
da una teoría, de la acción, que por cierto será muy bien aprovechada por los sucesivos desarrollos conductistas. Su consecuencia ética es muy seria: en lo sucesivo el concepto de
eficiencia política desplaza por completo al de justicia, que a lo largo de siglos ha orientado al análisis político, al entender el conductismo que este último concepto es prescriptivo
y, por lo tanto, su análisis corresponde a la filosofía política, no a la ciencia política. El equilibrio entre sus componentes, no la equidad social, es el objetivo de un orden político.
Sheldon Wolin interpreta bien el trasfondo de esta situación. Ya en 1960 escribía: La primacía de la acción económica, así como la tendencia de los liberales a tratar los fenómenos económi-
cos como idénticos y coextensos con los fenómenos sociales, fue sumamente alentada por los métodos supuestos empleados por los economistas clásicos del siglo XVIII...
Al reducir la vida social a términos económicos, los economistas se encaminaron hacia una teoría de la acción que tenía vastas repercusiones para la actividad y la teoría políticas...
Lo verdaderamente radical del liberalismo fue su concepción de la sociedad como una red de actividades llevadas a cabo por actores que ignoraban todo principio de autoridad. La sociedad repre-
sentaba no sólo un orden espontáneo y autoadaptado, sino una condición no alterada por la presencia de la autoridad.
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Se interpretó que estas cualidades de la acción social -ausencia de autoridad, espontaneidad y tendencia a la autoadaptación- significaban que la acción social carecía del elemento característico de
la acción política: la necesidad de recurrir al poder...
La antigua tarea de distribuir bienes de acuerdo con cierta norma de justicia fue transferida de la esfera pública y asignada al criterio impersonal del mecanismo de mercado...
Es decir que también el conductismo es prescriptivo, pues si bien sostiene la necesidad de encuadrar sus investigaciones en la filosofía y método de las ciencias naturales, se nutre
filosóficamente en una teoría de la acción que le provee la economía, sustentada en valores (los que brinda la tradición de investigación anglosajona) que esperan de mecanismos
similares a los del mercado la obtención del equilibrio político. No es de asombrarse entonces que los desarrollos teóricos del conductismo desemboquen finalmente en las teorías
económicas de la política.
Sin embargo, pese a las fuertes impugnaciones recibidas, el conductismo sigue teniendo una amplia vigencia en la ciencia política. Aunque Dahl estimaba en 1961 que, al constituir
una revolución científica exitosa, el conductismo había llegado a su fin, siendo por lo mismo la primera víctima de su éxito, eso no sucederá. El conductismo no desaparece sino que
se transforma a medida que recorre diversas fases, como lo señala Anthony H Birch.
Su primera fase, entre los años 20 y 50, se ha distinguido por la implementación de métodos de investigación cuantitativos al análisis de la conducta individual en situaciones polí-
ticas. La segunda fase, se caracteriza por el intento de reemplazar al Estado y a las instituciones como sujetos centrales del análisis político, recurriendo para ello a teorías sistémi-
cas de la política (útiles como armazones conceptuales que sirven para explicar la circularidad de los procesos políticos). La tercera fase está orientada al diseño y uso de modelos
económicos que describan al individuo como un actor racional de la política, propósito admirablemente cumplido por la teoría de la elección racional.

3 LAS TEORÍAS SISTÉMICAS DE LA POLÍTICA Y LA METAMORFOSIS DEL CONDUCTISMO

3.1 SUS ORÍGENES INTERDISCIPLINARIOS

El conductismo se había caracterizado inicialmente por su adhesión incondicional a la observación empírica como fuente del conocimiento científico de la política y, al hacerlo, su
inductivismo había postergado completamente a la teoría, circunstancia que muchas veces lo había hecho caer en el empirismo ciego. Por eso muchos de sus opositores señalaban
que no sólo era cuestión de observar sino de saber observar, exigencia que requería un marco teórico adecuado. Para obtenerlo, el conductismo recurrió a las teorías sistémicas de
la política, de un altísimo nivel de abstracción teórica.
Como lo destaca Giuliano Urbani las teorías sistémicas de la política se originan en diversos aportes científicos, todos ellos muy influyentes en la ciencia estadounidense de media-
dos de este siglo. La teoría de los sistemas generales surge en la biología, siendo su gran expositor en los años 20 el alemán Von Bertalanffy, para difundirse luego en la psicología
estadounidense en los años 50. Su mayor expectativa es la unificación de la ciencia y el análisis científico. Siendo éste el objetivo que también orienta al conductismo, no es de ex-
trañarse que el mismo le dispense una calurosa acogida, particularmente a su concepto de isomorfismo9, que 10es el que permitiría la concreción de la unidad de la ciencia, de una
única filosofía y metodología de la investigación.
Las teorías sistémicas de la política reciben asimismo el aporte de la teoría estructural-funcionalista, hegemónica en la sociología estadounidense de los 50 ante el grado de acepta-
ción que tiene el discurso de su gran expositor: Talcott Parsons. Aunque el concepto de sistema social de Parsons difiere del concepto de sistema político, al ser totalizante, ambas
conceptualizaciones convergen al definir funcionalmente los procesos de cambio en la sociedad y la política (particularmente en la obra de Almond).
En esos mismos años tienen gran repercusión las nuevas teorías cibernéticas, por la potencialidad explicativa que poseen, en particular las expuestas por Norbert Wiener. Ellas
proveerán de su lenguaje -y de su lógica- a las teorías sistémicas de la política. Easton sostiene que la más importante innovación científica de la época es el concepto de Feedback.
Finalmente, otro gran aporte es el que le brinda la economía clásica, permanente inspiradora del análisis político estadounidense. Las teorías sistémicas de la política toman de ella
conceptos claves como los de equilibrio, demanda y oferta.

3.2 LAS RAZONES DEL ÉXITO DE LAS TEORÍAS SISTÉMICAS

Las teorías sistémicas de la política son diseñadas en los Estados Unidos en los años 50 y 60 por destacadas figuras de la ciencia política, particularmente David Easton y Gabriel
Almond. Constituyen uno de los mayores esfuerzos realizados para proveer a la ciencia política conductista de una teoría general en la que pudieran subsumirse los cuantiosos
hallazgos empíricos que se estaban produciendo en la disciplina. Su expectativa es, entonces, darle a esta última un lenguaje unificado, un referente teórico común, para así guiar
los estudios empíricos de la política. Sirven, pues, para proveer un armazón conceptual al conductismo y, como consecuencia de ello, la ciencia política pasa a ser orientada por las
teorías sistémicas de la política, contribuyendo la rápida difusión de las mismas al afianzamiento de esa perspectiva científica.
Esas teorías coinciden con el momento de mayor influencia de la ciencia política estadounidense en la disciplina; su declinación se da simultáneamente con la recuperación de la
autonomía intelectual y de la identidad distintiva que logra la ciencia política europea.
Es indudable que el gran éxito que tiene el concepto de sistema político en la disciplina, hasta llegar a constituirse en el paradigma vigente —como lo destaca Almond al ser elegido
como presidente de la Asociación Americana de Ciencia Política en 1966—, está estrechamente asociado al predominio avasallante del conductismo en esos años. Sin embargo, en

9
L. von Bertalanffy: "An Outline of General System Theory" en British Journal for the Philosophy of Science, vol. 1, mayo de 1950-febrero de 1951, págs. 134-165. Para este importante autor, todos los sistemas se caracterizan -isomórficamente- por la misma interacción dinámica de sus partes;
por eso, aunque su obra tardó un cuarto de siglo en acceder al mundo de habla inglesa, obtuvo una amplia recepción en el mismo.
10
O. R. Young (Sistemas de Ciencia Política [1968], Fondo de Cultura Económica, México, 1972) es quien define con claridad el concepto de isomorfismo: "Los creadores de la teoría de los sistemas generales adujeron que muchas disciplinas deben ocuparse a un nivel básico de sistemas de una
clase u otra, y que debe haber cierto pensamiento fundamental muy abstracto que oriente los conceptos relevantes para los sistemas de todas las clases. Esta idea llevó a su vez a la elaboración de los conceptos del isomorfismo [...] la idea central es que los sistemas que difieren por su tamaño, es-
cala de tiempo y sustancia específica, se pueden asemejar grandemente en ciertas estructuras y procesos básicos [...] Desde el punto de vista de la teoría de los sistemas generales, los isomorfismos más importantes son correspondencias funcionales (más que estructurales) entre los sistemas, o si-
militudes fundamentales de los principios o procesos que gobiernan los sistemas", pág. 40.
9
la década siguiente decae rápidamente, como lo evidencia el hecho de que el concepto de sistema político no es analizado en el primer Manual de ciencia política estadounidense, el
de Greenstein y Polsby, cuando es editado en 1975.
¿A qué se debe entonces su vertiginoso éxito anterior? Su éxito en los años 60 no sólo es el resultado de una fuerte demanda que expresa el conductismo, la necesidad de contar con
teorías generales de la política; se trata, además, de dar una identidad teórica a la ciencia política, para así diferenciarla de las conceptualizaciones del derecho público, la filosofía
política y la historia. Es por otra parte evidente que la exigencia de una teoría general de la política pertenece a la tradición del pensamiento político de la que ya se ha hablado, y ni
siquiera un movimiento reivindicatorio de los estudios empíricos de la política puede sustraerse a ella.
Su masiva aceptación inicial se explica asimismo por el hecho de que un importante objetivo del conductismo es la individualización de una unidad de análisis que, como expresa
Easton, permite la comprensión de la conducta humana en sus expresiones políticas. Y el concepto de sistema político es el que le permite soslayar la utilización del concepto de Es-
tado, de claras reminiscencias jurídicas, como unidad de análisis de la política. Los individuos protagonizan los procesos de gobierno en el sistema político, diseñado por primera
vez por Easton en 1953.
Los teóricos que más repercusión tienen en la difusión del concepto de sistema político —Easton, Almond y Dahl— coinciden en definirlo como un conjunto de interrelaciones que
permiten explicar al fenómeno político. La comunidad científica hace suyas a esas premisas teóricas, ante el hecho de que las mismas son fácilmente identificables con el conduc-
tismo, dado que el esquema conductista de estímulo-respuesta encuentra una muy amplia aplicación en el estudio de la persistencia y adaptación de los sistemas, tras recibir los
mismos los estímulos provenientes del ambiente exterior y responder a ellos.

3.3 PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DE LA TEORÍA SISTÉMICA DE EASTON

Easton es el único de los teóricos citados que se decide a ir más allá del concepto de sistema político como unidad central de análisis en la ciencia política, al intentar construir una
teoría general de la política. Se lo podría considerar el Talcott Parsons de la ciencia política: por su intención de desarrollar, como éste, una teoría general que sirviera de armazón
conceptual a los estudios empíricos en su disciplina, y porque es asimismo notorio que, también como a Parsons, le preocupa analizar el equilibrio de los sistemas en un mundo en
permanente cambio.
La búsqueda de esa teoría general lleva a Easton a estudiar cuáles son los desarrollos fundamentales que caracterizan los procesos políticos. ¿Cómo hacen para persistir en un
mundo en continuo cambio? La idea fuerza en la que se apoya es que los sistemas políticos persisten a través del cambio mediante un equilibrio dinámico: el feedback.
Easton es muy claro al respecto: En la vida política, como en otros sistemas sociales, el feedback puede ser mostrado como fundamental tanto para la regulación del error, esto es, para mantener
al sistema apuntando en una dirección establecida -preservación del statu quo-, como para una redirección intencional, esto es, para apartarse en busca de nuevas metas para conquistar.
Al publicar en 1953 The Political System, Easton estudia el desarrollo que ha tenido hasta entonces la ciencia política, realizando a la vez su primer intento de diseñar una abstrac-
ción teórica que sirva de teoría general a la misma. Le preocupa combinar el concepto de equilibrio y el de sistema en la ciencia política y definir conceptualmente a esta última
(tomando distancia con el derecho). Esto lo lleva a definir como política a la asignación autoritativa de valores, que es el resultado de una interacción sistémica, marginando con-
ceptos como Estado, institución o ley.
En 1965 Easton publica dos libros casi simultáneamente. En el primero, Esquema para el análisis político, desarrolla la estructura conceptual de un esquema analítico que permita
el estudio sistémico de la política. En el otro, A System Analysis of Political Life, amplía los detalles de su esquema conceptual. Le preocupa analizar la vida política como sistema
de conducta, y para hacerlo termina por construir de manera analítica una abstracción: el sistema político (que nada tiene que ver con los sistemas naturales).
El diseño del mismo utiliza como unidad básica del análisis la interacción existente entre el sistema político y su ambiente social. El concepto de sistema político abarca entonces el
conjunto de interacciones que el investigador considera interesante estudiar, no la totalidad de las que se dan en la política. Así lo expresa Easton: Reservaremos el concepto de "siste-
ma político" a los roles de interacciones para las asignaciones relevantes para las asignaciones imperativas de una sociedad en su conjunto.
Aquello que distingue a las interacciones políticas de las demás interacciones sociales es el hecho de estar dirigidas a concretar la asignación autoritativa de valores en la sociedad
(autoritativa porque los actores afectados por ellas consideran obligatorias esas decisiones). El concepto de sistema político es atribuible entonces a aquellas interacciones que son
cruciales para esa asignación.
Para Easton, los tres componentes del esquema analítico, de la abstracción teórica que constituye el sistema político, son la comunidad política, el régimen y la autoridad. La co-
munidad política es un grupo de personas vinculadas por una división política del trabajo. El régimen es el conjunto de condicionamientos que tienen las interacciones políticas, y
está compuesto por valores, normas y estructuras de autoridad. Los valores son, a la vez que principios orientadores de la acción, objetivos a alcanzar, y tienen que ver con aquello
que puede ser admitido en la política cotidiana sin agredir los sentimientos de importantes sectores de la comunidad. Las normas explicitan qué procedimientos son aceptables en
la transformación y ejecución de las demandas. Las estructuras de autoridad se refieren a los modelos formales e informales con los que el poder es organizado y distribuido. La au-
toridad la constituyen quienes ocupan roles activos en la política y están comprometidos en la gestión diaria del sistema político.
¿Cómo se produce la interacción política? Al sistema político le llegan como inputs, como demandas y apoyos. Las demandas provenientes del ambiente social están basadas en las
necesidades que se originan en la opinión pública, expectativas de vida, motivaciones ideológicas, intereses, etc. Convertidas las necesidades en demandas expresas, éstas se trasla-
dan del ambiente social al sistema político, responsable de la agregación y articulación de esas demandas. Son las funciones que cumple la black box, que actúa como el filtro del
sistema, a través de mecanismos de reducción y selección de demandas.
Es éste un aspecto muy importante del desarrollo teórico de Easton, dado que demuestra la autonomía que atribuye al sistema político, tomando así distancia con el modelo socio-
lógico funcionalista (al que tanto le debe). La política no constituye un fenómeno espontáneo, meramente homostático; existen responsables políticos de la torna de decisiones. Es
la interacción entre las partes lo que da sentido al sistema político de Easton, no el sistema lo que da sentido a las partes como ocurre en el sistema social de Parsons. El esquema
conceptual de Easton pone distancia con el organicismo funcionalista11.
11
Pese a su deuda intelectual con Parsons, Easton pone distancias: "El hecho de que en la idea de persistencia pueda estar incluida la idea de cambio, vuelve indispensable diferenciar este concepto del de mantenimiento de sistemas. Mi análisis no está encaminado a investigar de manera exclusiva
o primordial este problema. Una cosa es preguntar por las condiciones mediante las cuales un sistema es capaz de mantenerse, y otra totalmente diferente tratar de averiguar las condiciones de la persistencia."
10
¿Quiénes son responsables del filtro de la demanda? Aquellos que ocupan determinados roles, sean individuos o grupos, constituyen los elementos estructurales que están en con-
diciones de orientar los contenidos del proceso político (y de las normas culturales que están asociadas a ellos). El apoyo, al menos de los miembros relevantes del sistema político,
es entonces indispensable para transformar las demandas en outputs, en decisiones (o para mantener decisiones ya tomadas). La principal distinción que hace Easton es entre apo-
yo difuso -que expresa confianza en la legitimidad del régimen y de la autoridad- y apoyo específico, que es el resultado de decisiones tomadas por la autoridad que han dado una
respuesta satisfactoria a los inputs previos, dado que existe un permanente flujo de intercambio de inputs y outputs.
Por eso Easton toma un concepto de la cibernética, el de feedback o retroalimentación de la información, para explicar cómo un proceso político tiene la posibilidad de controlar y
así regular los disturbios producidos en el sistema. Las partes que constituyen el circuito de retroalimentación son: a) los estímulos producidos por los outputs de los gobernantes
entre los ciudadanos; b) las respuestas-reacciones de los mismos; e) la comunicación a los gobernantes de las informaciones relativas a aquellas respuestas, y d) las nuevas y distin-
tas decisiones tomadas por los gobernantes como respuesta a la reacción de los ciudadanos. Resumiendo, se trata de una auténtica reorientación de metas tras el intercambio pro-
ducido entre el ambiente social y el sistema político, siendo ella la que permite la concreción de un equilibrio dinámico.
Así Easton ha definido a la política como el proceso circular de asignación autoritativa de valores a una sociedad, siendo una eficaz circularidad la que da funcionalidad al cambio
político. De no producirse esto último, se daría la sobrecarga del sistema político, entendiéndose por ello las exigencias cuantitativas o cualitativas sobre las capacidades de un sis-
tema político que el mismo no puede satisfacer en el tiempo disponible. Su consecuencia es la ingobernabilidad política.
La persistencia del sistema se da entonces por la capacidad del mismo para reorientar eficazmente la asignación autoritativa de valores entre los miembros de una comunidad polí-
tica. Ello le permite preservar su equilibrio, entendido como el estado de reposo que se produce como consecuencia de la interacción de fuerzas opuestas que se contrarrestan. Es
en la noción de feedback donde está, entonces, mejor representada la receptividad de los sistemas políticos abiertos -democráticos- a la demanda social, siendo su resultado la per-
sistencia a través del cambio (el colapso soviético parece ejemplificar adecuadamente el fenómeno contrario).

3.4 LAS DEBILIDADES CONCEPTUALES DE LA TEORÍA SISTÉMICA DE EASTON

Su terminología, tomada de la cibernética, da a la ciencia política una nueva gramática. Pretende así poner distancia con las antiguas conceptualizaciones, provenientes del derecho
público y la filosofía política. Pero el costo es alto: por momentos lo diagramático diluye a lo real en el estudio de los procesos políticos.
Asimismo, si bien se reconoce el mérito que tiene Easton al destacar la circularidad de los procesos políticos, una crítica muy común a su esquema analítico es que en la elaboración
del mismo da mucha mayor trascendencia a los inputs (como demanda y apoyo) provenientes del ambiente social que a los outputs, las decisiones políticas tomadas por el sistema
político. Transforma así a los primeros en la fuerza motriz que reequilibra el sistema, y al hacerlo de este modo tan exclusivo -y excluyente- disminuye la comprensión de los proce-
sos de cambio. Ocurre que, como es característico en el conductismo y en la tradición de investigación anglosajona, centra la clave de la política en la autorregulación social, dismi-
nuyendo el papel que les ha tocado cumplir al gobierno y demás instituciones políticas en los procesos de cambio, menospreciando la circunstancia de que también son iniciadores
de los hechos políticos.
El New Deal que desde el Estado puso en práctica en los Estados Unidos Roosevelt a comienzos de los años 30, y que después de sus cuatro elecciones presidenciales se proyectó
hasta avanzados los 70, constituye un dato empírico que contradice esta estructura teórica acentuadamente inputista que diseña Easton.
Es que, como él mismo lo declara en 1965 la función de una teoría general es guiar la investigación empírica, incorporando aquello que ya ha sido descubierto y sugiriendo a la vez
nuevas investigaciones. Y esto lo hace desde la perspectiva científica -ideológica- del conductismo. Por eso es oportuno recordar con Wolin la peculiaridad existente en las teorías
generales de la política: constituir a la vez que paradigmas científicos paradigmas políticos. La teoría sistémica de la política, pese a su alto nivel de abstracción conceptual, no logra
escapar a esa tradición al soslayar la importancia de los gobiernos en las iniciativas tendientes a lograr el cambio político.
Esas debilidades teóricas hacen que desde los 80 su expectativa de constituir una teoría general de la política haya quedado totalmente abandonada, resurgiendo el concepto de Es-
tado como unidad central del análisis de la política. Subsiste, en cambio, el uso del concepto de sistema político como enfoque teórico, útil por lo mismo para conectar distintas tra-
diciones de investigación, pero sin pretender ya uniformar su discurso con el conductista. Por eso es que pueden utilizarlo destacados politólogos tan diferenciados ideológicamente
como Sartori, Huntington y Offe.
Se da la continuidad de la percepción sistémica de los procesos políticos a la vez que se agotan sus premisas epistemológicas.

4 LA ÚLTIMA FASE DEL CONDUCTISMO: LAS TEORÍAS ECONÓMICAS DE LA POLÍTICA

4.1 SU ÉXITO EN LA TRADICIÓN DE INVESTIGACIÓN ANGLOSAJONA

Simultáneamente con el desarrollo y agotamiento de las teorías sistémicas, se produce el surgimiento de teorías económicas de la política. Poco tardarán en constituirse en el prin-
cipal filón teórico de la ciencia política, identificando una tercera fase del conductismo. Será esta fase la que tendrá más gravitación ideológica sobre el escenario político estadou-
nidense. En su caso puede decirse que se trata de una auténtica profecía auto cumplida, dado que sus postulados científicos, difundidos profusamente desde mediados de los años
50, son asumidos finalmente como propios por el programa y la política neoconservadora en los años 80, ante el grado de repercusión que han alcanzado en una sociedad abruma-
da por la crisis fiscal del Estado keynesiano.

El mantenimiento se pondera con la idea de salvar la pauta de relaciones existentes, y dirige la atención hacia su conservación. La persistencia revela la importancia de considerar, no cualquier estructura o pauta particular, sino los procesos vitales mismos de un sistema. En este sentido, un sistema
puede persistir aunque cambie continua y radicalmente todo lo asociado a él. La noción de persistencia va mucho más allá de la de mantenimiento; se orienta a investigar tanto el cambio como la estabilidad, pues ambos se pueden interpretar como soluciones alternativas para enfrentar la tensión",
en "Esquema...", op. cit., pág. 127.
11
Esas teorías son el resultado del nuevo marco de significado de lo político que se ha ido concretando a lo largo del exitoso desarrollo socioeconómico que caracteriza al keynesia-
nismo. El mismo ha repercutido fuertemente sobre los partidos y sindicatos reivindicativos, desmovilizándolos a medida que se iban satisfaciendo las demandas sociales que ellos
expresaban. Sumado ello a una creciente complejidad social, han tenido como consecuencia política una cada vez mayor desestructuración de la sociedad.
Lo sintetiza Klauss Offe: Cuando T. H. Marshall teorizó acerca de la inherente tendencia de las democracias parlamentarias en transformarse a sí mismas en fuertes Estados benefactores (...) dio
por supuesta la existencia de importantes organizaciones corporativas y de clase del trabajo, auto conscientes y bien organizadas, que utilizarían el voto como estrategia de las reformas sociales y de
políticas sociales expansivas. Sin embargo, desde mediados de los 70 asistimos a una completa y rápida descomposición o desestructuración de esas corporaciones. Hay muchos indicadores que seña-
lan que las preferencias políticas y las orientaciones de crecientes segmentos del electorado son un reflejo de este proceso de fragmentación, pluralización y, finalmente, individualización de las con-
diciones socioeconómicas y de la determinación de los intereses. La votación orientada por los problemas y no por los partidos; la creciente significación del nivel de fábrica sobre la regulación secto-
rial del conflicto industrial, y la regulación sectorial sobre la regulación nacional centralizada; la hendidura que corta transversalmente las líneas divisorias entre las clases y las organizaciones de
clase son todos síntomas, observados con frecuencia, del proceso de amplia desestructuración de la sociedad.
La desorganización de las amplias, relativamente estables y amuralladas comunidades de intereses económicos [...] es desde mi punto de vista la clave para entender de modo adecuado la generali-
zada debilidad de los compromisos solidarios. Si ya «no tiene más sentido» referirse a una amplia y bien perfilada categoría de compañeros ciudadanos como "nuestra clase de gente", el único refe-
rente interpretativo para la acción es el individuo, que se refiere a sí mismo en términos de cálculos racionales.
Enunciadas por economistas, estas teorías se inspiran en el modelo del equilibrio general elaborado por la economía neoclásica. Están centradas en un conjunto de afirmaciones
extremadamente simples, que les sirven para construir, deductivamente, modelos económicos de análisis político. En estos modelos subyace un arquetipo de individuo, el homo
oeconomicus, orientado racionalmente a maximizar sus beneficios, en una sociedad que perciben como tomística. Desde esta percepción, su unidad central de análisis es entonces
el individuo aislado.
Esta fase del conductismo está estrechamente vinculada con el utilitarismo, tan ampliamente predominante en la tradición de investigación anglosajona del siglo XIX. Así lo desta-
ca Homans: [...] muchos científicos sociales que emplean el conductismo no se dan cuenta de que lo hacen. Lo llaman utilitarismo o teoría de la elección racional.
El utilitarismo surge como filosofía social en Gran Bretaña. Enfrentado en el siglo XIX al liberalismo revolucionario del continente, le opone un liberalismo basado en la inteligen-
cia práctica, útil para ser aplicada en la solución instrumental de problemas específicos. Por esta razón no cree en las utopías filosóficas; el conocimiento empírico debe dejar de la-
do al normativo, Hume desplaza a Kant como orientador de la Ilustración británica.
Quien expone por primera vez en forma sistemática cuál es la relación que debe existir para el utilitarismo entre el individuo y el Estado, es Jeremías Bentham. Los otros grandes
expositores de esta filosofía social son James Mill, John Stuart Mill -quien fue el que mayor repercusión intelectual obtuvo de todos ellos- y Herbert Spencer. A su vez, David Ricar-
do y Alfred Marshall son los grandes difusores de la teoría económica del utilitarismo, que se alimenta, a su vez, con su filosofía social12
Su utilidad, o sea del valor de las consecuencias de la misma. La acción no está orientada éticamente por valores, como sostenía Kant, sino por las consecuencias que tiene para el
sujeto que la protagoniza. Constituye por eso una doctrina ética del egoísmo individual.
Desde esta percepción de lo social, la misma racionalidad orienta a la política. Es el libre intercambio entre los individuos, ajeno a toda interferencia del Estado, lo que permite la
autorregulación política de la sociedad. Este criterio le deja un papel muy reducido a la acción gubernamental, cuya función queda reducida a la preservación del orden en la socie-
dad. Dado que los individuos son racionales, el libre e irrestricto ejercicio de sus libertades los conducirá a la autorregulación política de la sociedad. Estos desarrollos teóricos
permiten comprender cómo el utilitarismo culmina a fin de siglo en el darwinismo social de Spencer.
Como se ve, el utilitarismo ha preparado el terreno durante más de un siglo al conductismo, y dentro del mismo en particular a su última fase. James D. Buchanan, el expositor más
notorio de la teoría de la elección pública, define en 1965 al análisis económico de la política como una “teoría individualista de la política”.
El primer gran autor que afrontará la polémica cuestión de identificar el funcionamiento del mercado político con el del mercado económico será el economista Joseph Alois
Schumpeter, cuyo peso intelectual sobre la tradición de investigación anglosajona de análisis político será muy grande.

4.2 SCHUMPETER Y LA DEMOCRACIA “EMPÍRICA”

En 1942, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, un vienés exiliado, J. A. Schumpeter, publica en Estados Unidos una revisión crítica del concepto de democracia. Abru-
mado por la dictadura plebiscitaria de Hitler, ve con sumo escepticismo al modelo de democracia que imaginara Jean Jacques Rousseau dos siglos antes. Su obra, Capitalismo, So-
cialismo y Democracia, reivindica en cambio la democracia "empírica", entendiendo por tal a la que se da real y exitosamente en el mundo anglosajón.
Como el griego Polibio, que definió la grandeza del gobierno mixto que distinguía a Roma en la Antigüedad, otro extranjero, el austríaco Schumpeter, es quien en este caso describe
mejor que nadie la eficacia institucional del gobierno democrático anglosajón. Son las democracias británica y estadounidense -las únicas grandes democracias subsistentes en el
año 1942, cuando el totalitarismo impera en Europa- las que inspiran sus agudas reflexiones. Estas democracias le proveen el material empírico necesario para convalidar sus tesis,
estrechamente vinculadas con su expectativa de definir la democracia realmente existente.
Schumpeter contrapone "otra" teoría de la democracia a la teoría "clásica" enunciada por Rousseau en el siglo XVIII. Es la de Schumpeter una teoría competitiva de la democracia,
pues ve a esta última como caracterizada por la libre competencia entre las elites por el voto popular. Como ya lo hiciera Max Weber, percibe a la democracia como el régimen polí-
tico más adecuado para seleccionar un liderazgo político eficiente a través de la libre competencia por el voto popular.
Para Schumpeter: La filosofía de la democracia del siglo XVIII puede ser compendiada en la siguiente definición: el método dedocrático es aquel sistema institucional de gestación de las decisiones
políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por si mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad.

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G. Sartori sintetiza admirablemente la relación existente en el tiempo entre la economía ortodoxa y la filosofía social del utilitarismo: “[...] son los economistas -Smith, Ricardo, y en general los librecambistas- quienes muestran cómo la vida asociada prospera y se desarrolla cuando el Estado no
interviene; cómo la vida asociada encuentra en la división del trabajo su propio principio de organización; y entonces cuánta parte de la vida asociada es extraña al Estado y no es regulada ni por sus leyes ni por su derecho. Las leyes de la economía, no son leyes jurídicas: son leyes del mercado. Y
el mercado es de un automatismo espontáneo, es un mecanismo que funciona por sí mismo, por su cuenta [...] Es en la óptica de los economistas, entonces, que la sociedad resulta ser más auténtica cuanto más espontánea es, cuanto más liberada está no sólo de las interferencias de la política sino
también de las molestias del derecho. Es verdad que la 'sociedad espontánea' de los economistas era la sociedad económica. Mas el ejemplo era fácilmente extensible a la sociedad en general”, en Elementi di teoría política, Il Mulino, Bologna, 1987, págs. 249-250.
12
La crítica que Schumpeter realiza a esta teoría "clásica" de la democracia está centrada sobre una doble objeción: no existen para él ni un bien común ni una voluntad general: En
primer lugar no hay tal bien común, unívocamente determinado, en el que todo el mundo pueda estar de acuerdo o pueda hacérsele estar de acuerdo en virtud de una argumentación racional. Esto
no se debe primordialmente al hecho de que algunos puedan querer cosas distintas del bien común, sino al hecho mucho más fundamental de que, para los distintos individuos y grupos, el bien común
ha de significar necesariamente cosas diferentes.
Schumpeter percibe claramente que la cada vez más compleja sociedad de masas de nuestro tiempo difícilmente puede evidenciar la misma homogeneidad de valores que la que
caracterizó a las pequeñas sociedades agrarias que dieron su sentido a esta teoría, la Ginebra de Rousseau y los pequeños condados de los Padres Fundadores de la Constitución de
los Estados Unidos. Para Schumpeter, la heterogeneidad de valores y los principios contrastantes que distinguen a nuestra época hacen imposible la determinación unívoca de un
bien común válido para todos.
La realidad de los hechos hace que Schumpeter desestime también la posibilidad de la existencia de una voluntad general: Y a menos que haya un centro, el bien común, hacia el cual
graviten todas las voluntades individuales, a largo plazo al menos, no obtendremos ese tipo especial de volonté générale "natural" [...] Tanto la existencia como la dignidad de esta especie de volonté
générale desaparecen tan pronto como nos falta la idea de un bien común."
La experiencia histórica parece demostrarle a Schumpeter que ciudadanos desinformados, por el costo en tiempo y pérdida de descanso que significa para ellos la participación po-
lítica, resultan ser muy ajenos al ciudadano racional y criterioso que para Rousseau debía orientar conscientemente su voto hacia el bien común. A ello debe sumársele que: El debi-
litamiento del sentido de responsabilidad y la falta de voliciones efectivas explican a la vez la ignorancia de este ciudadano corriente y la falta de juicio en cuestiones de política nacional y extranjera,
que son más sorprendentes, si esto puede sorprender, en el caso de personas instruidas (...) no se preocupa de digerir la información ni de aplicarle los cánones de la crítica que tan bien sabe mane-
jar, y se impacienta ante una argumentación larga o complicada. Todo esto viene a poner de manifiesto que, sin la iniciativa que desarrolla la responsabilidad directa, persistirá la ignorancia políti-
ca, aun cuando el público disponga de la información más abundante y completa.
La adhesión de las clases medias ilustradas del continente europeo a los fascismos incide fuertemente sobre el pesimismo con el que Schumpeter analiza la racionalidad de la ciu-
dadanía frente a la toma de decisiones cruciales que comprometen el futuro de una sociedad.
Por todo lo expuesto, Schumpeter opone a lo que él considera las ilusiones y los mitos de la "doctrina clásica" "otra doctrina", que invierte la relación existente entre el pueblo y sus
representantes, trasladando el énfasis del primero a los segundos. Para Schumpeter la democracia es entonces un método de procedimientos: [...] método democrático es aquel sistema
institucional, para llegar a las decisiones políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo.
Los líderes y no el pueblo, son quienes en esta democracia "empírica" protagonizan la política, y su importancia está dada tanto por su capacidad de mando como por su talento pa-
ra motivar la voluntad popular, transformándola en un instrumento de acción política. En la democracia el pueblo no gobierna sino que se limita a crear un gobierno a través de un
acto individual, el voto, en las elecciones. Estas son las que permiten seleccionar un líder o un grupo de líderes, en un sentido prospectivo, y quizás poder controlar luego su gestión
en las siguientes elecciones, en un sentido retrospectivo.
Se ha creado así una directa analogía entre la competencia política y la competencia económica, que asocia la imagen del líder político a la del empresario y la de los electores a la
de los consumidores. Los partidos y sus miembros son comparados a su vez por Schumpeter con las asociaciones de empresarios y comerciantes. Sin embargo, su aguda mirada crí-
tica le permite a este economista poner distancia con la ilusión del mercado competitivo puro que planteó la economía neoclásica.
El modelo teórico que Schumpeter elabora observando la realidad contemporánea es el de la competencia oligopólica. La competencia política democrática está reducida a las op-
ciones realmente existentes en un sistema de partidos como lo demuestran los casos británico y estadounidense.
Schumpeter también pone distancia con la economía neoclásica al referirse a la información que orienta la toma de decisiones del votante-consumidor. Sagaz observador de la rea-
lidad política europea y estadounidense, enuncia su “ley de la racionalidad decreciente”. Los individuos proceden con cada vez menos racionalidad a medida que las situaciones so-
bre las que deben informarse para decidir se hacen más lejanas y abstractas; tienden por eso a estar sometidos a impulsos, prejuicios y sugestiones extrarracionales, que perturban
la concreción racional de objetivos políticos. Por ambas razones no existe para Schumpeter un mercado político ideal similar al que imaginara la economía neoclásica al definir el
mercado económico.
Schumpeter tendrá una notable influencia sobre la ciencia política estadounidense del medio siglo posterior a la publicación de su obra, pues la misma es la cantera de la que se ex-
traen los materiales que nutren los estudios conductistas sobre participación política, la teoría pluralista y las teorías económicas, que identifican y prestigian a esa ciencia política.
Es importante destacar, sin embargo, que esa influencia pasa previamente por el filtro que representa la tradición de investigación anglosajona. Para esta última, resulta más grato
utilizar el concepto de grupo —trabajado por Bentley, Truman y Dahl— que el concepto de elite, ante las connotaciones valorativas antidemocráticas que éste tiene desde su incor-
poración a las ciencias sociales por Wilfredo Pareto (por su ideologización por los fascismos, que tergiversaron completamente su significado).
Preguntándose sobre quién vota y por qué, los estudios conductistas sobre la participación, política han apoyado con la evidencia empírica, expresada estadísticamente, muchas de
las grandes intuiciones teóricas de Schumpeter. Basándose en conclusiones sustentadas en los muestreos de opinión obtenidos a través de las encuestas, estos estudios han insisti-
do y teorizado sobre el carácter extrarracional de las decisiones políticas y del comportamiento electoral, desarrollando de esta manera la "ley de la racionalidad decreciente". Han
demostrado cómo la conducta política es por lo general una respuesta a las iniciativas de los líderes políticos, apoyada más en estímulos o identificaciones emotivas que en análisis
racionales de la situación política.
Sobre el rol de las elites y su interacción política ha trabajado la teoría pluralista, cuyo más destacado expositor actual es Robert Dahl. Inspirándose en Schumpeter y en la teoría de
los grupos que distingue a la tradición de investigación estadounidense, Dahl ha realizado múltiples estudios sobre los regímenes políticos poliárquicos, los que para él son por su
pluralismo los más próximos a la democracia ideal. En sus análisis, Dahl logra poner en evidencia los variados y complejos procesos a través de los que se forman e interactúan las
elites políticas. Al hacerlo, demuestra que la elite gobernante no está compuesta por un bloque estable y homogéneo de intereses sino por constelaciones de grupos de interés, los
que entran en coalición o conflicto según las áreas decisionales en las que les toca actuar.
Completa de este modo los análisis teóricos de Schumpeter: si para éste lo que cuenta es la competencia entre las elites en el momento de las elecciones, Dahl demuestra que es
también muy importante la competencia entre las elites sobre los problemas que se suscitan entre las elecciones. Más que la competencia electoral, lo que salvaguarda a la demo-
cracia es el incesante sucederse de mutables coaliciones decisionales entre los grupos, siendo el pluralismo de estos últimos el que impide la hegemonía de algunos de ellos sobre
los demás.
13
Las teorías económicas trabajan principalmente sobre el paralelismo que realiza Schumpeter entre los campos de la política y de la economía, entre el político y el empresario. Pe-
ro, fuertemente influidas por el utilitarismo, destacan el carácter racional de las decisiones políticas que toman los individuos. Utilizan para ello premisas de la economía neoclásica
y, sin embargo, llegan a las mismas conclusiones de Schumpeter. Demuestran -especialmente Downs- que, pese a ser racionales, los electores tienden comúnmente a ser desinfor-
mados y apáticos, siendo ésa la razón que permite que sean manipulados por las imágenes y estímulos producidos por sus líderes políticos.
Es entonces Schumpeter el primer gran economista que se vuelca decidida y explícitamente al análisis político, iniciando un derrotero intelectual que será compartido por muchos
otros grandes economistas de nuestro tiempo.

4.3 LA TEORÍA DE LA ELECCIÓN RACIONAL

Siguiendo la línea trazada por el conductismo, subyace en su construcción teórica un modelo de hombre, racional e individualista, que actúa en una sociedad poblada por indivi-
duos aislados, quienes compiten entre sí por los escasos recursos de la misma. Este modelo de hombre es ajeno a la acción racional provista de sentido que definiera Max Weber al
hablar de la interacción social. La suya es una racionalidad instrumental, orientada por la filosofía social del utilitarismo. El interés central de este tipo de análisis no lo constituyen
entonces los valores sociales que dan sentido a una comunidad política, sino el individuo aislado. Como resultado, los hechos sociales y políticos son explicados como la consecuen-
cia de conductas acentuadamente individualistas y egoístas.
Para poder explicar esta conducta, la teoría de la elección racional sostiene que toda sociedad afronta la necesidad de definir políticamente la asignación de sus recursos económi-
cos escasos y está obligada por ello a elegir -racionalmente- entre diferentes objetivos alternativos. La teoría presupone entonces que los individuos que componen esa sociedad ac-
túan siempre racionalmente, eligiendo entre las alternativas posibles aquélla que ocupa el primer lugar entre sus preferencias. Para esta perspectiva de análisis, es racional el indi-
viduo que pretende maximizar sus objetivos políticos; está motivado para ello por expectativas de costo-beneficio definidas individualmente, las que excluyen una conducta fun-
damentada socialmente, es decir, orientada ideológica o valorativamente.
Entre los principales expositores de esta teoría se destacan Anthony Downs, que en 1957 estudia la lógica que guía los comportamientos electorales; y Mancur Olson, quien en 1965
analiza el dilema que le plantea al individuo la acción colectiva. Para hacerlo, construyen modelos económicos, entendiendo por tales a los que Brian M. Barry define así: El modelo
será una simplificación deliberada del tipo de situación que quiere considerar. Postulará la existencia de cierto número de actores que tienen determinados fines (como maximizar sus ingresos) y tra-
tará de resolver deductivamente cómo actuarán en un tipo de situación que ofrece algunas alternativas, partiendo del supuesto de que persiguen sus metas de manera racional.

4.3.1 DOWNS Y LA “PARADOJA DEL VOTANTE”

La Teoría Económica de la Democracia que publica Downs en 1957 obtiene una gran repercusión. En la obra de Downs, el homo oeconomicus del utilitarismo ocupa el lugar del
zoon polítikon aristotélico: es el egoísmo individual y no la solidaridad social lo que guía la conducta política del ciudadano. Observando, desde la perspectiva científica de la eco-
nomía, la acción política que caracteriza a la democracia, Downs plantea la necesidad teórica de integrar la teoría económica con la política en una teoría, del equilibrio general.
Está convencido de que, para hacerlo, debe afrontar una doble omisión. La de los cultores de la ciencia política -cuyas teorías normativas le parece que les han impedido advertir la
realidad de los hechos políticos y la de los economistas, que han percibido la acción gubernamental como una conducta extraña al mercado, al estimar que la misma se orienta por
consideraciones políticas ajenas al campo de estudios de la economía, dado que esa acción estaría dirigida a maximizar el bienestar social y no el interés individual.
Para Downs es erróneo identificar la función de gobierno con la maximización del bienestar social; según él, el mercado y el gobierno se rigen por las mismas reglas de juego, no
tienen una distinta lógica. Como consecuencia de la división del trabajo, cada actor que intervenga en uno o en otro campo tiene en su accionar tanto una motivación privada como
una función social. La teoría económica de la acción política en la democracia pretende demostrar que los individuos que persiguen egoístamente sus propios fines también pueden
realizar eficientemente su función social en el espacio de la política.
El demostrar su hipótesis de que es posible integrar su teoría de la acción gubernamental en una teoría, del equilibrio general, que sirva para explicar las conductas políticas demo-
cráticas, del mismo modo que lo hace con los comportamientos económicos en el mercado, le exige a Downs desarrollar un enfoque positivo de la política. Sólo explicando adecua-
damente y de manera realista las razones de la conducta egoísta de los ciudadanos, puede pretender dejar de lado las teorías normativas de la política, vigentes tanto en la teoría
científica como en la práctica política estadounidense,
Para lograr concretar este objetivo, Downs parte de algunos axiomas, indiscutibles como tales, que le sirven para fundamentar su argumentación. El primero de ellos enuncia que
un partido político es un equipo de individuos que busca obtener, a través del mismo, los cargos gubernamentales que les permitirán gozar de la renta, el prestigio y el poder que
trae consigo el ejercicio de esos cargos.
Desde esta visión utilitarista construye Downs su modelo económico de la política democrática. Para él, cada actor, tanto el individuo que integra un partido como el que vota, se
comporta racionalmente en todo momento. Es preciso aclarar, como lo hace el mismo Downs, que el término "racional" es conceptualizado en el sentido que le da la economía neo-
clásica: la racionalidad política equivale a la eficiencia económica. Consiste entonces en que los beneficios marginales sean mayores que los costos marginales para el individuo que
toma una decisión. No se está, pues, ante ciudadanos solidarios; para Downs la acción individual persigue los mismos fines en la economía y en la política: busca minimizar el em-
pleo de sus recursos escasos y maximizar los beneficios a obtener.
Para la argumentación de Downs, la función social del gobernante es, entonces, un subproducto de sus expectativas privadas. El gobernante es percibido, como ya lo hiciera quince
años antes Schumpeter, como un empresario que "vende" políticas públicas a cambio de votos, debiendo afrontar la competencia con otros partidos. Que el gobierno maximice o no
el bienestar social depende de cómo esa dura competencia influye sobre su comportamiento. La búsqueda del bienestar social no es visualizada entonces como el objetivo último de
la política -tal cual lo destacara una extensa línea del pensamiento político occidental que va desde Aristóteles a la Declaración de Principios que precede a la Constitución de los
Estados Unidos- sino como una táctica coyuntural que utilizan los gobernantes, en ciertos casos, para conquistar el mercado político.
14
Esta lectura realista de la política democrática que realiza Downs lo lleva a plantear un segundo axioma: los ciudadanos ejercitan el mismo tipo de cálculo racional cuando les toca
elegir el gobierno que más los beneficie. El factor que más influye sobre ellos, al informarse sobre el comportamiento efectivo de los partidos en el transcurso de la campaña electo-
ral, no son las promesas proselitistas sino su real comportamiento durante el período inmediatamente anterior. De este modo los individuos deciden cómo votar, comparando la
utilidad que realmente les ha producido en ese período el accionar del partido gobernante con la utilidad que hubieran podido recibir en el caso de que los partidos de la oposición
hubiesen estado en el poder. Se apoyan así en hechos y no en conjeturas.
Pero sucede que la falta de una completa información para fundamentar decisiones cruciales es una condición básica de la vida humana, que influye en las estructuras de casi todas
las instituciones sociales, y particularmente en las políticas. Por esa razón, Downs dedica gran parte de su obra al análisis del impacto que tiene el conocimiento político imperfecto
sobre la acción política democrática. Al hacerlo, destaca que la decisión racional del votante es obstaculizada por la falta de un conocimiento adecuado sobre la fiabilidad de las dis-
tintas ofertas políticas que se disputan su voto, situación que lo deja en un alto grado de incertidumbre sobre cómo orientar el mismo.
La política democrática da una respuesta parcial a esta falta de información que afrontan los votantes. Lo hace a través de mediaciones. En primer lugar están los persuasores, es
decir, los individuos que por su posición social o su presencia relevante en los medios masivos de comunicación están en condiciones de influir políticamente sobre otros indivi-
duos. Para hacerlo, les brindan una visión de conjunto de la política, seleccionando ciertos hechos subjetiva y parcialmente, para de esta manera poder realizar un balance positivo
de la acción gubernamental que permita orientar en su favor al voto dubitativo. Así, a través de la mediación, los políticos informan a la ciudadanía.
En segundo término encontramos a los encuestadores. Al sondear éstos la intención de voto o la receptividad de la ciudadanía ante determinadas políticas, permiten que los parti-
dos se informen sobre las expectativas de esa ciudadanía, para de este modo poder reorientar de manera utilitaria sus políticas en el caso de ser necesario. De este modo la ciuda-
danía informa a los políticos.
Una seria consecuencia del conocimiento imperfecto en la política y de la necesidad de persuasión del votante que ello implica es, para Downs, la alta posibilidad de corrupción gu-
bernamental que esto produce. Dado que, para persuadir a los votantes de la bondad de sus políticas públicas, el gobierno necesita contar con cuantiosos recursos económicos que
le permitan hacer frente al costo que implica la difusión de informaciones que le sean favorables, una manera de obtener esos recursos es vender favores políticos. Este mismo ra-
zonamiento hace que Downs considere racional la sumisión de los gobiernos a los grupos de presión, al ser estos últimos los que cuentan con los medios económicos necesarios pa-
ra poder apoyar esas campañas informativas.
El análisis realista de Downs parece chocar, sin embargo, con la vigencia universal de las ideologías en la política democrática. Downs entiende que esto no contradice su hipótesis,
pues sostiene que el valor de las ideologías es un valor empírico. Las ideologías son para él las que permiten destacar, simple y simbólicamente, las diferencias existentes entre los
partidos que compiten electoralmente para controlar el gobierno. Dado que el costo de informarse es muy alto para los votantes, su conocimiento imperfecto de la acción del go-
bierno hace que éstos decidan su voto comparando ideologías, en lugar de comparar políticas gubernamentales. Para Downs, esto hace que cada partido se vea obligado a “inven-
tar” una ideología que le permita atraer votos, y una vez que ha colocado la ideología en el mercado político no puede abandonarla sin provocar desconfianza electoral.
Es decir que, para Downs, las ideologías no son los fines que orientan la política sino los medios necesarios para obtener los éxitos electorales que permitan mantener u obtener el
gobierno, maximizando así las ganancias de los integrantes de un partido al permitirles acceder a los beneficios que supone para ellos control del aparato gubernamental. Desde el
particular punto de vista de Downs, las ideologías constituyen los mensajes publicitarios que permiten “vender” exitosamente una política. Por eso, del mismo modo que ocurre con
un producto en el mercado, cualquier ideología exitosa es imitada muy rápidamente por los restantes competidores, para de esta manera obtener los mismos convincentes resulta-
dos en el electorado.
Esta característica de la competencia democrática es la que permite, según Downs, que se reduzca al máximo la distancia ideológica existente entre los partidos políticos, siendo es-
ta circunstancia lo que da estabilidad a las democracias. La escasa distancia ideológica existente entre ellos permite que los partidos se alternen en el gobierno sin que se produzca
fractura institucional alguna, ante el “parentesco de familia” que caracteriza a los partidos políticos democráticos.
Para Downs, existe entonces equilibrio político cuando ya no tienen éxito los intentos de formar nuevos partidos políticos y cuando ninguno de los partidos existentes está motiva-
do para modificar radicalmente su posición en la escala ideológica que caracteriza a una determinada sociedad. Es ésa la razón que le hace pensar a este autor que las actitudes po-
líticas y la estabilidad de los gobiernos dependen básicamente de la distribución de los votantes en la escala izquierda-derecha. Si una mayoría de los partidos está próxima ideoló-
gicamente, es sumamente probable que un gobierno democrático sea estable, a la vez que efectivo, independientemente del número de partidos que exista.
Para la argumentación utilitarista de Downs, los partidos no se guían por la búsqueda de la concreción de grandes principios ideológicos sino por los intereses -individuales y egoís-
tas- de sus miembros. Que estos intereses individuales promuevan acciones políticas que desemboquen en el bienestar social es una consecuencia, no obligada, de la competencia
electoral entre los partidos. En la misma, para maximizar sus posibilidades electorales y así usufructuar los beneficios del poder, los componentes del aparato gubernamental reali-
zan políticas sociales que les permitan mejorar la imagen de su producto -la acción de gobierno- en el mercado político.
¿Cuál es a su vez para Downs el cálculo racional que asume el votante? Para él, la cantidad de información que debe reunir el ciudadano para decidir cómo votar está determinada
por un axioma económico: cualquier acto es racional siempre que el ingreso marginal que produzca sea mayor que su coste marginal. El ciudadano requiere información para deci-
dir a qué partido va a votar y qué grupos de presión va a integrar, para poder influir de ambas maneras sobre las políticas gubernamentales.
En el primer caso, votar correctamente significa para el votante obtener beneficios si apoya al partido que realmente le proporciona mayor utilidad. Pero esta expectativa choca con
una dura realidad. Para que su voto sea eficaz, debe ser realmente decisorio en la elección, de lo contrario el votar correctamente no produce utilidad alguna, del mismo modo po-
dría haber votado incorrectamente. Dado que el costo de votar es muy bajo, millones de ciudadanos pueden permitirse votar y la posibilidad de que un voto individual resulte ser
decisivo es entonces ínfima. La probabilidad de que su voto determine que partido va a gobernar es tan remota que para el ciudadano el costo de procurarse información, de su-
mergirse en el debate político, será siempre mayor que el beneficio que le produzca el hecho de votar.
La consecuencia de este razonamiento de Downs es que la apatía cívica, la escasa participación política de la ciudadanía, expresada por el bajísimo porcentaje de votantes que ca-
racteriza al escenario político estadounidense, pasa a ser racional. Para Downs, "la ignorancia en política no es la consecuencia de una actitud apática y poco patriótica; es, más
bien, una respuesta completamente racional a los hechos de la vida política en una democracia amplia.
15
Estas conclusiones son ampliamente incompatibles con las teorías normativas de la democracia. ¿Cómo justificarlas? Para este teórico, lo explica el hecho de que los beneficios ob-
tenibles para una ciudadanía bien informada son, en los hechos, indivisibles. Esto hace que el individuo minimice racionalmente el costo de informarse políticamente, pues su voto
individual no gravita sobre los beneficios que pueda depararle una elección, dado que es uno entre millones, y asimismo porque los beneficios que se obtengan comprenden a to-
dos, aun a los que no votan. Es esta la paradoja del votante, que tan sólidamente expone Downs.
Sólo cuando el gobierno lo obliga a colaborar, en la recaudación de impuestos o en la defensa, cuyos beneficios son también indivisibles, se da para Downs la participación cívica
del individuo. En ausencia de algún mecanismo que asegure una acción racional, prevalece la racionalidad individual: el individuo no vota si la utilidad del voto no es mayor que el
costo de informarse políticamente.
La misma situación se da en un segundo caso, el de la integración de los grupos de presión, que constituyen los actores por excelencia de la vida política estadounidense. Aquí el co-
sto de la información es mucho más grande, dado que para intervenir en los mismos se debe ser experto en el área de las políticas públicas en las que se quiere influir. Es por esto
que los únicos que consideran racional su participación en la política son aquellos integrantes de los grupos de presión que perciben sus rentas de las áreas cuyos intereses repre-
sentan estos grupos, es decir, los productores, no los consumidores. Este razonamiento lleva a Downs a afirmar que es lógico que el gobierno se sienta responsable sólo ante los
primeros, al ser el liderazgo de estos grupos de interés el que para él mejor representa las expectativas políticas de la sociedad estadounidense.
Desde la perspectiva utilitarista de Downs, es racional la actitud de estos tres actores que protagonizan la política. La de los consumidores de políticas, que no intentan informarse,
intervenir políticamente, porque los costos serían superiores a las ganancias que podrían obtener. La de los productores de políticas, que se informan e intervienen políticamente,
pues obtienen sus rentas de esta actividad. La del gobierno, que tiende a favorecer a estos últimos, ante su estratégica participación en los grupos de presión dado que son quienes
condicionan sus políticas públicas a través del lobby.
De este modo, la obra de Downs continúa con un cada vez más difundido análisis económico de la política, centrado en la hipótesis de que no existe contradicción alguna entre la
conducta económica y la conducta política.
La crítica que puede realizarse a la sólida obra de Downs es la misma que se le realiza al resto del análisis conductista de la política: el pretender universalizar las características de
la vida política estadounidense. La apatía cívica distingue a la sociedad estadounidense, donde sólo vota una minoría de ciudadanos, pero no a las sociedades democráticas euro-
peas, que tienen muy altos indicadores de participación electoral. Y es éste el punto débil del desarrollo teórico de Downs: explica por qué no votan los ciudadanos, pero no por qué
votan.

4.3.2 OLSON Y LA LÓGICA DE LA ACCIÓN COLECTIVA

Olson edita en 1965 The Logic of Collectyve Action, obra de relieve y repercusión similares a la de Downs. En ella sostiene que, pese a que el enfoque y los instrumentos de análisis
utilizados en su libro han sido provistos por la teoría económica, sus conclusiones pueden estimarse válidas también para los sociólogos y los científicos políticos. La tesis que ex-
pone Olson es que el beneficiario potencial de un bien público o colectivo, razona utilitaristamente si le conviene o no contribuir al mismo. El modelo económico de Olson se asien-
ta entonces en la existencia de un cálculo racional en el individuo que afronta responsabilidades sociales: ¿le conviene o le perjudica contribuir a constituir un bien público o colec-
tivo?
Del mismo modo que Downs, Olson percibe a este individuo como un homo oeconomicus, racional y egoísta, ajeno por lo mismo a expectativas solidarias en el momento de decidir
su participación en el grupo. Hay en esta percepción de Olson una buena dosis de realismo: un bien público o colectivo no puede conformarse si no se logra un beneficio específico
para cada individuo, dado que individuos racionales -en el sentido que da el utilitarismo a este término- no querrán colaborar en grupos que no les ofrezcan la posibilidad de bene-
ficiar sus intereses particulares. La existencia de intereses comunes no es suficiente para constituir el grupo.
Olson piensa entonces que no son convalidables empíricamente las tesis sobre el grupo como actor privilegiado de la política estadounidense. Expuestas las características del
mismo por grandes teóricos de la ciencia política como Bentley y Truman, la ciencia política americana de este siglo entendió siempre que los individuos que tienen intereses co-
munes se organizan, coyuntural y espontáneamente en grupos, para así luchar colectivamente por el éxito de los intereses representados por los mismos. Los individuos que com-
ponen la sociedad están entonces comprometidos voluntariamente en una pluralidad de grupos, y es la interacción competitiva entre los mismos la que da su carácter democrático
al proceso político estadounidense.
Pese a ser la teoría de los grupos la más original construcción teórica de la ciencia política estadounidense, Olson es escéptico al respecto. Para él no es la solidaridad social sino el
interés individual lo que permite la constitución exitosa de un grupo. La lógica de la acción colectiva no es altruista sino egoísta. La tesis utilitarista defendida por Olson sostiene
que un individuo que racionalmente busca maximizar su bienestar personal sólo puede ser convencido de participar en el mismo y de este modo hacerse cargo de los costos que la
consecución del objetivo común implica a través del uso de sanciones (incentivos selectivos negativos) o de beneficios individuales (incentivos selectivos positivos), independientes
del objetivo compartido que identifica y define al grupo. En ausencia de esos incentivos, el grupo no estará en condiciones de organizarse y obtener la adhesión de individuos racio-
nales.
Para Olson sólo incentivos selectivos positivos -que son beneficios individuales y no colectivos- para aquellos que se comprometen con la acción colectiva, o bien incentivos selecti-
vos negativos para aquellos que se sustraen a sus obligaciones pueden motivar a individuos racionales a apoyar a un grupo. La contribución de los individuos a una organización
que defiende sus intereses comunes es una consecuencia indirecta de la defensa de sus intereses privados.
Olson sostiene que es el problema del free-riding lo que desalienta la participación política en un bien público o colectivo. Dado que siempre existen en los grupos individuos que se
sustraen a colaborar con las obligaciones colectivas pero que igualmente se benefician con los beneficios obtenidos por el grupo, esta situación desalienta a aquellos que colaboran
solidariamente con el mismo, pues en el caso de tener éxito las gestiones del grupo sólo obtendrán similar beneficio al obtenido por los polizones que le retacearon su apoyo. Así lo
expresa Olson: Dado que cualquier ganancia se aplica a todos los miembros del grupo, los que no contribuyen para nada al esfuerzo conseguirán tanto como los que hicieron su aporte personal. Va-
le la pena dejar que lo haga otro, pero el otro tampoco tiene demasiados incentivos -si es que tiene alguno- para actuar en favor del grupo.
16
Se da esta situación en el caso de los activistas de un partido, que afrontan la apatía de la mayoría de sus adherentes ante una elección; de los miembros de un sindicato que enca-
ran una huelga crucial para los intereses de sus representados, sin que estos últimos asuman el mismo tipo de compromiso personal que los cuadros sindicales. Pero en los dos ca-
sos, de obtenerse triunfos electorales o sindicales, los beneficios que ellos traen consigo no discriminan entre quienes han aportado positivamente a los mismos y una mayoría de
polizones que, si bien ha retaceado su colaboración, usufructúa también el éxito.
Para Olson esta realidad tiene efectos desalentadores para los que más aportan al grupo. Por eso sostiene que: Sólo un incentivo distinto y selectivo estimulará a un individuo en un grupo
latente a actuar en un sentido orientado por el grupo (...) Una acción de grupo se puede obtener sólo a través de un incentivo que opera no de manera indistinta, como un bien colectivo, sobre el gru-
po como un todo, sino con selectividad respecto de los individuos en el grupo. El incentivo debe ser selectivo en el sentido de que los que no se unan en la organización que trabaja para los intereses del
grupo, o contribuyan de otra manera a su realización, se pueden tratar de manera diferente a los que lo hacen.
El resultado del razonamiento de Olson es devastador para las expectativas democráticas de participación política. Puede sintetizarse en la argumentación de que la mayoría de los
individuos se sienten personalmente poco comprometidos con la acción colectiva que sirve al interés público, y por lo tanto permite que otros actúen en su beneficio por cuenta
propia.
La argumentación de Olson es convincente, particularmente para el caso estadounidense ante la escasa representatividad social que caracteriza a los partidos y sindicatos nortea-
mericanos. Pero la refuta una evidencia empírica insoslayable: la existencia en Europa de muy fuertes partidos y sindicatos que identifican, permanente y no coyunturalmente, in-
tereses sectoriales. Por eso en este último caso la participación política y la identificación partidaria y social son extremadamente altos, basta al respecto recordar la permanente
orientación electoral de los distritos obreros y campesinos en el continente europeo.
¿Cómo es posible esto? Alessandro Pizzorno ha sabido explicarlo muy claramente: el problema del free-riding no es tal si se piensa que, si bien los "intereses selectivos positivos" no
pueden dejar de existir -y de beneficiar al liderazgo que hace posible la institucionalización y persistencia de la organización-, los restantes miembros de la misma se benefician a su
vez con la identidad que la organización les otorga. Es por eso que no le retacean su lealtad, pues es esa identidad colectiva la que les ha permitido la concreción de grandes logros
sociales. Esa identidad es la que les permite agregar y reivindicar exitosamente sus demandas sectoriales, en el curso de los procesos electorales democráticos. Por eso los compo-
nentes de esas organizaciones entienden que “el significado de mis acciones no es el de adquirir utilidad sino el de asegurarme reconocimiento”.
Frente al principio utilitarista del individualismo, el principio comunitario de la alteridad: es en el encuentro con otros individuos que comparten sus mismas expectativas donde el
individuo logra concretar eficazmente sus demandas sociales. Esta última racionalidad orienta a las organizaciones políticas y sindicales de las democracias europeas; la argumen-
tación de Pizzorno explica adecuadamente la distinta realidad política y social existente hoy en la Unión Europea, donde por esa razón son las organizaciones y no los individuos los
protagonistas del intercambio político.

4.3.3 LA ESCUELA DE VIRGINIA Y LA TEORÍA DE LA ELECCIÓN PÚBLICA

Tras los grandes precursores que fueron Schumpeter, Downs y Olson, los economistas institucionalizan el análisis económico de la política al nuclearse en la Escuela de Virginia.
Esta difunde la teoría de la elección pública, que tendrá gran repercusión académica y política desde mediados de los años 60, por el planteo extremadamente simple de lo político
que hacen sus enunciados; esta misma simplicidad es la que le ha permitido elaborar clara y sintéticamente sus principios. Su gran figura es James D. Buchanan; otros grandes au-
tores de la Escuela son Gordon Tullock y Dennis C. Mueller.
Es este último quien mejor sintetiza sus objetivos: La elección pública puede definirse como el estudio económico del proceso de adopción de decisiones en un contexto ajeno al mercado, o sim-
plemente, como la aplicación de la teoría económica a la ciencia política. El objeto del estudio de la elección pública es el mismo que el de la ciencia política: la teoría del Estado, las reglas de votación,
la conducta del votante, la política de partidos, la burocracia, etc. Igual que en teoría económica, los postulados básicos de conducta de la elección pública son los referentes al hombre considerado
como un ser egoísta, racional y maximizador de la utilidad.
El modelo desarrollado por la teoría de la elección pública, pretende trasladar el enfoque económico al campo de las opciones y decisiones políticas. Para ello, se propone explicar
las similitudes existentes entre las aproximaciones económicas y políticas al análisis de lo social. Parte de un presupuesto teórico: las motivaciones que guían la conducta individual
están caracterizadas por una absoluta coherencia y continuidad, tanto entre los individuos que participan en el mercado económico como entre los que actúan en la vida política.
Identifican esas motivaciones con la búsqueda de la utilidad individual.
Buchanan declara en 1972 que este enfoque teórico representa para él una “extensión directa de los presupuestos conductistas de la teoría económica ortodoxa como teoría explica-
tiva y predictiva de la formación de las decisiones públicas”. Es por eso importante aclarar que lo que así se concreta es, más que un estudio interdisciplinario de lo político, un ra-
dical reduccionismo económico, que generaliza a todos los actores sociales la tesis del cálculo racional que guía al homo oeconomicus. Se da entonces el "imperialismo de la eco-
nomía" del que habla Gordon Tullock.
La lectura de la política que realiza esta perspectiva analítica, tendrá una fuerte repercusión ideológica. En las sociedades democráticas en las que rige el Estado keynesiano, quie-
nes adhieren a la misma pasarán a analizar al Estado ya no como una variable exógena, que actúa sobre la sociedad para corregir o moderar los problemas producidos por el mer-
cado económico, sino como una variable endógena del mismo, cuya conducta es orientada por la misma lógica que inspira la conducta del mercado (y que, entonces, está condena-
do a reproducir las mismas fallas que quiere corregir o moderar políticamente)
Desde un planteo metodológico rigurosamente individualista, se percibe a las conductas individuales como orientadoras de la acción política democrática. No hay espacio en este
enfoque teórico para la dimensión organizativa. No existe desde la perspectiva analítica de la elección pública un actor como el gobierno, los partidos y los sindicatos. Existen los
gobernantes, los líderes partidarios o los dirigentes sindicales, dado que gobierno, partidos y sindicatos, son visualizados como aparatos burocráticos a través de los cuales los indi-
viduos que actúan en ellos buscan alcanzar sus fines egoístas, prescindiendo del interés general. El cálculo racional del individuo, orientado a maximizar sus objetivos personales,
constituye la norma orientadora de la acción política para la teoría de la elección pública, caracterizada por su visión individualista de la sociedad.
Mueller resume así su metodología: En el ámbito de la teoría económica ya se han obtenido algunas reglas bien fundadas y ampliamente aceptadas que suministran un fundamento metodológico
para el desarrollo y contrastación de las teorías. El hombre es un ser racional que maximiza (o quizás, satisface) una función objetivo. Esta función objetivo se define respecto de diferentes variables
bien caracterizadas. La interacción entre los individuos puede reflejarse mediante ciertos modelos analíticos, bastante sencillos, parecidos a los utilizados en los juegos cooperativos. Esta es la pauta
17
general. Se entiende que los supuestos utilizados son lo bastante próximos a la realidad como para facilitar la explicación de ciertas claves de conducta económica. En la disciplina de la elección pú-
blica se utilizan esos supuestos para facilitar la explicación y la predicción de la conducta política.
Esto nos lleva a la discusión del concepto de democracia como mercado. En la base de los análisis realizados por quienes adhieren a la teoría de la elección pública, se encuentra un
modelo de democracia basado en el modelo del mercado competitivo puro. Los partidos políticos, los individuos que los componen y los votantes, orientan su conducta por el prin-
cipio racional de la maximización de su propia utilidad.
Para realizar este tipo de análisis de la política, la teoría de la elección pública se sustenta metodológicamente en la economía. Mueller lo sintetiza así: Probablemente el logro más im-
portante de la teoría económica es la demostración de que los individuos, dotados de motivos estrictamente egoístas, pueden resultar mutuamente beneficiados mediante el intercambio.
El eje conceptual de este enfoque teórico consiste entonces en pasar a analizar la vida política democrática con la lógica del mercado económico. Por eso se llega a centrar el proceso
político en la oferta y la demanda, es natural, pues, que los gobiernos busquen manipular la economía para obtener ventajas electorales. El ciclo político-económico pasa a definir
entonces la mecánica con la que se sustenta este proceso.
Como modelo económico, presenta una perspectiva esencialmente individualista de la sociedad. Frente a liderazgos partidarios -que cumplen en el mercado político el rol que des-
empeñan los empresarios en el mercado económico, caracterizándose por la búsqueda de la maximización de sus ganancias electorales- se encuentran los votantes, cuyo papel
equivale al de los consumidores. Por un lado, el liderazgo de los partidos está interesado en ofrecer políticas que satisfagan, en la medida de lo posible, las expectativas de la mayor
parte de los electores; por el otro, los electores realizan su opción teniendo en cuenta las políticas públicas ofrecidas por el gobierno y la oposición. Tomando como referencia el in-
tercambio económico, éstos son los dos actores centrales de la política, alrededor de los cuales se organizan los procesos democráticos. El intercambio político entre estos actores es
directo y exclusivo: no está mediado por factores ideológicos, organizativos o institucionales.
En la conocida obra de Buchanan y Tullock sigue teniendo vigencia el individualismo metodológico del primer conductismo, pero articulando más adecuadamente sus desarrollos
teóricos. Su análisis del cálculo racional que orienta políticamente al individuo está centrado en la opción constitucional. Si bien descarta la imagen clásica del ciudadano volcado a
satisfacer el interés público, ya no percibe a la sociedad como atomística, por eso produce la revitalización del contractualismo.
Para su neocontractualismo, puesto que la democracia y el mercado son producto de la Ilustración, se evidencia desde entonces la estrecha relación existente entre ambos. Por eso
la constitución se transforma en el centro articulador de la opción individual y colectiva que caracteriza tanto a la democracia como al mercado. Para estos autores, es la constitu-
ción que se han dado los Estados Unidos la que resguarda la iniciativa individual y la libertad de decisión, tanto en el ámbito político como en el económico.
Pero su perspectiva no es juridicista sino economicista. Su visión de lo político entiende que la responsabilidad de orientar las decisiones colectivas no es competencia de las mayo-
rías electorales sino de la presión de los grupos. Actualizando el discurso de Bentley, entienden que los grupos cumplen en la democracia el mismo rol que los empresarios tienen a
su cargo en el mercado, siendo éste para ellos "uno de los desarrollos más significativos en el escenario político americano".
Por eso constituye una preocupación fundamental para Buchanan el controlar la expansión burocrática estatal, que para él ha dado lugar al Leviatán de nuestro tiempo. Para res-
paldar su argumentación invoca la autoridad de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, quienes al diseñar la primera constitución democrática de la modernidad estuvieron
siempre dispuestos a poner limitaciones a la autoridad gubernamental, para salvaguardar de este modo la autonomía del individuo.
Como la creciente burocratización del Estado keynesiano lo ha llevado a distinguirse por un cada vez mayor déficit fiscal, la restauración del equilibrio presupuestario constituye un
imperativo constitucional para Buchanan, aunque ello implique reducir drásticamente los servicios sociales que lo caracterizan. El antikeynesianismo de Buchanan es notorio y los
contenidos del discurso teórico de la elección pública le son muy afines.13 Es ésta la razón por la cual puede decirse que estas premisas teóricas han tenido gran influencia sobre su
sociedad, contribuyendo a legitimar la teoría y la práctica neoconservadoras, vigentes desde comienzos de los 80, particularmente en lo referente a sus dos expresiones de política
económica más notorias: la disminución de los impuestos progresivos a las ganancias individuales y la búsqueda del equilibrio presupuestario a través de la mutilación de las pres-
taciones sociales estatales.14

4.3.4 LAS CRÍTICAS A LAS TEORÍAS ECONÓMICAS DE LA DEMOCRACIA

Un serio problema que se le plantea a la implementación de este modelo económico al análisis político, es su posible grado de generalización. La crítica a la que es más vulnerable
como enfoque teórico es a su ahistoricidad, a no tener en cuenta las circunstancias de tiempo y lugar en que se produce el hecho político, a los horizontes culturales que lo orientan.
Pretende universalizar las conductas políticas que caracterizan a la sociedad estadounidense, fuertes liderazgos personales y muy débiles partidos y sindicatos, proyectándolas so-
bre los demás sistemas políticos democráticos.
Frente a estas expectativas, surge sin embargo el hecho evidente de que en el continente europeo son las organizaciones, más que los individuos, las grandes protagonistas actuales
de la política. Esto es explicable por la dimensión cualitativa y cuantitativa que tienen sus partidos políticos y sindicatos, así como por la circunstancia de estar caracterizados esos
sistemas políticos por otro tipo de democracia, la consensual, no la competitiva que caracteriza a los Estados Unidos. Es por eso improbable hablar de un ciclo político-económico,
ya que los grandes compromisos establecidos entre las organizaciones políticas, económicas y sindicales evitan, a la vez que oposiciones irresponsables, competencias electorales
dañosas para las economías nacionales, dado que una sobreoferta política en las elecciones estaría reñida con una lógica partidaria basada en el compromiso y no en la competencia

13
Buchanan resume así el desarrollo del tema que hiciera conjuntamente con R. Wagner en su obra Democracy in Deficit. The Political Legacy of Lord Keynes: “El libro era un intento de examinar las consecuencias políticas de Mr. Keynes, y el tema central era demostrar que un importante ele-
mento de la constitución fiscal americana, concretamente la regla del equilibrio presupuestario, había sido destruida por la aplicación política del keynesianismo. Los economistas han ignorado ciegamente la asimetría presente en la aplicación de los preceptos políticos keynesianos, asimetría que
la mayor parte de los más elementales teóricos hubiera reconocido. Ingenuamente presumían que los políticos podrían crear a voluntad excedentes presupuestarios, con la misma facilidad con las que crean los déficits. Olvidan la regla elemental de que los políticos disfrutan gastando y no les gus-
ta controlar los costos. En Democracy in Déficit, Wagner y yo solicitábamos explícitamente la restauración del equilibrio presupuestario como imperativo constitucional", en J. M. Buchanan: “De las preferencias privadas a la filosofía pública- El desarrollo de la elección pública” en Revista del
Instituto de Estudios Económicos, N' 2. Madrid, 1980.
14
Eso lleva a García Cotarelo a destacar: “Probablemente lo más característico de Buchanan sea su teoría de la incompatibilidad entre la democracia y el déficit público y su propuesta de que una reforma constitucional incluya, entre los principios fundamentales del sistema, la regla de oro de la
teoría hacendística clásica, esto es, el presupuesto equilibrado [...] resulta paradójico que Buchanan haga incompatible con la democracia una situación que, por otro lado, considera producto típico del sistema político democrático” en R. García Cotarelo: "Objeto, método y teoría" en M. Pastor
(comp.): Ciencia Política, Mc Graw-Hill, Madrid, 1988, pág. 45.
18
ilimitada entre las organizaciones. Aquí los factores ideológicos, organizativos e institucionales son los que encauzan la toma de decisiones políticas. El caso alemán resulta un
ejemplo altamente ilustrativo al respecto, tanto por su eficacia política como su eficiencia económica.
Estas circunstancias hacen que en la Unión Europea el mercado político no se subsuma en la lógica del mercado económico; preserva su propia lógica y tiende a solucionar los pro-
blemas que este último produce y no puede resolver. Como tan lúcidamente lo destaca Norberto Bobbio, sólo el mercado político puede equilibrar al mercado económico.
Por eso, si bien estas teorías económicas tienen vasta difusión en la ciencia política estadounidense -donde han logrado actualizar el discurso conductista- y su repercusión política
es muy notoria, no gozan del mismo eco en la ciencia política europea. Esta última estima también ineludible la reducción del cuantioso déficit fiscal que ha producido el Estado
keynesiano de bienestar, pero no comparte la idea de su eliminación para devolverle al mercado económico la preeminencia política perdida en esas sociedades democráticas. Esta
expectativa la expresa muy bien Klauss Offe al criticar el trasfondo ideológico de los modelos económicos: ... la Derecha está más bien intentando volver a levantar las fronteras entre Es-
tado y sociedad, volver a diferenciar esferas de actividad que se han hecho altamente interdependientes. No parece defender la simple utopía de un mercado plenamente emancipado, sino más bien
de mercados libres y Estados fuertes (...) Sin embargo, el Estado de bienestar puede considerarse como un mecanismo relativamente eficaz para reducir conflictos (...) Especialmente si consideramos
que el volumen de fuerza laboral susceptible de ser absorbida por el capital oligopólico decrece sostenidamente, el Estado de bienestar debe verse como un medio altamente eficiente y eficaz para re-
solver problemas de reproducción colectiva y, por tanto, para reducir el conflicto económico y político. Esta es una de las razones de que incluso los ideólogos neoconservadores más extremistas se
muestren renuentes a la hora de alterar los arreglos institucionales básicos sobre la reproducción colectiva. Estos ideólogos perciben claramente que el desmantelamiento del Estado de bienestar des-
embocaría en conflicto generalizado y en formas de conducta anómica y "criminal" que en conjunto serían más destructivas que las enormes cargas del propio Estado de bienestar. El Estado de bien-
estar es ciertamente un arreglo altamente problemático, costoso y paralizante, pero su ausencia será todavía más paralizante...
Desde el punto de vista epistemológico la ciencia política europea tampoco es muy benévola con estos modelos. Como lo expresa Adriano Pappalardo en una obra colectiva de la
ciencia política italiana, se cree que [...] existe una relación inversa entre la complejidad de los fenómenos sociales y la capacidad de explicación de los modelos construidos sobre drásticas simpli-
ficaciones del individualismo metodológico y del cálculo racional.
Sin embargo, por muchas que sean las objeciones que se le realizan, las teorías económicas están hoy sólidamente instaladas en el centro del escenario político. Su eficaz proyección
ideológica es muy notoria, al estar asociadas a las políticas públicas neoliberales vigentes en las democracias occidentales desde los años 80. Si, anteriormente, la teoría de la mo-
dernización expuesta por el primer conductismo entendía que la democratización creciente de una sociedad era el producto del incremento de la alfabetización, la urbanización y la
industrialización -incremento que estaba supeditado a la intervención en esos campos del Estado keynesiano de bienestar- hoy la teoría económica de la democracia sostiene que
los procesos democráticos están orientados por la libre intervención de las fuerzas del mercado. Es ésa, quizás, la razón de la importancia que tienen actualmente esas teorías: el
sustentar intelectualmente este tipo de políticas de exclusión social, claramente opuestas a las del medio siglo anterior.
Por eso Mueller puede responder a esas críticas sosteniendo que [...] puntos de vista de la ciencia política sobre el hombre, el votante o el político son, en general, muy diferentes de los adopta-
dos en los modelos de elección pública. El entorno en que se llevan a cabo las interacciones de estos personajes suele describirse como dotado de una riqueza institucional muy superior a la que está
implícita en los modelos abstractos. Para muchos teóricos de la ciencia política los modelos de elección pública constituyen una ingenua caricatura de la conducta política. La respuesta que da el teó-
rico de la elección pública a estas críticas es la misma que han venido dando los economistas a lo largo de los años ante críticas análogas que se han suscitado contra sus modelos ingenuos de la con-
ducta económica. La utilización de modelos simplificados de conducta política está justificada siempre que éstos sean más eficaces que los modelos rivales para explicar la conducta política.
Mueller hace suyo el concepto de Milton Friedman de que los modelos hay que probarlos por la exactitud de sus predicciones, más que por la racionalidad de sus argumentacio-
nes... y los modelos económicos han sabido predecir el actual comportamiento político estadounidense (cuyo efecto de demostración es muy grande).
Pero esa capacidad de predicción de la elección pública no es proyectable al comportamiento político europeo. Una explicación convincente de por qué se da esta situación, la da
Goran Therborn, para quien la definición que hace Offe del Estado keynesiano de bienestar sólo es aplicable a las democracias europeas, pues la misma implica no sólo la interven-
ción estatal en la economía sino también un compromiso político entre el capital y el trabajo. La concreción histórica de este compromiso son las grandes prestaciones estatales que
garantizan el bienestar de esas sociedades desde la posguerra.
Para Therborn, ese concepto no es aplicable al caso estadounidense. Lo que allí ha tenido vigencia es el Estado keynesiano, que produjo una gran intervención estatal en la econo-
mía, incrementó los planteles burocráticos del gobierno y causó un gran déficit fiscal, pero sin existir un compromiso político entre el capital y el trabajo como se dio en el caso eu-
ropeo. Por esa razón las grandes prestaciones sociales que caracterizan a las democracias de Europa, particularmente las del centro y el norte del continente, no se concretaron en
los Estados Unidos.
Esto ha provocado que, cuando la crisis fiscal del Estado afectó a todas las democracias, las europeas la afrontaron reduciendo su asistencialismo pero preservando sus prestaciones
sociales, pues su legitimidad política está basada en el compromiso citado, sustentado en el acuerdo entre los grandes actores sociales que lo expresan —al articular sus intereses en
un juego de suma positiva—: empresarios, partidos y sindicatos.
Por eso es difícil que pueda universalizarse la teoría de la elección pública como el marco conceptual por excelencia para el análisis político. Si los europeos aceptan al neocontrac-
tualismo lo hacen desde una perspectiva ético-política muy diferente de la que reivindica Buchanan, como tan admirablemente lo expresa Norberto Bobbio.

5. LAS GRANDES TRADICIONES DE INVESTIGACIÓN ACTUALES: LA VIGENCIA DEL PARADIGMA COMPARATISTA O WEBERIANO EN EUROPA CONTINENTAL

En el replanteo epistemológico que se produce en la ciencia política en los años 70 tiene un lugar preponderante la reflexión filosófica de tres grandes pensadores europeos: Hans
George Gadamer, Jürgen Habermas y Paul Ricoeur. Serán ellos, con la solidez de sus argumentaciones, quienes desde los años 60 producirán una aproximación a los fenómenos
sociales y políticos muy distinta de la que había caracterizado a las ciencias sociales desde su fundación. En efecto, el discurso positivista, que las ha marcado a fuego ya desde sus
grandes precursores —Saint-Simon, Comte, Marx, Spencer y Pareto—, será modificado por los análisis que desde la hermenéutica filosófica, el neomarxismo y la fenomenología
realizan los pensadores citados. Por eso su estudio resulta imprescindible para una adecuada comprensión de cuál es el proceso cognoscitivo con el que nos acercamos al estudio de
los fenómenos políticos.

5.1 EL DEBATE TEÓRICO CONTEMPORÁNEO EN LAS CIENCIAS SOCIALES: EL RETORNO DE LA REFLEXIÓN FILOSÓFICA A TRAVÉS DE LA HERMENÉUTICA
19

La hermenéutica, como arte de interpretación de textos, surge históricamente en una estrecha asociación con la teología y el derecho, cuyos contenidos busca interpretar correcta-
mente. A comienzos de la Modernidad esta interpretación se hace crucial: la exégesis bíblica pasa a ser el eje del debate cultural que se libra en ese momento histórico al producirse
la Reforma. En esa misma época el humanismo, al revalorizar los textos de la Antigüedad clásica, extiende esta exégesis a los mismos. Todo ello da entonces una gran importancia
al análisis filológico, produciéndose una gran expansión de los campos de estudio que eran originariamente analizados por la hermenéutica
La importancia de la hermenéutica se acentúa con el surgimiento de la conciencia histórica en Alemania a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. La trascendencia de estos pro-
cedimientos interpretativos para comprender el significado de los fenómenos históricos, hace que pasen a formar parte desde entonces de la tradición cultural alemana. La diferen-
cia que se produce en este proceso de generalización de los procedimientos hermenéuticos es extremadamente importante. Mientras estos últimos estuvieron reducidos a la inter-
pretación de textos canónicos, tanto religiosos como legales, se partió de la base de que esos textos tenían un sentido determinado y eran irrefutables, por eso éste era el criterio de
interpretación con que se aproximaba la hermenéutica a los mismos. Se reconocía la autoridad del texto y se buscaba comprender su significado normativo para el momento histó-
rico en que se realizaba la interpretación. De allí que su finalidad fuera la transmisión y no la crítica de normas tradicionales. Estas tenían que ser mediadas con o aplicadas a las
circunstancias del presente. Los humanistas renacentistas compartieron también esta visión de la validez normativa de la tradición.
Sin embargo, la vigencia del historicismo hizo que, por el contrario, se entendiera que los fenómenos culturales sólo podían ser comprendidos y valorados en relación con el contex-
to histórico en el que estaban insertos. Se planteó así un escepticismo intelectual y moral frente a la tradición. La historia fue asumida, no como una fuente de verdades y valores
permanentes, sino como la manifestación de la diversidad de las expresiones culturales de la humanidad.
Al promediar el siglo XIX, Dilthey ocupa un importante lugar en este desarrollo de la hermenéutica, al trasladar sus procedimientos a la metodología de las ciencias históricas del
hombre, confrontándolas así con los procedimientos metodológicos de las ciencias naturales. En el transcurso de este debate, esta denominación de “ciencias históricas” dejará su
lugar a la de “ciencias del espíritu”, como consecuencia de la traducción que se realiza en Alemania de la expresión con la que J. S. Mill ha conceptualizado a las ciencias sociales:
“ciencias morales”. El método interpretativo de textos pasa a ser adoptado como un modelo válido para la comprensión de la realidad histórica. Percibida ésta como un todo, los
documentos y los hechos del pasado tienen que ser revividos interpretativamente. La interpretación hermenéutica es por lo tanto un acto cultural en el que se toma contacto con
una vida a la que se concibe como histórica. Es en ella, entonces, que nos reconocemos.
En este punto Dilthey vio la diferencia existente entre las ciencias interpretativas de la vida histórica y cultural y las ciencias objetivantes de la naturaleza, sin que, pese a eso, las
primeras fueran menos científicas que éstas. La conocida distinción entre comprensión y explicación obtiene aquí la formulación clásica que tanta repercusión ha alcanzado.
Para la filosofía alemana contemporánea, en filosofía no existe el presente en un sentido de inmediatez. Aquello que hoy se considera relevante como tema filosófico -y continuará
sirviendo de estímulo intelectual por algún tiempo- sólo se comprende claramente si se lo inserta en la perspectiva de un contexto histórico más amplio; por lo tanto, está siempre
relacionado con el pasado filosófico. Esta relación puede ser tanto manifiesta como latente, pero nunca la formulación y solución de problemas filosóficos puede llegar a separarse
completamente de sus circunstancias históricas, de la fuerza de la tradición en la que se inspira la filosofía.
Son entonces las circunstancias históricas las que conducen a la selección y modificación de los problemas filosóficos centrales, orientando la forma en que éstos se conciben y ex-
plicando por qué se procura su explicación aquí y ahora. Desde luego, se debe estar convencido de la importancia que tiene un problema en sí mismo, si es que se va a hacer el es-
fuerzo de tratar de comprenderlo. Que consideramos que algo es filosóficamente importante no depende sólo de que ocupe un cierto lugar en un contexto histórico, sino de que,
además, lo percibamos como un problema relevante.
Esos problemas son los que estimulan el esfuerzo del pensamiento para superar el estado del conocimiento. El conocimiento, reconocido como limitado, nos plantea una perma-
nente necesidad de extensión, de mejora, es decir, el desafío de superarlo, pues la insuficiencia del conocimiento implica la obligación de saber más. Sólo así puede pretenderse su-
perar esos problemas, cuya solución presupone reflexionar sobre su génesis. De este modo, al centrar nuestra atención sobre lo nuevo, nos encontramos con una continuidad del
conocimiento frente a esos problemas. La historicidad de la filosofía se refleja de este modo en la filosofía alemana contemporánea.
En el transcurso del siglo XIX la filosofía tuvo que afrontar una cada vez más acentuada crisis sobre la legitimidad de su conocimiento. El positivismo, invocando la rigurosidad y
precisión de la ciencia y del método científico, logró el predominio de ese tipo de conocimiento, pretendiendo relegar a la filosofía, como metafísica, a la humillante condición de re-
liquia del pensamiento precientífico. Pero en nuestro siglo se produce una innovación revolucionaria en la filosofía. A través de ella el lenguaje llega a ocupar, de una manera indis-
cutible, un lugar central en los desarrollos filosóficos y el debate epistemológico de nuestros días.
Con Heidegger llega, en la primera mitad del siglo, el momento para la aparición de una filosofía de la existencia, al desarrollar éste la fenomenología de su maestro Husserl. Su
importancia para la filosofía del siglo XX será notable, tanto por la dimensión filosófica de su obra como por el magnetismo de su personalidad. La hermenéutica adquiere entonces
-en el peculiar lenguaje heideggeriano- el sentido filosóficamente primario de "una analítica de la existencialidad de la existencia". 'Existo luego pienso", en lugar del cartesiano
"Pienso luego existo". La intersubjetividad sustituye así en Heidegger a la subjetividad del conocimiento, la ontología subsume a la metafísica. La conciencia histórica pasa a ocupar
el lugar de la conciencia trascendental.
Ya Dilthey había ocupado un lugar intermedio en este avance hermenéutico. Pero Heidegger reinterpreta totalmente la hermenéutica, polemizando con la concepción de Dilthey.
La hermenéutica no es ni un canon obsoleto de reglas de interpretación de textos, un método de investigación que subsiste junto a otros. El carácter esencial de la existencia huma-
na es la que impulsa a la filosofía hacia la hermenéutica. Es por ésta, su particular visión de la filosofía, que en su obra Ser y tiempo (1927) defiende la tesis de que todo gira sobre la
hermenéutica de la existencia. Todo aquello con lo que nos encontramos aparece dentro de un contexto de significado, que es relevante a nuestra acción y al que podemos acceder
sin dificultades.

5.2 GADAMER Y LA SISTEMATIZACIÓN DE LA HEMENÉUTICA FILOSÓFICA: SU POLÉMICA CON HABERMAS

Si bien es Heidegger quien discierne una hermenéutica del lenguaje que pretende superar tanto la visión dogmática de la tradición que tiene el romanticismo como el relativismo
que caracteriza al historicismo, el desarrollo más logrado de esta nueva perspectiva hermenéutica está dado por la obra de su discípulo Gadamer “Verdad y método” (1961). Pese a
20
que su preocupación central no es plantear nuevos procedimientos metodológicos para las ciencias sociales o discutir sus fundamentos teóricos, pues lo que pretende hacer desde
la filosofía es revelar a la conciencia histórica como clave de la existencia humana, Gadamer ha pasado a tener notable gravitación en el debate alemán contemporáneo sobre los
fundamentos de la investigación social. Por eso constituye un referente significativo en ese debate.
Para Gadamer el prejuicio, el pre-enjuiciamiento que guía nuestra comprensión de un texto no es una acción subjetiva; surge intersubjetivamente desde la comunidad en que esta-
mos insertos, que nos une a una tradición cultural determinada. Mas esta comunidad no es estática; a través de nuestra relación con esa tradición experimenta un continuo proceso
de transformación cultural. Por eso, desde esta perspectiva, si el significado de un texto es siempre incompleto, al estar abierto permanentemente a diversas interpretaciones desde
las distintas percepciones que se van sucediendo sobre el mismo, esta reinterpretación no se limita sólo a los textos, se da también sobre los hechos históricos. La existencia es diá-
logo.
Los hechos históricos son reconstruidos dentro de marcos de referencia narrativos, y al hacerlo se los relaciona obligadamente con otros hechos ulteriores. El significado histórico
de los hechos políticos relevantes se origina y desarrolla, es esclarecido, por lo que sucede posteriormente, es decir, desde la perspectiva de las generaciones siguientes a las que los
protagonizaron. Por eso un mismo hecho político puede adquirir distintas significaciones al ser reconstruido dentro de diferentes marcos de referencia, pues tales narraciones re-
constructivas lo asocian con los sucesos posteriores al mismo.
Para Gadamer, el individuo se socializa por medio del lenguaje. Su comprensión del mismo está forzosamente imbricada con su interpretación. Pero esta interpretación no es inge-
nua. Quien interpreta no se acerca a aquello que interpreta desde la nada; todo lo contrario, lleva con él el horizonte de expectativas que caracteriza a su mundo. De allí que su in-
terpretación sea hecha desde la perspectiva que le da ese horizonte, desde un pre-enjuiciamiento.
Por eso, desde esta perspectiva, quien interpreta un texto realiza inicialmente una proyección de su sentido general. Luego esa visión inicial es revisada y se consideran propuestas
alternativas, que permiten nuevas proyecciones del texto. El intérprete debe para ello aceptar el sentido del mismo en y mediante su articulación en un contexto simbólico distinto
de aquel en que ese texto fue considerado inicialmente como significativo. Para Gadamer, una interpretación exitosa representa una fusión de horizontes culturales: el del autor del
texto y el de su exégeta.
La interpretación resulta ser, así, una mediación hermenéutica entre distintos mundos de la vida. Por eso no tiene sentido hablar de una interpretación definitivamente válida. De
esto se desprende que Gadamer ubica en un primer plano la dimensión histórica de la comprensión. Lenguaje y tradición son inescindibles: la tradición es el medio en el que se
transmite y desarrolla el lenguaje. Por eso su análisis del verstehen está estrechamente vinculado con la naturaleza de la comprensión histórica. La comprensión interpretativa sur-
ge desde la tradición cultural del intérprete, forma parte de una estructura de prejuicios, de preconceptos que se han ido constituyendo en esa tradición. Esa es la razón por la que
la interpretación constituye un desarrollo de esa tradición de investigación a la que pertenecen tanto el intérprete como el texto.
El significado de un texto resulta así estar abierto a distintas interpretaciones futuras. La dinámica histórica plantea nuevas situaciones e ilumina al texto desde un distinto ángulo,
permitiendo que los intérpretes de cada nueva época busquen conseguir una mejor interpretación desde diferentes perspectivas que no estaban al alcance de sus intérpretes pre-
vios. Esta reconstrucción significa, entonces, relacionar los sucesos históricos que contextualizaron a la obra de un autor determinado con sucesos históricos posteriores, aquellos
que identifican la época de sus distintos intérpretes.
Gadamer recalca por eso que la comprensión interpretativa se origina en el contexto sociocultural del intérprete, poniendo así de manifiesto la característica básicamente histórica
de la misma, la dimensión esencialmente histórica del sentido de un texto. Somos capaces de comprender el significado de un texto en la medida en que logramos interpretarlo, es
decir replantear su sentido en términos que también tengan sentido para nosotros, en que las creencias y valores expresadas en el mismo nos resulten tener sentido. Esto no signi-
fica que aceptemos todas las pretensiones de validez expresadas por el texto, pero sí que las consideremos como respuestas posibles a cuestiones y problemas que caracterizan a
nuestro tiempo, a través de nuestra fusión de horizontes culturales.
De todo esto se desprende que la hermenéutica filosófica manifiesta un abierto interés por el diálogo, con otros, con el pasado, con culturas históricamente diferentes, sobre las
preocupaciones comunes a la vida humana, sobre la buena vida. Por eso, para la hermenéutica filosófica, los individuos no son observadores neutrales sino participantes de un diá-
logo, y deben estar abiertos a las creencias y valores de otros, dispuestos a aprender de ellos15. Gadamer no se limita a plantear el aporte cultural de la tradición; argumenta asi-
mismo que la participación en una herencia cultural es lo que da sentido al pensamiento, incluso a la propia reflexividad crítica. Para él, tradición y reflexión crítica no son concep-
tos opuestos sino complementarios. Hasta la crítica es obligadamente histórica al ser hecha desde un punto de vista particular, el de una tradición cultural determinada, caracteri-
zada por conceptos, juicios, principios.
Gadamer reivindica así las características históricas del sentido mentado. El sentido de la acción social surge de una tradición cultural, y la comprensión del mismo por sus intér-
pretes depende de la inserción de éstos en una determinada tradición de investigación. Esta conceptualización impugna fuertemente las premisas epistemológicas del positivismo
lógico vigentes hasta ese momento en las ciencias sociales. Para las mismas, el futuro no está condicionado por el pasado, dado que ahora, en las sociedades industriales de la mo-
dernidad, puede ser planificado y dominado técnicamente por la ciencia. Consecuencia lógica de este criterio es el percibir como competencia de las ciencias sociales a la formula-
ción y constatación de leyes que expliquen los procesos sociales globalmente, dejando de lado las peculiaridades históricas de las sociedades nacionales. El pasado histórico, como
tradición cultural, resulta ser ajeno a la investigación en ciencias sociales.16
La riqueza de la argumentación de Gadamer despierta un gran eco en la comunidad académica alemana, originando un debate de vastas repercusiones epistemológicas. Habermas
destaca la importancia de la hermenéutica filosófica de Gadamer, por el énfasis que éste da a la historia y a las tradiciones culturales, frente a la visión de la reproducción ahistórica
de las formas de vida que ha caracterizado a las principales tendencias de las ciencias sociales en la posguerra. Habermas comprende, como Gadamer, que la idea de una sociedad
ajena a la historia, abierta a un control técnico de su futuro -que es la idea central de las ciencias sociales ahistóricas, disociadas de toda interpretación de la inserción histórica en

15
H. G. Gadamer (op. cit-, pág. 673): «El diálogo que está en curso se sustrae a cualquier fijación. Mal hermeneuta el que crea que puede o debe quedarse con la última palabra”.
16
H. G. Gadamer (Verdad y método II, op. cit., pág. 232): “Si se define la lingüística como modo de realización de la conciencia hermenéutica, es obvio reconocer en la lingüística como estructura básica de la socialidad humana, el a priori válido de las ciencias sociales a partir del cual las teorías
behaviorístico-positivistas, que consideran la sociedad como un todo racional observable y dirigible, llegan al absurdo. Esto tiene su punto de evidencia en cuanto a creer que la sociedad humana vive en instituciones que aparecen comprendidas, trasmitidas y reformadas como tales; en suma, de-
terminadas por la autocomprensión interna de los individuos que forman la sociedad”.
21
una tradición cultural- constituye un razonamiento que no resiste el peso de la reflexión crítica. Para Habermas los conceptos centrales de las ciencias sociales son "conceptos his-
tóricamente enraizados", que cuanto más se alejan del ámbito de aplicación que les es específico tanto menos significan.
Si los investigadores en ciencias sociales quieren actuar conscientemente, deben asumir reflexivamente el grado de dependencia en que están sus categorías conceptuales de una
precomprensión originada en su inserción en una tradición de investigación. Ello exige que se hagan histórica y hermenéuticamente auto conscientes de las precomprensiones, los
prejuicios con los que se acercan a una lectura interpretativa de la realidad. Tienen que comprender que están relacionando -consciente o inconscientemente- el análisis del texto o
el hecho que interesa a su investigación con su propia realidad, si desean hacer una lectura válida de los mismos. Para Habermas es muy importante el aporte que hace Gadamer a
"la articulación de una auto comprensión orientadora de la acción".
Esos investigadores no pueden por cierto plantear una relación objetiva de sujeto a objeto como sucede, en cambio, en las ciencias naturales. Aquello que están analizando forma
parte de su tradición cultural, circunstancia que hace que ellos también pertenezcan al campo de lo social que pretenden investigar. Deben entonces ser conscientes de los elemen-
tos que han socializado en el transcurso del proceso cultural en el que se conformó su subjetividad. Así, la comprensión hermenéutica permite a los investigadores alcanzar una au-
to comprensión de los valores que los orientan.
Por eso Habermas hace suyas muchas de las premisas hermenéuticas de Gadamer. La comprensión de un texto -y de los hechos sociales que analiza- implica replantear su sentido
en términos que posean también sentido para nosotros y nuestro momento histórico: considerar sus proposiciones como posibles respuestas válidas a nuestras cuestiones e inquie-
tudes, sin por eso entender que todas ellas tienen que ser forzosamente valederas. Es que para Habermas el interés transparente que surge de esta aproximación hermenéutica al
conocimiento es el diálogo, con los grandes autores, con la historia, con otras culturas. Eso implica no tener certidumbres absolutas, mantenerse receptivo a las creencias y valores
de los otros, asimilar criterios ajenos cuando éstos resulten ser valiosos para la comprensión de nuestro mundo integrando una comunidad de dialogo caracterizada por su eclecti-
cismo. Pero Habermas impugna lo que considera un sustrato conservador existente en la hermenéutica de Gadamer. Al estar ésta tan sujeta a la historia, no advierte hasta dónde
gravita la reflexividad personal del intérprete en la comprensión del texto. Por eso Habermas no quiere asociar la investigación hermenéutica sólo a la continuación de la tradición.
Postula entonces la necesidad de un distanciamiento crítico del intérprete, que le permita así tanto incorporar como dejar de lado las pretensiones de validez de su tradición cultu-
ral. Se evita de esta manera lo que él considera absolutización del lenguaje y la tradición por parte de Gadamer. De allí que, para Habermas, la interpretación hermenéutica debe
ser acompañada por una necesaria crítica ideológica, por una «teoría de la acción» de la que carece.
Habermas sostiene que esta crítica ideológica exige referentes más amplios que la sola tradición cultural. La comprensión hermenéutica tiene que ser integrada en un análisis de
los sistemas sociales. El sentido de la acción, intersubjetivamente aprehendido y simbólicamente transmitido, forma parte de un conjunto, que si bien está simbólicamente media-
do, está asimismo conformado por las coacciones sociales que caracterizan a la realidad, a sus relaciones de poder social. El lenguaje, el trabajo y la dominación son lo que permite
comprender las relaciones sociales.
En tercer término, si la teoría sociológica quiere descubrir las condiciones bajo las cuales se desarrollan y codifican los patrones sociales de interpretación y acción, deberá percibir-
se a sí misma como una teoría orientada históricamente, es decir, como una filosofía de la historia, asumida como una empresa práctica que nos permite proyectar el futuro, to-
mando como punto de partida nuestra comprensión del pasado y el presente. Y esto es incumbencia de la sociología crítica.
A través de este análisis, con el que Habermas pretende modificar y así completar la hermenéutica de Gadamer, surge claramente que lo que busca es en realidad integrarla a su
Teoría Crítica de la sociedad. Su perfil filosófico-político del sociólogo crítico es casi el del filósofo rey de Platón, al ser percibido como el único en condiciones de decodificar al
mundo, de dar sentido a la acción social. Por eso Habermas identifica al sociólogo crítico con el psicoanalista.
La contrargumentación no se hace esperar. Gadamer le reprocha a Habermas el crear artificialmente una situación de confrontación entre tradición cultural y reflexión crítica. Si
bien la inserción en una herencia cultural es lo que posibilita el pensamiento -"nuestra conciencia histórica es más ser que conciencia"- también es cierto que la reflexión crítica en
que se apoya la hermenéutica es siempre realizada desde una perspectiva individual. Hecha esta observación, Gadamer acepta la premisa del necesario distanciamiento crítico. Pe-
ro no sucede lo mismo con el criterio de Habermas de que el lenguaje es sólo una de las dimensiones de la vida social. Esta constituye, para Gadamer, una comunidad de diálogo;
nada es ajeno a ella, ni la especialización de las ciencias modernas ni las instituciones políticas.
No pueden oponerse entonces los factores económicos y políticos al lenguaje y la tradición cultural, pues están lingüísticamente dados, y por eso también son accesibles a la com-
prensión hermenéutica. Sólo buscando comprender podremos iluminar conscientemente los prejuicios culturales que enmascaran la interpretación científica de la realidad socioe-
conómica. Este trabajo lo ha ejemplificado al hablar de la gravitación que tiene la filosofía social del utilitarismo sobre el conductismo y la práctica política neoconservadora.
De allí que, para Gadamer, la hermenéutica no está apegada acríticamente a la tradición cultural. Es a través de ella que logramos develar los prejuicios que deforman nuestra con-
cepción de la sociedad, haciéndonos conscientes de los mismos. Esto sólo sucede cuando en esa comunidad de diálogo, al buscar comprender otras perspectivas, al buscar un en-
tendimiento con otros, en una fusión de "horizontes de comprensión", percibimos no sólo los prejuicios ajenos sino también los propios. Entonces la comprensión hermenéutica no
se opone a la reflexión crítica: ambas constituyen dos momentos complementarios de ese proceso cognoscitivo. Nadie puede pretender poseer el monopolio de la verdad, por eso el
obligado recurso al diálogo que implica la comprensión hermenéutica.
Del misino modo que se aproxima críticamente a las distorsiones ideológicas del lenguaje, para Gadamer la hermenéutica también se orienta filosóficamente a la indagación cog-
noscitiva sobre la vida justa. Pero lo hace en la convicción de que las ideas de razón y justicia no pueden definirse sin la búsqueda de un acuerdo a través del diálogo citado, es decir,
sin la comprensión hermenéutica. Por ello, para Gadamer, la autorreflexión crítica, la crítica de las distorsiones ideológicas del lenguaje, que distinguen a la Teoría Crítica, no pue-
den ser ajenas a esa revisión crítica a que someten a los otros. Les resulta necesaria por ello el llegar al dialogo, al acuerdo con los mismos. La comprensión hermenéutica represen-
ta, pues, tanto el dejar de lado los prejuicios injustificables, como reconocer la autoridad justificada de ciertos principios preeminentes.
Como se ve, la defensa de la hermenéutica que realiza Gadamer demuestra que ésta tiene mucho en común con la Teoría Crítica, particularmente cuando se observan esos desarro-
llos teóricos desde una perspectiva metodológica y no ontológica. Sumados, esos aportes teóricos de Gadamer y Habermas resultan ser esenciales para el estado actual de la cues-
tión en las ciencias sociales. Al haber definido desde argumentaciones controversiales la eficacia cognoscitiva de los contenidos de la hermenéutica filosófica, lograron demostrar
que el pre-enjuiciamiento existente en toda búsqueda de la aprehensión del sentido de lo social puede estar fundamentado teóricamente y, del mismo modo, metodológicamente
22
convalidado. Al hacerlo, les han permitido a las ciencias sociales tomar distancia de la metodología positivista que las limitaba cognoscitivamente, impidiéndoles un desarrollo teó-
rico que fuera congruente con su crecimiento cuantitativo.

5.3 JÜRGEN HABERMAS. DE LA LÓGICA DE LAS CIENCIAS SOCIALES A LA TEORÍA DE LA ACCIÓN COMUNICATIVA

Al hablar de su debate con Gadamer, ya se vio parcialmente cual es el aporte teórico de Habermas al análisis de lo político. Debe asimismo destacarse que, continuando el camino
iniciado por Husserl a comienzos del siglo XX, el discurso habermasiano se centra en la, amenaza de objetivación que afecta a la subjetividad del mundo de la vida. Para conceptua-
lizarla adecuadamente, define esa situación, que afecta tanto al individuo como a la opinión pública, con la expresión "colonización del mundo de la vida". Así lo señala von Beyme
al señalar que en su obra "el mundo de la vida ocupa el lugar que las circunstancias económicas ocupaban en Marx". Como se ha dado reiteradamente en el análisis social que dis-
tingue al pensamiento alemán, Habermas condena una concepción unilateral de la racionalidad que desvirtúa el sentido que diera el Iluminismo a la vida humana.
Desde que, a fines del siglo XIX, el sociólogo alemán Tönnies sostuvo la superioridad del concepto de comunidad para definir la vida en común en una nación, entendiendo por tal
a la agrupación humana que adquiere su identidad histórica a través de los lazos de pertenencia y los valores compartidos que dan sentido a su convivencia social, por sobre el de
sociedad —sustentado, en cambio, sólo en la vinculación contractual entre los individuos—, la ciencia social alemana hizo suya esa convicción. Heredero de esa tradición de investi-
gación, Habermas ha dado al estudio de las consecuencias que tiene el creciente predominio de la razón instrumental sobre el espacio de lo público un lugar preponderante en su
discurso. La colonización del mundo de la vida constituye para él un fenómeno patológico que distingue a la modernidad y las ciencias sociales críticas deben desenmascararlo.
Si la contraposición entre la racionalidad técnico-económica y la social, entre la razón instrumental y la sustancial no constituye una novedad en el ámbito de la ciencia social ale-
mana —Weber, Mannheim y Adorno y muchos de sus cultores ya habían destacado las nocivas consecuencias que tiene esta dicotomía para el ser humano, definiéndola coma la
causa de la crisis de nuestro tiempo—, tampoco lo es en el discurso filosófico alemán. A fines del siglo XX se proseguía argumentando sobre la dicotomía existente entre técnica y
praxis, precisada en el caso de Hannah Arendt como la dada entre poiesis (producir) y praxis (actuar) y por Gadamer entre techne (destreza) y phronesis (inteligencia práctica). Su
horizonte de sentido motiva entonces fuertemente la teoría habermasiana, teniendo particular influencia sobre esta última la crítica a los efectos no queridos del Iluminismo que
realizara la Escuela de Frankfurt con su discurso filosófico social.
Empero, y pese a su gran formación filosófica, Habermas consideró absurdo exigirle a los científicos de disciplinas empíricas que analicen la conciencia trascendental y su relación
con el mundo social.17 Sustituyó entonces el análisis de la conciencia, que distinguía a la fenomenología, por el análisis del lenguaje. En éste se hace posible la reconstrucción de las
estructuras de la experiencia y de la comunicación tal cual se dan en la realidad social. De este modo se diferenció decididamente de la fenomenología, siendo ésta la razón que lo
lleva en su Teoría de la acción comunicativa a desarrollar su concepto de comunicación lingüística.
Tras su conocida polémica con Gadamer, Habermas se apropia hermenéuticamente de algunos de sus argumentos. En su obra la racionalidad es asociada a la capacidad de una
comunicación lingüística libre de distorsiones, no por cierto a la racionalidad instrumental, orientada a la objetivación de los sujetos y la dominación de la naturaleza, que distingue
al racionalismo occidental. La racionalidad sustancial, —que debe estar presente en una comunicación lingüística, libre de coacciones sociales— se origina en la intersubjetividad,
que se basa en la existencia de un mundo común al ego y al alter, que distingue una cultura, los mantienen entre sí una relación discursiva y no están, por lo tanto, encerrados en sí
mismos. El diálogo distingue al mundo de la vida, es el que conserva el trabajo interpretativo realizado por las generaciones pasadas, caracterizándose por lo tanto por estar susten-
tado en difundidas convicciones básicas. Cuando les llega el momento de buscar el consenso mediante el diálogo, los individuos delimitan su mundo objetivo orientándose por su
inserción en un mundo intersubjetivamente compartido (con otros individuos o colectivos sociales). La opinión pública adquiere así su perspectiva de lo político a través de la ac-
ción comunicativa.18
Frente a ese mundo de la vida, Habermas opone la racionalidad sistémica que es común a los ámbitos de la economía y la política. Destaca el hecho de que en el bargaining que se
da entre las organizaciones que los componen la acción comunicativa actúa sólo muy limitadamente. Cuando debe afrontar circunstancias rutinarias o excepcionales, esas organi-
zaciones pueden encontrar respuestas formales en la racionalidad instrumental que las caracteriza. Es ésta la razón por la cual las organizaciones políticas y económicas no se ven
entonces conminadas a la búsqueda de acuerdos a través de una interacción comunicativa. Su conformación sistémica disminuye entonces en ellas los márgenes de libertad que
tienen los individuos que las componen para pensar y tomar decisiones autónomas. Si no las tornan cotidianamente en esos ámbitos, difícilmente puedan hacerlo al elegir gobier-
nos.19 Es esta racionalidad instrumental la que produce una creciente colonización del mundo de la vida por parte de esas organizaciones.
A ello debe sumársele la fragmentación que produce, en el campo de la cultura, la creciente especialización de los lenguajes elitistas que distinguen a los expertos, haciendo su dis-
curso cada vez más oscuro. Ese conocimiento especializado, planteado de un modo cada vez más abstracto, particularmente en el campo de la economía, impide a la opinión públi-
ca proponer soluciones alternativas a las que plantean los expertos.20 Sin embargo, el planteo empírico sociológico que distingue metodológicamente al discurso habermasiano le
evita llegar a presentar a la oposición planteada entre sistema y mundo de la vida como eje teórico de su obra.
Digno continuador del pesimismo cultural que distingue a la tradición de investigación alemana, Habermas no considera que esta situación lleve obligadamente a una crisis política
superadora. Una de las más importantes razones para ello es la transformación que se ha dado en las relaciones de intercambio entre lo sistémico (economía y Estado) y el mundo
17
"Lógica de las ciencias sociales no es simplemente una integración de Verdad y Método que incluya las ciencias sociales críticas sino que, en concomitancia con las tesis de Conocimiento e interés pretende subrayar la autonomía de las ciencias sociales respecto a las histórico-hermenéuticas. Si
las ciencias sociales llegan a elaborar paradigmas de] comprender, no es a partir del reconocimiento de las adquisiciones de la hermenéutica filosófica, ni —menos que nunca—inscribiéndola en el marco de las geisteswissenschaflen, sino sobre la base de un desarrollo autónomo: entre Diltliey y
Heidegger, por una parte, y la sociología y el psicoanálisis por otra, no existe relación alguna de dependencia y continuidad. Que las ciencias sociales sigan una lógica inmanente, y no subordinada ni a la tradición de las ciencias del espíritu, ni a los desarrollos de la hermenéutica ontológica, no
significa simplemente una reivindicación de la autonomía de las ciencias nacidas de la fractura revolucionaria de la filosofía radical (y en el horizonte de la afirmación ilustrada e idealista del poder emancipativo de la reflexión). Más esencialmente, esta reivindicación se amplia hasta mostrar la
independencia de las ciencias sociales respecto de toda filosofía, incluida la ilustración y las propias filosofías radicales". Ferraris, Mauricio: Historia de la Hermenéutica, Akal, Madrid, 2000, p. 375 (Sioria dell'Eritiellelítica, 1988).
18
"El objetivo de intentar llegar a comprenderse (Verständignug) es lograr un acuerdo (Einverständis) que termine con la mutualidad intersubjetiva de una comprensión recíproca, un conocimiento compartido, una confianza mutua y un acuerdo entre uno y otro." Jürgen Habermas: "What is Uni-
versal Pragmatics?", en Communication and the Evolution of Society, Boston, 1974, p. 3.
19
Para Habermas los partidos políticos han perdido su condición de formadores de la opiniónpública: "En la medida en que los partidos políticos se han estatalizado, y en su interior han consumido su propia sustancia normativa, no actuan sino desde la perspectiva del sistema administrativo, de-
ntro del cual han tomado posiciones de poder y quieren mantenerlas. La función que deberían desarrollar en primera línea, a saber: la de la articulación y mediación de la formación de la opinión y la voluntad política, sólo la desempeñan en forma de campañas electorales". J. Haber-mas, Más allá
del Estado nacional, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p. 154.
20
Así lo expresa contundentemente Habermas: "La diferenciación de las culturas de expertos, que describí en Teoría de la acción comunicativa, trae consigo riesgos contrapuestos, a saber: el riesgo de un encapsulamiento introvertido que impide la difusión de¡ saber cultural y hace que la práctica
comunicativa cotidiana se desertice, por un lado, y, por otro, el riesgo de que decisiones que habrían de tomarse democráticamente corran exclusivamente a cargo de los expertos, es decir el peligro de la expertocracia", en ídem, pp. 156-7.
23
de la vida (esferas privada y pública). Se ha llegado a esa transformación por el surgimiento del Estado de Bienestar en las democracias consolidadas, en las cuales la revalorización
del papel del individuo como consumidor atenúa acentuadamente los conflictos que se podrían presentar. Asimismo, las contradicciones existentes entre los actores sociales orga-
nizados no produjeron solamente conflictos políticos, luchas por la preponderancia ideológica. Dieron lugar también al surgimiento del concepto de solidaridad social, cuya institu-
cionalización gravitó tan decididamente sobre la legitimación de las democracias europeas en la última posguerra. La concreción del consenso social, y no la revolución, pasa a ser
la meta del socialismo en el Estado de Bienestar.
Por eso, para Habermas ya no son posibles representaciones totalizadoras del orden político que puedan surgir de una perspectiva abstracta del mundo de la vida. Aquellas ideolo-
gías que lo intentaron en la modernidad temprana han perdido su vigencia. Como lo destaca en 1986 en su discurso ante las Cortes españolas, se ha dado el "agotamiento de las
energías utópicas".21
Habermas, pese a sus reiteradas tomas de posición en los temas de actualidad política, ha impedido entonces que su lúcida reflexión fuera capitalizada por cualquier ideología para
su praxis política. Como el mismo plantea, su responsabilidad consiste sobre todo en develar los problemas de la segunda modernidad, para que la sociedad esté en condiciones de
dar una adecuada respuesta a las mismas: Sólo conociendo las tendencias de desarrollo estructural mente afianzadas, pero contradictorias, es posible percatarse de las posibilidades prácticas de
intervención.
Sin embargo, y tal cual lo destaca von Beyme, junto con la teoría de la justicia de Rawls, Habermas ha elaborado éticamente una teoría política normativa que preserva su actuali-
dad." March y Olsen así lo han entendido al hacerla suya en el neoinstitucionalismo, especificando las posibles respuestas institucionales a la problemática de la modernidad que
detecta la perspectiva crítica habermasiana.

5.4 PAUL RICOEUR Y LA INCORPORACIÓN DE LA HERMENÉUTICA A LA FILOSOFÍA Y MÉTODO DE LAS CIENCIAS SOCIALES

La repercusión que tienen sobre el discurso científico tanto la obra de Gadamer y Habermas como la polémica que ambos sostienen, lleva al francés Ricoeur a buscar integrar las
perspectivas teóricas de ambos, para poder concretar de este modo una epistemología reflexiva, post empirista, de las ciencias sociales. Tiene singular importancia analizar cómo
reelabora los conceptos centrales de Gadamer y Habermas, enriqueciéndolos con su propia reflexión y dándoles una repercusión intelectual que supera los límites de la comunidad
académica alemana. Alcanzará un notorio éxito en esa empresa intelectual, logrando influir incluso en el mundo académico de las ciencias sociales estadounidenses, tan gravitante
cuantitativa y cualitativamente como ajena a la reflexión filosófica.
Ricoeur sostiene que las perspectivas teóricas de Gadamer y de Habermas son diferentes pero complementarias, al lograr conjuntamente una exitosa refutación de las premisas
metodológicas vigentes en las ciencias sociales. El hecho de que el empirismo sostenga la necesidad de obtener la avaloratividad cognoscitiva para garantizar la objetividad científi-
ca, las ha esterilizado teóricamente por un largo tiempo. Esto ha sido consecuencia de que esas ciencias sociales dan una relevancia absoluta a la empiria, en detrimento del aparato
conceptual que debe orientarla, ante su rechazo obcecado de todo lo que tenga connotaciones metafísicas. Ese inductivismo sólo será superado cuando hagan suyo ese discurso im-
pugnador de la filosofía y método del positivismo, produciéndose un fuerte revival de la teoría social y política.
Para Ricoeur, el eje conceptual de la obra de Gadamer es la conciencia histórica. Por eso es comprensible que la hermenéutica filosófica rehabilite el prejuicio, entendido como pre-
enjuiciamiento, y que, como consecuencia de ello, llegue a realizar la apología de la tradición y de la autoridad que se desprende de ésta. Corre entonces el riesgo de caer en la mis-
ma perspectiva conservadora que había caracterizado al Romanticismo frente al Iluminismo, de hacer predominar la dimensión histórica sobre el momento reflexivo, de reivindi-
car al pasado mítico contra el futuro diseñado por las utopías racionales.
Por eso, para Ricoeur la hermenéutica de Gadamer reivindica los tres grandes principios del Romanticismo: prejuicio, tradición y autoridad. Pero la inteligencia de éste le permite
superar el debate del siglo pasado entre el Romanticismo de la Restauración y el iluminismo de la Revolución, al aproximar, en lugar de oponer, autoridad y razón. Para hacerlo,
Gadamer rechaza la asociación que hace la sociología crítica entre autoridad y violencia social. Para él, autoridad equivale a reconocimiento social, no sólo a obediencia coercitiva,
siendo ésta la esencia fenomenológica de la autoridad. La preservación de la autoridad de una tradición cultural exige, para Gadamer, que ésta sea aprehendida, asumida y así man-
tenida, por lo mismo también es un acto de razón. Gadamer sostiene que estamos siempre ubicados históricamente y que debemos tomar conciencia de ello.
El reconocimiento de que no existe un saber absoluto, de que la historia no puede quedar reducida únicamente a nuestro horizonte cultural, hace percibir a Ricoeur que la riqueza
de la hermenéutica está dada por su visión dialéctica, por percibir al pensamiento como diálogo, como una continua fusión de diferentes horizontes culturales. Del mismo modo
que no hay un horizonte temporal único, no hay tampoco un horizonte espacial cerrado, puesto que existen distintas culturas. Como plantea Ricoeur, "la tensión de lo otro y lo pro-
pio es insuperable".
En esta tensión se alcanza una fusión de horizontes culturales distintos, siendo el pre-enjuiciamiento existente en esa aproximación lo que da historicidad a la comprensión. La
hermenéutica filosófica de Gadamer entiende por eso que, en palabras de Ricoeur, "hay una experiencia del mundo que precede y envuelve al saber y al poder de la ciencia". Surge
entonces la obligada universalidad de su implementación en el campo del conocimiento. Se reivindica de este modo a través de Gadamer la perspectiva ontológica que la metodolo-
gía positivista había postergado en la ciencia por tanto tiempo. Tal es, según Ricoeur, el importante aporte de Gadamer a la epistemología.
Es aquí donde surge, para Ricoeur, la enriquecedora contribución polémica de Habermas. Frente al concepto de prejuicio, sustentado en tradiciones culturales, plantea su concepto
de interés tomado del marxismo. Si Gadamer reivindica las ciencias del espíritu, reintérpretes de la tradición cultural en el presente histórico, Habermas en cambio apela a la socio-
logía, asumida críticamente, para desenmascarar el interés ideológico subyacente en el ámbito del conocimiento. Considera por eso que, más que la coacción física es la coacción
psíquica la que, a través de la comunicación, garantiza el control social. Para Habermas la filosofía hermenéutica constituye una ontología del diálogo histórico que nos da sentido,
mientras que la sociología existencialmente crítica está motivada por el ideal regulador de una comunicación libre ajena a la violencia ideológica, que en lugar de anticiparnos nos
orienta a partir de un futuro ideal.

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Así lo destaca Richard B. Bernstein: "Puede resumirse todo el proyecto intelectual de Habermas y su postura fundamental como un escrito de una nueva Dialéctica de la Ilustración, una que hace total justicia al lado oscuro de la herencia de la Ilustración, explica sus causas, pero no obstante re-
dime y justifica la esperanza de libertad, justicia y felicidad que obstinadamente se dirige a nosotros todavía. El proyecto de la modernidad, la esperanza de los pensadores de la Ilustración, no es una amarga ilusión, no es una ideología naif que se convierte en violencia y terror, sino una tarea
práctica que izo ha sido realizada aún y que todavía puede orientar y guiar nuestras acciones". R. Bernstein, "Introducción", en A. Giddens et al., Habermas y la Modernidad, Cátedra, Madrid, 199 1, p. 59.
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De allí que, para Ricoeur, Habermas -fiel a la idea central de la Escuela de Frankfurt en la que él se formó inicialmente- crea que el interés que orienta el conocimiento en nuestras
sociedades es el interés técnico, instrumental, que regula las ciencias empírico-analíticas, cuyos enunciados de carácter empírico son explotados técnicamente. Por eso, para
Habermas, la ciencia y la tecnología constituyen la ideología del capitalismo contemporáneo. Frente a esa acción instrumental que pone al hombre al servicio del hombre, reivindi-
ca un interés práctico, kantiano, una acción comunicativa orientada a la búsqueda de la comprensión del sentido de la acción humana. Una comprensión que permita discernir có-
mo se interiorizan las normas que institucionalizan los roles sociales para así poder superarlas en la búsqueda de una mayor justicia.
Ricoeur percibe que hasta aquí Habermas está muy próximo a Gadamer: la comprensión está sometida a las condiciones de pre-comprensión del intérprete. Comienza a distanciar-
se al sostener que el interés por la emancipación humana le incumbe a la sociología crítica. Para Gadamer, las ciencias del espíritu son esencialmente las ciencias de la cultura, son
ciencias de la tradición, una tradición continuamente reinterpretada, pero tradición continuada. Seres finitos en un mundo infinito, la conciencia de esa finitud es la que hace reco-
nocer a Gadamer que toda instancia crítica está sometida siempre, a una pre-comprensión que la antecede. En Habermas, por el contrario, es la sociología crítica la que se asigna la
tarea de discernir, en las regularidades observables por las ciencias sociales empíricas, formas de relaciones de dependencia ideológicamente sustentadas. Estas sólo pueden ser
transformadas críticamente.
Es este interés por la emancipación humana lo que regula la aproximación crítica al conocimiento, interés al que Habermas llama autorreflexión. Es éste un interés común con la fi-
losofía. La sociología crítica pretende colocarse más allá de la conciencia hermenéutica, al ubicarse en una actitud desmitificadora de la ideología, al proyectarse hacia el futuro más
que abrevar en el pasado. Por eso Habermas, con reminiscencias kantianas, entiende que la idea que regula la comunicación humana debe consistir más en un deber ser que en ser;
más anticipación que reminiscencia. Antes que invocar la tradición de la autoridad debe interesarse en la transformación del mundo.
Si la comprensión es sistemáticamente distorsionada por razones ideológicas, el comprender los síntomas patológicos de una sociedad exigirá explicar su porqué. Para ello Haber-
mas recurre a las técnicas del psicoanálisis, replanteadas críticamente e incorporadas a su ecléctica perspectiva intelectual. Esta concepción de lo social lleva entonces a Habermas
a condenar en Gadamer el haber ontologizado la hermenéutica, al definir a la comprensión de aquello que nos antecede como algo constitutivo, como algo dado en el ser al estar
ahí.
Tras esta recapitulación de lo que es central para Ricoeur en el pensamiento de Gadamer y Habermas, importa ahora destacar qué es lo que él percibe como limitaciones de la filo-
sofía hermenéutica, y cómo su análisis le incorpora el sentido crítico de teoría de la acción que reclama Habermas.
Entiende Ricoeur que la toma de distancia con el texto es lo que nos hace posible la interpretación. Esto es así porque los textos relevantes nos plantean una múltiple autonomía:
con respecto a la intención del autor, con respecto a la situación cultural y a los condicionamientos sociales de la producción del texto, con respecto al público al que estuvo dirigido
originariamente. El sentido del texto escapa así al limitado horizonte existencial del autor. Característica de una obra relevante es trascender sus condiciones psicosociológicas de
producción, abriéndose por ello a una serie ilimitada de lecturas posibles. La obra se des-contextualiza y re-contextualiza en el acto de la lectura. Por eso el momento de la toma de
distancia corresponde al momento crítico que da sentido a la interpretación. El distanciamiento es entonces lo que hace posible la mediación hermenéutica, conciliando la razón
con la tradición.
Sin embargo, para Ricoeur la hermenéutica debe superar la dicotomía ya planteada por Dilthey entre comprender y explicar, entre ciencias del espíritu y ciencias de la naturaleza.
El discurso como acción -no sólo como lenguaje- es susceptible de ser leído en condiciones existenciales siempre nuevas. Por eso su reconstrucción es el obligado camino a seguir
para llegar a la comprensión del mismo, requiriendo ello la mediación de la explicación.
He aquí, pues, la diferencia sustancial existente entre la hermenéutica romántica y la hermenéutica gadameriana. Mientras que la primera buscaba la intención oculta en el texto, la
segunda despliega un mundo ante él. El momento verdaderamente hermenéutico es entonces aquel en el que nos interrogamos sobre el sentido del mundo que nos abre un texto.
Ese mundo abierto por el texto representa en sí mismo un recurso para enfrentar la realidad tal cual nos está dada. Es esta riqueza del texto lo que potencia la subjetividad del lec-
tor; como plantea Ricoeur, "comprender no es proyectarse en el texto sino exponerse al texto". Apropiación y distanciamiento constituyen entonces para él un proceso dialéctico.
A su vez, para superar lo que Ricoeur entiende como flaquezas de la teoría crítica de Habermas, este autor realiza aportes enriquecedores a la misma. Comienza por coincidir en
que los intereses que subyacen tras el conocimiento no son observables, deben ser descubiertos. Pero no desde la perspectiva psicoanalítica planteada por Habermas, sino desde
una antropología filosófica. Relacionados estos intereses con la trilogía trabajo-poder-lenguaje, deben ser develados a través de una hermenéutica filosófica que los desoculte, para
así reconocerlos. Existe entonces para Ricoeur una notoria correlación entre los conceptos de prejuicio y de ideología.
No se puede por ello asignar al interés emancipador, que según Habermas orienta a la sociología crítica, un planteo tan diferente de aquel que él atribuye a las ciencias histórico-
hermenéuticas, a las ciencias del espíritu. Es éste para Ricoeur un planteo evidentemente dogmático de Habermas. La tarea de la hermenéutica de las tradiciones es recordar a la
crítica de las ideologías que es sobre el trasfondo de la reinterpretación creativa de las herencias culturales donde el individuo puede proyectar su emancipación y anticipar una
comunicación sin límites y sin trabas. Quien no es capaz de interpretar su pasado no puede estar en condiciones de proyectar concretamente su interés por la emancipación futura.
Recuerda por eso Ricoeur que, para Habermas, la ideología contemporánea de las sociedades industriales avanzadas difiere notablemente de aquella a la que se refería Marx. El
rasgo dominante hoy en el sistema social de estas sociedades es la productividad de la racionalidad misma. Lo que hay que legitimar ideológicamente es, entonces, el mantenimien-
to y crecimiento del sistema. Para esto sirve precisamente el aparato científico-tecnológico, transformado en ideología. El subsistema de la acción instrumental ha dejado de ser
subsistema y se ha identificado con el sistema mismo, tal cual lo previera Weber. Más que la buena vida preocupa el buen funcionamiento del sistema. Por eso la necesaria reivindi-
cación de las herencias culturales si se pretende tener éxito en la impugnación de este tipo de sistema social. El último Habermas así lo demuestra en su gran obra Teoría de la Ac-
ción Comunicativa.
La hermenéutica y la Teoría Crítica son ciertamente diferentes, pues se originan en dos tradiciones culturales distintas, el Romanticismo y el Iluminismo respectivamente. Pero,
como lo demuestra el razonamiento de Ricoeur, son complementarias. El destacarlo le corresponde entonces a la reflexión filosófica, pues si ambas se separan radicalmente, opo-
niéndose mutuamente, pasarán a ser meras ideologías, empobreciendo al debate teórico contemporáneo de las ciencias sociales en lugar de enriquecerlo.
Tras integrar las tesis de Gadamer y Habermas, Ricoeur sostiene que un texto nos permite iluminar nuestra propia situación espacio-temporal, al constituir su discurso una lúcida
proyección del mundo dada por su autor. Deduce de esto que, para nosotros, nuestro mundo es el conjunto de referencias que nos permite vislumbrar la exégesis crítica de los tex-
tos significativos. Como tan sagazmente ya lo discerniera Weber, la acción social es el comportamiento orientado significativamente.
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Para Ricoeur, la acción social se basa en una dialéctica de acontecimiento y significado. Una acción social es significativa cuando aporta pautas valorativas, que se convierten a su
vez en los documentos que orientan la vida humana. La acción humana se convierte en acción social sólo cuando se asienta en la historia, cuando a causa de su sedimentación en el
tiempo se transforma en institución, depsicologizando su significado. Una acción social resulta ser significativa cuando su importancia supera su inserción espaciotemporal.
Esto explica el porqué de la universalidad del concepto de Estado racional moderno, definido por Weber como el resultado de la racionalidad europea, al sobrepasar, trascender, las
condiciones socio-históricas de su producción. Es que del mismo modo que un texto desarrolla nuevas referencias y constituye nuevos mundos, el significado de la acción humana
se dirige también a un conjunto indefinido de posibles lectores. La acción humana está abierta a cualquiera que pueda leerla. Es, en términos de Ricoeur, una "obra abierta" que
permite una dialéctica continua entre la obra y su interpretación.
El paradigma de la lectura le proporciona así a Ricoeur una solución para las contradicciones metodológicas de las ciencias sociales. No existe una dicotomía, sino una dialéctica
permanente, entre comprender y explicar. Un texto o una acción constituyen una totalidad, un proceso acumulativo abierto a distintas lecturas e interpretaciones.
Ricoeur considera que la interpretación hermenéutica escapa del círculo hermenéutico, es decir de la supeditación al pensamiento original del autor en el momento de la fusión de
sus horizontes culturales con los del exégeta. Ello sólo es posible al utilizarse criterios de valoración similares a los usados por el popperiano criterio de falsación. Aquí el papel de la
falsación lo desempeña el conflicto existente entre interpretaciones enfrentadas; una interpretación no sólo debe ser probable, sino que debe ser más probable que otras.
Así, mientras la comprensión equivale al concepto de conjetura, la explicación equivale al concepto de validación, al refutar otras perspectivas de comprensión del autor (lo que ex-
plica el canibalismo teórico existente en las ciencias sociales).
Ricoeur logra así conciliar a la filosofía hermenéutica con la ciencia. El texto nos habla de un mundo posible y de una posible forma de orientarnos en su interior. No nos apropia-
mos de una experiencia ajena sino del poder de poner de manifiesto el mundo al que se refiere el texto. Y si, por lo expuesto, percibimos a la sociedad como una realidad social me-
diada simbólicamente, la solución paradigmática frente a la impugnación positivista a la introducción del concepto de comprensión en las ciencias sociales consiste, no en negar el
compromiso personal del científico que afronta la comprensión de los fenómenos humanos, sino en darle objetividad a través de la dialéctica citada. La comprensión asociada a la
explicación nos permite llegar a una interpretación válida científicamente.
Filósofo y politólogo, es Norberto Bobbio quien resume admirablemente el sentido que tiene el cambio que se produce en la ciencia política europea en los años 70, al poner distan-
cia ésta con los dos positivismos que la abrumaban, el conductista y el marxista: Modelo intelectual del hombre de cultura no será nunca el profeta que habla por oráculos, sino sobre todo el
científico que se inclina sobre el mundo y lo observa. Quien orienta su propia actividad de hombre de cultura por el espíritu científico, no se abandona fácilmente al juego de las alternativas radica-
les: al contrario, examina, indaga, pondera, reflexiona, controla, verifica (...) Su enseñanza no es la precipitación por dar una solución, cualquiera sea ésta, sino la perplejidad frente a cualquier solu-
ción (...) Mas aquella solución a la que se llega a continuación de una indagación crítica no tiene para nada el carácter fatal de la opción que no tolera revisiones. La solución crítica (...) está por su
naturaleza continuamente sujeta a nuevos controles, está destinada a ser revisada. Es entonces una solución que por su naturaleza no excluye el diálogo, sino que lo exige; no interrumpe la discusión,
sino que la provoca y se alimenta de ella.

5.5 LA CIENCIA POLÍTICA EUROPEA Y LA LECTURA CRÍTICA DEL CONDUCTISMO QUE REALIZAN SUS PRINCIPALES REFERENTES TEÓRICOS

Tanto el continente europeo como su ciencia política han sido devastados por los fascismos que, en el caso de ésta última, han enviado al exilio estadounidense a algunos de sus
mayores expositores -Friedrich, Kírchheímer, los Neumann-, acallado a otro -Mosca- y, en ciertos casos, pocos, logrado la adhesión de algunos de ellos, su nombre más notorio es
Karl Schmitt. Tras la Segunda Guerra Mundial, la ciencia política renacerá en un continente casi totalmente destruido por el conflicto, en el que se sobrevive angustiosamente gra-
cias a la ayuda económica brindada por los Estados Unidos a través del Plan Marshall. En el contexto de dura confrontación ideológica de la Guerra Fría, el modelo político esta-
dounidense es asumido como propio por los europeos, quienes tras haber dejado atrás a los fascismos encaran ahora la amenaza que representa para ellos la presencia del stalinis-
mo en sus fronteras. Ante esta situación, resulta lógico que sea el paradigma científico del conductismo el que oriente la reconstrucción de la disciplina en la posguerra. No sólo por
la incorporación de sus pautas epistemológicas, sino también porque la mayor parte de los nuevos teóricos de la política realizan estudios de posgrado en las grandes universidades
estadounidenses, incorporando de este modo a su background la filosofía y el método del conductismo. Sin embargo, esto no impide que Europa, identificada culturalmente por su
apego a la historia y la filosofía, acepte sólo críticamente al conductismo.
En el caso particular de la ciencia política alemana, ésta sigue percibiéndose como politología, cursándose en las facultades de Filosofía -por la asociación entre ciencia y ética que
tan bien definiera Kant- y rechazando la condición de ciencia natural de la política. Por eso, si bien acepta asociar el análisis político a la convalidación empírica, no deja de lado a la
filosofía ni a la historia, como tan claramente lo expresa Klauss von Beyme: Se trata de no volver a echar por la borda los logros de las teorías, métodos y técnicas modernas de investigación
en beneficio de una filosofía política ideologizada, como tampoco ignorar las aportaciones de las ideologías y filosofías en la creación de hipótesis y en la fijación de objetivos, en el manejo de resulta-
dos científicos ante una praxis amenazada por la tecnocracia y no discriminar globalmente como radicalismo científico el planteamiento crítico, por la relevancia de algunos esfuerzos teóricos en pro
de la humanización de la sociedad.
Así, este gran expositor de la ciencia política alemana de la posguerra pone distancia con el inductivismo que caracteriza al conductismo y es, junto con Klauss Offe, quien sintetiza
admirablemente esta complementación entre la teoría y la empiria.
Es éste también el caso de la ciencia política italiana, que tras haber dado al continente europeo los grandes precursores del análisis realista y empírico de la política, Gaetano Mos-
ca y Wilfredo Pareto, había quedado totalmente relegada por el formalismo jurídico y el fascismo. Este último, si bien difundió este tipo de estudios, los vació completamente de
contenido, transformando su discurso científico en una burda apología del régimen fascista. El senador vitalicio Mosca acalló su voz científica y política; el inconformista Pareto no
aceptó convertirse en senador vitalicio por el fascismo -se había hecho ciudadano del efímero Estado de Fiume para poder concretar su divorcio- y reivindicó hasta su último artí-
culo las libertades liberales que había conculcado este régimen (lo que no impidió que su nombre y su concepto de elite fueran inescrupulosamente utilizados por el fascismo, que
llegó a sostener que el propio Mussolini había sido alumno de Pareto en la universidad suiza de Lausanne). El silencio del primero y la muerte del segundo, al poco tiempo, hicieron
desaparecer las grandes voces de la ciencia política italiana.
Por estas razones el resurgimiento de la ciencia política sólo se produce tras la caída del fascismo, teniendo una gran influencia en esta reconstrucción la ciencia política estadouni-
dense, circunstancia que la transforma en la ciencia política del continente más influida por la misma. Pero preservará una distancia crítica, como lo expresa su mayor figura insti-
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tucional de la posguerra: Giovanni Sartori. Responsable desde 1958 en la Universidad de Florencia de la primer cátedra de ciencia política surgida tras el fascismo, autor de obras
de gran repercusión y fundador en 1971 de la Rivista Italiana di Scienza Politica -de la que ha sido desde entonces director-, Sartori es muy claro y cáustico cuando define, en 1985,
cómo se institucionalizó la ciencia política italiana en la posguerra: Descontada que sea mi parcialidad, me ha parecido siempre que la ciencia política italiana de los 50 en adelante ha recibido
lo "nuevo" que llegaba desde los Estados Unidos despojándolo de sus defectos y excesos. No hemos resultado nunca ni behavioristas ni numerólogos a ultranza no hemos sido nunca ultraespecializa-
dos ni hemos estado enrocados en el interior de una disciplina monocorde. Receptivos sí, imitadores o repetidores no (...)
He refutado siempre el empirismo teórico, la cuantomanía que no sabe qué cosa medir y el operacionalismo que atrofia y distorsiona los conceptos. La diferencia que separa mi concepción de la cien-
cia política de su acepción americana es, temo, de fondo, y es ésta: que yo provengo de la filosofía y soy maníaco del método (además de pequeñísimo definidor del mismo) mientras que mis colegas
americanos identifican la metodología con las técnicas estadísticas y de investigación, y maltratan aquel logos al que yo reverencio Si se observan mis escritos metodológicos ellos evidencian que mi
epistemología es tanto antidealista como antipositivista. Observen la importancia que atribuyo a la semántica, mi rechazo de la concepción estipulativa del lenguaje, la revalorización de "qué cosa"
respecto del "cuánto", de la teoría respecto de la investigación, de la formación de los conceptos respecto de su operacionalización.

5.6 SARTORI, BOBBIO Y LA REFUNDACIÓN DE LA CIENCIA POLÍTICA ITALIANA

Tras poner distancia con la ciencia política estadounidense, a la cual conoce a la perfección porque desde 1979 es un muy prestigioso profesor de la Universidad de Columbia en
Nueva York, Sartori define el sentido que tiene actualmente la ciencia política en ltalia. Al referirse al primer número de la Rivista Italiana di Scienza Politica., que desde 1971 cons-
tituye el lugar obligado para la discusión teórica y la acumulación de conocimientos de su comunidad científica, Sartori dice: Y en la introducción que anunciaba nuestro nacimiento es-
cribía: "No es por casualidad que este primer fascículo se inicia en clave de política comparada". ¿Por qué? Porque (explicaba en el artículo) la comparación es método de control, y es también aquel
método de control que más y mejor se aplica al estudio de la política (...) Añado que la política comparada a la cual atribuyo una función central en el ámbito del conocimiento de la política no contri-
buye sólo con el "control". ¿Qué cosa es comparable? ¿Cómo? Comparar, advierto, no es asimilar.
Sartori y la ciencia política italiana hacen así del comparatismo el núcleo fuerte de la ciencia política italiana, pero distanciándose críticamente del comparatismo conductista esta-
dounidense, tan bien expuesto por Almond, que intentaba tomar como patrón de referencia universalmente válido el comportamiento político que singulariza a las sociedades an-
glosajonas, privilegiando a su modelo de instituciones como el único modelo posible.
Si cuando hablamos del resurgimiento de la ciencia política italiana, Sartori resulta ser el referente institucional por excelencia, Norberto Bobbio constituye su gran referente ético,
y así lo entiende la sociedad italiana, que lo ha hecho senador vitalicio, a la vez que lo percibe como una reserva moral de la República, tanto por la autoridad moral que le da el
haber militado en la Resistencia contra el fascismo como por la gran repercusión de una obra como la suya, que está orientada -kantianamente- a dar fundamentación científica a la
ética política democrática.
Por eso en 1969 delimita con lucidez cuál es la finalidad que, para él y gran parte de la ciencia política italiana, orienta a la disciplina: Aquel para el cual "realismo" significa dirigir los
ojos del cielo a la tierra, de la lábil nubosidad de los ideales nobles pero infecundos a la dureza de la naturaleza humana, con la cual es necesario ajustar cuentas, hacer ciencia política quiere decir
principalmente cerrar el paso a toda forma de utopismo. El pensamiento científico es asumido como la antítesis del pensamiento utópico. Para esta perspectiva la ciencia política adquiere una fun-
ción prevalentemente de conservación política: la utopía es la falsa ciencia de los revolucionarios, que desbarajustan un orden social sin saber (porque no poseen la "verdadera" ciencia) que el nuevo
orden será en la más afortunada de las hipótesis ni mejor ni peor que aquel que fue abatido. La competencia de la ciencia política es entonces aquella de liberar a los hombres del espejismo de la revo-
lución y de inducirlos a aceptar, en el mejor de los casos con algunas adaptaciones, el sistema vigente.
Cuando "realismo" asume el significado de crítica de aquello que aparece en la superficie y esconde o vela o enmascara las fuerzas reales que mueven la sociedad, hacer ciencia política quiere decir
principalmente asumir la tarea de revelar los arcanos del poder (...) El pensamiento científico es asumido como la antítesis del pensamiento ideológico. En esta perspectiva la ciencia política se pre-
senta en su versión revolucionaria: dado que la ideología es la falsa ciencia de aquellos que detentan el poder y se sirven del mismo para engañar al pueblo, la tarea de la ciencia política es aquella de
desmitificar la ideología dominante que impide la transformación de la sociedad, el salto cualitativo, el pasaje del reino de la necesidad al reino de la libertad. Puede ser interesante observar que
mientras la ciencia política en su versión conservadora se transforma ella misma en una ideología (¡cuantas veces en estos años, sobre todo a propósito de las ciencias sociales americanas, se ha sub-
rayado la relación existente entre desarrollo elefantiásico y acrítico de las ciencias sociales y consolidación del establishment!)La misma ciencia política en su versión revolucionaria constituye la
utopía de la nueva sociedad (el marxismo como ciencia y conjuntamente como utopía es uno de los temas recurrentes del análisis y de la crítica del pensamiento marxista).
En fin, un realismo que logra simultáneamente evitar la tentación de la evasión utópica o de la solución global, escapando a la cobertura ideológica o la falsa solución ( real como no-ideal y no-
aparente), representa una tercera versión política de la ciencia "objetiva" de la sociedad, la versión que querría llamar (atendiendo al significado emotivo de la palabra) reformista o iluminista (...)
Quien orienta el pensamiento científico, a proyectos de reforma de la sociedad está dispuesto a aceptar de los conservadores la crítica del utopismo, mas busca al mismo tiempo no caer en la dogma-
tización ideológica de los propios resultados; acepta de los revolucionarios la crítica de la conciencia ilusoria que se manifiesta a través de las ideologías dominantes mas no cede a la tentación de la
proyección utópica. Sabe que la suya es una posición difícil y controvertida: debe moverse continuamente entre dos insidias, entre la lección de los cínicos y el catecismo de los iluminados.
Formado inicialmente -al igual que Sartori- en la filosofía, Bobbio señala con todo el peso de su autoridad intelectual y moral cuál es el sentido que tiene para él la ciencia política.
En 1971, en el número inicial de la Rivista Italiana di Scienza Politica, Bobbio define con lucidez qué es para él la ciencia política, al compararla con la filosofía política. Mientras es-
ta última es delimitada como la búsqueda del mejor gobierno, la investigación de los fundamentos del Estado, la investigación de la naturaleza de la política y el análisis del lengua-
je político, a la ciencia política la define como un análisis empírico de los fenómenos políticos que respeta tres principios: el principio de la verificación como criterio de validación;
el de la explicación como objetivo; el de la objetividad como principio ético.
En 1975 Bobbio profundiza -clara y polémicamente- este tema. En ese año, encara con Nicolás Matteucci la responsabilidad de publicar un Diccionario de Política, colaborando con
la obra gran parte de los más destacados politólogos italianos, para así definir los principales conceptos de la ciencia política. El propio Bobbio se encarga de definir la disciplina y,
al hacerlo, analiza muy críticamente al conductismo.
En primer lugar, sostiene que la ciencia política como ciencia natural de la política, como lo ha establecido la hegemonía conductista, puede ser conceptualizada como ciencia polí-
tica en sentido restringido, al darle especificidad a la disciplina mediante la adopción de la "metodología de las ciencias empíricas más desarrolladas como la física, la biología, etc.".
Pero Bobbio reconoce que la ciencia política en sentido amplio, como ciencias políticas ya existía previamente, compartiendo su campo de investigación con el derecho público, la
filosofía política y la historia.
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Lo que Bobbio estima como positivo en la actualización del discurso político de la ciencia política es el desprendimiento del formalismo jurídico, dado que para él es éste el que ha
postergado por mucho tiempo el desarrollo de la disciplina. Como ya lo expresara en una obra anterior, ha sido ese formalismo jurídico, juntamente con el fascismo, el que ha pro-
ducido la declinación de la ciencia política en Italia, después de haber sido este país el precursor europeo del análisis empírico de la política a través de la obra de dos grandes auto-
res, Mosca y Pareto, que tanta repercusión tuvieron a comienzos de nuestro siglo. Pero Bobbio es escéptico en cuanto a la posibilidad de dejar de lado el aporte cognoscitivo que le
da la filosofía a la ciencia política, cosa que no considera ni posible ni positiva.
Como Karl Popper, rechaza al inductivismo pero, a diferencia de aquél, analiza, concreta y lúcidamente el contexto del descubrimiento científico, al entender que las intelecciones
no surgen aisladamente. Para Bobbio, el hombre es un animal teleológico, pues orienta su acción a fines; un animal simbólico, pues se comunica simbólicamente con sus semejan-
tes, y un animal ideológico, dado «que se sirve de los valores vigentes en el sistema cultural en el que está inserto para racionalizar su propio comportamiento» Es decir, que tanto
el observador científico como el objeto de su observación, la conducta humana en el campo de la política, están sometidos a ese triple condicionamiento intersubjetivo, a esa acción
racional orientada por valores que definiera Max Weber a comienzos del siglo.
Es para Bobbio en el contexto de la investigación donde debe producirse la suspensión de esa valoratividad, a través de la objetividad que nos dan los procedimientos metodológi-
cos, dado que sólo la convalidación empírica puede sustentar científicamente las hipótesis, deducidas valorativamente en el contexto de descubrimiento. Será la observación empí-
rica la que convalide, total o parcialmente, la hipótesis o la refute, obligando así al investigador a diseñar una nueva (que tenga en cuenta la realidad observada).
Sin embargo, fiel a su herencia kantiana, Bobbio no descalifica las conclusiones valorativas que extrae el politólogo de su investigación; para él, esa función crítica o prescriptiva es
irrenunciable, y se da aun en aquellos casos en que se la descalifica más explícitamente. Es por eso que, observando los contenidos apologéticos de sus instituciones que hace la
ciencia política estadounidense -particularmente en el caso del pluralismo-, aunque desde su perspectiva positivista pregona la avaloratividad de la ciencia, Bobbio termina su tra-
bajo sobre la ciencia política declarando: El desarrollo real de la ciencia política es guiado, más o menos conscientemente, por el ideal de una política científica, esto es de una acción política fun-
dada sobre el conocimiento todo lo más rigurosamente posible de las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad, no abandonado entonces al azar o a la intuición de los operadores políticos. En la lu-
cha contra la adulteración ideológica de los reales móviles de la acción humana, la ciencia política nace ella misma en un contexto social e ideológico bien individualizado, en el que va abriéndose
camino el ideal de la política como ciencia, es decir de una política no ideologizada. Consecuentemente, la competencia más urgente y conjuntamente también más comprometida que espera en esta
fase a la ciencia política es aquella de someter a análisis, y eventualmente cuestionar, la misma ideología de la política científica, examinando su significado histórico y actual, poniendo de relieve los
límites y las condiciones de efectividad, indicando las eventuales líneas de desarrollo.
Bobbio es por cierto categórico al evaluar los condicionamientos ideológicos que caracterizan a la lectura positivista- de lo político que realiza el conductismo, dado que entiende
que el mismo pretende concretar una ingeniería institucional que gobierne científicamente a la sociedad. Pese a sustentarse en la argumentación de la obligada desideologización
de la disciplina, que riéndolo o no, la ciencia política orientada por el paradigma conductista resulta ser tan prescriptiva como la propia filosofía política.
Bobbio vuelve sobre esta misma cuestión diez años después en su gran obra El futuro de la democracia. En este trabajo, que culmina un trabajo intelectual de medio siglo, Bobbio
refuta los desarrollos ideológicos de la última fase del conductismo, de aquella teoría de la elección pública que, disfrazada por el barniz lógico que le da su supuesta cientificidad,
ha pasado a predominar en el análisis político. Para hacerlo, desarrolla su propia conceptualización de la relación existente entre el mercado económico y el mercado político, dado
que para él la democracia sólo es posible si las libertades políticas y económicas son acompañadas por la equidad social, al ser esta última la que da su sentido ético a los actuales
procesos políticos democráticos.
Dice Bobbio: Está fuera de toda duda que el anormal desarrollo del Estado asistencial -como se considera hoy desde varias partes- se halla estrechamente relacionado con el desarrollo de la demo-
cracia. Es incluso trivial-de tanto decirlo y repetirlo sostener que la lamentada "sobrecarga de las peticiones" -de la cual derivaría una de las razones de la "ingobernabilidad" de las sociedades más
avanzadas constituye una característica de los regímenes políticos, donde la gente puede reunirse, asociarse, organizarse, para dejar oír su voz, y donde también tiene el derecho, si no de tomar por
sí misma las decisiones que la afectan, sí de elegir a las personas que, de cuando en cuando, considera las más adecuadas para defender sus intereses. El Estado de los servicios -en cuanto tal, cada
vez más extendido y burocratizado- ha sido una respuesta (...) a peticiones justas que llegaban desde abajo (...) es iluminante la idea de Max Weber -retomada, desarrollada y divulgada por Schum-
peter- según la cual el líder es comparado con un empresario cuyo provecho es el poder, cuyo poder se mide por los votos, cuyos votos dependen de su capacidad de responder a las peticiones de los
electores, depende de los recursos públicos de los que pueda disponer. Al interés del ciudadano elector por obtener favores del Estado, corresponde el interés del político elegible o elegido por conce-
derlos. Entre el uno y el otro se establece una perfecta relación de do ut des: el uno, a través del consenso, confiere poder, el otro, a través del poder recibido, distribuye ventajas o elimina desventajas
(...)
El mercado político -si queremos seguir empleando esta analogía- se ha superpuesto al mercado económico y lo ha corregido o corrompido, según los puntos de vista. Se trata entonces de saber si es
posible volver al mercado económico, como piden los nuevos liberales, sin reformar o, sin más, abolir el mercado político. Si no abolirlo, por lo menos limitar su esfera de acción. Todas las propuestas
políticas de estos nuevos liberales marchan en esa dirección, que figura en la doctrina clásica de los límites del poder del Estado, sin importar que tal poder sea, como en los regímenes democráticos,
el poder del pueblo y no el Poder del príncipe (...)
La crisis del Estado asistencial es también el efecto de este contraste -que ni los liberales, ni los marxistas, ni los demócratas puros han tenido hasta ahora debidamente en cuenta- entre el empresario
económico, que tiende a la maximización de sus beneficios, y el empresario político, que tiende a la maximización del poder a través de la caza de votos. Que se puede abrir un contraste entre los in-
tereses que persiguen los dos personajes es lo que revela la disputa en torno de la ingobernabilidad de las democracias, o sea, de los regímenes en los cuales la arena en que se desarrolla la lucha polí-
tica puede ser comparada con el mercado. Y no hay ninguna mano visible por encima de ambos que los armonice, a despecho de la voluntad de los dos. En el fondo la exigencia expresada por el neo-
liberalismo es la de reducir la tensión entre los dos cortando las uñas al segundo y dejando al primero todas sus garras aguzadas
La insidia es grave, está en juego no sólo el Estado-bienestar, o bien el gran compromiso histórico entre el movimiento obrero y el capitalismo maduro, sino la propia democracia (...)
La hipótesis de la que parte el contractualismo moderno es que el Estado de naturaleza, un Estado en el que hay sólo individuos aislados, pero tendientes a unirse en sociedad para salvar su propia
vida y su propia libertad (...)
Se trata de ver si, partiendo de la misma concepción individualista de la sociedad -que es irrenunciable- y adoptando los mismos instrumentos, estamos en condiciones de contraponer al neocontrac-
tualismo de los liberales un proyecto de contrato social distinto, que incluya en sus cláusulas un principio de justicia distributiva y, por tanto, sea compatible con la tradición teórica y práctica del so-
cialismo. Se ha empezado a hablar de nuevo... de socialismo liberal.
La ciencia política italiana de la posguerra ha crecido, entonces, en un permanente diálogo critico con la ciencia política estadounidense. Pero desde los 70 su divorcio es creciente,
tanto en su caso como en el de toda Europa. ¿Por qué? Sartori lo explica muy bien: (...) la configuración de las relaciones entre el nuevo y el viejo mundo es asimetría. Los americanos son
(como lo eran en sus bellos tiempos los ingleses) monóglotas, se leen casi sólo a si mismos, son relativamente homogéneos, y se autoalimentan. Los europeos están fragmentados, son políglotas, leen a
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los americanos, y así disfrutan de una ventaja que los americanos están perdiendo: la cross fertilization, la fertilización cruzada. Lo que no quita (...) que el grueso de los recursos, la mayoría de sus
cultores, y de universidades que verdaderamente funcionan a alto nivel, permanezcan concentrados en los Estados Unidos.
Un diferente contexto internacional, en el que se dan la atenuación de la guerra fría y el surgimiento de la Comunidad Europea, gravita también decididamente en la disminución
del incondicional alineamiento político y epistemológico de los europeos.
A través de este proceso, la ciencia política italiana se ha profesionalizado e institucionalizado. Se enseña en importantes universidades, cuenta con una acreditada Asociación que
nuclea a sus politólogos, y ha hecho de la Rivista Italiana di Scienza Politica un centro del debate teórico europeo. Y ha podido concretar estos valiosos resultados preservando su
identidad. Como lo destaca Leonardo Morlino, ha logrado el equilibrio entre la continuidad de su tradición de investigación y el cambio que representó en su resurgimiento la fuer-
te gravitación del conductismo estadounidense. Por eso, aun reconociendo la necesidad de sustentarse en la investigación empírica, en su conjunto la disciplina da menor espacio a
la cuantificación y un mayor rol a la teoría, contrariamente al primer conductismo, y se hace escasamente eco de la última fase del conductismo, la de las teorías económicas de la
política.
En cambio, la política comparada -en la que se destacan los trabajos de Sartori, Morlino y Angelo Panebianco- y el debate sobre las reformas institucionales que permiten la actua-
lización de los regímenes políticos democráticos, han polarizado la atención de sus estudiosos. En este último caso, del propio Sartori, Gianfranco Pasquino y Giuliano Urbani.
La publicación en 1986 de un Manual de Ciencia Política compilado por Pasquino, y en 1989, de L'analisis della política, compilado por Panebianco, obras en las que estudian el es-
tado actual de la cuestión en la disciplina los principales politólogos italianos, les ha permitido sistematizar y definir una lectura de la política distinta de la que caracteriza al con-
ductismo.
Es Sartori quien mejor define la lógica que ha guiado los pasos de la ciencia política italiana, hasta transformarla en la ciencia política europea más prestigiosa, por la cantidad y ca-
lidad de sus miembros al entender que: (...) entre los dos extremos por mí criticados -la ciencia de estricta observancia positivista -cuantitativa por un lado y la no-ciencia, ideologizada y filoso-
fante por el otro existe siempre un filón intermedio ajeno a ambos excesos, que ha trabajado y continúa trabajando con seriedad y provecho.
La importancia dada a la ciencia política italiana en el desarrollo de este trabajo se debe no sólo al gran peso teórico que ha tenido siempre, sino también al hecho de que gravitó
notablemente en la concreción de la institucionalización y profesionalización de la disciplina en la Argentina.
Cuando en los años 60 se organiza en la Universidad del Salvador la primera Carrera de Ciencia Política que incorpora los desarrollos teóricos y metodológicos de la disciplina en
nuestros días, su impulsor, Carlos Floria, elabora su plan de estudios a través del asesoramiento de Sartori, con quien tiene un importante intercambio epistolar. Y cuando a me-
diados de los 80 se crea el que es hoy nuestro mayor centro institucional de la disciplina, la Carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires, su organizador, Edgardo
Catterberg, logra que Norberto Bobbio pronuncie el discurso inaugural de la misma (y, al hacerlo, defina su perfil científico).
Si bien en ambas oportunidades se incorporan los desarrollos teóricos y metodológicos del conductismo, dada la importancia que han tenido en la reivindicación de la especificidad
de la disciplina -y de este modo en su exitosa profesionalización-, se los incorpora con el mismo sentido crítico y reflexivo que ha caracterizado a la ciencia política italiana en la
posguerra.
La jerarquía que tiene la presencia de sus dos grandes referentes institucionales contemporáneos, Sartori y Bobbio, en el inicio de estudios universitarios especializados, así como la
influencia que tienen en nuestra comunidad científica las obras de Sartori, Bobbio, Morlino, Panebianco y Pasquino sobre el diálogo crítico en el que se está construyendo la ciencia
política argentina, demuestran la importancia que tiene para nosotros la ciencia política italiana.
En Francia, el otro gran centro de las ciencias sociales del continente europeo, no se produce el mismo desarrollo de la ciencia política que se ha dado en Alemania e Italia en el úl-
timo medio siglo. Una explicación plausible -aunque polémica- de este hecho, es la que da Pasquino: Si es lícito generalizar combinando los iluministas con Montesquieu y Tocqueville como
padres de la ciencia política, del mismo modo que los historiadores a la Thiers y luego la escuela de los Annales, emerge una ciencia política francesa tal vez esencialmente historia política, historia de
las instituciones, no muy inclinada a la investigación empírica, algo provinciana, tal vez filosofante, en su conjunto margina en el escenario mundial y sin la influencia que historiadores y estructura-
listas franceses han sabido ejercer.
Podría agregarse que la fuerte influencia que ejerce la obra de Durkheim sobre el pensamiento francés hace que este último perciba en la sociedad como conjunto el origen del
mantenimiento y cambio de las instituciones, restándole así autonomía al análisis específicamente político de ese proceso. Fuertemente arraigada en sus tradiciones culturales, la
disciplina se ha mantenido alejada de la comunidad científica anglosajona, no dialoga críticamente con esa ciencia política, simplemente la ignora.

5.7 LOS GRANDES COMPARATISTAS DEL CONTINENTE EUROPEO: ROKKAN Y LIJPHART

El apego a los desarrollos teóricos originados en la filosofía política y a la comparación histórica que caracteriza a la ciencia política del continente europeo, encuentra su gran ex-
positor en Stein Rokkan. Noruego, participó, como Bobbio, en la resistencia contra el fascismo y, del mismo modo que Sartori, perfeccionó sus estudios en los Estados Unidos. Filó-
sofo de origen como sus dos grandes contemporáneos italianos, Rokkan accede a las ciencias sociales a través de su aproximación intelectual a Talcott Parsons.
Al retornar a Europa se destaca rápidamente, hasta convertirse en el gran comparatista de la posguerra en ese continente. A la vez colabora permanente y destacadamente en múl-
tiples congresos, convenciones y seminarios de ciencia política (culminando su tarea profesional cuando llega a presidir la International Political Science Association). Lamenta-
blemente, en 1979 su prematura desaparición priva a la disciplina de esta destacada figura.
Su política comparada está fuertemente influida por la weberiana interpretación histórica de los procesos políticos. Como Max Weber, busca rastrear el origen histórico de los pro-
cesos para poder comprender qué es aquello que los identifica. Para eso estudia el surgimiento y desarrollo de los Estados nacionales y partidos políticos europeos. Su trabajo se
limita al caso europeo, dado que no cree, como pensaba Almond, en la posibilidad de comparaciones institucionales universalmente válidas. Para Rokkan es decisivo el peso de la
herencia histórica en la construcción de los Estados nacionales, del mismo modo que en la conformación de sus partidos políticos.
En la obra de Rokkan, cada caso examinado es confrontado sistemáticamente con los otros casos europeos, para poder discernir de este modo cuáles son las analogías y cuáles las
diferencias existentes entre ellos. Como ya lo planteara Max Weber, es la diversidad de sus génesis históricas lo que explica la singularidad de ciertos procesos políticos. Rokkan
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tiende por esa razón a producir generalizaciones -desde una perspectiva típico-ideal- sobre la diversidad de causas y efectos que da lugar a procesos políticos históricamente dife-
rentes.
Para hacerlo, remonta su estudio de las instituciones europeas hasta el Imperio Romano, para lograr de esta manera la construcción de un mapa geopolítico del continente, un ma-
pa que se va constituyendo a lo largo de siglos de permanentes fracturas. Para Rokkan, a fines de la Edad Media se da en Europa la primer gran fractura política, la que se produce
entre el centro y la periferia del Sacro Imperio Romano Germánico, que había sustituido al Imperio Romano. En "la paradoja histórica del desarrollo político europeo", es en la pe-
riferia del mismo donde existe una ciudad hegemónica que se constituye en centro económico -y por lo mismo político- de una sociedad, donde surge el Estado nacional. Londres
permite construir el Estado nacional inglés- París hace lo mismo con el francés
En cambio, en el centro, la inexistencia de una ciudad que posea tal grado de hegemonía, capaz de imponer unificación nacional a las restantes, hace que la construcción del Estado
nacional se dilate por siglos. Tal el caso de Alemania e Italia, países en las que la presencia de múltiples y fuertes ciudades comerciales impidió la hegemonía de alguna de ellas. Por
esta razón finalmente no serán unificadas por la próspera burguesía de una ciudad hegemónica sino por sus monarquías, situación que permitirá la subsistencia de resabios feuda-
les, que, tras el colapso de esas sociedades en 1918, terminarán por producir los fascismos.
Otras importantes y definitorias fracturas de la modernidad europea, que conforman las identidades de las naciones y de los partidos políticos europeos, son la Reforma protestan-
te, la Revolución Nacional francesa, la Revolución Industrial británica. La última gran fractura se da al construirse los últimos grandes Estados nacionales europeos, Alemania e
Italia. En ellos, sus gobiernos liberales tienen obligadamente que monopolizar la enseñanza, para poder así infundir un sentido de pertenencia a sociedades "mosaicos", divididas
por distintos dialectos y costumbres (en el caso alemán, además, por diferentes religiones). Es ésta la razón del duro enfrentamiento que se produce en esas sociedades entre el Es-
tado nacional y la Iglesia Católica, fractura que tendrá connotaciones políticas muy serias en los años siguientes. Fracturas geográficas, religiosas, políticas, económicas y educati-
vas definen de este modo el escenario político europeo, a lo largo de un proceso histórico de siglos.
Rokkan define así su modelo geopolítico de Europa El modelo cubre enteramente la historia de los procesos de formación del Estado y de estructuración de la política de masas en Europa occi-
dental. El mismo representa una tentativa de identificar las variables cruciales en el largo y complejo proceso que ha llevado a las actuales constelaciones de territorios, de sistemas económicos y po-
líticos. Su mensaje esencial es simple: no se puede explicar las pronunciadas diferencias en la estructura de la política de masas en Europa occidental sin un punto de partida lejano y sin analizar las
diferencias en las condiciones iniciales y en los primitivos procesos de organización territorial, de formación del Estado y de combinación de los recursos.
En la práctica, como ya se ha comentado, esto significó para Rokkan remontar su investigación hasta la caída del Imperio Romano de Occidente, para a partir de allí tomar en con-
sideración la larga secuencia de tentativas políticas de fundar un nuevo imperio al norte de los Alpes. Para comprender los desarrollos políticos sucesivos, es asimismo necesario
para él identificar las diferencias en las condiciones que han acompañado los cambios territoriales en esta parte de Europa. Un conjunto de condiciones lo ayudan a explicar esos
cambios: la fragmentación del Sacro Imperio, la creación de fuertes Estados dinásticos en las fronteras de un imperio tan poco estructurado, pero también el surgimiento violento
del capitalismo atlántico y la fundación de los imperios coloniales más allá de los océanos, es decir del sistema económico mundial. Por eso completa su diseño del modelo: Aquello
que pretendo subrayar con fuerza es la multidimensionalidad del modelo: ello da un igual peso en cada fase a las dimensiones económico-tecnológica, político-territorial y cultural-étnico-religiosa.
No existe en el diseño del modelo determinismo, ni geopolítico ni cultural: en este sentido el mismo busca combinar el enfoque de Marx con el de Weber y el de Durkheim. El modelo reconoce la gran
importancia del nacimiento de un sistema económico internacional en los siglos XV y XVI. Sobre este punto el acuerdo con Immanuel Wallerstein es completo. Mas el modelo subraya también las
precondiciones políticas Y culturales de este acontecimiento revolucionario y la importancia de las organizaciones territoriales y de las estructuras de identidad cultural en los procesos de cambio
puestos en marcha por el surgimiento de una economía internacional. La absoluta necesidad de un enfoque multidimensional ha sido recientemente recalcada con fuerza por Jurgem Habermas (...)
La tarea central de una macrohistoria sistemática es el análisis de la dinámica de interacción entre los sistemas económico, político y cultural: cada uno de los sistemas tiene su especificidad y sus lí-
mites, mas el destino de un determinado territorio y de sus instituciones es determinado por los procesos de interacción entre los distintos sistemas.
La política comparada de Rokkan es ciertamente muy distinta de la de Almond, quien desde una perspectiva conductista busca universalizar el modelo de las instituciones políticas
anglosajonas como el único modelo de desarrollo político posible. Como lo destaca Panebianco, la estrategia que orienta la investigación política comparada en Rokkan es similar a
la de Max Weber, busca esencialmente resaltar, en la contraposición entre diferentes casos, las causas específicas que dan cuenta en cada caso de su individualidad histórica. Como
Weber, Rokkan llega a la conclusión de la irrepetibilidad de la experiencia histórica europea. Sin embargo, su modelo de análisis geopolítico es aplicable a muy distintas situaciones
históricas por su riqueza conceptual, por su multidimensionalidad.
Muerto Rokkan, en otra pequeña nación europea, Holanda, surge el siguiente gran comparatista de la ciencia política europea: Arend Lijphart. Podría explicarse quizá esta coinci-
dencia en el hecho de que, al ser ambos nacidos en la periferia europea, en naciones que no son ni fueron potencias políticas, es esa circunstancia la que hace que no intenten pro-
yectar sus propias instituciones como el único modelo político válido para el presente y el futuro. Y que entonces comparen agudamente las diferencias existentes entre los distintos
procesos políticos del mundo occidental, al entender que ninguno de ellos es universalizable pero que a través de su comparación surgen categorías de análisis susceptibles de ser
aplicadas en otras situaciones históricas.
También Lijphart realiza sus estudios de posgrado en los Estados Unidos, donde están en su apogeo la política comparada de Almond y la teoría de la modernización. Desde esa
perspectiva teórica, los países anglosajones disfrutan de democracias estables gracias a la homogeneidad política de sus sociedades, producto de la autorregulación social, mientras
que las principales democracias europeas son inestables -Alemania, Francia, Italia- al afrontar serios problemas institucionales por estar divididas en culturas políticas heterogé-
neas como consecuencia de su fragmentación ideológica.
Sin embargo cuando Lijphart retorna a Europa señala: La anomalía que más me impresionó cuando regresé a Holanda fue que Holanda era un país claramente dividido ideológica y religiosa-
mente, aunque poseía un sistema democrático. ¿Cómo se podía explicar esta anomalía?
El enfoque de mi explicación fue que Almond había, incorrectamente, supuesto que el comportamiento de los líderes políticos y de las reglas de juego político eran necesariamente mayoritarias y con-
flictivas.
Yo, en cambio, argumenté que si la clase política es cooperativa y busca el consenso, la democracia puede pasar de la inestabilidad a la estabilidad.
El primer Lijphart destaca, entonces, que las fracturas histórico-político-económicas que detectara Rokkan han fragmentado culturalmente a Europa, en la que el intercambio polí-
tico es protagonizado por cristianos, liberales y marxistas. No existe entonces la homogénea cultura cívica liberal que distingue a las sociedades anglosajonas; sin embargo, y pese a
esa fragmentación cultural, las instituciones democráticas de la posguerra son sumamente eficaces.
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El estudio empírico de algunos casos europeos lleva a Lijphart a publicar en 1977 su gran obra: Democracia en las sociedades plurales: Una investigación comparativa. Estudia en
ella esas sociedades europeas a las que su fragmentación hace plurales, que han sabido construir sus democracias sobre la base de un modelo institucional que es el resultado del
consenso político.
Un consenso que se concreta en los hechos a través de cuatro prácticas institucionales básicas. Las grandes coaliciones de gobierno, que el régimen político parlamentario permite
concretar, incorporan las minorías a la toma de decisiones políticas que comprometen a la totalidad de la sociedad. La autonomía segmentada, que permite a las minorías preservar
el poder de decisión en sus respectivas áreas, para garantizar así su subsistencia étnica, ideológica o religiosa, frente a mayorías de distinta identificación en esos campos. La pro-
porcionalidad del sistema electoral, que garantiza la representación política de partidos y grupos minoritarios. El derecho a veto de las minorías, que salvaguarda los intereses vita-
les de éstas, al permitirles paralizar las decisiones políticas mayoritarias que las afectan seriamente.
Ha sido entonces el consenso político construido por una ingeniería institucional -que es la consecuencia de reformas políticas estratégicas concretadas por sus elites sociales- y no
la autorregulación social lo que ha permitido a las democracias del continente europeo resurgir exitosamente en la posguerra. Y, más contemporáneamente, construir la unión Eu-
ropea, superando esa fuerte fragmentación que había producido controversias y guerras a lo largo de siglos. Es decir, que en este caso la democracia ha sido construida por la vo-
luntad política de elites esclarecidas, que han sabido secularizar el intercambio político mediante la incorporación de la idea de la democracia como compromiso.
Esta conceptualización de la democracia como compromiso, tan compartida por los europeos continentales, nos hace retornar nuevamente a Norberto Bobbio. Es él quien en 1981
define con su habitual precisión el sentido de la misma: Después de haber expuesto su teoría de la mayoría Kelsen introduce, como es bien notorio, el tema del compromiso como modus vivendis
esencial para la vida de la democracia el compromiso forma parte de la naturaleza misma de la democracia (...)
(...) cuando Kelsen dice que el compromiso significa la solución de un conflicto mediante una norma que "no conforma totalmente los intereses de una parte, ni totalmente contraria a los intereses de
la otra" sugiere sin precisarla la respuesta a quien se pregunta cuál es la diferencia entre la voluntad colectiva formada a través de la aplicación de la regla de la mayoría y la voluntad colectiva for-
mada a través de un compromiso...
La decisión por mayoría es una típica decisión de suma cero, una decisión en la cual existe quien vence y quien pierde (...) Distintamente a ello, la consecuencia de un compromiso, cuya forma jurídica
típica es el contrato, es generalmente un resultado de suma positiva, esto es un resultado en el que ambos partners ganan alguna cosa, como en cualquier contrato de intercambio que es establecido
porque ambos contratantes encuentran en él su propio beneficio...
(...) es difícil si no imposible disociar el ideal de una sociedad libre de la práctica, además que del principio de mayoría, extendido al mayor número, de la concertación entre individuos o grupos for-
malmente libres e iguales.
La obra de Lijphart logra demostrar la viabilidad del distinto modelo de desarrollo político que caracteriza históricamente a las democracias del continente europeo, modelo muy
diferente del que caracteriza a las democracias anglosajonas, basadas en el principio mayoritario y no en el principio consensual de gobierno. En estas últimas, ante su homogenei-
dad política, que hace que exista una escasa distancia ideológica entre el gobierno y la oposición, la mayoría que gana las elecciones gobierna y la minoría que las pierde se limita a
controlar ese gobierno -sin participar en la toma de decisiones-, pero esto pone en peligro la continuidad del sistema político democrático.
Lijphart hace predominar la variable político-institucional en la construcción consensuada de la democracia europea, contraponiéndola a la autoregulación social que, para la teo-
ría política anglosajona, conduce tras atravesar sucesivas etapas a la democracia. Es esa perspectiva la que le hace cerrar su obra a Lijphart con la siguiente reflexión: Para muchas de
las sociedades plurales del mundo occidental, por consiguiente, la elección realista no está entre el modelo británico normativo de democracia y el modelo unificador, sino entre la democracia unifi-
cadora y la ausencia total de democracia.
Como consecuencia de este diálogo crítico entre los comparatistas de ambos lados del océano, Almond termina por revisar críticamente sus afirmaciones iniciales y, del mismo mo-
do, el último Lijphart atenúa sus desarrollos teóricos. En 1984 publica Democracies. Patterns of Majoritarian and Consensus Government in Twenty-One Countries, obra en la que
sostiene que mientras el modelo de democracia mayoritaria y el modelo de democracia consensual constituyen modelos racionales y prescriptivos, en el caso de un modelo empíri-
co de democracia nos encontramos con que los veintiún países analizados "ocupan una posición estable en el esquema bidimensional constituido por la democracia mayoritaria y la
democracia consensual".

6 EL APORTE DEL ENFOQUE NEOINSTITUCIONALISTA A LOS ESTUDIOS POLITOLÓGICOS

En la década del 90, en la cual la fluidez de los acontecimientos internacionales parecería haber dejado mal parada la capacidad de la disciplina para preverlos —y darles entonces
una respuesta adecuada—, se ha ido consolidando en la ciencia política una nueva perspectiva teórica y metodológica: el neoinstitucionalismo. Desde 1984, año en el que se publica
el artículo de March y Olsen "The New Institucionalism: Organizacional Factors in Political Life", considerado el hito fundacional de este enfoque, se multiplican los artículos
orientados por el neoinstitucionalismo en las revistas politológicas. Empero, la consolidación de esta revisión crítica de los conductismos en el discurso politológico no se ha dado
sin resistencias. Todavía en 1993 los manuales la ignoraban. En ese año, las quinientas páginas de la obra Political Science: The State of the Discipline II, pese a que contienen die-
cinueve colaboraciones sectoriales que realizan un pormenorizado balance del patrimonio de conocimientos, teóricos y empíricos con los que la disciplina culmina un siglo de
afianzamiento de sus incumbencias científicas, no hacen referencia alguna a los estudios neoinstitucionales.
Como lo señala Gianfranco Pasquino, la fuerte gravitación del individualismo metodológico, impuesta por las distintas fases del conductismo hasta entonces hegemónico en la
ciencia política, deja de lado el estudio de las instituciones estatales. Sin embargo, esta tendencia politológica a desalojar el análisis del Estado de sus estudios tuvo mayor éxito en
los Estados Unidos que en el continente europeo. En este último, sus estudios podían haber llegado a subestimar, pero nunca dejado de lado, el rol desempeñado por las institucio-
nes estatales en sus procesos políticos, tanto en la construcción de la nación como en el desarrollo y expansión de la democracia. Para Pasquino, el prejuicio conductista logrará que
recién en 1996 el New Handbook of Politica Science, editado por Goodin y Klingemann, reconozca en cinco de sus trabajos la importancia que tiene el análisis de las instituciones
para los estudios politológicos (aunque en algunos casos con un alto grado de ambigüedad). A partir de ese momento, el redescubrimiento de su importancia pasará a gravitar de-
cididamente sobre la investigación en este campo de estudios.
Es desde entonces que, pese a las fuertes resistencias que se le oponen, el enfoque neoinstitucionalista logrará ocupar un destacado lugar en la teoría politológica. No sólo porque
ha sabido realizar una inteligente lectura de los acontecimientos que se estaban produciendo sino porque supo conciliar en su discurso los principios de la tradición de investiga-
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ción anglosajona con aquellos que distinguen a la teoría política del continente europeo, particularmente con la obra de Jürgen Habennas. Favorece esto el hecho de ser March es-
tadounidense y Olsen noruego.
Quienes han hecho suya esta nueva lectura de lo político, se destacan por sostener que las instituciones se distinguen por un importante grado de autonomía en su interacción con
la sociedad. Esta circunstancia les permite encauzar la política, al definir no sólo las normas legales sino también los valores y roles sociales, que identifican intersubjetivamente a
la ciudadanía en las distintas democracias. Son las instituciones las que orientan la constitución de coaliciones, el diseño de las políticas públicas y la toma de decisiones políticas
vinculantes. No sólo los inputs, también los outputs orientan el equilibrio de los sistemas políticos. Pero, a diferencia del positivismo del viejo institucionalismo, que estaba fuerte-
mente impregnado de juridicismo y percibía a las instituciones como algo ajeno a la política, —superiores a esta última, como un marco normativo cuya racionalidad guiaba a la
misma, para evitar posibles excesos—, el neoinstitucionalismo entiende que las normas se originan no sólo en el razonamiento abstracto de la ciencia jurídica sino también en valo-
res sociales históricamente transmitidos. Valores que surgen, se consolidan y se transforman a lo largo de un proceso histórico en el transcurso del cual las prácticas políticas van
reorientado el sentido de las normas de procedimiento que rigen la política. Su historia condiciona entonces un orden político, siendo este condicionamiento el que permite com-
prender tanto el porqué de] sentido de su evolución institucional, como el de la subsistencia en algunos casos de instituciones obsoletas e ineficientes (pero enraizadas histórica-
mente),
Sin embargo, es necesario aclarar que el neoinstitucionalismo no se deja atrapar en un círculo hermenéutico. En la convicción de que la vida institucional pueda consistir sólo en un
permanente repetirse de lo mismo; en la que algo cambia para que nada cambie. Para este enfoque, si bien los valores sociales, históricamente transmitidos, condicionan fuerte-
mente los desarrollos institucionales que distinguen a una comunidad política, las instituciones pueden a su vez reorientar —crítica y significativamente— esos valores. Son las
nuevas instituciones democráticas, construidas exitosamente en la Europa continental en el transcurso de la última posguerra, las que convalidan empíricamente esta convicción.
Las mismas evidencian la gravitación que ha tenido una inteligente ingeniería institucional en la reorientación de los valores que distinguen a su sociedad civil, de] mismo modo
que el reconocimiento por parte de los responsables de la reforma del peso que tiene sobre las instituciones su conciencia histórica. Fue esa convergencia la que logró que la socie-
dad civil europea asumiera como suyo al discurso democrático. Adenauer y la República Federal Alemana, De Gasperi y la República Italiana, de Gaulle y la V República Francesa
supieron renovar institucionalmente sus sociedades, tras las traumáticas experiencias vividas, dado que comprendieron la necesidad de conciliar el presente con el pasado al cons-
truir racionalmente el futuro.
Simultáneamente con la revalorización de la historia en el análisis politológico, el neoinstitucionalismo reivindica la importancia del discurso filosófico político, de las reflexiones
racionales en las que se sustenta la justificación de un orden político en la modernidad. Cuando los conceptos políticos se imponen, se transforman en percepciones intersubjetivas
socialmente válidas, que dan lugar a códigos de comportamiento que constituyen un importante factor tanto del mantenimiento, como de la transformación o el cambio radical de
las instituciones vigentes. Haciendo suyo el discurso habermasiano, March y Olsen definen a la sociedad democrática como un ámbito de autorreflexión, de continua redefinición
de los roles que desempeñan los individuos, las instituciones y las mismas comunidades políticas que les dan su sentido.
Para estos autores, la democracia constituye un hecho cultural, se sustenta en un ethos democrático, que se transforma y adquiere nuevos significados a través de una permanente
construcción y reconstrucción de la legitimidad que da consenso social a sus normas de procedimiento. La tradición democrática de la modernidad nos muestra claramente los
múltiples y diferentes valores sociales, procesos políticos y estructuras institucionales, que identifican culturalmente a las diversas formas de democracia. Es ésa la razón por la cual
no es posible resumir esas distintas experiencias históricas en un único modelo de democracia, universalmente válido. Como tan enfáticamente lo ha planteado Habermas, el ethos
democrático se ha desarrollado en el interior de una visión teórica sustentada en la convicción del libre arbitrio humano. Convicción que, desde los tiempos del Iluminismo, exalta
la gravitación que tiene la razón en la construcción del sentido de las acciones humanas, en la capacidad que posee para afrontar las vicisitudes históricas que ha padecido la huma-
nidad.
La reflexión de March y Olsen apunta críticamente a un hecho ampliamente conocido: la convicción de que las teorías del gobierno democrático predominantes en el contexto cul-
tural anglosajón, basadas principalmente en presupuestos individualistas y egoístas, han buscado universalizar sus enunciados politológicos dándoles características axiomáticas.
Su discurso ha dejado de lado la imagen clásica del gobernante preocupado por el logro del bien común, e instalado en su lugar una visión centrada totalmente sobre la negocia-
ción, los procesos de formación de coaliciones y las prácticas competitivas de la política. En clara analogía con los mecanismos que rigen en el mercado, según la economía de im-
pronta neoliberal, las teorías económicas de la democracia usan las metáforas del intercambio para comprender y así explicar la acción colectiva. Subrayan un aspecto esencial de la
vida política, el que es por demás evidente, el hecho de que los sistemas de intercambio, cuando están bien estructurados, pueden revelarse frecuentemente más funcionales a las
exigencias de la vida moderna que sofisticadas elucubraciones filosóficas sobre el bien común.
Si bien reconocen esto último, March y Olsen creen, conjuntamente con muchos otros estudiosos, que los conceptos planteados por el individualismo metodológico y las teorías
democráticas del intercambio, no pueden llegar por sí solos a comprender un fenómeno tan complejo como el del gobierno democrático. Por eso le dedican el segundo capítulo de
su gran obra, Democratic Goverizance, a comparar ese enfoque con el que ellos enuncian. Y lo hacen muy críticamente. No sólo estiman que ese planteo teórico hace un examen ex-
tremadamente parcial de la realidad, sino que también consideran que debe ser complementado adecuadamente si se quiere concretar una teoría de la acción científicamente váli-
da. Las teorías del intercambio racional explican sólo parcialmente el comportamiento político; para ser eficaces deben ser integradas en una lectura más amplia de lo político.
Es lo que hace el neoinstitucionalismo, para el cual un sistema político democrático está constituido por ciertas reglas básicas de gobierno, a las que se sobreponen los objetivos y
las intenciones expresadas por los actores sociales. Legalidad y legitimidad están estrechamente imbricadas, dado que la acción política está organizada en base a las relaciones re-
cíprocas existentes entre gobierno y sociedad. Sólo así se justifica la relación mando-obediencia en un ethos democrático. El gobernar democráticamente consiste por eso en in-
fluenciar exitosamente las perspectivas ---Cognitivas y estructurales--- que orientan políticamente a los ciudadanos y a sus representantes. Perspectivas que son las que dan su sen-
tido a las instituciones de la sociedad civil y del gobierno, al transformarse en hábitos sociales ampliamente compartidos por una comunidad. Desde la lectura de lo político que
realizan March y Olsen, la reflexión sobre el gobierno de los sistemas políticos democráticos en la modernidad se centra, principalmente, en la discusión sobre cómo tales hábitos
sociales pueden ser desarrollados si se pretende alcanzar la concreción de los ideales democráticos en una comunidad política. Y de cómo las instituciones de gobierno se constitu-
yen y modifican en el interior de la misma, en una permanente relación coloquial entre las teorías democráticas y los hábitos sociales, de los que se nutre y a los cuales influencia.
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Para el neoinstitucionalismo, las sociedades se adaptan a las instituciones, del mismo modo que las instituciones se originan en la cultura que distingue a sus sociedades. Esta com-
pleja interacción sistémica no se caracteriza por un desarrollo progresivo, como pretenden las teorías funcionalistas de las ciencias sociales, herederas vergonzantes de las distintas
filosofías de la historia, sino por un recorrido sinuoso marcado por avances y retrocesos. Por crisis que afectan no sólo a las normas de procedimiento vigentes jurídicamente en las
naciones, sino también a los valores sociales en las que se sustentan las mismas. La historia de la humanidad no está determinada por ley general alguna; son los individuos quie-
nes a través de las instituciones construyen políticamente su futuro. El prejuicio funcionalista que orienta al conductismo, haciéndolo percibir al cambio institucional como el pro-
ducto de la autorregulación social, es dejado de lado por el neoinstitucionalismo.
Las tesis del neoinstitucionalismo son expuestas sistemáticamente cuando en 1989 March y Olsen publican su Rediscovering Institutions. The Organizacional Basis of Politics, la
muy fuerte repercusión que alcanza la obra en la comunidad politológica hace que en Italia Il Mulino la traduzca y edite en 1992. Y al hacerlo confíe su Introducción a Gianfranco
Pasquino quien, con su habitual lucidez, define con precisión el sentido de la publicación: ... muchos piensan todavía que el significado, el funcionamiento y la reforma de las instituciones
son cuestiones de especialistas que ajustan cuentas entre sí en un enfrentamiento que se da en el interior de la clase política. Otros sostienen que aquello que cuenta es sólo la sociedad civil, contra-
puesta como totalmente externa y extraña a la sociedad política que ocupa y domina las instituciones y que, por esa razón, no quiere reformarlas. Muchos en fin, marxistas o no, continúan creyendo,
más o menos concientemente, que el sistema económico determina o por lo menos condiciona fuertemente la actividad de todas las otras esferas, comprendida aquella institucional. A todos ellos les
llega la razonada y documentada respuesta de March y Olsen: las instituciones políticas ocupan un rol esencial, desenvuelven una competencia importante, dan su sentido a la vida de las colectivi-
dades organizadas. Quien no comprende la importancia, la centralidad de las instituciones en los sistemas políticos, no sólo aquellos contemporáneos, se condena a una incomprensión general de la
compleja dinámica que distingue a la vida de las colectividades.
Esta nueva perspectiva con la que se observa los hechos políticos, tan ajena a la lectura de la vida institucional que realizaban los conductismos, no implica sólo un nuevo modo de
ver los problemas que suscita la política, de analizarlos y de proyectar posibles soluciones a los mismos. Al distinguirse por ser un enfoque que destaca que las instituciones políti-
cas gozan de autonomía, y que, por lo tanto, deben ser analizadas de acuerdo a este punto de vista, plantea a la vez un nuevo método para encarar la investigación politológica. Pas-
quino la define de este modo: El método afirma que las instituciones políticas no son sólo arenas en las cuáles se confrontan diversas fuerzas sociales y políticas, tienen también la capacidad de
definir valores, normas, roles, identidades. El método agrega que las instituciones, a la vez que sustentan el orden político, influencian los posibles cambios que requiere el mismo. Sugiere, entonces,
que las instituciones pueden ser construidas siguiendo objetivos que son considerados dignos de ser perseguidos.
Como ya se destacara previamente, el Iluminismo habermasiano está aquí presente. Si bien los valores sociales, trasmitidos históricamente, dan su sentido a la vida institucional,
los individuos están en condiciones de reorientarlos. Una lectura crítica de su horizonte de sentido permite a la opinión pública escapar a un círculo hermenéutico que les impediría
alcanzar el necesario distanciamiento con los valores preexistentes. Y, al hacerlo, quedan en condiciones de plantear un nuevo diseño institucional que, a la vez que se considera
heredero de una tradición cultural, pretende reformar el orden político existente. Están así en condiciones de dar una respuesta adecuada a los nuevos desafíos que plantea un am-
biente intemacíonal cada vez más fluido y cambiante. Tal cual lo expresan March y Olsen: "Las instituciones políticas reaccionan a su ambiente más contemporáneamente lo
crean".
Desde un nuevo método, el neoinstitucionalismo redefine entonces de este modo el rol de las instituciones en la vida política: ...este libro... es el reflejo de una específica perspectiva de
análisis institucional. En base a ella los actores políticos resultan guiados por deberes y roles institucionales además que, o en cambio que, por el cálculo del propio interés. La política se organiza en
torno a la construcción y a la interpretación de su sentido además que, o en cambio que, en torno a la formación de las decisiones. Rutinas, reglas y formas se desenvuelven mediante procesos históri-
cos que no llevan de un modo rápido y seguro a puntos de equilibrio unívocos. Las instituciones políticas no son meros ecos de las fuerzas sociales; entonces el sistema político es algo distinto y supe-
rior respecto a un escenario destinado a la competición entre intereses contrastantes.
Resumiendo, la organización de la vida política implica una diferencia; las instituciones influencian el curso de la historia... la consideración del rol que cumplen las instituciones políticas permite
arribar a una teoría positiva de la política; y entonces a la convicción de que la comprensión de las instituciones políticas permite proyectarlas y darles una valoración normativa. Esta comprensión
da lugar a una teoría relativa al modo con el que el sistema político mantiene y modifica su relación con el ambiente mediante las instituciones.
March y Olsen reconocen la validez de la hermenéutica filosófica. Hacen suyo el discurso de Gadamer cuando expresan, clara y explícitamente, que: La comunidad política se funda
sobre ' una historia compartida, un modo de vida apreciado, un consenso sobre la definición del bien común, una interpretación y una comprensión comunes que toman cuerpo en las reglas de con-
ducta apropiadas. Ellas proveen los criterios para establecer cuales son los objetivos por los cuales vale la pena empeñarse y las buenas razones para emprender una acción. Los ciudadanos están
sometidos a una serie de normas, creencias y prácticas incorporadas en las instituciones políticas. El lenguaje se funda sobre deberes y derechos vinculados a específicas relaciones de rol.
Por eso estos autores sostienen en sus, conclusiones cuál es la expectativa que ha orientado la publicación de su innovadora obra: En términos más generales hemos tendido a demostrar
que la idea de la política como interacción de un conjunto de actores individuales o acontecimientos debe ser acompañada (o sustituida) por una perspectiva que considere al sistema político como
una comunidad de reglas, normas e instituciones.
Afirman, sin embargo, que el sistema político no es sólo el producto obligado de un desarrollo histórico, sino que es también el resultado de la ingeniería institucional. Conciencia
histórica e ingeniería institucional, romanticismo e iluminismo pasan a ser percibidos como antinomias convergentes. March y Olsen expresan que: Las acciones emprendidas en el
ámbito de las —y por las— instituciones políticas cambian la distribución de los intereses políticos, de los recursos y de las reglas creando nuevos actores y nuevas identidades, proveyendo a los acto-
res criterios para valorar los éxitos y las derrotas, definiendo reglas de conducta apropiadas y dotando a algunos individuos y no a otros, de autoridad y de otros tipos de recursos. Las instituciones
influencian el modo a través del cual los individuos y los grupos se activan en el interior y exterior de ellas, el nivel de confianza entre los ciudadanos y el líder, las aspiraciones de una comunidad po-
lítica, la comunidad de lenguaje y de normas, el significado de los conceptos de democracia, justicia, libertad e igualdad.
En 1995, March y Olsen publican otro importante libro, Democratic Governance. Esta nueva obra insiste en considerar a las instituciones políticas como variables independientes;
en condiciones, por lo tanto, de gravitar, decidida y permanentemente, sobre los procesos decisionales que orientan la política en las sociedades democráticas. Como en sus traba-
jos anteriores, destacan la decisiva gravitación que tienen las instituciones sobre los comportamientos políticos. Gravitación que sintetizan en la fórmula institutions make a diffe-
rence. Concepto que, inserto en el escenario internacional de la década, permite comprender —y así explicar post factum— el sentido del abrupto e inesperado fin de la Guerra Fría
ante la implosión institucional del bloque soviético. Final, que la elefantiásica ciencia política conductista no había sabido prever, pese a la magnitud de los subsidios de investiga-
ción recibidos.
De la misma manera que no previó la transformación, a través del consenso político, de los Estados nacionales europeos en un sistema político regional que, por su dimensión
transnacional, esté en condiciones de afrontar con éxito el desafío de poder controlar el comportamiento de sus mercados. Ante el hecho de que en el transcurso de una anárquica
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globalización de la economía mundial, la toma de decisiones por parte de las corporaciones económicas transnacionales soslaya cada vez más la intervención de los Estados nacio-
nales, este nuevo tipo de institucionalización ha logrado recuperar el poder de decisión de la política. Y, al hacerlo, ha logrado preservar la solidaridad social que estableciera el Es-
tado de bienestar, preservando de este modo la legitimidad de la democracia. Para eso, ha debido incorporar el debate, junto a la expectativa inicial de la concreción de la unidad
económica, la actual búsqueda de una creciente integración política que transforme a Europa en un actor internacionalmente válido. Y que, por lo tanto, le permita afrontar ade-
cuadamente los riesgos que plantea a las instituciones democráticas del continente europeo la globalización, al permitirle equilibrar el poder económico del mercado con el poder
político de instituciones democráticas regionales. Las que ocupan el lugar dejado vacante por la creciente debilidad de las instituciones internacionales, al afrontar las Naciones
Unidas un cada vez mayor unilateralismo estadounidense tras el fin de la Guerra Fría.
Como lo expresan con claridad March y Olsen: Para que las instituciones sobrevivan es necesario una cierta correspondencia entre las instituciones mismas y su mutable ambiente político, so-
cial, cultural, y económico; mientras que para satisfacer los ideales democráticos es necesario empeñarse en promover el consenso popular, los derechos individuales, la información y el debate inte-
ligente.
La construcción de las instituciones políticas europeas ha sido posible no sólo por la inteligente ingeniería institucional de la tecnocracia de Bruselas, sino también por el grado de
conciencia histórica que distingue a los pueblos que adhieren a las mismas. Pueblos que están logrando construir sobre una comunidad de origen una comunidad de destino.
March y Olsen ratifican lo ya expresado en su otra gran obra: la evolución simbiótica de ambientes e instituciones. Por eso sostienen que: Las instituciones democráticas no se originan
desde un lugar abstracto y externo a las instituciones mismas, prosiguiendo desde allí su evolución. Los actores humanos tienen una voluntad autónoma, mas esta voluntad no es exógena al sistema,
ellos son al mismo tiempo <instituyentes e instituidos>...Por lo tanto, los cambios institucionales no son procesos de adaptación unívoca a presiones ambientales exógenas ni tampoco a dinámicas in-
ternas, sino sobre todo procesos graduales que resumen en su interior tanto a fuerzas externas como a dinámicas internas. El cambio institucional implica la evolución simbiótica de ambientes e ins-
tituciones. No sólo las instituciones se adaptan a sus ambientes sino que también los ambientes se adaptan a sus instituciones... Estos procesos de adaptación son simultáneos, interactivos y presen-
tan muchos niveles de equilibrio estable.
Las instituciones políticas de las naciones europeas se están reformulando a sí mismas, Sin embargo, el cambio institucional no siempre se produce dentro de un inteligente debate
que se da dentro de las mismas instituciones que buscan reformarse y para ello buscan el necesario consenso social. Como lo destacan March y Olsen: ...las instituciones y las identi-
dades se adaptan a los cambios en su propio ambiente. Comúnmente, empero, no lo hacen de manera instantánea y sin traumas, ni necesariamente de] modo auspiciado por los reformadores. Las
transformaciones más radicales están asociadas a grandes momentos de crisis en los que las instituciones ya no están más en condiciones de ajustar su funcionamiento a los fuertes cambios que so-
breviven en su ambiente. Es en tales momentos en los que los sistemas hasta entonces estables muestran de golpe toda su obsolencia.
La tan costosa socialmente frustración soviética es más que ilustrativa de los perjuicios que produce este tipo de cambio institucional, abrupto y traumático. De un cambio radical
producido por el hecho de haber ignorado este sistema político que "la responsabilidad fundamental de la democracia es de que el sistema político debe estar en condiciones de
responder a las demandas de los ciudadanos". No debe ser sólo el producto de una ingeniería institucional esclarecida sino, asimismo, el resultado de una eficaz interacción entre
las normas legales y los valores sociales históricamente trasmitidos. Aquello que Habermas ha definido tan sabiamente como "una forma reflexiva y auto-activante de apropiación
de la tradición".
Parafraseándolo, así lo expresan March y Olsen: Creencias, valores morales e institucionales no resultan impuestas de modo unívoco ni trasmitidas de generación en generación de modo acrítico
y sin modificaciones. Las identidades se forman fatigosamente a través de un continuo proceso creativo, caracterizado por una buena dosis de experimentación, de reflexión y de valoración crítica.
Este prolongado proceso histórico da lugar a un determinado horizonte de sentido, a una particular percepción del significado de las instituciones que identifican a los diferentes
tipos de democracia. Los valores originados históricamente originan jurídicamente a un determinado sistema político, que es justificado socialmente en la modernidad por el dis-
curso filosófico político. Pero éste, a la vez que crea, y preserva, las instituciones del gobierno democrático, estimula el necesario cambio de las mismas al variar el ambiente nacio-
nal e internacional que las ha originado.
Nuestros autores son posteriormente más explícitos en su adhesión a la filosofía política habermasiana. Consideran que: Los discursos políticos son tanto un producto del orden político
como una fuerza que contribuye a su creación, a su mantenimiento y a su cambio. Los discursos son conservadores en el sentido de que reflejan las ideas organizativas básicas, los símbolos y las in-
terpretaciones fundamentales de un determinado sistema político. Generalmente su función es aquella de justificar hechos discordantes sin comprometer el tejido social basado sobre ciertas creencias
morales y causales. Al mismo tiempo, empero, el proceso de construcción y negociación de los discursos políticos contribuye a modificar ciertos significados compartidos...
...La capacidad de recoger consensos en torno a la introducción de un particular lenguaje, de un cierto tipo de discurso, de específicas comunidades e instituciones interpretativas o de específicas in-
terpretaciones es un signo, y una posible fuente, de poder político...
... El gobierno democrático implica la gestión de conflictos semánticos, y la construcción de instituciones que le permitan a los ciudadanos crear, sostener o modificar interpretaciones de la realidad
en un mundo ambiguo e incierto... Las instituciones y los procesos democráticos le permiten a los ciudadanos construirse una idea moral de la buena sociedad, reconocer las competencias, los objeti-
vos y las formas apropiadas de gobierno, alentando la confianza en las relaciones recíprocas y en la posibilidad de llegar a soluciones razonadas. Las instituciones democráticas contribuyen a des-
arrollar y proteger una esfera pública y una sociedad civil, autónomas e independientes, no sometidas al control del poder político, ideológico y económico.
Son las razones expuestas las que hacen que para March y Olsen sea imposible hablar de un modelo único de democracia. Las distintas circunstancias históricas en las que han des-
arrollado sus instituciones de gobierno las diferentes culturas, los múltiples discursos filosóficos que las distinguen han dado lugar a diversos horizontes de sentido. Y por lo tanto a
una pluralidad de perspectivas sobre el sentido último del gobierno democrático. Por eso en las conclusiones de esta obra los autores sostienen: En este libro, hemos buscado delinear
una perspectiva institucional para comprender, discutir y mejorar la vida democrática y para descubrir nuevos modos de lograr que los seres humanos puedan vivir conjuntamente en armonía y ci-
vilizadamente. Somos partidarios de la idea de que diversas interpretaciones del discurso político contribuyen a constituir diversas realidades políticas...
¿Cuáles son para el enfoque neoinstitucionalista los principales objetivos que debe poder concretar un gobierno democrático? El primero es el obligado desarrollo de una identidad
cívica en los individuos y grupos que interactúan en su sociedad. El gobierno democrático debe asumir la responsabilidad de crear, y sostener, procesos e instituciones políticas que
favorezcan la construcción, el mantenimiento y el desarrollo de identidades democráticas. Y, a su vez, rechazar aquellos procesos e instituciones que produzcan identidades que re-
sulten ser incompatibles con los valores que identifican a las sociedades democráticas.
Un segundo objetivo es el incrementar, a través de la educación, la capacidad de los ciudadanos para superar problemas, para saber adoptar a tiempo las decisiones políticas que
permitan dejar atrás las recurrentes crisis que caracterizan a la modernidad. Ante la cada vez más compleja situación internacional que afrontan las democracias, no les basta a
quienes interactúan en ellas el querer actuar correctamente, valiéndose para ello de las experiencias previas. Para poder concretar esa expectativa les es necesario también estar en
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condiciones de hacerlo. Los individuos, grupos de interés y elites gubernamentales, cuyo tipo de interacción distingue a un sistema político democrático, deben contar asimismo
con la aptitud necesaria si quieren llegar a ser reconocidos como interlocutores válidos. Y, por lo tanto, en condiciones de reivindicar exitosamente derechos individuales, sociales o
nacionales, en el escenario de la globalización.
Tercer objetivo es el desarrollo en las sociedades democráticas del discurso político. Discurso que, a la vez que apoya y critica, justifica —o renueva— el rol de sus instituciones. Es
la filosofía política la que da su sentido a la historia en la modernidad, al plantear las posibles opciones de que disponen las sociedades y las oportunidades que tienen de poder lle-
gar a adoptar determinadas decisiones políticas una vez que la necesidad de éstas ha sido aceptada por la opinión pública. En un continuo diálogo, el weberiano sentido mentado y
los discursos se construyen y reconstruyen permanentemente. Los discursos —y los mitos políticos a los que dan lugar— son creados y olvidados en el transcurso de los procesos
históricos en los que están insertas las sociedades democráticas, pero mientras mantiene su vigencia hacen necesaria la interpretación y justificación racional de los acontecimien-
tos que les dieron origen. Sólo de este modo se puede preservar la legitimidad social de las instituciones democráticas. Pero cuando estas últimas se están volviendo anacrónicas, es
el discurso el que, racional y emotivamente, impulsa la necesaria reorientación de metas que debe practicar la política. Esta última no se basa sólo en el bargaining, como parece a
veces creerlo la clase política. Requiere además una eficaz sustentación teórica que demuestre la superioridad de ciertas instituciones sobre otras.
Este tipo de razonamiento conduce a March y Olsen a un cuarto objetivo, el desarrollo de un sistema político flexible. En condiciones, por lo tanto, de afrontar las fuertes demandas
que surgen de sociedades democráticas en permanente cambio. Como se ha recordado previamente, un sistema político debe adoptar interpretaciones de la historia que legitimen
políticamente las experiencias institucionales de] presente. Pero a la vez debe promover los recursos, y las capacidades necesarias, para poder llegar a concretar, eficientemente, las
necesarias innovaciones institucionales que requiere la diferente lectura de la política que realizan las nuevas generaciones. En un sistema político democrático sus instituciones no
deben ser las víctimas del cambio, deben constituirse en las promotoras del mismo, tanto en el ámbito nacional como en el internacional.

7 PARADIGMAS Y TENDENCIAS VIGENTES EN LA ACTUALIDAD EN LA CIENCIA POLÍTICA

Lo que hasta aquí hemos expuesto nos lleva a sintetizar el estado actual de la ciencia política. Como ya se ha visto predominan en ella distintos y reconocidos paradigmas, estre-
chamente vinculados con fuertes identificaciones culturales: el conductista, con la tradición de investigación anglosajona, y el comparatista o weberiano, con la tradición de investi-
gación del continente europeo. Como ya se ha analizado, estos paradigmas afrontan una permanente reformulación teórica, en razón de las continuas argumentaciones y refutacio-
nes que los acompañan, al percibirse a la comunidad politológica, con palabras de Gadamer, como una "comunidad de diálogo". Por eso se puede hablar de crisis de los paradig-
mas, pero no en un sentido de agotamiento sino de enriquecimiento teórico de los mismos, en virtud de una creciente incorporación de conocimientos a la disciplina que permite
este continuo y controversial replanteo de los fundamentos del análisis político.
Esto lleva a un cada vez mayor eclecticismo de la ciencia política, en la que ambas tradiciones de investigación se apropian de contenidos teóricos de la otra, para así mejorar su
propio discurso. Particularmente en el caso de los europeos, que leen la literatura especializada estadounidense, sin que lamentablemente se dé esta misma situación en el caso in-
verso. Ello se evidencia en el hecho de que los trabajos académicos de la ciencia política estadounidense rara vez citan obras de los grandes expositores europeos de la disciplina, al
no conocerlas adecuadamente, siendo esta circunstancia la que empobrece su perspectiva teórica.
Este eclecticismo es aquí enunciado tomando como referencia el concepto hermenéutico de apropiación -a través de la fusión de horizontes- de aquella parte del discurso teórico
perteneciente a otra tradición de investigación que puede enriquecer nuestra comprensión del fenómeno político. No se trata por eso del eclecticismo metodológico formulado por
Almond hace poco tiempo, que pretende superar las divisiones existentes en el interior de la disciplina recurriendo a la integración del funcionalismo y la teoría de la elección ra-
cional, tan gratos a la tradición de investigación estadounidense, con el método histórico, que singulariza a la tradición de investigación del continente europeo. Este "sincretismo
metodológico" sólo puede conducir a la anarquía conceptual, transformando a la ciencia política en una disciplina arlequinesca.
Si pretendemos trazar un cuadro de situación que tome en cuenta los clivajes que hoy caracterizan a la ciencia política, debemos empezar entonces por reconocer que nos encon-
tramos ante un diversificado panorama de la comunidad politológica. Ello nos lleva obligadamente a intentar describir, muy someramente, cuáles son las principales tendencias.
El más nutrido sector de los cultores de la disciplina, particularmente en el caso de los Estados Unidos, está constituido por quienes se aproximan al análisis de la política desde la
perspectiva del paradigma conductista. Son fieles todavía al inductivismo del positivismo lógico o, en el caso de sus más refinados miembros, al racionalismo crítico de Popper.
Agudamente Panebianco los describe como "ideográficos", tanto por sus características metodológicas como por el hecho evidente de estar centradas sus investigaciones en el estu-
dio, sustentado empíricamente, de casos muy puntuales. La micropolítica y no la macropolítica es el centro de su interés, siendo la acumulación del conocimiento empírico su ex-
pectativa científica. Esto los lleva entonces a una explicación descriptivo-interpretativa de las conductas políticas analizadas, acotándolas en el tiempo y en el espacio. Concentran
su atención en cuestiones de la actualidad política, utilizando como fuentes encuestas, series estadísticas o referencias históricas.
Es que, como lo plantea Dahrendorf, existe en la tradición de investigación estadounidense una conceptualización metateórica que la hace percibir a la autorregulación social como
el de la política. De allí el mordaz epigrama que hace Dahrendorf sobre los epígonos del funcionalismo parsoniano -entre quienes podemos contar a Almond- quienes -dice- se ca-
racterizan por sostener "una fisiología social, que coloca al metabolismo en el lugar de la Historia". Al descontar la validez de la idea fuerza que los orienta implícitamente, la de la
autorregulación social, en claro isomorfismo con la biología, avalan esta premisa metateórica con una gran cantidad de datos estadísticos, dando a su discurso connotaciones ma-
temáticas, descartando los desarrollos teóricos.
Otra importante tendencia, aunque muy inferior en número a la anterior si tomamos en cuenta la comunidad politológica a nivel mundial, la constituyen los teóricos. Estos entien-
den que el conocimiento en ciencia política no puede reducirse al mero ámbito de la acumulación empírica por una razón fundamental: este saber se redefine hermenéuticamente
en forma continua. Por eso en el desarrollo teórico de la disciplina no sólo pesan los resultados empíricos alcanzados en el campo de la ciencia, pesan también las distintas perspec-
tivas sobre qué cuestión resulta ser relevante para la investigación, situación que tiene mucho que ver con las distintas tradiciones de investigación.
La investigación teórica en la disciplina es hoy ajena a la formulación de teorías generales; su preocupación por el mejoramiento del conocimiento se orienta en cambio hacia los
enfoques teóricos. Estos son percibidos como conceptualizaciones claves, que permiten encontrar sentido a ciertos hechos políticos y, al hacerlo, dar una explicación adecuada de
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los mismos. Explicaciones localizadas en el tiempo y el espacio y, por lo mismo, ajenas a la expectativa de la universalización del modelo teórico antes existente en el conductismo,
circunstancia que explica la relevancia que ha alcanzado la política comparada.
En esos enfoques teóricos existe una gran cantidad de conceptos, vinculados recíprocamente, que le sirven al politólogo para orientarse en temas verdaderamente relevantes para
su investigación. Ello le permite, sumado a la interpretación de los textos de los grandes teóricos clásicos, la comprensión de los complejos procesos políticos de nuestro tiempo, y,
al hacerlo, poder llegar a explicar por qué opta por una determinada interpretación teórica, en una auténtica convalidación científica de aquello que está conjeturando hermenéuti-
camente.
Los enfoques teóricos sirven asimismo para generar modelos políticos, que permitan una mejor comprensión de los fenómenos que analiza la ciencia política. Los modelos así ori-
ginados posibilitan la identificación de las probables relaciones causales existentes entre un cierto número de factores y una determinada situación política, para poder llegar a una
comprensión adecuada del fenómeno analizado. Tal el caso de los distintos modelos de democracia desarrollados por Lijphart.
La democracia ha pasado a ser el problema central de la ciencia política de la última década. Dado que, como plantearan Weber primero y Rokkan después, cualquier fenómeno so-
cial es producto de una multiplicidad de causas; le resulta entonces necesario a la teoría identificar las circunstancias que preceden al surgimiento de la democracia, del mismo
modo que percibir en qué consisten los mecanismos políticos que la garantizan, estableciendo sus interrelaciones. La responsabilidad de la explicación es, pues, identificar las ra-
zones del surgimiento y continuidad de las sociedades democráticas. Esto siempre dentro de la visión weberiana, para la cual debemos ser conscientes de que nuestras explicacio-
nes sólo lograrán identificar algunos aspectos, nunca la totalidad del complejo conjunto de particularidades que definen al fenómeno social que se estudia.

8 CONCLUSIONES TENTATIVAS

Lo que hasta aquí se ha pretendido exponer es el estado actual de la cuestión en la disciplina, describiendo y explicando el desarrollo histórico y contextual que la ha llevado a estar
orientada por dos diferentes paradigmas -que se sustentan filosóficamente en muy distintas tradiciones de investigación-: el conductista y el comparatista o weberiano, permanen-
temente reactualizados por el debate teórico en curso.
Las nociones de tradición y de razón -científica- fueron conceptualizadas por el Iluminismo como términos contrapuestos, al identificar a la tradición con un oscurantismo que
había postergado el desarrollo cognoscitivo de la humanidad. Antagonismo que desde una opuesta percepción, la de reivindicar la tradición en detrimento de la razón, hizo suyo
también el Romanticismo.
Sin embargo, el desarrollo filosófico del siglo XX -en el transcurso de una gran mutación del pensamiento occidental- incorporó la convicción de que los valores, transmitidos por la
tradición a través del lenguaje, eran fuertemente condicionantes de la acción racional. Fue Max Weber quien intuyó por primera vez en las ciencias sociales cómo el sentido menta-
do, los valores compartidos, eran los que daban su significado a la acción social. Esta premisa alcanza particular relieve con los aportes filosóficos de Heidegger, en los que adquiere
protagonismo el lenguaje como transmisor de una tradición. La ontología ocupa para Heidegger el lugar de la filosofía, el "existo luego pienso", pasa a desplazar al cartesiano "pien-
so luego existo", en el pensamiento alemán y europeo continental. Y ello es consecuencia de la herencia de Nietszche22.
La hermenéutica filosófica logra imponerse universalmente a través de la claridad del discurso filosófico de Gadamer, del que termina por apropiarse el último Habermas. Y es Ri-
coeur quien traslada esta conceptualización a la interpretación de la sociedad, al entender que estamos ante la lectura de la acción como un texto. Es decir, que siempre que nos
aproximamos a la interpretación de un hecho político lo hacemos desde los valores de una determinada tradición de investigación, que es la que orienta nuestra comprensión del
mismo. La lectura hermenéutica es tan válida para la aproximación a la comprensión de los clásicos como para la aproximación a la comprensión de la realidad.
Es por eso que la neutralidad axiológica que postula el conductismo a través de sus modelos matemáticos resulta imposible de concretar en los hechos. No existen inteligencias de
probeta; una inteligencia es el producto del oxígeno cultural que respira un individuo en el contexto histórico cuyos valores socializa. Sí existe, en cambio, la objetividad científica,
en el sentido weberiano del tipo-ideal.
El método, la razón científica, es lo que nos proporciona la necesaria objetividad al permitirnos llegar a controlar empíricamente nuestros enfoques teóricos. Enunciados éstos des-
de un determinado marco valorativo, es su confrontación con la realidad -y con la argumentación contrapuesta por otros enfoques teóricos- la que convalida, total o parcialmente, o
desecha nuestras percepciones teóricas. Ese ajuste de cuentas con la realidad preserva, modifica o descarta nuestro enfoque teórico, que nos ha servido para interpretar y así modi-
ficar la realidad, pero que a su vez se transforma al entrar en contacto con esa realidad. Seres finitos en un mundo infinito, como lo planteaba Weber, jamás podremos llegar a
aprehender completamente el sentido de la totalidad social, de allí la obligada relación circular entre teoría y empiria.
Por eso, recortar la realidad a la medida de nuestra percepción valorativa del fenómeno político, no implica salvaguardar nuestra subjetividad sino perder toda objetividad. Y esto
hace que nuestra elaboración conceptual haya dejado de ser científica para pasar a ser ideológica, es decir, válida para otro campo de estudio.
Si es la tradición la que nos forma a través del lenguaje y el proceso educativo -la expresión alemana Bildung lo expresa admirablemente-, transmitiéndonos sus valores, que gravi-
tan fuertemente en nuestra elaboración teórica, es entonces el método científico lo que logra dar objetividad a nuestro pensamiento.
Razón y tradición están fuertemente imbricadas, la una no excluye a la otra, sino que se complementan para posibilitar el avance del conocimiento. El método requiere de la teoría
para no caer en el empirismo ciego que tanto ha perjudicado al conductismo; la teoría requiere del apoyo del método para no desvanecerse en utopías. Y la expresión -tradición de
investigación sintetiza claramente esta situación al asociar ambos conceptos.
Es por lo expuesto que no se puede sacralizar al método científico como la única expresión válida de la razón, la filosofía y la teoría políticas han logrado sobrevivir a los embates
del positivismo, reapareciendo hoy con notable éxito, dado que son imprescindibles para el avance de la disciplina. Pero esta aseveración supone también que lo que estamos de-
jando de lado es el cientificismo, no el método científico. El pretender hacerlo nos llevaría al extremo opuesto, al ideologismo, cuyo resultado es el mismo: la trivialidad del pensa-
miento político

22
(...) Nietzsche, la grande y fatídica figura que ha transformado de modo esencial la crítica del espíritu subjetivo de nuestro siglo. Su crítica (...) se dirige (...) a la conciencia misma. La idea de que la conciencia y la autoconciencia no proporcionan testimonio indubitable alguno de que lo que se
muestra a la conciencia como su contenido (en todo caso, de forma embozada o transfigurada) ha sido remachada de tal forma por Nietzsche en el pensamiento moderno que la reconocemos en todas partes..." en H. G. Gadamer: 'Los fundamentos filosóficos del siglo XX" en G. Vattimo (comp.):
La secularización de la filosofía. Hermenéutica y posmodernidad, op. cit., pág. 99
36
Tan ruinosas son para la ciencia política la matematización del análisis político como la ideologización del mismo, porque impiden el desarrollo teórico de la disciplina. Ni los pro-
tocolos ni las leyes generales de la historia; son los enfoques teóricos -discernidos valorativamente pero controlados empíricamente- los que orientan hoy la investigación política
más productiva.
A partir del horizonte cultural de una determinada tradición de investigación encaramos nuestra fusión de horizontes, no sólo con las grandes obras clásicas que encaminan nues-
tra producción teórica sino también con la realidad que observamos. La hermenéutica filosófica nos ha permitido comprender que nuestra lectura de los hechos nunca es ingenua,
parte siempre desde una perspectiva valorativa
Esto nos lleva a tener que aceptar que el primer paso que debemos dar para encarar la investigación política es el reconocernos como parte de una determinada tradición de inves-
tigación. Sólo así, reconociendo los valores que orientan nuestra formación teórica, podremos aproximarnos lúcida y objetivamente al análisis político. Son estas tradiciones de in-
vestigación las que dan su sentido a los paradigmas de la ciencia política y, por lo mismo, a las diferentes teorías y modelos de la disciplina, ni erróneas ni ideológicas, distintas en
razón de la diferente Weltanschauung que las ha originado.
No es entonces sólo el sentido de la acción política que estamos examinando lo que debemos interpretar objetivamente, es también el sentido de nuestra observación científica lo
que debemos tomar en cuenta al hacer nuestra lectura de los hechos políticos. De allí la imprescindibilidad de las reglas del método científico: podemos descartar aquellas que sólo
son válidas para las ciencias naturales, pero no las reglas del método de las ciencias sociales.
Por eso se ha utilizado reiteradamente la expresión "tradición de investigación". Entendemos que la misma explicita elocuentemente la intencionalidad de este trabajo, el demos-
trar la historicidad de los procesos y análisis políticos (condicionados institucionalmente por sus historias sociales).
La tradición de investigación en la ciencia política anglosajona -y cuando hablamos de ella estamos en realidad refiriéndonos a la ciencia política estadounidense, por el número y
representatividad de sus miembros- se orienta hacia la búsqueda empírica del conocimiento. Continúa así con la tradición científica que caracteriza hace siglos a ese medio cultural.
Los nombres de Bacon, Locke, Hume y John Stuart Mill son demasiado conocidos como para extenderse al respecto. El paradigma conductista es, entonces, una consecuencia obli-
gada de este ethos social.
El paradigma conductista se inspira en John Stuart Mill, tanto metodológica como filosóficamente. Del mismo modo que éste defiende la implementación del discurso positivista
de las ciencias naturales en las ciencias sociales y percibe utilitaristamente a la sociedad como a un conjunto de individuos aislados, la ciencia política anglosajona visualiza a la po-
lítica como protagonizada por individuos, no por actores sociales organizados, por partidos o sindicatos. Como consecuencia de ello, el grupo de interés y no el partido político es lo
que más atrae su atención. Es comprensible, pues, el rol central que le da al concepto de liderazgo en el análisis político -en claro contraste con la tradición de investigación europea
continental-, no el liderazgo plebiscitario weberiano -movilizador de las masas- sino el liderazgo en el sentido de representante de los grupos de interés.
La política en sí es percibida como una consecuencia de la autorregulación social. Esto lleva entonces a esta tradición de investigación a soslayar el análisis del rol institucional del
Estado en el cambio político, sustituyéndolo por el análisis del funcionamiento del sistema político. Es la sociedad, más que la política, la responsable de las variaciones institucio-
nales que se dan históricamente.
Sin embargo, es importante destacar que son quizás las sociedades anglosajonas las únicas en las que fue la sociedad la que, desde revoluciones exitosas, liberalizó al Estado, lle-
gando -a través de las reformas que exigía la sociedad y que el Estado de derecho hacía posibles- a la plena vigencia de la democracia liberal. Esta última ha sido la consecuencia de
un largo y eficaz proceso de siglos; por eso no existen instituciones democráticas con la amplia experiencia histórica de las anglosajonas. Son éstas las circunstancias históricas que
han llevado a su ciencia política -legítimamente- a pretender universalizar su proceso histórico como el único válido para alcanzar la democracia, y la teoría de la modernización ha
constituido un claro ejemplo de ello. Sin embargo, la historia contemporánea ha demostrado la imposibilidad de universalizar los valores y las instituciones políticas anglosajonas.
Contrariamente a la anterior, la tradición de investigación de la ciencia política europea se orienta hacia la comprensión teórica, avalada empíricamente, del hecho político. Se nu-
tre filosóficamente en Kant, Hegel y Nietszche, cuyo pensamiento sintetiza admirablemente en las ciencias sociales de nuestro siglo la obra de Max Weber. El paradigma compara-
tista o weberiano es también, pues, una consecuencia obligada de este ethos social.
El hecho político es percibido como el producto de una ingeniería institucional, realizada a través del Estado, cuyos promotores son los actores sociales organizados, particularmen-
te los partidos políticos. La organización y no el individuo constituye el centro de la escena política. La democracia es así explicada como un proceso en el que las normas de proce-
dimiento que la garantizan son sustentadas valorativamente, y en el que por esa razón gravitan fundamentalmente los desarrollos históricos que singularizan a las sociedades na-
cionales. Los grandes protagonistas de este proceso son los actores sociales organizados, a los que dedican gran atención tanto Bobbio como Offe, Rokkan o Sartori. Estos autores,
que se formaron filosóficamente antes de arribar a la ciencia política, rescatan al individuo como razón de ser de los procesos democráticos, pero comprenden que su acción social
sólo adquiere sentido en la interacción con otros individuos, en el sentido mentado que comparte una comunidad política.
Es imprescindible remarcar aquí que en estas sociedades del continente europeo ha sido el Estado liberal el que construyó la sociedad liberal al construir la nación. Los nombres de
Napoleón, Bismarck, Cavour y Giolitti son por demás ilustrativos de este tipo de situación. De allí el rol fundamental que ha tenido siempre el Estado para el análisis político euro-
peo continental, al visualizárselo como la fuerza motriz del cambio político. Del mismo modo, en sociedades divididas por profundos conflictos ideológicos entre liberales, marxis-
tas y cristianos, entre empresarios y obreros, las organizaciones se constituyeron en el medio obligado para agregar, defender y articular los intereses sectoriales. Ello explica el pro-
tagonismo que pasaron a adquirir en la política los partidos, los sindicatos, las cámaras empresariales y las iglesias, y la importancia que siempre ha tenido su estudio para el análi-
sis político europeo continental.
Asimismo, en sociedades que no están aisladas por el mar como las anglosajonas, y que por eso mismo han debido afrontar múltiples guerras y rectificación de fronteras, la reivin-
dicación de la identidad cultural, singularizada por determinados valores, les había permitido sobrellevar exitosamente esos avatares sin desintegrarse como nación. De allí la tras-
cendencia que dan tanto a los valores nacionales como al sentido histórico de comunidad al analizar -y diseñar- sus instituciones políticas. No creen por ello que exista un modelo
universalizable de democracia, sino distintos modelos, adecuados a distintas circunstancias socio-histórico-culturales.
Ante estas diferentes perspectivas históricas, la tradición de investigación anglosajona percibe a la democracia desde su peculiar visión cultural. Es comprensible por ello que sus
teorías sobre la misma se vinculen más a la economía que a la filosofía o a la historia, asumiendo como idea fuerza la analogía entre mercado político y mercado económico, entre el
ciudadano y el homo oeconomicus, desde la perspectiva de la economía neoclásica.
37
Garantizar el pluralismo es entonces garantizar la democracia, de allí la importancia que tienen las normas de procedimiento que resguardan las libertades individuales que lo
hacen posible, como tan bien lo analiza Dahl. En cambio, la tradición de investigación europea continental llega a esa teorización desde la percepción de una democracia protagoni-
zada no por individuos sino por actores sociales. Son éstos quienes interactúan políticamente en las comunidades políticas de las sociedades industriales avanzadas. Su conducta
está condicionada por los valores que orientan su acción política, en un continente, como se sabe, altamente ideologizado. El fenómeno político sólo es comprensible, entonces, si
se lo enmarca en las estructuras e instituciones sociales que le dan su sentido.
La racionalidad jurídica que diseña institucionalmente las normas de procedimiento democráticas debe ser, pues, congruente con los valores en que se sustenta una determinada
tradición política, para así poder incorporar la percepción -subjetiva- de legitimidad a los enunciados objetivos de la ley. Por eso se concibe a la democracia como un compromiso
político entre esos actores sociales, el compromiso que requiere un proceso democrático que pretende ser eficaz.
Es la weberiana acción racional con arreglo a valores. Por eso puede decirse que la ciencia política del continente europeo plantea teorías ético políticas de la democracia, en lugar
de las teorías empíricas que desde Schumpeter distinguen a la ciencia política estadounidense.
Para terminar, es importante señalar que la coexistencia de distintos paradigmas no han debilitado a la ciencia política. Así lo demuestra el creciente número de sus miembros, cen-
tros de estudio y publicaciones especializadas, que la hacen una de las comunidades científicas más representativas. Más que debilitarla, la pluralidad de perspectivas ha estimula-
do un fecundo debate teórico.
En los años 50, el paradigma conductista recurrió a un funcionalismo sistémico para construir una ciencia natural de la política, siendo ampliamente hegemónico hasta los años 70.
Sin embargo, esta hegemonía ya no se da en nuestros días, ante los cambios que se han suscitado en la ciencia política como consecuencia de los desarrollos de la filosofía de la
ciencia en los años 60. En particular, por la cada vez más compartida convicción de la relación circular existente entre el estudio empírico de la política y las teorías de la política,
entendiendo por estas últimas al cuerpo de doctrinas generales al que recurren no sólo los estudiosos de la disciplina sino también los restantes miembros de la sociedad, para dar
sentido a sus acciones e instituciones políticas.
El debate teórico en curso en la disciplina lo protagonizan, entonces, los expositores de las dos grandes tradiciones de investigación: la positivista y la hermenéutica. Si bien ambos
términos pueden dar lugar a múltiples interpretaciones, sintetizan elocuentemente el estado de la cuestión en este campo del conocimiento, y están estrechamente asociados a las
perspectivas culturales inglesa y alemana respectivamente, en sus múltiples y diversificadas versiones23.
A comienzos de los 60, las grandes obras de Gadamer y Kuhn producen el replanteo de la filosofía de la ciencia, que permite el surgimiento de una epistemología reflexiva, posposi-
tivista, en la ciencia política. Esto no quiere decir que los cultores del positivismo desaparezcan, el inductivismo sigue prevaleciendo en muchos conductistas. Pero el creciente éxito
entre ellos del racionalismo crítico de Karl Popper es explicable. Es su perspectiva metodológica, superadora del inductivismo, lo que les permite mantener la fe en el progreso del
conocimiento como consecuencia de la acumulación del saber empírico que permite el método científico. Sin embargo, también el discurso de Popper reconoce la inexistencia de
verdades científicas incontrovertibles, al destacar el importante papel que representa el disenso para el avance científico. Por esta razón los enfoques teóricos han sustituido a las
ambiciosas leyes generales de la conducta humana que caracterizaron teóricamente al conductismo. Las teorías de alcance medio -probabilísticas- gozan de más prestigio que las
leyes generales de causalidad, en cualquiera de sus dos variantes ideológicas.
Desde los años 70 ya no existe el consenso generalizado que da un paradigma científico unívoco a una disciplina. Tras la Revolución Conductista, los politólogos reconocen la espe-
cificidad metodológica de la ciencia política, del mismo modo que la necesaria convalidación empírica que debe acompañar sus hipótesis. Sin embargo, muchos de ellos lo hacen
críticamente.
Los politólogos europeos, particularmente, aceptan la especificidad de la disciplina, pero reconocen su necesaria interdisciplinariedad con el derecho, la filosofía y la historia. No
desconocen la relevancia que tienen las instituciones jurídicas sobre los comportamientos políticos, como pretendiera hacerlo el conductismo en su segunda fase, al intentar hacer
desaparecer hasta los nombres de las instituciones, sustituyéndolos con la conceptualización sistémica. Hoy, conceptos como el de Estado resurgen con fuerza en el debate teórico.
Del mismo modo, la subestimación de la teoría clásica que caracterizó al conductismo ha quedado atrás. La filosofía y método pospositivista se apoya en una epistemología reflexi-
va, que ha dado cada vez mayor vigencia a una aproximación hermenéutica al análisis político. Lo hace por entender que detrás del método científico existe una filosofía subyacen-
te, producto de una particular conciencia histórica, aun en aquellos casos que, como ocurre con el conductismo, rechazan toda deuda intelectual con la filosofía y la historia.
El paradigma comparatista o weberiano expresa claramente estos principios. Ideas como la de comunidad de diálogo -para definir a los estudiosos de la disciplina- o la de apropia-
ción teórica, que después de Gadamer constituyen lugares comunes en la ciencia, son ampliamente compartidas en el contexto europeo de investigación, que les ha incorporado
asimismo los conceptos de Habermas y Ricoeur sobre el necesario distanciamiento crítico que debe preceder al análisis de un hecho político como a la lectura de un texto: su com-
prensión exige tanto interpretarlo como convalidar -teórica y empíricamente- esta interpretación frente a interpretaciones divergentes.
Si la acumulación del conocimiento no es entonces lineal sino controversial, ¿cómo puede darse coherencia al discurso politológico?
La inexistencia de un paradigma unívoco ha llevado al actual reconocimiento de la importancia intelectual y funcional de las grandes obras clásicas que nutren teóricamente la
ciencia política. Como lo destaca Jeffrey Alexander, es ésta la característica de todas las ciencias sociales, necesitadas de hacer comprensible su discurso teórico, pese a los des-
acuerdos existentes sobre el mismo. Dado que la comunicación acumulativa de los descubrimientos científicos exige un lenguaje común, o por lo menos comprensible, entre los
miembros de una disciplina, para así llegar a acceder a los conceptos que se desean transmitir, ese aporte teórico es imprescindible.
El hecho de que los politólogos reconozcan la existencia de la obra de un teórico clásico –Marx, Durkheim, Weber, Parsons- como fundamento de sus razonamientos da un punto
de referencia a su argumentación teórica. Así, su lectura de la realidad está sustentada en un lenguaje dialógico, pues los participantes de la tarea científica pueden no compartir las
categorías conceptuales que construyeron esos grandes autores —dado que implican definiciones ideológicas— pero no pueden desconocerlas.
Es el consenso generalizado que existe sobre esta cuestión lo que permite que una argumentación controversial sea inteligible. En una ciencia política que ha pasado a percibirse
cada vez más como un proceso controversial e interpretativo de acumulación de conocimientos, la existencia de diferentes tradiciones de investigación ha sido posible en virtud de

23
Es importante destacar que no sólo hay matices bien diferenciados dentro de cada perspectiva, sino que también existen dentro de estas tradiciones de investigación grandes figuras cuya reflexión sociopolítica es muy distinta a la preponderante en su comunidad científica. Es éste el caso del du-
ro funcionalismo sistémico que caracteriza a la obra Nikklas Lühmann, una gran figura de las ciencias sociales alemanas, o de la lectura hermenéutica de la política que realiza David Held, figura ascendente de la ciencia política inglesa.
38
lo expuesto. Y eso ha permitido evitar el dogmatismo, con el correspondiente estancamiento del conocimiento que produce el compromiso excluyente con un único marco concep-
tual. Esto se ha podido concretar, sin caer en el caos metodológico que la ausencia de un paradigma unívoco podría producir, a través de la paráfrasis inteligente de los clásicos.
La ciencia política ha pasado a ser una comunidad dialógica, que define su discurso como interpretativo y crítico a la vez que empírico, al reconocer—después del debate teórico del
último cuarto de siglo— que ninguna investigación en este campo puede dejar de sustentarse en una antropología histórica, en un modelo de hombre.

LA CIENCIA POLÍTICA EN LA ARGENTINA∗


Pablo Bulcourf y Martín D'Alessandro∗∗ en “Introducción a la ciencia política (nueva versión)”, J. Pinto comp.

1 INTRODUCCIÓN

El primer capítulo de esta obra colectiva ofrece un detallado estudio sobre el desarrollo mundial de la ciencia política, sus particularidades, enfoques y perspectivas como así tam-
bién de los espacios institucionales que han permitido su despliegue histórico durante el siglo XX. Teniendo en cuenta ese marco, este capítulo se limitará a un recorrido histórico
por la ciencia política argentina, sus particularidades y su vinculación con los escenarios disciplinares extranjeros.
La historia de la ciencia política en la Argentina está plagada de marchas y contramarchas. Reveses políticos, institucionales e ideológicos obstaculizaron su desarrollo, y gran parte
de sus déficit actuales se deben a sus grandes dificultades para la constitución de una comunidad científica sólida e inserta en la sociedad (Bulcourf y D'Alessandro, 2002).
La reflexión sobre la política y la constitución del Estado poscolonial ha sido una materia constante en el pensamiento argentino y latinoamericano. La inmigración y la inserción
en el escenario internacional, la incorporación de los nuevos sectores a la vida nacional y, después de 1930, el juego de los grupos de poder en tomo al Estado, han llevado a una rica
literatura y a un continuo debate político, aunque signado muchas veces por la violencia y la intolerancia. Sin embargo, son muy pocos los trabajos que podrían catalogarse como
"de ciencia política". El desarrollo de la disciplina en la Argentina y sus mecanismos de institucionalización han sido, aunque tempranos, escasos y discontinuos.
Recién en la década del 60 comenzará a constituirse un grupo de investigadores que reclamarán para sí el nombre de "politólogos" autonomizándose del Derecho Público. Por otra
parte, es a fines de esa década cuando por primera vez se logra un diseño curricular de una carrera de ciencia política orientada hacia la investigación y al conocimiento científico
del fenómeno político acorde con los desarrollos y lineamientos internacionales, elementos que fueron disparadores del desarrollo de la disciplina, tanto dentro como fuera de las
universidades. Pero los golpes, militares y particularmente la descarnada dictadura del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) pusieron freno al desa-
rrollo de las ciencias sociales y a toda actividad científica en general. Ninguna más que la ciencia política se vería afectada, dada la circularidad entre la política como objeto de in-
dagación y la propia actividad política; no es posible ninguna construcción de saber sin el marco básico de la libertad.24


Los autores agradecen las valiosas contribuciones de Marcelo Altomare, Arturo Femández, Carlos Floria, Mercedes Kerz, Néstor Legnani, Julio Pinto y Carlos Strasser, Miguel De Luca, Alberto Föhrig, Andrés Malamud, Rodolfo Mussi, Aníbal Pérez Liñán y Sebastián Saiegh quienes han reali-
zado comentarios que no siempre se han asimilado como lo merecían. Los autores también están en deuda con Carlos Floria y Miguel De Luca por su generosa cesión de materiales de archivo, y con Juan Cruz Vázquez y Mariano Anconetani por su colaboración. Gran parte del material aquí utili-
zado fue publicado previamente en la Revista de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes, N° 13, noviembre de 2002.
∗∗
Docente investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad de Buenos Aires; y Docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de San Andrés, respectivamente.
24
Como sostiene Graciwena (1974: 38): "Es indudable que hay fuertes necesidades sociales que tienen que ser consideradas en el trabajo científico; la ciencia y la tecnología están hoy situadas en el centro de la vida social y posiblemente nada sea más importante que sus contribuciones para el
desarrollo social a largo plazo. Por esa misma razón, las conexiones que se establezcan entre la sociedad y la comunidad de los investigadores deben ser de tal naturaleza que trasmitan bien la existencia de aquellas necesidades sociales, pero al mismo tiempo, la manera como trasmitan esas nece-
sidades tiene que ser compatible con las pautas de trabajo científico y con un elevado grado de autonomía de la comunidad de investigadores. Sin autonomía y libertad personal no hay imaginación ni habrá descubrimiento científico".
Capítulo XI. Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Titulo
Karl Marx
Boron, Atilio A. - Autor/a Autor(es)
La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx En:
Buenos Aires Lugar
CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor
2000 Fecha
Colección
Karl Marx; Historia; Filosofia; Politica; Filosofia Politica; Teoria Politica; Hobbes; Temas
Capítulo de Libro Tipo de documento
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/se/20100609023315/12cap11.pdf URL
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Capítulo XI

Filosofía política y crítica


de la sociedad burguesa:
el legado teórico de Karl Marx

c Atilio A. Boron *

I. A modo de introducción
ólo los espíritus más ganados por el fanatismo o la ignorancia se atreve-
rían a disputar el aserto de que Marx fue uno de los más brillantes econo-
S mistas del siglo XIX, un sociólogo de incomparable talento y amplitud de
conocimientos y uno de los filósofos más importantes de su tiempo. Pocos, muy
pocos, sin embargo, se atreverían a decir que Marx también fue uno de los más
significativos filósofos políticos de la historia. Parece conveniente, en consecuen-
cia, dar comienzo a esta revisión de la relación entre Marx y la filosofía política
tratando de descifrar una desconcertante paradoja: ¿por qué razón abandonó
Marx el terreno de la filosofía política –campo en el cual, con su crítica a Hegel,
iniciaba una extraordinaria carrera intelectual– para luego migrar hacia otras la-
titudes, principalmente la economía política?
La pregunta es pertinente porque, como decíamos, en nuestra época es harto
infrecuente referirse a Marx como un filósofo político. Muchos lo consideran co-
mo un economista (“clásico”, hay que aclararlo) que dedicó gran parte de su vi-
da a refutar las enseñanzas de los padres fundadores de la disciplina -William
Petty, Adam Smith y David Ricardo- desarrollando a causa de ello un impresio-

* Profesor titular regular de Teoría Política y Social I y II, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Buenos Aires. Secretario Ejecutivo de Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).

289
La filosofía política moderna

nante sistema teórico. Otros, un sociólogo que “descubrió” las clases sociales y
su lucha, algo que el propio Marx descartara en famosa carta a Joseph Weideme-
yer. No pocos dirán que se trata de un filósofo, materialista para más señas, em-
peñado en librar interminables batallas contra los espiritualistas e idealistas de to-
do cuño. Algunos dirán que fue un historiador, como lo atestigua, principalmen-
te y entre muchos otros escritos, su prolija crónica de los acontecimientos que tu-
vieron lugar en Francia entre 1848 y 1851. Casi todos lo consideran, siguiendo a
Joseph Schumpeter, como el iracundo profeta de la revolución. Marx fue, en efec-
to, todo esto, pero también mucho más que esto: entre otras cosas, un brillante fi-
lósofo político. Siendo así, ¿cómo explicar esa sorprendente mutación de su agen-
da intelectual, que lo llevó a abandonar sus iniciales preocupaciones intelectuales
para adentrarse, con apasionada meticulosidad, en el terreno de la economía po-
lítica? ¿Cómo se explica, en una palabra, su “deserción” del terreno de la filoso-
fía política? ¿Regresó a ella o no? Y en caso de que así fuera, ¿tiene Marx toda-
vía algo que decir en la filosofía política, o lo suyo ya es material de museo? Es-
tas son las preguntas que trataremos de responder en nuestro trabajo.

Un diagnóstico concurrente
Estos interrogantes parecen ser particularmente trascendentes dado que exis-
ten dos opiniones, una procedente del propio campo marxista y otra de fuera de
sus fronteras, que confluyen en afirmar la inexistencia de la teoría política mar-
xista. De donde se desprendería, en consecuencia, la futilidad de cualquier tenta-
tiva de recuperar el legado marxiano. El famoso “debate Bobbio”, lanzado a par-
tir de un par de artículos que el filósofo político turinés publicara en 1976 en
Mondoperaio, proyectó desde el peculiar ángulo “liberal socialista” de Bobbio el
viejo argumento acerca de la inexistencia de una teoría política en Marx, posición
ésta que fue rechazada por quienes en ese momento eran los principales exponen-
tes del marxismo italiano, tales como Umberto Cerroni, Giacomo Marramao,
Giuseppe Vacca y otros. (Bobbio, 1976) Curiosamente, la crítica bobbiana ins-
pirada en la tradición liberal –de un liberalismo desconocido en tierras america-
nas, democrático y por momentos radical, como el de Bobbio– se emparentaba
con la postura del “marxismo oficial”, de estirpe soviética, y algunos extraños
aliados. Los partidarios de esta tesis no rechazaban por completo la existencia de
una filosofía política en Marx –algo que hubiera atentado irreparablemente con-
tra su concepción dogmática del marxismo– pero sostenían que su relevancia en
el conjunto de la obra de Marx era del todo secundaria. En el fondo, la “verdade-
ra” teoría política del marxismo se hallaba presente en ese engendro intelectual
anti-marxista y anti-leninista que se dio a conocer con el nombre de “marxismo-
leninismo.” No deja de ser una ironía que el “marxismo oficial” –¡verdadera con -
tradictio in adjectio si las hay!– suscribiera íntegramente la tesis de uno de los
más lúcidos teóricos neoconservadores, Samuel P. Huntington, cuando afirmara

290
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

que “en términos de la teoría política del marxismo... Lenin no fue el discípulo
de Marx sino que éste fue el precursor de aquél.” (Huntington, 1968: p. 336)
Una versión mucho más sutil de la tesis elaborada por los oscuros académi-
cos soviéticos fue adoptada por intelectuales de dudosa afinidad con los burócra-
tas de la Academia de Ciencias de Moscú. Entre ellos sobresale Lucio Colletti, un
brillante teórico marxista italiano que en los noventa habría de terminar triste-
mente su trayectoria intelectual poniéndose al servicio de Silvio Berlusconi y su
reaccionaria Forza Italia. En un texto por momentos luminoso y en otros decep-
cionante Colletti, concluye su desafortunada comparación entre Rousseau y Marx
diciendo que:
“la verdadera originalidad del marxismo debe buscarse más bien en el cam-
po del análisis social y económico, y no en la teoría política. Por ejemplo, in-
cluso en la teoría del estado, contribución realmente nueva y decisiva del
marxismo, habría que tener en cuenta la base económica para el surgimiento
del estado y (consecuentemente) de las condiciones económicas necesarias
para su liquidación. Y esto, desde luego, va más allá de los límites de la teo-
ría política en sentido estricto.” (Colletti, 1977: p. 148) [énfasis en el origi-
nal].
En esta oportunidad queremos simplemente dejar constancia de la radicali-
dad del planteamiento de Colletti, sin discutir por ahora la sustancia de sus afir-
maciones. La exposición que haremos en el resto de este capítulo se encargará por
sí sola de refutar sus tesis principales. De momento nos limitaremos a señalar la
magnitud astronómica de su error cuando sostiene, en el pasaje arriba citado, que
la problemática económica del surgimiento y eventual liquidación del estado es
un tema que trasciende “los límites de la teoría política en sentido estricto.” Co-
mo veremos más adelante, el solo planteamiento de la cuestión desde una pers-
pectiva que escinde radicalmente lo económico de lo político no puede sino con-
ducir al grosero error de apreciación en que cae Colletti. Porque, en efecto, ¿cuál
es la tradición teórica que considera a los hechos de la vida económica como “ex-
ternos” a la política? El liberalismo, más no así el marxismo. Ergo: Colletti de-
sestima esa contribución “nueva y decisiva del marxismo”, la teoría del estado,
desde una tradición como la liberal cuyo punto de partida es la reproducción, en
el plano de la teoría, del carácter fetichizado e ilusoriamente fragmentario de la
realidad social. Al aceptar las premisas fundantes del liberalismo, Colletti cohe-
rentemente, concluye que todo lo que remita al análisis de las vinculaciones en-
tre el estado y la vida económica o, dicho con más crudeza, entre dominación y
explotación, queda fuera de la teoría política “en sentido estricto”. Al hacer suyo
el axioma crucial del liberalismo, la separación entre economía y política, Collet-
ti queda encerrado en el callejón sin salida de dicha tradición teórica con todos
sus bloqueos y puntos ciegos.

291
La filosofía política moderna

Foucault, Althusser y la “leyenda de los dos Marx”


Adolfo Sánchez Vázquez recuerda con justeza la diversidad de teóricos que
cuestionaron la existencia de una teoría del estado, o del poder político, en Marx.
( Sánchez Vázquez, 1989: p. 4) Para Michel Foucault, por ejemplo, Marx es an-
te todo y casi exclusivamente un teórico de la explotación y no del poder, cuya
capilaridad y dispersión por todo el cuerpo social, cuya “microfísica”, en una pa-
labra, habría pasado desapercibida a la mirada de Marx, más concentrada en los
aspectos estructurales. (Foucault, 1978; 1979). Para Foucault la naturaleza reti-
cular del poder torna fútil cualquier tentativa de identificar un locus estratégico y
privilegiado del mismo. Contrariamente a la abrumadora evidencia que comprue-
ba los alcances extraordinarios del proceso de “estatalización” de la acumulación
capitalista en nuestros días, en la visión de Foucault se trataría de una red que no
se localiza en ninguna parte en especial, ni siquiera en el estado o en sus apara-
tos represivos. (Boron, 1997: pp. 163-174) Lo interesante del caso es que, pese a
su vocación contestataria, el panpoliticismo de Foucault remata en una concep-
ción teórica que consagra la inmanencia y omnipotencia absoluta del poder así
concebido, con independencia de las relaciones de producción y la explotación de
clase. Tal como lo señala Sánchez Vázquez en otro de sus trabajos, en la cons-
trucción foucaultiana se disuelven por completo los nexos estructurales que ligan
a esta red de micro-poderes con las relaciones de producción. De este modo se
pierde de vista la naturaleza de clase que informa al poder social y su imbricación
en la lucha de clases, a la vez que se hace caso omiso del papel central que el es-
tado capitalista desempeña como supremo “organizador” de la red de relaciones
de poder mediante la cual la clase dominante asegura su predominio. (Sánchez
Vázquez, 1985: pp.113-5)
Aparte de Colletti, el filósofo hispano-mexicano identifica a Louis Althusser
como uno de los principales impugnadores del supuesto vacío teórico-político
que caracteriza la obra de Marx. Según nuestro entender, tanto el maestro como
sus discípulos cayeron víctimas de una falacia crucial de la empresa althusseria-
na: la introducción de una inconducente dualidad en la herencia teórica de Marx.
Según Althusser hay dos Marx y no uno: el “humanista e ideológico” de la juven-
tud, que es el Marx que esboza su crítica a las categorías centrales de la filosofía
política hegeliana, y el Marx “marxista” de la madurez. El primero es “prescindi-
ble”, mientras que el segundo es fundamental. Es en la fase “científica” cuando
Marx se convierte en “marxista” y culmina luminosamente su análisis del capita-
lismo. Como veremos más adelante, la interpretación althusseriana contradice ex-
plícitamente la visión del propio Marx maduro sobre su derrotero intelectual, de-
talle éste que los althusserianos pasan alegremente por alto. En este sentido, po-
cos pueden igualar a Nicos Poulantzas en la externalización de este lamentable
equívoco. Como fiel discípulo de su desorientado maestro, Poulantzas escribió
¡nada menos que en un libro dedicado a la teoría política marxista!, que

292
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

“ ... la problemática original del marxismo... es una ruptura en relación con


la problemática de las obras de juventud de Marx ... (que) se dibuja a partir
de La Ideología Alemana, texto de ruptura que contiene aún numerosas am-
bigüedades. Esa ruptura significa claramente que Marx ya se hizo marxista
entonces. Por consiguiente, señalémoslo sin dilación, de ningún modo se to-
mará en consideración lo que se ha convenido en llamar obras de juventud de
Marx, salvo a título de comparación crítica... para descubrir las superviven-
cias ‘ideológicas’ de la problemática de juventud en las obras de madurez.”
(Poulantzas, p. 13)
La consecuencia de esta desafortunada escisión fue la desvalorización, cuan-
do no el completo abandono, de la obra teórico-política del joven Marx y la con-
centración exclusiva en las obras del Marx maduro, de carácter eminentemente
económico, dándose así nacimiento a la “leyenda de los dos Marx”, como dice
Cerroni. (Cerroni, 1976: p. 26) El visceral rechazo de Poulantzas –un refinado
teórico que no pudo neutralizar el dogmatismo althusseriano que tantos estragos
hiciera en el pensamiento marxista– al legado teórico del joven Marx suena es-
candaloso en nuestros días, al igual que esa deplorable separación entre un Marx
“ideológico” y un Marx “científico”. Ecos lejanos y transmutados del estructura-
lismo althusseriano se oyen también, en las dos últimas décadas, en la obra de Er-
nesto Laclau, Chantal Mouffe y, en general, los exponentes del así llamado “pos-
marxismo”, empeñados en señalar las insuficiencias teóricas de todo tipo que so-
cavarían irreparablemente la sustentabilidad del marxismo y tornan necesario
construir un edificio teórico que lo “supere”. (Laclau y Mouffe, 1987: pp. 4-5) Es
evidente que para esta corriente la “superación” del marxismo es un asunto de in-
geniosidad retórica, y que se resuelve en el terreno del arte del bien decir. De don-
de se sigue que, por ejemplo, la “superación” del tomismo nada tuvo que ver con
la descomposición del régimen feudal de producción sino con la diabólica supe-
rioridad de las argumentaciones de los contractualistas. Es indudable que el mar-
xismo habrá de ser superado, pero ésto no ocurrirá como consecuencia de su de-
rrota en la liza de la dialéctica argumentativa sino como resultado de la desapari-
ción de la sociedad de clases. Su definitiva “superación” no es un problema que
se resuelva en el plano de la teoría sino en la práctica histórica de las sociedades.

La crítica de Norberto Bobbio


Para resumir: de todas las críticas dirigidas a la teoría marxista de la política,
la que plantea Bobbio es, de lejos, la más interesante y sugerente. El filósofo ita-
liano parte de la siguiente constatación:
“la denunciada y deplorada inexistencia, o insuficiencia, o deficiencia, o irre-
levancia de una ciencia política marxista, entendida como la ausencia de una
teoría del estado socialista o de democracia socialista como alternativa a la

293
La filosofía política moderna

teoría o, mejor, a las teorías del Estado burgués y de la democracia burgue-


sa.” (Bobbio: 1976, p.1) (traducción nuestra)
Tres son las causas que, a su juicio, originan este vacío en el marxismo. En pri-
mer lugar el interés predominante, casi exclusivo, de los teóricos marxistas por el
problema de la conquista del poder. La reflexión teórico-política de Marx, así co-
mo la de sus seguidores, era de carácter teórico y práctico a la vez y no meramen-
te contemplativa, y se hallaba íntimamente articulada con las luchas del movimien-
to obrero y los partidos socialistas por la conquista del poder político. En conse-
cuencia, la obra marxiana no podía ser ajena a esta realidad, sobre todo si se tiene
en cuenta que casi hasta finales del siglo pasado la premisa indiscutida de las diver-
sas estrategias políticas de los partidos de izquierda era la inminencia de la revolu-
ción. En segundo término, el carácter transitorio y fugaz del Estado socialista, con-
cebido como una breve fase en donde la dictadura del proletariado acometería las
tareas necesarias para crear las bases materiales requeridas para efectivizar el auto-
gobierno de los productores, es decir, el “no-estado” comunista. A estas dos expli-
caciones, que Bobbio había anticipado pocos años antes en otros escritos, agrega en
el texto que estamos analizando una tercera: el “modo de ser marxista” en el perío-
do histórico posterior a la Revolución Rusa y, sobre todo, la segunda guerra mun-
dial. Si en el pasado, observa nuestro autor, podía hablarse de “un marxismo” de la
Segunda Internacional, y después de otro más momificado aún, “el marxismo” de
la Tercera Internacional, “no tendría sentido alguno hablar de un marxismo de los
años cincuenta, sesenta o setenta.” (Bobbio, 1976: p.2) Bobbio señala con razón
que la aparición de estos “muchos marxismos” (el “marxismo oficial” de la URSS,
el trotskismo, la escuela de Frankfurt, la escuela de Budapest, la relectura sartrea-
na, la versión estructuralista de Althusser y sus discípulos, el marxismo anglosajón,
etc.) vino acompañada por el surgimiento de una nueva escolástica animada por un
furor teológico sin precedentes, cuyo resultado fue avivar estériles polémicas poco
conducentes al desarrollo teórico. Asus ojos, esta pluralidad de lecturas e interpre-
taciones del marxismo no necesariamente significa algo malo en sí mismo, mucho
menos un escándalo, sino que debería ser interpretada como un “signo de vitali-
dad”. Claro que, comenta el filósofo italiano, una de las consecuencias perversas de
esta pluralidad ha sido la proliferación de reyertas ideológicas que desgastaron las
energías intelectuales de los marxistas en inútiles controversias como, por ejemplo,
aquella acerca de si el marxismo es un historicismo o un estructuralismo.
El resultado de esta situación es lo que Bobbio denomina “el abuso del prin-
cipio de autoridad”, esto es, la tendencia a regresar indefinidamente al examen de
lo que Marx dijo, o se supone que dijo o quiso decir, en lugar de examinar a la
luz del marxismo a las instituciones políticas de los estados contemporáneos,
sean éstos capitalistas o socialistas. El escolasticismo terminó por reemplazar al
“análisis concreto de la realidad concreta”, como decía Lenin, y la exégesis de los
textos fundamentales a la investigación y la crítica histórica. La consecuencia de
este extravío ha sido el estancamiento teórico del marxismo.

294
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

Cabe recordar que este diagnóstico coincide en lo fundamental con el que, en


ese mismo año, hiciera Perry Anderson en sus Considerations on Western Mar -
xism. (Anderson, 1976) Según el teórico británico, a partir del fracaso de la re-
volución en Occidente y de la consolidación del estalinismo en la URSS la refle-
xión teórica marxista se aleja rápidamente del campo de la economía y la políti-
ca para refugiarse en los intrincados laberintos de la filosofía, la estética y la epis-
temología. La única gran excepción de este período es, claro está, Antonio
Gramsci. La indiferencia ante las exigencias de la coyuntura y la constitución de
un saber filosófico centrado en sí mismo son los rasgos distintivos del “marxis-
mo occidental”, un marxismo transmutado en una escuela de pensamiento, y en
el cual el nexo inescindible entre teoría y praxis propuesto por sus fundadores se
disuelve completamente. La teoría se convierte en un fin en sí misma y da paso
al “teoreticismo”, la famosa Tesis Onceava sobre Feuerbach que invitaba a los fi-
lósofos a transformar el mundo queda archivada, y el marxismo se transforma en
un inofensivo saber académico, una corriente más en la etérea república de las
letras.
¿Cuál es la conclusión a la que llega Bobbio en su ensayo? No demasiado di-
ferente a la de Colletti, por cierto. Leamos sus propias palabras: la teoría política
de Marx...
“constituye una etapa obligada en la historia de la teoría del Estado moder-
no. Luego de lo cual debo decir, con la misma franqueza, que nunca me pa-
recieron de igual importancia las famosas, las demasiado famosas, indicacio-
nes que Marx extrajo de la experiencia de la Comuna y que tuvieron la for-
tuna de ser luego exaltadas (pero nunca practicadas) por Lenin.” (Bobbio,
1976: p. 16)
Nos parece que más allá de los méritos que indudablemente tiene el diagnós-
tico bobbiano sobre la parálisis teórica que afectara al marxismo durante buena
parte de este siglo, su conclusión no le hace justicia a la profundidad del legado
teórico-político de Marx.1 Claro está que nuestro rechazo al sofisticado “ningu-
neo” que Bobbio hace de aquél no debería llevarnos tan lejos como para adherir
a una tesis que se sitúa en las antípodas y que sostiene, a nuestro saber de mane-
ra equivocada, que “(L)a auténtica originalidad de la obra de Marx y Engels de-
be buscarse en el campo político, y no en el económico o en el filosófico.”
(Blackburn, 1980: p. 10) Afirmación sin duda excesiva, y que difícilmente su au-
tor repetiría hoy, pero que expresa la reacción ante una tan injusta como inadmi-
sible descalificación de la teoría política de Marx. El problema que plantea esta
cita de Blackburn proviene no tanto de la orientación de su pensamiento como de
la radicalidad de su respuesta. Sin menospreciar la originalidad de la obra teóri-
co-política de Marx, nos parece que la teorización que se plasma en El Capital
(la teoría de la plusvalía; la del fetichismo de la economía capitalista; la de la acu-
mulación originaria, etc.) se encuentra mucho más desarrollada y sistematizada

295
La filosofía política moderna

que la que advertimos en sus reflexiones políticas. Si a ésta Marx le dedicó los
turbulentos años de su juventud, a la economía política le cedió los veinticinco
años más creativos de su madurez intelectual.

La supuesta excentricidad de Hegel


Bobbio señaló, y no le falta algo de razón, que la preponderante, casi exclu-
siva dedicación del Marx filósofo político a Hegel –comprensible si se tienen en
cuenta las circunstancias biográficas e históricas que dieron origen a la crítica del
joven Marx– y su apenas ocasional referencia a la obra de las cumbres del pen-
samiento filosófico-político del liberalismo, como John Stuart Mill, Jeremy Bent-
ham, Benjamin Constant, Montesquieu y Alexis de Tocqueville, situaron su refle-
xión lejos del lugar central en el debate realmente importante que la burguesía ha-
bía instalado en la Europa del Siglo XIX y que no giraba en torno a las excentri-
cidades hegelianas del “Estado ético” sino sobre las posibilidades y límites del
utilitarismo, es decir, de la expansión ilimitada de los derechos individuales, las
fuerzas del mercado y la sociedad civil. En sus propias palabras,
“Ya suscita alguna sospecha el hecho de que la teoría burguesa de la econo-
mía sea inglesa (o francesa) y que la teoría política sea alemana; o el hecho
de que la burguesía inglesa (o francesa) haya elaborado una teoría económi-
ca congruente con su idealidad, vulgo sus intereses, y le haya confiado la ta-
rea de elaborar una teoría del Estado a un profesor de Berlín, esto es, de un
Estado económica y socialmente atrasado con respecto a Inglaterra y Fran-
cia. Marx sabía muy bien lo que no saben más ciertos marxistas: que la filo-
sofía de la burguesía era el utilitarismo y no el idealismo (en El Capital el
blanco de sus críticas es Bentham y no Hegel) y que uno de los rasgos fun-
damentales y verdaderamente innovadores de la revolución francesa era la
proclamación... de la igualdad ante la ley... en cuya base se encuentra una teo-
ría individualista y atomística de la sociedad que Hegel refuta explícitamen-
te...” (Bobbio, 1976: p. 8) (traducción nuestra)
Si hemos reproducido in extenso esta crítica bobbiana es a causa de su rique-
za y su profundidad y, por otra parte, como producto de nuestra convicción de que
el marxismo como filosofía política debe necesariamente confrontar con los ex-
ponentes más elevados de su crítica. Por eso quisiéramos hacer algunas observa-
ciones en relación con lo que Bobbio plantea más arriba, y que tienen como eje
su apreciación del papel de Hegel en la filosofía política burguesa. Es cierto que
fuera de Alemania nadie discutía, al promediar el siglo XIX, si el Estado era o no
la esfera superior de la eticidad o el representante de los intereses universales de
la sociedad. La agenda de la política de los estados capitalistas tenía otras priori-
dades: la reafirmación de los derechos individuales, el estado mínimo, la separa-
ción de poderes, las condiciones que asegurasen una democratización sin peligros

296
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

para las clases dominantes, la relación estado/mercado, entre otros temas, y la


agenda teórica de la filosofía política no era ajena a estas prioridades.
Pero creemos que Bobbio exagera su argumento cuando minimiza la impor-
tancia de Hegel, porque si bien su teoría no representa adecuadamente la ontolo-
gía de los estados capitalistas, no por ello deja de cumplir una importantísima
función ideológica que el descarnado planteamiento de los utilitaristas deja va-
cante: la de presentar al Estado –al Estado burgués y no a cualquier Estado– co-
mo la esfera superior de la eticidad y de la racionalidad, como el ámbito donde
se resuelven las contradicciones de la sociedad civil. En suma, un Estado cuya
“neutralidad” en la lucha de clases se materializa en la figura de una burocracia
omnisciente y aislada de los sórdidos intereses materiales en conflicto, todo lo
cual lo faculta para aparecer como el representante de los intereses universales de
la sociedad y como la encarnación de una juridicidad despojada de toda contami-
nación clasista. Si el utilitarismo en sus distintas variantes representa el rostro
más salvaje del capitalismo, su “darwinismo social” que exalta los logros del in-
dividualismo más desenfrenado y condena a los “socialmente ineptos” a la extin-
ción, el hegelianismo expresa, en cambio, el rostro civilizado del modo de pro-
ducción al exhibir un Estado que flota por encima de los antagonismos de clase,
que sólo atiende a la voluntad general y que desestima los intereses sectoriales.
En términos gramscianos podríamos decir que mientras el utilitarismo, epitomi-
zado en la figura del homo economicus, proveía los fundamentos filosóficos a la
burguesía en cuanto clase dominante, el hegelianismo hizo lo propio cuando esa
misma burguesía se lanzó a construir su hegemonía.
Por consiguiente, no es poca cosa que Marx haya tenido la osadía de desen-
mascarar esta función ideológica del hegelianismo en su crítica juvenil. Pese al
retraso alemán, o tal vez a causa de eso mismo, Hegel percibió con más profun-
didad que sus contrapartes francesas e inglesas las tareas políticas e ideológicas
fundamentales que el Estado debía desempeñar en la nueva sociedad, tareas que
no podían ser cumplidas ni por los mercados ni por la sociedad civil. La lógica
destructiva del capitalismo, basada en la potenciación de los apetitos individua-
les y del egoísmo maximizador de ganancias, requiere de un Estado fuerte, no por
casualidad presente en todos los capitalismos desarrollados, para evitar que aqué-
lla termine sacrificando a la sociedad toda en aras de la ganancia del capital. He-
gel es, precisamente, quien teoriza sobre esta necesidad olímpicamente soslaya-
da por los clásicos del liberalismo político. Por eso Hegel es, tal cual acota co-
rrectamente Hans-Jürgen Krahl, “el pensador metafísico del capital..., el disfraz
idealista y metafísico del régimen capitalista de producción.” (Krahl, p. 27)
Por otra parte podría alegarse, en defensa de Marx y como un importante co-
rrectivo a las tesis bobbianas, que éste tenía pensado dedicarse al tema y revisar
la obra de los filósofos políticos ingleses y franceses en una fase posterior de su
crítica al capitalismo. Recordemos simplemente el contenido de su programa de

297
La filosofía política moderna

trabajo, esbozado en la “Introducción General a la Crítica de la Economía Políti-


ca / 1857” en donde el estudio del Estado y la política –es decir, a la filosofía po-
lítica– era el paso siguiente a su extenso periplo por la economía política y que
fuera lamentablemente tronchado por su muerte. (Marx, 1974: p. 66; Cerroni,
1976: 23-7) Es importante notar aquí que estamos hablando de una “vuelta” frus-
trada y no de una “ida”. Contrariamente a lo sostenido por los althusserianos,
Marx tenía planteado retornar a la filosofía política, de la cual había partido, y no
acudir por primera vez a ella una vez agotadas sus exploraciones en el terreno de
la economía política. En un texto escrito cuando apenas contaba con veintiséis
años, el joven Marx ya anticipaba las principales destinaciones de su itinerario
teórico cuando con extraordinaria lucidez advertía que “la crítica del cielo se con-
vierte con ello en la crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica del de-
recho, la crítica de la teología en la crítica de la política.” (Marx, 1967: p. 4) Po-
cos meses después reafirmaba este proyecto cuando en el “Prefacio” de los Ma -
nuscritos Económico-Filosóficos de 1844 Marx anuncia al lector que:
“Me propongo, pues, publicar mi crítica del derecho, de la moral, de la polí-
tica, etcétera, en una serie de folletos independientes; y por último, en un tra-
bajo separado, trataré de exponer el todo en su interconexión, mostrando las
relaciones entre las partes y planteando una crítica al tratamiento especulati-
vo de este material. Esta es la razón por la cual, en el presente trabajo, las re-
laciones de la economía política con el estado, el derecho, la moral, la vida
civil, etcétera, sólo serán abordadas en la medida en que la propia economía
política se aboca al estudio de estos temas.” (Marx, 1964: p. 63) (traducción
nuestra)
Como sabemos, Marx apenas pudo construir los cimientos de esta gigantes-
ca empresa teórica. Su marcha se detuvo a poco de comenzar a escribir el capítu-
lo 52 del tercer tomo de El Capital, precisamente cuando iniciaba el abordaje del
tema de las clases sociales. Se trata, por lo tanto, de un proyecto inacabado, pero
tanto sus lineamientos generales como el diseño de su arquitectura teórica son su-
ficientes para seguir avanzando en su construcción.

II. La crítica a la filosofía política hegeliana


El punto de partida de toda esta reflexión lo ofrece el análisis del significado
de la política para Marx: su esencia como actividad práctica y su significado en
el conjunto de la vida social. Como se recordará, Marx comienza su proyecto teó-
rico precisamente con una crítica al Estado, la política y el derecho, misma que
se refleja en diversos escritos juveniles tales como “La cuestión judía”, la Críti -
ca de la filosofía del Derecho de Hegel, la “Introducción” a dicho texto (publica-
da originariamente en los Anales Franco-Alemanes, en 1844) y varios otros es-
critos menos conocidos, como “Notas críticas sobre ‘El Rey de Prusia y la refor-

298
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

ma social. Por un prusiano’”, para culminar en el voluminoso texto escrito junto


con Friedrich Engels en el otoño belga de 1845, La Ideología Alemana. 2

Tres tesis fundamentales


En estos textos críticos del estado y la política, que en su obnubilación teóri-
ca Althusser y sus discípulos repudiaron por ser “pre-marxistas”, el joven Marx
sostiene tres tesis que habrían de escandalizar a la filosofía política “bien pensan-
te” hasta nuestros días:
(a) en primer lugar que, tal como lo plantea en la “Introducción” a la Crítica de
la filosofía del Derecho de Hegel, es necesario pasar de la crítica del cielo a la
crítica de la tierra. En este tránsito, “(l)a crítica de la religión es, por tanto, en
germen, la crítica del valle de lágrimas que la religión rodea de un halo de san-
tidad.” (Marx. 1967: p. 3) Sería difícil exagerar la importancia y la actualidad
de esta tesis, toda vez que aún hoy encontramos que el saber convencional de
la filosofía política en sus distintas variantes –el neo-contractualismo, el co-
munitarismo, el republicanismo y el libertarianismo– persiste obstinadamente
en volver sus ojos hacia el cielo diáfano de la política con total prescindencia
de lo que ocurre en el cenagoso suelo de la sociedad burguesa. Así, se constru-
yen bellos argumentos sobre la justicia, la identidad y las instituciones republi-
canas sin preocuparse por examinar la naturaleza del “valle de lágrimas” capi-
talista sobre el cual deben reposar tales construcciones.
(b) la filosofía tiene una “misión”, una tarea práctica inexcusable y de la que
no puede sustraerse apelando a la mentira autocomplaciente de su naturaleza
contemplativa. La célebre Tesis Onceava sobre Feuerbach no hace sino acen-
tuar aún más esta necesidad imperiosa de dejar de simplemente pensar el
mundo para pasar a transformarlo sin más demora. La misión de la filosofía
es desenmascarar la auto-enajenación humana en todas sus formas, sagradas
y seculares. Para ello la teoría debe convertirse en un poder material, lo que
exige que sea capaz de “apoderarse” de la conciencia de las masas. Para es-
to, la teoría debe ser “radical”, es decir, ir al fondo de las cosas. (Marx. 1967:
pp. 9-10) Un fondo que en el joven Marx era de carácter antropológico, “el
hombre mismo”, pero que a lo largo de su trayectoria intelectual habría de
perfilarse, nítidamente, en el Marx maduro, en su naturaleza estructural. El
fondo de las cosas estaría, de ahí en más, constituido por la estructura de la
“sociedad burguesa.”
(c) por último, la constatación de que en las sociedades clasistas la política
es, por excelencia, la esfera de la alienación, y en cuanto tal espacio privile-
giado de la ilusión y el engaño. La razón de esta condena es fácil de adver-
tir: Hegel había exaltado al Estado a la increíble condición de “ser la marcha
de Dios en el mundo”, un exceso que ni siquiera un pensador tan “estatalis-

299
La filosofía política moderna

ta” como Hobbes habría osado imaginar. (Hegel, 1967: p. 279) En el sistema
hegeliano, contra el cual se rebela precozmente el joven Marx, el Estado era
la esfera del altruismo universal y el ámbito en el cual se realizan los intere-
ses generales de la sociedad. En consecuencia, la política aparecía en Hegel
nada más ni nada menos que como la intrincada fisiología de una institución
concebida como un Dios secular y a la cual debemos no sólo obedecer sino
también venerar. (Hegel, 1967: p. 285)
La verdad contenida en estas tres tesis, cruciales en el pensamiento del joven
Marx, fue ratificada, por si hiciera falta, por sus experiencias personales. Con-
frontado con la dura realidad que le planteaba su condición de editor de la Nue-
va Gaceta Renana, una revista de la intelectualidad liberal alemana, el joven
Marx pudo constatar desde el vamos cómo la supuesta universalidad del Estado
prusiano era una mera ilusión y que el Estado “realmente existente” –no el pos-
tulado teóricamente por Hegel sino aquél con el cual él tenía que habérselas
“aquí y ahora”– era en realidad un dispositivo institucional puesto al servicio de
intereses económicos bien particulares.
De haber estado vivo, Hegel seguramente le habría observado a su joven crí-
tico que ése que Marx tan justamente apuntaba con su crítica “no era un verdade-
ro Estado sino una sociedad civil disfrazada de Estado”. (Hegel, p. 156; 209-212)
A lo cual Marx seguramente habría replicado con palabras como éstas: “Distin-
guido Maestro. El Estado que Ud. ha concebido en su teoría es de una belleza sin
par y segura garantía para la consecución de la justicia en este mundo. El único
problema es que el mismo sólo existe en su imaginación. Los Estados ‘realmen-
te existentes’ poco o nada tienen que ver con el que surge de sus estipulaciones
teóricas. Ud. señala, correctamente en uno de los apéndices de su Filosofía del
Derecho, que los Estados que obran de otro modo, es decir, los que subordinan el
logro de los intereses universales a la satisfacción de los intereses particulares de
ciertos grupos y clase sociales, no son verdaderos Estados sino simples socieda-
des civiles disfrazadas de Estados. Créame cuando le digo que lamento tener que
informarle que todos los Estados conocidos han demostrado una irresistible vo-
cación por disfrazarse. ¿O cree Ud. que el Rey de Prusia representa algo más que
una alianza entre nuestros decadentes y ridículos Junkers y la timorata burguesía
industrial alemana? ¿O piensa Ud. que el Zar de todas las Rusias, y su Estado, re-
presentan otra cosa que los intereses de la aristocracia terrateniente más bárbara
y corrupta de Europa? ¿O creería, por ventura, que la Reina Victoria sintetiza en
su persona los intereses del conjunto del pueblo inglés y no los intereses exclusi-
vos y particulares de la City londinense y los manufactureros británicos, desespe-
rados por establecer el imperio del libre comercio para sojuzgar al mundo entero
con su superioridad industrial y financiera?”
Una vez comprobado el carácter irremisiblemente clasista de los Estados y
certificada la invalidación del modelo hegeliano del “Estado ético, representante

300
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

del interés universal de la sociedad”, el joven Marx se abocó a la tarea de expli-


car las razones del extravío teórico de Hegel. ¿Qué fue lo que hizo que una de las
mentes más lúcidas de la historia de la filosofía incurriera en semejante error?
Simplificando un razonamiento bastante más complejo diremos que la respuesta
de Marx se construye en torno a este argumento: que si en Hegel la relación “Es-
tado/sociedad civil” aparece invertida, esto no es a causa de un vicio de razona-
miento sino que obedece a compromisos epistemológicos más profundos cuyas
raíces se hunden en el seno mismo de la sociedad burguesa, como años más tar-
de tendría ocasión de argumentar Marx al examinar el problema del fetichismo
de la mercancía. En su crítica juvenil a la inversión se notan las influencias ejer-
cidas por Ludwig Feuerbach, quien en 1841 había conmovido al mundo intelec-
tual alemán al publicar poco antes de que Marx iniciara su crítica al sistema he-
geliano La Esencia del Cristianismo. En dicho libro Feuerbach afirma que con-
trariamente a lo que sostiene la religión no es Dios quien crea a los hombres sino
que son éstos los que en su alienación crean a aquél. Siendo esto así, de lo que se
trata, habría de concluir un atento lector como el joven Marx, es de invertir la re-
lación establecida por la religión, o el derecho burgués, para encontrar la verdad
de las cosas.
Claro está que, pese a su juventud, Marx no se contentaba sólo con eso. Si la
mera inversión satisfacía el espíritu crítico de Feuerbach, no ocurría lo mismo con
el joven filósofo de Tréveris, quien sentía la necesidad de ir más allá en el cami-
no de la explicación. Para ello contaba con las armas que le ofrecía la dialéctica
hegeliana, pero éstas requerían un ulterior refinamiento antes de poder ser efecti-
vamente usadas como “las armas de la crítica”. Hegel había aportado algunas
ideas centrales que servían como importantísimo punto de partida: en primer lu-
gar, la noción –revolucionaria en la historia de la filosofía, dominada por un es-
píritu contemplativo– de que las ideas se realizan en la historia y de que no exis-
te un hiato insalvable entre el mundo material y el mundo de las ideas filosóficas.
El ser y el deber ser pueden juntarse y las “armas de la crítica” (junto a la “críti-
ca de las armas”) son instrumentos fundamentales en la transformación del mun-
do, devenida ahora en la verdadera e inexcusable misión de la filosofía.

Génesis de la “inversión hegeliana” e inicio del tránsito de la filosofía a la


economía política
Por lo tanto, para el joven Marx no bastaba con afirmar que el hombre crea
a su Dios sino que era necesario decir por qué procede de tal modo, y cómo lo ha-
ce. De la misma manera, tampoco se contentaba Marx con invertir la relación Es-
tado/sociedad civil postulada por Hegel, dando así comienzo a un programa de
crítica teórica y práctica al que le habría de dedicar el resto de su vida, y que, co-
mo veíamos más arriba, quedaría inconcluso.3 “Ir más allá” significaba, en gran
medida gracias a la invalorable aportación intelectual de Engels, adentrarse en el

301
La filosofía política moderna

nuevo sendero abierto por Adam Smith y otros economistas clásicos al fundar la
economía política. Si Marx, en la “Introducción” de su crítica a Hegel, había di-
cho que “(s)er radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre,
es el hombre mismo” (Marx, 1967a: p. 10), establecido ya el contacto con la nue-
va ciencia Marx diría que la radicalidad de una crítica social exige ir más allá del
hombre abstracto, y que para comprender al hombre situado es preciso adentrar-
se en la anatomía de la sociedad civil. La ciencia que nos permite internarnos en
este territorio no es otra que la economía política.
Un planteamiento como éste es inseparable de un tránsito, premeditado y es-
peranzado, desde la filosofía política hacia la economía política. Desplazamiento
éste que se funda en una radical reformulación que el joven Marx efectúa a una
de las cuestiones centrales de la filosofía política moderna: la clásica pregunta de
Hobbes acerca de cómo es posible el orden social. Pregunta ociosa para la filoso-
fía política clásica puesto que, como sabemos, durante la Antigüedad y el Me-
dioevo se partía del supuesto, indiscutible y axiomático, de que el hombre era
“naturalmente” un zoon politikon, un animal político y social cuya vida en socie-
dad y en la polis lo humanizaba definitivamente. Como sabemos, el advenimien-
to de la sociedad burguesa iría a desbaratar impiadosamente esta creencia. Pro-
ducida la refutación práctica del axioma aristotélico cuando, como recordaba To-
más Moro, “las ovejas se comieron a los hombres” y la vieja comunidad aldeana
precapitalista se pulverizó en una miríada de “átomos individuales pre-sociales”,
fue nada menos que Hobbes quien asumió la responsabilidad de producir una
nueva respuesta a tan crucial interrogante. Observando la devastación producida
por la guerra civil inglesa en el siglo XVII, ofreció la respuesta que lo hizo céle-
bre: el orden social es posible porque el terror a la muerte violenta lleva a los
hombres a someterse al imperio ilimitado de un soberano, abdicando de buena
parte de sus libertades a cambio de la paz fundada en la espada de la autoridad.
Debe notarse que aquí tropezamos con dos supuestos de suma importancia:
en primer lugar, lo que usando un giro borgeano podría denominarse la improba-
ble igualdad radical entre los hombres, y que llevara a Hobbes a sostener que “el
más débil tiene bastante fuerza para matar al más fuerte, ya sea mediante secre-
tas maquinaciones o confederándose con otro.” (Hobbes, p. 100) El segundo su-
puesto, más discutible todavía, postula que hay una necesidad universal del or-
den, sentida por igual por explotadores y explotados, por dominantes y domina-
dos, lo que sólo excepcionalmente puede llegar a ser verdad. Ambos supuestos
eran inaceptables para Marx: el primero porque la desigualdad social, en las so-
ciedades de clase, tornaba inverosímil el escenario radicalmente igualitario de
Hobbes; el segundo, porque no se le escapaba al joven filósofo que el orden era
mucho más un imperativo para las clases dominantes que una necesidad impos-
tergable de las clases dominadas, tesis ésta que sería posteriormente ratificada en
los análisis de Max Weber sobre la Europa revolucionaria de la primera posgue-
rra. En ambos casos, notaba Marx, el vínculo entre política y economía se difu-

302
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

minaba, dejando a la primera como un tinglado en el cual actores se unían y com-


batían caprichosamente y sin referencias a las condiciones materiales que pudie-
ran asignar una cierta racionalidad a sus acciones, mientras que la vida económi-
ca se desenvolvía en un increíble vacío político.
La respuesta a la pregunta de marras adquiere un matiz más realista en la plu-
ma de Locke. En efecto, triunfante la Gloriosa Revolución de 1688 y asegurada
la hegemonía del Parlamento –es decir, la burguesía– sobre la Corona y la noble-
za terrateniente, la angustia del terror que había sido tan vívidamente percibida
por Hobbes cede su paso a la calma racionalidad del buen burgués, para quien el
objetivo primero y fundamental de todo gobierno no puede ser otro que el de ase-
gurar el disfrute de la propiedad privada pues las otras libertades vienen por aña-
didura. En Locke encuentra Marx por fin el nexo entre economía y política que
apenas si se vislumbraba en la obra de Hobbes, que ahora adquiere pleno relieve
al establecerse la conexión entre la construcción del orden político que garantiza
la reproducción integral del sistema y el disfrute de una propiedad que, aún en la
formulación lockeana, muestra claros síntomas de sus tendencias concentradoras.
Pero concebir a la defensa de la propiedad privada como la primera misión del
Estado no alcanza para establecer teóricamente los vínculos profundos que ligan
a una con el otro, especialmente si se asume, como lo hace Locke, un escenario
en el cual en principio cualquiera puede llegar a acceder a la propiedad privada y
que ésta se justifica prácticamente por el hecho de que el propietario mezcla su
trabajo con los bienes de la naturaleza, certificando de ese modo la sinrazón de la
fulminante acusación de San Agustín en contra de la propiedad privada cuando
decía que ésta era simplemente un robo. Marx, huelga aclararlo, nunca aceptó es-
ta “naturalización” de la propiedad privada a manos de Locke y mucho menos la
legitimación del orden político resultante de ella.
No más satisfactoria resultó ser la respuesta ofrecida por Rousseau, aunque no
pasó desapercibida para Marx la violenta ruptura que éste introduce en la tradición
contractualista al establecer, de una manera inequívoca, la vinculación entre el Esta-
do y un proceso eminentemente fraudulento como fue la invención de la propiedad
privada, una “gigantesca estafa” según sus propias palabras, que inevitablemente iría
a corroer hasta sus cimientos la legitimidad del Estado. Pese a algunas opiniones en
contrario –entre ellas la de Lucio Colletti, para quien Marx se habría limitado a pa-
rafrasear a Rousseau– lo cierto es que el planteamiento del ginebrino era del todo in-
suficiente para dar sustento a una teorización del Estado como la institución encar-
gada de la reproducción del orden social y del mantenimiento de una estructura po-
lítica que preservara la dominación de clase. (Colletti, 1977: pp. 148-149) En un tex-
to anterior la postura de Colletti era aún más extrema, pues afirmaba que:
“la teoría política revolucionaria, tal como se ha venido desenvolviendo lue-
go de Rousseau, está toda prefigurada y contenida en el Contrato Social; y
para ser más explícitos ... Marx y Lenin no han agregado nada a Rousseau,

303
La filosofía política moderna

salvo el análisis (por cierto que muy importante) de las ‘bases económicas’
de la extinción del Estado.” (Colletti, 1969: p. 251) (traducción nuestra)
Afirmación temeraria, si las hay, cuyos fundamentos adolecen de una insana-
ble fragilidad que se acrecienta aún más si se recuerda que el propio Rousseau pa-
reció tener opiniones muy volátiles en esta materia, ya que el tono radical del Dis -
curso sobre la Desigualdad entre los Hombres no se retoma en escritos posterio-
res, especialmente en su obra cumbre en materia de filosofía política, El Contra -
to Social. Por otra parte, bien observa Blackburn que la noción rousseauniana de
que la soberanía popular sólo es posible cuando no existan partidos que represen-
ten parcialidades y los individuos se relacionen sin mediaciones con el Estado, es
profundamente antagónica a la concepción marxista de la democracia proletaria,
tal como se ejemplifica en la Comuna de París. La afirmación de Rousseau en el
sentido de que la voluntad general sólo podrá expresarse siempre “que no existan
sociedades parciales en el Estado y que cada ciudadano considere tan sólo sus
propias opiniones” bajo ningún punto de vista puede considerarse como un ante-
cedente teórico o doctrinario significativo de la teoría política marxista. (Black-
burn, 1980: p. 13) La pretendida “continuidad teórica” que Colletti atribuye al
vínculo Rousseau/Marx no parece tener demasiados asideros sino ser más bien un
precoz síntoma del ofuscamiento intelectual y político que, años después, se apo-
deraría del filósofo italiano.

La búsqueda de un nuevo instrumental


Esta rápida revisión de la relación entre Marx y algunos autores centrales en
la historia de la filosofía política nos permite tomar nota de algo bien importan-
te, a saber: el precoz reconocimiento efectuado por Marx de la imposibilidad de
comprender la política al margen de una concepción totalizadora de la vida so-
cial, en donde se conjugaran y articularan economía, sociedad, cultura, ideología
y política. Es obvio que esta conexión entre distintas esferas institucionales, cu-
ya separación sólo puede ser relativa y fundamentalmente analítica, no pasó de-
sapercibida para las cabezas más lúcidas de la filosofía política. Sin embargo, y
aquí viene el mérito fundamental de Hegel, fue éste quien planteó por primera vez
de manera sistemática –y no sólo en la Filosofía del Derecho sino también en
otros escritos, como la Filosofía Real – la tensión entre la dinámica polarizante y
excluyente de la sociedad civil, en realidad de la economía capitalista, y las pre-
tensiones integradoras y universalistas del Estado burgués. Nos parece que Bob-
bio no aprecia en sus justos méritos los alcances de esta innovación hegeliana.
Por eso, si bien su señalamiento de que en el siglo XIX el “centro de gravedad”
de la filosofía política no estaba en Alemania es correcto, su subestimación de la
contribución de Hegel a la filosofía política lo es mucho menos. Es más, podría
afirmarse, sin temor a exagerar, que Hegel es el primer teórico político de la so-
ciedad burguesa que plantea una visión de la sociedad civil estructuralmente es-

304
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

cindida en clases sociales cuya incesante dinámica remata en una irresoluble po-
larización. Por supuesto, todas las grandes cabezas antes de Hegel reconocieron
la existencia de las clases sociales, y en algunos casos, como en Platón, Aristóte-
les, Maquiavelo, Moro, Locke y Rousseau, esos análisis fueron extraordinaria-
mente perceptivos y lúcidos. Pero sólo Hegel, parado desde las alturas que le pro-
porcionaba la constitución de la sociedad burguesa, supo teorizar sobre el carác-
ter irreconciliable de las contradicciones clasistas aún cuando su sistema teórico
no fuese capaz de desentrañar las razones profundas de este antagonismo. Para
eso sería necesario esperar la aparición de Marx. Pero Hegel observó con agude-
za ese rasgo de la sociedad capitalista al punto tal que abogó por una esclarecida
intervención estatal para atenuar tales contradicciones, mediación ésta que tenía
como sus pilares la promoción de la expansión colonial de ultramar y la emigra-
ción. En otras palabras, expulsando la pobreza hacia la periferia atrasada en un
caso, o hacia países ricos o potencialmente ricos, como las nuevas regiones re-
ceptoras de inmigración masiva en América (Estados Unidos, Argentina, Brasil y
Uruguay) u Oceanía (Australia y Nueva Zelanda). Hegel remataba su razona-
miento diciendo que la polarización entre riqueza y pobreza que generaba la so-
ciedad burguesa planteaba no sólo un problema económico sino también otro,
más grave aún: los pobres se transformaban en indigentes debilitando irreparable-
mente de este modo los fundamentos mismos de la vida estatal, fuente, según
nuestro autor, de toda eticidad y justicia. (Hegel, 1967: pp. 149-150; 277-278)
La atenta lectura del joven Marx del texto hegeliano lo colocaba así en los
bordes de la filosofía política y a las puertas de la economía política. En los bor-
des, porque la reflexión del profesor de la Universidad de Berlín había demostra-
do dos cosas: (a) la íntima conexión existente entre la política y el Estado y, por
otra parte, ese tumultuoso reino de lo privado que se subsumía bajo el equívoco
nombre de “sociedad civil”; (b) la futilidad de teorizar sobre aquellos temas al
margen de una cuidadosa teorización sobre la sociedad en su conjunto y, muy es-
pecialmente, sobre los fundamentos económicos del orden social. Y en las puer-
tas de la economía política, porque si se quería trascender la mera enunciación de
la relación era preciso avanzar en la exploración de la anatomía de la sociedad ci-
vil, y para esa empresa el arsenal conceptual y metodológico de la filosofía polí-
tica era claramente insuficiente. Se requería echar mano a un nuevo instrumental
teórico, el que justamente y no por casualidad había desarrollado la economía po-
lítica en el país donde las relaciones burguesas de producción habían alcanzado
su forma más pura y desarrollada. La breve estancia de Marx en París, entre Oc-
tubre de 1843 y Enero de 1845, y la amistad que allí desarrollaría con Friedrich
Engels, habrían de franquearle la entrada a esa nueva ciencia abriendo de este
modo la posibilidad de una radical re-elaboración de la filosofía política, proyec-
to que, como sabemos, se encuentra todavía inacabado.

305
La filosofía política moderna

Dialéctica, alienación y política


La dialéctica hegeliana contenía una serie de elementos de primerísima im-
portancia para esta misión transformadora que Marx quería para la filosofía. En
primer lugar, ponía de relieve de manera amenazante el carácter inherentemente
contradictorio –y por lo tanto provisorio– de las instituciones y prácticas sociales
existentes. Si en su versión idealista esto se resolvía en una inofensiva dialéctica
de las ideas, en su lectura y reconstrucción marxiana estas contradicciones tienen
lugar entre fuerzas sociales e intereses clasistas portadores de enfrentados pro-
yectos, valores e ideologías. Con la reinterpretación y recreación que la dialécti-
ca sufre a manos de Marx entra en crisis un paradigma que se remontaba a la fi-
losofía medieval y que postulaba la armonía natural del cuerpo social: piernas
campesinas, tronco artesanal, brazos guerreros y cabeza aristocrática coronada
por el carisma de la Cátedra de San Pedro y los poderes terrenales y extra-mun-
danos de la Iglesia de Roma. Con la crisis de la formación social feudal que sos-
tenía esta representación ideológica se abre un período de incertidumbre que co-
mienza a ser cerrado por nuevas teorizaciones, como la precozmente formulada
por un médico holandés por nacimiento y británico por adopción y que adquirie-
ra justa fama como filósofo. Se trata de Bernard de Mandeville, quien en 1714
publicara un libro cuyo título refleja con nitidez el nuevo clima ideológico de la
sociedad burguesa: La fábula de las abejas, o los vicios privados hacen la pros -
peridad pública, texto en el cual el interés egoísta pasa a ser considerado, en opo-
sición a las doctrinas y costumbres medievales, como conducente a la felicidad
colectiva. (Mandeville, 1982) Pero sería recién en 1776 cuando esta interpreta-
ción habría de adquirir una impresionante densidad teórica en la obra de un filó-
sofo moral de la Ilustración escocesa, Adam Smith. La publicación de La Rique -
za de las Naciones vino a cerrar, con una sólida y majestuosa argumentación fi-
losófica, económica e histórica, ese hiato abierto por la crisis de las filosofías me-
dievales para convertirse en el nuevo sentido común de la naciente sociedad ca-
pitalista. Sin embargo, la tesis de la “mano invisible” –enigmática ordenadora de
los apetitos individuales e inigualada artesana que convertía los vicios privados
en virtudes públicas– habría de ser sometida a un ataque demoledor por parte de
la dialéctica materialista, con su reafirmación de la omnipresencia y permanencia
del conflicto y la contradicción.
Una segunda arista crítica de la dialéctica marxista es la tesis de la proviso-
riedad de lo existente. Si en su versión hegeliana esta tesis se limitaba al univer-
so de las ideas y los valores, y a la insanable fugacidad de las ideas dominantes,
en la síntesis marxiana esta provisoriedad se extiende al conjunto de la vida so-
cial. No son sólo las ideas las que se encuentran sometidas a una tal transitorie-
dad sino también las instituciones –la propiedad privada de los medios de produc-
ción, la iglesia, la monarquía o el Estado, así como también los diversos grupos
y clases sociales– quienes se encuentran privados del tan anhelado don de la eter-
nidad. No hace falta demasiado esfuerzo para comprender el escándalo que pro-

306
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

dujo esta radical reformulación marxista de la dialéctica hegeliana, al producir


una incurable herida narcisista a la autoestima de una sociedad burguesa acos-
tumbrada a creerse –y a pensarse, como lo hiciera mediante la obra de Hegel–
como la culminación del proceso histórico. Herida narcisista sólo comparable a
la que poco antes de publicar el primer tomo de El Capital le produjera Charles
Darwin al comprobar el ancestro simiesco del orgulloso homo sapiens, o la que
iría a infligirle, a la vuelta del siglo, Sigmund Freud con el descubrimiento del in-
consciente y la puesta en evidencia de las raíces no racionales ni concientes de la
conducta humana. Lo que antes parecía como un tema tabú, la santidad e intan-
gibilidad de las instituciones fundamentales de la sociedad capitalista, era ahora
objeto de una crítica irreverente, blasfema y mortífera por parte de un personaje
que, según comentara el primer comunista alemán, Moses Hess, en una carta di-
rigida a un amigo en 1842, “era el único auténtico filósofo” que hoy tiene Ale-
mania: “Combina la seriedad filosófica más profunda con el talento más mordaz.
Imagine a Rousseau, Voltaire, Holbach, Lessing, Heine y Hegel fundidos en una
sola persona –digo fundidos y no confundidos en un montón– y tendrá Ud. al Dr.
Marx.” (Berlin, p. 60; McLellan, p. 5)
La tercera característica de la dialéctica reconstruida por Marx a partir de las
iniciales formulaciones de Hegel remite, en primer lugar, a su concepción de la
historia como un proceso y no como una mera secuencia de acontecimientos o
eventos; y, en segundo lugar, como un proceso que tiene un sentido y una finali-
dad. En Hegel la historia se movía desde la libertad para uno, en el antiguo des-
potismo oriental, hasta su punto final que era, no por casualidad, la sociedad bur-
guesa en donde, presuntamente, todo serían libres. Marx reformula radicalmente
esta concepción cambiando el eje de la legalidad de la historia hacia el terreno en
el cual los hombres y mujeres crean y recrean sus propias condiciones de existen-
cia, y allí avizora un sentido y una finalidad: la liberación radical de las cadenas
de la opresión y explotación del hombre por el hombre, el comienzo de una his-
toria que pondría fin a la prehistoria escrita por todas las sociedades de clase. Pe-
ro para Marx este objetivo final está abierto; por ello no es susceptible de espe-
culaciones determinísticas ni puede ser interpretado como un fatalismo teleológi-
co. Es probabilístico: la alternativa puede ser el socialismo, es decir la civiliza-
ción en un nivel jamás alcanzado antes por sociedad humana alguna, o la barba-
rie. Contrariamente a lo que predica el vulgomarxismo, el resultado final no está
garantizado. Además, conviene recordarlo, el comunismo no es concebido como
una suerte de “estación final” de la historia –no hay tal cosa en el pensamiento
marxista– sino que, en una visión eminentemente dialéctica, fue definido por
Marx y Engels en La Ideología Alemana de la siguiente manera:
“Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un
ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al
movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual.” (Marx y En-
gels, 1973: p. 37) (énfasis en el original)

307
La filosofía política moderna

Tomando todo lo anterior en consideración, las razones por las que el joven
Marx concibe a la política de la sociedad burguesa -en realidad, de toda sociedad
de clases- como la esfera de la alienación, parecerían ahora ser lo suficientemen-
te claras. Su reformulación de la dialéctica hegeliana y su crítica al sistema de He-
gel le permiten descubrir una falla fundamental en la reflexión filosófico-política
del profesor de Berlín. Esta falla se localiza en su renuncia a elaborar teóricamen-
te la densa malla de mediaciones existentes entre la política y el Estado y el res-
to de la vida social. Es en Hegel donde, paradojalmente, esta conexión se vuelve
más patente; pero ella aparece más que nada como una mera yuxtaposición y no
como una vinculación esencial y estructural. Yuxtaposición, porque en Hegel el
Estado es por excelencia la esfera de la racionalidad y la eticidad, y la sociedad
civil y la familia apenas momentos particulares y epifenoménicos de la vida es-
tatal. Al joven Marx siempre le llamó la atención la perfección de esta operación
de “inversión” por la cual la dialéctica marchaba sobre su cabeza y el Estado y
las superestructuras políticas aparecían como los sujetos de la vida social.

¿Hacer que la dialéctica marche sobre sus pies?


Ahora bien, antes de seguir con el hilo de nuestra exposición es importante
despejar un equívoco que aparece reiteradamente en diversos textos de teoría po-
lítica: el que postula que Marx simplemente se limitó a “invertir la inversión” he-
geliana, y que puso a la dialéctica de Hegel sobre sus pies. En uno de los pasa-
jes más luminosos de La revolución teórica de Marx Althusser demuestra defi-
nitivamente la falacia de dicha interpretación. Sin meternos ahora en las hondu-
ras de tales argumentos remitimos al lector a la lectura de ese texto, y añadimos
simplemente que si se hubiera limitado tan sólo a “dar vuelta” el método hegelia-
no, Marx no hubiera sido Marx sino un oscuro feuerbachiano. Pero si Feuerbach
es apenas una nota a pie de página en la historia de la filosofía y Marx uno de sus
más densos capítulos, es precisamente porque el segundo hizo algo mucho más
complejo que hacer del sujeto el predicado y de éste el sujeto. En manos de Marx
la dialéctica adquiere una complejidad extraordinaria –con sus mediaciones, la
“sobredeterminación” de las contradicciones, etc.– sagazmente percibida por
Althusser, lo que impide que la simple inversión pueda dar cuenta acabada de las
innovaciones introducidas por Marx. (Althusser, 1969: pp. 91-4)
La “visión invertida” de Hegel tenía, tal como decíamos más arriba, raíces
profundas que se hundían en la estructura misma de la sociedad burguesa. Si He-
gel “veía el mundo al revés” y hacía que la dialéctica marchase sobre su cabeza
ésto no era a causa de un problema epistemológico específico sino porque aquél
reproducía con fidelidad, en su construcción teórica, la inversión propia del capi-
talismo. Es el capitalismo el que genera imágenes invertidas de sí mismo, las raí-
ces de las cuales se encuentran en el carácter alienado del proceso productivo y
en el fetichismo de la mercancía. En sus escritos juveniles Marx examinó varios

308
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

tipos de alienación: religiosa, filosófica, política y, en menor medida, la económi-


ca. (McLellan, p. 106) El común denominador de estas diferentes formas de alie-
nación era la depositación en un otro, o en alguna otra entidad, de atributos y/o
rasgos esenciales del hombre tales como el control de sus propias actividades o
su relación con la naturaleza o el proceso histórico. En la religión es Dios quien
usurpa la posición del hombre, consolándolo por sus sufrimientos terrenales y ali-
mentando sus esperanzas de una vida mejor. De ahí que Marx dijera que “la su-
peración de la religión como la dicha ilusoria del pueblo es la exigencia de su di-
cha real.” (Marx, 1967a: p. 3). La alienación filosófica, de la cual la filosofía es-
peculativa es su máxima expresión, reduce al hombre y la historia que éste crea
a simples procesos mentales que, en el caso de Hegel, obedece a los designios
inescrutables de la Idea. En el terreno de la política la alienación se expresa en el
Estado burgués –la forma más desarrollada de toda organización estatal– en la
“doble vida” que coloca frente a frente su vida celestial como ciudadano y su vi-
da terrenal como individuo privado, como burgués. Marx anotaba, sobre todo en
La Cuestión Judía, que este dualismo alienante no sólo se expresa en el terreno
de la conciencia sino también en la realidad de la vida social. Si en la abstracción
del Estado democrático el individuo es uno más entre sus iguales –universalidad
del sufragio, igualdad ante la ley, etc.– en el “sórdido materialismo de la socie-
dad civil” el individuo aparece en su radical desigualdad, como un instrumento
en manos de poderes que le son ajenos e incontrolables. Iguales en el cielo, pro-
fundamente desiguales en la tierra y, dada esta antinomia, la igualdad celestial no
hace sino reproducir y agigantar las desigualdades estructurales de la segunda.
En todo caso, la alienación principal es la económica porque ésta se da en lo
que constituye la actividad fundamental del hombre como ser práctico: el traba-
jo. Es importante subrayar, en contra de una opinión muy difundida, que esta
prioridad asignada a la alienación económica lejos de ser la momentánea mani-
festación del joven Marx recorre la totalidad de su obra. Ya en los Manuscritos
Económico-Filosóficos (los Cuadernos de París) Marx decía que:
“El trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como con un obje-
to extraño. Cuanto más se consume el trabajador en su trabajo tanto más po-
deroso deviene el mundo de objetos que él crea, más se empobrece su vida
interior y menos se pertenece a sí mismo.” (Marx, 1964: p. 122) (traducción
nuestra)
Casi veinte años después, en la Crítica de las Teorías de la Plusvalía Marx
observa con agudeza que lo que distingue al capitalismo de los modos de pro-
ducción preexistentes es “la personificación de la cosa y la materialización de la
persona” (McLellan, 1971: p. 116). Y en el primer capítulo de El Capital Marx
insiste en que:
“Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la
misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como

309
La filosofía política moderna

caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades


sociales naturales de dichas cosas, ...como una relación social entre los obje-
tos, existente al margen de los productores.” (Marx, 1983: I, p. 88)
Ahora bien, el capitalismo potencia todas estas alienaciones: transforma al-
guna de ellas (como la religiosa, por ejemplo); neutraliza otras, como la filosófi-
ca; pero no hace sino profundizar la alienación económica. En efecto, la genera-
lización del trabajo asalariado, por contraposición a lo ocurrido en los modos de
producción precapitalistas con sus trabajadores coercitivamente ligados a las es-
tructuras productivas, esconde tras la falsa libertad del mercado –falsa porque el
trabajador no tiene otra alternativa para sobrevivir que vender su fuerza de traba-
jo en condiciones que él no elige– la esclavitud esencial del moderno trabajo asa-
lariado. Por otra parte, esa inmensa acumulación de mercancías de la que habla
Marx en el primer capítulo de El Capital oculta el hecho de que no son ellas quie-
nes concurren por su cuenta al mercado, sino que son producidas por hombres y
mujeres mientras que otros a su vez las transan en el mercado.
Si bien la alienación económica conservó durante toda la vida de Marx su ca-
rácter fundamental, debido a la primacía que en todo régimen social tiene la for-
ma en que hombres y mujeres organizan la actividad económica que les permite
sobrevivir, fue la alienación política la que impulsó a Marx a alejarse por mucho
tiempo de la reflexión teórico-política para volver a ella efímeramente y de mo-
do no sistemático en algunos momentos de su vida. Sabemos, por sus propios es-
critos, que en el monumental libro en seis volúmenes que Marx tenía in mente es-
cribir (y del cual El Capital es sólo el primero, e incompleto) había uno dedica-
do enteramente al Estado y la política.4 Sin embargo, ese texto no llegó a escri-
birse jamás, pese a lo cual diversos fragmentos escritos por su frustrado autor nos
permiten reconstruir los trazos más gruesos de su pensamiento.

La concepción “negativa” de la política en Marx y sus críticos


Una tal reconstrucción demuestra que Marx, en efecto, adhería a una “con-
cepción negativa” de la política. ¿Por qué negativa? Porque Marx descifró el je-
roglífico de la política en la sociedad burguesa a partir de la clave que le propor-
cionaba su teoría de la alienación. De ahí que Marx diera vuelta como un guante
el argumento hegeliano, y donde éste veía en el Estado la realización ética de la
Idea y la esfera más sublime de la vida social, Marx percibió a la política y al es-
tado como las instancias supremas de la alienación que preservaban el manteni-
miento de una sociedad basada en la explotación del hombre por el hombre. Es
precisamente por esto que allí donde Hobbes veía a un poder soberano poniendo
fin al terror del hombre sobre el hombre e instaurando una paz despótica que per-
mitía el desarrollo de la sociedad de clases; o donde Locke percibía un “gobier-
no mínimo” que abría nuevos espacios para la acumulación de riquezas; o donde

310
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

Rousseau soñaba con la reconstrucción de una comunidad democrática de varo-


nes sin desandar, no obstante, el camino abierto por aquel estafador que plantara
las estacas y dijera “esta tierra es mía”; o donde Hegel confiaba en el despliegue
de la eticidad y el altruismo universal, Marx encontró un conjunto de prácticas,
instituciones, creencias y procesos mediante los cuales la dominación de clase se
coagulaba, reproducía y profundizaba. Y éste es un hallazgo fundamental que
asegura para Marx un sitial de privilegio en la historia de la filosofía política.
Despojó al estado y la vida política de todos los elementos sagrados o sublimes
que los ennoblecían ante los ojos de sus contemporáneos y los mostró tal cual
son. En la versión premeditadamente simplificadora que él y Engels escribieran
a comienzos de 1848, El Manifiesto Comunista, habrían de acuñar una fórmula
corrosiva y brutalmente desmitificadora: “el Estado es el comité que administra
los negocios comunes de la clase burguesa.” Ahora bien, si como sus autores pen-
saban, las sociedades de clase eran tan sólo una fase transitoria en la marcha de
la humanidad hacia su propia historia –que comenzaría recién cuando este tipo de
sociedades hubiera desaparecido– es obvio que en la agenda teórica de Marx la
cuestión política iba a estar signada por la transitoriedad y por lo efímero. Claro
está que esta visión marxiana tenía su reverso en el papel que el autor de El Ca -
pital le asignaba a la política como elemento transformador del mundo y hacedor
de la historia. Esta posibilidad que ofrecía la lucha política como instrumento
emancipador dependía de la asunción, por parte del proletariado y las clases su-
balternas, de sus intereses históricos y de la efectividad de su organización. La
política, esfera de la alienación en la sociedad de clases, se revelaba así como una
espada de Damocles para la burguesía en la medida en que el proletariado fuese
capaz de generar lo que Gramsci denominara un proyecto contra-hegemónico.
Pero lo anterior no hubiera sido suficiente si además no hubieran mediado
circunstancias del momento que difícilmente podrían ser descartadas y que acen-
tuaron esta convicción. Limitémonos a señalar una: el impacto que la Revolución
Francesa ejerció sobre Marx y, en general, sobre todos los intelectuales durante
gran parte del siglo XIX. Las “enseñanzas” de dicha revolución fueron sumamen-
te engañosas, lo que llevó a muchos de sus admiradores a creer que el paso de la
monarquía absoluta a una república podía materializarse en cuestión de horas, y
que la completa destrucción del ancien regime podía cumplirse en unos pocos
días de resuelta acción revolucionaria. El fuego de la gran revolución iluminó, se-
gún la autorizada opinión de Gramsci, no sólo las jornadas revolucionarias de
1848 sino que su influencia se extendió hasta bien entrado el siglo XX, en plena
Revolución Rusa. Hemos explorado este tema en otra parte de modo que no ha-
bremos de detenernos aquí. (Boron, 1996). Bástenos con subrayar el impacto que
la Revolución Francesa tuvo sobre la formación intelectual del joven Marx: si la
Inglaterra victoriana era la patria por excelencia del modo de producción capita-
lista y el modelo más depurado de su concreción histórica, Francia ofrecía, por
definición, “el modelo” revolucionario en el que habrían de inspirarse los prole-

311
La filosofía política moderna

tarios de todo el mundo a la hora de romper sus cadenas. Engels, con la frecuen-
te aprobación de Marx, insistió repetidamente sobre este punto: si Inglaterra re-
trataba con inigualable claridad los rasgos fundamentales de la sociedad capita-
lista, Francia era, en cambio, el paradigma de la revolución proletaria en ciernes.
Dado este contexto, y ante la perspectiva supuestamente probada por la historia
francesa de una rápida construcción de la nueva sociedad –una nueva sociedad
que vendría a poner fin a la explotación del hombre por el hombre y, al mismo
tiempo, a la política como esfera de la alienación– se comprende que para Marx
la reflexión sobre la política no adquiriese en su pensamiento una especial urgen-
cia.
De ahí que la teoría marxista del estado sea, en realidad, una teoría de la “ex-
tinción del estado”, una teoría de la reabsorción del estado por la sociedad civil
plasmada en la fórmula del “autogobierno de los productores”. Si a esto le añadi-
mos que, bajo la abrumadora influencia de la Revolución Francesa, tanto Marx
como Engels (y después de ello todos los principales dirigentes del movimiento
obrero mundial, con la notable excepción de Gramsci) creyeron que la transición
del capitalismo al comunismo sería un trámite de corta duración, entonces pode-
mos entender las razones por las que la reflexión filosófico-política en torno al
Estado durante la transición y al “no-estado” de la sociedad comunista hubiera
ocupado tan poco espacio en el pensamiento maduro de Marx.
Es obvio que un tema como éste se presta a múltiples lecturas e interpreta-
ciones, y ha sido motivo de no pocas críticas. Max Weber, por ejemplo, señaló
reiteradamente que uno de los rasgos más criticables del socialismo es precisa-
mente esta teorización sobre la extinción del estado que corre a contramano con
la tesis weberiana de la inevitabilidad de la burocracia estatal. (Weber, 1977: pp.
1072-4) Y no han sido pocos quienes criticaron con mucha fuerza la pretensión
marxiana del “fin de la política”. En algunos casos este cuestionamiento asumió
ribetes escandalosos, interpretándose las críticas posturas marxianas acerca de la
política como una velada y premonitoria apología del totalitarismo moderno. Pa-
ra el historiador de las ideas J. L. Talmon, por ejemplo, hay una tenebrosa conti-
nuidad entre las sectas fundamentalistas cristianas del medioevo, Rousseau, Ro-
bespierre y Mably, cuya fórmula política remata en última instancia y no por ca-
sualidad “en un crudo prototipo del análisis marxista”. (Talmon, 1960:181, 252)
Karl Popper, por su parte, traza una línea teórica que sin solución de continuidad
liga las enseñanzas de Platón con las de Hegel y Marx, todos confabulados para
sentar las bases ideológicas del totalitarismo a partir de su historicismo y su en-
fermiza vocación profética. (Popper, 1962)
Las críticas de Talmon y Popper, influyentes que fueron en su época, se en-
cuentran hoy en día desacreditadas. Mal podía ser el padrino intelectual del tota-
litarismo un pensador como Marx, tan reacio y adverso a todo lo que fuera esta-
tal. Para Marx el Estado era, y es, una entidad parasitaria cuya permanencia de-

312
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

pende de la sobrevivencia de una sociedad de clases. Dado que ésta representa


una fase de la historia de la sociedad humana –en realidad, su “pre-historia”– y
dado también que esta etapa está destinada a ser superada si el proletariado cum-
ple con su misión histórica de instaurar una sociedad sin clases, el Estado como
“la institución” fundamental dedicada a procesar la dominación de clase y la ex-
plotación de los trabajadores está condenado a extinguirse. En la medida en que
avance la constitución de la nueva sociedad, otro tanto avanzará el proceso de ex-
tinción estatal. Que no significa, como insinúa Weber, la desaparición de la admi-
nistración pública ni que la vida social retroceda a formas anárquicas o caóticas
de existencia, sino simplemente que la comunidad reasume el gobierno de sí mis-
ma, revirtiendo la expropiación de que fuera objeto con la primera aparición, aún
en su forma más primitiva, de la sociedad de clases.
¿Qué significa, entonces, el “fin de la política” en Marx? Si la política es, tal
como lo recordara Weber, “la guerra de dioses contrapuestos”, en la sociedad co-
munista se supone que los fundamentos últimos del conflicto político, la apropia-
ción desigual de la propiedad y la riqueza y la distribución inequitativa de los fru-
tos del progreso técnico, habrán desaparecido. La lucha política no es para Marx
un conflicto que se agota en las ambiciones personales sino que tiene una raíz
profunda que se hunde, a través de una cadena más o menos larga de mediacio-
nes, en el suelo de la sociedad de clases. Desaparecida ésta, la política pasa a ser
otra cosa y necesariamente adquiere una connotación diferente. Es preciso subra-
yar aquí que la sociedad sin clases está muy lejos de ser, en la concepción mar-
xista, esa sociedad gris, uniforme e indiferenciada que agitan sus críticos. Todo
lo contrario, las diferencias –de género, opción sexual, étnicas, culturales, religio-
sas, etcétera– serán potenciadas una vez que las restricciones que en el capita-
lismo impiden o estorban el florecimiento de tales diferencias hayan desapareci-
do, cuidando empero que éstas no se conviertan en renovadas fuentes de desigual-
dades. Existirán, por lo tanto, nuevas bases, no políticas, para la vida pública. Al
disiparse el velo ideológico que opacaba a las sociedades burguesas y que con-
vertía a la política en un ámbito alienante y alienado, la transparencia de la futu-
ra sociedad sin clases dará origen a nuevas formas de actividad a las que no les
cabe estrictamente hablando el nombre de “política”. En las palabras del viejo
Engels, será entonces cuando el “gobierno de los hombres sea reemplazado por
la administración de las cosas”. Llegado este punto el autogobierno de los pro-
ductores enviará la política, al igual que el Estado, “al lugar que entonces le ha
de corresponder: al museo de antigüedades, junto a la rueca y el hacha de bron-
ce” (Engels, 1966: p. 322).

¿Teoría “política” marxista o teoría marxista de la política?


Luego de esta exploración parecería evidente que la obra de Marx puede as-
pirar legítimamente a ocupar un lugar destacadísimo en la historia de la filosofía

313
La filosofía política moderna

política y, más aún, a constituirse en uno de los referentes teóricos primordiales


para la imprescindible refundación de la filosofía política en nuestra época. Tema
éste sobre el cual hemos planteado algunas ideas en otro lugar y que no viene al
caso reiterar aquí. (Boron, 1999a y 1999b) A poco más de un siglo de su muerte,
el retorno de Marx a un sitial de privilegio en el campo de la filosofía política es
un hecho indiscutido. No obstante, conviene retomar ahora, casi al final de este
recorrido, la pregunta de Bobbio cuya respuesta, en caso de ser negativa, podría
echar por tierra toda nuestra argumentación. En suma: ¿existe una teoría política
marxista?
Sabemos de la respuesta que brinda el filósofo político italiano a esta pregun-
ta: el marxismo carece de una tal teoría. Conviene, por eso mismo, examinar con
detenimiento sus razones. Su argumento in nuce es el siguiente: Marx tenía una
concepción negativa de la política, lo que unido al papel determinante que en su
teoría tenían los factores económicos hizo que no le prestara sino una ocasional
atención a los problemas de la política y el Estado, y esto casi invariablemente
como respuesta a urgencias coyunturales y prácticas derivadas de la lucha de cla-
ses sobre todo en Francia. Si además se tiene en cuenta: (a) que su teorización so-
bre la transición post-capitalista fue apenas esbozada, entre otras razones porque
creía, tal como lo vimos más arriba, que la misma sería breve; y (b) que la socie-
dad comunista sería una sociedad “sin Estado”, Bobbio sostiene que es razonable
concluir entonces no sólo en la inexistencia de la teoría política marxista sino,
más aún, que no había razón alguna para que Marx desarrollara una teoría políti-
ca en el marco de sus preocupaciones intelectuales y políticas.
Ante esta crítica digamos, en primer lugar, que nos parece que Bobbio pasa
por alto muy rápidamente la distinción que hiciéramos al comienzo de este traba-
jo entre Marx y el marxismo, entre la obra del fundador de una tradición teórica
y la de sus continuadores a lo largo de más de un siglo. Si la respuesta de Bobbio
es errónea –aunque sujeta a razonables disputas interpretativas– en el caso de la
obra de Marx, es completamente insostenible cuando se la refiere al marxismo
como corriente teórica que cuenta en su haber con nombres de la talla de Engels,
Kautsky, Rosa Luxemburgo, Lenin, Trotsky, Bujarin, Gramcsi, y que prosigue en
nuestros días en la obra de numerosos continuadores. Suponer que ninguno de es-
tos autores fue capaz de enriquecer el acervo teórico legado por el fundador del
marxismo en el terreno de la política es síntoma de un peligroso empecinamien-
to intelectual, o del arraigo de ciertos prejuicios que nada tienen que hacer en el
terreno de la filosofía.
Un segundo aspecto que debe ser considerado al analizar la respuesta bobbia-
na es el siguiente: la confusión entre “negatividad” e “inexistencia”. Que una teo-
ría, sobre la política o sobre cualquier otro objeto, sea “negativa”, no significa que
sea inexistente. Algunos ejemplos muy elementales serán suficientes para funda-
mentar nuestro argumento: cuando en astronomía se postula la existencia de un

314
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

“no lugar”, el famoso “agujero negro” del universo –esto es, de un lugar defini-
do por su negatividad– no significa que no exista una teoría al respecto ni que
quienes la sostienen no tengan nada que decir en relación al tema. Similarmen-
te, cuando Lacan habla sobre la ausencia, “la falta” o “el hueco” en la estructura
del inconsciente, esto no quiere decir que carezca de una teoría al respecto. En
matemática lo que no existe, la pura negatividad, el número cero, es susceptible
de múltiples elaboraciones teóricas. ¿Por qué concluir entonces que la “teoría ne-
gativa” de la política en Marx es una anti-teoría, o una no-teoría? Que un argu-
mento refiera o subraye la negatividad de lo real de ninguna manera autoriza a
descalificarlo como teoría. Como sabemos, pese a su concepción “negativa” de la
política y el Estado Marx ha dicho cosas sumamente interesantes sobre el tema.
Se puede estar o no de acuerdo con ellas, pero su estatura intelectual las coloca
en un plano no inferior al de las grandes cabezas de la historia de la filosofía po-
lítica. ¿Por qué colegir que ellas no constituyen una teoría? Bobbio no nos ofre-
ce una argumentación convincente al respecto.
Por último, en tercer lugar, digamos que la búsqueda de una “teoría política
marxista” así planteada es inadmisible en términos de los postulados epistemoló-
gicos del materialismo histórico, y lo menos que se puede exigir desde el marxis-
mo es que el tratamiento de sus argumentos teóricos sea hecho en función de sus
premisas epistemológicas fundantes. En efecto, la pregunta por la existencia de
una teoría “política” marxista se construye a partir de los supuestos básicos de la
epistemología positivista de las ciencias sociales, a saber: la realidad social es una
colección de “partes”, fragmentos u “órdenes institucionales” (Weber), cada una
de las cuales es comprensible en sí misma y susceptible por eso mismo de cons-
tituirse en objeto de una disciplina particular. La “sociedad” es el objeto de estu-
dio de la sociología; la “economía” –en realidad, el mercado– de la ciencia eco-
nómica; la “cultura” y todo el universo simbólico, de la antropología cultural; y
la “política” de la ciencia política. La historia, a su vez, se ocupa del “pasado”,
suponiendo una violenta escisión, inadmisible para el marxismo, entre pasado y
presente. Las sociedades “atrasadas” –el mundo colonial, para decirlo muy bru-
talmente– fueron asignadas al dominio de la antropología y, por último, el “indi-
viduo”, en su espléndido e irreductible aislamiento tan caro a la tradición liberal,
pasó a ser el objeto de una ciencia particular, la psicología. La crisis terminal en
que se encuentra este pensamiento fragmentador y unilateral ya es insoslayable.
(Wallerstein, 1998)

La epistemología del materialismo histórico


En síntesis: la forma misma en que Bobbio se plantea la pregunta remite ine-
quívocamente a una perspectiva que es incompatible con los planteamientos epis-
temológicos fundamentales del materialismo histórico. En función de estos últi-
mos diremos que no hay y que no puede haber una teoría “política” marxista.

315
La filosofía política moderna

¿Por qué? Porque para el marxismo ningún aspecto de la realidad social puede
entenderse al margen –o con independencia– de la totalidad en la cual aquél se
constituye. Carece por completo de sentido, por ejemplo, hablar de “la econo-
mía”, porque ésta no existe como un objeto separado de la sociedad, la política y
la cultura: no hay actividades económicas que puedan desarrollarse al margen de
la sociedad y sin complejas mediaciones políticas, simbólicas y culturales. Esto
es algo que algunos economistas contemporáneos, los neo-institucionalistas, pa-
recieran estar aprendiendo en los últimos tiempos. ¡Enhorabuena! Tampoco pue-
de hablarse de “la política” como si ésta existiera en un limbo que la aisla de las
prosaicas realidades de la vida económica, las determinaciones de la estructura
social y las mediaciones de la cultura, el lenguaje y la ideología. La “sociedad”,
a su vez, es una engañosa abstracción sin tener en cuenta el fundamento material
sobre el cual se apoya, la forma como se organiza la dominación social y los ele-
mentos simbólicos que hacen que los hombres y mujeres puedan comunicarse y,
eventualmente, tomen conciencia de sus reales, no ilusorias, condiciones de exis-
tencia. Y, por último, la “cultura” –la ideología, el discurso, el lenguaje, las tradi-
ciones y mentalidades, los valores y el “sentido común”– sólo puede sostenerse
gracias a su compleja articulación con la sociedad, la economía y la política. In-
dependizada de sus fundamentos estructurales, como en los extravíos intelectua-
les de un neo-idealismo que ha convertido al “discurso” en el nuevo Deus ex Ma -
china de la historia, el denso universo de la cultura se torna en un reino capricho-
so y arbitrario, un laberinto indescifrable e incomprensible de ideas, sentidos y
lenguajes. Un “texto”, en suma, interpretable según la voluntad del observador.
Estas distinciones, como lo recordaba reiteradamente Antonio Gramsci, son
de carácter “analítico”, recortes conceptuales que permiten delimitar un campo de
reflexión y análisis que puede, de este modo, ser explorado de un modo sistemá-
tico y riguroso. Claro está que los beneficios que tiene esta operación se cance-
lan catastróficamente si, llevado por su entusiasmo o sus anteojeras ideológicas,
el analista termina por “reificar” esas distinciones analíticas creyendo, como en
la tradición liberal-positivista, que las mismas constituyen “partes” separadas de
la realidad, comprensibles en sí mismas con independencia de la totalidad que las
integra y en la cual adquieren su significado y función. Al proceder de esta ma-
nera, la economía, la sociedad, la política y la cultura terminan siendo hipostasia-
das y convertidas en realidades autónomas cada una de las cuales requiere de una
disciplina especializada para su estudio. Éste ha sido el camino seguido por la
evolución de las distintas “ciencias sociales” a lo largo del último siglo y medio
y bajo el imperio del paradigma positivista, conduciendo a la producción de un
saber parcializado, reduccionista y de profundas implicaciones conservadoras.
Como sabemos, la desintegración de la “ciencia social” –que instalaba, por
ejemplo, en un mismo territorio a Adam Smith y Karl Marx, en tanto poseedores
de una visión integrada y multifacética de lo social– dio lugar a numerosas disci-
plinas especiales, todas las cuales hoy se hallan sumidas en graves crisis teóricas,

316
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

y no precisamente por obra del azar. Frente a una realidad como ésta, la expre-
sión teoría “política” marxista no haría otra cosa que ratificar desde la tradición
del materialismo histórico el frustrado empeño por construir teorías fragmentadas
y saberes disciplinarios que hipostasían, y por lo tanto deforman, la “realidad”
que pretenden explicar. No hay ni puede haber una “teoría económica” del capi-
talismo en Marx; tampoco hay ni puede haber una “teoría sociológica” de la so-
ciedad burguesa. Lo que si hay es un corpus teórico que unifica diversas pers-
pectivas de análisis sobre la sociedad contemporánea. Si hubiese una teoría “po-
lítica” marxista –tal como puede hablarse de una teoría política weberiana, o de
la escuela de la “elección racional”, o neo-institucionalista, porque obedecen a
otros presupuestos epistemológicos– esto significaría nada menos que tener que
aceptar lo inaceptable, esto es, la reificación de la política y el bárbaro reduccio-
nismo por el cual aquélla se explica mediante un conjunto de “variables políticas”
tal y como se ve en la ciencia política conservadora. Obviamente, los analistas
más perceptivos de esta corriente ocasionalmente admiten que existen elementos
“extra-políticos” que pueden incidir sobre la política. Pero estas “interferencias”
son consideradas del mismo modo que las variables “exógenas” en los modelos
econométricos de la teoría neoclásica: como molestos factores residuales cuya
pertinaz influencia obliga a tenerlos en cuenta pese a que no se sepa a ciencia
cierta dónde situarlos, cómo operan y se dude acerca de cuán importantes sean.
En realidad, como bien lo observara Noam Chomsky, dichas variables “exóge-
nas” son la medida de la ignorancia contenida en las interpretaciones ortodoxas
de las ciencias sociales.
Ante esto es preciso recordar con Gyorg Lúkacs que, contrariamente a lo que
sostienen tanto los “vulgomarxistas” como sus no menos vulgares críticos de hoy,
lo que distingue al marxismo de otras corrientes teóricas en las ciencias sociales
no es la primacía de los factores económicos –un auténtico barbarismo, según
Marx y Engels– sino el punto de vista de la totalidad, es decir, la capacidad de la
teoría de reproducir en la abstracción del pensamiento al conjunto complejo y
siempre cambiante de determinaciones que producen la vida social. Si alguna ori-
ginalidad puede reclamar con justos títulos la tradición marxista es su pretensión
de construir una teoría integrada de lo social en donde la política sea concebida
como la resultante de un conjunto dialéctico –estructurado, jerarquizado y en per-
manente transformación– de factores causales, sólo algunos de los cuales son de
naturaleza política mientras que muchos otros son de carácter económico, social,
ideológico y cultural. Sin desconocer la autonomía, siempre relativa, de la políti-
ca y la especificidad que la distingue en el conjunto de una formación social, la
comprensión de aquélla es imposible en el marxismo al margen del reconoci-
miento de los fundamentos económicos y sociales sobre los cuales reposa, y de
las formas en que los conflictos y alianzas gestados en el terreno de la política re-
miten a discursos simbólicos, ideologías y productos culturales que les otorgan
sentido y los comunican a la sociedad. Es precisamente por esto que la frase teo-

317
La filosofía política moderna

ría “política” marxista es profundamente equivocada. Lo que hay, en realidad, es


algo epistemológicamente muy diferente: una “teoría marxista” de la política, que
integra en su seno una diversidad de factores explicativos que trascienden las
fronteras de la política y que combina una amplia variedad de elementos proce-
dentes de todas las esferas analíticamente distinguibles de la vida social.

III. Nuevas aperturas


En la parte final de este trabajo trataremos de establecer los lineamientos ge-
nerales de las nuevas aperturas teóricas que la obra de Marx hereda a la filosofía
política. Esto quiere decir que no nos detendremos en la consideración de los as-
pectos más específicos de la teorización marxiana y que constituyen una parte
fundamental de su legado: una teoría de la sociedad burguesa, del proceso de acu-
mulación capitalista y del papel fundamental que desempeña la economía en es-
ta formación social; una teoría de la explotación; una teoría del Estado, su carác-
ter de clase y su autonomía relativa en el capitalismo; una teoría de la revolución
y los prolegómenos a una teoría del estado de transición; y, finalmente, el bosque-
jo de una teoría de la sociedad comunista, piezas éstas que constituyen un patri-
monio de fundamental importancia para la reflexión filosófico-política contem-
poránea. Lo que haremos será más bien concentrarnos en algunos temas de índo-
le mucho más abarcativa, prometedores de nuevos comienzos como los que se de-
tallan a continuación.

La crítica a la filosofía política burguesa


En primer lugar, la filosofía política de Marx aporta una crítica radical y a la
vez positiva a las concepciones filosófico-políticas burguesas, entendiendo por
tales a las que de una u otra manera convalidan y legitiman, abierta o encubierta-
mente, a la sociedad capitalista. Esta función de la filosofía política burguesa se
efectúa por diversas vías: (a) con planteamientos que despojan al modo de pro-
ducción capitalista de su historicidad y lo presentan como el “fin de la historia”,
eternizando de este modo las relaciones de producción existentes; (b) con argu-
mentaciones abstractas acerca de, por ejemplo, la justicia, que se construyen con
total prescindencia de un análisis siquiera rudimentario sobre el tipo de estructu-
ra social que debería sostener la realización de tales propuestas; (c) con formula-
ciones que redefinen al proyecto socialista en términos de una supuesta “profun-
dización de la democracia” y que asumen la inédita posibilidad del capitalismo
de democratizarse ilimitadamente; (d) imponiendo una agenda temática que sos-
laye por completo el análisis y el cuestionamiento de la sociedad burguesa.
En la obra de Marx encontramos valiosos elementos de crítica a las doctrinas
políticas que le precedieron, y muy especialmente el hegelianismo y al liberalis-

318
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

mo político. La importancia de Hegel está suficientemente establecida y nos pa-


rece que a estas alturas ya no requiere de nuevas justificaciones. Es cierto que
Marx no polemizó de la misma forma con dos grandes figuras de la filosofía po-
lítica del siglo XIX: Alexis de Tocqueville, pocos años mayor que Marx y habi-
tante, junto con éste, de París durante la estadía de Marx en dicha ciudad; y John
Stuart Mill, con quien parece haber establecido algún ocasional contacto durante
su prolongada estadía de treinta y cuatro años en Londres. La obra del segundo
fue discutida en varios de sus textos más importantes, como los Grundrisse y El
Capital, pero fundamentalmente en su calidad de economista y no como filósofo
político.
El silencio sobre la obra de Tocqueville es mucho más enigmático porque
ciertamente su existencia no pasó desapercibida para Marx. La Democracia en
América fue un tremendo suceso editorial en Francia desde su primera edición,
y un ávido bibliómano y lector como Marx no podía desconocer la existencia de
dicho libro. Prueba de ello es la solitaria mención que el mismo merece en “La
Cuestión Judía”, al referirse al papel de la religión en los Estados Unidos de Amé-
rica. (Marx, 1967: p.21) Tiempo después hay una nueva mención: en este caso,
en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, cuando al pasar refiere una inter-
vención de Tocqueville, en su carácter de vocero parlamentario del gabinete de
Odilon Barrot en la Asamblea Nacional. (Marx 1966, p. 300) Pero no existe, en
toda la producción marxiana, un análisis a fondo de la obra teórico-política del
autor de La Democracia en América.
Podría argumentarse, en defensa de Marx, que el tratamiento de ambos auto-
res lo tenía reservado para el momento en que pusiese manos a la obra en la ela-
boración de su anunciado volumen sobre la política que, como todos sabemos, ja-
más llegó a escribir. Pero hay también otra justificación, de mayor peso: Hegel
representaba, para Marx, la culminación del pensamiento político burgués, su sín-
tesis más elaborada y su visión más abarcativa y profunda. Por comparación, tan-
to Tocqueville como Mill son filósofos políticos que abordan cuestiones parcia-
les, por cierto que importantes: la democracia y sus condiciones el primero, la li-
bertad y el gobierno representativo el segundo; pero ninguno posee el espesor
teórico que caracteriza a la problematización de Hegel sobre el estado en la so-
ciedad burguesa. La célebre “visión invertida” de Hegel constituye un insanable
error teórico pero que se corresponde perfectamente con la ideología que espon-
táneamente secreta el modo de producción capitalista y sus estructuras de domi-
nación de clase. Esa ideología que proclama el carácter democrático y popular de
un estado que, pese a sus apariencias, es virulentamente antidemocrático y clasis-
ta; o que se ufana de su neutralidad arbitral en el conflicto de clases, cuando to-
das las evidencias indican lo contrario; o que declara la autonomía e independen-
cia de su burocracia, pese a que su gestión no hace sino garantizar las condicio-
nes externas de reproducción de la acumulación capitalista. Hegel ha sido, más
que cualquier otro, el gran sintetizador ideológico de la sociedad burguesa, el

319
La filosofía política moderna

pensador de su totalidad y el gran racionalizador de sus estructuras, así como San-


to Tomás lo fue de la sociedad feudal y Aristóteles del esclavismo ateniense. Por
eso, con su crítica a Hegel, Marx se sitúa en la cumbre de la reflexión filosófico-
política de la sociedad burguesa. Que su proyecto se encuentre todavía inacaba-
do –o mejor dicho, aún en construcción– no invalida para nada los méritos de su
obra ni las trascendencia de su legado.

La Revolución Francesa y el “liberalismo realmente existente”


Si bien la crítica marxiana se concentró preferentemente en la obra de Hegel,
faltaría a la verdad quien adujera que sólo se limitó a ello, y que la reflexión teó-
rico-política de Marx, el joven y el maduro, apenas se circunscribió a realizar un
“ajuste de cuentas” con su pasado hegeliano. Incluso en su juventud Marx incur-
sionó en una crítica que sobrepasando a Hegel tomaba como blanco los precep-
tos fundantes del liberalismo político, pero no como ellos se plasmaban en tal o
cual libro sino en su fulgurante concreción en la Revolución Francesa y la “De-
claración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”. En un texto contempo-
ráneo a los dedicados a la crítica a Hegel, La Cuestión Judía, Marx desnuda sin
contemplaciones los insuperables límites del liberalismo como filosofía política.
En uno de los pasajes más citados de dicho texto el joven Marx observa que:
“El Estado anula a su modo las diferencias de nacimiento, de estado social,
de cultura y de ocupación al declarar el nacimiento, de estado social, de cul-
tura y de ocupación como diferencias no políticas, al proclamar a todo miem-
bro del pueblo, sin atender a estas diferencias, como copartícipe por igual de
la soberanía popular. ... No obstante, el Estado deja que la propiedad priva-
da, la cultura y la ocupación actúen a su modo... y hagan valer su naturale-
za especial. Muy lejos de acabar con estas diferencias de hecho, el Estado só-
lo existe sobre estas premisas, sólo se siente como Estado político y sólo ha-
ce valer su generalidad en contraposición a estos elementos suyos.” (Marx,
1967b: p. 23)
La crítica del joven Marx al Estado liberal y, podríamos añadir, al liberalismo
democrático, es de una contundencia demoledora. Un Estado, y una democracia,
que simulan ignorar las diferencias de clase y de condición social (al declararlas
no políticas en su ordenamiento legal e institucional) pero a las que en la prácti-
ca permiten que “actúen a su modo” en la sociedad civil. De este modo, el hom-
bre concreto y situado se desintegra en la ideología y la práctica del liberalismo
–el de ayer tanto como el de hoy, de inspiración rawlsiana– en dos partes: una ce-
lestial, en donde hallamos al ciudadano; y otra terrenal, en donde nos encontra-
mos con las conocidas figuras del burgués y el proletario. Pero el ciudadano en el
Estado liberal democrático es la personificación de una abstracción completamen-
te mistificada en la medida en que los atributos y derechos que la institucionali-

320
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

dad jurídica le asignan carecen de sustento real. Ese Estado “garantiza” por ejem-
plo el derecho a la libertad de expresión, de reunión, de circulación, de asociarse
para fines útiles, de elegir y ser elegido. En algunos casos también predica el “de-
recho al trabajo” y declara que garantiza la salud y la educación de sus ciudada-
nos y el derecho a un juicio justo. En el “cielo” estatal todos los ciudadanos son
iguales, precisamente por aquello que señalaba Marx en la cita anterior. Pero co-
mo ocurre que en la “tierra” estatal los individuos no son iguales sino desiguales,
y que esas desigualdades son concurrentes y tienden a reproducirse, resulta que
tales libertades son una quimera para los millones de excluidos estructurales que
metódicamente produce el capitalismo. Es cierto: aún el más indigente de los mi-
serables presiente oscuramente que tiene derecho al trabajo, la salud y la educa-
ción; pero también sabe que esos derechos son letra muerta. Sabe asimismo que
Simón Bolívar estaba en lo cierto cuando decía que “en América Latina los trata-
dos son papeles y las constituciones son libros”, y que entre los papeles y libros
que le confieren la dignidad celestial del ciudadano y la vida real en la sociedad
burguesa media un abismo prácticamente insalvable para casi todos.
Es que, en última instancia, el Estado liberal reposa sobre la malsana ficción
de una pseudo-igualdad que inocentiza la desigualdad real. De ahí su carácter
alienado. De ahí también las estratégicas tareas que el Estado desempeña en au-
xilio del proceso de acumulación capitalista: ocultamiento de la dominación so-
cial, evidente en las formaciones sociales que precedieron a la sociedad burgue-
sa; invocación manipuladora al “pueblo”, en su inocua abstracción, para legitimar
la dictadura clasista de la burguesía; “separación” de la economía y la política, la
primera consagrada como un asunto privado al paso que la segunda se restringe
a los asuntos propios de la esfera pública, definida según los criterios de la bur-
guesía, reforzando con todo el peso de la ley y la autoridad al “darwinismo so-
cial” del mercado. Debemos a Marx el mérito de haber sido el primero en haber
sometido la doctrina y la práctica del liberalismo a estas críticas.

La futilidad de una dicotomía


Una contribución adicional hecha por Marx a la filosofía política ha sido se-
ñalada por Norberto Bobbio, si bien su valoración del hecho es distinta a la nues-
tra. (Bobbio, 1987) Se trata del radical replanteamiento efectuado por nuestro au-
tor en relación con un tema clásico en la historia del pensamiento político: el de
la distinción entre las “buenas” y “malas” formas de gobierno. Esta diferencia-
ción fue originariamente plasmada en la Política de Aristóteles. Pero dado que
dicho texto sólo fue “descubierto” a finales del siglo XIII y que su “adaptación”
a la realidad romana, la República de Cicerón, corrió peor suerte aún pues per-
maneció en las tinieblas hasta comienzos del siglo XIX, la recuperación de la clá-
sica distinción aristotélica sólo habría de reaparecer en la pluma de Marsilio, en
su Defensor Pacis. (Bobbio, 1987: p. 57) Lo cierto es que más allá de estos in-

321
La filosofía política moderna

creíbles avatares la distinción entre formas políticas “puras” y “viciadas” se con-


vertiría, con el correr del tiempo, en un nuevo canon al cual, con mayores o me-
nores reparos, se plegaría la corriente principal de la filosofía política. Con su
concepción negativa del Estado, Marx lanza un cuestionamiento radical al saber
ortodoxo. ¿Por qué? Porque para la filosofía política marxista el Estado, cualquie-
ra que sea su forma o su régimen de gobierno, nunca deja de ser un mal, necesa-
rio e inevitable en la sociedad de clases, pero mal al fin. Bobbio tiene razón cuan-
do observa que “lo que cuenta para Marx y Engels... es la relación real de domi-
nio... entre la clase dominante y la dominada, cualquiera que sea la forma institu-
cional con la que esté revestida esta relación.” (Ibid. , p. 171) Esto quiere decir
que subterráneamente al aparente democratismo y constitucionalismo que exhi-
ben ciertas formas de gobierno, lo que hay es un núcleo duro de despotismo, la
dominación que a través del Estado ejerce una clase –o una alianza de clases y
grupos de diversa naturaleza– sobre el conjunto de las clases y capas subalternas.
La conclusión del análisis marxista es pues terminante: todo Estado es una
dictadura, aún cuando se recubra con una institucionalidad que otorgue ciertos
derechos y aún en el caso en que éstos, como ocurre en los capitalismos más de-
sarrollados, sean efectivamente ejercidos por los titulares de los mismos. No tie-
ne sentido hablar de formas “buenas o malas” del Estado cuando se postula que
su naturaleza es despótica. La variación que puedan experimentar las formas de
ejercicio del poder político y la circulación de las elites estatales o de los titula-
res de la autoridad no modifica ni regenera la sustancia dictatorial del Estado. De
ahí que la distinción clásica, de raíz aristotélica, carezca por completo de sentido
para Marx. Lo cual no significa, por supuesto, que éste valore por igual a dicta-
duras y democracias o que sea indiferente ante las libertades, derechos y garan-
tías que las primeras conculcan y las segundas respetan aunque sea en su forma-
lismo. A lo largo de toda su obra teórica desenvuelta durante algo más de cuaren-
ta años Marx siempre distinguió la república democrática de otras formas dicta-
toriales, como por ejemplo el Imperio Alemán, “un Estado que no es más que un
despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de
formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales e influenciado ya por
la burguesía.” (Marx, 1966, II: p. 25)
En suma, si hay Estado hay dictadura, y la libertad no puede sino ser un ras-
go superficial, acotado y de alcances limitados. Un privilegio que sólo unos po-
cos pueden disfrutar. Por eso Engels planteaba que “mientras el proletariado ne-
cesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para so-
meter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado
como tal dejará de existir.” (Engels, 1966, II: p. 34) Consumada la revolución so-
cialista y triunfante el comunismo, el esplendor de la libertad que trae aparejada
la abolición de la sociedad de clases produce la extinción del Estado, dispositivo
institucional que bajo cualquiera de sus formas tiene como misión fundamental
garantizar el predominio de la clase dominante y la opresión de las clases y capas

322
Filosofía política y crítica de la sociedad burguesa: el legado teórico de Karl Marx

subalternas. Por eso es que la distinción entre formas “buenas” y “malas” simple-
mente se desvanece a la luz del planteamiento marxista.

¿Cómo ser un buen filósofo político?


Otro legado significativo de la reflexión marxista se encuentra en su propues-
ta epistemológica. Ya nos hemos referido más arriba a estas cuestiones de modo
que no nos detendremos nuevamente en el tratamiento de este asunto. En breve,
de lo que se trata es de aquilatar las contribuciones que el planteamiento epistemo-
lógico marxista está en condiciones de efectuar para el desarrollo de la filosofía
política. La perspectiva totalizadora del marxismo y su exigencia de traspasar las
estériles fronteras disciplinarias en pos de un saber unitario e integrado, que arti-
cule en un solo cuerpo teórico la visión de las distintas ciencias sociales, encierra
la promesa de una comprensión más acabada de la problemática política de la es-
cena contemporánea. La futilidad de las fórmulas prevalecientes en la ciencia po-
lítica norteamericana, que intentan comprender “la política por la política” y que
ignoran la gravitación de un cúmulo de factores extra-políticos que tienen una in-
cidencia decisiva en la estructuración del espacio político y de las formas del Es-
tado, pareciera estar ya fuera de discusión. Las dimensiones económicas, sociales,
culturales, históricas, ideológicas e internacionales están tan indisolublemente im-
bricadas con la vida política que cualquier esquema teórico reduccionista –y el
“politicismo” no es una excepción– que se limite a la exclusiva manipulación de
variables políticas adquiere de inmediato un descalificatorio aire de irrealidad. Si
Bobbio observaba con razón que “hoy no se puede ser un buen marxista si se es
solamente marxista” (Bobbio, 1976: p. 6), parafraseándolo podríamos decir que
hoy tampoco se puede ser un buen filósofo político si se es sólo un filósofo polí-
tico. Y si aquél exigía que los marxistas fueran “serios” y se allanaran al examen
y la discusión de perspectivas ajenas a la propia, algo que es incuestionable, lo
mismo cabría decir en relación con los filósofos políticos. Ser “serios” hoy en fi-
losofía política requiere más que nunca una actitud de apertura y de osadía inte-
lectual que nos lleve a examinar la multidimensionalidad de los problemas políti-
cos. No puede filosofar seriamente en torno al Estado y la política actuales quien
se resista a incursionar con rigurosidad en el terreno de la economía, la sociología,
la cultura, la historia y las relaciones internacionales. No puede ser serio, en una
palabra, quien se resista a transitar el camino que empezó a recorrer Marx. Filoso-
far sobre la política haciendo abstracción de estas realidades con las cuales la po-
lítica está tan íntimamente relacionada no puede producir sino brillantes ejercicios
retóricos, alambicados sofismas o ingeniosos juegos de lenguaje, pero ningún co-
nocimiento sustantivo que nos ayude a comprender mejor nuestra vida política, ni
digamos transformarla. En un momento de profunda crisis paradigmática como el
actual parece claro pues que el marxismo está en condiciones de aportar algunas
orientaciones y sugerencias particularmente valiosas para salir de la crisis. 5

323
La filosofía política moderna

La utopía como crítica y como motor de la historia


Por último, una aportación decisiva de Marx a la filosofía política se encuen-
tra en su reivindicación de la utopía. Una tal reivindicación no sólo es importan-
te desde el punto de vista político sino también por sus implicaciones de tipo teó-
rico-metodológico, toda vez que actualiza en la filosofía política la necesidad de
que los filósofos, y por extensión los científicos sociales, comprendan que, tal
cual lo planteara el joven Marx en su célebre Tesis Onceava sobre Feuerbach, ya
no se trata de interpretar el mundo sino de transformarlo. Y de cambiarlo en una
dirección congruente con un modelo de buena sociedad, algo que nada tiene que
ver ni con los “socialismos utópicos” del siglo XIX (dada la falta de fundamen-
tación científica de sus propuestas) ni con los “socialismos realmente existentes”
plasmados a partir del extravío de la Revolución Rusa.
La consecuencia de esta imprescindible recuperación de la utopía es doble:
por una parte coloca a los filósofos políticos de bruces frente a la necesidad no
sólo de ser “críticos implacables de todo lo existente” sino también de delinear
los contornos de una buena sociedad. Por la otra, pone al descubierto la raíz pro-
fundamente conservadora de quienes –como los filósofos post-modernos y los re-
negados de la izquierda, los así llamados “post-marxistas”– renuncian a hablar de
la buena sociedad. Bajo un manto pretendidamente riguroso, “post-metafísico”
como gustan llamarlo, lo que en realidad hacen los post-modernos, con mayor o
menor conciencia según el caso, es una vergonzante apología de la sociedad ca-
pitalista de comienzos del siglo XXI. El repudio a todo intento de proyectar el
pensamiento en la búsqueda de la buena sociedad, o de dibujar los contornos de
una noble utopía, significa en términos políticos la capitulación del pensamiento
crítico y la legitimación del capitalismo neoliberal. (Attili, p. 146-7)
Como decíamos en un trabajo anterior, ya citado, privada de su horizonte utó-
pico la filosofía política se convierte en un saber “esotérico, inofensivo e irrele-
vante”. (Boron, 1999a: p. 27) La filosofía política degenera en tal caso en mera
contemplación, involución escandalosa en un mundo cuyos signos de barbarie no
podrían haber pasado desapercibidos para ninguno de los grandes nombres de la
tradición de la filosofía política. Ésta no puede, sin decretar su definitiva deca-
dencia, refugiarse en solipsismos metafísicos de ningún tipo. El marxismo es un
poderoso antídoto, hoy por hoy irreemplazable, para evitar tan infeliz desenlace.

324
UNIDAD III
CURSO D E L 14 D E E N E R O
D E 1976
Lo que he intentado analizar hasta ahora, grosso modo,
desde 1970-71, ha sido el cómo del poder; he procurado captar
sus mecanismos entre dos puntos de relación, dos límites: por
un lado, las reglas del derecho que delimitan formalmente el
poder, por otro, los efectos de verdad que este poder produce,
transmite y que a su vez reproducen ese poder. U n triángulo
pues; poder, derecho, verdad.
Podemos decir esquemáticamente que la pregunta tradicio-
nal de la filosofía política podría formularse en estos términos:
¿cómo puede el discurso de la verdad, o simplemente la filo-
sofía entendida como discurso de la verdad por excelencia, fijar
los límites de derecho del poder? Esta es la pregunta tradicio-
nal. Yo querría más bien formular otra, desde abajo, mucho
más concreta que esa pregunta tradicional, noble y filosófica.
Mi problema sería más bien éste: ¿qué reglas de derecho ponen
en marcha las relaciones de poder para producir discursos de
verdad?, o bien, ¿qué tipo de poder es susceptible de producir
discursos de verdad que están, en una sociedad como la núes-:
tra, dotados de efectos tan poderosos? Quiero decir esto: en una
sociedad como la nuestra, pero en el fondo en cualquier socie-
dad, relaciones de poder múltiples atraviesan, caracterizan,
constituyen el cuerpo social; y estas relaciones de poder no
pueden disociarse, ni establecerse, ni funcionar sin una produc-

139
Michel Foucault Curso del 14 de enero de 1976 141
140

ción, una acumulación, una circulación, un funcionamiento la caída del Imperio Romano; esta resurrección del Derecho
del discurso. No hay ejercicio de poder posible sin una cierta Romano ha sido efectivamente uno de los instrumentos,técnicos
economía de los discursos de verdad que funcionen en, y a y constitutivos del poder monárquico autoritario, administra-
partir de esta pareja. Estamos sometidos a la producción de la tivo y en suma absolutista. Y cuando en siglos sucesivos este
verdad desde el poder y no podemos ejercitar el poder m á s que edificio jurídico se escape al control real, cuando esté más
a través de la producción de la verdad. Esto es válido para estrechamente volcado en contra suya, lo que se cuestionará
todas las sociedades, pero creo que en la nuestra la relación son los límites de ese poder, surgirá el interrogante acerca de
entre poder, derecho y verdad se organiza de un modo muy sus prerrogativas. Dicho de otro modo, creo que el personaje;
particular. Para caracterizar no su propio mecanismo sino su central de todo el edificio jurídico occidental es el rey. Es esenr,!
intensidad y su constancia, podría decir que estamos constre- cialmente del rey, de sus derechos, de su poder, de los límites
ñidos a producir la verdad desde el poder que la exige, que la eventuales del mismo de quien se trata en la organización
necesita para funcionar: tenemos que decir la verdad; estamos general del sistema jurídico occidental. Que los juristas hayan
obligados o condenados a confesar la verdad o a encontrarla. sido servidores del rey o hayan sido sus adversarios, de,;todas
El poder no cesa de preguntarnos, de indagar, de registrar, maneras es siempre del poder real de lo que se habla en esos
instituciona'-za la pesquisa de la verdad, la profesionaliza, la re- grandes edificios del pensamiento y del saber jurídico. \.'..
compensa. En el fondo, tenemos que producir verdad igual que Se habla de ello de dos modos. Para mostrar en q u é , a r m a -
tenemos que producir riquezas. Por otro lado, también estamos zón jurídico se investía el poder real, cómo el monarca era
sometidos a la verdad en el sentido en que la verdad hace ley, efectivamente el cuerpo viviente de la soberanía, cómo su
elabora el discurso verdadero que, al menos en parte, decide, poder, por más que absoluto, era perfectamente adecuado al
transmite, empuja efectos de poder. Después de todo somos derecho fundamental. O, por el contrario, para mostrar cómo
juzgados, condenados, clasificados, obligados a competir, des- había que limitar ese poder del soberano, a q u é reglas de dere-
ainados a vivir de un cierto modo o a morir en función de cho debía de someterse, dentro de qué límites debía ejercerse
'discursos verdaderos que conllevan efectos específicos de poder. para que conservase su legitimidad. La teoría del derecho,
desde la Edad Media, tiene esencialmente el papel de fijar la
Por consiguiente, reglas de derecho, mecanismos de poder, legitimidad del poder; es decir, que el principal problema, alre-
efectos de verdad, o también reglas de poder y poder de los dis- dedor del que se organiza toda la teoría del derecho es el de la
cursos verdaderos es más o menos el campo muy general que fie soberanía.
intentado recorrer, aun cuando, sé muy bien, de forma parcial
y con muchos zigzagueos. A propósito de este recorrido querría Decir que la soberanía es el problema central del derecho
decir algunas cosas, sobre lo que me ha guiado como principio en las sociedades occidentales, quiere decir, en el fondo, que el
general y sobre las consecuencias imperativas y las precauciones discurso y la técnica del derecho han tenido esencialmente la
metodológicas que he querido tener. U n principio general, en función de disolver en el interior del poder el hecho de la domi-
lo que concierne a las relaciones entre derecho y poder: me nación para hacer aparecer en su lugar dos cosas: por una
parte, los derechos legítimos de la soberanía y, por otra, la
parece que en las sociedades occidentales, y desde la Edad
obligación legal de la obediencia. El sistema del derecho está
Media, la elaboración del pensamiento jurídico se ha desarro-
enteramente centrado en el rey, que enmascara por consiguien-
llado esencialmente alrededor del poder real. A petición del
te la dominación y sus consecuencias.
poder real, en su provecho y para servirle de instrumento o de
justificación se ha construido el edificio jurídico de nuestras En los años precedentes, m i proyecto general era, en el
sociedades. El derecho en Occidente es un derecho regido por fondo, el de invertir la dirección del análisis de todo el discurso
el rey. Todos conocen el papel célebre, famoso, insistentemente del derecho a partir de la Edad Media. He intentado, pues,
repetido de los juristas en la organización del poder real. No hacer lo contrario, es decir, hacer valer, en su secreto y en su
hay que olvidar que la reactivación del Derecho Romano en el brutalidad, el hecho de la dominación; y a partir de aquí,
siglo X I I ha sido el gran fenómeno en torno al cual y a partir mostrar no sólo cómo el derecho es, en general, el instrumento
n
del que se ha reconstituido el edificio jurídico que se disoció a de esa dominación —lo que es evidente— sino también cómo,
142 Michel Foucault Curso del 14 de enero de 1976 143

hasta dónde, y bajo q u é formas el derecho (y cuando digo dere- asir siempre al poder en los límites menos jurídicos de su ejer-
cho no pienso simplemente en la ley, sino en el conjunto de cicio.
aparatos, instituciones, reglamentos que se aplican al derecho) Como segunda precaución de método, se trataba de no
transmite, funcionaliza relaciones que no son exclusivamente analizar el poder en el terreno de la intención o de la decisión,
relaciones de soberanía sino de dominación. Y por dominación ni de cogerlo por su cara interna, ni de hacer esta pregunta
no entiendo el hecho mazico de una dominación global de uno laberíntica e irresoluble: «¿Quién detenta el poder y q u é
sobre los otros, o de un grupo sobre otro, sino las múltiples intención tiene? o ¿qué busca el que detenta el poder?». Se tra-
formas de dominación que pueden ejercerse en el interior de la taba m á s bien de estudiar el poder allí donde su intención, si
sociedad. Y por tanto, no el rey en su posición central sino los tiene una intención, está totalmente investida en el interior de
sujetos en sus relaciones recíprocas; no la soberanía en su edifi- prácticas reales y efectivas, y en su cara externa, allí donde está
cio específico, sino los mútiples sometimientos, las múltiples en relación directa e inmediata con lo que provisionalmente
sujeciones, las múltiples obligaciones que tienen lugar y funcio- podemos llamar su objeto, su blanco, su campo de aplicación,
nan dentro del cuerpo social. allí donde se implanta y produce efectos reales. • •
El sistema de derecho, el campo judicial, son los trámites No preguntarse, pues, por qué algunos quieren dominar,
permanentes de relaciones de dominación, de técnicas de qué buscan, cuál es su estrategia de conjunto; sino cómo fun-
sometimiento polimorfas. El derecho visto no desde el lado de cionan las cosas al nivel del proceso de sometimiento, o en
la legitimidad que se instaura, sino desde el de los procedi- aquellos procesos continuos e ininterrumpidos que someten los
mientos de sometimiento que pone en marcha. cuerpos, guían los gestos, rigen los comportamientos, etc. En
otras palabras, antes de preguntarse cómo aparece el soberano
El problema para m í está en evitar esta cuestión, central
en lo alto, intentar saber cómo se han, poco a poco, progre-,
para el derecho, de la soberanía y de la obediencia de los in- sivamente, realmente, materialmente constituido los sujetos, a
dividuos sometidos a ella, y en hacer ver, en lugar de la sobe- partir de la multiplicidad de los cuerpos, de las fuerzas, de las
ranía y de la obediencia, el problema de la dominación y del energías, de las materialidades, de los deseos, de los pensa-
sometimiento. Siendo ésta la línea general del análisis, eran mientos, etc.
necesarias un cierto n ú m e r o de precauciones de m é t o d o para
intentar desarrollarlo. Primeramente ésta: no se trata de Asir la instancia material del sometimiento en tanto que
analizar las formas reguladas y legitimadas del poder en su constitución de los sujetos. Sería exactamente lo contrario de lo
centro, en lo que pueden ser sus mecanismos generales y sus que Hobbes quiso hacer en el Leviatan, y en el fondo, creo, de
efectos constantes. Se trata, por el contrario, de coger al poder lo que hacen todos los juristas, para los que el problema es
' en sus extremidades, en sus confines últimos, allí donde se saber cómo, a partir de la multiplicidad de los individuos y de
vuelve capilar, de asirlo en sus formas e instituciones más. re- las voluntades, puede formarse una voluntad única, o mejor,
gionales, m á s locales, sobre todo allí donde, saltando por un cuerpo único, accionado por un alma que seria la sobera-
encima de las reglas de derecho que lo organizan y lo nía. Recordad el esquema del Leviatan: en tanto que hombre .
delimitan, se extiende m á s allá de ellas, se inviste en institucio- fabricado, el Leviatan no es más que la coagulación de un
nes, adopta la forma de técnicas y proporciona instrumentos cierto número de individualidades separadas que se encuentran,
de intervención material, eventualmente incluso violentos. Un ensambladas por un conjunto de elementos constitutivos del
ejemplo: antes de intentar saber dónde y cómo el derecho de Estado; pero en el corazón del Estado, o mejor en su cabeza,
castigar se funda en la soberanía, tal como aparece en la teoría existe algo que lo constituye como tal, y este algo es la sobera-
del derecho monárquico o en la del derecho democrático, he nía de la que Hobbes dice precisamente que es el alma de"
intentado ver cómo de hecho el castigo y el poder de castigar Leviatan. Pues bien, más que plantear este problema del alma
central, creo que haría falta estudiar los cuerpos periféricos y
tomaban forma en u n cierto n ú m e r o de instituciones locales,
múltiples, esos cuerpos constituidos por los efectos del poder a
regionales, materiales, ya sea el suplicio o el encierro carcela-
semejanza de sujetos.
rio, y esto en el ámbito a la vez institucional, físico, reglamen-
tario y violento de los aparatos de castigo. En otros términos, Tercera precaución de método: no considerar el poder
144 Michel Foucault Curso del 14 de enero de 1976 145

como u n fenómeno de dominación masiva y homogénea de un trayecto, su propia técnica y táctica, y ver después cómo estos
individuo sobre los otros, de u n grupo sobre los otros, de una mecanismos de poder han sido y todavía están investidos, coló-,
clase sobre las otras; sino tener bien presente que el poder, si no nizados, utilizados, doblegados, transformados, desplazados,"
se lo contempla desde demasiado lejos, no es algo dividido extendidos, etc., por mecanismos más generales y por formas
entre los que lo poseen, los que lo detentan exclusivamente y los de dominación global. No es la dominación global la que se
que no lo tienen y lo soportan. El poder tiene que ser analizado pluraliza y repercute hacia abajo; pienso que hay que analizar
como algo que circula, o m á s bien, como algo que no funciona la manera cómo los fenómenos, las técnicas, los procedimientos
sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allí, no está de poder funcionan en los niveles más bajos, mostrar cómo,
nunca en las manos de algunos, no es u n atributo como la estos procedimientos se desplazan, se extienden, se modifican,*
iqueza o un bien. El poder funciona, se ejercita a través de pero sobre todo cómo son investidos y anexionados por fenóme-
una organización reticular. Y en sus redes no sólo circulan los nos más globales y cómo poderes más generales o beneficios
individuos, sino que a d e m á s están siempre en situación de económicos pueden insertarse en el juego de estas tecnologías al
' ufrir o de ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o mismo tiempo relativamente autónomas e infinitesimales del
• onsintiente del poder n i son siempre los elementos de conexión. poder. Se puede dar un ejemplo en relación a la locura para
ln otros términos, el poder transita transversalmente, no está que esto quede más claro. El análisis descendente, del que
'luieto en los individuos. pienso se debe desconfiar, podría decir que la burguesía se ha
No se trata de concebir al individuo como una especie de vuelto, a partir de finales del siglo X V I - X V I I , la clase domi-
lúcleo elemental', á t o m o primitivo, materia múltiple e inerte nante; supuesto esto, ¿cómo deducir de aquí el encierro de los
obre la que se aplicaría o en contra de la que golpearía el locos? La deducción se puede hacer siempre, es fácil, y es jus-
aoder. En la práctica, lo que hace que un cuerpo, unos gestos, tamente esto lo que le reprocharía; en efecto, es fácil mostrar
inos discursos, unos deseos sean identificados y constituidos que, siendo precisamente el loco un inútil para la producción
:omo individuos, es en sí uno de los primeros efectos del poder. industrial, la burguesía se vio obligada a deshacerse de él. Se
El individuo no es el tns-a-iris del poder; es, pienso, uno de sus podría hacer lo mismo respecto a la sexualidad infantil, y es
primeros efectos. El individuo es un efecto del poder, y al por otra parte lo que han hecho hasta cierto punto determina-
mismo tiempo, o justamente en la medida en que es un efecto, das personas, por ejemplo, W. Reich. ¿Cómo se puede com-
el elemento de conexión. El poder circula a través del individuo prender la represión de la sexualidad infantil a partir de la
que ha constituido. dominación de la clase burguesa? Pues bien, muy simplemente,
habiéndose vuelto el cuerpo humano esencialmente fuerza pro-
Cuarta consecuencia, a nivel de las precauciones de méto-
ductiva a partir del siglo X V I I - X V I I I , todas las formas de
do: cuando digo que el poder se libera, circula, forma redes,
dispendio que eran irreductibles a la constitución de ¡as fuerzas
es verdad sólo hasta cierto punto. Del mismo modo que se
productivas, manifestándose ppr consiguiente en su inutilidad,
puede decir que todos tenemos algo de fascismo en la cabeza,
fueron vedadas, excluidas, reprimidas. Estas deducciones son'
se puede decir que todos tenemos algo, y m á s profundamente,
siempre posibles, son al mismo tiempo verdaderas y falsas, son
de poder en el cuerpo. Pero no creo que se pueda concluir que el
demasiado fáciles ya que se podría hacer justamente lo contra-
poder es la cosa mejor distribuida del mundo, si bien lo sea en
rio y mostrar cómo, partiendo del principio de que la burguesía
cierta medida. No se trata de una especie de dist ribución
llega a ser una clase dominante, los controles de la sexualidad
democrática o anárquica del poder a través de los cuerpos. Me
no eran absolutamente deseables. Por el contrario, h a b r í a . l a
parece que —y ésta sería la cuarta precaución de método— lo
necesidad de un aprendizaje sexual, de una precocidad sexual,
importante no es hacer una especie de deducción de un poder
en la medida en que en último término se trataba de reconsti-
que arrancaría del centro e intentar ver hasta d ó n d e se prolon-
tuir una fuerza-trabajo, cuyo estatuto óptimo era, como
ga, hacia abajo, n i en q u é medida se reproduce, hasta los
sabemos, por lo menos a principios del siglo X I X , el de ser infi-
elementos más moleculares de la sociedad. Más bien se debe
nita: cuanto mayor fuese la fuerza-trabajo, tanto más plena?,
hacer un análisis ascendente del poder, arrancar de los meca-
mente y mejor hubiese podido funcionar el sistema de produc-
nismos infinitesimales, que tienen su propia historia, su propio
ción capitalista. T
146 Michel Foucault Curso del 14 de enero de 1976 147

Creo que puede deducirse cualquier cosa del fenómeno Para decirlo de otro modo, la burguesía se burla completa-
general de la dominación burguesa. Pienso que hay que hacer mente de los locos, pero los procedimientos de exclusión d é los
lo contrario, es decir, ver cómo históricamente, partiendo locos han mostrado y liberado, a partir del siglo X I X y una vez
desde abajr han podido funcionar los mecanismos de control; y más sobre la base de ciertas transformaciones, un beneficio
en cuanto xclusión de la locura por ejemplo, o a la repre- político, y también eventualmente una cierta utilidad econó-
sión y a la hibición de la sexualidad infantil, ver cómo, al mica que han solidificado el sistema y lo han hecho funcionar
nivel real la familia, del entorno inmediato, de las células, en su conjunto. La burguesía no se interesa por los locos,*" se
de los puntos más pequeños de la sociedad, estos fenómenos de interesa por el poder, no se interesa por la sexualidad infantil,
represión o de exclusión se han instrumentado, tuvieron su ló- sino por el sistema de poder que la controla; la burguesía se
gica, han respondido a un determinado n ú m e r o de necesida- burla completamente de los delincuentes, de su castigo o de su
des; mostrar cuáles han sido sus agentes reales, no buscarlos en reinserción, que económicamente no tienen mucha importan-
la burguesía en general, sino en los agentes directos (que han cia, pero se interesa por el conjunto de los mecanismos
podido ser el entorno inmediato, la familia, los padres, los mé- mediante los cuales el delincuente es controlado, seguido/cas-
dicos, los pedagogos, etc.), y cómo estos mecanismos de poder, tigado, reformado, etc.
en un momento dado, en una coyuntura precisa, y mediante En cuanto a la quinta precaución, es muy posible que las
un determinado n ú m e r o de transformaciones, han empezado a grandes máquinas de poder estuviesen acompañadas de pro-
volverse económicamente ventajosos y políticamente útiles. ducciones ideológicas, existió probablemente, por ejemplo, una
Creo que de este modo se conseguiría demostrar que, en el ideología de la educación, una ideología del poder monárqui-
fondo, la burguesía ha necesitado, o el sistema ha encontrado co, una ideología de la democracia parlamentaria, etc., pero
su propio interés, no en la exclusión de los locos o en la vigilan- en el fondo no creo que lo que se formen sean ideologías: es
cia y la prohibición de la masturbación infantil (el sistema bur- mucho menos y mucho más. Son instrumentos efectivos de
gués puede tolerar perfectamente lo contrario), sino m á s bien formación y de acumulación del saber, métodos de observa-
en la técnica y en el procedimiento mismo de la exclusión. Son ción, técnicas de registro, procedimientos de indagación y de
los instrumentos de exclusión, los aparatos de vigilancia, la pesquisa, aparatos de verificación. Esto quiere decir que. el
meclicalización de la sexualidad, de la locura, de la delincuen- poder, cuando se ejerce a través de estos mecanismos sutiles, no
cia, toda esta microfísica del poder, la que ha tenido, a partir puede hacerlo sin formar, sin organizar y poner en circulación
de un determinado momento, u n interés para la burguesía. un saber, o mejor, unos aparatos de saber que no son construc-,
Más a ú n , podríamos decir, en la medida en que esta noción ciones ideológicas.
de burguesía y de interés de la burguesía no tiene verosímil-
mente un contenido real, al menos en relación a los proble- Podría decir, para resumir estas cinco precauciones de mé-
mas de que nos ocupamos ahora, que no ha sido la burguesía todo, que, en lugar de dirigir la investigación sobre el poder al
la que ha pensado que la locura debía ser excluida o reprimida edificio jurídico de la soben*nía, a los aparatos de Estado y a
la sexualidad infantil; m á s bien, los mecanismos de exclusión las ideologías que conllevan, se la debe orientar hacia la domi-
de la locura, de vigilancia de la sexualidad infantil, llegado nación, hacia los operadores materiales, las formas de someti-
un cierto momento y por razones que hay que estudiar, pusie- miento, las conexiones y utilizaciones de los sistemas locales de
ron de manifiesto un provecho económico, una utilidad poh% dicho sometimiento, hacia los dispositivos de estrategia; Hay
tica y, de golpe, se encontraron naturalmente colonizados y que estudiar el poder desde fuera del modelo de Leviatan,
sostenidos por mecanismos globales, por el sistema del Estado; desde fuera del campo delimitado por la soberanía jurídica y
y es partiendo de estas técnicas de poder y mostrando sus por las instituciones estatales. Se trata de estudiarlo partiendo-
beneficios económicos o las utilidades polítieflá que de ellos se de las técnicas y de las tácticas de dominación. ««
derivan, en un contexto dado y por determinadas razones, Esta es, en esquema^a^jneaiT^e^o^oj^gca.que creo debe
como se puede comprender que de hecho estos mecanismos seguirse y que he intentado seguir en las diferentes búsquedas
terminen por formar parte del conjunto. que hicimos en años precedentes en relación al poder psiquiá-
trico, a la sexualidad infaruil, a los sistemas políticos, etc.
148 Michel Foucault Curso del 14 de enero de 1976 149

Recorriendo, pues, estos dominios y teniendo, estas precaucio- que es, creo, absolutamente incompatible con las relaciones de
nes de m é t o d o , creo que aparecerá un hecho histórico com- soberanía. •>-•-*•- •'-> •••?!*•
pacto que nos introducirá por fin en las cuestiones de las que Esta nueva mecánica de poder se apoya más sobre los
querría hablaros este a ñ o . cuerpos y sobre lo que éstos hacen que sobre la tierra y sus
Este hecho histórico global es la teoría jurídico-política de productos. Es una mecánica de poder que permite extraer de
la soberanía de la que os hablaba antes, la cual ha jugado los cuerpos tiempo y trabajo más que bienes y riqueza. Es un
cuatro papeles. En primer lugar, se ha referido a un mecanis- tipo de poder que se ejerce incesantemente a través de la vigi-
mo de poder efectivo que era el de la m o n a r q u í a feudal. En lancia y no de una forma discontinua por medio de sistemas de
segundo lugar, ha servido de instrumento y de justificación impuestos y de obligaciones distribuidas en el tiempo ¡"supone
para la construcción de las grandes m o n a r q u í a s administrati- más una cuadriculación compacta de coacciones materiales
vas. En otro momento, a partir del siglo X V I y sobre todo del que la existencia física de un soberano; y en fin, se apoya en el
X V I I , ya en el momento de las guerras de religión, la teoría de principio según el cual una verdadera y específica nueva
la soberanía ha sido un arma que ha circulado de un campo al economía del poder tiene que lograr hacer crecer constante;'
otro, que ha sido utilizada en un sentido o en el otro, ya sea mente las fuerzas sometidas y la fuerza y la eficacia de quien las
para limitar, ya sea por el contrario para reforzar el poder real: somete.
la encontramos entre los católicos monárquicos y entre los pro-
testantes antimonárquicos, entre los protestantes monárquicos Este tipo de poder se opone, punto por punto, a la
y más o menos liberales, entre los católicos partidarios del mecánica de poder descrita o que intentaba describir la teoría
regicidio o del cambio de dinastía; funciona en manos de los de la soberanía. La teoría de la soberanía está ligada a una
aristócratas y de los parlamentarios, entre los representantes del forma de poder que se ejerce sobre la tierra y sus productos
poder real y en los últimos feudatarios. En pocas palabras, ha mucho más que sobre los cuerpos y sobre lo que éstos hacen. Se
sido el gran instrumento de la lucha política y teórica en torno refiere al desplazamiento y a la apropiación por parte del poder
a los sistemas de poder de los siglos X V I y X V I I . Por l i n , en el no del tiempo ni del trabajo, sino de los bienes y de las
siglo X V I I I , sigue siendo esta teoría de la soberanía, reactivada riquezas. Permite transcribir en términos jurídicos obligaciones
por el Derecho Romano, la que encontramos en general en discontinuas y distribuidas en el tiempo; no permite codificar'
Rousseau y en sus contemporáneos, ahora jugando una cuarta una vigilancia continua; permite fundar el poder en torno a la
función: se trata de construir en contra de las monarquías ad- existencia física del soberano, no a partir de los sistemas conti-;
ministrativas, autoritarias y absolutas, un modelo alternativo, nuos y permanentes de control. La teoría de la soberanía per-
el de las democracias parlamentarias. Y es todavía este papel el mite fundar un poder absoluto en el dispendio absoluto del
que juega en el momento de la Revolución. poder, no permite por el contrario calcular el poder, con un
mínimo de dispendio y un máximo de eficacia.
Pues bien, si seguimos estos cuatro papeles, nos damos
cuenta de una cosa: de que mientras d u r ó la sociedad de tipo Este nuevo tipo de poder que no puede ya transcribirse en
feudal, los problemas a los que se refería la teoría de la sobe- los términos de la soberanía es, creo, una de las grandes inven-
ranía cubrían efectivamente la mecánica general del poder, el ciones de la sociedad burguesa. Ha sido un instrumento funda-
modo en que se ejercía hasta los niveles más bajos a partir de mental en la constitución del capitalismo industrial y del tipo
los más altos. Es decir, la relación de soberanía, entendida de de sociedad que le es correlativa; este poder no soberano,
modo amplio o restringido, recubría la totalidad del cuerpo extraño a la forma de la soberanía es el poder disciplinario.-El
social. Efectivamente, el modo de ejercitarse el poder podía ser poder disciplinario, indescriptible en términos de la teoría de la
transcrito, al menos en lo esencial, en términos de relación soberanía, radicalmente heterogéneo, tendría que haber con-'
soberano-subdito. Pero en los siglos X V I I - X V I I I se produjo un ducido normalmente a la desaparición del gran edificio jurí-
fenómeno importante, la aparición, mejor la invención de una dico de dicha teoría. Pero en realidad, la teoría de la soberanía
nueva mecánica de poder que posee procedimientos muy singu- ha continuado no sólo existiendo como una ideología deb
lares, instrumentos del todo nuevos, aparatos muy distintos y derecho, sino organizando los códigos jurídicos que aparecen;
150 Michel Foucault Curso del 14 de enero de 1976 151

en la Europa del siglo X I X a partir de los códigos napoleó- de la soberanía, y además las disciplinas oscuras y mudas que
nicos. trabajarían en profundidad, en la sombra, constituyendo, el
¿Por qué ha persistido la teoría de la soberanía como ideo- subsuelo de la gran mecánica del poder. En realidad las disci-
logía y como principio organizador de los grandes códigos plinas tienen su discurso. Son, por las razones que decía antes,
jurídicos? Creo que las razones pueden ser dos. Por una parte, creadoras de aparatos de saber y de múltiples dominaciones' de
ha sido, en el siglo X V I I I y todavía en el X I X , un instrumento conocimiento. Son extraordinariamente inventivas en el orden
crítico permanente contra la m o n a r q u í a y contra los obstáculos de los aparatos que forman saber y conocimientos. Las disci-
que podían oponerse al desarrollo de la sociedad disciplinaria. plinas son portadoras de un discurso, pero éste no puede ser el
Pero, por otra parte, la teoría de la soberanía y la organización del derecho; el discurso de las disciplinas es extraño al de la ley,
de un código jurídico centrado en ella permitieron sobreponer al de la regla efecto de la voluntad soberana. Las disciplinas
a los mecanismos de disciplina u n sistema de derecho que ocul- conllevarán un discurso que será el <le la regla, no el de la regla
taba los procedimientos y lo que podía haber de técnica de do- jurídica derivada de la soberanía, sino el de la regla natural, es
minación, y garantizaba a cada cual, a través de la soberanía decir, el de la norma. Definirán un código que no será el de la
del Estado, el ejercicio de sus propios derechos soberanos. Los ley sino el de la normalización, se referirán a un horizonte
sistemas jurídicos, ya se trate de las teorías o de los códigos, han teórico que no serán, las construcciones del derecho, sino el
permitido una democratización de la soberanía con la cons- campo de las ciencias humanas, y su jurisprudencia será la de
titución de un derecho político articulado sobre la soberanía un saber clínico.
.colectiva, en el momento mismo en que esta democratización En suma, lo que he querido mostrar, en el transcurso de
de la soberanía se fijaba en profundidad mediante los mecanis- estos últimos años, no es cómo sobre el frente de avanzadilla de
mos de la coacción disciplinaria. las ciencias exactas se ha ido poco a poco anexionando a la
Más rigurosamente, se podría decir: desde el momento que ciencia el dominio incierto, difícil, embrollado del comporta-
las constricciones disciplinarias tenían q w ejercerse "como' rrté- v
miento humano: no es a través de un progreso de racionalidad
canismos de dominación y estar al mismo tiempo escondidas de^s^e%eiaft^^a,gtas como se han constituido gradualmente
como ejercicio efectivo del poder, era necesario asimismo que las ciencias humanas. Creo que el proceso que ha hecho fun-
la teoría de la soberanía estuviese presente en el aparato damentalmente posible el discurso de las ciencias humanas es la
jurídico y fuese reactivada por los códigos. En las sociedades yuxtaposición, el choque de dos lincas, de dos mecanismos y de
modernas, desde el siglo X I X hasta nuestros días, tenemos, dos tipos de discurso absolutamente heterogéneos: por un lado
pues, por una parte una legislación, u n discurso, una orga- la organización del derecho en torno a la soberanía y por otro
nización del derecho público articulado en torno al principio la mecánica de las sujeciones ejercidas por las disciplinas.
del cuerpo social y de la delegación pof parte de cada uno; y Y que en nuestros días el poder se ejerza a través de este derecho y
por la otra, una cuadriculación compacta de coacciones dis- de estas técnicas, que estas técnicas y estos discursos invadan el
ciplinarias que aseguran en la práctica la cohesión de ese derecho, que los procedimientos de normalización colonicen
mismo cuerpo social. Ahora bien, esta cuadriculación no cada día más a los de la ley, todo esto, creo, puede explicar el
puede, en ningún caso, transcribirse en el interior de este funcionamiento global de lo que querría llamar sociedad de
derecho que es, sin embargo, su c o m p a ñ e r o necesario. U n de- normalización. Más en detalle, quiero decir que las normaliza-'
recho de soberanía y una mecánica de la disciplina: entre estos ciones disciplinarias van a chocar siempre, cada vez más, con
dos límites, creo, se juega el ejercicio del poder. Pero estos dos los sistemas jurídicos de la soberanía: cada día aparece más
límites son tan heterogéneos que no pueden reducirse el uno al netamente la incompatibilidad de las unas con los otros, es más
otro. Los poderes se ejercitan en las sociedades modernas a necesario una especie de discurso arbitrador, un tipo de saber y
través, a partir y en el mismo juego de esta heterogeneidad poder que la sacralización científica volvería neutro. Es verda-
entre un derecho público de la soberanía y una mecánica poli- deramente en la extensión de la medicina donde vemos, de
moría de las disciplinas. Lo cual no quiere decir que exista por algún modo, no quiero decir combinarse, sino chocar, o entre-
una parte un sistema de derecho docto y explícito, que sería el chocar, perpetuamente la mecánica de las disciplinas y el ;
152 MichelFoucau.lt

principio del derecho. Los avances de la medicina, la medica-


lización general del comportamiento, de las conductas, de los
discursos, de los deseos, etc., tienen lugar en el frente en el que
se encuentran los dos planos heterogéneos de la disciplina y de
üi i i i i n t i IE imoreioiii
la soberanía. Por esto, contra las usurpaciones de la mecánica • IBLIOIIM
disciplinaria, contra la exaltación de un poder ligado al saber
científico, nos encontramos hoy en una situación en la que el
único recurso aparentemente sólido es precisamente el recurso í* 1

de la vuelta a un derecho organizado alrededor de la soberanía


y articulado sobre este viejo principio. Cuando se quiere objetar
algo en contra de las disciplinas y todos los efectos de poder y
de saber q u é implican, ¿qué se hace concretamente en la vida, 10.
qué hacen los sindicatos, la magistratura y otras instituciones si
no es precisamente invocar este derecho, este famoso derecho mi
formal, llamado burgués, y qué en realidad es el derecho de la
soberanía? Más a ú n , creo que nos encontramos en una especie
de callejón sin salida: no es recurriendo a la soberanía en
LAS R E L A C I O N E S
contra de las disciplinas como se p o d r á n limitar los efectos del
poder disciplinario, porque soberanía y disciplina, derecho de
DE PODER PENETRAN
soberanía y mecanismos disciplinarios son las dos caras cons-
titutivas de los mecanismos generales del poder en nuestra
E N L O S CUERPOS*
sociedad.
A decir verdad, para luchar contra las disciplinas en la bús-
queda de un poder no disciplinario, no se tendría que volver al Lucette Finas: Michel Foucault, La voluntad de saber,
viejo derecho de la soberanía, sino ir hacia un nuevo derecho primer volumen de su Historia de la sexualidad, me parece un
que sería antidisciplinario al mismo tiempo que liberado del texto asombroso desde todos los puntos de vista. La tesis que
principio de la soberanía. Y aquí encontramos la noción de re- usted defiende, inesperada y a primera vista simple, se hace
presión que pienso presenta u n doble inconveniente en el uso progresivamente más compleja. Digamos, resumiéndola, que
que se hace de ella: referirse oscuramente a una cierta teoría de entre el poder y el sexo no se establece una relación de repre-
la soberanía que sería la de los soberanos derechos del indi- sión, sino todo lo contrario. Pero antes de ir más lejos volvamos
viduo, y además, poner en juego, cuando se la utiliza, un a su lección inaugural en el Colegio de Francia en diciembre de
1970. Usted analiza en ella los procedimientos que controlan la t:
sistema de relaciones psicológicas tomado en préstamo de las
ciencias humanas, es decir, de los discursos y de las prácticas producción del discurso: la prohibición, después la vieja repar-
que pertenecen al dominio disciplinar. Creo que la noción de tición razón-locura, finalmente la voluntad de verdad. ¿Querría
represiones todavía una noción jurídico-disciplinar sea cual precisarnos las conexiones entre La voluntad de saber y el
sea el sentido crítico que se le quiera dar. Y en esta medida, la Orden del discurso, y decirnos si a lo largo de su demostración
utilización como llave crítica de la noción de represión se halla se superponen voluntad de saber y voluntad de verdad? :.
viciada, inutilizada desde el principio dada la doble relación Michel Foucault: Pienso que en ese Orden del discurso he
jurídica y disciplinar que implica respecto a la soberanía y a la mezclado dos concepciones o, mejor dicho, he propuesto una
normalización. _
* Les rapports de pouvoir passent a l'interieur des corps. Entre-
vista realizada por L . Finas en La Quinzaine Littéraire, n.° 247, 1-15
enero 1977. Págs.

153
UNIDAD IV
EL ESTADO: elementos conceptuales. MODELOS HISTORICOS EN EUROPA Y EN
LATINOAMERICA

María Susana Bonetto - María Teresa Piñero

CAPITULO II
La formación del Estado en la Modernidad Europea.
El absolutismo

Sumario:

1. Formación del Estado moderno. 2. El Estado absolutista. Conclusión del modelo


absolutista

1. Formación del Estado MODERNO(*)


La quiebra del orden político medieval, la aparición y desarrollo del Estado, del
sistema económico capitalista, de la estratificación social clasista, del
absolutismo como régimen político, son fenómenos históricos que no admiten
una explicación unicausal, como así tampoco la ubicación temporal exacta del
acontecimiento.
El Estado, en el sentido de Estado nacional, es un producto de la cultura de
Occidente que se plasma a partir del Renacimiento. Con anterioridad a esta época
no puede hablarse propiamente de “Estado”. Existió, obviamente, la relación
gobernantes-gobernados, pero ésta se dio de una manera muy diferente si la
comparamos con la que se efectiviza en la actualidad; esto quiere decir que la
organización política medieval fue muy distinta a la que posteriormente -y hasta
nuestros días- se denominaría “Estado”.
Para realizar una exposición acabada de las condiciones y circunstancias
históricas que dan surgimiento al Estado, debemos hacerlo a través del análisis
del largo proceso histórico que lleva a la aparición de las primeras monarquías
nacionales (Francia, España e Inglaterra) y a la introducción, por Nicolás
Maquiavelo, del concepto de “stato” en la literatura política.
Como señala Heller (1987, 145) “la nueva palabra “Estado” designa certeramente
una cosa totalmente nueva porque a partir del Renacimiento y en el continente
europeo, las poliarquías, que hasta entonces tenían un carácter impreciso en lo
territorial y cuya coerción era floja e intermitente, se convierten en unidades de
poder continuas y reciamente organizadas, con un solo ejército que era
permanente, una única y competente jerarquía de funcionarios y un orden
jurídico unitario, imponiendo además a los súbditos el deber de obediencia con
carácter general. A consecuencia de la concentración de los instrumentos de
mando (militares, burocráticos y económicos) en una unidad de acción política -
fenómeno que se produce primeramente en el norte de Italia debido al más

1
temprano desarrollo que alcanza allí la economía monetaria-, surge aquel
monismo de poder, relativamente estático, que diferencia de manera
característica al Estado de la Edad Moderna del territorio medieval”.
El Estado, como modelo de dominación política, aunque sea un fenómeno hoy
extendido universalmente es, en sus orígenes, un fenómeno propio del círculo
cultural de Occidente que se plasma a partir del Renacimiento.
En la Edad Media no existió el Estado en el sentido de una unidad de dominación
independiente en lo exterior e interior que actuara de modo continuo con medios
de poder propios y claramente delimitada en lo personal y territorial; es decir,
operando independientemente sobre personas determinadas en un territorio
determinado. En los tiempos medievales fue desconocida la idea de una
pluralidad de estados soberanos, coexistiendo con una igual consideración
jurídica; todas las formaciones políticas de Europa se consideraban más bien
subordinadas al Emperador.(Heller 1992)
Pero, a decir verdad, puede afirmarse que en la Edad Media se vivió una
profunda escisión entre el ideal y la realidad. El ideal era la “comunidad
universal” como organización política -el Sacro Imperio Romano Germánico
dirigido por el Emperador- pero la realidad nos muestra la existencia de una gran
división del poder político: una “poliarquía”, según la calificación hegeliana. En
efecto, el Emperador jugó muy raras veces el papel unificador que se le asignaba
en los textos de los pensadores políticos medievales ya que, en realidad,
compartía su poder, pues estaba supeditado a la lealtad de los monarcas
territoriales. A la par, mediante el endeudamiento, la hipotecas o la concesión de
inmunidades, el poder central del monarca territorial (por ejemplo: el rey de
Aragón, del margrave de Brandemburgo, del duque de Milán, etcétera) se vio
privado, poco a poco, de casi todos los derechos inmanentes a su superioridad,
los cuales fueron trasladados a otras personas de carácter “privado”, para decirlo
en términos jurídicos. De esta manera, casi todas las funciones que el Estado
moderno reclama para sí se hallaban, en la Edad Media, repartidas entre los más
diversos depositarios: la Iglesia, el noble propietario de tierras, los caballeros,
etcétera. Al monarca medieval le vinieron a quedar, finalmente, muy pocos
derechos inmediatos de dominación (se lo consideraba solamente primus inter
pares, o sea “primero entre sus iguales”). En lo sustancial, no podía prescindir de
los poderes locales, ampliamente autónomos, que habían sometido a su autoridad
a todos los habitantes de la localidad, sustrayéndolos así a las órdenes inmediatas
del poder central. Es por esto que los reinos de la Edad Media eran, tanto en lo
interior como en lo exterior, unidades de poder político sólo intermitentes y,
además, las verdaderas relaciones de mando-obediencia estaban mediatizadas a
través de los efectivos factores de poder: la Iglesia y el señor feudal, a los que se
sumaron más tarde -en la Baja Edad Media- como tercer factor de poder, las
corporaciones o guildas.(Heller 1992)
En síntesis, el poder era compartido (por el Emperador y los monarcas
territoriales o monarcas medievales y los señores feudales: “poliarquía”),
intermitente (el monarca no podía mantener sus ordenaciones de modo
ininterrumpido, debiendo contentarse con intervenir sólo esporádicamente para
eliminar perturbaciones sumamente riesgosas) y mediato (forzosamente dependía
de la aquiescencia de los verdaderos factores de poder). Esto cambiará
radicalmente hacia el Renacimiento, pues encontraremos que para esta época, el

2
poder del monarca de compartido se ha transformando en único, de intermitente
ha pasado a ser permanente y de mediato se ha convertido en inmediato.
¿Qué produjo esta transformación? Múltiples y diversos factores coadyuvaron a
ella. Pero consideramos necesario destacar que la evolución hacia el Estado
moderno, en el aspecto organizativo, principalmente consistió en que los medios
reales de autoridad y administración, que eran propiedad privada de los factores
de poder ya señalados se convirtieran en propiedad pública, y en que el poder de
mando -que se venía ejerciendo como un derecho de aquellos sujetos que lo
practicaban: el noble, el obispo, el maestro de la corporación, - se expropia en
beneficio del monarca absoluto.(Heller 1992)
Por otra parte, mediante la creación de un ejército permanente, cuya existencia
depende del pago de la soldada, el monarca se independiza del hecho aleatorio de
la lealtad de sus feudatarios, estableciendo así la unidad de poder del Estado en
lo militar. La caballería (arte de guerra propio de los “caballeros”, quienes por lo
general eran nobles propietarios de tierras o señores feudales) había visto
deteriorada su función político-militar a causa de la transformación de la técnica
guerrera. La utilización creciente de cañones y de armas de fuego portátiles, de la
infantería y de las tropas mercenarias hacen que el papel de la caballería en el
combate decaiga. Los gastos que imponía la nueva técnica de las armas exigían la
organización centralizada de la adquisición de los medios necesarios para la
guerra, lo cual suponía una reorganización de las finanzas. De este modo, la
necesidad política de crear ejércitos permanentes dio lugar en muchas partes a
una transformación burocrática de la administración de las finanzas: funcionarios
especializados, económicamente dependientes y nombrados por el monarca,
consagraron su actividad de modo continuo y principal a la función pública de
recaudación. Mediante la burocracia se eliminó la mediatización feudal del poder
del monarca y se hizo posible establecer el vínculo de súbdito con carácter
general y unitario. Gracias a la burocracia, la organización política llamada
“Estado” pudo extenderse al territorio, abarcando a todos sus habitantes,
asegurando de este modo una unificación centralizada. Asimismo, debido a que
tanto el ejército como la burocracia dependían del sueldo para su subsistencia, se
impuso también un sistema impositivo bien reglamentado a fin de disponer de
ingresos suficientes para el sostenimiento de ambas actividades. De esta manera,
hacia mediados del siglo XVI, los monarcas consiguen emancipar por completo
la base económica del poder estatal, estableciendo impuestos sin la necesidad de
contar con el asentimiento de la nobleza. Así fue como pudo constituirse el
patrimonio del Estado y el aseguramiento de una tributación general.(Heller,
1992)
Un segundo proceso es el que determina la aparición de la economía capitalista
monetaria, y está estrechamente ligado al anterior, pues la dependencia político-
económica del monarca medieval respecto de los señores feudales, la Iglesia y las
corporaciones, estaba basada en gran parte en la descentralización y disgregación
que eran consecuencia de la economía natural de subsistencia y trueque propios
de la época, la cual sólo pudo ser superada gracias al desarrollo de la economía
capitalista monetaria, o lo que es lo mismo, gracias al desarrollo del sistema de
mercado.
En efecto, con la desaparición del Imperio Romano de Occidente se produjo una
atrofia en la economía de las grandes regiones de Europa, pero esta atrofia no
significó exactamente un retroceso a los estadios anteriores. Una economía

3
atrofiada se caracteriza por tener un nivel técnico superior al que normalmente
correspondería a su nivel de ingreso, habida cuenta de su constelación de
recursos naturales. Es decir que la reducción de la productividad, motivada por la
desarticulación del sistema económico, no acarreó una reversión a las formas
primitivas de producción. La comprensión de este fenómeno es de gran
importancia para la explicación del tipo de organización económica-social que
surgió en Europa a partir del siglo VIII y que llamamos “feudalismo”. Según la
opinión corriente, la economía del feudo era un sistema cerrado o casi ce rrado.
Los señores feudales conseguían con los recursos locales, no sólo construir
castillos, sino también armar a sus hombres para la guerra y mantener un número
casi siempre elevado de personas ociosas a su alrededor. El excedente de
producción que llegaba a manos del señor feudal era relativamente grande, si se
tiene en cuenta que se originaba en la apropiación directa de parte del fruto de la
producción de una pequeña comunidad. Todo esto fue posible debido a que el
nivel de la técnica que se utilizaba en el feudo era relativamente elevado.
Además, la idea de ganancia y aun la misma posibilidad de realizar una utilidad
eran incompatibles con la situación del terrateniente medieval. Como no tenía
medio alguno, por falta de mercados extranjeros, de producir con miras a la venta,
no se esforzaba en obtener de su gente y de su tierra un excedente que sólo
constituiría para él un estorbo. Ya que estaba obligado a consumir él mismo sus
rentas, se contentaba con relacionarlas a sus necesidades. En síntesis, el i nmenso
caudal de bienes raíces que poseían la Iglesia y la nobleza no producía, en suma,
sino una renta insignificante en relación con su capacidad virtual.
Por otra parte, hay otro factor que influyó para que durante la Edad Media no
existiera la idea de ganancia, nos referimos a la condena que de ella hacia la
Iglesia. Por lo tanto, teniendo en cuenta esto, es fácil comprender cómo se
produce -a partir del siglo XI- la expansión de la economía comercial.
El reinicio del proceso, según Pirenne, fue consecuencia de las modificaciones
introducidas por la intervención de mahometanismo en las corrientes del
comercio bizantino. Debido a las invasiones árabes, la inmensa metrópolis
comercial que era Bizancio se vio pronto privada de sus fuentes de
abastecimiento, situadas en casi todo el litoral sur y este del Mediterráneo. Por
consiguiente, los bizantinos debieron volcarse hacia las costas de Italia. Como es
sabido, este contacto dio lugar al surgimiento de poderosas economías
comerciales en la costa italiana. La propagación de esas corrientes de comercio,
en los siglos siguientes, por todo el continente europeo, ha sido ampliamente
estudiada. Se formó en el litoral de Europa una verdadera cadena de emporios
comerciales y, por el curso de los grandes ríos, todo el continente fue vivificado
por las actividades de los mercaderes. Tenemos aquí un caso típico de expansión
de una economía comercial que encontraría pronta respuesta en razón de la
existencia de un virtual excedente de producción, vale decir en virtud de l as
características de la economía feudal anteriormente señaladas. Esta economía se
portó como si estuviera preparada para recibir las corrientes de comercio, las que
hicieron posible la mejor utilización de los recursos ya existentes y una
diversificación del consumo sin exigir modificaciones sustanciales en el sistema
productivo.
Según Heller, merecen destacarse, asimismo, los fuertes motivos políticos de esta
evolución económica, pues el desenvolvimiento de la forma económica
capitalista se vio acelerado por el hecho de que la concentración estatal de poder,

4
sin proponérselo, actuaba de modo tendiente a tal resultado. Así, la circulación
del dinero se vio estimulada por el establecimiento regular de tributos, y la
producción de mercancías por el hecho de que los grandes ejércitos mercenarios
uniformados, con sus armas cada vez más tipificadas, creaban la posibilidad de
enormes ventas en masa. Pero, además, en virtud de la política mercantilista que
siguió el Estado, se fomentó de modo consciente e intencionado el desarrollo
capitalista a fin de fortalecer el poder político del monarca.
Por otra parte, es necesario considerar un tercer proceso, que es el que determina
la aparición de la burguesía y del sistema de estratificación social clasista,
proceso que también se encuentra inextricablemente unido a los otros dos, ya que
la burguesía será el sector social en que se apoyará el monarca para imponerse a
los nobles y, además, será el principal proveedor de los medios de pago que
necesitaba el monarca para armar sus ejércitos.
En los tiempos medievales el monarca territorial se veía enfrentado no solamente
al Emperador y al Papa en el orden externo, sino también a los señores feudales,
la Iglesia y las corporaciones en el orden interno. Ahora bien, tras una lar ga serie
de luchas de todo tipo, terminó por imponerse de modo tal que centralizó de
manera efectiva todo el poder político, y para ello contó con un aliado
inestimable: la burguesía (enemiga “natural” de la nobleza), que le proporcionó
los medios económicos para organizar los ejércitos permanentes antes
mencionados. Pero este triunfo del monarca vino a constituir a la postre -y a
partir de la Revolución Francesa esto se hizo más evidente- el triunfo de la
burguesía y de sus ideas económicas, y la consolidación de un nuevo sistema de
estratificación social, que suplantará finalmente al sistema de estratificación
estamental (propio de la Edad Media), por el de estratificación social clasista.
En la Edad Media el sistema de estratificación se sustentaba básicamente en el
linaje y la tenencia de la tierra, o sea en la propiedad inmobiliaria. Esto no debe
sorprender, si se tiene en cuenta que, siendo la vida social medieval
esencialmente agrícola, en este período las ciudades apenas si podían
denominarse tales, ya que contenían una minoría pequeñísima de la población
(puede afirmarse que, en el conjunto de Europa, la población urbana, desde los
siglos XII al XV, nunca fue superior a la décima parte del total de los habitantes).
Lo que daba a este sistema de estratificación estamental su fisonomía propia era
el estamento superior: la nobleza, que se asentaba económicamente sobre la
posesión de tierras, rechazando el comercio y la artesanía como quehaceres
impropios de su condición y aislándose, abrazada a sus conceptos de honor, de
los otros estamentos (el clero, los vasallos, los siervos, etcétera). Asimismo,
conviene destacar que el hecho de la posesión de la tierra establecía también
rangos entre la misma nobleza, en función de la extensión de la tierra poseída
(ducado, condado, marca, baronía, etcétera). La función que este estamento
estimaba propiamente suya, en el seno del conjunto social, era la dirección
política y militar. Y al cumplimiento de esta función se debe que originariamente
se le concedieran privilegios de poder permanente y jurídicos. Sin embargo,
como ya vimos, dicha función social quedó reducida a simple apariencia cuando
la transformación de la técnica militar, del sistema económico y de la estructura
del poder político dejaron al noble sin función en el conjunto social.
El orden de dominación, basado en el nacimiento, propio de este sistema de
estratificación, estaba condicionado económicamente y había acarreado el
enriquecimiento de los estamentos dominantes. Pero existe una importante

5
diferencia política-psicológica entre este orden de dominación y el clasista que
sobrevendrá, que Werner Sombart ha formulado claramente de la manera
siguiente: “-¿Quién eres tú? se preguntaba antes: -Un poderoso. -Luego, eres rico.
¿Qué eres tú?, se interroga ahora: -Un rico. -Luego, eres poderoso”. En efecto,
aparte del hecho de que el noble recibía muy frecuentemente su feudo por
concesión graciosa, en mérito a sus combates (lo cual hace derivar su posterior
dominación de su habilidad guerrera y no de la tenencia originaria de la tierra),
no debe olvidarse que la explotación feudal, el latifundio, no sólo era una
institución económica, sino también una institución social. Se imponía a toda la
vida de sus habitantes. Estos eran muchos más que simples vasallos o sie rvos de
su señor: eran “sus hombres” en toda la fuerza del término y se ha observado
acertadamente que el poder del señor se basaba aún más en la cualidad de jefe
que confería a su titular que en la de terrateniente (Heller, 1992).
El señor feudal defendía al conjunto de sus vasallos. De esta forma, en tiempos
de guerra los protegía contra el enemigo abriéndoles el refugio de las murallas de
su fortaleza, ya que su interés más evidente era ampararlos, puesto que vivía del
trabajo de ellos. Por ello no debemos confundir el modo de dominación
característica de la Edad Media con la idea generalizada de la explotación del
hombre, explotación que supone la voluntad de emplearlo como instrumento con
el fin de que llegue al máximo de su rendimiento. Ejemplos bien conocidos de
este tipo de sometimiento a lo largo de la historia lo constituyen la esclavitud
rural de la antigüedad, la de los negros en las colonias de los siglos XVII y XVIII
y la condición de los obreros de la gran industria durante la primera mitad del
siglo XIX.
Pues bien, el nuevo sistema de estratificación que surgirá con la aparición de la
burguesía estará basado, ya no en la posesión de la tierra, ni en el linaje o
nacimiento, sino en la posesión de un bien mueble: el dinero. La importancia del
dinero como medio de circulación económica está de más recalcarla luego de
haber expuesto el advenimiento del sistema de mercado. En consecuencia, aquí
nos limitaremos a señalar tres o cuatro aspectos sociales importantes atinentes a
la burguesía.
En el contexto feudal la burguesía estaba formada por los habitantes de los
burgos, o sea en las poblaciones edificadas fuera del contexto del castillo
fortificado del señor feudal, y no tenía sino una identidad negativa o residual,
tanto legal como socialmente: era la identidad que se asignaba a todos los que no
eran clérigos, ni nobles, ni siervos. Al proliferar la burguesía, este status único
llegó a abarcar una enorme variedad de estilos y circunstancias de vida. Esta
identidad residual y negativa reflejaba el surgimiento histórico de la burguesía
como estrato articulado de manera tan sólo casual con la estructura feudal, cuyo
sistema legal e identidades estratégicas -siervo y señor- giraban alrededor de las
relaciones con la tierra. Además, las actividades de la burguesía tampoco eran
relevantes para el interés religioso fundamental de la Iglesia del medioevo en la
salvación de las almas y, a decir verdad, solían estar en franco desacuerdo con
los valores religiosos, que exigían la renuncia a la vida mundanal (lo que traía
aparejada la renuncia al comercio y al beneficio). Al estar alejada, en la mayoría
de los aspectos, del centro de la cultura feudal, la burguesía elaboró lentamente
una vida y una cultura paralelas a las feudales (hoy diríamos una “contracultura” ),
protegida por el hecho de ser una excrecencia relativamente aislada en las
incipientes ciudades.

6
Marginada, por así decirlo, de las preocupaciones predilectas de la cultura
cristiana y del orden feudal, y sin un sitio firme y honroso en ellos, la vida de la
burguesía no era estimada por la nobleza y el clero, pero sí tolerada a causa de su
clara utilidad. Desde el punto de vista del sistema feudal, importaba poco lo que
era la burguesía (desde el punto de vista del sistema de identidades sociales del
orden feudal, la burguesía no existía, no era nada): lo que importaba era lo que
hacía, es decir, los servicios y funciones (comerciales) que desempeñaba. Sin
embargo, con el tiempo la burguesía llegó a enorgullecerse de su misma utilidad
y a medir a todos los otros estratos sociales según dicha cualidad o la falta de ella.
La situación se invirtió cuando el patrón de medida de la burguesía: la utilidad,
fue adoptada y valorada por otros grupos. Entonces la mera utilidad se convirtió
en un requisito para el respeto social (reemplazando al honor, que era el valor-
patrón de la nobleza), en lugar de ser una simple base para ser tolerado a
regañadientes. La burguesía elaboró este patrón de utilidad durante su larga
polémica con las normas feudales y las atribuciones de los nobles, en las que los
derechos de los hombres se consideraban derivados de su estamento y limitados
por éste que, en última instancia, estaba predeterminado por su nacimiento (por
lo que se era y no por lo que se hacía). Por el contrario, la burguesía vino a tener
mayor estima por los talentos, las habilidades y energías de los individuos que
contribuían a sus propias realizaciones y logros individuales (Heller, 1992).
Con el triunfo de la burguesía, vehiculizado en un primer momento por el triu nfo
del monarca absoluto, con quien hicieron causa común, el sistema de
estratificación social dejará de ser estamental para convertirse en clasista, es
decir, la escala social jerárquica en la cual se ubican los individuos dejará de
estar fundamentada en la posesión de la tierra para pasar a girar en torno a la
posesión del dinero y los valores propios del sistema estamental (linaje, tradición,
honor, comunitarismo) serán reemplazados por los valores del sistema clasista
(habilidad, inteligencia, utilidad, individualismo).
En este contexto es importante dar cuenta del surgimiento y ascenso de las
ciudades en el occidente medieval, ya que estas se desarrollaron no sólo como
ámbitos ecológicamente distintos , por la densidad de asentamiento humano,
con personas dedicadas a actividades productivas y comerciales , sino también
como entidades políticamente autónomas (Poggi, 1997).En el escenario medieval
a menudo obtuvieron su autonomía contra la oposición expresa del elemento
feudal.
Constituyeron una nueva fuerza política en un sistema dominado casi
exclusivamente por las dos partes de la relación señor-vasallo.
Después de siglos de abandono y predominio rural se reactivaron con un sentido
socio-político de centros de acción solidaria por individuos que por sí solos
carecían de poder (Poggi, 1997).
En cierto sentido los derechos reclamados por las ciudades eran de naturaleza
corporativa y se articulaban de alguna manera con la institucionalidad feudal en
la medida que se requería su inclusión en las estructuras existentes
Pero a diferencia de la relación feudal que implicaba dos obligaciones que se
cumplían separadamente, cada una desde su poder, las ciudades adquirieron
poder y autonomía política como formas asociadas mantenidas en vigencia por la
coalición de voluntades y reunión de recursos de iguales que individualmente
carecían de poder.

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Lo que aglutinaba a los burgueses fue el hecho que estos grupos sociales urbanos
se entregaron primordialmente a empresas económicas. En ese marco las
construcciones políticas urbanas proporcionaron un ámbito para la
experimentación, con nuevos dispositivos políticos, administrativos y legales que
progresivamente penetraban en el contexto general de gobierno (Poggi, 1995).
Así también fue en las ciudades donde se presentaron gran número de personas
seculares instruidas que sirvieron como un nuevo tipo de personal administrativo.
Siguiendo a Max Weber podemos sostener que las ciudades solo alcanzaron su
autonomía plena en Europa , porque poseían sus propios gobiernos y ejércitos en
lugar de ser controlados por el poder arbitrario de otros. En las ciudades, el
mercader era el rey y en ellas los valores burgueses se condensaron y
solidificaron.
Finalmente, es de destacar que el Estado sólo podía independizarse como unidad
de acción militar, económica y política bajo la forma de una unidad de decisión
jurídica universal independiente.
“La disgregación política del Imperio y de los territorios había acarreado una
extraordinaria disgregación jurídica y una intolerable inseguridad en el derecho.
La unificación general para todo el territorio y la regulación de toda la actividad
relevante para el poder del Estado, requiere la existencia de un ius certum válido
para todo el territorio del Estado, un sistema de reglas unitario, cerrado y escrito,
en el que, hasta donde sea posible, toda regla particular se ordene -según criterios
políticos y no solamente jurídicos- sistemáticamente en la unidad del todo. Por
otra parte, la colaboración de toda la jerarquía de funcionarios, según el principio
de la división del trabajo, hace precisa una ordenación jurídica racional y
planificada. Y, asimismo, la economía capitalista del dinero reclama, tanto para
el derecho privado como para la administración, la previsibilidad extendida a un
territorio lo más amplio posible, de un derecho sistematizado” (Heller:1992,150).
“Frente a la disgregación jurídica germana aparecía el Derecho Romano,
sistematizado por la burocracia justiniana, con un ius certum. La causa
fundamental de la gran extensión que en la práctica adquirió su recepción, desde
fines del siglo XV, fue la necesidad de superar la disgregación jurídica, nacida de
la desaparición del Imperio, y la falta de codificación. El derecho culto hizo
preciso encomendar la justicia a funcionarios especializados, formados en el
Derecho Romano en las universidades del norte de Italia. Apareció así, en lugar
de los tribunales integrados por personas sin preparación, quienes juzgaban según
el sentido jurídico y los precedentes. Una jurisdicción relativamente previsible, a
cargo de una clase especial de juristas que sentenciaban basándose en normas
racionales”. (Heller:1992,151)Debido a esto y al fuerte poder ejecutivo del
funcionario, se produjo un aumento considerable de seguridad jurídica, que la
Edad Media sólo conoció con carácter temporal.
“La codificación dispuesta por el príncipe y la burocratización de la función de
aplicar y ejecutar el derecho eliminaron, finalmente, el derecho del más fuerte y
el de desafío, e hicieron posible la concentración del ejercicio legítimo del poder
físico en el Estado, fenómeno que, con razón, se señala como una característica
típica del Estado moderno” (Heller:1992, 151).
“Para poder explicar conceptualmente esta concentración de todo el poder
jurídico en el “poder del Estado” organizado e independizado también en lo
militar-burocrático y económico, se hacían necesarios nuevos conceptos
jurídicos; el pensamiento jurídico medieval no conoció las distinciones entre

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derecho público y derecho privado, entre contrato y ley, entre derecho y juicio: ni
siquiera requería la vida de entonces una diferenciación precisa entre derecho
objetivo y derecho subjetivo. El contrato era la institución jurídica universal y se
utilizaba incluso para fundamentar y transmitir derechos y obligaciones
concernientes al ejercicio de la autoridad” (Heller:1992, 151).
Todo ello va transformando de manera notable la vida política. Lo que era antes
atomización del poder político, aunque cubierta por el manto sacro de la utopía
del Imperio Universal, aparece ahora, con un territorio perfectamente delimitado,
con fronteras protegidas por un ejército de carácter permanente, con una
economía al servicio de la monarquía, con una burocracia que es su columna
vertebral y con un ordenamiento jurídico uniforme, el Estado nacional y absoluto.
La peculiaridad del caso europeo en cuyo marco emergen los Estados nacionales
se vincula a un hecho absolutamente distintivo. Así aunque la estructura política
del imperio romano fue destruida perduró un núcleo de derechos y cultura sobre
el que se apoyó la Iglesia. Esa cultura común tuvo importantes implicaciones
para la innovación económica y política.
El sentimiento de comunidad que establecía contribuyó a crear un consenso
dentro del cual podían funcionar las relaciones contractuales.
La homogeneidad cultural contribuyó con el tiempo a la difusión relativamente
fácil de las innovaciones organizativas, a la expansión del control territorial del
Estado y a la movilidad del personal administrativo (Hall-Ikenberry, 1993).
La unidad cultural del Estado de la Europa medieval era equiparable a su
fragmentación política y la fragmentación política fue una condición necesaria
para la autonomía de mercado que contribuyó a potenciar el dinamismo
económico. Pero además también contribuyó a la peculiaridad del caso europeo
que el Estado se desarrollara lentamente en medio de relaciones sociales
preexistentes, y una característica única en Occidente es el papel que las
asambleas legislativas desempeñaron en su historia.
El sistema de gobierno característico desde el siglo XIII
aproximadamente, de las más importantes regiones de Europa, lo
denominamos según la costumbre alemana Standestaat, que podría traducirse
como la organización política de los estamentos. La entrada de las ciudades en
la política, la modificación del equilibrio de poder entre el gobernante territorial
y los feudatarios a favor del primero, y el cambio en la participación del
elemento feudal en un sistema más amplio enmarcaron la emergencia del
Standestaat. Fue un sistema de gobierno históricamente nuevo y diferente al
feudal anterior. Tenía tres cámaras o estamentos: el clero, la nobleza y las
ciudades. Las tres cámaras deliberaban separadamente, tomaban sus propias
resoluciones internas por el voto mayoritario y se relacionaban entre sí por
delegados. Estos cuerpos se constituían con la finalidad de cooperar o
confrontar con el gobernante. Al reunirse en cuerpos constituidos, los «Stande»
(o estados o estamentos) se presentaban ante el gobernante territorial como
preparados para asociarse con él en los aspectos de gobierno,
característicamente públicos o generales. Así trataban con el gobernante,
hacían oír sus protestas, reafirmaban sus derechos, planteaban sus consejos,
establecían los términos de su colaboración con aquél y asumían su parte en la
responsabilidad de gobernar (Poggi, 1997).

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Una tradición de resistencia contra el poder despótico y un incremento
constante del poder infraestructural signaron el origen y evolución de la
construcción del Estado europeo.
Rosetti (1983) nos señala que esta transformación, tan evidente en el mundo
social, económico y político, no se hubiese cumplido de manera cabal de no
haberse dado previamente la transformación social y económica ya señalada,
pero sobre todo, si no se hubiese transformado también la filosofía y la
mentalidad del hombre, en el paso del medioevo a la modernidad. O sea, la
transformación de la concepción del Estado trascendente, con un fin sobrenatural,
al fin terreno, laico.
Se escindió perfectamente entre poder político del monarca y el poder espiritual
del pontífice, surgiendo así, un nuevo protagonista de la vida política, el monarca
absoluto.
Esta transformación lleva al hombre renacentista a pasar de una filosofía
teológica y metafísica a una filosofía de la naturaleza que culminará con el
racionalismo del siglo XVII. Se desecha la fe y se vuelve a la razón. La
concepción es antropocéntrica y no teocéntrica, como lo era en la Edad Media.
La transformación también se aprecia en lo religioso. La Iglesia tuvo que
adaptarse a ese cambio, y así el cristianismo se hizo más terrenal, ocupándose de
los problemas del hombre moderno. Muchos hablan de un cristianismo medieval
y un cristianismo moderno. Aquél se caracteriza por la espiritualidad y éste por
ser un “cristianismo terrenal”, preocupado por los problemas de esta vida, del
hombre moderno, problemas que en la Edad Media eran desconocidos o no se les
asignaba importancia.
Para concluir, señalaremos un hecho también fundamental: hasta el Renacimiento
el mundo conocido había sido fundamentalmente la cuenca del Mediterráneo.
Con el descubrimiento de América y la primera circunnavegación del globo, el
horizonte se amplió desmesuradamente, desde todos los puntos de vista
(económico, político, social, etcétera), y de este hecho resultaron beneficiados
aquellos estados que se organizaron primero sobre la base nacional (España,
Portugal, Inglaterra, etcétera). Aquellos que no lo hicieron (Italia, Alemania,
etcétera), no solamente perdieron colonias y mercados por estar todavía ocupados
sus monarcas en las rencillas internas contra los nobles y el clero, sino que a la
postre padecieron terriblemente el poderío de los primeros, personificados a
través de sus monarcas absolutos. Este hecho obsesionó a Maquiavelo, como más
adelante se verá.
Se llega así a fines del siglo XV y comienzos del XVI, período en el que
encontramos la culminación de un proceso que se desarrolla durante toda la Edad
Media. Aparece el monarca absoluto y con él el Estado moderno (en el círculo de
Occidente). Este proceso no se logra en forma unitaria sino paulatina. Así,
primero en Francia, España e Inglaterra, luego en Portugal y, por último, se verá
cristalizado en Alemania y en Italia.

2. El Estado absolutista

Como efecto de las transformaciones analizadas se produjo en gran parte de Europa el


fortalecimiento de la autoridad territorial y la absorción de territorios más pequeños y

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débiles por otros más grandes y más fuertes, tendencia que se fue gestando en las
postrimerías de la Edad Media, en el marco del Standestaat.
Así se fue construyendo un nuevo escenario por la «formación de un número
relativamente pequeño de Estados mutuamente independientes, cada uno de los cuales
se definía como soberano y libraba con los demás una lucha de poder inherentemente
abierta y competitiva y preñada de riesgos» (Poggi, 1997:97).
De allí surge que para lograr mantener su posición e incluso expandirla, en cada Estado
se produce una tendencia a la monopolización del poder concentrado en manos del
monarca y en lo posible con un ejercicio liberado de otras mediaciones. También para
imponer eficaz y confiablemente las decisiones en todo el territorio había que
perfeccionar los instrumentos de gobierno.
La expansión del gobierno absolutista se vio notablemente favorecida por ser capaz de
frenar las sangrientas confrontaciones que como resultado de la Reforma se gestaron
entre católicos y protestantes. Así, es probable que el modelo absolutista recibiera su
mayor impulso de las cruentas luchas religiosas que se extendieron por Europa en la
segunda mitad del siglo XVI y alcanzaron su punto de mayor intensidad durante la
Guerra de los Treinta Años. Los conceptos teocráticos de autoridad propios de la
Europa medieval fueron puestos en discusión como consecuencia de la Reforma y los
efectos conflictivos que en ese marco se produjeron, sentando las bases de la
secularización del poder político.
Progresivamente, en ese marco se fue haciendo evidente la necesidad de que los poderes
del Estado debían diferenciarse de los deberes del gobernante con respecto a una fe en
particular.
También favorecieron al absolutismo las exigencias de seguridad física y jurídica que
surgen de la comercialización acelerada de la economía, por efecto de la dinámica
interna del sistema productivo urbano, así como la necesidad de seguridad física y
jurídica que emerge como consecuencia de los flujos de metales preciosos y nuevas
transacciones que se produjeron luego del descubrimiento de América.
Surge así el modelo absolutista, que se considera la primera encarnación madura del
Estado moderno. Esto se produce en el marco de una declinación del sistema estamental
del Standestaat), porque una vez obtenida la seguridad para sus emprendimientos
comerciales y productivos por parte del monarca territorial, se diluyó la importancia
política de las ciudades, presas a su vez de diferenciaciones internas de intereses, sobre
todo en la regulación corporativa de la producción y el comercio y las aspiraciones
individuales de enriquecimiento y reconocimiento social, que evidencian cada vez más
los contrastes de clase.
Así la burguesía va reduciendo su participación política al tiempo que incrementa su
poder económico en tanto había ingresado a ese sistema en los últimos siglos de la
Edad Media, a fin de lograr su participación en un estructura más amplia de gobierno
que pudiera proveer paz y seguridad a sus transacciones comerciales. Al lograrse esto
por el ejército unificado en manos del monarca y por la vigencia de un derecho cierto y
unitario, la burguesía estuvo dispuesta a renunciar a la mayor parte de sus poderes en
los cuerpos constituidos, a cambio del apoyo del monarca a su expansión comercial
(Poggi, 1997).
Por otra parte la nobleza había perdido presencia económica, militar y jurídica en sus
territorios.
Por ello en el modelo absolutista el gobernante no tiene que compartir su autoridad con
los Stande (estamentos) sino que la concentra en su persona. Así hace suyas todas las
prerrogativas públicas efectivas. Para sustentarlas se produjo un aumento en la

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prominencia del rey y se magnificó la majestad de sus poderes, rodeándose el monarca
de una corte de consejeros y burócratas.
Según Poggi (1997), la corte constituía el aspecto expresivo de su gobierno pero esto
tenía que completarse con un aspecto instrumental. Por ello coexistía con el privilegio y
simbolismo de poder de la corte parasitaria, un conjunto de consejeros que asistían al
monarca en las decisiones de éste y eran responsables ante él de su puesta en práctica.
Estos consejeros culminaban en un pequeño número de ministros con poderes
marcadamente discrecionales rodeados por una multitud de agentes menores que
realizaban diversas tareas militares, de obras públicas, burocráticas, etcétera, cuyo
origen era generalmente burgués.
Un hecho revolucionario que se manifiesta en este periodo es la producción de leyes por
parte del monarca con la capacidad de ponerlas en vigor, además del establecimiento de
un sistema tributario cada vez más abarcativo y efectivo en todo el territorio; y, lo que
es más importante, sin necesidad del consenso de los estamentos. Los teóricos políticos
de este período explicitaron muy bien los alcances de esta capacidad paradigmática del
ejercicio del poder soberano. Así por ejemplo, Bodin, quien trata esta cuestión con
claridad.
Ya en este período el Estado funciona instrumentalizado por un conjunto de leyes
promulgadas unitariamente por el monarca, quien si bien se encontraba por encima de
ellas, hacía que sus decisiones se impusieran a sus subordinados como un conjunto
sistemático, coordinado y predecible. Así el «derecho público» se constituye como un
conjunto de dispositivos internos que regulaban el funcionamiento de los cargos
inferiores frente a los superiores. Y los miembros de la burocracia estatal no actuaban
inmediatamente como ejecutores de órdenes personales sino con una guía y control de
un cuerpo de normas promulgadas que se articulaban al poder del Estado.
El gobernante absolutista hizo suyas las facultades de gobierno que antes estaban
dispersas entre varios individuos y cuerpos colegiados, produciéndose así una
unificación del establecimiento y ejecución de políticas estatales, un ejercicio de todos
los aspectos del gobierno que funcionaban en nombre de un poder soberano.
En ese marco, las instituciones del Estado, las tribunalicias, ministeriales y
administrativas se van haciendo cada vez más públicas, es decir oficiales y
relativamente visibles. Así, los códigos y estatutos del Estado tenían que promulgarse y
publicarse oficialmente imprimiéndose en lengua oficial.
El Estado se va distinguiendo así de la sociedad y se concentra en un nivel distinto, en
donde se focalizan las funciones específicamente público-políticas.
En cuanto a la vinculación con la naciente economía capitalista, ya en el siglo XVIII se
modificaron y uniformaron las reglas que en los siglos anteriores los gremios y otros
cuerpos corporativos habían impuesto autónoma y localmente a las actividades
comerciales y productivas.
El mercantilismo se preocupó por el saldo comercial positivo y la acumulación de
reservas en metales y se fomentó la actividad económica privada de la burguesía. En el
siglo XVIII las políticas mercantilistas fueron abandonadas por un «despotismo
ilustrado», que generó como respuesta una activación de la sociedad civil burguesa, que
inicia su cuestionamiento a este modelo.
La intervención absolutista en cuestiones de negocios, en la autonomía y fluidez del
mercado, generó la resistencia de la burguesía. Pero siguiendo a Poggi, la respuesta y
movilización de la burguesía fue radicalizada y dinamizada por algunos de sus
miembros no pertenecientes a los grupos económicos sino a círculos intelectuales,
literarios y artísticos, que se presentaban como una audiencia calificada para criticar el
funcionamiento del Estado.

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En este marco, al espacio público construido desde arriba por el absolutismo se le
agrega un ámbito público formado por miembros individuales de la sociedad civil a
partir de una opinión pública construida por un público razonable.
Este ponía en tela de juicio los privilegios concedidos a la nobleza y en su lugar
comienzan a generarse ideas racionales secularizadas e ilustradas signadas por el anti-
tradicionalismo y la búsqueda de la emancipación.
Se abre así la perspectiva de una transformación política que coloca a «lo público»
como un ámbito abierto a la confrontación y al avance de los intereses individuales
burgueses.
El nuevo ámbito público así generado dirige y controla las actividades del Estado y se
legitima por invocar la representación de las opiniones prevalecientes de la sociedad
civil.
En tanto la clase burguesa se fue convirtiendo en el factor dominante de la sociedad
civil, la lucha por una representación política según sus valores y creencias reflejaba ese
predominio. Esta visión de un nuevo diseño institucional del Estado proyectaba las
aspiraciones y los reclamos de la burguesía y planteó definitivamente la tensión entre la
burguesía como clase y el «ancien régime» del absolutismo.
Las diversas alternativas histórico-políticas para la resolución de la cuestión fueron
variadas, pero contaron con dos dimensiones comunes: la importancia de las ideas de
nacionalidad y soberanía nacional. Y en segundo lugar cabe destacar que el proletariado
naciente, pese a sus conflictos con la burguesía, acompañó en algunos de sus reclamos
a ésta.
Pero en definitiva, a pesar de estas pretensiones, había elementos de continuidad entre
el orden absolutista y la propuesta que lo cuestionaba.
Incluso en el nuevo contexto político-institucional que se gestaba, a la burguesía le
interesaba fortalecer el potencial estatal para la conducción social, la defensa de las
fronteras nacionales y la represión de los conflictos, o sea lo que ya en los siglos del
absolutismo se había incorporado al aparato del Estado.
Lo que se buscaba era controlar ese aparato por el ámbito público institucionalizado,
pero no su desmantelamiento o debilitamiento, así como tampoco pretendía la burguesía
recortar su capacidad para ejercer la autoridad sobre la sociedad.
En su programa político la burguesía ya se prevenía contra las potenciales implicancias
democráticas de ideas tales como la soberanía popular y la ciudadanía igualitaria.
Así, es posible advertir como ya desde el absolutismo se fueron gestando las tendencias
posteriores del Estado de derecho liberal, que constituyó la forma jurídico-institucional
básica del Estado nacional.

CONCLUSIONES DEL MODELO ABSOLUTISTA


Como lo sostienen Heller (1987) y Held (1995), cuando se habla histórica y
políticamente del Estado moderno debemos referirnos a aquel que surge en el
Renacimiento europeo, en el marco de los procesos ya analizados. La expansión y el
desarrollo extraordinario de Europa produjeron también la expansión del sistema de
Estados en ella generado.
- La formación del Estado moderno se produjo -y así debe comprenderse- en el marco
de los conflictos políticos y religiosos que siguieron a la caída del orden medieval.
- Según Held (1995), este contexto nos permite apreciar las innovaciones institucionales
y conceptuales claves del Estado moderno y entender de qué manera se desarrolló la
discusión acerca de la naturaleza y la forma adecuadas de la comunidad política. Y en
ese escenario, el concepto de soberanía organiza la emergencia del Estado moderno.

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- Esto debe comprenderse, como ya dijimos, en el marco de las disputas político-
religiosas de los siglos XVI y XVII, donde se planteó de manera urgente y acuciante la
necesidad de la paz interna.
- La paz es una condición necesaria, es el presupuesto fundamental para el desarrollo
moral, cultural, y en general el bienestar y para la imposición y el desarrollo del derecho.
- En ese marco, la idea de soberanía interna del Estado ha de ser entendida a partir de la
experiencia de la guerra civil, ya que la soberanía es la condición de la paz interna.
- La paz por medio de la soberanía es la característica de todo orden público (incluso del
Estado constitucional democrático posterior), ya que es específico de todo orden
público el monopolio de la fuerza y el establecimiento de procedimientos para controlar,
regular y decidir los conflictos. En esta medida, la soberanía del Estado es la condición
para la paz interna.
Y lo que consolidó el derecho a una autoridad indiscutida que todos los Estados exigían
fue el reconocimiento de que esta exigencia confería a los demás Estados el mismo
derecho de mantener su autonomía y reclamar respeto dentro de sus propias fronteras.
- Cuando los derechos y deberes políticos rompieron su estrecho vínculo con la
tradición religiosa se pudo imponer la idea de un orden político impersonal y soberano.
Siguiendo a Held, en el centro de la idea del Estado moderno se encuentra un orden
impersonal y legal, delimitando una estructura común de autoridad, que define la
naturaleza y la forma del control, así como la administración de una comunidad
determinada.
Esta nueva forma de poder público, planteado ya por Jean Bodin y Thomas Hobbes
como separado del gobernado y también del gobernante, se constituye como el punto de
referencia supremo dentro de una comunidad y un territorio específicos.
- Y esa construcción implicaba en sus inicios la posibilidad de negar al pueblo el
derecho de determinar su propia identidad política con independencia de su soberano,
pero a la vez privaba al soberano del derecho de actuar con impunidad contra la
población.
El Estado comenzó a concebirse como un fenómeno independiente tanto de los súbditos
como del gobernante y dotado de atributos particulares y distintivos. Es ese «hombre
artificial» enunciado por Hobbes, en cuyo nombre las autoridades podían gobernar
legítimamente y exigir lealtad de sus súbditos, y los súbditos podían tener expectativas
legítimas de ser gobernados sin arbitrariedad.
Así, «esta persona artificial» podía por lo tanto, ser entendida como el «sujeto de la
soberanía, una estructura determinada de leyes e instituciones con una vida y una
estabilidad propias» (Held, 1995).Y, en síntesis, el absolutismo y el sistema interestatal
que en ese marco se puso en marcha, constituyen las fuentes próximas del Estado
moderno. Así, al condensar y concentrar el poder político en la persona del monarca
absoluto y promover la creación de un sistema de gobierno central, el absolutismo abrió
la posibilidad de emergencia de un sistema de poder secular y nacional. Y también
formuló un fuerte desafío a aquellos grupos y clases comprometidos con el antiguo
orden, así como los vinculados con el orden emergente articulados a la nueva economía
de mercado. A todos ellos los obligó a repensar su relación con el Estado y a reexaminar
sus recursos políticos.

Notas
(*) La versión original de este tema se encuentra en Temas de historia de las ideas
políticas, Bonetto, María Susana y Juárez Centeno, Carlos.

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Capítulo III

Estado de Derecho Liberal

Sumario:
2.1. Concepto de Estado de derecho. 2.2. Estado de derecho liberal. Delimitación
histórica. 2.3. Supuestos político-ideológicos. 2.3.a. Derechos del hombre. 2.3.b.
División de poderes. 2.3.c. Valores fundantes del modelo. 2.4. Supuestos económicos.
2.5. Estructura de funcionamiento del Estado de derecho liberal. 2.5.a. La sociedad civil
según el liberalismo. 2.5.b. Estado. Sus funciones en relación a la sociedad civil. 2.5.c.
Las discusiones públicas y las instituciones representativas. 2.5.d. La cuestión del
sufragio universal. 2.6. Presupuestos jurídicos-institucionales. 2.6.a. Ley. 2.6.b.
Constitucionalismo liberal. 2.7. Contradicciones del funcionamiento del Estado de
derecho liberal.

1. 1.CONCEPTO DE ESTADO DE DERECHO

El Estado de derecho puede ser abordado desde dos perspectivas; desde


una estrictamente jurídica y entonces nos referiremos a la dimensión del Estado
sometido al derecho en tanto su actividad y poder viene regulados y controlados
por la ley, en contraposición a cualquier forma de Estado absoluto que se
caracterice por el ejercicio de poder ilimitado. Desde este sentido se refiere a
todos los aspectos vinculados a un Estado ordenado en base a normas jurídicas
que integran un sistema completo y de las cuales la fundamental es la
Constitución que obliga al Estado y por la cual se auto limita.
El concepto que más nos interesa a la teoría política es el segundo, el que
podríamos llamar histórico, centrado en la interpretación de cómo se dio
históricamente el fenómeno del Estado de derecho, atendiendo a su génesis y al
desarrollo en el tiempo, estudiando la interacción de las múltiples variables que
lo configuran: sociales, políticas , económicas, jurídicas y culturales.
El Estado de derecho, producto de una larga historia, implicó
fundamentalmente una lucha contra el absolutismo monárquico y la concreción
de una serie de principios legales que marcaron un modo de ser estatal que
caracterizó a la mayoría de los Estados occidentales del siglo XX, y que en su
modalidad más específica significó la imposición de una técnica de vinculación
jurídica del Estado al ordenamiento jurídico y el reconocimiento de los derechos
fundamentales del hombre, como medio de hacer efectiva la libertad .
El proceso de afianzamiento de tal concepción jurídica del Estado es lo que se
designó como constitucionalismo, al que entendimos como el movimiento
filosófico–histórico y político de los siglos XVIII y XIX, tendiente a delimitar
claramente las relaciones entre el hombre y el Estado, sus derechos y

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obligaciones recíprocas, y a fijarlas en un documento escrito que asegurara su
vigencia por medio de adecuadas garantías (Rosetti, 1983).
Esta forma de Estado, sometido a control jurídico tuvo la forma ideológica
histórica inicial como Estado liberal. En efecto, la aparición del primigenio
Estado de derecho, estuvo acompañado por una corriente de pensamiento que le
dio su impronta particular, el liberalismo.
Entonces se vinculan íntimamente en su origen y desarrollo, las formas del
Estado de derecho y del Estado liberal. El Estado de derecho comienza
siendo, y lo será durante todo el siglo XIX y primeros decenios del XX,
Estado liberal de derecho, es decir expresión jurídica del liberalismo (Díaz,
1983).
Pero el Estado de derecho no debe identificarse con el Estado liberal, ésta es una
modalidad de aquél pero no lo agota. Verdú (1975) sostiene que para hablar de
Estado de derecho no es preciso que éste mantenga una ideología política
determinada, basta que el Estado se limite, y esta limitación puede ser variada.
Así, el Estado de Derecho es un marco que nos permite abordar las diferentes
modalidades que fue adquiriendo en la historia. En esa línea nos proponemos
analizar el Estado de derecho liberal, el Estado Social de derecho, tambi én
conocido como Estado del bienestar y luego indagar sobre las reformulaciones
que se están dando en el Estado en el marco de la globalización.

1.2. DELIMITACIÓN HISTÓRICA

Hablamos del Estado liberal de derecho como una forma estatal que implica una
síntesis de múltiples sentidos históricos, políticos, sociales y económicos que
impregnan un siglo. Por ello no puede sino ser analizado a partir de su relación
con estos clivajes, y esto presupone un concepto de sociedad–individuo y una
concepción económica, que en su desarrollo histórico, coadyuva a la formación
característica del Estado de Derecho liberal.
Dijimos en otra oportunidad en relación a este tema, que la característica más
abarcadora del Estado de derecho era el imperio de la ley, el que estaba destinado
a realizarse en dos ámbitos fundamentales: en el Estado y en la sociedad; a partir
del establecimiento de una técnica de vinculación jurídica del Estado al
ordenamiento jurídico y del reconocimiento de derechos fundamentales del
hombre. Ambos elementos adquieren modalidades específicas en razón del
contexto histórico e ideológico en el que nacen y se aplican. No se trata de
cualquier técnica de vinculación jurídica ni de cualquier concepto de ley, ni de
cualquier clase de derechos fundamentales. Estas características las veremos
desagregadas a continuación.

Antecedentes de la limitación del poder y los derechos del individuo como base
del Estado de Derecho

Una de las principales problemáticas políticas de la modernidad, fue la de


distinguir a través de las leyes, el poder despótico de la dominación legítima o
legal. Este «imperio de la ley», postulado del Estado de derecho, encuentra
antecedentes importantes.

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La distinción entre gobierno de las leyes y gobierno de los hombres se remonta a
la antigüedad clásica; ya se encuentra en textos de Platón, Aristóteles y Cicerón,
siendo esta distinción la que permitía distinguir entre el “buen gobernar” del
“mal gobernar”.
De allí, esta doctrina de la superioridad del gobierno de las leyes sobre el
gobierno de los hombres, pasa al pensamiento jurídico medieval. En esa época
hay manifestaciones doctrinarias, teológicas y filosóficas que procuran limitar
la voluntad omnímoda de la autoridad, pero a decir de Elías Díaz (1983) se trata
siempre de limitaciones y controles de carácter más bien ético–religioso o
iusnaturalista que no autorizan en modo alguno a hablar todavía de Estado de
derecho. Respecto de los derechos de los hombres, si bien hay una complicada
malla de situaciones jurídicas estamentarias por cuyo respeto se vela
escrupulosamente, en tanto el rey jura mantener los fueros y franquicias de los
vasallos, el juramento tiene valor social paralelo a su hondo sentido religioso.
Bobbio (1990) sostiene que aún en épocas de la modernidad, los teóricos del
absolutismo monárquico, como por ejemplo Bodin, no dejan de reconocer a la ley
por sobre el rey. Y esto aún cuando existiera la tesis opuesta; “el príncipe está
exento de las leyes”, que incluso estaba codificada en el Digesto; pero este
pasaje nunca fue considerado en contraste con la supremacía de la ley.
El nudo del problema, aún para los absolutistas, era presentar al poder del
soberano como un poder autorizado, regulado, ya sea por una norma superior, de
origen divino, ley natural o por leyes positivas, pero nunca como un poder
desnudo, como simple poder de hecho.
Cuestión ésta, que encuentra su formalización en el Estado de derecho, ya que
allí se establecen los recursos jurídicos que delimitan la acción y el poder del
gobierno. Se habla, finalmente, de un sistema jurídico asentado sobre el principio
de la responsabilidad no religiosa o sólo moral, sino política y jurídica de los
órganos de gobierno.
En cuanto a los antecedentes del reconocimiento de los derechos fundamentales
de los hombres véase “la génesis del constitucionalismo liberal” en este capítulo.

Etapa de construcción teórica del Estado de Derecho


En el siglo XIX, hace eclosión la expresión intelectual e ideológica de la
burguesía en crecimiento, frente a la aristocracia y al clero: son la Ilustración y el
liberalismo, que van erosionando al Estado absoluto, a través de procesos y
autores que deben buscarse y entenderse sobre la base del desarrollo del
pensamiento desde el siglo XVII, XVIII y XIX. Locke, Smith, Bentham y
Ricardo en Inglaterra; Montesquieu, Voltaire, Rousseau y Tocqueville en
Francia; Puffendorf, Wolff y Kant en Alemania; Jefferson y los Federalistas en
Norteamérica. Por ello, todo lo que se diga de este modelo de Estado, condensa y
presupone las doctrinas de los autores anteriormente mencionados, que son sólo
algunos de los escritores relevantes en los períodos citados. Su elaboración
teórica corresponde a toda una concepción racionalista que se condice con la
exaltación de la razón que hace el hombre en la modernidad. Se trató de lograr
los avances del mundo de la física y de la matemática en el mundo de lo social
Cabe decir que la educación política de Europa en casi todo el siglo XIX,
proviene de tres aportes: Francia e Inglaterra en un primer momento; luego
Alemania. Desde el primer país se extienden las ideas revolucionarias de la

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soberanía popular, eternamente representada por la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano de 1789, corolario de la Revolución Francesa. De
Inglaterra, la tradición parlamentaria, las limitaciones al poder y la
industrialización temprana que proporciona un modelo de desarrollo. Más tarde
del siglo, sería Alemania la protagonista, como cuna del marxismo, de los
partidos socialdemócratas y eje de las reformas sociales estatales, que marcarían
el rumbo del modelo de Estado para el siglo XX.

Afirmación del Estado de Derecho


Las características que configuran al Estado de derecho implican una larga lucha
que hinca sus raíces en la antigüedad, pero diremos que el Estado de derecho es
un triunfo del mundo moderno, y que se institucionalizó de modo coherente y con
un cierto carácter general tras la Revolución Francesa en los Estados libe rales del
siglo pasado.
Esta revolución de la burguesía marca el fin del ciclo absolutista y el principio de
los regímenes liberales, así como desde el punto de vista social establece el paso
de la sociedad estamental a la clasista.
Así en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada
por la Asamblea Constituyente en 1789 dada por los «Representantes del pueblo
francés constituido en Asamblea Nacional», se establecen los principios sobre los
cuales se asienta todo Estado de derecho: «La sociedad en que la garantía de los
derechos no está asegurada ni la separación de poderes determinada carece de
Constitución» (art. 16). Es decir que hacen falta condiciones para constituirse en
Estado de Derecho: división de poderes, garantía de los derechos fundamentales,
imperio de la ley, soberanía popular.
En resumen, diremos que el Estado de derecho liberal debe entenderse sobre la
base de procesos que van surgiendo correlativamente: el racionalismo de la
ilustración, el liberalismo político, el liberalismo económico y desde un punto de
vista social, el triunfo de la burguesía, que como clase adquiere reconocimiento
y fuerza de cambio.
Si bien la implementación del Estado de derecho liberal varió significativamente,
de acuerdo a las distintas modalidades de los países europeos, tuvo un núcleo
central: la galvanización de la forma de gobierno absolutista y la expansión del
constitucionalismo. Pero esto no destruyó a la monarquía, sino que la completó,
instaurándose las monarquías constitucionales como forma predominante en la
época.

Liberalismo y democracia
El liberalismo, protagonista ideológico desde el siglo XVIII y durante el XIX,
suele identificarse automáticamente con la democracia. Pero la gran expansión
del liberalismo en este momento, no debe hacernos suponer que se instauraron las
democracias repentinamente; primero fue el liberalismo, luego las democracias –
liberales. Las monarquías eran la forma predominante en este siglo, a tal punto
que el concepto de «república» tiene connotaciones negativas.
En cambio las democracias surgen como producto de años de lucha por el
sufragio universal, proceso que se va dando paulatinamente y que se generalizará
después de la II Guerra Mundial, cuando ya hablamos del voto que incluye a
todos, hombres y mujeres.

18
Por ello Sartori (1988) manifiesta que hay tres etapas en lo que va del siglo XIX
al siglo XX: el Estado liberal que es únicamente el Estado constitucional que
aprisiona el poder absoluto; luego, el Estado liberal-democrático que es primero
liberal (constitucional) y luego democrático; y el Estado democrático-liberal, en
el que el peso específico de los componentes se invierte: el poder popular
prevalece sobre el poder limitado. Esto último cuando las democracias se
instauran como la forma específicamente popular, que condiciona y limita el
desarrollo del modelo del Estado social de derecho o Estado de bienestar.

13. SUPUESTOS POLÍTICO-IDEOLÓGICOS


1.3.a Los teóricos liberales.
Derechos del hombre
El presupuesto filosófico del Estado liberal es la doctrina de los derechos del
hombre, entendidos como aquellos que todos los hombres tienen por naturaleza,
independientemente de su voluntad y frente a los cuales quienes en algún
momento detenten el poder, deben respetar y abstenerse de invadir. Este
iusnaturalismo racionalista es una doctrina que afirma la existencia de leyes
independientes del hombre, y por lo tanto anteriores a la existencia de cualquier
grupo humano, leyes que son cognoscibles por la razón y de las que derivan
derechos y deberes tan naturales como esta ley.
Este presupuesto adquiere un valor vital para la época en tanto sirve para
establecer los límites del poder político, con base en una concepción general e
hipotética de la naturaleza del hombre que prescinde de toda verificación
empírica y de toda prueba histórica (Bobbio, 1989).
Juntamente con este iusnaturalismo que asegura los derechos fundamentales,
debemos mencionar al contractualismo social que es la expresión política del
racionalismo, en tanto aparece como el medio más eficaz para establecer
racionalmente la técnica de limitación del poder y la garantía de aseguramiento
de aquellos derechos.
Locke y Hobbes son denominados contractualistas, y esta concepción es fruto del
racionalismo de la época. El contractualismo es una forma de fundar
racionalmente al Estado y a la sociedad, alejándose de las fundamentaciones
supra empíricas de la Edad Media. Se estructura sobre la base de la existencia de
un hipotético estado natural pre social del cual los hombres salen por propia
voluntad, para constituir el grupo social y el Estado, por medio de un contrato
social. Este contractualismo adquiere distintas modalidades según los autores.
Así para Locke el contrato social era un puente para el reconocimiento de esos
derechos básicamente individualistas.
A pesar de las distintas modalidades que adquiere el contrato social según los
autores, el hecho es que este contractualismo presupone la afirmación de que el
ejercicio del poder político es legítimo, sólo si se basament a en el consenso de
las personas. Por lo tanto es un acuerdo entre quienes deciden someterse a un
poder superior y con las personas a quienes este poder es confiado, lo que
significa que las personas tienen derechos que no dependen de la institución, y
que el soberano tiene como función principal permitir el desarrollo máximo de
esos derechos.
Es un tema clásico en la teoría política la controversia sobre el origen de los
derechos humanos. Algunos sostienen que provienen de la tradición del derecho

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anglosajón. Otros se pronuncian por su génesis vinculada a la filosofía
iusnaturalista de la tradición francesa.

1.3.b División de Poderes


Desde el punto de vista institucional, la separación de poderes, a partir de la
formulación más acabada de Montesquieu, debe entenderse como la garantía
adecuada para instrumentar el imperio de la ley y la libertad. El modelo de
división de poderes respondía a una organización de división del trabajo estatal,
en razón de que a cada órgano le correspondía una función acorde a su estructura.
Esto suponía la independencia de los poderes en tanto cada uno de ellos se
asentaba sobre una realidad social autónoma, que implicaba la autonomía de sus
portadores. El Ejecutivo se localizaba en el monarca; el Legislativo estaba
dividido en dos Cámaras, representando a la nobleza y a la burguesía, y el
Judicial, si bien no tenía presencia permanente, era investido en realidad por el
estamento de toga.
Tanto Locke como Montesquieu proclaman la separación de poderes, y se
considera que en cierta manera esto es una manifestación en el terreno político–
jurídico de las ideas de la física newtoniana predominante en su tiempo; el
sistema de frenos y contrapesos. Las primeras elaboraciones teóricas sobre el
tema, surgen en Inglaterra y en coherencia con el carácter empírico del
pensamiento británico, por ello fueron el resultado de la observación, más que de
la especulación.
Respecto del Poder Judicial no existe un estudio acabado sobre sus funciones, e
incluso en Locke este poder no aparece, ya que en Inglaterra el ejercicio de la
función jurisdiccional correspondía en parte a un órgano legislativo: la Cámara
de los Lores, juez en última instancia en orden a la aplicación del common law.
Pero Montesquieu, en Francia, también le otorga un lugar secundario al Poder
Judicial en su teoría de la división de poderes, ya que en consonancia con el
racionalismo imperante, la ley es entendida como formulación abstracta que
contiene en sí todas las hipótesis posibles, que de hecho puedan surgir. De este
modo, si la ley ofrece la solución a cada conflicto, se comprende que
Montesquieu nos diga que «el juez es sólo la boca que pronuncia las palabras
de la ley». Tanto el Poder Ejecutivo como el Judicial se limitaban a ejecutar y
aplicar las normas generales aprobadas por el Parlamento. Esto es una
administración "nacional" y una justicia independientemente garantizada.
A través del sistema de contrapeso entre los poderes, se aseguraba la
predominancia del órgano representativo, el Parlamento, verdadero ejecutor del
principio de la soberanía popular y órgano protagonista del siglo XIX. El poder
legislativo del Parlamento no nace sólo como generador de leyes, sino como
órgano de contrapeso político para quitarle al monarca la facultad legislativa.

1.3.c. Valores fundantes del modelo

Los valores que estaban destinados a asegurar el orden jurídico eran los derechos
individuales: la seguridad jurídica, la igualdad de los hombres frente a la ley, la
libertad, la propiedad privada y la participación de los ciudadanos en la
formación de la voluntad estatal. Así los primeros derechos reconocidos fueron
los civiles y políticos, los que formaron el eje del plexo propio del

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constitucionalismo moderno que arranca a fines del siglo XVIII y en ellos se
jerarquizan derechos individuales considerados, por la influencia de la vertiente
del iusnaturalismo clásico, innatos al hombre, que el Estado debía limitarse a
reconocer y a abstenerse de limitar.
Eran recogidos por los textos constitucionales como instrumento de defensa de
los ciudadanos frente a la omnipotencia del Estado. No se los concibió como
valores que se deben dar en las relaciones entre sujetos individuales del mismo
rango o categoría. Esta función se consideró que era propia y exclusiva del
derecho privado en general y más estrictamente del derecho civil. Entre ellos,
como sabemos la propiedad ocupa el mismo lugar que la vida, derecho inviolable
y absoluto, y que es también consecuencia de una real estructura de poder
vigente en la época, a tal punto que los códigos de la época son llamados
«códigos de los propietarios», o «códigos burgueses».
La preocupación jurídica se centra en las instituciones del derecho patrimonial,
asegurando la libre circulación de los bienes y afianzando el derecho de dominio
en cabeza de su titular, en tanto que otros derechos de las personas, no incluidos
como tales en la estructura social, como consecuencia lógica, aparecían casi
siempre regulados con insuficiencia, cuando no faltan por completo. Esta
legislación es posible, en la medida que también el concepto de propiedad toma
un cariz nuevo; muere la idea colectivista y así se propagan por Europa leyes
contra el mayorazgo, primogenitura, manos muertas o explotación colectiva.

1.3.d. Supuestos Económicos


La economía es uno de los pilares fundamentales del Estado de derecho liberal.
La economía era vista como parte integrante del todo social, las relaciones
económicas estaban ligadas al orden político y los valores políticos. Todos los
autores modernos que hablaron sobre economía, desde Locke, Mill, Hume
incluido Adam Smith y Marx, lo hacían entendiendo que el análisis económico
era valioso por lo que podía aportar al desarrollo de los principios sociales y
políticos (MacPherson, 1991).
Adam Smith publica su obra La riqueza de las naciones en 1776, y revoluciona
los conceptos económicos; su defensa del libre cambio se convierte en un ataque
directo contra la concepción mercantilista del oro y la plata como fundamento de
la riqueza nacional. Por ello expresará que: “Es el trabajo anual de cada nación
la fuente original que le proporciona la satisfacción de las necesidades y
comodidades de la vida” (Galbraith, 1989: 83).
La tierra ya no es el clivaje sobre el que se articulan las relaciones de poder, su
tenencia o producción estarán íntimamente vinculadas a una idea de
productividad general; la tierra se estaba convirtiendo en una mercancía como
cualquiera.
El eje comienza a girar sobre la idea de que el incentivo fundamental de la
actividad económica es el interés individual. Su consecución privada y
competitiva es la fuente del máximo bien público, con lo que se destruye el
postulado de toda la Edad Media; la desconfianza hacia la persona dedicada a
enriquecerse.
De Smith proviene la adhesión a la competencia como principio de todas las
sociedades capitalistas, suponiéndose que puede garantizar el mejor
funcionamiento posible de la economía. En ese marco la función que el autor le

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asigna al Estado, era también restrictiva; éste debía asegurar la libertad del
comercio interior; la gestión de la defensa común, la administración de justicia y
la construcción de las obras públicas necesarias (Galbraith, 1989).
En la teoría económica del mercado el beneficio y la propiedad de los medios de
producción son justificados en la medida en que sirven a este fin. Son
presentados como medios para un fin y no un fin en sí.
El mercado es presentado como un ámbito natural es el que juegan libremente la
oferta y la demanda, de allí que la economía tiene, supuestamente, un orden
autorregulado, y equilibrado. Consecuentemente con la idea liberal de hombre,
a ese mercado concurren individuos libres que pretenden maximizar
racionalmente sus intereses y que operan en condiciones de igualdad. El
mercado es un principio organizativo, ya que se estima que libre de obstáculos
distribuye recursos, honores, autoridad, bienes y servicios mediante un proceso
espontáneo. Esta idea de mercado como distribuidor de bienes, según el
liberalismo no es sólo una extensión de la economía, sino que se da en los
mercados intelectuales, científicos, técnicos, culturales, etc, siendo entonces el
ámbito competitivo pero esencialmente pacífico en el que se produce la vida
social. De allí que el Estado no debe inmiscuirse en este orden autorregulado, ni
ninguna otra institución pública, ya que destruyen el mundo armónico que de él
fluye.
Sin embargo, en el marco de la economía capitalista, se genera el
“individualismo de posesión” (MacPherson 1989), que según el autor consiste en
una variante del individualismo utilitarista, en el cual, los intereses del individuo
y hasta la libertad personal son articulados en el lenguaje de la propiedad. Así
se sostiene que el individuo es esencialmente propietario de su propia persona y
de sus capacidades, por las cuales nada debe a la sociedad (MacPherson 1989).
En el individualismo de posesión, el punto de partida es el individuo y la
sociedad es construida a partir del sistema de mercado, donde los individuos
persiguen sus intereses particulares y la comunidad política es el instrumento
para la protección de las condiciones externas del libre comercio de mercado, en
particular para la protección de l propiedad.
En este contexto la libertad económica sirve a las pretensiones individuales
basadas en el derecho natural, considerándose que otras fundamentaciones éticas
eran dañinas para la comunidad.
El derecho natural y la economía política se confundieron, el derecho natural del
individualismo posesivo, fue éticamente purificado por la teoría económica y
definitivamente legitimado (Kriele 1980).Gracias a esta simbiosis el liberalismo
económico se convirtió en la fuerza política más poderosa del siglo XIX, y las
críticas al mismo, no parecen en este marco opiniones discutibles, sino ataques a
las bases iusnaturalistas de la comunidad política.
Kriele (1980) analiza críticamente este proceso, y sostiene que el liberalismo
como movimiento perseguía dos objetivos: el Estado de Derecho Constitucional
y la economía de mercado. Por ello se distingue el liberalismo político cuyo fin
es el establecimiento de la división de poderes y el resguardo de los derechos
humanos, y el liberalismo económico que se ocupa de la economía de mercado.
Por lo tanto se diferencia el liberalismo constitucional del liberalismo económico.
La conexión entre economía de mercado y Estado Constitucional, sólo implica
que el Estado Constitucional, crea condiciones favorables para la economía de
mercado, sobre todo en cuanto a la seguridad jurídica y a la garantía de ciertos

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derechos, en especial de la propiedad. Pero los derechos fundamentales, si bien
favorecen a la economía de mercado pueden ser pervertidos cuando funcionan
al servicio de la economía de mercado. Esto es así, porque en el Estado
Constitucional no hay protección de derechos fundamentales para un sistema
económico, sino que hay libertades personales que pueden ser positivas para el
hombre económico, y son por eso relevantes para la economía de mercado. Así el
Estado de Derecho Constitucional debería proteger la libertad personal en
nombre de la dignidad humana no en nombre de la economía de mercado. Por eso
la economía de mercado corrompida por el individualismo de posesión, corrompe
a su vez al Estado de Derecho Constitucional. Y finalmente estima que esto ha
conducido a que el poder económico se ha hecho más poderoso que el poder
estatal, tiende a disolver el liberalismo constitucional, y ha afectado
negativamente, en altísima medida, la base de legitimidad del Estado de Derecho
Constitucional.

1.4 ESTRUCTURA DE FUNCIONAMIENTO DEL ESTADO DE


DERECHO LIBERAL

En la estructura de esta forma histórica estatal nos interesa definir la


interrelación entre sociedad y Estado.

1.4.a. La Sociedad Civil según el liberalismo

Cambia absolutamente el planteo de la relación sociedad–Estado tal como se


venía sosteniendo desde la antigüedad. Ahora la sociedad no es entendida como
un hecho natural sino como un cuerpo artificial creado por los sujetos para la
satisfacción de sus intereses, y esto en el marco de una ley natural, que establece
derechos fundamentales, de los cuales el individuo sólo puede desprenderse
respetando los límites de una renuncia acordada con todos, con lo que se asegura
una convivencia ordenada y libre.
Bobbio (1989) dirá que sin este individualismo que se asienta en toda la filosofía
que se va gestando, que implicó una verdadera “revolución copernicana”, no
hubiera sido posible el liberalismo y el modelo de Estado de derecho liberal.
Este proceso, implicó la separación de lo político frente al universalismo
religioso y feudal, pero también supuso una clara distinción entre las estructuras
normativas y burocráticas del Estado y la «sociedad civil» naciente. Esta
sociedad civil, es en un comienzo la burguesía, y sólo ella. Por eso el liberalismo,
en su significado histórico inicial, como teoría y praxis de la protección jurídica,
por medio del Estado constitucional, de la libertad individual, viene a asegurar
fundamentalmente la libertad de esta clase. La libertad está entendida como
libertad política y civil, en tanto ésta es la gran conquista del siglo XIX contra el
poder despótico y absolutista del monarca, como hemos visto con anterioridad.
Esto lleva a Constant a diferenciar la libertad de los «antiguos» de la de los
«modernos». Así dice: «....El fin de los antiguos era la distribución del poder
político entre los ciudadanos de una misma patria: ellos llamaban a esto libertad.
El fin de los modernas es la seguridad de los goces privados: ellos llaman

23
libertad a las garantías acordadas por las instituciones para esos goces »
(Bobbio, 1989:8).
La diferencia a la que Constant se refiere, radica en que los griegos desconocían
la noción positiva del individuo; no concebían al individuo como persona, como
un yo privado merecedor de respeto. Los antiguos no prestaban atención a la
libertad individual como un valor, noción que es fruto del Cristianismo,
desarrollada por el Renacimiento, por el Protestantismo y por la escuela moderna
del derecho natural (Sartori, 1989).
La burguesía fue la primera clase política y económica que exigió para sí, como
grupo social, no sólo una libertad política sino además una «libertad de la
política», concebida y proclamada como la diferenciación de funciones sociales y
roles individuales frente al cuerpo político, y ya no como se la entendía al estilo
griego: como una simbiosis a las formas éticas y racionales de la vida colectiva
(Zolo, 1994).
La libertad, entonces es el tema del siglo XIX, como lo será el de la igualdad
para el siglo XX. Por ello se trata de encontrar los medios institucionales
necesarios para asegurar este valor.
Ahora bien la idea de libertad no puede ser sino vinculada al desarrollo
económico capitalista propulsado por la propia burguesía y el monarca. De allí
que según Heller la idea de sociedad civil se vincula estrechamente con la
concepción liberal de la época que se manifiesta en ideas que informan las
instituciones en todas sus dimensiones; económicas, sociales y políticas.
A continuación, Heller nos describe cómo esas ideas se convierten en ideología, creando la ficción de
una sociedad armónica, de personas libres e iguales que viven en una sociedad equilibrada por las
fuerzas naturales de un mercado autorregulado. Así esa ficción es aún hoy legitimada por quienes
adoptaron ese proceso como su ideología. Y hacen de las ideas que informaron a la sociedad civil
burguesa, sentidas en ese momento en su lucha contra el absolutismo, el principal enmascaramiento
ideológico que encubre la sociedad civil real.
Por ello esta idea es ideología, en tanto, en lugar de hacer efectivos los ideales de
libertad e igualdad, consolida como natural la dominación de clase, basándose en
los procesos históricos que le dieron forma a la relación entre burguesía y
aquellos que prestaban su fuerza de trabajo. Así el burgués necesitó la igualdad
jurídica, que le aseguró el derecho unificado, para poder responder a la economía
de cambio, que exigía libertad y derechos subjetivos para su efectivo desarrollo.
De allí que su primer supuesto es la libertad e igualdad jurídica.
Según su idea, “o mejor su ideología” como dice Heller, los hombres son
sujetos económicos, iguales y libres, autodeterminados, responsables y
autorregulados, normas básicas de una economía de cambio, que para su
funcionamiento requiere un libre manejo de la propiedad privada y una previsión
racional en todos los aspectos. Se impone una racionalidad que abarca no sólo la
división del trabajo sino también las relaciones jurídico políticas.

1.4.b Estado-Sus funciones en relación a la sociedad civil

Todo lo antedicho permite hablar de un modelo de Estado, un Estado que, según


la teoría de los autores del liberalismo, debía ser mínimo, sólo debía intervenir
en la vida social y en el mercado, para asegurar las mínimas condiciones para
que la sociedad y la economía actuaran de acuerdo a su propio orden; que era el

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orden de la autorregulación propio de la lógica racionalista, y que coincidía con
la lógica de la autorregulación del mercado. Así el Estado se present aba como un
árbitro neutral de fuerzas autorreguladas, pero en la práctica, el Estado intervenía
constantemente manteniendo un esquema de libertades y regulaciones a favor de
la clase burguesa.
Entonces, era un Estado abstencionista, gendarme en la teoría e interventor en
la práctica.
La sociedad y el Estado eran presentados como ámbitos separados, ya que ésta
era la forma necesaria de evitar la intervención de un poder negativo en la esfera
de los individuos. Se trataba de un Estado supuestamente mínimo , con funciones
y poderes limitados, y que en la práctica significaba dejar desprotegido a los
sectores de la sociedad que no ingresaban al circuito de los intereses burgueses.
Racionalmente el Estado es justificado como el resultado de un acuerdo entre
individuos en principio libres que acuerdan en el establecimiento de relaciones
estrictamente necesarias para garantizar una convivencia duradera y pacífica.
El título del libro de Von Humboldt resume la idea más justa del modelo ideal de
Estado liberal para la época: “Ideas para un ensayo para determinar los límites
de la actividad del Estado”, límites que no eran sólo en relación a la libertad
moral y política de los individuos, sino también imprescindibles para el ámbito
de la economía.
Frecuentemente se identifica la concepción del Estado del liberalismo con la
noción de Estado «mínimo», pero este concepto de Estado «mínimo» no
presupone un Estado débil, por el contrario, el cambio fundamental que aparejó
la estructura estatal en el siglo XIX fue la constitución de su fortaleza.
Las reformas internas llevadas adelante por los países, en el marco del cambio de
la técnica y del ambiente general del siglo XIX, introduce nuevas instituciones
útiles para el incremento de su poder: la policía, la administración central, el
servicio militar obligatorio, los avances técnicos en el arte militar, los transportes
y las comunicaciones. Cuando todo esto se combinó con el crecimiento
económico de la industrialización, quedaron estados centralizadores, poderosos,
que podían resolver sin mayores complicaciones el tema del orden público.
Todo Estado ha tenido el control sobre los medios de coerción. En comparación
con otros sistemas de gobierno, el Estado del Siglo XIX construye este aspecto
mediante el fortalecimiento de su monopolio de la coerción legítima, haciéndola
técnicamente más sofisticada pero no menos sólida.
La coerción legítima se convierte en un aspecto del gobierno menos difuso,
penetrante y visible y más controlado y especializado. Así los militares y la
policía están directamente encargados de la coerción, pero las decisiones acerca
de su organización y funcionamiento y sobre su despliegue, se confieren a
órganos tales como el legislativo y el ejecutivo.
Los derechos públicos reconocidos hacen posible el disenso organizado, y la
eliminación constitucional de algunas cuestiones de la arena política, en
particular las religiosas.
Los órganos legislativos, que cumplen las funciones más relevantes constituyen
ámbitos de discusión, con reglas formales y precisas para ordenar los debates,
aunque sólo participan en ellos profesionales, empresarios y demás miembros de
la burguesía.

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Si bien el Estado decimonónico, esta constituido unitariamente, también presenta
una multiplicidad de focos, en tanto se articula en diferentes órganos y cargos,
con variadas competencias e intereses. De este modo el proceso político se
concentra y se enmarca en los numerosos nudos y empalmes de un sistema
complejo y diferenciado.
En ese contexto sectores progresivamente más amplios de la población
comienzan a participar en el proceso político, con la intención de ejercer
influencia en las decisiones y acciones propuestas, generándose así diversos
alineamientos muchos de ellos superpuestos.
A diferencia de las primeras etapas del desarrollo del Estado, en las cuales los
individuos y cuerpos reclamaban su participación apelando a sus privilegios
tradicionales, en el Estado decimonónico, se negocia y construye políticamente,
no por referencia a esas prerrogativas autónomamente sostenidas por las partes,
sino en articulación al potencial abierto del poder unitario del Estado.

2.5.c. Las discusiones públicas y las instituciones representativas

En el modelo absolutista no existía un foro de discusión y la apertura al control


público de la acción estatal. En cambio el Estado de derecho liberal
constitucional no sólo permite sino que exige el debate público y la
confrontación de opiniones. Los rasgos esenciales de este debate son la
aceptación del conflicto, pero limitado, y de las controversias reguladas.
Atento a la importancia de la discusión pública y a la relevancia del derecho, se
explica la posición central que en ese marco adquieren las instituciones
representativas.
Es en el Parlamento donde se discuten y sancionan las leyes. Representa así el
ámbito público por excelencia, no sólo como escenario de discusión sino como
sede de vitales procesos de toma de decisiones (Poggi, 1997).
Pero el Parlamento no refleja simplemente la distribución de la opinión pública,
sino que el espectro de opiniones representadas en el Parlamento es más estrecho
que el del electorado; está limitado por los compromisos y alianzas y sobre todo
por el contraste entre oficialistas y opositores, orientado por la voluntad de
formación de una mayoría.
De esta manera el Parlamento adquiere autonomía frente al público, disputa la
primacía del gobierno frente al ejecutivo, transformándose en el órgano central
del Estado.
En el Parlamento lo que interesa son las discusiones y argumentos justificativos,
aunque no lleven en forma inmediata a resultados y acuerdos. A largo plazo
contribuyen en virtud de su doble función de crear conciencia de los problemas y
de poner en tela de juicio las soluciones, a la modificación de las opiniones, aun
cuando ésta se opere lentamente.

2.5.d. La cuestión del sufragio universal

Luego de lo expuesto, podemos sostener que la extensión de los derechos


electorales, en el marco del Estado de derecho constitucional democrático,
constituye una cuestión de coherencia. Así, no eran principios ajenos al

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parlamentarismo los que exigían la extensión del voto, sino los mismos
argumentos en que se apoyaba. Entre otros podemos mencionar el principio de
mayoría articulado a la aproximación a la verdad en todo diálogo libre y abierto,
el reconocimiento de la personalidad jurídica del ciudadano, y en especial la
imposibilidad de ser neutral en el proceso de legislación; a ellos se sigue la
exigencia de extender del Parlamento a los electores la identidad entre quienes
alegan y quienes deciden. Sin embargo, la aceptación del sufragio fue precedida
de una larga resistencia de la parte del pueblo (burguesía) que perdía con esta
extensión sus privilegios.
Esta posición contraria no podía apelar simplemente a los intereses egoístas de
los privilegiados, sino que necesitaba una justificación mediante argumentos.
Originariamente, el derecho al voto dependía de la propiedad inmueble,
pertenencia a un gremio libre o pago de impuestos de cierto monto. Los no
propietarios, los asalariados y los mendigos, así como las mujeres y los menores,
estaban excluidos. Sólo el jefe de familia propietario era considerado libre, y por
lo tanto capaz de participar en las elecciones; los demás eran considerados
dependientes.
Pero las leyes afectaban a todos y no sólo a los jefes de familia propietarios. El
argumento principal a favor del sufragio universal era que todo aquel a quien
afectase la ley debía tomar parte en la decisión; y esto estaba articulado a
principios de derecho natural.
Cuando una parte del pueblo niega, por razones de intereses o de principios, el
derecho natural a otra, priva a esta última de la esperanza de que el derecho
positivo pueda progresar hacia la justicia. Se produce una confrontación entre el
derecho positivo y el derecho natural, que crea una situación revolucionaria. Por
el contrario, el reconocimiento de la pretensión iusnaturalista de tener igual
derecho electoral puede colocar al orden constitucional sobre una base de
legitimidad más amplia. De allí que este argumento contrario a la extensión del
sufragio se tornó inviable.
El más profundo y decisivo argumento contra la extensión del voto era la
protección de propietarios y contribuyentes frente al derecho a legislar de los no
propietarios y los no contribuyentes. El peor temor era que los pobres podían
establecer una dictadura como en el pasado había sucedido en Roma. Pero más
allá de estas exageraciones, el núcleo racional de la inquietud consistía en la
expectativa de una redistribución que pudiera afectar las condiciones necesarias
para la producción y el comercio (Kriele, 1980).
Es decir, se desconfiaba de la estabilidad del juicio político de aquellos que no
eran económicamente libres e independientes, y en el imaginario de la burguesía
liberal, no sabían apreciar de manera realista y positiva las condiciones del
comercio económico.
El voto universal e igualitario sólo pudo imponerse en el transcurso del período
que va desde la segunda mitad del siglo XIX a la primera del siglo XX, y eso
superando estas resistencias por el acrecentamiento de poder de las fuerzas que lo
impulsaban.
Así, desde el siglo XVII se transformaron tres condiciones que lo facilitaron. En
primer lugar, gracias a la instrucción obligatoria, los asalariados pudieron
acceder a la alfabetización, y por lo tanto conseguir la información necesaria. En
segundo lugar la revolución industrial, con su tendencia a la polarización,
promovió la autoconciencia de los asalariados y la formación de opiniones
políticas propias. Y en tercer lugar la Revolución Francesa despertó la conciencia

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pública respecto a la correlación entre la libertad y la igualdad, lo que estimuló la
lucha por el voto universal y obligatorio.
De cualquier manera la obtención del sufragio universal e igualitario fue
paulatina, y sólo referida a la ampliación del sufragio masculino, pasando por
etapas intermedias, ya que el femenino no fue considerado posible en ese
momento.
Por ejemplo en Prusia, la Constitución de 1850, que rigió hasta 1918, estableció
el voto de tres clases. Las elecciones eran universales pero no igualitarias, sino
escalonadas. Los contribuyentes de mayor cuantía tenían un tercio de los votos,
los que reunían la suma correspondiente al segundo tercio tenían otro tercio de
los votos y el resto de los electores, que constituían la amplia mayoría, el otro
tercio.

2.6. Presupuestos jurídicos-institucionales

2.6.a. Ley

Debemos entender, tal cual dijimos, cómo se concebía a la ley en este momento
histórico: como una normatividad general y abstracta, válida para un número
indeterminado de casos y por tiempo indefinido. La ley era entendida como una
formulación racional correspondiente a un orden natural de las cosas, que es
asequible al entendimiento y fundamentalmente destinada a asegurar la libertad.
Las leyes eran pocas y fundamentales, no profusas como podría pensarse por la
predominancia que adquiere el Parlamento durante el siglo XIX.
La ley significaba manifestación de la voluntad popular, al mejor estilo de
Rousseau, expresada por los representantes del pueblo. En un primer momento,
claro que significaba la expresión de la voluntad de la burguesía, pero no es
menos cierto que la mediación del Parlamento también era fruto del pensamiento
racionalista. Se entendía que por medio de la discusión racional y la deliberación
parlamentaria existía mayor certeza en la deducción de los principios obligatorios
de un orden natural, que se entendía asequible por la razón.
La idea moral que en última instancia legitima al Estado moderno es la
domesticación del poder a través de la despersonalización de su ejercicio (Poggi,
1997).
Así, cuando el poder se engendra y regula mediante leyes generales, la
posibilidad de que se ejerza arbitrariamente se minimiza; así también se
circunscribe la posibilidad de sometimiento personal en las relaciones de los
individuos en general.
La articulación del Estado moderno con el derecho es relevante y estrecha. Ya no
se lo concibe como un conjunto de reglas consuetudinarias, desarrolladas
tradicionalmente como prerrogativas o inmunidades tradicionales sostenidas
corporativamente; tampoco como la expresión de principios de justicia que se
basan en la voluntad de Dios o los dictados de la «Naturaleza», a los cuales
simplemente se espera que el Estado ajuste su orden jurídico.
A diferencia de todo esto, el Estado de derecho está constituido por un conjunto
de leyes con validez y vigencia. Es derecho positivo, conformado y validado por
él mismo en ejercicio de su soberanía, que implica decisiones públicas,
documentadas y promulgadas.

28
Dentro del sistema de gobierno el derecho es el modo habitual de su expresión,
su lenguaje mismo, el medio esencial de su actividad.
El Estado está constituido y funciona como una organización formal; dentro de él,
los individuos y sus decisiones representan y actualizan las competencias y
facultades de órganos y cargos. A estos fines se requiere la sanción de normas
generales que establezcan y regulen dichas competencias y facultades. Así, el
Estado se preocupa constantemente por la coordinación y dirección de sus
propios actos a través de ese tipo de mecanismos. Como efecto de este proceso se
produce la sanción de un vasto cuerpo de derecho público.
Siguiendo a Heller el derecho es técnicamente (no políticamente) la forma más
acabada de dominación, ya que hace posible, específicamente y a largo plazo, la
más precisa y efectiva orientación y ordenamiento de la actividad política y el
cálculo y la imputación más seguros de la conducta que constituye y actualiza el
poder del Estado.
La otra dimensión del orden jurídico, el derecho privado, no da directivas para el
funcionamiento de los órganos estatales, sino que más bien fija marcos para la
actividad autónoma de individuos que procuran satisfacer sus intereses privados.
Pero también al tomar esas disposiciones el Estado establece qué intereses son
dignos de apoyo, y en qué condiciones puede procurarse la satisfacción de esos
intereses, como así también las consecuencias que se derivan de las transacciones
de ese tipo. El Estado también fija los deberes y las prerrogativas que surgen de
la propiedad de bienes y otros derechos, o del posicionamiento en roles de
parentesco.
Así, en tanto se cumplan las condiciones fijadas en términos generales por las
leyes, se dice que los individuos tienen derechos, deberes y obligaciones y deben
someterse a determinadas modificaciones en sus relaciones mutuas.
Pero si todo derecho positivo es modificable, siempre es posible que la nueva
legislación destruya derechos establecidos o perturbe a sus poseedores en su uso.
Para evitarlo, ciertos principios legales sustantivos se establecen en una posición
legal más elevada, como normas «constitucionales», negándose validez a las
normas que se les opongan.
Por otra parte, los ciudadanos gozan de derechos en la esfera pública, del mismo
modo que en la privada, y los órganos estatales tienen prohibido atentar contra
esos derechos. El ciudadano está sometido al poder del Estado, pero de una
manera limitada, y posee la garantía de sus derechos frente a cualquier intento de
abuso del poder.

2.6.b. Constitucionalismo liberal

Se designa así, según sostuvimos, al movimiento filosófico-histórico y político


de los siglos XVIII y XIX tendiente a delimitar claramente las relaciones entre el
hombre y el Estado, sus derechos y obligaciones recíprocas, y a fijarlas en un
documento escrito que asegurara su vigencia por medio de adecuadas garantías.
El constitucionalismo tiene varias etapas:

1. Constitucionalismo liberal:
1.a. Las constituciones liberales censitarias: que según Rosetti (1983) se
desarrollan en tres períodos:
a. Génesis (Edad Media -orígenes- y Edad Moderna);
b. Afirmación (constituciones de Estados Unidos);

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c. Difusión (Revolución Francesa).
1.b. Las constituciones pactadas: hasta mediados del siglo XIX.
1.c. Las constituciones que inauguran la democracia y el parlamentarismo:
segunda mitad del siglo XIX.

2. Constitucionalismo social: (7)


2.a. Post primera guerra mundial;
2.b. Post segunda guerra mundial.

La génesis del constitucionalismo liberal: Los primeros textos que marcan una
cierta protección de derechos considerados como fundamentales son las cartas o
fueros de la Edad Media, que constituyen concesiones otorgadas por los
soberanos a determinadas personas o grupos, emanadas unilateralmente de la
voluntad de los monarcas sin que haya intervención legislativa del pueblo, y que
tienen como destinatarios exclusivamente a los hombres libres. Así, encontramos
la Carta Magna de Inglaterra de 1215, que establece en su art. 48: «Nadie podrá
ser aprisionado, arrestado ni desposeído de sus bienes, costumbres y libertades,
sino en virtud del juicio de sus pares según la ley del país», que constituye un
antecedente del habeas corpus.
En España se menciona el Fuero de Aragón de 1283, que fue la ley suprema a la
que el mismo monarca debía obediencia, existiendo, aunque en forma
rudimentaria, un contralor de constitucionalidad a cargo del funcionario.
Las declaraciones de derechos posteriores a este período, ya en la Edad Moderna,
por el contrario, eran sancionadas por los representantes del pueblo, superándose
el carácter de concesión unilateral. Se dan específicamente en el mundo
anglosajón y constituyen el antecedente más específico de los documentos
constitucionales. Se destacan en Inglaterra el Instrument of Government de 1653,
que fue la primera ley suprema y la única constitución escrita que conoce el
mundo inglés; y el Bill of rights de 1689, que fue un pacto entre Guillermo de
Orange y el pueblo, representado en el Parlamento.

La etapa de afirmación del constitucionalismo: corresponde a las constituciones


de los Estados norteamericanos en los siglos XVII y XVIII, que son las
constituciones escritas más antiguas que se conocen en el sentido que se da hoy a
este vocablo. Se cita como la más significativa la del Estado de Virginia de 1776,
formulada y aprobada por los representantes del pueblo reunidos en asamblea,
que es considerado como único soberano.
La unidad del gobierno central y el establecimiento de la concepción del imperio
de la ley, así como de la soberanía popular, se establecen definitivamente en la
Constitución de los Estados Unidos en 1787, que puede considerarse el punto
inicial del auténtico constitucionalismo. Esta Constitución aparece como el
resultado de la adhesión de los constituyentes a la democracia y su
convencimiento sobre la superioridad de los documentos escritos (Rosetti, 1983)
Este instrumento regulador del poder fue en su aspecto jurídico el iniciador de
muchos otros de América. Así, fue el primero que:
a) Instauró un sistema bicameral, en el cual una cámara representaba la soberanía
de la Nación como un todo y la otra la autonomía de los Estados federados.
b) Estableció un Poder Ejecutivo unipersonal, con periodicidad del mandato y
elegido por los representantes del pueblo.

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c) Organizó un sistema federal en el cual las provincias conservan todo el poder
no delegado al gobierno central.
d) Abrió la posibilidad para que posteriormente se estableciera el control judicial
de la constitucionalidad de las normas, que puede ejercer cualquier órgano de
dicho poder.
Posteriormente, entre los años 1789 y 1791, se sancionaron las diez primeras
enmiendas, que incluían los derechos de los ciudadanos y que constituían la parte
dogmática de la Constitución.
Las etapas anteriores conducen a la formalización del sistema político liberal en
términos del Estado de derecho, proceso que se realiza tras la difusión durante
todo el siglo XIX del ideario político de la Revolución Francesa, y que impl icó el
afianzamiento del constitucionalismo y su difusión en Europa.
Esta revolución de la burguesía marca el fin del ciclo absolutista y el principio de
los regímenes liberales, así como desde el punto de vista social establece el paso
de la sociedad estamental a la clasista.
Siguiendo a Rosetti, se destaca que en la Asamblea Constituyente se presentaron
dos tendencias: la de considerar a la Constitución como instrumento de soberanía
de la Nación y la de que sirviera como un elemento de reforma de la monarquía
protegiendo a los ciudadanos del despotismo. Triunfó la primera tendencia, y esta
teoría de la constitución adoptada en la Asamblea Constituyente signó la
introducción al Estado de derecho.
Así, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aprobada
por la Asamblea Constituyente en 1789, dada por los «Representantes del pueblo
francés constituido en Asamblea Nacional», se establecen los principios sobre los
cuales se asienta todo Estado de derecho: «La sociedad en que la garantía de los
derechos no está asegurada ni la separación de poderes determinada carece de
Constitución» (art. 16). Es decir que hacen falta condiciones para constituirse en
Estado de derecho: división de poderes, garantía de los derechos fundamentales,
imperio de la ley, soberanía popular.
Las disposiciones más importantes que constituyen la base ideológica del ideario
de la revolución son:
- El objeto de toda asociación política es la conservación de los derechos del
hombre.
- La libertad consiste en hacer todo lo que no perjudique a otro.
- Los límites a la libertad sólo pueden provenir de la ley.
- Debido proceso legal.
- Libertad de expresión y conciencia.
- Repartición proporcional de las cargas públicas.
- La propiedad es un derecho inviolable y sagrado.

Las características principales de estas constituciones en Europa es que


establecen una nueva distribución del poder, suprimen el poder absoluto del
monarca y lo distribuyen entre el propio rey, el Parlamento y los jueces. Se
constituye la llamada monarquía constitucional.

Más allá de las diferencias entre los distintos países, en general el rey dirige el
gobierno, la administración civil y el ejército, y el Parlamento aprueba los
impuestos y elabora las leyes, que precisan la sanción del rey.
Desde el punto de vista social la burguesía también adquiere poder: primero,
porque en las nuevas constituciones se receptan los derechos fundamentales, que

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son libertades civiles articuladas en torno a la idea de la libertad y la propiedad
privada como derechos naturales, lo que beneficia directamente a la burguesía.
Por otra parte porque el Parlamento, al menos en una de sus cámaras, se
configura como representación directa de esta clase social, ya que sólo pueden
elegir representantes en el Parlamento los propietarios a partir de un cierto nivel
de riqueza. Esto hizo que sólo poseyera derecho a voto un 2 o 3% de la población.
Las constituciones creadas con posterioridad a la Revolución Francesa receptaron
en general los principios del ideario de la revolución, aunque asumiendo distintas
variantes; la primera Carta constitucional aparecida en Europa fue la francesa de
1791, que sirvió de modelo a la española (1812), la noruega (1814), la
portuguesa (1822) y la belga (1831).
La característica de la época fue que las constituciones iban reformándose
constantemente, perfeccionándose y sirviendo de antecedentes para otras
reformas o el dictado de nuevas constituciones en otros países (8).

Las constituciones pactadas son post-Revolución Francesa en tanto corresponden


a un momento en que se cuestiona la innovación radical que había significado la
constitución y se proclama una vuelta a las tradiciones (Burke). Así, en nombre
de la legitimidad tradicional de la monarquía, se acuerda con el Parlamento un
reforzamiento del poder del rey. Se da en algunos países: en algunos Estados
alemanes e italianos, la Carta francesa de 1814, la de España de 1834.

Las constituciones que inauguran la democracia y el parlamentarismo: Se refiere


a las manifestaciones jurídicas surgidas después de los movimientos obreros y
sociales por la extensión del sufragio y otros derechos sindicales y laborales que
se dan en forma generalizada en la segunda mitad del siglo XIX. Al mismo
tiempo se cuestionan los poderes del rey y se aumenta el del Parlamento. Gran
Bretaña, Suecia, Noruega y Dinamarca progresivamente van reformando sus
constituciones, pero también se generaliza la idea de una interpretación y una
práctica diferentes de la constitución, más acordes a estas nuevas tendencias.
Claro que esto no sucede en todas las naciones ni de manera lineal, puesto que en
otros países la democratización se va realizando de manera más lenta y resistida,
como en Italia, Francia, España, etcétera.
Desde un punto de vista de los derechos fundamentales, Habermas (1967 ) realiza
una clasificación de los derechos que las constituciones del siglo XIX atribuyen
más frecuentemente al individuo:
1. Derechos correspondientes a la esfera del público razonable o racional: estos
son libertad de expresión, de opinión, de reunión y de asociación.
2. Derechos articulados con las prerrogativas políticas de los individuos:
derechos electorales, derechos de petición, etcétera.
3. Derechos que constituyen el status de un individuo como persona libre:
inviolabilidad de su residencia, su correspondencia y prohibiciones de todo lo
que atente contra su libertad.
4. Derechos referentes a las transacciones de poseedores de propiedad privada en
la esfera de la sociedad civil: igualdad ante la ley, protección de la propiedad
privada, protección de los derechos de herencia, etcétera.
Existía la preocupación, en el pensamiento liberal, de que el derecho positivo
entrañara una posibilidad de mutabilidad peligrosa para los derechos
«inviolables». Para enfrentar este dilema, los teóricos y juristas plantearon varios
artificios, por ejemplo la existencia de un derecho natural por encima y anterior

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al derecho positivo, o interpretaciones político-institucionales que apelaban al
contrato social.
Sin embargo estas propuestas, ya en el siglo XIX, se contraponían al enfoque
predominantemente secular que el positivismo legal había celebrado como una
victoria sobre las doctrinas de derecho natural y el contrato social, que además
podían hacer surgir tendencias igualitarias, que la burguesía consideraba
inconvenientes.
Por ello la base legitimatoria del Estado de derecho constitucional liberal es legal
racional, articulada a la despersonalización del ejercicio del poder, que en la
tradición de la cultura occidental posee efectivamente una significación moral
distintiva, y constituye una verdadera aunque débil fuerza legitimadora.
También en esa instancia de legitimidad es de la tradición del Estado de derecho
liberal la apelación a que, como decisión que surge de la confrontación pública
de opiniones en un debate libre y abierto, el derecho se aproxima a ser un
producto de la razón más que de la voluntad.
Las constituciones de la época, que como dijimos configurarán el instrumento
organizador del Estado de derecho, contienen:
1. Primacía de la ley que regula toda actividad estatal, tanto en la esfera ejecutiva
como en la jurisdiccional: entiéndase ley en sentido formal, o sea elaborada por
los órganos legislativos del Estado; en las democracias liberales, por el
Parlamento. Los ciudadanos son iguales, formalmente, ante la ley.
2. Un sistema jerárquico de normas que realiza la seguridad jurídica y que se
concreta en el rango diverso de las distintas normas y en su correspondiente
ámbito de validez.
3. Legalidad de la administración, estableciéndose el sistema de recursos
correspondientes.
4. Separación de poderes como garantía de la libertad o freno de posibles abusos.
Esta separación se interpreta de maneras distintas y es receptada con modalidades
diferentes en las primeras constituciones.
5. Reconocimiento de la personalidad jurídica del Estado, que mantiene
relaciones jurídicas con los ciudadanos.
6. Reconocimiento y garantía de los derechos fundamentales que se incorporan al
orden constitucional.
7. En algunos casos, control de constitucionalidad de las leyes como garantía
frente al despotismo del Legislativo. Este control se efectúa de distintas maneras.

Gradas del desarrollo del Estado de derecho


Según Kriele (1980), existe una serie lógica de gradas del Estado de derecho
constitucional liberal que se pueden caracterizar esquemáticamente:
1. Estado de legalidad formal, que implica el funcionamiento estatal mediante
regulaciones generales y abstractas, sancionadas por medio de procedimientos
determinados y publicitados, legalidad de la administración y competencia s
determinadas.
2. Estado de derecho material, que asegura las garantías de la justicia material y
de la libertad; comprende la obligación del legislador de respetar los derechos
fundamentales, la interpretación de las leyes formales conforme a criterios d e
justicia. Vinculaciones entre la legitimidad y la legalidad (9).
3. Estado de derecho procesal, que implica el control judicial de la juridicidad
formal y material, resguardo de los principios del procedimiento legal, del juez
legal y de la presunción de inocencia.

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4. Estado constitucional con división de poderes, que implica división
institucional entre el poder legislativo y el ejecutivo, la independencia del poder
judicial y un sistema de limitaciones mutuas de los poderes para lograr la
cooperación y el control al servicio de las garantías de la juridicidad formal y
material.
5. Estado constitucional parlamentario, que implica prerrogativas del Parlamento
originadas en elecciones periódicas, en especial el derecho de legislar y la
prioridad de la ley parlamentaria. También el derecho de dictar el presupuesto,
así como el control y eventualmente la elección del gobierno. (Esto está sobre
todo dirigido al sistema parlamentario más que al presidencialista, que son
formas de gobierno propias del Estado de derecho. Pero la relevancia del poder
legislativo como órgano supremo de debate y legislación se extiende a ambos
modelos).
Se trata de una secuencia lógica y no histórica, ya que es en el transcurso de la
historia constitucional, aunque en distintos momentos, en los diferentes Estados,
que se habrían reconocido y desarrollado las distintas gradas del Estado de
derecho.

2.7. Contradicciones del funcionamiento del Estado de derecho liberal

Hablamos de un proceso que comienza en el siglo XIX y que es superado


específicamente después de las dos guerras mundiales, cuando se generaliza el
modelo del Estado de bienestar o Estado social de derecho, que produce un viraje
profundo en las relaciones estatales-societales.
Desde la aparición de los primeros modelos de Estado liberal hasta ese momento,
la historia del mundo entero cambia, las concepciones que habían dado vida al
Estado liberal son puestas en duda y superadas en ámbitos relevantes para el
hombre. Pero este es un proceso, y como tal se va gestando paulati namente, a tal
punto que podemos decir que incluso concomitantemente con la implementación
del Estado liberal van surgiendo aquellas fuerzas que lo modificarían en aspectos
esenciales.
Y es que el Estado liberal que hemos descripto no fluye pacíficamente, sino que,
por el contrario, lo hace en el marco de profundas y constantes revoluciones que
cuestionan sus modalidades esenciales.
Este modelo de Estado presenta, a decir de Elías Díaz (1983), la primigenia
contradicción en sus postulados de formación. En efecto, en la Declaración de
1789 se establece la propiedad como «derecho inviolable y sagrado» (art. 17) y
esto apareja en la práctica una limitación de los derechos civiles, específicamente
los derechos electorales. Los ciudadanos serán divididos en activos y pasivos en
razón de su contribución tributaria, tomando como base impositiva la propiedad
privada, y sólo los primeros (propietarios contribuyentes) formarán parte del
cuerpo electoral.
Por ello la lucha por la extensión del sufragio será el fin más ambicionado de la
última mitad del siglo XIX, pero no debemos entender que el hombre de la época
aspira a la extensión del sufragio sólo como una conquista política, sino que
también representaba las aspiraciones de una naciente clase, de reconocimiento
de derechos sociales concretos como, por ejemplo, la reducción de la jornada
laboral.

34
Según Briggs (1989), durante el siglo XIX los gobernantes de los países donde se
generaliza el modelo de Estado pierden importancia al lado de la trascendencia y
rapidez de los cambios, aun en el caso de aquellos que fueron símbolos de
continuidad: Victoria en Inglaterra (1873-1901), Francisco José en Viena en el
trono de los Habsburgo en 1848. Otros pasaron a la historia como partícipes más
directos de los grandes cambios de Europa: Napoleón en Francia, Bismarck en
Alemania.
Y es que si bien la aplicación del Estado de derecho liberal adquiere diferencias
en razón de los contextos geográficos, hay un hecho que universaliza el proceso:
la aparición de los movimientos obreros, cuyo motor principal es la Revolución
Industrial (9), que tuvo lugar en Inglaterra y en el sur de Escocia durante el
último tercio del siglo XVIII, cuyas principales reivindicaciones están
relacionadas con el mundo laboral y que ve en el derecho de asociación y en la
extensión del sufragio las armas para la obtención de las mejoras sociales.
A inicios del siglo, esta industrialización generó profundas reacciones,
fundamentalmente del artesanado, que fueron los primeros antecedentes de los
movimientos obreros. Cabe decir que discusiones sobre salarios y horarios
laborales existieron ya en la época de la manufactura y por ellas llegaron los
obreros a conocer el contraste social de intereses entre ellos y sus patronos. Pero
ahora la maquinaria competía como medio de trabajo con los trabajadores
mismos. De ahí que la primera reacción del trabajador apuntase a la destrucción
de la máquina (11).
Es que la ausencia de toda regulación estatal de las condiciones de trabajo dará
lugar a una explotación inimaginable en la actualidad. Quienes no poseen otra
cosa que su propia fuerza laboral estarán obligados a venderla en las condiciones
fijadas por un mercado guiado solamente por la lógica del beneficio. A su vez
existe una mano de obra abundante, producto del abandono de los campos que
hacen los hombres y una reducción de puestos de trabajo por el establecimiento
de las máquinas.
Esta mano de obra que alimenta las fábricas, de hecho más mujeres y niños que
hombres, tuvo que aprender una nueva disciplina, ya que era algo más que una
simple mano de obra empleada por los fabricantes. Desarrolló su propia
conciencia y finalmente sus propias instituciones como clase trabajadora. Este
término era tan nuevo como el fenómeno en sí, lo mismo que el uso de la palabra
«industria» para referirse a un sector de la economía (Briggs, 1989).
Los diferentes procesos nacionales de industrialización le imprimieron ritmos
distintos al desarrollo de la clase obrera continental. Al mismo tiempo va
solidificándose una teoría que provee de motivos para el protagonismo político y
social de los trabajadores: el socialismo, que alcanzará su fundamentación
científica con Marx.
Su obra Manifiesto comunista es publicada en 1848, año de la gran revolución,
cuyo eje es París. «Marx, movido por una comprensible impaciencia
revolucionaria, cree ver ya en 1848 una situación madura para la revolución
proletaria, interpretando las crisis periódicas -los ciclos cortos de siete-diez
años- como síntomas de que las fuerzas productivas han crecido espoleadas por
el capitalismo hasta el punto de entrar en conflicto con las relaciones de
producción capitalistas. La oleada revolucionaria que recorre Europa en 1848 le
parece así el ensayo general de la revolución proletaria que ha de poner fin a la
existencia del capitalismo una vez que éste ha cumplido su papel histórico»
(Paramio, 1989:75).

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Ahora bien, no debemos identificar al movimiento obrero con el socialismo; este
último apoya ideológicamente un proceso que se gesta tiempo antes. El
movimiento obrero nace naturalmente como resistencia al capitalismo industrial.
Por todas partes donde éste se instala, al desposeer y esclavizar las masas obreras,
las concentra y agrupa en grandes empresas y en ciudades industriales.
La forma primitiva del movimiento obrero es la forma puramente económica, la
lucha por los salarios y la duración de la jornada de trabajo. Esta lucha no reviste
en un principio más que la forma de simples explosiones desesperadas, de
revueltas espontáneas, aunque las organizaciones corporativas no tardan en darle
formas superiores. Después se añade la lucha política, en la cual el sufragio
universal aparece como uno de los objetivos principales, tanto en Francia como
en Inglaterra, y que en esta última provocó, ya antes de 1840, la constitución de
un partido: el de los cartistas (12) .
La primigenia respuesta de la burguesía a las demandas de la clase obrera fue la
represión. Ya en el siglo XVIII el reglamento gremial del Sacro Imperio Romano
había fijado por derecho común la prohibición de asociación de los oficiales
artesanos, como ya era natural en casi todos los estados europeos. Tanto a los
representantes del derecho natural racionalista como a los de la economía liberal
clásica les parecía una extensión lógica de la libertad limitar esta unión de
«intereses especiales», cuyo poder podría obstaculizar la libertad de los demás.
De allí que lo primero por lo que brega el obrero es por la legalidad del derecho
de asociación.
Si bien en su fase primaria el movimiento obrero había surgido en Inglaterra,
pronto siguió en Francia y en Alemania por caminos paralelos. En los años
sucesivos a la década del treinta se suceden los conflictos, fundamentalmente en
Inglaterra, país de industrialización más acabada, en relación a Francia y a Italia,
de modo que los triunfos obtenidos por éstos entre 1830 y 1848 sirven de meta
para el resto de los obreros de Europa.
Si bien la represión es la devolución a los reclamos de los trabajadores, los
obreros ingleses aportan la prueba concreta sobre la posibilidad de obligar al
poder público a intervenciones político-sociales, de obtener concesiones con la
lucha sindical directa (ampliación del derecho del voto, leyes de regulación de
horas laborales, liberalización del derecho de asociación). El punto culminante se
alcanzó durante la ola revolucionaria que, provocada por la crisis de 1847, incendió toda Europa
y se transmitió al resto de los movimientos obreros (13) .
Desde el punto de vista económico, Paramio considera que la derrota de las
revoluciones de 1848 abre paso a una onda larga de acumulación que se prolonga
hasta 1873. Esta se caracteriza por una expansión masiva del mercado mundial
como efecto de la generación del proceso de industrialización y de la extensión
de la construcción de ferrocarriles a toda Europa. Así se produce un aumento
importante de la tasa de ganancia, como consecuencia de la penetración de la
maquinaria, que significa un abaratamiento global del capital constante.
Si tras las revoluciones de 1848 la respuesta de los gobernantes fue la represión
de las organizaciones de la clase obrera, en los años sesenta se genera una
flexibilización que beneficia la reorganización obrera. En ese marco, sólo
lentamente y envuelta en contradicciones pudieron desarrollarse una concepción
y una acción independiente del movimiento obrero (Abendroth, 1970).
A esto contribuyen las múltiples asociaciones generales obreras que se van
erigiendo en toda Europa y la extensión de la socialdemocracia como
coadyuvante de la lucha política.

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La formación de los grandes partidos políticos de la clase obrera comienza
también en este siglo: Lasalle funda en Alemania en 1863 la Asociación General
de Trabajadores Alemanes. En 1869 se funda el Partido Socialdemócrata, obra de
Bebel y Liebknecht. Esto luego da origen, en 1875, al Partido Socialdemócrata
formado mediante la unión de los partidarios de Marx con los seguidores de
Lasalle. En Francia, un grupo de seguidores de Proudhon presentó candidatos de
la clase obrera a las elecciones legislativas de 1863.
La Asociación Internacional del Trabajo de 1864, cuyo dirigente más importante
fue Karl Marx, logra convertirse en la representante de casi todas las
organizaciones independientes del movimiento obrero en Europa e inducirlas a
una amplia colaboración y a la discusión de sus objetivos y su estrategia.
Después de 1848, y a pesar del fracaso de la revolución de París, las revoluciones
se extienden por Europa en procura de intervenciones estatales, logrando
conquistas sociales que supondrán cambios notables en la estructura del Estado
liberal. A modo de ejemplo: en Austria las manifestaciones de 1869 obtienen el
derecho de asociación; en Hungría sucede lo mismo en 1880. En Francia recién
en 1894 se obtiene del Estado una amplia ley de seguridad social para los
mineros, y en 1898 una ley de protección contra accidentes. En Italia, de
industrialización más tardía, recién en 1894 obtienen la concesión del
renunciamiento de la represión militar contra las huelgas. En Inglaterra, en 1847
se aprueba la reducción de horas de trabajo a diez.
Durante el decenio de 1880, las asociaciones obreras de casi todas las naciones
europeas crecieron en números de afiliados y en buena organización. A fines del
siglo el sindicalismo estaba lo suficientemente organizado como para hacer de las
huelgas un arma más eficaz que en ninguna otra época anterior; por ello se
cambian los métodos de lucha, de las manifestaciones a una acción organizada,
que incluso tenía como fin colocar las fábricas bajo el control directo de los
trabajadores.
En relación a la extensión del sufragio, objetivo liminar de las luchas, debemos
decir que no era tan absolutamente resistida por los grandes gobernantes de la
época. Napoleón III en Francia y Bismarck en Alemania propugnan cambios en
este sentido.
Joll (1989) sostiene que para estos gobernantes la concesión del sufragio fue otra
estrategia política; utilizarla como arma para destruir a los liberales de las
ciudades que se oponían a sus gobiernos. Así a través del sufragio universal, en
estos países predominantemente rurales y agrícolas -a pesar del crecimiento de la
industria y el comercio- siempre cabía la esperanza de poder utilizar a un
campesinado fundamentalmente conservador para superar el número de votos de
los reformadores pequeño-burgueses de las ciudades.
En consecuencia, en 1866 el sufragio universal fue la base para la constitución de
la Confederación del Norte de Alemania, y en 1870 para el Imperio Alemán,
creado después de la victoria sobre Francia. En Inglaterra, tierra de las liber tades
políticas, es donde se obtiene la ampliación del número de votantes masculinos
ya en 1867 y en 1884.
Resultado de esta última medida fue que la Cámara de los Comunes se elegiría
sobre una amplia base de sufragio universal masculino, aunque todavía se negaba
el acceso a los colegios electorales a dos de cada cinco varones ingleses adultos,
y tendría que llegar el siglo XX para que algunas naciones de Europa
considerasen que el sufragio universal incluía a las mujeres lo mismo que a los
hombres (Joll, 1989).

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Más allá de las intenciones de los gobernantes en cuanto a la extensión de los
derechos electorales, al reconocerlos como derechos deben incorporarlos en sus
ofertas electorales, ya que comienzan a constituir la base de legitimidad de los
gobiernos. Pero lo que es más importante es que su reconocimiento como
derechos tiene una lógica inevitable potenciadora de otros derechos.
Desde el punto de vista económico, a partir de 1874 y hasta 1893 tiene lugar una
onda larga de estancamiento relativo, que recibe el nombre de «gran depresión»,
disminuyendo la tasa de ganancia. Pero esto no implicó un hundimiento del nivel
de vida de la clase obrera, como sí ocurrió con la crisis del año 1930, sino que
por el contrario significó un crecimiento en calidad de vida. Paramio explica esta
paradoja: en esa época el liberalismo competitivo estaba en su apogeo: de allí
que frente a la caída de la tasa de ganancia los capitalistas reaccionan bajando los
precios, y no los salarios, con el fin de ganar mayor espacio en el m ercado.
Además en ese momento las posibilidades de emigración, factor muy importante,
evitan una excesiva competición en el mercado de trabajo, con lo que no hay una
excesiva oferta que pueda abaratar su costo.
El cuarto de siglo que transcurrió hasta la Primera Guerra Mundial se caracterizó
por un nuevo florecimiento industrial. Esta es otra onda larga de crecimiento, de
1894 a 1914, que significó años de prosperidad. En todos los países ya
conquistados por la industrialización aumentó el producto social; los países no
industrializados o escasamente industrializados, como Italia, fueron incorporados
al desarrollo capitalista, y la aparición de industrias nuevas (la química y la
industria eléctrica) aparejó cambios en la técnica de producción, con lo que
creció asombrosamente el número de obreros en el mundo.
La anterior crisis produjo el nacimiento de los monopolios y una incipiente
interdependencia económica al completarse la competencia intercapitalista con
una forma de competitividad entre los Estados capitalistas, generándose lo que
Marx había predicho: el desarrollo hacia la concentración y centralización del
capital. Esta época se caracteriza por una expansión acelerada del mercado
mundial en Asia, África y Oceanía. El hecho es que el capitalismo competitivo
liberal del período anterior a 1890 tuvo que dejar lugar, de un modo
sorprendentemente rápido, al moderno capitalismo monopólico, en el cual el
mercado libre sólo tenía una función secundaria.
Si Gran Bretaña estuvo a la cabeza de la industrialización en la primera mitad del
siglo, en la segunda mitad brillaría Alemania, después de la unificación realizada
por Bismarck en 1870, convirtiéndose en un polo importantísimo, al cual le
siguieron Estados Unidos y Japón. La industrialización en Alemania y Japón se
desarrolló en un marco distinto de la«clásica» revolución británica. Es
importante destacarlo, en tanto aparecen cambios en la concepción del Estado y
las funciones que éste debía cumplir. En efecto, implicó el direccionamiento del
Estado desde un primer momento, mediante el empleo de una política monetaria,
fiscal y educativa claramente planificada, acompañada en el caso de Alemania de
medidas anti socialistas, a fin de impedir la hegemonía del Partido Socialista
Demócrata (Briggs, 1989).
A fines del siglo XIX se advertían indicios, por toda Europa, de que el Estado no
podía ser sólo el«guardián» de la propiedad privada, sino que se esperaba de él
que cuidara directamente del bienestar de los ciudadanos. Así se cita a Bismarck,
en Alemania, quien acompañaría sus medidas anti socialistas con un gran
programa de seguridad social. La idea del Estado paternalista era más típica de
una tradición alemana que del resto de los países europeos. Fichte y Hegel hab ían

38
enseñado que el Estado era algo más que la suma de sus ciudadanos. Además, la
legislación de Bismarck fue apoyada y comentada por estudios sociales, ciertos
grupos de intelectuales y economistas académicos preocupados por establecer
estudios científicos de las leyes de la economía como base para una legislación
de reformas sociales.
En Inglaterra, donde las doctrinas liberales del laissez faire de la Escuela de
Manchester habían sido consideradas en general como axiomáticas, también son
puestas en duda en la década de 1880. La evolución de Joseph Chamberlain,
famoso estadista, reorganizador del liberalismo británico, de la política de libre
comercio a la política proteccionista aduanera y colonial, era un símbolo exacto
de las transformaciones estructurales de todo el mundo capitalista (Abendroth,
1970).
El Partido Liberal británico propone medidas impositivas, muy tímidamente a
fines del siglo, discriminadas para los de mayor riqueza adquisitiva en favor de
los menos favorecidos. Cabe destacar que en Inglaterra el grupo de intelectuales
que promueve las grandes reformas es la Sociedad Fabiana, que a partir de 1884
(14) brega por, y de hecho realiza, estudios científicos sobre las necesidades
sociales.
A pesar de las reformas laborales y de las intervenciones político-sociales de los
gobiernos, existían zonas que aún no habían sido alcanzadas por ningún tipo de
reformas; éstas eran las relacionadas con la propiedad privada, particularmente la
vivienda urbana. A fines del siglo XIX buena parte de la poblaci ón industrial
seguía viviendo todavía en condiciones infrahumanas.
Si el último cuarto de siglo implicó un lento y gradual avance para la clase
trabajadora, no hay duda de que la vida para las clases acomodadas de Europa era
físicamente más cómoda que nunca y ofrecía posibilidades de elección. El
contraste con la calidad de vida de los trabajadores era todavía muy grande a
fines del siglo; sólo los privilegiados podían aprovechar los frutos domésticos de
la nueva industria y los grandes descubrimientos.
Desde 1900 hasta la Primera Guerra Mundial se advierte el proceso que
mencionamos anteriormente, el cambio del Estado liberal-democrático al
democrático liberal. En uno de sus aspectos esto se verifica a través de las
demandas de extensión de sufragio universal y gobierno representativo, que
tenían cada vez más éxito, y que en esta época ya dejan de ser revolucionarias,
pasando a formar parte de la ortodoxia política.
En Rusia, bastión más intransigente a los cambios, la revolución de 1905 llevó al
establecimiento, por primera vez, de un Parlamento nacional y un aparente
constitucionalismo. De igual manera se asiste a una aceptación generalizada de
las formas de gobierno parlamentarias en España e Italia.
En Francia se asiste a una verdadera predominancia del Legislativo como órgano
supremo de decisión y representación; éste fija su posición de preponderancia
ante el Ejecutivo cuando tras la caída de Napoleón III se opone a todo gobernante
que quisiera arrogarse la facultad de imponer sus designios o disolver al
Parlamento como forma de control.
En Gran Bretaña, la discusión democratizadora no se genera por la
predominancia del Parlamento sobre el Ejecutivo (esta es una historia
perteneciente en este país al siglo XVIII), sino que los cuestionamientos son al
interior de la propia Cámara. La Cámara de los Lores se convirtió en un
importante problema político en los primeros años del siglo XX, en tanto una
cámara compuesta por miembros de una aristocracia hereditaria parecía un

39
desafío directo a los principios del liberalismo y a una constitución bas ada en el
sufragio universal. Luego de múltiples choques entre las cámaras, en 1911 se
dicta el Parliament Act, que limitó severamente los poderes de los Lores,
suprimiendo el veto absoluto que podían ejercer contra la legislación aprobada
por los Comunes y recortando sus poderes para retrasarla (Joll, 1989).
Alemania, paradójicamente, en tanto cuna del socialismo, en esta época queda
rezagada en cuanto a la democratización. Esto se verifica en leyes electorales
restringidas, pero fundamentalmente en que la principal autoridad ejecutiva del
Imperio, el canciller imperial (que era también, en la práctica, el primer ministro
de Prusia) no era responsable ante el Parlamento ni éste podía destituirle; sólo
debía obediencia al emperador.
Italia es otro caso de restricción democrática, donde parecía patente la debilidad
del sistema liberal, y las críticas a éste recibieron una expresión, tanto en la
teoría como en la práctica. El Parlamento era atacado constantemente, las luchas
políticas internas minaban su poder y la presión de los grupos de interés era
considerablemente destructiva de la discusión en el Parlamento. El sufragio era
sumamente restrictivo; aun en 1912 se exigía ser propietario y saber leer y
escribir para poder votar (15).
En resumen, bajo la presión de los movimientos sociales y de los partidos
políticos de izquierda ya organizados contra las condiciones sociales de la era
industrial, los liberales se vieron obligados a cambiar el concepto ortodoxo que
tenían del papel del Estado y aceptar la intervención de los gobiernos en la vida
social y económica, en una medida en que cincuenta años atrás habría resultado
inimaginable. Así lo resume Joll: «Ahora todos somos socialistas, comentaba
festivamente un estadista liberal inglés hacia fines del siglo; y, era cierto que el
Estado del laissez faire, ideado por los economistas liberales y teóricos políticos
más extremados, o más simplistas, se desvaneció tan prestamente como había
sido creado» (Joll, 1989: 123).
El Estado liberal muestra sus propias contradicciones, ya que su extensión como
organización de la vida social aparejó múltiples conflictos sociales que no fueron
sino interpelaciones a la construcción de relaciones sociales, jurídicas y
económicas más igualitarias. Los postulados liberales son puesto s en duda por
otras ideologías que plantearon otra forma de entender al hombre y su
interrelación con el Estado.
El orden supuestamente auto regulador del modelo liberal es desmitificado; a él
se opone una sociedad cruzada por las grandes desigualdades, en la que existen
grupos que ni siquiera pueden participar del mercado. El equilibrio que de él
surgiría tampoco es visualizado, en tanto supone siempre profundas diferencias.
Las críticas a este modelo de Estado deben buscarse en las perspectivas
ideológicas contrarias a él, y en la concreción del modelo superador al liberal,
que fue el modelo de Estado del bienestar que veremos a continuación.

Notas
(3) «Para los constituyentes de Filadelfia la democracia todavía indicaba un
mal gobierno, la experiencia fracasada de los antiguos, y si el Tocqueville de
1835-40 admiraba la «democracia social» de los americanos, sin embargo
seguía temiendo la democracia en América, la tiranía de la mayoría y
repudiaba el despotismo democrático, es decir, la democracia en s entido
político» (Sartori 1992, 38).

40
(4) Bobbio (1989) se refiere a la doctrina de los derechos del hombre
elaborada por la escuela del derecho natural o iusnaturalismo racionalista, que
difiere del derecho natural tomista.
(5) Si bien Adam Smith es considerado el mentor del estudio autónomo de la
economía, él mismo consideró que la economía y la política eran ramas de la
filosofía moral (Macpherson, 1991).
Así vemos que después de 1789 la nueva tendencia internacional mostraría
una creciente -aunque de ningún modo total- aceptación de que la
autoridad secular no debía ponerse al servicio de fines religiosos. En este
sentido se tomaron medidas legales para recortar el poder de la Iglesia. En
España se abolió la Inquisición, en Inglaterra se recortó la Constitución
anglicana y en Francia se estableció definitivamente el matrimonio civil
en 1815, entre otros ejemplos (Roberts, 1989).
(7) Que se desarrollarán en el capítulo del Estado social de derecho.
(9) A partir de la secularización de la política propia de la modernidad
racionalista que baña al Estado, la legalidad es vinculada a la legitimidad, es
decir que siempre el grupo social evaluará si lo legal coincide con los
principios suprapositivos que son su marco de justicia del derecho del Estado.
(10) En la primera ola de industrialización, la máquina de vapor
revolucionó al mundo. El vapor, la nueva fuente de energía que acabó con el
dominio secular del viento y del agua, fue descubierto y usado por primera
vez en Gran Bretaña. Este país desarrolló además la primera industria fabril
de cierta envergadura, la industria algodonera. Luego vendrían el carbón y el
hierro, considerados el «capitalismo carbonífero», que alcanzó su punto
culminante con la invención del ferrocarril (Briggs, 1989).
(11) Ya durante el siglo XVII se habían registrado rebeliones de los
obreros contra las primeras máquinas empleadas de telares y pasamanerías
(Abendroth, 1970).
(12) El cartismo nace en 1835, pero no era un partido acabado; no tenía
programa socialista, su programa era la obtención del sufragio universal; esto
hizo que atrajera una multitud de elementos burgueses, que no tenían
auténtica inclinación por los métodos e intereses proletarios. Esto tuvo como
consecuencia fuertes luchas intestinas que debilitaron sin cesar al p artido
cartista (Paramio, 1988).
(13) Las revueltas nacionales de Hungría y del norte de Italia fueron
reprimidas ferozmente. En Lombardía se impuso la ley marcial; en Prusia el
rey Federico Guillermo IV derogó la constitución liberal y promulgó una de
tendencia autoritaria (Joll, 1989).
(14) La Sociedad Fabiana tiene también un brazo político, que disiente del
marxismo en numerosos puntos, pero que junto con éste constituyen la base
ideológica del Partido Laborista de Inglaterra.

CAPITULO IV
Estado Social de Derecho

Sumario:

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3.1. Introducción. 3.2. Delimitación histórica. Antecedentes y origen. 3.3.
Supuestos político-ideológicos. 3.4. Supuestos económicos. 3.5. Estructura del
Estado social de derecho. 3.5.a. La reformulación de la interacción Estado-
sociedad. 3.5.b. Sus aspectos sociales y políticos. 3.6. La reformulación del
Estado: nuevas funciones. 3.7. Presupuestos jurídicos. 3.8. Distintas
configuraciones del Estado de bienestar. 3.9. Análisis crítico del funcionamiento
del Estado social de derecho

3.1. Introducción

El modelo de Estado que surge luego de la crisis del Estado de derecho liberal ha
sido designado con distintos nombres; tal vez el más extendido sea «Estado de
bienestar» (Welfare State), pero también ha sido denominado Estado social de
derecho, Estado benefactor, Estado democrático neocapitalista e incluso Estado
socialdemócrata.
García Pelayo (1980) sostiene que la denominación y el concepto de Estado
social de derecho es el más incluyente de todos los aspectos centr ales de esta
forma estatal, ya que comprende no sólo la dimensión de la acción del Estado
orientado a finalidades sociales de bienestar, sino también en general todas las
cuestiones específicas de este sistema estatal.
El Estado de bienestar es una forma histórica de la organización estatal que
produce cambios estructurales en diversos ámbitos con respecto al modelo liberal
decimonónico, que desencadena procesos de diferenciación de las funciones
estatales que afectan los fundamentos legitimatorios del Estado.
Es un modelo propio de las economías capitalistas de mercado y se vincula a
regímenes políticos basados en democracias pluralistas.
Esto ha condicionado y estructurado las funciones del Estado de bienestar, ya
que:
1. Por una parte ha debido ocuparse de garantizar la acumulación capitalista
mediante la intervención sobre la demanda, con la intención de mantener la paz
social.
2. Por otra parte otorgó una nueva dimensión a la democracia a partir de la
concreción de un conjunto de derechos sociales articulados a un sistema de
protección legal, plasmado en el Estado social de derecho. Así, la búsqueda de
garantía a la igualdad de oportunidades para la efectivización de esos derechos y
la preocupación por la redistribución de la renta a partir de acciones es tatales
implicaron una nueva dimensión social de la democracia. La coexistencia de
estas funciones plantea dificultades que serán analizadas por autores como Offe
(1992) en sus explicaciones sobre la crisis del Estado de bienestar.
Las acciones del Estado de bienestar se concentraron en ciertas políticas públicas.
Así la salud, la educación, las políticas de vivienda y sobre todo la seguridad
social (empleos, pensiones, protección familiar, etcétera) han sido históricamente
cuestiones sobre las que ha actuado este modelo estatal, a través de las cuales el
Estado de bienestar se ha materializado.
Vinculado a esto último, una de las características comunes a todos los Estados
de bienestar es el aumento progresivo y acumulativo de los presupuestos estatales
y el nivel del gasto público sobre todo el gasto social.

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3.2. Delimitación histórica. Antecedentes y origen

Siguiendo a Cotarelo (1990) se puede decir que esta realidad compleja, que
surgió en el contexto de ciertas estructuras políticas, económicas y sociales,
comienza a gestarse a fines del siglo XIX y comienzos del XX, se va
consolidando en la década de 1920-1930 y definitivamente se expande después
de la Segunda Guerra Mundial; presenta numerosos problemas de
conceptualización y determinación por su complicada e incluso contradictoria
construcción doctrinaria.
Debe considerarse el Estado de bienestar como producto de una evolución social,
política y económica que se fue gestando en todo ese período. Estos cambios
constituyen lo que suele denominarse como el núcleo histórico del Estado de
bienestar (Sánchez, 1999) y que según Pierson (1992) se construye como
resultado de la interacción entre revolución industrial y revolución política
Sánchez, coincidiendo con Heclo (1981) plantea la siguiente periodiz ación de la
construcción del Estado de bienestar, la cual debe entenderse en el marco de las
transformaciones interrelacionadas de la economía, la política y la sociedad.

1. La fase de experimentación: ésta abarca desde 1870 a 1925. El aspecto central


de esta fase se articula a la interrelación entre seguridad social y democracia.
Una de las cuestiones más importantes en los antecedentes del Estado social es la
paulatina sustitución del concepto de seguridad liberal burgués por el de
seguridad socioeconómica que se fue dando por un cambio en la actuación estatal.
Según el primero, la seguridad individual se correspondía sólo con la protección
de la vida y la propiedad, siendo las necesidades sociales un asunto de cobertura
individual o con el auxilio de la caridad. Según el segundo, para su cobertura se
requieren acciones positivas de las instituciones públicas para proveer a la
atención de problemas socioeconómicos.
El reconocimiento de esta provisión como «derechos» se va produciendo de
modo paralelo al proceso de expansión y consolidación de la democracia política.
Así es interesante destacar la coincidencia entre el reconocimiento del sufragio
universal (masculino y luego femenino) y las primeras leyes de protección
sociales. Se puede mencionar en esta primera fase como ejemplo histórico la
experiencia de Bismarck en Prusia a fines del siglo XIX y con una mayor
consideración reformista para solucionar los efectos negativos del capitalismo la
experiencia de la república de Weimar (1919-1933) con la sanción de una
Constitución que positivizó los derechos sociales, y con el intento no siempre
logrado de su efectivización.

2. La fase de consolidación: ésta se inicia a partir de los años 30, donde el


aspecto más destacado será una reestructuración de las relaciones Estado-
economía que abrirá legítimamente la acción interventora del Estado.
En la década del 20, y con mayor urgencia luego de la crisis del 30, se advierte
una redefinición del papel del Estado, a partir de un incremento de su
intervención. Por una parte, la aparición del desempleo masivo obligó a realizar
diseños nuevos de políticas para hacer frente a ese problema. Por otra parte, en
respuesta a las demandas de solución de la problemática situación
socioeconómica empezaron a destinarse fondos públicos para la creación de

43
servicios sociales, lo cual marca una intervención del Estado orientada a
organizar la sociedad. Esto produce importantes cambios en las estructuras
organizativas del Estado, ampliando la capacidad de gasto de los ministerios y
produciendo un aumento de personal administrativo.
En este período pueden mencionarse el New Deal norteamericano y sobre todo,
por su vigencia y consolidación como nueva visión de las relaciones
Estado/sociedad, el llamado «compromiso histórico» sueco.

3. La fase de expansión: se sitúa a partir del final de la Segunda Guerra Mundial,


y tiene su apogeo en las décadas que van de 1950 a 1970.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, atendiendo a las experiencias anteriores y
a los cambios producidos en el marco de expansión del modelo soviético, los
problemas sociales y el ascenso de los partidos de izquierda, se afianzó el
establecimiento del Estado de bienestar.
Así, el fenómeno más importante después de la Segunda Guerra Mundial fue la
sensación generalizada de que la intervención estatal se había convertido en
imprescindible para lograr dos grandes objetivos.
a) El crecimiento económico dentro de las reglas de juego del capitalismo.
b) La producción pública del bienestar necesario, con la doble finalidad de
garantizar la paz social y asegurar una democracia sostenida (Sánchez, 1999).
En síntesis, se puede sostener atendiendo sólo a los hitos más importantes que,
históricamente, la confluencia combinada del sufragio universal, la Primera
Guerra Mundial, la crisis económica de 1929 y la presión creciente del
movimiento obrero provocan el colapso del Estado burgués liberal. Esto puede
comprenderse, ya que la acumulación de estos cuatro factores debía tornar
necesariamente inviable la estructura jurídico-política de ese Estado liberal,
basada en el sufragio de las clases poseedoras y con competencias restringidas.
Así como los liberales habían señalado reiteradamente, la implementación del
sufragio universal implicaba el peligro de que acabaran determinando la
constitución política del Estado las clases desposeídas. En la realidad, su
efectivización paulatina erosionó las bases del modelo liberal, que sólo podía
funcionar coherentemente en el marco de una democracia restringida.
Es de destacar que, como ya dijimos, en el período comprendido entre las dos
guerras mundiales se produce también la crisis económica de 1930, sus
problemáticos efectos y un extensísimo paro obrero, con la consiguiente
profundización de las luchas sociales y sus efectos en las instituciones po líticas.
Asimismo se inició en este período la instalación de los totalitarismos (fascismo -
nazismo), el hundimiento de la idea misma del Estado de derecho y la
consiguiente catástrofe de la Guerra Mundial.
Todo ello obligó a reconstruir el Estado sobre nuevas bases, habida cuenta que el
abstencionismo intervencionista del Estado liberal había dado resultados nefastos.
Se altera así el principio mismo de legitimidad del anterior modelo. La
legitimidad propia del Estado liberal descansaba sobre el hecho de que el Estado
garantizara exclusivamente los derechos individuales y asegurara la justicia, la
protección exterior e interior y las obras públicas indispensables. Otras
atribuciones que se imputara al Estado constituían un abuso de poder y una
innecesaria y cara injerencia en el ámbito de la sociedad civil.
Sin embargo, este Estado gendarme había resultado un Estado fuerte en lo militar,
articulado a su expansión económica, lo que en el contexto internacional de su

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tiempo provocó numerosas situaciones de guerra por razones expansionistas. Así
erosionó su legitimidad por su desempeño externo, al no poder mantener la paz.
También comienza a sufrir fuertes cuestionamientos respecto al desempeño y
funciones internas del Estado. Se advierte que el desastre económic o y social se
ha producido por la ausencia de intervención del Estado, el cual ya no se legitima
por una posición abstencionista en el libre juego socioeconómico. Por el
contrario, comienza a percibirse que sólo a través de una intervención que
garantice el bienestar social fundamenta su legitimidad.
En definitiva, comienza a generalizarse la convicción de que aquel Estado no
intervencionista era el culpable de los males que se producían en la sociedad.
Por ello, sostiene Cotarelo (1990), el Estado, a partir de la Segunda Guerra
Mundial, tendrá que reflejar en su organización jurídico-política las
transformaciones experimentadas por la formación histórica de lo que es parte. O
sea, tendrá que articular un orden social y económico que no es igual al anterior
y una estructura jurídico-política diferenciada y distinta de la escueta estructura
del Estado de derecho liberal.
Así surge un modelo estatal que mantuvo una exitosa vigencia casi durante 30
años, gestando un período de crecimiento económico sin precedentes, asegurando
el nivel de vida, el empleo y los servicios sociales básicos. También incentivó el
mercado y la producción, fomentó la paz y la estabilidad social, así como
también impulsó notablemente el consenso o acuerdo entre las distintas fuerzas
sociales (Picó, 1989).

3.3. Supuestos político-ideológicos

Para algunos autores (Cotarelo, 1990) el origen de la idea del Estado social de
derecho puede remontarse a la revolución de 1848, en la cual se presenta un
enfrentamiento entre el socialismo radical y un socialismo democrático o
reformista. Así, se pueden mencionar las propuestas doctrinarias de Louis Blanc,
que conjugaban el Estado, el derecho y una vía pacífica para obtener la
emancipación de la clase trabajadora, y que fueron objeto de la crítica e incluso
de la ironía de Marx.
Esta misma concepción de un socialismo que cuenta con el Estado, para lograr
sus objetivos y no plantea su destrucción, estaba presente en ciertas tendencias
del pensamiento socialdemocrático alemán iniciadas por Lasalle, las cuales
fueron también objeto del sarcasmo de Marx.
Con mayor precisión, se puede decir que la formulación de la concepción del
«Estado social de derecho» corresponde a Hermann Heller, quien a su militancia
socialdemócrata unía la condición de ser uno de los más destacados estadistas de
teoría política y del Estado entre los años veinte y treinta (García Pelayo, 1980).
Heller admite ya en esa época que el Estado de derecho y la posibilidad misma de
un sistema democrático se encontraban en crisis, ya que la hegemonía de los
intereses de los estratos dominantes los habían convertido en sistemas que no
significaban nada y eran incapaces de oponerse a los dos frentes en que se
desplegaba la irracionalidad. Por una parte, la irracionalidad del sistema
capitalista y sus consecuencias, no sólo económicas, sino también sociales y
políticas negativas, las cuales el Estado formal de derecho encubría. Y por otra
parte, el peligro de la instauración de la irracionalidad fascista.

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Para este autor, la solución no residía en el abandono del Estado de derecho, sino
en otorgarle a éste un contenido económico y social, realizando dentro de su
marco un nuevo orden laboral y de distribución de bienes. En síntesis, sostenía
una alternativa válida y superadora de la anarquía económica y a la inequidad e
injusticia del Estado liberal y de la dictadura fascista (Heller, 1991).
Estos antecedentes y otros similares que no podemos agotar en toda su extensión
en esta breve introducción, así como procesos históricos en los cuales se va
constituyendo este modelo estatal, permiten sostener que en su surgimiento
tuvieron mucha influencia los postulados sociales, políticos y económicos de los
programas socialdemócratas y laboristas. Esto es así aun en los casos en que este
modelo se consolidó por otros partidos, como ocurrió en la ex República Federal
Alemana y en Italia (Cotarelo, 1990).
Sin embargo, debe admitirse que también influyeron en su construcción
postulados provenientes del reformismo social cristiano y de algunas élites
conservadoras ilustradas y reformistas.
Así, el núcleo teórico doctrinario del Estado social de derecho se apoya más en
propuestas programáticas que en «grandes obras», a diferencia del Estado de
derecho liberal, cuyo análisis remite a relevantes textos de importantes autores.
Aunque el desarrollo de este modelo estatal presenta ciertas diferencias según los
contextos nacionales, se puede sostener que sus ejes doctrinarios comunes
descansan sobre la propuesta del Report Beveridge (1942) y la política
económica keynesiana.
Ambos habían surgido como respuestas sociales y económicas a la depresión y la
crisis. El primero trataba de enfrentar las circunstancias de la guerra y suavizar
las desigualdades sociales a través de una doble redistribución de la renta que
actuase sobre la seguridad social y otras subvenciones estatales. Así la
distribución indirecta de la renta completaba la economía de mercado,
subsanados los desequilibrios del laissez faire, y ayudaba a la paz social.
Por su parte, la teoría keynesiana intentaba paliar los efectos de la depresión
actuando sobre la demanda a través del Estado, tratando de asegurar un alto nivel
de actividad económica y pleno empleo.
Esta política socioeconómica, con diferentes matices, fue llevada a cabo en la
mayor parte de los países europeos, tanto por los partidos políticos reformistas
socialdemócratas como por los laboristas y socialcristianos, siendo sus más
conspicuos difusores los gobiernos socialdemócratas.
El modelo del«Welfare State» se encontraba en el propio ambiente de la época, al
concluir la Segunda Guerra Mundial, por las condiciones favorables existentes.
Así, la democracia cristiana italiana se vio impulsada a llevar a cabo una serie de
nacionalizaciones y a fomentar la creación de un sector público de la eco nomía
que heredaba el aparato de empresas públicas del fascismo.
En Alemania, es notable la coincidencia de expresiones y objetivos que se da
entre la democracia cristiana y la socialdemocracia. El programa de Ahlen de la
democracia cristiana de 1947 no tiene nada que envidiarle al SPD, que proponía
«una estructura nueva de la economía industrial alemana, dado que habían
pasado los tiempos del dominio ilimitado del capital».
Hasta el gobierno provisional del general De Gaulle optó por una política de
nacionalización temprana que comenzó con el decreto del 13/12/1944,
nacionalizando las compañías hulleras del norte y del Paso de Calais,
continuando ese mismo año con sucesivas nacionalizaciones. Estas últimas
tuvieron, en muchos casos, función punitiva, pero en general se trataba de la

46
convicción incuestionada de que determinados servicios deben estar en manos del
Estado, para garantizar su prestación a bajos precios, ya que eran un derecho de
la ciudadanía. Como sostiene Offe (1992), se trata de una forma política que
incorpora principios mediadores que permitieron la compatibilidad
ininterrumpida, mientras duró, entre el capitalismo y la democracia, lo cual había
resultado inconcebible tanto para el liberalismo como para el marxismo clásico.
Esta construcción estatal fue postulada y fundada en una nueva fórmula
legitimadora que combinaba el mantenimiento de las libertades formales con una
orientación al logro de una progresiva igualdad entre los ciudadanos. Se la
concebirá como la síntesis de dos principios hasta entonces excluyentes: la
libertad y la igualdad.
El Estado social de derecho no niega los valores básicos del Estado liberal
(libertad, propiedad privada, seguridad jurídica), sino que pretende hacerlos más
efectivos, dándoles una base y un contenido material.
Se sostiene que es imposible el ejercicio de la libertad si su establecimiento y
garantías formales no son acompañadas de condiciones existenciales que lo
hagan posible. La seguridad física debe completarse con la seguridad material
frente a la necesidad económica permanente o contingente, a través de
instituciones que aseguren el salario, la seguridad del empleo, la protección de la
salud, etcétera.
Según García Pelayo (1980), en el Estado social, la participación en la formación
de la voluntad política debe ser perfeccionada con una participación en el
producto nacional a través de un sistema de prestaciones sociales, y con una
participación en la democracia interna de las organizaciones y de las empresas a
través de métodos como la cogestión o la autogestión.
Mientras el Estado liberal asigna los derechos sin mención de contenido, el
Estado social distribuye bienes jurídicos de contenido material. Se produce el
paso de la ciudadanía política a la ciudadanía social.
Si para el Estado liberal y la democracia burguesa la expansión de la acción
Estatal constituyó un peligro, por el contrario, en el nuevo modelo lo que asegura
la vigencia de los valores sociales es la acción del Estado.
Se establece como una obligación de Estado llevar a cabo las acciones que
aseguren al hombre las posibilidades de existencia que no puede asegurarse por
sí mismo. La satisfacción de las condiciones básicas de existencia y la esperanza
de una mejora constante de tales condiciones constituyen el fundamento de la
legitimidad del sistema y el logro del consenso.
Según Picó (1990) en el Estado de bienestar el poder político se emplea para
modificar con medios legislativos y administrativos el juego de las fuerzas del
mercado en tres aspectos: a. Garantizando a los individuos y a las familias una
renta mínima. b. Reduciendo la inseguridad social, instrumentando los medios
para que cada ciudadano pueda hacer frente a difíciles coyunturas (enfermedad,
vejez, paro, etcétera). c. Garantizando a todos las mejores prestaciones po sibles
en relación a un conjunto de servicios.
Así las condiciones sociales y económicas creadas por las políticas de Estado
tuvieron como efecto la disminución de intensidad de la lucha de clases y de la
energía revolucionaria de los partidos obreros.

Las prestaciones mínimas garantizadas, aunque se sumaron paulatinamente


muchas más, fueron sintetizadas por García Pelayo (1980) en las siguientes:

47
1. Fijación de un salario vital mínimo con independencia de la ocupación y
con actualizaciones periódicas.
2. El compromiso de un puesto de trabajo para todo ciudadano, para lo cual
se desarrollaron políticas de pleno empleo.
3. La atención de los que están incapacitados para el trabajo temporal o
permanente.
4. Acrecentamiento de las posibilidades vitales de la población, sobre todo
de obreros y empleados, efectivizadas por:
a. Una justa distribución de ingresos.
b. Creciente acceso a los bienes culturales.
c. Expansión y perfeccionamiento de los servicios sociales.
Para el cumplimiento de estos objetivos socioeconómicos, el entramado estatal se
complejiza no sólo en cuanto a un conjunto de instituciones que regulan el
ámbito público y privado, sino también por la construcción de una compleja zona
intermedia público-privada.
En definitiva, el núcleo valorativo axiológico sobre el que se articula la
dimensión social del Estado de bienestar viene dado por dos valores básicos: la
seguridad y la igualdad socio-económica, a las que se agregan valores tales como
la eficacia en cuanto capacidad de encontrar soluciones a los problemas más
importantes, la eficiencia o sea la capacidad para implementar las medidas más
adecuadas a los objetivos deseados y la estabilidad en cuanto prevención de
disfunciones que pudieran desestabilizar un sistema que a través de la integración
social, política, etcétera, perseguía el equilibrio y la permanencia sin conflictos.
Y en esto incidirán especialmente los criterios de racionalidad científica y
tecnocrática como avales legitimadores de las decisiones políticas, tanto desde
ópticas de gobierno como desde la oposición. La irrupción legitimadora a gran
escala de la ciencia y de la técnica constituyen los rasgos más relevantes de la
etapa expansiva del Estado de bienestar.
El modelo de Estado social de derecho constituye entonces una compleja
estructura de formas y funciones que trataremos de analizar desagregando sus
distintos aspectos.

3.4. Supuestos económicos

Finalmente consideramos que es necesario abordar, no el análisis económico de


la teoría de Keynes, tema específico de economía política, sino los efectos que
esta propuesta asumida como el modelo económico del Estado social tuvo en
relación con el resto de los niveles de este modelo estatal. Lo que pretendía la
teoría keynesiana era paliar los efectos de la depresión actuando sobre l a
demanda a través del Estado. En este marco la expansión de los programas de
bienestar implementados desde el gobierno se justificaba, no sólo con el fin de
cubrir las necesidades básicas de la población, sino también como políticas para
reavivar el consumo.
Según Cotarelo, (1990) el Estado social posee un poderío económico sin
precedentes en la historia de las formas políticas y la integración de la economía
política (reformulada) en las funciones del Estado causó una de las más «extrañas
traiciones» imaginables a los fundamentos de la teoría económica clásica.
Sin embargo era casi inevitable esta reformulación, ya que la propuesta de
Keynes surge en un contexto histórico en el que determinadas medidas de

48
política económica, que luego serán habituales en el Estado de bienestar,
empiezan a aplicarse, por la fuerza pura de los hechos y la necesidad de dar
respuesta a situaciones y comportamientos imprevistos de los actores económicos.
De allí su semejanza con otras propuestas generadas en el mismo contexto
histórico tales como el «Nuevo Pacto» sueco y el «New Deal» de Roosevelt.
Por otra parte, si analizamos la relación entre el Estado social y el modelo
económico keynesiano, podemos advertir que los programas políticos se
adelantaron a las realidades económicas. Los primeros ya existían en las
propuestas socialdemócratas de fines del siglo pasado y las segundas se
generaron luego de la crisis del ’30. Sin embargo debe reconocerse que mientras
la propuesta keynesiana no se elaboró, no se había logrado una artic ulación
económica y política práctica al Estado social. Keynes había dado a los políticos
el equivalente económico de la piedra filosofal, «la habilidad de convertir
depresiones en prosperidad y crear de esta forma abundancia general y
permanente por primera vez en la historia».
En este marco el análisis del keynesianismo resulta tan imprescindible para la
comprensión del Estado social como cualquiera de las explicaciones teóricas en
lo político y social.
Se puede afirmar que la aceptación generalizada de la teoría económica
keynesiana arranca de factores objetivos, mensurables. En líneas generales
podríamos sostener que las medidas por ella propuestas permitieron hacer olvidar
la naturaleza y origen de la crisis del capitalismo.
Esto es así ya que, en primer lugar, la coincidencia entre las recomendaciones
keynesianas y el nuevo auge que tomó el Estado a partir de la Segunda Guerra
Mundial, dio lugar a una expansión estatal sin precedentes en dos órdenes
diferentes:
a) El de la gestión pública de la economía;
b) el de la redistribución de la renta a través de un plan general y complejo de
transferencias del capital (Cotarelo, 1990).
Esta expansión explica el crecimiento constante del gasto público en las
sociedades industriales avanzadas desde 1960, hasta alcanzar el 38,8% del PBI en
1973 para los países de la O.C.D.E. y el 50,7 % del P.B.I. en 1982 en los mismos
países.
La intervención estatal generó un poderoso sector público de la economía que
empieza con el auge de las nacionalizaciones de posguerra, pasado el cual la
política estatal prosiguió en ese rumbo, justificando el intervencionismo por dos
razones:
a) La necesidad de luchar contra el monopolio;
b) la demanda de que las empresas públicas compitan con las privadas en la
prestación de algunos servicios básicos para abaratar los precios, por razones de
política social (Cotarelo, 1990).
El Estado pasa así a controlar varios sectores de la economía y a generar una
inmensa población activa en situación de empleo público. Se llega así a cifras
que alcanzan en 1982 el 31,8 % de la población en Suecia, con una media del
18,4 % en los países de la O.C.D.E. en ese mismo año.
Aparece como una necesidad la tendencia a la planificación económica estatal, la
cual plantea numerosos problemas, ya que ha de realizarse mediante ley y con
control parlamentario, y además tener el carácter de indicativa y no imperativa
para diferenciarse de la soviética.

49
La asociación de este modelo económico y el Estado de bienestar implica que
este último, a través de su actividad, genera empleo y regula de modo
jurídicamente vinculante una extensa gama de relaciones laborales. Por ello el
intervencionismo estatal se hace sentir en la determinación legal de las
condiciones de contratación laboral y en la regulación del régimen salarial
mínimo. Esto fue posible por cuanto el modelo keynesiano, a diferencia del
capitalismo clásico, tuvo como propuesta que para acrecer la producción no era
necesario disminuir el consumo de las masas trabajadoras, sino por el contrario,
acrecerlo, pues la producción está determinada por la demanda efectiva, y ésta a
su vez por la cuantía de las personas empleadas, por el nivel de los salarios y por
la expansión de las prestaciones sociales (García Pelayo, 1980).
Así las propuestas de eliminación, o en su caso reducción del paro, constituyen
un punto de coincidencia entre los objetivos del keynesianismo y del Estado
social, en cuanto el aumento del desempleo incrementa los costos de las políticas
sociales estatales, al tiempo que contribuye a la recesión de la demanda.
En la orientación del keynesianismo se advierte la voluntad de evitar una crisis
como la del período de entreguerras derivada de una demanda insuficiente (crisis
de sub-consumo). Esta orientación conllevaría un creciente proceso de
politización de la economía, en que el Estado aparecería a veces como una parte
más del sistema respecto a los intereses particulares de los diversos actores
(Requejo Coll, 1994).
A esto se agrega la generalización del fordismo, como organización productiva
del trabajo en cadena, que abarata el precio del producto y requiere mucha mano
de obra. Este fenómeno se conecta con la consolidación de grandes sindicatos
con capacidad negociadora, lo que posibilita la integración de los sectores
asalariados en el sistema económico de la democracia liberal.
Por otra parte, lo que caracteriza al Estado social, como otorgante de diversas
prestaciones, es el complejo sistema de seguridad social y subsidios de
desempleo que alcanzaron proporciones crecientes del P.I.B., que pasa del 19%
en 1954 al 34,9% en 1980 en los países de la O.C.D.E..
Prácticamente todas las prestaciones sociales del Estado de bienestar, así como
muchas otras de sus actividades descansan sobre la existencia garantizada del
excedente social, cuya administración proporciona los fondos necesarios para que
el Estado atienda sus compromisos.
Finalmente, la reformulación keynesiana se caracterizó por el crecimiento
constante de la producción (vinculada al aumento permanente del consumo).
Aunque es cierto que no se puede identificar indiscriminadamente el aumento de
producción con el aumento automático y generalizado del bienestar social.
También debe destacarse que el crecimiento del modelo analizado, si bien no
tuvo los tremendos costos sociales y políticos de la explotación de los
trabajadores del anterior modelo, también tuvo aspectos negativos tales como la
discriminación étnica, fenómenos de protesta anómica y el deterioro constante
del medio ambiente.

3.5. Estructura del Estado social de derecho

3.5.a. La reformulación de la interacción Estado-sociedad

50
Una de las características de orden político liberal era no sólo la distinción, sino
la oposición entre Estado y sociedad, a los que, según García Pelayo (1980), se
concebía como dos sistemas con un alto grado de autonomía, lo que producía una
inhibición del Estado frente a los problemas económicos y sociales, salvo
aquellas medidas indispensables, regulaciones autónomas y mínimas relaciones
entre sí (García Pelayo, 1980).
Pero, según lo explicado inicialmente, el Estado social se construye a partir de la
experiencia de que estos supuestos «mecanismos auto-reguladores» condujeron a
la irracionalidad, a constantes crisis, y sólo el Estado podía neutralizar los
efectos negativos de un desarrollo económico y social no controlado.
Surge así la concepción de Estado como regulador decisivo de la sociedad,
asumiendo la competencia y la responsabilidad de la estructuración del orden
social. Estado y sociedad ya no con dos sistemas autónomos, sino fuertemente
interrelacionados.
Así, la política estatal lleva a cabo directa o indirectamente una acción
estructuradora de la sociedad, tal como la apertura al disfrute de bienes
materiales e inmateriales mediante el aumento de servicios sociales, sobre todo
en salud y educación, creando nuevas fuentes de trabajo, reduciendo la intensidad
de la lucha de clases, promoviendo el potencial científico y tecnológico, etcétera.
Según García Pelayo (1980), a este resultado se llegó históricamente por una
coerción de la sociedad por el Estado, como por una coerción del Estado por la
sociedad.
Frente a la crisis y al cúmulo de conflictos ya desarrollados, si el Estado quería
subsistir, debía disponerse a controlar los problemas económicos, sociales y
culturales que se produjeran en la sociedad. Y, si quería seguir teniendo vigencia,
debía adaptar sus valores a las nuevas exigencias y añadir a sus objetivos los de
regulación permanente del sistema social.
A su vez, la sociedad ejercía una acción coercitiva sobre el Estado, ya que por su
solo juego era incapaz de resolver los conflictos, había perdido su capacidad de
dirección y buscaba en el Estado la acción reguladora de la que carecía.
Por otra parte, si el Estado reestructura la sociedad, si su acción afecta los
intereses concretos de los grupos, éstos a su vez, por sus propios intereses, están
motivados a influir la política del Estado. Por ello el Estado social se encuentra
expuesto al influjo de los grandes grupos de interés.
La sociedad que coexiste con el Estado de bienestar, a su vez, se car acteriza por
poseer un nivel muy elevado de articulación organizacional. Se trata de una
sociedad organizada en una gran cantidad de asociaciones, agrupaciones, grupos
de presión, gremios, etcétera. Todos ellos pretenden influir sobre las decisiones
de los poderes públicos. Este grado de pluralismo en la sociedad de bienestar es
un fenómeno causa y efecto al mismo tiempo del carácter benefactor del Estado
(Cotarelo, 1990).
Además, no es posible separar las funciones del Estado del contexto social en
que las cumple. La amplia gama de subvenciones públicas a una serie
considerable de actividades sociales, desde la educación hasta la construcción de
viviendas, se fundamentó en la creencia de que el aumento de riqueza social era
imparable. En esa convicción, la presión social sobre el Estado obligó a éste a
ampliar y profundizar constantemente su condición de promotor del bienestar.

3.5.b. Sus aspectos sociales y políticos

51
Así, la sociedad que coexiste con el Estado de bienestar es una sociedad
industrial que se caracteriza por contar con una tasa de ingreso muy elevada,
escasa conflictividad y alto grado de integración, expectativas verosímiles de
movilidad social horizontal y vertical, así como abundancia de tiempo libre de la
población.
Esto permitió sostener concepciones tales como el fin de las ideologías y de las
luchas revolucionarias. Lo cierto es que la teoría sociológica y política nos
presenta una interpretación integradora de una sociedad pacificada, según
Cotarelo (1990), el funcionalismo es la teoría paradigmática del Estado de
bienestar.
Esto es así por la capacidad que tuvo el Estado social para producir la integración
de la sociedad nacional. Como dice García Pelayo (1980), esto es «el proceso
constantemente renovado de conversión de una pluralidad en una unidad, sin
perjuicio de la capacidad de autodeterminación de las partes». Esto
concretamente no produjo la supresión de la lucha de clases, pero sí su reducción
a conflictos parciales y resolubles por vías jurídicas o por acuerdo entre partes,
sin que dichos conflictos lleguen a adquirir extensión nacional y se transformen
en procesos de conflicto político radical.
Así, puede decirse que el rasgo más característico del Estado social fue la
producción de la integración social, dentro de las estructuras de una sociedad
industrial, conformada por una pluralidad de grupos e intereses antagónicos, así
como la reducción de los conflictos sociales a «acuerdos sociales».
Mucho tuvo que ver en la producción de tales efectos la obligación asumida por
el Estado con los ciudadanos con el fin de asegurar la cobertura de necesidades
sociales.
Aunque debe destacarse que existen diferentes interpretaciones frente a este
desempeño estatal; para algunos tal política de integración presenta como
consecuencia la consolidación de los sectores económico-sociales más
privilegiados que, sin perder sus beneficios, obtienen además un escenario social
pacificado. Para otros, la acumulación de medidas en beneficio de los estratos
menos favorecidos produjo cambios cualitativos del sistema económico-social.
García Pelayo (1980) afirma que si pretendemos entender el Estado social no
sólo como una configuración histórica concreta sino como un concepto claro y
distintivo de otras estructuras estatales, se debe considerar como un sist ema
democráticamente articulado, es decir como un sistema en el cual la sociedad no
sólo participa pasivamente como receptora de bienes y servicios, sino que a
través de sus organizaciones toma parte activa en la formación de la voluntad
general del Estado, así como en la formulación de las políticas distributivas y
otras prestaciones estatales. Su desempeño está vinculado a un proceso más
complejo que el de simple democracia política.
Al mismo tiempo, el Estado social es contradictorio con un régimen autoritario,
en el que la participación en los bienes económicos y culturales no va
acompañada de la intervención en la formación de la voluntad política del Estado.
Es decir, en este modelo la representación de los intereses se agrega y no excluye
la representación política ciudadana.
El Estado social, entonces, tiene como supuesto la democracia política, pero se
orienta también, tendencialmente, hacia la instauración de la democracia social,
cuyas expresiones paradigmáticas son la democracia económica y la dem ocracia
empresarial.

52
Por la primera se sustancia la participación en las decisiones del Estado no sólo a
través del Parlamento, sino también de organismos tales como los consejos
económico-sociales. La democracia empresarial significa compartir, en las
empresas, la autoridad derivada de la propiedad, con la autoridad derivada del
trabajo que las hace productivas, pudiendo adquirir distintas formas, desde
comités de control de las condiciones laborales hasta la cogestión.
Así, siguiendo a García Pelayo (1980), podemos decir que las demandas de la
sociedad al Estado son formuladas por los partidos, las organizaciones de
intereses y las unidades de trabajo, e integradas por organismos estatales mixtos
o por estructuras empresariales-sindicales creadas por la autoridad estatal a
través de las cuales la sociedad interactúa permanentemente con el Estado. Por
ello este autor opina que la democracia social no se refiere solamente a la
intervención de los criterios de distribución del producto social, sino también a l a
participación en las decisiones de las grandes líneas de políticas económicas y al
proceso de gestión y producción empresariales. Se trata así de una democracia
más compleja que la política clásica, no sólo por el mayor número de actores,
sino por la cantidad y heterogeneidad de los problemas abordados.
Sin embargo, se pueden realizar consideraciones críticas tanto a los partidos
como a las organizaciones que representan intereses sectoriales.
En el primer caso, a pesar de que los partidos seleccionaban a los candidatos que
colocaban en sus listas y controlaban sus acciones, podría interpretarse que los
militantes de base de los partidos tenían una considerable influencia política, lo
que difundiría la conciencia política en la ciudadanía. Sin embargo, cua lquiera
sea el partido, su dinámica organizativa profesionalizada refrena la influencia
real de las bases e incrementa la de la élite partidaria, cuyo control real sobre el
partido la hace cada vez más independiente incluso de sus afiliados y más aún del
electorado.
En el período del Estado de bienestar un tema se hace central y casi excluyente:
la promoción del desarrollo industrial para generar abundancia. Esto difumina las
diferencias político-ideológicas de los partidos, dado que el tema en cuestión se
considera más técnico que político. Las elecciones y la competencia entre
partidos, cada vez más orientados a todos los públicos, pretenden producir un
mandato plebiscitario, que una vez asumido no queda atado a compromisos
doctrinales. Las campañas orientadas a la cooptación de votos se caracterizan
más por técnicas de marketing y la personalización de las cuestiones apoyadas en
el carisma de los candidatos. Se apela cada vez menos a criterios políticos e
ideológicos y cada vez más a los razonamientos tecno burocráticos de los
expertos. Todo ello frente a una ciudadanía apática, desinformada y atenta sólo a
su capacidad de consumo.
De la misma manera el elitismo y la extensión del profesionalismo y la tecno
burocracia se apoderan de las organizaciones de representación de intereses
sociales, por ejemplo los sindicatos.

3.6. La reformulación del Estado: nuevas funciones

La reformulación anteriormente desarrollada de las relaciones Estado -sociedad


produce una transformación del Estado, que adquiere características inexistentes
en los modelos anteriores.

53
En este sentido, García Pelayo (1980), nos habló del Estado social como Estado
distribuidor y Estado manager.
En cuanto a la primera característica, se puede afirmar que lo distintivo del
Estado social no consistió en una política de transferencia de la propiedad de los
medios de producción, sino una más justa distribución de lo producido, llevada a
cabo por una adecuada utilización de la potestad fiscal estatal, y que llegó a
alcanzar extraordinarias dimensiones. Por supuesto que tal facultad tiene un
límite político constituido por la influencia que sobre los centros de decisión
estatal pueden tener las organizaciones de intereses contrarios al aumento de la
presión impositiva. También existe un límite funcional constituido por el nivel de
la cuantía de las exenciones y sus efectos sobre las posibilidades de reproducción
del sistema económico capitalista.
En el marco de la teoría política es destacable que la distribución ha sido siempre
un concepto clave de la estructura y función del Estado. Generalmente, en los
orígenes o en las grandes transformaciones de un orden político está implicado
un nuevo orden básico de distribución de los bienes, de los cuales han existido
diversos ejemplos históricos.
En este marco, distintos autores consideran al Estado social como la forma
histórica superior de la función distributiva. Así, García Pelayo (1980) sostiene
que el Estado social constituye un gigantesco sistema de distribución y
redistribución del producto social, cuya actualización afecta a la totalidad de la
economía nacional, a las políticas de todo tipo y a los intereses de todas las
categorías de estratos sociales.
En segundo lugar, su condición de manager se vincula a la necesidad del poder
de disposición que debe tener el Estado para la dirección general del proceso
económico a fin de cumplir acabadamente con su responsabilidad de la
distribución del producto social. Esto lo debe realizar dentro del marco de una
economía de mercado que el mismo Estado contribuye a regular estructural y
coyunturalmente.
Ya no se considera que la función del Estado sea la creación de las condiciones
jurídicas de un mercado supuestamente autorregulado (enfoque liberal). Por el
contrario, debe intervenir activamente a través de medidas destinadas a la
regulación del crecimiento y a la orientación del proceso económico hacia
determinados objetivos, así como también la efectivización de medidas de apoyo
(obras de infraestructura, promoción de la innovación tecnológica, etcétera) y la
creación de las condiciones estructurales requeridas por la economía nacional. La
adopción de estas medidas se toma no sólo a partir del uso de la autoridad estatal,
sino de acuerdo a los condicionamientos de la propia realidad económica (García
Pelayo, 1980).
Esta función reformulada del Estado lo transforma de un Estado
predominantemente legislativo (leyes generales y abstractas) en un Estado
administrativo o de prestaciones, el cual se caracteriza según García Pela yo:
1. Por una selección y jerarquización de objetivos, para los cuales deben
tenerse en cuenta no sólo los valores e intereses en juego, sino los efectos que
causan las medidas adoptadas.
2. Por una formulación de políticas estatales, a partir de la decisión de la
autoridad estatal, para cuya ejecución depende en una buena parte del consenso o
asentimiento de los afectadas.

54
3. La formulación racional de políticas depende de la interacción de la
racionalidad política, la racionalidad administrativa y la racionalidad económico-
social.
4. En las decisiones sobre la planificación de la instancia política requiere
del asesoramiento tecno burocrático y del conocimiento cierto tanto de las
demandas como de las posibilidades de los actores económico-sociales.
5. La planificación no sólo se refiere al ámbito económico, sino que se
extiende a una multiplicidad de aspectos, y más allá del carácter global o
sectorial, estimulador o indicativo de ella, una de sus funciones relevantes es
crear los supuestos para que otros actores formulen sus propios planes (los planes
estatales sirven de marco para la planificación de las propias empresas).
6. Cada nuevo tipo de Estado tiene un principio de legitimidad que es
especial; el Estado social se caracteriza por su función de manager. Se asocia a
un principio de legitimidad constituido por la performance, la funcionalidad y la
eficacia de su gestión, principios que coexisten con otros principios de
legitimidad vinculados a la legitimidad democrática a las cuales debe
subordinarse o con las que debe interactuar el Estado social.
La consecuencia sociopolítica de estas características estatales se evidencia de la
siguiente manera: En el Estado social, a la participación política a través del
sufragio se le agrega el derecho de participar a las prestaciones del Estado, en el
bienestar y en la igualación real de oportunidades producidas por un adecuado
ambiente económico. Es decir, el paso de la democracia política a la democracia
social y la ampliación de la ciudadanía política a la social, que se agrega sin
excluir la primera.
En el Estado social no sólo se considera la participación a través de la ciudadanía,
sino también a partir de los roles concretos (por ejemplo el de obrero). La
política se convierte así, en gran medida, en resolución de conflictos de intereses,
que buscan en el Estado no sólo resoluciones generales sino normas que afecten a
intereses concretos. La defensa de los distintos intereses es vehiculizada a través
de las organizaciones, las cuales participan en los procesos decisorios de
distribución y planificación. Es decir que el Estado social es un Estado en cuyas
decisiones toman parte no sólo los partidos, sino también las grandes
organizaciones de intereses.
A pesar de que hemos hablado de la reformulación del Estado y analizado los
elementos claves de esta nueva forma estatal (Estado de bienestar) no podemos
dejar de reconocer que, más allá de los niveles generales expuestos con fines
analíticos, existieron diferencias entre sus efectivizaciones reales, que han
coexistido como alternativas distintas de realización de este modelo

3.7. Presupuestos jurídicos

La fórmula del Estado social de derecho implica consideraciones y debates, sobre


todo en torno a las funciones y garantías de ciertos derechos (los derechos
sociales) y a la controvertida cuestión de la reformulación de la clásica división
de poderes, así como las fórmulas jurídicas de intervención del Estado en la
sociedad.
El Estado social es un Estado de derecho, en tanto su poder está sometido a la
norma que él mismo genera. Pero la idea de Estado de derecho no se agota en la
mera legalidad, sino que se entiende ha de sustentarse en la legitimidad, en una

55
concepción del derecho, como expresión de los valores jurídico-políticos
vigentes en una época.
Así los mecanismos jurídicos formales se orientarán a la actualización de los
valores jurídico-políticos que inspiraron a cada modelo estatal. En este marco
pueden distinguirse dos modalidades de Estado de derecho: el liberal y el social,
entendiéndose que este último no significa una ruptura con el primero, sino una
readaptación a las nuevas condiciones. Por ello, a los derechos individuales
clásicos, el Estado social añade los derechos económicos y sociales. No sólo
incluye derechos para limitar la acción del Estado, sino también derecho a las
prestaciones del Estado. Este último, por consiguiente no sólo debe omitir lo que
sea contrario a derecho, sino que debe realizar una acción constante a través de la
legislación. Esta necesidad planteó algunos problemas en el marco del Estado
social.
Los derechos sociales y el constitucionalismo social se desarrollan en dos etapas.
La primera inicia su institucionalización, en algunas constituciones posteriores a
la Primera Guerra Mundial, reconociéndose junto a los derechos políticos
algunos derechos sociales. Las constituciones más representativas en este período
fueron la Constitución de México y la Constitución de Weimar, que constituyen
los antecedentes más notables del constitucionalismo social. La Constitución
mexicana de 1917 en el art. 27 consagra un concepto de derecho de propiedad, en
el que el interés individual se somete a limitaciones inspiradas en el interés
social: “la nación tendrá en todo tiempo el derecho de imponer a la propiedad
privada las modalidades que dicte el interés público, así como el de regular el
aprovechamiento de la riqueza pública....Con este objeto se dictarán las medidas
necesarias para el fraccionamiento de los latifundios; para el desarrollo de la
pequeña propiedad....”.
La Constitución de Weimar de 1919, paradigmático exponente del
constitucionalismo social, en su art. 151 establecía que la vida económica debía
ser organizada conforme con los principios de la justicia y tendiendo a asegurar a
todos una existencia digna. Según el art. 154 “La propiedad obliga! Y “el uso
debe ser igualmente en el interés general”.
Luego de esta Constitución podemos mencionar la de Estonia en 1920, Polonia
en 1921, Yugoeslavia en 1921. Debe destacarse la Constitución austríaca de 1920,
elaborada por Kelsen y técnicamente perfecta, pero que fracasó en la práctica.
Finalmente la Constitución republicana española de 1931 fue una de las últimas
manifestaciones de esta primera fase del constitucionalismo social.
Sin embargo, luego de la crisis económica de 1929 se acaba con la idea de un
automatismo en la implantación de la justicia social
En la segunda etapa encuentra su expansión, recién en las constituciones de la
segunda post-guerra que han incluido en su dogmática principios y garantías de
este tipo, que reformulan la anterior concepción del hombre y sus derechos, pero
articulándolos ya a la intervención del Estado.
Así, la Constitución italiana de 1947, si bien reconoce «los derechos inviolables
del hombre» en sus arts. 2º, 3º y ss., sostiene que es lícito exigirle el
cumplimiento de los deberes inderogables que imponen la solidaridad política,
económica y social, y también sostiene que «el Estado renueva los obstáculos de
orden económico y social, que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de
los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana y la efectiva
participación de todos los trabajadores en la organización política, económica y
social del país».

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También la Constitución de la República Federal Alemana ha establecido en su
formulación fundamental el Estado de derecho democrático y social (arts. 20 y
28).
En los arts. 14 y 15 se sostiene que la propiedad y la competencia de los
propietarios no puede ir más allá de lo previsto por las leyes al respecto. Así, el
nuevo modelo de Estado plasma constitucionalmente la reivindicación de
configurador de la ordenación social. O sea, en definitiva, la consagración de los
derechos sociales requiere para su efectivización de una activa participación del
Estado.
El reconocimiento y protección de los derechos económicos y sociales (derecho
al trabajo o derecho a una vivienda digna) pueden llegar a colindar con la
protección de otros derechos políticos o civiles tradicionales (derecho de
propiedad, igualdad ante la ley, etcétera).
Por otra parte, algunos sostienen que no es posible el reconocimiento de otro tipo
de derechos que no sean los individuales clásicos. Así, Sartori (1993) sostiene
que los derechos individuales del liberalismo eran «derechos jurídicos» que
proporcionaban espacios y garantías de protección, derechos «sin coste» porque
no requerían prestaciones materiales sino su resguardo por parte del poder
político.
Los derechos económicos y sociales exigen, por el contrario, prestaciones de
parte del Estado; por ello, tanto material como jurídicamente presentan una
mayor complejidad.
Así, aunque constituyen la base legitimatoria del Estado de bienestar, y se puso
empeño en su equiparación a los derechos individuales, dieron lugar a fuertes
discusiones sobre su alcance, su verdadero carácter y su significado. En
coincidencia con esto, el valor de la igualdad, verdadero pivote del Estado de
bienestar, constituye también un concepto cuyo debate es muy extenso en cuanto
a su real significado. Y aun aceptando la superación de la controversia fi losófico-
política sobre su sentido, tampoco se ha llegado a un acuerdo sobre en qué
medida se encuentran vinculados los poderes públicos por la necesidad de
implantar grados mayores de igualdad.
Al servicio de la libertad, en el orden jurídico formal existen en la tradición del
Estado de derecho un conjunto de órganos de gran experiencia y tradición.
Para la protección de la igualdad económica y social debieron crearse nuevas
instituciones como el Consejo Nacional de la Economía y del Trabajo en Italia o
el Consejo Económico Francés, cuya naturaleza suscitó y suscita fuertes debates
y su relevancia jurídico política, grandes dudas.
En definitiva, todo lo expuesto remite a una cuestión que el Estado social no
pudo superar definitivamente: la tensión a veces conflictiva entre el ejercicio
jurídicamente protegido de la libertad y de la igualdad.
Otra cuestión técnico-jurídica, vinculada a lo político, que también suscita
controversias, se refiere a la reformulación de la legislación.
La ley, en el Estado de derecho liberal, se entendía como una normativa general y
abstracta. En el Estado social la ley pasa a ser un instrumento para la ejecución
de decisiones de distinta especie, por lo que forzosamente la legislación aumenta
tanto en cantidad como en diversificación.
Esto también está estrechamente vinculado con las transformaciones producidas
en el funcionamiento del sistema de división de poderes.

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La concepción clásica del Estado de derecho liberal, en su elaboración más
formal, sitúa al Parlamento en la cúspide de su construcción, estableciéndose el
principio de la supremacía parlamentaria.
Pero en este momento, atento a que la función central del Estado no sólo es
legislar sino actuar, el escenario de las decisiones relevantes se traslada del
Parlamento a las instancias gubernamentales y administrativas. Esto es así
porque si bien el Parlamento está capacitado para deliberar sobre leyes
generales, no siempre está en condiciones de responder con celeridad a los
cambios de situación. Puede también aprobar planes, pero no siempre está
capacitado para discutir su contenido técnico. La mayoría de los proyectos
de planificación de políticas son presentados por el gobierno, quien dispone
de mayores recursos técnicos para su formulación.
El Parlamento asume así funciones de control más que de decisión.
Según Poggi (1997), paradójicamente el gran crecimiento de los ingresos y
gastos públicos hace que el control parlamentario sea cada vez más
necesario en el Estado de bienestar, pero también casi imposible, dada la
magnitud y complejidad de los presupuestos y otros instrumentos contables.
Los parlamentos no pueden defender su amenazada supremacía frente al
Ejecutivo. La legislación, desde la perspectiva tecno burocrática, se ha
convertido en algo muy específico para dejarlo en manos de los legisladores.
Las leyes se redactan casi exclusivamente fuera de los parlamentos y sirven
para dar validez en términos formales a decisiones tomadas por los
funcionarios, de acuerdo con su saber tecnocrático.
Se han perdido los rasgos de generalidad y abstracción que hacían de la
legislación clásica el instrumento por excelencia de la supremacía
parlamentaria.
Desde el punto de vista de la división de poderes, el rasgo formal más
característico del Estado de bienestar es la reforma de la i nstitución
parlamentaria. Si bien formalmente el Parlamento sigue siendo supremo, en
la práctica no lo es, ya que todas sus competencias tienen límites de distinta
naturaleza. Según Cotarelo (1990), estos límites forman en su conjunto lo
que se entiende como parlamentarismo «racionalizado» y que tiene su
justificación en dos tipos de fundamentaciones:
1. Razones de estabilidad;
2. Razones de rapidez.
Ambas se esgrimen para demostrar la conveniencia de tolerar un
parlamentarismo recortado en pro de la eficacia gestora del Estado.
La crítica a la eficacia parlamentaria que se fue consolidando en el marco del
Estado social surge en el contexto de un «Estado administrador» en el cual se
advierte una paulatina decadencia de la ley en su acepción liberal. En él co bran
importancia tres factores de compleja integración en la tradición europea del
Estado de derecho: la iniciativa legislativa del gobierno, la legislación delegada y
la nueva naturaleza de la ley.
En el primer caso, es reconocido que en los Estados de bienestar la gran masa de
la legislación se origina en los departamentos ministeriales. Respecto a la
legislación delegada, ésta se justificó por la falta de competencia técnica del
Parlamento. Finalmente el cambio de naturaleza de la ley nos remite a la
aparición de nuevos tipos, «ley medida» cuya fundamentación nos reenvía a lo ya
expresado de la mayor competencia tecno burocrática del Ejecutivo y las
restricciones técnicas del Legislativo, ya que éste sólo fijaba el marco de la

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legislación cuyos contenidos específicos quedaba en manos de la tecno
burocracia.
Así, la imagen más consolidada de la organización jurídico-política del Estado
social es la de un Ejecutivo predominante en todos los aspectos, que no se adecua
a la teoría clásica de la división de poderes.
Por ello la progresiva intervención del gobierno en la sociedad precisa de
extremados controles en el Estado social para preservar su carácter de Estado de
derecho, a fin de que su función social no impida la garantía del principio de
legalidad.
De allí surge la importancia creciente del derecho administrativo en el conjunto
de la teoría jurídica del Estado de bienestar. Es así que la cuestión más relevante
a considerar en el análisis jurídico del Estado social, la constituye la tensión que
se mantiene entre el principio de igualdad que se orienta a una proyección de
futuro y que consiente la progresiva intervención del Estado en la esfera de las
relaciones privadas de la sociedad civil, y el principio de legalidad que tiende a
mantener las relaciones existentes en un marco de seguridad.

3.8. Distintas configuraciones del Estado de bienestar

Luego de estas consideraciones generales corresponde analizar las diferentes


configuraciones del Estado de Bienestar. Un aporte nuevo y trascendente sobre
las tipología de Estados de Bienestar es la realizada por Esping-Andersen (1993)
basada en una triple estructuración .
Los criterios utilizados como elementos básicos de diferenciación son:
1. Cada uno de los regímenes se caracteriza por la relativa
centralidad que tienen el Estado y el mercado como mecanismos de
producción del bienestar. Así la interacción de estas dos instituciones
producen diversas combinaciones, que a su vez dan lugar a las distintas
peculiaridades existentes entre los diversos países (Sánchez 1999)
2. Los regímenes de Bienestar se diferencian por la intensidad
variable de desmercantilización que sus políticas provocan. Es decir
hay que considerar el grado en que los derechos sociales permiten a la
gente que sus niveles de vida sean independientes de las puras fuerzas del
mercado.
3. El último aspecto considerado por Esping-Andersen son las
consecuencias que la intervención del Estado produce en la
estructuración del orden social. Los diversos regímenes de Estado de
Bienestar producen formas de estratificación social diferentes . En ese
sentido se pueden detectar diferencias en lo que se refiere a cómo se ha
modificado la estructura social a partir del desarrollo de los Estados de
Bienestar, atendiendo al papel en la distribución de los ingresos, si
sostienen jerarquías, dualismos o universalismos.
El análisis a partir de estos tres criterios, permiten establecer tres categorías.
Estas son :
Regímenes de Estado de Bienestar liberales, socialdemócratas y corporativos.

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1) Regímenes de Estado de Bienestar Liberales

La característica d estos regímenes en cuanto a la desmercantilización, es la


presencia de condiciones más restrictivas para el acceso a los derechos sociales.
Se caracteriza por la ayuda a aquellos que demuestren no tener recursos. Las
transferencias universales son escasas. Este sistema no amplía propiamente los
derechos a los ciudadanos.
En lo que respecta a la estratificación, los criterios dominantes no encuentran
razones fundadas para que el Estado altere los resultados estratificadores
producidos por el mercado, que reflejan el esfuerzo, la habilidad y la confianza
en sí mismo. Se crea una estratificación entre la relativa igualdad de pobreza de
los asistidos, el grupo más bajo que depende de la ayuda estigmatizadora, otro
grupo en el medio integrado predominantemente por la clientela de seguros
sociales, y un tercer grupo de privilegiados que son capaces de obtener su
principal protección social del mercado.
En lo que respecta a la combinación público-privado, en estos regímenes
prevalece el mercado en detrimento de la seguridad social estatal.
Estos países pertenecen mayoritariamente a la cultura política anglosajona. Aquí
encontramos a EE.UU., Canadá ,Gran Bretaña y Australia.

2) Regímenes de Estado de Bienestar corporativo.


Este sistema se vincula a países de industrialización tardía y que conservaron las
clásicas tradiciones de los gremios. También en muchos casos se trata de países
católicos. Se conjuga con el principio subsidiario del catolicismo, siendo un a
respuesta natural a su preocupación por preservar la familia tradicional, y su
búsqueda de alternativas frente al liberalismo como al socialismo.
A diferencia del modelo anterior, no existe una obsesión liberal por el mercado,
teniendo un grado considerable de desmercantilización sus políticas sociales.
Consideran los derechos en base al rendimiento en el trabajo. Aquí los derechos
dependen de su lugar en el mundo laboral y su articulación con los aportes
económicos sindicales.
En lo que respecta a estratificación, el corporativismo y el reconocimiento
estatal de ciertos privilegios de status, sumado al rechazo de los grupos
organizados de integración en una legislación más general e inclusiva, genera
numerosos planes de seguridad social, diferenciados, cada uno con sus propias
reglas, y estructura de subsidios, adaptadas a las distintas posiciones de los
beneficiarios.
En cuanto a la relación Estado-mercado en la previsión social, los sistemas de
seguros están mayoritariamente en manos del Estado, el mercado es marginal. La
seguridad social depende del status ocupacional, siendo así diferenciada. Este
sistema se afianzó en los Estados de Europa continental, especialmente Austria,
Bélgica, Francia, Alemania e Italia

3) Regímenes de Estado de Bienestar socialdemócrata

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El objetivo principal es reducir la distancia entre los diversos status sociales
ampliando la universalización y desmercantilización.
En la perspectiva socialdemócrata, lo esencial de la desmercantilización es la
emancipación de la dependencia del mercado. La calidad de los derechos sociales
y no su simple existencia, constituye una aspiración central de este enfoque. A
diferencia del modelo anterior, la dependencia de la familia, de la moralidad o de
la autoridad no sustituyen la dependencia del mercado.
La idea es la independencia del individuo, pero a diferencia del liberalismo, la
idea de esta perspectiva es la de universalizar, maximizar e institucionalizar los
derechos. Estos se consideran como derechos universales de los ciudadanos,
independientemente del grado de necesidad o del status o rendimiento en el
trabajo. Al perseguir una maximización de la independencia individual, hay un
especial cuidado por incluir en ella a las mujeres. Por ello se establecen
especialmente políticas para el cuidado de niños y ancianos, que si no existieran
pueden recaer en las mujeres.
En lo que respecta a la estratificación, el criterio dominante en los regímenes de
este tipo ha sido el universalismo amplio y popular, buscando equiparar los
subsidios y prestaciones a las expectativas de la clase media. El resultado ha sido
una experiencia de movilidad social ascendente, y una alianza importante de
clases que defiende la supervivencia de los arreglos institucionales obtenidos.
En este régimen en cuanto a la combinación público-privada de provisión social,
se adopta un sistema universalista dominado por el Estado, en los que la
extensión de los derechos sociales de la población, deja fuera tanto los
privilegios de status como al manejo del mercado.

Therbon (1989) sostiene en este marco que es posible caracterizar cuatro tipos de
Estado, según sus estructuras socioeconómicas, atendiendo a la relación
mercado-trabajo y al grado de intervención del Estado en sus políticas públicas.

1) Estados de bienestar intervencionistas fuertes: combinan una política social


generalizada con un compromiso institucional con el pleno empleo, tales como
Suecia, Noruega y Austria. También podemos incluir a Finlandia. Se caracterizan
por un gasto medio en política social un poco por encima de la media de la
O.C.D.E., y con una política de pleno empleo muy activa, aunque no siempre
eficaz. Suecia y Austria, además, representan dos casos típicos de acuerdos
socialcorporativistas, los que influyen también específicamente en el Estado de
bienestar.

2) Estados de bienestar compensatorios blandos: tienen prestaciones sociales


generosas, pero fundamentalmente dirigidas a compensar la existencia de
desempleo, con poca influencia en el mercado del trabajo. Por algún tiempo
siguieron una orientación económica keynesiana basada en el control de la
demanda, pero después de 1973 han adoptado cada vez más una política
económica post-keynesiana. Los ejemplos típicos son Bélgica, Dinamarca y
Holanda.
Francia, Italia, Alemania e Irlanda también pertenecen a esta categoría, aunque
con un nivel menor de generosidad en sus prestaciones.

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3) Estados orientados al pleno empleo: con escasa política de bienestar, con
pocas prestaciones sociales, pero con un compromiso institucional para mantener
el pleno empleo. Por ejemplo, Suiza y Japón.

4) Estados orientados al mercado y con escasa política de bienestar: provisión


limitada de servicios sociales y poca intervención pública en lo referente al
empleo. Por ejemplo, Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Estados Unidos.

En un sentido amplio, ya que todos en la coyuntura histórica de crisis de Estado


liberal y del capitalismo clásico tomaron en menor o mayor medida soluciones
económicas keynesianas y políticas sociales, pueden considerarse los cuatro tipos
como incluidos en los modelos de Estado de bienestar.
En un sentido estricto los dos primeros tipos corresponderían específicamente a
dos variantes del Estado de bienestar, el tercero estaría en el límite y no
correspondería incluir el cuarto dentro del modelo.
Por ello la coincidencia generalizada en los países centrales, en las décadas de
expansión inicial del Estado de bienestar, de aumento en las pretensiones sociales,
tendencia a la generación del pleno empleo y adopción de fórmulas keynesianas
de política económica, fue una coincidencia coyuntural, pero que luego fue
evidenciando modalidades distintas de efectivización.
Detrás de ello, según este autor, se encubren diferencias entre los distintos países
en su concepción de la relación que vincula la política social pública y la
economía de mercado, así como en sus instituciones y estrategias de
funcionamiento.
Esto debe ser destacado por cuanto con el estallido de la crisis económica del ’70
estas diferencias se convirtieron en relevantes para la concreta elección y
funcionamiento de distintas alternativas de superación.

3.9. Análisis crítico del funcionamiento del Estado social de derecho

Se han realizado análisis críticos del funcionamiento del Estado social


atendiendo a que, en perspectiva, se puede objetar el carácter democrático,
reformista y en general de profunda transformación del orden existente que se
postuló al iniciarse su transformación.
Así, se sostiene que inicialmente se planteó una articulación entre los principios
liberales del Estado de derecho y los del Estado social de derecho. Pero en cierta
medida se produjeron conflictos entre los principios de la democracia social y los
principios del modelo liberal. En este escenario, las construcciones político -
institucionales subrayan la garantía de la esfera individual y los tradicionales
marcos del Estado de derecho admitiendo sólo intervenciones de corrección del
orden social, quedando como Estado de bienestar reducido a la obligación de
realizar prestaciones de auxilio social. Con esta concepción, el Estado social de
derecho se define en sus funciones articuladas a una administración prestataria de
servicios y no como un modelo configurador de una nueva situación política
social y económica fundada en nuevos principios de equidad soci al y solidaridad.
Un tema a destacar que produce críticas al funcionamiento del Estado social de
derecho se refiere a que la administración de éste aumentó su esfera de
competencia (aunque con sujeción a las leyes) y se independizó en gran medida

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del Poder Legislativo, del propio Ejecutivo y todavía en mayor proporción de los
ciudadanos.
En su calidad de organización de técnicos aventajó al Parlamento, así como
también a la dirección política gubernamental, en tanto la actividad técnico -
administrativa cada vez pudo ser abarcada menos por la programática política.
La administración pública en el Estado social de derecho sólo queda sujeta por la
obligación formal de las normas legales, pero queda excluida de todo control
democrático en el proceso de trabajo, el cual en cierta medida implica la
imposición de decisiones, en tanto los órganos políticos se apoyaban para la
adopción de éstas en informes técnicos especializados producidos por la
tecnoburocracia. Los técnicos formalmente «neutrales» arrinconan cada vez más
a quienes «sólo son representantes políticos en el Parlamento».
Se produce así una característica del Estado social de derecho, que lo orienta
hacia un elitismo tecnocrático no participativo que produce efectos negativos en
el funcionamiento del Estado hasta el presente.
La tecno burocratización puede entenderse como un fenómeno ambivalente. Así,
por una parte fue una realidad necesaria para efectivizar el proceso social
democratizador de extender determinadas condiciones socioeconómicas y
determinados bienes a la mayor parte de la población, o sea se asocia al proceso
de democratización entendido como la participación de los ciudadanos en las
ventajas materiales del sistema. Pero, por otra parte, el crecimiento tecno
burocrático supone un obstáculo a los procesos de democratización, entendidos
como participación en los procesos de toma política de las decisiones.
Además, el crecimiento tecno burocrático no ha significado una mayor autonomía
estatal en el momento de fijar los objetivos generales, sino una mayor capacidad
de alcanzarlos cuando han sido acordados a través de la negociación con los
actores públicos y privados de mayor poder.
Las instituciones y los procedimientos de la democracia en este Estado se
orientan a la producción de decisiones gubernamentales adoptadas con marcada
independencia de motivos definidos por los ciudadanos. Se diseñó a fin de que
los ciudadanos en una sociedad fuertemente politizada adquieran un status de
ciudadanos pasivos. Se estimula el privatismo y la indiferencia política y se
promueve el consumo, el tiempo libre y el goce material.
En el nuevo acoplamiento entre el sistema económico y el sistema político ya no
es la ideología del libre cambio que oficia de legitimadora, sino un programa
sustitutivo que sostiene la gestión técnica para el funcionamiento estable del
sistema, y excluye las cuestiones prácticas que sólo podrían definirse a partir de
un discurso democrático y valorativo.
Según la visión crítica, en este contexto de despolitización ciudadana queda sin
funciones una opinión pública reflexiva y activa. Los electores quedan
degradados al papel de consumidores apolíticos.
Entre los postulados del Estado social de derecho y su praxis se instala una
contradicción. Esto se refiere al conflicto entre la necesidad de democratización
material del conjunto de la sociedad y la instauración de estructuras e
imaginarios de dominio elitista, en cierta medida antidemocráticos por la falta de
participación ciudadana.
La ideología política que oculta estas tensiones en la fase del Estado de bienestar
es el pluralismo elitista (Abendroth-Lenk, 1970). El pluralismo se presenta como
una teoría de base empírica y sugiere que el sistema de dominación sociopolítico
está caracterizado por la competencia libre y numéricamente ilimitad a de los

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grupos sociales para obtener poder político y social, dando lugar
automáticamente a compromisos que representan el interés general
Al negar esta ideología la existencia de contrastes, de intereses socio -políticos
basados en la estructura de la sociedad, y al negar la necesidad de una
transformación más profunda y radical de la sociedad, oculta el desequilibrio
existente en la distribución del poder económico y político, y oculta el desigual
poder de los grupos para competir.
En ese marco es que se formulan las críticas de Offe (1988) en cuanto a los
partidos competitivos de masas, los llamados «catch all party» que no
representan realmente la voluntad del pueblo, sino que sólo reflejan la dinámica
desencadenada por los imperativos de la competencia política.
Según este autor esta dinámica tiene efectos importantes en la pérdida de la
ideología de los partidos, ya que para llegar al gobierno deben orientar sus
programas hacia las oportunidades que les ofrece el mercado político.
a) Es necesario conseguir el mayor número de votos y para ello debe minimizar
los aspectos más ideológicos del programa que puedan crear rechazos del
electorado. Esto los lleva a una gran ambigüedad, a la que debe agregarse que
para captar la mayor cantidad del electorado deben diversificar su discurso para
contener la pluralidad de intereses y demandas. Esto tiene como efecto la
disolución de todo sentido de identidad política colectiva que, anteriormente a
este modelo, se basaba en valores y significados compartidos.
b) Por otra parte, el partido competitivo plenamente desarrollado se ve obligado
por las necesidades de la competencia a equipararse con una organización
sumamente centralizada y burocratizada.
La profesionalización de la política partidaria conduce al dominio político del
personal profesional y directivo del partido que por su formación proviene de
medios tales como la administración empresarial, pública, medios de
comunicación, etcétera.
Este modelo burocrático profesional de partidos que se gesta en el Estado s ocial
produce la desactivación de la participación de los miembros de base. Ya no hay
espacios de participación para discutir internamente los programas o políticas del
partido, ya que esto queda a cargo de la élite profesional.
Finalmente, Offe (1988) realiza un análisis crítico de las prácticas neo
corporativas vinculadas con los acuerdos capital-trabajo que se efectivizaron en
el Estado de bienestar.
En una formulación sintética, del complejo análisis realizado por el autor sólo
mencionaremos algunas cuestiones centrales que desde una perspectiva actual
permiten evidenciar las carencias de esas prácticas.
En primer lugar, esos acuerdos en cuanto neutralizadores del poder social del
capitalismo no sólo no pudieron bloquear esa fuerza, sino que borraron la línea
de conflicto entre capital y trabajo en tanto produjeron una división entre los
intereses inmediatos de redistribución de los grupos socio-económicos del sector
trabajo que pudieron acceder a esa negociación, y los que quedaron excluidos por
su menor capacidad organizativa y de poder, rompiendo así la unidad del sector
trabajo, disminuyendo las energías transformadoras.
Así, además, la adopción de estas prácticas afectó la capacidad de configuración
política y de plasmación de programas políticos de reformas más profundas y
generales, que fueran más allá de los intereses inmediatos de distribución de los
sectores participantes. Esto significó la renuncia a objetivos políticos que
generaran una redistribución de los medios de poder entre todos los dist intos

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actores sociales. El acuerdo entre intereses y la discusión sobre la manera en que
se externalizarían los costos de los acuerdos quedó por completo fuera del
control político democrático.
En segundo lugar, se cuestiona la real equivalencia de poder de las partes de la
negociación, o sea en qué medida dieron lugar a la existencia de una distribución
equitativa y estable de recursos de poder entre capital y trabajo. No fue suficiente
contraponer la configuración organizada del sector trabajo para contrarrestar el
poder social del capital. Esto es así porque los propietarios del poder económico
gozaron también de ventajas organizativas. La posibilidad de negociar en este
escenario de intereses marcadamente contrapuestos y organizados, pero
estructuralmente asimétricos, sumada al hecho de que al poder económico no le
interesan los costos sociales (desempleo, restricciones socio-económicas,
etcétera), solo podía tener posibilidades de redistribución equitativa con la
participación de una fuerte y decidida intervención política estatal para asegurar
este tipo de resultados, y esto reenvía al problema de cómo se encuentren en los
hechos las relaciones de poder entre política y economía.

CAPITULO V
Crisis del Estado de
bienestar

Sumario:
4.1. Planteo de la crisis. 4.1.a. El gasto público. 4.1.b. Internacionalización del
sistema financiero. 4.1.c. Sector trabajo. 4.1.d. Apertura de las economías
nacionales. 4.2. Aspectos teóricos de la crisis. 4.2.a. Respuestas teóricas a la
crisis: neoconservadoras, marxistas y socialdemócratas Tercera vía.

4.1. Planteo de la crisis

El tema de la crisis del Estado de bienestar será presentado en relación a sus dos
niveles de análisis:
1. El referido a los procesos que se van desarrollando en la realidad.
2. Las distintas teorías que describen o explican tales procesos.
A partir de mediados de los años setenta, la que había sido reconocido casi
unánimemente como la fórmula más exitosa de superación de los conflictos
sociales y gestora del «progreso indefinido» comienza a desmoronarse y a ser
objeto de duras críticas. Empieza así a quebrarse el consenso de la confianza
indiscutida en el Estado de bienestar y su expansión futura.

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Este modelo estatal había mostrado una fuerza insospechada en el logro de un
período inéditamente extenso de pacificación social en el orden interno. Al
mismo tiempo si se entiende la paz como ausencia de guerra, Europa vivió la era
de paz más prolongada de toda la Edad Moderna (16) .
Esta situación de armonía llegó a su fin en la década de los setenta, a partir de un
proceso que se inicia con la crisis económica de 1973/4. En ese período los
cambios producidos en la estructura económica, coincidentes con la desconfianza
en el sistema monetario internacional, ayudaron a provocar alzas considerables
de los precios de materias primas, que abrieron el camino al shock de la O.P.E.P.
en 1974.
El alza del precio del petróleo, hasta ese momento a bajo costo, decidido por las
naciones productoras, generó una fuerte transferencia de los importadores a los
exportadores, que produjo un efecto considerable sobre el funcionamiento del
sistema económico.
En ese contexto, las profundas dificultades a las que se enfrentaron las
economías desarrolladas occidentales -que incluyeron inflación, estancamiento y
creciente déficit público- sentaron las condiciones materiales para que se
cuestionara seriamente la eficacia del Estado en el cumplimiento de su
responsabilidad por el bienestar económico en una sociedad capitalista.
Así, las transformaciones de la estructura económica que habían apoyado
fuertemente la construcción de este modelo fueron las que iniciaron a la vez su
declive, por la acumulación de problemas fiscales y económicos.
Los problemas fiscales se centraron en la existencia de un déficit creciente, u nido
a una reacción en contra de la presión fiscal, en situaciones de estancamiento con
inflación, y sobre todo en que se evidenció la incapacidad del Estado para hacer
frente a los gastos sociales.
Los problemas económicos se centraron en la inflación creciente -con amenaza
constante de hiperinflación- y en la ausencia de crecimiento, advirtiéndose,
además, que ambos problemas estaban relacionados.
Para comprender esta situación es necesario desarrollar brevemente algunos de
sus aspectos relevantes.

4.1.a. El gasto público

En el modelo keynesiano el crecimiento del gasto público se efectivizó en


función de tres requerimientos:
a) Las empresas estatales,
b) los servicios de infraestructura;
c) las políticas sociales (Schvarzer, 1987).
El gasto público dirigido a impulsar los dos primeros requerimientos, en los años
iniciales de la posguerra, se constituyó en uno de los factores decisivos del
crecimiento económico y social, en cuanto promotor del desarrollo industrial. En
décadas posteriores, las erogaciones del gasto público, correspondientes a las
políticas sociales del Estado, impidieron que se produjeran situaciones de
recesión similares a las de 1930.
Sin embargo, a pesar de sus aportes positivos, el crecimiento del gasto no tuvo
lugar en el vacío (Schvarzer, 1987). El aumento del sector público hace su
funcionamiento más complejo al mismo tiempo que el poder central pierde
capacidad de regulación sectorial a medida que cada área de la burocracia se ve
influida por un complejo de intereses específicos y presiones sectoriales. Esto

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impide que pueda mantenerse estable el gasto global, mediante reordenamiento
parcial y re jerarquización de erogaciones, según los objetivos económicos
propuestos. En la medida en que el gasto público no puede reducirse por los
condicionamientos sectoriales mencionados, el Estado necesita incrementar sus
erogaciones totales para hacer frente a las nuevas demandas del desarrollo
(gastos en tecnología, energía nuclear, etcétera), ya que las erogaciones no
pueden salir de la reducción de otras actividades.
Este acrecentamiento del tamaño del Estado fue encontrando una renovada
resistencia por parte de los sectores con mayores recursos económicos y que más
aportaban a su mantenimiento, a partir de las transferencias de recursos a travé s
de la carga impositiva, aunque esta reacción tomó diversas formas en cada país.
Estas limitaciones obligaron al Estado a la opción o de la reducción del gasto, a
pesar de otras demandas sociales que lo exigían, incluso arriesgándose al
estancamiento económico, o a mantenerlo, y hasta aumentarlo, a costa del
endeudamiento. Se siguió la segunda opción, pero cuando el déficit del sector
público de coyuntural se transformó en permanente, el recurso al sector
financiero, al endeudamiento, se tornó destructivo para el modelo.

4.1.b. Internacionalización del sistema financiero

Las demandas de crédito por parte del Estado tendieron a neutralizar su


capacidad de controlar las tasas de interés; a pesar de que ello constituía uno de
los pilares del modelo keynesiano. Esta tendencia coincidió con la
internacionalización del mercado financiero, el cual en la década del cincuenta
sólo existía como sistema financiero nacional, sometido a estrictas regulaciones,
derivadas de las experiencias de la crisis del treinta.
Pero ya a fines de esa década, y a través de un complejo proceso que no cabe
aquí desarrollar, comienza a crearse un sistema financiero mundial de
dimensiones colosales, que hace perder la autonomía a los estados para el
establecimiento de las tasas locales de interés con sus consecuentes efectos.

4.1.c. Sector trabajo

Por otra parte, la política de pleno empleo y la mejora constante del salario real a
partir de la posguerra, que fue tanto una consecuencia de las ideas keynesianas
como de la creciente demanda sustentada en el poder de las organizaciones
sindicales, se vio paulatinamente condicionada y reformulada por la respuesta
empresarial, en un proceso que empieza a gestarse en la década del sesenta.
Así, la estructura de la oferta y la demanda de mano de obra fue cambiando en
los países industrializados centrales, con una tendencia a disminuir la capacidad
de negociación de los trabajadores. Este proceso tuvo formulaciones distintas en
cada país y sus resultados fueron también diferentes, pero en todos los casos se
observa esta tendencia.
En Europa y EE.UU., fundamentalmente, las empresas implementaron el recurso
de fomentar la inmigración de trabajadores de otras regiones menos desarrolladas.
Esta inmigración posibilitó que alrededor del 10 % de la fuerza de trabajo en
Europa, en la década del setenta estuviera compuesta por inmigrantes, porcentaje
que se duplicó en la década siguiente. Algo similar ocurrió en Estados Unidos.
Todo ello contribuyó a contener las presiones salariales (Schvarzer, 1989) por los
salarios más bajos aceptados por los trabajadores extranjeros.

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Otra estrategia complementaria, que luego tuvo una fuerte expansión, se inició en
el mismo período: la exportación de capital destinado a producir bienes en países
de mano de obra barata. Desde EE.UU., Europa y luego Japón se produjo una ola
de exportación de capital en busca de áreas productivas con salarios más bajos
(Taiwan, Corea del Sur, Singapur, Hong Kong, etcétera).

4.1.d. Apertura de las economías nacionales

Se produce, asimismo, una tendencia a la apertura en las economías nacionales,


también muy vinculada con el accionar mencionado de las empresas
multinacionales, las cuales buscan distribuir sus productos en el mercado
mundial. Esta apertura fue transformándose cada vez más en un fenómeno
irreversible, al que coadyuva una amplia gama de convenios internacionales y los
acuerdos del G.A.T.T..
Así, el funcionamiento de la economía nacional debe adecuarse cada vez más a
su estrecha relación con otros mercados, lo que limita la posibilidad de regular el
mercado nacional, por la presión de los costos y precios de los otros.
En definitiva, la interconexión entre el gasto público excesivo, el déficit fiscal, la
inflación, la disminución de los salarios y beneficios sociales, la pérdida de
control de la tasa de interés, recorta la capacidad de manejo de la economía
nacional según el modelo keynesiano, lo que unido a la instalación de la
interdependencia asimétrica limita la operatividad de este modelo.
En este contexto, todas las explicaciones y justificaciones del Estado social de
derecho se resienten o se desmoronan. Así, el complejo edificio de garantías
constitucionales y jurisdiccionales de unos derechos que configuraban un orden
más justo quedó vacío ante la imposibilidad de garantizarlos. El Estado
benefactor, que aseguraba el desarrollo y el equilibrio al mismo tiempo, ya no
puede garantizar nada. Los sistemas políticos donde el orden se basaba en el
consenso se hacen ingobernables y comienza a explicárselos desde otras ópticas
más críticas.

4.2. Aspectos teóricos de la crisis

Si aceptamos el concepto de crisis como un proceso de cambios significativos en


el comportamiento de componentes de la realidad social y de las teorías
destinadas a interpretarlos, podemos sostener que a partir de los procesos
analizados comienza a gestarse la crisis del Estado de bienestar.
La manifestación inicial de la crisis aparece así, en los setenta, por la ausencia de
instrumentos eficaces y eficientes de corrección a los grandes desequilibrios
económicos.
Pero no es sólo una crisis de funcionamiento de la economía por la quiebra del
crecimiento y la bonanza económica, sino que la incapacidad de los poderes
públicos para responder a las fallas del sistema pone en cuestión el mismo papel
del Estado.
Esto es así porque la justificación de este modelo descansaba en gran medida en
su capacidad para producir el desarrollo económico y su funcionalidad para
promover el bienestar social.
Por ello, la crisis del Estado de bienestar implica también una crisi s ideológica de
confianza en él, por cuanto ya no se confía en la eficiencia y operatividad de las

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anteriores soluciones estatales. Esto se advierte en la lucha política, donde
parecen adquirir peso creciente las opciones defensoras de la desregulación y d e
la extensión del ámbito de lo privado. Las posturas socialdemócratas,
socialcristianas o similares, que se apoyan en la defensa de lo ya conseguido, y
en la continuidad del mismo camino, sufren frecuentemente derrotas electorales.
Aunque cabe preguntarse cuál es el verdadero alcance de esta crisis de consenso
(Muñoz de Bustillo, 1989), de legitimidad (Habermas, 1981) o crisis ideológica
de confianza (Mishra, 1992).
Pareciera que a pesar de haberse quebrado el consenso sobre el funcionamiento
del Estado de bienestar, esto no ha producido conflictos políticos y sociales de
fuerte envergadura y de manera generalizada, que permitiera vaticinar el
hundimiento de los sistemas jurídico-políticos democráticos, como sucedió luego
de la Primera Guerra Mundial y de la crisis de 1929/30.
Podríamos decir, siguiendo a Cotarelo (1990) que el Estado de bienestar, como
modelo, mantiene cierta legitimidad, aunque deficitaria. Esto nos permitiría
sostener que se trata de una crisis relativa acotada a determinados niveles y no
general. Ello resultaría así hasta este momento; lo que suceda en el futuro
dependerá de las tendencias de evolución, las cuales son interpretadas desde
diferentes perspectivas, que pasaremos a analizar.

4.2.a. Respuestas teóricas a la crisis: neoconservadoras, marxistas y


socialdemócratas

Frente a los procesos desarrollados surgen distintas interpretaciones, que dan


lugar a tres respuestas diferentes a la «crisis»:
1. La neoconservadora,
2. la marxista y
3. la socialdemócrata.
De éstas, la marxista constituye una respuesta analítica y teórica, que aún se
evidencia sin implicancias político-prácticas importantes. Las dos restantes,
además de constituir críticas teórico-ideológicas, han tenido concretas
efectivizaciones en la realidad.

1) El enfoque neoconservador o neoliberal sustenta una retórica y una ideología


de desmantelamiento del bienestar social, apoyándose en el sector privado y en
las fuerzas del mercado para alcanzar el crecimiento económico y para cubrir la
provisión de distintos servicios.
Imputa al Estado de bienestar con sus políticas sociales y económicas ser el
culpable de las tasas decrecientes de crecimiento por oprimir con regulaciones y
cargas intolerables las fuerzas productivas de progreso y crecimiento propias del
mercado.
Así también lo acusa de ser culpable de la destrucción de la economía capitalista
y de sus actuales males. El Estado de bienestar no armoniza los conflictos de la
sociedad democrática-capitalista, sino que los exacerba, bloqueando a las
auténticas fuerzas de progreso y de paz (las emergentes del mercado) e
impidiendo su adecuado funcionamiento.
Las causas de este bloqueo provienen:
a) Por un lado de las pesadas cargas fiscales y normativas que se imponen al
capital, produciendo como efecto un «desincentivo para la inversión»;

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b) el reconocimiento y garantía de títulos y posiciones excesivas de poder de los
sindicatos de trabajadores dan lugar a un «desincentivo para el trabajo».
Estos dos aspectos combinados producirían una dinámica «declinante» de
crecimiento y aumentos de expectativas, que implican una «sobrecarga» de
demandas económicas (inflación) y una sobrecarga en las demandas políticas
(ingobernabilidad).
Según Offe (1992), lo que subyace en esta crítica es una recuperación del análisis
original decimonónico, en el cual coincidían liberales y marxistas, esto es:
democracia y capitalismo no son compatibles; al menos su convivencia resulta
sumamente conflictiva. Este problema, que se consideró superado por los escritos
politológicos del período del capitalismo de bienestar, vuelve a aflorar ante su
crisis.
En el caso del enfoque neoconservador, éste considera que son los arreglos
institucionales de la «democracia de masas» del Estado de bienestar los
causantes de la crisis. Es decir, que éstos deben ser eliminados porque están
ahogando al capitalismo y sus fuerzas creativas; además en lo político producen
ingobernabilidad. Según este enfoque, existe el peligro de un colapso agudo del
Estado, debido a la sobrecarga de expectativas a las que está sometido el poder
estatal en el sistema «democrático de masas». Por otra parte, su poder de
intervención y capacidad de dirección no están dimensionados y estructurados
para responder eficazmente a tal crecimiento constante de expectativas y
exigencias.
Este aumento «desmesurado» de pretensiones de cogestión y de participación
democrática, y una politización exagerada de temas y conflictos, producen una
frustración entre el volumen de demandas y la capacidad de respuesta del Estado.
Esto produce crisis de representación, en tanto las esperanzas de cada plataforma
electoral quedan sin cumplir, mientras que las medidas duras se tienen que tomar.
Los desengaños y frustraciones que se acumulan pueden causar: a) una
politización dentro del sistema de partidos «reideologizando» a los partidos de
oposición; o bien b) que los partidos caigan en una crisis de representación.
El neoconservadurismo o neoliberalismo mediante un análisis ponderado de los
errores del capitalismo de bienestar propone posibilidades de corrección,
ofreciendo una salida aparentemente fundada y válida a la crisis del anterior
modelo económico, con sus promesas de control de la inflación, equilibrio de los
presupuestos y estrategias de revitalización de la economía.
En alguna medida ha logrado construir una cierta hegemonía interpretativa, que
lo presenta como la salida casi inevitable a la actual crisis.
Desde un análisis de los procesos reales debe destacarse que en varios países el
neoconservadurismo ha triunfado como ideología y proyecto político. Por
ejemplo el triunfo de los gobiernos conservadores en Inglaterra y EE.UU. en
1979 y 1980, manteniéndose aún el éxito electoral en el primero de los citados.
En estos casos se advierte que, por un lado, la nueva derecha tuvo éxito en
persuadir a buena parte de la ciudadanía, así como a intelectuales y otras élites,
de que la mejor alternativa de superación consistía en la potenciación del
capitalismo (el cual era sólo uno de los polos del anterior modelo, además con
otras características al propuesto actualmente).
En los hechos, el cumplimiento de ciertas propuestas del enfoque neoconservador
produjeron graves consecuencias sociales, mientras otras no pudieron
efectivizarse. Así, por una parte, el gobierno de Thatcher, por efectos de su
política económica, aumentó en forma considerable los índices de desempleo, y

70
en la práctica al no producirse inestabilidad social, logró una importante victoria
ideológica, pues terminó con la creencia de que el desempleo masivo es
políticamente peligroso para el capitalismo. Pudo también mantenerse en el poder
en una situación de evidente crecimiento de la pobreza.
Sin embargo, no pudo desmontar el sistema de servicios sociales, que afectaba a
todo el cuerpo electoral, incluyendo a la gran y articulada clase media británica.
Por lo tanto, en la práctica, el enfoque neoconservador no fue aplicado en forma
tan radical como su propuesta.
Mishra (1992) sostiene a su vez, que una enseñanza sociopolítica importante que
se puede extraer de la política neoconservadora es que en sociedades de cierto
desarrollo es posible sacrificar a una minoría de la población (pobres y
desempleados), sin perder el respaldo político de la mayoría.
Desde la perspectiva de Offe (1988) este autor sostiene que el análisis
neoconservador es falso, no tanto por lo que dice sino por lo que mantiene en
silencio, esto es que aunque postulado como una estructura política y social
capaz de suministrar ingresos y servicios, como «derechos ciudadanos», el
Estado de bienestar depende para su realización de la prosperidad y de la
continua rentabilidad del capitalismo. Por ello, aunque haya sido proyectado
como cura para algunas de la enfermedades de la acumulación capitalista, esta
última puede forzar al Estado a no emplear la cura.
Por ello, dice este autor, el debate sobre si el Estado de bienestar está realmente
imponiendo cargas intolerables al capital es puramente académico, ya que la
posición de poder de los inversores privados incluye también el poder de definir
la realidad, estando en posición de crearla, así como sus efectos. Si consideran
que las restricciones impuestas por el Estado de bienestar constituyen una carga
intolerable, será de hecho eso. Por lo tanto, mantendrán una tendencia a no
invertir, mientras puedan esperar que dichas sanciones económicas servirán para
reducir los costos impuestos por el Estado de bienestar.
En cuanto al «desincentivo para el trabajo», sostiene que los obreros no se
encuentran motivados a trabajar todo lo productivamente que podrían. Ya que por
una parte, el Estado de bienestar mantiene el control del capital sobre la
producción, y por ende la fuente básica de conflicto industrial y de clase, no
estableciendo nada parecido a un «control obrero». Pero por otra parte, favorece
el potencial obrero de resistencia ante el control del capital (legislación
protectora del trabajo), lo que hace que la explotación del trabajo sea mucho más
complicada e impredecible que en el capitalismo decimonónico.
El efecto de todo ello es que en un conflicto inmodificado se lucha con medios
modificados a favor del trabajo. No es sorprendente que en estas circunstancias
se mine la «ética laboral» del «trabajo duro y poco pago».
Planteado en los términos del autor, la crítica neoconservadora, más que en el
diagnóstico -que correspondería a su propia lectura de las contradicciones
existentes en el Estado de bienestar- incurre en equivocaciones y errores en las
soluciones propuestas.
Esto es así porque la corrección de la crisis económica y la ingobernabilidad en
lo político, a fin de evitar el colapso del Estado, se propone en el sentido de una
disminución de exigencias y expectativas por parte de la ciudadanía, y al mismo
tiempo la reducción de las responsabilidades al Estado, a fin de evitar su
sobrecarga.
Así, una propuesta de reducción de demandas se refiere al desvío de todas las
exigencias que rebasan los límites de las «posibilidades» del Estado al mercado.

71
En este sentido, se proponen medidas tales como privatización, flexibilización
laboral, etcétera. Esto implicaría que la restauración de la «competencia» y el
«mercado» pondría una barrera a las pretensiones exageradas.
Otras soluciones propuestas se orientan a una resocialización a partir de las
instituciones de control social, para una reformulación de valores y pautas de
creencias culturales y políticas. El objetivo se orientaría a promover la vigencia
de valores tales como la moderación, disciplina y esfuerzo, a fin de mantener
bajo control las «exigencias desmedidas» al accionar del Estado.
En esta «terapia», sostiene el autor, reside la principal deficiencia del argumento
neoconservador. Advierte que resulta muy poco realista concebir una estrategia
política orientada a eliminar aspectos sustanciales institucionalizados por el
Estado de bienestar, y menos aún hablar de su total abolición.
Para este autor, el Estado de bienestar se ha convertido en una estructura
irreversible, cuya abolición exigiría la abolición de la democracia política y de
los sindicatos, así como cambios sustanciales en el sistema de partidos. Expresa
que no ha aparecido una poderosa corriente ideológica y organizativa en la
política occidental (neofascista o autoritaria) capaz de efectivizar cambios tan
dramáticos. Los actores, valores y procedimientos existentes no podrían jamás
legitimar tales cambios. Por ello, no dejan de ser una fantasía políticamente
impotente. Esto se advierte en los hechos, ya que los gobiernos neoconservadores
se limitaron a realizar cambios sectoriales (tales los ejemplos de Thatcher o
Reagan), pero no un desmantelamiento total, como usualmente se postula en el
discurso.
Porque, sumado a ello, Offe (1988) advierte que una cosa es el discurso de
laissez faire y el individualismo económico y otra cosa es la auténtica
disposición de esos mismos sectores que lo enuncian, de abandonar
transferencias y subsidios del Estado de bienestar que le reportan beneficios.
Finalmente es utópico pensar, según este autor, que capitalismo avanzado sin
Estado de bienestar sería realmente un modelo operativo. Incluso sería peligroso
y explosivo si pudiera administrarse. Sin una política social que contemple
garantías mínimas de salud, educación, vivienda, etcétera, el funcionamiento
eficaz de una economía de mercado sería inconcebible.
La brusca desaparición del Estado de bienestar abandonaría el sistema a un
estado explosivo de conflicto y anarquía.
En definitiva, según el autor, el embarazoso secreto del Estado de bienestar es
que si su impacto sobre la acumulación capitalista bien puede hacers e destructivo
(como lo sostiene enfáticamente el análisis neoconservador) su abolición sería
sencillamente paralizante.
La contradicción consiste en que el capitalismo no puede existir ni con, ni sin el
Estado de bienestar.

2) Análisis de la propuesta marxista


Desde otra perspectiva, el análisis marxista del Estado de bienestar, aunque parte
de un punto de vista teórico e ideológico muy distinto, coincide con el
neoconservadurismo sobre las contradicciones y disfunciones del Estado de
bienestar y la economía mixta.
La crítica marxista al Estado de bienestar es una crítica a sus fundamentos. Este
modelo es ineficaz e ineficiente, represivo y condicionador de un entendimiento
falso (ideológico) de la realidad social y política dentro de la clase obrera. En
definitiva, a pesar de las innegables ventajas en las condiciones de vida de los

72
asalariados, el Estado de bienestar es un instrumento para estabilizar y no para
pasar a la transformación de la sociedad capitalista.
Es ineficaz porque no elimina las causas de las necesidades (enfermedades
laborales, desempleo, etcétera). Es decir, la intervención típica del Estado de
bienestar sucede siempre «demasiado tarde» y sus medidas ex post facto son más
caras y menos eficaces, que si fueran estrategias preventivas. Sin embargo, una
prevención eficaz implicaría perturbar las prerrogativas de inversores y
directivos, es decir, la esfera del mercado y la propiedad sobre las cuales el
Estado de bienestar sólo tiene poderes legales muy limitados.
Además, la ineficacia del Estado también está muy vinculada a la constante
amenaza a la que se ven expuestos la planificación social y los servicios sociales,
debido a la crisis fiscal del Estado, que a su vez refleja discontinuidades tanto
cíclicas como estructurales en el proceso de acumulación.
Pero incluso, cuando el incremento de gastos en planificación social no se
interrumpe, puede no ser correspondido por incrementos en bienestar social, sino
emplearse en alimentar la propia maquinaria burocrática.
Por otra parte, las burocracias profesionales que dispensan los servicios en el
Estado de bienestar absorben más recursos y proporcionan menos servicios de lo
que sería posible con otras estructuras democráticas y descentralizadas de
planificación social.
Así, el Estado de bienestar para este enfoque es «un producto contradictorio» de
la sociedad capitalista, que generó a su vez nuevas contradicciones que ahora
minan su funcionamiento.
Los análisis marxistas señalan que la inflación es más un síntoma que la causa de
las dificultades del capitalismo y refleja una situación en la que tanto el Estado
como los capitalistas y trabajadores exigían cada vez más participación de una
«torta» cada vez más pequeña. El Estado de bienestar y el capitalismo
keynesiano impulsaron una «ilusión» totalmente ficticia de una sociedad
«poscapitalista» que había superado para siempre todos sus desequilibrios
endémicos y que generó conceptos tan extravagantes como el fin de las
ideologías.
También otra crítica se refiere a la «represividad» del Estado de bienestar, por
cuanto para acceder a sus servicios el ciudadano debe plegarse a las pautas y
normas económicas, políticas y culturales dominantes en la sociedad.
El Estado de bienestar es implícitamente represivo en cuanto concede beneficios
a los necesitados como una transacción de intercambio, en la medida en que ellos
reconozcan el «orden moral» de la sociedad que engendra esa necesidad.
Vinculado con esto, la crítica marxista del Estado de bienestar sostiene que no
sólo es fuente de beneficios, sino fuente de falsas concepciones sobre la realidad
histórica que tienen efectos dañinos sobre la conciencia, la organización y la
lucha de clases. El Estado de bienestar crea la falsa imagen de dos esferas
separadas en la vida de la clase trabajadora. Por una parte la esfera del trabajo, la
economía, la producción y la distribución del ingreso. Por otra, la esfera de la
ciudadanía, el Estado, la reproducción y la distribución «secundaria». Esto
oscurece los lazos y vínculos entre ambos, impidiendo la formación de un
entendimiento político que asuma la sociedad como una totalidad coherente a
cambiar. Sostiene también que un concepto fiable de seguridad social no
presupone la expansión de los derechos de ciudadanía, sino de los derechos de
los trabajadores en el proceso de producción. En lugar de ello, el Estado de
bienestar sugiere ideas de cooperación entre clases, el fin de las luchas políticas

73
y económicas y la confianza en un ciclo permanente de crecimiento económico y
seguridad social.
Por supuesto que fiel a su rechazo del capitalismo, este análisis no pretende una
defensa del Estado de bienestar, sino que propone programas de «transición»
para superar el sistema capitalista. En los hechos, en Inglaterra, la izquierda
radical propuso la «estrategia económica alternativa». Sin embargo, el público
inglés no se manifestó predispuesto a apoyar este tipo de programas; por ello no
se constituyeron en alternativas políticas relevantes, lo mismo que en otras
sociedades europeas.
En este sentido, la izquierda marxista tiene el problema práctico de que si actúa
dentro de los límites del capitalismo no se diferencia de los socialdemócratas.
Pero, por otra parte, las estrategias superadoras al capitalismo no tienen apoyo en
las urnas, resultando faltas de realismo político.

3) Una tercera propuesta es la socialdemócrata (postulada por la izquierda en


sentido práctico, no ideológico), el cual se niega a abandonar los objetivos del
capitalismo de bienestar: en especial busca resguardar el pleno empleo, el
crecimiento económico, la estabilidad de precios y el bienestar social. No
rechaza la economía mixta y no propone la privatización y el libre juego de las
fuerzas del mercado. Ha conservado la idea de que la responsabilidad pública del
bienestar económico de todos no sólo es deseable sino también posible, buscando
nuevas medidas y soluciones para las actuales circunstancias.
Mishra (1992) sostiene que el neo corporativismo socialdemócrata, a diferencia
de neoconservadores y marxistas, no es una ideología social completa, siendo en
alguna medida una aproximación pragmática para los problemas de integración
del capitalismo de bienestar.
Por otra parte, originariamente no produjo una nueva respuesta, sino estrategias
de continuación y reafirmación del tipo de Estado de bienestar, tal como se
efectivizó en Austria y Suecia.
En esta propuesta se incorporan objetivos de política social en las medidas de
política económica. Por otra parte, reconoce que una economía de mercado
productiva y un sistema de bienestar social muy desarrollado no pueden
sostenerse en el largo plazo sin la cooperación y el consentimiento de los
principales intereses económicos. Por ello, la característica institucional más
distintiva de este tipo de sistema, ha sido su mecanismo centralizado de
negociación salarial y toda la amplia gama de acuerdos neo corporativos, que a
pesar de la generalización de tendencias contrarias no consideran abandonar.
En los hechos, tanto Suecia como Austria mantienen mecanismos tripartitos
institucionalizados. En Austria, los «pactos sociales» se institucionalizaron ya
desde 1957, a través del Comité Conjunto de Salarios y Precios. Mediante este
mecanismo se discuten y solucionan gran variedad de problemas económicos y
sociales.
En Suecia, la cooperación institucional se realiza mediante la Junta de Mercado
de Trabajo, una organización tripartita que puso en marcha políticas anti cíclicas
de inversión, así como políticas extensivas del empleo, las que han ayudado a la
modernización de la industria y al aumento de productividad.
En los primeros años de la crisis la utilización de subsidios a las empresas
privadas y la expansión de los servicios públicos fueron medidas tomadas en
Suecia para evitar el desempleo. En este contexto, el aumento del gasto público,
que implicó determinadas consecuencias (de tener superávit en 1977 del P.I.B. se

74
pasó a un déficit de 0,5 % en 1978, con un máximo del 6,2 % en 1982), fue
tomado como una medida transitoria (al estilo keynesiano) para adaptarse y
reestructurarse a las nuevas circunstancias.
Esta política parece haber funcionado bien, ya que a mediados de los ’80 la
economía estaba ya en la senda del crecimiento.
Todo ello se logró sin el desmantelamiento de los servicios sociales básicos y
manteniendo la calidad de vida. Por otra parte, las estadísticas no dan cuenta de
acrecentamiento de la pobreza como en Inglaterra.
En Austria, al igual que Suecia, se mantuvieron índices similares en cuanto a la
preservación de los servicios sociales, ausencia de desempleo y de pobreza.
Esto no quiere decir que ambos países no sufrieran y sufran problemas y
dificultades para reconciliar su economía con los requisitos de rentabilidad y
adaptación a la economía internacional, al mismo tiempo que tratando de
preservar el compromiso de mantenimiento del bienestar social.
Pero han demostrado que es posible mantener un consenso social amplio para con
el Estado de bienestar, y que sus instituciones han podido resistir eficientemente
las duras pruebas a que han sido sometidas.
Una de las últimas propuestas de esta perspectiva es la llamada «tercera vía»,
generada en el seno del laborismo británico. Según Giddens la tercera vía «se
refiere a un marco de pensamiento y política práctica que busca adaptar la
socialdemocracia a un mundo que ha cambiado sustancialmente a lo largo de las
dos o tres últimas décadas. Es una tercera vía en cuanto que es un intento por
trascender tanto la socialdemocracia a la antigua como el neoliberalismo»
(Giddens, 1999:38)
La política de la tercera vía mantiene como preocupación esencial la justicia
social en el marco de dos formulaciones: ningún derecho sin responsabilidad y
ninguna autoridad sin democracia. Y además busca plantear una convivencia
justa tras el declive de la antigua tradición social, intentando recrear la
solidaridad social en un escenario que respete también la necesaria respuesta a
los problemas ecológicos.
En lo que hace estrictamente a la cuestión social propone mantener los niveles de
gasto público, considerando que el Estado de bienestar debe ser reformulado,
pero debe seguir el Estado influyendo en la distribución de la riqueza, aunque
con otras estrategias. Entre ellas se destacan la recuperación del espacio público
y la mejora de la calidad de la educación pública, manteniendo buenos niveles de
prestaciones públicas, sobre todo las referidas a la salud, con nuevos programas
que resuelvan dos temas centrales: el desempleo y la pobreza.
Admite las críticas referidas a la burocratización de las prestaciones públicas
pero admitiendo que la solución no es el desmantelamiento del Estado sino una
mayor transparencia, descentralización y posibilidades de participación
ciudadana en su gestión pública.
A diferencia del informe Beveridge, escrito en 1942, que proponía un bienestar
implementado totalmente desde la administración estatal, la tercera vía propone
un bienestar positivo al que contribuyen los propios ciudadanos y otros actores
de la sociedad civil, además de la administración.
Así la idea de «Estado de bienestar» debería ser reemplazada por la de «sociedad
de bienestar» formulando programas sociales que incorporen desarrollos activos
de la sociedad civil. Focaliza estos desarrollos en la cuestión del desempleo y la
generación de políticas para la creación de empleo.

75
Notas

(16) Por tratarse de un modelo típicamente europeo, aunque luego se expande


a otras regiones, no se incluyen aquí los conflictos en otras áreas como Asia y
América Latina.

76
El Estado: su abordaje desde una perspectiva teórica e histórica1

Hernán Ouviña

1. A modo de introducción

Puede resultar paradójico que, en la actualidad, la discusión del Estado se encuentre


prácticamente ausente tanto de las teorizaciones académicas, como de los debates políticos.
Más aún si tenemos en cuenta que, cuando alude a él, la tradición conservadora -hoy en día
en su faceta neoliberal- es quien se encarga de defenestrarlo, mientras que los sectores
“progresistas” o de izquierda realizan una defensa enconada del mismo. Este hecho
acontece en especial a partir de los años ‘60 y, en mayor medida, de los ‘70, momento en el
cual el Estado comienza a aparecer como el principal responsable de la crisis mundial. Sin
embargo, creemos que si bien el Estado no resulta ajeno a la situación actual -en la medida
en que resulta el máximo articulador de las relaciones sociales- es preciso no dar, sin más,
por válido este diagnóstico, debido a que subyace a este planteo una concepción de Estado
que, nos parece, es cuanto menos tendenciosa.

Se observa con gran frecuencia, en particular en nuestra región, que la omnipresencia del
Estado a nivel histórico fuera inversamente proporcional al desarrollo teórico en torno a él.
Nación, mercado o clases sociales, son sólo algunos de los términos imposibles de ser
pensados sin el desarrollo de la categoría Estado. Se han escrito infinidad de textos que
versan sobre el Estado, por lo general dando por supuesto su origen en términos
conceptuales y, sobre todo, históricos.

Hoy en día, puede afirmarse que la temática estatal se ha tornado, en grado cada vez mayor,
no sólo una cuestión académica sino, lo que es tanto o más importante, un problema
eminentemente práctico. Se vuelve entonces acuciante ubicar en el primer plano teórico la
discusión del Estado, entre otras cosas, porque casi la totalidad de los conflictos lo
involucran: los desocupados auto-organizados, que peticionan mucho más que meros
“planes trabajar”; los médicos y pacientes de hospitales, que demandan desde aumentos
salariales hasta insumos sanitarios; los millones de usuarios de servicios públicos, que
reclaman al Estado que asuma su rol “regulador” frente a los consorcios económicos que
monopolizan gran parte de ellos, los vecinos aglutinados en asambleas barriales, que se
reapropian de predios y oficinas públicas deshabitadas para prácticas comunitarias, los
cientos de empresarios que exigen exenciones impositivas, los pequeños productores
endeudados que requieren préstamos “blandos” para seguir subsistiendo, las múltiples
organizaciones de la sociedad civil que gestionan planes de seguridad social, y un sin fin
más de sectores políticos, culturales, sociales y económicos. En todos estos casos, de forma
directa, el Estado es el principal interlocutor, o al menos el mediador entre los distintos
actores. No obstante, en su mayoría, los conflictos mencionados enfrentan a la gente con el
propio aparato estatal. De ahí que pueda afirmarse, junto con Ralph Miliband (1992), que el
Estado es aquello contra lo cual “los hombres chocan al enfrentarse con otros hombres”.

1
Capítulo del libro Introducción al conocimiento de la Sociedad y el Estado, Lifszyc, Sara
(comp.), Gran Aldea Editores, Buenos Aires, 2002.

1
Por ello, tras una década de ajuste estructural y Reforma del Estado, resulta imprescindible
realizar un balance, aunque más no sea provisorio, de las transformaciones sufridas por él
vis a vis la sociedad. Pero para que ello sea posible, previamente deberíamos tener claro a
qué nos referimos cuando utilizamos tanto un concepto como el otro. En tal sentido, el
motivo del presente trabajo es brindar una introducción sucinta al análisis conceptual del
Estado adoptando una perspectiva histórica. Una descripción de la génesis del poder estatal
implica relatar, en paralelo, la historia de la construcción del concepto de Estado por parte
de la teoría política. La historia de las formas concretas de Estado es así, al mismo tiempo,
la historia del Estado como concepto teórico. Procederemos, en consecuencia, a reseñar y
confrontar los principales aportes que nos permitan avanzar en una definición acabada del
Estado.

Para dar comienzo al análisis, podríamos remontarnos a los orígenes mismos de la filosofía
política. No obstante, debido a que el Estado que intentamos “abordar” es el actual,
inscripto en una sociedad específica -la capitalista-, partiremos del diagnóstico realizado
por la teoría moderna y contemporánea, desde la primera introducción por parte de
Maquiavelo del término Stato para definir esta nueva realidad emergente, pasando por las
lecturas realizadas por Hobbes (Estado absolutista), Locke (Estado liberal) y Rousseau
(Estado soberano), deteniéndonos en particular en el pensamiento de Karl Marx, Friedrich
Engels, Antonio Gramsci y Max Weber, a los efectos de desarrollar una clara definición de
nuestro “objeto teórico”, de cara a las transformaciones que ha sufrido desde su
surgimiento. Además, a modo de anexos complementarios, se realizará por un lado una
breve distinción analítica de las diferentes dimensiones del Estado, mostrando toda su
complejidad social y política, y por el otro, se intentará dar cuenta de los ciclos específicos
que ha ido asumiendo el Estado a nivel histórico desde su propio surgimiento, viendo a la
vez hasta punto estos aportes nos sirven para analizar la conformación y consolidación del
Estado en América Latina. En suma: intentaremos rescatar en clave crítica la interpretación
de una serie de autores que, en conjunto, y más allá de las disparidades teóricas, brindan
importantes instrumentos conceptuales para una definición englobadora del Estado.

2. El surgimiento histórico del Estado y su relación con la sociedad civil

Es un lugar común expresar que resulta imposible referirse al Estado sin establecer cuál es
su vínculo con la sociedad. A esto aludía Marx cuando manifestaba que “el Estado y la
organización de la sociedad, desde un punto de vista político, no son cosas diferentes”. A lo
largo de texto intentaremos entonces delinear qué entendemos por cada uno de ellos, si bien
enfocando el análisis desde la óptica del Estado, debido a nuestro particular interés por
dilucidar su origen y función al interior (y como parte) de la sociedad. El sentido común
nos traicionaría si intentáramos esbozar una definición de ambos sectores concibiéndolos
como monadas aisladas que entran en contacto de manera casual: sociedad como
“sumatoria de un conjunto de individuos”; Estado en tanto “el gobierno en ejercicio de sus
funciones”. La cuestión, como veremos, es mucho más compleja. Por ello, teniendo en
cuenta que, tal como expresara Lucien Goldman (1984), la historia del problema es el
problema de la historia, y viceversa, procederemos a vincular las sucesivas interpretaciones
del Estado realizadas por los grandes teóricos del pensamiento político, en paralelo al

2
análisis de las transformaciones sufridas por aquel a nivel histórico en su relación con lo
social. De esta conjunción, creemos, saldrá un marco conceptual para comprender mejor a
qué nos referimos cuando hablamos de Estado.

2.1 Nicolás Maquiavelo y la emergencia del término Estado

Maquiavelo (1467-1529) es quien, por primera vez, difunde el concepto de “Estado” para
referirse a aquel ordenamiento político permanente, garante de la paz, al interior de una
nación. Esto no significa que el término estuviera ausente en la tradición inmediatamente
precedente. Más bien supone su existencia previa -e incluso su uso corriente-, ya que de lo
contrario, como expresa Bobbio (1994), no tendría sentido su utilización. Lo cierto es que
este nuevo concepto fue sustituyendo de manera creciente a aquellos tradicionales con los
que se designaba hasta entonces la instancia máxima de organización del poder, por parte
de un conjunto de hombres, sobre un determinado territorio. Este hecho, además, da cuenta
de algo que a esta altura puede parecer una verdad de perogrullo: el Estado no es una
entidad eterna e inmutable, sino que tiene un origen histórico específico y relativamente
reciente. La pertinencia de discutir en torno a su génesis estriba así en un núcleo
fundamental de la filosofía política moderna: la justificación del poder en términos
terrenales. Cómo se gesta la escisión y posterior relación entre gobernantes y gobernados
es un interrogante al que pretenderán responder, desde diferentes perspectivas -aunque
siempre dejando de lado la idea de un orden natural o divino- estos pensadores políticos.

Volviendo a Maquiavelo y a su análisis del Estado, cabe señalar que con la publicación de
El Príncipe éste último término cobra un significado preciso: ya no se hablará más de res-
publica y menos aún de polis, tampoco de regnum o civitas2. Esta nueva categoría supondrá
la descripción de un fenómeno hasta entonces desconocido: el nacimiento del Estado
moderno, que implica a la vez su separación y contraposición con respecto a la sociedad
civil, y por lo tanto la aparición en sentido estricto de la dicotomía entre lo público y lo
privado. Por ello, coincidimos con Arnaldo Córdova (1984) en que todo el pensamiento
político del florentino está atravesado por la idea de un Estado unitario de carácter nacional
debido a que es un hombre de su tiempo, es decir, de aquel en el cual la historia se hace
universal y nace la modernidad capitalista. En el caso particular de la península italiana, se
encontraba a la orden de día la construcción de un Stato, similar al que se estaba plasmando
en España y Francia, que garantizara -a partir de la sustitución de las tropas mercenarias por
un cuerpo armado profesional- la paz interna y externa, instaurando la noción de

2
El vocablo polis o ciudad-estado designaba en Grecia, de acuerdo a Aurora Arnáiz Amigo (1995),
al recinto espacial del ciudadano, el cual más que apegado al territorio lo estaba políticamente a la
demarcación de su nacimiento. La idea de civitas, como su nombre lo indica, remitía al
ordenamiento político vinculado a la ciudad romana. El término res pública, por su parte, tiene una
acepción más abstracta y alude a la cosa pública ligada al poder. Por último, el concepto de regnum
sintetiza de alguna manera todo un proceso: el que abarca desde la aparición en la Edad Media del
rey como “señor” de los señores feudales, hasta su transformación en jefe de Estado, como
consecuencia de la disputa hegemónica por la centralización del poder ejercido por el sector
eclesiástico y los múltiples feudos. Ello culminó en la consolidación en gran parte de Europa,
durante la segunda mitad del siglo XV, de los Estados monárquico-absolutistas.

3
“soberanía”3 como característica fundamental del poder político, producto de la síntesis
integradora de la universalidad imperial y el particularismo de los feudos.

No obstante, aún cuando resulte innegable el papel central que juega Maquiavelo en la
fundación de una ciencia (de la) política -en la medida en que a lo largo de sus textos se
encarga de distinguir la acción vinculada con lo estatal como algo con una especificidad
propia en relación con el resto de las prácticas sociales, en especial con la religiosa- es
importante señalar que su teorización en torno al Estado no llega a ser todavía del todo
clara y sistemática. Esto se debe, entre otras cuestiones, a que en la época en la cual escribe
no se han constituido (y menos aún consolidado) los pares Estado y nación en la mayoría de
las regiones europeas. Precisamente esta es la inquietud primordial por la que Maquiavelo
redacta un texto como El Príncipe en la segunda mitad de 1513: lograr la unidad territorial
y política de su país, a través de la formación de un Estado secular moderno, que discipline
tanto a los nobles feudales como a la Iglesia, conformando en paralelo un ejercito de tipo
nacional. Sin embargo, habrá que esperar todavía más de tres siglos para dar fin a los
pequeños estados en constante lucha, posibilitando la construcción definitiva de un poder
supremo en la fragmentada Italia.

2.2 Los contractualistas

El proceso de securalización acaecido con la Modernidad, descripto de manera incipiente


por Maquiavelo, tuvo su correlato teórico en la elaboración del pensamiento político clásico
conocido bajo el nombre de la Ilustración. Thomas Hobbes, John Locke y Jean Jacques
Rousseau fueron los máximos exponentes de la corriente englobada bajo el nombre de
“iusnaturalismo”, que postulaba al Estado como un producto de la conjugación de
voluntades particulares. Más allá de las notables diferencias entre sí, todos estos autores
giraban en torno a la figura del contrato social, entendido como un acuerdo tácito o
explícito basado en el consenso, que implicaba: 1. una instancia superadora del estado de
naturaleza; 2. la condición de posibilidad para la fundación de la sociedad civil4.

En el caso de Hobbes (1588-1679), partiendo de una concepción sumamente negativa del


hombre (homo homini lupus, solía expresar), postulará al pactum subjectionis como la
única salida frente a un estado de naturaleza sumido en una “lucha de todos contra todos”,
en la cual las pasiones y los deseos dominan a los seres humanos. Conscientes del constante
riesgo de muerte de cada uno ellos, deciden proteger el derecho a la vida a través de un

3
Si bien Maquiavelo no esboza una definición acabada del concepto de soberanía, subyace como
núcleo central en buena parte de sus escritos, entendida en su significado moderno como la puesta
en práctica del poder de mando supremo, por parte del Estado-nación, en un determinado territorio.
4
Al respecto, es importante señalar que ninguno de ellos se refiere al paso del “estado de
naturaleza” al estado de sociedad como un proceso real acaecido históricamente. Hobbes y Locke
identifican este hipotético momento pre-político con la anarquía, al tiempo que Rousseu es el único
que llega a rastrear ciertas similitudes entre dicho estadio y la vida llevada por el “buen salvaje” en
las sociedades tribales. Respecto del contrato social, de acuerdo a Bobbio (1994), además de ser un
fundamento de legitimidad, resulta un principio de explicación.

4
contrato voluntario por medio del cual ceden toda su soberanía al Leviatan5. Este Estado
absolutista, cuyo poder es irresistible por parte de los súbditos (al punto de ser catalogado
por Hobbes el “dios mortal”), tiene por función primordial el mantenimiento del orden,
garantizando la superación de la anarquía y el descontrol irracional, inherente a la etapa
pre-social antes descripta6. Ahora bien, una diferencia es crucial con respecto a los teóricos
precedentes del absolutismo monárquico: el derecho a gobernar sin limitaciones de ningún
tipo, en Hobbes no deriva de la gracia divina, sino del consentimiento (por propia
iniciativa) de los hombres. Se rompe así con el postulado central que sostenía la
justificación del poder político hasta ese entonces. El Estado político resulta, por tanto, la
antítesis del “estado de naturaleza” compuesto por individuos aislados y movidos por sus
pasiones, debido a que es constituido artificialmente por la unión de las personas, de
acuerdo a lo que dicta su razón. El pactum unionis, mediante el cual los seres humanos
ceden a un tercero el derecho de autogobernarse, supone a la vez una asociación y una
sujeción. Este último aspecto es el que resalta Hobbes bajo la figura del súbdito.

Por su parte, Locke (1632-1704) representa la mejor expresión del liberalismo político. El
primer punto diferencial de su concepción radica en que el hombre no es, como en la
perspectiva de Hobbes, inherentemente malo, sino pacifico. Partiendo de esta base teórica,
el contrato social cumple la función de evitar la potencial corrupción de los humanos en el
ámbito del estado de naturaleza. En sus propias palabras “el disfrute de la propiedad de que
dispone [el hombre] resulta ser bastante inseguro. Esto es lo que le hace abandonar esta
condición, que, por muy libre que sea, está llena de temores y peligros continuos (1991, Ap.
123). El fin principal por el que desean constituir un Estado político es, pues, el resguardo y
disfrute de la propiedad privada. De ahí que, cuando los hombres optan por convertirse en
miembros del Estado -a través de un pactum societatis- renuncian a su poder individual
para declarar y aplicar la “ley natural”7. Pero si para Hobbes el poder del soberano es
incondicional, en el caso de Locke ello no es así: el peor de los males, de acuerdo a Locke,
es el despotismo, a tal punto que el pueblo conserva frente a este tipo de situación el
“derecho de rebelión”. La monarquía absoluta resulta así incompatible con el gobierno
civil, protector de la vida y propiedad de las personas.

Por último, puede decirse que Rousseau (1712-1778) es quien va más lejos a nivel
filosófico y político en su concepción del surgimiento del Estado. En su conocida obra El
Contrato Social, escrita en 1761, intenta responder a la pregunta de “cómo encontrar una
forma de asociación que defienda y proteja, con la fuerza común, la persona y los bienes de
cada asociado, y por la cual cada uno, uniéndose a todos los demás, no obedezca más que a
5
Hobbes utiliza aquí una metáfora bíblica para simbolizar a este omnisciente monstruo marino,
garante del orden, que es el Estado absolutista inglés. La monarquía (o “individuo colectivo”)
aparecía así, bajo un contexto de cruentas y sucesivas guerras civiles entre una heterogénea
“colección de individuos”, como la forma más estable de gobierno.
6
Esta lectura se enmarca en la delicada e inestable situación de Inglaterra en el siglo XVII. La
guerra civil aparecía, en ese entonces, como un fantasma difícil de conjurar, siendo considerada por
Hobbes como “el peor de todos los males”. El Leviatan es concebido, bajo este contexto, como la
única posibilidad de trascender al Behemoth constante de la desintegración social.
7
De acuerdo a Locke (1991) la “ley natural” consiste en que “nadie puede perjudicar a otro en su
vida, salud, libertad o posesiones”. La misma, lejos de ser revelada o transmitida a través de la
costumbre, puede ser conocida y comprendida mediante el simple empleo de la razón.

5
sí mismo y permanezca, por tanto, tan libre como antes”. Se aleja del planteo hobbesiano de
un “estado de naturaleza” en guerra permanente a raíz del egoísmo inherente de los
humanos. Por el contrario, en este estadio primigenio el hombre vive acorde con su bondad
original. Sin embargo, con la instauración de la propiedad privada, y la consiguiente
consolidación de la sociedad civil(izada), aparece un segundo momento -esta vez negativo-,
basado en la desigualdad entre ricos y pobres, y que requiere por tanto su superación a
partir de un nuevo contrato. El modelo ideado por Rousseau no es, como el formulado por
Hobbes y Locke, dual (donde el primer momento es negativo y el segundo positivo), sino
triádico, representando el tercer momento la constitución de la voluntad general o
comunidad, por medio de la cual “cada uno, uniéndose a todos, no obedece sino a sí mismo
y permanece tan libre como antes”. A su vez, si para Locke la propiedad se enmarca dentro
del derecho natural, presente en el mismo estadio pre-estatal, para Rousseau es un producto
social. Preanunciando el planteo de Marx, en su Discurso sobre el origen y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres expresa lo siguiente: “El primer
hombre que después de cercar un terreno, decidió decir esto es mío, y encontró gente lo
bastante ingenua para creerlo, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos
crímenes, cuántas guerras, cuántos asesinatos, cuántos infortunios y horrores habría
ahorrado a la especie humana el hombre que quitando el cercado o llenando la zanja
hubiese gritado a sus congéneres: ¡No escucheis a este impostor; estáis perdidos si olvidáis
que los frutos de la tierra pertenecen a todos por igual, y que la tierra misma no pertenece a
nadie” (Rousseau, 1973). Frente a este estado de injusticia, emerge un nuevo poder
soberano despersonalizado -denominado por el ginebrino “yo común”- indivisible y
absoluto, debido a que en tanto cuerpo colectivo está conformado por la totalidad de los
ciudadanos y, además, no depende de ningún otro órgano político. Su misión ha de ser la de
legislar. En este acto, el individuo, lejos de ver restringida su libertad, la potencia: como
partícipe de la autoridad soberana, se somete voluntariamente a las leyes del Estado que, en
última instancia, él mismo se dicta.

En resumen, retomando lo antedicho, podría concluirse que si Hobbes representa a una


etapa histórica signada por las guerras civiles y la centralización absoluta del poder de
mando en la figura del monarca, Locke simboliza el período en el cual la noción de Estado
que emerge en la concepción liberal es la de un “guardián nocturno” enmarcado en la tutela
del orden público, cuya función se reduce a velador de la propiedad individual, a la vez que
juez y ejecutor del derecho natural; al tiempo que Rousseau expresa los ideales
democrático-radicales que luego serán difundidos al calor de la Revolución Francesa,
siendo el pueblo ciudadano y la voluntad general los pilares sobre los que se asienta el
Estado soberano.

2.3 El Estado y la sociedad capitalista en Marx y Engels

Si algo intentaron Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895) a lo largo de sus
textos fue desenmascarar, a través de la crítica, el carácter histórico -y por tanto transitorio-
de aquellas categorías y procesos que aparecían como eternos y universales a los ojos de la
ciencia positivista. De Hobbes, Locke, Rousseau y Spinoza, a Kant y Hegel, prácticamente
toda la tradición de la teoría política clásica postulaba al Estado como ámbito superador de
los egoísmos inherentes a la sociedad civil o “estado de naturaleza”, según sea el caso. Fue

6
Marx quien, como nos recuerda Bobbio (1994), por primera vez dio a entender de manera
provocativa que el Estado político, antes de ser la máxima forma de convivencia social
entre los hombres, constituye la continuación del estado de naturaleza por otros medios,
perpetuando -y hasta intensificando- las desigualdades propias del orden capitalista. Lejos
de representar el interés del conjunto de la sociedad, el Estado terminaba “legalizando”,
según su lectura, la dominación de una clase con intereses particulares.

Numerosos autores han expresado que no es posible rastrear una teoría sistemática y
coherente del Estado en Marx, e incluso algunos de ellos han llegado a manifestar que en
un plano general lo político no cumple ningún papel relevante en su interpretación de la
realidad social. Sin embargo, desde muy temprana edad Marx se abocó al estudio de esta
problemática, si bien de manera fragmentaria. “El Estado -llegó a afirmar como joven
periodista en la ciudad de Colonia- es una cosa demasiado seria como para convertirlo en
una arlequinada”.

Por ello, un primer elemento a tener en cuenta a la hora revisar su conceptualización es el


hecho de que, tal como se encarga de aclarar Oscar Oszlak (1997), el proceso de formación
del Estado no puede entenderse sin explorar, simultáneamente, la emergencia de esos otros
fenómenos que no sólo convergen en la explicación de dicho proceso sino que encuentran en
el mismo un factor determinante de su propia constitución como realidades históricas. Es en
este sentido que, a los efectos de indagar en la naturaleza del poder estatal, Marx analizará
el modo en que se constituye, no desde un ángulo estrictamente jurídico, sino a partir de
una articulación compleja de múltiples disciplinas que van desde la antropología y la
historia, hasta la filosofía y la economía política. A esto se refería Georg Lukács cuando
afirmaba que lo característico del marxismo era su perspectiva de la sociedad desde el
punto de vista de la la totalidad. A su vez, un segundo eje de su teoría estriba en que al
hablar de “Estado moderno”, es preciso distinguirlo respecto de otras formas históricas de
dominación política, tales como las ciudades-estado, los imperios, o los reinos medievales.
En sentido estricto, para Marx sólo existe Estado en el capitalismo8.

Pero veamos qué pensaba Marx con relación al Estado. De acuerdo a Maurice Barbier
(1992), pueden rastrearse en sus escritos dos tipos de abordajes, diferentes pero
complementarios, referidos a la génesis del mismo: uno es de índole filosófico y se
desarrolla especialmente en los textos de juventud (1843-1844), al tiempo que el otro es de

8
Esta es una diferencia crucial con respecto a Friedrich Engels, para quien el Estado surge como
consecuencia de los antagonismos de clase que se desarrollaron en el seno de las antiguas
sociedades tribales o gentilicias. Desde esta lectura, habría un Estado esclavista, uno feudal y, por
último, uno capitalista. Aunque pueden resultar contradictorios, los planteos de Marx y Engels se
vinculan con la concepción de clase que cada uno maneja en sus respectivas obras. Así, pueden
rastrearse dos significados del término “clase social” a lo largo de ellas: en un sentido amplio, se
refieren a los diferentes grupos humanos definidos a partir del lugar que ocupan al interior de una
formación económico-social históricamente determinada, en función de las relaciones en que se
encuentran con respecto a los medios de trabajo, que condiciona a su vez la apropiación o no del
excedente generado por la capacidad de producir más de lo que necesitan para vivir. Restringiendo
el concepto, sería más correcto hablar en estos períodos antiguos y medievales de castas y/o
estamentos, por contraposición a las clases, propias de la época moderna, en donde las relaciones ya
no son de dependencia directa y personal como en los vínculos amo-esclavo y señor-siervo.

7
carácter histórico y se plasma en aquellos ensayos vinculados a procesos sociales y
políticos de Europa. Comencemos, pues, analizando el primero de ellos.

En los primeros años de la década del 40, Marx emprende una empresa por demás compleja
como es desmontar en clave crítica la filosofía del Estado de Hegel. Así, a lo largo de una
serie de textos, se aboca a desmitificar al Estado como “encarnación de la libertad
racional”9. Para Marx, si bien Hegel acierta al reconocer la escisión entre el Estado y la
sociedad civil propia de la modernidad, se equivoca al pregonar la resolución de esta
tensión en el seno mismo del Estado. Este error teórico se vincula de manera directa con lo
que Marx llama “misticismo lógico”. En palabras de Hegel, la sociedad civil (o pre-
política), conformada por corporaciones y gremios, constituía el reino de la miseria y la
corrupción. Debía, por tanto, ser regulada por el Estado, el cual representaba el orden ético
y moral más elevado del hombre, el fin último en el que la libertad alcanza su derecho
supremo. La burocracia cumplía precisamente el papel de mediadora entre un ámbito y el
otro, conciliando el interés general propio del Estado con los particulares de las
corporaciones.

En realidad -según Marx- acontece todo lo contrario: el factor activo y determinante es la


sociedad, siendo el Estado algo histórico, derivado a posteriori de la creciente
complejización de lo social. No es el Estado el que le otorga coherencia a la sociedad, sino
ésta la que le da forma a aquel. Además, el propio Estado, lejos de superar su contradicción
con respecto a la sociedad, la perpetúa. Su esencia, por lo tanto, se encuentra afuera de él.
Es la propiedad privada la que permite explicar su supuesta autonomía, así como su
accionar.

De manera análoga, los burócratas tampoco sirven a los intereses del conjunto de la
población, sino a los suyos. Devienen, de hecho, una corporación acabada al interior del
Estado. La verdadera democracia, dirá el joven Marx, solo puede realizarse en la medida en
que coincidan el interés general y el particular, lo cual supone una reunificación entre
Estado y sociedad (reabsorción del primero por parte de ésta última). Pero para que ello sea
posible, deben superarse tanto la propiedad privada, como la burocracia, que es su
consecuencia necesaria en términos políticos. Aparece aquí, si bien en forma embrionaria,
la idea de una sociedad -que luego denominará comunista- en la cual no exista Estado ni
desigualdad económica entre sectores sociales.

Ya se visualiza en estos textos el proceso de inversión que supone concebir al Estado como
producto de las contradicciones subyacentes en la sociedad. En ellos, Marx comienza
distinguiendo al Estado antiguo respecto del moderno, debido a que en el último existe una
diferencia entre estado político y no político (sociedad civil), mientras que en el primero
forma y contenido (o universal y particular) se encuentran indisolublemente unidos, no

9
De acuerdo a Hegel, el Estado es un momento positivo del desarrollo histórico, lo cual implica la
realización efectiva de la libertad. En él coinciden la racionalidad y lo real, por lo que el deber
superior de toda persona es ser miembro del Estado, ya contiene a la sociedad civil, a la vez que la
supera, transformando un universal meramente abstracto en una realidad orgánica. El Estado sería
en su tríada lo universal concreto (en sí y para sí).

8
distinguiéndose la esfera “política” del resto de las áreas sociales. La Gran Revolución
Francesa -dirá- separó la vida política de la sociedad civil.

Este rudimentario análisis, profundamente influenciado por la filosofía de los jóvenes


hegelianos, será complejizado por Marx en sus textos históricos donde comenzará a
sistematizar una teoría no ya del Estado, sino del conjunto de la sociedad sobre la base de lo
que muchos autores denominan “concepción materialista de la historia”. La sociedad civil,
por ejemplo, no se reducirá como en su etapa juvenil a un cúmulo de gremios y
corporaciones con intereses particulares, sino que abarcará “toda la interrelación material
de individuos dentro de un definitivo estadio de desarrollo de las fuerzas productivas”. De
manera análoga, el Estado tendrá su origen en la creciente división del trabajo, de la que
resulta el surgimiento de clases sociales antagónicas. Constituye entonces, al decir de
Barbier, un análisis más de tipo sociológico e histórico que filosófico.

En las sociedades antiguas y medievales -englobadas bajo el nombre de formaciones


económicas pre-capitalistas, y distinguibles entre sí por el modo de producción que primaba
(despotismo asiático, esclavismo o feudalismo)- existía una unidad orgánica entre lo
“político” y lo “económico”. Más allá de sus particularidades, la apropiación social del
trabajo ajeno fusionaba en todas ellas la explotación y la coerción, operándose a través de
sanciones “extraeconómicas” directas. Este hecho implicaba que la ubicación de un
individuo dentro de una casta o estamento determinaba su relación política, condicionando
su lugar al interior del proceso productivo de trabajo una inferioridad tanto económica
como política. Lejos de existir un individuo autónomo, todos los miembros de la sociedad
eran dependientes -esclavos y amos, siervos y lores, vasallos y señores, laicos y clérigos-.
La interdependencia personal caracterizaba las relaciones de producción material tanto
como a las otras esferas de la vida basadas en esa producción. Es así como el carácter de la
sociedad civil esclavista o feudal era directamente político. Dicho en otros términos: lo
político era una característica también de la esfera privada.

La relación de dominación / explotación implicaba una relación directa y personal. En el


feudalismo, por ejemplo, el siervo estaba ligado a un señor en particular, y el señor estaba
restringido a someter a los siervos que había heredado o que podía subyugar de otra forma.
Si el señor era cruel, el siervo no podía decidir irse a trabajar con otro señor. Si los siervos
eran haraganes o insubordinados, el señor no los podía “despedir”. De ahí que la relación
entre siervo y señor tenía un carácter fijo, inmóvil.

Este cúmulo de relaciones comunitarias se rompe con la emergencia de la sociedad


capitalista. En palabras de Marx (1982), “la abstracción de la vida privada es sólo un
atributo de los tiempos modernos”. Es producto de la revolución burguesa que derrocó al
poder señorial, suprimiendo el carácter político de la sociedad civil: de esta forma, tras el
quiebre de la sociedad estamental y corporativa del Antiguo Régimen, se configuran dos
ámbitos diferenciados pero, a la vez, indisolublemente unidos -Sociedad y Estado- a través
de una serie de mediaciones, entre las cuales cabe mencionar a la ciudadanía. El Estado
comienza así, progresivamente, a asumir funciones y actividades que, hasta ese entonces,
no se habían considerado en sentido estricto “políticas”, sino que eran desempeñadas por
organismos religiosos, gremios, corporaciones y otras entidades representativas del cuerpo
social.

9
Una función fundamental es asumida por el Estado: el ejercicio exclusivo de la violencia
física. Esto es así debido a que la clase económicamente dominante -burguesía- no puede
ser propietaria de los medios de coerción, a raíz del doble carácter libre del trabajador10. El
trabajador deja de estar ligado de por vida al señor, adquiriendo una doble libertad:

1. de toda propiedad;
2. de venderse a quien ofrezca un mejor precio por su fuerza de trabajo.

Ambas libertades se encuentran indisolublemente unidas y condicionadas. El trabajador


debe ofrecerse cual simple mercancía porque fue despojado de toda posesión salvo su
propia energía física. De ahí que, si bien no es “obligado” a trabajar, esté obligado a hacerlo
bajo la amenaza de morir de inanición. Más que una opción, es un chantaje por parte del
sistema en su conjunto lo que acontece.

Según Marx, dentro de esta lógica, el Estado cumple un papel crucial, ya que al constituirse
una sociedad escindida en dos clases con intereses irreconciliables11 (burguesía, propietaria
de los medios de producción; proletariado, despojado de ellos), su función es actuar como
aparato represor al servicio del sector social dominante. Sin embargo, debido a que la forma
específica de apropiación del producto excedente está medida por el intercambio mercantil
(no hay coacción física en este ámbito, a raiz del carácter libre de la fuerza de trabajo), la
violencia organizada se abstrae del proceso de trabajo, ubicándose en el plano estatal. A
esto se refiere Marx cuando expresa, junto con Engels en el Manifiesto Comunista, que el
gobierno del Estado no es más que “el comité que administra los negocios comunes del
conjunto de la clase burguesa”. El Estado es así el organizador y garante de la dominación
clasista en la sociedad capitalista.

Ahora bien, volviendo a la cuestión del vínculo entre modernidad y Estado, es importante
aclarar que así como la identidad entre estamento civil y sociedad política desaparece, lo
propio ocurre con el ser humano, desdoblándose por un lado en ciudadano miembro del
Estado y, por el otro, en integrante de la sociedad civil. El Estado emerge como una
“comunidad ilusoria” de la cual forman parte los individuos haciendo abstracción de todas
sus desigualdades materiales. En efecto, Marx dirá que “la anulación política de la
propiedad privada, no sólo no la destruye, sino que, lejos de ello, la presupone. El Estado
anula, a su modo, las diferencias de nacimiento, el nivel social, de cultura y de ocupación,
10
A contrapelo, quienes se encontraban sujetos en las sociedades anteriores a una relación de
explotación, percibían a diario el sistema de dominación en el cual estaban inmersos (la coerción se
instalaba en el interior del proceso de trabajo). La visible extracción “económica” (o usufructo de
trabajo ajeno) y la violencia “política” se concentraban en la misma persona, quien compelía a la
producción de bienes a los siervos o esclavos, según fuera el caso. Será recién con el advenimiento
del capitalismo -en tanto forma históricamente particular de organizar las relaciones entre las
personas, en base al proceso de generalización de mercancías- que las esferas económica y política
se “escindan”, autonomizándose una de la otra.
11
Vladimir Lenin (1973) afirmará con relación a este punto que si los intereses de clase podrían
conciliarse, el Estado -en tanto “fuerza especial de represión” separada y opuesta a la sociedad- no
tendría razón de existencia. Debido a esto, es imposible pensar en un armamento espontáneo del
conjunto de los sectores sociales, ya que ello implicaría automáticamente una guerra civil.

10
al declarar el nacimiento, el nivel social, la cultura y la ocupación del hombre diferencias
no políticas, al proclamar que todo miembro del pueblo, sin atender a estas diferencias,
participa por igual de la soberanía popular, al tratar a cuantos intervienen en la vida real del
pueblo desde el punto de vista propio del Estado”. Por su parte, las premisas de la vida
egoísta se mantienen todas en pie, al margen de la esfera del Estado, en la sociedad civil,
pero como cualidades propias de ésta.

Como indicarán Marx y Engels en La Ideología Alemana (1975), la vida material de los
individuos, su modo de producción y de intercambio, “constituyen la base real del Estado
y se mantienen como tales en todas las fases en que siguen siendo necesarias la división del
trabajo y la propiedad privada”. Las formas estatales no pueden, por tanto, explicarse por sí
mismas, sino que arraigan en las condiciones sociales de existencia de los hombres. El
conflicto y la tensión permanente entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción (motorizada por la lucha de clases) es, pues, la clave para entender la
metamorfosis del Estado a nivel histórico12. Esto no quiere decir, por supuesto, caer en el
determinismo economicista. Autores como Karl Polanyi (1957) han postulado
correctamente que “el camino que lleva al libre mercado fue construido y mantenido
gracias a un enorme aumento del intervencionismo [estatal] controlado, centralmente
organizado y permanente”13. De manera análoga, Oscar Oszlak (2001) ha expresado también
que “la formación de una economía capitalista y de un Estado nacional son aspectos de un
proceso único -aunque cronológica y espacialmente desigual-”.

Para entender mejor la compleja relación entre Estado y sociedad civil (o en su defecto,
entre lo político y lo económico) tal vez pueda ayudarnos la conocida -y vulgarizada-
metáfora arquitectónica formulada por Marx en el Prólogo escrito en 1857 para su libro
Contribución a la Crítica de la Economía Política. En él describe a la sociedad como una
pirámide asentada sobre una base (infraestructura) por encima de la cual se ubica la
superestructura jurídico-política e ideológica. El Estado se ubicaría en el vértice superior de
este edificio, siendo determinado en última instancia por las condiciones materiales de vida
de los seres humanos. Cabe aquí hacer una aclaración: cuando Marx postula que la formas
estatales “no pueden ser entendidas por sí mismas” alude a la necesidad de incorporar como
factor explicativo el modo en el cual los hombres producen. Ellos no son libres de elegir

12
Por fuerzas productivas, se entiende la combinación entre medios de producción (herramientas,
materia prima, conocimientos técnicos, etc.) y fuerza de trabajo (capacidad física y mental de las
personas para generar productos). A su vez, las relaciones sociales de producción constituyen los
vínculos materiales, necesarios e independientes de la voluntad humana, que se establecen con
respecto a los medios de producción, y cuya expresión jurídica son las relaciones de propiedad. El
análisis teórico de la conjunción históricamente determinada entre ambas, nos permitirá hablar de
un modo de producción específico, punto de partida para indagar en las diferentes formas políticas,
jurídicas e ideológicas que componen la superestructura de la sociedad.
13
Este rol fundamental del Estado en los orígenes del capitalismo también fue percibido -como
veremos- por Max Weber, para quien la contracara del empresario moderno era el burócrata pos-
patrimonialista. En ambos casos, la racionalidad de medios a fines primaba a la hora de actuar. Esta
complementariedad (maximización de las ganancias en un caso, apego extremo a la normativa
jurídica en el otro) era lo que hacía posible la previsibilidad y el desarrollo de las sociedades
mercantiles. Véase, al respecto, Economía y Sociedad, Ed. Fondo de Cultura Económica, 1984; así
como La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Ed. Sarpe, 1984.

11
una forma de sociedad ni un grado de desarrollo de las fuerzas productivas, si bien
intervienen activamente en ellos. De ahí que podamos expresar que a determinada
modalidad de producción, se corresponde una particular forma de sociedad civil, la cual a
su vez va a condicionar la emergencia de un cierto tipo de Estado. De acuerdo a Marx,
tanto la filosofía como la economía política clásica no pudieron dar cuenta de las raíces
sobre las que descansa el poder estatal. Esta esfera, que aparece como independiente y
autónoma, se asienta en relaciones sociales de producción, históricas y por lo tanto
transitorias. El Estado no es entonces un “área” rígida y estrictamente separada de lo social,
surgida como su mero reflejo, sino que es una forma política de dominación co-constitutiva
del capitalismo, entendido como totalidad dinámica y contradictoria asentada en la relación
de explotación capital-trabajo14.

Por su parte, el compañero de ruta de Marx, Friedrich Engels, realizó también un aporte
sustancial respecto del análisis estatal en su texto Del socialismo utópico al socialismo
científico (1973), al postular que “el Estado moderno no es más que una organización
creada por la sociedad burguesa para defender las condiciones exteriores generales del
modo capitalista de producción contra los atentados, tanto de los obreros como de los
capitalistas aislados. El Estado moderno, cualquiera sea su forma, es una maquina
esencialmente capitalista (...) es el capitalista colectivo ideal”. Desde esta perspectiva, el
Estado expresa el interés general del capital15. Esto implica que no sustituye la arena
competitiva inter-burguesa, sino que más bien se alinea con ella: debido a que no se
encuentra sujeto a las limitaciones del propio capital (lógica lucrativa, de acumulación y
producción de plusvalor) y que es una institución especial en el sentido de que está junto a
la sociedad burguesa y a la vez al margen de ella, el sistema capitalista desarrolla en el
Estado una forma específica que expresa los intereses generales del capital (en tanto
relación social de dominación), protegiendo al modo de producción en su conjunto. Si esto
es así, el Estado requiere gozar de una “autonomía relativa” con respecto a los diversos

14
Como expresará Marx en su monumental obra inconclusa El Capital (1987), “La forma
económica específica en que se arranca al productor directo el trabajo sobrante no retribuido
determina la relación de señorío y servidumbre tal como brota directamente de la producción y
repercute, a su vez, de un modo determinante sobre ella. Y eso sirve luego de base a toda la
estructura de la comunidad económica, derivada a su vez de las relaciones de producción y con ello,
al mismo tiempo, su forma política específica. La relación directa existente entre los propietarios de
las condiciones de producción y los productores directos -relación cuya forma corresponde siempre
de un modo natural a una determinada fase de desarrollo de tipo de trabajo y, por tanto, a su
capacidad productiva social- es la que nos revela el secreto más recóndido, la base oculta de toda la
construcción social y también, por consiguiente, la forma específica de Estado. Lo cual no impide
que la misma base económica (...) en cuanto a sus condiciones fundamentales pueda mostrar en su
modo de manifestarse infinitas variaciones y gradaciones debidas a distintas e innumerables
circunstancias empíricas, condiciones naturales, factores étnicos, variaciones y gradaciones que solo
pueden comprenderse mediante el análisis de estas circunstancias empíricamente dadas”.
15
Ciertas corrientes vulgares del marxismo han intentado identificar el capital, sino con una
determinada suma de dinero, con lo que Marx ha denominado su “funcionario”: el capitalista. Sin
embargo, es importante distinguir ambos conceptos. El capital consiste -ante todo- en “una fuerza
social extrañada que enfrenta a la sociedad como cosa”. Contiene a su interior, por lo tanto, a la
clase burguesa y a la trabajadora, ambas constituidas a partir de su lucha relacional. El Capital,
Libro III, Editorial Siglo XXI, 1998.

12
sectores sociales en pugna. Ello supone desentenderse de una concepción reduccionista del
Estado como mero instrumento manipulado por la clase económicamente dominante para
hacer valer sus intereses particulares al interior de la sociedad. La relación entre Estado y
clases es, por lo tanto, mucho más compleja, cumpliendo el primero un papel crucial a la
hora de garantizar la supervivencia a mediano y largo plazo de la formación económico-
social burguesa, aún en contra de los intereses conflictivos de los capitalistas individuales.

Esta concepción de Engels será profundizada por autores como Elmar Altvater (1985), para
quien el Estado, en tanto “capitalista colectivo”, cumple una serie de funciones básicas para
el mantenimiento de la sociedad capitalista, que no surgen espontáneamente de los propios
mecanismos del mercado. Ellas son las siguientes:

1. Creación de las bases materiales generales de la producción (“infraestructura”).


2. Determinación y salvaguarda del sistema legal.
3. Regulación de los conflictos entre trabajadores y capitalistas, e incluso entre estos
últimos.
4. Garantía y expansión del capital nacional en el mercado mundial.

La misma emergencia del Estado es producto, por lo tanto, de la necesidad de generar y


sostener en el tiempo estas condiciones. Ello implica entenderlo como garante y articulador
de las relaciones de producción entre las diferentes clases. No es, entonces, un simple
“representante” de los intereses de la burguesía, aunque tampoco resulta un arbitro neutral
entre ésta última y los trabajadores. Debe, ante todo, regular los vínculos que se establecen
al interior de la sociedad capitalista, reproduciendo la asimetría existente en ella en
términos de distribución de recursos y de poder. Es precisamente por esta función inherente
que el Estado es, en última instancia, capitalista.

2.4 El Estado como combinación entre coerción y consenso: los aportes de Gramsci y
Weber

Salvando las notables diferencias en términos teóricos y políticos, pueden rastrearse


cuantiosas similitudes entre Antonio Gramsci y Max Weber con relación a nuestra
problemática. Así, ambos escribieron densos ensayos sobre la naturaleza del Estado,
intentando responder -entre otras cuestiones- a la pregunta acerca de por qué existen
quienes mandan y quienes obedecen, o cuáles son los fundamentos últimos de la
dominación, con el objetivo de influenciar en los acontecimientos sociales y políticos de la
época. Además, sus ideas -especialmente respecto del Estado- no gozaron jamás de la
gratitud de los sectores dominantes de sus países. Ello se debió, sobre todo, a que sus
perspectivas se encuadraban en la larga tradición teórica, abierta por Maquiavelo, del
“realismo político”16. Así, si para Weber la política era el reino de la violencia y la
imposición, constituido por las luchas intestinas en torno a la obtención y mantenimiento
del poder, para Gramsci ella estaba vinculada con el combate cotidiano entre clases sociales

16
Huelga aclarar que con Maquiavelo no se produce una eliminación de la moral por la política,
sino una distinción analítico / práctica entre una y otra. Desde esta óptica, las reglas de la acción
política no son ni pueden ser las de la moral.

13
de intereses irreconciliables. De ahí que al igual que el autor de El Príncipe, ellos no
pretendieran describir el “deber ser” de las prácticas políticas 17, sino cómo operaban en la
realidad concreta. De manera análoga, su interés con relación al Estado radicada en
entender los mecanismos que permitían su estabilidad o no a escala temporal, a partir de la
construcción de consenso en el conjunto de la sociedad. Pero veamos qué dijeron
exactamente estos pensadores que bien pueden ser considerados clásicos de la teoría
política contemporánea.

2.4.1 Estado y legitimidad en Max Weber

Max Weber, nacido el 21 de abril de 1864 en Erfurt (Alemania) en el seno de una familia
de buen pasar, dedicó gran parte de su vida a la investigación y producción teórica.
Caracterizado por muchos como “el Marx de la burguesía”, no tenía por intención, como en
el caso de Gramsci, modificar una correlación de fuerzas adversa con el objeto de
trascender el capitalismo, sino más bien lograr garantizar la continuidad de la dominación
(legitima) de un nación cuyos principales problemas eran, por un lado, afrontar la crisis del
liberalismo y, por el otro, superar el “legado bismarckiano” de un parlamento débil y una
burocracia imprescindible, pero de carácter despótico. En tal sentido, avanzará en el
desarrollo de una serie de categorías que brindan, a nuestro entender, un sustancial aporte
para entender la emergencia y, en especial, la perdurabilidad de los Estados modernos.

Comencemos pues, delimitando qué entiende Weber por Estado. En su póstumo y


monumental libro Economía y Sociedad (1984), define al mismo no a partir de sus fines ni
a través de los contenidos de lo que haga -debido a que ambos tienden a variar
históricamente-, sino sobre la base de un medio específico que le es propio: el ejercicio de
la fuerza física en un territorio determinado. De acuerdo a Weber, un Estado, en tanto
asociación política, puede llegar a renunciar al monopolio del poder ideológico y del
económico, pero no al coactivo sin dejar de ser Estado, porque significaría la vuelta a una
especie de “estado de naturaleza” hobbesiano. Como bien señala Bobbio (1992), si bien
Weber no cita al autor del Leviatan, recoge su idea del Estado como producto de la renuncia
al uso de fuerza individual, de ahí que sea el poseedor exclusivo del poder de coerción. Dicho
ejercicio efectivo del monopolio a escala nacional es precisamente lo que le va a permitir
hablar de la “soberanía” como uno de los pilares básicos del orden político moderno.

Esta definición de Estado es formal y realista, a la vez que histórica y sociológica en sentido
amplio, por oposición a la conceptualización de otros autores contemporáneos como Emile
Durkheim (1858-1917), para quien el Estado moderno era esencialmente una institución moral
cuya principal función era la producción de representaciones con el objeto de dirigir las
conductas colectivas18. Ahora bien, en el caso de Weber, el monopolio de la violencia

17
Podría decirse que Gramsci sí intentó esbozar, aunque de manera fragmentaria, un discurso en
torno a la reforma intelectual y moral necesaria para la gestación de una nueva práctica política.
Véase al respecto sus póstumos “Cuadernos de la Cárcel”.
18
“El Estado es, hablando rigurosamente, el órgano mismo del pensamiento social (...) encargado
de elaborar ciertas representaciones que tienen valor para la colectividad. Estas representaciones se

14
organizada en un área territorial definida es un requisito necesario, aunque no suficiente.
Para que un Estado esté llamado a perdurar, dicho ejercicio debe ser, además, legitimo.
¿Qué supone esto exactamente? Ante todo, que en esta relación de dominación, los
dominados obedecen el mandato que emana de la autoridad por tres tipos de justificaciones
internas, que dan cuenta a su vez de tres tipos ideales19 de dominación legitima:

1. La autoridad del “pasado” o de la costumbre consagrada, basada en la creencia en la


santidad de las tradiciones
2. La autoridad del “don de gracia” (o carisma) del líder político, derivada de sus
cualidades extraordinarias.
3. La virtud de la legalidad de ordenes establecidas y del derecho de mando de la
autoridad legal.

La legitimidad -tradicional, carismática o legal- es lo que permite comprender la distinción


entre dominación y poder. La primera debe entenderse como “la probabilidad de encontrar
obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”, mientras que el
segundo supone la posibilidad de imponer la propia voluntad, al interior de una relación
social, aún contra la resistencia de quien recibe el mandato (1984, pag. 43). De ahí que
sólo una relación de dominación legitima esté llamado a perdurar, y sólo una dominación
duradera y constante pueda constituir un Estado en sentido estricto. Para demostrar la
importancia fundamental de este factor, Weber da el ejemplo de una banda de ladrones
asolando un pequeño pueblo: si bien ostentan transitoriamente el monopolio de violencia
sobre un territorio determinado, no cuentan con legitimidad como para sostener, en términos
temporales, a la misma. Incluso el hecho de que, tras su huida, escondan el botín, no hace más
que reafirmar la creencia en la autoridad racional-legal del Estado. Garantizar el dominio de
hecho sobre el territorio de manera continuada es entonces otro de los requisitos básicos del
Estado.

Recapitulemos. Según Weber, para saber por qué algunos individuos obedecen a otros hace
falta indagar tanto en los medios exteriores del poder (fuerza monopolizada), como en los
motivos internos de los súbditos (principios de legitimidad). Los fundamentos de la
legitimidad son, por lo tanto, la justificación interna de la obediencia. Sólo el momento interno
transforma el poder de hecho en “poder de derecho”. Y puesto que el poder del Estado es un
poder de derecho, el aspecto interno se convierte en un elemento esencial de la teoría
weberiana, siendo la dominación racional-legal la forma predominante que asume el Estado en
las sociedades modernas. Esto es así debido a que se sustenta en ordenaciones impersonales y
objetivas, establecidas a nivel normativo. El cuadro administrativo burocrático tiende a ser el
tipo más puro de dominación legal, debido a que se basa en el saber técnico especializado.
Esta es una diferencia sustancial con respecto a los otros tipos de dominación, en la medida en
que en la tradicional se obedece a la persona designada en base a la costumbre consagrada, y
en la carismática lo propio ocurre a raíz de la creencia en las cualidades extraordinarias del
líder.

distinguen de las otras representaciones colectivas por su mayor grado de conciencia y reflexión”.
Lecciones de Sociología, en Portantiero y De Ipola (1987).
19
Al hablar de “tipos ideales”, Weber alude a conceptos abstractos o teórico-metodológicos, no
constatables en estado puro en la realidad empírica.

15
Profundicemos entonces el tipo de dominación racional: debido a que la especialización
burocrática de las funciones era, según Weber, el eje integral del capitalismo, penetrando
todos los ámbitos de la vida moderna, el Estado no podía encontrarse ajeno a este
condicionamiento20. De esta forma, así como el trabajador es expropiado de los medios de
producción a nivel económico, el funcionario estatal no es ya, como lo era en las
sociedades precedentes, propietario de sus herramientas administrativas. Este proceso
resulta inevitable, y en sí no está mal que así sea, ya que la racionalidad formal posibilita la
calculabilidad y, por tanto, la previsibilidad de las prácticas sociales. Ahora bien, si las
antiguas burocracias tenían un carácter esencialmente patrimonialista (primando la
dominación tradicional), caracterizados por una ausencia de garantías estatutarias y de
remuneración, así como por una unidad otorgada por la persona del soberano, y no por un
código normativo general, el personal de los Estados modernos se basa, en cambio, en los
siguientes principios:

1. La existencia de servicios definidos y por lo tanto de competencias rigurosamente


determinadas por las leyes o reglamentos, de manera que las funciones están claramente
divididas y distribuidas, así como los poderes de decisión necesarios para la realización
de dichas tareas.
2. La protección de los funcionarios en el ejercicio de sus tareas, en virtud de un estatuto
legal.
3. La jerarquía de funciones, lo cual supone un sistema administrativo muy estructurado
en servicios subalternos y en puestos de dirección. Dicha estructura es monocrática y
manifiesta una tendencia hacia la mayor centralización.
4. El ingreso se hace por concurso, examen o título, lo que exige de los candidatos una
formación especializada.
5. La remuneración regular del burócrata bajo la forma de sueldo fijo y de un retiro
cuando deje de servir al Estado. La paga a su vez está jerarquizada en función de la
estratificación interna de la administración y de la importancia de las responsabilidades.
6. El derecho que tiene la autoridad de controlar el trabajo de sus subordinados.
7. La posibilidad de ascensos de los funcionarios según criterios objetivos y no a
discreción de la autoridad.
8. La separación completa entre la función y el individuo que la realiza, ya que ningún
funcionario puede ser propietario de su cargo o de los medios de la administración (se
piensa más bien en roles).

La burocracia -verdadera “maquinaria inanimada”- deviene por lo tanto imprescindible, en


el marco de una sociedad moderna cuyo rasgo característico es la creciente complejidad de
la administración. Así como el capitalismo se caracteriza por su alto grado de racionalidad

20
Esta es quizás una de sus mayores diferencias con respecto a Marx. Si para éste el núcleo
fundamental de la sociedad capitalista lo constituía la desposesión de los obreros de los medios de
producción en paralelo a la propiedad privada de ellos por parte de la burguesía, para Weber este
proceso de expropiación no se reducía a la esfera socio-económica, sino que abarcaba al conjunto
de lo social. Su pesimista lectura sobre la amenazante “jaula de hierro” burocrática se encuentra
atravesada, precisamente, por esta inevitable tendencia a la racionalización instrumental de las
acciones humanas.

16
(de medios a fines), los Estados nacionales tienden a solventarse cada vez más en ella,
operando su personal a través de leyes y procedimientos formales e impersonales. A esto se
refiere Weber cuando postula que el funcionario debe ejecutar sus tareas “sin cólera ni
prejuicios”, apegado siempre a la norma. Vista retrospectivamente, su visión de lo social
resultó tan pesimista como verdadera. No obstante, queda pendiente indagar, de cara al
futuro, en el restringido rol que le toca al hombre, como mero diente dentro de este
aplastante engranaje burocrático, cuyo único motor parece ser la racionalidad instrumental.

2.4.2 Antonio Gramsci y su concepción ampliada del Estado

Nacido en Cerdeña en 1891, Antonio Gramsci se vio obligado a emigrar al norte industrial
de Italia a muy temprana edad. Allí se encontró con dos de sus máximas pasiones, que
luego lo acompañarían por el resto de la vida: la política y el movimiento obrero. Radicado
ya en Turín (“la ciudad de la Fiat”), comenzó a indagar, como joven periodista del diario
Avanti! y del periódico Grido del Popolo, en los pormenores del Estado italiano. En mayo
de 1919 funda junto con un pequeño número de compañeros del Partido Socialista Italiano
el semanario L’Ordine Nuovo, que cumplirá un rol destacable en todo el período de los
consejos obreros y será el núcleo de formación de uno de los grupos que dará origen al
Partido Comunista de Italia, a finales de enero de 1921. Buena parte de los años 1922 y
1923 Gramsci los pasa en el extranjero, primero en la URSS y después en Viena. En abril
de 1924 es elegido diputado por Venecia para el Parlamento italiano y en agosto del mismo
año es nombrado secretario general del PCI. Es detenido el 8 de noviembre de 1926, e
ingresa a la cárcel a la edad de 35 años, iniciando una década entera de permanencia en
prisión. En 1929, comienza la redacción de los Cuadernos, que interrumpirá por el
agravamiento de su enfermedad hacia 1935. Muere el 27 de mayo de 1937, a los 46 años, 6
días después de ser liberado21.

Hecho este breve recorrido por su vida, creemos que, no obstante los considerables aportes
realizados con Gramsci en su período pre-carcelario, será durante su forzado encierro que
desarrollará buena parte de su bagaje conceptual, si bien de manera un tanto ambigua y
contradictoria. Como veremos, en los llamados Cuadernos de la Carcel, ampliará las
nociones de Estado y política. Su énfasis en la praxis política como “objeto de estudio” no
tuvo que ver con inquietudes erudito-académicas, sino con la dramática situación histórica
que le tocó vivir, comprometido con el movimiento revolucionario de masas de Turín en
los años inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial, así como con la
creciente complejidad que fue asumiendo la dominación estatal en las sociedades
capitalistas desarrolladas.

En este sentido, sus dispersas notas deben ser leídas como una respuesta contundente e
innovadora a las diferentes corrientes deterministas y vulgares de la época que, reducían al
marxismo a un dogma anquilosado cuyo núcleo central radicaba en la primacía total de lo
económico sobre el resto de las esferas sociales. La visión catastrofista de la crisis del ’30

21
Para una reconstrucción acabada de su trayectoria teórico-política, puede consultarse la
documentada biografía de Giuseppe Fiori, Vida de Antonio Gramsci, Ed. Península, 1976,
Barcelona.

17
que tenían sus camaradas, al establecer una relación inmediata entre colapso económico y
político, omitía la complejidad que habían adquirido los Estados modernos, tornando
caduca la estrategia revolucionaria que reducía el cambio social a la “toma del poder” por
parte de una tan reducida como decidida vanguardia iluminada.

Desde esta perspectiva, el punto de partida de Gramsci en su análisis del Estado y la


dominación es muy distinto al de Weber. Sin embargo, ambos se refieren al mismo problema
de la construcción del poder. Porque a Gramsci también le preocupa desentrañar la naturaleza
de la relación de dominación que escinde a gobernantes y gobernados. Pero el turinés, a
diferencia del autor de Economía y Sociedad, no se contenta con encontrar los mecanismos
formales que hacen de una relación de poder, de un ejercicio de la fuerza, una dominación
aceptada o legítima (Thwaites Rey, 2002). Lo que le interesa ante todo es saber cómo, a través
de qué mecanismos, la dominación se convierte en hegemonía, es decir, incluye la aceptación
del dominado, deviniendo en consenso activo.

La ampliación del concepto de Estado y la consiguiente reformulación de la noción de


hegemonía producida por Gramsci22 es uno de los aportes más significativos a la teoría
política contemporánea. En sus Notas sobre Maquiavelo, el Estado es entendido como una
compleja e inestable articulación entre dominio y consenso (“hegemonía acorazada de
coerción”), por contraposición a cómo es comprendido generalmente: en tanto sociedad
política o mera super-estructura coercitiva. De acuerdo a Gramsci, por Estado “debe
entenderse no sólo el aparato gubernamental sino también el aparato privado de
hegemonía”. La combinación de ambos es producto de la inestable equivalencia entre, por
un lado, la sociedad política y, por el otro, la sociedad civil. Aquí radica la diferencia
principal con respecto a Marx y Engels: si ellos definían a la sociedad civil como aquel
conjunto de relaciones socio-económicas que conforma la base material o infraestructura,
Gramsci la ubicará en el ámbito superestructural, siendo además la esfera en la cual se
difunde -a través de un serie de instituciones y mecanismos de transmisión ideológico
cultural- una determinada concepción del mundo que, en última instancia, contribuye a la
reproducción del sistema de dominación23.

22
Aún cuando varios marxistas rusos ya habían utilizado a finales del siglo XIX el concepto de
hegemonía, siempre lo hacían para referirse al rol “dirigente del proletariado”, en su alianza con
resto de los sectores populares (sobre todo al campesinado), a nivel estrictamente político. Antonio
Gramsci, si bien reconoce su deuda intelectual con Lenin, complejiza la categoría al extenderla,
como antítesis dominación o ejercicio de la fuerza, al análisis de las clases componen a la sociedad
capitalista. En los Cuadernos de la Cárcel, si por un lado el término remite al liderazgo de la
burguesía sobre los restantes grupos sociales, por el otro supone la generación de consenso y
compromiso cultural e ideológico, a la vez que material, logrando un reconocimiento general como
la clase más idónea para articular los intereses de toda la sociedad, plasmado en la construcción
temporal de una voluntad nacional colectiva.
23
De acuerdo con Marx y Engels (1975), “la sociedad civil es el verdadero hogar y escenario de
toda la historia” y su anatomía hay que buscarla en la economía política. Alude, por lo tanto, a la
producción e intercambio material de los hombres en una determinada fase de desarrollo de las
fuerzas productivas. Para Gramsci, por el contrario, la sociedad civil no forma parte de la
infraestructura, sino que se ubica en la superestructura, como mediación entre la base económico-
social y el Estado en sentido estricto (aparato represivo). Estaría conformada por los organismos e
instituciones responsables de la elaboración y/o difusión de la hegemonía cultural y política de un

18
Esta noción innovadora supone en Gramsci la incorporación una faceta escasamente
desarrollada por el marxismo clásico como es la consensual. Precisamente este último
punto será el que profundice en sus dispersos escritos carcelarios. Allí intentará dar cuenta
de cómo la hegemonía de un grupo social sobre toda la sociedad nacional es ejercida a
través de las llamadas organizaciones privadas, entre las que cabe destacar a la Iglesia, los
sindicatos, y las escuelas, por nombrar sólo algunas de las múltiples fortalezas que,
inscriptas en el marco de la sociedad civil, recubren a las instituciones burocrático-militares
que delinean al Estado en sentido estricto.

Por ello, más allá de su carácter inherentemente represivo, el Estado también está
constituido por “el conjunto de actividades prácticas y teóricas con las que la clase dirigente
justifica y perpetúa su dominación y además logra obtener el consenso activo de los
gobernados” (Gramsci, 1993). Desde esta óptica, la clase capitalista consigue ser a la vez
dominante y hegemónica, estructurando su primacía a partir de una compleja e inestable
articulación entre el ejercicio de violencia física y la persuasión activa de los sectores
subalternos.

A la hora de analizar las transformaciones sufridas por los Estados capitalistas, Antonio
Gramsci (1998) se encarga de distinguir entre el período histórico en el cual “no existían
todavía los grandes partidos políticos de masas y los grandes sindicatos económicos y la
sociedad es encontraba todavía, por así decir, en estado de fluidez en muchos aspectos con
un aparato estatal relativamente poco desarrollado”, y la etapa posterior a 1870, en la cual
“las relaciones organizativas internas e internacionales del Estado se hicieron más
complejas y macizas”. En este último caso, la sociedad civil se ha convertido en una
estructura resistente a las “irrupciones” catastróficas del elemento económico,
constituyendo una especie de robusta trinchera que, como vimos, resguarda a la institución
propiamente represiva.

Esta es, en palabras de Gramsci, “la cuestión de teoría política más importante que ha
planteado el período de posguerra, y la más difícil de resolver”. La metáfora militar remite
a distintos tipos de estrategias revolucionarias: la guerra de maniobras y la de posiciones.
En el primer caso, el objetivo es “asaltar” de manera imprevista y abrupta el aparato militar
del Estado, mientras que en el segundo, se trata de asediar, de manera lenta pero constante,
cada una de las trincheras que constituyen a la sociedad civil, construyendo una contra-
hegemonía opuesta de cuajo a la de la clase dominante.

La guerra de maniobras era factible, según el turinés, en Oriente. Con éste término, alude
sin duda a Rusia y al resto de las formaciones económico-sociales “atrasadas”. De manera
análoga, al hablar de Occidente no se refería a espacios geográficos, sino a sociedades
cuyos Estados se ha habían complejizado enormemente: ya no se acotaba su papel al de
“guardián nocturno”, sino que en este tipo de regiones el Estado era ante todo una

grupo social fundamental, sobre el conjunto de la sociedad, ligando de forma subordinada a sus
diversos miembros a la clase dominante. A su vez, la sociedad política (momento coercitivo del
Estado), garantiza legalmente la disciplina de aquellos que no conscienten ni activa ni pasivamente
con dicha dirección.

19
combinación constante de dominación y consenso. De esta forma, si la primera continúa
siendo el límite último que garantiza la perpetuación de la opresión de clase, el segundo se
gesta al interior de las organizaciones formalmente privadas, que difunden todo un sistema
de valores, creencias y actitudes, con el objeto de lograr una incorporación subordinada,
mediante una aceptación activa, de los clases populares al orden social establecido.

Podría pensarse que al hablar de hegemonía, Gramsci reduce la dominación social y


política a la elaboración y difusión por parte de la burguesía de una concepción del mundo
opuesta de cuajo a la de los sectores subalternos. Sin embargo, el turinés aclara que este
proceso “presupone indudablemente que se tenga en cuenta los intereses y las tendencias de
los grupos sobre los cuales se ejercerá la hegemonía, que se forme un cierto equilibrio de
compromiso, es decir, que el grupo dirigente haga sacrificios de orden económico-
corporativo; pero también es indudable que estos sacrificios y este compromiso no pueden
referirse a lo esencial, porque si la hegemonía es ético-política no puede dejar de ser
también económica, no puede dejar de tener su fundamento en la función decisiva que el
grupo dirigente ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica” (1993).

En este sentido, para que los intereses particulares de la clase dominante puedan
confundirse con el interés general -y el Estado se presente, por consiguiente, como un
organismo “del pueblo”- es preciso que la burguesía fomente, en el seno de la estructura
económica, el desarrollo de la fuerzas productivas y la elevación (por cierto parcial y
mediatizada) del nivel de vida de las masas populares. Asegurar la “incorporación” de los
estratos subalternos, más allá del plano simbólico de las ideas, implica dos procesos
convergentes: por un lado, la asunción de un cúmulo de demandas de los sectores
dominados, como propias, por parte del Estado. Por el otro, generar el consenso en éstos
últimos de que la clase capitalista es la más idónea para garantizar el desarrollo de la
sociedad. Las crisis orgánicas (que según Gramsci no son meros colapsos económicos,
sino crisis de hegemonía o del Estado en su conjunto) desenmascaran precisamente la
imposibilidad de la clase dominante de ser a la vez “dirigente”, quedando como
consecuencia reducida a su existencia corporativa. Al dejar de cumplir con su función
“cultural y moral”, el bloque histórico24 que le otorga sustento tiende a disgregarse,
generándose a su vez una disociación entre la base estructural de la sociedad y la
superestructura político-ideológica. Es entonces cuando se abre la posibilidad del cambio
revolucionario. El triunfo, a tal punto no está garantizado, que incluso la reflexión misma
de Gramsci en la cárcel debe entenderse como una profunda autocrítica al voluntarismo
político, contracara del determinismo económico que primaba en su época de militante. Es
por ello que buena parte de los conceptos claves que sobrevuelan los Cuadernos son
imposibles de ser entendidos sin tener en cuenta la coyuntura política acuciante en la cual
se inscriben, en el marco de la derrota que sufrió Gramsci y sus compañeros de lucha, tras
la crisis de hegemonía abierta desde la inmediata posguerra hasta comienzos de los años
treinta. Esto quedó evidenciado en el trágico hecho de que, a la hambruna y la

24
Por bloque histórico, Gramsci entiende: 1. La dialéctica articulación entre la estructura socio-
económica y la superestructura política, ideológica y cultural, que se logra a través de una capa
social diferenciada como son los intelectuales; 2. La alianza de un conjunto de grupos sociales, bajo
la hegemonía de una clase fundamental, cuyo objetivo es perpetuar o bien revolucionar una
determinada organización de la sociedad.

20
desocupación generalizados, le sobrevino el régimen fascista y no el alzamiento
insurreccional de los trabajadores.

3. Apéndice

3.1 Las dimensiones del Estado: una distinción analítica necesaria25

Revistadas las principales interpretaciones teóricas en torno al Estado en perspectiva


histórica, resta diferenciar las dimensiones del mismo en cuanto a niveles conceptuales de
abstracción26. Así, en primer término podemos hablar del Estado en tanto relación social
de dominación. En efecto, el Estado constituye la instancia política básica de dominio en la
sociedad capitalista, escindiendo a los gobernantes de los gobernados y, a la vez, intentando
regular el conflicto entre explotadores y explotados. Esta faceta ha sido descuidada por
buena parte de la tradición teórica a lo largo del siglo XX, priorizándose solamente un
aspecto del Estado: sus instituciones. Si bien, como veremos, ellas cumplen un papel
fundamental, no conforman la totalidad del fenómeno estatal, e incluso ni siquiera deben
ser considerados el punto de partida para entender el origen genético del Estado, ya que de
lo contrario se corre el peligro de caer en una concepción instrumental o cosificante27.
Como bien lo hace notar O’ Donnell (1984), lo político no se encuentra “afuera” de la
sociedad, sino que es parte intrínseca de ella, de tal manera que el Estado resulta co-
constitutivo de las relaciones sociales capitalistas. Por ello es un grave error reducirlo a su
superficie objetivada que es la administración pública y el gobierno.

Es en este sentido que, en un nivel más bajo de abstracción -ascendiendo hacia lo concreto-,
podemos referirnos a los aparatos estatales como la materialización o “parte visible” de
aquella relación. La burocracia, los edificios y organismos públicos, así como todo el
andamiaje legal, aparecen como la encarnación concreta de la garantía estatal de las
relaciones de producción, posibilitando a nivel material el ejercicio de la dominación antes
descripta. Desde esta óptica, el Estado constituye también la cristalización institucional de
una determinada correlación de fuerzas entre los diferentes -y antagónicos- sectores en
pugna en la sociedad: las luchas políticas, sociales y económicas no serían, por tanto, ajenas
al Estado, sino que estarían inscriptas en su mismo “armazón” específico (Poulantzas,
1980). Concebir el conflicto como eje central permite trascender la lectura vulgar del
Estado realizada por ciertas corrientes, que lo visualizan como un bloque monolítico e
impermeable, y no en tanto “cuerpo” en el cual se condensa materialmente una relación
(desigual) de dominación.

25
Para un desarrollo de este punto véase el artículo de Mabel Thwaites Rey: El Estado: notas sobre
su(s) significado(s), en Cuadernos de la Maestría en Hábitat y Vivienda, Universidad Nacional de
Mar del Plata, 2000.
26
Concebir al Estado de esta forma, implica partir del supuesto de una hipótesis de carácter
abstracto que, en el marco de una creciente complejidad, “asciende” hacia lo concreto.
27
El enfoque instrumentalista entiende al Estado como un mero aparato represivo-administrativo,
de carácter neutro, plausible de ser manipulado para diversos propósitos por cualquier sector o clase
social que logre apropiarse de él.

21
Ya en un tercer plano, puede definirse a las políticas públicas como el Estado en
movimiento. Siguiendo a Oszlak y O’Donnell (1995) podemos expresar que esta dimensión
consiste en “un conjunto de acciones y omisiones que manifiestan una determinada
modalidad de intervención del Estado en relación con una cuestión que concita la atención,
interés o movilización de otros actores en la sociedad civil”. Cabe aclarar que las políticas
estatales no deben ser entendidas en términos de un acto reflejo o una respuesta aislada,
sino enmarcadas en un conjunto de iniciativas y respuestas, manifiestas o implícitas, que
observadas en un momento histórico determinado permiten inferir la posición del Estado
frente a una cuestión28 que atañe a sectores significativos de la sociedad. Vislumbrar esta
faceta nos permite tener en cuenta un aspecto de la estructura estatal no siempre analizado
como es su dinamismo, logrando así una desagregación del Estado “en acción”, e inscripto
en el marco un proceso global en el que se relaciona con otros agentes sociales, políticos y
económicos, condensando en su interior la lucha a través de la cual se dirimen los
conflictos entre los distintos proyectos que conforman un patrón de organización social.

Ahora bien, el Estado tampoco puede reducirse al régimen político. Antes bien, éste debe
ser entendido, en palabras de O’ Donnell (1982), como “el conjunto de patrones realmente
vigentes (no necesariamente consagrados jurídica y formalmente) que establecen las
modalidades de reclutamiento y acceso a los roles fundamentales, así como los criterios de
representación sobre la base de los cuales se formulan expectativas de acceso a dichos
roles”. Encargado de delimitar el acceso a los puestos gubernamentales, el régimen puede
ser conceptualizado como el cúmulo de procedimientos, normas o “reglas de juego” que
posibilitan el ingreso a los espacios claves de administración -a la vez que regulan la
organización y el ejercicio- del poder de Estado. Respecto de este último punto, una
cuestión a tener en cuenta es que, si bien la Constitución Nacional contribuye a reglarlo, los
márgenes del régimen no se agotan en ella.

Por último, el gobierno, si bien es quien está investido formalmente del poder estatal, no
controla efectivamente todos los resortes claves para su ejercicio: tener el derecho a
gobernar, no siempre implica poseer el poder real para hacerlo29. A esto se ha referido
Ralph Miliband (1992) al postular que “el gobierno es el que habla en nombre del Estado”,
en la medida en que éste como tal no existe. Lo que hay es, sí, un “sistema estatal”, del cual
el gobierno sólo es una parte. La administración pública, el poder judicial, las fuerzas
armadas y de seguridad, el parlamento y el gobierno subnacional conforman también, en
sus relaciones recíprocas, el poder del Estado. El gobierno, sin embargo, ocupa un lugar
decisivo dentro del conjunto de instituciones públicas debido a que, siguiendo con el
planteo de O’ Donnell, está constituido por los roles fundamentales dentro de éstas últimas,
“desde donde se movilizan, directamente o por delegación a escalones inferiores de la
jerarquía burocrática, en apoyo a órdenes y disuasiones, los recursos controlados por el
aparato estatal, incluso su supremacía coactiva. Por lo tanto, de la misma manera en que el

28
Por “cuestión socialmente problematizada” debe entenderse aquel asunto que, por su importancia,
ha sido incluido en la agenda de problemas sociales que requieren una necesaria toma de posición
por parte del Estado. Toda cuestión atraviesa un “ciclo vital”, que se extiende desde su
problematización social hasta su “resolución” o desaparición como tal. Oszlak y O’ Donnell (1995).
29
Un trágico ejemplo histórico ha sido la frustrada experiencia de Salvador Allende durante el
período 1970-1973 en Chile, que culminó con el cruento golpe de Estado liderado por Pinochet.

22
régimen político no es sinónimo de poder estatal, sino que constituye una parte de éste, el
gobierno es un elemento central del régimen, en particular de sus estructuras encargadas de
la toma de decisiones políticas.

Para terminar, podemos expresar que ninguna de estas dimensiones conceptuales pueden
ser entendidas por sí mismas ni dar cuenta por sí solas del fenómeno estatal en toda su
plenitud, sino que requieren ser comprendidas en su inclusión gradual al interior de –y en
su interrelación con respecto a- las restantes, más allá de la especificidad analítica que cada
una de ellas supone. Esta particularización (nivel de abstracción) debe leerse, por lo tanto,
como desagregación que contiene a la vez las cualidades del Estado como totalidad
compleja vis a vis la sociedad.

3.2 Las diferentes formas históricas del Estado en la sociedad capitalista

Nuestro objetivo en este último apartado es dar cuenta, de manera sucinta, de los ciclos
específicos que ha ido asumiendo el Estado a nivel histórico desde su propio surgimiento.
La intención, por supuesto, no es agotar el tema sino tan sólo describir brevemente las
características principales que permiten hablar de una u otra forma estatal.

a. Estado absolutista

Definido como la antesala de la modernidad capitalista en Europa, el Estado absolutista se


extiende desde el paulatino colapso de la Edad Media30 hasta el proceso simbolizado por la
Revolución Francesa. Su característica principal fue la creciente concentración del poder
político en manos del monarca o rey, en desmedro de ciertas prerrogativas detentadas por
los señores feudales31. La política económica fomentada por el absolutismo fue el
“mercantilismo”, que propiciaba la exportación de productos al calor de la expansión
ultramarina europea, en paralelo al atesoramiento de metales preciosos por parte del Estado,
todo ello conjugado con relaciones comerciales atravesadas por un belicismo extremo que
potenciará la conformación de ejércitos de índole nacional. Si bien autores como Friedrich
Engels (1983) lo caracterizan como producto del equilibrio transitorio, durante los siglos
XVI y XVII, entre la antigua clase terrateniente y la burguesía urbana en expansión, Perry
Anderson (1985) postula que, en realidad, con los Estados monárquicos se desplaza el
ejercicio de la violencia en un sentido ascendente, de la aldea hacia el plano nacional,
constituyendo un nuevo caparazón político de una nobleza amenazada por la naciente clase
capitalista y, en menor medida, por la insubordinación de los campesinos. Lo cierto es que,
más allá de las discusiones historiográficas, la crisis del Ancien Régime coincide con la
emergencia de dos sectores antagónicos (la burguesía y el proletariado) conformados a
partir de una relación social de explotación -el capital- que supone una modificación

30
Cabe recordar que, durante la Edad Media (ciclo que abarca, aproximadamente, del siglo III al
XVI), la autoridad política -fragmentada en señoríos- emanaba de Dios, y las leyes, por
consiguiente, expresaban la voluntad divina.
31
La culminación de esta centralización es sintetizada por la figura de Luis XIV, monarca en
Francia entre 1661 y 1715, autoproclamado Rey Sol a quien se le atribuye la famosa frase “El
Estado soy yo”.

23
sustancial de la forma de dominación predominante hasta ese entonces, anclada en una
soberanía piramidal y fragmentada distribuida en múltiples sistemas de feudos y
estamentos. Los instrumentos de coerción, progresivamente, van a tender a ubicarse en un
plano diferente respecto del proceso productivo de trabajo. De esta manera, el Estado va a
realizar una doble tarea: expropiación creciente de las herramientas que posibilitan la
administración de la violencia por parte de las clases pudientes, y cercamiento de tierras
que generan una enorme masa humana sin otra propiedad que su propia fuerza de trabajo.

b. Estado liberal

A finales del siglo XVIII, bajo un contexto signado en términos socio-económicos por la
Revolución Industrial -iniciada en Gran Bretaña y extendida luego a otras regiones- y a
nivel político por la Revolución Francesa, emerge una forma estatal definida por su clara
delimitación territorial y su carácter impersonal, resultando la ley un producto de la
“nación”32 y no ya una decisión arbitraria del monarca. El Estado soberano (independiente
y autónomo frente a los demás Estados), la división de poderes combinada con la noción
del parlamento como ámbito decisional fundamental, la consolidación de una burocracia
administrativa regulada por normas jurídicas racionales, así como la existencia de una
Constitución inviolable que determina los derechos y obligaciones del conjunto de los
miembros del pueblo, alude precisamente a ello. En términos “sociológicos”, este proceso
implica la transición de una sociedad de tipo estamental a una clasista, en paralelo a la
conformación del individuo como célula social, operando por un lado en forma voluntaria
al interior de un mercado a escala nacional y, por el otro, en tanto ciudadano participe del
Estado, con igualdad formal frente a un orden legal unificado33. Durante esta etapa, el rol
del Estado se reduce a garantizar el orden público al interior del territorio en el cual ejerce
su soberanía, asumiendo una dinámica de “guardián nocturno”. Para lograr el progreso de
la nación, el Estado no debía interferir en la dinámica del mercado, ya que éste tendía a
autorregularse a partir de una “mano invisible” anclada en el egoismo de quienes
concurrían allí a ofertar y/o demandar. En este sentido, se propicia el conocido laissez faire,
laissez passer (dejar hacer, dejar pasar), al mismo tiempo que se prioriza la conformación
de un único sistema impositivo y de emisión de moneda, a los efectos de contar con
recursos financieros para solventar a estas nuevas instituciones. A su vez, la libertad (en
esencia, de comercio, circulación, asociación y expresión) tiende a predominar sobre la
igualdad social, manteniéndose en algunos casos los sectores no propietarios al margen del
ejercicio de los derechos políticos, en especial el referido a la elección de representantes a
través del voto34. Por último, es importante señalar que, en este período, la religión se

32
El surgimiento mismo del Estado moderno está asociado, de acuerdo a Oszlak (1997), al
desarrollo de la “nación” en su doble dimensión: material (generación, dentro de un espacio
territorialmente delimitado, de intereses diferenciados que expresan relaciones sociales capitalistas) a la
vez que simbólica (creación de símbolos y valores generadores de sentimientos de pertenencia, que
tienden un arco de solidaridades por encima de los variados y antagónicos intereses de la sociedad).
33
Tal como nos recuerda Marx (1994), esta escisión se constata en la propia “Declaración Universal
de Derechos del Hombre y del Ciudadano”.
34
Este hecho se irá modificando paulatinamente al calor de las luchas en favor del sufragio
universal, protagonizadas por las organizaciones de la clase trabajadora.

24
escinde definitivamente de la política, deviniendo esta última una práctica autónoma y
mundana.

c. Estado benefactor keynesiano

La crisis mundial de 1929 implicó un quiebre profundo en la relación Estado-sociedad,


demostrando en los hechos que el mercado no era capaz de autorregularse
espontáneamente. Es así como surge el Estado de Bienestar Keynesiano (EBK), término
con el cual se hace referencia al sistema socio-político desarrollado en las democracias
capitalistas industrializadas a lo largo de los años ’30 y consolidado después de la Segunda
Guerra Mundial, manteniéndose más o menos inalterable hasta mediados de los años
setenta (Thwaites Rey, 2000). Esta etapa suele ser descripta por diversos autores como el
“período de oro” del capitalismo y sus principales características pueden resumirse, como
indica Ramesh Mishra (1992), en las siguientes:

1. Una intervención estatal desde el lado de la demanda en la economía sin


precedentes, para mantener un alto nivel de actividad y pleno empleo.
2. La provisión pública de una serie de servicios sociales universales, cuyo objetivo es
la seguridad social en su sentido más amplio.
3. La responsabilidad estatal en el mantenimiento de un nivel de vida mínimo,
entendido como un derecho social público y no como un problema de caridad para
una minoría35.

Para autores como Clauss Offe (1990) el Estado Benefactor implicó la posibilidad de
conciliar capitalismo y democracia, es decir, de darle a la contradicción existente entre la
burguesía y los trabajadores un marco de gestión democrática a través de la
intervención/mediación estatal, al margen del partido que estuviera en el gobierno. En la
base del EBK habría existido un acuerdo entre clases, instituido políticamente, definido por
Przeworski (1988) de esta manera: “aquellos que no poseen los instrumentos de producción
consienten la institución de la propiedad privada del capital, mientras que los dueños de los
medios de producción aceptan las instituciones políticas que permiten a otros grupos
expresar sus reclamos en términos de la asignación de los recursos y la distribución del
ingreso”. Este compromiso se materializó en el crecimiento incesante de las instituciones
estatales para procesarlo, basado en una lógica neo-corporativa en donde organizaciones
empresariales, sindicales y representantes gubernamentales intentaban compatibilizar sus
diversos intereses. De este modo, pudo mantenerse la expectativa de que el Estado era
capaz de reconciliar la propiedad privada de los medios de producción con un manejo
democrático de la economía, a través de sus políticas y aparatos, desmercantilizando en
parte las demandas de los obreros, a partir de la sustitución progresiva del derecho de
propiedad por el de ciudadanía. Como contrapartida, en los conflictos de clase ya no se
debía cuestionar el modo de producción capitalista ni el control del proceso de trabajo, sino
tan solo el volumen del excedente social a distribuir.

35
Algunas de estas características fueron compartidas por las modalidades de intervención estatal
inherentes al populismo en América Latina, que coexistió -con sus particularidades periféricas- con
el auge del EBK en los países capitalistas desarrollados.

25
Desde otra óptica, autores como Antonio Negri (1992) y John Holloway (1994), afirman
que ha sido la creciente lucha de la clase trabajadora contra la burguesía la que ha generado
una serie de reformas acumulativas que determinaron la transformación y aún en ciertos
casos la ruptura del sistema. Estos teóricos sostienen que la emergencia del EBK constituye
una respuesta del capital a la movilización combativa del polo del trabajo. Ambos teóricos
analizan el contexto político de las reformas en el proceso de producción y en el Estado y
sostienen que, lejos de ser los capitalistas, ha sido primariamente la clase obrera la
responsable de los profundos cambios acaecidos en ambos ámbitos. Así, muestran que
estos cambios fueron una respuesta a los sucesos políticos disparados por las rebeliones de
los obreros, por lo que no es posible explicarlas como un astuto paso históricamente dado
por la clase capitalista para, además de legitimar el rol del capital, asegurar el consumo para
la producción de masas. En este sentido, Holloway señala que “el rasgo central del
keynesianismo era el reconocimiento del poder organizativo de la clase trabajadora”. Este
poder se expresa en la capacidad de los explotados para resistir la explotación, y se
vislumbra especialmente en la insurrección de octubre de 1917. El triunfo de la revolución
socialista soviética, como subraya Negri, significó un cambio cualitativo fundamental en la
lucha mundial entre capital y trabajo, y está en la base de las transformaciones operadas en
el capitalismo con posterioridad al “crack” de 1929 y, sobre todo, durante la inmediata
posguerra, sintetizadas en la interiorización de la clase obrera en la propia estructura
material del Estado. Además, la ruptura con la dependencia del mercado para la obtención
de beneficios también significó la democratización del bienestar, fuertemente resistida por
la clase capitalista. Estos derechos sociales fortalecieron a la clase obrera en su lucha contra
la burguesía y ensancharon la solidaridad social, contribuyendo a la formación de los
trabajadores como clase.

d. Estado neoliberal

La reestructuración capitalista a escala planetaria iniciada hace tres décadas tuvo como
antesala un conjunto de sucesos que posibilitaron el cuestionamiento del EBK como forma
privilegiada de mediación socio-política. Entre ellos, pueden citarse la crisis de petróleo y
el creciente déficit fiscal que debían afrontar los Estados burocráticos centrales -así como
los populistas en América Latina- a principio de los años 70. La inédita combinación de
recesión e inflación (denominada estanflación), y el agotamiento del modelo de
acumulación fordista, también contribuyeron al quiebre de la forma de dominación social
de posguerra. Así pues, con la llegada de Margaret Thatcher (Inglaterra) y Ronald Reagan
(Estados Unidos) al poder, el discurso neoliberal adquiere un protagonismo inusitado36. La
“ingobernabilidad”, descripta de manera elocuente por el tristemente famoso Informe de la

36
Si los referentes del neoliberalismo a nivel económico son Friedrich Von Hayek (1988) y Milton
Friedman (1966), pregonando un Estado que se reduzca a mantener la ley y el orden, defina los
derechos de propiedad, asegure los contratos, promueva la competencia y suministre un marco
monetario; en términos filosóficos podemos mencionar a Robert Nozick (1991) como su principal
exponente. Según este autor, “un Estado mínimo, limitado a las estrechas funciones de protección
contra la violencia, el robo y el fraude, de cumplimiento de contratos, etcétera, se justifica,
[mientras que] cualquier Estado más extenso violaría el derecho de las personas de no ser obligadas
a hacer ciertas cosas y, por tanto, no se justifica”.

26
Comisión Trilateral37, sólo permitía una única salida, tal como rezaba el slogan de campaña
de la Dama de Hierro: el ajuste estructural y la ofensiva generalizada contra todas aquellas
conquistas históricas de los sectores subalternos, cristalizadas en numerosos espacios,
organismos y políticas estatales, tales como las destinadas a la seguridad social. El Estado,
según el discurso privatista en auge, había incrementado excesivamente su dotación de
personal y su gasto público, interviniendo en ámbitos de la sociedad que debían ser
administrados por la dinámica mercantil y el laissez faire. Los nuevos gobiernos
neoconservadores implementaron un vasto programa de privatización de empresas públicas,
de restricción de las redes de protección social y desarticulación de las formas más
combativas de organización sindical. Teniendo en cuenta este tipo de medidas, es
importante entender -de cara a la crisis actual- que, tal como ha expresado Atilio Borón
(1989) el neoliberalismo no es tan sólo una respuesta técnica surgida de una revalorización
de la herencia teórica de la escuela austriaca y de las iniciales contribuciones de Adam
Smith, sino también una propuesta que contiene, en diferentes grados de elaboración, una
teoría política sobre la organización del Estado, su naturaleza y funciones, y sobre el papel
que la ciudadanía y en especial las clases populares tienen que cumplir en él. En la parte
final del siguiente apartado, retomaremos más en profundidad la discusión en torno al
impacto de estas políticas económicas en América Latina, así como en Argentina, a lo largo
de las dos últimas décadas.

3.3 Un excursus: la especificidad del Estado en América Latina

Hasta aquí hemos abordado al Estado, desde sus orígenes en los albores de la sociedad
capitalista, hasta su posterior consolidación y metamorfosis a lo largo del siglo XIX y XX.
Pero qué ocurre con aquellas formaciones económico-sociales que, como la
“latinoamericana”, no cumplieron el ciclo que va -aunque contradictoriamente- del
esclavismo al feudalismo y, de éste, hacia sociedades de tipo burguesas. En estos casos, el
análisis precedente nos resulta cuanto menos insuficiente, en la medida en que la
emergencia de un aparato estatal de carácter nacional va a estar ligado, en particular en
nuestra región, con guerras independentistas contra un poder colonial ejercido por dos
potencias extranjeras -España y, en menor grado, Portugal- ambas en franca decadencia.

Por ello, un primer elemento a tener en cuenta es el retraso socio-económico producto del
rol “asignado” a América Latina, por parte de los países industrializados, en la división
internacional del trabajo. Esta debilidad estructural -anclada en el fuerte condicionamiento
del mercado mundial- ha implicado que sea el Estado quien se hiciera cargo, en gran
medida, del desarrollo capitalista y de la producción de una identidad colectiva. En este
sentido, la conformación de clases sociales en términos nacionales no fue un proceso
acabado como en Europa. Más que grandes centros manufactureros e industriales, lo que se
consolidaron fueron, al menos en el transcurrir del siglo XIX, sociedades con un clave

37
Redactado por Michel Crozier, Samuel Hungtinton y Joji Watanaki, dicho informe diagnosticaba
una “saturación” de demandas igualitaristas que emergen de la sobrecarga de expectativas que
presionan sobre el aparato estatal en condiciones de competencia entre los partidos y de la
influencia de múltiples asociaciones, producto de la excesiva participación democrática y la
exagerada politización de los temas y conflictos de la sociedad civil.

27
predominio agrario, salvo escasas (y parciales) excepciones. La dependencia con respecto
al capital extranjero, de la cual deriva el debilitamiento de la estructura económica, es
esencial como eje problemático a los efectos de entender la diferencia entre los Estados
“centrales” y los “periféricos”. Tal como explican Salama y Mathias (1986), en los países
subdesarrollados, “la aparición y extensión del modo de producción capitalista no han sido
en general resultado del desarrollo de contradicciones internas. Ese modo de producción no
ha surgido de las entrañas de la sociedad, sino que, de alguna manera, ha sido lanzado en
paracaídas desde el exterior”. Como consecuencia de este proceso, la intervención estatal
ha suplido, al menos en sus inicios, a la frágil iniciativa privada. Si bien esta especificidad
es crucial, igualmente importante es analizar la emergencia de los Estados en la región sin
desligarla totalmente del conjunto de Estados-nación que componen al sistema social y
económico mundial.

Asimismo, siguiendo a Gramsci, podemos expresar que dentro de la articulación entre


coerción y consenso, el segundo tendió a primar como consecuencia de la heterogeneidad
estructural (yuxtaposición de distintas relaciones de producción), que supuso una ausencia
de integración política, social y cultural. En palabras de Norbert Lechner (1977), en
América Latina el Estado resultó primordialmente dominación, faltando ese “plus” que es
la hegemonía, no siendo ni soberano en forma plena (debido al sometimiento externo) ni,
en muchos casos, nacional de sentido estricto (a raíz de una ciudadanía restringida). A la
dirección hegemónica, que encuentra su razón de ser en el plano internacional, se le
contrapone la dominación interna que haya su origen, como vimos, en la imposibilidad de
la burguesía de lograr una “dirección político-cultural” que unifique a los distintos grupos
sociales en la forma de nación38. Con la parcial excepción de algunos países del Cono Sur
(entre los que se encuentra Argentina), no existió en América Latina una sociedad civil -al
estilo de Gramsci- homogénea y consolidada, que abarcara todo el territorio y relacionara al
conjunto de la población entre sí. La falta de este elemento aglutinador y cohesionante tuvo
como correlato directo un predominio del aparato estatal burocrático-represivo en tanto
mecanismo unificador. Esta distintiva precariedad institucionalidad construida implicó un
dominio incompleto e inestable, a lo largo de varias décadas, en densas zonas geográficas
de la región. Si bien la gran mayoría de los países latinoamericanos adquirió, al decir de
Oscar Oszlak (1997), como primer atributo de su condición de Estados, el formal
reconocimiento externo de su soberanía, a raíz del desenlace de las luchas de emancipación
nacional, este reconocimiento se anticipó a la institucionalización de un poder estatal
reconocido dentro del propio territorio nacional. Como consecuencia, este profundo
desfasaje fomentó la creación de una difusa imagen de un Estado asentado sobre una
sociedad que retaceaba el reconocimiento de la institucionalidad que aquél pretendía
establecer.

En el caso específico de Argentina, el antes mencionado escaso desarrollo socio-económico


impidió que se pudiera garantizar la cohesión y la unidad social. Esto llevó a que sea la
propia estructuración del Estado, entre 1862 y 1880, la que permitiera cimentar la unidad
nacional enmarcada por un lado, en una identidad colectiva (faceta simbólica) y, por el

38
Dicho en otros términos: por su debilidad estructural -anclada, entre otras cosas, en la ausencia de
una revolución burguesa-, esta (sub)clase no logra hacer aparecer cabalmente a su interés particular
como general.

28
otro, en la consolidación lenta y tortuosa, de una estructura de clases, dentro de la cual la
burguesía agraria cumplirá un rol dirigente. La emergencia de una oligarquía cuya
producción estaba destinada al mercado mundial, y un Estado que poco a poco irá
expropiando funciones a la sociedad civil (v.g. centralización y monopolio del ejercicio de
la coerción, integración a nivel nacional de las economías regionales, complejización del
andamiaje institución jurídico-político, etc.), fue consecuencia de un proceso dialéctico e
interdependiente, en el que se condensó la contradicción entre una economía con alto grado
de dependiente exterior y una incipiente superestructura estatal, formalmente autónoma y
soberana. De ahí que podamos concluir expresando, junto con Hugo Quiroga (1985), que el
Estado nacional “es a la vez creador y resultante de este particular modelo de desarrollo
capitalista”.

No obstante esta especificidad, pueden describirse sintéticamente las sucesivas formas


estatales acaecidas en América Latina a lo largo del último siglo y medio en los siguientes
términos, que mantienen cierta similitud (aunque con especificidades) con la metamorfosis
histórica sufrida por los Estados europeos:

-Estado oligárquico: Durante la segunda mitad del siglo XIX emerge un Estado nacional
fuertemente ligado a los intereses latifundistas de un reducido sector social que controlaba
el principal recurso económico en la región. Los diferentes países se incorporan así al
mercado mundial como productores de materias primas, constituyendo un modo particular
de capitalismo agrario, basado en la explotación extensiva de la tierra. Tal como expresa
Jorge Sabato (1988), la organización estatal precedió, en buena medida, a la vez que fue
condición para que se formasen una economía y una sociedad que, paradójicamente, luego
habrían de sustentarlo. Es así como el rasgo primordial de este aparato estatal fue
privilegiar la garantía del “orden”, en la búsqueda de un marco propicio para el desarrollo
económico (identificado con el “progreso” capitalista). De ahí que pueda hablarse una
deliberada exclusión de derechos políticos por parte de la mayoría de la población.

-Estado populista: A partir de la crisis mundial de 1930, los Estados periféricos sufren una
profunda metamorfosis. Comienzan a intervenir cada vez más en la dinámica económica,
incrementando a su vez sus funciones a nivel social y político. Tal como describe
Graciarena (1998) emerge un Estado de “compromiso” que intentará conciliar el desarrollo
capitalista con la justicia social. Este producto híbrido tuvo que realizar concesiones para
atender (desde una lógica de “inclusión”) las crecientes demandas de los nuevos sectores
sociales devenidos en actores políticos privilegiados, gestados al calor de la transición del
modelo originario basado en la exportación de materias primas, a uno anclado en la
industrialización sustitutiva de importaciones (ISI). Esta forma estatal tuvo distintas fases y
se concretó de manera diferenciada en cada país, si bien en casi la totalidad de los casos
tendió a predominar una constante inestabilidad política, expresada en regímenes
democráticos sumamente endebles. Bajo este contexto, la burocracia técnico-militar
aparece como un agente político de cada vez mayor envergadura, llevando adelante la
intervención del Estado en la vida económica: producción de bienes de consumo interno y
nacionalización de empresas, así como un creciente endeudamiento externo, son dos
aspectos que caracterizan a esta etapa.

29
-Estado “burocrático-autoritario”: Los años sesenta y setenta constituyen un período
sumamente contradictorio, cuya característica central es la enorme participación política de
los sectores populares. Como respuesta a este dinamismo, las clases dominantes
implementan, en conjunción con las Fuerzas Armadas, un plan sistemático de exclusión
económica y disciplinamiento socio-político que, bajo el pretexto del peligro “subversivo”,
sienta las bases para la instauración de un nuevo modelo de acumulación, sintetizado en el
libre mercado y la apertura económica extrema. La región asiste a una sucesión de golpes
militares estratégicos que dan nacimiento a un tipo de Estado que tiende a privilegiar el
ejercicio de la fuerza y la coerción para la resolución de los conflictos y demandas. El
terrorismo estatal apunta así a generar una transformación sustancial en el conjunto de la
sociedad, apoyándose en la Doctrina de Seguridad Nacional, patrocinada por los Estados
Unidos en el marco de la “guerra fría”. Los grupos principales de la coalición dominante
son, en este caso, los tecnócratas de alto nivel -militares y civiles- que colaboran en
estrecha vinculación con el capital extranjero.

-Estado neoliberal: Una vez entrado definitivamente en crisis en modelo de ISI, y tras la
llamada “década perdida” de los años ’80, signada por el estrangulamiento de la balanza de
pagos de los principales países (crisis de la deuda en México y con posterioridad en
Argentina), los años noventa emergen como un decenio signado por el auge neoliberal a
nivel socio-económico. Los organismos multilaterales de crédito fomentan la apertura
indiscriminada a los capitales extranjeros, así como la privatización de empresas y
entidades públicas hasta ese entonces en manos del Estado. Teniendo como espejo las
experiencias de Thatcher y Reagan, buena parte del continente se sumerge en políticas
neoliberales ancladas en el recetario descrito bajo el nombre de “Consenso de Washington”
(Williamson, 1990), apuntando a una feroz apertura económica y a un desguace
indiscriminado del aparato estatal, e incluyendo entre otras medidas un drástico ajuste del
gasto público y una profunda reforma tributaria. Los supuestos males a erradicar eran,
asimismo, la deuda externa y el déficit fiscal. En paralelo, escuelas como las de Chicago y
Virginia, cubiertas con un ropaje tecnicista y neutral, se encargaron de brindar los
basamentos teóricos del repliegue y reducción del Estado a su “mínima” expresión. El
estatismo, tal como había pregonado Von Hayek varias décadas atrás, era el camino
inevitable hacia la servidumbre39.

Experimentos como los de Pinochet en Chile demostraban que era necesaria una
generalizada dosis de miedo y represión para imponer un modelo, por demás excluyente,
que redefiniera la intervención estatal40. En Argentina, de manera similar, la cruenta
dictadura sentó las bases del disciplinamiento social, proceso que terminará de consumarse
39
Huelga decir que quienes califican al Estado como demiurgo de todos los males, omiten
mencionar que fue precisamente a partir de la creciente intervención del mismo que el capitalismo
pudo salir airoso de la profunda crisis sufrida a nivel mundial a comienzos del ’30. Irónicamente,
Antonio Negri (1992) afirma que a partir de esta etapa, el capital se hizo socialista. Aunque desde
otra perspectiva, Guillermo O’Donnell (1984) también vislumbra al Estado como límite negativo a
las consecuencias disruptivas inherentes al patrón de acumulación capitalista.
40
Por aquel entonces, Von Hayek llegó a expresar, en una entrevista realizada por el conservador
diario El Mercurio, que si hubiera que elegir entre una economía de libre mercado con un gobierno
dictatorial, o una economía con controles y regulaciones pero con un Estado democrático, elegiría
sin duda lo primero.

30
con el shock psicológico de la hiperinflación. El terrorismo político y el económico daban
forma así al nuevo patrón de dominación que se consolidaría en los primeros años del
gobierno menemista41. La fragmentación y rotura de los lazos de solidaridad entre los
diversos sectores de la sociedad civil posibilitó que se avanzara, como en pocos lugares del
mundo, hacia un salvaje darwinismo social que el sentido común de la época sintetizó
sabiamente como el “sálvese quien pueda”, sucesor inmediato del “por algo será”. Es así
como durante toda la década del ‘90, tal como señala Oscar Oszlak (2000), la mayoría de
los países del mundo se embarcaron en programas de ajustes estructurales de enorme
envergadura, a través de políticas de desregulación, descentralización, privatización,
tercerización y achicamiento de las dotaciones de personal. El Banco Mundial las englobó
en la común denominación de “Reformas de Primera Generación”, previendo que una
segunda generación de reformas acometería la tarea pendiente de mejorar el aparato
institucional remanente, más que achicarlo abruptamente. De esta forma, las opciones
monetaristas y neoconservadoras fueron ganando cada vez más terreno en el continente, al
calor de las experiencias “exitosas” antes mencionadas42 .

En Argentina, así como en buena parte del continente, parodiando un juego de suma cero,
la decidida pasividad estatal tuvo como correlato un protagonismo creciente del mercado
como “eficiente” asignador de recursos43. La re-mercantilización de una serie de relaciones
sociales que anteriormente regían bajo el amparo de la regulación del Estado devino en un
requisito imprescindible, de acuerdo al discurso neoliberal. No obstante, más allá de los
numerosos ejemplos que podrían relatarse, lo crucial es entender el profundo cambio
generado en el vínculo entre la sociedad y el Estado: a los hasta entonces ciudadanos

41
Es importante recordar que la Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas, junto
con el Consejo Empresario Argentino, brindaron en plena crisis hiperinflacionaria buena parte del
basamento teórico para la reestructuración estatal impulsada a principios de los ’90. Los nombres de
los documentos que difundían por aquel entonces hablan por si solos: El fracaso del estatismo
(1987), Los costos del Estado regulador (1988), y Argentina: Hacia una economía de mercado
(1990).
42
Cabe aclarar que, paradójicamente, las políticas de ajuste propuestas por los países capitalistas
avanzados fueron negadas en la práctica tanto en Europa como en Norteamérica, donde el Estado
continuó ejerciendo importantes funciones de regulación directa e indirecta y, lejos de haberse
achicado en términos materiales -v.g. gasto público, personal-, tendió cuanto menos a solventarse o
incluso acrecentarse (Baldwin, 1990). En la misma época en que se pregonaba en América Latina
como salida única la estrepitosa reducción del Estado en todas sus facetas, en los países
desarrollados acontecía todo lo contrario. Así, entre 1978 y 1994, los gastos totales de las
Administraciones Públicas en porcentaje sobre el Producto Interior Bruto crecieron en todos los
países de la OCDE, en especial en los países europeos donde este porcentaje se incrementó desde el
43,6 al 53,5 (Alvarez Conde et al, 1994). Aún así, estos datos no niegan -antes bien, afirman- que
en dichos países haya habido una radical redefinición del rol del Estado, así como una
desarticulación de sus políticas bienestaristas.
43
Un caso paradigmático al respecto es el de los llamados “colgados”, que tras la privatización de
Segba pasaron a ser considerados delincuentes bajo la sombra del código penal. De acuerdo a las
propias autoridades del Ente Nacional de Regulación Eléctrica (ENRE), la incapacidad por parte de
los sectores carenciados de obtener energía eléctrica deriva de su escaso poder adquisitivo en el
ámbito mercantil.

31
portadores de derechos universales, se los pasó a considerar meros clientes cuya única
mediación se encontraba constituida por el mercado44.

No obstante, es importante resaltar que dicha transformación no tiene que ver tanto con el
tamaño o la dotación del personal45, sino más bien con la (re)definición del rol del Estado,
lo que nos lleva a la reflexión acerca de qué tipo de relaciones sociales expresa este aparato
estatal reformado y cuáles son las nuevas fronteras que tendieron a dibujarse entre lo
público y lo privado. Transcurridos diez años de aquellos acontecimientos, resulta claro que
la pregonada jibarización del Estado redundó en realidad en un ensanchamiento estrepitoso
del mercado, con todas las consecuencias negativas que ello supuso. La dinerificación de
casi la totalidad de vínculos sociales y políticos significó la conversión de gran parte de los
sectores populares en meros clientes despojados de toda reminiscencia ciudadana que
excediera la esfera del consumo, además de crear un contingente de “excluidos” definidos
por su escaso o nulo poder adquisitivo en términos económicos, y por ser potenciales
víctimas de las fuerzas represivas.

Este hecho, si bien no debe hacernos olvidar que, tal como expresa Oscar Oszlak (1997), “a
pesar de su creciente descrédito y del virtual desmantelamiento a que lo ha sometido la
embestida neo-conservadora, el Estado sigue siendo la máxima instancia de articulación
social”, sí nos obliga a repensar la profunda modificación acaecida en su relación con la
sociedad civil y el mercado. Por ello, sin caer en una defensa de un Estado que en última
instancia continuó siendo capitalista, podemos coincidir con Mabel Thwaites Rey (1993) en
que el antiguo andamiaje, creado para un modelo de acumulación superado, entorpecía los
requerimientos de valorización y circulación capitalistas prevalecientes debido a que
expresaba en su seno la cristalización material de intereses contradictorios plasmados en un
determinado contexto histórico. De ahí que ciertos espacios y sectores públicos que
representan logros significativos -aunque desde ya no absolutos- para el bienestar de las
clases subalternas, sean fervientemente denostados por la clase dominante, mientras que los
sectores y las funciones del aparato estatal más directamente ligadas al apoyo a la
acumulación y al mantenimiento del orden, reciban su beneplácito constante a través de las
usinas ideológicas del sistema.

Los sectores subalternos han quedado así, al decir de Oszlak, casi en su totalidad privados
del Estado, por oposición a las clases dominantes, que continúan valiéndose de sus fuertes

44
Aún con todas las limitaciones que puedan señalarse, consideramos que la ciudadanía no se acota
al “derecho a tener derechos” sino que más bien el proceso de ciudadanización implica un sujeto
que goza de derechos iguales en lugar de privilegios, y que requiere de condiciones de inserción
económica y no sólo simbólica, como sustento de su autonomía y ejercicio efectivo de su potestad.
Desde esta perspectiva, la ciudadanía supondría un status independiente de -a la vez que en tensión
permanente con- el vinculo mercantil. Para un desarrollo de este punto véase Ciriza (1998).
45
Resulta polémico caracterizar, como lo hacen numerosos analistas, al Estado como “ausente” o
“mínimo”. Aún cuando aceptemos este diagnóstico, es importante aclarar que dicha minimización
ocurrió solamente en buena parte de aquellas áreas “improductivas” con respecto a la dinámica de
acumulación capitalista, incrementando el Estado -en paralelo- su nivel de intervención en los
ámbitos que potencian dicho ciclo. Más que de un Estado menos intervencionista, debemos hablar
de uno que interviene de manera selectiva, en favor de ciertas fracciones hegemónicas del capital
nacional y extranjero

32
vinculaciones con el aparato estatal para la consecución de sus fines y la garantía de sus
privilegios46. Esta “retirada” del Estado redundó en una brutal disminución del poder de los
trabajadores en relación con las clases, fracciones y elites dominantes a nivel económico y
político. Por ello es posible afirmar que el selectivo proceso de minimización de las
instituciones públicas supuso en realidad un desmantelamiento sistemático de aquellas
instancias de participación y mediación que, al menos parcialmente, implicaban una
presencia concreta de los sectores subalternos al interior de la estructura material del
Estado. Queda pendiente indagar, en el marco de este proceso abierto, en la reciente
creación de nuevas formas de organización autónoma y participación democrática que
amplían la noción de lo público más allá de lo propiamente estatal. Para ello, más que
espectadores forzados del drama neoliberal, deberemos asumir el rol de críticos
protagonistas, reapropiándonos del escenario histórico. De lo contrario, tal como
profetizaba Karl Marx, la tragedia se repetirá indefectiblemente como farsa.

46
En consonancia, Campione y Muñoz (1994) postulan que la conformación de un aparato estatal
más receptivo y permeable a las demandas de los sectores dominantes fue una de las principales
consecuencias del proceso de Reforma del Estado iniciado en 1989 en la Argentina.

33
¡Proletarios de todos los países, uníos!

MA RX
Contribución
a la crítica
de la economía
política

Traducido por Marat Kuznetsov

Editorial Progreso, 1989

Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política 2 (de 175)


Indice
De la Editorial
Carlos Marx. “Contribución a la crítica de la economía política”
Prólogo
Libro primero. ACERCA DEL CAPITAL
Sección primera. EL CAPITAL EN GENERAL.
Capítulo primero. LA MERCANCÍA
A. CONSIDERACIONES HISTÓRICAS SOBRE EL ANÁLISIS
DE LA MERCANCÍA
Capítulo segundo. EL DINERO O LA CIRCULACIÓN SIMPLE
1. Medida de los valores
B. TEORÍAS DE LA UNIDAD DE MEDIDA DEL DINERO
2. Medio de circulación
a) Metamorfosis de las mercancías
b) La circulación del dinero
c) El numerario. Signo de valor
3. El dinero
a) Atesoramiento
b) Medio de pago
c) Dinero mundial
4. Los metales preciosos
C. TEORÍAS DE LOS MEDIOS DE CIRCULACIÓN Y DEL DINERO
ANEXO. Carlos Marx
Introducción
I. PRODUCCIÓN,CONSUMO, DISTRIBUCIÓN,CAMBIO (CIRCULACIÓN)
1. Producción .
2. La relación general de la producción con respecto a la distribución, al cambio y al
consumo
a) [Producción y consumo]
b) [Producción y distribución]
c) Finalmente, cambio y circulación
3. El método de la Economía política
4. Producción. Medios de producción y relaciones de producción. Relaciones de pro-
ducción y relaciones de comunicación. Formas del Estado y de la conciencia con res-
pecto a las condiciones de producción y de comunicación. Relaciones jurídicas. Rela-
ciones familiares.

Federico Engels: Carlos Marx: Contribución a la crítica de la Economía Política


Indice onomástico y de personajes

Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política 3 (de 175)


De la Editorial

Marx escribió su Contribución a la crítica de la Economía política entre agosto de


1858 y enero de 1859.
Investigó a fondo las leyes económicas del movimiento de la sociedad capitalista,
habiendo estudiado un sinnúmero de obras de Economía política, fuentes, documentos
oficiales, etc. En 1857 empezó a escribir un extenso trabajo sobre Economía política,
cuyo borrador se conoce con el titulo de Manuscritos económicos de 1857-1858. En
aquel período formuló a grandes rasgos las tesis básicas de la teoría de la plusvalía, pie-
dra angular de la Economía política marxista. Pensó que utilizaría esos manuscritos
cuando escribiera una obra económica fundamental a la que se proponía titular Crítica
de la Economía política. Quería editarla en 6 fascículos. El primero terminó de escribir-
se en 1859 y salió a luz en forma del libro Contribución a la crítica de la Economía po-
lítica, que editamos ahora en español.
En el célebre Prefacio del libro se da la fórmula clásica de la concepción materialis-
ta de la historia y se determina la esencia de la teoría del materialismo histórico. Marx
puso de manifiesto que las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones
de producción que surgen en una fase determinada de desarrollo de la sociedad clasista
son la causa principal de las revoluciones sociales, de la sustitución revolucionaria de
una formación socioeconómica por otra más progresista.
Marx aplica el método dialéctico materialista a la investigación de los problemas
económicos planteados en el libro, al análisis de la mercancía, el trabajo, el valor y el
dinero. Al estudiar la mercancía, muestra que el producto adquiere la forma de mercan-
cía sólo cuando existen relaciones sociales determinadas; que la producción mercantil
surge en cierto grado histórico de desarrollo de la sociedad y atraviesa fases diferentes,
desde la producción mercantil simple hasta la capitalista. La mercancía es, según él, una
célula económica de la sociedad burguesa en la que están latentes todas las contradic-
ciones del capitalismo. Algunos economistas anteriores a Marx habían señalado ya el
doble carácter de la mercancía en su calidad de valor de uso y de valor de cambio. Marx
puso en claro que esta contradicción estaba determinada por el carácter contradictorio
del trabajo invertido en la producción de una mercancía y demostró el doble carácter del
trabajo materializado en la mercancía. Desarrolló en la presente obra su teoría del va-
lor-trabajo, dilucidó la esencia y las funciones del dinero, investigó el papel de éste en la
economía de la sociedad burguesa y las leyes de la circulación metálica y fiduciaria.
Se proponía publicar, después de su Contribución a la crítica de la Economía polí-
tica, el segundo fascículo, dedicado a los problemas del capital. Pero más tarde cambió
de propósito y concentró sus investigaciones económicas en los tres tomos de El Capi-
tal.
Marx estimó que el primer tomo de El Capital continuaba en cierto sentido el libro
Contribución a la crítica de la Economía política. Este último no ha perdido su signifi-

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cación de trabajo científico original; constituyen su mérito especial las digresiones his-
tóricas relacionadas con el análisis de la mercancía y las teorías del valor y de los me-
dios de circulación.
En un anexo se publica el borrador de la Introducción para la sobredicha obra de
economía no realizada, escrito en agosto y septiembre de 1857. Marx aclara en él la
esencia del objeto de la Economía política y examina el problema de la interdependen-
cia de la producción, la distribución, el cambio y el consumo, haciendo ver el papel de-
terminante de la producción en la vida económica de la sociedad. La Introducción con-
tiene también algunas manifestaciones que reflejan el desarrollo de la doctrina marxista
de los fenómenos sociales, en particular, de las leyes específicas de la evolución del arte
como forma de conciencia social en las condiciones históricas concretas.
Otro anexo es la reseña del libro Contribución a la crítica de la Economía política,
escrita por Engels, donde se explica la esencia de la revolución producida por Marx con
sus descubrimientos en la esfera de las relaciones sociales.

- oOo -

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CARLOS MARX.

"CONTRIBUCIÓN A LA CRÍTICA
DE LA ECONOMÍA POLÍTICA"

Prólogo

Examino el sistema de la economía burguesa en el orden siguiente: capital, propie-


dad agraria, trabajo asalariado, Estado, comercio exterior, mercado mundial. Bajo las
tres primeras rúbricas estudio las condiciones económicas de vida de las tres grandes
clases en que se divide la sociedad burguesa moderna; la interconexión de las tres res-
tantes salta a la vista. La primera sección del libro primero, que trata del capital, se
compone de los capítulos siguientes: 1) la mercancía; 2) el dinero o la circulación sim-
ple; 3) el capital en general. Los dos primeros capítulos forman el contenido del presen-
te fascículo. Tengo ante mis ojos todos los materiales en forma de monografías escritas
con largos intervalos para mi propio esclarecimiento y no para su publicación; la elabo-
ración sistemática de las mismas conforme al plan indicado dependerá de circunstancias
externas.
Prescindo de una introducción general 1 que había esbozado, porque, bien pensada la
cosa, me parece que el anticipar los resultados que todavía han de demostrarse podría
ser un estorbo, y el lector que quiera realmente seguirme deberá estar dispuesto a re-
montarse de lo singular a lo general. Sin embargo, me parece oportuno dar aquí algunas
indicaciones sobre la trayectoria de mis propios estudios de Economía política.
Aunque el objeto de mis estudios especializados fue la jurisprudencia, la considera-
ba sólo como una disciplina subordinada al lado de la filosofía y la historia. En
1842-1843, siendo director de la Rheinische Zeitung 2 , me vi por primera vez en la em-
barazosa obligación de pronunciarme sobre lo que se llama intereses materiales. Las
deliberaciones del Landtag renano sobre la tala furtiva y el fraccionamiento de la pro-
piedad agraria, la polémica oficial sostenida entre el señor von Schaper, entonces go-
bernador de la provincia renana, y la Rheinische Zeitung acerca de la situación de los
campesinos de la Mosela, y, finalmente, los debates sobre el librecambio y las tarifas
1
Trátase de la Introducción inacabada que Marx escribió para un libro voluminoso sobre economía (véase
la presente edición, pp.178-208).-5
2
Rheinische Zeitung für Politik, Handel und Gewerbe (Periódico del Rin sobre política, comercio e in-
dustria): diario fundado por representantes de la burguesía renana opuesta al absolutismo prusiano y
publicado en Colonia del 1 de enero de 1842 al 31 de marzo de 1843. Marx colaboró en este periódico a
partir de abril de 1842, y desde octubre del mismo año fue uno de sus redactores. La Rheinische Zeitung
publicó también varios artículos de Engels. Redactado por Marx, el periódico fue cobrando un carácter
(sigue)

Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política 6 (de 175)


proteccionistas me dieron los primeros impulsos para ocuparme de cuestiones económi-
cas 1 . Por otra parte, en esa época, cuando las buenas intenciones de "adelantarse" supe-
raban con mucho el conocimiento de la materia, la Rheinische Zeitung dejaba traslucir
un eco, ligeramente teñido de filosofía, del socialismo y el comunismo franceses. Me
pronuncié contra ese diletantismo, pero al propio tiempo confesé francamente, en una
controversia con la Allgemeine Augsbürger Zeitung 2 , que mis estudios hasta entonces
no me permitían arriesgarme a expresar juicio alguno sobre el tenor mismo de las ten-
dencias francesas. Aproveché con apresuramiento la ilusión de los dirigentes de la
Rheinische Zeitung, quienes esperaban que suavizando la posición del periódico iban a
conseguir la anulación de la sentencia de muerte pronunciada contra él, para abandonar
el escenario público y retirarme a mi cuarto de estudio.
El primer trabajo que emprendí para resolver las dudas que me asaltaban fue una
revisión crítica de la filosofía hegeliana del Derecho, trabajo cuya introducción apareció
en 1844 en los Deutsch-Französische Jahrbücher 3 , publicados en París. Mis indagacio-
nes me hicieron concluir que tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no
pueden ser comprendidas por sí mismas ni por la pretendida evolución general del espí-
ritu humano, sino que, al contrario, tienen sus raíces en las condiciones materiales de
vida, cuyo conjunto Hegel, siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo
XVIII, abarca con el nombre de "sociedad civil", y que la anatomía de la sociedad civil
debe buscarse en la Economía política. Comencé el estudio de esta última en París y lo
proseguí en Bruselas, adonde me trasladé en virtud de una orden de expulsión dictada
por el señor Guizot. El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de
guía a mis estudios puede formularse brevemente como sigue:
En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones
necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden
a un determinado grado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. Estas rela-
ciones de producción en su conjunto constituyen la estructura económica de la sociedad,
la base real sobre la cual se erige la superestructura jurídica y política y a la que corres-
ponden determinadas formas de conciencia social.
El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, po-
lítico y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su

democrático y revolucionario cada vez más pronunciado. El Gobierno lo sometió a una censura severa
y lo clausuró después.-5
1
Se suponen los artículos de Marx Debates del sexto Landtag renano (artículo tercero). Debates sobre la
Ley de la tala furtiva y Justificación del corresponsal de Mosela.-6
2
Allgemeine Zeitung (Gaceta General): diario reaccionario alemán fundado en 1789; de 1810 a 1882
apareció en Augsburgo. En 1843 publicó una falsificación de las ideas del comunismo y el socialismo
utópicos.-6
3
Deutsch-Franzósische lahrbücher (Anales germano-franceses) se publicaron en París bajo la dirección
de C. Marx y A. Ruge en alemán. Salió sólo el primer fascículo, doble, en febrero de 1844. Insertaba
las obras de Marx Contribución al problema hebreo y Contribución a la crítica de la Filosofía hegelia-
na del Derecho. Introducción, así como las de Engels Esbozos para la crítica de la Economía política y
La situación de Inglaterra. Tomás Carlyle. "Lo pasado y lo presente". Estos trabajos marcaban el paso
definitivo de Marx y Engels de la democracia revolucionaria al materialismo y el comunismo. La causa
principal de que esta revista dejara de aparecer fueron las discrepancias esenciales entre Marx y Ru-
ge.-6

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ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. En cierta fase
de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradic-
ción con las relaciones de producción existentes, o bien, lo que no es más que la expre-
sión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad en el seno de las cuales se han des-
envuelto hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas rela-
ciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al
cambiar la base económica, se transforma más o menos rápidamente toda la superes-
tructura inmensa. Cuando se examinan tales transformaciones, es preciso siempre dis-
tinguir entre la transformación material -que se puede hacer constar con la exactitud
propia de las ciencias naturales- de las condiciones de producción económicas y las
formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en breve, las formas ideo-
lógicas bajo las cuales los hombres toman conciencia de este conflicto y luchan por re-
solverlo. Del mismo modo que no se puede juzgar a un individuo por lo que piensa de sí
mismo, tampoco se puede juzgar a semejante época de transformación por su concien-
cia; es preciso, al contrario, explicar esta conciencia por las contradicciones de la vida
material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones
de producción. Una formación social no desaparece nunca antes de que se desarrollen
todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen relaciones de
producción nuevas y superiores antes de que hayan madurado, en el seno de la propia
sociedad antigua, las condiciones materiales para su existencia. Por eso la humanidad se
plantea siempre únicamente los problemas que puede resolver, pues un examen más de-
tenido muestra siempre que el propio problema no surge sino cuando las condiciones
materiales para resolverlo ya existen o, por lo menos, están en vías de formación. A
grandes rasgos, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el burgués mo-
derno pueden designarse como épocas de progreso en la formación social económica.
Las relaciones de producción burguesas son la última forma antagónica del proceso so-
cial de producción, antagónica, no en el sentido de un antagonismo individual, sino de
un antagonismo que emana de las condiciones sociales de vida de los individuos. Pero
las fuerzas productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa brindan, al
mismo tiempo, las condiciones materiales para resolver dicho antagonismo. Con esta
formación social se cierra, pues, la prehistoria de la sociedad humana.
Federico Engels, con quien mantuve un constante intercambio escrito de ideas des-
de la publicación de su genial esbozo sobre la crítica de las categorías económicas 1 (en
los Deutsch-Französische Jahrbücher), había llegado por una vía distinta (cf. su libro
La situación de la clase obrera en Inglaterra) al mismo resultado que yo, y cuando, en
la primavera de 1845, se instaló asimismo en Bruselas, acordamos formular nuestra
concepción como antítesis de la concepción ideológica de la filosofía alemana, en reali-
dad saldar las cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior. Este propósito se reali-
zó bajo la forma de una crítica de la filosofía posthegeliana. El manuscrito, dos gruesos
volúmenes en octavo 2 , se encontraba hacía ya mucho tiempo en manos del editor en
Westfalia, cuando nos enteramos de que algunas circunstancias nuevas impedían su pu-

1
Se refiere al primer trabajo sobre economía de Engels titulado Esbozos para la crítica de la Economía
política.-8
2
Se trata del trabajo de Marx y Engels La ideología alemana.-8

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blicación. Abandonamos el manuscrito a la crítica roedora de los ratones con tanto ma-
yor gusto por cuanto habíamos alcanzado nuestra meta principal: dilucidar nuestras pro-
pias ideas. De los trabajos sueltos en que presentamos por aquel entonces al público uno
u otro aspecto de nuestros puntos de vista, mencionaré solamente el Manifiesto del Par-
tido Comunista, que Engels y yo escribimos en común, y el Discurso sobre el librecam-
bio, publicado por mí. Los puntos decisivos de nuestra concepción fueron delineados
por primera vez científicamente, si bien bajo una forma polémica, en mi trabajo Miseria
de la filosofía, publicado en 1847 y dirigido contra Proudhon. La revolución de febrero
y, como consecuencia, mi traslado forzoso de Bélgica interrumpieron la publicación de
un ensayo sobre el Trabajo asalariado 1 , en el que recogía las conferencias que había
dado sobre este particular en la Asociación Obrera Alemana de Bruselas 2 .
La publicación de la Neue Rheinische Zeitung 3 , (1848-1849) y los sucesos posterio-
res interrumpieron mis estudios económicos, que sólo pude reanudar en 1850 en Lon-
dres. La prodigiosa documentación sobre la historia de la Economía política acumulada
en el Museo Británico, el puesto tan cómodo que Londres ofrece para la observación de
la sociedad burguesa y, por último, la nueva fase de desarrollo en que parecía entrar ésta
con el descubrimiento del oro de California y Australia, me indujeron a volver a empe-
zar desde el principio, estudiando a fondo, con un espíritu crítico, los nuevos materiales.
Esos estudios me condujeron, en parte por sí mismos, a cuestiones aparentemente aleja-
das de mi tema y en las que debí detenerme durante un tiempo más o menos prolonga-
do. Pero lo que sobre todo mermaba el tiempo de que disponía era la imperiosa necesi-
dad de ganar mi sustento. Mi colaboración desde hace ya ocho años en el primer perió-
dico angloamericano, el New York Daily Tribune 4 , implicó una fragmentación extraor-
dinaria de mis estudios, ya que me dedico a escribir para la prensa correspondencias
propiamente dichas sólo a título de excepción. Sin embargo, los artículos sobre los
acontecimientos económicos descollantes en Inglaterra y el continente formaban una
parte tan considerable de mi colaboración que me veía constreñido a familiarizarme con
detalles prácticos no pertenecientes al dominio de la propia ciencia de la Economía polí-
tica.
Este bosquejo sobre el curso de mis estudios en el terreno de la Economía política
sólo tiende a mostrar que mis puntos de vista, júzguese de ellos como se juzgue y por

1
Se supone la obra de Marx Trabajo asalariado y capital.-8
2
La Asociación Obrera Alemana de Bruselas fue fundada por Marx y Engels a fines de agosto de 1847
para dar instrucción política a los obreros alemanes residentes en Bélgica y propagar entre ellos las
ideas del comunismo científico. Las actividades de la Asociación cesaron poco después de la revolu-
ción burguesa de febrero de 1848 en Francia, sus miembros fueron detenidos y expulsados por la poli-
cía belga.-8
3
La Neue Rheinische Zeitung. Organ der Demokratie (Nueva Gaceta del Rin. Órgano de la Democracia)
salió todos los días en Colonia del 1 de junio de 1848 al 19 de mayo de 1849 bajo la dirección de Marx.
La actitud enérgica e intransigente del periódico, su internacionalismo combativo y sus denuncias polí-
ticas dirigidas contra el Gobierno prusiano y las autoridades de Colonia lo expusieron desde los prime-
ros meses de su existencia a las persecuciones del Gobierno e hicieron al fin y al cabo que dejara de pu-
blicarse.-8
4
New York Daily Tribune (Tribuna Diaria de Nueva York): periódico norteamericano que apareció de
1841 a 1924. En las décadas del 40 y 50 del siglo XIX sostuvo posiciones progresistas y se manifestó
contra la esclavitud. Marx colaboró en él desde agosto de 1851 hasta marzo de 1862; Engels escribió a
su petición muchos artículos para este periódico.-9

Carlos Marx, Contribución a la crítica de la economía política 9 (de 175)


poco que sean conformes a los prejuicios interesados de las clases dominantes, son el
fruto de largos años y de concienzuda investigación. Y en el umbral de la ciencia, como
en la entrada del infierno, debiera exponerse esta consigna:

"Qui si convien lasciare ogni sospetto;


Ogni viltá convien che qui sia morta" ∗ .
Carlos Marx
Londres, enero de 1859


"Déjese aquí cuanto sea recelo, Mátese aquí cuanto sea vileza". (Dante. La divina comedia).-Ed.

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UNIDAD V
CAPÍTULo 5

EL GOBIERNO
por Hipólito Orlandi* y Javier Zelaznik**

1 Introducción

La idea de gobierno es, sin duda, una de las que posee mayor antigüedad
y centralidad dentro de la historia del pensamiento político. Esto no es casual
ya que se encuentra estrechamente relacionada con la definición de la políti-
ca. Si consideramos a ésta, básicamente, como una relación de poder, el VÍn-
culo gobierno/política se esclarece en tanto el primero de los conceptos desig-
na el centro a partir del cual se ejerce el poder sobre una sociedad. Obviamen-
te el concepto de política posee una amplitud que excede cualquier idea sim-
plificada de ejercicio del poder. Pero aunque la diferenciación institucional,
producto del proceso de modernización, haya ampliado notablemente la can-
tidad de estructuras y procesos denotados por la idea de política, estos se si-
túan, sin embargo, más alejados con respecto a su corazón: el gobierno. Como
señala Cotta, "pueden faltar los partidos, los parlamentos, las elecciones, los
aparatos burocráticos desarrollados, pero no una estructura de gobierno1".
Esto lo revelan ya las etimologías de "gobierno", "política" y ''poder''. "Po-
lítica" deviene del adjetivo griego politikós, que significa todo lo que se refie-
re a la ciudad (la polis) y a su gobierno. En latín politice ya era el arte, doc-
trina u opinión referente al gobierno de los Estados. Por su parte, politeia
era la configuración o estructura de la polis, la ciudad bien ordenada o el con-
junto de sus magistraturas.
El "poder" (dellatínpotere, que significa las facultades expeditas o la po-

*UBA.
** UBA.
1 Cotta, Maurizio: "Los gobiernos" en Pasquino, Gianfranco y otros: Manual de Ciencia Polí-
tica, Madrid, Alianza, 1988, pág. 312.

211
tencia para hacer algo) era definido como el conjunto de los medios queper-
miten conseguir los efectos deseados. Es político cuando se refiere al poder
de dirigir, al poder de los hombres sobre otros hombres (no el del hombre so-
bre la naturaleza), de manera tal que involucre a toda la comunidad. Se tra-
ta, por lo tanto, esencialmente de una "relación de dirección" entre soberano
y súbditos, entre quien manda y quien obedece, entre gobernantes y gober-
nados. En el nuestro, como en casi todos los idiomas, "poder" significa, sen-
cillamente, "gobierno de un país"2.
Por su parte, la palabra griega kybernao -de la que deriva gobierno-
significa diri ir con el timón, aludiendo a la docilidad de la nave al timón (go-
\, p., berna e o go erna o. sta raíz transmite de modo inmejorable la-imagen
más usada para caracterizar al gobierno: la del timonel de la nave, y
precisamente al buen gobierno: la del timonel conduciendo la nave a buen
puerto. Esta idea llevaba a identificar a quien se dedicaba a la "política" y a
quien ejercía el "poder" con quien detentaba el "gobierno"3. En la Edad Me-
dia el término gubernaculum era identificado con el de política4 • La posterior
evolución del concepto gobierno, especialmente con el advenimiento de la de-
mocracia, multiplicó las imágenes, incorporando al pueblo (soberano) como
eje de las mismas (la idea de voluntad general), y a los gobernantes, como
meros representantes. El gobierno en verdad tiene una "función identificado-
ra de la actividad política, {es} el núcleo irreductible, sin el cual parece difí-
cil pensar en la dimensión propia de lo político"5.
Pero esto no es más que un abordaje preliminar al fenómeno gobierno. Sin
duda una de las cuestiones que más enrarece el aire terminológico de la cien-
cia política es la falta de acuerdo en cuanto al significado de sus conceptos y,
más precisamente, la imprecisión y ambigüedad con que se usan. El origen de
tales malentendidos es claro: en la medida en que las definiciones no son ob-
vias, que los nombres no son arquetipo de las cosas sino que se construyen por
un proceso de abstracción y generalización de determinados elementos de la
realidad (los conceptos no son la realidad en sí misma), la connotación del con-
cepto dependerá de la subjetividad de quien lo construya, y del grado de rele-
vancia que les asigne a los diferentes elementos que lo componen.
El concepto de gobierno no está exento de este problema. No sólo por la
falta de respuesta unánime acerca de los elementos que lo constituyen, sino

2 Asimismo, "poder temporal", "poderes públicos", etc. (véase Diccionario de la Lengua Espa-
ñola, Real Academia Española, Madrid, 1992).
3 Véase Coraminas, Joan: Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, Madrid, 1983 y
Diccionario de la Lengua Española, op. cit.
4 Sartori, Giovanni: La política. Lógica y método en las ciencias sociales, México, Fondo de
Cultura Económica, 1987, pág. 206.
5 Cotta, M.: Los gobiernos, op. cit., pág. 311.

212
principalmente por la falta de consenso acerca del carácter o la naturaleza
de esos elementos. Cuando pensamos en el gobierno los interrogantes que
surgen son, entre otros: ¿quiénes gobiernan? (poder personalizado), ¿cómo se
administra eficientemente? (función de administración), ¿para qué se gobier-
na? (función de control), ¿cómo se gobierna? (poder legítimo institucionaliza-
do). A partir de esto es posible identificar, por lo menos, tres perspectivas pa-
ra acercarse al fenómeno del gobierno.
En la primera de ellas, el gobierno ha sido identificado como el conjunto
de individuos gue ejercen el poder de autoridad en un sistema político, esto
es, las autoridades o, mejor aún, los titulares de los roles que poseen autori-
dad. El concepto aquí está centrado en determinados actores mdlVldurues
(lOS políticos) o colectivos (los partidos políticos) que ocupan los puestos de li-
derazgo oficial.
En segundo lugar, el gobierno es visto en la perspectiva de actividad: t>EF ª-
gobierno como la actividad de conducir una sociedad. Es ésta la acepción más 2-
antigua del término, que encuadra con su etimología. En este sentido el con-
cepto posee una faz meramente funcional.
Finalmente, desde una tercera perspectiva, el término gobierno hace refe- '3>
rencia a las instituciones a artir de la . a autoridad. Concre-
tamente, a las es curas de-toma de deCisIones políticas, o a parte de ellas.
En las secciones siguientes se abordará la problemática del gobierno
desde cada una de estas perspectivas.

1.1 EL GOBIERNO COMO CONJUNTO DE ACTORES

esta perspectiva el foco está puesto en el conjunto de personas que


ejercen el poder político y, en consecuencia, determinan la orientación políti-
ca de una sociedad', y se pone en evidencia la importancia del estudio de las
élites políticas (o de parte de ellas). Este sentido de la expresión "2'ohierno " "><..
no es el que más se ajusta al estudio que aquí queremos hacer, siendo más
apropiado emplear la expresión "e-obernantes". Nótese que, en tanto actores,
el gobierno (los gobernantes) se refiere a los miembros de un determinado
poder: el Ejecutivo. Es en este sentido que puede sostenerse que el gobierno
"es una red de funcionarios públicos íntimamente ligados al ejecutivo, que
participan en los procesos de diseño y ejecución de políticas como miembros
de dicha red, y cuya permanencia es inseparable de la del ejecutiv0 6".
Interesa sin embargo a nuestro estudio, más que esos actores en sí, la

6 Baloyra, Enrique: "Argentina: transición o disolución" en M. VV.: Lecciones para demócra-


tas en transición, Buenos Aires, Belgrano, 1987.

213
cuestión del poder de autoridad. El mando efectivo de quienes gobiernan es
esencialmente una cuestión de autoridad de los sujetos titulares del poder,
núcleo gobernante al que se presta obediencia. En una primera aproxima-
ción, no es una cuestión de normas sino de personas, un poder de autoridad
subjetivo. Para Hauriou, la autoridad es "una energía espiritual debida a
una cierta calidad o valor de la voluntad y de la inteligencia que pern1ite a
una élite política asumir la empresa del gobierno del grupo, haciéndose obe-
decer por los demás hombres en nombre del orden (. .. ) no es fuerza material
ni cuantitativa que pueda medirse o contarse; es una energía puramente
cualitativa que únicamente puede estimarse". Y agrega que ese valor del que
gobierna, "sentido más o menos vivamente por los gobernados, es lo que les
inspira confianza"7. Por eso se ha dicho que no manda -gobierna- quien
quiere sino quien puede, quien recibe obediencias.
Sin embargo, el poder de autoridad es mucho más que "una energía espi-
ritual". Como sostiene Max Weber, una organización política es una asocia-
ción de dominación cuya existencia "dentro de un ámbito geográfico determi-
nada, está garantizada de un modo continuo por la amenaza y aplicación de
la fuerza fisica por parte de su cuadro administrativo''9. En este sentido, el go-
bierno político emerge como la más significativa de las formas de dominación.
Es indudable que existe una relación entre gobierno y fuerza en la me-
dida en que la característica distintiva del gobierno político es el control de
los instrumentos de coerción (policía y fuerzas armadas). Sin ese control, las
acciones de gobierno pierden la garantía de su obligatoriedad, cayéndose en
la ingobernabilidad o, en el caso extremo, en la anarquía. Sin embargo, no
existe una identificación completa entre fuerza pura y poder político, en la
medida en que éste muestra ser algo más que mera fuerza. Como señala Cot-
ta, cuando la fuerza militar o la fuerza económica se traducen en formas de
dominio político deben soportar significativas transformaciones y adaptacio-
nes, relacionadas con la necesidad de dotarse de una forma política con rela-
tiva autonomía lO •
De esta manera, el poder de autoridad del gobierno se encuentra en al-
gún punto intermedio de un largo continuo cuyos polos son, por una parte,
el poder espiritual, y por la otra, el poder coercitivo. Pero el hecho de que el
recurso a la fuerza sea una eventualidad latente genera un interrogante cen-

7Hanriou, M.: Principios de Derecho Público y Constitucional, Madrid, pág. 18l.


s Orlandi, Héctor: Principios de ciencia política y teoría del Estado, Plus Ultra, Buenos Aires,
1985, pág. 190.
9 Weber, Max: Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1992, págs.
43-45.
10 Cotta, M.: Los gobiernos, op. cit., págs. 313 y 314.

214
tral: ¿quién puede gobernar en un régimen político moderno? o, en otras pa-
labras, ¿a quiénes se les reconoce ese derecho? Si bien las respuestas pueden
variar en los distintos regímenes políticos, existen dos núcleos que poseen
una gran pernlanencia y que no pueden eludirse, referidos a la legitimación
y la institucionalidad del poder político del gobierno.
El problema de la legitimidad del poder se coloca en el centro de la rela-
ción entre gobernantes y gobernados, y se refiere al apoyo a través del cual
estos últimos confieren autoridad a determinadas personas, influyendo en el
orden y la paz de la sociedad, y en la normalidad y estabilidad del gobierno.
En las sociedades modernas es posible encontrar tres dimensiones de la le-
gitimidad ll .
En la diJ!Lensión "genética" de la a la Con -o
m_anera en llegan al poder. En este sentido, la monar- SE {tV¡
quía hereditaria fue durante siglos, y aun en épocas de absolutismo monár-
quico, tan legítima como la elección popular en las democracias modernas; lo
central es que los gobernados aprueban el mecanismo de designación de las
autoridades, cualquiera sea éste. En las democracias, la legitimidad genéti-
ca es concretada mediante la ratificación periódica a través del voto del pue-
blo que, en su faz de cuerpo electoral, exterioriza su opinión.
En "funcional" eje lqJegitimidag,JleEitimi- Lrc"j (/1
dad por resultados) que caracteriza a todo sü:¡tema político, sea cual fuere su
régimen político, y se relaciona con el nivel de eficacia y efectividad del go-
bierno. Aquí, la obediencia está fundamentada en la capacidad del gobierno Jq
para satisfacer las demandas de la comunidad o, al menos, para cumplir con
las funciones que asume como propias. En este sentido es notable la forma
en que la idea de ingobernabilidad está fuertemente asociada a la de pérdi-
da de la capacidad de producir los resultados esperados.
de la (legitimidad racio- e" A t'/v
nal-legal). La legalidad, como señala Weber, se convierte en el modo de le-
gitimidad propio de los sistemas políticos modernos (dominación racional
legal); su modalidad es la juridicidad de la legitimidad política que la ins-
titucionaliza, es decir, que objetiva el poder político en el orden y la orga-
nización de las instituciones. En este punto, el problema de la legitimidad
se une con el de la institucionalidad del poder, en tanto ambas (legalidad y
legitimidad) tienden a identificarse en períodos de normalidad yestabili-
dad de los gobiernos, mientras que se distancian en la anormalidad e ines-
tabilidad institucional, recobrando la legitimidad su personalidad propia,
más allá de su forma jurídica. En medio de la compleja relación entre fuer-

11 A un nivel histórico y de gran abstracción (dominación), Weber identifica tres tipos de legi-
timidad: carismática, tradicional y racional-legal (Weber, M.: op. cit., págs. 170-204 y 704-716).

215
za y legitimación se inserta "la reglamentación jurídica del poder del go-
bierno" .12 .
De allí surge el segundo punto central referido a quién puede gobernar:
el carácter institucionalizado del poder de gobierno en los sistemas políticos
modernos 13 . De esta manera, el gobierno es el poder de autoridad formaliza-
do en el orden constitucional y legal (así como en ciertas prácticas que con el
tiempo se cristalizan), quedando subordinado en su ejercicio, admínistración
y contralor a ese ordenamiento 14 . El poder de autoridad institucionalizado
(ejercido formalmente con sujeción a la constitución) se caracteriza por la pre-
et-:encia del principio jerárquico, es decir, por supraordenación del órgano
(-¡.J' superior con respecto al inferior en la jerarquía de poder", cuyo vértice _es _el
gobierno 15 • Este flujo descendente de órdenes es paralelo a otro de carácter as-
cendente, referido a las responsabilidades, de manera tal que cada nivel reci-
be mandatos desde arriba, a la vez que es responsable hacia sus superiores. 16
En un gobierno institucionalizado, el acto de los gobernantes en el ejer-
cicio de sus funciones es objetivo: no es tomado en nombre propio, sino de la
autoridad conferida por el cargo en tanto organización de gobierno; y la obe-
diencia es a la institución de gobierno de la que emana, tomada en su inte-
gridad. Aquí el poder de autoridad ya no es sólo subjetivo, no descansa sola-
mente en el prestigio, la influencia individual o social, la reputación moral,
etc., sino que pasa a ser un derecho de control político que se halla adscrito
a un cargo, para aquellos que "se hallan investidos de sus derechos" 17 •
..El recorrido histórico ue conduce desde la idea de obierno centrada en
actores (poder subjetivo) a otra centrada en instituciones (po er o detivl? va
a<m.n.-p.añado por el proceso de racionalizaciónljuridización del_poder político, y
se cristaliza en las ideas de "Estado de derecho", "gobierno de la ley" lí final-
mente en la de " obierno constitucional". De alguna manera, la juridización
del poder opera a través de un o e proceso mediante el cual impone limita-
ciones al gobierno, pero al mismo tiempo le otorga un margen más amplio de

12 Cotta, M.: op. cit., pág. 314.


13 El vinculo de este fenómeno con la idea weberiana de dominación racional-legal es eviden-
te.
14 Rocknian, Bert A.: "Gobierno" en Bogdanor, Vernon (ed.): Enciclopedia de las Instituciones
PoUticas, Alianza, Madrid, 1991.
15 Heller, Herman: Teoria del Estado, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1988, pág.
264.
16 Deutsch, Karl: PoUtica" gobierno, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1976, pág. 223.

17 Mac Iver-Page: Sociologia¡ Thcnos, Madrid. En este sentido es posible distinguir entre es-
tructuras de autoridad (las instituciones que confieren poder) y las autoridades (los titulares de los
roles de autoridad), quedando claro que el poder es del cargo y s610 pasa a la persona en la medida
que 10 ocupa (véase la sección lA de este capítulo).

216
legitimación. De esta manera, la institucionalización del poder de autoridad re-
mite a la idea de gobierno como estructura (como institución política), y reen-
vía la noción de gobierno como conjunto de actores a la teoría de las élites.

1.2 EL GOBIERNO COMO CONJUNTO DE FUNCIONES

La segunda de las perspectivas examinadas, a partir de las cuales es po-


sible abordar el problema del gobierno, se relaciona con su identificación en
tanto conjunto de funciones. En este sentido, debido a la' amplia gama de acti-
vidades desarrolladas, resulta escabroso especificar "la" función del gobierno.
Son pocas las que en diferentes momentos históricos (yen diferentes puntos
geográficos) no hayan sido consideradas como propias (legítimamente o asu-
miéndolas de hecho). De la misma manera, no existe ninguna función que ha-
ya sido ejecutada "exclusivamente" por el gobierno18.
.Antes de referirnos a las funciones del gobierno es necesario indagar en
su naturaleza. Y en este sentido es posible remitirse a la distinción clásica
dirección política (o, simplemente, política) y administración como ti-
pos ideales 19. La dirección política tiene dos caras: una de ellas se -destaca
por su naturaleza innovadora. Como recuerda Weber, ésta surge de la ínti-
ma subjetividad del político, y en este sentido se caracteriza por su discrecio-
nalidad y por estar sesgada por juicios de valores. La otra cara destaca su es-
trecha vinculación con la necesidad de obtener consenso y, por lo tanto, su
marca es también la negociación, el riesgo y el acuerdo político. La decisión
está guiada por la racionalidad política, caracterizada por la interacción en-
tre diferentes sujetos (actores, instituciones, etc)20. La responsabilidad, en
este caso, es de índole exclusivamente política. Nótese que en este sentido la
igualdad entre e-obierno y dirección es paralela a la que existe entre falta de
gobierno e incapacidad de mantener el orden, de resolver problemas, en fin,
de dirigir una sociedad21 .

18 Weber, Max: "La política como vocación", en Weber, Max: El polftico y el científico, Alianza,
Madrid, 1987, pág. 83.
19 El origen de la distinción puede rastrearse en Wilson, Woodrow: "The Study of Administra-
tion", enPolitical Science Quarterly, junio de 1887. Una referencia clásica al mismo es Weber, Max,
especialmente en Economia y sociedad, op. cit. Para referencias más recientes véanse, entre otros:
Deutsch, K.: op. cit., págs. 218-227; Cotta, M.: op. cit. y Oszlak, Osear: Politicas públicas y regime-
nes politicos, CEDES, Buenos Aires, 1984.
20 Véase Oszlak, O.: op. cit., págs. 10-15.

21 Es en este sentido que un teórico del orden como Huntington ha señalado, extremando el
argumento, que "la función del gobiemo es gobernar. Un gobierno débil, un gobierno que carece de
autoridad, no puede cumplir esa función, y es inmoral ... " (Huntington, Samuel: El orden politico
en las sociedades en cambio, Paidós, Buenos Aires, 1972, pág. 36).

217
El polo de la administración, por el contrario, aparece definido por su ca-
rácter repetitivo. y por el ambiente de normalidad en el que se desarrolla. de-
biéndose limitar a ejecutar decisiones ya adoptadas. Aquí la discrecionalidad
es eliminada, así como el espacio para la innovación: como recuerda Weber,
la administración se desarrolla "sin pasión ni prevención", ateniéndose al ex-
pediente. El impulso de la administración es "hallar un equilibrio entre los
nuevos rumbos y el, a menudo, pesado residuo de los pasados compromisos
hechos por los gobiernos anteriores"22. La racionalidad que la guía es emi-
nentemente técnica y tiende a la planificación (intelección) como forma nor-
mal 23 . Aquí la responsabilidad es de orden legal.
De esta manera la eficacia de la dirección política, ejercida por el gobier-
no, depende de la posibilidad de contar con una administración del poder es-
pecializada funcionalmente, lo que compete a la burocracia de la administra-
ción pública. Debe tenerse en cuenta también que, a su vez, el grado de efi-
cacia del gobierno tiene incidencia significativa sobre la legitimación del ré-
gimen político y de la autoridad del gobierno (dimensión funcional" de la le-
gitimidad)24. Queda claro, pues, que la visión dicotómica no puede llevarse al
extremo: si bien es el gobierno quien tiene el papel de la dirección política, el
aspecto de la administración desarrollado por la burocracia pública es el que
pernlite que sus directivas tengan una aplicación concreta, el que garantiza
que los mandatos sean llevados a la práctica25 .
Podría sostenerse, por supuesto, que la dirección política es, sin más,
"la" función del gobierno. De hecho, los desarrollos de la teoría sistémica y .
1 estructural-funcionalismo are ce n acercarse a ello cuando sostienen
ij1le la función del sistema político o. en el caso de on y owe e go- 3

bierno, es el "logro de objetivos" (Parson), la "asignación de valores con au-


toridad" (Easton) o la "elaboración, aplicación y adjudicación de normas"
(AImond y Powell)26: Sin embargo, el nivel de generalidad de tales propo-
no nos dice nada acerca del alcance de las acciones del gobierno,
esto...es, de la amplia gama de actividades que intenta desarrollar deJibera-

22 Rockman, B. A.: op. cit. Deutsch, K.: op. cit., pág. 223, señala que "la maquinaria adminis-
trativa puede continuar funcionando por nltina (oo.) aun cuando no haya una política cuidadosa-
mente planeada".
23 Véase Oszlak, O.: op. cit., págs. 10-15.

24 Linz, Juan J.: La quiebra de los regímenes del7UJcráticos, Alianza, Madrid, 1988.

25 Cotta, M.: op. cit., pág. 315. Desde otra perspectiva, el carácter tajante de la dicotomía es
criticado con el argumento de que, en realidad, la burocracia pública excede su función meramen-
te administrativa para convertirse en una "arena política" en la que también se definen políticas
públicas (véase Oszlak, O.: op. cit., págs. 15-19).
26 Para un desarrollo de las funciones del gobierno en términos decisionales, véase Orlandi,
Hip6lito: "Instituciones políticas de gobierno", mimeo.

218
damente. 27 Despojado de su cariz funcionalista, el término "funciÓn", tal co-
mo es utilizado en este capítulo y en gran parte de la literatura politológi-
ca, está estrechamente relacionado con la idea de, actuación.
En esta línea es que Cotta propone distinguir las modalidades de desa-
rrollo de las funciones del gobierno a partir de dos perspectivas: una que ha-
ce hincapié en la diversificación o contracción de las funciones de gobierno
(cualitativa) y otra que detecta las variaciones en el quantum de interven-
ción gubernamental (cuantitativa)28. Ambas se encuentran parcialmente en-
trelazadas, y sus variaciones de un país a otro no son necesariamente sincrÓ-
nicas. De hecho, a iguales referencias temporales es posible identificar paí-
ses con una gran expansión de las funciones de gobierno (en términos cuali-
tativos y/o cuantitativos) conviviendo con otros cuyos gobiernos están esca-
samente expandidos. Es importante tener presente que la atribución de fun-
ciones al gobierno es una cuestión que se redefine históricanlente, que de-
pende de los patrones ideológicos y culturales, así como de los objetivos que
se plantee una sociedad.
Desde la perspectiva cualitativa cabe penetrar en los contenidos de la
función de gobierno. Ya se ha señalado la dificultad para determinar las fun-
ciones específicas y propias del gobierno; sin embargo, es posible identificar
la manera en que, con distinto recorrido de un país a otro, fue expandiéndo-
las durante los últimos siglos. Obviamente, la diferencia de regímenes polí-
ticos es un elemento relevante para entender las variaciones nacionales en
cuanto a la expansión de las funciones gubernamentales. Por eso cabe acla-
rar que los desarrollos que se trazarán a continuación son pertinentes prin-
cipalmente, aunque no únicamente, para los países que en el siglo XX evolu-
cionaron dentro de los carriles de los regímenes democráticos.
Es,
..co- -Y
e prODlema ae a custodIa ae un omen aso-
ciativo, de la integración -incluida la contención de las tendencias a la disgre-
gación- y de la salvaguardia de la paz interna) y "la tutela de la comunidad
política frente al exterior" (el problema de la guerra y de la"pazeifernas19': En
la medid'aen'que 'la idea de seguridad interna y externa constituye la base de
mantenimiento de una comunidad política, el gobierno se convierte en garan-
te de las mismas, pasando así a convertirse en funciones constantes.
A pesar de su importancia, ni siquiera ellas son enteramente de su ex-
clusividad, ya que históricamente es posible encontrar actores de carácter

27 Deutsch, K.: op. cit" págs. 82-85.


28 Cotta, M.: op. cit., págs. 318 y ss.
2. Cotta, M.: op. cit., pág. 316.

219
privado encargados de garantizarlas. Ambas sólo se asocian exclusivamente
al gobierno en la medida en que van surgiendo los modernos Estados nacio-
nales. Como recuerda Heller:
los reinos y territorios de la Edad Media eran, tanto en lo interior como en lo exte-
rior, unidades de poder político, por así decirlo, sólo intermitentemente e incluso,
durante siglos, sólo excepcionalmente ( ... ) su poder estaba limitado, en lo interno,
por los numerosos depositarios de poderes feudales corporativos y municipales, y, en
lo exterior, por la Iglesia y el Emperador. 30

Esta situación comienza a superarse con el proceso de centralización po-


lítica que lleva a la creación del Estado moderno. Por este proceso, el gobier-
no (el monarca) expropia a los detentadores privados de poderes de autoridad,
unificando tales actividades en un cuadro administrativo profesionalizado
que confornla la burocracia estatal. Así, el monopolio del uso legítimo de la
fuerza por parte del Estado, que marca la exclusividad del gobierno en las
funciones de defensa y seguridad nacional (interna y externa), es sólo un pro-
ducto histórico cristalizado, principalmente, en el moderno Estado racional31 .
Pese a las ya señaladas limitaciones del enfoque weberiano de relación
entre poder y fuerza coercitiva, no deja de resultar ilustrativo, para darnos
una idea de la centralidad que ocupa el monopolio de la fuerza fisica legíti-
ma por parte del poder político, el hecho de que las citadas funciones se aso-
cien inmediatanlente a sus instrumentos armados de resolución (policía y
fuerzas armadas). Sin embargo, ésta no es más que una modalidad de inter-
vención posible, ni siquiera tiene por qué ser la principal. Respecto de la fun-
ción de mantenimiento de la unidad interior de la comunidad política, con-
viene observar que la presencia de otras modalidades de integración distin-
tas de las políticas (económicas, étnicas, lingüísticas, religiosas), puede tener
como consecuencia la disminución o el aumento del grado de intervención del
gobierno requerido para garantizarla. De igual modo, la particular posición
de un país en el contexto internacional modifica el grado de intervención gu-
bernamental necesario para garantizar la seguridad externa32 •
Más apropiadanlente, puede decirse que tales funciones "están en la ba-

30 Heller, H.: op. cit., pág. 142.


31 Una descripción analítica de este proceso puede encontrarse en Weber, M.: El politico ... , op.
cit., págs. 91 y sigs. Para una análisis de dicho proceso en el caso argentino remitirse a Oszlak, Os-
ear: La formaci6n del Estado argentino, Belgrano, Buenos Aires, 1982.
32 Cotta, M.: op. cit., pág. 317. Es por otra parte ilustrativa la comparación entre los Estados
Unidos y Alemania (a principio de siglo) realizada por Max Weber, señalando que el gran territo-
rio y el aislamiento del primero le permite una política exterior menos agresiva que la de una Ale-
mania "que limita con tres grandes potencias continentales ( ... ) y con la mayor potencia marítima",
derivando de ello "la necesidad de un armamentismo poderoso" (véase Weber, Max: "Alemania en-
tre las grandes potencias europeas", en Weber, M.: Escritos políticos l, Folios, Buenos Aires, 1984,

220
se de una gama muy variada de contenidos específicos de la actividad de go-
bierno, que se distribuyen entre el polo negativo de las acciones de policía y
el polo positivo de la previsión y provisión del moderno Estado de bienestar"
en cuanto al mantenimiento del orden asociativo, y entre el polo negativo de
la acción bélica y el positivo de las relaciones diplomáticas y comerciales en
referencia a la seguridad exterior33 . De esta manera queda claro que las dos
funciones señaladas como comunes a todos los gobiernos no son, sin embar-
go, exclusivas de ellos ni necesariamente violentas.
Aunque el proceso de centralización política, al que se hizo referencia an-
teriormente, lleva a la creación del Estado absolutista, la progresiva diferen-
ciación entre las esferas de lo público y lo privado, enraizada en el proceso de
modernización social, termina con la creación de dos esferas de poder separa-
das: por un lado la del Estado (la del gobierno político) y por el otro, la del mer-
cado (el poder económico)34. De la conjunción de ambas tendencias surge his-
tóricamente, aunque en diferentes momentos en los distintos países, el Esta-
do mínimo. Su nombre ya expresa el carácter limitado de sus funciones: ade-
más de la defensa exterior-en su modalidad de fuerzas armadas y de estruc-
tura diplomática- y del mantenimiento del orden interno -mediante las ac-
ciones de policía y la administración de justicia-, existe otra función, necesa-
riamente vinculada a las primeras: la extracción de recursos de la sociedad
para sostener tales actividades (función impositiva o extractiva).
A partir de allí, la caracterización de diferentes formas de Estado es con-
siderada como el indicador que permite observar la ampliación y diversifica-
ción de las funciones del gobierno. Durante el siglo XX se ha evidenciado un
notable crecimiento de las mismas, lo que ha llevado a la estructuración de
lo que se conoce, de manera genérica, como Estado de bienestar. En éste, el
Estado adiciona a sus actividades tradicionales otras, como la educación, la
asistencia sanitaria, la vivienda, la seguridad social, el desarrollo de la eco-
nomía, la producción de bienes, la búsqueda del pleno empleo, etc35 • Las fun-
ciones y actividades más informales -en el sentido de no estar previstas ne-
cesariamente en los textos constitucionales o legales, pero que resultan ob-
vias y necesarias y se las encuentra en todos los gobiernos- constituyen una
de las partes que más se ha expandido y desarrollado, determinando la apa-
rición de nuevos ministerios y departamentos de gobierno encargados de

pág. 37 Y "Capitalismo y sociedad rural en Alemania", en Weber, M.: Ensayos de sociologia contem-
poránea, Martínez Roca, Barcelona, pág. 162.
33 Cotta, M.: op. cit., pág. 316.

34 Véase Strada Saenz, Gerardo: capítulo 4: "Estado y mercado".

35 Para un desarrollo más detallado de la evoluci6n de las formas de Estado véanse Abal
Medina (h), Juan Manuel y Matías Barroetaveña: capítulo 3: "El Estado".

221
ellas (confección y revisión de programas; consulta, diseño y planificación de
políticas específicas, etcétera)36.
En lo que respecta a la cantidad (el quantum) de gobierno, son varios los
indicadores que se suelen utilizar, según el aspecto que se busca resaltar. Sin
duda, el que ha sido más utilizado es la evolución del gasto público, medido
por el presupuesto estatal. Esto es lo que Cotta denomina la traducción en
términos de recursos monetarios de la acción de gobierno. El aumento de la
intervención gubernamental producto de su diversificación funcional está
asociado a un desarrollo ascendente de las necesidades presupuestarias. De
esta manera es posible identificar la evolución del grado de intervención de
la política (el gobierno) sobre la sociedad y sobre la economía. La composi-
ción interna de las partidas presupuetarias es, por otra parte, un indicador
adicional para determinar las funciones desde el punto de vista de su conte-
nido, y permite a la vez sopesarlas comparativamente a partir de los recur-
sos destinados a cada una de ellas. La tendencia a largo plazo durante el pre-
sente siglo ha sido el aunlento del gasto público, especialmente en el período
que se inicia en la segunda posguerra, evidenciándose una disminución de
su crecimiento en los años 80. De alguna manera, esta evolución acompañó
el apogeo y crisis del Estado de bienestar.
Aunque la evolución del gasto público es un índice que permite una pri-
mera aproximación a la determinación del quantum de gobierno, no es posi-
ble reducir su acción a una dimensión monetaria. Por eso también se han
considerado indicadores alternativos para medir el crecinriento del gobierno,
entre los cuales se destaca el número de funcionarios públicos. El desarrollo
de la actividad gubernamental ha sido acompañado por el desarrollo de una
burocracia profesionalizada, lo que genera una "zona gris" en el intento de
diferenciar con nitidez las funciones gubernamentales de dirección política
de las funciones de la administración pública, en tanto en la cumbre jerár-
quica de los ministerios encontramos una parte significativa del funcionaria-
do de carrera que tiene por misión "definir las futuras políticas alternativas,
y asesorar a los ministros acerca de los cursos de acción presentes"37.
Es posible extremar el argumento elaborando la distinción entre gobier-
no electo -linritado en el tiempo- y "gobierno permanente" del funcionaria-
do de carrera que es el que compone y hace funcionar el brazo administrati-
vo del Estad0 38 • Este último se halla en subordinación jerárquica respecto
del primero, pero el gobierno electo necesita del funcionariado no solamente
para mover ciertas maquinarias institucionales sino también, frecuente-

36 Rockman, B. A: op. cit., pág. 337.


37 Rockman, B. A: op. cit., pág. 337.
38 Rockman, B. A: op. cit., pág. 339.

222
mente, para contar con el saber técnico especializado y con la información
propia del "saber de la función", como lo definiera De alguna mane-
ra, este punto remite a la interrelación entre las funciones de dirección polí-
tica y de administración, a la que ya se ha hecho referencia,
Como se ha señalado, ambas dimensiones de la perspectiva cuantitati-
va están íntimamente vinculadas con la expansión de las funciones guber-
namentales. Pero tal relación va más allá en la medida en que permite me-
dir el grado de eficiencia del gobierno 40 , De hecho, un aumento de la partida
presupuestaria y/o del personal administrativo puede significar la falta de
eficiencia en la provisión de un bien público antes que el aumento de la can-
tidad de bienes ofrecidos, y es entonces un indicador de la ineficiencia del go-
bierno antes que de su diversificación funcional, De esta manera, cualquie-
ra sea la dimensión (gasto público, empleados, interacciones jerárquicas,
etc,) o el enfoque (económico, político-institucional, etc.) que se utilice, surge
con claridad la insuficiencia de una consideración meramente cuantitivista,
Como balance de la evolución funcional del gobierno puede sostenerse
que, en el último siglo, ha aumentado la cantidad y complejidad de la legis-
lación -los parlamentos del siglo pasado sancionaban pocas y sencillas le-
yes frente a las muchas y de alta complejidad técnica que sancionan en el
presente siglo-; se ha incrementado sustantivamente el nivel impositivo y
de gasto del gobierno -especialmente con las previsiones presupuestarias
destinadas a atender las necesidades del Estado de bienestar-, y ha creci-
do notoriamente el número de empleados gubernamentales, tendencia ésta
que, sin embargo, está en retroceso en los últimos años.

1.3 EL GOBIERNO COMO CONJUNTO DE INSTITUCIONES

Enfocar al gobierno en términos institucionales requiere diferenciar-


lo/relacionarlo con algunos conceptos conexos, pero que frecuentemente
son utilizados de manera confusa o aun como sinónimos. Se impone, en-
tonces, una delimitación del concepto de gobierno con respecto a los de sis-
tema político y régimen político.
concepto de sistema político, referido a un conjunto de.instituciones,
.uupos y procesos políticos caracterizados por un cierto grado de interdepen-
dencia recíproca, posee una reciente pero controvertida historia. Tal contro-

39 Weber, M.: Econom{a y sociedad, op. cit., págs. 178-180.


40 La eficacia hace referencia a la posibilidad de encontrar los medios para obtener un fin da-
do; por su parte, la eficiencia se relaciona con la utilización de los medios menos costosos para cmD-
plir con un objetivo.

223
versia se desata, principalmente, con la apropiación del término por una de
las perspectivas que se dedica a su estudio, propuesta originalmente por Da-
vid Easton41 , que se conoce como análisis sistémico. Desde entonces se ha
tendido a homologar de manera inmediata al sistema político con la concep-
ción eastoniana, esto es, con una particular visión teórica y con determina-
da metodología para afrontarlo.
Para este enfoque de análisis, enraizado en el conductismo de la segun-
da posguerra y basado en la teoría general de los sistemas, un sistema polí-
tico es, antes que nada, un conjunto de conductas interrelacionadas a partir
de las cuales se asignan valores con autoridad en un sistema social. Las no-
tas características del enfoque sistémico, desde el punto de vista de su me-
todología, son: a) el estudio de la política desde una perspectiva general, que
busca precisar las características presentes en todos los sistemas antes que
hacer referencia a casos particulares y, b) la atención a los procesos políticos,
antes que a sus estructuras.
Tales procesos llevan, en esta concepción, a comparar al sistema políti-
co con una computadora42 que procesa los inputs que activan el sistema (en-
tradas, ingresos o impulsos, en su modalidad de demanda o de apoyo al sis-
tema político), y los transforma, mediante los procesos de conversión, en out-
puts (salidas, resultados o respuestas, en su modalidad de decisiones políti-
cas aplicables a toda la comunidad) que "digieren" los conflictos que se dan
en la sociedad (el ambiente), y entre ésta y el sistema político. Los outputs
pueden determinar cambios en el ambiente, los que a su vez pueden afectar
al sistema político. Estos últimos mecanismos de ajuste permiten, entonces,
una retroalimentación -feedback- de las presiones sobre las decisiones po-
líticas, modificando o corrigiendo las demandas y apoyos a consecuencia de
la actividad política desarrollada.
Hay pues, un mecanismo monitor que registra las demandas y los apo-
yos de forma compleja para que "la máquina pueda activarse", y uno de con-
versión que regula el flujo de las decisiones y cambia los impulsos en res-
puestas tras un proceso de selección, limitación y reordenamiento (que se da u

alinteriQI del sistema polífiC()). Sin entbatgo, en cu.antOliTo'i"llne-s'-plantea-


dos en esti8eccíOn'reTációnadoscoriun pUÍllo-aepartida instituciona(es de
poca
es definidamente secundaria, tanto que sólo de manera incidental y cc.>n ti
nes de ilustración se reqúiere alglín come-ñtano acerca ae'-élIá i '4a: -.'.JlJ '!
\i' • \F"

41
Easton, David: Esquema para el análisis poUtico, Amorrortu, Buenos Aires, 1992.
42
Blondel, Jean: "Introducción al estudio comparado de los gobiernos", Revista de Occidente,
Madrid, 1972, págs. 33-37.
43 Easton, D.: op. cit., pág. 79.

224
FIGURA 1
EL SISTEMA POLÍTICO EN EL ENFOQUE SISTÉMICO

AMBIENTE

Demandas Decisiones
SISTEMA políticas
INPUTS -------1.... OUTPUTS
Apoyos POLlTICO
I
I
I
I
I
I
I
I
•IL ____ Mecanismos de ajuste retroalimentación
___ y ______
I

_________ :

AMBIENTE

Los posteriores desarrollos teóricos de Gabriel Almond 44 se encaminaron


a disminuir, desde el estructural-funcionalismo, el excesivo nivel de genera-
lidad del esquema sistémico. Su mayor contribución se centró en el intento
de desagregar los diferentes elementos conceptuales (funcíon.es, capacidades
y estructuras) de manera que el esquema pudiera ampliar sus posibilidades
de aplicación empírica. --r
Podría decirse que Almond aprovecha el esquema eastoniano, proce- ¡
diendo a su especificación. Los mecanismos de input son desagregados en de-
mandas de: 1) bienes y servicios; 2) regulación de conductas; 3) participación,
y 4) información; y en apoyos mediante: 1) ayuda material; 2) obediencia a
la ley; 3) participación, y 4) respeto a la autoridad. De la misma manera, los
outputs son desagregados en: 1) extracciones (tributos, tasas, servicios per-
sonales); 2) regulaciones de la conducta; 3) prestaciones o distribuciones (de
bienes, servicios, honores, oportunidades, etc.), y 4) productos simbólicos
(afIrmación de valores, exhibición de símbolos políticos, declaraciones o in-
tenciones políticas). . .
El punto más importante de estos desarrollos es la especificación de las -,
seis funciones del sistema político encargadas de realizar los procesos de con-

44 Almond, Gabriel A. y Powell (h), G. Birngham: Politica comparada, Paidós, Buenos Aires,
1972, Para una crítica acerca de las limitaciones del esquema de Almond, véase la introducción de
Blande! en Blondel, Jean y otros: El gobierno: Estudios comparados, Alianza, Madrid, 1981.

225
versión, a partir de las cuales es posible identificar, en cualquier sistema polí-
tico, las estructuras encargadas de cumplirlas. Las primeras dos funciones ac-
túan del lado de los inputs, las tres siguientes del lado de los outputs, y la res-
tante afecta a todos los procesos implicados en el sistema político. Ellas son: 1)
articulación o selección de intereses; 2) combinación o incorporación de intere-
ses; 3) elaboración de reglas; 4) aplicación de reglas; 5) adjudicación de reglas,
y 6) comunicación de actividades. Sin embargo, más allá de la limitación seña-
lada en el apartado anterior con respecto a esta perspectiva, la misma supone
una linealidad entre funciones y estructuras. Como señala Blondel:
(. .. ) Almond parece postular una relación simple. Su modelo no se refiere a las nor-
mas y supone que los modelos de comportamiento se reflejan directamente en la tra-
ma de las estructuras. 45

.l2esde otro punto de vista, propuesto por Duverger, el sistema político


puede ser visto como el "conjunto del sistema social estudiado bajo la perspec- _
tiya de sus aspectos políticos"46. El concepto, despojado de las características
impuestas por el análisis sistémico, ya no hace referencia a un subsistema al
interior de un suprasistema social que constituye su entorno (ambiente), sino
que es precisamente el sistema social mismo abordado desde una perspecti-
va específicamente política. El sistema político, entQ11C e s, abarcaría a un con-
junto de instituciones (queCOilSfituyen, entre otrOS elementos, el régime;Po-
Iltico) y a todas sus relaciones'-con'raaores sociales, seanOñOGeñ:at'irndeza

n1anera puede apreciarse mayor graaoae-geÍleriiIidad del sistema político


er
con respecto al régimen político, en una relación de inclusividad. Si bien esta
perspectiva nos pernlite distinguir régimen (político) de sistema (político), se
vuelve pobre en función de determinar los diferentes elementos que compo-
nen al sistema de manera de poder acceder al nivel del gobierno.
Un can1ino original es el desarrollado por Leonardo Morlino, quien apro-
vecha elementos del análisis sistémico, en la medida en que concibe al siste-
ma político coexistiendo con otros subsistemas (económico, cultural, etc.) co-
mo componentes de un sistema social más amplio; pero lo hace a partir de
una perspectiva estática, esto es, aislándolo respecto del resto de los fenóme-
nos sociales 47 • Mientras el análisis sistémico se centra en las "transacciones" .
que ocurren entre el sistema político y su ambiente, de manera de poder dis-

45 Blondel, J. y otros: op. cit., pág. 30.


46 Duverger, Maurice: Instituciones políticas y Derecho Constitucional, Ariel, Madrid, 1984,
pág. 33.
47 Morlino, Leonardo: Cómo cambian los regímenes políticos, Centro de Estudios Constitucio-
nales, Madrid, 1985, págs. 30-46.

226
tinguir los procesos, el aislamiento al que procede Morlino permite distin-
guir los componentes institucionales de los sistema políticos: en primer lu-
gar la comunidad política, que incluye: 1) las ideologías, valores y creencias
difundidas en la sociedad; 2) las personas o grupos activos (de carácter no es-
tructurado), y 3) las estructuras intermedias, en referencia a los partidos po-
líticos y grupos de interés; en segundo lugar, el régimen político, sobre el que
centraremos el análisis, y finalmente, las autoridades, esto es, los titulares
de roles con autoridad, lo que remite al tema de los gobernantes y aclara el
carácter objetivo (institucional) de su poderl 8 .
Al igual que en el esquema de Duverger, el régimen político posee aquí un
carácter diferenciable, por medio de la inclusividad, con respecto al sistema
político, pero en este caso el enfoque nos permite al mismo tiempo ubicar sus
diferentes componentes. Ellos son: 1) un conjunto de estructuras de autoridad
encargadas de: a.- tomar decisiones, y b.- aplicar las decisiones, lo que inclu-
ye las que ejecutan las decisiones (administrativas), las que fuerzan a la obe-
diencia (represivas) y las que extraen recursos de la sociedad (extractivas o
fiscales); 2) las normas y procedimientos (reglas formalizadas) y las reglas de
juego (reglas no formalizadas), que regulan: a. la forma de toma de decisiones
y de su aplicación (ejercicio del poder y legitimación funciona!), y b. las forn1as
de designación de las personas que ocupan las estructuras de autoridad (re-
presentación y legitimación genética), y 3) ideologías, valores y creencias cris-
talizadas en las estructuras, normas y procedimientos del régimen49 .
Es esta desagregación de los componentes del régimen lo que nos permi-
te identificar al gobierno como conjunto de instituciones. Para ello, es necesa-
rio pasar al nivel de las estructuras de autoridad (el poder objetivado en ins-
tituciones). Se puede distinguir, entonces, entre las estructuras de adopción
de decisiones y las de aplicación de las mismas. Estas últimas hacen referen-
cia a la burocracia pública, de manera que, para Morlino, el aparato adminis-
trativo del gobierno (del Estado) es un componente propio del régimen políti-
coso. Por otra parte, el gobierno como institución es parte vital del conjunto de
las estructuras de toma de decisiones. Queda así expuesta, nuevamente, la
distinción entre dirección política y administración.

48 La distinción entre comunidad política, régimen político y autoridades es tomada de Easton,


D.: The Political System, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1952.
49 Morlino, L.: op. cit., págs. 40 ss.

50 Por el contrario, para Duverger el régimen político "no comprende todas las instituciones
del Estado relativas al poder, sino solamente algunas de ellas. A este respecto, hay que distinguir
por un lado las instituciones políticas, y por otro las instituciones administrativas y judiciales".
(Duverger, M.: op. cit., págs. 34-35). Nótese que la diferencia de criterio reside en el hecho de que,
mientras para Morlino las estructuras del Estado (de aplicación de decisiones) forman parte del ré-
gimen político, para Duverger, inversamente, las instituciones que conforman el régimen son inte-
grantes del Estado. La relacion de inclusión se invierte.

227
Se ha delimitado entonces el ámbito del concepto: el gobierno forma par-
te de las estructuras de toma de decisiones que posee el régimen político de
un sistema político dado. Así, de la misma manera que régimen político no
es sinónimo de sistema político, sino que constituye una parte de éste, el go-
bierno es, a su vez, un elemento constituyente del régimen político, de sus
estructuras de autoridad y, más precisamente, de aquellas encargadas de to-
mar decisiones. Los diferentes conceptos se incluyen gradualmente entre sí
de la misma manera que se contienen las muñecas rusas.
Nótese que, a pesar de que los elementos constitutivos que aparecen en
común entre sistema, régimen y gobierno guardan una relación de inclusivi-
dad, no existe sin embargo una identidad plena entre todos los elementos al
pasar de una muñeca rusa a la siguiente, más pequeña. Algunos pierden al-
go en el camino. Por ejemplo, las autoridades dejan de ser un componente al
pasar del nivel sistémico al de régimen; de la misma manera, no cualquier
ideología, valor o creencia difundida en la sociedad es elemento del régimen
político, sino solamente aquellas que han cristalizado en sus estructuras,
normas y procedimientos.
Pero no todos los problemas conceptuales están superados. Es verdad
que ya hemos trazado la línea de conversión que nos permite diferenciar con-
ceptualmente al sistema, al régimen y al gobierno, y sabemos también que
este último está constituido por instituciones encargadas de tomar decisio-
nes. Sin embargo queda en pie una pregunta importante: ¿cuáles son las es-
tructuras de toma de decisiones que forman el gobierno? o, más precisamen-
te, ¿cuál es el grado de superposición e identificación entre gobierno y estruc-
turas de toma de decisiones?
En este sentido, es posible encontrar dos perspectivas básicas, utilizadas
en el estudio de los sistemas políticos concretos. En la prinlera, el gobierno
designa al conjunto de las estructuras de toma de decisionj¿§¡ coincidiendo
ambas de manera exacta. Esto nos lleva a conferirles cáracter gubernamen-
tal tanto al poder ejecutivo como al legislativo. Por lo general, cuando se ha-
ce referencia a esta perspectiva se habla de "lasmslituciofffiS de gobiernn" o
de "gobierno en sentido amplio". Así, éste es definido como el conjunto de los
sujetos con poder de autoridad y de los órganos políticos del Estado a los que,
institucionalmente, les está confiado el ejercicio, administración y control del
poder polític0 51 •
Cabe hacer dos comentarios con respecto a esta perspectiva. El primero
es que, de alguna manera, se acerca al esquema funcionalista en la medida
en que, partiendo del supuesto inicial de que la función del gobierno es deci-

51 Rockman, B. A.: op. cit. Un desarrollo teórico que enfatiza esta perspectiva para abordar el
tema del gobierno puede encontrarse en Orlandi, Hipólito: op. cit.

228
FlGURA 2
SISTE1IA, RE GIMEN y GOBIERNO

AUTORIDADES ---. TITULARES DE ROLES CON AUTORIDAD


o
() DE TOMA
DE DECISIONES
ESTRUCTURAS
1- DE AUTORIDAD
Administrativas
DE APLICACiÓN
Coactivas
DE DECISIONES
....1 E Fiscales
RÉGIMEN
o POLíTICO
c.. NORMAS O PROCEDIMIENTOS (Formales)
REGLAS DE JUEGO
e REGLAS DE JUEGO (Informales)

IDEOLOGíAS, VALORES Y CREENCIAS


(Cristalizados en instituciones)
w
1-
IDEOLOGíAS, VALORES Y CREENCIAS
(Difundidos en la sociedad)
COMUNIDAD
POLíTICA PERSONAS Y GRUPOS ACTIVOS

E ESTRUCTURAS INTERMEDIAS

FUENTE: construido a partir de Morlino, L.: op. cit., págs. 45-46.

dir, se pasa a identificar inmediatamente las estructuras de autoridad que


intervienen en el proceso de toma de decisiones, considerándolas legítima-
mente como pertenecientes al gobierno. En el límite, además del ejecutivo y
el legislativo, el poder judicial (al menos el órgano que lo encabeza) e inclu-
so los organismos "burocráticos" del Estado pasan a formar parte de las ins-
tituciones de gobierno. Paralelamente, la función de gobierno incorpora co-

229
mo propias todas las demás actividades desarrolladas por estas institucio-
nes, aunque excedan su carácter decisiona152 .
El segundo comentario, derivado del anterior, es que la determinación
de las instituciones de gobierno depende, como es obvio, dertipo ae réginmn
p11ttttco, va que 'poY'impHcat diferen-
tes redes institucionales en el proceso decisiona1 53 . Si se considera, por ejenl-
plo, las instituciones anteriormente señaladas, se notará que la afirmación
sólo puede considerarse cierta con respecto a los gobiernos constitucionales.
En muchos otros regímenes, por el contrario, no existen instituciones legis-
lativas (piénsese en los regímenes militares de Latinoamérica) y, aun cuan-
do existen, muchas veces no puede ser considerados como instituciones que
tomen decisiones, como ocurre en los regímenes de partido único.
En la segunda perspectiva el término designa a un órgano particular de
las estructuras de toma de decisiones; más específicamente, lo que el pensa-
liberal ha denominado como poder ejecutivo. Incluso cuando se habla
de gobernantes, se hace referencias a los titulares de los roles ejecutivos.
Desde esta perspectiva, se habla de "gobierno en sentido estricto" o "el go-
bierno". Así, este es un elemento central de las estructuras de toma de deci-
siones aunque sin agotarlas, ya que los órganos legislativos (parlamentos y
congresos), aun no perteneciendo a las instituciones de gubernanlentales,
son constitutivos de ellas, al menos en los regímenes constitucionales.
La especificación del gobierno en sentido estricto también depende
(aunque en menor medida que en el caso anterior) del tipo de régimen.
También en los distintos casos de democracia es posible encontrar diferen-
cias. Así, mientras en el presidencialismo el gobierno está constituido por
el presidente y los ministros-secretarios que dependen de él, en el parla-
mentarismo lo está por el jefe de gobierno (primer ministro, canciller o pre-
sidente del gobierno) y el gabinete ministerial. En el caso del parlamenta-
rismo, sin embargo, queda en pie la ubicación de la figura del jefe de Esta-
do (rey o presidente), que en algunos casos es considerada como integran-
te del gobiern0 54 • Generalmente, cuando se distinguen las formas de go-

52 Vale aclarar esto último con un ejemplo. En la medida en que la burocracia pública partici-
pa activamente (aunque de manera parcial) en el proceso de toma de decisiones (lo que identifica
a la función gobierno), aquélla debe ser considerada como un órgano gubernamental. Pero al mis-
mo tiempo, sus otras actividades (típicamente, las administrativas) quedan incorporadas a la fun-
ción del gobierno.
53 El mismo efecto poseen, dentro de lm mismo tipo de régimen, las variaciones en cuanto a
la medida en que las distintas instituciones toman decisiones de manera efectiva.
5.¡ Por lo general, cuando existe la distinción entre jefe de gobierno y jefe de Estado, este últi-
mo no es considerado relevante al concepto de gobierno. Sin embargo, como veremos más adelante,
la dinámica de alguno de los gobiernos semipresidencialistas sugiere la necesidad de contemplarlo.

230
bierno, como presidencialismo y parlamentarismo, se está partiendo de es-
ta perspectiva de análisis.
Mientras el contenido del término gobierno, en este sentido, está amplia-
mente desarrollado en los análisis de Europa continental, en el mundo an-
glosajón la palabragovernment tiene un significado más abarcativo, referido
al conjunto de las instituciones de gobierno, utilizándose los términos cabi-
net (en Gran Bretaña) o administration (en los Estados Unidos) para desig-
nar al gobierno en sentido estrict0 55 .
En la medida en que las estructuras políticas están escasamente dife-
renciadas, existe una identificación entre ambas perspectivas en tanto la de-
cisión está en manos de un único detentador de poder. El proceso de moder-
nización política, diversificando las estructuras de autoridad, y el surgimien-
to del constitucionalismo, confiriéndoles poder político decisorio, marcan el
punto en que an1bas empiezan a transitar por caminos distintos. Mientras
una queda atada a la función decisoria y se expande en la medida en que
nuevas instituciones se suman a ella, la otra se aferra a la institución que
conserva su denominación aunque cambie su rol monopólico.
La tendencia general en los regímenes democráticos durante la última
década ha sido el aumento del poder de los ejecutivos con relación al de los
parlamentos y congresos, reforzando la idea que asimila el gobierno con el
poder ejecutivo. Esta tendencia es muy clara en la mayoría de las nuevas de-
mocracias latinoamericanas, pero también se puede percibir en el resto de
las democracias, incluso en las parlamentarias. Al parecer, la ambigüedad
del concepto no puede ser eliminada, pero al menos puede ser especificada y
circunscrita. De todos modos, y a pesar del uso frecuente del concepto en am-
bas acepciones, aun en un mismo análisis, "en la práctica, el contexto evita,
generalmente, toda confusión"56.

2 Formas de gobierno

2.1 LAS FORMAS DE GOBIERNO EN EL PENSAMIENTO POLíTICO

El desarrollo de las formas de gobierno a lo largo de la historia puede ser


abordado desde dos perspectivas complementarias que echan luz sobre dife-
rentes fenómenos. La primera perspectiva se relaciona con el seguimiento de
la evolución de las instituciones de gobierno, lo que permite aprehender con
precisión las modalidades en que histórica y concretamente se estructuraron

55 Levi, L.: op. cit., pág. 473.


5" Duverger, M.: op. cit., pág. 125.

231
La diferenciación de las formas de gobierno puede realizarse a partir
de la consideración de tres elementos. El primero se refiere a su fuente de
legitimidad, específicamente si es de carácter directo o indirecto. En se-
gundo lugar importa destacar la forma en que se estructura el ejecutivo
(gobierno en sentido estricto), sea colegiado o unipersonal. Finalmente, la
forma en que se establece la relación entre las diferentes estructuras de to-
ma de decisiones, en especial la relación entre el ejecutivo y el legislativo,
y sus prerrogativas. Más precisamente, si entre ambos poderes existe una
separación o una fusión.
A grandes rasgos, en función de estos elementos se puede avanzar las
diferencias generales entre los dos modelos tradicionales más comunes. El
primero, el parlamentarismo, se caracteriza por la legitimidad indirecta
del gobierno, por su carácter colegiado y por la interdependencia entre los
poderes ejecutivo y legislativo, producto de su integración (fusión de pode-
res). El segundo, el presidencialismo, encuentra sus rasgos distintivos en
la elección directa del gobierno, en su carácter unipersonal yen la interde-
pendencia de poderes por medio de la coordinación (división de poderes)8o.
Entre ellos podría ubicarse una tercera forma de gobierno: el semipresi-
dencialismo.
Como advierte Cotta, la adopción de esta terminología refleja los ejes a
partir de los cuales se construyen ambos modelos. Mientras la idea de go-
bierno parlamentario resalta la fuente de legitimidad del gobierno (el parla-
mento), el concepto de presidencialismo resalta el carácter unipersonal de su
estructura (el presidente )81.

2.4.1 Parlamentarismo

.El parlamentarismo es la forma de ¡obierno Q.ue más estrechamente ha


estado asociada a la democracia. De hecho, con la excepción de los Estados
Unidos, todas las democracias que demostraron un alto nivel de estabilidad
política poseen gobiernos parlamentarios. El origen de esta forma de gobier-
DO se relacioDa con las sucesivas reformas políticas que transformaron a las
absolutas de los siglos XVII y XVIII en los modernos regímenes
políticos democráticos. a través de una serie de mutaciones en el sistema po-
lítico que tuvieron como consecuencia el surgimiento de lo que actualmente

80 Los conceptos de interdependencia por integración y por coordinación, propios del parla-
mentarismo y del presidencialismo respectivamente, son elaborados por Loewenstein, K: op. cit.
81 Cotta, M.: op. cit., pág. 332.

247
r-
¡ 1e denomina gobierno parlamentario. Este proceso no fue originalmente una
. meta planeada, producto del intento de concretar prácticamente una teoría
O un conjunto articulado de ideas. Por el contrario, fue consecuencia de la
progresiva lucha que a partir del siglo XVII empiezan a entablar en la his-
toria, y a partir de ella en la te aria, los partidarios del gobierno absoluto y
los partidarios del gobierno limitado o constitucional.
El impulso inicial, siguiendo el desarrollo inglés (cuna del parlamenta-
rismo), consistió en el pasaje de la monarquía absoluta a la monarquía cons-
titucional. Este momento, caracterizado en Inglaterra por la Gloriosa Revo-
lución de 1688 y recogido a nivel teórico por Locke, estuvo centrado en el de-
sarrollo de restricciones sobre la acción del monarca. Ya hemos señalado las
transformaciones que llevaron al gobierno constitucionaL Aquí basta con re-
saltar la jerarquizaciÓn del parlamento como un órgano político de legitimi-
dad popular, equiparándolo al rey y adquiriendo la potestad de aprobar o de-
L saprobar sus iniciativas o las de su consejo de Estado.
La monarquía constitucional significó pasar de un modelo político mo-
nísta (con un solo foco de poder, el rey) a otro modelo, de carácter dual, ba-
sado en una doble legitimidad: por un lado la tradicional, corporizada en la
figura del monarca, quien ejerce el gobierno a través de un primer ministro
y su gabinete y que aún conserva la facultad de disolver al parlamento; por
el otro, legitimidad popular (aunque limitada), cristalizada en un parla-
mento encargado de legislar, y sin cuyo voto ni las decisiones del rey entran
en vigencia ni el primer ministro, propuesto por el monarca, puede asumir
sus funciones .
.El.vasaje de la monarquía constitucional a la monarqu{a parlamentarta
tuvo lugar a 10 largo del siglo XVIII, con el advenimiento de la dinastía de
los Hannoyer en Gran Bretaña. Este proceso esfuvo caracterizaaopOTlil de:
clinación del poder real y el paralelo fortalecimiento de la autoridad parla-
mentaria. En su desarrollo, el primer ministro y su gabinete se independiza-
ron del monarca, apropiándose progresivamente de sus facultades guberna-
mentales y aumentando su dependencia con respecto al parlamento (del cual
on miembros y frente al cual son responsables). -?l primer ministro se con-
vierte en el jefe de gobierno, mientras el rey ocupa un posición formal y sim-
bólica como jefe de Estado. alguien que reina pero no gobierna. De esta ma-
n nera, "la fase de la monarquía parlamentaria se caracteriza por la supera-
ción del dualismo en los canales de legitimación política, y la afIrmación del
canal electoral-parlamentario como dominante"82.
Este es el desarrollo histórico que desembocó en el surgimiento del par-
lamentarismo en su país de origen. A partir de allí, el modelo fue importado

82 Cotta, M.: op. cit., pág. 330.

248
continente europeo. donde fue adaptado con modificaciones durante el si-
lilo A diferencia de la evolución política del caso británico, en Europa
continental será la teoría la que precederá a la historia.
tos estructurales más característicos del parlamentarismo
se relaciona con la distinción de funciones entre el je e e go lerno, que tIene
.ª-, su cargo la dirección política y administrativa (primer ministro, premier,
canciller o presidente de gobierno), y el jefe de Estado, cargo simbólico y cere-
Il!onial, que es ocupado en las monarquías por un rey y, en las repúblicas, por
un presidente elegido por el parlamento, con un mandato fijo.
El ejecutivo se constituye como un cuerpo colegiado (gabinete o consejo
de ministros) que, además del primer ministro (que lo preside), está integra-
do por el resto de los ministros encargados de administrar las diferentes
áreas del Estado. Aunque originalmente el jefe de gobierno sólo es unprimus
inter pares, en los hechos posee una preeminencia sobre el resto de los miem-
bros del gabinete, sin que por ello la estructura de gobierno pierda su carác-
ter colegiado, en la medida en que prima el criterio de la responsabilidad co-
lectiva. Los miembros del gabinete (en especial el jefe de gobierno) deben ser,
c
al mismo tiempo, miembros del parlamento (excepto en Holanda y Luxem- ''{;

burgo), aunque en momentos de crisis y por períodos breves es usual la for-


mación de "gobiernos técnicos" de extracción extraparlamentaria.
El primer ministro es elegido de manera indirecta por el parlamento,
que es elegido por sufragio popular y cumple a su vez las funciones legisla-
Si bien es el jefe de Estado quien propone su designación (excepto en ;Jt...
Irlanda, Japón y Suecia, donde la propuesta es hecha por el parlamento o un
organismo interno al mismo), su poder es sólo formal ya que el jefe de gobier-
no no es investido a menos que cuente con el consentimiento parlamentario.
De hecho, el gobierno es responsable ante el parlamento y no ante el jefe de
Estado. La designación del resto de los ministros se realiza, generalmente,
enun momento posterior. a propuesta del jefe de gobierno. Estos también ne-
c_esitª!1:.jl.§Ja confianza del parlanlento para mantenerse en el cargo. Así, a
pesar de su preeminencia, la fuente de legitimidad del primer ministro es la
misma que la del resto de los miembros del ejecutivo.
El mecánismo de investidura puede revestir dos modalidades. La prime-
ra, explícita, consiste en un "voto de confianza" del parlamento, esto es, una
votación en la cual la mayoría apoye expresamente al candidato. En la se-
gunda modalidad, implícita, aquéllo acepta tácitamente no vetándolo. El he-
cho de que en muchos casos no se haga necesaria un votación explícita, fre-
cuente en los países escandinavos, permite el surgimiento de lo que se deno-

83 En los casos de bicameralismo, la confianza es otorgada por una sola cámara, la llamada
cámara baja, excepto en los casos de Bélgica, Italia y Suiza.

249
mina "gobierno minoritario", esto es, un gobierno cuyo apoyo efectivo no lle-
ga a constituir la mayoría absoluta del parlamento.
El mecanismo de responsabilidad parlamentaria implica que, de la mis-
ma manera que el parlamento tienen la facultad de investidura, también tie-
ne la de disolver al gobierno. Esto puede ocurrir básicamente de dos mane-
ras: la primera es votando en contra de una "cuestión de confianza" plantea-
da por el primer ministro; la segunda, por medio de la aprobación de un vo-
to de "censura" o "no confianza" (desconfianza) impulsado por los miembros
del parlamento. Resulta, pues, lógico que la duración del mandato del ejecu-
tivo no esté sujeto a plazo alguno. El mismo se mantiene mientras conserye
el apoyo de los parlamentarios.
Como contrapartida del poder de investir/remover a los miembros del ga-
binete que posee el parlamento, eljefe de gobierno tiene, a su vez, la facultad
x de disolver al parlamento (o de solicitar al jefe de Estado que lo hagaB4 ), con-
VOCando a elecciones inmediatamente para la constitución de uno nuevo. Tal
medio de acción sirve como una amenaza disuasoria (aunque no siempre efec-
tiva) ante la posibilidad de que el parlamento pretenda instrumentar un vo-
_to de censura, o de que algunos miembros de la coalición de gobierno preten-
dan escindirse y, en consecuencia, le hagan perder el apoyo parlamentario.
Asimismo, sirve para superar situaciones de "empate" entre el parlamento y
el devolviéndole al pueblo la posibilidad de definir la situación.
Completado así el modelo, es notorio que el concepto de separación de
poderes rígidan1ente introducido por Montesquieu no se acerca mucho a la
realidad de los gobiernos parlamentarios. Por un lado, los miembros del go-
bierno son al mismo tiempo miembros del parlamento. Por el otro, existen
medidas de intervención recíproca de un cuerpo sobre el otro (voto de con-
fianza/desconfianza en el caso del parlamento; poder de disolución del par-
lamento en el caso del gobierno). Como puede notarse, en este esquema no
existe ni separación de poderes ni independencia entre ellos. Muy por el con-
trario, la relación gobierno/parlamento está caracterizada por la fusión de los
poderes y por la interdependencia (por integración) de los mismos. Sin em-
bargo, esta interdependencia garantiza la constitucionalidad del gobie.r.no.
Hasta aquí se han descripto las características básicas de lo que, siguien-
do a Loewenstein, se denomina parlamentarismo clásico. Sin embargo, es po-
sible encontrar otros tipos, en función de diferencias en sus características y
su funcÍonan1iento. En este sentido, un cambio institucional importante es el
que caracteriza a Alemania (Constitución de Bonn), que fue adoptado tan1-

84 Aunque el rol del jefe de Estado es sólo una formalidad en la activación de este mecanismo,
en momentos excepcionales puede cobrar centralidad. Un caso claro es la caída del primer minis-
tro Silvia Berlusconi (Italia, 1994) ante la negativa del presidente Luigi Scalfaro a disolver el par-
lamento.

250
bién por la Constitución de España, y que da lugar lo que Loewenstein llama
parlamentarismo controlado, en tanto el parlamento ve limitadas sus posibi-
lidades de acción sobre el gobierno. Esto se logra mediante la adopción de un
mecanismo destinado a evitar la inestabilidad de los gobiernos, conocido co-
mo "voto constructivo de censura". Así, el sistema se des balancea de manera
favorable para el lado del ejecutivo ya que, en este caso, :un primer ministro
sometido ala desconfianza parlamentaria no cae a menos que al mismo tiem-
po sea elegido su sucesor. Como es evidente, la unión para oponérsele es más
sencilla que la unión para elegir uno nuevo. De ahí que este mecanismo evi- _
te la inestabilidad gubernamental congénita, tal como se evidenciaba en la ..
III y IV Repúblicas francesas y en la Italia del pentapartidismo. Un buen
ejemplo al respecto es la crisis desatada en España a fines de 1994 (por una
crisis económica agravada por imputaciones de corrupción y de vínculos en-
tre grupos antiterroristas y el gobierno), en la que la desconfianza hacia el
gobierno liderado por Felipe González resultaba en principio inviable, no só-
lo por el apoyo brindado por pequeños partidos regionales (PNV -Partido
Nacionalista Vasco- y CiU -Covergencia i Uni&-) al partido en el poder
(PSOE), sino también por la imposibilidad de acordar un sucesor por parte
de una oposición colocada tanto a la izquierda (Izquierda Unida) como a la
derecha (Partido Popular) del gobierno.
Los obiernos de asamblea o obiernos de convención se caracterizan
por lograr el efecto contrario: el equilibrio e poderes se esp aza e mane-
ra tal que convierte al parlamento en la institución crucial del régimen. .>(
Aquí el gobierno deja de existir como instancia autónoma quedando subsu-
mido en la asamblea, y el gabinete no es más que una de su comisiones. Es-
te sistema implica el mantenimiento de las prerrogativas del parlamento
sobre el ejecutivo (designación, remoción, etc.) y la' eliminación de todo me-
dio de acción de éste sobre las asambleas parlamentarias. El gobierno de
convención significa la concentración de todos los poderes en la institución
parlamentaria, lo que lo aleja bastante, no sólo de la idea de división de po-
deres, sino también de la (menos extrema) idea de equilibrio entre diferen-
tes detentadores de poder. Por lo general, este modelo es considerado como
un tipo de gobierno diferenciado; sin embargo, aquí hemos optado por con-
siderarlo como un caso extremo de parlamentarismo. Su concreción prácti-
ca sólo ha sido intentada, en reiteradas oportunidades, en Francia.
Sin embargo, la diferencia fundamental entre los gobiernos parlamenta-
rios no deriva de factores meramente institucionales, como las característi-
cas de las estructuras de autoridad, sino de la influencia que los diversos ti-
pos de sistemas de partidos ejercen sobre su funcionan1iento. 85

sr, El señalamiento clásico acerca del tema fue planteado por Duverger, Maurice: Los partidos

251
El hecho de que el gabinete dependa de la confianza del parlamento
implica, en términos concretos, que aquél se sostiene sobre la mayoría po-
En este sentido, el gobierno es siempre un reflejo de una mayoría
parlamentaria, surge como su expresión y cae inevitablemente cuando de-
í= jan de concordar. En los casos de multipartidismo, característicos de Eu-
f ropa continental, donde ningún partido alcanza a poseer una mayoría ab-
o.. soluta propia, es necesario formar una coalición que logre la mayoría ne-
¡: cesaria para constituir gobierno y proceder a la investidura del primer mi-
i nistr0 86 . Si bien este cargo es ejercido, generalmente, por el líder del par-
.J tido mayoritario de la coalición, el resto de los miembros del gabinete (mi-

l!) nistros) pertenecen a todo/el arco político partidario que la integra. Las
principales consecuencias de esta situación son: a) el gobierno está forma-
"" do por más de un partido;87 b) el gobierno cae cuando, al retirarse un par-
tido de la coalición, ésta pierde su condición mayoritaria. Como hemos se-
2 ñalado con respecto al caso alemán, este efecto puede moderarse median-
te el mecanismo del voto "constructivo" de censura. En los casos en que no
existe este mecanismo, los gobiernos llegan a ser fácilmente presas de la
u inestabilidad.
El funcionamiento cambia completamente en caso de bipartidismo. Don-
de sólo hay dos partidos relevantes existe una sola interacción posible: mien-
tras uno de los part1dos alcanza la mayoría por sí mismo, el otro queda rele-
gado a su papel opositor. De hecho, debido a que de antemano se sabe que el
oresultado electoral dará como resultado la formación de un gobierno lidera-
por el líder de algunos de los dos partidos (el que fmalmente obtenga la
mayoría), la investidura se convierte en un acto muy parecido a la elección
popular directa. Las consecuencias en este modelo son especulares con res-
pecto al anterior: a) el ejecutivo es monocolor, esto es, el primer ministro (por
¡lo general, el líder del partido mayoritario) y el resto de los ministros del ga-
binete pertenecen al mismo partido; b) el gobierno descansa en una sólida

poUticos, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1973, págs. 418-447. Aquí sólo haremos re-
ferencia al sistema de partidos y, de manera marginal, a las características estructurales internas
de los partidos.
86 En los casos en que la es implícita, la formación de gobierno puede revestir una
forma alternativa a la de gobierno de coalición: el gobierno de minoría.
87 En ocasiones en que la investidura debe ser explícita, y especialmente ante la existencia de

un partido que está al borde de conseguir una mayoría propia, es posible que pequeños partidos
otorguen su voto de investidura sin entrar a formar parte de la coalición de gobierno. Esto ocurrió
en España, en la legislatura que se inició en 1993 en la que dos partidos regionales, el PNV y CiU,
aportaron al PSOE los pocos votos que le faltaban para conseguir la mayoría absoluta, aunque sin
entrar a formar parte del gobierno. De todos modos, hasta ese momento España se acercaba más
a la realidad de un sistema de partido predominante que a uno multipartidista. De la misma ma-
nera, en Italia el gobierno de Lamberto Dini, que asumió tras la caída de Berlusconi, aunque en es-
te caso el gobierno se asumía (por los actores políticos importantes y a sí mismo) como provisional.

252
mayoría parlamentaria por lo que, a menos que existan escisiones partida-
rias, es improbable que se den intentos de censurar al gobierno. La única
manera de que el gobierno caiga es, además de los casos de renuncia, me-
diante la derrota del partido de gobierno en las elecciones parlamentarias.
Obviamente, el modelo descansa sobre un supuesto: los partidos poseen un
rígida disciplina interna; en caso contrario, la posibilidad de que los parla-
mentarios voten sin seguir la línea política del partido, provocaría la derro-
ta del primer ministro.
El carácter monolítico que adquiere el ejecutivo en un parlamentarismo
bipartidista (como en Gran Bretaña y otros países del Commonwealth) lleva
a distinguir un nuevo tipo (Loewenstein lo considera como un caso aparte) de
forma de gobierno: el gobierno de gabinete. Al estar ocupados todos los pues-
tos del gabinete por miembros de un solo partido, especialmente cuando los
partidos poseen una estructura interna rígida, las asambleas del partido ofi-
cial muchas veces pasan a ser más decisivas que las reuniones del parla-
mento. Como señala Burdeau en referencia al caso británico: "primero instru-
mento del rey, después instrumento del parlamento, el gabinete completó su
metamorfosis bajo su forma actual de organismo del partido mayoritario"88.
A modo de síntesis, podría establecerse un continuo compuesto por los
diferentes tipos de parlamentarismo en función del grado en que el sistema
garantiza, como señala Loewenstein, un equilibrio de poderes mediante una
interdependencia por integración. Si el punto medio es ocupado por el parla-
mentarismo clásico, en el cual los medios de acción recíproca mantienen un
equilibrio entre las diferentes instituciones de toma de decisión, los extremos
estaría representados por situaciones de extremo desequilibrio. En un polo,
el gobierno de asamblea, que inlplica el predominio absoluto del parlamento
sobre el gobierno. En el otro polo, el gobierno de gabinete que testifica el au-
mento de la autoridad del gobierno sobre el parlamento. Entre este polo y el
centro del espectro puede ser ubicado el parlamentarismo controlado, ya que
se da un mayor poder al brazo gubernamental sobre el parlamento, sin lle-
gar al extremo del caso británico. l

2.4.2 Presidencialismo
La Constitución de los Estados Unidos es el modelo original a partir del
cual esta forma de gobierno ha tenido influencia, limitada principalmente a
los países de América latina. El presidencialismo ha resultado dificil de asir

88 Burdeau, George: Derecho Constitucional e instituciones poUticas, Editora Nacional, Ma-


drid, 1981, pág. 306.

253
teóricamente. Producto eminentemente norteamericano, sus características
fueron raramente estudiadas en forma completa. En los Estados Unidos, de-
bido al impacto del enfoque conductista que desplazó la atención desde la
instituciones hacia los comportamientos, no son muchos los desarrollos im-
portantes que se han hecho sobre el mismo, aunque en los últimos años el
surgimiento del neoinstitucionalismo revirtió la tendencia.
Por su parte, el pensamiento europeo, debido a su experiencia parlamen-
taria, se ha mostrado escéptico ante esta "extraña" forma de gobierno. Como
señala Loewenstein en un comentario ampliamente compartido por la lite-
ratura "Sobre el tema, "que el sistema sea capaz de funcionar es casi un mi-
lagro", atribuible sólo a las peculiares características de la sociedad y de la
estructura sociopolítica norteamericanas. La conclusión a partir de este ra-
zonamiento es muy clara: el presidencialismo es una forma de gobierno que
no puede funcionar eficazmente fuera de su lugar de origen.
Estas aseveraciones pesimistas acerca del futuro del presidencialismo (o
más precisamente, de los sistemas políticos con gobierno presidencialista) se
fundamentan en la experiencia histórica. América latina, el único rincón del
mundo donde el intento de consagrar el presidencialismo se dio en gran esca-
la, muestra un triste récord en cuanto a la inestabilidad política, no sólo a
mvel del gobIerno, smo del regmlen y de la globalidiif(ferSlst8ñüi-pOIíticó.
De hecho, fuera de los Estados Unidos sólo existen dos casos de presidenga-
lismo que han perdurado de manera estable y continua, por lo menos por
cuarenta años. Uno es Chile, que desde 1932 y hasta el.sangriento golpe de
Estado de 1973 demostró poseer una estabilidad que contrastaba de mane-
ra muy clara en el contexto latmoamencano. El se lindo e'em 10 más afor-
tuna o, es asta ica, cuyo sistema político, desde la .Kl!.ill:@ 1948,
ha mantenido una gran estabilidad, inusual en 9.e.mográ-
tico con gobierno presidencial, si exceptuamos a Estados Unidos.
La realidad de la inestabilidad del presidencialismo tuvo consecuencias
cruciales en su estudio. La más notoria es que se ha limitado, principalmen-
te, al caso norteamericano. Si bien de estos análisis es posible extraer los ras-
gos centrales de este tipo de gobiemo, su contrastación con los casos latinoa-
mericanos conduce a la conclusión de que, al igual que hemos visto en el ca-
so del parlamentarismo, es posible distinguir importantes diferencias entre
los gobiernos presidenciales.
La lógica del desarrollo histórico de esta forma de gobierno, a diferencia
del desarrollo arquetípico del modelo anterior -el parlamentarismo británi-
co- se relaciona con la ausencia de una autoridad monárquica. En este sen-
tido, el problema que se les presenta a los fundadores de la república nortea-
mericana no es el de crear junto al monarca un nuevo cuerpo gubernamen-
tal (el gabinete) que dependa del parlamento como expresión de la volúntad
popular, ni lajerarquización de este último. Por el contrario, el problema que

254
se presenta en el contexto de las ex colonias británicas en América, recién in-
dependizadas, es buscar el mecanismo para designar una autoridad guber-
namental ante la ausencia de un sistema de legitimidad tradicional. Lo que
se busca es un gobierno constitucional o, en el lenguaje de los federalistas,
repubÍicano. Por otra parte, debido a la convicción de los padres fundadores
acerca de las potencialidades autoritarias de la representación popular, cris-
talizado en el temor a la tiranía de la mayoría, la elección del presidente por
el congreso carecía totalmente de sensatez política. La mediatización de la
elección presidencial tiene en ese temor a uno de sus fundanlentos.
El residencialismo se caracteriza en cuanto a su fórmula de legitimi-
dad, por la elección popular del gobierno me iante votaclOn Irecta e os
ciudadanos. A diferencia del primer ministro parlamentario, el presícfente-es
desi ado or un período fijo e inmodificable. El hecho de que algunos ca- 'en
sos la e ección e preSI ente no sea rea Izada estrictamente en forma direc-
ta sino a través de colegios electorales elegidos por sufragio popular, como
ocurre en los Estados Unidos y sucedía en la Argentina antes de la reforma
de 1994, no invalida el carácter directo. Esto principalmente por tres moti-
vos. En primer lugar porque, a diferencia del parlamento, el colegio electo-
ral no es un cuerpo permanente sino que se reúne al solo efecto de realizar
la elección presidencial. Una vez desarrollada su tarea específica se disuel-
ve. En segundo lugar, porque en los hechos el colegio electoral no hace sino
ratificar la voluntad mayoritaria del electorado (expresada por medio del vo-
to). apesar de ue los ciudadanos eligen electores no un residente, el vo-
..to es emitido en función_de los can i atos presidenciales, y los e ectores son
elegidº-S_..en funsión_de su compromiso de apoyar a un determinaaocanCIIaa-
too En la é oca moderna"caractenzada poreIavancedé ros partidos políti-
cos, el colegio electoral es só o un orm Ismo . m men e, y vez o mas
importante, por que el presidente no es responsable ante el colegio electoral
sjno ante el electorado, que puede deponerlo sólo al final de su mandato. Só-
lo es responsable ante guien lo inviste, el pueblo. En función de esto, no pue-
de dudarse de qJle)a fuente de legitimidad del gobierno es directa aun en ca-
so de que existan, formalmente, colegios electorales 9o .
De todos modos, la mayoría de los casos evitan este "anillo intemledio"91.
La designación presidencial se hace por lo general a simple pluralidad de su-

89 En los Estados Unidos, de las quince elecciones en que la votación popular no arrojó tilla
mayoría absoluta (únicamente cinco durante este siglo), el colegio electoral designó sólo en tres ca-
sos (1824, 1876 Y 1888) al candidato que había obtenido la segunda minoría en cuanto al caudal
electoral. Los tres episodios tuvieron lugar en una época "prepartidista".
90 En una misma línea, Cotta, M.: op. cit., se refiere a ''la extremada inconsistencia institucio-
nal" de los colegios electorales (pág. 324).
91 La expresión pertenece a Cotta, M.: op. cit., pág. 334.

255
fragios -esto es, el candidato más votado es designado aun si no ha obteni-
do la mayoría absoluta- o "forzando" una mayoría absoluta por medio del
mecanismo de doble vuelta o ballotage (Chile, Brasil, Costa Rica, Argentina).
En algunos casos de elección sin colegio electoral, ante la ausencia de
"l!!l.fI,. mayoría absoluta a nivel electoral y sin la posibilidad de acudir al
l1}ecanismo de ballotage, la decisión final queda en manos del congreso.
E;n este esquema, por lo general el congreso otorga la investidura a guien
haya recibido la mayoría simple (simple pluralidad) de los sufragios. Es-
te mecanismo caracterizó al presidencialismo chileno entre 1932 y 1973,
siendo en este sentido relevante la elección en 1970 del socialista Salva-
dor Allende, quien sólo había alcanzado una pluralidad de poco más de un
tercio de los votos, gracias al apoyo que le dieron en el congreso los demo-
cristianos.
Más recientemente, Bolivia ha demostrado cómo, en función de acuer-
dos de élite que buscan la estabilidad política, otro candidato puede ser
elegido, incluso siendo el segundo (1985) o el tercero (1989) en la prefe-
rencia electoral. Sin embargo, aun en este caso asemejar este sistema al
parlamentarismo es quedarse sólo en lo superficial. En primer lugar, por-
gue su rol es meramente arbitral: ante la falta de una mayoría expresa-
da en términos electorales, la designación del presidente no es una fun-
ción ro ia sino derivada de la ausencia de una ma oría absoluta. En se-
gundo lugar, no existe una dua idad funciona entre el jefe de gobierno y
el jefe de Estado sino que el presidente es investido con amb9Jl3triQ,utoª-__ _
de autoridª(t_En tercer lugar, el presidente es designado por un plazo --
jo, que no puede ser modificado. Y finalmente, en parte derivado del pun-
to anterior, e.l ¡¡residente no es responsable ante el congreso ni está
to a su voto de censura 92 •
Siguiendo con las características estructurales del presidencialismo,
una ya ha sido mencionada al pasar: el presidente concentra en su persona
los roles de jefe de Estado, de características meramente ceremoniales, y de
jefe de gobierno, en virtud del cual se desempeña como órgano ejecutivo de
la nación. N o existe, como en el caso del parlamentarismo, una separación
de ambos roles en funcionarios diferenciados.
Asimismo, el carácter colegiado del parlamentarismo contrasta con la
unjQersonalidad de la estructura del presidencialismo. Esto no se relacio-
na sólo con la unificación de la jefatura de Estado y de gobierno en manos
de una sola persona, sino principalmente con la relación que se establece

92 En este sentido, vale la sugerencia de Sartori acerca de que no es conveniente reclasificar


un sistema por el solo hecho de que alguno de sus elementos no se ajuste estrictamente al tipo ideal,
a menos que se altere su l6gica sistémica. Sartori, Giovanni: Comparative Constitutional Enginee-
ring, Mac Millan, Londres, 1994, cap. 5.

256
entre el presidente y el resto de los miembros del gobierno, específicamen-
te, con los ministros (o secretarios). En el presidencialismo, éstos son de-
signados directamente por el presidente, quien tiene la facultad de remo-
verlos a su arbitrio. En este sentido, ni siquiera a nivel teórico se supone
-que el presidente sea unprimus inter pares: tiene una absoluta preeminen-
en el parlamentarismo el origen de la legitimidad del primer
ministro y del resto de los miembros del gabinete es la misma -el parla-
mento-,.aquí el presidente posee una legitimidad directa del pueblo, y los
ministros de enden sólo de la fi ura del residente or ser él mismo uien
los elige93 . omo señala Cotta, la estructura co egiada del parlamentaris-
mo se enfrenta a otra estructura de dos niveles, propia del presidencialis-
mo: el nivel del jefe de Estado/jefe de gobierno, con legitimidad democráti-
ca, y el nivel de los ministros, con una legitimidad de segundo grad0 94 •
Finalmente, existe una estricta incompatibilidad entre el cargo de miem-
bro del gobierno (sea el de presidente o el de ministro) y el de miembro de par-
lamento. Así, éste pierde una de las posibilidades de control que posee en el
parlamentarismo, en la medida en que controla a sus propios miembros.
La legitimidad popular que implica haber sido investido directamente
por la ciudadanía; la unificación de la jefatura de Estado y de gobierno en
manos de una misma persona; el carácter unipersonal de la estructura de go-
bierno; la separación "personal" entre el gobierno y el parlamento; la impo-
sibilidad de remover al presidente tanto por parte del congreso como por par-
te de quien le otorga la investidura, el pueblo; todos estos elementos refuer-
zan la centralidad que adquiere el rol presidencial dentro de esta forma de
gobierno.
:ij'rente al presidente se levanta, separado, el congreso, sede del poder le-
gislatiyo. Si del presidente depende la implementación de las políticas públi-
cas, y principalmente la fijación de un plan de gobierno, el congreso es el ór-
gano encargado de generar decisiones por medio de la legislación. Aquí se ve
claramente lo que se denomina "separación de poderes", esto es, la distribu-
ción de las distintas funciones del poder en órganos institucionales diferen-
ciados: ningún funcionario puede ser miembro de ambos poderes en forma
simultánea; si bien el presidente posee una gran centralidad debido a los ele-
mentos ya señalados, su talón de Aquiles reside en la necesidad de contar
con un parlamento que no trabe sus iniciativas; cada poder conserva su in-
dependencia respecto del otro y al mismo tiempo carece de mecanismos de

93 En la Constitución chilena de 1925, vigente hasta 1973, y en la Constitución uruguaya de


1967, aún vigente, los ministros están sujetos a la censura parlamentaria. Sin embargo, su utiliza-
ción es poco frecuente. Sólo en Chile el mecanismo revistió alguna relevancia debido al enfrenta-
miento gobiern%posición, traducido institucionalmente en gobierno vs. Congreso.
94 Cotta, M. (1988), págs. 339 y 340.

257
presión mutua; ni el presidente puede disolver al congreso ni
moverlo mediante un voto de censura95 .
Sin embargo, si bien la división de poderes o separación de funciones en-
tre diferentes órganos institucionales implica la delimitación de esferas de
acción, aun en 'el caso del presidencialismo la distinción no es en absoluto ta-
jante. De alguna manera, a nivel estructural los diferentes gobiernos presi-
denciales se pueden distinguir en función del grado en que el ejecutivo y el
legislativo se encuentran interrelacionados: la extensión en que la designa-
ción de algunos altos cargos del Estado (judicial, militar y diplomático), aun-
que realizada por el presidente, deba contar con la aprobación del congreso;
la existencia las osibilidades de su utilización, de mecanismos como el
juicio político y el impeachment; la facultad del gobierno e vetar, t6tarü par-
cialmente, las decisiones del congreso; la facultad presidencial de iniciativa
legislativa, e inclusive, de iniciativa exclusiva en al@nas materias, etcétera.
Aunque las diferentes forn1as en que se desarrollan y utilizan los cita-
dos mecanismos introducen modificaciones en el funcionamiento de los dife-
rentes casos de presidencialismo, el hecho de que las mismas estén desarro-
lladas, aun de manera embrionaria, en la mayoría de los casos nos permite
asegurar que, más que un ejemplo de división de poderes, nos encontramos
en realidad ante una interdependencia por coordinación entre los poderes,
en la medida en que, al estar el gobierno absolutamente separado del poder
legislativo, el funcionanúento del esquema institucional depende de la posi-
bilidad de articularlos96 .
Junto a estas diferencias estructurales existe otra, ya señalada en el ca-
so del parlamentarismo, referida al impacto que tiene el tipo sistema de par-
tidos sobre el funcionamiento del gobierno presidencialista y, más precisa-
mente, al grado en que altera la separación/interdependencia por coordina-
ción de los poderes. En efecto, suponiendo que la estructura de los partidos
es rígida, en un sistema bipartidista, cuando el partido que ocupa el gobier-
no posee la mayoría del congreso, el modelo funciona de forma muy pareci-
da al gobierno de gabinete, especialmente en los casos en que el presidente
es al mismo tiempo el líder del partido.
Por el contrario, cuando el congreso y la presidencia son
por partidos diferentes, situación improbable en un sistema parlamentario
y absolutamente imposible en el gobierno de gabinete, el presidencialismo

95 Los mecanismos de juicio político e impeachment no sólo son poco frecuentes sino que tam-
poco implican una censura por diferencias políticas sino por comisión de delitos o por mal desem-
peño de las funciones públicas. Aunque poco común, recientemente ha sido utilizado para la desti-
tución de los presidentes Fernando Collor de Melo (Brasil, 1992) y Carlos Andrés Pérez (Venezue-
la, 1993), ambos en medio de acusaciones de corrupción.
96 Loewenstein, K: op. cit., págs. 54-62.

258
está sujeto a tironeos y empates que generan la parálisis de gobierno y,
eventualmente, conducen a la inestabilidad del sistema. En casos en los
que, como ocurre en los Estados Unidos, la estructura partidaria es débil,
estos peligros se reducen ya que, si bien el gobierno no siempre posee un
mayoría propia, tiene sin embargo la posibilidad de cooptar a legisladores
de la oposición.
En situaciones en que no existe una mayoría clara a nivel del congre-
so, debido al carácter multipartidista del sistema de partidos, las posibili-
dades de acción dependen de la capacidad que tenga el gobierno para esta-
blecer alianzas políticas a nivel congresual. De esta manera, un presiden-
te que debe gobernar por un mandato fIjo sin poseer apoyo parlamentario,
o ante la incertidumbre acerca de si lo podrá conservar, es el elemento que
se coloca en el centro de la rigidez atribuida a la forma de gobierno presi-
dencialista.

2.4.3 Semipresídencíalismo
El semipresidencialismo puede ser considerado como una "forma inter-
media" entre el presidencialismo y el parlamentarismo. No existe un grap.
consenso teórico acerca de su consistencia. De hecho, el mismo ha sido deno-
minado alternativamente como semipresidencial, semiparlamentarip, presi-
dencialismo sui generis, forma de gobierno híbrida, forma de gobierno mix-
ta. Incluso Loewenstein considera al semipresidencialismo como una forma
especial dentro del parlamentarismo, pero sin embargo le otorga diferentes
etiquetas a la V República francesa (parlamentarismo frenado) y a la Repú-
blica de Weimar en Alemania entre 1918 y 1933 (parlamentarismo híbrido).
Son pocos los países que han adoptado esta forma de gobierno. Además de la
República de Weimar y la V República Francesa, sólo Austria, Portugal, Fin- '
landia, Irlanda, Sri Lanka e Islandia lo hicieron.
Su característica principal es combinar una estructura parlamentaria
con lp.'elección de un presidente directamente por la ciudadanía Al igual que
en el parlamentarismo, existe la distinción entre un presidente. (jefe de Es-
tado), y un primer ministro (jefe de gobierno) que descansa sobre la confIan-
za del parlamento; los miembros del gabinete deben serlo del parlamento al
mismo tiempo97, y el gobierno es ejercido por el primer ministro y el resto de
los miembros del gabinete. En todos los casos (excepto Irlanda) el gobierno

97 En realidad ésta no es una característica defmitoria, De hecho, en la mitad de los casos ac-
tuales (Finlandia, Francia e Irlanda) la pertenencia al gabinete es incompatible con el cargo parla-
mentario,

259
es designado de manera implícita, esto es, no necesita de una expresa vota-
ción sino que basta con la aquiescencia pasiva de los parlamentarios.
Pero al mismo tiempo, el presidente es elegido por yde
esta manera tiene una legitimidad democrática equivalente a,Jª del parla-
mentQ. Si bien no posee todo el poder de su igual en un sistema presidencia-
lista, y debe delegar la mayor parte de las acciones gubernamentales
. primer ministro y su gabinete, su rol deljefe de Estado deja de ser meramen-
" te ceremonial y simbólico para convertirse en un poder regulador. Eljefe de
gobierno debe contar incluso con la confianza del
te. Después de todo, la fuente de legitimidad del presidente y del congreso es
")( exactamente la misma.
De alguna manera, el semipresidencialismo se acerca al dualismo propio
de las monarquías constitucionales, en las que junto al'dúo rey/parlamento,
ambos con importantes poderes, coexiste un gabinete que media entre ellos,
y que depende del apoyo de ambos. Como es obvio, la gran diferencia entre
ambos modelos se evidencia con sólo comparar la legitimidad del monarca,
tradicional, con la del presidente, democrática.
El desempeño concreto de esta forma de gobierno demuestra que el b-ª-
lance de poder entre las fuerzas políticas, junto a las
de los presidentes, influyen en la medida en que subrayan su pada-
mentarías o presidenciales. En este sentido, la separación entre el texto
constitucional y la práctica política es bastante amplia. De hecho, politólogos
como Sartori aseguran que el concepto de semipresü:léncialismo implica
ajustarse de una manera demasiado estricta al formato constitucional, ya
que, según la forma en que realmente funciona, habría que reubicar a cada
caso comoparlanlentario o como presidencialista98 .
Las diferencias entre los países que comparten esta fornla de
gobierno -y que permiten proceder a la relocalización recientemente aludi-
da- puede detectarse en función de tres elementos. El primero se refiere
concretamente a las características institucionales del mismo en cuan.j;Q alas
prerrogativas constitucionales otorgadas al presidente: desde el caso,.de Ir-
landa, donde las escasas prerrogativas lo asemejan casi a un jefe de Estado
parlamentario, hasta casos como Islandia o, principalmente, Finlandiª, clOI!-
de el presidente se convierte de jure en un actor clave del proceso político .
. El elemento es la propensión de los presidentes a la utiliza-
ción de las acultades habilitadas or la constitución. Esto se relaciona, por
un lado, con la capacidad política de guien ocupa a función presidencial, y
por otro lado, con las rutinas concretas que se cristalizan en el funciona-
miento de los sistemas políticos. Por ejemplo, aunque Francia -junto con

98 Sartori, G.: Comparative ... , op.cit.

260
Irlanda- es el país que menos prerrogativas le otorga al presidente, es el
caso que más se ha acercado a la realidad del presidencialismo. De la mis·
ma manera, aunque el presidente de Islandia posee gran cantidad de pre·
rrogativas -sólo superadas por la constitución de Finlandia-, la forma en
que realmente funciona el gobierno lo acerca casi totalmente a una mecá·
nica parlamentarista 99 .
. r elemento ue ermite establecer diferencias entre
ü residencialismo se refiere al balance e o er po- X
m' s es ecíficamente a la coincidencia de la mayoría presi encial
con la En este sentido es posible encontrar, a menos, tres
interacciones básicas. En la primera el presidente se encuentra en oposición
con respecto a la mayoría parlamentaria; en consecuencia, posee únicamen-
te una función reguladora del proceso político. En este caso se dan fenóme-
nos de "cohabitación", como ocurrió en Francia entre 1986 y 1988 Y entre
1992 y 1995, cuando un presidente socialista (Mitterrand) debió convivir con
una mayoría parlamentaria, y en consecuencia con un primer ministro, de
extracción derechista. La función presidencial se asemeja en gran medida a 1
la del jefe de Estado parlamentario, aunque aquí puede resguardar una fun·
ción arbitral (reguladora) que sirva de contrapeso político.
La segunda interacción se da cuando la mayoría en el parlamento, que
domina al gobierno designando al jefe de gobierno y su gabinete, coincide con
la presidencial, pero el presidente no es el líder del partido mayoritario. En
este sentido, el líder del partido mayoritario se convierte en primer ministro,
haciendo efectivo el rol de jefe de gobierno, mientras que eljefe de Estado se
convierte meramente en un símbolo, encajando así casi con el
rol de su par parlamentario.
Finalmente, cuando el presidente es el líder del partido mayoritario en'
el parlamento, pasa a tener de hecho un poder sinlliar a su par de cualquier
país presidencialista. En este caso el gabinete (incluido el primer ministro)
no pasa de ser en cuanto a su ejecutividad un apéndice del jefe de Estado,
quien se convierte en el actor que efectivamente ejerce el gobierno. En sín-
tesis, es indudable que, a pesar de su especificidad, no son desdeñables los
argumentos que incitan a la relocalización de los países senlipresidencialis·
tas dentro de alguna de las formas de gobierno anteriormente desarrolladas.

99 Duverger, Maurice: Jaque al Rey, EUDEBA, Buenos Aires, pág. 17. No deja de ser un caso
curioso el de Finlandia. A pesar de que es el país que constitucionalmente le otorga más atribucio-
nes al presidente, y el segundo en cuanto a la utilización efectiva, después de Francia, según el
ordenamiento de Duverger, es el único caso en el que aquél no es elegido estrictamente de manera
directa, sino a través de un colegio electoral que, además, posee una gran discrecionalidad en cuan-
to a la selección de candidatos.
100 En esta diferenciación seguimos a Duverger, M.: op. di.

261
UNIDAD VI
UNIDAD VII
l. POPULISMO: AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS

El populismo, como categoría de análisis político, nos enfrenta a pro­


blemas muy específicos. Por un lado, es una noción recurrente, que
no sólo es de uso generalizado, ya que forma parte de bdescripción
de una amplia variedad de movimientos políticos, sino que también
intenta capturar algo central acerca de éstos. A mitad de �amino en­
tre lo descriptivo y lo normativo, el concepto de "populismo" intenta
comprender algo crucialmente significativo sobre las realidades polí­
ticas e ideológicas a las cuales refiere. Su aparente vaguedad no se
traduce en dudas acerca de la importancia de su función atributiva.
Sin embargo, no existe ninguna claridad respecto del contenido de tal
atribución. Un rasgo característico persistente en la literatura sobre
populismo es la reticencia --o dificultad- para dar un significado pre­

ciso al concepto. La claridad conceptual -ni qué hablar de definicio­
nes- está visiblemente ausente de este campo. En la mayoría de los
casos, la comprensión conceptual es reemplazada por la invocación a
una intuición no verbalizada, o por enumeraciones descriptivas de
una variedad de "rasgos relevantes" -una relevancia que es socavada,
en el mismo gesto que la afirma, por la referencia a una proliferación
de excepciones-. El siguiente es un ejemplo típico de las estrategias
intelectuales que tratan el "populismo" en la literatura existente:

El populismo por sí mismo tiende a negar cualquier identificación con, o


clasificación dentro de, la dicotomía .izquierda/derecha. Es un movimiento
multidasista, aunque no todos los movimientos multiclasistas pueden
consider�se populistas. El populismo probablemenre desafíe cualquier
definición exhaustiva. Dejando de lado este problema por el momento,
el populismo generalmente incluye componentes opuestos, como ser el
reclamo por la igualdad de derechos políticos y la participación universal

15
16 LA DENIGRAC!ON DE LAS MASAS POPUL!SMO, AMBIGÜEDADES y
PARADOJAS 17
de la gente común, pero unido a cierta forma de autoritarismo a menudo conocido libro sobre el tema compilado po
r Gh'Ita I onescu y Emest
bajo un liderazgo carismático. También incluye demandas socialistas (o
Ge11 ner.3
al menos la demanda de justicia social), una defensa vigorosa de la pe­
queña propiedad, fuertes componentes nacionalistas, y la negación de la
importancia de la clase. Esto va acompañado dé la afirmación de los de­
Los impasses EN LA LITERATURA SOBRE POP
rechos de la gente común como enfrentados a los grupos de interés p rív i­ UUSMO

legiados, generalmente considerados contrarios al pueblo y a la nación.


A Dada la "vaguedad" del concepto de . .
Cualquiera de estos elementos puede acentuarse según las condiciones populismo y ¡ a ffiUlt!p. 1 lCld ad
.
sociales y culturales, pero están todos presentes en la mayoría de los mo­ d e feeno
, menos que han S!d subsumidos
bajo este rótulo, una prime-

vimientos populistas.1 ra estrateg¡a mtelectua! posible sería no inte
. . . . ntar lr
. mas , al!,a de 1 a pro-
pia mulnpliCJdad es decir, perma_c¡ecer den
tro de ella, anal'1zar l a gama
Al lector no le resultará difícil ampliar la lista de rasgos relevantes de Y,
de casos empíricos que abarca, sacar cual
esquiera condt.<siones que
Germani o, por el contrario, mencionar movimientos populistas en sean posibles de una comparacion limi
tada y descriptiva entre ellos.
los cuales varios de estos rasgos están ausentes. En ese caso, lo que nos Esto es lo que Intenta hacer Canovan
en su trabajo, que incluye fenó­
queda es la imposibilidad de definir el término, una situación no menos tan dispares como el populism
o estadoun¡'dense , ws
' naro dntRZ · L .·
. . ntos
rusos, los movimie
muy satisfactoria en lo que al análisis social se refiere. agrarios europeos surgidos lueg
o de la prime-
Quisiéramos, desde el comienzo, adelantar una hipótesis que va a ra guerra mundJal, e! Social Credit en
Alberra y el peronismo en la
guiar nuestra indagación teórica: que el impasse que experimenta la Argentina, entre otros.
teoría política en relación con el populismo está lejos de ser casual, ya Es importante que nos concentrem
os por un momento en la mane­
que encuentra su raíz en la limitación de las herramientas ontológicas ra como Canovan se ocupa de esta
diversidad (es decir, cómo intenta
actualmente disponibles para el análisis político; que el "populismo", abarcarla a través de una tipología)
y en las conclusiones que saca
de
ella. La aurora es perfectamente con
como lugar de un escollo teórico, refleja algunas de las limitaciones sciente de las verdaderas d'Imen .
. sw-
inherentes al modo en que la teoría política ha abordado la cuestión �es de la d!vemdad, que se puede
·

observar, para empezar, en la plur


a-
de cómo los agentes sociales "totalizan" el conjunto de su experiencia lidad de defimclünes de populism
o que se encuentran en la literatur
a
política. Para desarrollar esta hipótesis comenzaremos por considerar existente. A connnuación, la lista
que nos brinda Canovan:

es campesinos atr��ados que enfr


algunos de los intentos actuales de resolver la aparente insolubilidad
de la cuestión del populismo. Tamaremos como ejemplos los prime­ l. "El socialismo que [surge] en país
en­
ros trabajos de Margaret Canovan2 y algunos de los ensayos de un tan los pro blemas de la moderni
zación."

do� por el abuso del capital industria


2. "Básicamente, la ideología de pequeñ
os pobladores rurales amenaza
-

3. " B a:t�amente [...] un movimie


l y financiero."
1 Gino Germani, Authoritarianism, Fascism and National Populúm, New
nto rural que busca realizar los v
Brunswick, Nueva Jersey, Transaction Books, 1978, p. 88 [trad. esp.: Autoritarismo, alores
tradiciOnales en una sociedad
cambiante. ,
fascismo ypopulismo nacional Buenos Aires, Temas, 2003].
2 Margaret Canovan,- Populism, Londres, J��ction Books, 1981. En este capítulo 3 Ghita Ione scu y Ernest Geiiner (comps.)
. . , popu¡·JSm. lts Meaning and National
me estoy refiriendo sólo a este temprano estudio exhaustivo. En la segunda parte voy Ch aractenstt cs, Londres, Macmillan, 1 969
[trad · esp·. Po'Pulismo, sus stgm
.
hacer referencia al reciente trabajo de Canovan, que abre una nueva perspectiva. características nacw· nales, Buenos Aires, Amorrortu, 1970· ificados y
].
18 LA DENIGRAC!ON DE LAS MASAS POPUI.ISMOo AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS 19

4. "La creencia de que la opinión mayoritaria de la gente es controlada Lo primero que podemos observar es que esta tipología carece de


por una minoría elitista." . . cualquier criterio coherente alrededor del cual se establecen sus dis­
. .
pnn­
5. "Cualquier credo 0 movimiento basado en la s1gU1 nte premisa tinciones. ¿En qué sentido puede afirmarse que los populismos agra­
te
cipal: la virtud reside en la gente simple, que constituye la aplastan rios no son políticos? ¿Y cuál es la relación entre los aspecros sociales
mayoría, y en sus tradiciones colectivas." y políticos de los populismos "políticos" que dan lugar a un modelo
tal es su­
6. "El populismo proclama que la voluntad de la gente como de movilización política diferente del agrario? Pareciera que Canovan
prema por sobre cualquier otro criterio." simplemente hubiera elegido las características más visibles de una
clase
7. "Un movimiento político que cuenta con el apoyo de la masa de la serie de movimientos tomados al azar, para luego moldear sus tipos
·
· dora urbana yjo del campesmado, pero que no es
trabaJa resultad o del
,,, ¿_tsrintivos sobre la base de sus diferencias. Pero esto difícilmente cons­
poder organizativo autónomo de ninguno de estos dos sectores. tituye una tipología digna de tal denominación. ¿Qué nos garantiza
que las categorías sean exclusivas y que no se superpongan entre sí (lo
Frente a tal variedad, Canovan considera importante distinguir entre cual, de hecho, es exactamente lo que ocurre, como reconoce la pro­
un populismo agrario y otro que no es necesariamente rural, s1no
pia Canovan)?
esencialmente político y basado en la relación entre el pueblo y las
Quiza se podría sostener que lo que Canovan nos brinda no es una
elites. A partir de esta distinción, traza la siguiente tipología: tipología, en el sentido estricto del término, sino más bien un mapa
de la dispersión lingüísrica que ha dominado los usos del término
Populismos agrarios "populismo". Su alusión a los "parecidos de familia" de Wittgenstein
.
1 . El radicalismo agrario (por ejemplo, el Parndo del Pueblo de los Esta- pareciera, hasta cierto punto, apuntar en esta dirección. Pero aun si
dos Unidos). éste fuera el caso, la lógica que domina esa dispersión requiere una
2. Los movimientos campesinos (por ejemplo, el Levantamiento Verde precisión mucho mayor que la provista por Canovan. No es necesa­
·

de Europa del Este). rio que los rasgos que constituyen un síndrome populista se limiten a
. .
3. El socialismo inrelectual agrario (por ejemplo, los narodmki). un modelo lógicamente unificado, pero al menos deberíamos ser ca­
paces de comprender cuáles son los parecidos de familia que, en cada
Populismos políticos caso, han dominado la circulación del concepto. Canovan, por ejem­
4. Las dictaduras populistas (por ejemplo, Perón). plo, señala que el movimiento populisra en los Estados Unidos no .
5. Las democracias populistas (por ejemplo, las convocatorias a referendos sólo fue un 1novimiento de pequeños productores rurales, sino que
y a la "participación"). también tuvo "un destacado aspecto político como rebelión popular
6. Los populismos reaccionarios (como el caso de George Wallace Y sus contra la elite de plutócratas, políticos y expertos"' inspirada en l a

7. El populismo de los políticos (por ejemplo, la construcc10n gen�ral de


seguidores). C.emocracia jacksoniana. Ahora bien, ¿no nos está diciendo, e n ese
. ,

caso, que la razón para denominar "populista" a ese movimiento no


um�
coaliciones no ideológicas que se benefician con la convocatona se halla en su base social (agraria), sino en una inflexión de esa base
ficadora al "pueblo")-' por una particular lógica política, yna lógica política que está presen-
4 M. Canovan, op cit., p. 4.
5 !bid p. 13.
.. ó !bid., p. 58.
LA DENIGRACIÓN DE LAS MASAS POPULISMQ, AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS 21
20

te hablando, altamente hete- nantemente agrícola de la sociedad afirma como su estatuto de acción
te en movimientos que son, socialmen
política, su creencia en una comunidad y (generalmente) un Volk como
rogéneos? . . excepcionalmente virtuoso, igualitario y contra toda elite, mira hacia un
vario s punt os de su análi sis, Canovan está cerca de ambwr la
En pasado místico para regenerar el presente y confunde usurpación con
a política que orgamza cual­
especificidad del populismo a la lógic . cCJnspiración exuanjera, se niega a aceptar ninguna doctrina de inevitabi­
os mismos. As1, por
quier contenido social, más que a los contemd
ejemplo, afirma que los dos rasgos

universalmente prese tes en el
lidad social, política o histórica y, en consecuencia, se vuelca a la creencia
en un apocalipsis inmediato, inminente, mediado por el carisma de líde­
lo y el annelmsmo. Llega m­
populismo son la convocatoria al pueb res y legisladores heroicos -una especie de nuevo Licurgo-. Si con todo
rasgos puede ser atnbU!do de
eluso a afirmar que ninguno de los dos esto hallamos un movimiento de asociación de corto plazo, con fines

ía el cammo a la determm�­
l o político (ideológico)
un modo permanente a un contenido socia políticos a ser alcanzados por la intervención estatal, y no un partido
político serio, real, entonces estamos frente a un populismo en su forma
particular. Podría pensarse que esto abrir
a política y no de conteni­ más típica.10
ción de ambos rasgos en términos de lógic
ocurre, ya que Canovan en­
dos sociales. Sin embargo, nada de esto
social un inconveniente que No debería sorprendernos entonces que, después de una descripción
cuentra en esa falta de determinación
categorías que correspon­ tan detallada de lo que es el verdadero populismo, MacRae tropiece
reduce considerablemente la utilidad de las
ntes. Así, "la exaltación de con algunas dificultades para aplicar su categoría a populismos "real­
den a sus dos rasgos universalmente prese
variedad de formas. Como mente existentes". En consecuencia, debe aceptar que los populismos
este ambiguo 'pueblo' puede tomar una
as de la retónca peromsta contemporáneos tienen poco en común con su modelo ideal:
abarca todo, desde las manipulaciones cínic
a mucho a la definición
hasta la humildad de los narodniki, no aport
' ción mejora sólo de manera El populismo de fines del siglo XX no ha sido transmitido desde Rusia ni
del concepto de populismo".8 Y la situa
los Esrados Unidos de un modo significativo. Más bien, ciertos puntos
marginal en el caso del antielitismo.9
del pensamiento europeo han sido difundidos y recombinados para for­
mar diversos populismos nativos. En ellos, algunas de las ambigüedades
B. Si el análisis de Canovan tiene, aún así, el mérito de no tratar de
de los antiguos populismos se han complicado con elementos tanto pri­

populismo -y, en este sentido evita el peor tipo de reducc� o� tsmo-,


eliminar la multiplicidad de formas que ha tomado históricamente el
mitivos como progresistas. La raza (cf négritude) y la rdigión {especial­

'.
mente el Islam, pero también d budismo, el cristianismo milenarista y el

!
la mayor parte de la literatura en este campo no ha res1st1do a la hinduismo) se han agregado a la combinación de la virtud arcaica y la
'1 tentación de atribuir al populismo un contenido social particular. personalidad ejemplar� El primitivismo agrario constituye una fuerza dis­
'!
Por ejemplo, Donald MacRae escribe: minuida, aunque en India parece prosperar. La conspiración y la usurpa­
ción se combinan en las diversas teorías sobre d neocolonialismo y las

pop lista cuando, bajo la amenaza de algún tipo de modernización, i� ­


Pero sin duda, vamos a utilizar automática y correctamente el término acciones de laCIA [Centrallntelligent Agency]. La "asimetría de princi­
� pios cívicos" se ha convertido en la norma de la "acción directa" populis­
dustrialización, o como quiera que lo llamemos, un segmento predomt- ta. La espontaneidad y la integridad son apreciadas, pero ahora son espe-

7 !bid., p. 294. 10
Donald MacRae, "Populism as an ideology", en G. Ionescu y E. GeHner
" !bid.
(comps.), op. cit p. 168.
..
9 !bid., pp. 295-296.
LA DENIGRAC!ON DE LAS MASAS POPULISMO, AMBIGÜEDADES y PARADOJAS 23
22

También es difícil para el populismo ser proletar1· o. El pensamiento · tra


cialmente identificadas con los jóvenes, de manera que la juventud ideal -

(una figura familiar en el mito) ha reemplazado en gran medida al peque­ dicional está menos difundido entre los proletarios que entre los artesa -

ño propietario agrario y al campesino sin instrucción como personalidad nos. El traba;_ o de aquéllos está su¡'eto a una d.isc¡'pll·na de gran esca¡a, que
_
de culto. El marxismo moderno, en su giro hacia el "joven Marx", ha de hecho contradice la premisa principaL
pasado a ser populista. El populismo existe en los asuntos consensuales y
el apoliricismo difuso de la "Nueva Izquierda" . 11 Pero dos páginas más adelante afirma:

El problema con esta enumeración caótica es, por supuesto, que los El socialismo e�tá mucho más distante que el fascismo, como podemos
_
ver en esos soctahstas quintaesenciales·. Marx, los Webb y St al'm. pero
movimientos aludidos antes tienen pocos o ninguno de los rasgos del

p�puhs�o en sus 1deas y comportamientos. Lo han seguido otros comu­


. . .,
populismo tal como es definido en el ensayo de MacRae. Si de todas Lenm admwo una gran influencia de los narodnikí y, de heeho, de¡
. .
maneras se los denomina populistas, es porque se supone que com­
_
msras, pnnopalmente Aldo [¡sic!] Gramsci y Mao Tse-Tung.
parten algo con el populismo clásico, pero de qué se trata este "algo"


no se nos dice absolutamente nada.
Uno p dría preguntarse qué otra cosa estaban haciendo Lenin y
Ésta es una característica general de la literatura sobre el populismo:
GramsCI SI no era Intentar construir una hegemonía proletaria. Pero
cuantas más determinaciones se incluyen en el concepto general,
el absurdo del ejercicio de Wiles se hace aún más evidente cuando
menos capaz es el concepto de hegemonizar el análisis concreto. Un
intenta hacer una lista de los movimientos que considera populistas:
ejemplo extremo es el trabajo de Peter Wiles;11 en él se elabora un

Estas pe�sonas y movimientos, entonces, son populistas y tienen mucho


muy detallado concepto de populismo: veinticuatro características

en comun: l �s Leve!lers; los Díggers; los cartisras (Fuerza Moral y Física);


que '!lbarcan una gran variedad de dimensiones, que van desde su

l�s na�odmkt;
carácter no revolucionario y su oposición a la lucha de clases hasta su _ los populistas
_ de los Estados Unidos; los socialistas-revolu­
adopción de la pequeña cooperativa como tipo ideal económico, ade­
cwnanos; Ghandi; Sinn Fein; la Guardia de Hierro; el Social Credit de
más del hecho de ser religioso pero contrario a la institución religio­
Alberta; Cárdenas; Haya de la Torre; el CCF en Saskatchewan·' Poujade­ '

sa. No resulta sorprendente, entonces, que Wiles dedique la segunda Belaúnde; Nyerere.13


parte de su trabajo al análisis de las excepciones. Estas últimas son tan

1
abundantes que uno comienza a preguntarse si existe algún movi­ No se nos die nada, por supuesto, sobre lo «mucho en común" que se
miento político que presente las veinticuatro características del mo­ supone que nenen estos líderes; un conocimiento mínimo de ellos "'S
delo de Wiles. Ni siquiera se priva de la autocontradicción. Así, w la suficiente para saber que no puede ser, de rodas maneras, el síndro �e
página 1 76 nos dice: descnpto al comienzo del trabajo de Wiles. Por lo tanto, su observa­
CIÓn final-"ningún historiador puede omitir el concepto [de populismo]
_
como herramienta de comprensión"- nos invita al comentario melan­

" !bid., p. 164. �


có ico de que a fin de omitir un concepto, uno debería poseerlo como
12 Peter Wües, "Asyndrome, nota doctrin
e: Sorne elementa¡y theses on Populism", pnmera medida.
en G. Ionescu y E. GeHner (comps .), o p . cit., pp. 163-17 9 [trad. esp.: ''Un síndrome,
mo", en G. Ionescu y E.
no una doctrina: algunas tesis elementales sobre el populis
" !bid., p. 178.
Gellner, Populismo, op. cit.}.
1
'

24 LA DENJGRACI6N DE LAS MASAS POPUUSMQ, AMBIGÜEDADES


Y PARADOjAS
25
En los textos que hemos considerado hasta ahora, aquello que es dos; de hecho, para insistir en la terminología
, . ut1"J1"zada en ¡a seccw· n I, no

específico del populismo -su dimensión definitoria- ha sido evitado pose1a una Ideo logía en un sentido serio, sino merame
nre una reton· ca. •

sistemáticamente. Deberíamos comenzar a preguntarnos si la razón de No sentó raíces profundas, porque de hech
o no habz'a nada que pu¿·1era

da � recipuadamenre, �ue podría ser abandona


_

crecer, simplemente una racwnahzación de los


_

lHCl·1es constrm-
_

esta sistematicidad no descansa tal vez en algún prejuicio político no . _ - tz"empos ¿·r- ·

formulado que guía la mente de los analistas políticos. Más adelante da una vez que las cosas
meJoraran. 16
veremos que el principalmérito de la contribución de Peter Worsley
al debate ha sido comenzar a apartarse de esos presupuestos. Sin em­
Y sobre las ideologías del Tercer Mundo nos dz
bargo, antes de esto deberíamos decir algo acerca de ellos, y para ello · · ente:
"ce 1o s1gm
nos referiremos a otro trabajo incluido en el volumen de Ionescu y

nen la aparienciá de paragua� abiertos de acue


En contraste con las consolidadas ideologías euro ·
· s tie
Gellner, el de Kenneth Minogue sobre "El populisrno como movi­ pea.s, estas creencia -
miento político".14 rdo con las exigencias dd
momento, pero desechables sm pena al cam
biar las circunstancias. y esto
Existen dos distincioaes sobre las cuales Minogue basa su análisis. parece totalmente sensato como reacción
fren-.te a 1a alternanc1a entre
·

La primera es la distinción entre retórica e ideología: "debemos distin­ desesperación y esperanza que experime
ntan los pobres penr · r:,enco
· sd
guir cuidadosamente entre la retórica utilizada por los miembros de . . _ e un
mundo Industnal!zad o. No pueden permitirse ser doctrina
rios; el
un movimiento -la cual puede ser plagiada de un modo aleatorio de pragman_ smo debe ser el único hilo de
su comportamiento [ ...] . p1enso · ,
cualquier parte, según las necesidades del movimiento-, y la ideolo­ entonces, que podríamos racionalizar legít
imamente la rendenc·1a crec·iente
._ -
gía, que expresa la corriente más profunda del movimiento".15 a utihzar el término "'populismo" para abar
. car muchos y ¿·1versos mov!·-

l�Ica: en el mundo moderno. El populism


La segunda es la distinción entre un movimiento y su ideología. mtentos como un reconocimiento de este
carácter particular de lasJea.s ·d
mov1�11e �to que se encuentra entre aque
AunqJe Minogue está lejos de ser coherente en su utilización de estas por·
llos conscientes de perten�cer a
o constituye un tipo de
distinciones, está claro que considera que existe una graduación nor­
la penfena pobre de un sistema industria
mativa, según la cual el nivel más bajo corresponde a la retórica y el l; en este sentido, puede consi­

aque!los cuy� impulso más profundo es


derarse como una reacción al industria
más alto al movimiento, quedando la ideología en una incómoda lismo. Pero es una reacción de
situación intermedia, entre las formas institucionales del movimien­ _ a menudo llegar a ser ellos mis­
mos mdu stnales: es sólo si no pueden unirse a
to y su degeneración en mera retórica. Esta última es el destino mani­ �
ogren) que los atacan. Y es esta ambivale
ellos (y hasta tanto lo
! fiesto del populisrno, que constituye una formación política esencial­ mtelectua1 de los movimientos populistas
ncia la que - da cuenta del vado
'
. !7
mente transitoria. Refiriéndose al populismo estadounidense,
Minogue afirma: � amos a concentrarnos ahora en estas
distinciones y en las estrategias

derarse �omo diferente de la retó


Intelectuales que las fundamentan
La "ideolog¡'a" so'lo puede consi-
·
·

Entonces nos encontramos aquí con un movimiento con dos caracterís­ .

rica involucrada en la acción polí


ticas importantes: desapareció rápidamente a! cambiar las condiciones, y szla retonca es entendida como
tica
un puro adorno dellena b uaJ·e, que no

i
su ideología constituyó una mezcolanza formada por elementos apropia- anecta en modo alguno a los con
tenidos transmitidos por éste. Ésta

1
es

! 14 G. Ionescu y E. Gellner (comps.), op. cit., pp. 197-2 1 1 . "!bid., p. 208.


" Ibzd., p. 198. " !bid., p. 209.
,, ,<"("--=----
,' i'

26 LA DENIGRACIÓN DE LAS MASAS POPUL!SMO, AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS 27

la concepción más clásica de la retórica, basada en su diferenciación


de la ideología, la retórica sería de hecho la anatomía del mundo
de la lógica. El equivalente sociológico de aquello a lo que se opone la
ideológico.
retórica es una noción de los actores sociales como consntwdos en Lo mismo puede decirse sobre la distinción entre "ideología" y
torno a intereses bien definidos, y que negocian racionalmente con el
"movimiento", que es crucial en argumento de Minogue (en algún
un milieu externo. Según esta visión de la sociedad, la imagen de punto nos advierte del peligro, para el investigador de un movimien­
agentes sociales cuyas identidades se constituyen e� tor� o a s mbolos � to, de "rendirse a su ideología").19 Sin embargo, ¿cómo separar de un
populistas difusos sólo puede ser una expresión de mac10nal1dad. La modo tan estricto la ideología del movimiento? La distinción misma

1
denigración ética que refleja el trabajo de Minogue es compamda evoca demasiado una antigua diferenciación entre las ideas en la ca­
''
por gran parte de la literatura sobre el populismo. Sin embargo, ¿qué beza de los hombres y las acciones en que éstos participan. Pero esta
ocurre si el campo de la lógica fracasa en su constitución como un distinción es insostenible. A partir de Wittgenstein sabemos que los
-
orden cerrado y se necesitan mecanismos retóricos para lograr ese juegos del lenguaje comprenden tanto los intercambios lingüísticos
cierre? En ese caso, los mismos mecanismos retóricos -metáfora, como las acciones en las cuales están involucrados, y la teoría de los
rnetonimia, sinécdoque, catacresis- se convierten en insuumentos actos del lenguaje ha establecido nuevas bases para el estudio de las
de una racionalidad social ampliada, y ya no podemos desestimar
f Es en este sentido que hemos hablado de los discursos como roralida­
secuencias discursivas que constituyen la vida social institucionalizada.
una interpelación ideológica como meramente retórica. Así, la impre­
cisión y el vado de los símbolos políticos populistas no pueden 'des esuuctu�adas que articulan elementos tanto lingüísticos corno no
desestirnarse con tanta facilidad: todo depende del acto performanvo )
lingüísticos., Desde este punto de visra, la distinción entre un movi­
que tal vado ocasione. Minogue, por ejemplo, afirma sobre los po­ miento y su ideología no sólo es imposible, sino también irrelevante;
pu\ist�s estadounidenses: _h que importa es la determinación de las secuencias discursivas a

Los populistas estadounidenses parecen haber estado reaccionando, �ás


t;;.vés de las cuales un movimiento o una fuerza social lleva a cabo su
acción política glob J)
precios de su producción[... ]. La cuestión es que cu�l��ier movimiento
directamente, contra la situación concreta de pobreza rural y los baJOS Como se puede ver, nuestro objetivo al cuestionar las distinciones
_
, de aliados;
de Minogue -a las cuales sólo tomarnos corno ejemplos de actitudes
seleccionará sus enemigos sin perder de vista la adqmstc!On Y
generalizadas en relación con el populismo- ha sido, en gran medida,

el hecho de proclamar que estaban reaccionando contra " stados Unidos
invertir la perspectiva analitica: en lugar de comenzar con un modelo
industrial" les dio a los populistas la posibilidad de una alianza con otros
grupos no populistas de la sociedad estadounidenses, tales como liberales de racionalidad política que entiende al populisrno en términos de lo
de las ciudades y anarquistas y socialistas urbanos.18 que le falta -su vaguedad, su vacío ideológico, su amiintelecrualidad,
su carácter transitorio-, hemos ampliado el modelo o la racionalidad
Pero obviamente, si mediante operaciones retóricas lograron consti­ en términos de una retórica generalizada (la cual, como veremos, puede
tuir identidades populares amplias que abarcaron a diversos sectores ser denominada "hegemonía"), de manera que el populismo aparez­
de la población, de hecho constituyeron sujetos populistas, y no tiene ca como una posibilidad distintiva y siempre presente de estructura-
sentido desestimar esto como mera retórica. Lejos de ser un parásito _19Véanse especialmente las páginas 204-208.
�Véase Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemonía y estratet)a socialista, Bue­
" !bid.. p. 199. nos Aires, FCE, 2004, capítulo 3.
28 LA DENIGRAC!ON DE LAS MASAS POPULISMOo AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS 29

�ue tntent� performél.r esos procesos de simplificación y vado, es


ción de la vida política. Una aproximación al populismo en términos dio a su rechazo elitista, deberían abordarse en términos de qué es ¡0
de anvrmalidad, desviación o manipulación es estrictamente incom­
patible con nuestra estrategia teórica. decir, la racwnalidad social que expresan.

L El \opulismo n� es percibido por Worsley como un tipo de orga­


Esto explica por qué nos resulta especialmente interesante el tra­
bajo de Peter Worsley incluido en el libro de Ionescu y Gellner.21
.
Aunque su intervención es un ejercicio principalmente descriptivo n!zac wn o 1deolog1a a ser comparado con otros tipos como el libera­
que escasamente logra aprehender conceptualmente la especificidad lismo, el comunismo o el socialismo, sino como una dimensión de la
1 del populismo, pienso que todos los movimientos incipientes que cultura polítíca que puede estar presente en movimientos de signo
í¡ ideológico muy diferente.
'

hace en esta dirección son fundamentalmente correctos. Tres de estos


movimientos son particularmente prometedores.
'1

El s ndrome populista [ . . ] es mucho más vasto que su manifestación
.

quie� ti� o espedfico de sistema político o tipo de política: democracia,


l. Pasa del mero análisis del contenido de las ideas al papel que ellas particular en la forma o contexto de una determinada política, 0 de cual­
juegan en un contexto cultural determinado, un papel que modifica

derad� como un énfasis, una dimensión de la cultura polí:tica en general,


rotahtansmo, etcétera. Esto sugiere que d populismo estará mejor consi­
no sólo sus usos sino también su propio contenido intelectual.
y no srmplemente como un tipo particular de sistema ideológico general 0
Se sugiere aquí, per contra, que las ideas, durante el proceso de ser absor­
bidas en sucesivos contextos culturales, diferentes de aquellos en los cua­
� orma de organización. Por supuesto, como ocurre con todos los tipos
Ideales, puede estar muy próximo a ciertas culturas y estructuras políti­
les se engendraron o han prosperado hasta ahora, no sólo asumen un cas, como aquellas denominadas hasta
ahora como "populistas".23
siWJ-ificado sociológico diferente, en tamo van a utilizarse de distinta
manera al ser incorporadas en nuevos marcos de acción, sino que tam­
Este movimiento es crucial, ya que si Worsley está en lo cierto -como
bién van a ser modificadas en tanto que ideas, ya que necesariamente
deben articularse con otro mobiliario psíquico: "intereses" preexistentes,
pienso que lo está-, entonces la necedad de todo el ejercicio de inten­
elementos y estructuras cognitivas, disposiciones afectivas, etcétera, que tar 1dennficar los conteilÍdos universales del populismo se vuelve evi­
dente: como hemos visto, ha conducido a intentos repetidos de iden­
tificar la base social del populismo, sólo para descubrir un mo�ento
son parte del milieu receptor. Las ideas "originales" deben ser entonces
intrínsecamente modificadas en el proceso convirtiéndose en ideas dife­
rentes.22 después que uno no puede hacer otra cosa que seguir denominando
"populistas" a movimientos con bases sociales completamente dife­
Ahora bien, esto es muy importante. La tarea no consiste tanto en rentes entre sí. Pero, por supuesto, si se intenta evitar este escollo
comparar sistemas de ideas en cuanto ideas, sino explorar sus dimen­ identificando al popu!ismo con una dimensión que atraviesa las dife­
siones performativas. Por ejemplo, la relativa simplicidad y el vacío rencias ideológicas y sociales, uno se enfrenta a la tarea de especificar
ideológico del populismo, que es en la mayoría de los casos el prelu- cuáles esta dimensión, algo que Worsley no hace, al menos de mane­
ra suficiente y convincente.
21
Peter Worsley, 'The concept ofpopulism", en G. lonescu y E Gellner (comps.},
op. cit., pp. 2 12-250.
B Jbid., p. 245.
n !bid., p. 213.
30 LA DENJGRACION DE LAS MASAS
POPULISMO, AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS
31
3. Estas dos desviaciones del enfoque clásico permiten a Worsley ha­ que, como hemos visto, ha estado en la base de muchos aná
cer oua serie de movimientos potencialmente fructíferos. Vamos a lisis apa­
rentemente "objetivos"-.
mencionar dos de ellos. El primero es su afirmación de que, para los
populismos del Tercer Mundo, "las clases socioeconómi as no cons­ �
tituyen entidades sociales decisivas como lo son en los pa1ses desarro­
EN BUSCA DE UN ENFOQUE ALTERNATIVO
llados [ . ] . La lucha de clases es, por tanto, un concepto irrelevan ­
..

te" 24 Se está reftriendo, por supuesto, a las ideologías del Tercer A partir de esta exploración rápida -y obviamente
incompleta- de la
Mundo y no está dando su propia opinión. Sin embargo, su análisis literatura, podemos continuar ahora con la búsqueda de
un enfoque
crítico de los límites de la concepción de Lenin acerca de la superpo­ alternativo que intente evitar los callejones sin salida que
describimos
sición de las distinciones socioeconómicas y las solidaridades socio­ antes. Para hacer esto debemos comenzar por cuestion
ar -y en algu­
políticas en el campesinado ruso, sugiere que -al referirse al rechazo nos casos invertir-los presupuestos básicos del anál
isis que ha con­
de la lucha de clases por parte del populísmo del Tercer Mundo-- no ducido a ellos. Debemos tomar en cuenta dos cues
tiones básicas.
está simplemente haciendo una consideración etnográfica de alguna l. En primer lugar, debemos preguntarnos
si la imposibilidad (o
forma de "falsa conciencia)), sino señalando una verdadera díi:iCllltad)áí probable imposibilidad) de definir el populismo
no proviene del he­
en el intento de generalizar la "lucha de clases" como motor universal cho de haberlo descrito de tal manera que cualquier
aprehensión con ­
El segundo movimiento consiste en su esfuerzo po� evita�,���H<
de movilización política. ceptual del tipo de racionalidad inherente a su
lógi ca política ha sido
excluida a priori. Pensarnos que, de hecho, esto
es lo que ocurre. Si al
quíer intento reduccionista y simplista de ver a la man1pulac10n populismo se lo define sólo en términos de
"vaguedad", "impreci­
puria como necesariamente constitutiva del popuhsmo. Afirma sión", "pobreza intelectual", como un fenómen
o de un carácter pu­
ramente "transitorio", "manipulador" en sus
procedimientos, etcéte­
sería conveniente[. .] alterar parte de la definición de populismo de
.
ra, no hay manera de determinar su dijferent
ia sp ecifica en términos
de manera talque -sin eliminar la "seudoparticipación" (demagogia, positivos. Por el contrario, todo el esfuerzo
bierno por televisión", etcétera)- se pudiera incluir ta..'11bién, y &;tirrg uLir;,¡j
parece apuntar a separar
lo que es racional y conceptualmente aprehen
la participación popular genuina y efectiva. Así, el "populism�" se re!en-'!(f sible en la acción polí­
tica de su opuesto dicotómico: un populism
ría no sólo a las relaciones "directas" entre el pueblo y un liderazgo o concebido como irra­
cional e indeftnible. Una vez tomada esta
cual inevitablemente en cualquier sociedad compleja, de gran escala, decisión intelectual estraté­
ser predominantemente pura mistificación o simbolismo), s no, e � � gica, resulta natural que la pregunta "¿qu
emplazada por otra diferente: "¿a qué real
é es el populismo?" sea re­
modo más amplio, a la participación popular en general (mdmda idad social y política se refiere
el populismo?". Al ser privado de toda
seudoparticipación).25 racionalidad intrínseca, el
explanam sólo puede ser completamente exte
rno al explanandum. Pero
Esto también es importante, ya que hace posible eliminar del análí,;ísfc\( corno al aplicar una categoría se asum
e que existe algún tipo de vínculo
del populismo cualquier actitud necesaria de condena ética -actítuct¡¡' externo que justifica su aplicación,
la pregunta generalmente es re­
emplazada por una tercera: "¿de qué
realidad o situación social es
'" !bid., p. 229. el
expresión populismo?". A esta altu
ra, el populismo está realmente
"!bid., pp. 245-246. relegado a un nivel meramente epif
enoménico. Para este enfoque no
32 LA DENIGRACIÓN DE LAS MASAS POPUUSMO: AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS 33
hay nada en la forma populista que requiera explicación; la pr,egtmt: la inmadu rez de los actores sociales destinado a ser suplantado en un
"¿por qué algunas alternativas u objetivos políticos sólo pudieron estadio posterior, o constituye más bien una dimensión constante de
expresados a través de medios populistas?" ni siquiera surge. De ]a acción política, que surge necesariamente (en diferentes grados) en
1
! ; único que estamos hablando es de los contenidos sociales (intereses rodas los discursos políticos, subvirtiendo y complicando las opera­
clase u otros intereses sectoriales) que expresa el populismo, mJL<Hlfa ciones de las ideologías presuntamente 'más maduras'?" Veamos un
que permanecemos en tinieblas con respecto a las razones por ejemplo.
cuales ese tipo de expresión resulta necesario. Estamos en una Se dice que el populismo "simplifica" el espacio político, al reem­
ción similar a aquella que describe Marx en relación con la teoría plazar una serie compleja de diferencias y determinaciones por una
valor en la economía política clásica: ésta pudo demostrar que el cruda dicotomía cuyos dos polos son necesariamente imprecisos. Por
bajo es la sustancia del valor, pero no pudo explicar por qué ejemplo, en 1945, el general Perón adoptó una postura nacionalista y
sustancia subyacente se expresa a sí misma bajo la forma de un aseveró que la opción argentina era la elección entre Braden em­ (el
cambio de equivalentes. En este punto generalmente quedamos bajador estadounidense) y Perón. Y, como es bien sabido, esta alter­
las alternativas poco aceptables que hemos revisado: o bien restn.ngÍI nativa personalizada tiene lugar en otros discursos mediante dicoto­
el populismo a una de sus variantes históricas, o intentar una mías como ser el pueblo vs. la oligarquía, las masas trabajadoras vs.
ción general que siempre va a ser limitada. En el último caso, los exploradores, etcétera. Como podemos ver, existe en estas tres
autores generalmente se vuelcan al frustra..rtte ejercicio, al que ya dicotomías -así como en aquellas constitutivas de cualquier frontera
referimos, de colocar bajo la etiqueta de "populismo" a un político-ideológica- una simplificación del espacio político (todas las
de movimientos muy dispares, sin decir nada acerca del contenido
dos polos de la dicotomía) ,(y los términos que designan ambos polos
singularidades sociales tienden a agruparse alrededor de alguno de los
estR denominación.
2. Sin embargo, un primer paso para apartarnos de esta uc.'u<>''é;?i; deben necesariamente ser imp recisos (de otro modo, no podrían ab<g;
ción discursiva del populismo no es cuestionar las categorías utJ:l!z:ai(@ car todas las particularidades que supuestamente deben agrup .;. ) )i
das en su descripción -''vaguedad", "imprecisión", etcétera-, Ahora bien, si esto es así, ¿no es esta lógica de la simplificación y de la
tomarlas en sentido literal, pero rechazando los prejuicios que imprecisión, la condición misma de la acción política? Sólo en un
en la base de su desestimación. Es decir, en lugar de contraponer mundo imposible, en el cual la administración hubiera reemplazado
"vaguedad" a una lógica política madura dominada por un alto totalmente a la política y una piecemeal engineering, * al tratar las dife­
do de determinación institucional precisa, deberíamos comenzar rencias particularizadas, hubiera eliminado totalmente las dicotomías
hacernos una serie de preguntas más básicas: "la 'vaguedad' de antagónicas, hallaríamos que la "imprecisión" y la "simplificació
n"
discursos populistas, ¿no es consecuencia, en algunas situaciones, habrían sido realmente erradicadas de la esfera pública. En ese caso,
la vaguedad e indeterminación de la misma realidad social?" Y en sin embargo, el rasgo disrintivo del populismo sería sólo el énfasis
caso, "¿no sería el populismo, más que una tosca operación ponu.ca �,¡) especial en una lógica política, la cual, como tal, es un ingred
iente
ideológica, un acto performativo dotado de una racionalidad prrlp"�k: necesario de la política tout court.
es decir, que el hecho de ser vago en determinadas situaciones es
condición para construir significados políticos relevantes?" Fi11alm<:nt<��� Piecemeal enginee ringes un término técnico usado
por Karl Popper que signifi­

"el populismo, ¿es realmente un momento de transición derivado ca un cambio lento y gradual que excluy
e toda ruptura súbita. [N. de la T.]
34 LA DENIGRAC!ON DE LAS MASAS POPULISMO, AMBIGÜEDADES Y PARADOJAS 35
Otra forma de desestimar al populismo, como hemos visto, es más amplio, que fue la grande peur de las ciencias sociales en el siglo
legado a la "mera retórica". Pero como también hemos señalado, )(IX. Me refiero a la discusión general sobre "psicología de las masas".
movimiento tropológico, lejos de ser un mero adorno de una Este debate, que es paradigmático para nuestro rema, puede conside­
dad social que podría describirse en términos no retóricos, rarse en gran medida como la historia de la constitución y disolución
entenderse como la lógica misma de la constitución de las u·letltld; de la frontera social que separa lo normal de lo patológico. Fue en el
des políticas. Tomemos el caso de la metáfora. Como sabemos, curso de esta discusión que se establecieron una serie de distinciones
establece una relación de sustitución entre términos sobre la base y opos.iciones que operarían como una matriz sobre la cual se organi­
1 príncipio de analogta. Ahora bien, como ya hemos menCionado, zó una perspectiva general sobre fenómenos políticos "aberrantes",
toda estructura dicotómica, una serie de identidades o intereses que incluían al populismo. Nuestro punto de partida va a ser la con­
ticulares tiende a reagruparse como diferencias equivalenciales sideración de esta matriz. Vamos a comenzar con el análisis de un
dedor de uno de los polos de la dicotomía. Por ejemplo, los texto clásico que estuvo en el epicentro de esta historia intelectual.
experimentados por di fe remes sectores del pueblo van a ser perciOHio Me refiero a Psychologie des foules (Psicologia de las multitudes), de
como equivalentes entre sí en su oposición a la "oligarquía". Pero Gustave Le Bon.
es simplemente para afirmar que son todos análogos entre sí en
confrontación con el poder oligárquico. ¿Y qué es esto sino
reagregación metafórica? De más está decir que la ruptura de
equivalencias en la construcción de un discurso más ·
se desarrollaría a través de mecanismos diferentes, pero igtlaLme:nte•.l(
re-KJricos. Lejos de ser estos últimos "mera retórica)', son inherentes :­
la lógica que preside la constitución y disolución de cu.1/.t¡•ui·.er<esp•aciti;\l
político.
Así, podemos afirmar que para progresar en la comprensión
populismo, es una condición sine qua non rescatarlo de su posiciótí\�
marginal en el discurso de las ciencias sociales, las cuales lo han
finado al dominio de aquello que excede al concepto, a ser el >w"�''<G
opuesto de formas políticas dignificadas con el estatus de una verd,.•;;
dera racionalidad. Debemos destacar que esta relegación del popuusrnoé:
sólo ha sido posible porque, desde el comienzo, ha habido un
elemento de condena ética en la consideración de los mtwi·mJienLtoili
populistas. El populismo no sólo ha sido degradado, también ha
denigrado. Su rechazo ha formado parte de una construcción di,;cursiva�f
de cierra normalidad, de un universo político ascético del cual de
excluirse su peligrosa lógica. Pero desde este punto de vista, las
tegias básicas de la ofensiva antipopulista se inscriben en otro ae!Dai<;\1
UNIDAD VIII
Presentación
El “Estado Plurinacional” es el resultado de la po-
nencia del Vicepresidente Álvaro García Linera pre-
sentada en la inauguración del Cuarto Encuentro
de Jóvenes “La Nueva Bolivia”, organizado por la
Escuela de Formación Evo Morales Ayma en marzo
de este año.
Los tres ejes transversales que atraviesan al Estado,
para darle una forma particular, son: la correlación
de fuerzas de la sociedad o el bloque de poder, el
armazón institucional o su “institucionalidad” y las
ideas, discursos y símbolos que lo componen.
Hemos transitado, desde la segunda mitad del si-
glo XX, de un Estado Nacionalista Revolucionario
(en sus vertientes democrática y autoritaria) a uno
Neoliberal y ahora intentamos construir un nuevo
proyecto societal y estatal que se refleja en nues-
tra nueva Constitución Política; un Estado que re-
conozca, rescate y respete nuestra diversidad his-
tórica, lingüística, cultural, étnica, institucional,
identitaria, civilizatoria, es decir, la diversidad de
nuestras vidas y de lo que somos. No es casual que
uno de los hilos conductores más importantes den-
tro de la actual Constitución, sea el del pluralismo y
lo pluricultural, el reconocimiento explícito de esa
diversidad en plena igualdad, ensamblada, com-
plementada y enriquecida para la construcción de
ese nuevo Estado Plurinacional.
Ésas y otras son las reflexiones del Vicepresidente
que en este número de la Revista Discursos y Po-
nencias ponemos a su consideración.

Héctor Ramírez Santiesteban


SECRETARIO GENERAL
VICEPRESIDENCIA DEL ESTADO PLURINACIONAL
PRESIDENCIA DEL H. CONGRESO NACIONAL
El Estado Plurinacional
Discurso del Ciudadano Vicepresidente del Estado Plurinacional Álvaro
García Linera en la Escuela de Fortalecimiento y Formación Política
“Evo Morales Ayma”
IV Seminario Taller “La Nueva Bolivia”
La Paz, 10 de marzo de 2009

Muy buenas noches. Un saludo respetuoso a De sociedad pluricultural a Estado


la Escuela de Formación Evo Morales Ayma Plurinacional
que organizó este seminario.
Un Estado es una máquina de poder político
El primer párrafo de una Constitución Políti- que concentra, de manera legítima y efectiva,
ca del Estado (CPE) es el súmmum del texto, el monopolio de ciertas decisiones. Cuando
leo a continuación el de nuestra nueva Cons- se habla de Estado, primero se está hablando
titución: “Bolivia se constituye en un Estado de poder político y luego de monopolio en
Unitario Social de Derecho Plurinacional Co- ciertos aspectos de la vida. El monopolio fun-
munitario, libre, independiente, soberano, damental de un Estado es, según la definición
democrático, intercultural, descentralizado y clásica, el de la coerción legítima pero, en el
con autonomías. Bolivia se funda en la plura- fondo, el Estado es también el monopolio de
lidad y el pluralismo político, económico, jurí- la representación general de una sociedad.
dico, cultural y lingüístico, dentro del proceso Entonces, es una máquina de poder político
integrador del país”. Permítanme reflexionar que monopoliza exitosamente varias faculta-
sobre este párrafo a partir de dos momentos: des y en particular, la capacidad de represen-
el de la definición del Estado y el de la explica- tar la voluntad general de una sociedad, la
ción de lo que podríamos entender por Estado imaginación y la ilusión de yo colectivo de la
Plurinacional. misma, de pertenencia a una familia grande
y extensa que abarca el territorio de una de-
La nueva CPE dice que somos un Estado Plu- terminada patria.
rinacional, ésa es la primera diferencia con la
antigua Constitución que, con la reforma del Entonces, surgen las preguntas sobre cómo es
año 1993, también reconocía la diversidad de posible representar el yo colectivo de una socie-
culturas y de idiomas, pero definía a la socie- dad; cómo es posible tener la representación
dad como pluricultural y no al Estado. Con- de la totalidad de una sociedad cuando ésta
sideramos que la diferencia central de esta está dividida en clases sociales, en colectivida-
nueva Constitución, que marca el punto de des identitarias; cómo representar al todo, si la
ruptura con todos los precedentes coloniales misma sociedad está dividida. Ése es el gran
y colonizantes de la definición de Estado, es misterio del Estado: la capacidad de convertir
que lo define como plurinacional. No es lo la división real de una sociedad por clase, por
mismo definir al Estado como plurinacional género, por idioma, por región, en un sentido
que a la sociedad como pluricultural. Veamos de totalidad o generalidad que unifique a to-
por qué. dos. En el entendimiento de esa magia está el

7
don de la política y del político, está el don del manera tal, que el resto de los sectores socia-
poder. Ahí hay un hecho decisivo que es el de les se sienten reconocidos con esta decisión.
convertir la división en unidad. La construc- Siempre habrá sectores opositores que no lo
ción del yo colectivo solamente puede darse en hagan, pero representan una minoría, la cla-
el momento en que una de las partes, de las se social que logra representación es la que
clases sociales o bloque de clases sociales, de construye Estado y lidera transformaciones
las identidades culturales o bloque de iden- sociales.
tidades, tenga la capacidad de incorporar en
su visión de mundo los intereses y las necesi- En la historia de los Estados mundiales, en
dades parciales o totales del resto de la socie- la historia del capitalismo, se dice que quien
dad, en eso radica el tránsito de una sociedad tiene esa capacidad es la burguesía nacional.
dividida al Estado como representación de la Recientemente, en algunos lugares del mun-
unidad. En otras palabras: en la posibilidad de do ha sucedido esto, a los empresarios de
la construcción de una hegemonía política, in- esos países les ha tocado asumir el liderazgo
telectual y moral. político, llevar adelante el desarrollo del capi-
talismo, articular en torno a sí a los obreros,
Ésa es la idea fundamental de hegemonía, de a los campesinos y a los sectores marginales,
liderazgo: la posibilidad de convertir los in- y construir los llamados Estados nacionales
tereses de otros en realidad a partir de llevar liderados por las burguesías nacionales. A ve-
adelante el interés propio. No cualquier clase ces se han dado alianzas entre burguesías na-
o grupo social lo hace y para que alguien lo cionales y latifundistas o terratenientes que se
haga, tiene que haber una voluntad de poder, han reconvertido rápidamente en burgueses.
una voluntad de lo general y de articulación Kautsky y Lenin diferenciaban esto en la vía
del resto en torno a un pedazo del todo. farmer y la vía junker de la construcción del
Estado. La vía farmer es la vía campesina, es
Es posible imaginar otra forma de construir decir, cuando los campesinos devienen en pe-
la unidad sin Estado (y todo el debate de los queños productores y se aburguesan; y en la
marxistas con los anarquistas tiene que ver vía junker, los terratenientes devienen en em-
con esto), hay otra manera de construir el yo presarios; éstas fueron dos maneras distintas
colectivo, pero eso requiere que la división de de construir un Estado nacional liderado por
clases sociales se extinga, entonces, cuando la burguesía.
ya no haya sociedad fragmentada, el todo se
puede construir con una libre asociación de El socialismo introduce en el debate que tam-
las partes. Cuando una sociedad está dividi- bién hay otra clase social encargada de llevar
da en clases sociales o identidades colectivas, adelante la construcción de otro Estado, otra
se requiere que alguien represente al resto, clase que tiene la virtud, dice el marxismo, de
Gramsci le llamaba a este “representante”, el articular al resto de las clases sociales y de re-
bloque de poder, el bloque histórico. presentar sus intereses en la toma de del po-
der del Estado. Esta clase, para el marxismo,
Ésa es la idea de la construcción, la idea de es el proletariado, la clase obrera, los asalaria-
un Estado, una mezcla de Weber con Marx, si dos. Hubo experiencias históricas de ese in-
ustedes quieren, pero que ayuda a entender tento de construir Estado liderado por la clase
esta construcción de lo que es un Estado, el obrera: la Comuna de París, en sus tres meses
portavoz de la representación general de la de duración; la Revolución Rusa, en sus pri-
sociedad que monopoliza decisiones a nom- meros cinco o siete años, son ejemplos de un
bre del resto de la sociedad y lo hace de una intento del proletariado de unir al resto de las

8
clases sociales, de articularlas y de construir arrancar hacia la revolución socialista o había
un sentido de totalidad, de unidad, a partir de que replegarse. Al final, la destrucción de la
la acción política. Central Obrera Boliviana (COB) y de la Fede-
ración Sindical de Trabajadores Mineros de
Pero qué sucede en sociedades en las que no Bolivia (FSTMB) acabaría con la posibilidad
existe una fuerte burguesía nacional o un fuer- de una alternativa socialista a la crisis del Es-
te proletariado que son los dos lineamientos tado nacionalista revolucionario.
generales que marcó la teoría. Esos son los
mundos o las experiencias donde la teoría ya Se derrumbó el Estado nacionalista y surgió
no alcanza y se vuelve insuficiente. otro: el Estado neoliberal. Le tocó a otra co-
lectividad, ya no a la clase media formada
Estado Nacionalista, Estado Neoliberal en universidades o en academias policiales o
y Estado Plurinacional militares nacionales, sino a una colectividad
vinculada a las exportaciones y al capital ex-
En el caso de Bolivia, el Estado de la Revolu- terno, comenzar a construir liderazgo, articu-
ción de 1952 no construyó la burguesía pro- lar —represiva y conservadoramente— a la
ductiva y progresista del país, ésta era y sigue sociedad, en torno a un nuevo yo colectivo
siendo diminuta. Le tocó a la pequeña burgue- neoliberal, globalizado, que le hemos llamado
sía, a la que René Zavaleta llamaba “los parien- Estado neoliberal, con otras ideas, otro núcleo
tes pobres de la oligarquía”: funcionarios pú- articulador de la sociedad y otro tipo de insti-
blicos, intelectuales, universitarios venidos a tucionalidad.
menos, etc., asumir un liderazgo, construir un
discurso, un aparato político, formar cuadros Ya no era la pertenencia al sindicato la forma
y diseñar un horizonte de sociedad; a partir de ser ciudadano, sino el voto individual; el
de un proceso revolucionario, ellos lograron discurso del Estado como poder económico
articular al resto de las clases sociales. En el era una cosa del pasado, en el neoliberalismo,
caso de la Revolución de 1952, en su vertiente la libre empresa y la inversión extranjera eran
democrática del periodo 1952 a 1974 o en su las líderes de la economía; ya no fueron los
vertiente autoritaria, de 1974 a 1981, hubo un abogados o economistas graduados de la Uni-
mismo núcleo, un sector intermedio de clase versidad Mayor de San Andrés (UMSA) en La
media, civil o militar, que asumió la habilidad Paz o de la Universidad Mayor Gabriel René
de articular a sectores campesinos, obreros y Moreno (UMGRM) de Santa Cruz los encar-
parte del empresariado local, para construir gados de diseñar el mando, sino las personas
un Estado, el llamado Estado nacionalista re- vinculadas a las grandes transnacionales y a
volucionario. Y a su modo, el Movimiento Na- los organismos de apoyo internacional como
cionalista Revolucionario (MNR) construyó el Banco Mundial, el Fondo Monetario Inter-
parcialmente burguesía nacional. nacional y a las universidades de Harvard o
Chicago, que diseñaron el núcleo articulador
Esta experiencia del Estado nacionalista en discursivo del Estado neoliberal.
Bolivia duró 33 años pero cuando comenzó
a desprender el tutelaje hacia el movimiento Se empieza a construir este Estado neoliberal
campesino, su discurso hizo aguas al interior en 1986 y en 2000 entra en crisis, comienza a
de este movimiento y económicamente se des- resquebrajarse. No hay sociedad que no pue-
plomó, resultó insostenible. Por consiguien- da tener Estado, al menos, en tanto haya clases
te, en el movimiento obrero se dio un debate sociales, alguien tiene que construir el interés
entre lecturas más radicalizadas: había que colectivo. Del derrumbe del neoliberalismo

9
emerge otro proyecto societal y estatal, que es flujo de la sangre es la correlación de fuerzas;
el que estamos construyendo ahora. la institucionalidad es como el magma conge-
lado con el agua cuando emerge de un volcán,
Un Estado, como máquina de poder político la piedra fría, lo que ya se objetiviza, se crista-
con la capacidad de monopolizar decisiones, liza, se osifica, ésa es la institucionalidad del
representar el yo colectivo y articular intereses Estado, pero la fuerza del volcán es la correla-
del resto de la sociedad, puede variar de eje ción de fuerzas de la sociedad.
articulador, eso haría variar la forma de Es-
tado. Este eje articulador puede ser la clase El tercer eje transversal del Estado son las
media, la burguesía, el proletariado o puede ideas, los discursos, los símbolos. De hecho,
ser otro núcleo nacional popular, como lo que un Estado es fundamentalmente idea, alguna
justamente estamos viviendo hoy. vez dije: “no hay nada más idealista que el Es-
tado”, aunque parezca contradictorio, porque
Tres ejes transversales para el Estado también monopoliza representacio-
identificar la forma de Estado nes del mundo: qué es lo correcto y lo inco-
rrecto, qué es lo deseable y lo no deseable;
El Estado tiene tres ejes transversales a partir cuáles son las expectativas de una sociedad.
de los cuales se puede identificar su forma; el Un Estado regula, conduce y monopoliza las
primero es que todo Estado es una específica fundamentales ideas fuerza de una sociedad.
correlación de fuerzas, de luchas sociales. En Uno puede distinguir las diferencias entre el
el Estado, en tanto máquina política que mo- Estado nacionalista revolucionario y el neoli-
nopoliza decisiones y representa el yo colectivo beral o entre el Estado neoliberal y el plurina-
de una sociedad dividida en clases, hay colec- cional, a partir de las ideas. Las ideas fuerza
tivos, clases sociales e identidades que tienen del Estado nacionalista se resumen en que la
una mayor capacidad en la toma de decisiones, economía tenía un papel que estaba dirigido
de representar al resto y hay otros colectivos, por el Estado, que la burguesía surgiría del
clases sociales e identidades que no tienen ca- desarrollo de la pequeña burguesía, que las
pacidad de decisión y de representación. La clases campesinas e indígenas se disolverían
correlación de fuerzas en el Estado significa como pequeños burgueses campesinos, urba-
que no todos tienen la misma capacidad de nos o como proletarios, que había que cons-
influir. La correlación de fuerzas en la toma truir mercado interno casi de manera autár-
de decisiones de una sociedad determina qué quica, sin mirar mucho al mundo y en que
tipo de Estado tiene esa sociedad. había que sustituir las importaciones al inte-
rior de la sociedad. En el caso del Estado na-
El segundo eje transversal define que todo Es- cionalista revolucionario, los indios no exis-
tado es también un armazón institucional que tían, todos eran bolivianos y si no lo creían,
convierte en normas, procedimientos, minis- tenían que hacerlo obligados.
terios, decretos, leyes, burocracia, memoria
y conocimientos, la correlación de fuerzas de Las ideas fuerza del neoliberalismo consistían
una sociedad. en que la inversión extranjera fuera la que li-
derara la economía, con el argumento de que
Aunque el Estado es también instituciona- el Estado es un mal administrador, y que la
lidad, el núcleo de todo es la correlación de globalización era la mejor manera de salir de
fuerzas, una lectura únicamente juridicista la pobreza. En el neoliberalismo, los indios
e institucional del Estado puede llevarnos a eran la parte folclórica de la sociedad, la parte
engaño. El Estado es como la costra, pero el atractiva para el turismo

10
Sin embargo, las ideas fuerza de este nuevo rizar al bloque histórico gramsciano, al bloque
Estado son que éste será el líder en la econo- de liderazgo social de la estructura del país,
mía pero nunca sustituirá ni anulará al resto podemos ubicar al movimiento indígena
de las estructuras y de las fuerzas económi- sindical articulado con el movimiento social
cas de la sociedad; que las comunidades cam- urbano vecinal, pequeño productor, además
pesinas y rurales no se van a extinguir ni se con núcleos obreros y otros pequeños de clase
van a volver burguesas o proletarias, seguirán media. Ésa sería la suma virtuosa de lo que
siendo comunidades, pequeños productores o podría ser el bloque de poder histórico en el
artesanos por décadas; que hay que potenciar país. Y alrededor de él, la articulación, a veces
el mercado interno, pero a la vez hay que vin- parcial, a veces total, pero con muchas difi-
cularse con el externo. En el Estado Plurina- cultades, de otros sectores medios urbanos y
cional, los indígenas son la fuerza motriz de la algunos empresariales emergentes del ámbito
construcción del Estado. Como se puede ver, popular; y en un anillo más externo podría-
distintos núcleos de ideas regulan la forma- mos encontrar también a sectores empresa-
ción del Estado. riales locales bolivianos. Pero quien no está
vinculada es la inversión extranjera que en el
Con esta lectura teórica del Estado, analizare- modelo neoliberal fue el núcleo del Estado.
mos el contemporáneo, este Estado Plurina- Tenemos una definición de un nuevo bloque
cional del que nos habla el primer artículo de histórico, por lo tanto, de una nueva correla-
la Constitución. ción de fuerzas al interior del Estado, ésta es
la primera gran diferencia.
La correlación de fuerzas
en el Estado Plurinacional Con el MNR de 1952, la diferencia está en que
éste fue un partido de la clase media, donde
Para empezar, veamos cuál es el bloque his- el núcleo discursivo organizador y dirigente
tórico que articula la hegemonía y el lideraz- era de clase media intelectual profesional. El
go moral e intelectual del nuevo Estado. La núcleo dirigente del actual proceso revolucio-
nueva correlación de fuerzas* ubica a un nú- nario no es la clase media intelectual sino los
cleo nacional popular como el articulador de sectores indígenas campesinos urbanos veci-
la voluntad general de la sociedad. Está claro nales que han logrado un cierto vínculo con
que no es la pequeña burguesía intelectual, a sectores medios académicos de origen popu-
diferencia de lo que pasó con el MNR, que se lar. Tenemos, entonces, una naturaleza de cla-
construyó a partir de un periódico, de libros, se social distinta.
de núcleos de intelectuales, de profesionales,
vinculados a la rosca y a la academia. Todo Estado articula y unifica, con dificultades
e idas y venidas; la clase media intelectual es
En el caso actual, el núcleo se articula, prime- un articulador; el mundo empresarial vincula-
ro, en torno al sindicato agrario, a la estruc- do a los mercados externos en el neoliberalis-
tura vecinal urbana, a los núcleos del mundo mo fue otro articulador y en el actual Estado
obrero y luego, muy tardía y parcialmente, Plurinacional, es el núcleo sindical popular
en torno a un cierto núcleo académico inte- vecinal. Su articulación, el ensamble de los
lectual profesional. En un intento de caracte- intereses de otros sectores, no es todavía una
hegemonía resuelta, ojo con eso, la hegemonía
es siempre un proceso conflictivo, más aún en
* Ojo: esto se debe ver siempre como un proceso: institucio-
nalidad, correlación de fuerzas e ideas son procesos con los tiempos en que apenas se está construyen-
idas y venidas, no se los debe estudiar como algo estático, do el nuevo Estado. Hay un núcleo duro que
sólo por motivos de exposición se los presenta así.

11
no acepta esta hegemonía, que todavía busca Presidente tuvo que migrar a otro lugar para
disputarle el poder, éste sería básicamente el conseguir tierra, porque la sequía arruinó su
núcleo agroindustrial y ganadero vinculado a permanencia en Orinoca, su pueblo natal, el
los mercados externos, que se resiste al lide- Vicepresidente pudo viajar al extranjero para
razgo moral e intelectual de este núcleo nacio- seguir sus estudios universitarios. Nunca nos
nal popular, del nuevo bloque de poder. cruzamos en las mismas fiestas ni nos hemos
visto en los mismos colegios ni fuimos a los
Es la característica de este núcleo articulador mismos parques ni frecuentamos los mismos
de la sociedad y del Estado que explica un cines ni hablamos los mismos idiomas.
concepto decisivo en la Constitución: lo plu-
rinacional. En el caso del MNR, como se trata- Eso se articula en este nuevo bloque de poder,
ba de mestizos de clase media, profesionales, ése es el fundamento último de por qué se
intelectuales y funcionarios de la rosca, todos tuvo que luchar para que sea aceptada la idea
provenían de una misma homogeneidad lin- de un Estado Plurinacional. No es una imper-
güística y cultural: todos eran mestizos, cas- tinencia teórica ni un capricho intelectual, sino
tellano hablantes, funcionarios públicos que que tiene que ver con la historia real de lo que
habían pasado, en mayor o menor grado, por somos, cómo unir a un mestizo con un ayma-
la academia y la universidad, es decir, perte- ra, con un quechua, con un guaraní, con un
necían a un grupo relativamente homogéneo, mojeño, etc.; cómo los unimos, si provienen
culturalmente hablando. de matrices culturales distintas. La idea de Es-
tado Plurinacional es la solución virtuosa de
Cuando gobernaron los neoliberales, el nú- esta articulación de historia, de vida, de idio-
cleo decisivo lo constituyó un ensamble curio- ma, de culturas, que nunca antes estuvieron
so entre sectores empresariales bolivianos, la en el ámbito del núcleo del poder porque, ha-
mayor parte de ellos educados en el extranje- cia atrás, quien tomaba el poder era un núcleo
ro, y la inversión extranjera. Si por ellos hubie- homogéneo, incluso vinculado familiarmente,
ra sido, los bolivianos hablaríamos en inglés, los hijos se casan con los hijos de otra familia,
consideraban al castellano un estorbo, porque etc., y así armaban roscas, la idea de la rosca
ellos no habían sido educados en el país. en Bolivia se mantuvo hasta el año 2005, no
fue algo que desapareció.
En el núcleo nacional popular contemporá-
neo, tenemos aymaras, quechuas, mestizos, El Estado Plurinacional no es un tema de de-
guaraníes, una diversidad histórica lingüística bate meramente intelectual, aunque sí tiene
y organizativa. En el primer caso había homo- su vertiente intelectual, es un tema de hecho
geneidad, lo mismo en el segundo, en cambio, práctico, de realidad. Cómo nos sentamos
este tercer núcleo no es homogéneo cultural- juntos e iguales mestizos, aymaras, quechuas,
mente, así como ni la vida ni el desarrollo de guaraníes, mojeños, trinitarios, sin que ningu-
nuestras actividades cotidianas lo son. Por na cultura se sienta superior a la otra: ésa es la
ejemplo, la vida del Presidente Evo Morales plurinacionalidad. Éste es el primer núcleo del
fue muy distinta a la del Vicepresidente Álva- eje del nuevo Estado: un bloque de poder histó-
ro García, el Presidente estudió en una escuela rico construido a partir del ensamble de varias
seccional, el Vicepresidente en una escuela de matrices culturales, lingüísticas, históricas, que
élite urbana, el Presidente tuvo que trabajar dan lugar a un bloque de poder plurilingüísti-
desde muy temprana edad y apoyar al pa- co, pluricultural. Y si ése es el núcleo del Esta-
dre, el Vicepresidente tuvo el estudio asegu- do, entonces éste tiene que ser plurinacional. Es
rado hasta el último curso de secundaria, el un tema de la raíz misma del Estado.

12
La institucionalidad también tenemos un nuevo ensamble de prác-
en el Estado Plurinacional ticas políticas, tecnológicas, cognitivas, tanto
en la salud, en la educación, en la tecnología,
En cuanto a la institucionalidad, el nuevo blo- en la fiesta, en la democracia, en la elección, en
que de poder trae en sus espaldas otras ex- el estudio, en la enseñanza. Tenemos entonces
periencias. No solamente trae otros idiomas, un ensamble de clases sociales diferentes y de
otras culturas, otros héroes, otras referencias interés colectivo diferentes, pero también un
geográficas, sino que también trae una diver- ensamble de civilizaciones distintas. Cada ci-
sidad de prácticas diferenciadas: la democra- vilización es una institución, ése es el segun-
cia entendida como sumatoria de voluntades do componente del Estado Plurinacional, la
individuales secretas o como construcción amalgama, la articulación, el ensamble de una
visible de una voluntad colectiva, es también diversidad de lógicas organizativas de la so-
una práctica distinta. ciedad, la nueva Constitución lo dice en va-
rios lugares.
La relación frente a la naturaleza como un
ámbito de negociación fructífera, porque la La derecha hizo una campaña sucia cuan-
naturaleza es viva en el mundo indígena; o la do intentó asociar justicia comunitaria con
naturaleza como materia prima de la industria- linchamiento —hay linchamientos también
lización, que es la visión que hemos adquirido en el Bronx de Nueva York y ahí no hay jus-
nosotros en la academia y en las escuelas. Éstas ticia comunitaria—, evidentemente, era una
son dos maneras distintas de entender la natu- campaña política denigrante e insultante. La
raleza y la tecnología. Existen maneras distin- justicia comunitaria es la posibilidad de la co-
tas de practicar la democracia: qué es primero, munidad de resolver conflictos internos y pre-
el individuo o la colectividad; en la sociedad venir el incumplimiento con la comunidad,
moderna, atravesada por procesos mercanti- mediante sanciones morales y simbólicas, y a
les, es el individuo que vive en su departamen- partir de valores étnicos locales. Eso es básica-
to o en su casa, que toma decisiones, que no mente la justicia comunitaria y se la practica
conoce a sus vecinos y si los conoce, apenas los fundamentalmente en comunidades campesi-
saluda, esa es la manera de entender lo común nas agrarias y también en zonas periurbanas
y lo individual. En cambio, existe otra donde de reciente migración, nada tiene que ver con
la fuerza de lo colectivo para sembrar, para co- linchamientos que son crímenes injustifica-
sechar, para regar, para celebrar, se basa en la bles. Es otra manera de entender la justicia, no
preeminencia de lo colectivo por encima de lo como un acto punitivo: “si te portas mal, irás
individual. Son prácticas distintas. a la cárcel”, sino entendida como acción moral
y resarcimiento: “el sacrificio personal con el
Hace siete años ensayé un concepto que con- afectado”. Son racionalidades mentales dife-
sidero útil, el de civilizaciones distintas; una es rentes. ¿Cuál será superior a la otra? Ningu-
la individual mercantil moderna y otra la co- na: las dos son válidas, entonces, se requiere
munal comunitaria colectivista asociativa. Se una estructura institucional que articule, en la
traducen en la manera de ver la naturaleza, vida del Estado, la justicia positiva y la justicia
de practicar el vínculo con ella, de entender el comunitaria, encontrando los vínculos, todo
yo común, la religiosidad, el desarrollo indivi- bajo el techo del respeto a los derechos huma-
dual, el desarrollo colectivo práctico, etc. nos universalmente reconocidos.

Entonces, no solamente tenemos una nueva Ése es otro tipo de institucionalidad: un Es-
suma o ensamble de clases sociales, sino que tado Plurinacional tiene que reconocer una

13
diversidad de institucionalidades y prácticas pero no reconocida por las instituciones. Lo
del mundo indígena campesino; hay todo un que estamos haciendo ahora es simplemente
capítulo en la CPE dedicado a este tema. “sincerarnos”, esta CPE lo que ha hecho es
“sincerar” lo que somos, mirarnos al espejo
Está también el tema de la democracia, la y decir “somos modernos y tradicionales,
Constitución reconoce la democracia repre- individuales y comunitarios, rezaremos a la
sentativa: un individuo, un voto; la democra- virgen y ch’allaremos a la Pachamama”, todo
cia participativa: el referéndum como figura junto, porque eso es lo que somos. La CPE
democrática contemporánea, y otro mecanis- no simplemente ha visto la mitad del espejo,
mo: la democracia comunitaria, nunca antes como se lo hacía antes, y al vernos tal y como
reconocida por las anteriores Constituciones, somos, en esta dualidad de lógicas civilizato-
porque, los bolivianos las habíamos redactado rias, las ha ensamblado: lo comunitario con
pensando o creyendo que vivíamos en Fran- lo individual, lo representativo con lo parti-
cia. Por la mentalidad colonizada, nuestros cipativo, en la salud, en la educación, en el
antiguos congresistas y constituyentes redac- conocimiento, en la justicia, en la historia, lo
taban las constituciones dando la espalda a la que ha hecho la CPE es ensamblar la diversi-
realidad, podían ser mejor entendidas por un dad que existe en Bolivia.
francés o un inglés, pero para Bolivia no tenían
sustento histórico ni real; vivían de espaldas a Las ideas y los símbolos
la realidad. Hay asambleas comunitarias, las en el Estado Plurinacional
hay en los barrios, en la comunidad, en el sin-
dicato y seguirán habiendo. Entonces, ¿cómo El reconocimiento de una diversidad cultural
una CPE no va a reflejar lo que somos y lo va a y de una diversidad institucional y civilizato-
proyectar hacia delante? ria se traduce en cosas concretas: en la educa-
ción por ejemplo. Un porcentaje de los bolivia-
A partir de lo que somos, proyectamos el por- nos habla aymara, otro quechua, otro guaraní,
venir, no lo hacemos para forzar lo que somos, una mayor parte hablamos castellano, otros
para lograr algo que a alguien se le ocurrió en castellano-aymara, castellano-quechua, cas-
algún café; ése es el típico procedimiento colo- tellano-guaraní, en fin, otros idiomas. Antes,
nialista de ciertos sectores conservadores que el aymara hablante que había nacido en una
se rasgan las vestiduras ante una definición de comunidad o en El Alto, en tanto aymara ha-
Estado Plurinacional. blante, no podía ejercer su derecho ciudadano
de hablar en aymara al funcionario cuando iba
La CPE, y ahí está también el segundo com- a la Vicepresidencia o a un ministerio. Cuan-
ponente de lo plurinacional, recupera, reco- do iba a la escuela, no podía aprender en su
noce y proyecta otras formas institucionales idioma, cuando entraba a la universidad tam-
complementarias a la institucionalidad mo- poco y cuando defendía su tesis, mucho me-
derna. Somos democráticos representativos, nos. ¿A título de qué el aymara o el quechua
democráticos participativos, somos comuni- o el guaraní o el mojeño tenían que ahogar su
tarios, practicamos la justicia convencional idioma, esconderlo, taparlo y matarlo y tener
positiva y también la justicia comunitaria. que ser castellano hablante para ser reconoci-
La nueva institucionalidad del Estado recoge do? ¿Por qué? ¿No son idiomas también? ¿No
una parte de la institucionalidad republicana son culturas? ¿No tiene el mismo derecho un
del país, pero la enriquece, la complementa, castellano hablante que un aymara hablante?
la articula con otra institucionalidad existen- Y claro, la mamá inteligente, cuando sabía que
te pero invisibilizada por el Estado, vigente su niño iba a entrar al colegio, le dejaba de ha-

14
blar en aymara para que aprendiera a hablar hablar en aymara, y cuando vaya a la escuela,
en castellano, porque sabía que si su hijo iba a pueda aprender en aymara, lo mismo cuando
ser bachiller o profesional, si no sabía hablar vaya al colegio y a la universidad, y ahí de-
en castellano, le iba a ir mal, no iba a conse- fender su tesis en aymara, y cuando vaya a la
guir trabajo ni poder hacer un trámite en una Vicepresidencia tiene que hablar en aymara y
oficina pública, porque allá donde fuera como alguien ahí tiene que responderle en su idio-
aymara hablante o quechua hablante, lo dis- ma, y si no, el Vicepresidente y su institución
criminarían, despreciarían o directamente no tienen que ser castigados, porque no están
lo tomarían en cuenta. cumpliendo su labor de igualdad de idiomas,
de pueblos y de culturas.
Cuando se instituyó la educación bilingüe,
muchas madres de familia inteligentes no Eso es la plurinacionalidad, la igualdad de po-
quisieron que sus hijos aprendieran a hablar der practicar en su propio idioma y su cultura
aymara, porque para qué lo iban a hacer, si el conocimiento universal, los burócratas del
cuando llegaran a la universidad no les servi- Estado tenemos la obligación de conocer el
ría para nada, si cuando fuera a un ministerio idioma del pueblo. No es ninguna excentrici-
nadie lo atendería, la madre se oponía que su dad lo que establece la CPE, es mera democra-
hijo estudie en aymara; éste es un proceso de cia lingüística y cultural.
dominación y colonialismo brutal frente a un
idioma. Claro, el compañero aymara hablante puede
hacer su carrera en aymara y le tiene que ir
Así vivió Bolivia hasta hace tres años, con bien, y cuando vaya al Congreso tendrá que
un proceso interno de autonegación, de ase- hablar en aymara y nosotros tendremos que
sinato de las culturas vivas de nuestra socie- aprender aymara para entenderlo y respon-
dad respecto a su tradición, historia, idiomas derle, pero a la vez, el compañero aymara o
y prácticas culturales, eso es una vergüenza. guaraní o quechua, también tiene que apren-
No crean que Bolivia es el único país donde der castellano, y los mestizos, como castella-
hay varios idiomas, hay cinco mil idiomas en no hablantes tenemos que aprender por lo
el mundo y solamente entre 230 y 240 Esta- menos un idioma indígena. Así como el indí-
dos. Todas las sociedades son multiculturales, gena tiene que aprender castellano junto con
pero muy pocas han reconocido la diversidad su idioma, nosotros como mestizos, castella-
de sus culturas y de sus pueblos; en el resto no hablantes cerrados, tenemos que aprender
prefirieron aniquilar étnica y culturalmente obligatoriamente un idioma indígena, porque
a los pueblos en un proceso de colonización ésa es la forma de recoger la cultura del otro y
interna. En otros países es normal que cuan- que el otro recoja mi cultura.
do alguien viene de una colectividad distinta,
pueda aprender en su idioma, en la escuela, el No como antes, cuando la cultura mestiza era
colegio, la universidad. No es ninguna mara- la que dominaba y las otras no servían, eso es
villa ni algo exagerado, pero para Bolivia, este colonialismo. Un aymara hablante tiene tanto
hecho de igualdad de idiomas se presentaba derecho como un mestizo, un uru tiene tanto
como una herejía, como una ofensa al buen derecho como un guaraní y el guaraní tiene
vivir. tanto derecho como un mestizo. Plurinaciona-
lidad es eso, es que en la educación se respete
Eso ha cambiado porque la nueva CPE permi- la enseñanza, desde básico hasta el nivel supe-
te a la familia habla aymara, que la mamá o el rior, en los idiomas indígenas maternos para-
padre de familia pueda enseñarle a su hijo a lelamente al idioma castellano, para todos, in-

15
dígenas y no indígenas. Pero además, que en Presidente Evo Morales lo convenció en una
cada institución pública: Presidencia, Vicepre- larga noche de debate, allá en el mes de sep-
sidencia, ministerios, prefecturas, municipios, tiembre, le decía el prefecto: “si me dan un
Fuerzas Armadas, Policía Nacional, en todas poco de tiempo, hago el esfuerzo”. Está bien,
las instituciones, se pueda usar y ser recono- eso no será inmediato, se trata de que de aquí
cido en el uso de su propio idioma indígena. a unos años, tengamos una administración
Allá donde predomine un idioma originario, pública plurinacional, plurilingüe; tengamos
la burocracia estatal tiene que aprender, prac- niveles de escuelas, de colegios, de universi-
ticar y atender en la función pública a partir dad, igualmente plurilingües; tengamos tex-
del idioma mayoritario de la región paralela- tos educativos plurihistóricos, con los héroes,
mente al castellano, de tal manera que de aquí los paisajes y la memoria de los distintos pue-
a un tiempo, si alguien va a hacer un trámite blos que componen nuestra amada Bolivia;
a la prefectura o a la alcaldía en idioma ay- que tengamos un Congreso donde, como en
mara, tendrá que haber un funcionario que lo la Organización de Naciones Unidas (ONU),
atienda con el mismo respeto y en las mismas con traductores, si se habla en guaraní, qué se
condiciones de igualdad que a una persona hable, y los otros se pondrán un audífono para
que viene a hablarle en castellano. Ésta es la entender al compañero guaraní, sin ningún
idea de Estado Plurinacional, reconocimiento complejo y sin ningún miedo, y la siguiente
de igualdad de culturas, de idiomas, de prác- vez que publiquemos las actas del Congreso,
ticas de la sociedad a partir de su composición que sean en tres idiomas por lo menos, para
diversa. construir esta igualdad.

Lo mismo en la educación, donde ya se fue El primer eje del Estado Plurinacional, el nú-
avanzando. Como somos un país que tiene cleo social articulador de los pueblos está lo-
varias matrices y trayectorias históricas, los grando articular dificultosamente al resto de
héroes, los procedimientos, los paisajes, los la sociedad y ensamblarla. No olviden ustedes
discursos, la memoria y los acontecimientos que nunca en la historia democrática del país,
históricos que se registran y aprendemos en un proyecto político ganó cuatro veces con
las escuelas y en la universidad, tienen que te- más de 50 por ciento, como lo ha hecho el Mo-
ner esa diversidad de distintas matrices y civi- vimiento al Socialismo – Instrumento Político
lizaciones. Y así como tenemos que recordar a por la Soberanía de los Pueblos (MAS–IPSP);
Bolívar, a Pedro Domingo Murillo, también te- la única experiencia parecida es la del MNR
nemos que recordar a Pedro Muiba, a Katari, que en 1951 ganó con el 43 por ciento, pero
a Bartolina Sisa, en igualdad de condiciones, en 1956, 1960 y 1964, sí lo hizo con más del 50
porque así es Bolivia. Nuestra vertiente mesti- por ciento.
za, la indígena aymara, la indígena guaraní, la
indígena quechua y nuestras otras vertientes Sin embargo, el proyecto plurinacional del
indígenas, todas articuladas en igualdad de MAS–IPSP ganó en 2005 con el 54 por ciento,
condiciones. en junio de 2006 con el 51 por ciento, en agosto
de 2008 con el 67 por ciento y en enero de este
Estado Plurinacional, en términos institucio- año (2009) con el 62 por ciento. Nunca en la
nales, significa toda una transformación de historia se había logrado construir una mayo-
la lógica de aprendizaje, educación en varios ría social nacional y popular de tal enverga-
idiomas, funcionarios públicos obligados a dura, el pueblo ve que hay algo bueno para
aprender gradualmente, era el pedido del inclinarse efectivamente cuatro veces por un
prefecto Rubén Costas, recuerdo cuando el mismo proyecto de transformación.

16
Algunos pueden reclamar consenso pleno, tuciones públicas del Estado. Recogimiento y
ésta es una ilusión, en ninguna parte del mun- articulación de los héroes, las propuestas y las
do lo hay. Sin embargo, esos que lo reclaman simbologías del resto de los pueblos, en torno
ahora, se quedaban callados cuando teníamos a la simbología nacional estatal que nos une.
presidentes que asumían el gobierno con sola- Ésa es la idea de Estado Plurinacional: igual-
mente el 20 por ciento de la votación. El MNR dad de culturas, supresión del colonialismo,
en 1985 ganó con el 27 por ciento, el MIR en de la discriminación por idioma, por color de
1987 con el 28 por ciento, luego Sánchez de piel o por apellido, igualdad de oportunida-
Lozada se hizo Presidente en 2002 con el 20 des entre un indígena y un mestizo entre un
por ciento, a los que reclaman ahora el consen- mestizo y un indígena, absolutamente para
so absoluto del cien por ciento, no se les ocu- todos los cargos, valoración de lo que somos,
rrió reclamarles ni a Paz Estenssoro ni a Paz si es mestizo: vale; si es aymara, quechua, mo-
Zamora y menos a Goni. Nosotros podemos jeño, trinitario: vale; todos están en igualdad
tener tres veces eso y nos reclaman consenso de condiciones frente el Estado, ante el funcio-
de cien por ciento. nario público, ante la ley, ante la justicia, pero
ante todo, el reconocimiento de la igualdad de
No hay consenso porque si bien es posible que los pueblos. Ésa es la idea de un Estado Pluri-
este núcleo popular articule a la sociedad, es nacional.
normal que haya un pedazo de ella que no lo
acepta, es una minoría que hay que recono- Hay una discusión en torno a este tema que
cerla en esa actitud y más aún cuando estuvo dice que la plurinacionalidad podría dividir a
acostumbrada a gobernar durante 183 años. Bolivia, y la respuesta es un no rotundo. En el
Como ahora ya no puede decidir nada, por fondo, toda sociedad en el mundo —y Bolivia
supuesto que hará todo lo posible para opo- no es la excepción—, está dividida interna-
nerse, y tiene derecho dar la pelea. mente por regiones, idiomas, culturas, clases
sociales. La pregunta es: ¿cómo construimos
Ninguna Constitución fue de consenso, den- unidad? Una opción es la colonial, que cons-
tro de la sociedad dividida internamente, truyó la unidad anulando al resto y solamente
siempre hubo y habrá un factor disidente, ha- valorando una parte: en 183 años de vida re-
brá unos pedazos que se mantienen distantes, publicana se reconoció un idioma, una cultu-
eso es evidente: así pasó, así pasará y así está ra, un color de piel y se anuló al resto. Ésta
pasando. Lo importante es que el núcleo arti- es una forma fallida de construir unidad, es
culador y el entorno articulado tengan más de decir, anulando la diversidad, metiéndola
la mayoría, ésa es la clave, no solamente de su bajo la alfombra y haciéndonos creer que to-
control sobre la legalidad, sino fundamental- dos somos uniformes y homogéneos. Eso no
mente del control de la legitimidad. aguanta, la gente debajo de la alfombra salta y
nos hace saltar a todos.
El Estado Plurinacional además se traduce en
el reconocimiento práctico, institucional de la En 2000, todo lo que el neoliberalismo colocó
igualdad de oportunidades los pueblos, de los bajo la alfombra saltó y tapó a los neoliberales.
idiomas oficiales, reconocimiento de todas las No se puede ser impunemente discriminador
identidades, posibilidad de ser educado en durante años y años, no se puede ser impu-
su propio idioma si uno lo desea y si no, sólo nemente colonialista durante tanto tiempo. La
aprender el castellano, reconocimiento de los otra forma de construir unidad es recogiendo
idiomas indígenas en igualdad de condicio- la diversidad clasista y étnica, y ensamblán-
nes en la escuela, colegio, universidad e insti- dola, en vez de anularla y homogenizarla, se

17
la complementa y se la enriquece. Lo mestizo reconocimiento de la diversidad de culturas,
se enriquece con lo aymara, lo aymara con lo de instituciones, de civilizaciones, de idiomas,
guaraní, lo quechua con lo mestizo, cada uno en igualdad de condiciones y en complemen-
tiene el mismo derecho y cada uno de ellos en- tariedad y enriquecimiento mutuo.
riquece la cultura del resto, entonces tenemos
un tipo de unidad superior, compleja, no la Es una lectura vanguardista de la convivencia
unidad simple, falsa y fallida. Por eso nuestro de pueblos, culturas y civilizaciones. Cierta-
Estado ha sido débil. mente somos el primer Estado Plurinacional
del mundo que coloca esto en su CPE. Hay
Cuando se debate en torno a Bolivia como un elementos que ya fueron practicados por otros
Estado débil, justamente tiene que ver con esto, Estados en la parte lingüística: Canadá, Bélgi-
con lo que Zavaleta llamaba el Estado aparen- ca o India. Pero donde sí somos vanguardis-
te: todos nos creemos homogéneos, liberales, tas, al menos en América Latina, es en la igual-
modernos, castellano hablantes, cuando no lo dad de culturas, pueblos y de idiomas; pero
somos, se trata de un Estado fallido, aparen- además a nivel mundial somos vanguardistas
te, ilusorio, una unidad falsa; porque no todos porque reconocemos varias matrices organi-
somos liberales ni modernos ni asalariados zativas, varias civilizaciones, varias maneras
ni castellano hablantes. Entonces, por qué no de entender el mundo, las técnicas, la salud,
construir una unidad donde esté presente lo la naturaleza, la justicia, y eso está escrito en
que somos realmente: soy castellano hablan- nuestra CPE. La nuestra es una CPE del siglo
te, perfecto; soy aymara hablante, muy bien; XXI que sincera al Estado con la sociedad y
practico lógicas comunitarias, bienvenido; a la sociedad con su Estado, sin complejo al-
practico lógicas individuales, también bienve- guno, al contrario, apoyándonos como fuerza
nido. Ésa es la idea del Estado Plurinacional, productiva en nuestra gran diversidad.

Muchísimas gracias.

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de Sousa Santos, Boaventura. Capítulo III. Para una democracia de alta intensidad. En publicación: Renovar
la teoría crítica y reinventar la emancipación social (encuentros en Buenos Aires). Agosto. 2006. ISBN 987-
1183-57-7
Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/edicion/santos/Capitulo%20III.pdf

www.clacso.org RED DE BIBLIOTECAS VIRTUALES DE CIENCIAS SOCIALES DE AMERICA LATINA Y EL CARIBE, DE LA RED
DE CENTROS MIEMBROS DE CLACSO
http://www.clacso.org.ar/biblioteca

biblioteca@clacso.edu.ar
Capítulo III

Para una democracia


de alta intensidad

LAS PERSPECTIVAS epistemológica, teórica y política están muy


conectadas en estos retos que identificamos para la reconstrucción
de una utopía crítica, para pasar de una teoría crítica monocultural
a otra multicultural, para distinguir entre objetividad y neutralidad,
para pasar de la problemática estructura-acción a la problemática
acción conformista-acción rebelde, para analizar la cuestión del pos-
colonialismo, y también la de los dos sistemas de pertenencia jerar-
quizada que existen en el capitalismo. De estas problemáticas resul-
taban unos retos importantes para la teoría: una concepción amplia
del poder y de la opresión; los seis espacios-tiempo estructurales y
sus formas de poder; la equivalencia entre el principio de igualdad
y el principio de diferencia, donde hallamos dos sistemas, el de la
desigualdad y el de la exclusión, así como la mezcla que existe entre
los dos. Nos hemos referido a las formas de acción, y a continuación
vamos a concentrarnos en la cuestión de la acción institucional y la
acción directa. Por otro lado nos referimos también a la emergencia
del Foro Social Mundial y la necesidad de un nuevo internacionalis-
mo descentralizado, pluricultural.

71
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

Estas son las exigencias teóricas de las que venimos, y de-


bemos ver cuáles son las consecuencias políticas y cuáles son los
instrumentos con que contamos. El mensaje ha sido siempre que
necesitamos de un conocimiento muy sofisticado y exigente, por-
que tenemos que conocer muy bien la tradición y al mismo tiempo
contestarla, enfrentarla e innovar a partir de esa tradición. Roberto
Fernández Retamar, un gran crítico literario cubano, acostumbra
decir que nosotros tenemos una doble tarea, sobre todo a partir de
la situación poscolonial: por un lado, la de conocer muy bien el cen-
tro hegemónico, y por otro, la de conocer muy bien la alternativa al
centro hegemónico. O sea: debemos generar un doble conocimiento
que es exigente para todos nosotros, y sobre todo para los jóvenes
científicos sociales de hoy.
¿Qué instrumentos tenemos? En realidad, contamos sólo
con instrumentos hegemónicos para intentar enfrentar todo eso,
porque los conceptos para enfrentar lo nuevo, la discontinuidad,
la ruptura, la revolución, hoy no los tenemos. Los instrumentos
hegemónicos que tenemos son las semánticas legítimas de la con-
vivencia política y social: la legalidad, la democracia, los derechos
humanos. Esto es realmente lo que tenemos hoy para enfrentar
todos esos retos.
Es un problema complicado, porque si son instrumentos
hegemónicos, por definición no van a resolver nuestras inquietu-
des, nuestras aspiraciones, y no van a conseguir lo que queremos
lograr, que es una sociedad más justa, reinventar la emancipa-
ción social. Entonces tenemos que hacer un doble trabajo. Por
un lado, intentar ver si los instrumentos hegemónicos pueden ser
utilizados de una manera contra-hegemónica: si podemos desa-
rrollar un concepto contra-hegemónico de legalidad, de derechos
humanos y de democracia. Y por otro lado, ver si en las culturas y
en las formas políticas que fueron marginadas y oprimidas por la
modernidad occidental –muchas de ellas en el mismo Occidente,
porque la modernidad occidental está hecha de muchas moderni-
dades, una de las cuales dominó a todas las otras– podemos en-
contrar embriones, semillas de cosas nuevas. Un doble trabajo de
arqueología: en esas ruinas de destrucción, y en los instrumentos
hegemónicos que tenemos.

72
Boaventura de Sousa Santos

En este sentido, voy a concentrarme en la cuestión de la de-


mocracia, pero luego en el debate podemos trabajar más sobre los
derechos humanos. Vamos a ver cuál era la situación de la democra-
cia en los años sesenta. En ese momento, la teoría de la democracia
tenía algunas características, sobre todo vista desde una perspectiva
crítica. En primer lugar, había varios modelos de democracia: la de-
mocracia representativa liberal, la democracia popular, la democra-
cia participativa, la democracia de los países que se desarrollaban a
partir del colonialismo. Había, por lo tanto, una variedad grande de
modelos democráticos.
En segundo lugar, la discusión central de la teoría crítica
–de la teoría de la democracia en general, Robert Dahl, Barrington
Moore– era la cuestión de las condiciones de la democracia: el gran
problema de discusión en ese entonces era por qué la democracia
sólo era posible en un pequeño rincón del mundo, en un pequeño
número de países. La respuesta era porque allí existían condiciones
para ello: sociales, políticas, económicas. Se hablaba, por ejemplo,
de una reforma agraria como condición para crear una población
ciudadana para la democracia o de la necesidad de fortalecer a las
capas medias como una forma de estabilizar la democracia, y como
tales cosas no existían en la mayoría de los países, no se podía dis-
cutir la democracia.
Por otro lado, había una tensión creativa entre democracia
y capitalismo, porque la democracia era un proceso que a través
de la metáfora del contrato social luchaba por una inclusión más
amplia. El contrato social ha sido siempre selectivo, ha excluido
a mucha gente y muchos temas, pero desde el siglo XIX la lucha
política es de alguna manera por la inclusión en el contrato. Los
obreros, las mujeres, los inmigrantes, las minorías, a veces las
mayorías étnicas, todos estaban en una lucha por la inclusión, la
que presentaba una característica: involucraba alguna redistribu-
ción social, que se daba en la forma de derechos económicos y so-
ciales. Por eso el contrato social es la posibilidad de hacer alguna
redistribución. Pero al capitalismo no le gusta la redistribución, y
se produce una tensión.
La tensión creativa entre regulación y emancipación, que es
epistemológica, es teórica y también política. Y el contrato social re-

73
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

gula la tensión entre regulación social y emancipación, entre orden y


progreso. En este contrato hay dos grandes principios: el de igualdad
y el de libertad, y la distinción entre las fuerzas políticas que aceptan
el juego democrático –porque está todo el camino de los anarquistas
y del socialismo revolucionario que no aceptan este juego– es entre
los demoliberales, que privilegian el principio de la libertad, y los
demosocialistas, que intentan perseguir los dos principios al mismo
tiempo (por eso los demosocialistas son más favorables a mayores
concesiones a las clases obreras, a la construcción del derecho so-
cial, etcétera).
La cuarta característica de este modelo, que está centrado en
el Estado, es pensar que este es la solución y la sociedad es el pro-
blema. La sociedad es problemática porque hay crimen, hay pros-
titución, hay escasez de vivienda, hay toda una desestructuración
que la revolución industrial creó y el Estado debe solucionar. Y a
este Estado se lo quiere democráticamente fuerte para producir una
sociedad civil fuerte. O sea: hay una simetría entre una sociedad civil
fuerte y un Estado democráticamente fuerte, no hay contradicción.
Este es un modelo que se asienta sobre muchos presupuestos –el
libro que presentamos en la Feria del Libro13 habla de ellos– pero
lo que debemos entender es qué pasó con esta posición del Estado
como solución. Hay dos procesos muy claros.
Uno es la socialización de la economía, que va a ser algo nove-
doso en el centro y también en los países semiperiféricos de América
Latina y de Asia. India es un ejemplo muy importante en este caso,
en tanto muestra que la economía no es solamente capital, factores
de producción y mercado. La economía es también gente, trabajado-
res, familias, necesidades, aspiraciones, deseos, pasiones, que deben
ser regulados de alguna manera, y eso es el proceso de socialización
de la economía. El segundo proceso es la politización del Estado. Si
para los conservadores el Estado tenía simplemente el rol de estable-
cer y mantener el orden público y defender la soberanía nacional, en
las concepciones demoliberales y demosocialistas esto ya no es así,
y la politización del Estado va a consistir en la producción de cuatro

13 Reinventar la democracia. Reinventar el Estado (Buenos Aires: CLACSO, 2005).

74
Boaventura de Sousa Santos

bienes públicos fundamentales. El primero es la identidad nacional:


los himnos, la educación, las historias nacionales, el modo en que
aprendemos a ser argentinos, brasileños, portugueses. El segundo es
el bienestar individual y colectivo, la idea del bienestar social que es
parte del contrato. El tercero es la seguridad individual y colectiva. Y
el cuarto es la soberanía nacional.
Este modelo entró en una crisis enorme en los últimos vein-
te años, y analizaremos muy brevemente lo sucedido. Lo primero
es que de todos los modelos de democracia que había permaneció
sólo uno: la democracia liberal, representativa. Las otras formas de
democracia desaparecieron, no se habla más de ellas. Así pues la
primera idea que les quiero comunicar es que así como tenemos bio-
diversidad y vamos perdiéndola, pienso que en los últimos veinte
años también perdimos “demo-diversidad”: perdimos la diversidad
de formas democráticas alternativas, donde el juego, la competencia
entre ellas de alguna manera daba fuerza a la teoría democrática.
En segundo lugar, la tensión entre capitalismo y democracia
desapareció, porque la democracia empezó a ser un régimen que en
vez de producir redistribución social la destruye. Es el modelo neo-
liberal de democracia impuesto por el Consenso de Washington.
Una democracia sin redistribución social no tiene ningún proble-
ma con el capitalismo; al contrario, es el otro lado del capitalismo,
es la forma más legítima de un Estado débil. Esta es la razón por
la cual el Banco Mundial y el FMI proponen e imponen esta forma
de democracia. Entonces, con la falta de redistribución social, esta
discrepancia entre experiencias y expectativas va a colapsar. De he-
cho, nuestra definición de sociedad en las ciencias sociales, la más
sencilla y más completa al mismo tiempo, dice que es un conjunto
de expectativas estabilizadas: sociedad es recibir el salario a fin de
mes, es el ómnibus que llega a una hora determinada, es la expec-
tativa estabilizada.
Lo que hoy está ocurriendo es que para mucha gente no hay
expectativas estabilizadas, y por eso he dicho que estamos en la
crisis del contrato social. Estamos expulsando gente de la socie-
dad civil al estado de naturaleza, que era el estado previo al de la
sociedad civil para Locke, para Hobbes y para Rousseau. Estamos
hablando de la mayoría de la población mundial, en algunos paí-

75
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

ses más, en otros menos: puede ser 60%, 30%, pero eso es lo que
está pasando en el mundo en este momento, con el mantenimiento
de la democracia política representativa sin redistribución social.
Mi primer diagnóstico radical de nuestra situación presente a nivel
mundial es que vivimos en sociedades políticamente democráticas
pero socialmente fascistas. O sea: está emergiendo una nueva for-
ma de fascismo que no es un régimen político, sino un régimen
social. Es la situación de gente muy poderosa que tiene un poder de
veto sobre los sectores más débiles de la población.
Cuando digo crisis del contrato social, algunos pueden se-
ñalar que esto es contradictorio: nosotros miramos los informes
del Banco Mundial, nuestra prensa, y se está hablando siempre
de contractualismo. Esto no tiene nada que ver con el contrato
social, es el contractualismo individual entre partes que tienen
poderes muy distintos, y que a mi juicio crea una forma de fas-
cismo social: el fascismo contractual. En el libro Reinventar la de-
mocracia. Reinventar el Estado distingo cinco formas de fascismo
social. Lo importante ahora es ver cómo el hecho de que se pasa
muy fácilmente del sistema de desigualdad al sistema de exclu-
sión está produciendo una situación nueva, esta de tener brutales
desigualdades sociales que son invisibles, que están aceptadas,
que están naturalizadas, aunque la idea democrática, el Estado
democrático, se mantiene.
Por eso entramos en un proceso en el que el neoliberalismo no
tiene nada que ver con el liberalismo del siglo XIX sino con el con-
servadurismo de ese siglo, pero a su vez es nuevo: en el siglo XIX el
conservadurismo quería crear un marco jurídico para los negocios,
para garantizar la propiedad individual, y las obligaciones contrac-
tuales, y defender la soberanía nacional. El nuevo conservadurismo
ha desechado el concepto de soberanía nacional; el nacionalismo de
los conservadores no existe más. El tercer efecto de esta crisis es que
en veinte años esa fórmula del Estado como solución y la sociedad
como problema se invirtió. Ahora la sociedad civil es la solución y el
Estado es el problema. Y esto pasó casi desapercibido para mucha
gente: “el Estado es ineficiente”, “el Estado es la causa de todos los
problemas”, etcétera.

76
Boaventura de Sousa Santos

El otro factor fue que el Estado, contrariamente a ser el espe-


jo de la sociedad civil, es ahora su opuesto: para criar una sociedad
civil fuerte tenemos que tener un Estado débil. No puede ser que un
Estado democráticamente fuerte conduzca a una sociedad civil fuer-
te. Entonces esto nos lleva a otra característica importante que se
desdobla en dos, y es lo que llamo la desnacionalización del Estado
por un lado –o sea, el Estado cada vez más gestionando las presiones
globales– y la desestatización de la regulación social. El Estado deja
de tener el control de la regulación social, se crean institutos para
ello, y el Estado se convierte sólo en un socio, no tiene el monopolio
de la regulación social. Por eso vamos a tener el problema de la rela-
ción entre reguladores y des-regulados, y frecuentemente los regula-
dos son rehenes de los reguladores.
Este primer diagnóstico es duro, pero me parece que tiene
que ver claramente con la crisis del modelo. Otros aspectos que no
vamos a poder desarrollar en su totalidad son el fascismo social que
no es producido por el Estado pero tiene la complicidad del Estado,
y el nuevo Estado de Excepción. En conclusión, de esta situación
resultan algunas cosas que son retos para nosotros si queremos re-
inventar una práctica y una teoría política. Primero porque vemos
que en el primado del derecho que se anuncia por todos lados –la
reforma del sistema judicial, la centralidad de los tribunales, etc.– se
consagra al derecho pero se “desconsagran” otros derechos: los dere-
chos sociales y políticos.
La segunda es la emergencia de un constitucionalismo glo-
bal de las empresas multinacionales, que prevalece sobre las leyes
nacionales y las viola frecuentemente, pero tiene prioridad sobre
ellas como antes la ley constitucional tenía prioridad sobre las leyes
ordinarias. Y de todo esto resulta lo que yo llamo una democracia
de baja intensidad: vivimos en sociedades de democracia de baja
intensidad. El problema pasa por comprender que la democracia
es parte del problema, y tenemos que reinventarla si queremos que
sea parte de la solución. Por ejemplo, lo que sería un ideal demo-
crático según Rousseau (siempre hay que distinguir la democracia
como práctica de la democracia como ideal), es muy interesante.
Rousseau decía que solamente es democrática una sociedad donde
nadie sea tan pobre que tenga que venderse ni nadie sea tan rico

77
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

que pueda comprar a alguien. En nuestras sociedades hay de hecho


mucha gente que tiene que venderse, y mucha gente que tiene dine-
ro para comprar a esa gente.
Estamos muy lejos de ese ideal democrático, y por eso hay
que ver si podemos crear una contra-hegemonía. Pero no es fá-
cil en este momento, nuestro propósito y mi tesis central en este
seminario es que tenemos que reinventar la demo-diversidad. La
perdimos, pero quizás eso no es tan irreversible como la biodi-
versidad; probablemente es posible reinventar y reconstruir algu-
nas de estas formas de demo-diversidad. Y la principal que voy a
proponer es la relación entre democracia representativa y demo-
cracia participativa. Las razones por las cuales tenemos que ver
esta solución contra-hegemónica parten de un análisis riguroso
en cada país de la democracia de baja intensidad, que se presenta
de varias maneras pero tiene en general –y por eso vamos a tener
que construir alternativas a partir de eso– algunas características
que es importante rever.
La primera es que este modelo se funda en dos mercados. El
mercado económico, donde se intercambian valores con precio, y el
mercado político, donde se intercambian valores sin precio: ideas
políticas, ideologías. Hoy estamos viendo que estos dos mercados
se confunden cada vez más, estamos entrando en un proceso donde
solamente tiene valor lo que tiene precio, y por lo tanto el mercado
económico y el mercado político se confunden. Con eso se naturaliza
la corrupción, que es fundamental para mantener esta democracia
de baja intensidad, porque naturaliza la distancia de los ciudadanos
a la política: “todos son corruptos”, “los políticos son todos iguales”,
etc., lo cual es funcional al sistema para mantener a los ciudadanos
apartados. Por ello la naturalización de la corrupción es un aspecto
fundamental de este proceso.
Este modelo tiene dos piernas: la democracia representativa
es, por un lado, autorización y, por otro, rendición de cuentas. En
la teoría democrática original estas dos ideas son fundamentales:
autorización, porque por el voto yo autorizo a alguien que decide
por mí, pero por otro lado él tiene que rendirme cuentas. Lo que está
pasando con este modelo es que sigue habiendo una autorización
pero no hay rendición de cuentas: en el juego democrático actual,

78
Boaventura de Sousa Santos

cuanto más se habla de transparencia, menos transparencia hay. En-


tonces, dado que la rendición de cuentas no tiene lugar, la autoriza-
ción entra en crisis a través de dos patologías muy fuertes: la de la
representación –los representados no se sienten representados por
sus representantes– y la de la participación –abstencionismo muy
frecuente: “no voy a participar porque mi voto no cuenta” o porque
“sucede siempre lo mismo”.
Estas son, a mi juicio, las condiciones dentro de las cuales te-
nemos que encontrar alguna alternativa. La situación de la cual par-
timos es, con estas características generales, realmente muy difícil:
una ciudadanía bloqueada, en la medida en que a mucha gente –que
es la característica del sistema democrático representativo– no se le
garantizan las condiciones de participación; o sea, que se basa en la
idea de participación pero no garantiza sus condiciones materiales.
Por ejemplo, tres condiciones son fundamentales para poder parti-
cipar: tienes que tener tu supervivencia garantizada, porque si estás
muriendo de hambre no vas a participar; tienes que tener un mínimo
de libertad para que no haya una amenaza cuando vas a votar; y
finalmente tienes que tener acceso a la información. Me parece que
con esta ciudadanía bloqueada se está trivializando la participación;
participamos cada vez más en lo que es menos importante, cada vez
más somos llamados a tener una opinión sobre cosas que son cada
vez más triviales para la reproducción del poder.
Y esto es algo que también me parece importante: hay un
nuevo proceso de “asimilacionismo” que se ejerció en relación a los
indígenas y ahora se expande a toda la sociedad, y que consiste en
participar sin poder discutir las reglas de participación. Entonces,
a partir de aquí tenemos que desarrollar otro modelo democrático
que logre de hecho vencer esta situación. En la democracia repre-
sentativa nosotros elegimos a los que toman decisiones políticas;
en la democracia participativa, los ciudadanos deciden, toman las
decisiones. Pero esta polarización debe ser matizada: primero, la
democracia representativa tiene también una parte de participa-
ción. El voto lo es, pero es una participación compleja, porque con-
lleva la idea de renuncia a la participación, y por eso es limitada.
La democracia participativa, por el contrario, también tiene dele-
gaciones y formas de representación: hay concejales, y delegados.

79
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

Todos los estudios que tenemos sobre los presupuestos participa-


tivos, por ejemplo, aún a nivel local, como en Porto Alegre, mues-
tran claramente que todas las formas de democracia participativa
tienen también elementos de representación14.
Veamos cuáles son las condiciones para poder efectuar esta
complementariedad, que no es de ninguna manera fácil. Pienso que
ella conlleva tres problemas: la relación entre Estado y movimientos
sociales; entre partidos y movimientos sociales; y de los movimientos
sociales entre sí. Son las tres vías donde puede construirse una arti-
culación entre democracia representativa y democracia participativa
que quizás constituya la creación de una forma de complementarie-
dad. Los caminos de complementariedad entre ambas son muy com-
plejos: no estoy diciendo que sea fácil realizarla en ningún lugar. Si
miramos la situación de, por ejemplo, los partidos y los movimientos,
enfrentamos en muchos países una situación totalmente hostil a la
complementariedad: los partidos tienen un fundamentalismo anti-
movimientos sociales, piensan que tienen el monopolio de la organi-
zación política de los intereses y que los movimientos sociales no son
representativos. Cuando estaba haciendo mi trabajo de investigación
en Porto Alegre, entrevisté a los diputados y senadores principales,
que me decían: “mira, yo he sido elegido por 40.000 votos, ¿cuánta
gente va a una reunión de asamblea? ¿1.000, 2.000 personas? Enton-
ces soy más representativo, hay más personas”. La idea de represen-
tación es muy compleja, y más si existe este fundamentalismo, que es
muy claro. En Ecuador, por ejemplo, me di cuenta de la distancia en-
tre los partidos de izquierda y los movimientos sociales como el de los
indígenas. Hay una hostilidad de principios que hay que sobrepasar.
Existe otro fundamentalismo, inverso a este, el fundamen-
talismo anti-partidos políticos de los movimientos sociales, que es
la idea de que los movimientos sociales tienen que ser totalmente
autónomos porque la alternativa es la cooptación, que significa la
destrucción del movimiento; tienen la idea de que no es posible
la relación entre partidos y movimientos. Pero entonces no es po-

14 Ver mi libro Democracia y participación. El ejemplo del presupuesto participativo


en Porto Alegre (Madrid: El Viejo Topo, 2003).

80
Boaventura de Sousa Santos

sible una articulación entre democracia representativa y partici-


pativa, porque la representativa está dominada por los partidos,
y la participativa está dominada por los movimientos sociales y
las asociaciones barriales, de vecinos, etc. Si no hay una articu-
lación política entre las dos, no es posible una articulación entre
democracia representativa y participativa. Hay que vencer estos
dos fundamentalismos.
Y hay otro obstáculo: los partidos privilegian totalmente la
acción institucional, dentro del marco legal, dentro del parlamento,
etc. Los movimientos sociales, por el contrario, se dividen entre los
que utilizan más la acción institucional y los que usan más la acción
directa, pero los más importantes normalmente emplean las dos.
Hay una tensión entre partidos que se valen de la acción institucio-
nal y movimientos que muchas veces recurren a la acción directa. Y
esta es a mi juicio una de las razones más persistentes que dificultan
enfrentar esta complementariedad.
Por otro lado, también podemos decir que los partidos
tienden a homogeneizar sus bases sociales, les gusta cada vez
más hacerlo a través de lo que llamamos la pérdida de ideolo-
gía en las emergencias de las que son parte. Los movimientos, al
contrario, tienen temas específicos, trabajan sobre la diferencia
cultural, la diferencia sexual, la diferencia territorial, trabajan
con otros conceptos que son distintos. Hay una nueva cultura po-
lítica que tenemos que inventar que pasa exactamente por vencer
estas dificultades. ¿Cómo se hace esto? Mostrando en la prác-
tica las ventajas de una articulación. Hay muchas experiencias
en el Sur donde la democracia participativa emerge como presu-
puesto participativo, como el referéndum o las consultas popu-
lares, como concejos sociales o de gestión de políticas públicas
–como en Brasil, donde son muy fuertes en este momento– y se
comienza a ver una complementariedad. Aún es limitada, porque
las experiencias que tenemos de articulación entre democracia
participativa y representativa son a nivel local. Tenemos aquí un
problema de escala: cómo desarrollar esta complementariedad a
nivel nacional y global.
Cuando el Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil llegó al
poder, muchos estábamos involucrados en proponer ideas para una

81
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

democracia participativa, para un presupuesto participativo a nivel


de la unión federal. Y discutimos ideas interesantes, porque no pue-
de ser el mismo que en una ciudad; tiene que tener otra forma, pero
es posible. De hecho, el PT en el gobierno desechó totalmente la po-
sibilidad de una democracia participativa a nivel nacional. Entonces
tenemos esto: una democracia participativa en el nivel local logra
articular autorización con rendición de cuentas, crea realmente una
transparencia, limita la corrupción –de hecho eso está demostrado–
y logra redistribución social. Se puede probar que en las ciudades de
América Latina y Europa donde hay un presupuesto participativo
hay redistribución social.
Pero el problema es este: podemos tener ciudades más
justas, pero las sociedades a nivel general siguen siendo cada
vez más injustas, porque el nivel local no logra una articulación
nacional. Los partidos podrían desarrollarla, pero no lo hacen.
Este es uno de los límites más persistentes que tenemos, pero
empiezan a ser claras algunas cosas muy importantes en esta ar-
ticulación: la democracia participativa logra ampliar la agenda
política. Hay muchos problemas en los parlamentos de América
Latina y Europa en que estos surgen directamente de las luchas
populares, de los movimientos sociales. En mi país, por ejemplo,
se está desarrollando actualmente el referéndum contra la pe-
nalización del aborto, resultado directo del movimiento popular
que fuerza a los partidos de izquierda a enfrentar esta cuestión
en el Parlamento.
La participación de los partidos es realmente importante si
estos tienen credibilidad en sus países. El problema es muy claro:
la articulación democracia participativa/democracia representati-
va exige la credibilidad de los partidos. Y los partidos pueden sus-
tentar una agenda política mejor que los movimientos. El proble-
ma de los movimientos sociales es que en determinado momento
tienen una actividad enorme, están todos los días en la prensa, y
al mes siguiente ya no están, están en reflujo, la gente ya no va a
las reuniones o a las asambleas. Esta idea de sustentabilidad de la
movilización es un problema muy serio en muchos países, porque
para que se logre una continuidad, una participación, tiene que
haber articulación política. Si no la hay, tenemos estas dos inercias

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Boaventura de Sousa Santos

de las que hablábamos antes: por un lado, la inercia y el reflujo de


los movimientos sociales que no logran multiplicarse y densificar
la lucha; y por otro, los partidos que se mantienen como antes y no
cambian en nada sus políticas.
A mi juicio este es el reto que enfrentamos hoy para sobrepa-
sar estos problemas, y cuando se resuelve se logran muchas cosas.
Por ejemplo, trabajando con experiencias concretas, se nota que los
partidos, al tener vocación de poder, suelen trabajar bien la cues-
tión de los desequilibrios dentro del espacio público, porque com-
piten por el poder: no quieren transformarlo, quieren tomarlo. Los
movimientos sociales, por el contrario, saben que muchas veces
las formas de opresión vienen del Estado pero también de actores
económicos y sociales muy fuertes, por lo que la distinción entre la
opresión pública y la opresión privada no es demasiado importan-
te. Los sindicatos, por ejemplo, tienen una experiencia notable de
lucha contra actores privados: los patrones y las empresas. Enton-
ces, hay también en este proceso una capacidad enorme de ampliar
la lucha contra la opresión. Y en los países donde la democracia
participativa se enraíza en las experiencias que tenemos, permite
de hecho que se desarrolle en este momento una lucha más amplia
contra diferentes formas de opresión.
Hay factores que favorecen la emergencia de la lucha, y
por ende está apareciendo en muchos países. El primero es que
los partidos políticos están perdiendo el control de la agenda po-
lítica: nunca incumplieron tanto sus promesas electorales cuando
llegaron al poder como en estos momentos. Uno de los estudios
más interesantes es mirar los programas de los partidos y después
su práctica política. Ha sido siempre así, pero ahora todavía más,
porque hay una presión de la globalización neoliberal que no pue-
de entrar en la agenda política de un partido. Ninguno de ellos
puede decir “cuando llegue al poder voy a seguir totalmente las
instrucciones del BM y del FMI”, porque si dice esto no va a tener
votos, ya que la gente sabe las consecuencias de eso. Tiene que de-
cir que va a dar más empleo, educación, salud, etc., pero cuando
llega al poder no hace nada de eso. Este incumplimiento hace que
la deslegitimación de los partidos sea cada vez más grande en un
número cada vez mayor de países.

83
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

Esa pérdida del control de la agenda política solamente se


puede recuperar a través de los movimientos populares. No me pa-
rece que pueda ser de otra forma que a través de una presión desde
abajo. Esto viene de los movimientos, y tiene otra característica:
debe ser legal e ilegal. No puede ser una lucha institucional sola-
mente, tiene que ser una lucha institucional y una lucha directa.
Además, en algunos contextos tiene que ser cada vez más directa,
porque con la criminalización de la protesta se está reduciendo la
posibilidad de una lucha institucional, y si esta se reduce tenemos
que abrir espacios para la posibilidad de una lucha directa, ilegal y
pacífica. Lo que estoy tratando de sugerir es que tenemos que crear
una dialéctica entre legalidad e ilegalidad, que de hecho es la prác-
tica de las clases dominantes desde siempre: usan la legalidad y la
ilegalidad cuando les conviene.
Por eso no puede haber un fetichismo legal. Yo que trabajo
mucho la cuestión del sistema judicial –como sociólogo del dere-
cho– en varios países de América Latina y África tengo una concien-
cia muy clara de que esta tensión es necesaria. De hecho, todos los
momentos fundantes de la democracia han sido ilegales: huelgas,
protestas y hasta funerales. Por ejemplo, en África del Sur, uno de
los movimientos fundadores de la nueva democracia fueron los fune-
rales de los negros asesinados. Ilegalizados por el apartheid, fueron
un acto fundador de pertenencia: “ya que no podemos pertenecer en
vida pertenecemos juntos en la muerte”. Esto es una cosa que viene
de muy lejos. ¿Ustedes saben cuáles fueron las primeras mutualida-
des de los trabajadores que se crearon en el siglo XIX en Europa?
Eran para comprar un ataúd cuando moría el trabajador, para los
funerales; o sea, el trabajador no tenía dignidad en vida, pero quería
tener dignidad en la muerte. Y todavía hoy en algunos países hay
mutualidades de funerales. Esta fue la creatividad de las luchas por
la supervivencia de gente que estaba excluida totalmente del contra-
to social, y por eso esta mezcla de legalidad e ilegalidad es para mí
muy necesaria y muy fuerte.
Claro que la relación entre Estado y movimientos, y entre
partidos y movimientos, depende de algo que llamo las condicio-
nes de oportunidad política. No podemos generalizar estas condi-
ciones: hay condiciones políticas donde las clases que están en el

84
Boaventura de Sousa Santos

poder son muy represivas, muy monolíticas; hay otras donde son
más abiertas, menos monolíticas, y hay mucha competencia entre
ellas. Cuanta más competencia entre elites, más grietas se abren
para que por ellas entren el movimiento popular y la democracia
participativa. Y aquí lo que me impacta más es que los movimien-
tos por separado no ven las posibilidades que tienen a su alcance:
no aprovechan las oportunidades.
Esto es lo que debemos analizar sobre la relación movimien-
tos-movimientos. Si los movimientos se van a mantener separados
–feministas de un lado, obreros, indígenas y ecologistas en otros,
derechos humanos aquí, asambleas barriales allá– sin articulación,
no iremos muy lejos. Hay demasiadas teorías de separación y muy
pocas teorías de unión, por una tradición nefasta, a mi juicio, en
la política de izquierda: que politizar una cuestión es polarizar
una diferencia. Para nuestra tradición, politizar significa polarizar.
Dentro de los movimientos, de las clases populares, hay que buscar
otra cultura política, que tiene que basarse en lo que llamo plurali-
dades despolarizadas.
Hay una discrepancia total entre la práctica y la teoría de la
izquierda y de los movimientos en América Latina: para una teoría
ciega, la práctica es invisible, y para una práctica ciega, la teoría
es irrelevante. Eso es lo que ocurre hoy, y hay que superarlo. Si
ustedes miran las condiciones de los movimientos verán que par-
ten de esta polarización y también de otra cosa: nunca como hoy
en el pensamiento de izquierda hubo una discrepancia tan grande
entre las posibilidades de corto plazo y las incertidumbres de largo
plazo. Antes hablábamos de socialismo o barbarie; ahora pasamos
a hablar de que otro mundo es posible. La apertura es totalmente
distinta, el largo plazo es muy inclusivo pero muy vago también.
Hay que concentrar esta condición que es problemática y permi-
te todavía una despolarización. Al analizar los textos de toda la
reflexión de la izquierda desde el siglo XIX se ve muy claramente
que las polarizaciones incidían sobre todo en el largo plazo. Hubo
algunas en el corto plazo. Por ejemplo, en la Primera Guerra Mun-
dial, los obreros se dividieron entre los que estaban a favor de la
guerra y los que estaban en contra, pero las grandes divisiones son
de largo plazo.

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Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

Creo que hoy hay condiciones para vencer algunas cuestiones


que parecen muy tenaces. De alguna manera lo que voy a proponer
de las pluralidades despolarizadas parece ir en contra de un nuevo
extremismo que existe dentro del pensamiento crítico. Hay tres ex-
tremismos que, a mi juicio, son muy nefastos. Uno es sobre el sujeto
histórico: el extremismo entre los que siguen creyendo que el sujeto
histórico es la clase obrera y los que creen que es la multitud. Es un
extremismo mucho más grande que hace treinta años, cuando se dis-
cutía qué era la clase obrera, si la pequeña burguesía era parte de ella,
cuál era el papel de los campesinos y quiénes eran los aliados. Ahora
es entre el extremo de la clase obrera y el de la multitud. Marcos dice:
“personas comunes, y por lo tanto rebeldes”. Michael Hardt dice en
Imperio –y lo dijo en el FSM 2005– “todos somos comunistas”.
Este extremismo, a mi juicio, ridículo, está intentando con-
fundir las cosas porque es totalmente irrelevante. Antes, las faccio-
nes dentro de los partidos comunistas, socialistas, eran divisiones que
tenían consecuencias políticas: uno podía ser echado de un partido
o podía morir. O sea: el extremismo, las posiciones distintas, tenían
consecuencias. Hoy no tienen consecuencias, es un extremismo tan
grande como inconsecuente, falto de relevancia. Lo mismo sucede con
las formas de organización: o tenemos las tradicionales de partidos y
sindicatos, o todo es espontáneo, no puede haber una organización
porque si la hay no hay democracia directa, y si no hay democracia
directa no hay movimiento popular puro. Este extremismo es total-
mente irrelevante pero crea muchos debates que no son productivos.
También hay otro extremismo que es pensar que, por un lado,
es necesario tomar el poder, y por otra parte gente como Holloway,
por ejemplo, que dice: “no, no tenemos nada que ver con el poder, no
hay que tomar el poder, hay que ignorarlo”. Sigue siendo muy difícil
encontrar un camino intermedio, y somos varios los que estamos
buscando otra vía, en la que la cuestión no es tomar o no el poder
sino transformarlo, y sobre todo a partir de un principio que es fun-
damental: en todas las luchas los conflictos están determinados por
las clases o grupos dominantes. Cuando les hablo del uso contra-he-
gemónico de un instrumento hegemónico, parto de los términos del
conflicto, porque no está en la agenda política una transformación
global. Es decir, estamos en un momento, en un período de transi-

86
Boaventura de Sousa Santos

ción, que es demasiado tardío para ser pos-revolucionario y dema-


siado prematuro para ser pre-revolucionario.
Esta es una situación que conlleva toda esta tensión y opor-
tunidad creativa que tenemos para poder construir una alternativa
democrática. Por eso pienso que en estas condiciones tenemos que
partir de los conflictos. ¿Cómo se mide hoy el éxito de una lucha?
Por su capacidad de cambiar los términos del conflicto. Por ejemplo,
los indígenas han visto cómo su éxito va de pequeñas luchas cultu-
rales hacia la defensa de la autodeterminación, de la autonomía. Las
luchas se articulan cambiando los términos. Esta pluralidad despo-
larizada que les propongo tendrá muchas consecuencias, y pienso
que el FSM es un embrión de realidades donde podemos empezar a
ver algunas de estas despolarizaciones, pluralidades que son despo-
larizadas. Y aquí concluyo mi exposición: si empecé epistemológica-
mente con la Ecología de los Saberes, termino con las pluralidades
despolarizadas. Es decir, el lado político de una epistemología de los
saberes es la incompletitud de propuestas políticas y la necesidad de
unirlas sin una teoría general.
El concepto de pluralidades despolarizadas tiene una serie de
condiciones de las que no voy a hablar aquí, pero tiene sobre todo
esta necesidad de una inteligibilidad, una articulación de acciones
colectivas cada vez mayor. Esto está emergiendo en muchos movi-
mientos: en el movimiento feminista, en el movimiento indígena,
etc. Hay cosas que son totalmente novedosas. Por ejemplo, en mi
país, el movimiento sindical apoya al movimiento gay y este tiene
mucha presencia en las manifestaciones; veinte años atrás los sin-
dicatos nunca hubieran participado de una marcha de orgullo gay,
eran totalmente anti-gay y hacían una articulación con la Iglesia Ca-
tólica más conservadora. Hoy estas articulaciones son posibles. Para
que puedan ser posibles sin una teoría general que diga cuál es lo
más importante, es necesario el procedimiento de la traducción.
Se trata de crear inteligibilidad a través de la argumentación,
porque a pesar de todas las dificultades que enunciamos –un camino
que no es brillante, que no tiene recetas listas, que es reversible– es
una de las tradiciones filosóficas más interesantes. Qué pasa con la
argumentación: yo estoy a punto de ser convencido por un argu-
mento pero tú me dices una cosa que me ofende y me salgo de allí.

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Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

Cuando no tienes un conocimiento demostrativo, tienes un conoci-


miento argumentativo. Toda la posibilidad de comprensión es rica
pero es reversible, porque hay que conducirla de una manera que no
te expulse del proceso argumentativo.
Y no es fácil, porque hay un problema de lengua, hay un pro-
blema de poder de argumentación, hay una historia por detrás de los
movimientos. Por ejemplo, en mi práctica de llevar a sindicalistas a ha-
blar con las feministas, muchas veces los sindicatos piensan: “nosotros
somos el verdadero movimiento social y toleramos un poco la presencia
de ustedes”. ¿Y cómo pasar de la tolerancia al respeto mutuo, recípro-
co? Es un proceso político, nada se consigue de hoy para mañana. De
hecho, la paciencia de la utopía es infinita.

DEBATE
PREGUNTAS Y COMENTARIOS15
Quería hacer un comentario sobre esta experiencia de complemen-
tariedad entre la democracia representativa y participativa, que vos
decías se da más en lo local, y me cierra mucho en la experiencia
que hemos tenido con la campaña continental contra el ALCA en
América Latina. Nace en el FSM, se desarrolla ante la amenaza
del ALCA pero, a diferencia del Foro, la campaña continental te
permite la participación de partidos políticos y tiene un poco las
reglas de las asambleas sociales. A partir de allí sucedieron mu-
chas cosas, porque las dinámicas son de flujo y reflujo. En el caso
argentino, nos permitió una consulta popular de dos millones de
votos, en Brasil también; pero en Bolivia, a partir del reforzamiento
por la búsqueda del Tratado de Libre Comercio Andino aparece el

15 En este tercer día fue muy difícil coordinar las preguntas con las respuestas
por el gran número de intervenciones del público, que condujeron al Prof. Santos
a contestar algunas en forma particular y otras en conjunto. En primer lugar pre-
sentamos aquí las intervenciones respondidas, y luego las que se comentan de
manera general.

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Boaventura de Sousa Santos

eje político que tumba al gobierno y produce toda la última parte


que condujo al gobierno de Mesa. La semana pasada, en Quito, el
movimiento indígena, que es uno de los que ha desarrollado más la
lucha contra el TLC, nos sorprendió porque se retiró de las nego-
ciaciones por el tratado que se estaban dando en el área andina. Me
parece que es una lucha ya más que local y que puede ser pensada
en los mismos términos.

Voy a tratar de construir la pregunta porque tengo muchas dudas.


Hoy quizás fue el Boaventura más moderno y menos novedoso que
escuché; hoy quizás por las cuestiones que planteó hubo un desper-
dicio de la experiencia. Eric Wolf y Eric Hobsbawm, cuando hacen
su análisis sobre el campesinado, plantean que eran como anarquis-
tas por naturaleza, pero es interesante pensar que a lo mejor se los
puede ver como anarquistas por su experimentación de la relación
con el Estado. En Argentina –ahora hablo como participante de
asambleas, como ciudadano que experimentó estos años– nuestra
relación con la democracia representativa es bastante complicada.
Cuando nos politizamos como personas comunes (diría Marcos) te-
nemos ciertas tendencias, porque lo hemos aprendido en la relación
con el Estado. Algunos trabajos de investigación sobre la protesta en
Argentina plantean que, en diez años neoliberales, el Estado no tuvo
en más del 95% de las protestas, ningún tipo de respuesta salvo la re-
presión. Eso deja marcas. Pensar que una determinada experiencia
no tiene nada que ver con su postura y su apuesta en relación con
la democracia representativa sería en todo caso desconocer la cons-
trucción de los movimientos sociales. En ese sentido, me parecería
demasiado normativo pensar cómo debe ser la articulación entre de-
mocracia representativa y participativa, y no me animo a decirles a
los movimientos sociales por qué no son capaces de articular esos
dos niveles en pos de un proyecto emancipatorio. En todo caso, sería
interesante pensar lo que está en tensión por debajo de esta relación
entre las dos democracias, que en realidad parten de lógicas de or-
ganización territorial distintas. Esto en su análisis no lo he leído,
cómo juega la producción del territorio, porque el Estado tiene su
producción territorial pero los movimientos tienen otras. Pensemos
en los movimientos indígenas, en los movimientos campesinos, en la

89
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

actualidad de los movimientos urbanos que tratan de reconfigurar


los espacios. Y la política no vive en el aire, vive en determinados
territorios que se producen por los sujetos. En este sentido, parece
bastante débil o poco novedosa esta propuesta de apostar a una arti-
culación entre democracia representativa y participativa, en función
también de los actores que hoy a nivel global, nacional y local pujan
por distintas construcciones del territorio. Pensemos en las multina-
cionales, en los estados débiles, en los distintos movimientos locales
o regionales, etcétera.

Si partimos de un supuesto entre orden y conflicto, entre política


institucional y lo político, en la cual se institucionaliza el conflicto a
través de un nuevo orden, con lo que se puede hablar de expansión
de la democracia, ¿en qué medida esta articulación que usted propo-
ne entre democracia representativa y participativa no supondría una
nueva regulación?

Yo querría que pudiéramos profundizar en dos temas: el Estado de


Excepción, y el otro, que nos atraviesa mucho a ciertos teóricos que
padecemos algunos fundamentalismos, sobre la posibilidad de de-
mocratización de la relación de explotación, que es complicado.

Eso que has planteado de la democracia representativa y la articula-


ción con la participativa es un debate viejo que recupera la discusión
que trae Pareto sobre el voto imperativo y el voto representativo. O
sea que la democracia representativa siempre tiene la tendencia a no
respetar el mandato imperativo, casi es la esencia de esa democracia,
representar globalmente, y no el mandato imperativo, que hablaría
de una rendición de cuentas de dicho mandato. Me parece que eso
que vos planteabas de la rendición de cuentas en la democracia re-
presentativa es casi una contradicción en sus términos.

RESPUESTAS DEL AUTOR


A la primera pregunta quería decirle que de hecho es verdad –y de
alguna manera empiezo a contestar la segunda–, hay realmente
que analizar cada vez más las formas de participación y de arti-

90
Boaventura de Sousa Santos

culación popular que se están organizando en el nivel global. El


problema para mí es la sustentabilidad de esto. Es posible, por
ejemplo que las feministas del continente se articulen hoy con las
asiáticas –sobre todo en India– para algunas protestas y accio-
nes políticas locales. Y aquí hemos visto que lo único que puede
articular lo local con lo global, o sea la emergencia de formas de
participación en el nivel global, es que haya un anclaje, una razón
local para que el movimiento sea global. En el caso del ALCA se
ve muy claramente. Logramos demostrar que localmente este pro-
yecto global tenía consecuencias. Se logró demostrar, por ejemplo,
cuáles serían las consecuencias del NAFTA para la agricultura en
México. No siempre es fácil hacer esto. El 15 de febrero de 2003,
cuando fue la demostración contra la guerra de Irak, por primera
vez las feministas de Estados Unidos lograron llevar a cabo la
más importante movilización contra la guerra. Esto es novedoso,
antes eran otros movimientos los que la convocaban: ahora las
feministas lo hicieron porque articularon una agenda local con la
global, ya que Bush estaba en contra de la lucha por los derechos
reproductivos de la mujer, contra la legalización del aborto y de-
más, y las feministas lograron articular una lucha nacional con la
lucha global. Esto no siempre es posible, y hay que buscarlo en
cada país. Cuanto más global es la lucha, más dificultad existe.
Por ejemplo, un movimiento interesante es el de pueblos indíge-
nas contra las represas. Ayer hablaba con la compañera mapuche
y le estaba dando información sobre el gran movimiento de pobla-
ciones desplazadas por represas que se está articulando en varios
países: en Brasil es fuerte, en India es fuerte, y podríamos aquí
también organizarlo, así como articularlo con la lucha contra la
privatización del agua, donde se puede hacer una articulación
muy clara entre lo local, nacional y global. En los casos de África
y América Latina también está la cuestión de la deuda.
Sigo con la segunda pregunta, muy interesante. Acepto su
análisis. No sé si estoy más moderno pero a lo mejor menos novedo-
so, porque no quiero producir un conocimiento de vanguardia que
cree novedad por novedad. Quiero avanzar con aquello que es po-
sible en un cierto momento, trato de radicalizar las posibilidades
del momento. Y quizás no dije todo: me centré en este tema de la

91
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

democracia representativa y participativa con todos los problemas


que hay. Pero tiene razón en que esto no es novedoso, es bastante
antiguo. El problema es este: nuestras soluciones en este momento
no son heroicas. Si ustedes hablan con los movimientos populares,
verán que no hablan de socialismo. Algunos dirigentes lo hacen, pero
la gente se está muriendo de hambre, quiere que no se desperdicie
ya no la experiencia sino tampoco la basura. Esta es la realidad en
este tiempo. Entonces, un pensamiento heroico en estas condiciones
es irresponsable –es lo que pienso de Negri, o de Holloway– porque
impide la posibilidad de un cambio. Yo quiero ser mediocre, para
radicalizar todo lo que existe y que puede desarrollarse. Una cues-
tión con la que he trabajado bastante es que nada de la articulación
entre democracia representativa y participativa es posible si no hay
una globalización contra-hegemónica, si no hay una lucha en el nivel
global que haga que la sociedad esté cada vez más incómoda en la
reproducción del capitalismo. Porque si lo dejamos, produce más y
más capitalismo, y cada vez más riesgos. Hay que crear incomodi-
dad, hay que cambiar los términos del conflicto. Por eso hablé del
marco local y de lo nacional; no hablé de la dimensión global, sin la
cual esto no tiene sentido, pero está presente en todo mi trabajo la
necesidad de la globalización contra-hegemónica.
Hay otra cuestión que no mencioné, las posibilidades de par-
ticipación, las posibilidades que hoy hay de cosas nuevas, pero que
tiene una presencia importante en todo el trabajo con los movimien-
tos indígenas. Existen dos libros míos colectivos: uno es un trabajo
que hicimos en Colombia donde trabajamos la cuestión de la justicia
y la democracia a partir de la experiencia indígena, con varios capí-
tulos sobre cómo se creó la justicia propia de los indígenas y cómo se
articula con la justicia nacional16. O sea: la idea de que la izquierda
hoy es pluricultural. Y por eso decía ¿cómo traduzco dignidad y res-
peto de los indígenas en lucha de clases para el sindicato? Hay que
traducir. Algunas feministas en Brasil hoy no usan nunca el concepto
de emancipación. Hablaban de liberación. En Brasil, durante mu-

16 Santos, Boaventura de Sousa y Villegas, Mauricio G. (comps.) 2001 El caleidos-


copio de las justicias en Colombia (Bogotá: Siglo del Hombre).

92
Boaventura de Sousa Santos

cho tiempo, los sindicatos hablaban de emancipación social y a las


mujeres que estaban en el movimiento sindical, siempre que traían
la cuestión de sexo, de género, les decían: “mira, primero vamos a
lograr la emancipación social y después vamos a resolver tu proble-
ma, el problema principal es el de la explotación y los otros vienen
después”. Ellas se mantuvieron hostiles a la idea de emancipación
social porque era un mecanismo de opresión para ellas, de “descre-
dibilización” de su lucha. Entonces, ¿voy a eliminar el concepto? No,
voy a articular, voy a traducir. El trabajo del movimiento popular
no es tan heroico como se piensa. Muchas veces el 90% es rutina,
hablar de cosas, escribir papeles, muchas veces no sabes el sentido
de las cosas. Por eso es muy importante la propuesta de la Univer-
sidad Popular de los Movimientos Sociales que estoy planteando,
para que los líderes activistas tengan la posibilidad de reconstruir
teóricamente su actividad a fin de darle otro ámbito teórico, analí-
tico, novedoso, y por otro lado, que los cientistas sociales, artistas
y filósofos también se renueven en el contacto con esa realidad. Me
parece que hay mucha experiencia social que deberíamos rescatar,
y quizás hay aquí una riqueza en los movimientos muy novedosa, y
a lo mejor te hace decir que no tiene mucho sentido en la Argentina
buscar una articulación entre democracia representativa y participa-
tiva. Estoy listo para aceptar que tú me digas cuál es la alternativa,
porque hacer la revolución, la lucha armada, no creo que sea posible
en este momento.
A la pregunta que menciona a Pareto, le quiero decir que la
democracia representativa por naturaleza tiene problemas quizás
incontrolables con la rendición de cuentas, incluso por la utiliza-
ción de las elecciones. Porque de hecho, ¿qué son las elecciones
libres? Si vemos lo que se hace en la práctica, tenemos muchas
dudas. Cuando un presidente como Clinton, de los más populares,
fue elegido sólo por el 25% de la población de EE.UU., ¿cuál fue
su representatividad? Eso es verdad, pero mi problema en este
momento es lo que tenemos. He vivido parte de mi existencia en
la dictadura, y ustedes también, y sabemos que la diferencia no es
formal. Esta reunión no hubiera sido posible en mi país en 1973,
en el auditorium hubiera habido varios policías que iban a infor-
mar sobre mi charla. En 1973 yo estaba enseñando los fundadores

93
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

de la sociología –Weber, Durkhein y Marx– y escribía el nombre de


Marx en portugués (Marques) porque los policías no entendían.
Estas son cosas que para la nueva generación no tienen mucho
sentido, pero la misma diferencia entre democracia representa-
tiva y dictadura no es formal, es muy real. Por eso la democracia
representativa es falsa: porque es poca. ¿Vamos a dejar esa lucha?
Cuando hablo en Angola o en Mozambique los contextos son dis-
tintos. Pero en este momento, cuando los movimientos de libera-
ción son corruptos y hay que crear alternativas tienes una de dos:
o creas alternativas, dentro del movimiento de liberación –que es
un partido ahora– o creas otros partidos. Ustedes tienen ese pro-
blema aquí, estar dentro o fuera del justicialismo. Hay que crear
una tensión. ¿Hasta qué punto? Hay países donde este discurso no
tiene sentido alguno: no hay movimientos populares y tampoco
una democracia representativa mínimamente creíble. Probable-
mente, en algunas condiciones, la democracia representativa es
revolucionaria. La mera idea de que haya otros partidos te puede
llevar a la prisión. Entonces, entre la “descredibilización” total
de los partidos en muchos países y la posibilidad de reinventar,
hay que intentar crear un discurso hegemónico a partir de una
contra-hegemonía, crear una hegemonía alternativa que es: “esta
democracia no nos sirve”. Por eso hablo de una democracia de
baja intensidad que convive con el fascismo social. Tenemos dos
opciones: una alternativa a la democracia, o una democracia al-
ternativa. En este momento no veo una alternativa a la democra-
cia de alta intensidad que propongo. Por ejemplo, otro aspecto del
que no hablé es cómo se hace una democratización radical. Los
seis espacios estructurales son formas de poder que tienen que
tener una democratización. No se democratiza la familia como se
democratiza la fábrica o la comunidad. ¿Cómo democratizamos
la democracia? Este es el reto. Podríamos pensar en algo alterna-
tivo, si yo aceptara como dice el colega que realmente nunca hay
rendición de cuentas en la democracia representativa. No voy a
decir que nunca la hubo, ni que en algún país es más factible que
en otros; no puedo generalizar; tengo que hacer análisis concretos
de situaciones concretas. Lo que digo es que ahora se hace cada
vez más difícil en la democracia representativa la rendición de

94
Boaventura de Sousa Santos

cuentas, y no veo otra alternativa que el enfrentamiento a través


de mecanismos de democracia participativa usando legalidad e
ilegalidad, acción directa y acción institucional. Esto no es nove-
doso, pero es lo que tenemos, y es mucho; en muchos países no es
posible hacerlo. Para mí el modelo es el MST de Brasil. Soy tan
novedoso como ellos. No puedo avanzar más que la práctica más
avanzada. Aquí, en Argentina, veo que estás por fuera del Estado
o estás cooptado por el Estado. Yo vengo de otra experiencia en
la que estás simultáneamente fuera y dentro del Estado: invades
tierras, haces protestas ilegales, ocupas ministerios, y al mismo
tiempo algunos de tus dirigentes están en el gobierno y vas a tener
una conversación con el gobierno en la que el MST ha decidido
que no va a criticar a Lula en la elección 2006 si se duplica el pre-
supuesto para la reforma agraria, y firmaron papeles. Esto es po-
sible en Brasil ahora, pero no era posible con Fernando Henrique
Cardoso: no se puede generalizar. Hablé aquí de una construcción
teórica suficientemente abierta a las diferentes realidades de los
países para que nadie quede disculpado de no pensar sobre su rea-
lidad. Este es un pensamiento que te obliga a pensar tu realidad,
por oposición: esto no me sirve, y si no me sirve tengo que buscar
una alternativa. Es lo que ha pasado en mi país, que tuvo una
revolución en 1974: todos estos que están en el gobierno conserva-
dor eran maoístas en ese tiempo. ¿Por qué se pasó de una extrema
izquierda a una derecha? Porque fue realmente un extremismo in-
consecuente. Tienes que fundamentar tus avances con los avances
de la práctica. Tiene sentido hoy un intelectual comprometido con
los movimientos, que es una posición que estamos inventando y
que no es heroica, porque no es ni el intelectual orgánico de Gra-
msci ni el pensamiento de vanguardia que teníamos.
A la pregunta sobre si esta articulación se puede transformar
en una nueva regulación, contesto: sin duda. En el libro sobre rein-
ventar la democracia, por ejemplo, hablo de una cosa que es absolu-
tamente chocante para algunos: considerar que el Estado es el más
reciente movimiento social. Creo que el error más dramático de la
izquierda es decir que el Estado es irrelevante, que es totalmente
corrupto y que no tenemos que preocuparnos más por él. Pienso
que hay que luchar dentro y fuera del Estado, no hay otra alternati-

95
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

va. Lo nuevo es esto: en la regulación, el Estado es un socio; lo que


llamamos hoy “gobernanza” es la trampa más reciente de toda la
ideología neoliberal. Tengo algunos textos de crítica radical a esto,
porque evacúa todos los conflictos sociales en nombre de una forma
de regulación que posee varias alternativas. Una de ellas es que el Es-
tado no debe compartir la regulación, ya que hay institutos públicos
u organizaciones privadas que ejercen la regulación social17. Es una
visión extrema: por ejemplo, la regulación de las escuelas en Texas.
Hay gente que viene de la izquierda crítica en Norteamérica (como
Charles Sabel) que piensa que esto es la solución. A mi juicio es una
trampa, porque ¿qué es lo más persistente? Es la idea de que un ciu-
dadano individualmente o incluso organizado tiene como máximo
la capacidad de distinguir un problema, pero nunca la capacidad de
proponer una solución, porque la solución viene de los profesiona-
les, de la política y del conocimiento científico. La profesionalización
de la política más el conocimiento técnico-científico está echando a
la gente de esta ciudadanía bloqueada. Ahí sí hay realmente un pro-
ceso de nueva regulación.
En cuanto al Estado de Excepción, el fascismo social está
eliminando los derechos sociales y económicos, es el resultado
del derrumbe de los derechos sociales, y en este momento hay
también un ataque a los derechos civiles y políticos. Ya no son
solamente los sociales y económicos, son todos. Y en este nuevo
Estado de Excepción, tal como hay política democrática y fas-
cismo social, no hay suspensión de las libertades, la constitución
está en vigor, pero hay un nuevo Estado de emergencia que se
asienta en la idea de que su legitimidad se basa hoy en la gober-
nabilidad, o sea, en la posibilidad de gobernar sociedades que
son cada vez más ingobernables. Se está creando la idea de que
el gobierno se tiene que defender de actores hostiles que están
por fuera y por dentro del sistema, y pueden ser ciudadanos u or-
ganizaciones –lo que se llama el enemigo interno. Aparece un de-
recho penal del enemigo (ya teorizado en Alemania) totalmente

17 Ver Santos, Boaventura de Sousa y Rodriguez-Garavito, César (comps.) 2005


Law and Globalization from Below (Cambridge: Cambridge University Press).

96
Boaventura de Sousa Santos

distinto del derecho penal de los ciudadanos. Toda la legislación


anti-terrorista es parte de este proceso de actuar contra el ene-
migo interno. La otra dimensión son los nuevos servicios secre-
tos en los diferentes países y el control de los datos personales.
Hoy no puedes enviar un correo electrónico y pensar que no va
a ser observado por un control global, que busca palabras clave
en tus e-mails, y si alguna de ellas se articula con otra, tu e-mail
va a demorar un poco más de tiempo, porque va a ser verificado
primero de manera electrónica y luego de manera manual. Esta
es otra forma de lucha contra la privacidad que ostenta el Estado
de Excepción nuevo. El tercer aspecto es el crecimiento de las
policías privadas, los barrios cerrados. La división de las ciuda-
des entre “zonas civilizadas” y “zonas salvajes” es una forma de
fascismo social. El mismo Estado y la misma policía te mata en
las “zonas salvajes” y ayuda a tu niño a atravesar la calle en las
“zonas civilizadas”; facilitan y reprimen con la misma formación
y el mismo Estado. Esta es, para mí, otra forma de Estado de
Excepción, porque hay articulaciones contra los derechos huma-
nos entre policías privados y policía pública. En España hay 100
mil policías privados y 40 mil públicos y las articulaciones entre
ellos y la policía privada están creciendo cada vez más, no esta-
mos lejos de que todos los ciudadanos en las zonas civilizadas
de las ciudades tengan su guardaespaldas, su policía privada. Si
vamos a seguir con esta economía y sociedad de mercado, con
desigualdades brutales, vamos a tener de hecho esta represión,
pues las acciones hostiles pueden venir de adentro del Estado.
En muchos países hay jueces progresistas, abogados populares,
gente que está intentando luchar contra la corrupción y que son
echados de sus trabajos. En este continente, cambiar la Corte
Suprema es una costumbre. En Italia, después de la lucha con-
tra la corrupción por parte de los jueces, hubo un ataque total
a la rama judicial, en el que Berlusconi intentó promulgar una
ley que impide a los jueces hacer “interpretaciones creativas”
de la ley. ¿Qué quiere decir con esto? Que no pueden utilizar el
derecho para luchar por una justicia social, por la ciudadanía, la
democracia. Estas son algunas de las dimensiones que veo en la
emergencia del Estado de Excepción que tampoco está teoriza-

97
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

do, y que no existe solamente en el nivel nacional, existe a nivel


global. Las leyes anti-terroristas son hoy parte de las condiciona-
lidades del BM y del FMI: tienes que privatizar la economía, ha-
cer pasar leyes de patentes y ahora leyes anti-terroristas, y es por
eso que Paul Wolfowitz fue designado presidente del BM. Aquí
hay una articulación entre lo global y lo local. ¿Cómo luchas
contra eso? Tienes que conducir una lucha nacional y una lucha
global. En las diferencias que hubo en los movimientos acerca
de cómo analizar el BM, hubo una división dentro del FSM en-
tre los que pensaban que el BM podría ser democratizado en el
sistema de las Naciones Unidas y otros que decían que nunca iba
a serlo y que debíamos luchar por su eliminación. Hoy sólo la
segunda opción tiene sentido.

PREGUNTAS DEL PÚBLICO


Quería que profundizara un poco en un tema que nombró pero no
desarrolló: los derechos humanos, sobre todo en su matriz exclusi-
vamente occidental e individual, y también en esta idea de que los
perpetradores de los derechos humanos son vistos sólo a nivel de
estados nacionales.

Al haber pocas certezas hay muchos interrogantes, muchas pre-


guntas, y la articulación de que hablaba entre los movimientos
sociales y los partidos políticos para mí sería como volver a una
certeza que puede estar agotada para muchas experiencias den-
tro de Argentina y de América Latina, por lo menos como co-
rriente de pensamiento. Hoy en Argentina hay un montón de
articulaciones entre los movimientos sociales y los partidos po-
líticos, hasta pareciera ser más hegemónica en el campo popular
esta articulación, por un lado, ligada al oficialismo o el Estado,
por otro, ligada a partidos de izquierda, pero también sigue es-
tando –aunque hoy parece más invisibilizado– el proceso que se
fue forjando durante la década del noventa en diferentes grupos
que nacieron en los barrios, en movimientos campesinos, que
retomaron luchas anteriores pero de otra manera. Lo que hoy es
el movimiento campesino de Córdoba, la Unión de Trabajadores

98
Boaventura de Sousa Santos

Sin Tierra de Mendoza, el MOCASE de Santiago del Estero, o en


derechos humanos la renovación de HIJOS que surge hace diez
años como un grupos de jóvenes que se empieza a organizar de
manera diferente, por fuera de las lógicas de los partidos políti-
cos. Las nuevas formas de organización un poco más horizonta-
les o más democráticas, y todo ese proceso que floreció después
del 19 y 20 de diciembre. Sigue habiendo articulaciones que no
pasan por los partidos políticos, por ejemplo los campesinos con
algunos movimientos de desocupados, pequeños emergentes que
no son hegemónicos pero están sucediendo, o las asambleas ba-
rriales, que hoy están en reflujo total. En el interior hubo diver-
sas articulaciones que todavía no se conocen pero que existen y
hay que rescatar. A mí, los partidos políticos me suenan como un
hijo dilecto de la modernidad por su propia lógica, que no per-
mite una articulación con el movimiento social porque siempre
lo quiere subsumir. Pensando en el tema del poder y la práctica
política que cambia cuando se llega al poder, hemos visto la ex-
periencia de Ecuador, la CONAIE y el Pachakutik, que hoy están
divididos y desarticulados; Luis Macas, el nuevo presidente de la
CONAIE, dijo en su discurso de asunción: “tenemos que volver a
nuestras fuentes, a construir las comunidades desde la base, des-
de la autonomía”. Hoy no están participando en Ecuador como
antes del movimiento popular, y habían sido los generadores. Por
otro lado, no planteo que no existe el Estado o que es irrelevante;
existe y tiene políticas a favor o en contra de los movimientos.
Los zapatistas se plantearon en su momento foros de la reforma
del Estado, discuten con él, pero también van generando estos
procesos de construcción de autonomía, como Los Caracoles,
la justicia propia, la educación propia, por afuera. Quizás pue-
do pensar en las experiencias de poder local desde lo electoral,
movimientos sociales que ganan municipios y los gestionan,
pero me resulta muy difícil pensar en esta articulación de modo
emancipatorio a nivel nacional, cuando se habla de que hay que
tomar el poder para desde allí poder cambiar. Y con respecto a
esos espacios de dominación que usted nombraba, si esperamos
a que cambie el Estado no se va a llegar nunca a cambiarlos.

99
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

Mi pregunta tiene que ver con el impacto político del FSM, y quería
saber qué piensa de cómo participar en la renovación de nuestra
relación con lo político, por un lado, y excluir a los partidos políticos
por otro. ¿Esto no representa una amenaza para la “descredibiliza-
ción” de esa articulación entre la esfera política y la de los movimien-
tos sociales?

Le quería preguntar sobre la utilización de instrumentos hegemó-


nicos con fines contra-hegemónicos, y el caso de los zapatistas en
México, el caso de Chávez en Venezuela y el PT en Brasil.

Yo quería preguntar en torno a esta articulación entre movimientos


sociales y partidos políticos y también otros sectores que tienen ca-
pacidad de incidencia o poder de decisión en lo que es la conversión
de una política, acerca de cuáles son los instrumentos o las expe-
riencias que se conocen además del FSM, de espacios que se puedan
haber construido de articulación alternativa a los cuales podamos
remitirnos como para pensar experiencias propias. Entiendo desde
lo que está planteando que existe la posibilidad de articular políticas
con potencial emancipatorio, como a mi criterio puede ser hoy una
política de reforma agraria que podríamos pensar de una manera
diferente, y no sólo hacer la interpelación hacia el campo popular.
Me parece que también tendríamos que empezar a pensar una ac-
ción fuerte hacia el partido político como estructura, o sea cómo
funcionan y cuál es el rol que podrían llegar a prestar al proyecto que
nosotros nos estamos planteando.

Hago la última pregunta: dos cuestiones. La primera es sobre la dife-


rencia que tenía el movimiento sindical en su demanda hacia secto-
res privados y la demanda al Estado, que aparecían como muy claras
y diferentes y que hoy no aparecen de esa forma en los movimientos
sociales. Me pregunto si esto no tiene que ver con esa preocupación
que aparece acerca de rescatar al Estado de la colonización que ha
sufrido por parte de los intereses privados, y si eso tiene vuelta atrás.
La otra cuestión es sobre el Estado como único generador de de-
rechos sociales; yo me preguntaba si allí no había nuevamente esa
falacia de tomar una parte por el todo, porque en América Latina

100
Boaventura de Sousa Santos

hay un montón de experiencias de formas societales no estatales,


regionales, que han generado derechos y justicia desde el siglo XIX,
como las repúblicas independientes negras en Brasil, los movimien-
tos indígenas, etc. Si ahí no hay una forma de pensar lo que hace el
Estado nacional como universal.

RESPUESTAS DEL AUTOR


Las cuestiones ahora son cada vez más complicadas. El asunto es
cómo se puede hacer un uso contra-hegemónico de los derechos
humanos. Yo creo que los DH fueron parte de la Guerra Fría,
son monoculturales porque su concepción de la naturaleza y del
individuo es una concepción occidental. No hay, de hecho, dere-
chos humanos universales, en el sentido de que sean sentidos por
todas las diferentes culturas del mundo como sus derechos. La
Declaración Universal fue producida por un grupo muy pequeño
de países y su universalidad es falsa en el sentido sociológico, po-
lítico y cultural. Lo que me impacta más en el FSM, por ejemplo,
es que muchos movimientos que luchan contra la globalización
neoliberal no formulan sus luchas en términos de DH. Cuando
hablábamos en India de esto, muchos movimientos de allí nos de-
cían: “mira, los DH son una trampa más occidental”. El de los DH
es un lenguaje entre otros sobre la dignidad humana, y no lo voy
a desechar, pero tengo que hacer una ecología de concepciones
de dignidad, y de concepciones a nivel cultural. Existe la concep-
ción de Umma, que es comunidad en el Corán, en el Islam; y la
concepción del Dharma en el hinduísmo, que es una concepción
de organización e integración cósmica, y que tiene mucho que
ver con las concepciones indígenas de la naturaleza y del hombre
en el cosmos, como la pachamama. Hay un trabajo de traducción
intercultural que tienes que hacer entre los DH y otras concepcio-
nes de dignidad humana. Los DH son individuales y hay que dar
una lucha por los DH colectivos. Los pueblos indígenas hace 30
años que luchan por una declaración de las Naciones Unidas so-
bre sus derechos colectivos y no lo lograron hasta ahora, porque
de acuerdo con la ONU hubo una autodeterminación de los paí-
ses coloniales en los procesos de independencia: como ya no hay

101
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

colonialismo político, ya no es necesaria la autodeterminación.


Los indígenas contestan diciendo: “nuestra autodeterminación
no conlleva la idea de independencia, nosotros no queremos ser
independientes, queremos nuestra autodeterminación y nuestro
territorio”. Y no lo logran porque los Estados se oponen; ese es
otro trabajo contra-hegemónico que hay que hacer. El otro tra-
bajo es que las prácticas hegemónicas de los DH denuncian mu-
chas violaciones para ocultar otras más grandes: les di el ejem-
plo de los soldados americanos torturadores en la prisión de Abu
Grahib vistos en todas las televisiones para ocultar la más grande
violación de los DH que fue la invasión de Irak. Denuncias una
violación para ocultar otra mucho más grande, más masiva. Por
último, no hay deliberación democrática sin negociación de las
reglas de la deliberación. Los países periféricos y semi-periféri-
cos no participaron en el diseño de los DH. Por ejemplo, el de-
recho al desarrollo propuesto por los africanos ha sido ignorado
durante años. Los DH en su inmensa selectividad nunca discuten
los planes del Norte, de los países desarrollados del centro, sobre
el desarrollo, que es realmente una gran tecnología para impedir
el desarrollo. El problema de los DH no es el Sur, es el Norte, es
una violación sin nombre de los DH. Los procesos de privatiza-
ción del agua son una violación masiva de los DH, pero si hablas
de esto en la Federación Internacional de los DH te dicen que
eres un radical, que eso no es una violación de los DH. O sea:
hay mucho sufrimiento humano que no cuenta como violación de
los DH, hay mucho sufrimiento humano injusto que se considera
un legítimo costo social. Este es el uso hegemónico de los DH, y
hay muchos movimientos que ya no usan más estos conceptos.
Otros están intentando hacer lo que propongo, una reconstruc-
ción multicultural contra-hegemónica de los DH. Y además, los
DH son muy occidentales, porque hay cosas que en otra cultura
no se dan. Por ejemplo, esta simetría falsa entre derechos y debe-
res: siempre hablamos de derechos humanos, nunca de deberes
humanos. Sólo les concede derechos a quienes puedes exigirle
deberes. Por eso la naturaleza no tiene derechos, porque tampoco
tiene deberes, y las futuras generaciones no tienen derechos por-
que tampoco tienen deberes. Esto en el hinduísmo es imposible,

102
Boaventura de Sousa Santos

este dualismo no existe. Pero el hinduísmo tiene problemas tam-


bién con la dignidad humana, como el hecho de que no mira la
cuestión individual, la autonomía individual que es también un
aspecto fundamental de los DH: nunca he visto a una sociedad
sufrir, los sufrimientos son siempre en los cuerpos e individuos.
Todas las concepciones sobre la dignidad humana son incomple-
tas, hay que hacer un trabajo multicultural.

Sobre la cuestión de los cambios en las articulaciones, de nuevo


la experiencia argentina –y ese es el problema hoy en la teoría so-
cial– muestra que no debemos generalizar nunca, incluso esta Epis-
temología del Sur que estamos intentando desarrollar puede tener
la trampa de querer generalizar demasiado. No se puede hacer eso,
porque hubo situaciones en que partidos interesantes emergieron
de movimientos sociales –el PT de Brasil por ejemplo–, otras donde
movimientos sociales produjeron nuevos partidos –Pachakutik en
Ecuador–, pero aquí en Argentina la crisis social no ha producido un
nuevo partido articulado con los movimientos. Lo que ustedes tienen
que analizar es: ¿por qué no ocurrió aquí? Hay que hacer el diag-
nóstico e intentar una lucha, porque los partidos tienen que tener
credibilidad, deben ampliar la agenda política. Si no, es muy difícil
esta articulación. Y claro, no tuve tiempo de analizar una cosa que tú
propones y es fundamental: la articulación movimiento-movimien-
to. La obligación de un científico social comprometido con los movi-
mientos es credibilizar las articulaciones e intentar que ellas se sus-
tenten, se amplíen, se densifiquen, y para eso es necesario mantener
la lucha política de la pluralidad, pero despolarizada en el sentido de
no decir: “ya no quiero hablar más contigo porque tú eres mi enemi-
go”. El capitalismo vive de la posibilidad de que las clases populares
confundan los enemigos y piensen que lo que está más cerca es lo
más importante como enemigo; de hecho, casi nunca lo es. Estoy
totalmente de acuerdo en que los partidos políticos pertenecen a la
lógica moderna, por cierto, pero esta es la característica de nuestro
tiempo: demasiado tardía para ser pos-revolucionaria y demasiado
prematura para ser pre-revolucionaria. Yo no digo que una idea de
revolución no va a poder darse, y además pienso que se va a dar más
pronto que tarde cuando veo países donde cada vez más el Estado

103
Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

se destruye por dentro: se habla de una división de Ecuador en dos,


se habla en Bolivia de una división en dos; el Estado está en una
situación muy frágil. Le he preguntado a Evo Morales qué va a decir
cuando quieran dividir a Bolivia, y le he preguntado a Nina Pacari –
una líder indígena del Pachakutik– cómo va a decidir si hay un inten-
to de dividir a Ecuador, y te digo: los indígenas quieren la identidad
nacional. Es contradictorio, porque esos países no son viables como
están, pero saben que una división va a ser todavía peor, aún con las
divisiones internas que tienen. Pachakutik es débil porque Luis Ma-
cas –que es un gran dirigente político, autor de la Universidad de los
Pueblos Indígenas– tiene hoy problemas con la actual dirección de la
CONAIE18, pero a su vez esta no se articula bien con la COFENAIE,
porque así como hay un conflicto entre Guayaquil y Quito en la so-
ciedad burguesa, hay también un conflicto entre los indígenas de la
selva y los indígenas andinos. La COICA –la Confederación de Or-
ganizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica– por ejemplo tiene
una relación muy tensa con la CONAIE, y entonces en el FSM el es-
pacio indígena fue organizado por la COICA, la CONAIE estuvo muy
débil, y el movimiento indígena brasileño también. Es la realidad,
los movimientos están divididos, hay que luchar por la unión aunque
no sea fácil. Y tienes razón cuando hablas de que hay una distinción
más allá de la que existe entre acción directa y acción institucional:
es la cuestión de la doble institucionalidad. Si ustedes leen los dos
textos maravillosos de Lenin y Trotsky sobre el poder dual en la re-
volución rusa, verán dos análisis diferentes, en el período 1905-1917:
una doble institucionalidad entre soviets y el gobierno. Y es también
el caso de los zapatistas con Los Caracoles y las Juntas de Buen Go-
bierno: es una institucionalidad, un municipio de hecho, pero total-
mente por fuera del Estado; en cambio, en Oxaca, tienen municipios
indígenas que son reconocidos por el Estado y son nombrados según
los usos y costumbres indígenas. Un tema fundamental en la demo-
cracia de alta intensidad es la cuestión de la interculturalidad. Por
ejemplo, ver si las autoridades tradicionales de África –es un debate
en el que participo hoy en Mozambique– pueden ser consideradas

18 Luis Macas ha sido recientemente elegido presidente de la CONAIE.

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Boaventura de Sousa Santos

elementos de una democracia alternativa, porque se trata de una


modernidad alternativa que tiene como característica la resistencia
de los países africanos a la globalización neoliberal. El tradicional
es hoy en día el moderno africano que no puede ser globalizado.
Las asambleas tradicionales africanas, las autoridades indígenas, no
pueden ser globalizadas, tienen su territorio y un concepto fuerte de
él. Hay una creatividad en esta doble institucionalidad que va apare-
ciendo, y ella puede ser democrática pero puede constituir también
la secesión de un país. Muchos países están al borde de dividirse. En
África eso es muy frecuente: Nigeria, un país tan rico en petróleo y
pobre en todo lo demás, está en esa situación.

La tercera pregunta es sobre el impacto político del FSM. Lo inte-


resante allí es ver que en algunos países y en algunas circunstan-
cias es posible una articulación novedosa entre partidos y movi-
mientos. Probablemente, en Argentina no, pero por ejemplo en el
Foro de Mumbai hubo partidos que tuvieron un papel importan-
tísimo en la organización de los movimientos sociales, y cuando
se pensó en ese Foro, la idea era que había un peligro porque en
India todo es distinto. Nosotros queríamos movimientos sociales
autónomos, totalmente independientes, y en India probablemente
estuvieran dominados por partidos que tienen frentes de masas.
Los partidos allá tuvieron un rol importantísimo en la articula-
ción: ¿te imaginas traer del movimiento local de dalits (la casta de
los intocables) 33 mil personas al FSM en Mumbai sin una orga-
nización por detrás? Claro que hubo partidos políticos por detrás:
comunistas, socialistas, gandhianos, que son adeptos a una lu-
cha política legal o ilegal pero pacífica. Y los movimientos que no
quieren rechazar la lucha armada se quedaron en otro Foro Social
alternativo llamado Mumbai Resistence al otro lado de la carrete-
ra. Creo que el FSM ahora puede ayudar a las articulaciones; el
gran problema del Foro de Caracas es que mucha gente está pre-
ocupada de que no haya autonomía si Chávez quisiera controlar
el FSM. Pienso que es un problema que debe ser resuelto, pero
estaba más preocupado en Marruecos –que es una dictadura– por
saber si el rey iba a dejar que hubiera un FSM autónomo allí, y
mi prevención fue cierta: el rey de Marruecos ha dicho no –sobre

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Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

todo en enero– para que no haya una confrontación con el Foro


Económico Mundial de Davos. Queremos crear una autonomía,
pero es muy difícil. En Europa también hay partidos donde por
ejemplo se logra una articulación con movimientos sociales muy
interesante. Curiosamente, el partido comunista italiano que de-
cidió mantenerse fiel al comunismo y se llama Refundación Co-
munista, hace el trabajo más creativo con los movimientos socia-
les en Italia hoy: cuando se realizó el último congreso del partido,
el último día no fueron los dirigentes partidarios los que hablaron
sino los dirigentes de movimientos sociales. Otros partidos que
se dicen más cerca de los movimientos van más lejos aún. Aquí
hay un campo que no se termina, y esto de alguna manera se ar-
ticula con lo que decía de los zapatistas: hay cosas que son en
su origen revolucionarias pero tienen una dimensión reformista
fuerte, y son aún más complejas, porque son reformistas cuando
quieren –los acuerdos de San Andrés– y, cuando quieren, tienen
institucionalidad doble –como en Los Caracoles y las Juntas de
Buen Gobierno. Un movimiento fuerte tiene esta flexibilidad hoy,
que para mí es lo más interesante: no hay dogmatismo. Hay que
luchar según se presenten las oportunidades y tener los ojos bien
abiertos para saber dónde están, porque si no a las oportunidades
las van a ver pasar. Lo que hoy es posible mañana ya no lo es. Car-
pe diem, aprovecha la oportunidad.

En lo que respecta a la articulación de movimientos sociales, se


pueden realizar, y debemos saber cuáles son aquellas donde puede
ocurrir una transformación política en una situación más que en
otra. La reforma agraria es un debate interesantísimo en América
Latina porque los sociólogos de izquierda se han dividido: algu-
nos dicen que ya no es necesaria, que hubo cambios (con nombres
que fueron muy influyentes en este tema como Zander Navarro),
y otros dicen lo contrario. El problema es articular luchas, por
ejemplo en este momento en Brasil es importante la articulación
de cosas elementales: les propongo a los estudiantes que hagan
tesis sobre agua y sobre tierra, los grandes conflictos que van a
emerger, es una bomba de tiempo en muchos países, como Co-
lombia y Brasil. Tres movimientos luchan por la tierra pero están

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Boaventura de Sousa Santos

totalmente separados: movimientos campesinos como los Sin Tie-


rra, movimientos indígenas, y el movimiento de los afrocolom-
bianos o afrobrasileños de los quilombos. Y aquí la colega tiene
razón: hay territorialidades autónomas donde se han creado real-
mente posibilidades nuevas de protección social, hay derechos
civiles y políticos autónomos. Hay otros ejemplos interesantes,
como las Comunidades de Paz en Colombia, cuando en el medio
de la violencia varios pueblos –el más famoso es San José de Apar-
tadó, en Antioquia– hacen una cosa novedosa (a lo mejor ustedes
tuvieron algo así en 2001; nosotros, en Portugal, tuvimos algo pa-
recido durante la revolución de los claveles en 1974) que son las
constituciones locales: la gente se junta y organiza una constitu-
ción local de paz, donde los comerciantes, las personas mismas se
rehúsan a tener una relación cualquiera con actores armados, el
ejército, la guerrilla y los paramilitares; las mujeres, por ejemplo,
tienen prohibido tener sexo con ellos, hay una huelga total a la
fuerza armada. Así se crearon las Comunidades de Paz, que son
muchas en Colombia y que tienen, además, una alianza global.
Aquí tienes una alternativa institucional. Lo que estoy diciendo
es que estas alternativas necesitan para su sustentabilidad de un
Estado que no sea totalmente represivo. Algunas Comunidades de
Paz se han destruido porque el ejército entró y dijo que no podían
seguir. Hay que ver si también allí el derecho es demasiado repre-
sivo. Por otro lado esto no se sustenta sin una globalización con-
tra-hegemónica, sin la solidaridad internacional; los dirigentes de
San José de Apartadó fueron a Europa, visitaron parlamentarios,
viajaron a EE.UU. y los invitaron a visitar la ciudad, y entonces
vinieron senadores y diputados de EE.UU. y Europa a visitar las
Comunidades de Paz, lo que tuvo un impacto enorme, y durante
mucho tiempo evitó las masacres. Pienso que es posible crear esta
institucionalidad doble. Mi lucha contra el desperdicio de la expe-
riencia es exactamente eso: luchar cuando hay condiciones den-
tro del Estado; trabajar y luchar siempre fuera del Estado; poder
crear situaciones de poder dual o institucionalidad doble siempre,
porque en este momento la privatización del Estado es no digo
irreversible –los sociólogos somos muy buenos para “prever” el
pasado, nunca el futuro– pero sí importante. Puede ser que haya

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Renovar la teoría crítica y reinventar la emancipación social

una lucha democrática, que el Estado termine con una implosión


total: no sabemos lo que va a pasar, pero hoy no hay Estado sino
estados distintos en diferentes países con realidades totalmente
distintas. No puedo comparar fácilmente el Estado de Argentina
con el Estado de Mozambique o incluso con el de Colombia, son
cosas distintas, y hay que mirar las posibilidades de alternativas.
Lo importante es ver que esta ampliación del presente –para no
desperdiciar experiencias– te permite ser más inclusivo en las po-
sibilidades de lucha, y cuanto más inclusivo eres más posibilida-
des tienes de aprovechar las alternativas. Muchas gracias.

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