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HACER TRAMPAS
Por ese motivo, el árbitro no le quitaba ojo de encima. «Siempre permanecía sentado», añade el
juez. «Era muy extraño. Estamos hablando de horas y horas de juego. Y siempre tenía los brazos
cruzados, con un pulgar en la axila, que no separaba «ni un momento». Otro de los aspectos más
llamativos del comportamiento del jugador italiano era su manera «antinatural» de parpadear. Esa
fue la pista definitiva. Conqueraut cayó en la cuenta de que el jugador utilizaba el código morse. El
movimiento de los ojos era innecesario y probablemente inconsciente. «Parecía concentrado en el
tablero, pero con la cabeza perdida en otro lugar. Estaba descifrando las señales. Línea, punto,
línea, punto. Eso fue todo», dice orgulloso de sus habilidades como Sherlock Holmes.
Empezó entonces el típico ceremonial, tan incómodo para todos, que suele suceder en estos
casos. El árbitro pidió a Ricciardi que vaciara sus bolsillos y no encontró nada. Menos colaborador
y más amenazante se mostró el aficionado cuando le preguntaron si podía desabrocharse la
camisa. Se negó y no pudieron hacer mucho más. Aquella noche, el árbitro no durmió, confiesa. A
las seis de la mañana, lo llamaron los organizadores: «Hay que poner un detector de metales», le
dijeron.
El invento permitió encontrar todo el equipo que llevaba bajo la ropa, colgado del cuello. El «kit» de
espía incluía una minicámara, varios cables y una caja de unos cuatro centímetros adherida a la
axila. A Arcangelo se le ocurrió una explicación ingeniosa, aunque nada verosímil: dijo que eran
amuletos para la buena suerte.
Por supuesto, fue expulsado del torneo y la Federación Italiana estudia ahora qué tipo de cargos
presentará contra él, cuando se cierre la investigación, que ha empezado con mal pie. Según
cuenta «La Stampa», la organización no se incautó de la misteriosa caja. Todos dan por hecho que
era la que utilizaba para comunicarse por morse. El torneo, por cierto, fue ganado por el gran
maestro ruso Igor Naumkin.
En este blog es posible comprobar que los casos, aunque aislados, se suceden sin remisión. Entre
los últimos destaca el del gran maestro georgiano Gaioz Nigalidze, expulsado del Abierto de Dubai
por utilizar un móvil que mantenía escondido en los servicios. Otros han llegado a pegarse dos
móviles a las piernas. Antes vimos un complejo entramado en el que participaron varios miembros
de la selección francesa en una Olimpiada. Sébastien Feller, el tramposo del sms, ya ha cumplido
su pena y ha vuelto a los tableros. El búlgaro Ivanov ideó otro sistema para, según parece,
esconder el dispositivo de ayuda en los zapatos.
El peligro de estas noticias, por supuesto, es caer en la paranoia y empezar a acusar de forma
injusta a cualquier ajedrecista que gane un par de partidas inesperadas. Hace poco vivimos
también el triste ejemplo de una gran maestra rumana en el Europeo femenino. Los expertos
dictaminaron que era inocente, después de que varias jugadoras escribieran una carta contra ella.
Tan tramposo puede ser quien recibe ayuda como quien acusa injustamente a otro. Un poco de
calma y las mínimas medidas de seguridad parecen la única receta, porque todo esto irá a más. La
tecnología es imparable.