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TEXTO I
La realidad que nos rodea es enormemente compleja y en gran parte resulta
opaca a nuestra comprensión y manipulación intelectual. Sin embargo, el
mundo ficticio de la matemática, que nosotros hemos creado, es mucho más
transparente y mejor conocido. Además, disponemos de técnicas conceptuales
potentísimas para resolver los problemas acerca del mundo matemático
formulados en el lenguaje de las matemáticas.
Afortunadamente, y desde el siglo XVII, hemos salido del marasmo en que nos
había sumido el intento por comprender la realidad directamente, y hemos
aprendido a conquistarla por la ruta indirecta de la modelización cuantitativa.
Construimos modelos matemáticos de la realidad empírica y trasladamos a
esos modelos los problemas que la realidad nos plantea. Estos problemas, así
traducidos al lenguaje matemático, son susceptibles de ser analizados y
resueltos matemáticamente. Y la solución matemática, retraducida al lenguaje
empírico, se convierte en una solución satisfactoria de nuestros iniciales
problemas reales.
Resulta sorprendente que ese rodeo por el mundo ficticio de la matemática nos
proporcione representaciones fiables del mundo real de los procesos físicos y
soluciones eficaces a nuestros problemas empíricos de todo tipo, incluso
económicos y políticos.
TEXTO II
El credo religioso difiere de la teoría científica porque pretende encarnar una
verdad eterna y absolutamente cierta, mientras que la ciencia es siempre
provisional, esperando que tarde o temprano haya necesidad de modificar sus
teorías presentes, consciente de que su método es lógicamente incapaz de
llegar a una demostración completa y final. Pero en una ciencia avanzada, los
cambios requeridos son generalmente sólo aquellos que sirven para
proporcionar mayor exactitud; las viejas teorías conservan su utilidad mientras
se trate de aproximaciones toscas, pero fallan cuando se hacen posibles
algunas nuevas observaciones minuciosas. Además, las invenciones técnicas
sugeridas por las viejas teorías quedan como prueba de que han tenido hasta
cierto punto una especie de verdad práctica.
La ciencia favorece así el abandono de la investigación de la verdad absoluta,
y la sustitución de ella por lo que puede llamarse verdad “técnica”, categoría de
verdad que corresponde a toda teoría que puede emplearse con éxito en
invenciones y en la predicción del futuro. La verdad “técnica” es una cuestión
de grado; una teoría es más verdadera que otra si de ella brotan más
invenciones y predicciones de éxito. El “conocimiento” deja de ser un espejo
intelectual de universo y llega a convertirse en mera herramienta práctica en la
manipulación de la materia.
Estas implicaciones del método científico no eran visibles a los pioneros de la
ciencia, que aunque practicaban un nuevo método de buscar la verdad aún
concebían la verdad misma tan absoluta como sus oponentes teológicos.
TEXTO III
Los doctrinarios del progreso habían imaginado que la humanidad avanzaba
de la oscuridad hacia la luz, de la ignorancia hacia el conocimiento.
La realidad ha resultado mucho más complicada, y si esa previsión ha
resultado cierta para la humanidad como un todo, ha resultado diametralmente
equivocada para el hombre individual. A medida que la ciencia ha avanzado
hacia la universalidad, o sea hacia la abstracción, se ha alejado del hombre
medio, de sus intuiciones, de su capacidad de comprensión.
Un hombre medianamente culto si empieza a leer una explicación de Einstein,
cesa de entender en el momento que se dice algo importante; y no hay que
ilusionarse con la creencia de que por fin se ha entendido la teoría de Einstein
porque el periodista “X” la ha explicado en el suplemento dominical en términos
sencillos; lo que se ha entendido es otra cosa. Cuando es correcta no es
entendida por u hombre corriente y es apócrifa cuando por fin está a su
alcance.
La razón es que nuestro lenguaje cotidiano no es el mismo que la ciencia
emplea y el desfase se ve en querer expresar la teoría de Einstein usando
palabras como “tren” o “jefe de tránsito” que es tan grotesco como el empeño
en querer arreglar un aparato de radio con el uso del martillo o la tenaza.
TEXTO IV
Cuenta Ovidio en su Metamorfosis que Pygmalión, rey de Chipre, esculpió una
estatua de mujer tan hermosa que se enamoró perdidamente de ella. Luego
invocó a sus dioses y éstos convirtieron la estatua en una bellísima mujer de
carne y hueso, a la que Pygmalión llamó Galatea, se casó con ella y fueron
muy felices.
A este conocido mito cultural, escritores y pensadores de todo tipo, en especial
psicólogos y pedagogos contemporáneos le atribuyen el sentido siguiente:
cuando nos relacionamos con una persona le comunicamos las esperanzas
que abrigamos acerca de ella, las cuales pueden convertirse en realidad. En
términos algo más técnicos, las expectativas que una persona concibe sobre el
comportamiento de otra pueden convertirse en una profecía de cumplimiento
inducido.
El efecto Pygmalión es, pues, un modelo de relaciones interpersonales según
el cual las expectativas, positivas o negativas de una persona influyen
realmente en otra persona con la que aquella se relaciona. Este modelo ha
sido cuidadosamente estudiado y comprobado en el comportamiento de niños
y jóvenes, tanto en el aula como en el hogar, y también en otros muchos
grupos humanos, especialmente relacionados con el mundo de la empresa. La
clave del efecto es la autoestima, pues las expectativas positivas o negativas
del Pygmalión emisor se comunican al receptor, el cual si las acepta puede y
suele experimentar un refuerzo positivo o negativo de su autoconcepto o
autoestima, que a su vez constituye una poderosa fuerza en el desarrollo de la
persona.
20. Si alguien dijera “me hizo ver dentro de ella a alguien capaz de amar y
deseosa de ser amada”, podríamos afirmar que:
a) Al narrador estaría comunicando sus expectativas.
b) No se puede establecer el tipo de expectativas.
c) La afirmación no expresa una relación interpersonal.
d) Las expectativas de una persona pueden influir en otra.
e) No se evidencia el efecto Pygmalión en la oración.