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1. INTRODUCCIÓN A LA SINTAXIS LATINA.

-
1.1. Preliminares para el estudio de la sintaxis como disciplina lingüística.
1.2. El elemento sintáctico: clases de palabras y categorías gramaticales. La construcción
sintáctica: nivel de sintagma, nivel de oración simple, nivel de oración compleja. La
construcción discursiva.
1.3. La concordancia.

1.1. CUESTIONES PRELIMINARES PARA EL ESTUDIO DE LA SINTAXIS LATINA


COMO DISCIPLINA LINGÜÍSTICA.-

A) Concepto y definiciones de sintaxis. B) Lingüística y sintaxis. C) La tradición de los


estudios gramaticales.

A) CONCEPTO Y DEFINICIONES DE SINTAXIS.-

 Gramática de la Lengua Castellana compuesta por la Real Academia Española, 4ª ed.


corregida y aumentada, Madrid 1796. Parte II, Cap. I. “De la Sintaxis en general”, p. 273:

“Sintaxis es el orden y dependencia que deben tener las palabras


entre sí para formar la oración”.

 Según la definición de A. Ernout, F. Thomas [Syntaxe latine, 2 ed., 5 r. rev.corr., París 1972,
p. 1], la sintaxis tiene por objeto el estudio de la frase y el empleo que se
hace de sus diferentes elementos (nombre, verbo, palabras invariables).

 M. Lavency [Vsus. Grammaire latine. Description du latin classique en vue de la lecture des
auteurs, 2ème éd., Louvain-la- Neuve [Peeters] 1997, pp. 9] define la sintaxis como
la parte de la gramática que describe las reglas por las que las palabras
se combinan en sintagmas, y los sintagmas en frases
.
La palabra griega de la que deriva dicha terminología es σύνταξις “acción de poner en
orden o de disponer en un todo elementos diversos” (sustantivo deverbativo del verbo
συν-τάσσω “poner en orden formando un conjunto”), que suele aplicarse a distintas
cosas, como la disposición de un ejército en orden de batalla, incluyendo las palabras en
la construcción gramatical, desde Plutarco. En el siglo II d. C. el alejandrino Apolonio
Díscolo escribe específicamente una obra gramatical Περὶ συντάξεως sobre la κοινή de
su época, tratando el artículo, el pronombre, el verbo, la preposición y el adverbio.

Otras definiciones actuales de sintaxis –lingüística generativa y lingüística funcional (cf.


Sintaxis del latín clásico, coord. J. M. Baños Baños, Madrid: Liceus E.Excellence, 2009, pp. 25,
38-40)– precisan que con el término sintaxis (“construcción”) se designan dos realidades
diferentes:

un componente de la gramática que regula la forma en que pueden combinarse las


unidades significativas para crear significados y enunciados. Así entendida, la sintaxis es
uno más de los constituyentes o componentes de la lengua, junto al componente semántico,
y el componente fonológico, al que se añade el componente pragmático.

a o disciplina lingüística que describe el componente sintáctico de la lengua.


[Cf. M. E. Torrego Salcedo, J. de la Villa Polo, “Contenido de la sintaxis latina. Evolución
y métodos de análisis”, en Sintaxis del latín clásico, op. cit., pp. 25-54, esp. p. 26]

1
A ello se pueden añadir las siguientes precisiones del Diccionario de la Real Academia
Española sobre el concepto de sintaxis (http://www.rae.es/rae.html):

Sintaxis: parte de la gramática que enseña a coordinar y unir las palabras para formar las
oraciones y expresar conceptos.

Gramática: ciencia que estudia los elementos de una lengua y sus combinaciones.

Morfosintaxis: parte de la gramática que integra la morfología y la sintaxis.

Lingüística: ciencia del lenguaje.

Lingüística general: estudio teórico del lenguaje que se ocupa de métodos de investigación y
de cuestiones comunes a las diversas lenguas.

Pragmática: disciplina que estudia el lenguaje en su relación con los usuarios y las
circunstancias de la comunicación. El término procede del adjetivo griego πραγματικός
“concerniente a la acción”.

Se puede igualmente añadir la definición de otro diccionario de uso frecuente, Wordreference.


Diccionarios de español, inglés, francés…, etc. (http://www.wordreference.com)

Sintaxis: parte de la gramática que estudia la forma en que se combinan y


relacionan las palabras para formar secuencias mayores, cláusulas y oraciones,
y la función que desempeñan dentro de estas. Orden y modo de relacionarse las
palabras dentro de la oración o las oraciones dentro de un discurso.

B. LINGÜÍSTICA Y SINTAXIS.-

La lingüística se define como el estudio científico del lenguaje humano, el cual es


consecuencia de la vida del hombre en sociedad: el lenguaje surge de la asociación de
contenidos de pensamiento a sonidos articulados, con el fin de establecer una comunicación
interpersonal. En este sentido, el lenguaje viene a ser abstracción de cuanto subyace y es común
al conjunto de todas las lenguas1, a su vez entendidas como concreciones espacio-temporales de
la capacidad humana del lenguaje.
Según esto, se hablará de una lingüística “general” –como ciencia del lenguaje y de los
rasgos comunes a todas las lenguas– y, paralelamente, de lingüísticas particulares de lenguas
individualizadas –lingüística griega, lingüística latina, lingüística española, etc.–, que enlazan
con la milenaria tradición de los estudios gramaticales.
La lingüística general es una ciencia moderna que nace a comienzos del siglo XX; sus
cimientos teóricos los establece Ferdinand de Saussure al puntualizar y definir los principios del

1
Es común a todas las lenguas el principio de la doble articulación del lenguaje humano, definido por
el funcionalista A. Martinet, estableciendo los monemas como unidades de la 1ª articulación y los
fonemas como unidades de la 2ª articulación.

2
estructuralismo, más tarde recopilados y ordenados por sus discípulos en la publicación póstuma
de su Cours de Linguistique Générale2 que el maestro impartió entre 1911 y 1916, como
complemento a sus enseñanzas en la Cátedra de Indoeuropeo de la Universidad de Ginebra.
Conviene recordar, por tanto, la vinculación profunda de las ideas saussureanas con la gran
corriente de teoría y metodología lingüística de la Gramática Histórico-Comparada del siglo
XIX, cuyos avances en los estudios de las lenguas indoeuropeas hicieron posible la
desembocadura en el estructuralismo lingüístico. Para F. de Saussure –fundador en Europa de la
lingüística moderna como ciencia humana– la lengua, considerada en sí misma y por sí misma
como “sistema de comunicación verbal… propio de una comunidad humana” (Diccionario RAE
s.v.), es el verdadero objeto de la lingüística.
Al abordar el estudio de algo tan complejo como el sistema de una lengua –donde los
elementos funcionan en distintos planos o niveles– se imponen unas perspectivas metodológicas
que atiendan a dichos estratos; con ello se delimitan varias partes de la lingüística, al igual que
en la gramática tradicional se distinguían y se clasificaban las partes de la gramática –ortografía,
morfología (flexión), sintaxis y etimología–, a su vez subdivididas en partes más pequeñas, las
llamadas “partes de la oración”, que se identifican con las clases de palabras. Se delimitan, por
tanto, distintas disciplinas lingüísticas:

 respecto al plano saussureano del significante –expresión en la terminología de L.


Hjelmslev, fundador de la Escuela Glosemática de Copenhague–, la fonética y la fonología
estudian, respectivamente, el sistema fónico de una lengua y el funcionamiento de los sonidos
articulados que sustentan en ella diferencias de significado (fonemas). La morfología se ocupa a
su vez de las formas gramaticales, por lo que se sitúa también en el plano del significante y en
estrecha conexión con el plano fonético-fonológico, en tanto las formas gramaticales están
constituidas, en sincronía, por sonidos distintivos (fonemas), mientras que en diacronía
evolucionan en la dirección de la propia evolución de los sonidos. Sin embargo, la morfología
se vincula esencialmente a la sintaxis en las lenguas flexivas, como las indoeuropeas, dado que
la función gramatical se manifiesta por medio de formas gramaticales; algunos métodos
lingüísticos proponen por ello aunar ambos aspectos –la forma que revela una función y la
función que se manifiesta por medio de una forma– bajo el concepto de morfosintaxis. Pero, en
tercer lugar, la morfología se relaciona asimismo con la lexicología –disciplina lingüística que
estudia las formas léxicas–, respecto a los procedimientos morfológicos de formación de
palabras derivadas o compuestas, que pasan a integrarse en el léxico de una lengua determinada
por derivación o por composición.

2
F. de Saussure, Curso de lingüística general, publicado por Ch.Bally y A.Sechehaye, traducción,
prólogo y notas de A. Alonso, Buenos Aires 1979 (=1945).

3
 En relación al plano saussureano del significado –contenido en la terminología de L.
Hjelmslev–, la sintaxis estudia esencialmente la función gramatical al describir, por una parte,
las relaciones funcionales y significativas entre las formas gramaticales; al analizar la estructura
de la construcción gramatical y al precisar la combinatoria distribucional de las unidades
gramaticales.
La semántica y la lexicología se ocupan del significado de las unidades léxicas,
estudiando, respectivamente, la estructura lingüística del significado –su configuración según
las relaciones funcionales– y la forma del significado léxico, en estructuras paradigmáticas por
campos semánticos (integrados por sememas) o campos lexicológicos (integrados por lexemas),
según terminologías de B. Pottier y E. Coseriu.

C. LINGÜÍSTICA, FILOLOGÍA, GRAMÁTICA: LA TRADICIÓN DE LOS ESTUDIOS


GRAMATICALES.-

Contando con estas observaciones preliminares, nos situamos en el ámbito de la


lingüística latina, cuyo objeto es el latín como lengua histórica. El latín –lengua de una
comunidad humana ya existente en los primeros siglos del primer milenio a C., que pervivió
hasta más allá del S. V de la era cristiana–, lo conocemos fundamentalmente como lengua
escrita y literaria, cuya historia se prolonga durante casi un milenio más como lengua de cultura
de la Edad Media, hasta la época renacentista y los tiempos modernos. Esta situación resulta un
condicionante decisivo para cualquier estudio lingüístico del latín, donde la dualidad “lengua
hablada / lengua escrita” se resuelve en el hecho de que sobre la lengua escrita tenemos datos
documentales mucho más numerosos que sobre la lengua hablada.
Otro importante factor en el desarrollo de la lingüística latina es el peso de la tradición,
como corresponde a una cultura milenaria que, entre otras muchas cosas, se ocupa de
reflexionar sobre la lengua. En una civilización nace una “ciencia” concreta del lenguaje cuando
el hablante indaga sobre su propia lengua, bien bajo el condicionamiento pedagógico de
enseñarla o aprenderla, bien cuando deben interpretarse y analizarse textos importantes, como
ocurre con los textos sagrados o con los textos jurídicos. Por este último motivo, ya en la
Antigüedad clásica la gramática nace unida a la filología3. Los gramáticos alejandrinos –
Aristarco de Samotracia (s. II a.C.), Dionisio de Tracia (170-90 a.C.), Apolonio Díscolo (s. II d.
C.) etc.–codificaron la gramática para resolver ante todo problemas filológicos, al tomar
conciencia del envejecimiento de la lengua de los antiguos poetas, con sus elementos arcaicos y
diferencias dialectales, frente a la koiné o lengua griega común de época helenística.

3
G. Mounin, Historia de la lingüística. Desde los orígenes al siglo XX, vers. española de F. Marcos,
Madrid: Gredos, 1974, p. 98; Alejandro de Villadei, El doctrinal. Una gramática latina del Renacimiento
del siglo XII, Introducción, trad. y notas de M. Gutiérrez Galindo, Madrid: Akal 1993, pp. 22-39.

4
Como en todo lo cultural, los romanos contaron también en esto con la ventaja y con el
inconveniente de situarse tras el precedente griego; por ejemplo, si bien no tuvieron que
inventar un alfabeto, se encontraron con una terminología gramatical para el sistema casual que
respondía a usos distintos de los casos en latín y en griego. Tampoco coincidían las ocho partes
de la oración en que los griegos dividían su gramática con las partes que se delimitan en latín,
donde no existe el artículo.
En gramática los romanos son discípulos de los griegos, de cuyas teorías son meros
transmisores. Se hacen eco de la disputa sobre planteamientos lingüísticos entre anomalistas y
analogistas, representados en época helenística por la escuela de Pérgamo y por la de
Alejandría, respectivamente. Los anomalistas de Pérgamo – una vez constataban las numerosas
excepciones que descubrían en todas las partes de la lengua – sostenían que los hechos
lingüísticos no obedecen a verdaderas reglas y que en la lengua todo es uso y arbitrariedad, en
consonancia con el principio de anomalía o diferencia. Por el contrario, los analogistas de
Alejandría destacaban el aspecto organizado de la lengua, la coherencia de sus categorías
gramaticales y las reglas corroboradas por los hechos sometidos a normas reiteradas, según el
principio de la analogía o semejanza entre elementos de la lengua.
En el terreno de la primera articulación, los gramáticos romanos4 representan el
fundamento de toda la tradición de enseñanza gramatical en Occidente, si bien dichos autores se
limitan en realidad a transmitir las gramáticas griegas.
De todas las escuelas filosóficas de época helenística, fueron los estoicos quienes
concedieron mayor atención a la reflexión sobre el lenguaje5, en conexión con la idea estoica de
“vivir de acuerdo con la naturaleza” que constituye la piedra angular en su sistema de
pensamiento: la sabiduría consiste en la conformidad de las cosas humanas con las cosas reales
de la naturaleza, cuyas imágenes son precisamente las ideas expresadas por las palabras. La
filosofía estoica estudió el lenguaje desde el punto de vista de la lógica, en la que se incluía
tanto la epistemología como la retórica y la gramática; los estoicos llegaron a establecer una
distinción decisiva entre forma y significado (“lo que significa” y “lo que es significado”) y a
proponer terminologías lingüísticas como la de ptw'si" (“caída”), que después los gramáticos
latinos tradujeron como casus. Fueron, pues, los estoicos quienes fijaron el valor tradicional de
caso en la terminología gramatical, distinguiendo entre la verdadera forma del nombre –caso
recto o nominativo– y los llamados casos oblicuos –todos los demás–, considerados como
desviaciones del caso recto. Descubrieron en el verbo otro factor además del tiempo: el de
acción acabada o inacabada que expresa la forma verbal. También diferenciaron los verbos
activos de los pasivos, así como los verbos transitivos de los intransitivos. Los estoicos no

4
Grammatici latini, ed. Kiel (Grammatici Latini ex recensione Henrici Keilii), vol. I-VIII, Hildesheim,
1961 (=1857); J. Collart, "Pour une anthologie des textes grammaticaux latins", REL 32, 1954, pp. 88-92.
5
J. Lyons, Introducción en la lingüística teórica, vers. esp. R. Cerdá, 3ª ed., Barcelona: Teide 1975, p.
12.

5
consideraron el lenguaje como reflejo directo de la naturaleza –según el principio platónico de
que la lengua es fuvsi"–; en su mayoría eran anomalistas que insistían en la falta de
correspondencia entre palabras y cosas –precisamente lo que siglos después F. de Saussure
definiría como “arbitrariedad del signo lingüístico”-; los anomalistas destacaban igualmente los
aspectos ilógicos del lenguaje, especialmente cuando se expresan afectos o emociones.
En el primer tercio del siglo II a. C. se produce el primer contacto de los romanos con la
gramática griega, cuyos contenidos son mucho más amplios que los de la gramática tradicional,
ya que aquélla incluye también aspectos de filología, de crítica literaria y de lectura y
comentario de poetas. De esta manera, el biógrafo Suetonio (Gram. 2) transmite la anécdota de
que el estoico Cratos de Malos –filósofo, geógrafo, gramático y director de la Biblioteca de
Pérgamo, que había llegado a Roma hacia el año 168 a. C., en calidad de embajador del rey
Atalo de Pérgamo–, tras caer accidentalmente en la Cloaca Maxima y partirse una pierna, se vio
obligado a permanecer durante un cierto tiempo en la ciudad, por lo que aprovechó su
convalecencia para enseñar gramática con un éxito tan grande que contó con continuadores en
Roma como Lampedión, Vargunteyo, Filócomo y Arquelao, hasta llegar, en la transición del
siglo II-I a. C., a L. Elio Estilón, iniciador en Roma de la etimología gramatical y maestro del
gran polígrafo Varrón, de época ciceroniana.
M. Terencio Varrón escribe sobre cuestiones lingüísticas en su De lingua latina,
conservada fragmentariamente; por otra parte, aporta una reflexión personal en la obra perdida
De sermone latino, donde como analogista codifica las reglas fundamentales de la latinitas, que
se entiende como “buen uso y corrección en el empleo del latín”: para hablar y escribir bien en
la lengua del Lacio hay que apoyarse en lo natural (natura), en las reglas gramaticales
(analogia), en el uso establecido por la norma (consuetudo) y en la garantía de los buenos
autores (auctoritas). Al hablar de los casos oblicuos y del caso recto, sostiene Varrón6 que las
declinaciones son necesarias en todas las lenguas, pues sin ellas “el número de palabras
excedería a la retención de la memoria”, lo que implica una percepción antigua del moderno
principio de la economía del lenguaje. Por otra parte, las observaciones que hace sobre el
perfectum y el infectum7, en relación a su defensa del principio de analogía, se verán
corroboradas por los estudios modernos sobre la categoría de aspecto.
Quintiliano, el gran maestro de la retórica en época imperial y a su vez discípulo del
famoso gramático Remio Palemón, de la época de Tiberio, incluye una gramática en su obra
retórica De institutione oratoria. Tres siglos después, Elio Donato, maestro de San Jerónimo,
compone un De octo partibus orationis Ars minor, que durante centurias sirve de referente a
todas las gramáticas europeas posteriores.

6
Varro, L.L. 8.2.3.
7
Varro, L.L. 9.57.100.

6
Macrobio (s. V) escribe un tratado De differentiis et societatibus Graeci Latinique uerbi
(Sobre las diferencias y coincidencias de la palabra griega y latina), donde con visión
comparatista señala la muy estrecha relación entre la lengua griega y la latina, a la vez que
observa que, frente a los griegos, los latinos carecen de artículo y de dual en la categoría de
número. Al no haber artículo, las partes de la oración en latín no habrían sido ocho, como en
griego, sino siete; pero se restablece el equilibrio con la gramática griega al pasar a considerarse
la interjección como parte de la oración, una vez se la separa del adverbio.
En el siglo VI aparece otra gramática de gran difusión: las Institutiones grammaticae de
Prisciano, en las que el autor romano sigue los planteamientos del gramático griego Apolonio
Díscolo (s. II d. C.), a quien precisamente se atribuye la acuñación del término suvntaxi"
“construcción gramatical” que, como ya se ha indicado, en griego significa básicamente
“arreglo, disposición” y se halla en relación con el verbo suntavssw “ordenar, disponer
elementos en un todo conjunto”.
La sintaxis constituye una de las partes tradicionales de la gramática. En su tratado
parcialmente conservado De lingua latina, Varrón dedicaba una parte de la obra a estudios
sobre sintaxis, a la vez que daba noticia del debate entre las principales escuelas helenísticas de
estudios gramaticales que hemos mencionado: la escuela de Alejandría, defensora del principio
de la analogía, y la de Pérgamo, que contraponía a aquél el de la anomalía, respecto a la
formación y funcionamiento de los elementos lingüísticos.
Entre las teorías antiguas sobre sintaxis se encuentran ideas fácilmente identificables con
ideas actuales; de esta manera, el principio varroniano de la consuetudo –el uso que impone
formas determinadas–, es un claro antecedente de un principio estructuralista como la norma,
extensamente definida por E. Coseriu8. Por otra parte, las terminologías gramaticales de los
antiguos se conservan en nuestros días a pleno rendimiento (por ejemplo, los términos caso,
interjección, oración, etc.).

En la Edad Media9 la enseñanza gramatical es heredera de las enseñanzas latinas, en


especial de las de Donato y Prisciano; también es muy citado Isidoro de Sevilla. En el S. XIII, la
gramática en hexámetros dactílicos Doctrinale Puerorum (obra del monje francés Alexander de
Villa Dei / A. de Villedieu) recoge en doce capítulos10 los siguientes aspectos de la gramática
antigua: la declinación, los nombres heteróclitos, los grados de comparación, el género de los
nombres, el perfecto y supino de los verbos, verbos defectivos y anómalos, la formación de los
verbos; asimismo aspectos sintácticos como el régimen y la construcción, los aspectos
prosódicos de la cantidad silábica y el acento y, por último, se detiene en las figuras retóricas.

8
E. Coseriu, Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid: Gredos, 1968.
9
A. López García, Lingüística general y aplicada , 3a ed., Universitat de València, 1999, pp. 381-383;
M. Gutiérrez Galindo (ed.), Alejandro de Villadei, op. cit., pp. 39-61.
10
Cf. M. Gutiérrez Galindo (ed.), Alejandro de Villadei, op. cit., pp. 66-67.

7
Se atiende de este modo a las cuatro partes de la gramática antigua: ortografía, etimología,
sintaxis y prosodia, identificándose las dos primeras con la fonética y la morfología en sentido
muy amplio; de esta obra, la tradición gramatical conserva terminologías como cópula y
rección. El poema didáctico Doctrinale Puerorum se reeditó centenares de veces hasta finales
del siglo XV.
La escolástica medieval reflexiona sobre la lengua desde el punto de vista de la lógica; se
plantea el debate de la relación entre lengua y pensamiento por medio de posiciones
encontradas: la de los realistas como Duns Scoto11 (2ª mitad siglo XIII), que se sustentan en
Platón y Agustín de Hipona para sostener que las palabras son concreciones de las ideas, por lo
que existe una relación intrínseca entre la idea y la palabra; por otra parte, la posición de los
nominalistas12 –Pedro Abelardo (siglos XI-XII), Guillermo de Ockcham (1ª mitad Siglo XIV),
Tomás de Erfurt (De modis significandi sive Grammatica speculativa, 1350)–, que se basan en
Aristóteles y en Tomás de Aquino (Siglo XIII) para propugnar que las palabras son
simplemente nombres. Se renueva de esta manera el antiguo conflicto del pensamiento griego
entre aquellos para quienes el lenguaje era “por naturaleza” (φύσει) y aquellos para quienes el
lenguaje era “por convención” (θέσει). Las reflexiones medievales sobre la lengua se aplican
sólo y exclusivamente al latín, hasta el punto de que muchas veces grammatica es sinónimo de
“latín clásico”, la única lengua reconocida con tal categoría en el Occidente de la época.

El Renacimiento europeo no supuso propiamente una renovación en la tradición de los


estudios gramaticales, pero sí manifiesta un claro interés por la didáctica, enseñanza y
aprendizaje del latín, a fin de poder acceder a la imitación de los modelos clásicos; por razones
de tipo práctico se llega incluso a distinguir en algunos casos entre letra y sonido, para la lectura
correcta de los autores clásicos. En esta línea, el tratado de Erasmo de Rotterdam De recta latini
graecique sermonis pronuntiatione Dialogus (1528) propugna el ideal clasicista de volver a leer
bien a los antiguos.
Casi un siglo antes el reputado filólogo italiano Lorenzo Valla13 había publicado sus
Elegantiarum linguae latinae libri sex (1441-1449), una especie de controvertido manual de
gramática y comentario filológico –enarratio– de autores clásicos; en su Introducción se expone
la función de la lengua latina como instrumento de poder, a la vez que para su enseñanza y
aprendizaje se detalla el latín perfecto y depurado de la antigua Roma, libre de las voces y la
sintaxis contraria al latín clásico, es decir, de los barbarismos y solecismos extendidos a partir

11
A. López García, op. cit. , p. 205, p. 382.
12
M. Beuchot, La filosofía del lenguaje en la Edad Media, 2ª ed. corregida y aumentada, Mexico:UNAM
1991, pp. 48-58, pp. 143-169 , pp. 170-184.
13
A. Coroleu, “Humanismo en España”, EN Introducción al humanismo renacentista, J. Kraye (ed.),
Introducción al humanismo renacentista, ed. C. Clevería, trad. Ll. Cabré, Madrid 1998 (Cambridge 1996)
pp. 298 ss.

8
de las invasiones bárbaras en el Bajo Imperio; al respecto, L. Valla sostiene que nadie escribió
en buen latín después de Boecio14, filósofo y poeta que pereció ejecutado en 524 d. C. El
programa didáctico de Lorenzo Valla propugnaba el establecimiento del latín humanístico como
lengua internacional, otorgando la primacía al latín de la Roma pontificia, en actitud contraria a
los intereses del Sacro Imperio Germánico, que se consideraba heredero político del Imperio
Romano, pese a ser descendientes de los bárbaros.
La cultura humanística italiana hizo su entrada en España con Elio Antonio de Nebrija
durante el último cuarto del Siglo XV. Gran estudioso de la lengua española y primer autor de
una Gramática castellana (1492) organizada a la manera de la gramática latina, Nebrija supo
comprender que la definitiva implantación de los estudios humanísticos vendría fundamentada
en la reforma de la enseñanza de la lengua latina según el programa de Lorenzo Valla; de
manera que Nebrija se propuso el ambicioso programa educativo de transformar los estudios
gramaticales y la enseñanza del latín en las aulas de la Universidad de Salamanca; para ello
publicó su propia gramática del latín, las Introductiones latinae (1481) como alternativa a los
obsoletos manuales gramaticales de la época. En la edición bilingüe de las Introductiones
(1488) se concebía la lengua latina como el fundamento de toda la cultura. Nebrija también
elaboró un Diccionario latino-español (1492), seguido de un Vocabulario español-latino
(1494); por otra parte, intervino en la traducción al latín de los textos bíblicos en la ingente
elaboración de la Biblia Políglota Complutense, realizada bajo el impulso y financiación del
Cardenal Cisneros, iniciada en 1502 y publicada en seis volúmenes unos veinte años después.
En los períodos siguientes impera el logicismo gramatical, según el cual la gramática se
basa en las categorías lógicas de Aristóteles. De este modo, en su tratado De causis linguae
latinae (1540), J. C. Escalígero intenta explicar las lenguas a partir de las leyes del pensamiento,
aplicando las categorías aristotélicas al análisis gramatical del latín.
En España no tarda en surgir una clara oposición a la línea de enseñanza del latín
implantada en España por Antonio de Nebrija, a la que se adhiere Francisco Sánchez de las
Brozas, conocido como el Brocense, catedrático de retórica y griego en la misma Universidad
de Salamanca; el Brocense escribe su Minerva seu de causis linguae latinae (1587) como una
gramática del latín en cuatro libros o secciones (estudio de las partes de la oración, del nombre,
del verbo y de las figuras) que supone un intento señero por someter a la lógica racional el
estudio de la lengua, con rigor metodológico y claridad expositiva. Sin embargo, es evidente
que en las lenguas hay muchas cosas que no se ajustan en absoluto a la lógica; buena prueba de
ello son los elementos expresivos o las construcciones improvisadas, como el anacoluto, el
acusativo proléptico, etc. En otra edición de su Minerva seu de causis linguae latinae (1562,
rev. 1587) –presentado, aparentemente, como un modesto manual con reglas gramaticales

14
M. D. Reeve, op. cit. p.47.

9
ciertas y sencillas, como ya propusiera Lucio Marineo Sículo, colega y adversario de Nebrija en
Salamanca–, el Brocense propone una serie alternativa de reflexiones lingüísticas, junto a una
crítica de los programas de Valla y de Nebrija. Con ello “sentó las bases de una gramática
especulativa, de orientación racionalista y mentalista y de corte eminentemente teórico”,
insistiendo el autor en una grammaticae ratio “sistema gramatical” al justificar sus
observaciones. Su gramática está dotada de una estructura profunda que subyace a la diversidad
de las lenguas; en la Minerva se define el perfecto gramático como “aquel que en los libros de
Cicerón y Virgilio entiende qué palabras son nombres, qué palabras son verbos, así como otras
materias que conciernen únicamente a la gramática, aunque no entienda el significado de las
palabras.” Frente a la doctrina de las Institutiones de Nebrija –donde se sostiene que el latín se
apoya no en la razón, sino en el uso y el testimonio de los autores clásicos (en la mtradición del
grammaticus antiguo)–, el Brocense sostiene que el uso debe explicarse exclusivamente a partir
de la estructura interna y racional de la lengua.

La gramática lógica conduce de forma casi inevitable a la gramática normativa, donde


trata de explicarse todo, hasta los aspectos no lógicos de la lengua; se pretende además una
generalización de principios, en una época de colonizaciones y evangelizaciones (siglos XVI y
XVII), cuando las lenguas europeas deben enseñarse rápidamente a los indígenas a los que se
pretende “civilizar”. Las terminologías lingüísticas son muchas veces terminologías lógicas:
sustantivo se basa sobre el concepto de sustancia; adjetivo se refiere a algo “añadido”, lo que
implica la idea de un núcleo, etc.
Se forja de esta manera la gramática normativa, que tiene vigencia durante más de dos
siglos, desde la Grammaire de Port-Royal (redactada en 1660 por A. Arnauld y Cl. Lancelot)
hasta el final del siglo XIX. El aristotelismo y el racionalismo cartesiano de Port-Royal
caracteriza la gramática del siglo XVIII, con la generalización de ideas como la de que todas las
lenguas tienen el objeto de enunciar los pensamientos; que las categorías gramaticales son
universales; que la sintaxis está fundada lógicamente sobre el orden de las palabras, etc.15

A comienzos del Siglo XIX, considerado el Siglo de la Historia, se produce una especie
de revolución en el campo de los estudios lingüísticos. Tras describirse las lenguas occidentales
sobre la base de la gramática latina, se descubre ahora el sánscrito, una antigua lengua
indoeuropea que es diáfana en su estructura morfológica; ello facilita sumamente el análisis
gramatical, como ya había ocurrido en los antiguos estudios de los gramáticos indios. Se inicia
de este modo la gran época de la lingüística comparada e histórica, cuyos resultados y
deducciones son válidos en general y vigentes en nuestros días, sobre todo en el ámbito de la

15
Cf. G. Mounin, op. cit., p. 150.

10
lingüística indoeuropea. Los métodos y principios de otras ciencias se aplicaban entonces de
manera más o menos acertada a los estudios lingüísticos: por ejemplo, A. Schleicher pretende
ajustar la teoría del darwinismo a la evolución general de las lenguas. Ello representa la
situación inversa a lo que después ocurriría con el estructuralismo, cuyas ideas propias se
trasplantan a otros campos científicos, como el de la antropología, por obra del antropólogo y
lingüista Cl. Lévi-Strauss. Fue F. Schlegel quien estableció de manera rigurosa el método
comparativo, que consiste esencialmente en la confrontación de las estructuras lingüísticas de
lenguas de la gran familia indoeuropea. El indoeuropeísta danés R. K. Rask se anticipa a la
lingüística posterior en cuanto se interesa por el sistema de las lenguas, dejando en sus
manuscritos descripciones o gramáticas del antiguo islandés, antiguo inglés, español, etc.
Enviado a la India por la Academia danesa, R. K. Rask escribe una gramática comparada y
descriptiva, basada en la observación directa de las lenguas y no en los principios apriorísticos
de la filosofía.
Ahora bien, quien llevó a la práctica el método de la gramática comparada fue F. Bopp,
creador de la lingüística indoeuropea; en su obra sobre el sistema de conjugación del sánscrito,
compara el verbo sánscrito con el verbo latino, griego, persa y germánico: la concordancia
evidente y constatable de sus razonamientos constituye la base de toda la investigación
indoeuropeísta posterior. Cuando no se puede recurrir al método comparatista, se recurre al
procedimiento de reconstrucción interna, teniendo en cuenta que, en la época, el norte de la
investigación consistía en llegar a reconstruir la lengua primera, el indoeuropeo.
El método comparatista tardó en aplicarse a la sintaxis, frente a la morfología o la
fonética; es en esta última disciplina lingüística donde durante el último tercio del siglo XIX los
neogramáticos (Neugrammatiker) implantan y desarrollan el concepto de ley fonética y de
cambio fonético.
Cuando la sintaxis – estudiada durante mucho tiempo desde el punto de vista
descriptivo – se beneficia del método comparativo, sentando los precedentes de posteriores
investigaciones. El interés por la lengua hablada lleva a que también se consideren sus
construcciones dentro de la disciplina sintáctica; por otra parte, como alternativa a la
justificación lógica de los fenómenos gramaticales mantenida hasta el siglo XIX, se explicaron
psicológicamente una serie de manifestaciones sintácticas, como el proceso de la
contaminación – este fenómeno se produce al existir dos exteriorizaciones posibles para una
misma idea y el hablante, que ha empezado a construir su frase antes de decidirse por una u otra,
termina entremezclando las dos posibles soluciones (tu, si te di amant, agere tuam rem
occassiost) –. La psicología colectiva interviene a veces igualmente en la mutación de las
estructuras de la frase, como sucede en el origen de las oraciones de infinitivo con sujeto en
acusativo, dependientes en principio de verbos que regían doble objeto, según la gramática
tradicional.

11
Junto a la gramática comparada, se desarrolla en el siglo XIX la gramática histórica.
El paso siguiente a la labor de los comparatistas –quienes se limitan a contrastar los hechos que
demuestran la relación existente entre las lenguas indoeuropeas– consiste en la tarea de explicar
las causas y buscarlas en un origen común, el indoeuropeo, supuesta lengua primigenia e ideal
que se pretende reconstruir en plena época del Romanticismo. A partir de este momento los
lingüistas más relevantes se sirven del método histórico-comparativo, especialmente
representado por J. Grimm, quien (en la ley fonética que lleva su nombre) interpreta las
correspondencias regulares como resultado de un cambio fonético, el de mutación o rotación
consonántica de las oclusivas, en series que dan los resultados p t k > b d g > f q c. Grimm
deduce de ello un proceso histórico en el que el paso de una serie consonántica a la siguiente se
realiza de manera regular en todas las lenguas indoeuropeas, en función de dicha ley.
A. Schleicher pertenece a una segunda generación de lingüistas histórico-comparatistas,
a la vez que es especialista en botánica –lo que le permitió aplicar a la lingüística el método de
las ciencias naturales–; con este bagaje intelectual, A. Schleicher intenta definir las leyes
lingüísticas con la exactitud propia de las leyes físicas y llega a aplicar las leyes darwinianas a la
evolución de la lengua. Establece una clasificación de las distintas lenguas del mundo (clase de
las lenguas aislantes, como el chino; clase de las lenguas aglutinantes, como el turco; clase de
las lenguas de flexión: lenguas indoeuropeas y lenguas semíticas).
Anterior a A. Schleicher, si bien ya situado en la ideología romántica, W. von Humboldt
–diplomático alemán, filósofo y gran conocedor de numerosas lenguas– sostiene que existe una
estrecha relación entre la mentalidad de cada pueblo y su lengua respectiva. De ello se siguen
dos ideas que resultan claros precedentes de teorías lingüísticas del siglo XX: por una parte, se
define la forma interior del lenguaje (innere Sprachform) – en cada lengua los procesos
mentales de sus hablantes se manifiestan en forma de preferencias funcionales -; por otra parte,
se formula que la lengua es enérgeia – fuerza de cambio en virtualidad –- y no érgon o
producto.
En el último tercio del siglo XIX el método de la gramática histórica experimenta un
giro hacia posiciones extremas: el historicismo lingüístico se transforma en positivismo, por
obra de los autodenominados neogramáticos (Junggrammatiker), quienes defienden el carácter
absoluto de las leyes fonéticas y afirman que la lingüística es una ciencia histórica. Frente a este
historicismo tajante de lingüistas como K. Brugmann o bien H. Osthoff , el suizo A. Marty
preconiza la necesidad de una descripción sincrónica, situándose así como precursor de su
compatriota F. de Saussure.
El método de la gramática histórica fue aplicado para el latín en una obra monumental,
cuya primera edición data de 1926-1928; la quinta edición, en reimpresión, es de 1965 (la parte
de sintaxis) y de 1977 (la parte de fonética y de morfología): se trata de la Gramática de M.
Leumann-J. B. Hofmann-A. Szantyr, Lateinische Grammatik (cf. Bibliografía), que en su

12
primera versión, a cargo de los dos primeros autores, se programó como gründliche Erneuerung
de la cuarta edición de la obra de Stolz-Schmalz , en la que se basa la Lateinische Grammatik,
respecto a la orientación historicista seguida. Al morir J. B. Hofmann, retomó la tarea A.
Szantir, quien reelaboró en 1965 la Sintaxis, complementada con una Estilística y una
Introducción general, en un apéndice al tomo II; dicho apéndice, elaborado conjuntamente por
M. Leumann y A. Szantir, contiene una historia de la lengua latina y trata una serie de
problemas sintácticos específicos. La mencionada Lateinische Grammatik, en varios volúmenes,
puede considerarse como una exposición completa de toda la orientación historicista de los
estudios lingüísticos sobre el latín, con la sola excepción del plano semántico-lexicológico.
Cabe destacar dos obras en español, asimismo de orientación historicista, sobre
determinados aspectos de sintaxis latina: la Sintaxis histórica de la lengua latina de M. Bassols
de Climent, que consta de varias partes, y la Gramática histórica latina de A. Tovar (Madrid
1946).

La lingüística del siglo XX –que se inicia en Europa con el nuevo método


estructural propuesto por F. de Saussure– nace vinculada a la filología, como venía
sucediendo desde el siglo anterior. En el siglo XIX, el llamado Siglo de la Historia, el
interés por el pensamiento antiguo había llevado a la preocupación por la literatura y por
la ciencia que proporciona el acceso a la interpretación de los textos antiguos, la
filología. Los primeros lingüistas son, al mismo tiempo, filólogos que conocen las
lenguas cuyos textos pueden leer.

Los primeros trabajos de F. de Saussure (1857-1913) en Leipzig son de gramática


comparada , materia que luego enseña en París durante once años. En su ciudad natal, Ginebra,
pasa la última parte de su vida como catedrático de sánscrito y de gramática comparada. Sin
embargo, a petición de sus alumnos, explica un nuevo enfoque teórico, el de la lingüística
general, durante tres cursos alternos (1907, 1909 y 1911). Los apuntes y notas de clase tomadas
por sus discípulos Ch. Bally y A. Sechehaye, junto a algunos otros condiscípulos, se publicaron
en 1916, tres años después de la muerte del maestro, dando forma al Curso de lingüística
general, la obra fundamental que constituye la base teórica del estructuralismo lingüístico.
Frente a un enfoque atomista16 – heredado de los neogramáticos en época moderna, si
bien imperante en los estudios gramaticales durante siglos, que procede aislando los elementos
para estudiarlos de forma unilateral, en sí mismos y no en relación a los demás –, el
estructuralismo opera con criterios metodológico de totalidad y dependencia relacional. Se

16
F. Arellano, S. J, Historia de la Lingüística. Bajo el signo del estructuralismo. De Saussure a Chomsky,
Tomo II La Lingüística del Siglo XX, Universidad Católica “Andrés Bello”, Caracas 1977, pp. 34, 266.

13
define el concepto de estructura como interdependencia mutua de los elementos que se integran
en un conjunto total, lo que implica unas relaciones perfectamente sistematizadas.
La lingüística estructural no se dirige contra la lingüística histórica, sino contra métodos
de investigación atomísticos que estudien el desarrollo de elementos aislados sobre el eje del
tiempo, sin tener en cuenta que, en cualquier momento de la historia de una lengua, un elemento
forma parte de una estructura, por la cual está determinado en su funcionamiento lingüístico.
En relación a esto se perfilan las denominadas dicotomías saussureanas:
diacronía//sincronía, lengua//habla, lengua//sistema; ulteriormente, se definen las relaciones
expresadas por los conceptos de sistema, norma y habla.
La lengua se concibe como un sistema o conjunto organizado de signos lingüísticos,
donde todos los elementos se hallan relacionados entre sí de manera que el valor de cada uno
depende de su función en relación con los demás. La lengua es, por tanto, un sistema organizado
por medio de una estructura cuya descripción y funcionamiento constituye el objeto del método
estructural; dentro de dicho sistema, las unidades lingüísticas se hallan interrelacionadas por dos
tipos de relación:
- relación paradigmática, la de un elemento con los otros de su mismo paradigma, con los
que se halla en oposición – por diferencias de marcas funcionales también denominadas rasgos
distintivos – y por los cuales es sustituible o conmutable;
- relación sintagmática, la de un elemento con los otros elementos simultáneamente
presentes en un determinado contexto lingüístico.
El signo lingüístico se describe en sus cuatro cualidades de oral y lineal, arbitrario,
discreto, mutable e inmutable, a la vez que se define como una unidad que consta de dos planos,
el del significante y el del significado; más adelante, en la terminología de L.Hjelmslev, se
actualizan estas nociones bajo los términos de expresión y contenido, respectivamente. En cada
uno de los dos niveles deben diferenciarse la sustancia y la forma –en tanto aquélla desborda los
límites del signo lingüístico, ya como materia acústica, ya como materia de pensamiento– ,
mientras que la forma es lo que constituye verdaderamente la lengua, que es en sí forma y
no sustancia. A esto añade L. Hjelmslev –maestro de la escuela estructuralista de Copenhague y
fundador de la llamada glosemática– que la forma únicamente puede quedar precisada y
definida en el terreno de la función, pauta que se desarrollará ampliamente en la corriente
lingüística del funcionalismo.

Los principios de la lingüística estructural son perfectamente aplicables al análisis de la


lengua latina, de la que ya se había ocupado un sólido cuerpo de estudios historicistas,
proporcionando un profundo conocimiento del latín. Sin embargo, el método estructural ha sido
aplicado al latín sólo en cuestiones puntuales. El análisis estructural, que opera con principios
básicos como el de oposición – por ejemplo, en el tipo de oposición privativa donde el término

14
no marcado (-) se opone al término marcado (+)}, lo que se define por medio de una
determinada noción o rasgo distintivo ausente o presente – se adecua a elementos como los
casos, modos, tiempos, pronombres, preposiciones, conjunciones , etc., en tanto responden a
nociones que tienden a relacionarse entre sí. Sin embargo, la sintaxis oracional es mucho más
inasible y difícil de someter a esquemas rígidos, por lo que apenas se ha tratado desde el punto
de vista estructural. Ello conduce a que no existan sintaxis latinas de conjunto con esta
orientación metodológica, a la manera de las anteriores obras historicistas que abarcaban la
totalidad de la sintaxis latina; incluso la meritoria e interesante Introducción a la sintaxis
estructural del latín de L. Rubio, citada en bibliografía, aborda sólo determinados puntos
sintácticos.
Otro principio estructural aplicado a la sintaxis latina es la distinción entre sistema,
norma y habla, precisada por E. Coseriu17 a partir de las ideas de Saussure al respecto. Hay
que contar con el presupuesto de que el sistema engloba sólo lo que es oposición funcional; en
él existen una serie de posibilidades en el nivel de lengua que no se aplican en todo su número
cuando el hablante codifica un mensaje en el nivel de habla. Entre el sistema y el habla –es
decir, entre los recursos de que dispone el hablante y los que actualiza en un acto de
comunicación concreta–, se sitúa la norma que, grosso modo, se entiende como restricción a las
posibilidades del sistema, del que se seleccionan una serie de elementos entre todos los que son
teóricamente posibles. La norma lingüística regula lo que habitualmente se dice, y, como tal,
resulta impuesta al hablante, que nunca dice todo lo que se podría decir, sino sólo una parte. En
el latín, que conocemos como lengua fundamentalmente literaria, los textos son las realizaciones
del habla; lo que sólo se da en algunos textos, son hechos ocasionales, por ejemplo, el muy
restringido uso del genitivo exclamativo, hechos que pertenecen al plano del habla, pero no al
de la norma. Cicerón y César – sometidos ambos a la misma norma lingüística, la del latín de
época clásica –, muestran un estilo distinto; ello puede deberse a la distinción de varios tipos de
norma: la norma general, que afecta a toda la comunidad lingüística; la norma literaria, que
determina que en un determinado género literario, por ejemplo, en un texto histórico aparezcan
elementos que no aparecen en un texto poético, como sucede con la construcción de estilo
indirecto; la norma individual concierne a lo que nunca o siempre dice un hablante, por ejemplo,
el estilo de un autor; la norma social distingue a unos grupos sociales de otros (diferencias
diastráticas, según lo define E. Coseriu ).
Distinguir entre norma y habla en sintaxis es más difícil que hacerlo en fonética o en
morfología: una forma “irregular” como austia por ostia o bien la forma ipsaius, caracterización
femenina de ipsius, escaparán a la norma fonética y morfológica, respectivamente, para
manifestarse como hechos de habla; las ultracorrecciones o las hipercaracterizaciones son

17
E. Coseriu, Teoría del lenguaje y lingüística general: cinco estudios, 3a ed. rev. y corr., [3a reimp.].

15
procesos en los que se da esta diferencia. Frente a lo que ocurre en el plano fonético y en el
morfológico, las limitaciones al sistema sintáctico – impuestas por la norma lingüística en forma
de reglas sintácticas – son muy frecuentes. Por ejemplo, en los regímenes verbales, iuuo se
construye con acusativo pero excluye el dativo, cuando, desde el punto de vista del sistema,
sería perfectamente previsible un dativo de interés, que en general no se da: es la norma la que
rechaza una posibilidad del sistema. Con noceo ocurre lo contrario: donde se esperaría un
acusativo objeto, aparece un dativo de interés incommodi. La norma consiste, a veces, en la
elección de una de entre dos posibilidades: junto al uso de nombres propios geográficos, en
aposición a un nombre geográfico común, existe la construcción de genitivo explicativo “de
cuño popular y poco grato a los escritores clasicistas”, según Bassols . En latín se puede decir
urbs Roma y urbs Romae: ambas posibilidades pertenecen al sistema; si bien la norma literaria
selecciona la primera y la norma popular sigue la segunda, que es, en definitiva, la que se
impondrá en la evolución del latín a las lenguas romances. Si en alguna ocasión Cicerón hubiese
empleado la expresión urbs Romae estaríamos seguramente ante un hecho de habla y no de
norma individual.

16

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