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El presente trabajo tiene vocación de sencillo manual más que de tratado. En el caso peruano y a
pesar de los años, que no son pocos, en los que se encuentra vigente el Código Procesal Penal del
2004, todavía no ha tomado fuerza una teoría nacional de prueba ilícita y mucho menos de
causa probable, ello a pesar de las resoluciones dictadas sobre el tema por el Tribunal
Constitucional y los Acuerdos Plenarios de la Corte Suprema de la República. En la práctica los
requerimientos y actuaciones fiscales, así como muchas resoluciones judiciales, tienen todavía la
impronta claramente perceptible del Código de Procedimientos Penales, donde la obligación de
la protección a los derechos fundamentales de las personas todavía no supera, en la práctica, el
privilegio que se le concede durante la investigación a la necesidad de conseguir pruebas a toda
costa, muchas veces incluso, en desmedro precisamente de derechos fundamentales,
justificando equivocadamente este proceder en una mal entendida eficacia procesal. Es por ello
que en lugar de hacer un profundo estudio de las instituciones a tratar desde la pizarra, este
breve ensayo tiene por finalidad tratar de abordar el tema de la exhibición forzosa y la
incautación desde un punto de vista más práctico y cotidiano.
En este orden de ideas, es oportuno señalar que la exhibición forzosa y la incautación están
reguladas en nuestro Código Procesal Penal en los artículos 218 al 225, dentro del capítulo VI,
que a su vez se encuentra en el Título III – La Búsqueda de Pruebas y Restricción de Derechos,
contenido de la Sección II (La Prueba) del Libro Segundo referido a La Actividad Procesal.
Esta distinción es importante porque nos permite tener como punto de partida la finalidad
procesal de la incautación materia de estudio: La búsqueda de pruebas. Y a su vez nos permite
diferenciarla de la incautación regulada por los artículos 316 al 320 del Código y que en ese caso
se configura como una medida de coerción procesal.
1. Cuando el propietario, poseedor, administrador, tenedor u otro requerido por el Fiscal para
que entregue o exhiba un bien que constituye cuerpo del delito y de las cosas que se relacionen
con él o que sean necesarias para el esclarecimiento de los hechos investigados, se negare a
hacerlo o cuando la Ley así lo prescribiera, el Fiscal, solicitará al Juez de la Investigación
Preparatoria ordene su incautación o exhibición forzosa. La petición será fundamentada y
contendrá las especificaciones necesarias.
2. La Policía no necesitará autorización del Fiscal ni orden judicial cuando se trata de una
intervención en flagrante delito o peligro inminente de su perpetración, de cuya ejecución dará
cuenta inmediata al Fiscal. Cuando existe peligro por la demora, la exhibición o la incautación
debe disponerla el Fiscal. En todos estos casos, el Fiscal una vez que tomó conocimiento de la
medida o dispuso su ejecución, requerirá al Juez de la Investigación Preparatoria la
correspondiente resolución confirmatoria.
La incautación y sus dos variables: como medio de búsqueda de pruebas y como medida de
coerción procesal.
Veamos la primera diferencia sustancial, la incautación regulada por el artículo 218 del Código
Procesal Penal establece que se podrán incautar:
La incautación del 316 del Código señala que serán objeto de incautación:
Una segunda diferencia es el modo, el artículo 218 precitado plantea una condición necesaria
para proceder a la incautación: debe verificarse la negativa de entregar o exhibir el bien por
parte del propietario, poseedor, administrador, tenedor del bien (u otro) ante el requerimiento
fiscal, en cambio en el caso del artículo 316 no se establece ninguna condición previa.
Como puede advertirse, existen diferencias entre una y otra modalidad de incautación que
deben ser debidamente identificadas tanto por el fiscal al momento de solicitarla o ejecutarla, si
es que se produce el supuesto de la ejecución de la medida sin mandato judicial por flagrancia y
desde luego por el juez al momento de concederla o confirmarla.
Así se ha ido desde la tradicional identificación de cuerpo del delito con los instrumentos del
delito (Mittermaier), hasta las teorías que afirman que el cuerpo del delito es el delito en sí
mismo (D’Aguesseau). Sin embargo ya desde el siglo XIX empezó a surgir con más fuerza la idea
de que la definición no se agotaba con la identificación de los elementos materiales[1]. Sin
embargo, como bien señala Jiménez Asenjo[2] citado por Díaz Aranda[3] si bien el cuerpo del
delito no podría ser el instrumento o instrumentos con los que se ha consumado el delito,
porque los delitos por omisión – falta de acción – no lo tendrían nunca, resulta siendo correcta
en todo caso, según el autor, la acepción por la cual es cuerpo del delito el efecto resultante del
hecho criminal, en conclusión cuerpo del delito sería todo lo que acusa la existencia del delito
precisamente.
No es pacífica entonces la definición de cuerpo del delito en el ámbito doctrinario penal, sin
embargo se han logrado hacer algunas distinciones útiles, así el corpus delicti como concepto
genérico se diferenciaría del corpus crimini en el sentido de que este último viene a ser
específicamente la persona o cosa sobre la que se han ejecutado los actos delictivos, del corpus
instrumentorum que son los medios o instrumentos mediante los cuales se facilita la actividad
delictiva y del corpus probatorium que está compuesto por los rastros, huellas y vestigios
dejados por el imputado en su proceder criminal[4].
Nuestra Corte Suprema, en el VI Pleno Jurisdiccional de las Salas Penales, mediante el Acuerdo
Plenario Nro. 5-2010/CJ-116 sobre incautación, ha establecido definiciones referidas
precisamente a la materia en análisis.
En el fundamento 8 del indicado Acuerdo Plenario se ha planteado una definición de cuerpo del
delito, en sentido estricto de la siguiente manera: “[…] además de la persona – el cadáver en el
delito de homicidio – comprende al objeto del delito, es decir, aquél contra el que recae el hecho
punible o que ha sufrido directamente sus efectos lesivos – la droga en el tráfico ilícito de
drogas –.” Es decir recoge la teoría de que el cuerpo del delito está constituido por el corpus
crimini.
Esto se confirma, más adelante, en el fundamento 9, en el que al definir los objetos del delito,
señala lo siguiente: “Los objetos del delito son las cosas materiales sobre las que recayó la
acción típica, como por ejemplo las cosas hurtadas o robadas, armas o explosivos en el delito
de tenencia ilícita de las mismas, la droga en el tráfico ilícito de drogas, los bienes de
contrabando en dicho delito, etcétera, para lo que se requiere una regulación específica.”
Como se aprecia, la ejemplificación del Acuerdo Plenario confirma lo indicado, puesto que usa
como referencia práctica o ejemplo a “la droga en el tráfico ilícito de drogas” tanto para la
definición de cuerpo del delito, como para la del corpus crimini propiamente dicho,
estableciendo una clara identidad entre corpus delicti y corpus crimini.
De la misma manera podemos hallar identidad entre los bienes que pueden entrar en la
categoría de corpus instrumentorum con los llamados instrumenta scaeleris en el fundamento
9 §b del Acuerdo Plenario, por ejemplo el vehículo que permitió transportar la mercancía.
Finalmente podría haber identidad entre los objetos que pueden ser corpus probatorium con
los producta scaeleris.
Resulta entonces que no se trata de que los objetos sobre los que recaerá la medida de
incautación tengan o no una esencia intrínseca que los haga pertenecer a un grupo determinado
de bienes de acuerdo a las definiciones doctrinarias existentes o las invocadas particularmente
por el Acuerdo Plenario, sino más bien responderá a las características que adquieren en el caso
concreto. Así un arma de fuego puede ser cuerpo del delito en el ilícito de tenencia ilegal de
armas pero instrumento del delito en un caso de robo agravado por el uso de arma de fuego. Es
sumamente importante señalar que estas consideraciones deberán ser tomadas en cuenta por
parte del fiscal a cargo de la investigación al momento de decidir si opta por la incautación como
mecanismo de búsqueda de pruebas o como medida coercitiva, fundamentando debidamente el
requerimiento a fin de que no sea luego rechazado.
Los fines
Si la cuestión determinante no es la naturaleza de las cosas o bienes a incautar, y la decisión
debe tomarse en mérito a las circunstancias que rodean el hecho de investigación, entonces
resulta adecuado afirmar que un elemento que si resulta fundamental para establecer si la
incautación deberá ser en una u otra modalidad (búsqueda de pruebas o medida de coerción) es
la finalidad que se espera lograr.
Los magistrados de la Corte Suprema, firmantes del Acuerdo Plenario, perciben la dificultad de
hacer aterrizar estos elementos, aparentemente claros en teoría, a la práctica real procesal; por
ello en el fundamento 10 señalan a modo de advertencia lo siguiente:
“Como se advierte de los parágrafos precedentes, los bienes y objetos que pueden incautarse
[…] cumplen en la mayoría de los casos una doble función: garantiza su eventual decomiso
como consecuencia accesoria del delito […] y permite su eficaz control para la acreditación del
hecho punible – asegura su utilización por las partes y el Juez como objeto de prueba–.
Como ya quedó expuesto, la función que prima en el caso concreto será la determinante,
aunque desde luego una distinción radical es, por lo menos, particularmente complicada. A
estos efectos, se ha de tener en cuenta el estado de la causa […] al momento de su imposición
[…].” (Subrayado agregado)
¿Qué sucede cuando un bien cumple ambas funciones? Al no haber norma que indique lo
contrario, resulta cuando menos teóricamente posible que un mismo bien pueda ser incautado
por medio de ambas modalidades al mismo tiempo o consecutivamente.
La negativa del requerido
Como ya adelantó líneas arriba, un requisito sine qua non es la negativa del propietario,
poseedor, administrador, tenedor u otro, del bien. Esto es exigible evidentemente en la regla
general, es decir en la incautación con previo mandato judicial. En el caso de la incautación en
flagrancia, la posibilidad de requerimiento no podrá ser exigible en todos los casos, sobre todo
cuando los presuntos autores del delito hayan huido del lugar de los hechos, por ejemplo. Se
tiene entonces que la regla deberá ser: Requerimiento a quien tenga en su poder el bien o cosa,
en caso de negativa orden judicial previa y ejecución de la medida. Nada obsta para que en
ciertos casos (excepcionalmente) donde se presume o vislumbra objetivamente la posibilidad de
obstaculización a la investigación, el fiscal pueda presentarse con la orden judicial en su poder
en la primera oportunidad en la que requiera la exhibición o entrega del bien, la que podrá
ejecutar en caso de negativa, pero deberá constar en el acta esta situación y evidentemente
también en la orden judicial con la correspondiente motivación a partir del requerimiento
fundamentado del fiscal; en caso contrario, asumiendo que fuese necesaria una primera
diligencia de constatación de “oposición” estaríamos retornando a un trámite similar al viejo
procedimiento de las medidas cautelares bajo el régimen del derogado Código de
Procedimientos Civiles, donde se hacía primero la diligencia de oposición a la medida cautelar
de embargo, se levantaba el acta y se retornaba días después con la orden judicial, solo para
comprobar que el lugar estaba totalmente vacío.
Vinculado con el tema que acabamos de mencionar, es preciso señalar que los bienes hallados
en la vía pública o en lugares públicos no requieren para su incorporación válida al proceso de
orden judicial de incautación previa ni confirmatoria.[5]
Las facultades de la policía. ¿La policía puede incautar?
No es poco común observar en la práctica diaria que las actas de incautación vienen
acompañadas de otras actas elaboradas por la Policía Nacional, mal llamadas de
“inmovilización” que tienen más o menos el siguiente tenor: “Se procedió a la inmovilización de
las maletas con droga hasta la llegada del señor Fiscal…”
Al parecer se ha malentendido el mandato normativo contenido en el artículo 218, §2 del Código
Procesal Penal, obsérvese: “La Policía no necesitará autorización del Fiscal ni orden judicial
cuando se trata de una intervención en flagrante delito o peligro inminente de su perpetración,
de cuya ejecución dará cuenta inmediata al Fiscal.” Esto significa que ante el descubrimiento
de, como en nuestro ejemplo, una maleta con droga en un bus de pasajeros, en el trámite de una
revisión regular en un puesto de control de carreteras, la policía debe proceder de inmediato con
la incautación en cumplimiento del mandato normativo. El no hacerlo lleva a diversos
problemas de naturaleza práctica y procesal. En primer lugar se producen documentos que no
tendrían que haberse generado, como actas de inmovilización y otros que no hacen si no
entorpecer las tareas de investigación y la eventual confirmación judicial de la medida. Además
se abre una ventana para que la defensa cuestione la cadena de custodia de lo incautado por el
tiempo que transcurre entre la intervención y la llegada del fiscal.
De otro lado y más grave aún, la llamada “inmovilización” es una figura procesal de naturaleza
distinta a la de la incautación y tiene su propia regulación en el artículo 237, §2 y siguientes del
Código Procesal Penal, a lo que debe sumarse además que tiene otros presupuestos para su
imposición, agréguese que se aplica a situaciones totalmente distintas y, peor aún, que tiene un
plazo de confirmación judicial sumamente corto: veinticuatro horas, conforme aparece de lo
dispuesto en el artículo 241 del Código. Como se puede ver, la utilización de la figura de la
inmovilización podría entorpecer la diligencia en lugar de salvaguardarla como aparentemente
se pretende.
La omisión de estos elementos podría llevar a que habiéndose logrado incautar una prueba
fundamental para el esclarecimiento de los hechos, esta deba ser excluida del proceso por la no
existencia de orden de allanamiento, por ejemplo, cuando la incautación se realizó en el interior
del domicilio del imputado, pero sin contar con el consentimiento de este para el ingreso, a
pesar de tener una resolución de incautación o confirmación legítimamente emitida. Más
adelante detallaremos algunos apuntes acerca de la prueba ilícita y como se vincula en la
práctica a la incautación.
El procedimiento:
En resumen, la incautación contempla tres posibilidades en su ejecución:
a) Sin peligro en la demora y sin flagrancia. En este caso se requerirá a quien deba exhibir o
entregar el bien u objeto para que lo haga, este requerimiento es hecho exclusivamente por el
fiscal, en caso de negativa se procederá a la incautación con orden judicial. Nótese que si el
requerido consiente desde un inicio en entregar el bien u objeto, se dejará constancia de ello en
el acta correspondiente. En ese caso no se necesitara resolución judicial autorizando ni mucho
menos confirmatoria al no haberse generado incautación alguna en estricto al no haber
desposesión forzada del bien o cosa.
Se debe anotar que si no existe flagrancia ni peligro en la demora, la orden judicial debe ser
siempre previa a la ejecución de la medida.
El artículo 219, establece un requisito importante: La designación del bien o cosa cuya
incautación o exhibición se ordena. El planteamiento de fondo desde el punto de vista garantista
es claro: evitar las medidas cautelares erráticas o arbitrarias. Es por ello que llama la atención el
ya referido Acuerdo Plenario Nro. 5-2010/CJ-116, cuando en su punto 13 señala que: “La
incautación siempre requiere de una resolución judicial, sea antes de su ejecución, – excepción
[…] – o después de ella – regla general […] –.”
La visión garantista apuntaría más bien a que la resolución judicial sea previa a la ejecución de
la incautación como regla general y posterior (confirmatoria) como excepción.
Esto se puede percibir de la lectura del artículo 219 del Código, que en su apartado 1 establece la
regla general y luego la excepción, pero esta interpretación por el orden de los apartados podría
ser antojadiza en la medida que la ubicación de los incisos de una norma no establecen
necesariamente una jerarquía o preponderancia. Para mayores luces observemos el texto
constitucional conexo al tema en análisis:
El propio Acuerdo Plenario Nro. 5-2010/CJ-116 establece que la incautación sin resolución
judicial – autorizando o confirmando – es ilegal (fundamento 14), corroborando la tesis de la
necesaria intervención judicial para efectos de la garantía de legalidad de la medida de
incautación y validez de esta como ya se ha señalado.
Distinto es el caso de la incautación solicitada bajo las reglas del artículo 316 del Código, como
medida de coerción, ya que la norma especial respecto a la impugnación en el Título
correspondiente no hace referencia a los plazos, si no a los sujetos procesales legitimados para
impugnar (artículo 257) siendo por tanto aplicable el plazo establecido por el artículo 414, §1.c y
§2, es decir tres días desde el día siguiente de notificada la resolución que concede o confirma la
medida.
2. Los bienes objeto de incautación deben ser registrados con exactitud y debidamente
individualizados, estableciéndose los mecanismos de seguridad para evitar confusiones o
alteración de su estado original; igualmente se debe identificar al funcionario o persona que
asume la responsabilidad o custodia del material incautado. De la ejecución de la medida se
debe levantar un acta, que será firmada por los participantes en el acto.
Corresponde al Fiscal determinar con precisión las condiciones y las personas que intervienen
en la recolección, envío, manejo, análisis y conservación de lo incautado, asimismo, los cambios
hechos en ellos por cada custodio.
A pesar de la extensión del artículo 220 del Código Procesal Penal, resulta ser una norma más
bien clara respecto a la descripción detallada del procedimiento a llevarse a cabo al momento de
la ejecución de la medida de incautación o exhibición.
Al respecto se debe agregar que esta norma está estrechamente ligada a los artículos 120 y 121
del Código Procesal Penal, respecto a las formalidades de las actas, su validez y eficacia.
Cadena de custodia.
El concepto de la cadena de custodia es en realidad bastante simple. Por un lado se trata de
establecer un registro sucesivo de identificación de responsables del bien u objeto incautado,
desde que se ejecuta la medida hasta su actuación como prueba, incluyendo los peritajes y
exámenes a los que deba ser sometido de ser el caso. Este tránsito se documenta con los
formatos debidamente establecidos para ello por el Ministerio Público y permite determinar la
ubicación del bien y, como ya se dijo, el responsable de este en cada uno de los desplazamientos
que se realicen o de su almacenamiento y custodia.
De otro lado se garantiza con la debida identificación de los encargados, la preservación del
objeto, su debido embalaje y cuidado para evitar su pérdida, extravío o deterioro. Los principios
que se deben observar para mantener la cadena de custodia son: el control de las etapas, la
preservación del bien, la seguridad de los elementos en custodia, la mínima intervención de los
funcionarios de cada procedimiento y la descripción detallada de cada uno de los bienes
incautados.
f) La ponderación de los intereses en conflicto, aplicable solo cuando hay conflictos de orden
procesal, en casos de un derecho fundamental material, no es posible ponderación alguna.
Otros autores agregan: la prueba ilícita para terceros, el error inocuo, la conexión de
antijuridicidad, destrucción de la mentira del imputado, teoría del riesgo y nexo causal
atenuado[7]. En algunos casos son distinciones de nomenclatura y otras de fondo, sin embargo
para fines didácticos se han tomado las ya citadas previamente, sin exclusión de las otras
existentes.
De las excepciones señaladas, todas son potencialmente aplicables a la incautación o exhibición
de bienes. Ubiquemos el contexto: La necesidad de que un particular exhiba o entregue un bien
con fines de producción de prueba, como ya hemos dicho reiteradamente, implica una
vulneración al ejercicio de un derecho fundamental (núcleo duro). La forma en la que el Estado
legitima esta intervención necesaria para los fines de la persecución del delito (preponderancia
del interés común) es mediante la garantía de la orden judicial previa – regla general – o
confirmación judicial de manera excepcional, dentro del marco de ciertos requisitos, los cuales
ya hemos mencionado. Si se viola alguno de estos preceptos estamos por regla general ante una
prueba ilícita que como ya vimos también, deviene en ineficaz, salvo que sea utilizada en
provecho del imputado. A esta regla general de ilicitud de la prueba se pueden oponer las
excepciones enumeradas.
Lo que no es posible de admitir como evidencia – y esta es la segunda variable – es que los
policías al pasar por la casa tengan una “corazonada” de que en esta casa este pasando “algo” y
como consecuencia de ellos ingresen sin orden judicial y luego de amedrentar a la mujer logren
ubicar el dinero y la droga. Si bien parece repudiable que los presuntos autores del ilícito no
sean procesados por la ineficacia de la prueba obtenida, lo cierto es que la legitimidad de la
intervención policial o fiscal tiene que estar fundamentada en una causa probable que permita
eliminar la variable de la decisión azarosa. La prueba no se puede obtener a cualquier precio y
mucho menos con violación de derechos y principios fundamentales.[9]
La teoría de la causa probable tiene un mejor desarrollo en otros sistemas garantistas, en
particular en el sistema judicial de los Estados Unidos. La teoría de la causa probable obliga al
fiscal a cargo de la investigación a presentar en sus requerimientos – previos o de confirmación
– la clara determinación de los elementos (indicios, evidencia, etc.) que lo llevan a estimar que
la medida a realizar será proporcional al resultado esperado desde el punto de vista de la menor
lesividad del interés particular ante la mayor valoración del interés común y sobre todo la
demostración de inexistencia del elemento azar en la decisión. Resulta evidente que si tomamos
una determinada urbanización al azar y revisamos todas las casas con numeración impar,
digamos cien casas, es muy probable que en alguna de ellas se encuentren elementos que
incautados permita probar la comisión de un delito. Esta posibilidad no es admitida por el
derecho como mecanismo para la obtención de prueba lícita.
Para entender mejor los motivos por los cuales no se puede contemplar el azar o la arbitrariedad
como punto de partida para la obtención de pruebas, cito una sentencia expedida por en el
sistema judicial de Puerto Rico, (que como se sabe, al ser un estado de los Estados Unidos, se
rige por la constitución de dicho país) donde opera también – y con mayor desarrollo
doctrinario y jurisprudencial – el principio de que la prueba obtenida mediante mecanismos
irregulares o arbitrarios puede ser desechada. Este rechazo o declaración de inadmisibilidad de
la prueba recibe en la jurisprudencia americana el nombre de regla de exclusión. Nótese la clara
conceptualización respecto a la ilicitud de la prueba:
En el caso de la custodia, esta se realiza en los almacenes del Ministerio Público o en el caso de
bienes que tienen características particulares o se encuentran sometidos a régimen normativo
especial, en los almacenes designados para estos fines, como el caso de las sustancias
estupefacientes o los bienes ingresados al país mediante infracción a normas aduaneras.
En la exhibición es perfectamente viable sacar fotos, fotocopiar los documentos, filmar los
objetos e incluso obtener moldes y plantillas, sin afectar la integridad del bien exhibido.
1. El Fiscal y la Policía con conocimiento del primero podrá devolver al agraviado o a terceros los
objetos incautados o entregar los incautados que ya fueron utilizados en la actividad
investigadora, con conocimiento del Juez de la Investigación Preparatoria. Asimismo podrá
devolverlos al imputado si no tuvieren ninguna relación con el delito. La devolución podrá
ordenarse provisionalmente y en calidad de depósito, pudiendo disponerse su exhibición
cuando fuera necesario.
2. Si el Fiscal no accede a la devolución o entrega, el afectado podrá instar, dentro del tercer día,
la decisión del Juez de la Investigación Preparatoria.
Una observación aparte es que a menudo se piensa que la evidencia tiene como único fin la
obtención de una sentencia condenatoria en juicio oral, sin embargo debido al deber de
objetividad que tiene el Ministerio Público, la evidencia también puede y debe ser útil, para
solicitar, por ejemplo, el sobreseimiento en los presupuestos en los que se haya demostrado que
el imputado no participó del hecho delictivo o que el hecho delictivo denunciado en realidad
nunca se produjo.
Lo cierto es que si el bien u objeto incautado ya ha sido materia de análisis y se determina luego
que puede devolverse – siempre que no sea intrínsecamente delictivo –, deberá procederse en
ese sentido. No puede devolverse por ejemplo la droga incautada, tampoco las armas de
procedencia ilegal e incluso las de procedencia legal si el propietario no tiene licencia para
portarlas.
Si se observa la norma, esta considera tres hipótesis posibles para la devolución, siempre que el
objeto ya haya sido utilizado en la actividad investigadora:
a) Que el bien sea del agraviado.
c) Que el bien sea del imputado pero que no tenga relación con el delito investigado.
Es decir que el bien no se devuelve al imputado siempre que tenga relación con el delito
investigado, lo que resulta curioso porque podría ser que el objeto haya surtido efectos
probatorios (por ejemplo la toma de huellas en un artefacto o las muestras de tejido de una
alfombra) pero a pesar de ello no pueda devolverse al imputado. Esto se explica porque si el bien
estuvo relacionado con el delito se convierte automáticamente en un corpus instrumentorum o
un corpus probatorium cuya disponibilidad es necesaria hasta el fin del proceso, sin embargo y
en la medida que la finalidad de la incautación es el aseguramiento de la prueba, la misma regla
tendría que aplicarse en todo caso a bienes de terceros o del agraviado, sin embargo el legislador
no ha optado por esta fórmula a fin de no causar más agravio a quien ya ha sido afectado por la
presunta comisión del delito.
Artículo 223 Remate de bien incautado.-
2. El remate se llevará a cabo por el órgano administrativo competente del Ministerio Público,
según las directivas reglamentarias que al efecto dicte la Fiscalía de la Nación. En todo caso, se
seguirán las siguientes pautas:
a) Valorización pericial;
3. El producto del remate, descontando los gastos que han demandado las actuaciones indicadas
en el numeral anterior, será depositado en el Banco de la Nación a la orden del Ministerio
Público si no se formalizó Investigación Preparatoria y, en partes iguales, a favor del Poder
Judicial y del Ministerio Público si existiere proceso abierto. Si transcurrido un año ninguna
persona acredita su derecho, el Ministerio Público o el Poder Judicial, dispondrán de ese monto,
constituyendo recursos propios.
Esta hipótesis normativa está claramente referida a los casos en los que no se logra la
individualización del agraviado o del imputado, cuando la propiedad del bien recae en alguno de
estos dos. Resulta evidente que agotada la actividad de investigación sobre el bien, los depósitos
del Ministerio Público o entidades de apoyo, no pueden servir de almacén a perpetuidad.
Un detalle interesante es que el código implícitamente reconoce que las diligencias preliminares
podrían durar más de seis meses, lo que es lógico en el caso que no se haya podido individualizar
al presunto autor, pues como se sabe, ese es un requisito obligatorio para la formalización de la
investigación.
SUBCAPÍTULO II
El que tenga en su poder los actos y documentos requeridos está obligado a exhibirlos o
entregarlos inmediatamente al Fiscal, incluso su original, y todo objeto que detenten por
razones de su oficio, encargo, ministerio o profesión, salvo que expresen que se trata de un
secreto profesional o de Estado.
El afectado, salvo los casos de invocación de secreto de Estado, podrá instar la intervención
judicial, para establecer si correspondía la exhibición o incautación de todos los documentos o
actos intervenidos por el Fiscal.
2. Cuando se invoque secreto profesional, el Fiscal realizará las indagaciones necesarias a ese
efecto, siempre que resulte indispensable para la marcha de las investigaciones, y si considera
infundada la oposición a la exhibición o incautación, instará la intervención judicial. El Juez de
la Investigación Preparatoria, previa audiencia, si considera fundada la petición del Fiscal
ordenará la incautación.
3. Cuando se invoque secreto de Estado, el Fiscal acudirá al Presidente del Consejo de Ministros
solicitando confirme ese carácter. En caso se confirme la existencia del secreto y la prueba sea
esencial para la definición de la causa, el Fiscal acudirá al Juez de la Investigación preparatoria,
para que previa audiencia con asistencia de las partes decida si clausura la investigación por
existir secreto de Estado.
a) El secreto de Estado, y
b) El secreto profesional.
Solo la protección del secreto de Estado es absoluta, el secreto profesional puede ser levantado
por el Juez de la Investigación Preparatoria previo análisis de ponderación en el caso concreto,
En el caso del secreto de Estado, se requiere la confirmación de este por parte de la autoridad
competente, en este caso el Presidente del Consejo de Ministros, esta confirmación genera la
imposibilidad de acceder al documento que es parte del secreto o que lo contiene. Si el fiscal
llega a la conclusión de que los otros elementos de convicción acopiados no alcanzan para
determinar el esclarecimiento del caso, deberá clausurar la causa con la intervención del Juez de
Investigación Preparatoria.
La intervención judicial en el caso de los documentos no privados
Hemos afirmado previamente que todas las medidas restrictivas de derechos requieren orden
previa o confirmación, en ambos casos judiciales, para su validez y legalidad. En el caso de la
incautación o exhibición de documentos privados esto no es exigible, lo que se desprende de una
cuestión lógica y jurídica básica: La orden de incautación o exhibición forzosa de documentos no
privados no implica una restricción de derechos fundamentales de las personas. Todos los
funcionarios públicos; que son aquellos que tienen, resguardan, conservan y administran
documentos no públicos; están obligados a exhibirlos o entregarlos cuando son necesarios para
una investigación y son requeridos por el fiscal – titular de la acción penal –. Esos documentos
no pertenecen al ámbito privado de los particulares, por lo que no les alcanza la protección
constitucional que resguarda a los documentos privados.
1. El Fiscal podrá obtener copia de las actuaciones y de los documentos incautados, restituyendo
los originales. Cuando mantenga la incautación de los originales, podrá autorizar la expedición
gratuita de copia certificada a aquellos que los detentaban legítimamente.
3. A la persona u oficina ante la que se efectuó la incautación, debe entregársele copia del acta de
incautación realizada.
4. Si el documento incautado forma parte de un volumen o un registro del cual no puede ser
separado y el Fiscal no considera conveniente extraer copia, el volumen entero o el registro
permanecerá en depósito judicial. El funcionario Público con la autorización del Fiscal, expedirá
a los interesados que lo soliciten, copias, extractos o certificados de las partes del volumen o
registro no sujetas a incautación, haciendo mención de la incautación parcial, en las copias,
extractos y certificados.
5. Los afectados podrán instar la intervención del Juez de la Investigación Preparatoria cuando
la disposición del Fiscal afecta irrazonablemente sus derechos o intereses jurídicos. El Juez se
pronunciará previa audiencia con asistencia de los afectados y de las partes.