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Una de las diferencias básicas entre la psicoterapia tradicional y ciertas técnicas de terapia breve
(incluidas las de hipnoterapia) consiste en que la primera se comienza por llevar al paciente a una
nueva “lengua” la lengua de la correspondiente teoría psicoterapéutica.
Es decir, el terapeuta no sólo se esfuerza por comprender con la mayor rapidez y amplitud posible
las expectativas, temores, esperanzas, prejuicios, en una palabra, la concepción del mundo de su
paciente, sino que además presta atención a su lenguaje en el más estricto sentido de la palabra y
lo utiliza para expresar con él sus propias comunicaciones.
Debería ser claro y patente que a un niño debe hablársele de distinta manera que a un
catedrático. Además, el uso de ciertas palabras revela las modalidades de sentido con que la
persona en cuestión afronta primariamente el mundo.
Es de todos sabido que existen “tipos visuales”, mientras que otros conciben el mundo
básicamente a través de sus sensaciones corpóreas. Es, en cambio, menos sabido o menos
atendido el hecho de que estas modalidades de concepción se expresan también en el lenguaje
cotidiano del interesado: “No lo veo claro” “…y sólo entonces se me abrieron los ojos”, la mención
de formas y colores, la descripción de una persona o de una situación con detalles casi fotográficos
son evidentemente formas visuales de expresión.
No es menos cierto que todo esto exige un cambio esencial en la actitud del terapeuta mismo. En
vez de considerarse como sólida roca en medio del oleaje, tiene que hacer oficio de camaleón.
Y aquí es donde se dividen los espíritus. Algunos se atrincheran tras la divisa: “Todo menos esto”
Para otros, la necesidad de siempre nuevas adaptaciones a la imagen del mundo de sus pacientes
constituye una fascinante tarea.