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ÍNDICE
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A QUIÉNES AMAR ................................................................................................... 309
LA SANGRE DEL AMOR ........................................................................................... 312
LA BÚSQUEDA DE DIOS .......................................................................................... 317
HAMBRE Y SED DE JUSTICIA ................................................................................... 321
¿CÓMO LLENAR MI VIDA? ...................................................................................... 324
UN TESTIMONIO .................................................................................................... 327
QUERIDOS ESPOSOS............................................................................................... 330
LA VOCACIÓN SACERDOTAL, UN PROBLEMA DE TODOS ........................................ 332
PESIMISTAS Y OPTIMISTAS ..................................................................................... 334
TESTIMONIO DE FE................................................................................................. 337
HAY UNA MANERA CRISTIANA DE TRABAJAR ......................................................... 341
TRABAJAR AL RITMO DE DIOS ................................................................................ 344
¡SACERDOTE DEL SEÑOR! ....................................................................................... 347
EL DEBER DE LA CARIDAD ....................................................................................... 349
ADORACIÓN Y SERVICIO ......................................................................................... 353
EL HOMBRE DE ACCIÓN ......................................................................................... 355
COMPROMETERSE EN LO TEMPORAL PARA DAR TESTIMONIO DE CRISTO ............ 358
LA ENCARNACIÓN: AMAR LA TIERRA, APRENDER A ORAR ..................................... 360
EN LOS DÍAS DE ABANDONO: LA ORACIÓN ............................................................ 364
EN LOS DÍAS DE ABANDONO: LA EUCARISTÍA......................................................... 366
EL ÉXITO DE LOS FRACASOS ................................................................................... 370
RESPONSABILIDAD MISIONAL DE LOS BAUTIZADOS ............................................... 372
EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO: DISTRIBUCIÓN Y USO DE LA RIQUEZA ................. 374
REACCIÓN CRISTIANA ANTE LA ANGUSTIA ............................................................. 377
FUNDAMENTO DEL AMOR AL PRÓJIMO ................................................................. 379
ÚLTIMO MENSAJE A LOS AMIGOS DEL HOGAR DE CRISTO ..................................... 383
LA COLABORACIÓN APOSTÓLICA DEL PROFESOR COMO TAL ................................. 385
LA MISIÓN SOCIAL DEL UNIVERSITARIO ................................................................. 391
TE DEUM ................................................................................................................ 397
LA MADRE DE TODOS ............................................................................................. 400
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ADVERTENCIA DEL EDITOR
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San Ignacio llama Ejercicios Espirituales a ʺtodo modo de pre-
parar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones des-
ordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad
divina en la disposición de su vida para la salud del almaʺ (EE 1).
De este modo, los Ejercicios están en función de la búsqueda y del
seguimiento de la voluntad de Dios.
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PRIMERA SEMANA1
1
La introducción de los capítulos y la mayoría de las notas aclaratorias
proceden de Samuel Fernández Eyzaguirre PBRO., del libro UN DISPARO A LA
ETERNIDAD.
7
rencia frente a las cosas, deseando y eligiendo solamente lo que
más nos conduce a nuestro fin (Indiferencia ignaciana). La hu-
mildad pertenece al Principio y Fundamento, porque ella es con-
secuencia de nuestra total dependencia de Dios.
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PLÁTICAS PREPARATORIAS QUE PRECEDEN A LA
MEDITACIÓN DEL PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
PLÁTICA INTRODUCTORIA2
2
Introducción al retiro de Semana Santa de 1948.
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Para aplicar este remedio se nos pedirá mucho trabajo, y mu-
chos de los aquí reunidos hemos empezado ya a realizar ese traba-
jo con fuerza, con tenacidad. Tal vez nos desborda. La caridad nos
urge de tal manera que no podemos rechazar actividades que se
nos ofrecen. Al trabajo profesional absorbente, vienen a juntarse mil
actividades apostólicas: Ayudar a un pobre, un enfermo que visitar,
un favor que agradecer, una conferencia que dar, un artículo que
escribir, una obra que ayudar. Si alguien ha comenzado a vivir para
Dios, con abnegación y amor a los demás, todas las miserias se da-
rán cita en su puerta. Si alguien ha tenido éxito en su trabajo, los
trabajos se multiplicarán... Si alguien ha podido llevar las responsa-
bilidades ordinarias, se le ofrecerán las mayores.
Nuestro trabajo avanza a un ritmo tal que no nos da tiempo pa-
ra reparar nuestras fuerzas físicas y espirituales. Y ¿podíamos
rehusar? ¿No era rehusar al mismo Cristo, al único enfermo que
veíamos en el camino?
Esto nos trae un desgarramiento interior. Aun rehusándonos a
mil ofrecimientos quedamos desbordados, no nos queda el tiempo
para buscar a Dios. Doloroso conflicto entre la búsqueda del plan de
Dios, que realizar en nuestros hermanos, y del mismo Dios que de-
bemos contemplar y amar; conflicto doloroso que no puede resol-
verse sino en la caridad que es indivisible.
Esto requiere, ante todo, hombres que más que la acción apos-
tólica quieran en todo momento obrar bajo el impulso divino. Toda la
teología de la acción apostólica está en esta preciosa máxima: Pre-
vén, Señor, nuestras acciones... [oración del Misal Romano].
Cada una de nuestras acciones tiene un momento divino, in-
tensidad divina, término divino. Dios comienza, Dios acompaña,
Dios termina...
Para mantener esta unión con Dios se impone una vida interior
intensa. Sigamos en esto el ejemplo de Cristo que, antes de comen-
zar su ministerio, escapó 40 días al desierto.
Cristo ora. Yo, pecador, debo orar.
Volver a la oración después de la acción.
Aprenderemos a no tener más regla que el querer divino.
Un testimonio: La paz por la oración.
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[ʺUsted me pregunta cómo se equilibra mi vida. Yo también
me lo pregunto. Estoy cada día más y más comido por el trabajo:
correspondencia, teléfono, artículos, visitas; el engranaje terrible
de los negocios, congresos, semanas de estudios, conferencias
prometidas por debilidad, por no decir no, o por no dejar esta
ocasión de hacer el bien, presupuestos que cubrir, resoluciones
que es necesario tomar... Soy con frecuencia como una roca gol-
peada por todos lados por las olas que suben. No queda más es-
capada que por arriba. Durante una hora, durante un día, dejo
que las olas azoten la roca; no miro el horizonte, sólo miro hacia
arriba, hacia Dios. ¡Oh bendita vida activa!, toda consagrada a mi
Dios, toda entregada a los hombres, y cuyo exceso mismo me
conduce para encontrarme a dirigirme hacia Dios. Él es la sola
salida posible en mis preocupaciones, mi único refugio...ʺ]
Si nuestras preocupaciones no son tan apostólicas, con mayor
razón orar para hallar a Dios y su querer, para buscar, gustar y vivir
la verdad. Esta es la tarea de los Ejercicios.
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LOS EJERCICIOS, ESCUELA DE GENEROSIDAD
I. La generosidad
La generosidad es la gran arma para aceptar la ley y para ir
más lejos en el servicio de Dios. Los Ejercicios están hechos para
almas generosas, que tengan mucho subiecto; que quieran mucho
afectarse en todo servicio de su Señor... (cf. EE 18 y 97); a las de-
más las desembarca en la primera semana. La quinta anotación al
comienzo de los Ejercicios [AI que rescibe los exercicios mucho
aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su
Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su
divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene se sir-
va conforme a su sanctísima voluntad (EE 5)], y el ʺTomad, Se-
ñor...ʺ del fin suponiendo el mismo espíritu. Los Ejercicios por tanto
no están hechos para crear la generosidad, sino para desarrollarla
en quienes está. Por eso San Ignacio siempre pone la elección en
nuestras manos y las grandes meditaciones terminan siempre con
tres posibilidades: los vulgares, los buenos, los insignes. El no nos
dice cuál de estos caminos haya de ser el nuestro, sino que única-
mente lo muestra, pero deja que nosotros lo elijamos.
En esto, obra como Rafael con Tobías que va en busca del di-
nero de su padre... se presentan obstáculos... No le impone nada,
se pone a su lado para acompañarlo a lo que él resuelva... y sigue
alentado por la generosidad.
Por eso en los Ejercicios, como en nuestra educación y en la
dirección espiritual, aprovechémonos de esta ley gloriosa de nues-
tra naturaleza para empujar las almas para volar más alto. No mul-
tipliquemos las órdenes, sino que mostremos ideales que valgan
bien una vida. En nuestro propio tiempo no son los generosos los
que faltan, sino conocimiento interno de una causa que valga la
pena para sacrificar una vida.
Esto podría aplicarse de forma especial al cultivo de las voca-
ciones. No vamos a obtener más vocaciones, humanizando más
nuestro sacerdocio, sino haciéndolo más y más consecuente con-
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sigo mismo, con el fin de su propia vocación, presentándolo como
un ideal de santidad, de generosidad, de entrega total a Dios, y
mostrándonos nosotros como verdaderos sacerdotes, dignos de
ese ideal.
La espiritualidad que no hace más que presentar el estricto
deber y que lo urge, o también por motivos de temor, no es sufi-
ciente para arrancar el heroísmo que exige la santidad moderna y
los problemas que reclaman al hombre entero.
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IV. El deber cumplido no basta
El deber cumplido es para muchos la suprema satisfacción del
hombre, pero no es así; le satisface sí, pero no le deja tranquilo:
aspira a más. El deber cumplido mira hacia atrás, como el libro leí-
do, la tienda cerrada, el muerto sepultado; es una historia, algo pa-
sado. Es la satisfacción de los difuntos: el requiem in aeternum anti-
cipado. La tarea por cumplir, es una invitación, mira hacia adelante,
es cosa del porvenir, es el clarín del asalto y no el toque de queda;
es el alba del día, el libro que uno abre; es la visión embriagadora
de los conquistadores, es algo como la frescura de la creación. Dios
conoce el corazón del hombre y le ha puesto hambre de generosi-
dad.
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PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
PRINCIPIO Y FU NDAMENTO
El hombre es creado
Las palabras Principio y Fundamento al sólo leerlas dejan en el
alma la impresión de una cosa seria y trascendental: en verdad es
así, porque en ellas encontramos el principio de todas las verdades
que han de iluminar nuestra inteligencia y el fundamento de todas
las leyes morales de nuestra vida. Pondré ahora la piedra funda-
mental de los Ejercicios y la piedra fundamental de toda mi vida. Es-
ta meditación me pondrá frente a frente a Dios. Oiré sus primeras
palabras; tocaré su obra; entraré en los ideales divinos.
Oración preparatoria. Composición de lugar, [ver con la vista de
la imaginación el lugar corpóreo, donde se halla la cosa que quiero
contemplar]: en la soledad de mi pieza siéntame rodeado de Dios...
ʺDios que ve lo ocultoʺ (Mt 6,18) estará en íntima comunicación
conmigo. Petición: comprender, sentir internamente la fuerza de es-
tas verdades.
1. El hecho de la creación. Toda ascética sólida y verdadera
se funda en realidades por humildes que éstas sean... No se puede
fundar en teorías ni sentimientos por sublimes que parezcan. Ese
hecho fundamental, que cimienta mi espiritualidad, es el de mi pro-
pio ser. No puedo dudar que lo tenga... Nada más cierto que mi pro-
pia existencia.
Pero esta existencia no arranca de mí mismo: si de mí arranca-
ra hubiera yo existido siempre, y mi experiencia habla muy claro pa-
ra decirme que hace tantos años yo no existía... Antes de mi ser, en-
cuentro el no ser; y en el fondo de mi ser, encuentro igualmente el no
ser. De mí, por mí, en virtud de mí, no hay nada que pida ser. Necesi-
to absolutamente de otro para comenzar a ser y para continuar sien-
do lo que soy. Cada momento de mi vida exige el mismo esfuerzo
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para prolongarse que exigió para comenzar a ser... Ni más ni menos
que la ampolleta o bombilla que dejaría de brillar tan pronto cesara
de pasar por ella la corriente, así mi vida penetraría en la nada si de-
jara de recibir ese ser que la hace ser. [La primera verdad evidente
es la de nuestra existencia, pero esta existencia no me la he dado
yo mismo, sino que la he recibido. Por lo tanto, no soy un individuo
autónomo y autosuficiente, sino un ser radicalmente dependiente.]
En forma menos profunda, pero aún más ostensible aparece és-
ta, mi dependencia esencial, al observar que basta que lo externo me
abandone, para que yo muera: aire, alimento, luz y calor y dejo de vi-
vir; maestros, libros, conferencias y dejo de conocer; gracia santifi-
cante y dejo de ser hijo de Dios... Por mí no puedo mucho ni poco: no
puedo nada.
En mí todo se gasta, todo desfallece, todo es como una luz que
se apaga; nuestras facultades espirituales, que son nuestra mayor
excelencia, no se pacifican hasta encontrar lo infinito y lo eterno que
es Dios... No puedo mudar ninguna ley de mi vida, de mi obrar, de mi
ser. Todo en mí está clamando la dependencia, ley central de mi vi-
da. Locura sería negar la ley de la gravedad, pero más locura, negar
la gravedad esencial que lleva mi vida a Dios.
Este no ser fundamental de mi ser físico tengo que incorporarlo
a mi vida moral: la primera ley fundamental de mi vida debe ser la
humildad, que corresponde a quien es nada, indigente, mendigo ab-
soluto que necesito de Dios para vivir, para moverme, para ser. [Pro-
funda percepción de la humildad que no consiste en una virtud artifi-
cial, sino en vivir de acuerdo a nuestra verdadera realidad, es decir,
vivir de acuerdo a nuestra total dependencia de Dios.]
Quien no llega a esta humildad esencial de la creatura, vive
siempre de mentira. Quien en cambio se despoja de todo con verda-
dera anonadación, lo halla todo en Dios, causa infinita de todo.
Este ser lo tengo de Dios, fuente de cuanto es. Nada que existe
o puede existir tiene otra fuente que Él. El Salmista lo dice con gran
simplicidad: ʺLo dijo y fue hecho. Lo mandó y fue creadoʺ (Salmo
32,9). La razón confirma este mismo hecho, pero ¿a qué detenernos
a probarlo? Digamos del fondo del alma creo, creo que vengo de
Dios. [Así se completa el razonamiento: Existo, no me he dado a mí
mismo la existencia, mi existencia la he recibido y por lo tanto soy
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esencialmente dependiente, y esta existencia la he recibido gratui-
tamente de Dios. De aquí arrancan las consecuencias descritas a
continuación.]
2. Consecuencias de la creación
Este hecho de la creación debe ser desmenuzado, saboreado,
rumiado, gustado internamente. Toda reforma espiritual seria presu-
pone una renovación interior de esta verdad fundamental de la Reli-
gión: Dios y yo. Toda religión sincera ʺen espíritu y en verdadʺ es una
conversación, un comercio filial del hombre con Dios. Sin tensión de
espíritu, con paz, pero con todo nuestro espíritu, con todas nuestras
fuerzas busquemos conocer más y mejor a Dios. ʺEsta es la vida
eterna, oh Padre, que te conozcan a Ti y al que enviaste Jesucristoʺ
(Jn 17,3).
No se trata tanto de un sentimiento, cuanto de una persuasión
firme, profunda, que se presta para ser hecha sentado, así como la
del Reino parece que exige ponerse en actitud de marcha, y la de las
maneras de humildad, o el pecado una profunda postración: aquí es
una luz para la inteligencia.
Dios es mi Señor porque este campo que soy yo, Él lo posee,
fondo y superficie; más aún, Él lo ha hecho. Sin El no existiría: todo
viene de Él. ʺYo soy el Señorʺ. Este derecho de Dios esencial está
escrito en la contextura de mi ser, como esos nombres bordados que
están hechos de los mismos hilos que forman el bordado: cualquier
pedacito de este tejido clama ʺYo soy el Señorʺ. Este derecho es in-
comunicable, y cualquier derecho que alguien pretenda ejercer sobre
mí, es apenas una delegación de su derecho. Toda sumisión justa se
refiere a su soberanía; y todo señorío no es más que un intermediario
entre Dios y yo. ʺYo soy el Señorʺ.
Este derecho de Dios es total. [La total dependencia de Dios
tiene por consecuencia un derecho total de Dios sobre sus creatu-
ras, derecho que Dios ejerce paternalmente]. Sustraerle una fibra de
mi corazón, un pensamiento de mi espíritu, un relámpago de mi inte-
ligencia, un paso de mi cuerpo; sustraerle con conciencia la menor de
mis acciones es un robo, una injusticia. Es además una gran tontería:
ʺPerecerán los que se alejan de tiʺ. Es un error; es un ensayo furioso
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condenado al fracaso. El que escapa a la Providencia de gracia y de
predilección caerá en la providencia justicia y castigo.
Eterno es este derecho de Dios... Los cielos y la tierra pasarán.
El placer y la pena humana pasarán. Las risas y las lágrimas pasa-
rán. Las artes y los libros y los museos pasarán [como se destruyen
los tesoros cultuales en las guerras...]. La fe y la esperanza pasarán,
pero el dominio de Dios y sus consecuencias sobre mí, felices o des-
graciadas, no pasarán. El amor eterno que es la razón de ser del
mundo y de los mundos; este amor eterno no será frustrado.
El primero de los derechos, es el derecho de Dios sobre mí. El
derecho de mis padres, mis bienhechores, mi país, mis amigos, todos
aquellos a quienes mi amor de naturaleza o de elección, carnal o es-
piritual reconoce con razón o sin ella un cierto derecho sobre mi acti-
vidad, mi afecto, mi abnegación, mi servicio todos esos derechos son
precarios, condicionados, medidos, limitados, segundos. Yo les debo
un poco, o mucho pero yo no me debo sino a Dios. Su derecho es el
único incondicional. Él, antes que nadie, debe ser servido, ya que los
dones de los demás para conmigo, son los dones que me hacen de
lo que Dios me da por ellos, de lo que Dios les da para mí. Dios antes
que nada ni nadie. ʺYo soy el Señorʺ.
Padre, además de Señor. Padre es quien por amor comunica su
naturaleza a un nuevo ser, que es su hijo. Dios me ha hecho partici-
pante de su naturaleza, y esto por un amor de predilección entre las
infinitas creaturas posibles, por un amor eterno que no ha comenza-
do al darme la vida, sino que existía desde que Dios es Dios. Los pa-
dres del mundo son muy poca cosa en comparación de la paternidad
divina: prestan un pequeño concurso material, no crean a sus hijos,
los reciben, el amor no se avanza al hijo, no nace antes de tenerlo,
no es causa de sus perfecciones, sino que sigue a las cualidades de
su hijo. El Padre celestial en cambio nos conoce antes de crearnos,
nos estima desde toda eternidad; y porque nos conoce y nos ama
desde antes de que nosotros seamos, por eso nos crea; con toda
verdad podemos decir que nos crea por amor. [Todo esto se basa en
el texto de la carta de San Pablo a los Efesios: Dios ʺnos ha elegido
en Cristo antes de la fundación del mundo, para ser santos e inma-
culados en su presencia, en el amorʺ (Ef 1,4). Dios nos puso en este
mundo para que fuésemos santos. En definitiva hemos sido crea-
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dos, no para otra cosa, sino para ser santos. La santidad es la que
justifica la creación entera].
La palabra Padre, respecto de Dios no es alegoría, es una reali-
dad muy superior a la paternidad humana. ¿Lo hemos pensado?
¿Agotamos esta idea? ¿Descansamos en el pecho de nuestro Padre,
como un hijo a quien su padre consuela, apoya, ayuda, ama?
Bien, mi Bien, ese es Dios; y no sólo eso, sino el único Bien.
ʺNadie es bueno, sino sólo Diosʺ, como dijo Jesús al joven del
Evangelio (Mc 10,18). Fuente de todo bien es Dios, Bondad fontal.
Todo lo que en la tierra nos parece agradable, deleitable... es algo
que fluye, no tiene en sí mismo su origen, supone una fuente de la
cual depende totalmente, y a la cual nos orienta: Dios. Dios solo es
bueno.
Término, fin de todo bien, Dios. Bondad final. Toda actividad,
todo deseo, toda esperanza que nos atrae nos envía, nos remite a un
bien ulterior no poseído, real (ya que real es nuestro movimiento, y
una causa irreal no puede explicar un movimiento real; un sol imagi-
nario no explica una marea real) que nos atrae, nos mueve. Este bien
último, supremo hacia el cual tienden todas nuestras aspiraciones es
Dios, bondad final. ʺNos creaste, Señor, para ti, y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en ti' (Confesiones, 1, 1, 1).
Dios que ha sido la primera palabra, será la última. A quien
pierde todo lo humano, Dios le queda todavía, pero ¿qué puede que-
darle a quien pierde a Dios? ʺPerderlo es perecer... ¿Qué te puede
satisfacer si no te satisface Dios?ʺ. ʺTarde te amé, hermosura
siempre antigua y siempre nuevaʺ, decía con nostalgia San Agus-
tín. Y San Bruno, y detrás de él los Cartujos, se fueron a los montes
impenetrables clamando sin cesar ʺOh Bondad, oh Bondad, oh
Bondad...ʺ, y esta contemplación tan simple llenaba sus almas de
inmensa paz, serenidad, amor.
Dios es amor... Deus charitas est… (1 Jn 4,8). Al trabajo de
nuestro servicio de Dios ¡cómo nos interesaría vincular nuestra capa-
cidad de amor, ya que ʺmi amor es mi pesoʺ, y como dice el Autor de
la imitación de Cristo: Gran cosa es el amor, y bien sobre todo
bien, que basta para hacer llevadero todo lo onereso; todo lo
amargo lo hace dulce y sabroso.
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[Tal como el peso da consistencia e impulsa a un cuerpo hacia
el lugar que le espera, así el amor impulsa al alma hacia su propio
lugar, es decir, Dios].
Dios es amor, y esto quiere decir que los bienes y las bellezas
que me encantan y me atraen, que provocan en mí ese entusiasmo y
alegría al contemplarlos, Dios los ha creado sin empobrecerse. To-
das esas bellezas Él las posee en Él mismo: plenitud, riqueza, dulzu-
ra, alegría, océano de gozo, armonía indescriptible, suavidad pene-
trante... Todo lo de aquí no es más que una sombra de esa belleza
sublime que está en Dios, que es Dios. Dios es amor... Todo lo de-
más por más amable que parezca no posee más que un préstamo,
de una manera impura, algo de lo que hay en Dios. Un día al cielo iré
y lo contemplaré, y lo contemplaré, repítamelo muchas veces.
22
EL FIN DEL HOMBRE
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gloria! Nada es comparable al bien que poseo por la gracia; nada es
comparable a Dios a quien espero ver, contemplar, amar y al cual
desde luego estoy unido por la gracia santificante.
Visión de eternidad: No el tiempo, que es tan corto. Esos se-
gundos que son cien y aún mil años... Todo lo de aquí abajo es breve
y temporal. El gozo, flor de un día, sonrisa que se apunta y se desha-
ce; flor de heno, amapolas de verano que duran un abrir y cerrar de
ojos. Los amores, las caricias, las ternuras más íntimas hoy son, y
mañana se tornan en dolor, en amargura y en no ser... Cuando ve-
mos que hasta lo más grande de la civilización que fue durante si-
glos, defendido como el patrimonio del mundo, bastó una bomba de
un segundo para destruirlo... [Alusión a la Segunda Guerra Mundial]
La vida es una aparición: una breve llama que se enciende, os-
cila, se apaga... y así tal vez hace 50.000 años que esas vidas se
vienen encendiendo y apagando aquí abajo... Y el dolor, otro breve y
momentáneo peso, que fructificará en gloria eterna si lo llevamos en
unión de los quereres divinos, en unión de su santa voluntad. ʺ¿Qué
tiene que ver esto con la eternidad?ʺ no pasa de moda el lema de
San Luis Gonzaga; es el lema de todos los jóvenes de alma grande,
que no se dejan pescar ni cazar en las redes terrenas. Los que dan
sentido a su vida. Los conventos están llenos de jóvenes que han
comprendido ese sentido de eternidad de su vida... Los santos han
sido los hombres de eternidad, tanto más sabios que los reyes, cuya
flor desapareció, llámese Luis XIV, creador de Versailles, o Alfonso
XIII que muere destronado; o Alberto de Bélgica que muere con su
cráneo destrozado en el pico de una roca.
Serenidad y fortaleza nos vendrán de estas consideraciones. La
madre del Padre Varin, condenada a muerte por el tribunal revolucio-
nario de París en 1794, dijo a uno de sus guardianes al llegar al pie
del cadalso: ʺDi a mis hijos que su vieja madre no ha temblado al
subir al cadalso, ni ha perdido la paz de su alma. Es que sé a
donde voy; ¡ahora al cadalso... pero de allí al cielo!ʺ.
Así los marineros españoles asistidos por el Padre Alonso.
[ʺPermitidme recordaros la de once marineros españoles, muertos
en los días trágicos del terrorismo rojo en España. La última noche
de su vida les interroga el alcaide cuál es su suprema voluntad y
ellos contestan: un sacerdote que nos confiese. Pasan la noche en
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íntima comunicación con él y uno de ellos le dice: Padre, qué di-
cha la nuestra, somos once, entre nosotros no hay ni ngún
Judas y Ud. representa a Cristo. El fusilamiento debía tener lu-
gar a las seis, uno mira el reloj y dice: Amigos, que estafa, son
las 6 1/2. Nos han robado media hora de ci elo.ʺ]
El seminarista que compone, Señor, aquí estoy. La Rosita
Alcalde. Pío IX amenazado porque defendía al niño judío bauti-
zado, Pío Mortara, respondía: ʺTodas las bayonetas del mundo
no me harían exponer a peligro de condenación el alma de este
niñoʺ.
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MI VIDA, UN DISPARO A LA ETERNIDAD
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¡Dios! ¡Cómo ensancha el alma ponerse a meditar estas ver-
dades las mayores de todas! Es como cuando uno se pone a mirar
el cielo estrellado en una noche serena.
La razón nos lleva a Dios. Todo nos habla de Él: El orden, la
metafísica, los santos y místicos. Él es el que es. Yo soy el que soy,
ʺSi hubo cuando hubo nada, nunca hubo nadaʺ.
La naturaleza de Dios: Santo, Santo, Santo; armonía, orden,
belleza, amor. Dios es Amor; Omnipotente. Puede esperar: es
eterno.
Nada puede ser sin Él. Nada le hace falta. Y Él hace falta a to-
do lo que no es porque ʺle falta Diosʺ; el mundo pasará y Dios segui-
rá lo mismo.
Pensemos cuando los mundos no eran... Imaginemos el
acuerdo divino... El brotar primero de la materia. La evolución de los
mundos. Los astros que revientan. Los millones de años. ʺY Dios en
su eternidadʺ. ¡Cualquier tonto puede hacer una poesía sobre un ár-
bol, pero un árbol no lo puede hacer más que Dios, dice un poeta
inglés!
¡Todo dependiendo de Dios! Por tanto, la adoración es la con-
secuencia más lógica, la manifestación de ¡mi dependencia total!
La oración que a veces nos parece inútil, ¡qué grande aparece
cuando uno piensa que es hablar y ser oído por quien todo lo ha he-
cho! A Dios que no le costó nada crear el mundo ¿qué le costará
arreglarlo?, ¿qué le costará arreglar un problema cualquiera? Tanto
más cuanto que nos ama: ¡Nos dio a su Hijo! (Jn 3,16). A veces me
desaliento porque no comprendo a Dios, pero, ¿cómo espero com-
prenderlo, yo que no comprendo sus obras?
Consecuencia: mucho más orar que moverme. Además que en
el moverme hay tanto peligro de activismo humano.
¿Y yo? Ante mí la eternidad. Yo, un disparo en la eternidad.
Después de mí, la eternidad. Mi existir un suspiro entre dos eterni-
dades.
Bondad infinita de Dios conmigo. Él pensó en mí hace más de
cientos de miles de años. Comenzó (si pudiera) a pensar en mí, y ha
continuado pensando, sin poderme apartar de su mente, como si yo
no más existiera. Si un amigo me dijera: los años que estuviste au-
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sente, cada día pensé en ti, ¡cómo agradeceríamos tal fidelidad! ¡Y
Dios, toda una eternidad!
¡Mi vida pues, un disparo a la eternidad! No pegarme aquí, sino
a través de todo mirar a la vida venidera. [Toda la vida tiene una úni-
ca dirección: la eternidad. ʺValor eterno de las almas... porque su
destino es eterno. Son flechas disparadas a la eternidad. Nada, ni
nadie puede detenernos.ʺ]
Que todas las creaturas sean transparentes y me dejen siempre
ver a Dios y la eternidad. A la hora que se hagan opacas me vuelvo
terreno y estoy perdido.
Después de mí la eternidad. Allá voy y muy pronto. En el teatro,
en un barco, un accidente, la guerra, en plena salud... Cuando uno
piensa que tan pronto terminará lo presente saca uno la conclusión:
ser ciudadanos del cielo, no del suelo.
En un momento muerte, ʺaquello que está escondido aparece-
ráʺ; todo el mal y todo el bien, todas las gracias recibidas. ʺ¿Qué diré
yo, entonces, miserable?... ¿A qué patrón rogaré?ʺ [liturgia de difun-
tos]. Esto tan pronto se presentará.
Al pensar en mi término, en mi destino eterno, no puedo menos
de pensar... ¿Cuál es mi fin? ¿Adquirir riquezas? No. ¡Cuántos no
podrían alcanzar su fin! ¿Alcanzar comprensión de los seres que me
rodean? ¿En guardarlos junto a mí?... Todo esto es digno de respeto,
pero no es mi fin. Con ello o sin ello, servir a Dios (EE 23). El fin de
mi vida es Dios y nada más que Dios, y ser feliz en Dios. Para este
fin me dio inteligencia y voluntad, y sobre todo libertad (la inteligencia
y la voluntad sin libertad serían cosa inútil).
La norma que me puso fue la santidad que consiste en que co-
nozca a Dios. ¿Me preocupo de conocerlo? ¿Cultivo mi espíritu? En
que lo alabe: mi Opus laudis. ¿Cómo rezo?
¿Doxologías, Salmos, Gloria al Padre? Servirlo las 24 horas del
día, sin jubilación, con alegría y generosidad. Y luego, salvar el alma
(EE 23).
ʺDesde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los
Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatanʺ (Mt 11,12). ʺ¡Qué
estrecha la puerta que lleva a la Vida y poco son los que la encuen-
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tran!ʺ (Mt 7,14). ʺSi alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismoʺ (Mc 8,34).
San Pablo: ʺAsí peleo, no como quien azota el aire, sino que
castigo mi cuerpo y lo reduzco a esclavitud, no me acontezca que
predicando a otros, yo mismo me condeneʺ (1 Cor 9,26-27).
Lo que han hecho los santos: cilicios, disciplinas; San Francisco
Borja; el santo monje que cuando entró una mujer disfrazada pone el
pie en el fuego: ¡25 años que llevó esta penitencia por el cielo!
¡Salvad el alma! nos dicen los santos: la tierra pasa, pero el cie-
lo no; los condenados: ¡estos fuegos jamás se apagan!; los sepul-
cros: ¡cuánta vanidad en todo! Ya es hora que me levante del sueño
(cf. Rom 13,11). Si descuido el hacerlo, injurio a Dios. ¡Peligra mi
alma!
¡Vivir, pues, en visión de eternidad! Cuánto importa refrescar es-
te concepto de eternidad que nos ha de consolar tanto. La guerra, los
dolores, todo pasa ¿Y luego? Nada te turbe, nada te espante, ¡Dios
no se muda! [S. Teresa de Jesús] Y después de la breve vida de hoy,
la eterna. ¡Hijitos míos! No os turbéis. En casa de mi Padre, hay mu-
chas moradasʺ (cf. Jn 14,2). La enseñanza de Cristo está llena de la
idea de la eternidad, en 14 lugares, por lo menos, nos habla del in-
fierno.
Consecuencia de mi visión de eternidad:
Acordarme frecuentemente. ʺSomos ciudadanos del cieloʺ (Flp
3,20) ʺDonde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazónʺ (cf. Mt
6,21).
Alegrarme de tener que ir allá. No temo la muerte porque es el
momento de ver a Dios. Sé que mis males tienen término, que mis
aspiraciones lograrán su objeto.
Mi vida de aquí es un estadio, una milicia, una pelea en que
procuro asemejarme a Dios. Carlos IX de Francia preguntó al poeta
italiano Torcuato Tasso: —¿Quién es el más feliz? —Dios. —Pero
¿entre los hombres? —El que más se asemeje a Dios. — Bien, Pero,
¿cómo asemejarnos, con la fuerza, con el poder? — No, con la prác-
tica de la virtud.
De aquí paciencia. ¡Job, Eleazar, Macabeos, marineros espa-
ñoles que mueren felices! No hay derecho: nos han robado media
32
hora de cielo. Señor, cuando quieres me puedes moler... La leprosa:
Mi cuerpo se deshace; yo seguiré tus huellas cuando este débil lazo
se acabe de romper. ¿Quién es Jesucristo? El que ha tomado sobre
sí todo el dolor del mundo; el que arriba me devolverá mi esposo.
De aquí, generosidad, desprendimiento: Heroísmo. Todo tiene
premio. ¿Qué es lo que alienta a las hermanitas de los pobres? El
cielo. El monje que tenía una ventanita chica abierta al cielo. En sus
tristezas, miraba por ellas y se rehacía.
De aquí la íntima comprensión que nada más grande que tratar
con Dios, que Dios es la gran realidad, en cuya comparación las
otras realidades no merecen tal nombre, son menos que muñecas
en comparación del ser viviente. ¿Quieres realidad en la medicina?
Pero, ¿qué es esa realidad en comparación de Dios, fuente de toda
realidad? El que trata con Él, trata con la auténtica, gran realidad.
¡De aquí el santo, el pacificado, sereno, alegre, iluminando su
vida con el recuerdo del cielo!
33
VISIÓN DE ETERNIDAD
Introducción
Vivimos en el mundo del dolor y de la desesperanza. La pala-
bra de nuestro siglo es la ʺangustiaʺ; la amargura... la angustia hasta
la locura, la pérdida de toda esperanza... epidemias de suicidios. Y
uno comprende: lo único que han amado, en lo que han creído, está
destruido o desmoronado. Raza, Patria, bienes materiales, amor,
todo liquidado; el pasado, dolor; el presente en la angustia y el futu-
ro en la incertidumbre total [Europa, en el momento de la inmediata
posguerra].
Y sin embargo el mundo ha sido creado por un Dios Padre, re-
dimido por el Hijo, en una efusión de amor, y está animado por el
Espíritu, cuyo nombre, el Paráclito = Consolador. Si miramos nues-
tra vida a la verdadera luz de la fe, no tenemos sino razón para ani-
dar la confianza y el optimismo muy adentro, pero a condición que
queremos mirar el mundo con ojos de fe, juzgarlo con ojos de fe.
Promete y no cumple
La vida terrena nos promete la inmortalidad, sin embargo es
mortal: contiene la vida en la muerte y la eternidad en el tiempo, y
nos atrae con comienzos que sólo la fe puede llevar a término. La
conciencia nos está hablando cada día de inmortalidad. Al ver, sobre
todo, a los hombres genios y sabios, vemos tal desproporción entre
los dones de que están dotados y el tiempo de que disponen para
usarlos, que la mente no puede menos que pensar que se requiere
otra vida en que se puedan desarrollar tantas promesas apenas mos-
tradas. Cuántos temperamentos generosos mueren en la pobreza.
Cuántos inteligentes que no pudieron emplear su genio, ni ser com-
prendidos... ¿Habrá fracasado? ¿Su espíritu no logró su objetivo?
Llegó a anciano, murió... sin desplegar sus cualidades. Esto nos lleva
a pensar en una vida futura en que estas cualidades se muestren y
actúen. La excelencia de nuestras cualidades nos presenta esta vida
como ruinosa. La ruindad de la presente nos hace presentir la eterna.
[La vida terrena es frágil e injusta. Ello nos lleva al siguiente dilema:
o todo es absurdo y sin sentido, o hay otra vida donde se pueda
plenificar lo que aquí apenas vislumbramos]. La perspectiva de esta
vida imparte grandeza y dignidad a ésta, y de ahí que esta vida sea a
la vez, grande e insignificante.
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Y si esta vida es corta, por larga que sea, dada la gran despro-
porción entre ella y los poderes del hombre regenerado, lo es más en
el caso de ser interrumpida por una muerte prematura. Hay hombres
que demuestran rápidamente su sobrehumana grandeza y a los cua-
les no les hubiera bastado una vida larga para llegar a la perfección
de tales virtudes... súbito llegan a su fin y, cuando los perdemos, ve-
mos que apenas hemos tenido tiempo de conocerlos. ¿Podemos de-
jar de creer que no han sido trasladados a otro lugar para cumplir una
misión más noble?
Existe algo en la verdad moral, en la bondad, en la fe, en la fir-
meza, en la humildad, en el valor, en la amabilidad, que no se llena
en este mundo y para lo que resulta insuficiente la vida más larga...
Por eso decimos a su muerte: ʺNo demostró ni la mitad de lo que
pudo; se desvaneció como el humo, se marchitó como la hierbaʺ.
Pero esta misma contrariedad nos da esperanza [es decir, la
falta de plenitud de esta vida reclama la existencia de la otra vida].
Pues si esta vida se muestra tan poco acabada, seguramente no
puede ser ella la verdadera vida... Si vemos el fin de los justos tan
parecido al de los malos, a veces en dolores, inconsciencia, ¿no po-
demos pensar: la manifestación de los hijos de Dios será después?
Algún día brillará como el sol en el reino de su Padre.
El momento de la separación
Sorpresa es sin duda la que experimenta el cristiano fiel al sepa-
rarse del cuerpo y darse cuenta de que su prueba ha llegado definiti-
vamente a su fin. Al separarse del cuerpo, el espíritu sin duda que
experimentará un sentimiento feliz: Así es que todo lo demás pasó
y esto es lo que he esperado tanto tiempo; por lo que tantas ve-
ces desfallecí... trabajé y sufrí. La muerte se ha ido. ¡Ah! ¿Será
posible? ¡Qué prueba tan fácil! ¡Qué precio tan bajo para la vida
eterna! Alguna enfermedad, algún dolor agudo de vez en cuan-
do, algunas luchas espirituales, contradicciones. ¡Cuánto me he-
risteis cuando pensé en vosotros!, y ¡qué pocos sois ahora! La
vida humana encerrada en el marco del mundo es despreciable,
pero a su verdadera luz, es cual diminuta semilla que produce la
gloria eterna.
36
Esta vida es apenas más que un accidente de nuestra existen-
cia; es algo así como un escenario exterior a nuestro espíritu que se
nos da para que respondamos si amamos o no a Dios y su voluntad
de caridad. Esta vida es sueño, sueño serio... pero, en sí, es como
una sombra sin substancia frente a la gran realidad divina. [La vida
actual, considerada en sí misma, tiene poco valor, pero tiene un va-
lor inestimable por ser el único medio para alcanzar la vida definiti-
va].
Ama este mundo, no lo desprecia, se interesa por él porque es
el camino del otro, es la obra de Dios, pero su término es Dios en
cuya comunión íntima aspira a perderse.
Esta vida es el estadio en que se lucha por la otra; el campo de
trabajo, en colaboración con Cristo, para preparar el día sin som-
bras, para gloria de Dios y de los que acepten su voluntad. Pero mi-
rada en sí, sin relación a la otra, esta vida es vanidad de vanidades.
Podemos ser pobres o ricos, jóvenes o viejos, ricos o pobres, mas
todo esto no debería afectarnos más que una comedia que repre-
sentamos. El único deseo que debe impulsarnos es ver a Aquel, que
hoy está oculto de nosotros, y los que en Él viven.
¿Qué tenemos que ver nosotros con este mundo mirado en sí,
nosotros que hemos sido bautizados para el otro? ¿Por qué ansiar
una larga vida, crédito y bienestar, sabiendo que toda la dicha nos
aguarda, y para siempre, si vivimos en Cristo? ¿Por qué descansar
en este mundo, cuando tenemos el descanso eterno? ¿Por qué con-
tentarnos con lo que se nos ofrece a flor de tierra en vez de apro-
piarnos de lo que está atesorado en sus entrañas? A aquellos que
viven por la fe, todo lo que ven les habla del mundo futuro: sol, luna,
estrellas... flores... son símbolos y representaciones que les señalan
las obras invisibles de Dios. Todo lo que vemos está destinado a ser
floración celestial y transfigurado en gloria inmortal. El cielo está ac-
tualmente fuera de nuestra vista, pero pronto aparecerá, cuando se
derrita la nieve que nos impide ver el tesoro oculto. En aquel día, las
sombras se retirarán y la substancia se mostrará. El sol se tornará
pálido ante el esplendor de quien él es su imagen, el Sol de justicia
[es decir, el sol que vemos no es sino un reflejo del verdadero, que
es Cristo, el Sol de justicia]. Las estrellas, ángeles y santos que cir-
cundan su trono.
37
¡Ven, Señor Jesús, a poner término al tiempo de la espera, de
los cuidados!
Ojalá podamos aprender la lección de este mundo y mejorar el
regalo de la vida, y así, al notar que se marchita, nos regocijamos de
ella como de un don precioso. Ojalá no nos sintamos manchados
con faltas pasadas... si no fuera por esto, con qué alegría saluda-
ríamos cada nuevo mes, cada nuevo año, como señal que Nuestro
Salvador está más cerca de nosotros que antes.
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VISIÓN DE FE - VISIÓN DE ETERNIDAD.
Vengo llegando del país más grande del mundo. Así lo de-
cía el segundo grande, Churchill, hablando de Norte América en
el Hotel más grande del globo, el Waldorf Astoria, el más cómo-
do del globo. Allí están los edificios más altos: el Empire: 102
pisos, el Chrysler... El teatro mayor: Radio City, se llena desde
las 7 de la mañana hasta la mañana siguiente. Los ríos se atra-
viesan por túneles subterráneos; en las ciudades tres, cuatro y
más planos de locomoción... Todos los records: Velocidad, cua-
tro mil kilómetros en cuatro horas; producción, fábricas que
producen quinientos automóviles por hora y esperan producir
mil... Allí está hoy más del 46% del oro del mundo; progresos
técnicos fantásticos: la muerte se va alejando, la vida prolon-
gando. En Washington cada tres minutos sale un avión: cruzan
ahora todos los mares; millones de automóviles, de frigidaires...
Y como decía alguien: ¿y qué?
En la ciudad más grande del globo no viviría yo sino es por
deber... ¡Tal vez otros sí! Es la ciudad de la masa, del río hu-
mano, del hombre granito de arena...
Y ¿qué impresión de conjunto? Que la materia no basta, que
la civilización no llena, que el confort bueno está, pero que no resi-
de en él la felicidad. ¡Que da demasiado poco y cobra demasiado
caro!, ¡que a precio de esos juguetes le quita su verdadera grande-
za! Porque en realidad (no hablo de los católicos, muchos y exce-
lentes, ni de los fervientes de otras religiones), el precio de toda es-
ta vida para la gran mayoría es un anularse aquí, el perder la vista
del espíritu, la ceguera ante lo sobrenatural. La concepción del
hombre progresista que domina la materia: limpio, higiénico, bien
hecho por el deporte, alimentación sana, ropa limpia, música, auto,
¡y bonitos autos! Quizás para algunos, viajes alrededor del mundo,
su casa cómoda, una mujer mientras se entienda con ella, sin pre-
39
juicios... Eliminar las enfermedades y a los setenta años morirse.
¿Qué más?
Y al volver de un viaje espléndido para calmar los nervios de
tanta agitación, en un barco de carga, lento, único pasajero, que
me permitía orar, escribir… reflexionaba: ¿Y es esto todo?
Al mirar ese cielo espléndido, magnífico, imponente, que reco-
ge: ¿y es esto todo el fin de la vida? ¿Setenta años con todas estas
comodidades? El hombre es el rey de la creación ¿sólo por esto?
El progreso de la humanidad, lo que la separa del caníbal ¿será só-
lo llegar a poseer baño, televisión, modernos electrodomésticos, un
auto? ¿Es ésta toda la grandeza del hombre? ¿No hay más que
esto?
Panamá. ¡El canal! El poder del hombre: puede hacer un lago
en el monte, unir dos mares… Pero allí vienen los barcos Cruz Roja,
los portaviones, los heridos por todos lados… ¿La grandeza del
hombre? Cuatro millones de judíos muertos, millones disecados en
los campos de concentración, Hiroshima. ¡Oh, poder del hombre!
Cien mil cadáveres, ¿para qué? Para que un grupo de hombres
pueda vender sus máquinas de lavar, sus radios y sus autos.
¡Panamá! ¡Horrenda Panamá! ¡Prostíbulo del infierno! Sólo el
estruendo de radios, jazzes, mujeres que van a esperar a los pasa-
jeros, o buscarlos a su sitio del Restaurant para que ʺquieran diver-
tirseʺ, tener un rato ʺde suprema felicidadʺ.
¿Es esta la vida?, ¿mientras llega la otra guerra que todos la
olfatean, que la sienten venir con escalofrío? Goering preparaba
sus aviones que pudieran ir y venir a Nueva York desde Alema-
nia… No alcanzó a tenerlos, pero los tendrá Stalin, y cargados de
bombas atómicas. ¿Qué quedará? ¡Soldaditos de mi alma!
Empire, Chysler: ¿cuánto tiempo más os alzaréis de pie? Fá-
bricas Ford, Packard, Chrysler, ¿cuánto tiempo más alcanzaréis a
durar? Einstein escribió horrorizado que ante una guerra atómica,
con los pobres medios de que entonces disponía la energía atómi-
ca, que sólo recién logra desintegrarse, ¡¡pueden perecer las dos
terceras partes de la humanidad!! ¿Es esto la vida? ¿Es ésta la co-
rona del hombre?
Y miro la noche plácida... serena... Las estrellas envían su luz
serena... Y resuena en mis oídos: ʺAsí amó Dios al mundo que le
40
dio a su Hijo unigénitoʺ (Jn 3,16). ¡Me amó a mí, también a mí!
¿Quién? ¡Dios! El Dios eterno, Creador de toda la energía, de los
astros, de la tierra, del hombre, de las quizás dos mil generaciones
de hombres que han pasado por la tierra, y millones que quizás
aún han de venir... Ese Dios inmenso ante quien desaparece el
hombrecito minúsculo. ¡Cuánto más grande es que el hombre!
¿Qué piensa Él del hombre? ¿De la vida? ¿Del sentido de
nuestra existencia? ¿Condena Él esos inventos, ese progreso, ese
afán de descubrir medicinas eficaces, automóviles veloces, aviones
contra todo riesgo? No. Más aún, se alegra de esos esfuerzos que
nos hacen mejor esta vida a nosotros, bendice a esos obreros de la
caridad, porque hay una caridad en la civilización, pero para los
que en medio de tanto ruido guardan aun sus oídos para escuchar
nos dice: ʺYo he venido para que tengan vida y la tengan en abun-
danciaʺ.
La gran bomba atómica es la visión de la fe, de la vida. Jesús,
Hijo de Dios y Dios verdadero. El Dios eterno: ʺEn el principio era el
Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios... por Él fue-
ron hechas todas las cosas y nada sin Élʺ (Jn 1,1-3). Antes que el
mundo fuera, Yo era; no tengo principio ni fin... Si no me inmuto an-
te el mal es porque soy eterno y omnipotente... (Los débiles son los
que gritan).
Yo, Hijo, ¡igual al Padre! ¡Fuente de todo ser! Piénselo y re-
piénselo. Dios: aquél que encontramos en el fondo de nuestro espí-
ritu, en nuestros remordimientos (¡Newman!) y en nuestras ale-
grías.
ʺHe venidoʺ: he hecho un viaje... viaje real, larguísimo. De lo
infinito a lo finito, viaje tan largo que escandaliza a los sabios, que
desconcierta a los filósofos. ¡Lo infinito a lo finito!, ¡lo eterno a lo
temporal! ¿Dios a la creatura? Sí, ¡así es! Ese viaje es mi viaje
realísimo. ʺYo he venidoʺ. ¡Ése es mi viaje!
Por el hombre. La única razón de ese viaje: el hombre. ¿Ese
minúsculo y mayúsculo? Porque si bien es pequeño, es muy gran-
de; ¿es lo más grande del universo? ¿Mayor que los astros? Por
ellos nunca he viajado, ¡ni menos sufrido! Por el hombre sí...
41
Por el hombre, quizás no me entiendes: Por ti negrito, por ti
pobre japonés; por ti, peruanito de mis amores, por ti. Yo no amo la
masa; amo la persona: un hombre, una mujer... ʺ¡He venidoʺ por ti!
ʺPara que tengan vidaʺ. ¿Vida? Pero, ¿de qué vida se trata?
¡Yo vivo en buena salud! No, no es ésa la vida. ¡Yo vivo la vida de
la ciencia! Tampoco. ¡Yo, la vida intelectual... la filosófica... la meta-
física!
La vida, la verdadera vida, la única que puede justificar un via-
je de Dios es la vida divina: ʺPara que nos llamemos y seamos hi-
jos de Diosʺ (Jn 3,1). Nos llamemos, ¡¡y lo seamos de verdad!! No
hace un viaje lejano el Dios eterno si no es para darnos un don de
gran precio: Nada menos que su propia vida divina, la participación
de su naturaleza que se nos da por la Gracia. [Llegar a ser
ʺpartícipes de la naturaleza divinaʺ (2ª Pedro 1, 4)]
El que esto tiene, tiene lo que vale. El que esto no tiene, nada
tiene. Podrá brillar, reír, gozar un segundo con bienes perecederos,
pero si no tiene Gracia aquí, no posee a Dios, no podrá poseerlo
después de muerto, y no tenerlo a Él significa la muerte, la muerte
eterna, eterno suplicio... [La muerte eterna es precisamente lo con-
trario de la vida en abundancia que Cristo viene a ofrecer en el
Evangelio. La muerte eterna es lo más opuesto al querer de Dios.]
Porque así como es grande su amor al darnos su vida, es grande la
pena de quien voluntariamente la desprecia.
¿Creemos en esa vida? Hay materialistas que abiertamente
niegan el alma, Dios, todo lo espiritual... ¡Con mucho mayor razón,
si llegaran siquiera a proponérselos, negarían estos valores sobre-
naturales! Ni siquiera los consideran.
Hay católicos, como un compañero de viaje que decía: ʺ¿Otra
vida? No, pues, Padre, córtelaʺ. Hay católicos que nunca han pen-
sado en esa vida... ¡Los más no se preocupan de ella! Prescinden.
Y ésta es la única verdadera vida: ʺQuien la tiene, vive; y quien no
la tiene, rozagante, rico, sabio, con amigos: Es un muerto.
Cuando escribo esto, en Arica, resuenan las grúas, se oyen
exclamaciones… no todas santas, pero sí fuertes, llenas de ¿vida?
En el morro flamea la bandera chilena: dieron tantos su ¿vida? Por
clavarla allí. La población que allí está, ¿vive? ¿Por qué la conde-
42
nación eterna? Porque si no muero vivo, no puedo seguir vivien-
do...
A pensar en esta vida venimos a Ejercicios: en paz y sereni-
dad. Este es el gran negocio.
[El ʺgran negocioʺ es la salvación: ʺTodo se reduce a esto:
servir a Dios y salvarme. ¡Darme a Dios para hallarme, o darme a
mí para perderme!ʺ, y está referido a las palabras que dirigió San
Ignacio de Loyola al joven Francisco Javier: «Javier ¿qué te impor-
ta ganar todo el mundo si al fin pierdes tu alma?»]
ʺ¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si
arruina su alma?ʺ (Mt 16,26). ʺEl que quiera salvar su vida la perde-
rá y el que la perdiere por mí la hallaráʺ (Mc 8,35). ¡El viejo estribillo
de la iglesia! El único estribillo necesario, tan grande porque tan
viejo, o mejor, tan viejo porque tan grande, ¡tan necesario, tan
irreemplazable! El hombre con toda la civilización no ha podido
apagar el eco de estas palabras, y si llega a apagarlas muere, no
sólo a esa vida, sino aún a la propia vida humana.
ʺY que la tengan en abundanciaʺ. Y en esta vida hay gra-
dos. Conocí un libro americano, Body and Mind, que explicaba todo
el proceso desde la salud hasta la muerte, pasando por neurosis,
estado comatoso… por diversidad de carga celular. Factores físi-
cos y espirituales influyen en esta carga. Teoría de gran aplicación
para la vida del espíritu. [Es decir, tal como hay diversos grados en
la vida biológica, así también los hay en la vida espiritual.]
Hay una vida pobrísima, que apenas es vida (pecados venia-
les repetidos) [no hablamos del estado de pecado mortal, porque
eso es muerte]; vida pobre, de infidelidades a la gracia, sordera es-
piritual, falta de generosidad; y una vida rica, plena, fecunda, gene-
rosa. A ésta nos llama Cristo. Es la santidad. Y Cristo quiere cris-
tianos plenamente tales, que no cierren su alma a ninguna invita-
ción de la Gracia, que se dejen poseer por ese torrente invasor,
que se dejen tomar por Cristo, penetrar de Él. La vida es vida en la
medida que se posee a Cristo, en la medida que se es Cristo. Por
el conocimiento, por el amor, por el servicio. ¡El camino es infinito
en perspectivas!
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¡Dios quiere hacer de mí un santo! Quiere tener santos estilo
siglo XX: estilo Perú, estilo universitario, estilo abogado, pero que
reflejen plenamente su vida.
¡Esto es lo más grande que hay en el mundo! Mayor, infinita-
mente mayor, que una fábrica Ford, que ocho mil automóviles de
producción diaria; de inmenso más precio para la humanidad que
descubrir la energía atómica, o la vacuna, o la penicilina. Estos
descubrimientos están en el plano humano, aquel otro en el divino.
Y así como un pecado venial no se justifica ni siquiera por salvar
una guerra, ni por evitar la catástrofe del mundo. Aquí está la expli-
cación del martirio... Un grado de progreso en esta vida es también
más valioso que todos los progresos humanos. No quiere decir que
se opongan, que se combatan, pero progresar en esta vida es pro-
gresar en los planes de Dios, en lo eterno, en lo real, en lo verda-
dero.
Aquí no hay palabras humanas que puedan ponderar este
concepto: porque es un misterio, misterio de amor, escondido a los
sabios y prudentes de este mundo, y abierto a los pequeñuelos: ʺSi
no os hiciereis como los pequeñuelos, no entraréis en el Reino
de los Cielosʺ (Mt 18,3). Aquí no nos cabe sino decir como la Sa-
maritana: ʺDame, Señor, a beber de esa agua para que no tenga
más sedʺ (Jn 4,15). O como Nicodemo: ʺ¿Cómo podré yo nacer de
nuevo siendo viejo?ʺ (Jn 3,4). ¡Es don de Dios! pero don que Él
me quiere conceder, pues ʺAsí amó Dios al mundo que nos dio a
su Hijo Unigénitoʺ (Jn 3,16). Quien nos dio a su Hijo Unigénito,
¿qué nos irá a negar? (cf. Rom 8,32).
Por Cristo, Nuestro Señor.
Danos, Señor, vivir: Vivir plenamente.
ʺY tan alta vida espero, que muero porque no mueroʺ
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EL RUMBO DE LA VIDA
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tomar. El mismo Illapel [buque en el que viajaba] en Valparaíso te-
nía rumbo Nueva York o Río de Janeiro; en Nueva York tenía rum-
bo Liverpool o Valparaíso.
Apreciar la necesidad de tomar en serio el rumbo. En un barco
al Piloto que se descuida se le despide sin remisión, porque juega
con algo demasiado sagrado. Y en la vida ¿cuidamos de nuestro
rumbo?
Hay quienes tienen rumbo a Moscú, para otros su rumbo es
Berlín; para otros rumbo al Banco, rumbo al prostíbulo; para los
santos el rumbo es Cristo, y por Cristo al Padre Dios. ¿Cuál es tu
rumbo? ¡El verdadero problema! Cada año, más aún, cada día de-
beríamos verificarlo. Los jesuitas tienen obligación de señalarlo ca-
da mañana, y en dos rectificaciones cada día, en los exámenes de
conciencia. Es decir, el momento de comprobar si el camino re-
corrido coincide con el rumbo fijado.
Si fuera necesario detenerse aún más en esta idea, yo ruego
a cada ejercitante que le dé la máxima importancia, porque acertar
en esto es sencillamente acertar; fallar en esto es simplemente fa-
llar.
Barco magnífico: Queen Elizabeth, 70.000 toneladas (un Illa-
pel cargado son 8.000 toneladas). Si me tiento por su hermosura y
me subo en él sin cuidarme de su rumbo, corro el pequeño riesgo
que en lugar de llegar a mi destino, ¡¡llegue a Manila!! Y en lugar de
estar con ustedes vea caras filipinas.
Cuántos van sin rumbo y pierden sus vidas... las gastan mise-
rablemente, las dilapidan sin sentido alguno, sin bien para nadie,
sin alegría para ellos y al cabo de algún tiempo sienten la tragedia
de vivir sin sentido. Algunos toman rumbo a tiempo, otros naufra-
gan en alta mar, o mueren por falta de víveres, extraviados, ¡o van
a estrellarse en una costa solitaria!
El trágico problema de la falta de rumbo, tal vez el más trágico
problema de la vida. El que pierde más vidas, el responsable de
mayores fracasos.
La tragedia del barco en la costa del Brasil. [Dramático nau-
fragio: ʺA las 8 del martes de carnaval. Puerto de Río, espléndi-
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do. Zarpaba el trasatlántico majestuoso; iba a Santos... navega-
ción de cabotaje. ¿Cómo fue? A 171 millas de velocidad, la má-
xima de aquel tiempo, en la orgía de champagne, carne... la ofi-
cialidad dejó mando... El Barco, no paralelo... enfocó proa, tope-
tazo contra topetazo, vía de agua. El barco a flote 7 minutos. Ti-
burones. Se fue a pique porque perdió el rumbo. Si yo dijera...ʺ]
Luego la otra tragedia, tal vez la nuestra, es no tomar en serio
el rumbo. La geografía me da el punto y la línea de viaje; la expe-
riencia marina me señala los escollos; lo sé y sin embargo lanzo el
buque por caminos que no son los señalados; ¡veo los escollos y
obro como si no existieran! Yo pienso que si los escollos morales
fueran físicos, y la conducta de nosotros fuera un buque de hierro,
por más sólido que haya sido construido, no quedaría sino restos
de naufragios.
Si la fe nos da el rumbo y la experiencia nos muestra los esco-
llos, tomémoslos en serio. Mantener el timón. Clavar el timón, y
como a cada momento, las olas y las corrientes desvían, rectificar,
rectificar a cada instante, de día y de noche... ¡No las costas atrac-
tivas, sino el rumbo señalado! Pedir a Dios la gracia grande: ser
hombres de rumbo.
1º punto. Mi rumbo. Puerto de partida. ¿Cuál es nuestro punto
de partida? ¿De dónde venimos? Es el primer elemento básico pa-
ra fijarlo. Y aquí clavar mi alma en el hecho básico: Dios y yo. El
primer hecho macizo de toda filosofía, de todo sistema de vida. En
el fondo este es el pensamiento que califica todos los sistemas que
dividen el mundo: Materialismo ateo, totalitarismo, comunismo, ma-
terialismo craso, hedonismo...
Posición tomada: No hay Dios; punto de partida: Vengo de la
materia.
Agnosticismo: No sé de dónde vengo.
Filosofía religiosa: Vengo de Dios.
Filosofía religiosa al 50%: Vengo de Dios, sí... pero...
Filosofía del santo: Vengo de Dios, sí, de Él. Todo de Él. Nada
más cierto, y sobre este hecho voy a edificar mi vida, sobre este
primer dato voy a fijar mi rumbo.
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No somos materialistas, ni agnósticos, pero nuestro problema
está en la mezcla de agnosticismo en la teoría, de imprecisión en la
práctica.
Y aquí como siempre: ¿Este hecho es así? ¿Es un hecho?
Porque la religión se funda sobre hechos, no sobre teorías. El he-
cho de mi ser que postula un ser necesario, el hecho de mi espíritu
que postula un espíritu.
Ateos no los hay... La idea de Dios, no sólo no la niega nadie,
sino que la acepta positivamente la inmensa mayoría. Se defienden
de no negarlo, luchan por Él. En EE.UU., a pesar de tanta gente sin
confesión religiosa a Dios no lo niega nadie. Pero aquí está la dife-
rencia: nadie lo niega pero unos prescinden de Él y otros toman en
serio el hecho hallado.
Yo descubro que Dios es... y es Causa Primera de todo cuan-
to existe y ha sido hecho sin Él: ʺtodo lo que existe ha sido creado
de la nadaʺ. Autor de todo: visible e invisible, no existiría un pen-
samiento sin Él. Luego, es dueño de todo cuanto existe. Nuestro
Señor. Nuestro Padre. Su hijo.
Tomar en serio estas verdades: Que sirvan para fundar mi vi-
da, para darme rumbo. Uno es cristiano tanto cuanto saca las con-
secuencias de las verdades que acepta. De aquí también esa acti-
tud, no de orgullo, pero sí de valentía, de serenidad y de confianza,
que nos da nuestra fe: No nos fundamos en una cavilación sino en
una maciza verdad.
2° punto. El puerto de término. Es el otro punto que fija el
rumbo. ¿Valparaíso o Liverpool? ¿A dónde me dirijo? Desde la
Universidad o desde la fábrica ¿a dónde? El término de mi vida es
Él.
Dios: Señor... Mi Padre: Soy su hijo. Soy para Él.
Bondad.
Belleza.
Amor... Amor de Padre que todo me lo da. Todo es vuestro.
[Dios quiere que sea colaborador suyo. Colaborador, mues-
tra de este amor es que me toma tan en serio que me permite co-
48
laborar con Él. Realizar una misión de bien, de amor, la misma mi-
sión de Él, porque el Padre me ha incorporado en Cristo y me asig-
na a mí la misma misión de Cristo: amar al Padre, amar a los hom-
bres, servirles, salvarles. En serio utiliza mis servicios, condiciona
su triunfo a mí. Gozar con Él. Consumar esa unión, iniciada aquí
por la gracia, en la gloria.]
3° punto. El camino: Tengo los dos puntos, los dos puertos.
¿Por dónde he de enderezar mi barco? Al puerto de término, por
un camino que es la voluntad de Dios.
La realización en concreto de lo que Dios quiere. He aquí la
gran sabiduría. Todo el trabajo de la vida sabia consiste en esto:
En conocer la voluntad de mi Señor y Padre. Trabajar en conocer-
la, trabajo serio, obra de toda la vida, de cada día, de cada maña-
na, qué quieres Señor de mí, de los Ejercicios muy en especial.
Trabajar en realizarla, en servirle en cada momento. Esta es mi
gran misión, mayor que hacer milagros.
Sobre cada uno una voluntad especial que uno ha de tratar de
descubrir, pero sobre todo una voluntad general:
a) La santificación. Dios nos quiere santos. Ésta es la voluntad
de Dios: no mediocres, sino santos. Esta es la flor que le interesa
recoger en el mundo: Aspirar ese perfume de la creación. No le in-
teresa el mundo por el mundo. El mundo por el hombre y el hombre
para que lo conozca, ame, sirva.
El hombre constituido rey no por su cuerpo, pequeño e inde-
fenso, el más indefenso de los animales... cuando el hombre co-
mienza a poder servirse de él, ¡han muerto ya muchos! [Es decir,
cuando el hombre ya no está al servicio de su cuerpo, sino que se
sirve de él, se ha logrado un gran avance.]
Es rey por su espíritu. Inteligencia: la facultad de conocerlo a
Él... La inteligencia puede ser definida como la facultad de tender a
Dios. En Él se completa y se perfecciona. ¡Alabarlo!, ¡de aquí ala-
banzas, doxologías! Amarlo. Como un hijo al Padre. Servirlo. ¡A
sus órdenes! Adoración: de rodillas. Servirlo. Colaborar con Él.
Porque he aquí una de las grandezas del hombre: puede hacer al-
go por su Dios. [ʺEl hombre es criado para alabar, hacer reverencia
49
y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánimaʺ].
Le da la grandeza de ayudarlo. Lo toma en serio. Dios, el padre
que asocia a su hijo a su trabajo; más aún, confía su trabajo a su
hijo: depende de su hijo, se entrega a su hijo. Su obra, la más
grande de sus obras, la que vino a realizar el Hijo de Dios, entre-
gada a sus hijos de aquí... para que la completen. Dios creó hom-
bres y de nosotros depende la salud, la prosperidad, el bienestar, la
instrucción, la vida y la muerte de esas creaturas. Jesucristo, Hijo
de Dios, vino a revelarnos una doctrina y de nosotros depende que
esa doctrina sea conocida y en gran parte que sea aceptada, si sa-
bemos ser testigos incorruptos de ella. Jesucristo vino a redimirnos
y de nosotros depende que la redención se aplique a cada alma. Él
dejó los sacramentos; de nosotros depende que se administren...
Fundó una Iglesia y nos dejó el plan y los materiales de construc-
ción: hasta calculada la resistencia de los materiales. El Arquitecto
para dirigir las obras lo envió del cielo: el Espíritu Santo; pero de
nosotros depende que la Iglesia se construya. Si nos declaramos
en huelga, habrá países en que no se construirá, habrá épocas que
no alcanzarán a gozar de ella. Somos colaboradores reales de Dios
y su obra está entregada en nuestras manos.
¿Cuál es el Camino de mi vida? La voluntad de Dios: santifi-
carme, colaborar con Dios, realizar su obra. ¿Habrá algo más
grande, más digno, más hermoso, más capaz de entusiasmar?
¡¡Llegar al Puerto!!
Y para llegar al puerto no hay más que este camino que con-
duzca... ¡¡Los otros a otros puertos, que no son el mío!! Y aquí está
todo el problema de la vida. Llegar al puerto que es el fin de mi
existencia. El que acierta, acierta; y el que aquí no llega es un gran
errado, sea un Rostchild, un Hitler, un Napoleón, un afortunado en
amor, si aquí no acierta, su vida nada vale; si aquí acierta: feliz por
siempre jamás. ¡¡Amén!!
Conclusión: ¿Qué es la vida? La breve vida de hoy, una som-
bra; flor de heno, que hoy es y mañana no (cf. Is 40,7-8); amapola
de verano... Breve viaje del que ya hemos recorrido una buena par-
te.
¿De dónde? ¡Lo sé! ¿Lo sé? ¿Me doy cuenta?
50
¿Hacia dónde? ¡Qué grande!
¿Camino? Enfrentar el rumbo: El gran rumbo.
El pequeño rumbo de mi barco... El timón firme en mi mano y
cuando arrecien los vientos: Rumbo a Dios; y cuando me llamen de
la costa; rumbo a Dios; y cuando me canse, ¡¡rumbo a Dios!!
¿Solo? No. ¡Con todos los tripulantes que Cristo ha querido
encargarme de conducir, alimentar y alegrar! ¡Qué grande es mi vi-
da! Qué plena de sentido. Con muchos rumbos al cielo. Darles a
los hombres lo más precioso que hay: Dios; y dar a Dios lo que
más ama, aquello por lo cual dio su Hijo: los hombres.
Señor, ayúdame a sostener el timón siempre al cielo, y si me
voy a soltar, clávame en mi rumbo, por tu Madre Santísima, Estrella
de los mares, Dulce Virgen María.
51
EL ʺTANTO CUANTOʺ
52
Aplicaciones de este principio: Pensar que mi fin es el cielo y
todo lo que hay, como trenes. [Es decir, las cosas valen, como los
trenes, no consideradas en sí mismas, sino en la medida que me
conducen a mi verdadero destino que es el cielo]. Buscar ¿cuál es
mi tren? No he de aferrarme a las cosas por sí mismas, porque sean
bonitas o feas, sino porque me conducen. El que ve una niña y se
casa porque es bonita ¡qué chasco! ¿Sacerdotes o casados? ¿Em-
prender una obra o dejarla? ¿Leer una novela o el Evangelio?
¿Cómo obtener la rectitud de intención? Dominando mis afectos
sensibles por la contemplación y la mortificación. Desarrollar en no-
sotros, por la meditación y la oración, el gusto de la voluntad de Dios.
Entonces bajo cualquier disfraz que Dios se esconda lo hallaremos,
como San Francisco de Borja el Cuerpo de Cristo, como Juan a Je-
sús.
53
LA FINALIDAD DE LA INDIFERENCIA Y SU PRÁCTICA
54
Este ideal es el equivalente del pensamiento ignaciano A.M.D.G
[ad maiorem Dei gloriam: para la mayor gloria de Dios]. Buscar en
todo, no lo bueno, sino lo mejor, lo que más me acerca a mí a Dios;
lo que puede realizar en forma más perfecta la voluntad divina.
Dios nos conceda este ideal realizado, esta comprensión vivida,
que lo único que vale es Dios, y todo lo demás, ante Él, es como si
no fuese. ʺ¿Qué tiene esto que ver con la eternidad?ʺ.
ʺ¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero si
pierde su alma? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su al-
ma?ʺ.
¿Son muchos los que realizan este ideal? Generalmente, los
hombres no pasan de una consideración general, hecha con más o
menos buena voluntad, pero sin la resolución entera de vivir las
consecuencias de esta doctrina... Un niño no puede comprender
que un grande no se interese en sus juguetes; pero un hombre de
ideales no puede entretenerse con puerilidades... Pero hay que
confesar que el mundo está lleno de niños que se entretienen con
juguetitos, no siempre tan inocuos como los de los pequeños, y que
por encima de todas las cosas hay un fin sobrenatural al que todo
va ordenado. Pero, un hombre que realice el plan divino justifica la
creación de todo el Universo.
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LA DONACIÓN TOTAL
57
LA HUMILDAD
I. La humildad
El fundamento de la humildad es la verdad... [ʺLa humildad es
andar en verdadʺ, S. Teresa] Es sierva de la verdad, y la Verdad es
Cristo. El Principio y fundamento: ¿Quién es Dios y quién soy yo?
Dios es la fuente de todo ser y de toda perfección. ¿Y yo?... De mí,
cero. [Somos creaturas totalmente dependientes de Dios. Por tanto,
la humildad es la consecuencia de nuestro ser, de nuestra radical
dependencia].
Humildad en mis relaciones con Dios. Como consecuencia,
debo estar totalmente entregado en cualquier oficio, a cualquier hora,
sin excusas ni murmuraciones, ni disgustos, ni rebeliones interiores
contra los planes de la Providencia sobre mi salud o el fracaso en
una obra. El Señor quiere sellar el mundo con la Cruz.
Servir de la manera más natural, como algo que cae de su pe-
so, sin que nunca le parezca que ya es tiempo de descanso... a toda
hora, a cualquiera, aún a los antipáticos... No he venido a ser servi-
do sino a servir (cf. Mt 20,28). Póngale no más... Lo único que pue-
de excusarme es el mejor cumplimiento de otro servicio.
¡Qué gran santidad! Siempre con una sonrisa... De la mañana a
la noche en actitud de decir sí; y si es a media noche, también, sin
quejarme, sin pensar que me han tomado para el tandeo... porque os
tomarán, porque son pocos los comodines.
Humildad con mis superiores: Que me manden lo que quie-
ran, cuando y como quieran. No se me pasará por la cabeza el criti-
carlos por criticarlos. Si a veces es necesario exponer una conducta
para consultar, para desahogarme, para formarme criterio, que sea
con una persona prudente, en reserva, y jamás en recreo o delante
de personas imprudentes o como un desahogo de pasión.
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[Hablar siempre bien de los superiores y de sus disposiciones,
hablar siembre bien de mis hermanos, disculpar sus defectos, poner
de relieve sus cualidades.]
Humildad con mis hermanos: Bueno, cariñoso, ayudador, ale-
gre, sirviéndolos porque Cristo está en ellos. [Entre los deseos más
queridos de Cristo está el de que amemos a nuestros hermanos con
el mismo amor que Él demostró por ellos. Por eso mi vida cristiana
ha de estar llena de celo apostólico, del deseo de ayudar a los de-
más, de dar más alegría, de hacer más feliz este mundo. Cada ma-
ñana un examen de previsión: ¿Qué obra buena puedo hacer hoy?
Y cada noche un examen retrospectivo: ¿He procurado servir, ser
amable, alegrar... hoy a los demás?]
Cuanto hicisteis a unos de estos, a mí me lo hicisteis (cf. Mt
25,40). Lo del vaso de agua. [Y todo aquel que dé de beber un vaso
de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os ase-
guro que no perderá su recompensa. (Mt 10,42)] Si abusan, tanto
mejor, es Cristo quien aparentemente abusa. Tanto mejor, mientras
yo pueda. No sacar a relucir las faltas. Respeto a todos; si tengo
una opinión expóngala humildemente, respetando otras maneras de
ver. Nada más cargante que los dogmatismos.
Humildad conmigo: Es la verdad. ¿Qué tengo, Señor, que tú no
me lo hayas dado? ¿qué sé...?, ¿qué valgo...? A la hora que el Se-
ñor me abandone, viene el derrumbe. Reconocer mis bienes: son
gracia.
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La humillación nos configura a Cristo: la gran lección de la En-
carnación: Se vació a sí mismo, se anonadó; poneos a mi escuela
que soy manso y humilde. [ʺSiendo de condición divina, no retuvo
ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo to-
mando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruzʺ (Flp 2,6-8).
ʺAprended de mí, que soy manso y humilde de corazónʺ (Mt 10,29)].
Nadie siente tanto la pasión de Cristo como aquél a quien acontece
algo semejante.
Pero condiciones: La humillación ha de ser cordialmente acep-
tada, apaciguarse cuando llega, ponerse en presencia de Dios. Ol-
vidar los hombres por quienes nos llega y la forma cómo llega... eso
hace trabajar la sensibilidad y no penetrará la lección divina. Aceptar
las humillaciones merecidas, que nos muestren nuestras lagunas,
faltas y fracasos. Aceptar las confusiones inmerecidas, ellas no lo
son nunca del todo. Tenemos cuenta abierta con Dios, somos siem-
pre los deudores. Por una vez que somos humillados sin razón, 20
en que no lo fuimos y tal vez fuimos alabados. Lo mejor es callarse y
alegrarse cuando no hay una razón apostólica de hablar. El ansia de
crecer en santidad: ojo porque es peligrosa si es con ansia. Que Él
crezca, que Él sea Grande.
La falsa humildad que es pusilanimidad y miedo al fracaso: salir
de nosotros. Hablar, actuar como si tuviéramos seguridad. Pensar
menos en nosotros y más en Él. Hacernos un alma grande, magná-
nima. Pedirlo al Señor.
60
MEDITACIÓN DE LOS PECADOS
61
LOS TRES PECADOS
62
que se puede determinar por el propio querer. Pasión terrible que
llegó hasta el cielo...
64
Dios crea todas las cosas con santidad inefable. Tiene un ideal
sobrenatural que quiere realizar. ¿No es intrínsecamente malo des-
truir este orden, aunque no esté vedado? Cuando vemos una perso-
na degradada que rompe una obra bella, se revela nuestra rectitud.
[ʺ¡Qué ira sentimos al ver profanar una obra de arte! Repugnancia
instintiva... ese horror al vandalismo; y el pecado pone manos en la
belleza misma de Dios.ʺ] Así es el pecado, obra indigna, acto ver-
gonzoso; falta de rectitud moral, deformación del alma, profanación
del ideal divino, robar a Dios el bien moral, el fruto de santidad que
quería recoger de este mundo, que él había creado para este único
fin.
IV. Coloquio
Misericordia es el amor del miserable. Hay un amor que esti-
ma lo que tiene valor y de este amor no somos acreedores. Pero
hay un amor que ama lo que no vale y hasta el que no tiene sino el
valor negativo de su miseria, y este amor sólo Dios puede tenerlo.
Es amor creador. Se siente inclinado donde hay menos, porque
puede poner más. Por eso busca la miseria y es misericordioso. La
Virgen Santísima nos ha enseñado el himno de la misericordia. Ha
llenado de bienes a los hambrientos; ha mirado la humildad de su
esclava; ha hecho en mí cosas grandes el que es poderoso y su
misericordia de generación en generación. Por eso ninguno es tan
apto a sentir el amor de Dios como el miserable y por eso Dios se
complace en que los miserables canten su amor.
65
MORIR, MEDITACIÓN SOBRE EL PECADO
1. Morir a la verdad
El pecado es la mentira. Es mentira que somos autónomos.
Tenemos ley y la atropellamos. Mentira que amamos a Dios y le
ofendemos. Mentira que esos placeres nos van a dar felicidad. El
que se adhiere a lo caduco cae con ello; el que se apoya en caña,
66
sangra al romperse. Mentira que seguimos la naturaleza porque
cada pecado es un atropello a la naturaleza: del hijo que insulta a
su padre; del hermano que atropella y despoja a su hermano; del
hombre que viola las funciones de vida; de la creatura que desco-
noce los derechos del Creador.
2. Morir a la belleza
El pecado es la fealdad: rompe la armonía. La obra de Dios es
bella y armónica: parece un concierto; el pecado es desarmonía,
una nota estridente. ¡Alguien que se sale del concierto para dar su
nota de egoísmo! Y cada pecado tiene específica fealdad: La ira es
arrebato, es estallido de pasión, ʺyoʺ, es oprimir al débil, es cebarse
en carne humana. La pereza, que horrible es la pereza... la indo-
lencia, no colaborar en el gran trabajo humano. La embriaguez,
perder el sentido, renunciar a ser hombre. La gula: hartarse peor
que los animales como los Romanos... vomitar... poner en riesgo
su salud, ¡esclavo de la comida! La lujuria: esclavos de la carne. El
hombre al servicio de sus glándulas. Y por una conmoción de un
rato, de orden animal, renunciar a su amor, a su hogar, a sus hijos,
a perder su porvenir. Es mentira y es fealdad jurar un amor que no
se tiene para poseer y abandonar, ¡a veces para matar después! El
egoísmo: fealdad del hombre concentrado en el ʺyoʺ, y muerto a lo
demás. Los dolores de los demás, su hambre, a veces la muerte no
le impresionan. Se desespera en cambio por cualquier capricho
propio. Y así todos los demás pecados son feos: por eso se ocultan
en la noche, se disculpan, se disimulan... y cuando ni eso se hace
es porque la fealdad ha llegado a su máximo: es el cinismo.
Mata a la hombría, al valor, porque es la derrota, la renuncia.
No hago lo que quiero... sino lo que otro, o lo que mi ʺyoʺ menos
bueno, mi ʺyoʺ inferior manda. ¿Dónde está el valor en arder y re-
nunciar, o en arder y dejarse quemar? En querer guardar lo que me
agrada, o darlo generosamente a otro. Recórranse todas las tenta-
ciones y se verá que el verdadero valor, la hombría está en sobre-
ponerse. [El pecador, a pesar que así lo cree, no hace lo que quiere,
sino que es esclavo, ya sea de los demás o de sus propias ganas o
impulsos.] Hay quienes dicen que esto es demasiado, que es un
lenguaje pasado de moda, ¡que no se pide tanto! Eso se dice.
67
¿Qué se podrá tallar en esa madera? [Con mala madera (ma-
teria prima) no se puede realizar una obra grande: La Patria necesi-
ta un nuevo tipo de hombre. No se puede tallar la efigie del Chile
nuevo en madera podrida. Una personalidad decadente no puede
ser el sostén de una humanidad mejor.]
Y lo peor es que cada pecado debilita más y más. A medida
que uno persevera en el barro se hunde más y más, y se hace más
difícil salir. El poder para el bien se hace cada vez más débil, el po-
der para el mal, el atractivo, las voces del pecado, cada vez más
fuertes.
3. Morir a la delicadeza
Esa hermosa cualidad que hace la vida hermosa: fijarse en lo
pequeño, deseo de agradar, atenciones, sacrificios, que son el per-
fume de la vida... El pecado vuelve al hombre grosero, egoísta,
vuelto sobre sí mismo. [Mientras el cristianismo nos invita a darnos
a los demás, el pecado, por el contrario, nos repliega sobre nosotros
mismos.] No tiene ojos más que para sus propios gustos. A veces
uno ve maridos, casados con una esposa ideal, nace un amor tor-
cido. [Y por no cortar esa relación, arruina su hogar], y se vuelven
brutos, ven a su esposa triste, envejecida, perdido el sentido de la
vida... sus hijos abandonados, el patrimonio que se va... y nada.
ʺNo corto con lo que me agradaʺ.
A veces muchachos llenos de cualidades, dominados por una
pasión, van poco a poco perdiendo la delicadeza: piden dinero
prestado, no lo devuelven, viven de la bolsa, hacen una incorrec-
ción, y luego otra para tapar la primera... ya no se esconden: se
exhiben en público...
Otras veces son las palabras duras, la falta de respeto y de
cariño a los padres: no hay tiempo para conversar con ellos, para
darles un gusto, para sacarlos, para darles una bella vejez. ¡Hasta
a veces se les da positivos disgustos! Y no es puramente volunta-
rio: es que ha cambiado su carácter, se hace irascible, ha perdido
el control, falta el aceite, no hay la vida interior en la que todo se
arregla, no hay la humildad de una confesión sincera... ¡a lo más
una acusación con cualquiera para salir del paso! [El P. Hurtado in-
sistía en los beneficios de confesarse regularmente con el mismo
sacerdote y simpáticamente decía: ʺGuerra al Padre Topeteʺ, es de-
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cir, confesarse con el primer sacerdote con que uno se ‘topa’. Tener
todos un confesor fijoʺ.] Falta el ánimo de levantarse para ʺvolver a
ser yoʺ. ʺ¡Feliz aquel que cuando oyere la voz del Señor se levanta
a tiempo y va hacia su Padre y recobra su delicadeza!ʺ
4. Morir a la dignidad
¿Adónde se rebaja un pecador? Roba a su madre: el que le
pidió plata, no se la dieron, le robó, la mató... y se fue a suicidar.
¡Qué casos, Dios mío, los que uno sabe! ¿Cómo se ha podido lle-
gar hasta ahí? Abusa de la confianza de un amigo... llega a prosti-
tuir a su mujer o a su hija... para lucrar; ¡no pasan en las nubes
esos casos! Falsifica firmas... ¡Engaña a su mejor amigo! Es la
suerte del pecador... Y el que se pone en el plano inclinado ¿quién
sabe a dónde irá a parar?
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Y hablemos ahora de la verdadera muerte. El que peca muere
a la vida divina, a la gracia. Rompe el lazo... vive para Satán, ¡Dios
muere! La Gracia consiste en la presencia de Dios en el alma:
Vendremos a él y haremos nuestra morada en él (Jn 14,23). Esa
presencia amistosa desaparece: Dios no puede ausentarse del al-
ma porque dejaría de ser, pero está en ella como el condenado,
como el Dios ofendido, el juez... no hay vínculo de amor... ¡aunque
haya llamados de amor que nunca faltan mientras uno está en vida!
71
¿Cómo podrá entrar al cielo quien muera sin arrepentimiento
del deicidio que ha causado? Quien muera habiendo puesto, a ple-
na conciencia, de nuevo a Cristo en Cruz. ¿Podrá pretender tener
parte con Dios, en su felicidad, quien lo ha negado hasta el fin,
quien no ha aceptado las reiteradas invitaciones al perdón, quien
habiendo visto a Jesús, que viene a buscarlo como el Pastor a su
ovejita, se resiste para poder seguir pecando, quien le dice un des-
pectivo: ʺdespués, ¡ahora déjame!ʺ? Llega un momento, el momen-
to de Dios, en que la vida humana ha de terminar aquí ¿qué suce-
derá? ¿Podrá quejarse al oír esa sentencia de condenación: ¡Apár-
tate de mí, maldito, al fuego eterno!? (cf. Mt 25,41). ¡Ah! Somos
cristianos, ¿pero tenemos fe en la grandeza de Dios? ¿Por qué lo
tratamos peor que al peor de los sirvientes? ¿Y todavía nos queja-
mos?
Pecar es morir a todo lo que vale en la vida, y ¡¡morir para
siempre allá!! No más felicidad, ni esperanza de reconciliación. La
iglesia ha condenado a los mitigacionistas. (Es real que podemos
condenarnos en el infierno, es una verdad enseñada por el Nuevo
Testamento. Por ello la Iglesia se opone a los que mitigan esta ver-
dad). La jugada de todo para siempre. ¡¡No es broma!! El que pier-
de esa partida lo pierde todo. Salvarse y ver a Dios es vivir.
Condenarse es perecer a la felicidad, morir a la dicha, mil ve-
ces peor que morir simplemente.
Morir ¿en cambio de qué? ¿Qué me dio el pecado?
La idea de Monseñor [Fulton J.] Sheen y Newman: el hombre
moderno siente como nadie el azote, el mordisco del pecado, el
remordimiento que lo tortura. Un rato de placer, que una vez pasa-
do, ¿qué daría uno porque no hubiera pasado? Imposible. Un sa-
bor amargo... un ánimo cortado, deshecho, avergonzado, asquea-
do de sí mismo... Una mirada que no sabe fijarse tranquila... ¡Una
falta de ánimo para luchar! Es la huella de Dios que marea al peca-
dor, como una gracia. Ese dolor, esa vergüenza, es una gracia.
¡¡Ay de él el día que no exista eso!!
¿He muerto en mi vida? ¿Estoy vivo? ¿Tengo conciencia de
estar en gracia de Dios? ¡Qué hermosa ocasión de repasar mi vida,
de dolerme y llorar mis culpas!
72
¿Estoy muerto? Aún mi muerte no es definitiva. Lo será si re-
chazo la Gracia que me llama. Durante esta meditación yo he pen-
sado tal vez como otro joven que se parece bastante a mí, en la
pobreza de mi vida por el pecado. Y miro mi vida; ¡tantas ruinas
acumuladas! Cuando Dios tenía derecho a esperar tanto de mí
porque me ha dado tanto... Tomo mi cabeza entre mis manos y llo-
ro mis faltas... y al levantarla veo a mi Padre que me tiende sus
brazos, que me echa los brazos al cuello, veo a Jesús que me
muestra su Corazón abierto, veo a mi Madre que me muestra a Je-
sús y me dice: Él te aguarda, yo rogaré por ti. No temas. (Precisa-
mente porque el pecado es grave y porque Dios lo toma en serio, la
misericordia divina es el don más precioso). Con esta disposición
prepáreme a una confesión contrita, Padre yo no soy digno... ¡hijo!
Madre ruega por mí. Excitar el dolor. Tomar en serio, en serio
esa tragedia que es la muerte a todo. Señor, tú has venido a traer
la vida, dame esa vida, dame esa abundancia de vida. ¡Yo quiero
vivir!
73
LA SEVERIDAD DE LA LEY DE DIOS3
3
Esta meditación del P. Hurtado se basa en los escritos del Cardenal
Newman.
74
no podemos abandonar nuestro servicio, cambiar nuestra posición o
hacer lo que se nos antoja. En este sentido somos literalmente escla-
vos. [Esclavos del Señor, es decir, sometidos al Señor, y no aban-
donados a nosotros mismos.]
Con frecuencia, piensan algunos, que la felicidad humana con-
siste en ser libres de seguir nuestro capricho. Nosotros, en realidad,
somos libres de seguir a Cristo, o bien de abandonarlo, para volver a
nuestra antigua esclavitud, la del mal, de la cual nos rescató. No es
condición humana la de estar libre de todo servicio, la de ser autó-
nomo. Podemos escoger el amo: ¡Dios o mamona, pero a uno de-
bemos servir! [Mamona equivale al dios dinero. Jesús en el Evan-
gelio declara: ʺNo podéis servir a Dios y a mamonaʺ (Mt 6,24)] No
existe estado intermedio. Cristo nos libertó de Satanás, solamente
al hacernos sus siervos. Cambio de dominio.
El error contrario existía ya en tiempo de San Pablo: pensaban
algunos que habiendo sido anulada la ley del pecado, y removidos
los terrores de la ley natural, no estaban ellos bajo ninguna ley... Y
Pablo les advierte: Sí, libres del pecado, pero siervos de la justicia.
No estáis bajo la ley de la naturaleza, pero sí bajo ʺla ley de la gra-
ciaʺ, ʺla ley de la feʺ, dice en otra parte; o ʺla ley del Espíritu de vi-
daʺ. No estamos sin amo, pero tenemos uno lleno de gracia y de
bondad... Y esta idea la repite en 1 Corintios 7,22; Col 3,22; Rom
1,1; 1Co 9,21; Ef 4,22. Pablo siervo de Jesucristo como se llama a
sí mismo.
Por tanto la Religión es un servicio necesario: servicio que se
convierte en un privilegio mientras más la practicamos. La vida cris-
tiana es aquella que identifica el placer y el deber [porque la plena
sumisión a Dios (deber) es lo más armónico con la naturaleza hu-
mana (placer)] cuando practicamos lo que es perfecto y verdadero,
en que el servicio de Dios es perfecta libertad. Este es el estado al
cual tendemos, el que ya tienen los Ángeles: su entera sumisión a
Dios es su felicidad, captura total de su voluntad a la voluntad de
Dios, ¡y en esto su alegría!
La mayor parte de nosotros no obramos así sino parcialmente.
Por nuestra regeneración nosotros recibimos la semilla de verdad y
santidad en nuestro interior, una nueva ley ha sido introducida en
nuestra naturaleza [como efecto del bautismo]. Pero tenemos que
someter el hombre viejo corrompido: tenemos que dominar todo lo
75
que somos, desterrando todo desorden, tenemos que imprimir la
servidumbre de Cristo en nuestro cuerpo y mente, hasta que sea-
mos enteramente de Cristo, en voluntad, afecto y razón, ʺarrojando
fuera de nosotros imaginaciones y pensamientos contrarios a los
de Cristo, capturando cada pensamiento a la obediencia de Diosʺ
(2Co 10,5).
Lo dicho parece evidente, pero en la práctica nada tan difícil
como reconocer que están bajo la ley, sumisión incondicionada a
Cristo... Qué fácil es que uno se dispense la observancia de una
ley... pocos los que se proponen evitar toda excepción en la volun-
tad de Dios, que no hagan reservas, lo que significa quedarse ellos
como dueños de su conciencia con poder de autodispensarse.
Gente correcta, educada, puntual, que no dice todo lo que se
le ocurre... persona ʺdignaʺ, pero ésta encuentra momentos en que
su ʺmanera de serʺ, su ʺeducaciónʺ encuentra un obstáculo en un
querer divino... Aquí está su prueba, su ʺjuicio de Diosʺ [ʺJuzga a
Diosʺ aquel que se siente autorizado para prescindir, en ocasiones,
de la voluntad de Dios]. ¿Seguirá a Dios o se seguirá a sí? ¿A Dios
o al mundo en lo que la ley de Dios se separa de la ley del mundo?
Obra bien en 99 ocasiones sobre 100, pero en una conscientemen-
te, libremente, dándose cuenta que obra mal, rechaza el dominio
de Dios. Y si no se justifica, ¡al menos se absuelve!
Ejemplo: Generalmente va a Misa, es lo ordinario, pero hay
momentos en que la tentación lo presiona ¡y cede!... Es veraz nor-
malmente, pero en este caso en que se presenta la prueba: ¡des-
obedecer a Dios o incurrir en una molestia temporal! Es general-
mente temperado, pero cuando está con determinados amigos
rompe la ley ¡y se defiende de obrar así! ¿Por qué arrepentirse de
lo que hace, apenas de tarde en tarde? Y son benignos consigo y
benignos con lo que los demás hacen. Ser amigos del mundo signi-
fica simpatizar con sus pecados: Excusarles... ¡justificarles!
Los que son estrictos consigo lo son con el mundo; los que
consigo son laxos, son también inclinados a juzgar con indulgencia
las faltas de los demás (criterio sobre los limitaciones [es decir, an-
ticonceptivos], divorcios, fiestas...). Conscientes de lo que puede
decirse contra ellos, son cautos en lo que dicen de los demás: ¡hay
mucho que disimularse mutuamente!... No son malos. ¡Son laxos,
flojos! No viven bajo reglas... Son amables... pero como no están
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arraigados en Dios, un accidente cualquiera los hace torcer. Niegan
la idea de estar bajo ley, y piensan que una Religión así es triste...
Siguen su propio camino: el de la corrección a su manera.
Un hombre religioso debe apartar sus ojos de lo que inflama
su corazón, recordando el aviso del Señor, pero un hombre autó-
nomo no ve el peligro... ¡si no, va a llegar más lejos! Un hombre re-
ligioso guarda sus palabras, pero el otro usa lo que le sale, con la
excusa de que no pretende nada malo. Es caritativo, pero en políti-
ca allí sí se permite juicios... En negocios son correctos, pero en
ciertas circunstancias parecen pensar que no fuera su deber seguir
siendo honestos, sino el deber de los otros ʺpillarlosʺ... Pueden te-
ner una norma justa, a menos que se hallen con una persona de
quien mucho se teme o se espera...
Estos son algunos rasgos de una religión fácil, religión munda-
na, que encierra valores cristianos pero protesta de su intransigencia
y de su intolerancia. Esta es la religión contra la cual San Pablo nos
amonesta cada vez que habla del Evangelio como de una ley y de un
servicio, de un hacer la voluntad de Dios en dondequiera y en lo que
quiera que Dios lo haya colocado. E insiste porque prevé las contra-
dicciones: Santiago dice: ʺEl que observare toda la ley, menos un
punto, es reo de toda la leyʺ (St 2,10). ʺEl que quebrantare el
menor de mis mandamientos será el menor en el Reino de los
cielosʺ (Mt 5,19). Si nuestra justicia no fuera mayor que la de los Es-
cribas y Fariseos (parcial) no entraremos en el Reino de los Cielos
(cf. Mt 5,20). Y cuando vino el joven que había observado toda la ley,
y al preguntar qué más le faltaba, le señaló ʺlo únicoʺ que le faltaba, y
cuando su obediencia quedó incompleta por esta desobediencia se
marchó triste como si el resto no contara para nada, y Jesús añadió:
¡qué difícil es para los que confían en las riquezas entrar en el Reino
de Dios! (cf. Mc 10,17-22).
No nos engañemos: lo que Dios nos pide es observar su ley, o
al menos aspirar a cumplirla, no contentarnos con nada menos que
con la obediencia perfecta, intentarlo todo, aprovecharnos de los do-
nes de Dios y arrojarnos no antes, sino después, en la misericordia
de Dios por nuestra falta [Es decir, apoyados en la gracia, no renun-
ciar a buscar con empeño ser fieles a Dios, y no abusar de la mise-
ricordia como un motivo para permitir el pecado.]
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Esta doctrina para algunos es tan absoluta que llegan a afirmar
que no es cristiana. Dicen que nada legal, nada impuesto es cris-
tiano, ¡sino lo que procede de impulsos del corazón! Cristo cumplió y
abolió la ley, ¡y nos basta con la fe! Otros más suavemente piensan
que es imposible que la Religión sea tan estricta ya que Dios es Pa-
dre. Admiran la Religión como un ʺtodoʺ pero sin bajar al detalle, y
menos sin pretender llegar tan lejos... Admiran la Religión, aprecian
su ventaja... pero no aceptan sus exigencias lógicas... Su pelea con
la Religión se basa por tanto, no en tal o cual exigencia, sino en que
es religión: en que obliga. La naturaleza tiende a la tierra y Dios está
en el cielo... Si quiero viajar al Norte y todos los caminos llevan al Es-
te, me quejaré de los caminos... y si intento mi viaje no hallaré más
que obstáculos. Así los que no tienen fuerza para tomar la Religión
sino que coquetean con el mundo... y se quejan de que la religión se
opone a sus inocentes placeres y deseos.
San Pablo, por el contrario, agradece a Dios porque sus her-
manos han obedecido de corazón la forma de enseñanza en que
han sido libertados. Los cristianos hemos sido moldeados en cierto
molde: mientras permanecemos en él no nos damos cuenta que es
molde, o que tiene límites, pero cuando nuestros corazones quieren
partir a una mala dirección nos damos cuenta que estamos limitados
y nos consideramos en prisión. Es la ley de la naturaleza que pelea
con la ley del Espíritu. ¡Resolvámonos a obrar! Dios no puede cam-
biar; su ley es eterna, nosotros debemos cambiar. Debemos encami-
narnos del lado del cielo.
Algunos hay que con toda franqueza sacan la consecuencia de
su posición y afirman que la Religión es antinatural... que está muy
bien que los ministros de Religión prediquen una doctrina elevada,
pero que los hombres son los hombres, que la vida no puede ser un
peso, ¡¡que Dios nos envió para gozar y que por tanto no nos castiga-
rá después!!
Claro: esta vida es para gozar, ¡pero para gozar en el Señor!
Seguir la ley de nuestra naturaleza. [Se expresa aquí una convicción
fundamental que anima toda esta meditación: la voluntad de Dios y
sus mandamientos están en perfecta armonía con lo más auténtico
de nuestra naturaleza, por ello, actuar conforme a la ley de nuestra
naturaleza es actuar de acuerdo al querer de Dios. El pecado, por
el contrario, va contra nuestra naturaleza (por eso es pecado)]. Sí,
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¡de nuestra naturaleza elevada! Estamos bajo la ley de Gracia. Si
sentimos que pesa la carga, vamos a Él pidiendo Gracia. ¡Busque-
mos su Faz y hallaremos su ayuda y salvación!
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MEDITACIÓN DE LA MUERTE
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Y no digo que el amor no sea hermoso, que a veces muy
tierno, muy profundo, pero si no fuera más que aquí abajo... que
durara cincuenta años ¡que horriblemente desesperante! ¿Engen-
drar hijos para no verlos más? ¿Amar y desaparecer?
La salud mental. En el país [Estados Unidos] de los
28.000.000 de automóviles, según [Alexis] Carrel, 1 de cada 13 en
el manicomio según mis estadísticas. Visité un hospital, el Santa
Elis, ¡creo que 19.000 alienados! ¡Una ciudad!
Las facultades cerebrales se gastan, disminuyen: la vista se
acorta, los ojos ya no se deleitan en los colores; los oídos se endu-
recen, no perciben las armonías; los pies ya no pueden llevarlo a
las montañas... las ideas se oscurecen, ¡y las últimas etapas de la
escala de la vida el hombre las sube solo, triste, melancólico! Des-
pués de mirar una vida en que ha habido mucho dolor, muchas cri-
sis, muchas desuniones, se piensa a veces en el fracaso. Se cree
en el amor y se ve a la policía en la casa para separar a los hijos;
se ha predicado la unión y se ve la disputa del trozo de oro… [por
la herencia].
¿Es esto vivir? ¿Puede acaso satisfacernos una existencia
así?
[Si la vida no es más que esta vida terrena, sin trascendencia,
por feliz o triste que sea, carece de sentido. Una existencia que se
cierra en los límites de este mundo, es indigna del hombre que tie-
ne ansias de vivir y de vivir en plenitud.]
Y cuando se vive para la carne, ¡¡no hay más!!
Si la vida no es más que esta vida terrena, sin trascendencia,
por feliz o triste que sea, carece de sentido. Una existencia que se
encierra en los límites de este mundo, es indigna
La grandeza de nuestro espíritu. [Comienza la parte positiva
de la meditación]
Nuestra alma es espiritual. En metafísica se prueba. Nuestro
espíritu es simple, indestructible, incorruptible. Tiene, en cuanto
espíritu y creado, una naturaleza semejante a la de Dios. Nada de
materia, ni por más ligera que se imagine: espíritu. Sustancia sim-
ple, sin partes, todo su ser concentrado en algo inespacial, pero
que es capaz de producir lo inespacial como las ideas abstractas.
Creado por Dios a su imagen y semejanza. Semejante en su natu-
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raleza y semejante en sus tendencias: Con hambre irresistible de
bien, de bueno, de bello, de verdadero: siempre pide más y más.
Lo de San Agustín. [ʺPorque nos has hecho, Señor, para ti y nues-
tro corazón está inquieto hasta que repose en tiʺ.]
Todo lo de aquí abajo lo cansa, no lo llena. Por más grande
que sea su amor, siempre le queda una apetencia para algo mayor.
Por eso que el hombre es el rey de la creación. Porque es el único
capaz de comprender y de tender a lo infinito. Vivir... recordar
nuestro destino. Lo infinito: Lo que no tiene límites en todo lo que
es perfección.
Dios: que es bello, más que el sol naciente; tierno, más que el
amor de una madre; cariñoso, íntimo, más que el momento más de
cielo en el amor; fuerte, robusto, magnífico en su grandeza. Santo,
santo, santo, sin mancha. ¿Qué puedo yo soñar en el rapto más
enloquecedor? Eso será realidad en todo lo que tiene de belleza, y
mucho más... ¿Comprensión, ternura, intimidad, compañía...? ¡Sí,
la tendré y sin manchas! [Si las experiencias humanas más hermo-
sas tienen su cumbre en el amor ¿a qué grado llegará la felicidad de
los santos en el cielo? Si en esta vida podemos experimentar e ima-
ginar profundos momentos de felicidad, ¡cuánto más plenitud de feli-
cidad se encontrará en el cielo!].
Y la eternidad... no en sombra de segundos, o años de se-
gundos, para siempre. In aeternum! ¡¡Sin mudanza, sin ocaso!!
Vivir la eternidad. Mirar a la eternidad en los momentos de depre-
sión. Esto pasa... ¡¡Eso no!! Esto es una hora, ¡¡aquello eterno!! No
dejarse pescar por ningún anzuelo temporal.
Mirar mi vida a la luz de la eternidad. Mis amores a la luz de la
eternidad... Mi profesión... el uso de mi tiempo... a la luz de la eter-
nidad. Los sacrificios que Dios me pida... Mi vida de estudios, el
tiempo que dé a esas realidades tangibles, mudables, sombra de
realidad, frente a la gran realidad, la eterna... ¿Qué tiene esto que
ver con la eternidad?ʺ.
[ʺEn toda vida que aspira a centrarse ha de estar presente co-
mo en Luis Gonzaga el pensamiento: ¿De qué me sirve esto para la
eternidad? Este pensamiento ha de ser el que reduzca los juicios y
apreciaciones a su verdadero valor, el que aliente en la humillación,
el que impulse a todos los grandes heroísmos, incluso a perder la
83
vida, y lo que es más a perderla gota a gota por poseer a Dios y ser
poseído de El por una eternidadʺ.]
La santidad a la que Dios me llama, que me parece austera; la
vida de oración, las mortificaciones, mi apostolado, en el que me
roe el desaliento... a la luz de la eternidad... El apostolado que es
ʺalmas para la eternidadʺ almas que sean felices por una eter-
nidad, librarlas de un incendio. La Acción Católica... el sacerdocio...
las misiones... La China, el Congo... Los Padres Jesuitas [muertos]
en el Congo; el Padre [San Isaac] Jogues [1607-1646] y [San Jean
de] Brébeuf [1593-1649] en Canadá [que sufrieron de los más crue-
les martirios por parte de los iroqueses]; el Padre [Damián de] Veus-
ter [ss.cc.] en leprosería [que entregó su vida en 1889, asistiendo a
los leprosos en la isla de Molokai (Hawaii)].
Toda la santidad, a la luz de la eternidad: ¡¡Eso es vivir!!
Alegría, ¡y qué feliz se vive cuando se piensa en lo eterno! Allí
está mi morada... ¿Dolores? Pasan, pero la eternidad permanece.
¿Muerte? No, un hasta luego, sí ¡hasta el cielo! ¡Hasta muy pronto!
¿Pobreza? Pero si se aligera gran valor allí. Bienvenido. ¿Enfer-
medades? La deformidad pasará y con mis ojos veré a Dios para
siempre (cf. Job 19,25-27). ¿Qué puede turbar a quien mira lo
eterno? Con razón decía Santa Teresa: Nada te turbe; nada te es-
pante... ¡Sólo Dios basta! Es el invencible, el inconfundible, el que
siempre ríe, el constante, el esforzado, el caritativo... el que todo lo
mira a esa luz, la gran luz, ¡¡la de lo eterno!!
¡Ley, la gran ley, la de lo eterno!
¡Señor, qué pocos piensan así! ¡Que poco pienso yo así! Y só-
lo así se piensa en cristiano, ¡y toda otra visión de la vida es paga-
na! Pero esta visión es imposible sin una vida de intensa oración,
sin recogimiento, sin meditación, pero cualquier sacrificio vale la
pena por este tesoro. [La visión de fe y de eternidad sólo se alcanza
por medio de una intensa vida de oración.]
Recordemos lo que decía el Señor: El Reino de los cielos es
semejante a un hombre que descubrió un tesoro, y habiéndolo
descubierto, ¡vendió todo para comprar aquel campo! (cf. Mt
13,44). Venderlo todo. Es lo que han hecho los santos, los márti-
res, es lo que hacen los cristianos de verdad.
Lo que es la vida eterna.
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Poseer a Dios... y llenar eternamente con nuevos y nuevos
aspectos mi inteligencia sedienta de verdad. No es mirar y saciar-
me, sino penetrar y ahondar un libro inagotable, porque es infinito y
mi inteligencia permanece finita. Es un viaje infinitamente nuevo y
eternamente largo. [La eterna novedad y el carácter atractivo de la
vida eterna supera infinitamente todas las realidades de la tierra,
aún las más atractivas y novedosas.]
Hay momentos en que uno tiembla de ser perturbado: tan be-
lla es la armonía, tan interesante el pensamiento; más armoniosos
y más profundos serán los conocimientos del cielo. Y esto, por toda
una eternidad, sin temor que nadie nos perturbe.
Éxtasis de amor en el amor. Madres, ¿de dónde sacasteis,
madres, el amor? ¿Bestias de la tierra por qué queréis a vuestros
hijos? ¿Gallinas quién os enseñó a querer a vuestros pollitos? ¡El
amor sin fin de Dios! ¡Dios es Amor! (1 Jn 4,8). Y Él nos amará, y lo
amaremos sin sombras, sin temor de malos entendidos. [El amor, la
experiencia humana más hermosa, no es sino un reflejo, una som-
bra, del verdadero amor que se identifica con Dios, puesto que Dios
es amor.]
Jesucristo... Lo que decía el pastor protestante: ¡Iría sobre mis
rodillas, si me dicen que está en Persia! [ʺYo te aseguro:] Hoy esta-
rás conmigo en el Paraísoʺ le dijo Él al Ladrón (cf. Lc 23,43). No
había para que decirle: en el paraíso, porque estar con Jesucristo
es el Paraíso. Cuando los Apóstoles vieron un rayito de su luz: Qué
bueno sería quedarnos aquí. Hagamos tres tiendas... Cuando las
turbas lo oían lo seguían y no lo dejaban ni siquiera descansar.
¡Jesucristo! El corazón más noble, el amigo por excelencia, el que
posee todos los secretos de la grandeza humana. En el cielo, junto
a mí, será mi amigo, mi maestro. Lo que decía San Juan de la Cruz
(Poesía), Amado Nervo, San Ignacio de Antioquia, el Padre Bré-
beuf. ¡Vivir es vivir con Él! ʺSi alguno tiene sed, venga a mí y be-
baʺ (Jn 7,37).
Los seres amados en Cristo, poseídos en Él también en el cie-
lo. [En el cielo Dios mantiene los lazos humanos que ha establecido
en la tierra. Nada bueno se pierde en el cielo, al contrario, todo se
eleva y plenifica]. Vivir con mi madre... Qué ganas de volver a ver a
los seres queridos. En el momento en que el alma se separa de su
envoltura y, purificada, penetra en el cielo: la separación ha termi-
85
nado, y esa madre querida nos echará los brazos y el beso de su
amor se estampará en lo más hondo del ser, y la ausencia estará
terminada: Vivir, conversar, mirarse, unirse... sin que nada los se-
pare porque ambos amarán lo mismo, verán las cosas en la misma
forma, no habrá el temor de una incomprensión, y nada, ni la muer-
te, que no existirá, ni el cansancio, ¡¡ni el sueño vendrá a turbar es-
te amor que será eterno!!
¡Vivir! ¡Esto es vivir!
[Más arriba, ante una existencia cerrada a la trascendencia,
nos habíamos preguntado: ʺ¿Esto es vivir?ʺ, y ahora, describiendo
la apertura del hombre a la eternidad respondemos: ʺEsto es vivirʺ].
Es realmente digno de un Dios infinito esta comprensión de la
vida. Y cuando miro al cielo estrellado. Millones de astros. ¿Distan-
cias? Tan grandes... hallo aquí otra grandeza, digna de quien así
supo crear el mundo.
[ʺLa astronomía nos lleva a Dios. Distancia: la luna a 384.000
km. ¡Al sol llegaría después de 170 años un tren a 100 km/hora!
(la luz en cambio recorre ese espacio en 8½ minutos). La estrella
fija (las que no tiemblan) más cercana: el Alfa Centauro está
260.000 veces más lejos de nosotros que el sol, en tren expreso
demoraríamos 48 millones seiscientos sesenta y tres años. Y los
modernísimos telescopios descubren estrellas que deben estar
2.300 veces más lejos que el Alfa Centauro. Y detrás de esto... El
hombre siente que su alma se inunda del pensamiento de Dios,
infinitamente majestuoso... que con un solo pensamiento creó las
estrellas y fijó el eje del universo. Como Pasteur al ser recibido en
la Academia Francesa: ¿Qué hay más allá de la bóveda estrella-
da? ¿Una nueva bóveda llena de estrellas? ¿Y más allá?... No hay
más que caer de rodillas. ¡Qué difícil es calcular el camino de los
diversos trenes, evitar choques, obtener puntualidad...! ¡Y cuantos
choques! Y los millones de trenes de la bóveda celeste... que co-
rren por millones de km ¡no se desvían ni un centímetro ni se atra-
san jamás!ʺ].
El mundo es grande; ¡hizo al hombre rey y le dio un destino
digno de Él!
Cuando miro el viaje desde el cielo a la tierra... Desde el amor
del Padre a la cruz, ¡algo muy grande debe haber pretendido! No
86
se explica tamaña humillación sino por un motivo muy grande. ¿Por
qué el Padre nos ha dado su Hijo? Por algo muy grande: Para dar-
nos la vida... pero ¿qué vida? La vida divina: ʺYo he venido para
que tengan vida y la tengan en abundanciaʺ (Jn 10,10). Vino a
hacernos sus hijos, verdaderos hijos de Dios, hijos verdaderos de
Dios y, por tanto, herederos del cielo. En el ʺcredoʺ cada día: ʺPor
nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, descendió de los
cielos...ʺ [versión larga, el llamado Credo Nicenoconstantinopoli-
tano.]. ʺPara que recibiéramos el ser hijos por adopciónʺ (Gál
4,5).
¿Demasiado bella esta doctrina? Sí, ¡demasiado para nuestra
concepción humana! Imposible para la cabeza y el corazón de un
hombre... y por eso quien no se resigna a entrar en los planes de
Dios, quedará extraño a la fe cristiana.
ʺAhora no podéis con elloʺ, decía el Señor aun a los Apósto-
les. [El texto del Evangelio destaca la grandeza de la revelación y
la incapacidad de los discípulos para comprenderla: Mucho tengo
todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello cuando venga
él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa;
pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os
anunciará lo que ha de venir (Jn 16,12-13).]
ʺSeñor, dame de beber, dame de esa aguaʺ (cf. Jn 4,15). En
verdad te digo, que si un hombre no nace de nuevo no puede ver el
Reino de Dios. ¿Cómo puede un hombre nacer de nuevo cuando
es viejo? ¿Puede acaso entrar una segunda vez en el vientre de su
madre y nacer de nuevo? En verdad te digo que si un hombre no
nace del agua y del Espíritu Santo no puede entrar en el Reino de
Dios. Porque, ¡lo que ha nacido de la carne es carne y lo que ha
nacido del espíritu, es espíritu! Y con fuerza dice Jesús: En verdad,
en verdad te digo que hablamos de lo que sabemos, y damos tes-
timonio de lo que hemos visto. ¡Y tú no recibes nuestro testimonio!
¿Cómo vas a creer si te hablo cosas celestiales? Ningún hombre
ha subido a lo alto, y para que pueda ascender, el Hijo del Hombre
ha descendido de lo alto... Y como Moisés levantó en alto la ser-
piente para salud temporal, y como símbolo de mayores bienes, así
debe el Hijo del Hombre ser puesto en alto, para que todo el que
cree en El no perezca, sino que tenga la vida eterna [Cf. Jn 3,3-15].
¡Magnífica prueba del Maestro! Y continúa San Juan: ʺPorque así
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amó Dios al mundo que le dio su único Hijo para que todo el que
crea en Él no perezca y tenga la vida eternaʺ (Jn 3,16). Leer todo
el pasaje [inicio del Evangelio de San Juan]: ʺLas tinieblas no lo
recibieronʺ (Jn 1,5), pero ʺel que hace la verdad llega a la luzʺ
(Jn 3,21).
¡Señor que haga yo la verdad, para que llegue a tu luz, luz in-
defectible, luz alegre, luz verdadera!, ¡¡luz que es vida!!
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LA MUERTE
90
facio de los Difuntos: ʺPara tus fieles Señor, la vida no fenece, y
deshecha la casa de esta habitación temporal se nos da eterna e
incomparable habitación en la Gloriaʺ.
Lo veremos a Él cara a cara, a Él nuestro Dios que hoy está
escondido. Veremos a su Madre, nuestra dulce Madre, la Virgen
María. Veremos a sus santos, sus amigos que serán también los
nuestros; hallaremos nuestros padres y parientes, y aquellos se-
res cuya partida nos precedió. En la vida terrestre sólo los cono-
cimos por los sentidos, medios precarios e imperfectos, y no pu-
dimos penetrar en lo íntimo de sus corazones, pero en la Gloria
nos veremos sin oscuridades ni incomprensiones. Muchos se
preguntan si en la otra vida conoceremos a los seres queridos.
La iglesia nunca ha dado una definición sobre este punto, pero
en su liturgia encontramos la respuesta. En la misa que el sa-
cerdote reza por sus padres difuntos, pide: ʺSeñor, a mi padre y
a mi madre haz que en la región de los vivos yo los veaʺ.
Por otra parte, conociendo la manera de obrar de Dios ¿no
sería una burla extraña en su proceder la de poner en nuestros
corazones un amor inmenso, ardiente hacia seres que para no-
sotros son más que nosotros mismos, si ese amor estuviese lla-
mado a desaparecer con la muerte? Todo lo nuestro nos acom-
pañará en el más allá, ¿acaso esos amores tan profundos están
llamados a olvidarse o quedar insatisfechos? No. Dios no rompe
los vínculos que ha creado; Dios no se arrepiente de sus dones,
antes bien es fidelísimo. Una firme esperanza late en mi corazón
fundada, no en los méritos humanos, sino en el amor de Dios:
que Él tomará las manos suplicantes que se extienden hacia el
desaparecido y las guiará hacia Él de modo que vuelvan a ayu-
dar y acariciar el alma amada.
Pero por encima de todo, el gran don del cielo es estar pre-
sentes ante Dios. ¡Qué más puedo necesitar! En Él tengo para
siempre un abrigo, una presencia, una proximidad, una patria, un
hogar, un compañero vivo, con el que he caminado en la tierra,
aunque sin conocerlo, un apoyo por toda la eternidad. No me de-
jará caer en la nada, alimentará eternamente mi ser. Cuando to-
das las estrellas se hayan puesto para siempre, una estrella úni-
ca, Dios, seguirá fija en el cielo del alma. Donde quiera me vuel-
va siempre estaré ante Él.
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¿Cuál será la sorpresa y la alegría del cristiano al terminar
su vida terrena y ver que su prueba ha terminado? Los dolores
pasaron, y ha llegado aquello por lo cual luchó y se sacrificó.
¡Qué precio tan barato por una Gloria eterna! Algunos años difí-
ciles ¡Pero qué cortos fueron! ¡Qué cosa tan despreciable es la
vida humana mirada en sí misma! ¡Qué grande si se considera
en sus efectos eternos! ¡Es como una semillita pequeña y barata
que germina y madura para la eternidad!
Mirada como un fin en sí, esta vida es pequeñísima, es po-
co más que un accidente de nuestro ser. No es más que un cor-
to estadio de prueba, cuya única razón es responder si amamos
a Dios o no. Estamos en este mundo como los jugadores en el
estadio para jugar. ¡La vida es una especie de sueño! Un sueño
serio porque todo lo que hacemos determina nuestro eterno des-
tino. [Es una paradoja: por un parte, la vida, considerada en sí
misma, tiene poco valor, pero, por otra parte, esta vida es el único
camino hacia la eternidad, y por ello adquiere un valor casi absolu-
to, pues tiene consecuencias eternas.]
El alma cristiana que quiere vivir su fe debe considerarse en
comunión con los ángeles y santos; y su vida escondida con
Cristo en Dios (cf. Col 3,3). Tiene su sitio junto a Él, y no aquí
abajo, en esta feria que no es nuestro destino. Esta vida es pre-
ciosa en cuanto nos revela, en sus sombras y figuras, la existen-
cia y los atributos del Dios Todopoderoso; es preciosa porque
nos permite tratar con almas inmortales que están como noso-
tros en la prueba, es preciosa porque nos permite ayudarlas a
conocer a Cristo y nos permite remover los obstáculos que el
mundo ofrece a la gracia, nos permite hacer de esta tierra algo
menos indigno de Dios. Algo que revela aunque en forma imper-
fecta la belleza anticipada de la Gloria.
Esta vida vale, en la medida en que es la escena y el medio
de nuestra prueba, pero más allá no puede aspirar a imponerse
a nosotros. Es una especie de sombra sin sustancia. ʺVanidad
de vanidades, todo es vanidadʺ (Qo 1,2). Ricos o pobres, jóve-
nes o viejos, apreciados o despreciados: esto no debe afectar-
nos más, elevarnos o deprimirnos, que si fuéramos actores de
una comedia en que tenemos papel diferente.
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¿Dolores? En esta vida tendremos dolores, pero los dolores
no son puro castigo, como tampoco morir es puro castigo. Es be-
llo poder sufrir por Cristo. El primero sufrió por nosotros. Bajó del
Cielo a la tierra a buscar lo único que en el Cielo no encontraba:
el dolor y lo tomó sin medida por amor al hombre. Lo tomó en su
alma, lo tomó en su imaginación, en su corazón, en su cuerpo y
en su espíritu, porque ʺme amó a mí, también a mí, y se entregó
a la muerte por míʺ (cf. Gál 2,20). Después de Él, María, su Ma-
dre y mi Madre, es Reina del Cielo porque amó y sufrió. El gran
privilegio del hombre es poder sufrir: padecer hambre, tedio, so-
ledad y cansancio; poder sufrir por quien nos dio la vida. En esto
superamos a los ángeles. Ellos no pueden sufrir, ni morir. Noso-
tros sí, tenemos el privilegio que tienen las flores, exhalar la fra-
gancia y cuando ya no queda más que entregar dejar caer, uno a
uno, los pétalos en supremo homenaje a Aquel que nos lo dio todo.
La vida ha sido dada al hombre para cooperar con Dios, para
realizar su plan, la muerte es el complemento de esa colaboración
pues es la entrega de todos nuestros poderes en manos del Crea-
dor. Que cada día sea como la preparación de mi muerte entre-
gándome minuto a minuto a la obra de cooperación que Dios me
pide, cumpliendo mi misión, la que Dios espera de mí, la que no
puedo hacer sino yo.
[Este último párrafo une dos conceptos centrales de la espiri-
tualidad del P. Hurtado: el de la cooperación con Dios y el de la do-
nación de sí mismo. El primer concepto es activo, y llama a entre-
garse con todo el empeño y las energías a la cooperación con
Dios, para realizar lo que pide a cada uno en particular, misión en
la que cada uno es, en cierto sentido, irreemplazable (ʺlo que Dios
espera de mí, no lo puedo hacer sino yoʺ). El segundo concepto es
pasivo, e invita al abandono, a la sumisión, a la pérdida de sí mis-
mo, en definitiva a la donación de sí. La pérdida o donación total de
sí, es decir, muerte, para el cristiano, se verifica minuto a minuto al
entregarse a la obra de cooperación con Dios.]
La muerte es la gran consejera del hombre. Ella nos muestra
lo esencial de la vida, como el árbol en el invierno, una vez despo-
jado de sus hojas, muestra el tronco. Cada día vamos muriendo,
como las aguas van acercándose, minuto a minuto, al mar que las
ha de recibir. Que nuestra muerte cotidiana sea la que ilumine
93
nuestras grandes determinaciones: a su luz, a su antorcha resplan-
deciente, qué claras aparecerán las resoluciones que hemos de
tomar, los sacrificios que hemos de aceptar, la perfección que he-
mos de abrazar.
El gran estímulo para la vida y para luchar en ella, es la muer-
te: motivo poderoso para darme a Dios por Dios. Y mientras el pa-
gano nada emprende por temor a la muerte, el cristiano se apresu-
ra a trabajar porque su tiempo es breve, porque falta tan poco para
presentarse a Aquel que se lo dio todo, a Aquel a quién él ama más
que a sí mismo. [La contemplación de la muerte y la esperanza en
la vida eterna, lejos de desinteresarnos por esta vida, son el verda-
dero estímulo para comprometerse con mucha seriedad con las
realidades de la tierra. La vida eterna otorga sentido y da un carác-
ter absoluto a nuestra vida actual]. ¡Apúrate alma, haz algo grande
y bello que pronto has de morir! ¡Hazlo hoy y no mañana que hoy
puede venir Él a tomar tu alma!
Si comprendemos así la muerte, entenderemos perfectamente
que, para el cristiano, su meditación no le inspira temor, antes al
contrario, alegría, la única auténtica alegría. Por eso escribía Tere-
sa de Jesús:
97
EL INFIERNO
4
La meditación sobre el infierno no tiene por objetivo atemorizar a los
cristianos, sino considerar en todo su dramatismo las consecuencias del mal
uso de la libertad, es decir, del pecado: el Hombre puede actuar contra Dios
mismo y excluirse de su comunión para siempre. Sólo la consideración seria
de la gravedad del pecado permite comprender la radicalidad y gratuidad de
la misericordia y del perdón que Cristo nos ofrece.
5
Reacciona contra el error modernista que propone un desarrollo dis-
continuo del dogma.
98
repetida de Cristo. [El P. Hurtado menciona catorce lugares en que
el Nuevo Testamento habla del infierno].
La parábola de la cizaña: El Hijo Hombre enviará sus ángeles
y quitarán de su reino todos los escándalos y a los que cometen la
iniquidad los arrojará en el horno ardiente, donde habrá llantos y
crujir de dientes (Mt 13,41). La pesca: Los ángeles separarán los
malos de justos y los arrojarán al horno. Llantos y crujir de dientes
(Mt 13,49). Sentencia de cólera, parábola de las 10 vírgenes, de
los talentos, de las cabras y ovejas. En el servidor injusto, el dueño
lo hace entregar a servidores hasta que hayan pagado hasta el fin.
Banquete nupcial: al que está sin ropa de etiqueta: ligado de pies y
manos a las tinieblas exteriores allí el llanto y el crujir de dientes.
ʺVi a Satanás...'ʺApartaos de mí, malditos...ʺ (cf. Lc 10,18; Mt
25,41).
Cristo no es sólo el Dios de misericordia. Es el Dios a quién su
alma revuelve la pasión por la justicia de Dios, que arroja vendedo-
res, que maldice la higuera, símbolo de Israel, que en la buena y en
la mala estación permanece estéril.
Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, al Señor echando conde-
nados. ʺTerrible caer en manos del Dios vivoʺ (Heb 10,31). ¡20 de
junio en Alemania! [El 20 de junio de 1948 comenzó el bloqueo
soviético a Berlín]
Daño: ʺApartaos de mí, malditosʺ (Mt 25,41).
Fuente de todo ser, Dios, no puede crear sino a su imagen,
por tanto, toda creatura inteligente y libre no podrá alimentarse
sino de la misma Verdad, de la misma Belleza y de la misma Bon-
dad, que hacen la eterna felicidad de su Autor. Concebidos bajo el
mismo tipo, dotados de naturalezas análogas Dios y el hombre el
mismo fin.
La clave de todo el problema: No hay a nuestro alcance más
que un solo bien, el infinito. Porque más allá del placer gastado, de
la verdad percibida, comprendemos que hay más que podríamos
gozar, saborear, contemplar y que lo gozado apenas si es en con-
sideración de lo que falta... menos de una gota de agua ante lo infi-
nito. [Todos los beneficios actuales no satisfacen al hombre, sino
que lo impulsan a aspirar a algo siempre mayor.]
99
Aquí abajo, remplazamos la intensidad del placer con la varie-
dad, como el niño que pasa de un juguete al otro. Pero cuando lle-
gue el momento en que esos objetos nos falten, atormentados por
un hambre que nada podrá apaciguar, comprenderemos perfecta-
mente qué verdad buscábamos en esos pedazos de ciencia; a qué
felicidad aspirábamos en esos placeres... hasta los más vulgares
se darán cuenta de eso que atormenta ya aquí abajo a las almas
nobles: Que un solo bien hay que pueda saciarlos: el infinito...
Para castigarlo bastaría, pues, a Dios rehusar al hombre un bien
único que todo ser reclama: Sin nada más que eso lo alcanzaría has-
ta en lo más íntimo de su ser. Para castigar le basta a Dios retirarse.
Es la condenación: la privación de Dios. Y se seguiría que la inteli-
gencia ansiosa de luz yacería en las tinieblas; el abandono para la
voluntad ansiosa de afecto; en lugar del amor que hace felices, el pe-
so del odio que durará lo que Dios y el alma: la eternidad.
Dios insistió en la pena de sentido hablando con un pueblo tan
simple: y no puede no darse cuando así la describió con tanta insis-
tencia... Algunos santos la han experimentado... Pero lo más terrible
la pena de daño: Este sufrimiento nacido de adentro; este llama-
miento incoercible de todas las facultades hacia gozos que nada les
puede procurar, esta vida contra naturaleza que dura una eternidad
ha de ser más terrible que una sanción exterior. Ni uno solo si pudie-
se gritaría: Si yo pudiese, yo recomenzaría... No. Luego, fallamos.
Al deber, no hemos de ir por temor... pero no olvidemos un sen-
timiento, el único que nos podría detener en ciertos momentos. ¡Es
horrible caer en manos de un Dios vivo y ser tratado en justicia por
aquel que nos había creado para ser acariciados como hijos! (cf. Heb
10,31).
100
¿Y si hay infierno?: Dos capuchinos jadeantes oyen que un jo-
ven a caballo dice:
—Pobres padres... y si no hay cielo, ¿para qué tanto sacrifi-
cio?
—Pero, ¿y si hay infierno? ¿qué será de ti?
Y al anacoreta:
—¿Por qué tanto sacrificio?
—Para alcanzar el Paraíso.
—Buen chasco si no lo hay.
—El chasco será vuestro si hay otra vida.
101
DE LA DIVINA MISERICORDIA: JESUCRISTO
102
¿Vives como un infiel? Infieles eran los magos. ¿Eres usure-
ro? Usurero era el publicano. ¿Eres impuro? Impura era la meretriz.
¿Eres homicida? Homicida era el salteador. ¿Eres impío? Impío
era Pablo, porque primero fue blasfemo, luego apóstol; primero
perseguidor, luego evangelista... No me digas: ʺsoy blasfemo, soy
sacrílego, soy impuroʺ. Pues, ¿no tienes ejemplo de todas las
iniquidades perdonadas por Dios?
¿Has pecado? Haz penitencia. ¿Has pecado mil veces? Haz
penitencia mil veces. A tu lado se pondrá Satanás para desesperar-
te. No lo sigas, antes bien recuerda las 5 palabras ʺéste recibe a
los pecadoresʺ que son grito inefable del amor, efusión inagotable
de misericordia, y promesa inquebrantable de perdón.
103
SEGUNDA SEMANA
105
REINO DE CRISTO
I. La generosidad humana
Hay una palabra que caracteriza la vida normal y corriente de
nuestro tiempo: el espíritu burgués. Burgués viene de burgo, ciuda-
dano, quiere decir instalado, instalado cómodamente en las ciuda-
des, sin los traqueteos ni sacrificios de la vida del campo... Nuestro
siglo es siglo de vida cómoda. Tenemos tantos inventos que hacen
tan llevadera la vida, y el hombre como que se fuera instalando en
este mundo de comodidades, y fuera adquiriendo un espíritu co-
modón, individualista, egoísta... ¡Hay tantos indicios de esta menta-
lidad en la vida cotidiana!
Pero en medio de este mundo, en delicuescencia, hay siempre
almas que no se resignan a esa vulgaridad y mediocridad; hay los
perpetuos inconformistas con el mal del siglo, almas nacidas para
algo más grande. El Padre Guillermo Doyle, capellán militar en la II
Guerra Mundial escribía: ʺEsta guerra me tiene completamente
avergonzado de mí mismo. ¡Cuánta generosidad, cuánto sacrificio y
hasta desprecio de la propia vida! ¡Y nosotros, los seguidores del
Rey Crucificado, vivimos con tanta comodidad! ¡El nos perdone tal
cobardía y nos dé espíritus de heroísmo! Ciertamente que no era el
Padre Doyle quien tenía derecho a estampar esas líneas de su co-
bardía, pues fue un motivo de admiración permanente por su he-
106
roísmo encarnado, su espíritu de sacrificio sin descanso que levanta-
ba los ánimos de cuantos se le acercaban.
Y esta guerra que estamos viviendo, ha tenido el efecto de
arrancar a los hombres de su vida de indolencia y carnalidad, los
ha como electrizado y van ya ¡10.000.000 de soldados tendidos en
los campos de batalla... y más de 20.000.000 de civiles muertos en
la catástrofe...! Y cada día son miles de toneladas de dinamita que
se arrojan, son millones de hombres que juegan su vida, y la de
sus hogares, por una causa de su espíritu... Y ¡cuántos hay que
como voluntarios acuden al frente, a pesar de saber que firman su
sentencia de muerte! El fondo de este heroísmo es la convicción de
que hacen un uso digo de su vida. Uno de los soldados del Padre
Lenoir, Fred, dice al morir: ʺFrancia bien vale estoʺ.
[En Elección de carrera, el P. Hurtado describe el ministerio
del P. Lenoir, capellán durante la I Guerra Mundial: ʺLuis Lenoir,
que siempre llevaba el Santísimo en un copón de cuero sobre su
pecho para fortalecer a sus soldados antes de la batalla, ve a uno
de los suyos herido en lo alto de un monte, se arrastra hasta él con
los socorros del cuerpo y los del alma, entregando generosamente
su vida por salvar su almaʺ.]
En uno de los números del Readers Digest venía el caso de
un médico que llega a la China, joven, brillante doctor inglés, co-
rrectísimo, de finos modales, siempre vestido de punta en blanco,
con sus zapatos lustrados y su corbata, que como él decía ʺle re-
cordaba a la Patria lejanaʺ, sirviendo incansablemente como volun-
tario a los enfermos; no había operación delicada que no se le con-
fiara... No sabía chino, pero los chinos con sólo mirarlo adquirían
confianza... Había tal número de heridos que sólo se atendía a los
que tenían posibilidad de curación, a los demás se les dejaba en un
sitio para que murieran con el menor dolor posible... Pues bien, sus
ratos libres se iba a pasarlos entre éstos para consolarlos, ayudar-
los, estimularlos. Y todo, como lo más natural; estaba cumpliendo
su deber. Cuando pase esta guerra y se escriba la historia vamos a
ver rasgos de un heroísmo que nadie puede sospechar. ¡Hasta
dónde llega la naturaleza humana cuando tiene un ideal, cuando
adquiere conciencia de que vale bien la pena colocar la vida por al-
go grande!
107
En la historia de la humanidad, por más hundida que ha pare-
cido en ciertos momentos, el heroísmo siempre ha encontrado co-
razones dispuestos cuando se les ha presentado una causa que
vale la pena. La cruzada de Godofredo Bouillon; el eco que encon-
tró Pedro el Ermitaño que los hombres se habrían tenido por indig-
nos de vivir si no hubiesen respondido al llamamiento para libertar
la tierra en que murió el Salvador.
II. [Heroísmo de los santos]
Y cuando este heroísmo se encarna en un ideal religioso llega a
extremos inauditos. No hay más que recorrer la lista de los santos...
El idealismo humano no ha encontrado nada igual a las vidas de
esos hombres galvanizados por un ideal. Desde los Apóstoles, que lo
dejaron todo cándidamente por seguir a Jesús, y ofrendaron sus vi-
das, gozosos de ser hallados dignos de sufrir algo por el nombre de
Jesús... Los miles de mártires: esas niñas tiernas como Inés, Blandi-
na, la cieguecita Lucía; esa heroica mártir compañera de nuestros
padres del Japón que al ir a morir con su pequeño hijo, Ignacito, te-
miendo que flaqueara lo levanta y le muestra al Padre que lo bautizó:
ʺHijito mío, ¡no vayas a desfallecer! [Alusión a los jesuitas y francis-
canos martirizados en Nagasaki en 1597, que se celebran el 6 de
febrero]. Esos centenares, quizás millares de mártires mejicanos,
muchachos que iban a pelear por Cristo con un fusil más grande que
ellos; uno a quien, compadecido de él, el general callista [un general
seguidor de Plutarco Elías Calles, jefe máximo de la Revolución me-
jicana, adversario de PanchoVilla] le da un caballo para que lleve un
recado, con el ánimo de que escape, y vuelve a traer la respues-
ta, porque no quiere dejar escapar el martirio; nuestros padres
de España... el señor Tort, que alojó al señor Obispo de Barce-
lona en la guerra civil española y, momentos antes del martirio,
él da la primera comunión a su hijo.
[En otro retiro, el P. Hurtado narra la historia de Blandina: ʺ15
Agosto, 144 era cristiana. En Lyon se consagró un templo al re-
cuerdo de Augusto. Había allí una comunidad cristiana. Su Obispo,
Potino, nonagenario... Ni él ni los cristianos participaron en las fes-
tividades. Esperan la llegada del Legado Imperial, Marco Aurelio, el
futuro Emperador... Ordena prenderlos a todos. Entre ellos una
muchachita de menos de 20 años, había sido esclava, liberada al
108
hacerse cristiana, Blandina. Duro, imperioso el Legado la interroga:
—¿Tú nombre? Piensa un poco: — Christiane, vocor (así a veces
la llamaban, al pasar). —¿Condición? —Cristiana. — ¿Familia? —
Cristiana. El Legado pensó que era una burla, un desafío al Impe-
rio. ¡Al caballete con ella! Al final de la tarde se declararon rendidos
los soldados. Al día siguiente ante ella fueron ejecutados Potino,
sacerdotes, diáconos. Quedaban Blandina y un niño de 12 años:
Blandina para animarlo le decía: ¡Cristiano! Queda sola Blandina.
¿Por qué esa seguridad? ¡Cristiana!, responde. Ten piedad de tu
juventud, muchacha, le gritan: En la pista (¡recuerdo el circo!) en-
tran un toro furioso... Da varias vueltas, ve a la niña, la embiste, la
lanza en el aire y al caer ¡Cristiana!, repite. Al caer el sol, cesan los
juegos y la estrangulan. Al retirarse esos viejos galos decían: ¡Nun-
ca habíamos visto sufrir tanto a una mujer! (Todos estos datos en
el acta auténtica de los cristianos de Lyon a los del Asia Menor)ʺ.]
El heroísmo de nuestros Padres del Canadá que escriben
invitando a las misiones de Nueva Francia. El heroísmo de nues-
tros misioneros de Alaska, heroísmo disimulado con una sonrisa
irónica que no deja traslucir, ni siquiera a ellos mismos, la gran-
deza de lo que están haciendo. Un norteamericano que va a las
misiones polares y se encuentra con un misionero, delgado, se-
co que no come más que pescado helado... a una petición del
Obispo sacrificó lo último que le quedaba de consuelillo humano,
su pipa; en una choza a más de 40° bajo cero, tan baja que para
darse vuelta en la Misa decía: ʺEl Señor...ʺ; bajaba la cabeza, y
al otro lado de la viga, decía, ʺesté con vosotros...ʺ.
Cada año parten miles para las misiones; entran a los se-
minarios y noviciados; las Cartujas no están desiertas, ni las
Trapas, ni los conventos de carmelitas. Heroísmo sencillo como
el de nuestro Padre vicario que termina su labor de gobierno y,
con la mayor sencillez, pide ir a trabajar como simple misionero
al Congo. Otro profesor de teología, enviado por sus superiores
a enseñar matemáticas a alumnos de 6° año, que sabían más
matemáticas que él, y en la noche pasaba hasta las 2 y 3 de la
mañana sacando sus problemas, sin tener a quién consultar y
durmiéndose sobre sus problemas, y todo esto, con toda llaneza,
¡por Cristo!
109
Heroísmo de los jóvenes puros, alegres, abnegados, que
trabajan día tras día con un idealismo que no se da descanso;
siempre dispuestos a decir ʺsíʺ... Heroísmo de madres de diez
hijos, sin mayores recursos, porque Dios lo pide; de esposas que
tragan sus lágrimas por servir a sus maridos infieles, con la úni-
ca esperanza de salvar su alma...
Si viniera un Rey elegido de la mano de Dios —dice San Ig-
nacio— ¿qué harían los buenos y valientes, sino seguirlo en su
empresa de conquista? (cf. EE 94).
Reyes menores han venido y los han seguido. El alma huma-
na ha sido creada a imagen y semejanza de Dios: ama como Dios
lo bello, lo bueno, lo grande, lo noble. El problema está en dárselo
a conocer. Si lo conoce, marchará.
Y estamos en este momento de los Ejercicios. Lo que sigue
sólo se dirige a los hombres de corazón grande, a los magnáni-
mos, a los que son capaces de entusiasmarse por un ideal que
va más allá de lo estrictamente obligatorio, a los chiflados por
Cristo... Los que no lo estén, o no tengan siquiera el ideal de es-
tarlo, mejor es que se bajen del buque, porque no van a ser sino
un peso muerto; lo que se va a decir no tendrá sentido para
ellos... Harán más mal que bien, desalentando a los valientes
con sus miedos y temores estériles. Los que tengan mucho
subiecto, los que mucho se querrán señalar y afectar en el servi-
cio de su Señor, que digan: ¡Presente! (cf. EE 97).
III. El Jefe
En estos momentos se me presenta Cristo; viene de ca-
mino, como de esos cuadros de la casa de Ejercicios... Tiene 30
años. Alto, fuerte, mirada penetrante, lleno de paz, serenidad y
fortaleza; camina con paso firme y decidido... me mira, me invi-
ta...
¿Quién es Él? El Dios eterno que existe desde antes que el
mundo fuera; antes que la tierra fuera una nebulosa, Él era; Es
ʺEl que esʺ (cf. Ex 3,14).
110
El Dios fuerte... por Él ha sido hecho cuanto ha sido hecho (cf.
Jn 1,3); las montañas Él las elevó; los abismos Él los hundió... las
estrellas lejanas Él las ha hecho girar y las mantiene...
El Dios santo... En Él no hay mancha alguna. Todo lo que
es belleza física o moral arranca de Él, es un reflejo tenue de la
belleza que es Él: Él es la belleza, como es Él la santidad...
El Dios amor. Los hornos son fríos frente al ardor de su
amor. Es tal el amor que tiene a su Padre, que ese amor es una
persona subsistente, el Espíritu Santo, Amor eterno e increado.
¿Qué amores humanos pueden compararse al de Él?... Si
está en la tierra es por amor: ʺTanto amó Dios al mundo, que
nos dio a su Hijo unigénitoʺ (Jn 3,16).
Las cualidades humanas de este jefe, ya que es realmente un
hombre, ¿cómo serán?, ¿cómo podrán ser? Su inteligencia, pene-
trante, descubre todo lo oculto; rasga los velos de los corazones de
los hombres, como del porvenir de los pueblos, y del mundo mismo.
Todo le está presente: pasado, presente y porvenir... Jamás un pen-
samiento es demasiado elevado para Él, que vive en esa elevación
sobrehumana. ¿Qué acontecimiento ocurre que Él no lo haya previs-
to?... La humanidad evoluciona, evoluciona... condiciones nuevas de
vida que nos desequilibran, y parece que el mundo va a perecer
¿queremos una solución? Vamos al Evangelio, a las palabras de Je-
sús y allí está todo previsto...
¿Su corazón? Ama a Dios su Padre en el Espíritu Santo con un
amparo substancial y ama a los niños pobres y desharrapados, ama
a los leprosos, ama a los ciegos y a los paralíticos, y a Pedro, a ju-
das, a la Magdalena, a Zaqueo... ¿A quién no ama? ¡¡A mí!! Me
ama... Me ama: ¡¡En esta fe y en esta confianza quiero vivir y quiero
morir!! Ama hasta a los pajarillos, a los lirios, a los habitantes que de-
be haber quizás en otro mundos... pues este mundo es incapaz de
contener su infinito amor... ¡Qué distinto del mío! Una gotita pequeñi-
ta y breve, que economizo para no agotar...
¿Su vida? Nació hace 30 años en una cruda noche de in-
vierno... no en una casa, sino en un establo; tuvo que huir a Egipto,
porque ya el odio se cernió sobre Él desde que nació. Proletario,
obrero de carpintería, se ha ganado el pan con el sudor de su frente;
111
sostén de su Madre. Bondadoso, solícito, pero lleno de reservas, de
pudor, de fuerza contenida. Vive entre los hombres como uno de
ellos, trabaja, duerme, se fatiga... Desde que abandonó su casa, no
tiene ni siquiera una choza, vive en el monte; descansa su cabeza
contra el tronco de un árbol, o bien pasa la noche en oración, o se
hospeda donde encuentra un amigo bondadoso que le ofrece techo
(cf. Mt 8,20).
¿Amigos? Sí los tiene... Son muy inferiores a Él, aun para los
que saben su origen divino... Son pobres y rudos pescadores, al-
gunos publicanos arrepentidos... pero Él los llama: ¡amigos! Y los
quiere, los cuida, los defiende contra todos los que pretendan ata-
carlos. Comprende sus pequeñeces, se hace cargo de sus debili-
dades, pero siempre se esfuerza por levantarlos a una visión más
divina de la vida.
Avanza, avanza... se acerca a mí, me mira. Ha llegado el mo-
mento decisivo de mi vida. Jesús quiere hablarme... tiene una pala-
bra que decirme: lo presiento. ¡Oh momento! Si no la oigo, pasará...
irá a otros pueblos, a otros hombres, a decir su mensaje. ¿Volverá?
¿Cuándo? Pero, ¿qué? ¡Es posible que dude yo en escucharlo! No,
¡me dirigiré hacia El rogándole una palabra!
Jesús viene a mí... Jesús quiere hablarme. Caiga yo de rodillas.
Señor, ¿que quieres que haga? Sí, Señor, habla que tu siervo escu-
cha [vocaciones de Samuel y de Pablo]. ¿Qué quieres, Señor, de
mí? ¡Tú de mí! Las dos voluntades se unen: la divina y la humana. La
primera palabra y la última pertenecen a Dios... Todo se hace con su
ayuda y cuando le place; pero la voluntad humana solicitada por
Dios, tiene una palabra decisiva que decir... En efecto, salvo casos
rarísimos, y sea cual sea la parte de atractivo, de llamamiento, de
inspiración divina, Dios se digna pedir a su futuro apóstol su consen-
timiento libre, como lo pidió a su futura Madre, por medio del Arcán-
gel Gabriel (cf. Lc 1,28-38). Es un gran honor para nuestra naturale-
za. Porque depende de nosotros darle a Dios nuestro Señor lo que Él
quiere pedirnos. Un ʺSíʺ; un ʺhágaseʺ, un ʺhe aquí la Esclava del Se-
ñorʺ (cf. Lc 1,38), palabras a las cuales todo está ligado... Mi respon-
sabilidad... mi grandeza... mi poder [ʺDios hizo depender su obra del
ʺSíʺ de Maríaʺ]. ¡¡¡Mi sí o mi no!!!
112
IV. La invitación
Mi voluntad es conquistar todo el mundo y todos los enemigos
y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto quien quiera venir
conmigo ha de trabajar conmigo, para que siguiéndome en la pena
me siga también en la gloria (cf. EE 93).
¿Tengo un alma entera? ¿Quiero una causa grande? ¿Me en-
tusiasma la milicia, el apostolado, una causa desinteresada? Aquí la
tengo: Conquistar todo el mundo, y todos los enemigos, y así entrar
en la gloria de mi Padre...
Si hay algo desinteresado es esto. El mundo entero que pere-
ce, que agoniza asfixiado por ideas malsanas, ha de ser salvado...
No se trata de una mina con explosión de grisú... se trata del mun-
do entero que agoniza y muere por falta de la verdad y de la vida.
Más necesario que los generales, que los profesionales, que los ar-
tistas, son los apóstoles: ésos se necesitan para ad meliun esse
[para ʺser mejoresʺ]; éstos, los apóstoles, se necesitan ad simplici-
ter esse [simplemente para ʺserʺ]. ¡Salvar al mundo! Piénselo bien,
el mundo que agoniza por el marxismo, el racismo, el individualis-
mo, el epicureísmo... disfraces todos del egoísmo que tiende al yo
con olvido de Dios... pero perece aquí y va a perecer después eter-
namente si no se remedia a su suerte [Hoy es urgente de la llama-
da de Cristo a sus apóstoles, puesto que su generosidad puede te-
ner consecuencias eternas para los demás]. Y hay un médico que
puede sanarlo: es Jesús. Hay una doctrina que puede devolverle la
verdad: es el Evangelio. Hay una vida que puede fortalecerlo: es la
de Jesús... Allí está la Fuente de aguas vivas, que brota hasta la vida
eterna (cf. Jn 7,37-38). ¡Venid a beber!
Pero este trabajo quiere hacerlo no solo, sino con apóstoles que
vayan con Él. Él va a mostrarnos en cortos tres años el modelo de su
acción; nos va a dejar una lección vivida, de cómo vive y muere un
apóstol; pero luego quiere en vez de sus pies mortales, usar los
míos; en vez de su voz, usar la mía; va a perdonar a los pecadores,
pero usando mis labios y mis manos... y si se los rehúso esa obra no
se hará.
Y así entrar en la gloria. Entrada segura, cierta, infalible... Un
breve pelear; un eterno triunfar. El, yo, los que haya conquistado para
113
Él. Decíamos que hay idealismo en el mundo moderno, sólo que falta
mostrarle una causa digna en que pueda colocar su idealismo. ¿Ha-
brá alguna causa más grande para dar la vida y la muerte que ésta:
Conquistar todo el mundo para Cristo, y con Él y con ellos entrar en
la gloria?
¿Conquistaremos en realidad todo el mundo? Trabajaremos por
hacerlo; colocaremos nuestra vida en esa obra... según los planes de
Dios, y la respuesta libre de cada alma, que pueda dar un sí o un no
a la invitación divina. Y el resultado será muy superior a lo que mere-
cen nuestras fuerzas. No sé lo que lograremos ver, pero lo que se
obtendrá será muy por encima de todo lo que pudiéramos ver y so-
ñar... No olvidemos que un alma, una sola, vale más que todo el
mundo material. Por un alma bajó Cristo del cielo; por todos los mun-
dos materiales, Jesús no ha derramado una gota de sangre.
Por tanto, quien quisiere venir conmigo... Ir con Cristo. Ya ha di-
cho su mensaje. Somos varios... somos ciento... Lo ha dicho con
calma y con paz, y ahora, para dirigirlo ha tomado mis labios, mira
por mis ojos, ora por mi alma. Lo ha dicho, y nos mira con una mira-
da, como esa mirada que tantas veces deslumbró a los apóstoles, y
espera mi respuesta. ¿Quieres venir conmigo? Con Él. Con Cristo.
¿Podrá existir mejor guía, mejor jefe, mejor amigo?
Pero ¡no te engañes! Si vienes conmigo has de trabajar conmi-
go, sacrificarte, renunciar a gustos y pasatiempos... lo superfluo de
una vida social, de lecturas inútiles y frívolas, has de formarte, estu-
diar aunque esto sea penoso; has de orar aunque estés seco y de-
solado; has de ir al pobre, al mendigo, al niño, aunque sean rudos y
torpes; has de ir a los ricos, aunque te rechacen y murmuren de ti;
has de pedir dinero, colaboración, sacrificios, la vida misma de todos
ellos.
Para que siguiéndome en la pena, ya lo sabes: El que quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame... El
grano de trigo, si no muere se queda solo; si a mí me han persegui-
do, también os perseguirán a vosotros, si a mí me han llamado Beel-
zebul ¿cómo os llamarán a vosotros? (cf. Mt 16,24; In 12,24; Mt
10,25). No haya ilusiones, en mi seguimiento hay penas... Soy Rey,
pero reinaré desde la cruz, ʺcuando fuere exaltado de la tierra, todo
lo atraeré a míʺ (Jn 12,32). Muchos se desalientan de seguirme por-
114
que buscan un reino material, consuelos, triunfos, deleites, al menos
espirituales... pero yo te lo digo: tendrás la paz del alma, pero has de
estar dispuesto a vivir mi vida y morir mi muerte, la mía, de Jesús,
Salvador.
ʺMi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los
enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien
quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndo-
me en la pena, también me siga en la gloriaʺ.
Me sigas en la gloria. El triunfo, si ciertamente vendrá, y pronto;
el triunfo eterno, ante el cual todos los dolores y sufrimientos padeci-
dos aquí abajo serán como sombra... ¿Qué son cincuenta años ante
la eternidad? Pero esos años de dolores los quiero en unión de los
míos como un precio de rescate; a pesar de todo mi amor, no quiero
ahorrarte a ti, ni a ninguno de los míos, esta configuración por un
breve momento al dolor, para configurarlos por una eternidad a mi
resurrección. Pero no hay comparación en todos los dolores que
puedan tolerarse aquí abajo al peso eterno de la gloria. ʺ¡No temas!
¡Yo he vencido al mundo!ʺ (Jn 16,33).
V. La respuesta
Muchos somos los que hemos escuchado el llamamiento de
Cristo... Los que se sentían cobardes, ya que quedaron fuera: des-
embarcaron antes de esta meditación... Pero quizás algunos han es-
cuchado el sermón de Cristo atraídos por la belleza de su persona, la
armonía del cristianismo, la estética de la doctrina, la salvación que
esperan de Jesús... pero no creían que iba a dirigirles a ellos un lla-
mamiento personal, a pedirles un sacrificio, y como el Joven Rico (Mt
19,22), al oír el sacrificio bajan la cabeza, dan media vuelta, y pre-
fieren sumirse en la vulgaridad burguesa de su ideal terreno an-
tes que emprender la empresa salvadora con Jesús. San Ignacio
los llama a estos: los que no tienen sentido ni razón. Porque,
¿qué sentido y razón puede tener el que, comprendiendo quién
es Cristo, quién es Él, el fin de su vida, la grandeza del ideal, por
temor al sacrificio propuesto por un Dios que promete el triunfo,
dé vuelta las espaldas y acepte mejor los bienes que no son bie-
nes?
115
La segunda categoría de hombres han escuchado y con
gran entereza han respondido a Cristo ʺofreciendo todas sus
personas al trabajo...ʺ (EE 97). En verdad es justo y necesario,
nuestro deber y salvación... Sí, ¡qué puede haber de más digno,
justo, saludable y equitativo que aceptar tan hermoso y noble
plan!
Ofrecen sus personas: ʺTodo su querer y libertad para que
su divina Majestad, así de su persona como de cuanto tiene, se
sirva, conforme a su santísima voluntadʺ (EE 5). Aceptan la invi-
tación a la santidad, porque a esto se reduce en primer término
el llamamiento de Cristo: para la conquista de las almas hay que
ser otro Cristo, Cristo divinizado por la gracia santificante, Cristo
obrando, como Jesús, en pobreza, humillación y dolor, que son
las características más claras de la vida del Maestro. Aceptar es-
te ideal es dejar toda ilusión de una vida entregada a la sensua-
lidad y al amor propio, carnal y mundano, y aun al amor espiri-
tual que consista en regalos y consuelos.
A este ideal ofrecemos, no un acto aislado, no una hora al
día, o treinta horas a la semana, sino que nos ofrecemos, la per-
sona entera como quien toma estado, pasamos a ser enteros,
totalmente de Cristo y para Cristo, como los apóstoles que, de-
jadas todas las cosas, seguían a Jesús donde quiera que iba. [El
apóstol no se pertenece más, se vendió, se entregó al Maestro (cf.
l Cor 6,19-20)]. Conviene que el alma que hace esta donación
general de sí misma se dé cuenta que se entrega entera y que
es recibida por Cristo en el número de sus discípulos y de sus
amigos más queridos.
Pero hay una tercera categoría de hombres. [La doctrina de
las 3 maneras de humildad equivale a 3 grados de cooperación,
de lo obligatorio a lo más y más generoso. La 3ª manera de humil-
dad no es una doctrina que se puede ejercitar 2 ó 3 veces en la
vida, sino cada día, en la respuesta de nuestra generosidad totalʺ]
ʺLos que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su
Rey eternal y Señor universal, no solamente ofrecerán sus per-
sonas al trabajo sino que aun haciendo contra su propia sensua-
lidad (sensibilidad) y contra su amor carnal y mundano harán
oblaciones de mayor estima y momento...ʺ (EE 97).
116
¿Quiénes son éstos? Como los segundos, ofrecen todas
sus personas al trabajo, pero además quieren afectarse, animar-
se, decidirse a ser de los más leales, de los más fieles, de la
avanzada del ejército de Cristo su Rey. Esta voluntad es hija de
aquel enamoramiento de Cristo clavado en cruz y muerto por mis
pecados, que me hacia clamar repetidas veces: ¿Qué puedo ha-
cer por Cristo? (cf. EE 53, cf. 197).
Su respuesta es la de San Pablo: ʺLos que son de Cristo
han crucificado su carne con sus vicios y concupiscenciasʺ (Gál
5,24). Para más imitar a Jesús se ofrecen para imitarlo en toda
injuria, todo vituperio, toda pobreza, así actual como espiritual.
La historia de los Ejercicios está llena de estas oblaciones. San
Ignacio anotaba cuánto de más difícil encontraba en la vida de
los santos para realizarlo.
118
que pudieran sobrevenirme, pues que esto sería prudencia ra-
zonable y no ofrecimiento generoso, sino que os suplico que me
la enviéis y os pido formal y positivamente una parte, mi parte,
de vuestro cáliz. Y os lo pido no para un porvenir lejano y vago,
para circunstancias excepcionales e imaginarias, sino para hoy,
para mañana, para todos los días de mi vida real y normal. Os
suplico no me queráis elegir y recibir en estado de pobreza,
pues ya tuvisteis la bondad de hacerlo, sino que me queráis ha-
cer sentir, aún a mi pesar, algunos efectos de esta pobreza que
por voto os tengo ofrecida. Anhelo encontrar, como Vos, en mi
camino injurias (con tal que las pueda pasar sin pecado de na-
die), desprecios, críticas y todo vituperio. Sí, Jesús mío, que mis
superiores me avisen y reprendan; que mis hermanos me criti-
quen, siempre que sea con caridad y sin falta de ellos; que la
opinión me discuta y me censure, sea en la Compañía, sea fue-
ra. Aun cuando de ello no tuviera necesidad para bien de mi al-
ma, yo lo deseo, oh Rey mío; lo deseo y lo pido para parecerme
a Vos y estar con Vos. Y cuando todo esto venga, si mi naturale-
za se subleva, yo lo desmiento y condeno desde ahora, y en tal
caso recordadme, Jesús mío, que yo mismo os lo pedí y supli-
qué. Y si alguna vez se me ocurre pensar que se me trata peor
que a otros y menos bien de lo que mis méritos piden, recor-
dadme, oh buen Jesús, cómo se os trata a Vos, y otorgadme que
jamás quiera parecerme a otro que a Vos. Amén. Amén. Amén.
119
EL REINO
121
MEDITACIÓN DEL REINO. ʺAMORʺ6
6
El P. Hurtado llama ʺAmorʺ a la meditación del Reino, porque lo que
aquí propone, no es cuestión de obligación, sino de generosidad.
122
piraciones sean los suyos, que pueda yo decir con San Pablo: ʺMi
vivir es Cristoʺ (Flp 1,27); ʺVivo yo, ya no yo, sino Cristo en míʺ (Gál
2,20) o como Santo Tomás, ʺSeñor mío y Dios míoʺ (Jn 20,28). ʺMi
Dios y mi todoʺ, San Francisco.
Aquí está la verdadera grandeza, la suprema ambición que
puede tener un hombre: Llegar a ser como Dios. Dios, porque la
gracia diviniza, y si la gracia no encuentra obstáculos, a qué pro-
fundidades penetra, a qué altura eleva... Llega un hombre a guar-
dar la naturaleza y la apariencia de hombre, pero en el fondo es un
divinizado. Piénsese en almas como Don Bosco: ʺDame almas y
quítame todoʺ; Francisco Javier: ʺBasta Señorʺ; San Ignacio: ʺA
mayor gloria de Diosʺ; San Luis Gonzaga, San Estanislao de Kost-
ka, San Juan Bautista, Santa Teresita, San Francisco... ¿Qué ha
producido la humanidad de más grande? Son en realidad granos
de trigo muertos, de ello se ha apoderado la vida y han dado fruto
en abundancia.
Si hay una empresa que valga la pena es ciertamente ésta.
Inmensamente más grande que el descubrimiento de la bomba
atómica, que llena de pavor a la humanidad; que todas las campa-
ñas y empresas que ha habido en el mundo. Asimilarse vitalmente
a la divinidad, ¡dar valor divino a cada una de sus acciones! Pero
esto requiere visión de fe, porque la grandeza divina es tan distinta
de la humana. ʺNo mis caminosʺ. ʺ¡Enséñanos, Señor, tus cami-
nos!ʺ (cf. Is 55,8; Miq 4,2).
Fe, pedir esa fe, para que sea la fe la que nos oriente; no el
brillo de lo visible, sino la fe inflamada por la caridad, animada por
la esperanza. Fe que me haga hambrear lo sobrenatural. Ser Cris-
to. ʺYo no me glorío de otra cosa que de Cristo, ¡y Cristo crucifica-
do!ʺ (1 Co 2,2). ʺEl mundo como basura...ʺ. Lee a San Pablo: [ʺPero
lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de
Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las
cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristoʺ (Flp 3,7-8).]
Él llama...
Vino a este mundo no para hacer una obra solo sino con no-
sotros, con todos nosotros, para ser la cabeza de un gran cuerpo
123
cuyas células vivas, libres, activas, somos nosotros. Todos es-
tamos llamados a estar incorporados en Él, es el grado básico
de la vida cristiana... Pero a otros... llamados más altos. A en-
tregarse a Él; a ser sólo para Él; a hacerlo norma de su inteli-
gencia, a considerarlo, en cada una de sus acciones, a seguirlo
en sus empresas, más aun, ¡¡a hacer de su vida la empresa de
Cristo!! Para el marino su vida es el mar, para el soldado el ejér-
cito, para la enfermera el hospital, para el agricultor el campo,
para el alma generosa, ¡¡su vida es la empresa de Cristo!!
Así llamó a los Apóstoles: A Mateo que estaba junto a la
mesa de los impuestos; a Pedro y Andrés junto a sus redes...
Uno a uno de los Doce... A Ignacio que era un soldado carnal y
lleno de gloria humana, en el sillón de convalecencia; a Javier,
joven inteligente, social, simpático, hambriento de fama, de gl o-
ria, por la voz de Ignacio, y lo convirtió, en el Divino Impaciente;
a Mateo Talbot borrachín desocupado, y lo convirtió en el santo
cargador de camiones [vivió de 1856 a 1925, trabajó en el puerto
de Dublín, desde los 15 años comenzó a ser alcohólico sin esperan-
zas, hasta su conversión alrededor de los 30]; a Pier Giorgio Fras-
satti, alpinista enamorado de las cumbres y de la belleza feme-
nina, y lo ha hecho el modelo de los jóvenes [1901-1925, participó
activamente en la juventud católica italiana, en 1990 el Papa Juan
Pablo II lo beatificó y lo proclamó como modelo de los jóvenes]; a
Thonet de la fábrica para hacerlo el primer presidente mártir de
la JOC en el campo de Dachau, que muere cantando y ofrecien-
do su vida por la clase obrera; a Teresita de la casita de los Bui-
ssonets, modelo del amor abnegado y simple...
Esto es lo esencial del llamamiento de Cristo. ¿Quisieras
consagrarme tu vida? ¡No es problema de pecado! ¡Es problema
de consagración! ¿A qué? A la santidad personal y al apostola-
do. Santidad personal que ha de ir calcada por la santidad de
Cristo. No hay dos almas iguales, ni menos dos santos, pero sí
las leyes fundamentales son las mismas.
Si Él te llamara, ¿qué harías?... Quisiera que lo pensaras a
fondo, porque esto es lo esencial de los Ejercicios. Los Ejerci-
cios son un llamado a fondo a la generosidad. No se mueven por
temor, ¡no se trata de asustar! Recuerdan los mandamientos
124
porque no pueden menos de recordarlos. Los mandamientos son
la base, el cimiento para toda construcción, porque son la volun-
tad de Dios obligatoria... Pero no son más que los cimientos, y
no se vive en los cimientos, no hay hermosura en los cimientos...
En la casa de la iglesia, la santidad, el apostolado, son la
obra de la generosidad de los fieles, que si quieren dar pueden
dar, y si quieren negar pueden negar; y al hacerlo no atropellan
ningún derecho, no cometen ningún pecado, no merecen ningún
reproche, porque están en su derecho. Los Ejercicios no son pa-
ra almas que quieran reclamar derechos y constituir defensa
frente a Dios; son para almas que quieran subir, y mientras más
arriba mejor; son para quienes han entendido qué significa
Amar, y que el cristianismo es amor, que el mandamiento grande
por excelencia es el del amor, y que la característica del amor es
dar, darse, fusionarse, perderse, no dos, ¡¡uno en el que ama!!
Eso es amor y a eso es a lo que aspiran las almas grandes
que son las que construyen la Iglesia, las que la hacen vivir, ¡las
que han tomado en serio su misión! Ser sal de la tierra, si la sal
se desvanece, ¿quién dará sabor? Ser luz del mundo, si la luz
se apaga ¿quién alumbrará? (cf. Mt 5,13-14), testigos de Cristo,
si los testigos se alejan ¿cómo se reconocerá a Cristo? La Igl e-
sia no se funda ni existiría sin el amor generoso. [La Iglesia se
edifica en base a la generosidad, generosidad que no es obligato-
ria.]
La prueba de la fe es el amor, amor heroico, y el heroísmo no
es obligatorio. El sacerdocio, las misiones, las obras de Caridad no
son materia de obligaciones, de pecado, son absolutamente nece-
sarias para la Iglesia y son obra de la generosidad. El día que no
haya sacerdotes no habrá sacramentos y el sacerdocio no es obli-
gatorio. El día que no haya misioneros, no avanzará la fe, y las mi-
siones no son obligatorias. El día que no haya quienes cuiden a los
leprosos, a los pobres... no habrá el testimonio distintivo de Cristo,
y esas obras no son obligatorias... El día que no haya santos, no
habrá Iglesia y la santidad no es obligatoria. ¡Qué grande es esta
idea! ¡La Iglesia no vive del cumplimiento del deber, sino de la ge-
nerosidad de sus fieles! ¡Qué grande es la confianza que Dios nos
125
ha hecho al fiarse de nuestra nobleza, de nuestra generosidad y
esperar que le respondamos!
Si Él te llamara, ¿qué le dirías?
¿En qué disposición estás? ¡¡Pide, ruega estar en la mejor!!
San Ignacio pide al que entra en Ejercicios: ¡Grande ánimo y libera-
lidad para con Dios Nuestro Señor! ¡¡Querer afectarse y entregarse
enteros!! Invocación al Espíritu Santo ¡Se trata de algo tan grande!
Oye a Jesús.
Un llamado que se repite cada año, cada día, ¡y que a cada
hora deberíamos ir a escuchar! Yo he venido a traer la vida divina y
¿cómo quiero que arda? (cf. Lc 12,49). ¡Yo he venido para inaugu-
rar un Reino de justicia, santidad y paz! Basado en la fe. Nuestros
bienes son la pobreza, la humillación, el dolor. ¡Esto es lo que he
tomado sobre mí! y este ejemplo quiero que sea fecundo. Mi Iglesia
no se funda en la fuerza, en los ejércitos, en las combinaciones po-
líticas; mi armada no es la invencible de cañones y tribunales... no,
mi armada es la de los pobres voluntarios. Esa es la primera pieza
del uniforme de mis seguidores: ¡pobreza con Cristo pobre! Para
vencer la riqueza y los pecados de la riqueza; no la riqueza, sino la
pobreza, voluntaria, espontáneamente amada en todos los estados
de la vida. En lugar de la honra, la humillación.
[En esta meditación se mezclan ideas propias del Reino con las
de las tres maneras de la humildad. Citamos el texto de San Ignacio:
La 3ª es humildad perfectissima, es a saber, quando incluyendo la
primera y segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina ma-
jestad, por imitar y parescer más actualmente a Christo nuestro Se-
ñor, quiero y elijo más pobreza con Christo pobre que riqueza, ope-
rarios con Christo lleno dellos que honores, y desear más de ser es-
timado por vano y loco por Christo que primero fue tenido por tal,
que por sabio ni prudente en este mundo (EE 167).]
No el ojo por ojo y diente por diente, sino la mejilla izquierda al
que golpea la derecha; la túnica, al que pide la capa; 2.000 pasos
al que me pide mil... (cf. Mt 5,39-41). Francisco Javier predicando a
los japoneses, escupido en su cara; Ignacio yendo a curar al amigo
que le robó; Francisco de Asís predicando la paz y el bien, y dán-
dolo todo... En lugar del confort, la aceptación voluntaria del dolor.
126
El dolor acompañó a Cristo desde la cuna hasta la cruz y los que
son de Cristo aman el dolor cuando el Señor lo manda (no que ha-
gan un culto del dolor por el dolor), pero lo aman cuando el Señor
lo manda, toman empresas generosas sin desistir de ellas porque
traen dolor, y más aún para completar la pasión de Cristo, algunos
llegan a padecer o morir.
Hambre de Santidad, de santidad a imitación de Cristo... de
santidad pobre, humilde y dolorosa; siervos de Cristo, ¡¡Redentor
crucificado!! Y con estos hombres ʺser crucificado para el mundoʺ
(Gál 6,14), como pedía San Ignacio, que no buscan sus comodida-
des, en honra, ni la fortuna, con estos hombres ir a la conquista del
mundo, conquista que más que el fruto de sus palabras, será el fru-
to de la Gracia de Dios que se transparentará en estas vidas que
no tienen nada de lo que el mundo ama y abraza, sino de lo que
Cristo amó y abrazó. ¡El mundo creerá a sus obras, lo que dudaría
ante sus solas palabras! ʺRealizadores de la Palabra y no sólo
oyentesʺ (Santiago 1,22).
Señor, si en nuestro atribulado siglo los hombres se despeda-
zan por poseer más, por más negocios, más confort, más honras,
menos dolor; si en este mundo una generación comprendiese su
misión y quisiera dar testimonio del Cristo en que cree, no sólo con
gritos que nada significan de Cristo vence, Cristo reina, Cristo im-
pera... ¿Dónde?, sino en la ofrenda humilde, silenciosa de sus vi-
das, para hacerlo reinar por los caminos en que Cristo quiere
reinar: en su pobreza, mansedumbre, humillación, en sus dolores,
en su oración, ¡¡en su caridad humilde y abnegada!!
¡Si Cristo encontrara esa generación! Si Cristo encontrara
uno... ¿querrás ser tú?, el más humilde. El más inútil a los ojos del
mundo, puede ser el más útil a los ojos de Dios... Yo, Señor, nada
valgo... pero confuso con temor y temblor, yo te ofrezco mi propio
corazón. El Señor entró a Jerusalén el día de su triunfo en un asno,
y sigue fiel a esa su práctica, entra en las almas de los asnos de
buena voluntad, pobres, mansos, humildes. ¿Quieres ser el asno
de Cristo? Cristo no me quiere engañar, me precisa la empresa...
Es difícil, bien difícil [El P. Hurtado no esconde las dificultades del
seguimiento de Cristo, al contrario, hay que insistir en ello para lla-
mar a los jóvenes a la generosidad y al heroísmo]. Hay que luchar
127
contra las pasiones propias, que apetecen lo contrario de su pro-
grama. ¡No estarán muertas de una vez para siempre, sino que ha-
brán de ir muriendo cada día!
Hay que luchar contra el ambiente: amigos, familia, mundo,
atracciones... todo parecerá levantarse escandalizado ante quienes
pretendan, con tal ejemplo, por más modestamente que se dé, se-
ñalar su error. ¡Si me aman querrán darme lo que llaman bienes! y
librarme de exageraciones ridículas, pasadas de moda, ʺque hacen
más mal que bien...ʺ. ¿A qué esas exageraciones? ¿Por qué no
hacer como todos? Luchar contra los escándalos... luchar contra
los desalientos de la empresa, el cansancio de la edad, la seque-
dad del espíritu, el tedio, la fatiga, la monotonía... Sí, hay que lu-
char, pero allí estoy Yo. Tened confianza en Mí, Yo he vencido al
mundo. Mi yugo es suave y mi carga ligera... Venid a Mí los que
estáis trabajados y cargados y Yo os aliviaré... El que tenga sed,
venga a Mí y beba. ¡¡Yo haré brotar en él una fuente que brota
hasta la vida eterna!! (Jn 16,33; Mt 11,30.29; Jn 7,37-38).
El que quiera seguir a Cristo, ármese con la armadura de la fe,
con el casco: ʺCeñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de
la justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evan-
gelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que
podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. To-
mad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que
es la Palabra de Diosʺ (Gál 6,14-17).
ʺEsta es la victoria que vence al mundo: nuestra feʺ (1 Jn 5,4).
ʺ¡Señor, en tu nombre echaré la red!ʺ (Lc 5,5). Palabra magnífica
de los que aman a Cristo y por la fe en su palabra se resuelven a
seguirle.
Necesito de ti... No te obligo, pero necesito de ti para realizar
mis planes de amor. Si tú no vienes, una obra quedará sin hacerse
que tú, sólo tú puedes realizar. Nadie puede tomar esa obra, por-
que cada uno tiene su parte de bien que realizar. Mira el mundo;
los campos cómo amarillean, cuánta hambre, cuánta sed en el
mundo. Mira cómo me buscan a mí, incluso cuando se me persi-
gue... Hay un hambre ardiente, atormentadora de justicia, de hon-
radez, de respeto a la persona; una voluntad resuelta a hacer saltar
el mundo con tal que terminen explotaciones vergonzosas; hay
128
gentes, entre los que se llaman mis enemigos, que practican por
odio lo que enseño por amor... Hay un hambre en muchos de Reli-
gión, de espíritu, de confianza, de sentido de la vida.
Lo que dice el Papa [ʺ¿Quién no lamenta lo que S.S. Pío XI
llamaba con honda pena, el gran escándalo de nuestro siglo, la
apostasía de las masas obreras, que se han apartado de la Santa
Iglesia y que muchas veces le son hostiles porque se les ha hecho
creer que ella no se ha ocupado de la suerte de los trabajadores y
que nada ha hecho por aliviar las miserias de los pobres y que sólo
favorece los intereses de los ricos?ʺ]
Las misiones... países inmensos que se abren y que juegan su
porvenir. Hoy es fácil la entrada, la desean, la piden, es un árbol al
que se aplica el hacha, del lado que caiga caerá... Japón abre sus
puertas... y si Cristo y la Iglesia entran en esa nación nos dará San-
tos como los 4 Santos Jesuitas crucificados y como nuestros otros
santos, los franciscanos y los seglares [Pablo Miki y compañeros
mártires, crucificados en Nagasaki a fines del siglo XVI]. La China:
nos piden sólo que los queramos.
La acción social desinteresada, realista, sincera; a hacerse
pobre de Cristo, a ligar su vida a la elevación del proletariado, ele-
mento sustancial del orden nuevo. Labor de formación modesta,
entregada...
La Acción Católica, en consagración a ella. No por un día o un
año, con jubilación: ʺYa he hecho bastante, me retiroʺ. No, para to-
da una vida: en humildad, en el puesto que se me dé, no sólo en el
brillo de las asambleas, sino en el secreto de la secretaría, en el
puesto humilde del centro, pobre, humilde, con abnegación.
La profesión con ese criterio de entrega social, como medio de
testimonio de Cristo... Las aplicaciones, ya las veremos.
La familia: la que Dios quiera darme, no necesariamente en un
gran estándar social, no para mantener una tradición, en lo que tie-
ne de profano, sino en lo que tiene de cristiano, de espíritu de cris-
tiano... Si fuere necesario en el campo o en la provincia, donde
sea, en espíritu de Cristo.
Y en la Universidad, en la oficina, en la fábrica no sólo obser-
vando los mandamientos sino afectándome a vivir en otro estado:
129
en plano de santidad por mi espíritu de oración. En espíritu de je-
rarquía de valores: los sobrenaturales primero, de preparación
científica sí, pero no con espíritu egoísta, sino con amor a mis
compañeros y sacrificio por ellos, con abnegación de mi vida al
servicio de la Iglesia.
¿Difícil? ¡Sí! El mundo no lo comprenderá... Se burlará... Dirá:
¡exageraciones! ¡Que se ha vuelto loco! De Jesús se dijo que esta-
ba loco, se le vistió loco, se le acusó de endemoniado... y finalmen-
te se le crucificó. Y si Cristo viniera hoy a la tierra, horror me da
pensarlo, no sería crucificado pero sería fusilado. Si viniera a Chi-
le... se levantaría una sedición en su contra ¿de quiénes? ¿Qué se
diría contra Él en la prensa, en las Cátedras? ¿Quiénes hablarían?
Dios quiera que nosotros no formáramos parte del coro de sus
acusadores, ni de los que lo fusilaran.
¿Difícil? ¡Sí! Pero aquí, sólo aquí, reside la vida. El heroísmo,
¿se ha acabado? No. La guerra lo ha demostrado. Convivo con hé-
roes. Traté de cerca de O‘Callahan, The bravest man I ever met,
[Se refiere al Padre Joseph T. O‘Callahan, s.j., que recibió la Meda-
lla de Honor del Congreso, el premio más alto de los Estados Uni-
dos al heroísmo en combate, durante la II Guerra Mundial], y él no
era el único, muchos lo secundaban con igual heroísmo que iban a
la guerra con la sonrisa en los labios. Japón: ¡Qué pasta de hom-
bres encierra para cristianos! China, Alemania, Rusia, Chile…
En la gran obra de Cristo todos tenemos un sitio; distinto para
cada uno, pero un sitio en el plano de la santidad. En la cadena de
la gracia que Dios destina a la bondad. ¡Yo estoy llamado a ser un
eslabón! Puedo serlo, puedo rechazar, ¿qué haré? La repuesta:
plantearme este problema a fondo ¡y responder con seriedad!
Muchos no tendrán el valor de planteárselo. Superior a sus
fuerzas pero, ¿si pensaran en las fuerzas de Cristo? Si pensaran
que con Cristo, ellos, él también podría ser un santo. ¡Que no se
refugien en la cobardía del puro deber!
Otros: la limosna de algo. ¡¡Algo es!! Peor sería nada. ¡Pero
no es eso lo que Cristo pide! No hay que ofrecer otra cosa insis-
tiendo que es buena, cuando Cristo pide otra mejor: La voluntad de
130
Dios única y sola. [ʺCuando Dios desea una cosa es totalmente inú-
til ofrecerle otra.ʺ]
Los tesoros [Se trata de las tres clases de hombres: 1° los
muchos que no tienen valor; 2° otros que ofrecerán algo bueno,
pero que no es lo que Dios les pide; 3° los generosos, los que van
a fondo, en plena disponibilidad, en búsqueda de la voluntad de
Dios]: los generosos que se entregan y afectan, y para estar segu-
ros de hacer la voluntad del Señor, ʺhaciendo contra su sensuali-
dadʺ abrazan lo más difícil en espíritu, lo piden, lo suplican les sea
concedido... y sólo dejarán aquellas donaciones si el Señor les
muestra su camino en terreno más suave. Pero en cuanto de su
parte, ¡a aquello van! Ejemplo [William] Doyle [sacerdote jesuita ir-
landés, murió como capellán en la I Guerra Mundial] el 17 de agoto
de 1917, intentando ayudar a un soldado herido en el campo de ba-
talla Longhaye [autor de un importante libro sobre los Ejercicios],
San Ignacio de Antioquía, Brébeuf.
Terminar con el Eterno Señor.
[Los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de
su rey eterno y Señor universal, no solamente ofrecerán sus perso-
nas al trabajo, más aun haciendo contra su propia sensualidad y
contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor es-
tima y mayor momento, diciendo: Eterno Señor de todas las cosas,
yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra in-
finita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los san-
tos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi de-
terminación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y ala-
banza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda
pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima
majestad elegir y recibir en tal vida y estado (EE 97-98)].
131
EL REINO7
7
Este retiro debió predicarse durante la Guerra Civil española y los
inicios de la II Guerra Mundial, es decir, el año 1939. Está dirigida a sacerdo-
tes jesuitas de ciertos años de vida religiosa.
132
Pero ahora nos ha pasado algo muy humano, demasiado hu-
mano. Nos encontramos ahora y vemos que estamos tan lejos de
realizar ese ideal propuesto. Acabamos de refrescar estos días los
títulos de Dios sobre nosotros y sus beneficios... ver lo que ha he-
cho Dios por mí; sentimos renovarse en nuestras almas un deseo
de renovarnos en nuestra donación a Dios, que hicimos expresa,
formal, solemnemente hace algunos años. No es cuestión para no-
sotros de buscar cosas nuevas, sino de renovarnos con nuevo fer-
vor en el espíritu de nuestra vocación. El Padre Nadal8 nos indica
claramente que este es el fruto que la Compañía espera de noso-
tros en esta meditación.
San Ignacio, que tenía un espíritu tan noble y caballeresco se
incitaba continuamente a perseverar en su ofrenda con el ejemplo
de lo que hacen los hombres por causas menores, así en la carta a
los de Coimbra emplea frecuente con ellos el ejemplo de los mun-
danos: ¡Avergonzaos! Avergonzaos de lo que hacen los otros:
¿Qué será razón que haga yo por Cristo, por Cristo, cuando los
comunistas en España, Oviedo, Gijón, tantos rojos y rojos muer-
tos?
En Rusia: Lenin, toda una vida consagrada al mal... Stalin,
procesos trotskistas; los mejicanos; los obreros de Checoslovaquía,
el Frente Popular: la abnegación de esos hombres, del ejército rojo
de Bulnes; Grove (apadrinó todos los bautizos); negociantes; los
taberneros: últimos en cerrar, primeros en abrir; lo que avergonza-
ba a San Francisco Javier; las pobres mujeres vendiendo castañas
en Viena; la que vende café en Chillan. Los seglares: Napoleón,
Dollfuss, Hitler, Mussolini.9
8
El P. Jerónimo Nadal s.j. (1507-1580), ayudó a San Ignacio a redactar
las Constituciones de la Compañía de Jesús.
9
Pará renovar el heroísmo de los sacerdotes, presenta ejemplos de
hombres que realizan acciones muy sacrificadas, pero por un ideal humano
y, a veces, negativo. Dollfuss (1892-1932), Canciller austríaco social cris-
tiano, ʺcuando le ofrecieron la cancillería pasó la noche en consulta con Je-
sús.ʺ
133
Y si ahora nos convidaran con Franco ¿nos quedaríamos
tranquilos? Nuestros hermanos mártires, los capellanes, el joven de
16 y 17 años, cruzar la frontera del Alcázar, Oviedo, Gijón. No llo-
res, Madre, no llores. [El caso de un joven que va a la guerra civil y
dice: ʺNo llores, Madre, no llores. Porque me voy a las armas. El
cuerpo no vale nada: lo que vale son las almas.ʺ
Y ¿por qué causa luchan ellos: ¡¡por España y por Cristo!!?
¿Triunfo? Lo esperamos, pero incierto. ¿Duración? ¿Ventajas espi-
rituales? ¿Acaso estamos seguros en Chile? ¿Acaso mejor? Cuán-
tos jóvenes se vinieron a confesar la víspera de las elecciones por-
que estaban dispuestos a morir, si era necesario.
Y cuando uno ve ese espíritu de desprendimiento, jocistas sa-
crificando vacaciones, plata para Ejercicios... transfusión de san-
gre, niñita cuidadora; Bouchard. ¡Qué misticismo! ¡El problema de
los capellanes!
Los jóvenes que predican en los conventillos, Conferencias de
San Vicente, Santa Teresita, con los scouts (sin vacaciones). Los
párrocos que tanto quizás miramos en menos. Esa soledad y po-
breza, a pie, a rayo de sol... ¿Dónde quedamos nosotros?...
¡No estaremos aburguesados! ¿Si viniese San Ignacio estaría
contento de mí? La hora de la lucha suena en Chile. Hay que re-
construir la sociedad. Somos muy pocos.
Unidos Jesuitas, las 24 horas del día. Tomémonos el corazón
con las dos manos para cumplir plenamente con nuestro deber, de
modo que viéndonos glorifiquen al Padre Celestial…. Seamos lue-
go buen olor de Cristo, irradiemos a Cristo (cf. Mt 5,16; 2 Cor 2,
15). Dispuestos a negarnos, ayudarnos, tolerarnos, a estudiar, orar,
trabajar, recibir, amar.
134
LA ENCARNACIÓN
135
Qué honda impresión la que produce la vista de nuestros
campos chilenos tan abandonados espiritualmente, tan desprovis-
tos de ayuda sobrenatural. Al pensar en la Encarnación pienso en
la voluntad generosa de un Dios, que por amor al hombre se hizo
hombre y derramó su sangre por Él. Pero es necesario que otros
hombres vayan y lleven esa sangre de Cristo a los que mediante
ella serán salvos. [Así como Dios, contemplando la miseria huma-
na, bajó del cielo a la tierra; así también los hombres, contemplan-
do la miseria de sus hermanos, deben ir a donde ellos están para
llevar la salvación de Cristo.] Cristo vino y nos enseñó su doctrina y
allí está, en el santo Evangelio y en la tradición de su Iglesia, pero
es necesario que otros hombres la enseñen; los ejemplos de Cristo
son la solución: que les recuerden que su gracianos diviniza, pero
que se necesita otro hombre, el sacerdote que nos la comunique
mediante los sacramentos: el bautismo, que nos hace hijos de
Dios; la penitencia, la reconciliación; la Eucaristía, el alimento.
Derramó su sangre, nos dejó su Cuerpo, pero que otros hom-
bres, sus sacerdotes, lo lleven al enfermo, al pobre, al moribundo
como fuerza suprema, al joven como sostén en las luchas... Cristo
dio el primer paso, pudo haber querido que éste fuese el único: pe-
ro quiso nuestra colaboración, nos pidió ayuda... Lo que pasa en el
norte, campos de sequío... Hay agua en la cordillera... Su gracia es
como un estanque... pero se necesitan cañerías, esas somos noso-
tros... cada uno es en la mente divina es un tramo en esa cañería
que lleva la gracia a las almas, es una línea que, enchufada con la
central, lleva la luz de la vida divina a los que yacen en las tinie-
blas... Si el cañón se pudiera retraer, todo quedaría a secas; si el
alambre pudiera retraerse, a oscuras. [Por insignificante que sea el
valor de la cañería y del cable eléctrico, sin su colaboración no lle-
ga a su destino ni el agua ni la electricidad.] Nosotros tenemos ese
sublime privilegio de poder dar la luz y la vida, si queremos.
Correspondamos al llamamiento de Cristo. Continuemos su
obra de redención y de amor, apliquemos nuestra vida a la más di-
vina entre las obras: a la salvación de las almas que fue el motivo
que determinó a Cristo a emprender el gran viaje del cielo a la tie-
rra; de la gloria del cielo a los rigores de Belén, a los trabajos de
Nazaret, a la agonía del Calvario.
136
¡Oh Jesús, danos apóstoles que continúen tu obra! Haz de
nosotros los continuadores de tu Redención.
137
LA VISITACIÓN
138
podría ser ilusión... dispuesta a prestar servicios reales y que para
ello se molesta y se sacrifica. A la ilusión contraria Santiago dice:
ʺSi un hermano o una hermana están en la desnudez y no tienen lo
que es necesario y uno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y
saciaos, sin darles lo necesario ¿para qué les sirve esto?ʺ (Santia-
go 2,15). Os puros deseos molestan más que ayudan. La leyenda
rusa, Soloview, San Nicolás y San Casiano, Hermanitas de la
Asunción, trabajo y misiones Cura (Gaucho) [P. José Gabriel Bro-
chero, 1840-1914)], Flanangan [Fundador de la Ciudad de los mu-
chachos].
Favores reales, limosna a los pobres (pedir permiso), ayudar-
nos; se ve a uno cargado, le pongo el hombro, y cansado, le suplo;
necesita mis libros, se los presto... y no el ʺ¡arréglese! Le deseo
suerteʺ... Como no, carísimo... le compadezco. ¡Pobrecito! Tanto
carísimo, ¡qué caro me molestas!
Servicios difíciles. La Virgen de 15 años, llevando el fruto ben-
dito, parte para esa montaña escarpada, en la cual sitúa Nuestro
Señor la escena del Samaritano con el herido, medio muerto por
bandidos. ¡¿Excusas?! ¡¡Cuatro días de viaje!! A través de caminos
poco seguros. Las dificultades no detienen su caridad. Además, no
la han advertido. No le han pedido nada. Bastaría aguardar. Nadie
se extrañaría. Así razona nuestro egoísmo cuando se trata de ha-
cer servicios. San Vicente de Paul se queda preso; Padre Lefevbre;
dar zapatos; Vigamó (leprosos), Romani (suplementeros), cura San
Gerardo (Amiga que cede su casa al colegio). Ningún servicio es
humilde para el religioso.
Prontamente: No espera que le avisen. Tan pronto recibe la
visita del Ángel, sin esperar que le avisen, que la prevengan, sin
sentirse por no ser advertida, ella la pariente más próxima, ¡y sien-
do que Isabel en su 6° mes! ¡Ella la Madre de Dios da el primer pa-
so! ¡Qué sincera es María en sus resoluciones! Ha dicho: ʺHe aquí
al Esclava del Señorʺ, y lo realiza; recibe el aviso del Ángel, y parte.
Este prevenir los favores, lo mismo en Caná, los duplica...
[Tienen un valor doble los servicios que se hacen sin que el benefi-
ciado tenga que rogarlo]. Humilla tanto el pedir, sobre todo si hay
que majaderear. Evitémoslo y sobre todo el prestarlos de manera
brusca, que hace más daño que bien: dejan sangrando. Antes re-
139
ventar que pedir un servicio a fulano. ¡Santa María, ayúdame! Uno
va diciendo por el camino. Defiende la cabeza ¡que te van tirar los
trastos o los libros!... Que no te vean... porque te pegan.
Como la Santísima Virgen que parece no darse cuenta que se
sacrifica. Sin ostentación, sin recalcar el servicio prestado, sin que
a los 5 minutos ya lo sepa toda la comunidad, y quizás todo San-
tiago. ¡Más bien, como si yo fuese el beneficiado! ¡Esa es la cari-
dad, esa es la que gana los corazones! Mi servicio prestado de mal
humor, echado a perder. ʺ¡Dios ama al que da con alegría!ʺ (2Co
9,7). ¡El que da con prontitud, da dos veces! Es el gran secreto del
fervor; la prisa y el entusiasmo por hacer el bien.
No acantonarnos detrás de nuestra dignidad, real o pretendi-
da, esperando que los otros den el primer paso. La verdadera cari-
dad no piensa sino en la posibilidad de hacer el servicio, como la
verdadera humildad no considera aquello por lo que somos supe-
riores, sino por lo que somos inferiores. ʺEstimando en más cada
uno a los otrosʺ (Rom 12,10).
Nuestro Señor: Si alguno te pide 1.000 pasos, da 2.000. Da al
que te pide y no fíes al que te pide prestado (cf. Mt 42). Palabras
sublimes que cortan en seco todas las cavilaciones del amor pro-
pio. Es la liberalidad en la caridad.
Los religiosos imperfectos tienen caridad mezquina. Dan lo
menos posible, cavilan, discuten, regatean, miran el reloj... El gesto
cristiano es amplio, bello, heroico, total. Se da sin tasa y sin espe-
ranza de retomo.
Desinteresada: sin esperanza de retorno; cuando lo necesita,
abandonada con José en el establo. La parábola de la liberalidad...
invitéis: no ricos... pobres, estropeados, cojos ciegos... y seréis feli-
ces al saber que no podrán devolvéroslo porque os lo devolverán
en la resurrección de los justos (Lc 14,13).
La cortesía delicada hace de la vida común un paraíso. Vi-
viendo siempre juntos somos a veces tentados a descuidar la cor-
tesía... Ciertamente la simplicidad cristiana aparta ceremonias fal-
sas, adulaciones, cumplimientos, pero no las atenciones de urbani-
dad y delicadeza. El mundo es hipócrita, pero por la cortesía quie-
ren fingir una caridad que no tienen.
140
La cortesía, es la flor y nata de caridad. La cortesía consiste
en sacrificarse por los otros, en darles honor, desaparecer ante
ellos. Todo esto impone muchos sacrificios. Lo que los del mundo
hacen por cumplimiento, nosotros hagámoslo por verdadera cari-
dad y con sentimientos de verdadera humildad, paciencia, olvido de
sí.
Hacer un cumplimiento llegado el caso. Preguntar enfermeda-
des, visitar, por parientes, por penas y, sobre todo, por alegrías;
ceder el paso, dejar la mejor silla. Ceder parte del diario, esperar
sosteniendo la puerta, preocuparse del vecino. No hacer un gesto
ni una palabra que pueda molestar...10
Ser agradable, optimista, sobrio. Una manera ʺgentilleʺ, tem-
perada, dulce, alegre, ligeramente original, simples, no afectada,
alegre, gustosa de recibir personas y acontecimientos, abiertas...
Santa Teresa, tanto alegró a sus hijas.
10
Estos pequeños gestos de sincera caridad, fueron una preocupación
de Alberto Hurtado desde su temprano período de formación. Así puede
apreciarse en sus apuntes durante el periodo de noviciado.
141
CON GRAN PRISA...
142
Dios, da el primer paso! ¡Qué sincera es María en sus resolucio-
nes! Ha dicho: «He aquí al Esclava del Señor», y lo realiza; recibe
el aviso del Ángel, y parte. Este adelantarse en los favores, los du-
plica. Humilla tanto el pedir. Evitémoslo y sobre todo el prestar los
favores de manera brusca, que hace más daño que bien.
Como la Santísima Virgen que parece no darse cuenta que se
sacrifica. Sin ostentación, sin recalcar el servicio prestado, sin que
a los cinco minutos ya lo sepa toda la comunidad, y quizás toda la
ciudad. ¡Más bien, como si yo fuese el beneficiado! ¡Esa es la cari-
dad, esa es la que gana los corazones! Un servicio prestado de mal
humor, es echado a perder: «¡Dios ama al que da con alegría!»
(2Co 9,7). ¡El que da con prontitud, da dos veces! Es el gran secre-
to del fervor: la prisa y el entusiasmo por hacer el bien.
No refugiarnos detrás de nuestra dignidad, esperando que los
otros den el primer paso. La verdadera caridad no piensa sino en la
posibilidad de hacer el servicio, como la verdadera humildad no
considera aquello por lo que somos superiores, sino por lo que so-
mos inferiores. «Estimando en más cada uno a los otros» (Rom
12,10). Los religiosos imperfectos tienen caridad mezquina. Dan lo
menos posible, piensan, discuten, regatean, miran el reloj... El ges-
to cristiano es amplio, bello, heroico, total. Se da sin medida y sin
esperanza de retorno.
143
DEVOCIÓN A NUESTRA SEÑORA
144
da. María es ʺLlena de graciaʺ en función de la misión de ser la
Madre de Dios. Los honores y privilegios son secundarios].
La función de María es ser Madre de Dios, y su gracia es para
nosotros lo que funda nuestra esperanza, ya que la preferida de
Dios es mi Madre, ¡qué bien lo entendieron los cristianos de la
Edad media, en esos himnos maravillosos!
Todo tu honor, lo alcanzaste para nosotros.
Tú tienes que sernos la puerta de la vida,
como Eva lo fue de la muerte.
La gracia funcional de María persiste: Cuando Dios ha elegido
una persona para una función no cambia de parecer. San José, pa-
trono de la Sagrada Familia; la Sagrada Familia creció y es la Igle-
sia, luego José, patrono de la Iglesia. María al cuidado doméstico
de la Sagrada Familia... Esta crece al cuidado doméstico de la Igle-
sia: ʺAsí como cuando vivía Jesús iba usted, oh Madre, con el cán-
taro sobre la cabeza a sacar agua de la fuente, venga ahora a to-
mar agua de la gracia y tráigala, por favor, para nosotros que tanto
la necesitamosʺ. [Así, la función de San José y de María en la Sa-
grada Familia se prolonga actualmente en la iglesia].
3. Modelo de cooperación
María como Madre no quiere condecoraciones ni honras, sino
prestar servicios. Y Jesús no va a desoír sus súplicas, Él, que
mandó obedecer padre y madre. Su primer inmenso servicio fue el
ʺHágaseʺ... y el ʺHe aquí la Esclava del Señorʺ (Lc 1,38). Todos los
teólogos de acuerdo en admitir que no habríamos tenido Encarna-
ción si María se hubiese resistido (¡cuántas encarnaciones de Dios
en el alma de sus fieles fallan por nuestra culpa!). Dios hizo depen-
der su obra del ʺSíʺ de María. Sin hacer bulla prestó y sigue pres-
tando servicios: esto llena el alma de una santa alegría y hace que
los hijos que adoran al Hijo, no puedan separarlo de la Madre. Va-
ronil, fuerte y tierna, esta devoción afirmémosla. ¡Será la defensa
de nuestros mejores valores!
145
EL NACIMIENTO
Belén: Pobreza
María, desde que concibió a Jesús, no vive Ella sino Jesús. La
santa voluntad de Dios, es el cojín donde reposa su corazón.
San José: imagen de la autoridad humilde y amorosa, del tra-
bajo alegre y diligente... de la resignación perfecta en la voluntad
de Dios. Vive entre misterios que desharían la pobre naturaleza
humana, pero por la fe, esperanza y caridad reposa en estos mis-
mos misterios. Hágame pobre esclavito indigno sirviéndolos en sus
necesidades.
[El primer puncto es ver las personas, es a saber, ver a nues-
tra Señora y a Joseph y a la ancila y al niño Jesú después de ser
nascido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándo-
los, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades. (EE 114)]
Salió un edicto tiránico, contra el derecho natural, el caso de
María (cf. Lc 2,1). Dos leyes de la vida espiritual: 1) La expiación:
los que son de Jesús llevan la señal de la cruz. 2) La providencia:
Dios, a veces, obra en forma extraordinaria, como en el caso de
Herodes; pero la verdadera ley de la Providencia consiste en que
Dios deja obrar las leyes naturales y las cosas humanas como si no
se preocupase de sus escogidos… pero, a pesar de todo, llega al
fin que se propone, segura y suavísimamente, por medios que los
hombres no podrían emplear. Escribe derecho con líneas torcidas.
Nuestra seguridad está en que Dios conoce todo, y lo dirige con
amor de Padre, Tiene contados los cabellos de nuestra cabeza.
Viste los lirios del campo... No cae un pajarito sin permiso Provi-
dencial (cf. Mt 6,28; 10,29-31). ¿Qué no hará por nosotros a quie-
nes no dio su Hijo? (cf. Rom 8,32).
Hay un momento en que las creaturas parecer adueñarse de
nosotros. ʺEsta es vuestra hora y del poder de la tinieblasʺ (Lc
22,53); pero está también la hora de Dios; así lo dijo a Pilatos: ʺNo
tendrías poder si no te hubiese sido dado desde arribaʺ (Jn 19,11).
146
Nuestra vida escrita en el corazón de Dios, abandonémonos que
no fallará. En todos los santos vemos una fe dulcísima y una forta-
leza inquebrantable entre contradicciones. Una de las faltas más
graves: dudar contra la Providencia divina.
Belén: Pudo realizarse esta entrada prevista en las profecías,
de otros modos; pero Dios escogió este modo doloroso. Las creatu-
ras se alzarán en contra mía despóticamente, como dueñas de mi
vida, pero si tengo sentido sobrenatural no harán sino trabajar por
mi santidad, y por realizar los planes de Dios.
El palacio real fue la cueva de pastores. Rechazo en el hotel
por su pobreza. San José alza sus ojos al cielo lleno de dolor por
aquella Virgen y por su Hijo a punto de nacer. La Virgen enrojecida,
pero en paz profunda.
La noche encima: hay que resolverse, a la cueva de animales.
Sencillamente como quien sabe que Dios lo quiere. Donde se aca-
ban las creaturas comienza Dios. Como decía Verdaguer: ʺVivo en
el hotel de la Providenciaʺ. La Piccola casa de la Providencia...
[La Piccola Casa de Turín, fundada en 1832 por San José Cot-
tolengo (1786-1842), albergando numerosos enfermos, vive hasta
hoy de la Providencia. El 28 de octubre de 1947, el P. Hurtado visi-
tó la Piccola Casa, y su impresión se refleja en un escrito: ʺEl Cot-
tolengo, pobre canónigo Turín, chillado por los pobres, sin dinero ni
relaciones, ¿Qué hacer? Echarse en brazos de la Divina Providen-
cia. Empezó su obra con la teoría que a Dios le cuesta lo mismo
mantener 2 que 1.000 y que el que ora sin vacilar cuenta con la Di-
vina Providencia. Buscaba desvalidos y oraba tiempos desocupa-
dos delante Santísimo Sacramento... La Piccola Casa de la Divina
Providencia, prodigios diarios durante un sigloʺ.]
Allí quiero vivir yo. Confianza con puntal en las creaturas, no
es digna de Dios; se ha de creer ciegamente y esperar contra toda
esperanza; Hoy sabréis que viene Dios. Toda tribulación es la vigi-
lia de la venida de Dios (San Clemente Hoffbauer [sacerdote aus-
triaco, es considerado segundo fundador de los Redentoristas] )
¡Qué libertad e independencia! Cuando se tiene algo, se de-
pende de ello; el no tener nada, es la soberana independencia. Je-
sús quiere entrar con soberana independencia: le sobraba la casa
147
de Nazaret. A quien Dios quita todo, lo posee todo más segura-
mente que nadie. Arrodillémonos en la hora en que se inclinan los
cielos. Cristo nos ha nacido. ¡Gloria en lo más alto del cielo!
El Niñito es el Verbo hecho carne (cf. Jn 1, 14). La Virgen es la
más asociada a Él, también en su pobreza e injurias, hasta el fin.
Lo pone echadito en el pesebre. Se queda en contemplación. Es mi
hora de adoración junto a la Virgen María.
Coloquio ¿Comprendes mi lenguaje? ¿Ves que llamamiento
que te hago? ¿Delante de mi pesebre no huyen de tu corazón pen-
samientos de vanidad y comodidades? Señor, soy aquel ciego que
ve los hombres como si fuesen árboles… así yo: hazme ver más
claro.
¡Eterno Señor! (cf. EE 98).
[ʺMadre mía querida y muy querida: Ahora que ves en tus bra-
zos a ese hiño bellísimo y dulcísimo no te olvides de este esclavito
indigno, aunque sea por compasión mírame, yo sé que le cuesta
apartar los ojos de Jesucristo para ponerlos en mis miserias, pero,
madre, si tú no me miras ¿cómo se disiparán mis penas? Si tú no
te vuelves hacia mi rincón ¿quién se acordará de mí? Si tu no me
miras, Jesús que tiene sus ojitos clavados en los tuyos, no me mi-
rará; si tú me miras Él seguirá tú mirada y me verá y entonces con
que le digas «¡Pobrecito!» necesita nuestra ayuda; y Jesús me
atraerá a Sí y me bendecirá y lo amaré y me dará fuerza y alegría y
confianza y desprendimiento y me llenaré de su amor y de tu amor
y trabajaré mucho por Él y por Ti y haré que todos os amen y
amándote se salvarán ¡Madre! ¡Y solo con que me mires!ʺ (escrito
de su época de noviciado)]
148
EL NACIMIENTO
Introducción
Pedir el conocimiento interno de Nuestro Señor, el único pro-
vechoso, pues el externo, de poco vale: Lo tuvo Harnack, Renán,
Loisy11, y no creyeron en Él. Como el análisis químico de una lá-
grima no me enseña nada sobre la naturaleza de la lágrima (rabia,
amor, desesperación); o la fotografía de una sonrisa no me dice to-
da su infinita variedad de matices.
11
Se trata de grandes estudiosos de los orígenes del cristianismo, cu-
yas afirmaciones entraron en fuerte contradicción con la teología de la iglesia
Católica. De este modo, no basta ser un erudito para conocer verdaderamen-
te la persona de Cristo.
149
en su Cuerpo Místico que no tuvo en su cuerpo mortal: Quiere ser
soldado, aviador, madre, universitario, jocista, envejecer, enfermar
de cáncer, ser andinista, enseñar a un hijo... ¿Cómo? En nosotros
y por nosotros, que vivimos su vida obrando bajo su impulso: Ha-
ciendo nuestra obra como suya, como Él la habría hecho en nues-
tro lugar...
Y esto es realísimo y se hace por la gracia actual. ¿Qué signi-
fica la gracia actual? Doctrina común: Es el influjo de Nuestro Se-
ñor en mis acciones. En el justo no hay acciones indiferentes, por-
que la gracia toma siempre la iniciativa. Por tanto, Dios es el primer
principio de toda acción del justo, toda obra de un hombre en gra-
cia es tan de Dios como del hombre, pero más de Dios que del
hombre, porque la iniciativa primera parte de Dios, y luego la reali-
zación es de ambos y las fuerzas del hombre son recibidas de Dios
[Cada acción buena es una realización del hombre iniciada y posi-
bilitada por la gracia de Dios.] Por tanto, con toda verdad puedo re-
conocer a Dios como causa primera de toda obra buena y honesta.
¡Toda obra buena es de Dios! ¡Él la hace como causa primera, yo
colaboro como instrumento libre, pero instrumento! El es la causa
primera. Doy cuerda al reloj, más lógico sería decir que Dios le da
cuerda al reloj que me va a servir... Dios escribe por mi pluma. Dios
me prepara la comida, me abre la puerta, me enjuga el sudor con
mis manos, me barre la pieza con las manos del criado, me opera
con las manos del cirujano... Él tomó la iniciativa y la realización.
Es su obra: Estoy lleno de la obra de Dios.
Todo el que tiene gracia santificante está unido a todo lo ho-
nesto por la gracia actual; y esto vale no sólo para los fieles, sino
también para los infieles de buena fe ¡ya que están en el alma de la
Iglesia! (Doctrina de Martínez de Ripalda). La madre china que cui-
da a su hijo, el japonés que lucha por lo que él cree justo... bajo la
moción divina, que respeta el instrumento libre, se acomoda a Él,
pero guarda la iniciativa.
De aquí, mi espíritu de fe se alimentará en una gratitud conti-
nua a mi Creador por todo lo que Él hace por mí, en una docilidad a
la gracia para hacer lo que Él mejor quiere hacer por mí; en un res-
peto al prójimo en el cual veré la obra, el trabajo, de mi Creador.
150
Unidad de mi vida. Cuando comulgo Dios obra en mí, y no
menos cuando desayuno, canto, paseo, amo. En todo la misma
impulsión, la misma fuerza divina. ʺActiones nostras (todas) aspi-
rando praeveni, et adiuvando prosequere ut cuncta nostra oratio et
operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiaturʺ [Prevén, Se-
ñor, nuestras acciones inspirándolas, acompáñalas ayudando, pa-
ra que toda nuestra oración y acción comience siempre de ti, y lo
comenzado llegue por ti a su fin.] (Misal Romano)
La fuerza que me lleva a la oración y a la distracción es la
misma: la divina; como es una fuerza, y no dos, la que levanta el
agua de un surtidor, corta su ascensión y la trae a la tierra: la gra-
vedad.
Gracias, Señor, Tú has querido callar para que yo hablara por
ti, o mejor Tú en mí y para mí. ¡Si tú solo hubieras hablado, qué
pobre habría sido mi papel! En todos los fieles hablas Tú: en la
madre moribunda, en el predicador... y no quiero negarme a ser tu
voz, tanto cuanto la quieras emplear y por más dificultades que se
presenten. Toma, Señor, mi garganta, mi vida. ¡Habla, Señor!
2. Pañales. No tiene movimiento, porque nosotros tenemos
que ser el gesto divino. Nunca escribió, que sepamos, sino una vez
en la arena [escena de Jn 8, 6-8, la mujer adúltera]. Pero escribe
por el escritor a quien mueve por la gracia y su libro es más de
Dios que del llamado autor; construye, opera, defiende pleitos, ha-
bla en español... ¡Todo gesto que no es pecado es de Él! Su Cuer-
po Místico continúa la labor de su cuerpo mortal.
En discusión con un Pastor protestante sobre el papel de la
autoridad en la vida religiosa, el Pastor se escandaliza de que un
hombre pudiese interponerse entre el Creador y sus creaturas, pe-
ro el Padre Charles12 le hace estas dos preguntas:
12
El Padre Pierre Charles fue profesor de Alberto Hurtado en Lovaina y
en 1944 viajó a Chile para dar Ejercicios Espirituales a los padres jesuitas. El
P. Hurtado participó en estos Ejercicios, los que ejercieron una fuerte influen-
cia sobre él.
151
— ¿No es verdad que un verdadero amor va hasta el límite de
sus posibilidades?
—Sí.
— ¿No es verdad que Nuestro Señor nos ama con todo su
amor divino que no se cansa y que no cambia?
—Sí.
—Ahora bien, mientras Él vivió, sus contemporáneos podían
preguntarle en sus dudas. ¿Fue este privilegio del siglo primero?
—No.
—Nosotros también podemos preguntar a su Iglesia, a aquella
en la que Él vive; y Él debe poder vivir en otros porque esto es ma-
yor amor y es posible. No me basta el libro: ¡no lo entiendo! Por
eso Jesús sigue hablando y ese es el poder doctrinal de la Iglesia.
Sus contemporáneos oían: ʺtus pecados te son perdonadosʺ, ʺanda
en pazʺ (cf. Mt 9,2; Mc 5,34). Si me ama también me lo dirá a mí;
no con conjeturas o suposiciones. Me dará más porque me ama.
Me dirá: anda en paz, tus pecados están perdonados. Y me lo dirá
por su ministro: no podría dejar de decírmelo.
—Dígame, amigo. Si usted supiera que Nuestro Señor está en
Persia, ¡qué haría! Y el buen protestante responde:
—Iría sobre mis rodillas para verlo y hablarle.
—Pues nosotros vamos a Él: no porque lo mande un Papa
que puede ser escandaloso; un Borgia o un santo: ¡es Cristo!
¿Va el Señor a dejar de amar a los niños del siglo XX, Él, que
tanto amó a los que vivieron junto a Él? Imposible: su amor que
nunca se cansa no tolera esa frialdad y por eso Él bautiza, Él im-
pone sus manos en la confirmación, en la extrema unción y en el
orden, y por eso los sacramentos operan ex opere operato, porque
son las manos de Jesús.
A esto usted no puede decir más que una dificultad. ʺEs de-
masiado hermoso para ser verdaderoʺ. Eso quiere decir que su co-
razón es estrecho para recibir el regalo de la magnificencia divina.
No tiene casa. ¡Qué dicha! Porque tenemos que ser su casa y
construir su casa que es la iglesia. Si tuviera una casa tendríamos
152
que viajar y quizás no podríamos pagar el viaje... Por eso nos ha
facilitado la visita. Nosotros somos su casa.
Conclusión
El Espíritu Santo no ha construido templos, ni hospitales, ni
escuelas: no es su misión; pero nos tiene a nosotros y por nosotros
quiere construirlos y nos pide nuestra cooperación para esta em-
presa. Y se la damos. Cada cristiano lo sabe, el Salvador vive, ha-
bla y trabaja en nosotros, en nuestras obras que Él dirige por la
gracia actual. Es su voz la que se oye por nuestros labios... no que
siempre responda plenamente a sus deseos, pues a veces Él qui-
siera 20 y sólo le damos uno... pero mientras nuestras acciones
sean honestas, ¡son las suyas! ¡Te Deum!
Nuestro gran problema, pues, no consiste en buscar a Dios,
sino en saber que hemos sido buscados y hallados por Dios... Él se
ha venido a instalar en nuestra casa y no quisiera salir nunca: vivir
oculto en nosotros hasta nuestra muerte, y después manifestarse
espléndido en nosotros mismos. ¡Esto cómo ensancha! Aquí se
funda mi alegría perpetua.
Hay un pecado capital que no queda en el actual catálogo
(después del siglo XII, antes hubo 24, después 3; hoy 7) 13. La ase-
dia: el mal humor crónico... que se queja de todo: tiempo, superio-
res, salud... Es que no ha comprendido que toda nuestra vida, bajo
la gracia, es la obra divina. No ha comprendido la gracia de la ley, y
la ley de la gracia. ¡Danos, Señor, esa comprensión!
13
La lista de los siete pecados capitales es sólo indicativa. A lo largo de
la historia de la teología ha variado notablemente.
153
TRES MANERAS DE HUMILDAD
156
Notemos que hay dos maneras de deliberación. Una manera,
que en ninguna forma constituye pecado y es aquella propia de to-
da tentación. Quiero estar y mantenerme en el servicio de Dios, pe-
ro me asalta la seducción y me presenta, me refriega por la imagi-
nación los agrados del mal, sacude mi espíritu y a veces mis senti-
dos. Se me ofrecen muy claros la dos extremos: el servicio de Dios,
mandado, voluntad del Señor —a veces no veo en absoluto su pa-
ternidad, su bondad...—, y otro lado, mi naturaleza sensible que
como bestia hambrienta reclama alimento.... Esto no es deliberar,
no es pecar: es merecer, es guerrear como buen soldado por Cris-
to. ¿Dónde estabas, Señor, cuando yo sufría aquello? Dentro de ti,
hija mía, dándote fuerzas…
Y hay otra deliberación, la cual sí, ciertamente, es pecado:
cuando ya he trasgredido en mi interior, y dudo únicamente de su
transgresión externa (aunque éste ʺexternoʺ quede solo en el pen-
samiento). Omito por un instante el sentirme obligado a omitir lo
vedado, o a hacer lo preceptuado, y discuto conmigo mismo los
cómodos y los incómodos de hacer u omitir lo que el Señor conde-
na. [Es decir, los pro y los contras de cumplir lo mandado por el
Señor.] Ya en mi interior he transgredido, al admitir como frente de
valer, como principio de orden interno la seducción prohibida de la
creatura.
Hemos de aguerrimos en este primer grado de amor de Dios
fortaleciendo nuestra voluntad con meditaciones repetidas de quién
es Dios, de sus derechos, de la santidad de su ley, de la fealdad
del pecado, del infierno; de todo lo que afirma en el alma el deseo
de la virtud, y claro está que los motivos superiores son los del
amor de Cristo que sí llevan más lejos, fortalecen en mi alma este
grado inicial, pero no me olvide de pensar que el amor de Cristo es
incompatible con todo hábito de mancha consentido en mi espíritu.
Este primer grado no es toda la vida cristiana, no es más que
su fundamento. No hay casi que detenerse más aquí, pues fue el
fruto de la primera semana, pero no deje de rogarlo porque a veces
su cumplimiento exige el heroísmo total: para una madre aceptar a
los hijos que Dios quiera enviarle, no hacer un aborto, aunque peli-
gre su vida, no aceptar ni aun al marido en su vida íntima si ha de
ser en forma pecaminosa, romper un pololeo [enamoramiento] que
157
es camino de pecado. No aceptar un puesto si ha ser colaborando
formalmente con los enemigos de la Iglesia... en algunos casos, es
el martirio liso y llano. Los Macabeos... Eleazar, sacrificio de Isaac,
San Sebastián, Santa Perpetua... Nuestros Mártires Canadienses,
Japoneses, Bobola con todo su séquito de sufrimientos [San An-
drés Bobola, s. j. (1591-1657), sufrió uno de los martirios más atro-
ces que recuerda la Iglesia, en manos de los cosacos.]
Y evitar todo lo que me lleva al pecado: un pololeo peligroso,
cortar el corazón cuando se opone la ley de Dios (el problema coti-
diano en las oficinas), el mártir de la lengua...
158
Pero las faltas veniales plenamente deliberadas, convendría a
toda costa que nos pusiéramos en la firme resolución de evitarlas:
murmuraciones —que son tan frecuentes—, detracciones, lecturas
peligrosas, faltas de respeto con Nuestro Señor, bromas molestas,
y mucho más faltas deliberadas de caridad. Todo lo que es pecado
venial, que esté a mil leguas de mí. Los santos lo comprendieron:
San Juan Crisóstomo decía que prefería ser poseído del demonio
antes de cometer pecado venial. Santa Catalina de Génova, que
con gusto se arrojaría en un océano de fuego ardiente por evitar la
ocasión de un solo pecado venial, y que allí permanecería perma-
nentemente si para salir fuera menester cometerlo. San Alonso
Rodríguez, [hermano jesuita español, portero en Palma de Mallor-
ca], exclamaba: ʺSeñor, haced que yo sufra todas las penas del in-
fierno antes que cometer un solo pecado venialʺ... Y es que, como
decía San Juan Crisóstomo: ʺSi amáramos a Cristo de veras, juz-
garíamos más grave la ofensa del amado que el fuego del infiernoʺ.
Más que insistir en los castigos del pecado venial, miremos,
para resolvernos a detestarlo más, lo que debe ser para nuestro
Padre Dios y nuestro Redentor Jesucristo. Nuestra alma, el alma
de su hijo, se afea, se empaña… no ofrece a Cristo ese deleite
pleno que tenía derecho a esperar de ella. [ʺLos pecados son ma-
los no porque estén prohibidos, sino que están prohibidos porque
son malos, porque destruyen el plan armonioso de la creación.ʺ] Y
si yo con mi santidad pudiera darle a mi Señor un poquito más de
consuelo y alegría ¡por muy bien empleados podría dar todos mis
sacrificios! ¡Un poquito más de amor a quien tanto me amó!
Mi alma se debilita... pone en peligro la delicadeza y fervor del
amor haciendo que prevalezca el espíritu de temor sobre el amor
filial. Es una concesión a alguna inclinación torcida y viciosa que se
va arraigando, debilitando a la par las fuerzas de la voluntad. De
las cenizas de ese deseo malo, brota uno nuevo más ardiente que
el anterior. Amengua el amor de Dios, porque lo que concedemos a
los amores no rectos lo quitamos al amor de Dios: esos otros amo-
res arden con combustible robado. El alma se va atando con hilos a
esta tierra... y aunque conserve sus alas, ¿de qué le sirven si sus
patas están atadas a la tierra?
159
La luz del alma se amengua. Cada pecado venial es como
una nubecita que se interpone entre nosotros y el sol, que es Dios.
Tantos pueden ser los pecados que ese nublado sea espeso, oscu-
ro y apenas si nos envía su luz... Sólo a los limpios de corazón se
ha prometido ver a Dios.
Nos priva de un grado de gracia. No nos quita ciertamente el
estado de gracia, ni disminuye la gracia que tenemos, pero sí nos
priva de otras nuevas gracias que Dios dispone para los genero-
sos. Y puede llegar a tanto que el alma se va disponiendo para una
caída grave. Santo Tomás, tan poco amigo de exageraciones, afir-
ma: ʺQuien peca venialmente... desprecia algún orden, y con eso
acostumbra su voluntad a no sujetarse en las cosas menores al or-
den debido; se dispone a no sujetar su voluntad al orden el último
fin, eligiendo lo que de suyo es pecado mortalʺ. La repetición de
pecados veniales nunca llega a constituir el pecado mortal, pero el
alma puede llegar a tanto en su debilidad que casi insensiblemente,
sin percatarse dé el paso fatal: como la muerte por consunción y
por anemia que es como el apagarse del fuego, agotando el com-
bustible. [El pecado venial es como: ʺEl sueño que precede a la
muerte, es como dormirse en la Cordillera.ʺ]
Pero no es nuestro ánimo en esta meditación pintar los males
del pecado venial, sino mostrarle al alma que está adherida al mal
en alguna forma, que no puede considerarse presta para adherirse
a su Padre, sin afección alguna al desorden. Hemos de examinar-
nos si estamos libres de estas adhesiones terrenas, y para estarlo
en forma sincera, San Ignacio nos indica que no basta querer el
pecado venial, sino que hemos también de aborrece el desorden
de las cosas: no hemos de querer nada por sí mismo, nada, nada...
es el Principio y Fundamento que reaparece en la cumbre de los
Ejercicios con su luz tan clara. Todo lo hemos de querer en Dios,
conforme a la voluntad divina, solamente queriendo y eligiendo lo
que más. Elegir ¿qué? Lo que más… [En el Principio y Fundamen-
to se encuentra la invitación a desear y elegir solamente ʺlo que
más nos conduce para el fin que somos criados.ʺ] Aquí está toda la
perfección de los Ejercicios: no hay para qué ir más lejos, esta es
en realidad toda la aspiración de un alma que aspira a la santidad.
Por ejemplo Mateo Talbot, obrero, que renuncia a un espléndido
160
puesto por uno muy modesto, pero que le permitía oír misa cada
día.
163
vidos, sin defendernos; las reprensiones de nuestros superiores,
sin amargarnos; nuestros fracasos, sin desalentarnos… Un desai-
re, una palabrita hiriente, una mala interpretación de mis actos,
contestarlos desde el fondo del alma con un ¡Alabado sea Dios!
¡Bendito sea Dios!
San Ignacio conocedor del valer de estas pequeñas mortifica-
ciones nos recomienda: ʺPara mejor venir a este grado de perfec-
ción tan precioso en la vida espiritual, nuestro mayor y más intenso
oficio debe ser buscar en el Señor Nuestro su mayor abnegación y
continua mortificación en todas las cosas posiblesʺ (Regla 12 del
Sumario).
Como dice el Padre Ponlevoy: ʺTender a este grado es esfor-
zarse por ser un buen jesuita; llegar a poseerlo es ser perfecto je-
suita; alejarse de él es ser mal jesuita; renunciar cobardemente a él
es no ser ya jesuita de derecho y estar a pique de dejar de serlo
aún de hechoʺ.
Porque este ideal está tan ligado a nuestra vocación, se nos
pregunta al entrar si es este nuestro espíritu; y si no estamos en él,
si al menos deseamos estar en este tercer grado, pues de lo con-
trario no se nos recibiría. Para recordarnos siempre esta orienta-
ción San Ignacio nos dejó la regla 11, que si bien no nos obliga a
actos positivos continuos de humillación, nos obliga a tender en
nuestra espiritualidad a ese espíritu de amar la locura de la cruz,
nos obliga a ponderarlo delante de Nuestro Cristo y Señor y a pe-
dirle a Él esta gracia grande...
Por otra parte si bien esta doctrina está explícitamente en la
médula de la espiritualidad de la Compañía, forma parte de la espi-
ritualidad de toda vida religiosa, más aún, es el alma de toda espiri-
tualidad que tenga por centro a Jesucristo. ¿Y qué otra espirituali-
dad puede haber si Jesús no es el centro?
Coloquio: ʺPidiendo al Señor que me quiera elegir y recibir en
esta tercera mayor y mejor humildad para más le imitar y servir, si
igualo mayor servicio y alabanza fuere a la su Divina Majestadʺ (EE
168).
164
LAS TRES CLASES DE HOMBRES
165
El fin de esta meditación es empujarnos a abrazar lo mejor en
el plano de la generosidad, a fin de hacernos aptos instrumentos de
cooperación.
Para este fin hay que alejar las ilusiones. Hay una ilusión de
creerse generoso cuando en realidad no se es. Eso se descubre
mirando bien por dentro nuestra voluntad, su sinceridad total.
Principio de experiencia cotidiana: ʺLas cosas pueden parecer
muy semejantes y ser totalmente diferentesʺ. Ej. Dos cuadros de
igual tamaño, la misma escena e igual marco. Para un campesino
lo mismo da cualquiera. Viene un artista:
— ¡Usted tiene un Rubens!... Le doy lo que quiera, 100.000
dólares...
—Entonces me dará 200.000 dólares, porque los dos son
iguales: iguales personajes, color, altura...
—Son 200.000 si quiere, por uno; el otro es una copia: a lo
más 15 dólares. Pero ¿por qué? Hay un no sé qué en el colorido y
un no sé qué en los ojos, un no sé qué en el cielo... Por razón de
todos esos ʺno sé quéʺ uno vale 200.000 y el otro 15.
En el noviciado pretendíamos coser la sotana ¡imposible! ¡La
aguja sin punta! Por ese puntito mínimo se diferencia la costura de
la rotura...
Luego, hay que inspeccionar con ojo de perito la realidad de
mi voluntad para ver si es generosa. La apariencias de los 100
ejercitantes son las mismas ¿es igual su ánimo de entrega, su es-
píritu de cooperación? ¿Cómo conocer la voluntad? Hay un princi-
pio filosófico: ʺTenemos la misma voluntad para el fin y para los
mediosʺ. El fin es remoto; los medios, próximos. Para conocer
nuestra voluntad respecto al fin, veamos nuestra voluntad respecto
a los medios. Al fin todos cantamos, alabamos, amamos, pero ¿y a
los medios? He aquí la piedra de toque: el test.
Grupos de 6 ignacianos. Tengo tres parejas, 6 hombres, que
todos dicen amar íntegramente su fin: salvar su alma.
— ¿Quieren ser generosos con Cristo?
—Sí, sí....
— ¿Cooperar?...
166
—Sí, sí.
Primera Clase:
—Estamos prontos a cumplir con todo nuestro deber.
— ¿Tienen ustedes $500.000 en el Banco de Chile?
—Sí, Padre, por cierto ¡fruto de nuestros ahorros, penosamen-
te ganados!
— ¡Por supuesto que ninguna obligación de dejarlos! Claro,
¿obligación? Ninguna... Sin embargo en provecho de la obra divi-
na, ¿podríais hacer más?...
— ¿Más? Más que ser honrado y no robarle un centavo a na-
die y pagar el dinero del culto... ¿Más? Padre, no pierda su tiempo.
Usted es un exagerado. Vaya a convertir a los ladrones y deje en
paz a los hombres honrados... Nosotros seguiremos cumpliendo
nuestro deber...
No puedo condenarles. Tienen derecho a hacerlo. Ni Dios
puede exigirles más en justicia... Les estrecho la mano. Y me voy;
pero no cumplen toda la voluntad de Dios que se decían prontos a
realizar. Pero ¡la generosidad no puede forzarse!
Me viene a ver un joven:
—Padre, estoy preocupado de hacer avanzar el Reino de Cris-
to. Ustedes no pueden penetrar en ciertos ambientes, el seglar, sí.
Me dedicaré a la Acción Católica; ¡me casaré! Seré hombre de mi-
sa diaria y el brazo derecho del cura. ¿Aprueba usted eso?
—¡Cómo no voy a aprobar eso: todo es bueno!
—Pero deme su bendición para mi consuelo.
— ¡Fuera el disfraz! Usted está preocupado con una voz de
Dios que cree lo llama al sacerdocio y quiere rescatarse con esa
promesa. ¡Sea honrado! Dentro de cinco años el sacerdote habrá
perdido su brazo derecho, y usted vivirá honradamente, pero en
forma bien egoísta. Puede usted hacerlo, pero no voy a bendecir
positivamente esa máscara de inocentes, ese extinguir la voz de la
gracia. ¡Vaya en paz!
167
En la vida religiosa: mantenerme en la obligación: soy profe-
sor; derecho a mis vacaciones. Tengo respeto a mis hermanos, pe-
ro no amor.
Segunda clase:
—Oímos la conversación. ¡Qué egoístas estos hombres! Es
indigno... No hay derecho. Ya hemos pensado lo que haremos: Da-
remos la mitad. Dios quedará muy satisfecho, recibe lo que no es-
peraba; y a nosotros nos queda lo necesario para una buena vida.
¿No le parece acertado?
—Cualquiera pensaría que esta actitud merece una gestión
ante la Santa Sede para que les otorgue la Cruz Pro Ecclesia et
Pontífice, o lo hagan Comendador de San Gregorio... Y sin embar-
go... ¿la otra mitad?
— ¿También? ¡Es el colmo! ¡Exageración! Esto es desalenta-
dor... No, es demasiado.
— ¡Quédense tranquilos! Ni siquiera Dios tiene derecho a exi-
girle más en justicia... pero la obra de Dios no se hace entera.
Esta 2ª clase recorre la mitad del camino. Cuando Dios desea
una cosa es totalmente inútil ofrecerle otra. Como un buen compa-
ñero excelente, pero que ofrecía siempre algo que no servía; le iba
a pedir una cortapluma: no tengo, pero ¿por qué no se lleva este
diccionario griego? En vida consagrada se realiza este 2° hombre
cuando tratamos de sustituir la voluntad divina por otra: me pide ca-
ridad y bondad, y no puedo satisfacerlo con oración.
Tercera clase:
—Hemos oído todo... no pensamos ser mejores que los de-
más, pero si el Señor quiere toda la fortuna, ¡es de Él! ¡Ojalá se
digne recibirla! (Se digne: la palabra de Tobías respecto a Rafael).
Un hombre no puede hacer más, ni los Ángeles tampoco.
¡Dios viene a cantar el Magníficat a las ventanas de mi alma! La
pobre viuda del Evangelio, es ejemplo claro de esta 3ª clase. La
muchedumbre desfila y ofrece. Esta pobre viuda tenía en su mano
las dos pequeñas monedas (las 2 valían - centavo). Tenía todas
168
las razones para no dar; ¡dio la 1ª moneda, la mitad de su fortuna,
y luego la otra mitad!
Jesús sintió un estremecimiento, llamó a sus Apóstoles. ʺVed
esa pobre viuda. Dio todo lo que poseíaʺ (cf. Mc 12,4144). Gene-
rosidad total: Voluntaria hasta el fin. No se trata de contentarme,
sino de contentar a Dios.
[ʺHay quienes entienden mal esta meditación. Una religiosa
paralizada en su vida espiritual desde hace seis años porque el
Padre predicó: lo más perfecto es lo más difícil... Para mí lo más
difícil es la muerte de mi madre... y... No puedo pedir al Señor
que la lleve: ¿Falta de generosidad? No... Lo más perfecto no es
lo más difícil, ¡es la fidelidad a la voluntad divina! ¿Será perfecto
pedir sufrimientos imposibles, fracasos, enfermedades, la fiebre
amarilla y la peste negra? El sentido de la oración ʺTomad, Se-
ñor, y recibid, toda mi memoria, voluntad e inteligenciaʺ... ¿será
que Dios me haga amnésico, abúlico e idiota? El éxito de los
Ejercicios sería la locura general. Telegrama al Padre: Éxito
completo: ¡todos locos y tontos! ¡No, por Dios! Si Él quiere pro-
barme, bien; pero yo no tengo derecho de pedir enfermedades ni
locura... Al contrario los escolares cada día han de pedir éxito en
sus estudios.]
169
NUESTRA IMITACIÓN DE CRISTO
170
pero la sobrepasa. Pero no es esto. No: ʺEl espíritu vivifica; la letra
mataʺ (2 Cor 3,6).
2. Para otros, la imitación de Cristo es más bien un asunto
especulativo. Ven en Jesús como el gran legislador; el que solucio-
na todos los problemas humanos, el sociólogo por excelencia; el
artista que se complace en la naturaleza, que se recrea con los pe-
queñuelos... Para unos es un artista, un filósofo, un reformador, un
sociólogo, y ellos lo contemplan, lo admiran, pero no mudan su vida
ante Él. Son a veces paganos, como Ghandi, apóstatas como Re-
nán, poetas semipaganos como tantos que admiramos en los que,
sin embargo, por propia declaración, no ha brillado la luz de la fe,
pero para quienes, sin embargo, Cristo es el personaje central de
su vida y de la historia... Cristo permanece sólo en su inteligencia y
en su sensibilidad, pero no ha trascendido a su vida misma. Con
frecuencia ésta es inmoral, porque para él Cristo es más un perso-
naje admirable, que una norma de vida. Religiosidad frecuente en
el tipo universitario, mucho menos en la mujer. Estos hombres
constituyen con frecuencia un peligro para la religión, la evacuan
de sentido, la vacían de su sobrenaturalismo. Son el profesor Sa-
vagnac que nos describe Bourget en el demonio del medio día
[Paul Charles Joseph Bourget escribió Le démon de midi, en 1912],
con [René] Chateubriand que escribía, donde jamás debía haber
penetrado un cristiano, su apología del cristianismo [Le Génie du
Christianisme]. Son a veces hombres que librarán batallas por Cris-
to, o más bien por su Iglesia, sus instituciones, pero desprovistos
de todo espíritu cristiano, del alma del cristianismo. Esa admira-
ción, ¡no es imitar a Cristo!
3. Otro grupo de personas creen imitar a Cristo preocupándo-
se, al extremo opuesto, únicamente de la observancia de sus man-
damientos, siendo fieles observadores de las leyes divinas y ecle-
siásticas. Escrupulosos en la hora de llegada a los oficios divinos,
en la práctica de los ayunos y abstinencias.
Contemplan la vida de Cristo como un prolongado deber, y
nuestra vida como un deber que prolonga el de Cristo. A las leyes
dadas por Cristo ellos agregan otras, para completar los silencios,
de modo que toda la vida es un continuo deber, un reglamento de
perfección, desconocedor en absoluto de la libertad de espíritu. Las
171
leyes centrales son desmenuzadas en multitud de aplicaciones ri-
gurosas...
El cristianismo es un fariseísmo, una casuística; se cae en la
escrupulosidad. ¡Cuántas veces se ha deformado la conciencia
cristiana haciéndole creer que eso es imitar a Cristo! Y tenemos
como consecuencias almas apocadas, que no se preocupan sino
de conocer ajenas interpretaciones sobre el propio obrar, que care-
cen de toda libertad de espíritu, y para quienes la vida cristiana es
un prolongado martirio. El confesor para estas personas es un ar-
tículo de bolsillo a quien deben consultar en todos los instantes de
la vida.
El foco de su atención no es Cristo, sino el pecado. El sacra-
mento esencial en la Iglesia no es la Eucaristía, ni el bautismo, sino
la confesión. La única preocupación es huir del pecado, y su mejor
oración, el examen de conciencia. El sexto mandamiento en espe-
cial los atormenta y los preocupa. E imitar a Cristo para ellos es
huir de los pensamientos malos, evitar todo peligro, limitar la liber-
tad de todo el mundo y sospechar malas intenciones en cualquier
acontecimiento de la vida.
No; no es ésta la imitación de Cristo que proponemos. Esta
podría ser la actitud de los fariseos, no la de Cristo. Puede un alma
estar tentada de escrúpulos y esta prueba es una prueba y dolor
verdadero, tan verdadero como un cáncer, la pobreza o el hambre;
pero la escrupulosidad, el rigorismo y el fariseísmo no son la esen-
cia del catolicismo; no consiste en ellos la imitación de Cristo.
Nuestra actitud ante el pecado la expresa admirablemente San
Juan: ʺHijitos míos... [Hijos míos, os escribo esto para que no pe-
quéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Pa-
dre: a Jesucristo, el justo. Él es víctima de propiciación por nuestros
pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo
entero (l Jn 2,1-2).]
4. Para otros, la imitación de Cristo es un gran activismo apos-
tólico, una multiplicación de esfuerzos de orientación de apostola-
do, un moverse continuamente en crear obras y más obras, en mul-
tiplicar reuniones y asociaciones. Algunos sitúan el triunfo del cato-
licismo únicamente en actitudes políticas. Lo esencial para ellos es
el triunfo de una combinación o de un partido; el cambio de un mi-
172
nistro, la salida de una profesora... Para otros, lo esencial una gran
procesión de antorchas, un meeting monstruo, la fundación de un
periódico... Y no digo que eso esté mal, que eso no haya de hacer-
se. Todo es necesario, pero no es eso lo esencial del catolicismo.
[De hecho el P. Hurtado organizó varias obras y procesiones de an-
torchas, pero en este texto le interesa insistir en que lo esencial del
cristianismo no radica en las obras.] Cuando eso falla, o no puede
realizarse, no por eso dejo yo de imitar a Cristo. Cuando estoy en-
fermo y no puedo trabajar... Cuando preso, cuando vencido, cuan-
do las fuerzas del mal se enseñorean, no por eso Cristo reina me-
nos en la sociedad, no por eso se le imita menos.
Esta concepción de activismo en la imitación de Cristo, ¡tan
frecuente entre nosotros en la imitación de Cristo! No que la con-
dene, pero sí que diga que ella no es lo esencial ni lo primordial en
nuestra relación con Cristo. Es algo parecido al Islamismo que es
una religión ante todo conquistadora... y éstos en general viven en
el pesimismo, pensando que lo primordial, que es la conquista, está
en mala situación.
II. Verdadera solución
Nuestra religión no consiste, como en primer elemento, en una
reconstrucción del Cristo histórico (los que no supieran leer, ni tu-
vieran letras, o vivieran antes que se hubiese escrito el Evangelio);
ni en una pura metafísica o sociología o política (¡qué para los igno-
rantes!); ni en una sola lucha fría y estéril contra el pecado, que es
una manifestación del amor, pero no el amor salvador; ni primor-
dialmente en la actitud de conquista, que puede darse en indivi-
duos muertos a Cristo por el pecado mortal. Nuestra imitación de
Cristo no consiste tampoco en hacer lo que Cristo hizo, ¡nuestra ci-
vilización y condiciones de vida son tan diferentes!
Nuestra imitación de Cristo consiste en vivir la vida de Cristo,
en tener esa actitud interior y exterior que en todo se conforma a la
de Cristo, en hacer lo que Cristo haría si estuviese en mi lugar.
Lo primero necesario para imitar a Cristo es asimilarse a Él
por la gracia, que es la participación de la vida divina. Y de aquí an-
te todo aprecia el bautismo, que introduce, y la Eucaristía que ali-
menta esa vida y que da a Cristo, y si la pierde, la penitencia para
173
recobrar esa vida... Esa vida de la gracia es, la primera aspiración
de su alma. Estar en Dios, tener a Dios, vivir la vida divina, ser
templo de la Santísima Trinidad... Por no perder esa vida, que es la
participación de Dios, su divinización, está dispuesto a perder el
ojo, la mano, la vida... No por temor, sino por amor. Esa vida es pa-
ra él la perla preciosa, el tesoro escondido (cf. Mt 13,44-46).
Y luego de poseer esa vida, procura actuarla continuamente
en todas las circunstancias de su vida por la práctica de todas las
virtudes que Cristo practicó, en particular por la caridad, la virtud
más amada de Cristo. La misión de este hombre es la de iluminar
el mundo con la caridad de Cristo. Ofrecerse al mundo como una
solución a sus problemas; ser para el mundo una luz, una gracia,
una verdad que los lleve al Padre.
La encarnación histórica necesariamente restringió a Cristo y
su vida divino-humana a un cuadro limitado por el tiempo y el es-
pacio. La encarnación mística, que es el cuerpo de Cristo, la Igle-
sia, quita esa restricción y la amplía a todos los tiempos y espacios
donde hay un bautizado. La vida divina aparece en todo el mundo.
El Cristo histórico fue judío viviendo en Palestina en tiempo del Im-
perio Romano. El Cristo místico es chileno del siglo XX, alemán,
francés y africano... Es profesor y comerciante, es ingeniero, abo-
gado y obrero, preso y monarca... Es todo cristiano que vive en
gracia de Dios y que aspira a integrar su vida en las normas de la
vida de Cristo, en sus secretas aspiraciones, y que aspira siempre
a esto: a hacer lo que hace, como Cristo lo haría en su lugar. A en-
señar la ingeniería, como Cristo la enseñaría, el derecho... a hacer
una operación con la delicadeza... a tratar a sus alumnos con la
fuerza suave, amorosa y respetuosa de Cristo, a interesarse por
ellos como Cristo se interesaría si estuviese en su lugar. A viajar
como viajaría Cristo, a orar como oraría Cristo, a conducirse en po-
lítica, en economía, en su vida de hogar como se conduciría Cristo.
Esto supone un conocimiento de los evangelios y de la tradi-
ción de la Iglesia, una lucha contra el pecado, trae consigo una me-
tafísica, una estética, una sociología, un espíritu ardiente de con-
quista... Pero no cifra en ellos lo primordial. Si humanamente fraca-
sa, si el éxito no corona su apostolado, no por eso se impacienta.
Si viene sobre el mundo la garra brutal del paganismo y nuevas
174
persecuciones, y aun nuevas apostasías, no por eso cree que el
catolicismo está destrozado, no por eso pierde su ánimo, porque su
triunfo primordial no es el externo, sino el interior.
Y Cristo triunfó desde la cruz, ʺCuando sea elevado sobre la
tierraʺ (Jn 12,32). La misión de Cristo, que es lo que más nos im-
porta, se realizó a pesar de nuestras debilidades: esa misión que
consistió en pagar la deuda del pecado, redimir al hombre, darnos
la gracia santificante.
Y él, como Cristo, en éxito o en derrota siembra la verdad;
respondan o no, da testimonio de la verdad; se presenta como una
luz cada día fulgurante, procura buscar las ovejas que no son del
rebaño.
Actitud de paz: ʺLa paz con vosotrosʺ (Lc 24,36)... perpetuo
triunfo. La única derrota consiste en dejar de ser Cristo por la apos-
tasía o por el pecado. La primera lo expulsa del Cuerpo místico, la
segunda lo hace un miembro muerto del mismo. Si el mundo se
paganiza, el cristianismo no fracasa, fracasa el mundo por no que-
rer servirse del cristianismo, el único que podría salvarlo.
Este es el catolicismo de un Francisco de Asís, Ignacio, Javier,
Vico Necchi, Beato Contardo Ferrini [(1859-1902), laico italiano,
profesor de Derecho Romano], Salvador Palma [médico-cirujano,
destacó por su espíritu de servicio a los más pobres], Luis Goyco-
lea, Vicente Philippi, de un don Gilberto Fuenzalida [obispo de
Concepción], y de tantos jóvenes y no jóvenes que viven su vida
cotidiana de casados, de profesores, de solteros, de estudiantes,
de religiosos, que participan en el deporte y en la política con ese
criterio de ser Cristo. Éste muestra al hombre egoísta lo que puede
ser el hombre que ha encontrado la solución del misterio de la vida
por el abandono de sí mismo en la divinidad. Éstos son los faros
que convierten las almas, y que salvan las naciones. Éstos son los
tipos que ha de producir la Universidad Católica. Profesores llenos
de esta sublime aspiración: ser Cristo, plenamente Cristo, en la se-
riedad de su vida profesional, en la intimidad de su vida de hogar,
en sus relaciones de comercio, en su vida social, en sus relaciones
con sus alumnos. Ésta es la vida que con su conducta y sus pala-
bras han de predicar. ¡Ah, si así fuese!, ¡qué juventud la que ten-
dríamos! ¡Qué influencia la de nuestra Universidad! ¡Este es el úni-
175
co camino sólido y seguro de salvar a nuestro país, y de responder
a los deseos de Cristo! Meditemos en el camino, y en nuestra obli-
gación de ser para nuestros alumnos esa luz, esa gracia que orien-
te sus vidas hacia un cristianismo totalitario que los satisfaga total-
mente y que les muestre cómo, en cada circunstancia de la vida,
ellos tienen el deber de ser católicos y cómo a su vez pueden serlo.
Los jóvenes de ahora, en este mundo material, sienten como
nunca esta inquietud. Es deber nuestro de los sacerdotes y de los
catedráticos de saciar esa sed y de mostrarles con nuestras pala-
bras, y sobre todo con nuestras vidas, el camino seguro de realizar
esa aspiración.
176
HUIDA A EGIPTO
177
LA VIDA DE FE
179
En seguida tanto para él como para los demás, consciente de lo
que es esa vida de la gracia procura que nada de ella se pierda, y por
eso cierra enérgicamente la puerta al pecado venial plenamente deli-
berado... y hace lo posible, porque ninguna falta venial se introduzca
en su vida.
Sabe quién es Cristo, y lo que es el pecado venial. Lo que signi-
fica ese descomedimiento con Cristo, esa falta de atención, ese es-
cupir el rostro del Maestro... y no lo acepta y está dispuesto a morir
antes que cometerlo. San Juan Berchmans, San Roberto Bellar-
mino14, tantas ʺsirvientasʺ, tantos jóvenes que ciertamente no han
cometido ningún pecado de cierta importancia deliberadamente. [Es
decir, ningún pecado de cierta importancia cometido deliberadamen-
te].
Otro paso ulterior es la fidelidad a la gracia. Estar con los oídos
bien atentos a las inspiraciones del Señor para no dejarlas pasar, sin
llegar a la escrupulosidad, a perder la paz del alma por cerrarse de-
masiado, pero el verdadero sacerdote se acuerda que es templo del
Espíritu Santo y que Jesús prometió que las almas serían enseñadas
por el mismo Espíritu: ʺSerán enseñados por Diosʺ (Jn 6,45). Esas
lucecitas como chispas, que ocurren durante el día, las aprecia y las
toma en serio, y procura realizarlas...
Pero esta fidelidad a la gracia es imposible sin una vida de ora-
ción tomada en serio. Recogimiento habitual del alma. Esa vida de
oración no puede menos de consistir, como mínimo, en la oración de
la mañana bien hecha, con toda seriedad, comenzando por la levan-
tada a una hora fija y exacta, como condición indispensable... Se le-
vanta a tiempo, se dirige a la Iglesia y, con gusto o sin gusto, se hun-
de en la plegaria.
La distracción es condición habitual de nuestra pobre naturaleza
humana. Toma su libro, se esfuerza si es necesario, se reduce a ado-
14
San Juan Berchmans (1599-1621), estudiante jesuita, modelo de la
juventud. San Roberto Bellarmino (1542-1621), sacerdote jesuita, compuso
varias obras de teología, en 1599 fue nombrado Cardenal y gobernó la dió-
cesis de Capua. En Roma fue consejero del Papa. Canonizado en 1930 y
posteriormente declarado Doctor de la Iglesia.
180
rar, repetir una jaculatoria, pero no abandona su plegaria. Y sea cual
fuere la hora de la Misa es fiel a su levantada a una hora tal que le
permita la tranquilidad de su plegaria.
Viene luego su Misa en unión íntima con Cristo: ofreciéndose,
transubstanciándose, resolviéndose a darse en comunión a los de-
más en unión de Cristo. Esa Misa que es la coronación de su vida de
sacrificios, que ofrece al Maestro en unión de los de Él.
Su breviario [o lectura espiritual], no de cualquier manera, sino
procurando recogerse, a pesar de las mil distracciones que le ocurri-
rán. El breviario es largo, difícil de rezar, pero procuremos actuarnos
antes de rezarlo cada vez que vamos a él. Recordemos que lo reza-
mos en nombre de la Iglesia, por las mil intenciones de la Iglesia: mi-
siones, paz, conversiones... y esto nos alentará.
Luego, durante el día, algunas visitas al Señor Sacramentado:
son indispensables. La devoción a Jesús jefe, a Jesús amigo... salu-
darlo, aunque sea muy corto el tiempo. Tal vez podríamos rezar en
su presencia. Nuestros problemas irlos a consultar con él (Dollfus,
cuando le ofrecieron la cancillería pasó la noche en consulta con Je-
sús15; el P. Petit; el hermano de Tronchiennes.)
Los momentos muertos, esos instantes preciosos en que no
hay nada definido que hacer: Volver interiormente al corazón... Son
el secreto de la santidad: el alma de la vida interior. Hacerse familiar
al recurso a Dios para hablar con Él, durante todo el día, y a propó-
sito de todo. En los carros, en las esperas, saber ver los aconteci-
mientos como venidos de su mano.
Esta actitud nos traerá como recompensa el ser hombres espi-
rituales, hombres de fe, condición básica de nuestro apostolado.
Hay tan poco fruto ahora, porque tan pocos hombres son verdade-
ramente de Dios. Así los que están en pecado mortal... y casi nos
atreveríamos a decir los que viven en pecado venial habitual. ¿Có-
mo van a poder santificar? Serán personas que hablan: lo que decía
15
Engelbert Dolfus (1892.1934), Canciller de Austria, logró reformas
constitucionales de acuerdo a la encíclica Quadragesimo anno, de S.S. Pío
XI. Fue asesinado por un grupo de nazis austríacos.
181
el Cardenal Schuster de los cuaresmeros de oficio16; serán discos
que no impresionarán... Las almas no se mueven sino ante el ejem-
plo, ante la realidad de una vida que se ha entregado enteramente
al ideal que predica.
Y para nosotros, ¡qué consuelo poder mirar todos los aconte-
cimientos de la vida a esa luz! porque desgracias habrá: pobreza,
soledad, casas en ruina, iglesias cayéndose, a veces incompren-
sión... y para no amargarse no hay más que un camino: Mirar el
mundo con ojos de fe.
16
El Cardenal Ildefonso Schuster (1880-1954), consultor de la Congre-
gación de Ritos, fue Arzobispo de Milán y recientemente ha sido beatificado.
182
DE LA IDA DE JESÚS AL DESIERTO
184
LA ORACIÓN
17
Mons. Félix Antoine Philibert Dupanloup (1802-1878), Obispo de Or-
léans, se destacó por su defensa de la libertad en la enseñanza religiosa en
Francia y por su activa participación en el Concilio Vaticano I.
186
de Él; y de ahí que cuando uno no hace su oración siente una se-
quedad, un vacío, un disgusto, que es como una campana, es la
voz misma de Dios que nos llama a volver a Él. Feliz aquel que es
dócil. Desgraciado del que la desoye, porque la voz del Señor no
es como el trueno, ni como el cañonazo de manera que esa voz irá
haciéndose cada vez más lejana y terminará por apagarse [Con-
frontar con la escena bíblica de Elías, 1 Reyes 19,11-12]. Pobrecito
de aquel en quien se ha apagado, cuyo hilo de teléfono con el cielo
está cortado. Y sentarse en la Iglesia, arrodillarse y aburrirse, y
sentirse en el vacío todo es lo mismo. Pero aunque así sea, que no
desespere, porque si humildemente ora, podrá reparar la línea,
porque Dios es tan bueno que basta que nos vea trabajando para
que inmediatamente mande reparar los desperfectos y nos da lí-
nea... será trabajo de más o menos tiempo, pero la comunicación
quedará restablecida.
187
CANÁ DE GALILEA
La historia
El Señor se prepara a volver a Galilea, después de haber con-
quistado los primeros discípulos. Había dos caminos, uno por Pe-
rea y otro por Samaria. Viaje a pie de tres días, desde la ribera del
Jordán, cerca del sitio de su bautizo. Escogió este segundo ca-
mino. Había una razón especial: pasaba por Caná y allí vería a su
Madre que iba a asistir a una fiesta de matrimonio.
El viaje. Viaje de esfuerzo, a pie como todos los viajes de Cris-
to, por caminos áridos, pedregosos, polvorientos... Toda la vida de
Cristo es un gran esfuerzo. Nada de molicie. Nacido en una cueva,
su primera cama es un pesebre, luego de niño tiene que empren-
der en brazos de sus padres el rudo viaje a Egipto; vuelto a Naza-
ret, la vida de trabajo en el taller. Trabajo de esfuerzo: arados, ban-
cos... Sale a la vida pública y lo vemos en el desierto árido, solo
con las bestias salvajes, las grandes aves que cruzarían graznando
sobre ese terreno muerto; pasa a vivir en una choza, o quizás al ai-
re libre junto al río: ʺLos pájaro tienen nido, las zorras cuevas... el
Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabezaʺ (Mt 8,20). De
ahí lo vemos emprender este viaje de tres días... Luego dormirse
en el bote de Pedro, recostando su cabeza sobre las cuerdas; dor-
mir en el monte, sentarse rendido de cansancio junto al pozo de
Jacob, recorrer los trigales hambriento, tanto que sus discípulos
frotan las espigas para comer algo... Cuando multiplicó los panes,
se fue a aquel monte para poder descansar, pero siguió trabajando.
[El Evangelio de San Marcos relata este episodio: ʺJesús, en-
tonces, les dice: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solita-
rio, para descansar un poco». Pues los que iban y venían eran mu-
chos, y no les quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la
barca, aparte, a un lugar solitario… Y al desembarcar, vio mucha
gente, sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no
tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosasʺ (Mc 6, 31-
34)]
188
¿Ropa? ¡La puesta! La túnica inconsútil... calzado: sandalias
que haría remendar antes de las grandes excursiones, ¡como aho-
ra se hacen revisar las llantas del auto! ¿Hotel? Con frecuencia el
cerro, la sombra de un árbol, la casa de un amigo o de un compa-
sivo campesino... y entonces el mejor sitio para sus compañeros.
¿Qué Santo Padre es el que recuerda emocionado la tradición de
que de noche se levantaba a ver si estaban cubiertos? Esa es la
imagen de Cristo: austero, de una pieza, sin blanduras muelles.
Recuerde a Mistral… Cristo, el de las carnes…
[Referencia a la poetisa Gabriela Mistral, a quien el P. Hurtado
conoció personalmente: ʺCristo, el de las carnes en gajos abiertas;
Cristo, el de las venas vaciadas en ríos: estas pobres gentes del
siglo están muertas de una laxitud, de un miedo, de un frío...ʺ. Al
oído de Cristo, Desolación. Al morir el P. Hurtado, Gabriela Mistral
escribió: ....Duerma el que mucho trabajó. No durmamos nosotros,
no, como grandes deudores huidizos que no vuelven la cara hacia
lo que nos rodea, nos ciñe y nos urge casi como un grito… Y algu-
na mano fiel ponga por mí unas cuantas ramas de aromo o de
«pluma Silesta» sobre la sepultura de este dormido que tal vez se-
rá un desvelado y un afligido mientras nosotros no paguemos las
deudas contraídas con el pueblo chileno, viejo acreedor silencioso
y paciente. Démosle al Padre Hurtado un dormir sin sobresalto…ʺ]
Esa ha sido la imagen de los grandes santos: Francisco de
Asís: cómo vestía; su cama, una roca; su vida en el Averno; su co-
mida sazonada con ceniza; su figura ascética. Francisco Javier:
Nuncio haciendo su comida, lavando su ropa, corriendo por el cerro
en busca de los caballos. El Marqués de Comillas. Cura chileno de
Isla de Maipo, que dio su fortuna, y cuando no quedaba sino unos
cuantos pesos, los entregó, a pesar que eso habría sido para su
medicina. O'Callahan, medalla del Congreso: The bravest man I
ever met, días sin comer, pasando de uno a otro las bombas cal-
deadas y a punto de explotar. Camilo de Lellis curando sus enfer-
mos. Thonet, el presidente de la JOC, muriendo de hambre, y mu-
rió cantando.
Esa austeridad es necesaria para todos
El lujo en la vida privada... ¡se puede defender! Sí, a veces
con dificultad, pero, en fin, ¡se logra a veces defender! Pero ¿ha
189
convertido a alguien el lujo, de la gran casa, del magnífico auto?
ʺTodo me es lícito, pero no todo convieneʺ, diría San Pablo (1Co
6,12).Y me atrevería a decir que ahora, en nuestro siglo, Nuestro
Señor incluso para su casa quiere que ésta se asemeje más a la
mansión de sus hermanos obreros: Él, que nunca quiso privilegios,
no debe sentirse bien entre mucho oro, cuando Él mismo, ¡¡El
mismo, en su cuerpo místico, está muriendo de tuberculosis en la
calle o debajo del puente!! ¿No ha sido acaso la hermosa tradición
de la Iglesia vender sus joyas en las grandes calamidades de los
pobres?.., y ¿no es toda la vida moderna una gran calamidad? ¡¡No
sea cosa que conservemos las joyas y perdamos las almas!!
Si miramos honradamente a Cristo y a los santos ¿qué halla-
mos? El primer paso de los que se acercan a Cristo, es la pobreza;
el primer voto de la vida religiosa es la pobreza, y la primera causa
de todas las decadencias espirituales ha sido la riqueza (por eso es
que nos suprimieron a tiempo [audaz afirmación sobre la supresión
de la compañía de Jesús]). ¡El llamado final de la Divini Redempto-
ris a una vida más modesta! [Encíclica sobre el comunismo publi-
cada en 1937.] Y, para reformar la sociedad, dice Quadragessimo
anno: reforma moral y reforma instituciones.
Por lo que respecta al seglar católico, qué hermoso sería darle
un aspecto más austero. Vestido... menos gasto, menos exquisitez,
por lo menos en la vida diaria, que es vida de trabajo y el traje ha
de indicar que se está en trabajo. Esto no quita que en el momento
de fiesta, sea fiesta, pero la fiesta debe ser como el postre en la
comida [ʺLa diversión ha de ser en la vida, el postre de una vida de
trabajo, pero no el plato sólido; la sal o la salsa, pero no el alimento
sustancialʺ], o el azúcar en el café, no más del 10%... ¡¡El trabajo
mismo debe ser una fiesta y una alegría permanente!! Casa: có-
moda sencilla... pero no puede la mía tener una comodidad como
100, cuando la de miles de mis hermanos no tiene como 100. ¡En
Santiago, 5.000 de mis hermanos no tienen más casa que el cielo,
más cama que el suelo polvoriento o barroso, más abrigo que el
calor de otro miserable o el de un perro que se apretuja en contra
de él! Fiestas... Sí. Y… se puede defender el derecho de usar 'la
magnificencia' y puede citar a Santo Tomás... pero, ¿es cristiano
derrochar sumas enormes cuando otros mueren de hambre? Es
190
que todos los de mi situación social lo hacen... —Pero ¿no será
tiempo de comenzar a hacerlo de otra manera? Matrimonio costo-
so... Pololeos caros… Yo me pregunto a veces, pero ¿nos hemos
dado cuenta del mundo en que vivimos?, ¿nos hemos dado cuenta
de lo que tenemos nosotros... y de lo que carecen otros?
Hay algo que no vemos nosotros al no salir de Chile, pero que
los extranjeros que vienen a Sud América, y sobre todo a Chile,
ven al punto: La horrenda distancia de dos mundos que conviven
sin tocarse por ninguno de sus extremos... Paleee (y lo citaba Ti-
mes —Ave María—) Howard, Heering... caen al punto en la cuenta
de algo que nosotros no vemos. Pelletier: una exquisita elite; pero,
¡a qué precio, qué caro!
En Estados Unidos y Canadá pude yo también apreciar ese
problema nuestro que intuía, pero no veía cómo podía ser solucio-
nado. Nuestro problema es doble: el de los que tienen demasiado
poco, y el de los que tienen demasiado; no demasiada dinero, pero
sí demasiada comodidad, una vida demasiado fácil, ¡¡frente a una
vida demasiado dura!! Nuestras clases separadas por un inmenso
abismo. En Estados Unidos me impresionaba ver los muchachos
en su traje de diario: en Washington —¡la capital!— tan sencillo; to-
do lo inútil eliminado… sus bototos, su gorra, o cabeza descubierta
en mitad del invierno… su abrigo barato, corto; su ropa sin preten-
sión. La casa cómoda, pero sin pretensiones: sin grandes salones
de recibo (salvo la Embajada Rusa...), su living. Auto, frigidaire, la-
vandería, porque todo hay que hacerlo en casa, y todos lavando la
vajilla, por eso se sabe lo que se usa; ¡¡pues una sirviente es un
dólar por hora!! ¡¡Su trabajo es humano, tiene derecho a una vida
decente y si la necesito la tengo que pagar!!
Las mujeres con su pañuelo en la cabeza. Los alumnos de
nuestros colegios cuántos recogen los platos, trabajan en la tarde,
o en el verano, o siguen en cursos de la tarde para ganarse la vida
y poder estudiar. Y ¡¡yo pensaba en los que pololean a costa del
bolsillo del papá!!
Sobriedad de vida; austeridad; esfuerzo. Y sentiros vinculados
a los que sufren, amarlos, procurar comprenderlos, vivir más en la
inteligencia de su espíritu, y más cerca de sus rudezas y dolores. Al
comunista chileno, que viajaba con Pelletier, lo que más chocaba
191
en nuestro clero era que precisamente siendo muchos de condición
modesta y llevando una vida dura, tuvieran tanta mentalidad de
clase pudiente.
Espíritu de equipo
Jesús no viaja solo, no participa en las actividades solo. Salvo
cuando ora, siempre está acompañado de sus apóstoles; con ellos
va a todas partes, incluso a los banquetes. La gran fuerza que da el
vivir con otros del mismo ideal, el trabajar con otros en la causa
común. Vivir con otros: para el sacerdote, el terrible peligro para su
alma y sus nervios de vivir solo. En Norte América y Canadá, cada
sacerdote vive con otros sacerdotes, se divierten juntos y eso es un
gran resguardo. Hacen vida íntima de familia; si necesitan salir a
tomar un helado, salen... pero juntos. El gran beneficio de nuestra
vida de comunidad, pero a condición de vivir plenamente en ella...
de no minimizarla, de amar los recreos, los días de campo, las fies-
tas en común. ¡Oh todo lo que se pudiera decir de nuestros re-
creos! Recuerde lo que nos decía el Padre Charles: ¡¡ventajas úni-
cas!! Vivir en la comunidad, con la comunidad, para la comunidad.
[Recuerda una meditación del P. Charles, en febrero de 1944,
para la comunidad de jesuitas: ʺla única diferencia del descanso: es
el trabajo que hacemos sin imposición. En nuestra Compañía de
Jesús, un elemento esencial es el recreo. El único lugar donde nos
encontramos al natural. Todos al mismo nivel... Se hace la unión y
se mantiene la tradición no en las cartas de los Padres Generales,
sino los recreos. El jesuita al natural. En recreo uno es lo que es.ʺ]
Trabajar en equipo: el resultado enorme que podríamos sacar
si nos ayudáramos en nuestros trabajos. Si hiciéramos obra de
equipo... Un curso de religión en equipo; un libro, un retiro… en
equipo. La dirección espiritual ligados al Prefecto, Maestrillos, Pa-
dre Espiritual... Las obras de caridad apuntalándonos con los me-
dios que cada uno tiene: todos a la disposición de los demás.
El espíritu de equipo significa, en los que lo practican, un in-
menso renunciamiento: somos tan aficionados de hacer mi obra, en
la que yo deje mi huella, y pasar a hacer la obra común, que no va
a ser la mía, en la que yo no figuro sino como rueda en el engrana-
je común... ¡Caramba que significa renunciamiento!
192
Significa mortificación para acomodarme a los demás, esa te-
rrible mortificación interior de soportar caracteres lentos, egocéntri-
cos, susceptibles, quisquillosos... y que no se suba jamás la le-
che... guardar la calma, sonreír cuando uno patearía… Dios mío es
canonizable el que trabaja en equipo. Y obras como la Acción Ca-
tólica son imposibles sin espíritu de equipo.
Significa el cultivo de honestas amistades, un franquearse, un
dar y recibir, sin sentimentalismo de niños, pero sin estiramientos
de falsa ascética. Aprender a tratar a mis hermanos, no sólo oca-
sionalmente, sino en forma más estable. Una amistad —que no es
enfermiza sino viril—, es absolutamente necesaria. Si uno trata a
todos por igual no puede pedir una respuesta cordial profunda. No
rechazar a nadie, bondadoso con todos, pero natural para ahondar
aquellas relaciones que Dios pone en su camino.
Cuando uno se va de un país, de una casa, el recuerdo más
grato que uno lleva es el de aquellas almas bondadosas que se
han sacrificado por uno, que le han dado no fría cortesía, sino algo
de sí, un calorcito de amistad. ¡La gracia supone la naturaleza! Por
otra parte, este espíritu de equipo es la señal de las obras llamadas
a perseverar. Lo que es sólo mío, morirá conmigo... y allí quedará.
Es la ventaja de la vida religiosa, que es ella la que toma la obra...
y eso da aliento para realizar en ella cualquier trabajo. Es la mane-
ra como trabaja la Iglesia: es el Cuerpo Místico que trabaja y los
frutos se comunican mediante esa corriente de vida que se llama
comunión de los santos.
Espíritu social
Íntimamente relacionado con el espíritu de equipo está el espí-
ritu social: participar en la vida social, en las alegrías y en los dolo-
res... Vemos a Jesús, que hay una boda, hay mucha gente convi-
dada... y aunque quizás en la fiesta pueda haber algún exceso, allí
está Él y allí está su Madre. En medio del pueblo, de la vida huma-
na, de la vida de familia, en las alegrías más legítimas. ¡Qué distin-
to es Jesús y es su Madre de aquel solitario taciturno que se em-
peñan algunos en describir! Sencillo, austero, pero lleno de corte-
sía, de sentido social, lo vemos acudir a la invitación a las bodas,
como en otras ocasiones a casa de Leví, de Simón el Fariseo, de
193
Pedro. El apóstol ha de ser fermento de la masa, pero esto significa
que está en la masa... Sal de la comida, en medio de ella, ¡no ais-
lado!
Por tanto, no hacernos a un lado de la vida social. En todas
partes donde sea honesto, allí deberíamos estar: en un día de san-
to, de matrimonio, en un funeral, en una alegría y en una pena. En
la fiesta del regimiento, en la mesa del radical y en la del conserva-
dor, en las fiestas patrias... El sacerdote en todas partes… pero en
todas: en el sindicato. En Norte América, en las grandes huelgas:
¡¡dos sacerdotes en medio de sus piquetes!! Llorente hacinado con
seis esquimales. ¡Que puede haber abusos! Sí... También la Santa
Eucaristía a qué abusos no está expuesta: sacrilegios, profanacio-
nes... El abuso es ʺpor accidenteʺ. Claro que esto supone sacerdo-
tes de vida interior. Monseñor Miller, el inmenso bien que hizo entre
gente alejada, porque nunca se alejó de ellos... ¡Cuánto sacrificio
suponen estas visitas! ¡Cuánto mejor estaría uno durmiendo una
siesta! Yo confieso que las hago muy poco, pero no por virtud, sino
por falta de ella.
En medio de los pobres. Este espíritu social del sacerdote no
dañará, antes por el contrario, si se hace con todos, sobre todo con
los pobres, como vemos a Jesús, que si bien fue a casa de Simón,
fue a Caná... a Leví el pobre usurero.
En Caná lo vemos entre los pobres. Una pareja de pobrecitos
que se casan: me parece un par de huasitos. Han echado la casa
por la ventana... Debajo de la higuera están los novios, los otros
convidados debajo del parrón, en el patio, ¡¡bailando su cuequita!!
Y Jesús está en ese ambiente y allí feliz, ¡¡la Santísima Virgen!!
Pienso en el cura Brochero que no se negaba a ninguna de
las alegrías de sus fieles; en nuestro Monseñor Labbé compadre
de todos los calicheros de la Pampa; en San Francisco Javier ju-
gando a las cartas para ganar un alma; en San Ignacio, visitando a
Javier para ganárselo.
[El Siervo de Dios José Gabriel del Rosario Brochero nació
cerca de Santa Rosa de Río Primero (Córdoba) el 16 de marzo de
1840, fue ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1866. Predicó
el Evangelio asumiendo el lenguaje de sus feligreses. Se entregó
194
por entero a todos, especialmente a los pobres y alejados, a quie-
nes buscó solícitamente para acercarlos a Dios. El Cura Brochero
contrajo la enfermedad que lo llevó a la tumba, porque visitaba y
hasta abrazaba a los leprosos. Murió leproso y ciego el 26 de enero
1914.]
Y en el más humilde sitio entre los pobres... Estaban Jesús y
María, conocidos de nadie... El carpintero de la infeliz aldea de Na-
zaret y su Madre que venían con un grupo de huascos pescadores
polvorientos, convidados a última hora... ¿Dónde? junto a la cocina,
donde estaba la mesa de servicio, donde iban y venían los sirvien-
tes... ¡¡Por eso es que María se dio cuenta al punto de lo que pa-
saba!! Llaneza... no ser exigentes. Contentarse con todo: ¡Que todo
nos quede grande! Cuerpo de pobre. ¡¡En cualquier sitio sentirnos
bien!! Menos preocupados de nuestra autoridad que de nuestra ca-
ridad. Que la autoridad en el cristiano es servir; ¡¡y el Papa es el
siervo de los siervos!! Y Dios es el que sirve... si no nos dan asien-
to, si nos hacen esperar; ¡que no suba se la leche! Si nos tratan
con poca deferencia... Alegría, sonreír. ¡Contento, Señor! [La céle-
bre frase del P. Hurtado: ʺJaculatorias del fondo del alma, contento,
Señor, contento. Y para estarlo, decirle a Dios siempre, sí Padreʺ]
197
LA MISIÓN DEL APÓSTOL
200
Así cumpliremos el deseo fundamental del Corazón de Cristo: obe-
deceremos al mandamiento de su amor.
No vivamos para nosotros mismos, sino para Él. En esto
consiste la abnegación radical tan predicada por San Ignacio cuando
decía: Que cada uno se persuada que hará tanto progreso en la vida
espiritual cuanto aumente la abnegación de su espíritu, por la obe-
diencia; de su amor propio, por la caridad; la abnegación de su inte-
rés personal, por el desinterés cristiano. El que vive ya no viva, pues,
para sí; esto es, hagamos nuestros, en toda la medida de lo posible,
mediante la pureza de corazón, la oración y el trabajo, los sentimien-
tos de Jesús: su paciencia, su celo, su amor, su interés por las al-
mas. ʺVivo yo, ya no yo; vive Cristo en míʺ (Gál 2,20). Así cumplire-
mos el deseo fundamental del Corazón de Cristo: Venga a nos tu
Reino...
ʺEsta es la vida eterna, que te conozcan a ti, oh Padre, y al
que enviaste, Jesucristoʺ (Jn 17,3). ʺYo he venido para que tengan
vida y la tengan abundanteʺ (Jn 10,10).
¡A dar esa vida, a hacer conocer a Cristo, a acelerar la hora de
su Reino está llamado el apóstol! ¡La Reina de los Apóstoles interce-
da porque todos seamos apóstoles de verdad!
Ejemplos de apostolado: Lievens, Pro, Doyle, Tarín, Miró de
Mesa, Damián, Andrade, Obispo del salvavidas, Ignacio, Javier, Cla-
ver...
[Constantino Lievens s.j. (1856-1893), en cortos años, bautizó
millares de indígenas en el Chota Nagpore (India), donde plantó una
ferviente cristiandad; el Beato Padre Miguel Agustín Pro, s.j. (1891-
1927), mártir mejicano; el Siervo de Dios, P. Francisco de Paula Ta-
rín, s.j. (18471910), se destacó por su espíritu misionero; en Elec-
ción de Carrera, el P. Hurtado se refiere a un Obispo que rechaza el
último salvavidas que se le ofrece al hundirse el buque y se lo en-
trega a un joven, diciéndole: ʺSalva tu alma y tu cuerpo, que yo pue-
do comparecer tranquilo delante de Diosʺ.]
201
“USTEDES SON LA LUZ DEL MUNDO”
203
Una vida íntegramente cristiana –mis queridos jóvenes– he ahí
la única manera de irradiar a Cristo. Vida cristiana, por tanto, en
vuestro hogar; vida cristiana con los pobres que nos rodean; vida
cristiana con sus compañeros; vida cristiana en el trato con las jó-
venes... Vida cristiana en vuestra profesión; vida cristiana en el ci-
ne, en el baile, en el deporte.
El cristianismo, o es una vida entera de donación, una transfor-
mación en Cristo, o es una ridícula parodia que mueve a risa y a
desprecio.
Y esta transformación en Cristo supone identificarse con el
Maestro, aún en sus horas de Calvario. No puede, por tanto, ser
apóstol el que por lo menos algunos momentos no está crucificado
como Cristo. Nada harán, por lo tanto, los que hagan consistir úni-
camente el apostolado, la Acción Católica, en un deporte de dis-
cursos y manifestaciones grandiosas... Muy bien están los actos,
pero ellos no son la coronación de la obra, sino su comienzo, un
cobrar entusiasmo, un animarnos mutuamente a acompañar a Cris-
to aún en las horas duras de su Pasión, a subir con Él a la cruz.
Antes de bajar del monte –jóvenes queridos– les pregunto tam-
bién en nombre de Cristo: ¿Pueden beber el cáliz de las amarguras
del apostolado? ¿Pueden acompañar a Jesús en sus dolores, en el
tedio de una obra continuada con perseverancia? ¿Pueden? Si us-
tedes titubean, si no se sienten con bríos para no ser de la masa,
de esa masa amorfa y mediocre, si como el joven del Evangelio
sienten tristeza de los sacrificios que Cristo les pide... renuncien al
hermoso título de colaborador y amigo de Cristo.
¡Oh Señor!, si en esta multitud que se agrupa a tus pies brotase
en algunos la llama de un deseo generoso y dijera alguno con ver-
dad: «Señor, toma y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi enten-
dimiento, toda mi voluntad, todo lo que tengo y poseo, lo consagro
todo entero Señor a trabajar por ti, a irradiar tu vida, contento con
no tener otra paga que servirte y, como esas antorchas, que se
consumen en nuestras manos, consumirse por Cristo...». Renova-
rían en Chile las maravillas que realizaron los apóstoles en la so-
ciedad pagana, que conquistaron para Jesús.
204
SIEMPRE EN CONTACTO CON DIOS
205
Con todo, ¿podíamos rehusar?, ¿no era la caridad de Cristo la
que nos urgía? Y, darse a los hermanos, ¿no es acaso darse a
Cristo? Mientras más amor hay, más se sufre: Aun rehusándonos
mil ofrecimientos, queda uno desbordado y no nos queda el tiempo
de encontrarnos a nosotros mismos y de encontrar a Dios. Doloro-
so conflicto de una doble búsqueda: la del plan de Dios, que hemos
de realizar en nuestros hermanos; y la búsqueda del mismo Dios,
que deseamos contemplar y amar. Conflicto doloroso que no puede
resolverse sino en la caridad que es indivisible.
Si uno quiere guardar celosamente sus horas de paz, de dulce
oración, de lectura espiritual, de oración tranquila... temo que se-
ríamos egoístas, servidores infieles. La caridad de Cristo nos urge:
ella nos obliga a entregarle, acto por acto, toda nuestra actividad, a
hacernos todo a todos (cf. 2Cor 5,14; 1Cor 9,22). ¿Podremos se-
guir nuestro camino tranquilamente cada vez que encontramos un
agonizante en el camino, para el cual somos «el único prójimo»?
Pero, con todo, orar, orar. Cristo se retiraba con frecuencia al
monte; antes de comenzar su ministerio se escapó cuarenta días al
desierto. Cristo tenía claro todo el plan divino, y no realizó sino una
parte; quería salvar a todos los hombres y, sin embargo, no vivió
entre ellos sino tres años. Cristo no tenía necesidad de reflexionar
para cumplir la voluntad del Padre: Conocía todo el plan de Dios, el
conjunto y cada uno de sus detalles. Y, sin embargo, se retiraba a
orar. Él quería dar a su Padre un homenaje puro de todo su tiempo,
ocuparse de Él sólo, para alabarlo a Él sólo, y devolverle todo.
Quería, delante de su Padre, en el silencio y en la soledad, reunir
en su corazón misericordioso toda la miseria humana para hacerla
más y más suya, para sentirse oprimido, para llorarla. Cristo no se
dejó arrastrar por la acción. Él, que tenía como nadie el deseo ar-
diente de la salvación de sus hermanos, se recogía y oraba.
Nosotros no somos sino discípulos y pecadores. ¿Cómo podre-
mos realizar el plan divino, si no detenemos con frecuencia nuestra
mirada sobre Cristo y sobre Dios? Nuestros planes, que deben ser
partes del plan de Dios, deben cada día ser revisados y corregidos.
Después de la acción hay que volver continuamente a la oración
para encontrarse a sí mismo y encontrar a Dios; para darse cuenta,
sin pasión, si en verdad caminamos en el camino divino, para es-
206
cuchar de nuevo el llamado del Padre, para sintonizar con las on-
das divinas, para desplegar las velas, según el soplo del Espíritu.
Nuestros planes de apostolado necesitan control, y tanto mayor
mientras somos más generosos. ¡Cuántas veces queremos abrazar
demasiado!, ¡más de lo que pueden contener nuestros brazos!
Para guardar el contacto con Dios, para mantenerse siempre ba-
jo el impulso del Espíritu, para no construir sino según el deseo de
Cristo, hay que imponer periódicamente restricciones a su progra-
ma de apostolado. La acción llega a ser dañina cuando rompe la
unión con Dios. No se trata de la unión sensible, pero sí de la unión
verdadera, la fidelidad, hasta en los detalles, al querer divino. El
equilibrio de las vidas apostólicas sólo puede obtenerse en la ora-
ción. Los santos guardan el equilibrio perfecto entre una oración y
una acción que se compenetran hasta no poder separarse, pero
todos ellos se han impuesto horas, días, meses en que se entregan
a la santa contemplación.
Esta vida de oración ha de llevar, pues, al alma naturalmente a
entregarse a Dios, al don completo de sí misma. Muchos pierden
años y años en trampear a Dios. La mayor parte de los directores
espirituales no insisten bastante en el don completo. Dejan al alma
en ese trato mediocre con Dios: piden y ofrecen, prácticas piado-
sas, oraciones complicadas. Esto no basta a vaciar al alma de sí
misma, eso no la llena, no le da sus dimensiones, no la inunda de
Dios. No hay más que el amor total que dilate al alma a su propia
medida. Es por el don de sí mismo que hay que comenzar, conti-
nuar, terminar.
Darse, es cumplir justicia; darse, es ofrecerse a sí mismo y todo
lo que se tiene; darse, es orientar todas sus capacidades de acción
hacia el Señor; darse, es dilatar su corazón y dirigir firmemente su
voluntad hacia el que los aguarda; darse, es amar para siempre y
de manera tan completa como se es capaz. Cuando uno se ha da-
do, todo aparece simple. Se ha encontrado la libertad y se experi-
menta toda la verdad de la palabra de San Agustín: Ama y haz lo
que quieras.
207
JESÚS, BUEN PASTOR, MODELO NUESTRO
208
4. Va delante de ellas. No va detrás, retándolas, pegándoles,
va delante con el ejemplo. Recorre primero el camino: las atrae por
el amor, la suavidad, la mansedumbre. El concepto cristiano de au-
toridad: no el derecho de mandar; deber de proteger. Tengo autori-
dad en la medida en que puedo proteger; como el cirujano, el bom-
bero y el superior. No para gloriarse, sino por el bien del súbdito,
por eso se aconseja: es cordial. Por su carácter se vuelve forma del
rebaño. Por eso los superiores son siervos. El santo Padre Siervo
de los siervos, de todos, sobre todo de los humildes. La autoridad
es un servicio que ama, y un amor que sirve. El primado de la auto-
ridad es el primado del amor.
[ʺPara cambiar al mundo hay dos fuerzas: autoridad e influen-
cia. Conceptos de Autoridad: Pagano, el derecho de mandar Cris-
tiano, el deber de proteger, de amparar. El cirujano tiene autoridad
no porque puede cortar, sino porque debe proteger la vida. El bom-
been autoridad en la medida que es útil para apagar el fuego. El
Superior tiene una responsabilidad, por eso pide apoyo. Los súbdi-
tos que comprenden este concepto cooperan con el superior. Obe-
decen de corazón. Lo ayudan a llevar su responsabilidad.ʺ]
El ejercicio de la autoridad lleno de delicadeza mansedumbre.
Sólo los mansos poseerán... (cf. Mt 5,4). ¿Los violentos poseen?...
Hacen rebeldes, matan, crean rencores, odios... Toda violencia
produce rebelión. En el orden intelectual es un error: nuevas peda-
gogías, educación de orden externo y revolución interior, oratoria y
diatribas que no ganan a nadie; política: ocupación. La naturaleza
se suicida ante la violencia. No poseemos ni siquiera un perro,
mientras no adivinamos que hay en él. Los verdugos no poseyeron
a sus víctimas. No posee el más fuerte, ni el más sabio, sino el me-
jor: poseerá... los miserables. Sauvage.
[ʺUn pobre preso en la cárcel de Lovaina, Sauvage: el cape-
llán va a verlo. —No quiero nada con usted. Se vuelve a la venta-
na. —Pobre hijo mío, Sauvage… su corazón está lleno de tristeza...
Recemos el Padre Nuestro. Callado, furioso… Al otro día, al otro…
Así 30 días. Al fin ya no podía más, ya estallaba su corazón. El 30º
día, no pudo más. —Usted ha sido demasiado bueno… y entre so-
llozos de ambos terminaron el Padre Nuestro, El capellán tenia
209
grado de oficial. ¿Habría sacado algo con la violencia? Sólo con el
amor... con el amor total.ʺ]
Todos poseemos un arma: la bondad. Mientras la autoridad es
discutida, la bondad es siempre acatada. Es nuestra gran influen-
cia; misiones el bautizo; una confesión por la hermana. El Padre
Tarín: ¡en un Dios tan bueno!
[ʺLa autoridad aleja, retrae a los súbditos del Superior. En las
cumbres se está solo. El más modesto compañero tiene más in-
fluencia que el Superior y que el predicador: como se todos los días
en la historia de las vocaciones; y por eso puede más el maestrillo
que el Padre. En las misiones vienen negros a pedir el bautismo,
¿por qué? Porque en el astillero donde trabajan había un negro ca-
tólico que les habla de Nuestro Señor, que había que bautizarse
para ser hijos de Dios y no del diablo… Y vienen, Ahora puede co-
menzar la instrucción. El camino despejado para la influencia de
los compañeros. En familia llega un joven a confesarse: ¿Por qué?
Tengo una madre tan santa… unas hermanas tan admirables. ¡Eso
me atrae!ʺ]
5. Se sacrifica… da la vida. Se vendió, se entregó a su maes-
tro y a sus ovejas. [1 Cor 6,19-20: ¿O no sabéis que vuestro cuerpo
es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis reci-
bido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien compra-
dos! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. ʺEl apóstol no
se pertenece, se vendió, se entregó al Maestro.ʺ]
El Dios de Él y ellos, es el suyo. El tiempo, el trabajo, el que
les convenga. San Pablo: deseo ir al cielo pero se queda por ellos
(Flp 1,2). Igual que San Ignacio. Es un mártir o queda estéril. Sacri-
ficio = desinterés, que las almas no estén confiscadas por nosotros.
¿Soy un esclavo? Sí, de Cristo.
6. Volverá a tomar su vida en el Padre, nosotros en Cristo.
Amor a Cristo. Tocarlo a Él es tocarme a Mí... Concrucificado. No
conozco nada sino a Cristo. Participar de sus dolores. El pastor, yo
= Cristo. ʺ¡¡Para mí, vivir es Cristo!!ʺ (Flp 1,27].
210
EL APOSTOL
211
Este trabajo de tal abnegación tiene que ser preparado por
una purificación del hombre viejo, del hombre carnal que busca ʺLo
que es suyo y no lo de Jesucristoʺ (FIp 2,21).
212
LA PAZ APOSTÓLICA
213
Pacificación interior de la sensibilidad e imaginación. Difícil
porque se trata de pasiones animales sobre las que sólo tenemos
dominio político, no despótico. Hay que saber arreglárselas con
una suave firmeza, pero que sea firmeza suave, y con una perse-
verancia amable. La imaginación es volandera y sujeta a ilusión...
La sensibilidad muy exigente y rencorosa. Es un combate largo del
cual depende nuestra paz y de ésta depende nuestra unión con
Dios, el éxito apostólico y la alegría en la comunidad por la dulzura
que les demos.
Hay que librar este combate con toda el alma. Se va a la ver-
dad con toda el alma. Hay que hacer actuar los registros gordos. La
inteligencia, la voluntad espiritual, el corazón, la fe, la piedad, la
gracia de estado. Resucitar en sí la verdad de la consagración
apostólica.
En tiempo de crisis hay que mantenerse, no dejar nada de lo
que buenamente puede ser hecho; poner su paz en Dios, humillar-
se ante Él y ante los hombres. La humillación tiene una virtud paci-
ficadora: calmante de primer orden, porque nos vuelve a la verdad
y porque disipa los fantasmas y vapores de las excitaciones diabó-
licas o naturales. La humillación las vuele a sus justas proporcio-
nes. La humillación hace amables ante Dios y ante los hombres,
como dice San Ignacio.
El celo paulino
El apóstol es un mártir o queda estéril.
Procurar al predicar el celo, la abnegación, el heroísmo, que
sean virtudes cristianas que nazcan del ejemplo y doctrina de Cris-
to [estas virtudes cobran sentido cuando están conectadas con la
vida de Cristo]. El celo de las almas es una pasión ardiente. Se ba-
sa en el amor; es su aspecto conquistador y agresivo, y cuando se
toca al ser amado, se le toca a él. Así Pablo: estoy crucificado con
Cristo (Gál 2,19), se pone furioso cuando se toca la fe de sus Gála-
tas... porque él está identificado con Cristo: tocar esa fe, es tocarlo
a él. ʺNo vivo yo, es Cristo quien vive en mí. O si yo vivo todavía en
la carne, yo vivo en la fe al Hijo de Dios, que me ha amado y se ha
entregado por míʺ (Gál 2,20). No se toca a Cristo, sino pasando por
Pablo.
214
A los Filipenses les cuenta cómo no le importa que otros pre-
diquen a Cristo aunque sea por envidia a él. Lo que importa es que
Cristo sea glorificado (Flp 1,15-18). Lo único que no tolera que le
toquen es Cristo: ʺpara mí la vida es Cristo, y lo muerte, una ga-
nanciaʺ (Flp 1,21). Lo demás no le importa, desasimiento total:
ʺ¿Cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio, sin ocasionar
ningún gasto... Estando libre de todos me he hecho siervo de todos
para ganar muchos más... Y así, para los judíos, me he hecho co-
mo judío, para ganar a los judíos; a los sujetos de la ley, me he he-
cho como si yo estuviera sujeto a la ley, sólo por ganar a los que a
la ley vivían sujetos. A los que no estuviesen sujetos a la ley me he
hecho como si yo tampoco lo estuviese… a cambio de ganar a los
que vivían sin Ley. Me hice débil como los débiles, por ganar a los
débiles. Me hice todo para todos, por salvarlos a todos. Todo lo
cual hago por amor del Evangelio, por participar de él... Yo voy co-
rriendo, no como quien corre a la aventura; peleo no como quien
tira golpes al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea
que habiendo predicado a otros venga yo a ser reprobadoʺ (cf. 1
Co 9,18-27).
El celo debe ser libre de todo egoísmo. Es el punto más difícil,
aún paradojal. Porque se hace el bien con lo que se es; y por con-
siguiente nuestro celo no debe ser impersonal, anónimo, neutro.
Todas nuestras cualidades, dones, hasta nuestros defectos no cul-
pables, deben servir al bien. Un desinteresarse que tienda a dismi-
nuir el instrumento de una manera permanente y durable sería un
celo mal encaminado. [La paradoja radica en el hecho que, para el
trabajo apostólico, se deben desarrollar al máximo y deben estar al
servicio todas las cualidades personales, y a la vez, el apóstol de-
be tener un total desapego a sus propias cualidades.]
Claro está que pueden y deben hacerse sacrificios parciales y
temporales por una ganancia ulterior y general. Y, sin embargo,
hay que procurar no trabajar para sí, sino para Jesucristo, ʺtodos
buscan sus propios intereses y no los de Cristo Jesúsʺ (Flp 2,21).
No vivir la propia vida, sino donar la propia vida.
En la acción no tenemos que ser nosotros mismos la intención
final: hacernos estimar por nosotros, ni hacernos servir, ni engran-
decer nuestra persona, ni interponernos entre Dios, Nuestro Señor
215
Jesucristo, y las almas, o querer forzarlas a pasar por nosotros,
guardarlas con nosotros, aun cuando un tiempo les fuimos útiles,
indispensables, providenciales... Ni hacernos pagar en moneda
constante, en moneda de afección atestiguada: deferencia, servi-
cios que se nos presten, estima proclamada... Ni formar una banda
aparte, no querer servir sino a su manera y según sus ideas estre-
chas. Ni trabajar por agradar a los hombres (cf. GáI 1,10); pero en
esto no hay que ser demasiado escrupuloso... sino que purificar su
intención: ʺ¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me impor-
ta la tierra?ʺ (Sal 72,25). Hacer con gusto lo que no gusta o me
gusta menos...
Entonces, ¿yo soy un esclavo? Sí, de Cristo. Y esto es el ma-
yor bien y la mayor dulzura de nuestra vida. Pero para esto necesi-
ta vocación: ʺEscándalo para los judíos, necedad para los gentiles;
mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, Cristo, fuerza
de Dios y sabiduría de Diosʺ (1 Co 1,23-24).
216
LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES
Introducción
La pusilanimidad es la gran dificultad en el plan de coopera-
ción. [La pusilanimidad, es decir, la estrechez de alma que impide
reconocer que Dios puede hacer grandes cosas por medio nues-
tro, es el gran enemigo de la cooperación.] ʺYo no valgo nadaʺ.
Desaliento. ʺ¡Lo mismo da que haga o que no haga! Nuestros
poderes de acción son tan estrechos. ¿Vale la pena mi modesto
trabajo? ¿Qué significa mi abstención? Si yo no me sacrifico,
¡nada se cambia! No hago falta a nadie... ¿Una vocación más o
menos? ¿Lo mismo que un voto más o menos?ʺ. Cuántas voca-
ciones perdidas. Es el consejo del diablo, que tiene parte de ver-
dad. Hay que encarar la dificultad: según San Ignacio: sibi obi-
ciant... quiere que nuestros estudiantes ¡sólo a la verdad se rindan!
La solución
5.000 hombres más las mujeres y niños, ya 3 días hambrien-
tos... ¿Comida? se necesitan 200 denarios: el sueldo de un año de
un obrero y ¡en el desierto! ʺ¡Diles que se vayan!ʺ. Pero Andrés,
con buen ojo... 5 panes y 2 peces pero, ¡para qué va a servir esta
miseria! [Despide a la gente, porque no hay cómo alimentarlos]. Es
nuestro mismo problema: la desproporción.
¡Y qué panes! De cebada, duros como piedra. Los judíos co-
mían de trigo. ¡Y qué peces! De lago, blandos, chicos, llevados en
un saco por un chiquillo, ya 3 días, con ese calor y en esa apretu-
ra... ¡eso sí que era poca y ruin cosa!
¿Desprecia el Señor esa oblación? No, con su bendición ali-
menta a todos y sobra. Ni siquiera las sobras desprecia: 12 canas-
217
tos. De los peces sobraban cabezas y espinas y hasta eso lo esti-
ma.
El muchacho accedió a dar a Cristo su pobre don, ignorando
que iba a alimentar toda esa muchedumbre. Él creyó perder su
bien, pero lo halló sobrado y cooperó al bien de los demás.
Yo... como esos peces (menos que esos panes) machucados,
quizás descompuestos; pero en manos de Cristo mi acción puede
tener alcance divino. [Nuestro valor radica, por una parte, en lo
que Cristo puede hacer con quién se pone en sus manos, y por
otra, en que Cristo no quiere actuar sin la cooperación humana.
Nuestra fragilidad no es un obstáculo para Cristo; lo que es un
obstáculo es no disponerse a cooperar.]
Recuerde a Ignacio, Agustín, Camilo Lellis, Talbot, ruines pe-
cadores que fueron convertidos en alimento de millares que han
comido, y seguirán alimentándose de ellos. Mi acción, y deseos
pueden tener alcance divino y puedo cambiar la faz de la tierra 18.
No lo sabré. Los peces tampoco. ¿Soy gota de agua? Piérdame en
el cáliz. Si me doy, seré transubstanciado, [la gota de agua que se
mezcla con el vino en el cáliz; la gota pierde su propia identidad,
se pierde en el vino, y es transformada en la Sangre de Cristo],
de lo contrario, ¡al canal! Una gota entre 2.000.000.000 de hom-
bres. Puedo mucho si estoy en Cristo, si coopero con Cristo...
18
La meditación comienza presentando la tentación que sugiere la
irrelevancia de nuestro actuar: ʺYo no valgo nada... Nuestros poderes de
acción son tan estrechos. ¿Vale la pena mi modesto trabajo?ʺ, y concluye
insistiendo en que somos capaces de cambiar la faz de la tierra.
218
MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES
1. La muchedumbre
Me preguntaba hace algunos días un sacerdote:
—¿Cree usted que podrá nuestra Acción Católica organizar un
movimiento obrero grande, poderoso tan fuerte como la Confede-
ración de Trabajadores de Chile (C.T.Ch), o como las organizacio-
nes comunistas?
—Ciertamente. Tan pronto se presente a Jesús, el Jesús au-
téntico a esas masas, lo reconocerán e irán a Él. Las masa, sobre
todo los pobres, los pobres de los cuales es el Reino di los cielos
irán a Él (cf. Mt 5,3).
En vida del Maestro: ʺJesús les dijo: Venid a retiraros conmigo
a un lugar desierto y reposaréis un poquitoʺ. Razón que agrega
San Marcos: ʺPorque eran tantos los que iban y venían que ni aún
tiempo de comer les dejaban. Embarcándose, pues, fueron a bus-
car un lugar desierto para estar allí solos. Mas como al irse los vie-
ron y observaron muchos, de todas las ciudades acudieron por tie-
rra a aquel sitio y llegaron antes que ellosʺ (Mc 6,31-33).
La muchedumbre que tiene hambre de verdad, de bien. El
hombre no es malo, aun los que parecen malos no lo son tanto.
¿Malos, malos? No recuerdo haberlos encontrado. Pera el hombre,
sobre todo el que sufre, tiene una inmensa y atormentadora ham-
bre y sed de justicia. Ellos, los que sufren, son tantos los que su-
fren; son los más; están cansados de la opresión, de la injusticia.
219
Desconfían, recelan; andan buscando un Mesías perpetuamente,
alguien que los respete, le devuelva su felicidad. Y ese Mesías que
buscan sin cesar, creen encontrarle en un Lenin, Hitler, Mussolini,
camarada tal o cual; y cuando Desconfían de todos se vuelven
anarquistas: no porque no ambicionen el bien, la paz, la verdad,
sino porque desconfían de hallarla. Y no pueden hallarla donde la
buscan. Los medios son torcidos: odios, recelos.
Hay uno solo que puede darles la paz y la felicidad: ¡Cristo!
ʺYo he venido para que tengan vidaʺ; ʺCamino, Verdad y Vidaʺ;
ʺVenida mí: mi yugo suave, mi carga ligeraʺ; ʺYo haré brotar en vo-
sotros fuente de aguas vivas hasta la vida eternaʺ; ʺTodos los que
estáis agobiados y cargados venid a mí que yo aliviaré vuestra car-
ga, porque suave es mi yugo y mi carga ligeraʺ, y ese milagro con-
tinúa cumpliéndose (Jn 10,10; 14,6; Mt 11,28-29; Jn 7,37-38). No
promete que no haya carga, ni cruz: al contrario la pronostica, pero
Él la hará suave y ligera.
¿Por qué no siguen a Cristo? Mis queridos jóvenes: no porque
no amen al Cristo del Evangelio; no porque desprecien su doctrina,
la encuentran demasiado hermosa; un ideal espléndido; no por difi-
cultades de apologética. No van a Cristo porque creen que ese
Cristo murió hace muchos años, víctima de los odios farisaicos y no
ha resucitado, pues no lo han encontrado jamás viviente en su vi-
da. Porque no han tropezado nunca con un verdadero cristiano.
Cristianos de fe desteñida, muchos; pero cristianos, éstos, para los
cuales el mensaje de Cristo no encierra ninguna palabra profunda-
mente revolucionaria: Amarás a tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu mente, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo
por amor de Dios (cf. Lc 10,27). Esas palabras toda el alma, toda la
mente, todas las fuerzas... como a ti mismo. ¿Son muchos los cris-
tianos que las entienden, que comprenden que no han sido puestas
para llenar un hueco oratorio, sino para encerrar una verdad literal?
Y si la mayoría de los cristianos no las realiza ¿es mucho de extra-
ñarse que el mundo no busque a Cristo pues lo Considera muerto?
2. El gesto de Cristo
Esas palabras que Él había pronunciado, las iba a cumplir Él
mismo. Eran para Él un programa real a más no poder: ʺEn des-
220
embarcando, vio Jesús la mucha gente y se le enternecieron con
tal vista las entrañas, porque andaban como ovejas sin pastor, y se
puso a instruirlos en muchas cosasʺ (Mc 6,34). La primera actitud
del apóstol, a imitación de Cristo, debe ser el amor profundo por las
almas. Amor, amor, amor a almas: que ninguna le sea indiferente.
Cristo, ¡cómo las amó! A los pobres ¡vino a evangelizarlos!
Los prefirió, los escogió… A los pecadores: Es el Buen Pastor, sale
en busca de la oveja descarriada; pierde por ellas el alimento y se
sienta junto al pozo de Jacob, sólo esperar una de esas ovejas
descarriadas: la Samaritana. Y están Magdalena, la Adúltera, Za-
queo, Pedro, el Buen Ladrón, la muchedumbre que vocifera al pie
de la cruz, para recordar cómo ama a los pecadores. Los enfermos,
los hambrientos, los que tenían cualquier dolencia, las víctimas de
problema social ¡cómo los instruye, alienta, favorece, y, por encima
de todo, cómo se coloca a su lado contra todas las injusticias! Los
hombres todos: por ellos vino del cielo, por ellos se cansa, ora en
las noches, sufre, y pide gracias, y da palabras, ejemplos, y cuan
tiene.
Dios es amor. Cristo resumió su vida en una palabra: ʺPasó
por el mundo haciendo el bienʺ (Hech 10,38), un bien que no es
una altiva caridad tirada al pobre, sino una efusión de un amor que
no humilla, sino que comprende, compadece fraternalmente, eleva.
El gesto de Cristo es gesto de respeto, de comprensión, de
compenetración afectiva con la masa doliente, de sentirse uno de
ellos y de cargarse con todo su ser del lado de los que sufren, y de
poner toda su palabra, su poder, su influencia del lado de ellos. Sin
desconocer los derechos de la fortuna, de la autoridad, se puso en-
tero del lado de la inmensa masa doliente: se identificó con el pro-
letariado que sufre, sin que por eso despreciara al que tiene y al
que goza.
Nosotros en cambio, ¿no estaremos haciendo una combina-
ción artificial, para tranquilizar nuestras conciencias, de Dios y
mundo, de pobreza en palabras e injusto dinero en el afecto? ¿No
estaremos evacuando al cristianismo de su sentido auténtico? De-
masiada alianza de una vida mundana, perfectamente pagana, con
una vida que aspira a ser cristiana.
221
El cristianismo sólo puede imponerse en el mundo por el tes-
timonio siempre presente de Cristo: por el Cristo siempre vivo, un
Cristo del siglo XX, substancialmente el mismo que el del siglo I,
que a pesar de las deficiencias humanas, debilidades, incluso pe-
cados nuestros, muestre con todo, ante el mundo de hoy, los ras-
gos sustanciales de Jesús, sobre todo su inmensa caridad y amor...
Si esa imagen no llega a ser reconocida, las gentes se irán alejan-
do insensiblemente de Él.
Ahora bien con sinceridad ¿reflejamos nosotros la bondad, ca-
ridad, amor de Cristo? Tal vez nos hemos forjado otro Cristo: un
Cristo puritano que no roba, no mata, no miente, pero tampoco
ama. Que no hace obras malas, pero tampoco hace obras buenas.
[ʺEstáis obligados a hacer perpetuamente buenas acciones. Está
muy bien no hacer el mal; pero está muy mal no hacer el bien.] Es-
te no es el Cristo Salvador; éste será un filósofo, no es Jesús, no
es el Mesías de palabras de vida eterna.
No miremos en torno nuestro con exceso para ver si las cos-
tumbres cristianas reflejan la vida de Cristo: ¡¡es demasiado evi-
dente que no!! Todos lo afirman. Esa civilización que está muriendo
en la guerra de hoy, tiene valores cristianos, pero no puede llamar-
se una civilización cristiana.
No miremos a los otros, miremos a nosotros mismos. ʺNo me
elegisteis vosotros, sino que yo os elegíʺ (Jn 15,16). Él nos ha ele-
gido: somos su raza selecta, su pueblo escogido. Nosotros, la Ac-
ción Católica. Dirigentes de Acción Católica, Servicio de Cristo
Rey19, tenemos esta especial misión en el siglo de hoy: dar testi-
monio viviente de Cristo por toda nuestra vida, pero sobre todo por
nuestro inmenso amor a nuestros hermanos: por nuestra mirada de
compasión honda ante sus males.
19
Se trata de un grupo selecto de jóvenes dentro de la Acción Católica
constituido bajo la mirada de Cristo Jefe, e invocando la protección de María.
El Servicio de Cristo Rey, según las palabras del P. Hurtado, ʺestá formado
por jóvenes que aspiran a vivir plenamente su fe y que, con la gracia de Dios,
están dispuestos a aceptar todos los sacrificios que traiga consigo el aposto-
lado de la Acción Católica, para hacer avanzar el Reino de Cristo.ʺ
222
¡1.400.000.000 no lo conocen! ¡Pueblos en guerra! Inmorali-
dades; matrimonios deshechos; ignorancia; vicios que se enseño-
rean; su corazón amargado... Pongamos nuestro corazón en el Co-
razón de Cristo para que Él nos inflame, nos encienda en sus mis-
mos sentimientos: éste será el fruto que irá produciéndose median-
te la comunión diaria, la Misa bien oída, la Palabra meditada del
Evangelio, el examen de conciencia a la luz de Cristo, para ver si
pienso como Él, si hago lo que Él: ¿Qué haría Él en mi lugar? Esto
es lo primero. Un hombre de nuestro siglo y de nuestra América,
chistoso, jovial, tandero, dio su vida.
226
o la de una oligarquía gozadora: Sólo la fe en Cristo dará caridad,
comprensión, espíritu sobrenatural.
Conclusión
Entrega, entrega entera y total en manos de Cristo para que Él
se sirva de nosotros. Que cada uno no se preste, se dé a su movi-
miento; ocupe su puesto con fe entera y consagración total. El mo-
vimiento será lo que seamos nosotros; y nosotros debemos ser
Cristo: como el barro para curar al sordomudo; como la gota de
agua que se echa al cáliz y se transubstancia, porque consiente en
perderse y es divina; como el pan que alimentó a la inmensa mu-
chedumbre...
Tengamos fe: nosotros trabajamos para cuando Dios quiera,
pero de nuestro esfuerzo saldrá un mundo mejor.
227
ʺBIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y
SED DE JUSTICIAʺ
228
mujer abandonada e indigente, que apenas sabía hablar. El P. Hur-
tado la visitó y le habló de la infinita misericordia del señor. Decidió
bautizarla y siguió visitándola hasta que ella murió. En una prédica
en la iglesia San Ignacio el P. Hurtado, recordando este caso, ex-
presó la necesidad de fundar cuanto antes una casa para acoger a
los más desamparados.]
El hambre y la sed han perdido su espanto para nosotros y,
como consecuencia, la comida y la bebida son realidades cotidia-
nas y no bendiciones milagrosas.
Y sin embargo, Señor, la santidad es hambre y es sed. Dame
Señor esa hambre, dame esa sed. Para sanar, porque estoy en-
fermo de pequeñas vanidades, no rumiarlas una a una, sino que
me penetre un hambre invasora que no afloje su opresión. Como la
claridad del sol apaga la luz de las estrellas, sin que sea necesario
apagarlas una a una, podré limpiarme de una sola vez dejándome
invadir por la gran preocupación de la justicia'. Esta Justicia no es
sólo el dar a cada uno lo suyo: es la santidad, la unión con vuestra
persona. Esta justicia como la santidad, es Dios mismo. [Es decir,
para librarse de la multitud de defectos, no hay que centrarse en
cada uno de ellos. La solución es dejarse invadir por esta hambre y
sed de justicia que se identifica con la santidad y en definitiva, Dios
mismo.]
¡Métodos de santificación! ¿Mirarme a mí? ¡¡Sí!! Pero sobre
todo mirarlo a Él... Dejarme penetrar por Él. ¡Que su presencia va-
ya transformándome y terminaré por parecerme a Él! Hambre y sed
de Cristo, de ser como Él, de ser otro Él: ʺVivo yo, ya no yo...ʺ (Gál
2,20). El aprehendido por Cristo: Sólo una cosa deseo olvidándome
de lo de atrás, ir corriendo... participar en sus faenas. [cf. Filp 3, 12-
14]
Hambre... Hambre maldita del oro. ¡Lo que hace la sed de ho-
nores y del poder! Los paganos ávidos de gloria. Por la gloria, Ale-
jandro: sus excursiones militares; Aníbal traspasa los Alpes; Napo-
león... y yo mismo, por vanidades ridículas, por parecer bien ¡qué
no hago porque tengo hambre de mí! Pero si comenzáramos a
amar la justicia, vuestra santa Justicia con la misma pasión, y si la
sirviéramos con el mismo anhelo feroz, nuestras inercias desapa-
recerían y nuestros días serían llenos.
229
Esta hambre de justicia no es un simple tormento. Desearla,
es comenzar a tenerla, y la saciedad banal jamás embota su fres-
cura. Y no sólo de mi perfección: Hambre y sed de la perfección de
los demás, de mis hermanos.
Tantos hombres de todas las razas del mundo, que uno en-
cuentra cada día, de alma recta, bien dispuesta, más aun, ham-
brienta de verdad. El comunista de la mesa electoral... el que tiene
dolor al saber el mal de su hermano, el que sufre con el pobre
chino que muere de hambre. Estos, con la gracia de Dios y la cola-
boración humana, podrían llegar a ser discípulos predilectos de
Cristo...
Quiero desear para ellos la justicia con tal pasión que se vea
forzada a visitarlos… Se parecen a los chicuelos de Galilea que se
agrupaban en torno vuestro y Vos no os conteníais de abrazarlos.
Esas pobres mujeres que pasan toda su vida en sus tareas
domésticas y cuidados de la maternidad... meciendo al niño que llo-
ra, ordeñando sus vacas... Su alma sencilla e ignorante vale más
que la mía. ¡Dadles, Señor, vuestras gracias de consuelo y aliento!
Esos pobres pescadores y labradores; esos abnegados calicheros,
esos mineros que bajan debajo del mar... [La mina de carbón de
Lota, que se encuentra, literalmente, debajo del mar. El P. Hurtado
la visitó; los obreros trabajaban en ella en muy malas condiciones.]
Sus almas tienen hambre y tienen sed, y esperan ser saciados.
Algunos quizás te van a perseguir en nosotros, Señor. ʺOs
perseguirán creyendo hacer un obsequio agradable a Diosʺ, porque
no te conocen (cf. Jn 16,2). Nos aguardan días difíciles, pero que
no desaparezca el deseo de servirte en mis hermanos, formándote
un pueblo santo, negándome a mí por ellos.
En beneficio de ellos te pido, Señor, que no dejéis se calme
en mí el hambre y sed de justicia, y que ponga más alto que el nivel
de mi egoísmo el deseo de formaros un pueblo Santo.
Y para ello Dios mío, fundirme contigo, ser uno contigo. Tú me
enseñas el camino: el misterio del agua y del vino. Ser como el
agua que se pierde en Ti.
230
LOS RIESGOS DE LA FE
231
En 1 Corintios 15,19 dice: ʺSi sólo mirando a esta vida, tene-
mos la esperanza puesta en Cristo, somos los más miserables de
todos los hombresʺ. Si los muertos no resucitan hemos hecho la
más infeliz elección de vida, y somos los hombres más misera-
bles... Nos arriesgamos por nada... (pero inmediatamente da las
razones por las cuales nuestro riesgo no es infundado). En la epís-
tola a los Hebreos cita innumerables ejemplos de los antiguos Pa-
triarcas que arriesgaron su felicidad presente por la futura (leer ca-
pítulo 9). ʺAbraham fue llamado a la tierra que había de recibir en
herencia, sin saber adónde iba… y los demás murieron sin haber
visto realizadas las promesas, sino mirándolas de lejos, pero per-
suadidos de ellas y habiéndolas abrazado en su alma y confesado
que ellos eran extraños y peregrinos sobre la tierraʺ (Heb 11,8-13).
Esta fue la fe de los Patriarcas, y los Apóstoles Santiago y Juan,
con gran simplicidad, afirman igual cosa. No se daban perfecta
cuenta de todo cuanto ofrecían y afirmaban, pero lo más íntimo de
su corazón se revelaba en estas palabras, profecía de su conducta
futura. ¡Se entregaron a sí mismos sin reserva y fueron cogidos por
Uno más fuerte que ellos y cautivados por El! Pero aunque poco
sabían el alcance de su ofrecimiento, se ofrecían de corazón y así
fueron aceptados: ʺ¿Podéis beber?... —¡Sí podemos! ¡Beberéis
pues mi cáliz y seréis bautizados con el Bautismo con yo seré bau-
tizado!ʺ (Mt 20,22).
Así actuó también Nuestro Señor con San Pedro: Aceptó el
ofrecimiento de sus servicios aunque le avisó cuán poco se daba
cuenta de lo que ofrecía. El celoso apóstol lo quería seguir inme-
diatamente, pero Jesús le dijo: ʺDonde voy no me puedes seguir
ahora, pero me seguirás despuésʺ (Jn 13,36). En otra ocasión
aceptó su ofrecimiento y le dijo: ʺCuando eras joven, tú te ceñías e
ibas adonde querías; cuando envejezcas, extenderás tus manos, y
otro te ceñirá y te llevará donde no quierasʺ (Jn 21,18-22).
Estos eran los riesgos a que, por la fe, se exponían los Após-
toles. Nuestro Señor en el pasaje de San Lucas 14,28-33 nos amo-
nesta que esa es nuestra vocación: ʺ¿Quién de vosotros, antes de
edificar una torre, no calcula su costo y ve si tiene con qué termi-
narla, no sea que después de haber puesto los cimientos no tenga
con qué terminarla y se rían de él?ʺ, y luego añade: ʺAsí pues,
232
cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no pue-
de ser mi discípuloʺ, advirtiéndonos del sacrificio total que estamos
llamados a ofrecer. Se lo entregamos todo a Él, y Él puede pedir
esto o aquello o dejárnoslo por un tiempo según le plazca.
El caso del joven rico, que se volvió tristemente cuando Nues-
tro Señor le pidió que lo dejase todo y lo siguiera, es uno de esos
casos de uno que no se atreve a arriesgar este mundo por el otro,
fiándose de su Palabra.
Conclusión general: Si la fe es la esencia de la vida cristiana,
se sigue que nuestro deber es arriesgar todo cuanto tenemos, ba-
sados en la Palabra de Cristo, por la esperanza de lo que aún no
poseemos; y debemos hacerlo de una manera noble, generosa, sin
ligereza, aunque no veamos todo lo que entregamos, ni todo lo que
vamos a recibir, pero confiando en Él, en que cumplirá su promesa,
en que nos dará fuerzas para cumplir nuestros votos y promesas, y
así abandonar toda inquietud y cuidado por el futuro.
Al aplicar las consecuencias, vienen las objeciones.
Esto, mirado en general, es claro, ¿lo será tanto saquemos las
conclusiones prácticas que se siguen irremediablemente? Muchos
conceden a los sacerdotes el derecho de predicar la doctrina abs-
tracta, pero cuando descubren que están ellos implicados, enton-
ces buscan toda clase de excusas: no ven que ʺestoʺ se sigue de
ʺaquelloʺ, o bien que ʺesto es exagerarʺ, o ʺextravaganciaʺ, que
hemos olvidar la época, la manera de ser de ahora, etc... Con ra-
zón se ha dicho: ʺDonde hay una voluntad allí hay un caminoʺ. No
hay verdad, por más fulgurante que sea, a la que un hombre no
pueda escapar si cierra sus ojos; no hay deber, por más urgente
que sea, en cuya contra uno no pueda hallar 10.000 razones, tra-
tándose aplicarlo a él. [Es decir, cuando uno mismo está involucra-
do, hay miles de razones para evitar aplicarse un deber, aún si éste
es evidente.] Y están seguros que se exagera cuando no hace más
que aplicar lo que es evidente.
Esta triste enfermedad humana se ve actualizada en el tema
que estamos tratando. ¿Quién va a dejar de admitir que la fe con-
siste en arriesgarse, basados en la Palabra de Cristo, sin ver lo que
233
abrazamos? Ahora bien, aun los mejores ¿qué arriesgan en virtud
de la palabra de Cristo?
Pensemos. ¿Qué has sacrificado por la promesa de Cristo?
En cada riesgo hay que sacrificar algo: aventuramos nuestras pro-
piedades por una ganancia, cuando tenemos fe en un plan comer-
cial. ¿Qué hemos aventurado por Cristo? ¿Qué le hemos dado en
la confianza de su promesa? El Apóstol decía que él y sus herma-
nos serían los más miserables si los muertos no resucitaran,20
¿podemos decir lo mismo? ¿Qué hemos dejado nosotros que signi-
fique un fracaso si no hubiera cielo, lo que es imposible? Un co-
merciante que se ha embarcado en una especulación pierde —si
falla— no sólo el interés de una ganancia, sino sus bienes, que ha
expuesto, arriesgados con la esperanza del fruto. Este es el pro-
blema: ¿qué hemos arriesgado nosotros?
Cuando los jóvenes dan rienda suelta a sus pasiones, o al
menos van tras las vanidades del mundo; al avanzar el tiempo en-
tran en negocios honrados o en otro camino de hacer plata, luego
se casan y se establecen, y cuando sus intereses coindicen con
sus deberes parecen ser hombres respetables y religiosos; crecen
aficionados a lo que les rodea; cuando las pasiones pasan detestan
el vicio, y persiguen una vida de paz con todos. Esta conducta es
correcta y digna de alabanza; pero ciertamente nada tiene que ver
con la Religión: nada significa la posesión de principios religiosos:
todo lo que hacen está movido por un interés presente, por una
ventaja presente: siguen sus deseos de orden y dignidad porque
ese es su gusto, pero no arriesgan nada, no sacrifican, no abando-
nan nada, fiados en la palabra de Cristo.
Por ejemplo San Bernabé tenía una propiedad en Chipre: la
dio para los pobres de Cristo. Aquí hay un sacrificio, hizo algo que
no habría hecho si el Evangelio de Cristo fuera falso... Y es claro
que si el Evangelio de Cristo fuera falso (lo que es imposible) hizo
20
Se refiere a 1 Cor 15,19: ʺSi solamente para esta vida tenemos pues-
ta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de to-
dos los hombres! ʺ
234
un muy mal negocio; sería como un negociante que quebró, o cu-
yos barcos se hundieron.
El hombre tiene confianza en el hombre, se fía de su vecino,
se arriesga, pero los cristianos no arriesgamos mucho en virtud de
las palabras de Cristo y esto es lo único que deberíamos hacer.
Cristo nos advierte: ʺHaceos amigos con el dinero injusto, para que,
cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradasʺ (Lc
16,9). Esto es, sacrifique por el mundo futuro lo que los sin fe usan
tan mal: viste al desnudo, alimenta al hambriento... ʺhaceos bolsas
que no se gastan, un tesoro inagotable en los cielos, adonde ni el
ladrón llega, ni la polilla roeʺ (Lc 12,33). La limosna, por ejemplo es
un riesgo inteligible, una evidencia de la fe.
Así también, aquel que, teniendo buena expectativa en el
mundo, abandona todas sus expectativas para estar más cerca de
Cristo, para hacer de su vida un sacrificio y un apostolado, se
arriesga por Cristo. O aquel que, deseando la perfección, abando-
na sus miras mundanas y como Daniel o San Pablo en mucho tra-
bajo, mucha pena, lleva una vida iluminada sólo por la vida que
vendrá. O aquel que, después de haber caído en pecado, se arre-
piente con palabra y con obras, pone un yugo sobre sus hombros,
se mortifica, es severo con su carne, se niega placeres inocentes,
se expone a pública vergüenza, éste muestra que su fe realiza lo
que espera, en una anticipación la que espera ver. O aquel que
ruega a Dios, contra lo que los más buscan, y abraza lo que el
mundo aborrece. O aquel que cuando se ve cercado de lo que el
mundo llama males, que tiembla dice: ʺQue se haga tu voluntadʺ. O
el que teniendo expectativas de riqueza y honores, clama a Dios
que nunca lo haga rico. O el que tiene su mujer e hijos o amigos
que puede perder, antes que suceda, le dice a Dios: si es tu volun-
tad quítamelos, a ti te los entrego, a Ti los abandono. Estos arries-
gan lo que pueden por la fe.
La aceptación
Éstos son oídos por Dios, y sus palabras son escuchadas,
aunque no sepan hasta dónde llega lo que ofrecen, pero Dios sabe
que dan lo que pueden y arriesgan mucho. Son corazones genero-
sos, como Juan, Santiago, Pedro, que con frecuencia hablan mu-
235
cho de lo que querrían hacer por Cristo, hablan sinceramente pero
con ignorancia, y por su sinceridad son escuchados aunque con el
tiempo aprenderán cuán serio era su ofrecimiento. Dicen a Cristo
ʺ¡podemos!ʺ, y su palabra es oída en el cielo.
Es lo que nos acontece en muchas cosas en la vida. Primero,
en la Confirmación cuando renovamos lo que por nosotros se ofre-
ció en el Bautismo, no sabemos bastante lo que ofrecemos, pero
confiamos en Dios y esperamos que Él nos dará fuerzas para cum-
plirlo. Así también al entrar en la vida religiosa no saben hasta dón-
de se embarcan, ni cuán profundamente, ni cuán seductoras sean
las cosas del mundo que dejan, ni que a veces tengan que
ʺarrancarseʺ de ellas con sangre, sacrificar el deseo de sus ojos y
arrancar con sangre sus corazones al pie de la Cruz, mientras ellos
soñaban simplemente que escogían el dulce camino de los taber-
náculos divinos.
Y así también, en muchas circunstancias, el hombre se ve lle-
vado a tomar un camino por la Religión que puede llevarle quizá al
martirio (ahora en Rusia). ¡No ven el fin de su camino! Sólo saben
que eso es lo que tienen que hacer, y oyen en su interior un susu-
rro que les dice que cualquiera sea la dificultad Dios les dará su
gracia para no ser inferiores a su misión (Aplicarlo también a los
novios, dificultades del matrimonio, política, sociología).
Sus Apóstoles dijeron: Podemos, y Dios los capacitó para su-
frir como sufrieron: Santiago traspasado en Jerusalén (el primero
de los Apóstoles); Juan más aún, porque murió el último: años de
soledad, destierro y debilidad. Tuvo que experimentar la amargura
de la soledad cuando los que amaba habían ya partido. Vivir con
sus propios pensamientos, sin amigos ni familiares: a él le pedía el
Señor, como garantía de su fe, que le fuera quitado todo lo que
amaba su corazón. Él era como un hombre que se cambia a un
país lejano y que va enviando uno a uno sus bienes ante él, y se
queda en una casa desmantelada. Así envió antes uno a uno a sus
amigos, quedándole sólo el pensamiento de que lo esperaban en el
cielo y oraban por él, y lo recibirían cuando Dios lo llamara. Mandó
ante él otros testimonios de su fe: un trabajo de abnegación, una
guarda celosa de la verdad, ayunos y oraciones, trabajos de amor,
una vida virginal, persecuciones y destierros.
236
Bien diría al final de su vida: ¡Ven, Señor Jesús! (Maranatá, cf.
Ap 22,20), como los que están cansados de la noche y esperan la
mañana. Todos sus pensamientos, todas sus contemplaciones, to-
dos sus deseos y esperanzas estaban reunidos en el mundo invisi-
ble; y la muerte, cuando vino, le trajo la visión de lo que había ado-
rado, de lo que había amado, de lo que había frecuentado desde
tantos años atrás. Y cuando le trajo la presencia de lo que había
perdido sintió la bendición de sus juramentos guardados, de sus
riesgos satisfechos más allá de toda medida.
No nos contentemos con lo que poseemos, más allá de las
alegrías, ambicionemos llevar la Cruz para después poseer la co-
rona.
Cuáles son, pues, hoy nuestros riesgos basados en su Pala-
bra: Expresamente lo dice: ʺEl que dejare casa, o hermanos o her-
manas, o padre o madre, o esposa o hijos o hijas, o tierras por mi
nombre, recibirá el ciento por uno y la herencia del cielo... Pero
muchos que son los primeros serán los últimos; y los últimos serán
los primerosʺ (Mt 19,29-30).
237
TERCERA SEMANA:
238
MEDITACIÓN SOBRE LA SAGRADA EUCARISTÍA
239
La segunda manera, más práctica, consiste en aportar al sa-
crificio eucarístico nuestra inmolación propias y personales, ofre-
ciendo nuestros trabajos y penalidades, sacrificando nuestras ma-
las inclinaciones, crucificando con Cristo nuestro hombre viejo, el
cuerpo de pecado. Con esto, al participar personalmente en el es-
tado de víctima de Jesucristo, nos transubstanciamos en la víctima
divina. [Por medio del ofrecimiento de los propios sufrimientos, nos
trasformamos en Cristo.]
Como el pan se transubstancia realmente en el cuerpo de
Cristo, como también el sacerdote humano (y a su modo, todos los
fieles, toda la Iglesia) se transubstancia moralmente en Jesucristo-
Sacerdote único y eterno, así todos los fieles nos transubstancia-
mos espiritualmente con Jesucristo Víctima. Con esto, nuestras in-
molaciones personales son elevadas a ser inmolaciones eucarísti-
cas de Jesucristo, quien, como Cabeza, asume y hace propias las
inmolaciones de sus miembros. Un resentimiento, una pasión... in-
moladas y ofrecidas en la Misa se convierten en inmolaciones de
Jesucristo. Con lo cual su merecimiento crece inmensamente, y
Dios acepta complacido nuestras propias inmolaciones como inmo-
laciones de su Hijo Divino.
El fuego de la inmolación eucarística, como el de la cruz, es el
amor infinito del Corazón de Jesús. También abrasa y consume
nuestras inmolaciones este fuego divino. Hay que ofrecer en la Mi-
sa los sacrificios ya hechos y los que pensamos hacer. En la Misa
hay que adquirir, actuar, robustecer, endulzar y levantar de punto el
espíritu de sacrificio.
¡Qué horizontes se abren aquí a la vida cristiana! La Misa cen-
tro de todo el día y de toda la vida. Con la mira puesta en el sacrifi-
cio eucarístico, ir siempre atesorando sacrificios que consumar y
ofrecer en la Misa.
[El P. Hurtado ve en el acto de comulgar, una íntima relación
con la entrega de nosotros mismos, en las manos de Dios: ʺLa co-
munión, esa donación de Cristo a nosotros, que exige de nosotros
gratitud profunda, traería consigo una donación total de nosotros a
Cristo, que así se dio, y a nuestros hermanos; como Cristo se dio a
nosotros.ʺ]
240
II. La Misa como sacramento: la comunión
ʺQuien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y
yo en él... Vivirá en míʺ (Jn 6,54). Comulgar es vivir en Jesús, y vi-
vir de Jesús: como el sarmiento en la vid y de la vid. Jesús único
principio y raíz de toda la vida, de la gracia, de la luz, de la fuerza
de la fecundidad, de la felicidad, del amor. Fuera de Jesús todo es
muerte, esterilidad, desolación.
A. M. D. G.
241
LA EUCARISTIA
242
de la existencia de todo saber: tal es el escepticismo antiguo, el
pragmatismo y el relativismo de nuestros días.
Almas más nobles comprendieron que si el hombre no podía
solo llegar hasta Dios; quizá Dios quería bajar hasta él. Para con-
seguirlo, le ofrecieron sus mejores dones para recordar a Dios que
comprendían sus debilidades, sus faltas, sus pecados. Segregaron
hombres que sirvieran de intermediarios ente ellos y Dios: los lla-
maron sacerdotes. Su misión era el sacrificio. Esta tentativa tampo-
co tuvo resultado, pues el sacerdote era un hombre como los de-
más y no podía unirlos con Dios. El altar del sacrificio no era Dios,
sino un puro símbolo. La víctima ofrecida jamás fue precio digno
para redimir al hombre de la ofensa hecha al propio Dios. Las reli-
giones todas, antes de la venida de Jesús, fueron una hermosa as-
piración de unir al hombre con Dios, pero nada más. Esa unión no
se lograba. La raza humana necesitaba un Salvador y los hombres
cumbres de los antiguos pueblos griegos y romanos, vislumbraban
esa verdad que había sido confiada al pueblo hebreo y que sus
profetas recordaban con insistencia.
Ese Salvador, Dios en su misericordia, nos lo concedió. La
segunda persona de la Santísima Trinidad se encarnó y la benigni-
dad de Dios apareció en carne humana. En Jesús tenemos un
hombre de nuestra raza que es a la vez Dios; tenemos un altar en
que ofrecer un sacrificio: el Cuerpo de Cristo unido a la divinidad;
tenemos una víctima de valor divino y que los hombres pueden
ofrecer por sí mismos, porque es uno de ellos. El sacrificio de Cris-
to, Jefe de la humanidad, salvará la humanidad. La suprema aspi-
ración del hombre, ser Dios, podrá realizarse. Unidos nosotros a Él
participaremos de la vida divina, oculta en esta tierra, sin velos en
la gloria, herencia de los hijos, de los hermanos de Jesús, el Pri-
mogénito del Padre.
El supremo sacrificio de Cristo fue su inmolación en la cruz, el
Viernes Santo, por la humanidad. Su Sangre redentora nos libró del
pecado y nos abrió las puertas del Cielo. Pero la noche antes de su
pasión, Jesús quiso anticipar místicamente su inmolación. En el
momento solemne de la cena pascual tomó el pan y lo bendijo
dando gracias a su Padre Dios. En seguida tomó el vino y lo cam-
bió en su propia sangre, sangre que iba a ser derramada por los
243
pecados del mundo. Y en virtud de sus palabras, Jesús que consa-
graba, estaba a la vez presente en ese pan y en ese vino que no-
sotros en adelante podríamos ofrecer al Padre de los cielos como
el verdadero sacrificio de la humanidad. Por eso nos dice solem-
nemente: ʺHaced esto en memoria míaʺ (Lc 22,191. La Iglesia des-
de entonces ha estimado que la Eucaristía tiene la gracia de las
gracias: Dios presente en nuestros altares para ser ofrecido por
nosotros, para ser recibido en nuestras almas y uniros a Él. La su-
prema aspiración del hombre, ser Dios, está por fin realizada. Dios
en la persona de su Hijo hecho hombre nos asimila, nos trasforma
en Él, nos permite participar de su vida. Esta vida la recibimos en
semilla, no en flor, la flor vendrá el día de nuestra resurrección, par-
ticipación de la resurrección de Cristo.
Con el sacrificio de Cristo nace una nueva raza, raza que será
Cristo en la tierra hasta el fin del mundo. Los hombres que reciben
a Cristo se transforman en Él. ʺVivo yo, ya no yo, Cristo vive en míʺ,
decía San Pablo (Gál 2,20), y vive en mi hermano que comulga jun-
to a mí, y vive en todos los que participamos de Él. Formamos to-
dos un solo Cristo. Vivimos su vida, realizamos su misión divina.
Somos una nueva humanidad, la humanidad en Cristo. Estrecha-
mente unidos, más que por la sangre de familia, por la sangre de
Cristo formamos el Cuerpo Místico de Cristo, y en Cristo y por Cris-
to y para Cristo vivimos en este mundo.
De aquí nuestro profundo optimismo, nuestro sentido de triun-
fadores, pues en Cristo hemos iniciado la victoria que iremos com-
pletando cada uno de nosotros y será perfecta al final de los tiem-
pos.
La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. [ʺQue nuestra
vida sea una Misa prolongada.ʺ] Por ella tenemos la Iglesia y por la
Iglesia llegamos a Dios. Cada hombre se salvará no por sí mismo,
no por sus propios méritos, sino por la sociedad en la que vive, por
la Iglesia, fuente de todos sus bienes. ¡Qué débil aparece el socia-
lismo y el comunismo frente a esta visión tan estupenda de la uni-
dad cristiana!
Por la Eucaristía-sacramento, descienden sobre los fieles to-
das las gracias de la encarnación redentora; por la Eucaristía-
sacrificio, sube hasta la Santísima Trinidad todo el culto de la Igle-
244
sia militante. Sin la Eucaristía, la Iglesia de la tierra estaría sin Cris-
to.
Por la Eucaristía, esta tierra de la encarnación se hizo el cen-
tro del mundo. Por ella, el Hijo permanecerá entre nosotros no por
unos cuantos años fugitivos, sino para siempre. Mediante a Euca-
ristía, Cristo permanece siempre presente en medio de su Pueblo,
para acabar por su Iglesia.
A la vista de la creación, Dios piensa siempre en su Hijo. Él es
la imagen del Dios invisible, el Primogénito de toda creatura, el
principio y el fin de todas las cosas, en la tierra, en el cielo y hasta
en los infiernos. Por Él todo ha sido creado: las cosas visibles e in-
visibles: los tronos, las dominaciones, los principados, las potesta-
des... (cf. Col 1,16); Plugo al Padre residir en Él toda plenitud, re-
conciliar todas las cosas por Él y en Él, que ha pacificado por su
sangre derramada sobre la cruz todo lo que está en la tierra y en
los cielos. Dios no ve el mundo sino a través de Cristo. La Eucaris-
tía es el medio para unirnos a Él, es la colocación a nuestro alcan-
ce de todos los beneficios de la encarnación redentora.
Toda la obra de Cristo se perpetúa en el mundo por la Hostia:
mediante ella desciende la vida a las almas y eleva almas hasta
Dios. La Comunión realiza este descenso da Trinidad hasta los
hombres por Cristo. El sacrificio de la Misa eleva los hombres iden-
tificados con el Hijo, hasta el seno del Padre.
La presencia real, la razón, los sentidos, nada ven en la Euca-
ristía, sino pan y vino, pero la fe nos garantiza la infalible certeza de
la revelación divina; las palabras de Jesús son claras: ʺEste es mi
Cuerpo, esta es mi Sangreʺ y la Iglesia las entiende al pie de la le-
tra y no como puros símbolos. Con toda nuestra mente, con todas
nuestras fuerzas, creemos los católicos, que ʺel cuerpo, la sangre y
la divinidad del Verbo Encarnadoʺ están real y verdaderamente
presentes en el altar en virtud de la omnipotencia de Dios. El cuer-
po y el alma de Cristo, permanecen inseparablemente unidos a la
persona del Verbo, el cual nos trae al Padre y al Espíritu, en la indi-
visible unión de la Trinidad. Todo el misterio del Verbo encarnado
está contenido en la Hostia, con los encantos inefables de la hu-
manidad y la infinita grandeza de la divinidad, una y otra veladas.
245
In cruce latebat sola Deitas
At hic lates simul et humanitas.
En la Cruz solo estaba la Divinidad.
Aquí está oculta también la humanidad.
(Adorote devote, S. Tomás de Aquino)
246
dad, en cada pueblo, en cada uno de nuestros templos; nos visita
en nuestras casas, lo lleva el sacerdote sobre su pecho, lo recibi-
mos cada vez que nos acercamos al sacramento del Altar. Como
dice un distinguido teólogo nuestras manos de sacerdotes y nues-
tros labios de comulgantes pueden tocar la humanidad de Cristo,
su carne dolorida en la cruz, sus nervios y sus huesos molidos, su
cabeza, otrora coronada de espinas. El Crucificado está aquí y nos
espera y nos espera.
La misma sangre redentora fluye sobre todas las generacio-
nes que pasan. El alma de Cristo está en la Hostia. Todas sus fa-
cultades humanas conservan en ella la misma actividad que en la
Gloria. Nada escapa a la mirada comprensiva de Cristo: ni el mun-
do de los espíritus ni la creación material, ni el movimiento más im-
perceptible de las almas en el Cielo, en la tierra y hasta en los in-
fiernos.
La vida Eucarística de Jesús es una vida de amor. Del Cora-
zón de Cristo, sin cesar, suben al Padre los ardores de una caridad
infinita. La Trinidad encuentra en el Cristo de la Hostia, una gloria
sin medida y sin fin.
¡Qué cierta resulta la palabra de Jesús dirigida a nosotros, con
tanta razón como a los judíos: En verdad, en verdad, hay alguien
en medio de nosotros que vosotros no conocéis! (cf. Jn 14, 6-9).
Absorbidos por nuestros negocios y por el torbellino de la vida
¿quién piensa que junto a nosotros está el Dios Redentor? ¡Él ha
venido a los suyos y los suyos no lo han conocido!
El Verbo nunca está solo, el Padre y el Espíritu permanecen
siempre con Él. ʺ¿No creéis que yo estoy Padre y que el Padre es-
tá en mí?ʺ (Jn 14,10). Toda la vida de la Trinidad está en la Hostia.
ʺCristo da a cada hombre en particular la misma vida de la
gracia que ha comunicado al mundo por su advenimiento visibleʺ,
enseña Santo Tomás. Si tuviésemos fe, los milagros del Evangelio
serían hechos cotidianos. El Cristo de Tiberiades seguiría irguién-
dose sobre las olas para apaciguar la tempestad en nuestras al-
mas. En nuestros momentos de dolor oiríamos la misma voz del
Salvador: Vosotros los fatigados y extenuados venid todos a mí (cf.
247
Mt 11,28). ʺSi alguien tiene sed que venga a Mí y bebaʺ (Jn 7,37).
Una sola condición se requiere: tener sed.
[ʺSed de que donde Él va, ellos también vayan; sed de que
bebamos el cáliz con Él, el cáliz que Él bebió por nosotros. Hay en
toda la vida de Cristo una perpetua ‗hambre y sed‘… ¿la tenemos
nosotros? Prometió a los otros que saciaría su sed. ¿Saciaré yo su
sed, con hiel y vinagre?ʺ]
De la Eucaristía, espera la Iglesia para sí y para cada uno de
sus fieles, fuerza victoriosa para todas las situaciones de su vida
militante, aún en los días del anti–Cristo.
Al contacto de la carne de Cristo, el hombre se hace puro, las
pasiones animales no dominan ya su vida. El Cristo virgen le ense-
ña a vivir en la carne, superando la carne. En nuestra época co-
rrompida hay, sin embargo, tal vez como en ninguna otra época de
la historia, multitud de jóvenes de ambos sexos que crecen puros
porque comulgan con frecuencia. Llevan a Dios en su cuerpo como
en un templo vivo de la Trinidad. ¡Cuántas confidencias de estu-
diantes, de obreros, de empleados, de hombres de los medios más
diversos nos revelan que la pureza del mundo es un milagro de la
Hostia! El Cristo de la Eucaristía virginiza las almas y si han perdi-
do la pureza, se las retorna tan inmaculada como en los santos. El
ser manchado, pero arrepentido, que se acerca con humildad pero
con amor al Cristo de Magdalena, siente en él una fuerza inmensa
para luchar contra las fuerzas del pecado.
La Hostia deposita en nuestro cuerpo mortal un germen de
inmortalidad. ʺ¡Quien come mi carne y bebe mi sangre posee la vi-
da eterna y yo le resucitaré en el último día!ʺ (Jn 6, 54). Como lo
revela San Pablo, el Señor Jesús transformará nuestro cuerpo vil y
abyecto haciéndolo conforme a su Cuero Glorioso (cf. Flp 3,21).
La sangre de Cristo virginiza no sólo el cuerpo, sino también el
alma con la pureza de Jesús. Él obra una purificación a veces total
de las faltas pasadas, de la pena debida a los extravíos y aún de
las tendencias viciosas o malsanas que en nosotros persisten des-
pués del pecado. Más aún, al acercarnos al Cristo del altar como al
Cristo en la Cruz, sentiremos desarrollarse en nosotros el espíritu
de sacrificio, esencia del Evangelio: ʺSi alguno quiere venir en pos
248
de Mí que tome su cruz todos los días y que me sigaʺ (Mt 16,24).
Un alma permanece superficial mientras no haya sufrido. En el mis-
terio de Cristo existen profundidades divinas donde no penetran por
afinidad sino las almas crucificadas. La auténtica santidad se con-
suma siempre en la cruz. Muchos cristianos se quejan de la tibieza
de sus comuniones, del poco fruto que obtienen de su contacto con
Cristo. Olvidan que la verdadera preparación a la Comunión no se
reduce a simples actos de fervor, sino que consiste principalmente
en una comunión de sufrimientos con Jesús. El que quiere comul-
gar con provecho, que ofrezca cada mañana una gota de su propia
sangre para el cáliz de la redención. [ʺId cada mañana con pureza
y amor, y ofrecerle mi oblación y mis sacrificios en unión de los de
Cristo.ʺ]
Hermanos: he aquí el inmenso don que Jesús dejó al alcance
de nuestras almas. La gran palanca para su santificación, el medio
más eficaz para realizar la divinización de nuestras vidas. Mañana
como en Pentecostés, descenderá el Espíritu Santo más copiosa-
mente a nuestros espíritus. Que Él nos haga claro el sentido de las
palabras de Jesús, que Él nos dé a entender que Jesús nos llama y
nos aguarda y que depuesto todo fútil razonamiento nos acerque-
mos mañana y nos sigamos acercando todos los días de nuestra
vida a reavivar nuestra alma en la sangre el Cordero, hasta el día
glorioso en que nos unamos con Él en la gloria del Padre. Amén.
249
AMAR AL PRÓJIMO
250
Materia de reflexión: Mis confesiones, ¿se parecen a esta con-
fesión final sobre la que deberían modelarse todas las demás? El
pecado del egoísmo que será juzgado con tanta severidad ¿me pa-
rece tan grave? No seremos salvados si no es al precio de la dedi-
cación a los demás. Los que no han acogido el grito de la humani-
dad que sufre quedarán fuera, aunque pretexten haber amado a
Dios.
Mandamiento tan grande que ha sido proclamado igual al de
la caridad divina, y, aunque ésta es superior, la piedra de toque pa-
ra ver si existe, es la caridad humana. El pueblo judío hacía consis-
tir casi toda su religión en la plegaria, la ofrenda del sacrificio y la
visita del templo. Jesús establece la primacía de la caridad sobre la
rutina litúrgica: ʺAmar al prójimo como a sí mismo vale más que los
holocaustosʺ (Mc 12,33). Y detiene al pie del altar al que va a poner
su ofrenda, pero guardando el rencor de la disputa con su prójimo
(cf. Mt 5,24). La parábola del sacerdote, del levita y del Samaritano
nos muestra al verdadero servidor de Dios. Este es aquel que sirve
a todo necesitado (cf. Lc 10,30-37). Una virtud que ocupa tan alto
puesto en la enseñanza de Cristo, no puede reducirse a ocupar un
pequeño rincón en nuestra vida.
ʺAmaos como yo os he amadoʺ (Jn 15,12). Esto va lejos, muy
lejos: sacrificar nuestra conveniencia individual cuando sea necesa-
rio para el bien de la familia humana. La conclusión la saca San
Juan: ʺPuesto que Él ha dado su vida por nosotros, nosotros de-
bemos dar nuestra vida por nuestros hermanosʺ (1 Jn 3,16).
No podemos contentarnos con algunas limosnas, con algunos
actos de caridad, de cuando en cuando, mientras conservamos el
fondo de nuestra existencia consagrada a nosotros mismos. La ca-
ridad no se fija límites, pues proviene de un Espíritu que no los tie-
ne.
La caridad del cristiano es una disposición del corazón que
más que por actos particulares se manifiesta por la inspiración
misma de su actividad. Es lo que su fe reclama de él; es una pa-
sión por la cual se ve obsesionado y atormentado; un deseo nunca
satisfecho de ser benéfico; una servicialidad perpetua y universal;
un amor a sus hermanos que inunda las profundidades de su alma,
ilumina todos sus pensamientos, penetra todos sus sentimientos,
251
orienta toda su conducta y lleva máximo su rendimiento en favor de
los prójimos.
Nuestra donación no puede ser tan amplia como quisiéramos
porque tenemos que consagrar bastante tiempo a nosotros mis-
mos, pero en todo lo que hace simpatiza con los que le rodean; evi-
ta lo que les perjudica; se esfuerza en ayudarles, procura serles útil
y en todo se preocupa del bien general.
¡Qué bueno sería vivir teniendo conciencia de servir en nues-
tro trabajo a la sociedad entera! Una existencia encerrada en sí, es
triste porque es egoísta. Ella se dilata desde que piensa en los de-
más, ¡es tan bueno ser bueno!
[ʺ¡Es tan bueno ser bueno!ʺ La verdadera bondad, incluso la
más heroica, nunca va contra el hombre, sino que siempre benefi-
cia al que la practica.]
252
SEAMOS CRISTIANOS, ES DECIR, AMEMOS A NUES-
TROS HERMANOS
254
La ley de la caridad no es para nosotros ley muerta, tiene un
modelo vivo que nos dio ejemplos de ella desde el primer acto de
su existencia hasta su muerte y continúa dándonos pruebas de su
amor en su vida gloriosa: ese es Jesucristo. San Pedro, que vivió
con Jesús tres años, nos resume su vida diciendo que pasó por el
mundo haciendo el bien.
255
LOS SUFRIMIENTOS MORALES DE CRISTO
256
Consideremos además que lo intolerable en el dolor no es tan-
to su intensidad sino su continuidad: gritamos que no podemos so-
portar más, esto es, que no podemos seguir soportando tanto do-
lor. La pena que prevemos agudiza lo que ahora sufrimos; y la que
recordamos cada momento pasado, parece que va toda junta a re-
novarse en el siguiente. Este es el privilegio del hombre sobre el
animal, poder reflexionar, que se traduce en poder sufrir más.
Pero el alma humana que tiene una comprensión intelectual
del dolor, como un todo difundido a través de momentos que pa-
san, tiene por eso una fuerza trágica en su dolor.
¿Por qué el Señor no aceptó sino probar el vino mirrado? Por-
que esta poción lo habría adormecido y quería llevar su dolor en
toda su intensidad y en toda su amargura.
Él los habría evitado ardientemente si ésta hubiese sido la vo-
luntad de su Padre: si es posible... pase de mí este cáliz (cf. Mt
26,39)... pero ya que no es posible, dice con calma al Apóstol que
intentaba rescatarlo del dolor: El cáliz que me ha dado a beber mi
Padre, ¿no he de beber?
[Se refiere al Apóstol Pedro, quien hiere al siervo del Sumo
Sacerdote con su espada, porque quiere alejar a su Maestro del
dolor. Jesús le dice: ʺVuelve la espada a la vaina. La copa que me
ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?ʺ (Jn18, 11).]
Ya que debía sufrir, se entrega a sí mismo al dolor. No había
venido para evitar el dolor. Salió pues al encuentro y quiso que im-
primiera en Él cada una de sus garras.
Y como los hombres por ser superiores a los animales son
más afectados por el dolor por su espíritu, superior a su alma ani-
mal, así Nuestro Señor resistió el dolor en su cuerpo con una con-
ciencia y, por consiguiente con una viveza, con una intensidad y
unidad de percepción que nadie puede sospechar, ya que tenía la
perfecta posesión de su alma, y estaba ésta libre de toda distrac-
ción, ligada al dolor y sometida al sufrimiento. Así se puede en ver-
dad decir que padeció su Pasión entera en cada uno de sus instan-
tes.
Recordemos que Nuestro Señor aunque perfecto hombre era
diferente de nosotros en que había en Él un poder más grande aún
257
que su alma, que dirigía su alma: la Divinidad. El alma de cada uno
de nosotros está sometida a los deseos, a los sentimientos, a los
impulsos y pasiones que le son propios; mientras que el alma de
Nuestro Señor no estaba sometida sino a su Divina Persona Eter-
na. Nada llegaba a su alma por la pura casualidad, jamás era sor-
prendida de improviso, nada le afectaba sino lo que quería que le
afectara.
Nosotros somos víctimas involuntarias de agentes, circunstan-
cias que se echan sobre nosotros, sin poderlo prever ni evitar; en
cambio Nuestro Señor no podía estar sujeto a nada que Él no qui-
siese plenamente. Cuando Él aceptaba temer, temía, cuando acep-
taba irritarse, se irritaba. No estaba abierto a las emociones, pero
Él se abría voluntariamente a las influencias que debían conmover-
lo. En consecuencia cuando resolvió sobrellevar los sufrimientos de
su Pasión expiatoria lo hizo con plena aceptación y en la plenitud
de su capacidad de sufrir: no lo hizo a medias, no buscó como no-
sotros apartar su espíritu del sufrimiento. Él dijo: He venido a hacer
tu voluntad, Padre mío. No has querido víctimas ni holocaustos, me
has preparado un cuerpo para sufrir y en él y en su alma sufriré
plenamente (cf. Hb 10,9). Y cuando llegó su hora, la hora de Satán
y de las tinieblas, se ofreció entero como holocausto con toda su
presencia de espíritu, toda su lucidez, toda su conciencia.21 Su pa-
sión fue una intención presente y absoluta. Su energía vital estaba
toda entera cuando su cuerpo yacía moribundo. Y si murió fue por
un acto de su voluntad. Inclinó la cabeza en señal de mandato tan-
to como de resignación: ʺEn tus manos, Padre, encomiendo mi es-
pírituʺ (Lc 23,46). Y dichas estas palabras, entregó su alma; sin
perderla.
De aquí vemos que aunque Nuestro Señor no hubiera sufrido
sino en su cuerpo, y aunque sus dolores hubiesen sido menores
que los de los otros hombres, hubiera sufrido infinitamente más
21
La vida de Cristo culmina con la donación total de sí mismo, pero es-
ta es una característica de toda la vida de Jesús, que no se refleja únicamen-
te en la Cruz. Toda la vida de Cristo es una vida de total donación a Dios y a
los hermanos.
258
porque el dolor ha de ser medido por la conciencia que se tiene del
dolor. El Hijo de Dios en su naturaleza humana agotando hasta su
última gota el cáliz del dolor.
ʺMi alma está triste hasta la muerteʺ. Estas palabras nos per-
miten responder a quienes piensan que Jesús Nuestro Señor tenía
en su dolor algo que lo aliviaba, que disminuía su carga. ¿Qué po-
dría ser esto?
Objeciones:
El sentimiento de su inocencia: Todos sus perseguidores es-
tuvieron convencidos que condenaban a un inocente: ʺCondené
sangre inocenteʺ (Judas, cf. Mt 27,4); ʺEn verdad era justoʺ (Centu-
rión cf. Lc 23,47)…
Si los pecadores atestiguaban su inocencia, ¡cuánto más su
propio corazón! Y todos experimentamos que del sentimiento de
nuestra inocencia o de nuestra culpabilidad depende nuestra fuerza
de resistencia al dolor; en Él el sentimiento de su santidad debía
aniquilar su vergüenza.
Además, Él sabía que su dolor era breve, que sería coronado
por el triunfo: es la incertidumbre lo que más nos atormenta... No
podía conocer la incertidumbre, el abatimiento, ni la desesperación,
¡porque nunca fue abandonado!!
Respuesta:
Todo esto es cierto, lo que quiere decir que Nuestro Señor fue
siempre ʺÉl mismoʺ, que jamás perdió su equilibrio. Lo que sufrió lo
padeció porque deliberadamente se expuso al dolor: con delibera-
ción y perfecta calma. Así como dijo al Paralítico: quiero, sé sano;
al leproso: sé limpio; al centurión: iré y sanaré; a Lázaro: sal fuera...
Así ahora dijo: voy a comenzar a sufrir. La tranquilidad es la prueba
del dominio absoluto de su alma. Abrió la compuerta y las olas del
dolor inundaron su corazón. San Marcos, que lo supo de San Pe-
dro, nos dice: ʺVinieron al lugar llamado Getsemaní… tomó consigo
a Pedro, Santiago y Juan y comenzó a ser invadido por el miedo y
el abatimientoʺ (cf. Mc 14,33). Obra deliberadamente: va a un sitio,
después dando una orden levanta, por decirlo así, el apoyo de la
Divinidad a su alma y se precipitan en ella el terror y la angustia.
259
Entra en su agonía moral en forma tan definida como si se hubiera
tratado de un tormento físico: de los azotes o las espinas.
Siendo esto así no se puede decir que Nuestro Señor haya si-
do sostenido en su prueba por el sentimiento de su inocencia o la
anticipación de su triunfo, ya que la prueba consistía precisamente
en retirar esos sentimientos, como todo no motivo de consuelo. Su
voluntad se abandonaba a sí misma a todas las amarguras: así
como los que son dueños de sí mismos pasan de una reflexión a
otra, Nuestro Señor se rehusó liberadamente todo consuelo y se
empapó en el dolor. En ese momento su alma no pensaba en el
porvenir. No pensaba sino en la carga presente que pesaba sobre
Él y que había venido a llevar.
Y ¿cuál era esta carga que cayó sobre Nuestro Señor cuando
abrió su alma al dolor? Una carga que conocemos bien, que nos es
familiar, pero que para Él era un tormento indecible. Tuvo que lle-
var un peso que nosotros llevamos con inmensa facilidad, con tanta
naturalidad que nos parece raro llamarlo ʺcargaʺ, pero que para Él
tuvo el olor envenenado de la muerte. Tuvo que llevar el peso del
pecado... nuestros pecados, los pecados de todo el mundo. El pe-
cado nos parece poca cosa; nos es familiar... casi no comprende-
mos por qué Dios lo castiga y cuando vemos que aún aquí Dios lo
castiga buscamos otra explicación o desviamos nuestra atención.
Pero pensemos que el pecado en sí mismo es rebelión contra
Dios, es el gesto de un traidor que trata de derribar a su soberano y
matarlo. Es un acto ─la expresión es muy fuete─ que si fuera ca-
paz aniquilaría al Dueño de todo. El pecado es el enemigo mortal
del 3 veces santo, de modo que el pecado y Él no pueden vivir jun-
tos, y así como el Santísimo lanza de sí al pecado a las tinieblas;
así también, si Dios pudiera no ser Dios, o ser menos que Dios, se-
ría el pecado el que tendría la capacidad de hacerlo.
Notemos que cuando el Amor todopoderoso al encarnarse en-
tró en este sistema de cosas creadas y se sometió a sus leyes, in-
mediatamente este adversario del bien y de la verdad, aprove-
chando la oportunidad, se lanzó sobre esta Carne Divina y la rodeó
hasta hacerla perecer. La envidia de los fariseos, la traición de Ju-
das y la demencia del pueblo no eran más que el instrumento y la
expresión de la enemistad del pecado contra la Eterna Pureza
260
puesta ahora a su alcance. El pecado no podía herir a la Divina
Majestad, pero podía atormentarlo ─como Dios mismo consentía─
por intermedio de su humanidad. Y el desenlace del drama, la
muerte de Dios Encarnado, nos enseña lo que es el pecado en sí
mismo y cuál va a ser el fardo que caerá con todo su peso sobre la
naturaleza humana de Dios, cuando Él permita que su naturaleza
sea invadida de miedo y terror ante la perspectiva de este asalto.
En esta hora horrible el Salvador del mundo se puso de rodi-
llas, dejando de lado sus privilegios divinos, alejando a su pesar a
sus Angeles que hubieran querido por millones venir a rodearlo,
abrió sus brazos, descubrió su pecho para exponerse inocente al
asalto del enemigo, de un enemigo cuyo aliento era pestilencia, cu-
yo abrazo era agonía. Estaba de rodillas inmóvil y silencioso mien-
tras que el demonio impuro envolvía su espíritu de una ropa empa-
pada de todo lo que el crimen humano tiene de más odioso, y que
se apretaba junto a su corazón; mientras que invadía su concien-
cia, penetraba todos sus sentidos, todos los poros de su espíritu, y
extendía sobre Él su lepra moral hasta hacerlo sentirse ─si fuera
posible─ tan repugnante como su enemigo hubiera querido hacerlo.
Cuál no sería el horror cuando al mirarse no se reconoció,
cuando se encontró semejante a un impuro, a un detestable peca-
dor, por este amasijo de corrupción que llovía desde su cabeza
hasta la falda de su túnica. ¡Cuál sería su extravío cuando vio que
sus ojos, sus manos, sus pies, sus labios, su corazón eran como
los miembros del malvado y no los del Hijo de Dios! ¿Son éstas las
manos del Cordero de Dios antes inocentes y rojas ahora con
10.000 actos bárbaros y sanguinarios? ¿Son éstos los labios del
Cordero, estos labios que no pronuncian oraciones, ni alabanzas,
ni acciones de gracias sino que manchan los juramentos falsos y
las perfidias y doctrinas demoníacas? ¿Son éstos los ojos del Cor-
dero, ojos profanados por visiones malignas, por fascinaciones ido-
látricas por las cuales los hombres han abandonado a su Creador?
Sus oídos escuchan el ruido de fiestas y de combates. Su corazón
helado por la avaricia, la crueldad y la incredulidad... Su memoria
está cargada con la memoria de todos los pecados cometidos des-
de el de Eva en todas las regiones de la tierra, la lujuria de Sodo-
ma, la dureza de los egipcios, la ingratitud y el desprecio de Israel.
261
¿Quién no conoce la tortura de una idea fija que vuelve y
vuelve sin cesar y nos obsesiona ya que no nos puede seducir?
O de un fantasma pavoroso que no nos pertenece pero que
desde fuera se impone a nuestro espíritu... He aquí los enemigos
que os rodean por millones, mi Salvador, que se abaten sobre vos
en plagas más fuertes que las de la langosta o los gusanos de los
sembrados, o las moscas enviadas contra el Faraón.
Todos los pecados de los vivos y de los muertos, de los que
aún no han nacido, de los condenados y de los escogidos: todos
están allí. Y vuestros bien amados están también allí, vuestros san-
tos, vuestros escogidos, vuestros Apóstoles Pedro, Santiago, Juan,
no para consolaros sino para aplastaros ʺlanzando el polvo contra
el cieloʺ (cf. Job 2,12) como los amigos de Job y amontonando
maldiciones sobre vuestra cabeza... Allí están todas las creaturas,
menos una, la que no tuvo parte en el pecado. Ella sola podría
consolaros, y es por eso que no está allí. Vendrá junto a vos, en la
Cruz, pero en el jardín no estará. Ella ha sido vuestra compañera,
confidente toda la vida, ha conversado con vos durante 30 años,
pero sus oídos virginales no sabrían captar, su corazón inmaculado
concebir, lo que se ofrece ahora a vuestra vista. Sólo Dios podía
llevar esa carga. Vos habéis presentado a vuestros santos la ima-
gen de un solo pecado tal como aparece ante vuestra Faz, la ima-
gen de un pecado venial, no mortal, y nos han dicho que habrían
muerto a su vista si tal imagen no la hubierais removido rápidamen-
te. La Madre de Dios, a pesar de toda su santidad, o mejor por su
misma santidad, no habría podido soportar la vista de una de esas
obras de Satanás que os rodean.
Es la larga historia del mundo y solamente Dios pueda sopor-
tar su peso. Esperanzas engañadas, votos rotos, luces extinguidas,
advertencias despreciadas, ocasiones fallidas, inocentes engaña-
dos, jóvenes endurecidos, penitentes que recaen, justos persegui-
dos, ancianos alejados, sofismas de la incredulidad, pasiones de-
vastadoras, orgullo concentrado, tiranía del hábito, gusano roedor
del remordimiento, angustia de la vergüenza, desesperación... tales
son las escenas desgarradoras, enloquecedoras que se ofrecen a
Jesús.
262
Todo esto remplaza frente a Él la paz inefable que ha cesado
de bañar su alma desde su concepción. Estas imágenes están en
Él, son casi suyas; invoca a su Padre como si fuera el criminal, no
la víctima. Su agonía toma la forma de la culpabilidad y de la com-
punción. Hace penitencia. Se confiesa. Hace acto de contrición de
una manera infinitamente más real, más eficaz que todos los peni-
tentes reunidos, porque es para nosotros todos la única víctima, el
único holocausto expiatorio, el verdadero penitente, sin ser, sin
embargo, el verdadero pecador.
Se levanta deshecho y se vuelve para ver al traidor y su banda
que furtivamente se deslizan en la sombra. Mira, y ve sangre en su
ropa y en las huellas de sus pasos. ¿De dónde vienen estas primi-
cias de la pasión del Cordero? Las varas de los soldados no han
tocado todavía sus espaldas, ni los clavos del verdugo sus manos y
sus pies. Ha derramado su sangre antes de la hora; su alma agoni-
zante ha roto su envoltura de carne para hacerle saltar afuera. La
Pasión ha comenzado en su interior. [El sufrimiento moral de Cristo
—por nuestros pecados— es un dolor interior, más grande incluso
que el dolor que sufre externamente, en la Cruz.] Este corazón en
suplicio, sede de ternura y de amor, se ha puesto a palpitar con
una vehemencia que va más allá de su naturaleza: ʺse han roto las
fuentes del gran abismoʺ... Su sangre ha caído en tal abundancia y
furor que sale por los poros, forma como un rocío espeso sobre su
cara, su cuerpo, y gotas pesadas mojan sus vestidos y caen al sue-
lo.
ʺMi alma está triste hasta la muerteʺ (Mt 26,38). Su pasión
comienza por la muerte: no conoce fases ni crisis, toda esperanza
está perdida desde el principio, lo que aparece como evolución no
es más que el proceso de disolución. La Víctima si no murió fue
porque su omnipotencia prohibía a su corazón partirse y a su alma
separarse de su cuerpo antes de haber sufrido la Cruz.
Nuestro Señor no había agotado todavía todo su Cáliz. El
arresto, la acusación, la bofetada, los azotes... la Cruz, todo esto
faltaba por llegar. Es necesario que una noche y un día pasen len-
tamente, hora por hora antes que venga el fin, antes que la expia-
ción sea consumada. Cuando llegó el momento y dio Él la orden,
su pasión terminó por su alma como había comenzado. No murió
263
de agotamiento corporal, ni de dolor corporal... Encomendó su Es-
píritu a su Padre y murió.
[Coloquio]
Oh Corazón de Jesús, oh Vos todo amor, os ofrezco estas
humildes oraciones por mí mismo y por todos aquellos que se unen
en espíritu a mí para adoraros. Oh Santísimo Corazón de Jesús me
propongo renovar estos actos de adoración por mí mismo, misera-
ble pecador, y por todos aquellos que se han asociado a vuestra
adoración hasta el último suspiro. Os encomiendo, Oh Jesús, la
Santa Iglesia vuestra querida Esposa y nuestra dulce Madre, a los
que practican la justicia, todos los pobres pecadores, los afligidos,
los moribundos y todo el género humano. No sufráis que vuestra
sangre se haya derramado en vano por ellos, y dignaos aplicar sus
méritos al alivio de las benditas almas del purgatorio, en particular
por aquellos que en su vida os han devotamente adorado.
264
ABNEGACIÓN Y ALEGRÍA
266
CUARTA SEMANA:
267
EL ESPÍRITU DE LA RESURRECCIÓN
Los peces del océano viven en agua salada y a pesar del me-
dio salado, tenemos que echarles sal cuando los comemos: se
conservan insípidos, sosos. Así podemos vivir la alegría de la resu-
rrección sin empaparnos de ella: sosos. Debemos empaparnos,
pues, en la resurrección. El mensaje de la resurrección es alenta-
dor, porque es el triunfo completo de la bondad de Cristo.
Para comprender el papel de un elemento supongamos que
eso falta (para saber lo que es el sol, supongamos que no existe:
frío y muerte). ¿Qué sería nuestra Iglesia si no hubiera Resurrec-
ción? Si terminara el mensaje en el Viernes Santo: Siempre de luto,
¡¡y la duda y el temor del futuro!! Y todos en penitencia desespe-
rante.
He conocido un buen padre de familia que tuvo un tristeza ho-
rrible y se acabó ese hombre. Tuvo un niño de seis años, rompió la
loza, el padre lo castigó y lo mandó a su cama sin un beso... Esa
noche murió solo. ¡¡Si hubiera sabido que era su última hora!! Se
fue a la eternidad con la tristeza de ese recuerdo. Ahora suponga
que Nuestro Señor muere, grita, desaparece... ¡qué triste habría si-
do! Pero volvió después de su muerte, ¿para decir qué? Que en el
Corazón divino no había ningún rencor. ¡Que no había venganza!
Que podíamos cooperar con Él.
Porque conocemos bien este misterio, no lo apreciamos bas-
tante. No hay que desesperar: los lazos entre el Salvador y los
hombres no han sido rotos. Por eso, se presenta tan luego a Pedro,
no para decirle que obró mal, sino para decirle que sigue siendo
Jefe del Colegio Apostólico y piedra angular de la Iglesia, porque
mi muerte es muerte de redención. Es la víctima que vuelve y su
primera palabra: ʺNo temanʺ (Mt 28,10). ʺTe damos gracias por tu
inmensa gloriaʺ, es la resurrección. Nuestro Señor acabó papel
mortal. ¿Se interesa todavía a la tierra? Cristo que se aparece con
frecuencia, y dice: Todo mi interés está en la tierra.
268
Hilvanemos un poco de teología en torno a la esperanza de
Nuestro Señor. ¿Tuvo Nuestro Señor las virtudes teologales? Uná-
nimes: tuvo la caridad perfecta en tierra y en el cielo. La fe, unáni-
mes en que no, porque tenía más, la visión beatífica. ¿Y la espe-
ranza? Se dividen: unos que no, porque no puede esperar lo que
ya tiene en la tierra y en el cielo: la visión beatífica; otros afirman
que en su vida mortal tuvo la verdadera esperanza, y que hoy en el
cielo la tiene. El objeto de la esperanza no es como lo dice, sin
probarlo, San Agustín: la salvación eterna del hombre que espera,
[es decir, la propia salvación individual del hombre] sino la salva-
ción eterna de todos los que son capaces de conseguirla (yo espe-
ro el cielo para mí y también para los demás, para todos nosotros,
el cielo y las gracias necesarias, virtud social espléndida). San
Agustín: sólo para mí espero; Santo Tomás, dijo: es verdad lo de
San Agustín, pero nuestros amigos, de un cierto modo, somos no-
sotros mismos, como lo dijo Aristóteles: puedo esperar por los que
son yo, (y en la doctrina del Cuerpo Místico esta doctrina cobra
mayor luz: el gran ʺYoʺ).
Luego, si el objeto de la esperanza es la salvación de todos
los que son capaces, Nuestro Señor esperó y sigue esperando por
todos los que son capaces de esperar. El cielo es una gran espe-
ranza hasta el último juicio (la gran fiesta todavía no ha comenza-
do; están afinando los instrumentos).
Nuestro Señor después de la Resurrección no se contentó con
gozar su felicidad. Como la alegría del profesor es la ciencia de sus
alumnos... su esperanza no es completa hasta le todos aprenden;
como el Capitán del buque que no tiene su esperanza completa
hasta que se salva el último... ¡Sería pésimo si se contentara con
su propia salvación!
Todo el cielo es la gran esperanza vuelta hacia la tierra. Igna-
cio tiene gran esperanza en nosotros y no la colmará sino cuando
haya entrado el último jesuita. La esperanza es el lazo que une el
cielo y la tierra. No nos imaginemos el cielo con sillones tranquilos.
San Pedro está mirando el Vaticano todo el día. La tierra es el pe-
riódico del cielo. Por eso podemos gritar: ¡Eh, sálvanos que pere-
cemos! Acuérdate que es tu obra la que arde. ¡Eh santos, miren su
obra! ¡Recen por nosotros! ¡La Iglesia lo hace en forma imperativa!
269
Es como en una operación que comienza un cirujano, y se va: caso
de apuro, el otro lo llama, es la misma operación.
ʺTambién tengo otras ovejas, que no son de este redil… y ha-
brá un solo rebaño, un solo pastorʺ (In 10,16). El Señor espera
traerlas al redil. La posesión es la que acaba la esperanza: la po-
sesión de todos nosotros.
Cuando uno se sienta a la orilla de un mar de marea podero-
sa, por ejemplo en Jersey: en el momento de la marea en equili-
brio, se puede reconocer la primera ola de la marea entrante... ¡hay
que huir porque la marea allí va a la velocidad de un caballo al ga-
lope! Tres horas después, ¡toda la playa cubierta! Esa marea, esos
millones de gotas, ¿por qué? Porque luna ha pasado. En todo el
mundo espiritual están los hombres que hacen actos buenos, bue-
nos deseos... Centro de su unidad, la esperanza infalible de Cristo,
de allí vienen las gracias para que todo el mundo sea conforme a la
Resurrección del Señor. Esta visión proporciona una gran alegría,
una necesidad de trabajar. ¿Qué voy a hacer cada día?, cumplir la
esperanza de Cristo.
El cielo todavía no está acabado: falta la Iglesia militantes. Y
cuando llega un pobre hombre cubierto del polvo de la tierra, ¡la
alegría que habrá en el cielo! El Señor lo dice: habrá más alegría
en el cielo... (Lc 15,7). Allí ya no hay posibilidad de batalla... ¡No se
trata solamente de limpiarse, sino que hay que ensanchar este ho-
rizonte a las dimensiones de Cristo!
¡Todo el cielo interesándose por la tierra! Y por eso Nuestro
Señor se aparece a su Madre... Se interesa a todo, hasta en la
pesca de sus apóstoles; en lo que comen ellos: ¿Os queda algo de
comer? Comió y distribuyó los pedazos (cf. Jn 21,1-14). Para mos-
trarnos que más que su felicidad eterna, le interesa su obra en la
tierra. ¡La comunidad de la Iglesia triunfante y militante es la razón
de nuestros esfuerzos! ¡Comunidad de deseos, de anhelos y de
esperanza!
270
RESURRECCIÓN
271
¡Cuántos fracasan en Cristo! Judas; el joven de la vocación,
[que no aceptó la llamada de Cristo]; el anuncio de la Eucaristía,
[los que se apartan del Señor]; sus leprosos, nadie vino a darle las
gracias, los paralíticos.
Para que se levante una pared, hay que hundir mucho los ci-
mientos… toneladas de cimiento. ¡Las almas son tan movedizas!
¡Cuánta generosidad oculta hay que modelarle para que lleguen a
sostenerse! Pero un día, a la hora señalada por la Providencia, se
levanta una basílica. ¡Cuántos siglos para levantar una catedral! El
que pone la primera piedra, rara vez la ve terminada.
En el mundo de lo invisible, lo que en apariencia no sirve, es lo
que sirve más. Un fracaso completo aceptado de buen grado, más
éxito sobrenatural que todos los triunfos. [Estas palabras se expli-
can por el misterio de la fecundidad de la muerte de Cristo en cruz,
que se hace presente en la vida de los cristianos.]
Sembrar sin preocuparse de lo que saldrá. No cansarse de
sembrar. Dar gracias a Dios de los frutos apostólicos de mis fraca-
sos. Cuando Cristo habló al joven, fracasó, pero, cuánto han escu-
chado la lección; y ante la Eucaristía [los que se apartan de Jesús
después de haber oído el discurso de la Eucaristía], huyeron, pero
¡cuántos han venido después! ¡Trabajarás!, tu celo parecerá muer-
to, pero ¡cuántos vivirán gracias a ti!
272
EMAÚS
274
Esa planta es una paradoja: tiene sed de ascensión, e incapa-
cidad de subir por sí misma... ¿Qué hace? Se aferra a otro ser: a
un eucaliptos... sube y sube, el eucaliptos se cansa de subir, y la
hiedra arriba tan fresca. Tiene la fuerza de su apoyo. Nunca apren-
dería a quedarse bien alto, y por sí misma es incapaz de subir.
[ʺLa necesidad de ayuda que sentimos no pueden satisfacerla
las creaturas tan débiles como nosotros. Como la hiedra, necesi-
tamos un árbol más robusto para desplegar nuestra vida. Nuestro
árbol es Dios. Nuestro puntal es Dios. Ni nuestra inteligencia, ni
nuestra voluntad se alzarían moralmente de la tierra si no llegáse-
mos a Dios. La creación nos pone cara cara con Dios. Desperta-
mos del no ser y nos encontramos en los brazos de Dios. Miremos
la trayectoria de la vida y nos daremos cuenta que no podemos dar
ni un solo paso sino tomados de la mano de Dios.ʺ]
Imagen perfecta del hombre: ¡paradoja! Sed de subir, e inca-
paz por sí mismo. Busca un apoyo en las creaturas y cae con la
creatura. Si me apoyo en Cristo ¡permanezco para siempre!
Un bribón y un santo ¿en qué se diferencian? En el tronco en
que se apoyan... Comprendamos que Jesús está a nuestro lado.
¡Apoyémonos en Él! y subiremos. ʺQuédate con nosotros, Señorʺ
(Lc 24,29). ¡Linda palabra que le hemos de decir! ¡Convencernos
de nuestra flaqueza y conocer nuestro único apoyo! ¡El desaliento
es algo demasiado natural para no ser una tontería!
275
LA ASCENSIÓN
278
DEBER MISIONAL DE LOS FIELES
279
La gente dice que se interesa por las misiones y ¿qué dan? Su
pensamiento, casi nunca; sus deseos, pocas veces... papeles vie-
jos, los desechos de la casa. De los 300.000 sacerdotes; 20.000
sacerdotes en las misiones, y de estos, 13.000 cuidan de los católi-
cos… Un puñado de sacerdotes y de monjas para extender el
Reino de Cristo.
¡¡La caridad comienza por la casa!! ¿Quién lo ha dicho? ¿Cris-
to, los Padres de la Iglesia? No. Es la teoría del egoísmo. ¿Egoís-
mo y caridad comienzan de la misma manera? No. La caridad co-
mienza desde el primer momento con todos: ama, desde el princi-
pio, a todos. Comienza desde el primer momento a prestar servicio
a los más próximos.
La táctica del Espíritu Santo es como la de las arañas: co-
mienza por las puntas más lejanas y termina por el centro. San Pa-
blo tenía mucho que hacer en Jerusalén... pero se va hasta Espa-
ña, quería dar la vuelta al mundo entonces conocido.
Los Padres de la Iglesia pensaron que el mundo estaba alre-
dedor del Mediterráneo, por eso creían que el trabajo de las misio-
nes estaba acabado. Por eso en la Teología no hay una palabra de
las misiones... creen que la propagación de la Iglesia está termina-
da.
Son pocos los que tienen esa responsabilidad tremenda.
¿Qué he hecho yo para hacer crecer a la Iglesia? ¿Disculpas? ¡No
tenemos tiempo para ocuparnos de eso! Con nuestros deseos,
oraciones, padecimientos, influencia, podemos mucho. Conservar
en nuestra alma ese gran deseo y no quedarnos en el raquitismo
espiritual.
La labor es interminable. ¡¡400.000.000 de chinos...
375.000.000 de hindúes... tareas desmedidas!! Primero, no se trata
de convertir a todos los chinos, sino de establecer la Iglesia. Con
25.000.000 de Chinos se funda la Iglesia china. Como en EE.UU.,
hay 27.000.000 entre 120.000.000. Se acabaron las misiones y
ellos se hacen misioneros.
Hay momentos críticos en la Providencia divina: desarraigar
un gran eucaliptos es casi imposible, pero hay un momento en que
un niño, con una cuerda, puede determinar el lado de la caída. In-
280
dia, después de la guerra; China que están buscando su camino.
En este momento el influjo de oraciones, deseos, influencias puede
determinar el rumbo por siglos y siglos.
Pero, para las misiones no hay personal... ─Asuma la respon-
sabilidad y ¡vendrán vocaciones! ¡No le faltarán! Comience: mande
4 al Africa, ¡ya llegará personal! Lo primero es un acto de fe. Lo
que hizo San Ignacio, en el camino, llenos de buena voluntad, es-
taban dispuestos a ir a Palestina. ¿Qué hacer? Vamos a ofrecer
nuestra buena voluntad al Papa… ¿qué hacer? ¿Prediquen en las
ciudades de Italia? ¡Si se hubiesen quedado en esa tarea! ¡La
Compañía de Jesús habría sido como los Teatinos que acababan
de nacer! En ese momento llegó el llamado del Rey que necesitaba
misioneros para Asia, Africa y América.
En muchas de nuestras provincias hacemos bien en los cole-
gios, pero cuando no tenemos más que colegios, la provincia se
vuelve un poco burguesa... Pero cuando hay misiones, cambia.
El Seminario de Lenfú para sacerdotes negros tiene escasos
recursos, haga algo: ¡Un gran sermón de caridad! Me fui un domin-
go a las 11 en Gantes, misa aristocrática... Hablé del porvenir del
clero negro. Pasé: bien. Inmediatamente, en la portería, un sobre
escrito con letra poco culta, decía: aquí incluyo 5.000 francos, to-
dos mis ahorros, para que un día un sacerdote negro suba al altar y
diga la Misa por mis padres difuntos... Una sirvienta que oye, sube
a su pieza, ¡¡y lo da todo!!
¿Qué podemos hacer? Conocer nuestras propias misiones.
Nos falta una revista general de las misiones de la Compañía de
Jesús y de la Iglesia. Cuando uno se aficiona a las misiones apren-
de mucho. Toda nuestra oración: que venga a nosotros el Reino de
Dios. Nuestros sacrificios, nuestro apoyo y nuestra influencia.
281
PROPÓSITOS
282
La devoción a la Virgen: tierna y sencilla, como un hijo
con su madre. Es nuestra madre: el Escapulario, la medalla, el
Rosario, el recurso filial a María, modelo y apoyo de mi pureza.
Obras: la Acción Católica, la primera parte integrante de mi vida
cristiana. Algunos se quejan: es que no les entusiasma. Sugieran,
indiquen: obras, liceos, colegios, lecturas, secretaría.
Acción Social: En el Hogar de Cristo, necesito dinero y perso-
nal eficiente en que descansar las responsabilidades…. Hacer una
realidad. Hoy hay 2, habrá 3.
Plática mensual de perseverancia, bajo advocación de la San-
tísima Virgen.
Preguntarse: ¿Qué ha hecho Cristo por mí?
283
LA UNIDAD DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD
286
EL EXAMEN DE CONCIENCIA
1) La falta de amor.
287
siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de
aquel hombre viene a ser peor que el principio.» (Lc 11,21-26).]
2) Los diablos
a. El gran diablo de la rebelión, se llama ʺNoʺ. Es menos peli-
groso porque es demasiado explícito.
b. Los diablejos, cada uno con su nombre.
El ʺSiʺ condicional. [El nombre de otro diablo.] Se contenta con
virtudes condicionales, que es lo mismo que ilusorias. Con un si: si
sana el enfermo, si pasa el examen, todo con un si...
El ʺPeroʺ, la objeción... Limita la entrega. No es donación total.
El ʺSalvoʺ, menos, excepto, es el diablo de la excepción. Con
una excepción todas las virtudes se tornan paralíticas... Nada se ha-
ce, si falta algo esencial. Es lo que hago yo al limitar mi entrega. Todo
puedo perderlo si limito mi entrega. [Como en exorcismos medieva-
les, cada diablo tiene su nombre: Está el Diablo llamado ʺNoʺ, el
diablo del Si condicional, al del Pero y al del Salvo. Cada uno, a su
manera, limita la entrega del cristiano.]
Conclusión: expulsar al diablo y a los diablillos, origen de todos
nuestros pecados y desórdenes; y dar lugar al verdadero amor que
no conoce condiciones, objeciones ni excepciones. Así nuestra alma
estará dispuesta a la cooperación honrada con Nuestro Señor.
[Es la falta de amor el gran enemigo de nuestra entrega. Pues-
to que el amor ʺno conoce condiciones, objeciones ni excepcionesʺ,
es decir, es el opuesto a los diablos del Si condicional, de la Obje-
ción y de la Excepción.]
III. La Compunción
Ideas centrales: no es terrorismo ni artificial, tiene un sitio en ca-
da día de mi vida, es la verdad ante Dios. Se apoya y termina en ca-
ridad. ¿Se puede conciliar alegría y compunción? Sí, Concilio Trento:
ʺNo ha entendido la compunción quien piensa que es torturaʺ.
La contrición humana, es decir, pagana, es amargura de mi fal-
ta, que me empequeñece. La contrición cristiana no puede hacerse
sin la gracia. No es para aplastarse sino para aplastar al pecado. No
matar al hombre con pretexto de matar al pecado. No usa fórmulas
288
hechas y artificiales. Es la verdad: Digo al Señor lo que pienso de mí:
el mal por la omisión, el bien, y el mal omitido. ¡Uno como los demás!
Le cuento mi vida real... Voy a mi Padre que me aguarda en mi casa,
la Iglesia, con todos los de Dios y míos. Confianza: Dios respeta
siempre los lazos que ha creado. Le digo que quiero ser mejor y le
pido perdón, por medio de todos mis hermanos, cuyos méritos son
también míos. Este es el sentido del ʺYo confieso ante Dios Todopo-
deroso... por eso ruego... y a vosotros hermanosʺ. Presentarme ante
Dios como el que va sin entrada al teatro, en medio del grupo: por los
méritos del grupo: la Compañía de Jesús, la Iglesia, mi familia. Obrar
como si la red tuviera conciencia: reparar la parte rota, como obra to-
do ser vivo.
Frutos: la contrición cristiana se traduce en caridad: reconozco
bienhechores en todos; en humildad: agradecido yo de su ayuda pa-
ra mi perdón; en alegría: porque es la verdad y me anima a cooperar;
en unidad: cada uno beneficiándose de los demás y a los demás, y
sintiéndose unido a ellos. Se funda en la verdad, la justicia, el or-
den: engendra paz y caridad.
La contrición verdadera, perfecta, es la que produce desafecto
al pecado. La que me mueve a detestarlo... No insiste en esa dis-
tinción de la atrición y contrición. Cuando lo detesto porque afea a
la Iglesia y porque hace daño a su obra, la contrición es buena. Y
esta contrición sólo requiere un acto de la voluntad, nada más.
289
[Según San Ignacio, el demonio, busca el lado más débil del
hombre para atacarlo, tal ʺcomo un capitán y caudillo del campo,
asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un casti-
llo, le combate por la parte más flacaʺ (EE. 327) ].
290
REGLAS PARA SENTIR CON LA IGLESIA
293
bríamos hecho nosotros? En el almacén, el obispo le arrojó su
manto, símbolo de la Iglesia que lo acepta
Vienen los Cartujos, que no hablan hasta la muerte. Si el su-
perior le manda a predicar, puede decir: ¡No, es contra la Regla!
¡Absurdo, después de 7 años... a predicar! La Iglesia mantuvo la
libertad de los Cartujos: quieren mantenerse en silencio, ¡pueden
hacerlo! Pozos de ciencia, sin hablar. ¡Nuestro sentido burgués!
Vienen los Frailes Predicadoresʺ, los Dominicos: le da su ben-
dición a los Predicadores... Lo que ustedes legítimamente...
San Francisco de Asís: una idea: construir un templo con cua-
tro paredes sin ventanas, un pilar, un techo, un altar, dos velas y un
crucifijo. ¡Ah no! Eso es un galpón... Vamos a colgar cuadritos...
vamos a poner bancos y cojines... ¡Nada!, dice San Francisco.
Gran bendición a su Iglesia y fabulosas indulgencias. Es el recuer-
do del Pesebre de Belén.
En los primeros tiempos de los Jesuitas, hay dos cardenales
Farnese y Ludovisi y construyen el Gesú y San Ignacio. El Gesú:
columnas torneadas, oro y lapislázuli…. La bóveda… 20 años pin-
tando la bóveda: Nubes, santos y bienaventurados. Y San Luis…
ángeles mofletudos y barrigones… El altar hasta el techo, con Moi-
sés y Abraham bien barbudos. Nosotros diríamos: ʺeso es dema-
siado, falta de gusto, de moderaciónʺ. Y la Iglesia bendijo al Gesú y
San Ignacio. No es el pesebre, es la gloria tumultuosa de la Resu-
rrección.
En la Iglesia se puede rezar de todos modos: vocal, medita-
ción, contemplación, hasta con los pies (es decir, en romería). Los
herejes, en cambio: fuera lámpara, fuera imágenes, fuera meda-
llas... Hay pueblos que no quieren besar el anillo, sino que lo olfa-
tean. ¡Bien, pueden hacerlo! Iglesias en estilo chino ¿De dónde sa-
can que el Gótico es el único estilo? Santa Sofía, San Pedro...
¡Todos los desastres de la Iglesia vienen de esa estrechez de
espíritu! ¡El clero secular contra el regular, y orden contra orden!
Para pensar conforme a la Iglesia hay que tener el criterio del Espí-
ritu Santo que es ancho.
En el Congo ¿podemos pintar Ángeles negros? ¡Claro! ¿Y
Nuestra Señora negra y Jesús negro? ¡Sí! Ese Jesús chino... ¡ad-
294
mirable! Nuestro Señor, en los límites de su cuerpo mortal, no po-
día manifestar toda su riqueza divina. [Así como la realidad corpo-
ral de Jesús no puede expresar toda la riqueza divina, así también
la Iglesia, con una sola de sus expresiones, es incapaz de expresar
todo el contenido de su misterio.]
En el Congo un Padre compró cuadros de la Bonne Presse
[es decir, imágenes religiosas de una editorial francesa]. Muestra el
infierno, y los negros entusiasmados. No había ningún negro, ¡sólo
blancos! ¡Ningún negro en el infierno!
En la Compañía de Jesús a veces odio, por carecer de este
espíritu. Los demás que se queden cada uno conforme a su vota-
ción. Este es un pensamiento genial de San Ignacio, expuesto sen-
cillamente: alabar, alabar, alabar. Alabemos todo lo que se hace en
la Iglesia bajo la bendición del Espíritu Santo. ¡Cuando Iglesia man-
tiene una libertad, alabémosla!
295
OTRAS MEDITACIONES Y REFLEXIONES
296
OREMOS
297
Lo primero que el hombre moderno necesita encontrar es el
sentido de lo sobrenatural, una visión serena de eternidad en su vi-
da, echarse filialmente en brazos de Dios como un hijo en los de su
buen Padre. Y eso sólo lo puede adquirir por el espíritu de oración.
El espíritu de oración nos permitirá constatar cuán cerca vivi-
mos de Dios. ʺEn Él vivimos, nos movemos y existimosʺ (Hech
17,28). Toda la tierra está llena de la gloria de Dios. Origen de to-
do, la Fuente de todo pensamiento noble, el Autor de toda buena
obra... Descubriré que Él mora en toda alma pura, en toda concien-
cia limpia. Más aún, que puedo descubrirlo en los pequeños
quehaceres de la vida diaria: al sufrir una pena, al recibir un hués-
ped molesto, al sentir el pinchazo de un dolor, allí puedo encontrar
a Dios... En una palabra, si oro sabré descubrir a Dios en todo ins-
tante y en cada acción. No puedo ser cristiano sino acostumbro a
orar, y a orar frecuentemente, ya que el Maestro me lo enseñó tan
insistentemente: ʺConviene orar siempre y no desfallecerʺ (Lc
18,1).
Ojalá que este deber lo tuviera siempre, y me avergonzara al
pensar en la oración de los paganos, como la de aquellos Lamas
del Tíbet que cantan en todo momento, antes de ponerse en mar-
cha, de tomar el té... Un grupo de ellos, al llegar ante la Catedral de
Colonia, maravillados por el sublime edificio, despreocupados de la
muchedumbre que los rodeaba, entonaron sus cánticos litúrgicos.
Ojalá aprendiéramos de ellos a pisotear nuestro respeto humano, y
a hacer de la oración, que es nuestro deber primordial, un público
homenaje al Creador. Así lo hacen felizmente los católicos en mu-
chos sitios. En Irlanda, Holanda, en regiones de Alemania, no es
raro encontrar familias que antes de sentarse a la mesa en el tren,
en un hotel, con la mayor naturalidad rezan sus oraciones. Y ¿por
qué habían de avergonzarse? ¿Acaso hay algo más grande que el
catolicismo que es un pasado glorioso y un porvenir lleno de espe-
ranzas? ¡Que todos sepan quien soy y qué pienso!
ʺDonde no entra el sol, entra el médicoʺ, dice un proverbio, y
podríamos decir que donde no sale la oración de un alma, sale el
mal... ʺEl que sabe orar bien, sabe vivir bien; el que deja de orar
empieza a pecarʺ, dijo San Agustín.
298
¡De qué diferente manera se afrontan las dificultades de la vi-
da cuando el alma se templa en la oración, que cuando se descui-
da de ella! Las tentaciones que, como enjambre de abejas, tientan
al hombre moderno se resisten cuando uno ha empezado el día
con una ferviente plegaria.
Las tristezas que surcan de arrugas los rostros de nuestros
hermanos no encuentran otro lenitivo que la oración. ¿Qué sería
del mundo moderno si llegase a perder su fe en Dios? Ya es harto
pesada la carga, ¿qué sería si desapareciera el lenitivo de la ora-
ción? ¡Cuántos que arrastran una vida de dolor, personas que lo
han perdido todo, que acaban de empeñar la última prenda para
dar de comer a sus hijos, los que no pueden tender la mano porque
tienen un pudor invencible! ¿Quién puede ayudarles? ¿Una ley?
¿Un partido?... ¡Pobre del que no ha podido salvar su fe en Dios
en esa bancarrota de sus valores!
¡Qué bendición!, qué fuente de energías para el alma que
guarda intacta su fe en Cristo, en ese Cristo de corazón infinita-
mente comprensivo, que lo ve todo, que lo oye todo, aun en la so-
ledad de las noches en que las lágrimas corren silenciosas sin tes-
tigo... ¡Sin otro testigo que Cristo! Él es el único que continúa sien-
do luz para los ojos, apoyo para los pies sin fuerza y encanto para
el sediento corazón humano.
En el dolor oremos como Cristo: ʺEn los días de su carne mor-
tal ofrecía plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas a
Aquel que podía salvarle de la muerte y fue oído en vista de su re-
verenciaʺ (Heb 5,7). Y ¿cómo fue oído? No apartó el Señor el cáliz
de la amargura, pero le dio fuerza para consumar el sacrificio.
Aprendamos de Cristo a orar, que ora en su agonía... Una tur-
ba enfurecida lo amenaza con sus manos crispadas, y Cristo reza.
Lo envuelven las más negras tinieblas; no parece sino que hasta su
Padre lo ha abandonado, y continúa rezando [así lo manifiestan las
palabras de Cristo en la cruz]. Se queja en esos momentos, pero
su queja es una plegaria. Padre que pase de mí este cáliz, pero no
se haga mi voluntad, sino la tuya... Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado? (cf. Mt 26,39; 27,46). Sufrir orando, y cuando
no podemos más quejarnos orando; orando y no rebelándonos. No
levantando el puño al cielo, no amenazando a Dios con huelgas...
299
el suicidio, ni nombrarlo. Nuestra vida sería más llevadera si hubie-
se más hombres que orasen y menos rebeldes.
La oración nos hará contemplar el rostro de Dios, y esa con-
templación templará nuestras fuerzas. Cuando Cristo predicaba
cogió en cierta ocasión a un niño y volviéndose a sus discípulos lo
propuso como modelo de espiritualidad de alma para entrar al reino
de los cielos. La tradición cuenta que ese niño fue después San Ig-
nacio de Antioquía, martirizado el 20 de diciembre del 107, hombre
de gran oración, como se desprende de sus cartas; de la oración
sacaba fuerzas para pedir el martirio.
300
CATEQUESIS Y DIRECCIÓN ESPIRITUAL
22
Este texto está dirigido a sacerdotes. El P. Hurtado busca insistir en
la necesidad del contacto directo del sacerdote con los fieles. No hay que ver
aquí un desprecio a la acción de los laicos.
301
Las cualidades del director de almas
[ʺLa verdadera dirección espiritual no disminuye la libertad
del alma, antes bien la estimula y la robustece. El buen director
sabe que Dios traza el camino de cada alma, y no él. Su papel só-
lo consiste en ayudar a descubrirlo.ʺ]
La persona del catequista y director es de inmensa más impor-
tancia que los libros. Lo primero, amar a la niñez, porque ¿qué es el
catequista? Otro Cristo. Este amor sobrenatural a los niños y a los
jóvenes es el secreto de la enseñanza y dirección espiritual. Una
buena clase algo hace, pero para que el fruto sea completo los chi-
cos han de ver en el sacerdote a su madre, los mayorcitos a su pa-
dre, y los jóvenes a su hermano mayor. El sacerdote que ama a sus
jóvenes hace bien en sus almas, incluso cuando ha muerto. Sus fac-
ciones de bondad siguen actuando, incluso cuando ha desaparecido.
Recordemos cada uno a aquellos que así fueron con nosotros... En
la historia de las conversiones, más que la influencia de las doctrinas,
fue la influencia de una persona consagrada enteramente a servirlos.
Por eso, al entrar en la escuela, la amabilidad de Jesús ha de
estar en mi rostro. He de llamarlos, y si hay algún niño feo y hara-
piento, de esos que nunca han sido acariciados por nadie, para ese
niño ha de ser mi mayor cariño y solicitud. En la puerta de la casa de
cualquier catequista, director espiritual y sacerdote ojalá se leyera el
lema que está inscrito en una abadía benedictina: ʺEstá abierta la
puerta, pero más el corazónʺ.
No hay espectáculo más hermoso que el sacerdote mezclándo-
se con los niños. A ellos se puede aplicar la palabra de Cristo. Si no
os hacéis como niños, no los introduciréis en el Reino de los cielos
(cf. Mt 18,3). No escuchamos bien a quien no amamos. Y recorde-
mos que la juventud tiene un sentido especial para distinguir el ver-
dadero amor del falso...
[ʺSan Gregorio Magno el gran Papa catequista afirma: Quien
no tiene amor a otro que no se encargue de formarlo.ʺ]
Ojalá que muchos alumnos pudieran decir de sus maestros lo
que Gregorio el Taumaturgo decía de Orígenes: ʺCuando íbamos a
la escuela, nuestro ángel custodio descansaba, no por estar can-
sado, sino porque entonces no eran necesarios sus buenos ofi-
302
cios. Con amor nos ganaste el corazón. Nuestras almas, la nues-
tra y la tuya, se fundían como las de David y Jonatán. Entre lá-
grimas nos despedimos de ti, amado maestroʺ. [Se trata de una
cita del Discurso de agradecimiento de San Gregorio Taumaturgo a
Orígenes, n. 72. Gregorio, desde Capadocia, había emprendido un
viaje a Beirut para estudiar Derecho, pero el ángel custodio lo ha-
bía desviado a Cesarea para que se encontrara con Orígenes, el
gran maestro cristiano del siglo III, y estudiara teología. San Grego-
rio el Taumaturgo, fue posteriormente el gran evangelizador de Ca-
padocia (actual Turquía). En varios textos, el P. Hurtado se refiere
a Orígenes como modelo de catequista.]
303
EL CAMPO DE TRABAJO DE LA ACCIÓN APOSTÓLICA
306
La Acción Católica viene a recordar a los católicos que por el
mero hecho de ser bautizados están obligados al apostolado. Al
apostolado católico, a recordar a los hombres su destino de eterni-
dad, su misión de cristianos. Porque el bautismo los ha incorporado
en el Cuerpo místico de Cristo, en la función redentora de Cristo a la
cual están obligados a colaborar... Así como el Padre me ha enviado,
así yo también os envío a vosotros, dijo Cristo a los apóstoles. Re-
cordar el gráfico del Papa, brazo = Apóstoles; antebrazo = párrocos;
manos = Acción Católica.
La confirmación, en forma específica es la armadura de caballe-
ros de los seglares, pues, es el sacramento que los hace soldados,
les confiere la misión de obrar en nombre de la Iglesia, por eso se ha
dicho que es el sacramento de la Acción Católica. Razón tenía un mi-
litante de la Acción Católica al decir a su Asesor: ʺA mí me parece
que los militantes de la Acción Católica somos como unos segun-
dos sacerdotesʺ.
El fin primordial de la Acción Católica es la santificación de sus
miembros... Y para eso se comienza con la formación exquisitamente
sobrenatural de los mismos. Hacerlos conscientes de los tesoros de
su fe que los ignoran tan profundamente. De aquí que lo primero: el
Evangelio, contacto directo con la palabra de Dios... y si es necesa-
rio comenzar por enseñarlos a orar... Para jóvenes de mayor forma-
ción seguir un plan que procure poner en un plazo de varios años to-
do lo fundamental del dogma y moral cristiana: para este año Santa
Misa y educación...
Los retiros. Ejercicios anuales cerrados, lo que despierta mucho
interés y es la base de toda regeneración seria: allí se meditan los
grandes ideales, se conoce a Cristo, se entusiasman por Él.
Luego, los retiros mensuales: aunque sea una mañana... o al
menos una predicación de hora santa...
Después, para la formación, la lectura de obras serias. Formar
la biblioteca del centro y que cada uno forme su pequeña bibliote-
ca. La revista, que será un precioso instrumento y cada uno debe
leerla...
Después de la formación: la vida cristiana, corolario indispen-
sable de la primera. Es imposible conocer profundamente a Cristo y
307
no cambiar las costumbres y de ahí que se operan esas conversio-
nes maravillosas y fragantes que son el mejor premio del apóstol.
Vocaciones, santidad en el matrimonio, hogares nuevos. Concep-
ción nueva de la vida. La oración de la novia; esos noviazgos de
comunión diaria.
Todo esto se alimenta y se traduce en práctica de sacramen-
tos. Práctica frecuente. Hay que tener la santa audacia de recibir la
comunión diaria cuando sea posible; por lo menos semanal (a la
larga resulta más difícil comulgar una vez al mes que cada día,
como es más difícil la reunión quincenal que la reunión semanal...).
La visita frecuente al Santísimo Sacramento... al ir al trabajo, al vol-
ver, la lectura diaria del Nuevo Testamento o de otro libro, el exa-
men de conciencia. Devoción a la Virgen... En una palabra la vida
cristiana íntegra: y que comprendan que estas devociones no son
más que el alimento para una vida cristiana total en la oficina, o en
la fábrica, en la calle, en el comedor, con la novia, con sus padres...
en todas las circunstancias de la vida. Que lo lleve a escoger el dia-
rio que debe, la película que conviene, el traje de baño que corres-
ponde... en una palabra que se traduzca en una integridad de vida
cristiana. Que tengan ya el criterio: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?
Y... eso hacer.
308
A QUIÉNES AMAR
309
Mi alma jamás se había sentido más rica, jamás había sido
arrastrada por un viento tan fuerte, y que partía de lo más profundo
de ella misma; jamás había reunido en sí misma tantos valores pa-
ra elevarse con ellos hacia el Padre.
Urgido por la justicia y animado por el amor
Atacar, no tanto los efectos, cuanto sus causas. ¿Qué sacamos
con gemir y lamentarnos? Luchar contra el mal cuerpo a cuerpo.
Meditar y volver a meditar el evangelio del camino de Jericó (cf. Lc
10,30-32). El agonizante del camino, es el desgraciado que en-
cuentro cada día, pero es también el proletariado oprimido, el rico
materializado, el hombre sin grandeza, el poderoso sin horizonte,
toda la humanidad de nuestro tiempo, en todos sus sectores.
Tomar en primer lugar la miseria del pueblo. Es la menos mere-
cida, la más tenaz, la que más oprime, la más fatal. Y el pueblo no
tiene a nadie para que lo preserve, para que lo saque de su estado.
Algunos se compadecen de él, otros lamentan sus males, pero,
¿quién se consagra en cuerpo y alma a atacar las causas profun-
das de sus males? De aquí la ineficacia de la filantropía, de la mera
asistencia, que es un parche a la herida, pero no el remedio pro-
fundo. La miseria del pueblo es de cuerpo y alma a la vez.
Lo primero, amarlos: Amar el bien que se encuentra en ellos, su
simplicidad, su rudeza, su audacia, su fuerza, su franqueza, sus
cualidades de luchador, sus cualidades humanas, su alegría, la mi-
sión que realizan ante sus familias... Amarlos hasta no poder so-
portar sus desgracias... Prevenir las causas de sus desastres, ale-
jar de sus hogares el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la
tuberculosis. Mi misión no puede ser solamente consolarlos con
hermosas palabras y dejarlos en su miseria, mientras yo almuerzo
tranquilamente, y mientras nada me falta. Su dolor debe hacerme
mal: la falta de higiene de sus casas, su alimentación deficiente, la
falta de educación de sus hijos, la tragedia de sus hijas: que todo lo
que los disminuye, que me desgarre a mí también.
Amarlos para hacerlos vivir, para que la vida humana se desa-
rrolle en ellos, para que se abra su inteligencia y no queden retra-
sados. Que los errores anclados en su corazón me pinchen conti-
nuamente. Que las mentiras o las ilusiones con que los embriagan,
me atormenten; que los periódicos materialistas con que los ilus-
310
tran, me irriten; que sus prejuicios me estimulen a mostrarles la
verdad.
Y esto no es más que la traducción de la palabra «amor». Los
he puesto en mi corazón para que vivan como hombres en la luz, y
la luz no es sino Cristo, verdadera luz que alumbra a todo hombre
que viene a este mundo (Jn 1,9). Toda luz de la razón natural es
luz de Cristo; todo conocimiento, toda ciencia humana. Cristo es la
ciencia suprema.
Pero Cristo les trae otra luz, una luz que orienta sus vidas hacia
lo esencial, que les ofrece una respuesta a sus preguntas más an-
gustiosas. ¿Por qué viven? ¿A qué destino han sido llamados? Sa-
bemos que hay un gran llamamiento de Dios sobre cada uno de
ellos, para hacerlos felices en la visión de Él mismo, cara a cara
(1Cor 13,12). Sabemos que han sido llamados a ensanchar su mi-
rada hasta saciarse del mismo Dios. Y este llamamiento es para
cada uno de ellos, para los más miserables, para los más ignoran-
tes, para los más descuidados, para los más depravados de entre
ellos. La luz de Cristo brilla entre las tinieblas para todos ellos (cf.
Jn 1,5). Necesitan de esta luz. Sin esta luz serán profundamente
desgraciados.
Amarlos apasionadamente en Cristo, para que la semejanza di-
vina progrese en ellos, para que se rectifiquen en su interior, para
que tengan horror de destruirse o de disminuirse, para que tengan
respeto de su propia grandeza y de la grandeza de toda creatura
humana, para que respeten el derecho y la verdad, para que todo
su ser espiritual se desarrolle en Dios, para que encuentren a Cris-
to como la coronación de su actividad y de su amor, para que el su-
frimiento de Cristo les sea útil, para que su sufrimiento complete el
sufrimiento de Cristo (cf. Col 1,24).
Si los amamos, sabremos lo que tendremos que hacer por ellos.
¿Responderán ellos? Sí, en parte. Dios quiere sobre todo mi es-
fuerzo, y nada se pierde de lo que se hace en el amor.
311
LA SANGRE DEL AMOR
312
dades consecutivas no pueda resonar con verdad la palabra Paz
sobre los hombres, y aún quizás durante cuánto tiempo tronará el
cañón y los hermanos seguirán despedazándose y odiándose; en
estos momentos en que vemos a nuestra Patria penetrar en una de
las etapas más difíciles de la historia cuando la cesantía está ron-
dando nuestros grandes centros industriales y comenzamos a ver
fábricas que paran y obreros que se sumen en la desesperación de
la miseria, en estos momentos en que naturalmente se agudizarán
las palabras de odio, fruto de la amargura y del hambre, quiere
nuestro Obispo que levantemos los ojos a ese símbolo de un amor
que no perece, de un amor que no se burla de nosotros, de un
amor que si prueba es por nuestro bien, de un amor que nos ofrece
fuerzas en la desesperación, de un amor que nos incita a amarnos
de verdad, y nos urge a hacer efectivo este amor con obras de jus-
ticia primero, pero de justicia superada y coronada por la caridad.
En medio de tanta sangre que derrama el odio humano, la codicia
de poseer, la pasión del honor, quiere nuestra Madre la Iglesia que
miremos esa otra sangre, sangre divina derramada por el amor, por
el ansia de darse, por la suprema ambición de hacernos felices. La
sangre del odio lavada por la sangre del amor.
En estos momentos hermanos, nuestra primera misión ha de ser
que nos convenzamos a fondo que Dios nos ama. Hombres todos
de la tierra, Pobres y Ricos, Dios nos ama; su amor no ha perecido,
pues, somos sus hijos. Este grito simple pero mensaje de esperan-
za no ha de helarse jamás en nuestros labios: Dios nos ama; so-
mos sus hijos... ¡Somos sus hijos! ¡Oh vosotros los 50.000.000 de
hombres que vagáis ahora fuera de vuestra Patria, arrojados de
vuestro hogar por el odio de la guerra, Dios os ama! ¡Tened fe!
¡Dios os ama! ¡Jesús también quiso conocer vuestro dolor y tuvo
que huir de su Patria y comer pan del destierro! Vosotros obreros
los que estáis sumergidos en el fondo de las minas arrancando el
carbón, a veces debajo del mar para ganar un trozo de pan, ¡Dios
os ama! ¡Sois sus hijos! ¡El Hijo de Dios fue también obrero! Voso-
tros enfermos, que yacéis en lecho de dolor devorados por atroz
enfermedad ¡sois hijos de Dios! Dios os ama, Jesús vuestro her-
mano comprende vuestro sufrimiento, el que tomó sobre sí el dolor
del mundo. Vosotros mendigos, vosotros los que carecéis de todo,
313
hasta de un techo que os cubra, los que vivís debajo de estos
puentes o acurrucados en miserables chozas... ¡Dios os ama! ¡Sois
hijos de Dios! Los pájaros tenían nido, las zorras una madriguera,
pero Jesús vuestro hermano no tenía donde reclinar su cabeza.
Vosotros los que valientemente defendéis los derechos de los
oprimidos, los que pedís que se dé al trabajador un salario que
concuerde con su dignidad de hombre, vosotros los que clamáis, a
veces como Juan en el desierto, que haya más igualdad en el tra-
bajo, más equidad en el reparto de las cargas y en el goce de los
beneficios, que la palabra amor deje de ser una palabra vacía para
cargarse de profundo sentido divino y humano, no ceséis, no te-
máis; no estáis haciendo obra revolucionaria, sino profundamente
humana, más aún, divina, pues Dios ama a sus hijos y quiere ver-
los tratados como hijos y no como parias. Si padecéis persecución
por la justicia, no os desalentéis, Él la padeció primero, Él murió por
dar testimonio de la verdad y del amor, pero tened confianza, Él es
el vencedor del mundo y vosotros venceréis si no os separáis de
sus enseñanzas y de sus ejemplos.
Si Dios nos ama ¿Cómo no amarlo? y si lo amamos cumplamos
su mandamiento grande, su mandamiento por excelencia: Un man-
damiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo
os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos, si os
amáis los unos a los otros. La devoción a los Sagrados Corazones,
no puede contentarse con saborear el amor de Dios, sino que ha
de retribuirlo con un amor efectivo. Y la razón magnífica que eleva
nuestro amor al prójimo a una altura nunca sospechada por siste-
ma humano alguno, es que nuestro prójimo es Cristo. Que el res-
peto del prójimo tome el lugar de las suspicacias: que en cada
hombre por más pobre que sea veamos la imagen de Cristo y lo
tratemos con espíritu de justicia y de amor, dándole sobre todo la
confianza de su persona que es lo que el hombre más aprecia, la
estima debida al hermano más que la fría limosna; que el salario le
sea entregado entero y cabal, tal que baste para una vida en ver-
dad humana, como yo la quisiera para mí si tuviera que trabajar en
su lugar; que el salario venga envuelto en el gesto de respeto y
agradecimiento de quien comprende que jamás trabajo humano al-
guno puede ser suficientemente compensado con dinero y que en
314
este sentido quedamos siempre deudores de los obreros que rie-
gan con sus sudores nuestros campos y arrancan de la tierra los
bienes que nos traen comodidad y bienestar.
La mirada que dirigiremos estos días al Corazón Sagrado de
quien nos mandó amarnos como hermanos nos hará avergonzar-
nos si nos sorprendemos con demasiada comodidad y regalo mien-
tras muchos de nuestros hermanos carecen de lo más indispensa-
ble: ¿qué hacéis por mis pequeñuelos?, oiremos de labios del
Maestro. Al levantar nuestros ojos y encontrarnos con los de María
nuestra Madre, nos mostrará Ella a tantos hijos suyos, predilectos
de su corazón que sufren la ignorancia más total y absoluta; nos
enseñará sus condiciones de vida en las cuales es imposible la
práctica de la virtud, y nos dirá: hijos, si me amáis de veras como
Madre haced cuanto podáis por estos mis hijos los que más sufren,
por tanto los más amados de mi corazón.
Vosotros, cristianos, los que tenéis una posición desahogada mi-
rad aquellos que se ahogan en su posición; los que tenéis, dad a
los desheredados: dadles justicia, dadles servicios, el servicio de
vuestro tiempo, poned al servicio de ellos vuestra educación, poned
el servicio de vuestro ejemplo, de vuestros medios. Que el fruto de
este Congreso sea un incendiarse nuestra alma en deseos de
amar, de amar con obras, y que esta noche al retirarnos a nuestros
hogares nos preguntemos ¿qué he hecho yo por mi prójimo? ¿qué
estoy haciendo por él? ¿qué me pide Cristo que haga por él?
El cristianismo se resume entero en la palabra amor: es un de-
seo ardiente de felicidad para nuestros hermanos, no sólo de la fe-
licidad eterna del cielo, sino también de todo cuanto pueda hacerle
mejor y más feliz esta vida, que ha de ser digna de un hijo de Dios.
Todo cuanto encierran de justo los programas más avanzados el
cristianismo lo reclama como suyo, por más audaz que parezca, y
si rechaza ciertos programas de reivindicaciones no es porque
ofrezcan demasiado, sino porque en realidad han de dar demasia-
do poco a nuestros hermanos, porque ignoran la verdadera natura-
leza humana, y porque sacrifican lo que el hombre necesita más
aún que los bienes materiales, los del espíritu, sin los cuales no
puede ser feliz quien ha sido creado para el infinito. El hombre ne-
cesita pan, pero ante todo necesita fe; necesita bienes materiales,
315
pero más aún necesita el rayo de luz que viene de arriba y alienta y
orienta nuestra peregrinación terrena: y esa fe y esa luz, sólo Cristo
y su Iglesia pueden darla. Cuando esa luz se comprende, la vida
adquiere otro sentido, se ama el trabajo, se lucha con valentía y
sobre todo se lucha con amor. El amor de Cristo ya prendió en
esos corazones... Ellos hablarán de Jesús en todas partes y conta-
giarán a otras almas en el fuego del amor.
316
LA BÚSQUEDA DE DIOS
322
desconocida, pero hablándoles también de la tierra, que es la única
que ellos conocen y aprecian, el apostolado cristiano tendría un
éxito muy diferente. Los prejuicios de que la Iglesia se desentiende
de sus problemas desaparecería.
La acción social merece bien la ayuda entusiasta de todos los
católicos: ya que su fin último es restablecer, sin revoluciones ni
trastornos, sino por la aplicación valiente y sostenida de todos los
medios legítimos, la armonía del plan providencial en la sociedad
que nos rodea. Una acción social así concebida tiene a Dios por
aliado. El éxito final le pertenece.
323
¿CÓMO LLENAR MI VIDA?
326
UN TESTIMONIO
328
Yo no sería nada sin Él. Simplemente yo no sería. El optimismo
que, en esos días del triunfo del mal, me había abandonado, ha
vuelto. La Iglesia triunfa en cada uno de sus hijos. La Iglesia de
Dios se establece y triunfa, por el trabajo heroico de sus santos;
por la plegaria de sus contemplativas; por la aceptación de las ma-
dres a la obra de la naturaleza, y que van a realizar en su hogar la
obra de la ternura y de la fe; por la educación del que enseña y por
la docilidad del que escucha. Por las horas de fábrica, de navega-
ción, de campo al sol y a la lluvia; por el trabajo de padre que cum-
ple así su deber cotidiano. Por la resistencia del patrón, del político
o del dirigente de sindicato a las tentaciones del dinero, al acto
deshonesto que enriquece; por el sacrificio de la viuda tuberculosa
que deja niñitos chicos y se une con amor a Cristo crucificado; por
la energía del miembro de la Juventud Obrera Católica que sabe
permanecer alegre y puro en medio de egoístas y corrompidos; por
la limosna del pobre que da lo necesario... La Iglesia, en todo mo-
mento, se construye y triunfa.
No, no es la hora de desesperar. Dios se sirve aún de sus
enemigos para establecer su Reino. Su voluntad no es totalmente
mala, su razón no está totalmente oscurecida. Cuando ven y quie-
ren el bien, lo que ciertamente hacen, construyen también con no-
sotros, son instrumentos de Dios.
Para el cristiano, la situación no es jamás desesperada. Por la
luz que recibimos de lo alto, por el don que cada uno hace de sí,
construimos la Iglesia. Su triunfo no se obtendrá sino después de
rudos combates».
Hasta aquí mi amigo. Se calla, como avergonzado de haberse
abierto tan profundamente. Siento que no tiene más que decirme,
pero he comprendido su lección: Si lo encuentro siempre alegre,
siempre valiente, no es porque le falten dificultades, sino porque en
medio de ellas sabe siempre escaparse hacia Dios. Su sonrisa y su
optimismo, vienen del cielo.
329
QUERIDOS ESPOSOS
Prédica de matrimonio
El matrimonio cristiano no es la simple unión de dos personas
que se aman, sino algo mucho más profundo y más sublime: es la
donación total del marido a la mujer y de la mujer al marido para
realizar, amándose, los designios de Dios, para ayudarse en las
contrariedades de la vida y para colaborar en el plan del Creador,
perpetuando la vida en el mundo, la vida natural y, con ayuda de la
Iglesia, la vida sobrenatural. Prolongando así el cántico de amor de
nuevos seres que alaben y amen a Dios en el tiempo y en la eter-
nidad.
Para realizar a esta obra, Jesucristo, con sus poderes divinos,
los ha instituido, a ustedes esposos, ministros de un sacramento.
En los demás sacramentos de la Iglesia el ministro ordinario es el
sacerdote: él es quien consagra el Cuerpo de Cristo, él quien per-
dona los pecados; en el sacramento del matrimonio, son ustedes
los ministros, ustedes son los que, al dar el sí definitivo e irrevoca-
ble que los une para la eternidad, obtienen de Dios un aumento de
gracia para sus vidas: la gracia de la habitación de Dios en uste-
des, el derecho a la gloria eterna, la amistad íntima con el Creador.
Esta gracia se adquiere por el Bautismo y aumenta mediante la re-
cepción de los sacramentos; la aumentarán pues ustedes ahora al
celebrar el matrimonio. Esta ayuda divina, más que ninguna cuali-
dad humana, ha de hacerlos entrar en la nueva vida que abrazan,
tranquilos, llenos de un sano optimismo y de franca alegría.
El matrimonio cristiano, así concebido, adquiere razones para
ser respetado y venerado por los hombres, que Jesucristo no tuvo
reparo en tenerlo como ejemplo y modelo para describirnos el amor
que Él mismo ha tenido por la Iglesia. Esposos –dice San Pablo
escribiendo a los Efesios– amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a la Iglesia y se sacrificó por ella (Ef 5,25). Este amor de Cris-
to y de su Iglesia ha de ser el modelo del matrimonio cristiano: la
esposa, compañera del hombre, y no sierva como en la antigüedad
330
pagana, sujeta al marido como la Iglesia a Cristo; el marido aman-
do a su mujer como a su propio cuerpo, como Cristo a la Iglesia,
que loco de amor por ella no duda en dar su vida, y morir por la
Iglesia, esto es, por nosotros.
Los esposos celebran el matrimonio cristiano y viven después
según él. Al cumplir los deberes matrimoniales crecen de día en día
en santidad, esto es, en amistad de Dios. Al propio tiempo profun-
dizan e intensifican su amor, al descubrir que ambos tienen un
amor común, el más grande de la vida: Dios, a quien estamos obli-
gados a amar sobre todas las cosas, y se encontrarán perpetua-
mente unidos en una eternidad feliz, sin sombra de dolor ni de nue-
vos distanciamientos.
Queridos esposos, esto es lo que he pedido hoy al Señor en la
santa Misa para ustedes. Que su nuevo hogar, en estos tiempos de
disolución de la familia, de tanta corrupción familiar, sea un ejem-
plo, tanto más visible cuanto más destacada es la situación de us-
tedes. Que su hogar refleje la austeridad de los antiguos hogares
chilenos que hicieron grandeza de nuestra Patria. Son éstos mis
mejores votos al bendecir en nombre de la Iglesia vuestro matrimo-
nio.
331
LA VOCACIÓN SACERDOTAL, UN PROBLEMA DE TO-
DOS
332
cerdote, y todos debieran interesarse porque su número sea cada
vez mayor y, sobre todo, porque aumenten en espíritu.
Santos, pero también muchos, porque la actividad apostólica
de cada hombre tiene un límite, y una vez sobrepasado ese límite,
sus fuerzas no dan para más... y quedarán los demás sin ningún
auxilio en sus necesidades.
333
PESIMISTAS Y OPTIMISTAS
336
TESTIMONIO DE FE
340
HAY UNA MANERA CRISTIANA DE TRABAJAR
342
Hay quienes quieren desarrollarse pero sin dolor. No han
comprendido aún lo que es crecer... Quieren desarrollarse por el
canto, por el estudio, por el placer, y no por el hambre, la angustia,
el fracaso y el duro esfuerzo de cada día, ni por la impotencia acep-
tada, que nos enseña a unirnos al poder de Dios; ni por el aban-
dono de los propios planes, que nos hace encontrar los planes de
Dios. El dolor es bienhechor porque me enseña mis limitaciones,
me purifica, me hace extenderme en la cruz de Cristo, me obliga a
volverme a Dios.
En un grupo realista de apóstoles, frases como estas se oyen
frecuentemente: «Después de un peñascazo, otro...». 90% de fra-
caso, ¡¡alegrarse, a pesar de todo!! Comenzar por acusarte a ti
mismo. El fracaso construye. Alegría, paz, viva la pepa... y viva, ¡y
siempre viva! Así es la vida... ¡¡¡y la vida es bella!!! No armar alara-
ca. No gritar. No indignarse. No irritarse. No dejar de reírse, y dar
ánimo a los demás. Continuar siempre. No se hace nada en un
mes: Al cabo de diez años es enorme lo hecho. Cada gota cuenta.
Darme sin contar, sin trampear, en plenitud, a Dios y a mis
hermanos, y Dios me tomará bajo su protección. Él me tomará y
pasaré ileso en medio de innumerables dificultades. Él me conduci-
rá a su trabajo, al que cuenta. Él se encargará de pulirme, de per-
feccionarme y me pondrá en contacto con los que lo buscan y a los
cuales Él mismo anima. Cuando Él toma a uno, no lo suelta fácil-
mente.
Para este optimismo, nada como la visión de fe. La fe es una
luz que invade. Mientras más se vive, mayor es su luz. Ella todo lo
penetra y hace que todo lo veamos en función de lo esencial, de lo
intemporal. El que la sigue, jamás marcha en tinieblas. Tiene solu-
ción a todos los problemas, y gracias a ella, en medio del combate,
cuando ya no se puede más por la presión, como el corcho de la
botella de champaña salta, se escapa hacia lo alto, se une a Cristo
y en Él halla la paz. La fe nos hace ver que cada gota cuenta, que
el bien es contagioso, que la verdad triunfa.
343
TRABAJAR AL RITMO DE DIOS
344
se fracasa. Y no puede sernos indiferente fracasar, porque mi fra-
caso lo es para la Iglesia y para la humanidad. Dios no me ha he-
cho para que busque el fracaso. Cuando he agotado todos los me-
dios, entonces tengo derecho a consolarme y a apelar a la resigna-
ción. Muchos trabajan por ocuparse; pocos por construir; se satis-
facen porque han hecho un esfuerzo. Eso no basta. Hay que amar
eficazmente.
El equilibrio es un elemento preciso para un trabajo racional.
Vale más un hombre equilibrado que un genio sin él, al menos para
el trabajo de cada día. Equilibrio no quiere decir, en ninguna mane-
ra, un buen conjunto de cualidades mediocres, se trata de un cre-
cimiento armónico que puede ser propio del hombre genial, o una
salud enfermiza, o una especialización muy avanzada. No se trata
de destruir la convergencia de los poderes que se tiene, sino de
sobrepasarlas por una adhesión más firme a la verdad, de comple-
tarse en Dios por el amor.
La moral cristiana permite armonizarlo todo, jerarquizarlo todo,
por más inteligente, ardiente, vigoroso que uno sea. La humildad
viene a temperar el éxito; la prudencia frena la precipitación; la mi-
sericordia dulcifica la autoridad; la equidad tempera la justicia; la fe,
suple las deficiencias de la razón; la esperanza mantiene las razo-
nes para vivir; la caridad sincera impide el repliegue sobre sí mis-
mo; la insatisfacción del amor humano deja siempre sitio para el
amor fraternal de Cristo; la evasión estéril está remplazada por la
aspiración de Dios, cargada de oración, y de insaciable deseo. El
hombre no puede equilibrarse sino por un dinamismo, por una aspi-
ración de los más altos valores de que él es capaz.
El ritmo cotidiano debe armonizarse entre reposo, trabajo difí-
cil, trabajo fácil, comidas, descansos. Es bueno recordar que en
muchos casos se descansa de un trabajo pasando a otro trabajo,
no al ocio.
¿A qué paso caminar? Una vez que se han tomado las pre-
cauciones necesarias para salvaguardar el equilibrio, hay que dar-
se sin medirse, para obtener el máximo de eficacia, para suprimir
en la medida de lo posible las causas del dolor humano.
345
Se trabaja casi al límite de sus fuerzas, pero se encuentra, en
la totalidad de su donación y en la intensidad de su esfuerzo, una
energía como inagotable. Los que se dan a medias están pronto
gastados, cualquier esfuerzo los cansa. Los que se han dado del
todo, se mantienen en la línea bajo el impulso de su vitalidad pro-
funda.
Con todo no hay que exagerar y disipar sus fuerzas en un ex-
ceso de tensión conquistadora. El hombre generoso tiende a mar-
char demasiado a prisa: querría instaurar el bien y pulverizar la in-
justicia, pero hay una inercia de los hombres y de las cosas con la
cual hay que contar. Místicamente se trata de caminar al paso de
Dios, de tomar su sitio justo en el plan de Dios. Todo esfuerzo que
vaya más lejos es inútil, más aún, nocivo. A la actividad remplazará
el activismo que se sube como el champaña, que pretende objetos
inalcanzables, quita todo tiempo para contemplación; deja el hom-
bre de ser el dueño de su vida.
Al partir en la vida del espíritu, se adquiere una actitud de ten-
sión extrema, que niega todo descanso. Pero como ni el cuerpo ni
el alma están hechos para esto, viene luego el desequilibro, la rup-
tura. Hay, pues, que detenerse humildemente en el camino, des-
cansar bajo los árboles y recrearse con el panorama, podríamos
decir, poner una zona de fantasía en la vida.
El peligro del exceso de acción es la compensación. Un hom-
bre agotado busca fácilmente la compensación. Este momento es
tanto más peligroso, cuanto que se ha perdido una parte del control
de sí mismo, el cuerpo está cansado, los nervios agitados, la volun-
tad vacilante. Las mayores tonterías son posibles en estos momen-
tos. Entonces hay sencillamente que disminuir: Volver a encontrar
la calma entre amigos bondadosos, recitar maquinalmente su rosa-
rio y dormitar dulcemente en Dios.
346
¡SACERDOTE DEL SEÑOR!
348
EL DEBER DE LA CARIDAD
349
Madre y el de sus fieles. El mensaje de amor de Jesús y de María,
urge nuestro amor.
Con esta intención los invito, amados en Cristo, a recogernos
unos instantes en actitud de oración. Si tienen ante sus ojos el san-
to crucifijo o la imagen del Corazón de Jesús y del Corazón de Ma-
ría, comprenderán, en ese símbolo, toda la urgencia de este llama-
do a la caridad, al amor, al interés por nuestros hermanos de esta
tierra, que constituye el precepto fundamental de la vida cristiana.
Esta lección constituye el núcleo de la predicación cristiana.
«El que no ama a su hermano no ha nacido de Dios», dice San
Juan. «Si pretende amar a Dios y no ama a su hermano, miente.
¿Cómo puede estar en él el amor de Dios, si rico en los bienes de
este mundo y viendo a su hermano en necesidad le cierra el cora-
zón?» (cf. 1Jn 4,8; 4,20; 3,17).
Y las enseñanzas de los Pontífices, si hay algo que recuerden
con insistencia extraordinaria es esta primacía de la caridad en la
vida cristiana. El primer Papa, San Pedro, en la primera Encíclica
que dirigiera a la naciente cristiandad nos dejó esta enseñanza:
«Sed perseverantes en la oración, pero por encima de todo practi-
cad continuamente entre vosotros la caridad» (1Pe 4,7-8).
León XIII en la Rerum Novarum nos decía: «Es de una abun-
dante efusión de caridad, de la que hay que esperar la salvación,
hablamos de la caridad cristiana, que resume todo el Evangelio»; y
continúa: «que los ministros sagrados se apliquen por sobre todas
las cosas a alimentar en sí mismos y hacer nacer en los otros la ca-
ridad» (nº 41).
Hermanos en Cristo. Acuérdense que aún más valiosa que la
honestidad y la piedad, es la generosidad. Recuerden que no han
cumplido el deber si pueden decir solamente: no he hecho mal a
nadie, pues están obligados a hacer perpetuamente buenas accio-
nes. Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el
bien.
Odio y matanza es lo que uno lee en las páginas de la prensa
cotidiana; odio es lo que envenena el ambiente que se respira. El
tremendo dolor de la guerra de Europa y Asia ¿cómo va a dejarnos
indiferentes? Somos solidarios de infinidad de hombres, mujeres y
350
niños que sufren como quizás nunca se ha sufrido sobre la tierra,
ya que a todos los continentes llegan las repercusiones del gran
drama europeo. ¿Qué tengo que ver con la sangre de mi hermano?
afirmaba cínicamente Caín (cf. Gn 4,9), y algo semejante parecen
pensar algunos hombres que se desentienden del inmenso dolor
moderno. Esos dolores son nuestros, no podemos desentendernos
de ellos.
Son tan numerosos esos niños de todas las razas del mundo
que son capaces con la gracia de Dios de llegar a ser discípulos
predilectos de Cristo, pero que no han encontrado el apóstol que
les muestre al Maestro. No puedo desinteresarme de ellos... Son
mis hermanos de la tierra, destinados a ser hermanos de Cristo.
Los pescadores y labradores, los mercaderes en sus toldos de la
China, los pescadores de perlas que descienden al océano, los mi-
neros del carbón que se encorvan en las vetas de la tierra, los tra-
bajadores del salitre, los del cobre, los obreros de los altos hornos
que tienen aspiraciones grandes y dolores inmensos que sobrelle-
var, de su propia vida y la de sus hogares. Cristo me dice que no
amo bastante, que no soy bastante hermano de todos los que su-
fren, que sus dolores no llegan bastante al fondo de mi alma, y qui-
siera, Señor, estar atormentado por hambre y sed de justicia que
me torturara para desear para ellos todo el bien que apetezco para
mí.
Son tan numerosos los que te buscan a tientas, Señor, lejos
de la luz verdadera... Son más de mil millones los que no conocen
aún al que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6). Cuántos dolores no
encuentran consuelo en sus almas, porque no conocen al que les
enseñó a sufrir con resignación, con sentido de solidaridad y de re-
dención social.
Y si sin mirar tan lejos, echamos una mirada a nuestra querida
tierra chilena, ¡cuántos hermanos nuestros encontramos en ella
que reclaman nuestra comprensión, nuestra justicia y nuestra cari-
dad! La doctrina de Cristo no es predicada en grandes extensiones
de la nación chilena, la pampa está casi sin sacerdotes; parroquias
sin párroco, cuántos jóvenes, si pensaran en esta realidad, senti-
rían arder un nuevo deseo en sus almas y comprenderían que hay
351
una causa grande por la cual ofrecer sus vidas. ¡Señor, danos ese
amor, el único que puede salvarnos!
352
ADORACIÓN Y SERVICIO
353
disposición a ser un instrumento de Cristo. En esto está la santi-
dad. Ninguna definición tan hermosa de oración he encontrado co-
mo la del P. Charles: ―Orar es conformar nuestros quereres con el
querer divino, tal como Él se manifiesta en sus obras‖.
Todos estos traqueteos míos se aumentan ahora con el pro-
yecto de habitaciones de emergencia que empieza a caminar, co-
mo cuerda anexa del Hogar de Cristo. El buen espíritu de los cola-
boradores es magnífico y creo que esta idea será realidad hermo-
sísima a fines de año. Pensamos construir poblaciones de emer-
gencia para la gente más pobre. Primero se les arrendará y luego
éstos empezarán a amortizar cuotas hasta cubrir el valor de una de
las casas.
Por otra parte, y para los menos pobres, pensamos construir
casitas que desde el primer momento serán de sus poseedores.
Ellos contribuirán con pequeñas cuotas y el resto se amortizará se-
gún sus posibilidades.
Dios nos dé hombres de vida interior que los encaren con se-
renidad y con verdadera justicia. Te saluda con todo cariño tu afec-
tísimo amigo,
Alberto Hurtado C. s.j.
354
EL HOMBRE DE ACCIÓN
357
COMPROMETERSE EN LO TEMPORAL PARA DAR
TESTIMONIO DE CRISTO
359
LA ENCARNACIÓN: AMAR LA TIERRA, APRENDER A
ORAR23
23
Como idea central propone enseñar la cooperación con Dios y el re-
chazo de ʺla espiritualidad de la evasiónʺ, que se interesa sólo por salvar el
alma y desprecia todo lo humano. Por ello insiste en que nuestro campo de
trabajo es esta tierra y esta Iglesia visible.
24
El texto reprueba una mentalidad que insiste unilateralmente en la
salvación del alma sin preocuparse por el desarrollo integral de las personas.
Al misionero aludido, sólo le interesaba bautizar, sin preocuparse del creci-
miento humano de los bautizados.
360
Y los recursos también los amaré porque son medios. La po-
breza religiosa no consiste en no tener recursos, sino en tener la
garantía de que éstos no van a faltar, no para mí, sino para la obra
de Dios (por eso el Obispo cuando ordena a uno ha de cerciorarse
que pueda vivir decentemente, y cuando ordena al religioso, esta
seguridad le viene de su voto de pobreza).
2. La segunda consecuencia de la Encarnación: aprender a
orar. La Encarnación me enseña a orar no sólo con ideas (que son
difíciles), sino con las cosas. La Encarnación no es una idea, es
una realidad.
Orar, por ejemplo, sobre:
La madera: Jesús carpintero 25 años, la trabajó, murió sobre
ella, ¡madera del altar, tabernáculo...! ¡He aquí el madero de la
cruz! El que vencía en un madero, en un madero será vencido. Un
trozo de madera debe ser como una reliquia. ʺTodas las cosas dan
señales, pero requieren de la inteligenciaʺ.
¿Un zapato? ¿Tema indigno? Y el Espíritu Santo lo nombra
varias veces en la Sagrada Escritura: San Juan Bautista... indigno
de desatarlos del Señor; a Moisés: ¡Quítate los zapatos!, es Tierra
santa; a San Pedro: ponte tus zapatos y huye; fruto de la oración
de toda la Iglesia por él...; Nuestro Señor, al enviar a sus discípu-
los: no llevéis repuesto de calzado (cf. Mt 3,11; Éx 3,5; Hech 12,8;
Lc 10,4). Riñas en la Iglesia por la vida religiosa con o sin zapa-
tos... En la Edad Media Neecam, hablando de Nuestra Señora:
ʺEsta es la escala por la que descendió calzada la divinidad''...
Dios se calzó para visitarnos, porque son ásperos los caminos hu-
manos.
¿Una silla?... ¿Y la Santa Sede? Hablar ex cáthedra, hablar
sentado. En el Credo: ʺSe sentó a la diestra del Padreʺ; nos senta-
remos a su lado. Los hijos de Zebedeo que anhelaban sentarse a
su lado. El Procurador: se sentó ante el tribunal (cf. Mt20, 21; In
19,13). Agua, Luz, Viento, Puerta... ʺYo soy la puertaʺ (Jn 10,7). Di-
fícilmente encontraremos algo que no nos traiga recuerdos divinos.
Vinagre, aceite, pan, sal...
Aprender a mirar con respeto las cosas, de modo que me
acerquen al Creador, y que descubra en cada una de ellas su sitio
361
providencial, la misión en el plan de Dios, y que así se alimente mi
oración. Aprenderé el respeto de las cosas, veré el simbolismo que
todas encierran para mí, simbolismo que tanto usa Nuestro Señor y
aprenderé a santificarlas, a dar gloria a Dios por ellas.
Amaré más mi vocación, mi vida sencilla, los pequeños traba-
jos que Dios me ha destinado. Y por los obreros, JOC, no menos
que por nuestros hermanos coadjutores, se hará la revelación del
valor divino del trabajo, pues actúan con cosas que Dios vino a to-
mar sobre sí, a divinizar, a redimir incorporándolas, en cierto senti-
do, en su ser Redentor. Actúan con cosas con que el Señor actuó,
trabajó, ganó en vida y nos propuso como símbolos de su doctrina.
De ahí que ser cocinero, fogonero, no es menos noble que ser es-
critor, poeta o abogado [El trabajo humano no vale tanto por su re-
sultado, sino porque lo realiza un hijo de Dios dentro del plan provi-
dencial de salvación]. ¿De dónde viene la excelencia de estas pro-
fesiones intelectuales? Del falso concepto platónico, pagano, de la
mayor importancia de lo abstracto sobre lo concreto. Pero ese con-
cepto lo echó por tierra la Encarnación, que es un hecho bien con-
creto, y da origen a una vida de hechos con las más humildes
realidades.
El sacerdote es ordenado no para las ideas, sino en servicio
del Pueblo de Dios, el humilde pueblo de Dios: Su servicio es pro-
porcionar satisfacción a sus necesidades reales, por modestos que
nos aparezcan.
La Iglesia misionera no debe ser sólo la que bautiza y enseña
catecismo, sino la que atiende a todas las necesidades de sus fie-
les y de los que pueden llegar a serlo: Desde la comida, ropa, me-
dicinas, caminos... Es la Madre; madre visible, tanto como la Repú-
blica de Venecia, al decir de Bellarmino.
Respetuosa al extremo de las cosas. La Iglesia no se escan-
daliza de ninguna materia sino que la bendice; y tiene bendiciones
para el queso, huevos de Pascua, abejas, ganado enfermo. Sobre
el altar, el Misal, el sacerdote, de estola, invoca la Santísima Trini-
dad, en nombre del Señor Jesús, para que dé salud a su ganado
enfermo que va a ser el alimento de sus hijos. Ama la Iglesia esos
casos porque en ellos el Creador y la creatura han trabajado juntos,
¿mis prejuicios? Para la Iglesia, la tierra es mi campo de trabajo,
362
¡mi camino para el cielo! Las cosas son más reliquia de Dios que
esos papelitos que el hermano sacristán tocaba en un relicario en
que estaba la camisa de San Ignacio. [Es decir, cada cosa es un
testimonio de la presencia de Dios y tiene una función que cumplir.]
Pero hay experiencias que no se hacen por etapas, y aun
cuando uno se haya prestado mil veces, nunca se ha dado. [Se re-
fiere a la donación de sí mismo, que sólo se hace de una vez y pa-
ra siempre (no por etapas), de lo contrario, es préstamo y no dona-
ción.] Y si la gotita de agua desea volver a su libertad, nunca se
mezclará al vino del sacrificio: Nunca será sacramental. [La gota de
agua que el sacerdote vierte en el cáliz, debe estar dispuesta a
ʺperderse a sí mismaʺ para participar en el sacramento. Pero, una
vez ʺperdidaʺ se transforma en la sangre de Cristo.]
¡Dios mío!, para vuestra inmensa obra, para la regeneración
de todo vuestro universo, quiero renunciar a todo lo que me tiene
cautivo de mí mismo en la estrechez de mis dimensiones, y fundir
todas mis pequeñas inquietudes en el deseo infinito de vuestra al-
ma de Buen Pastor. ¡Quiero caer en Vos con todo el peso de mi
debilidad, y fundir mi querer con el vuestro!
363
EN LOS DÍAS DE ABANDONO: LA ORACIÓN
Estoy solo. Bien solo esta vez, entre los demás. Nadie me
comprende. Los mejores amigos han manifestado su oposición. Se
me han puesto frente a frente. Todos los planes están en peligro.
Todo se ve oscuro.
Estoy solo. Enteramente solo. La puerta acaba de cerrarse
después de la última conversación dolorosa. El último amigo ha
partido, después de haber puesto brutalmente su yo, en contra mía.
Y, sin embargo, sería necesario, para realizar la empresa co-
menzada, que todos los amigos estuviésemos juntos, todos juntos
en comunión. Se avanzaba apenas, el naufragio a cada momento
parecía inminente.
Estoy solo. Bien solo. Y he aquí que Dios entra, y estrecha el
alma, la levanta, la confirma, la consuela y la llena. Ya no estoy so-
lo. Y los otros volverán también, sin mucho tardar, y no abandona-
rán el trabajo rudo, el barco no naufragará. Vamos al trabajo, dul-
cemente, a las cartas, a la lectura, a corregir, a escribir. La vida to-
davía es bella y Dios está allí.
En estos momentos, acude a tu pieza.
Tu pieza es un desierto. Entre el piso, el cielo y los cuatro mu-
ros, no hay más que tú y Dios. La naturaleza, que entra por la ven-
tana, no turba tu coloquio, ella lo facilita. El mundo no cuenta para
ti; ciérrale la puerta, con llave, por una hora. Recógete y escucha.
Dios está aquí. Te espera y te habla.
Es tu Dios, grande, hermoso, que te reconforta, que te ilumina,
que te hace entender que te ama. Está dispuesto a darse a ti, si tú
quieres darte tú mismo. Acógelo, no lo rechaces. No huyas de Él,
está allí. Te espera y te habla.
364
Es la hora que Él había escogido, para encontrarte. No te va-
yas. Escucha bien. Tú necesitas de Él, y Él también necesita de ti
para su obra, para hacer por medio de ti el bien a tus hermanos. Él
se va a entregar a ti generosamente, de corazón a corazón en esta
soledad.
A ratos tu desierto es tu pieza, pero a Dios lo necesitas siem-
pre. ¿Cómo recogerte en intimidad con Él, como los apóstoles a los
cuales convidó al desierto para darles más intimidad?
Tu desierto, es la voluntad de nunca traicionar; es tu recogi-
miento en Dios; es tu esperanza indefectible. Tu desierto, no nece-
sitas buscarlo lejos de los hombres; tú lo hallas en todas partes si
vuelas a Dios; tanto en el tranvía, como en la plaza, como ante la
inmensa asamblea que espera tu palabra. Tu desierto, es tu sepa-
ración del pecado; tu fidelidad a tu destino, a tu fe, a tu amor.
365
EN LOS DÍAS DE ABANDONO: LA EUCARISTÍA
369
EL ÉXITO DE LOS FRACASOS
370
completa hasta que se salva el último... ¡Sería pésimo si se conten-
tara con su propia salvación!
Todo el cielo es la gran esperanza vuelta hacia la tierra. San
Ignacio tiene gran esperanza en nosotros y no la colmará sino
cuando haya entrado el último jesuita. La esperanza es el lazo que
une el cielo y la tierra. No nos imaginemos el cielo con sillones
tranquilos. San Pedro está mirando el Vaticano todo el día. La tierra
es el periódico del cielo. Por eso podemos gritar: ¡Eh, sálvanos que
perecemos! Acuérdate que es tu obra la que arde. ¡Eh, santos, mi-
ren su obra! ¡Recen por nosotros! ¡La Iglesia lo hace en forma im-
perativa!
El cielo todavía no está acabado: falta parte de la Iglesia. Y
cuando llega un pobre hombre cubierto del polvo de la tierra, ¡la
alegría que habrá en el cielo! El Señor lo dice: habrá más alegría
en el cielo... (Lc 15,7).
¡Todo el cielo interesándose por la tierra! Y por eso Nuestro
Señor se aparece a su Madre... Se interesa por todo, hasta en la
pesca de sus apóstoles; en lo que comen ellos: ¿Os queda algo de
comer? Comió y distribuyó los pedazos (cf. Jn 21,1–14). Para mos-
trarnos que más que su propia felicidad eterna, le interesa su obra
en la tierra.
371
RESPONSABILIDAD MISIONAL DE LOS BAUTIZADOS
373
EL CUERPO MÍSTICO DE CRISTO: DISTRIBUCIÓN Y
USO DE LA RIQUEZA
374
¿Qué otra cosa sino esto significa la pregunta de Jesús a Pa-
blo cuando se dirige a Damasco persiguiendo a los cristianos:
«Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues...?». ¿No dice la voz ¿por
qué persigues a mis discípulos?, sino «¿por qué me persigues?
Soy Jesús a quien tú persigues» (Hech 9,4-5).
Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo
es Cristo que se presenta a nosotros bajo una u otra forma: preso
en los encarcelados; herido en un hospital; mendigo en la calle;
durmiendo, con la forma de un pobre, bajo los puentes de un río.
Por la fe debemos ver en los pobres a Cristo, y si no lo vemos es
porque nuestra fe es tibia y nuestro amor imperfecto. Por esto San
Juan nos dice: Si no amamos al prójimo a quien vemos, ¿como po-
dremos amar a Dios a quien no vemos? (cf. 1Jn 4,20). Si no ama-
mos a Dios en su forma visible ¿cómo podremos amarlo en sí mis-
mo?
La comunión de los santos, dogma básico de nuestra fe, es
una de las primeras realidades que se desprende de la doctrina del
Cuerpo Místico: todos los hombres somos solidarios. Todos recibi-
mos la Redención de Cristo, sus frutos maravillosos, la participa-
ción de los méritos de María nuestra Madre y de todos los santos,
palabra esta última que con toda la verdad puede aplicarse a todos
los cristianos en gracia de Dios. La comunión de los santos nos ha-
ce comprender que hay entre nosotros, los que formamos la «fami-
lia de Dios», vínculos mucho más íntimos que los de la camarade-
ría, la amistad, los lazos de familia. La fe nos enseña que los hom-
bres somos uno en Cristo, participantes de todos los bienes y su-
friendo las consecuencias, al menos negativamente, de todos
nuestros males.
Soluciones al problema de la injusta distribución de los bienes.
El primer principio de solución reside en nuestra fe: Debemos creer
en la dignidad del hombre y en su elevación al orden sobre natural.
Es un hecho triste, pero creo que tenemos que afirmarlo por más
doloroso que sea: La fe en la dignidad de nuestros hermanos, que
tenemos la mayor parte de los católicos, no pasa de ser una fría
aceptación intelectual del principio, pero que no se traduce en
nuestra conducta práctica frente a los que sufren y que mucho me-
nos nos causa dolor en el alma ante la injusticia de que son vícti-
375
mas. Sufrimos ante el dolor de los miembros de nuestra familia,
¿pero sufrimos acaso ante el dolor de los mineros tratados como
bestia de carga, ante el sufrimiento de miles y miles de seres que,
como animalitos, duermen botados en la calle, expuestos a las in-
clemencias del tiempo? ¿Sufrimos acaso ante esos miles de ce-
santes que se trasladan de punto a punto sin tener otra fortuna que
un saquito al hombro donde llevan toda su riqueza? ¿Nos parte el
alma, nos enferma la enfermedad de esos millones de desnutridos,
de tuberculosos, focos permanentes de contagio porque no hay ni
siquiera un hospital que los reciba?
¿No es, por el contrario, la cómoda palabra «exageración»,
«prudencia», «paciencia», «resignación», la primera que viene a
sus labios? Mientras los católicos no hallamos tomado profunda-
mente en serio el dogma del Cuerpo Místico de Cristo que nos ha-
ce ver al Salvador en cada uno de nuestros hermanos, aún en el
más doliente, en el más embotado minero que masca coca, en el
trabajador que yace ebrio, tendido física y moralmente por su igno-
rancia, mientras no veamos en ellos a Cristo nuestro problema no
tiene solución.
Es necesaria la cooperación inteligente de los técnicos que es-
tudien el conjunto económico–social del momento que vive el país
y proponga medidas eficaces. Ha llegado la hora en que nuestra
acción económico–social debe cesar de contentarse con repetir
consignas generales sacadas de las encíclicas de los Pontífices y
proponer soluciones bien estudiadas de aplicación inmediata en el
campo económico–social. Tengo la íntima convicción de que si los
católicos proponen un plan bien estudiado que mire al bien común,
encontrará el apoyo de buenas voluntades que existen en todos los
campos y se convertirá este plan en realidad.
Para terminar hagamos nuestro el pensamiento de Pío XII en
su mensaje de Navidad de 1939 cuando dice que «las reglas, aun
las mejores, que puedan establecerse jamás serán perfectas y es-
tarán condenadas al fracaso si los que gobiernan los destinos de
los pueblos y los mismos pueblos no se impregnan con un espíritu
de buena voluntad, de hambre y sed de justicia y de amor univer-
sal, que es el objetivo final del idealismo cristiano». Esta hambre y
sed de justicia en ninguna otra realidad puede estimularse más que
376
en la consideración del hecho básico de nuestra fe: por la Reden-
ción todos somos uno en Cristo; Él vive en nuestros hermanos. El
amor que a Él le debemos hagámoslo práctico en los que a él re-
presentan. «Lo que hicierais al menor mis pequeñuelos a mí lo ha-
céis» (Mt 25,40).
377
¿Qué hacer, Señor? ¿Hay que declararse impotente, aceptar
la derrota, gritar: sálvese quien pueda? ¿Hay que apartarse de este
arroyo mal oliente? ¿Hay que escaparse de este delirio?
No. Todos estos hombres son mis hermanos queridos, todos
sin excepción alguna. Esperan que se los ilumine. Necesitan la
Buena Nueva. Están dispuestos a recibir la comunicación del Espí-
ritu, con tal que se les comunique; con tal que haya alguien que por
ellos haya pensado, haya llorado, haya amado; con tal que haya
alguien que esté cerca de ellos muy cerca para comprenderlos y
echarlos a caminar; con tal que haya alguien que, antes que nada,
ame apasionadamente la verdad y la justicia, y que las viva inten-
samente.
Con tal que haya alguien que sea capaz de liberarlos, de ayu-
darlos a descubrir su propia riqueza, la que está oculta en su inte-
rior, en la luz verdadera, en la alegría fraternal, en deseo profundo
de Dios.
Con tal que quien quiera ayudarlos haya reflexionado bastante
para captar todo el universo en su mirada, el universo que busca a
Dios, el universo que lleva el hombre para hacerlo llegar a Dios,
mediante la ayuda mutua de los hermanos, hechos para amarse,
para cooperar en el reparto equitativo de las cargas y de los frutos;
mediante el análisis de la realidad sobre la cual hay que operar, por
la previsión de los éxitos y de las derrotas, por la intervención inte-
ligente, por la sabiduría política en fin reconquistada, por la adhe-
sión a toda verdad; por la adhesión a Cristo en la fe. Por la espe-
ranza. Por el don pleno de mí mismo a Dios y a la humanidad, y de
todos aquellos a los cuales voy a llevar el mensaje y a encender la
llama de la verdad y del amor.
378
FUNDAMENTO DEL AMOR AL PRÓJIMO
381
Y como cada momento tiene su característica ideológica, es
sumamente consolador recordar lo específico de nuestro tiempo: el
despertar más vivo de nuestra conciencia social, las aplicaciones
de nuestra fe a los problemas del momento, ahora más angustio-
sos que nunca. Dios y Patria; Cruz y bandera, jamás habían estado
tan presentes como ahora en el espíritu de nuestros jóvenes. La
caridad de Cristo nos urge a trabajar con toda el alma, porque cada
día Chile sea más profundamente de Cristo, porque Cristo lo quie-
ra, y Chile lo necesita. Y nosotros, cristianos, otros Cristos, demos
nuestro trabajo abnegado. Que desde Arica a Magallanes la juven-
tud católica, estimulada por la responsabilidad de las luces recibi-
das, sea testigo viviente de Cristo. Y Chile, al ver el ardor de esa
caridad, reconocerá la fe católica, la Madre que con tantos dolores
lo engendró y lo hizo grande, y dirá al Maestro: ¡Oh Cristo, tú eres
el Hijo de Dios vivo, tú eres la resurrección y la Vida!
382
ÚLTIMO MENSAJE A LOS AMIGOS DEL HOGAR DE
CRISTO
383
La Casa de Educación Familiar, del Hogar de Cristo, la cual
está ya terminada, las capacitará para sus deberes de madre y es-
posa con sus cursos de cocina, lavado, costura, puericultura, etc.,
prestando esta misma Casa un servicio a todo el barrio.
Los ancianos tendrán también su Hogar, es decir, el afecto y
cariño que no les puede brindar un asilo. Para ellos quisiéramos
que la tarde de sus vidas sea menos dura y triste. ¿No habrá cora-
zones generosos que nos ayuden a realizar este anhelo?
A medida que aparezcan las necesidades y dolores de los po-
bres, que el Hogar de Cristo, que es el conjunto anónimo de chile-
nos de corazón generoso, busquen cómo ayudarlos como se ayu-
daría al Maestro.
Al desearles a todos y a cada uno en particular una feliz Navi-
dad, os confío en nombre de Dios, a los pobrecitos.
Alberto Hurtado Cruchaga, s.j., Capellán.
384
LA COLABORACIÓN APOSTÓLICA DEL PROFESOR
COMO TAL
385
La Universidad toma su nombre de ʺuniversitasʺ, la universali-
dad: la enseñanza que la universidad viene a dar, si bien es eminen-
temente técnica, es de una técnica encuadrada en el plan general de
Dios, y en todo el orden de la verdad: universalidad del saber.
Saber = Sabiduría. ʺSabiduría —ha dicho Newman—, es la vi-
sión clara y reposada, exacta y comprensiva de todo el plan y de toda
la obra de Dios. Y si es verdad que nadie la posee en su plenitud,
fuera de Aquel que penetra todas las cosas, sin embargo esta sabi-
duría se nos comunica en alguna medida mediante el Espírituʺ. La
Ciencia según Keppler: Repensar los pensamientos de Dios...
Visión integral de la vida
Llegar a esta visión integral de la vida, la primera que ha de co-
municarse, y a una especialización en mi ramo, pero encuadrada
dentro de ese plan, es la misión de la Universidad. Misión que se ha
de realizar en cada Facultad y hasta en cada asignatura. Y así todo
profesional de las llamadas profesiones liberales —propias del hom-
bre libre— ha de tener una noción de lo que dan de sí las demás pro-
fesiones, las demás actuaciones en la vida, y las demás realidades
del mundo fuera de aquella en la que él se especializa. Perder de vis-
ta esta idea es formar el especialista incomprensivo, es deformar el
hombre...
La teología
Y la primera ciencia que ha de enseñar una universidad católica
es la teología, la ciencia de Dios, la primera y suprema realidad, y por
tanto la primera ciencia. Dios es, por lo mismo, el objeto primero y
supremo de la ciencia, de suerte que toda otra ciencia en compara-
ción con la ciencia de Dios es una vanidad, una sombra de la gran
realidad, sombra parcial... En este punto los católicos no podemos
transigir: no podrá haber jamás universidad de ciencias sin facultad
de teología, ni facultad universitaria sin la ciencia de Dios, como no
puede haber año sin primavera, ni Hamlet, sin el papel del Príncipe
de Dinamarca. ¡Quitad a Dios del conjunto de las realidades y ten-
dréis un mapa de la tierra, sin tierra firme!
Deformación de sabios
Por desgracia muchos sabios que pasan su vida examinando la
constitución del átomo o de la célula, al ser despertados de sus medi-
386
taciones, alegan no saber nada de cuestiones religiosas: ʺ¿Por qué
me molestáis con estas cosas? ¿Qué sabemos de Dios y tales meta-
físicas? No veis que estoy ocupado... que la vida es corta y me falta
tiempo para mis estudios. La biología no tiene nada que ver con la
religión, ni religión con biología...ʺ. Pero, ¡cuán engañado está! La
biología tiene que ver con la religión como una sombra con el cuerpo
que la proyecta; como la parte cóncava de un cuerpo con la parte
convexa.
El objeto de la ciencia es la verdad. Y la verdad no es sino la
realidad y las relaciones que unen entre sí las diferentes realidades.
Así como no podemos formarnos una idea completa de una montaña
desde un punto de vista, sino que hay que mirarla desde distintos
puntos, incluso desde un avión, así las ciencias deben mirar los obje-
tos desde todos los puntos de vista sin olvidar el plan divino.
Cada ciencia tiene su punto de vista específico, un punto parcial
de la realidad... es sencillamente un mapa parcial de la realidad, y
hay que integrarlos todos.
Y si para evitar disputas omitiéramos lo concerniente a la natu-
raleza del hombre y sus destinos... no habría ciencia, pues habría-
mos renunciado a lo más importante que tiene la realidad, su origen,
su destino, su razón íntima de ser. La Universidad que aspira a la
universalidad del conocimiento habría perdido la esperanza de inves-
tigar sobre el 60% de esos conocimientos, y sobre los más importan-
tes.
Y si del mapa de la realidad científica sacamos la explicación
teológica, ese hueco no quedará vacío. Su lugar lo ocupará inmedia-
tamente otra ciencia, o pseudo ciencia (la afluencia del espiritismo,
ocultismos, etc., entre los sabios incrédulos... los más crédulos). Así
cuenta Cicerón que habiendo preguntado a varias personas su defi-
nición del alma, un músico respondió: El alma es una armonía... Y
este ni se desvió de su oficio. Y Aristóteles dice de los especialistas,
que no conocen más que un ramo del saber, son muy fáciles en dar
su opinión sobre todas las cosas. Descartes dio a luz una filosofía
que no es sino matemáticas. Karl Marx, obsesionado por media do-
cena de ideas de economía y política, explicó a Dios, la religión, la
cultura, la filosofía y la historia en términos de compraventa; para
[Edward] Thorndike [1874-1949, educador y psicólogo, llevó a cabo
387
estudios de psicología animal], el alma son reflejos nerviosos del
aparato vegetativo.
[Estos especialistas, prescindiendo de la explicación teológica,
intentan dar explicación de todo, sólo a partir de su propia discipli-
na, rebasando los imites de su competencia.]
[Edward] Dewey [el autor estudiado por el P. Hurtado en su tesis
de Doctorado en Pedagogía en Lovaina]: ¡Quitad la religión de las
ciencias y los químicos fabricarán una en la retorta; o los biólogos
nos darán una religión biológica!
La enseñanza científica se ha de dar en forma que nunca se
pierda de vista el conjunto (como en la hoja de jazmín, millones de
células y éstas contienen millones protones y electrones... y, con to-
do, el pétalo es uno, sencillo, bello, fragante...). Así, no hay que per-
der de vista las conexiones con todos los ramos del saber humano,
que San Agustín resumía en el ʺNoverim Te…ʺ [Dios, siempre el
mismo, que me conozca a mí, que te conozca a ti (Soliloquios)]
Religión y ciencias. Una de las finalidades de la Universidad es
armonizar los conocimientos y dar una síntesis. Demostrar, pues,
cómo no puede existir verdadero conflicto entre la ciencia experimen-
tal y la teología. En la práctica los hombres de ciencia miran con cier-
ta desconfianza la teología... (y no pocos teólogos a los hombres de
ciencia). ¿Por qué?: El terremoto, explicación científica... explicación
religiosa.
El ideal sería que cada una considerase a su hermana. El hom-
bre de ciencia no desdeñase las causas finales. No se puede decir
que hay que olvidarlas. La humanidad pregunta y seguirá siempre
preguntando, y si le quitáis la respuesta católica inventará una... Ante
el cataclismo, por ejemplo, la humanidad pregunta el porqué... ha-
biendo tantos inocentes... Estas preguntas suponen problemas muy
reales, muy discutidos desde hace muchos siglos en la filosofía, pro-
blemas más difíciles que los de la constitución de la materia y de las
erupciones volcánicas.
De ordinario ocurre al ermitaño científico que está concentrado
en la especialización, que se siente incómodo al escuchar la respues-
ta del teólogo; no está acostumbrado a esas especulaciones y lo de-
jan frío al ver que son tan distintas de sus ocupaciones de laboratorio.
388
Experimenta impaciencia por lo que no se deja sistematizar tan fácil-
mente como los experimentos de su laboratorio. El misterio y el mila-
gro lo ponen poco a tono, suscitan en él una sorda antipatía. En las
controversias arrianas, para ʺAquellos cuyo obispo era Aristóteles, y
no Nuestro Señor Jesucristo, el misterio de la Santísima Trinidad
los ponía mal... No lo podían catalogar. [Las controversias arrianas
son aquellas que se suscitaron en el siglo IV en torno a Arrio, pres-
bítero de Alejandría, que negaba la divinidad de Cristo].
Los dos métodos: el experimental (inductivo y analítico), y el teo-
lógico (de autoridad y deductivo), ¡con cuanta frecuencia se miran
con recelo y se anatemizan, no en virtud de principios basados en la
ciencia criticada, sino en prejuicios de la propia! Que no anatemati-
cen. Que tengan respeto y simpatía por la otra ciencia. Que sepan
que verdad no se opone a verdad. Que o el dogma es mal entendido
o que la conclusión científica no lo es. [Es decir, cuando hay contra-
dicción entre la ciencia y el dogma, esta contradicción es aparente,
ya sea porque el dogma no ha sido bien entendido o porque la
conclusión científica no es correcta.]
Una de las actitudes que la Universidad ha de engendrar es la
de respeto a todas las otras ciencias, a todas las otras actitudes de
espíritu; nada de juicios estrechos y mezquinos nacidos de una mira-
da exclusiva y estrecha de la realidad... De aquí esa moderación y
cultura intelectual que tanta gracia y encanto dan a los hombres ver-
daderamente sabios... Nada de esas definiciones científicas ex cáte-
dra [es decir, dogmáticas, infalibles]. Bernardo Shaw dice que en
nuestros días cualquier profesor universitario se siente 900 veces
más infalible que el Papa.
Respeto y tolerancia por las miras de los demás, no esos ana-
temas más graves que excomuniones que hacen tanto daño y son
tan ajenos al suave y equilibrado espíritu que debe dar la Universi-
dad. Respeto en todo...
La Universidad ha de formar, antes que todo, hombres. Hom-
bres, no archivos ambulantes ni grandes eruditos. La actitud principal
del profesor ha de ser la de dar una visión de conjunto. No un mero
hábito, sino una visión de conjunto. La Universidad debe dar ese há-
bito hacia la verdad. La sabiduría no es erudición. La mera erudición
es pesada, amontona ladrillos como una fábrica.
389
Y en este sentido, cuánto ayudaría insistir a los alumnos en un
criterio distinto del crudo pragmatismo inmediatista que después de
Locke ha venido inspirando (hacer el viaje al polo norte a pie, inme-
diatamente, o después de un mes en avión).
Nuestros alumnos además de especialistas tienen una misión
en la sociedad. El que se especializa demasiado, se aísla. El que
quiera vivir en el organismo social tendrá de alguna manera que
compenetrarse con los otros.
Esta actitud se adquiere no en una sola ciencia, sino que nues-
tro alumno habrá de cultivar diversas disciplinas: la historia le ense-
ñará la cruda realidad de la vida, la literatura le dará a conocer el ca-
rácter del hombre, las ciencias positivas los métodos de precisión...
(La finalidad de la creencia es repensar los pensamientos de
Dios) [Keppler].
390
LA MISIÓN SOCIAL DEL UNIVERSITARIO