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Santiago de Chile.
Agosto de, 2016
1
AGRADECIMIENTOS
Esta tesis se enmarca dentro del Magister Psicología Clínica “Trauma y Psicoanálisis
Relacional, de la Facultad de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado en alianza
con el Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos (ILAS).
En primer lugar, agradezco a mi profesor guía Mauricio Arteaga y a la profesora
Margarita Díaz, por su apoyo, disposición y por sus conocimientos que enriquecieron
sustantivamente este trabajo.
A Marina, por su generosidad y confianza al poner a disposición de esta investigación,
su proceso de terapia permitiéndome explorar un momento importante de su vida.
Por último a mi familia, por su cariño y apoyo incondicional.
2
ÍNDICE
ÍNDICE ............................................................................................................................. 3
RESUMEN........................................................................................................................ 6
INTRODUCCION.............................................................................................................. 7
CAPITULO I...................................................................................................................... 9
PROBLEMATIZACION ..................................................................................................... 9
1. Planteamiento del Problema ........................................................................... 9
2. Hipótesis ........................................................................................................ 10
3. Objetivos ....................................................................................................... 11
3.1. Objetivo General……. ............................................................................ 11
3.2. Objetivos específicos: ............................................................................ 11
4. Metodología ................................................................................................... 11
CAPÍTULO II................................................................................................................... 14
3
4.2.2 Modelos sobre sí misma. ............................................................. 44
4.2.3 Modelos sobre su pareja.............................................................. 46
4.2.4 Modelos sobre su propia madre. ................................................. 47
4.2.5 Modelos sobre su propio padre. .................................................. 48
4.2.6 Modelos sobre su historia de origen. ........................................... 48
4.2.7 Modelos sobre figuras parentales sustitutorias............................ 49
CAPITULO III.................................................................................................................. 50
CAPITULO IV ................................................................................................................. 76
1. DISCUSIÓN ....................................................................................................... 76
1.1. Aspectos generales relacionados con la paciente. ................................ 76
1.2. Aspectos generales relacionados con las representaciones maternas. 77
1.3. Representaciones en torno al embarazo. .............................................. 79
1.4. Representaciones sobre sí misma. ........................................................ 80
4
1.5. Representaciones sobre si misma expresadas a través del cuerpo. ..... 81
1.6. Representaciones sobre si misma expresadas a través de los sueños. 82
1.7. Representaciones sobre su pareja ......................................................... 83
1.8. Representaciones sobre su hijo. ............................................................ 85
1.9. Representaciones sobre su madre. ....................................................... 88
1.10. Representaciones posparto. ................................................................ 89
2. CONSIDERACIONES FINALES ........................................................................ 90
BIBLIOGRAFÍA .............................................................................................................. 94
ANEXOS ........................................................................................................................ 99
5
RESUMEN
6
INTRODUCCION
7
investigación y a la psicoterapia en el ámbito del trauma y las representaciones
maternas.
8
CAPITULO I
PROBLEMATIZACION
9
por parte de sus padres o adultos a cargo (UNICEF, 2015). Junto con ello, es de
dominio público que el maternaje puede considerarse una crisis normativa del desarrollo
vital en las mujeres que son madres, en el cual se reactivan conflictos del pasado y se
potencian problemas en el presente, los que pueden extenderse sobre las relaciones
vinculares con otros, principalmente con el hijo/a (Oiberman& Galíndez, 2005). Desde
ahí que este sea un período sensible del desarrollo.
Las intervenciones terapéuticas en el ámbito de las relaciones tempranas padres-hijo
resultan ser fundamentales en el ámbito de la salud mental infantil. El principio que
sustenta estas prácticas plantea que intervenir antes de que los problemas se
estabilicen y en el período de mayor sensibilidad de la aparición de los mismos, permite
cortar una secuencia o una cadena interminable de riesgos mentales y sociales que se
van transmitiendo de generación en generación (Grimalt & Heresi, 2015).
En estas intervenciones la inclusión del padre resulta enriquecedora en tanto “las
interacciones triádicas ayudan al niño(a) a resolver interacciones diádicas
disfuncionales, a partir de la intervención de un tercero que despliega un repertorio
adecuado, sin coludirse ni excluir a ningún participante” (Fivaz-Depeursinge & Favez,
2006; en Olhaberry, 2008, p.86). De acuerdo con los autores, ello favorecería la
regulación emocional del niño(a) y podría contribuir a la reducción del estrés que
experimenta en la interacción.
De modo más específico, Tizón (1991), refiere que dichas intervenciones apuntan a
diferentes niveles de prevención, en la medida apuntan a la prevención primaria de
trastornos graves en la adultez del hoy niño, la prevención secundaria del niño y su
familia en el problema concreto, y en algunos casos la prevención terciaria a través de
metodologías de rehabilitación y reinserción social y familiar.
2. Hipótesis
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3. Objetivos
Considerando lo anterior es que este estudio tiene por objeto analizar la traumatización
severa de una mujer con una historia de violencia diversa (maltrato físico y psicológico,
abuso sexual, negligencia y abandono) de parte de sus figuras primarias, y cómo estas
sucesivas traumatizaciones influyen en el desarrollo de su mundo representacional a lo
largo del embarazo hasta el nacimiento de su hijo.
4. Metodología
11
Castillo (2013), hace referencia a que la generación de hipótesis psicoanalíticas es
posible a través del material que surge de la sistematización de casos clínicos, lo que
permitiría actualizar concepciones psicoanalíticas y nuevos conocimientos.
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CAPÍTULO II
MARCO TEORICO
1. El Modelo Relacional
14
En el desarrollo de su modelo relacional, Mitchell (1993) toma los aportes de Bowlby,
Sullivan y de los teóricos de las relaciones de objeto británicos, especialmente de
Fairbairn (1962).
Para Bowlby (1990) el apego es una necesidad biológica fundamental propia de la
especie humana y como tal, no deriva de otras necesidades biológicas, sino que más
bien el infante humano se apega a quien lo cuida de un modo intenso y automático,
conductual y emocional.
Fairbairn (1962), plantea que, junto con el placer libidinal sexual, se busca
primariamente al objeto. A través de sus observaciones del fenómeno del maltrato
infantil, llamó su atención la lealtad de los niños hacia sus padres y planteó que la
principal necesidad del niño era el poder establecer una fuerte relación con otra
persona, no la gratificación. De este modo, el motivo básico de la experiencia humana
sería la búsqueda y conservación de un fuerte vínculo emocional con otra persona.
2. El Trauma Psíquico
Según la definición de trauma psíquico expuesta por Laplanche y Pontalis (1996), este
sería un “acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la
incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos
patógenos duraderos que provoca en la organización psíquica. En términos
económicos, el traumatismo se caracteriza por un aflujo de excitaciones excesivo, en
relación con la tolerancia del sujeto y su capacidad de controlar y elaborar
psíquicamente dichas excitaciones” (Laplanche y Pontalis, 1996, p.447).
Freud (1893-1895), en su primera conceptualización del trauma, planteaba que este se
concebía como un factor ambiental que invade el yo, y que no puede ser manejado por
elaboración asociativa. Freud estableció una definición metapsicológica
fundamentalmente económica: partió de la idea de que el trauma es un exceso de
excitación neuronal que se desprende de experiencias tempranas, y que al no poder ser
derivado por vía motriz, ni integrarse asociativamente, se extravía en el sistema
nervioso. Desarrolló su teoría basándose en la etiología sexual de las neurosis donde,
en el caso de las pacientes histéricas, encontró uno o más sucesos de experiencias
sexuales prematuras. Luego, abandona la teoría de la seducción como explicación
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etiológica de las neurosis y vuelca su interés hacia el efecto traumático de los sucesos
actuales, proponiendo que estas neurosis son producto de un hecho que genera una
alteración en la vida psíquica del sujeto (Freud, 1917).
En Más allá del principio del placer, Freud (1920), establece que las perturbaciones
traumáticas se diferencian entre aquellas que pueden ser producto de estimulación
externa de alta intensidad, de las que se deben a estimulación proveniente del mundo
interno. Agrega además para que estas perturbaciones tengan la cualidad de
traumáticas, no deben poder ser ligadas y por tanto no ser sometidas al principio del
placer.
Posteriormente en Inhibición, Síntoma, Angustia (1926), Freud hizo la última
reestructuración del concepto de trauma, distinguiendo situaciones traumáticas de
situaciones de peligro, a las que atañen los dos tipos de angustia: angustia automática
y angustia señal.
Por su parte, Ferenczi (1931,1933), en su desarrollo del concepto del trauma desplaza
la idea de los aspectos intrapsíquicos del sujeto que determinan el trauma, hacia la
cualidad del vínculo interpersonal. Por tanto, el trauma puede situarse en el ámbito
relacional, siendo el adulto el responsable de la traumatización del niño.
El trauma es un hecho confuso, sin posibilidad de representación o verbalización de lo
experimentado que genera una fisura o una brecha, que se vive como muerte psíquica.
Ferenczi (1931), apunta con ello a un proceso de disolución de la personalidad en el
sentido de una regresión al estadio originario de la mente.
Aborda además el trauma, no solo vinculado a la sexualidad sino también a las
manifestaciones de agresividad del adulto, considerando a la vez como traumáticas
aquellas situaciones en las que el adulto no desempeña su función protectora, sino que
más bien utiliza al niño para sus fines sin tener consideración por las necesidades de
este. Es decir, la falla en las respuestas del medio ante la conmoción psíquica del niño
como ante sus consecuencias, conducen a que el trauma se convierta en patógeno.
Ferenczi señala: “Las consecuencias del trauma podrían ser reparadas por una madre
atenta y solícita que disponga en el contacto de comprensión, ternura y sinceridad. Si
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falta tal benevolencia materna el niño se sentirá solo y abandonado en el más profundo
desamparo tras el trauma, conduciéndolo a la ruptura psíquica y a la enfermedad”
(Rojas, 2000, p. 184).
Ferenczi (1934) considera que es la respuesta dentro del campo intersubjetivo la que
define si una conmoción psíquica llega a convertirse en patógena. “Los grados de
incomprensión de los adultos frente a los efectos de la conmoción podrían expresarse
en “un silencio de muerte” que induciría a los niños a comportarse de igual manera,
negando lo ocurrido y sus efectos” (p.155).
En su conferencia “Confusión de lenguas entre el adulto y el niño”, describe la relación
de adultos y niño, planteando que la motivación en cada uno es diferente en la situación
de seducción sexual. Producto de ello es que el adulto interpreta erróneamente la
necesidad de ternura del niño y desde ahí la explota dando espacio a sus propios
deseos eróticos en la relación. El autor explica los mecanismos de defensa presentes
en la traumatización, siendo distintos los de la víctima a los del agresor. En la víctima
(niño) estaría presente la disociación y la identificación con el agresor, en la medida en
que el niño introyecta la ansiedad y culpa del agresor. Esto último se constituiría en el
mayor factor patogénico del trauma para el niño.
Balint (1979) toma el concepto de trauma como una falla relacional, enfocándose en el
trauma temprano, en el desarrollo y de modo continuo en el tiempo.
El autor plantea el trauma temprano asociado a la pérdida de la confianza básica, en
tanto remite a una a falla en la empatía entre la madre y el niño; es decir, una falta de
ajuste entre el niño y quien lo cuida que no es circunstancial, sino a lo largo del tiempo.
En un primer momento el niño mantiene una relación de dependencia con el adulto y
confía en él. Luego ese adulto, en contradicción con las expectativas del niño, se
comporta de una manera que resulta amenazante o dolorosa. Finalmente, el adulto no
logra reconocer y comprender lo ocurrido previamente y no consuela al niño por el daño
que le ha generado.
Por su parte, Winnicott (1965) plantea que se hace necesario analizar el contexto
intersubjetivo para comprender el trauma que se da en etapas tempranas del desarrollo,
ya que para él, el trauma es “una falla relativa a la dependencia” (p. 178).
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Los aportes de Winnicott en relación con el trauma, van de acuerdo con sus
planteamientos del desarrollo y de la dependencia del niño con sus objetos ambientales
primarios, por lo que la familia es una protección contra el trauma en el desarrollo del
niño. De acuerdo al autor, en el trauma se produce un quiebre en la idealización del
objeto por el odio de un individuo ante la falla del objeto en cumplir su función.
Desde estas miradas del trauma podemos ver, por el contrario, que en un contexto de
salud la madre "suficientemente buena" brindará al bebé los cuidados de sostén, de
presencia continua y previsible y de barrera contra las intrusiones, en la medida que al
identificarse con el bebé tendrá la capacidad para una adaptación sensible, activa y que
permita la satisfacción de las necesidades del niño. Posteriormente facilitará la
desadaptación gradual, a partir de pequeñas fallas que sean concordantes con la
capacidad maduracional del bebé, que estarán dentro de la pauta de la adaptación.
Para Winnicott (1965), las fallas ambientales generan en el desarrollo una ruptura en la
continuidad del existir y, si dichas fallas ambientales son groseras y continuas, por
ausencia, intrusión o abuso, se interrumpirá el desarrollo, lo que llevará a una
adaptación mental forzada que originará como consecuencia un falso self. Dado que el
trauma se produce ante la falta de sostén que debiese brindar la madre, es decir, la
falta de una respuesta esperada del medio, que refleje y reconozca la conmoción, la
frustración de esta expectativa de contención produce el encapsulamiento de
sensaciones dolorosas, que se convierten en una especial vulnerabilidad a los estados
traumáticos (Winnicott, 1963).
De esta manera las consecuencias de un yo materno deficiente pueden ser
severamente mutiladoras, donde el empleo de defensas, en especial de una defensa
falsa exitosa, les permite a muchos niños parecer promisorios, pero finalmente un
colapso revela que en el escenario está ausente el self verdadero.
Posteriormente Winnicott (1963), plantea en El miedo al derrumbe, que cuando la
intrusión de la madre es repentina y desmesurada se altera la realidad psíquica y se
interfiere en el establecimiento del self, con lo que se derrumban la fe, la confianza, la
capacidad de crear y la ilusión, siendo estos elementos constitutivos del trauma en el
niño. Es decir, como señala el autor, es el “derrumbe de la confiabilidad de un ambiente
predecible promedio” (Winnicott 1965, p. 178-181).
18
El hecho posterior de que el sujeto conserve y repita las huellas de una experiencia de
naturaleza traumática, no se debe a los afectos dolorosos que sintió anteriormente, sino
más bien a que en el momento en que el evento traumático tuvo lugar no pudo articular
las angustias primitivas, dado que no contó con un contexto intersubjetivo que las
reconociera. Por tanto, la repetición del trauma puede tomar la forma de
autodestructividad, de generar daño a otros y/o de revictimización; es decir, los estudios
muestran consistentemente que las personas traumatizadas son más vulnerables a vivir
nuevas victimizaciones.
Khan (1963), siguiendo los aportes de Winnicott en el estudio del trauma, sitúa los
orígenes de la experiencia traumática en el campo relacional, en tanto el conflicto se da
en la interacción con otro.
El autor desarrolla el concepto de trauma acumulativo enfocándose en la relación que
se da entre madre e hijo y propone que, dado el intenso intercambio emocional que se
genera en esta relación temprana, es esperable que se acumulen experiencias
traumáticas en el tiempo, a partir de conflictos vinculares no resueltos que sobrepasan
los mecanismos adaptativos del niño y que en algún momento de su vida se terminarán
manifestando en un trauma psíquico.
El trauma acumulado o acumulativo resulta, entonces, de las fisuras en el desempeño
de la madre, y aparece cuando la madre no cumple satisfactoriamente su rol de escudo
protector en el desarrollo del niño y no sería cada falla aislada de la madre lo que
tendría el efecto traumático, sino la acumulación de estas fallas en etapas importantes
del desarrollo. Es decir, la recurrencia, la cronicidad de esta falla, es lo que va
generando el trauma en un proceso que puede extenderse por años (Khan, 1963).
El autor indica, “sería más exacto decir que las grietas, repetidas con el correr del
tiempo, entretejidas en el proceso del desarrollo, se acumulan de forma silenciosa e
invisible. De ahí la dificultad de detectarlas clínicamente en la infancia” (Khan, 1963,
p.57).
19
2.3. Traumatización Extrema
Bettelheim (1981) es el primero en desarrollar una mirada del trauma a partir del marco
histórico y sociopolítico en el que se desarrolla su propia historia personal. Con ello da
un lugar privilegiado a la inclusión del contexto en el desarrollo del trauma. Su obra
considera la realidad experimentada en los campos de concentración nazi y plantea la
emergencia y comprensión del trauma desde una causalidad política, lo que le otorga
un carácter específico.
El evento traumático se constituiría de una secuencia de hechos dolorosos que, por su
carácter, suscitarían la vivencia de amenaza contra la propia vida. Bajo la consideración
que el autor hace del contexto, él plantea el concepto de traumatización extrema como
un trauma de origen sociopolítico, cuya singularidad está dada por ser una experiencia
que irrumpe de manera inesperada para el individuo, que tiene una duración incierta,
pero posiblemente de larga duración, que implica una amenaza contra la vida de
manera permanente y de la cual no es posible huir (Bettelheim,1981).
En nuestro país el Instituto Latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos,
ILAS,ha tenido una larga trayectoria ene xperiencia clínica con personas que sufrieron
traumatizaciones extremas, en el contexto sociopolítico de la dictadura militar (1973-
1990), que se caracterizó por un Estado que ejerció una política sistemática para
eliminar al sujeto y su contexto de pertenencia. En ese sentido, la represión política
ejercida por el Estado de Chile a través del uso del poder condujo a que muchas
personas sufrieran la tortura, la muerte y la desaparición (Castillo& Díaz, 2011).
Las autoras plantean que la experiencia traumática se constituye del no reconocimiento
de la violencia ejercida, del horror y la amenaza de muerte persistentes en el tiempo
más allá del evento traumático, con lo cual la vivencia traumática se encapsula y pasa a
acompañar el presente. En este no reconocimiento del daño se impide la construcción
de subjetividad, y es reemplazada por el sometimiento, que se constituye en la única vía
para mantener el vínculo con otro.
“En el caso de las traumatizaciones extremas el reconocimiento tanto en el espacio
público como en el espacio terapéutico es indispensable para que ocurra una
transformación del contexto sociopolítico e intersubjetivo de nuestros pacientes. Es el
inicio de un proceso que articula la historia fragmentada, pone palabras a los vacíos y a
20
las angustias sin nombre, reconstruyendo así la subjetividad dañada” (Castillo & Díaz,
2011, p 424).
En esta misma linea se ha planteado que las experiencias de traumatización extrema
como son la tortura, desaparición, guerra y genocidio generan un vacío
representacional, “un agujero en la continuidad representacional inherente a la vida
psíquica” (Viñar, 2011, p.58). Es decir, el horror extremo genera espanto, anula la
capacidad representacional, produce un relato vacío sin posibilidad de ser transmitido y
compartido con otros.
Los aportes de la obra de Keilson (1979), provienen del análisis que realiza de la
causalidad socio histórica del trauma, así como la caracterización del trauma psíquico
como un proceso secuencial, cuya duración en el tiempo es difícil de precisar.
Al igual que Bettelheim, el autor realiza sus estudios a partir de la ocupación de
Holanda por los alemanes, posicionándose de este modo en el contexto político para
describir las características del evento traumático. Keilson (1979), concibió la
traumatización como un proceso en el tiempo, compuesto por una secuencia de
situaciones traumáticas masivas que se van potenciando en intensidad entre ellas. Al
definir este proceso ocupó el término traumatización secuencial, distinguiendo en él tres
secuencias: la primera corresponde a la ocupación de Holanda por parte de los
alemanes; la segunda se constituye por la deportación de los padres y los niños a los
campos de concentración; y por último, el período de posguerra con todas las
dificultades posteriores para la reinserción social. En ese sentido, Keilson plantea que lo
terrible de esta secuencia traumática está en la ausencia de reconocimiento del daño
causado a los sujetos y el consecuente fracaso de la sociedad para integrarlos.
En esta misma línea Díaz (2005) refiere que el trauma se constituye a partir de una
serie de secuencias traumáticas propias del contexto social de dictadura en que está
inserto el sujeto, y no a partir de un hecho traumático único, y si a ello le sumamos la
ausencia de reparación y de reconocimiento del daño causado por parte de la sociedad,
se estaría ante una nueva secuencia traumática de mayor intensidad a medida que
aumenta la sensación de injusticia, desamparo y exclusión social. La autora agrega que
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la falta de reparación conduce a que los individuos privaticen el daño instaurando en
sus mentes una disociación entre ellos como los dañados, y lo que no lo fueron. Si tal
disociación se mantiene en el tiempo, los afectados quedan fuera del proceso social.
22
conservación de energía que participa del desapego de la disociación. Según Schore,
se daría lugar a la defensa de disociación como estrategia de afrontamiento de las
experiencias emocionales traumáticas.
El trauma, desde una mirada intersubjetiva, refiere que un evento doloroso deviene
trauma a causa de la falta de reconocimiento y validación por parte del entorno
(Ferenczi, 1931; Winnicott, 1979; Stolorow & Atwood, 2004; Díaz, 1994; 2005).
Storolow & Atwood (2004), representantes del psicoanálisis intersubjetivo, han
planteado que el trauma en el desarrollo temprano se origina dentro de un contexto
intersubjetivo y se caracteriza por una falta de sintonía afectiva de parte de las figuras
de vínculo. De este modo, la naturaleza del trauma se asienta en la experiencia de un
afecto intolerable, en el cual no existe un otro que brinde una respuesta empática que le
ayude a lidiar con este, lo que trae como consecuencia que la integridad del self sea
sobrepasada y la experiencia de “ser uno mismo” comience a fragmentarse y
despersonalizarse. Para los autores, lo traumático se instaura cuando no se da por
parte del entorno (cuidador), la respuesta empática que el niño necesita para ser capaz
de tolerar, contener, modular y aliviar este impacto, no siendo la intensidad del trauma
lo fundamental. De esta forma, el afecto intolerable que experimenta el niño por la falta
de sintonía, se instala como un principio organizador de su experiencia, pudiendo
emerger frente a nuevas y futuras experiencias. Como consecuencia de ello, el niño no
desarrollaría la capacidad de regulación de sus estados afectivos. “Los principios
organizadores inconscientes son estructuras temáticas constituidas intersubjetivamente
que dan cuenta de los patrones recurrentes de la propia vida psicológica” (Storolow,
2010. p.280). De acuerdo con ello, los efectos a largo plazo de los traumas del
desarrollo se deben al establecimiento permanente de estos principios invariantes que
operan, por lo general, de manera inconsciente, y dejan a la persona traumatizada
sensible a experiencias posteriores que puedan interpretarse como una repetición real o
inmediata del trauma original, lo que lleva a la movilización de defensas frente a dicho
trauma.
23
En relación con lo anterior, Brandchaft (2007) ha desarrollado el concepto de “Sistemas
de acomodación patológicos” para referirse a las respuestas desplegadas por el infante
ante la amenaza de la pérdida del vínculo con el progenitor necesitado, y desarrolladas
para protegerse contra el dolor insoportable y la ansiedad existencial. De este modo se
protege contra el terror insoportable de la pérdida de objeto temprana y la disolución de
la individualidad cada vez que se podría producir un cambio fundamental. El autor
plantea que la acomodación patológica se observa en patologías como en las
personalidades como-si, la identificación con el agresor y especialmente en las
estructuras de falso y verdadero self referidas por Winnicott (1960).
Por su parte, Storolow et al. (2004) han ampliado el concepto y a planteado que la
acomodación patológica sería el resultado de aquellas interacciones en las que el niño
siente amenazado este vínculo, a partir de las respuestas del progenitor hacia sus
pensamientos, sentimientos y/o conductas.
Según este autor, serían una clase especial de principios organizadores inconscientes y
prerreflexivos. Estos principios organizativos, derivados de la acomodación
inconsciente, se activarían para preservar el vínculo con los cuidadores de los que
depende el niño para su supervivencia.
En síntesis, la vivencia del niño de no contar con un contexto intersubjetivo empático y
afectuoso que brinde la experiencia de regulación e integración, conduce a que ese
niño disocie el afecto doloroso de la experiencia traumática y, a largo plazo, lleve a
estados de replegamiento con el fin de evitar el sufrimiento en vínculos posteriores
(Stolorow, et al., 2004). Por tanto, la fuente de los estados traumáticos reside en la falla
del adulto en sintonizar con las necesidades afectivas del niño y por la consecuente
ausencia de respuestas adecuadas que le ayuden a tolerar los afectos dolorosos e
insoportables.
En relación con lo anterior, Gómez (2013) desarrolló la idea del trauma relacional
temprano relacionado con la ausencia de disponibilidad emocional de los progenitores
y planteó: “en el trauma relacional temprano es específicamente el medio parental el
que está imposibilitado de responder adecuadamente a las angustias, ansiedades y
necesidades del niño” (Gómez, 2013, p.265).
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Para Orange (2014), el trauma es la experiencia, como el acontecimiento. Una vez
ocurrido un evento terrible, nada vuelve a ser como antes debido a que el mundo queda
trastocado. Incluso una vez reorganizado en torno a la devastación, siempre está la
incertidumbre de que algo terrible puede volver a suceder.
La respuesta del entorno respecto del evento es decisiva para el desarrollo del infante.
La ausencia de respuesta por parte de los cuidadores produce una devastación
psicológica que conduce a la fragmentación, la escisión de la psique e incluso lo que
Ferenzci llama “una muerte parcial psíquica” (Orange, 2014).
La autora, al abordar el tema del trauma, le da un lugar relevante a la función de “testigo
emocionalmente disponible” como otro modo de respuesta al evento traumático, y
señala que la calidad de testigo alude a la presencia de una persona que responde al
niño y que reconoce el horror de manera que pueda ser experimentado
conscientemente por este (Orange, 1995).
Desde la corriente del psicoanálisis relacional, Bromberg (2011), al abordar el trauma, lo
equipara con un “tsunami” y lo describe como una experiencia subjetiva ante la
inundación del afecto no regulable que domina la mente, amenazando la estabilidad del
sentido de sí mismo, y a veces la cordura. De este modo, el afecto evocado por el
trauma desorganiza al sujeto y amenaza la capacidad de la mente de procesar
cognitivamente las experiencias. Para el autor, el trauma conduce al uso de la
disociación como defensa frente a la inundación caótica de la experiencia traumática;
esto es, para evitar que la devastación del tsunami se repita. La disociación por tanto
actúa con el fin de controlar que se gatillen esquemas emocionales no procesados
producto del trauma, así para evitar el comienzo de un hiper –arousal afectivo que
podría llegar a desestabilizar el funcionamiento.
Bromberg (2011) da importancia crucial al papel de la disociación, diferenciando la
disociación normal de la disociación traumática o patológica. Al referirse a la disociación
normal, dice que en el funcionamiento mental normal el sujeto tiene la capacidad de
acceder a distintos estados del self separados que pueden interactuar entre sí, a pesar
de lo contradictorios o contrastantes que pueden ser de la realidad personal. Gracias a
ello es que dichos estados del self, opuestos entre sí, pueden coexistir en la
consciencia del sujeto como conflicto intrapsíquico que tiene posibilidades de
25
elaboración. Bromberg (2006) explica esta capacidad como la posibilidad de generar
puentes entre múltiples estados discontinuos del self. El autor se refiere a esta
disociación sana como “estructura normal disociativa de la mente” y la define “como un
conjunto de esquemas separados más o menos superpuestos que juntos definen quién
es uno. Cada esquema se organiza en torno a una configuración self-otro específica
que tiene un tono afectivo característico” (Bromberg, 2006, p. 3).
Dicha respuesta al trauma genera una alteración en el individuo en la mirada de sus
experiencias del pasado, así como del futuro, y perturba la posibilidad de desarrollar
una secuencia lineal de la experiencia del tiempo. En ese sentido, la disociación
funciona como una protección que organiza los estados del self. Evolutivamente
asegura la supervivencia de la continuidad del self pero con el costo de afectar la
función reflexiva. Es decir, imposibilita la representación cognitiva de lo que no es
tolerable para la mente (Bromberg, 2011). De este modo, la disociación es una función
adaptativa sana de la mente, es un proceso básico de acuerdo con Bromberg (2006),
en el funcionamiento mental y es central para la estabilidad y desarrollo de la
personalidad.
La disociación traumática o patológica, en tanto, es aquella que tiene la función de
proteger la continuidad del self una vez ocurrido el trauma (Bromberg,2006). En la
disociación patológica la persona renuncia a la coherencia entre estados del sí mismo y
niega el acceso simultáneo a la consciencia de la experiencia que no es coherente con
el estado del self que organiza la identidad nuclear en un período determinado.
Producto de ello, aspectos discordantes de la mente como afectos, deseos, creencias,
etc., no quedan disponibles de manera inmediata para la auto-observación, de tal modo
que el sujeto vive su experiencia subjetiva inmediata como verdad. En estas
circunstancias, los estados del self pueden pasar a ser inhóspitos y confrontacionales,
separados como “islas de verdad”, cada uno funcionando aisladamente como una
versión de la realidad y excluyendo a otros estados del self que discrepan de su verdad
de ese momento, transformándolos en “no yo” (Bromberg, 2006).
Bromberg (2011) diferencia entre trauma del desarrollo y trauma masivo. El trauma del
desarrollo, o evolutivo, sería aquel que es producto del no reconocimiento de las figuras
de cuidado del niño en los primeros años de vida de este. Según el autor, este es un
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trauma que se da en el ámbito relacional básico a través del cual se configura la
personalidad humana, y por lo tanto es un trauma inevitable para todos los individuos,
habiendo diferencias en cuanto al menor o mayor grado de este. Por su parte, el trauma
masivo hace alusión a aquellas situaciones como un abuso mental, físico y sexual, o
con el horror abrupto, inesperado e innombrable que invade de manera absoluta la
mente y el cuerpo.
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se ve afectada, se perjudica la capacidad para la intersubjetividad y sería esta
capacidad de mentalizar la que se ve comprometida en presencia del trauma.
Para el autor, esta capacidad de mentalización, permite la reflexión sobre las
incongruencias entre la experiencia personal y el modo como se existe en la mente de
otro, sin recurrir a la necesidad de desconectar las visiones contradictorias de sí mismo
en islas de verdad. La mentalización por tanto, está sujeta al hecho de si el sujeto es
capaz de tener la vivencia que otro tiene en su mente.
Autores como Fonagy &Target (2013) han definido la mentalización “como una forma de
actividad mental imaginativa mayormente preconsciente, concretamente, de
interpretación de las acciones de las personas en términos de estados mentales
“intencionales”” (p. 3). Dicha capacidad está en el ámbito de lo imaginativo, en tanto es
necesario imaginar qué es lo que otro puede estar pensando o sintiendo de uno mismo;
es decir, poder concebirse a uno mismo como a los otros como contando con una
mente, para lo cual se necesita un “sistema representacional simbólico” para los
estados mentales. Este mismo sistema representacional nos permite comprender
nuestra propia experiencia mental respecto de aspectos con carga emocional o
reacciones irracionales.
En etapas tempranas del desarrollo normal esta capacidad se genera en el dominio de
la interacción interpersonal que en un principio no está generalizada a otros, pero
finalmente se logra la generalización y la integración.
Fonagy (1999), en su trabajo sobre apegos patológicos, plantea el tema del impacto del
maltrato sobre la capacidad reflexiva y el sentido del self del infante. Para él, la función
reflexiva y su contexto de apego son la base de la organización del self. En su estudio
sobre infantes maltratados de 5 a 8 años de edad, observó la presencia de déficit en la
capacidad de mentalización, especialmente en niños que habían sufrido abusos
sexuales y/o abusos sexuales y físicos, y concluyó que este tipo de traumatización
puede llevar al retiro del mundo mental, en la medida en que socava la función reflexiva.
De este modo, dichas experiencias generan lo que el autor llama un “fraccionamiento”
o escisión de la capacidad reflexiva a lo largo de tareas y dominios.
Así, la falla en la capacidad de mentalizar conduce inevitablemente al uso de la
disociación para proteger la continuidad del self. Siguiendo esta idea, el objetivo de la
28
disociación es reestablecer la personalidad y la sanidad desvinculando los estados del
self discrepantes y permitiendo su acceso solo como experiencias mentales
discontinuas y no relacionadas cognitivamente. Se renuncia a la coherencia entre
estados del self para proteger la continuidad del self, siendo una defensa que brinda
protección pero a un alto precio tras el esfuerzo del cerebro para evitar el regreso de la
desregulación afectiva asociada al trauma no resuelto (Fonagy, 1999).
Benjamin (1996), representante de la teoría relacional, dedica un lugar central al
fenómeno del interjuego que se da en el encuentro de dos mentes subjetivas. Según lo
anterior, el sujeto crece en las relaciones con otros y también a través de ellas. En esta
relación cada uno de los participantes es un sujeto con derecho propio, por lo cual se
trata de un sujeto que se encuentra con otro sujeto y que necesita al mismo tiempo del
reconocimiento del otro, para la afirmación de su sí mismo.
La intersubjetividad implica una relación donde existe un reconocimiento mutuo; esto
es, una relación en la que cada uno vivencia al otro como un sujeto distinto pero
semejante (Benjamin, 2004). La dimensión intersubjetiva se relaciona con el
reconocimiento del otro no como objeto, sino como sujeto del deseo, como algo
separado y equivalente, con un centro personal. “El otro debe ser reconocido como otro
sujeto para que el sí mismo experimente plenamente su subjetividad en presencia de
ese otro” (Benjamin, 1997, p. 62).
La autora plantea que “La necesidad de reconocimiento entraña una paradoja
fundamental: en el momento mismo de realizar nuestra propia voluntad independiente,
dependemos de otro que la reconozca”. “En el momento en que comprendemos que
mentes separadas pueden compartir sentimientos similares, comenzamos a aprender
que esas mentes también pueden disentir” (Benjamin, 1997, p.68).
Benjamin (1996), en su libro “Lazos de amor”, desarrolla la idea de la paradoja, con la
cual se refiere a una tensión constante entre reconocer al otro y afirmar el sí mismo; es
decir, afirmación y reconocimiento configurando un delicado equilibrio. La paradoja
consiste en que el sí mismo, en el momento en que trata de establecerse como una
entidad absoluta e independiente, tiene que reconocer al otro como semejante a él,
para ser reconocido por ese otro.
29
Mantener la tensión constante entre afirmar el sí mismo y reconocer al otro, da paso a
la resolución ideal del reconocimiento, esto es el logro de la mutualidad. Por el
contrario, la ruptura de esta tensión supone caer en roles complementarios entre
dominante y dominado, roles que pueden intercambiarse, pero sin modificar la relación
de poder (Benjamin, 1996). Por tanto, en el trauma se produce una falta del
reconocimiento del otro desvirtuándose de este modo la relación y caracterizándose
más bien por el sometimiento, falta de espontaneidad y de creatividad (Benjamin, 1996).
30
denegación del afecto en relación con el trauma y la identificación de la víctima con el
agresor, modalidades defensivas más frecuentemente usadas por los padres
maltratadores que no son capaces de detener la necesidad de infligir su propio dolor y
los abusos sufridos en su infancia sobre su propio hijo.
En esta misma línea, Lieberman, Padrón, Van Horn & Harris (2005), desarrollaron la
metáfora “ángeles en la guardería” para describir aquellas experiencias de cuidado
recibidas en la infancia, que se caracterizaron por una relación de afecto compartido
entre padres e hijo, en las cuales este último se sintió comprendido, aceptado y amado,
lo que le proveyó, de ese modo, un sentido de seguridad y autoafirmación al cual
recurrir cuando él se convierta en padre o madre, y de este modo se interrumpía la
transmisión transgeneracional de una crianza traumática.
Los ángeles surgirían de recuerdos de la infancia como mensajes cargados de bondad
intrínseca y del amor incondicional. Los padres, sin ser conscientes, recrean escenas
de su propio pasado con sus padres, trayendo a los ángeles de su infancia a la crianza
de sus propios hijos. Así, el mensaje de los ángeles en la crianza es transmitido a la
siguiente generación en forma de influencias positivas que cuidan el curso del
desarrollo del niño.
Así como Fraiberg et al. (1975) planteó que, en el caso de los “fantasmas”, una
modalidad defensiva a la que recurren los padres en la crianza es "la identificación con
el agresor”; en el caso de los “ángeles”, estaría presente la “identificación con el
protector”, al estar internalizadas las cualidades del cuidador que evocan sentimientos
de ser amado y valorado, lo cual sería fundamental para romper el ciclo de maltrato del
niño (Lieberman et al., 2005).
La experiencia clínica de los autores indicaría que la recuperación y la integración en la
conciencia de las experiencias tempranas de seguridad, intimidad y otras experiencias
placenteras, promoverían una apreciación más matizada de las relaciones tempranas
con los cuidadores primarios y fomentarían así un mayor sentido de autoestima y el
desarrollo de una paternidad con características opuestas a la crianza recibida de parte
de los propios padres (Lieberman et al. , 2005).
Por último, en relación con la psicoterapia, plantean que el descubrimiento de los
ángeles como fuerzas promotoras del crecimiento en las vidas de los padres
31
traumatizados es tan importante para el trabajo terapéutico como el trabajo de controlar
y expulsar a los fantasmas.
Kaës, R.; Faimberg, H.; Enriquez, M. & Baranes, J.-J (1993) plantean que “Lo que se
transmite entre sujetos no es lo mismo que lo que se transmite “a través” de ellos””:
entre los sujetos existe el obstáculo del objeto y la experiencia de la separación.” (Kaes
et al., 1993, p.35). Para él, la transmisión intersubjetiva, se da en el grupo primario, en
la familia que, como tal, precede al sujeto particular. De este modo, lo transmitido de
una generación a otra tendrá repercusiones tanto en el ámbito intrapsíquico como en el
intersubjetivo. En esta modalidad de transmisión se transmite lo simbolizado-
verbalizado en el discurso familiar explícito. En el caso de la transmisión transpsíquica,
el autor plantea que esta supone la anulación de los espacios intersubjetivos. Según
ello, expone que a través de lo transpsíquico se transmite lo no representado, lo no
simbolizado, como las angustias primitivas y terrores sin nombre (Kaës, 1986).
Por su parte, Díaz (1994) plantea que “la transmisión generacional del trauma se
expresa en la exigencia de cumplir exitosamente una serie de mandatos familiares,
muchas veces contradictorios entre sí, y que se originan tanto en el contexto
sociopolítico que mantiene su carácter traumático como en las dinámicas familiares que
han incorporado el trauma” (p.284, 285).
Refiere además, que “la autonomía y diferenciación de los/as hijos/as constituye
deslealtad hacia la familia y una amenaza de reedición de las vivencias de pérdidas de
sus padres “. “Los hijos deben sabotear el propio desarrollo para mitigar la angustia de
separación y las culpas, manteniéndose de esta forma el vínculo simbiótico” (Díaz,
1994, p. 215).
Tisseron (1997), en sus planteamientos sobre la transmisión transgeneracional, no
recurre al término “transmisión”. Más bien utiliza el término “influencia”, con lo cual
alude a una acción, sea voluntaria o no, que una persona ejerce sobre otra.
De acuerdo a este autor, la vida psíquica desde el nacimiento se funda en la interacción
con la vida psíquicas de sus figuras cercanas, de modo que es marcada por la vida
psíquica de sus padres, así como por la de sus ascendientes a través de éstos. Dichas
dinámicas psíquicas son inconscientes y son producto del doble flujo de las impresiones
32
de los padres sobre los hijos y de las expresiones de los hijos hacia los padres
(Tisseron, 1997).
Abraham & Torök (1978, 2005) proponen una teoría sobre la transmisión
transgeneracional, planteando que lo no dicho, lo no rememorado y lo no expresado
emocionalmente se conserva en secreto, el cual se gesta a partir de la vergüenza del
antepasado, quien vivió la experiencia como vergonzosa y en secreto.
Al referirse al concepto de “Cripta y fantasma”, plantean que se trataría de una especie
deenvolvimiento en el inconsciente del sujeto de formaciones inconscientes de otro, que
molestan como un fantasma a través de un mandato de un antepasado. Esto es como
“la instalación de un lugar cerrado en el seno del yo” (Abraham et al., 2005, p.265), un
espacio intrapsíquico que contiene lo traumático, lo cual se constituye en un secreto
inrevelable que habita esta cripta y que es transmisible a otra generación.
Según estos autores, los padres que han tenido experiencias traumáticas que no han
podido elaborar, o no han sido “introyectadas”, transmiten a sus hijos un laguna en el
inconsciente, un indecible no representable verbalmente, que se transmite a la
generación siguiente como fantasma y que, pese a que sus contenidos se ignoran, su
sola existencia puede generar alteraciones psíquicas (Abraham et al, 2005).
De este modo, ellos describen el curso del secreto a través de las generaciones
explicando que, en la primera generación, un evento traumático que el sujeto por
vergüenza no puede contar, se convierte en “indecible” y es guardado en una “cripta”.
En una segunda generación el secreto se vuelve “innombrable”, sin posibilidad de
simbolización, y se presenta a través de manifestaciones clínicas y ya en la tercera
generación el secreto pasa a ser “impensable”; es decir, inaccesible mentalmente
(Abraham et al, 2005).
33
identificación, es una identificación alienante o clivada del yo, en la medida en que su
causa se encuentra parcialmente en la historia del otro” (Faimberg, 2006, p.32). Es
decir, estas identificaciones serían alientantes en tanto dependen en parte de una
generación que no es la del sujeto. Al respecto, la autora hace mención a que este tipo
de proceso de identificación condensa una historia que no pertenece al sujeto, sino a
otras generaciones.
La maternidad se puede conceptualizar como una crisis vital y evolutiva, al ser tanto
reactivadora de conflictos del pasado como potenciadora de problemas en el presente,
y además, se extiende sobre las relaciones vinculares con los otros (Cabezas, 2011).
El proceso de convertirse en madre conlleva una serie de transformaciones psicológicas
y físicas. En términos psicológicos es el nacimiento de una nueva identidad que prepara
a la mujer para brindar los cuidados esenciales a un ser humano indefenso e
inmaduro.Se produce, además, una serie de fenómenos de interés para este estudio
como son los acontecimientos observables en su mundo representacional.
Stern (1997) plantea que en el curso de la formación de una nueva psique la madre
sufre una serie de transformaciones. Entre ellas, la toma de la responsabilidad de
garantizar la supervivencia y desarrollo del bebé; una especial atención respecto de los
vínculos afectivos y de apego; una nueva sensibilidad hacia el mundo que la rodea; un
cambio de la percepción temporal, pues emerge el uso de dos calendarios, el de todo el
mundo y uno personal en función de la edad del hijo y sus etapas del desarrollo; llevará
a cabo un repertorio de conductas que hasta ahora le eran desconocidas y, por último,
la necesidad deconciliar su rol materno con la vida profesional, el uso del tiempo y las
soluciones para dar respuesta a las exigencias nuevas.
34
Del mismo modo, para Slade, Cohen, Sadler &Miller (2009), el embarazo se acompaña
de grandes cambios físicos, hormonales, neuroquímicos y neurobiológicos en el cuerpo
y el cerebro; y en paralelo, a nivel psíquico se lleva a cabo la renegociación de la
identidad y la activación de representaciones internas del yo y el otro, de unión y de
cuidado, que son parte integrante de la maternidad.
En esta reestructuración de la psiquis, la mujer debe librar una lucha con las emociones
contradictorias propias de la pérdida de su estatus de hija por una parte, y del logro de
la condición de madre, por otra. Para ello debe reorganizar su mundo representacional
y en este camino se contactará con conflictos y ambivalencias asociadas a la relación
con su propia madre. A este estado en que entra la madre, Stern (1997) lo denomina
"constelación maternal” para referirse a una organización psíquica adaptada para
enfrentar la realidad de cuidar a un bebé. Esta nueva organización psíquica, única e
independiente, pasa a ser el eje articulador principal de la vida psíquica de la madre.
Relacionado con lo anterior, Pines (1972), ha planteado que la calidad de las
representaciones maternas depende de la capacidad de la madre para integrar y
elaborar las experiencias psicobiológicas del embarazo, las cuales están en conexión
con la calidad de las relaciones objetales internalizadas, con la posibilidad de tolerar
regresiones en el curso del embarazo, con el nivel de ambivalencia frente a los
conflictos no resueltos, y por último, con el apoyo de parte del compañero y de la
familia.
El importante valor de las representaciones maternas no solo se debe a que dan cuenta
de cómo la madre afronta su maternidad a través de imágenes, temores, esperanzas y
deseos sobre su propio hijo, etc., sino también a que pueden predecir las futuras
interacciones con el bebé tras el nacimiento e influir, de este modo, en su posterior
desarrollo. Así, las representaciones se constituirían en un predictor del vínculo.
35
Las representaciones del self y del objeto se van formando en la cotidianeidad a partir
de las experiencias, recuerdos y fantasías asociados a un afecto particular, ya sea
estando el individuo en soledad o en interacción con otros. De acuerdo con ello, las
interacciones madre-bebé serían el sustento de las primeras formulaciones de las
representaciones del self y del objeto (Olhaberry et al., 2008).
El origen del mundo representacional del ser humano desde su nacimiento, ha sido
estudiado por distintos teóricos y han surgido discrepancias entre ellos dignas de
mencionarse. Desde el psicoanálisis freudiano se ha planteado que la realidad psíquica
del niño se constituye y origina principalmente de fantasías innatas o primarias que,
como tales, son previas a cualquier experiencia en el mundo exterior. En
contraposición, para Stern (1997)cualquier modelo mental del bebé es secundario a la
experiencia interactiva real o imaginada con la madre.
La perspectiva de Stern (1997) pone el acento en la intersubjetividad al desarrollar el
“modelo de-estar-con”, como el hecho primario en el cual la relación se hace
constitutiva del niño con su entorno y, fundamentalmente, con su madre. Para él,
muchas de las fantasías, positivas y negativas, esperanzas y temores se desarrollan a
partir de este modelo que surge de la relación madre-hijo.
El concepto de representación para Stern (1983) hace alusión a la interiorización que se
hace de las personas con las que se interactúa, reuniendo la experiencia motora,
sensorial y emocional, estando este último componente siempre presente.
En una relación cada participante percibe e interpreta esa interacción a través de
prismas personales, los cuales están determinados por fantasías, recuerdos, tradiciones
y mitos familiares, experiencias e interpretaciones personales y muchos otros factores.
Todos estos aspectos vienen a constituir la representación de la interacción (Stern,
1997), la cual se construyen a partir de la experiencia interactiva con otra persona, más
precisamente, como lo plantea, de la “experiencia subjetiva de estar con otra persona”
(Stern, 1997, p. 28). Cabe señalar que cuando se refiere a estas experiencias
interactivas, apunta que estas pueden ser reales o fantaseadas y que, indistintamente,
siempre habrá a la base una interacción. En este sentido el bebé no tendría fantasías
primarias. Estas más bien serían secundarias a las experiencias interactivas reales o
imaganidas.
36
El autor diferencia entre: “un “modelo de-estar-con”, basado en la experiencia
interactiva de estar con una persona en concreto de una forma determinada; y una
“representación de-estar-con”; esto es, “una red de muchos modelos específicos de-
estar-con unidos por un rasgo común” (Stern, 1997, p. 31).
En su origen, las representaciones se construirían a partir de lo que le ocurre a la
persona en relación con los otros, por lo que no se conformarían a través de los
procesos de internalización e introyección. Lo que se representa es la experiencia de
participar en interacciones con otros y, por tanto, las representaciones debiesen
conformarse de todo lo que transcurre y se registra en la experiencia interactiva. En esa
medida lo representado se va a constituir de sensaciones, percepciones, afectos,
acciones, pensamientos, motivaciones, elementos de contexto, etc.
Para Stern (1997), el punto de partida de las representaciones es el "momento
emergente" que registra el significado de la experiencia vivida. Las representaciones
serán construidas por el niño a partir de repeticiones de eventos interactivos con carga
emocional. El "momento emergente" identifica la interacción. Vale decir, “...una parte de
experiencia subjetiva construida por la mente a medida que es vivida” (p.121).
Beebe & Lachmann (1998), al desarrollar el tema de las representaciones, parten de la
idea de que las representaciones emergentes del self y del objeto se desarrollan gracias
a las estructuras de interacción temprana. Estas estructuras serían patrones
característicos de regulación mutua entre la madre y el bebé. Durante el primer año de
vida el bebé sería capaz de representar las estructuras de interacción temprana en una
forma presimbólica y proveer así la base para las formas simbólicas de las
representaciones del self y del objeto. De este modo, el proceso dinámico de ajustes
recíprocos entre madre e hijo constituye la materia con que se conforman estas
primeras representaciones interactivas. Lo que se representa, por tanto, es un
fenómeno diádico emergente o, dicho de otra manera, las estructuras de interacción.
Los autores han desarrollado su trabajo a partir de investigaciones sobre la interacción
madre-niño en el primer año de vida, y han concluido que los aportes de estas son
fundamentales en la conceptualización del desarrollo de la autorregulación y las
representaciones del objeto, como también en la organización emergente de la
experiencia infantil (Beebe, et al. 1998).
37
Los primeros modelos internos de uno mismo, el objeto y su relación, evolucionan a
partir de los patrones de interacción que experimenta el bebé. En estos, la influencia
mutua madre-bebé tiene un papel central en el desarrollo de los precursores de la
estructura psíquica. Las estructuras de interacción son patrones característicos de las
regulación mutua en la que ambos, bebé y cuidador, se influyen entre sí. En este
proceso el niño llega a reconocer, recordar y esperar que estas estructuras de
interacción se repitan en futuros encuentros (Beebeet al., 1998).
Los autores se basan en dos aspectos para inferir la relevancia de las interacciones
tempranas en el desarrollo de las representaciones del self y del objeto. Por una parte,
aluden al hecho de que la diversidad en las interacciones sociales durante, los primeros
seis meses de vida del niño, predicen aspectos del desarrollo social
y cognitivo posterior. Un segundo aspecto tiene relación con la naturaleza del proceso
de representación, sugiriendo que, previo a la aparición de formas simbólicas de las
representaciones, existe un mundo representacional que está siendo organizado. O
sea, el bebé organiza un "mundo representativo" en la primera mitad del primer año,
antes de la aparición de la capacidad simbólica. En esa medida, el bebé, antes de
desarrollar la capacidad simbolización, es capaz de representar y de esperar que se
desplieguen las estructuras de interacción ya conocidas por él. Posteriormente, hacia el
final del primer año de vida, las representaciones de estructuras de interacción que se
esperan se abstraen en prototipos generalizados. Estos prototipos generalizados se
convierten en la base para las posteriores formas simbólicas de las representaciones de
sí mismo y del objeto.
De acuerdo con las investigaciones de Beebe & Lachmann (1998)sobre las
interacciones sociales, el bebé representaría: un patrón temporal del comportamiento
de ambos miembros de la díada como frecuencia, ritmo y orden de la secuencia; la
presencia o ausencia de contingencias interpersonales e influencias mutuas; el patrón
de los movimientos de ambos en el espacio y el patrón afectivo facial. Es decir,
representará las características de "orden superior" como son la organización temporal,
espacial y afectiva, y las características "de orden inferior", como quién es el otro, la
situación y el contexto (Beebe, et al., 1998).
38
Los autores, por tanto, desarrollan este modelo de proceso interactivo de
representaciones tempranas cuyo eje central es el hecho de que en el ámbito social, la
experiencia de uno mismo y el objeto se estructuran de forma simultánea.
Fonagy (1999) hace su desarrollo considerando los tipos de vínculos y cómo estos se
transmiten a través del vínculo temprano a la siguiente generación. En ese sentido
considera fundamental el papel del sistema regulador diádico, que se da en un contexto
en el cual el cuidador/a tiene la capacidad de entender y responder tanto a las señales
del niño como a los cambios en sus estados, momento a momento, y permitir de así
que este pueda alcanzar la regulación de sus propios estados. Dicho de otra manera, si
el niño cuenta con una relación segura con sus padres, favorece la emergencia de un
sentimiento autónomo del self.
En cuanto al planteamiento de la estabilidad del apego, el autor le asigna un papel
central a la función reflexiva, que define como la capacidad de captar las
representaciones propias como las de otros, o bien, la capacidad de tener en cuenta
que tanto el yo como el yo de los otros tiene intenciones, deseos y expectativas
(Fonagy, 1999).
A través de estudios longitudinales de niños que han sido evaluados con el
procedimiento de la "Situación extraña" y, posteriormente, con un seguimiento hasta la
adolescencia o temprana adultez a través de la aplicación de la Entrevista de apego
adulto (AAI) (George, Kaplan y Main, 1985), se ha concluido que madres y padres que
obtuvieron altas puntuaciones en la capacidad reflexiva tenían tres o cuatro veces más
probabilidad de que sus hijos tuviesen un apego seguro, en comparación con aquellos
padres cuya capacidad reflexiva era disminuida. De los resultados del estudio el autor
concluye que los padres capaces de observar la mente de los niños favorecen la
comprensión que los niños tienen de las mentes de otros a través de la mediación del
apego seguro. Por tanto, padres reflexivos aumentan la probabilidad de que el niño
tenga un apego seguro, y este a su vez facilita el desarrollo de la capacidad de
mentalización.
Fonagy (1999) refiere, por tanto, que la capacidad reflexiva del niño es favorecida por el
apego seguro y, como tal, se da en un contexto intersubjetivo en el cual el infante logra
39
conocer la mente de la madre o el padre, según cómo estos intentan comprender y
contener el estado mental del niño. Los padres, en consecuencia, transmitirían al niño
esta función reflexiva.
40
Otros autores como Faba Visillo, Antonioni, Coci & Inverniza (2006) han planteado que
a partir del último mes de embarazo, la madre primeriza comienza a gestar un espacio
psíquico para el bebé, proceso en el cual las representaciones de sus hijos/as cambian.
Tras el nacimiento, en la medida en que la madre cuenta con características
objetivables propias del “bebé real”, modificaría las representaciones de su bebé que
ahora le son diferenciables del “bebé imaginario” construido durante el embarazo. De
este modo, en la relación diádica madre-bebé ambas representaciones estarán
presentes, se influirán y modificarán mutuamente.
Lebovici (1973), por su parte, hace referencia al “hijo imaginario” que es fruto de la
planificación del embarazo en algunos casos, rodeado de un gran valor narcisístico,
producto de los ensueños y fantasías preconscientes. Por ejemplo, la preferencia de un
sexo sobre el otro, la elección de un nombre. Este registro introduce al bebé en los
mandatos transgeneracionales, que cumplen un rol relevante en los procesos de
parentalización. El “hijo fantasmático”, “es producto de los antiguos deseos de
maternidad que surgen desde la infancia y los cuales son uno de los aspectos de la
identificación con la madre que se producen en ambos sexos, pero que persisten en la
niña” (Lebovici, 1995, p.114). Se relaciona con el complejo de Edipo y las distintas
representaciones que el bebé concentra en relación con culpas y deseos incestuosos.
El “hijo mítico” es el bebé cargado de todas las referencias culturales a través de los
cuidados aportados al bebé.
De acuerdo con Slade, Cohen, Sadler & Miller (2009), la mujer trae al embarazo una
vida interna particular y única, que la conduce a organizar su mundo emocional y su
sentido de sí misma y de los demás. Su vida interna ha adquirido forma a partir de los
vínculos en su infancia, así como de experiencias de trauma y pérdida previas. De la
misma manera, el embarazo se da dentro de una red de relaciones con el padre de su
bebé, su familia, su comunidad y su cultura, y dentro de la matriz profunda de su edad y
condición socioeconómica.
Para Stern (1997), quien ha desarrollado ampliamente el tema de las representaciones
materna, estas comienzan a ser construidas desde el embarazo hasta el primer año de
vida del bebé y dependerán de las características de personalidad de la madre, de su
historia de vida y, en particular, de sus experiencias vitales. Por tanto, la construcción
41
de las representaciones maternas está influida por modelos maternales, por su historia
vincular real y/o imaginada con sus figuras de afecto significativas y, como tales, estas
les servirán de preparación para la propia maternidad (Stern, 1997).
Para el autor, las representaciones maternas contienen las fantasías, imágenes,
esperanzas, temores, sueños y recuerdos de la propia infancia, el propio modelo
parental y las profecías sobre el futuro del niño (Stern, 1997). Su modelo plantea que
las conductas y representaciones no se gatillan solo a partir de la conflictiva
intrapsíquica de la madre, sino también de manera mutua entre madre y bebe, a nivel
consciente e inconsciente e interrelacionándose en el contexto presente de la
interacción.
Las investigaciones sobre representaciones maternas han demostrado que estas
evolucionan a través del embarazo hasta el año de vida del niño. Tras el nacimiento, la
madre modifica las representaciones de su bebé y diferencia al “bebé imaginario”,
construido durante el embarazo, del “bebé real”, al considerarlo objetivable una vez
nacido. Ambas representaciones se influirán y modificarán mutuamente desde la
relación diádica madre-bebé (Stern, 1997).
Según el autor, existirían estudios que plantean que entre el cuarto y séptimo mes de
embarazo se daría un importante crecimiento en riqueza, cantidad y especificidad de las
representaciones sobre el bebé (Stern, 1997). Luego, entre el séptimo y noveno mes,
se produce un decrecimiento gradual de las representaciones, las que pasan a ser más
inespecíficas y con menor riqueza a medida que la madre requiere protegerse a sí
misma y al bebé de la discrepancia entre el bebé representado y él bebe real. Brazelton
(citado en Stern, 1997), refiere que en estos últimos meses la madre renuncia a
aquellas representaciones más positivas para no desilusionarse, a la vez que entierra
aquellas representaciones negativas asociadas a temores de muerte o deformación.
Stern (1997) propone un esquema relacionado con las representaciones maternas. En
este modelo diferencia una serie de representaciones maternas en relación con: el bebé
propiamente tal; ella misma; la pareja; su propia madre; su propio padre; sus figuras
parentales sustitutorias; el parto.
42
4.2.1 Sobre el bebé (feto)
Stern (1997) plantea que las representaciones sobre el futuro bebé tienen un origen
temprano, muy anterior a la concepción; esto es, en el juego con muñecas, en el cual la
niña recrea sus fantasías en torno al ser madre, así como en las fantasías de la madre
cuando era niña y adolescente; posteriormente, en el deseo de tener un bebé con su
pareja, en el cual se recrean fantasías idealizadas sobre cómo será un hijo de ambos;
luego, a lo largo del embarazo en la medida en que el feto crece y se desarrolla en el
útero materno, para culminar tras el primer año de vida del niño/a. En paralelo al
proceso biológico del embarazo, el bebé representado se va desarrollando en la mente
de la madre como sujeto separado con una imagen física particular, sexo, rasgos, nivel
de actividad, así como la predicción de lo que será el bebé en las diferentes etapas del
desarrollo. Junto a ello en cuanto a cómo será su personalidad y carácter a juzgar por
su temperamento (Stern, 1997). De este modo, la mujer embarazada atribuiría
características mentales y psíquicas al bebé a partir de la activación de modelos de
estar–con–un bebé propios, los cuales tendrían su base en experiencias interactivas
reales o imaginadas previamente.
Slade, Cohen, Sadler & Miller (2009, p. 26),postulan que en el embarazo temprano las
representaciones de la futura madre son bastante difusas y posteriormente, antes del
segundo trimestre, se vuelven cada vez más específicas. Las madres pueden hacer
descripciones del feto como "ocupado", "exigente", "intencional", "no deja de
molestarme", "me enferma todo el tiempo", y "me hace sentir bien acerca de la vida."
Junto con ello, representaciones de sí misma como futura madre como: "voy a ser una
buena madre" ... "una madre controladora" ... "no voy a ser madre de tiempo completo
porque me gusta mi trabajo. Dichas representaciones son creaciones basadas
principalmente en las proyecciones de la madre, sueños, temores, atribuciones y
fantasías inconscientes. Ya para el tercer trimestre, las diferencias entre las mujeres en
su capacidad de imaginar el bebé y para imaginarse a sí mismas como madres pueden
ser muy sorprendentes en tanto son sólidas y estables. Tales representaciones dirán
mucho sobre el éxito de la adaptación de la mujer a las tareas del embarazo.
Raphael-Leff (1995) señala que durante la gestación la madre sufre una
desestabilización psíquica, período en el cual la mujer vive profundos cambios a nivel
43
no solo del cuerpo sino tambén en el ámbito de las relaciones íntimas, familiares y
sociales, así como en la redefinición de su identidad. La autora relaciona la zona
intermedia de Winnicott y el lugar donde se ubica el feto durante el embarazo. Según la
autora, el bebé pertenece a esa zona intermedia, intensamente cargada de las
fantasías de los padres, que no es ni el espacio exterior objetivo ni el espacio interno
subjetivo, sino un tercer espacio situado en la intersección de ambos. En sus estudios
sobre mujeres embarazadas ha observado que ante la ausencia de pruebas claras,
ambos padres van construyendo este bebé imaginario, habiendo casos, por ejemplo, en
que los padres tienen un deseo consciente de un sexo determinado, apariencia
particular, personalidad e incluso un nombre. Por el contrario, otros no son conscientes
de sus preferencias, pero sí tienen claro lo que no quieren. En este proceso la matriz
adopta la función de un continente para los sueños, esperanzas, deseos y ansiedades
sobre el futuro hijo/a.
44
La autora hace referencia a una serie de estudios psicoanalíticos (Raphael-Leff,1995;
Lester & Notman,1986,1988; Cohen & Slade, 2000; Goldberg,1991) que han sostenido
el hecho de que muchas mujeres, durante el embarzo, sienten vergüenza de reconocer
su malestar y sus dificultades para arreglárselas por sí mismas en esta etapa. Muchas,
también, se sienten abrumadas por tener pensamientos y sentimientos que estiman
inapropiados y que surgen al anticipar la maternidad. Asimismo, existen una serie de
planteamientos en relación con el embarazo, según los cuales para algunas mujeres el
embarazarse da la oportunidad de empezar denuevo y de reparar el pasado, ya que el
embarazo es un período de conflictos en el cual una mujer posiblemente sienta que la
criatura podría sustraer o apropiarse de su vida, o que sus malos sentimientos pudiesen
matar al hijo en gestación.
En cuanto a la dimensión del cuerpo, durante el embarazo la futura madre debe
compartir su cuerpo con otro que siempre está ahí, incluso en sus momentos más
íntimos; que interrumpe sus pensamientos y perturba su sueño, la obliga a cambiar su
alimentación, de trabajo y hábitos de aseo, y altera los patrones de actividad de toda su
vida. Bajo estas circunstancias es esperable que sienta que ya no está en posesión
exclusiva de su propio cuerpo, que este le resulta ajeno en tanto las sensaciones del
cuerpo le son extrañas, se suman a medida que avanza el embarazo los movimientos
fetales que a veces parecen ser más fuertes y en otros momentos más tranquilos, y
recordándole la existencia independiente y a la vez interconectada del bebé.
Una mujer con problemas somáticos durante el embarazo puede experimentar su
enfermedad como un intento de deshacerse de este invasor parasitario; otra puede
sentir que sus vómitos son a causa de haber sido envenenada por el feto; que las
náuseas pueden ser signo de su insuficiencia interna, etc. Otras mujeres dan la
bienvenida a los síntomas en curso como una clara muestra de que aún están
embarazadas. El estreñimiento por su parte puede representar inconscientemente el
miedo a la expulsión del embarazo. Esto muestra que la respuesta de la mujer
embarazada a los síntomas se ve afectada por el significado simbólico que atribuye
inconscientemente a su estado físico (Raphael-Leff,1995).
Junto con lo anterior, la autora ha desarrollado el “paradigma de la placenta”, como un
modelo que esquematilos cambios emocionales que se producen en el embarazo. Este
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muestra cómo la propia imagen de la mujer embarazada y los sentimientos que ella
tiene acerca de su bebé por nacer, pueden influir en su experiencia emocional de la
gestación, en el encuentro después del parto y en su comportamiento como una madre.
Otro aspecto al cual la autora le da un lugar especial es la importancia de los sueños en
el período de embarazo. Plantea que los sueños durante el embarazo tienden a ser
cuantiosos, vivaces y en ocasiones muy realistas, y que muchas veces revelan secretos
de la vivencia interna que tiene la mujer sobre su embarazo, así como antiguas
fantasías e inquietudes sobre si se cuenta o no con los recursos internos y externos
para ser una buena madre. Aparecen entonces fantasías en torno a la fertilidad y el
cuerpo que se transforma; ansiedades ante el parto y la falta de preparación maternal; y
el miedo a la muerte. Un tema básico que la autora ha visto en su práctica clínica al
analizar los sueños de las mujeres embarazadas han sido las inseguridades respecto
de la capacidad de contener, sostener y mantener al feto, que pasará a ser su hijo
(Raphael-Leff, 1995).
47
Establecer una identidad materna también implica la renegociación de otros aspectos
de su sentido de sí mismo. Es mujer, esposa/pareja, en muchos casos trabajadora y,
además, se está convirtiendo en madre. Estas tareas inherentes al desarrollo de esta
nueva identidad continúan desarrollándose durante la vida de sus hijos.
Winnicott (1956) llamó a este estado "preocupación maternal primaria", refiriéndose al
proceso de la madre de estar totalmente preocupada e identificada con el bebé, con sus
necesidades, ritmos, y con su sí mismo. En este estado ambos se encuentran
profundamente unidos, como si fuesen uno. En el estado de separación del bebé,
separado dentro de su propio cuerpo, debe seguir siendo real para ella, en tanto debe
imaginar y mantener en mente su autonomía distinta de sus fantasías, sus deseos, sus
proyecciones y sus atribuciones.
48
el nombre de la familia; de continuar los negocios familiares o sumarse a la línea de
miembros de la familia con la misma profesión. También existe el niño que viene a
legitimizar un matrimonio antes rechazado por los abuelos; el que se venga de una
desgracia familiar aún presente; otro que debe hacerse cargo del ascenso social y
económico de la familia etc.
Raphael-Leff (1995) plantea que cuando los adultos se juntan para formar una relación
íntima, cada uno trae consigo fantasías inconscientes sobre problemas no resueltos de
su historia transgeneracional. Cada miembro de la pareja inviste al feto de atribuciones
que irrenunciablemente serán incorporadas por el bebé recién nacido como parte de su
propia imagen, de modo que configuraciones preconscientes de los padres forman la
base del mundo interno del niño.
Para Lebovici (1973), el deseo de un hijo es deseo de trascender y también hace
referencia a la capacidad de reparar los propios traumas infantiles. A este bebé los
padres le escogerán un nombre que remitirá a secretos, fallecimientos, personas
idealizadas, etc., y en esa medida el niño es portador inconscientemente de esa
herencia.
El autor hace hincapié en diferenciar entre el deseo de un hijo y el deseo de embarazo,
y señala que el deseo de ser madre no se inicia el día en que una mujer decide tener un
hijo.
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CAPITULO III
2. Motivo de Consulta
Marina consultó por motivación propia a mediados de 2014. En ese momento tenía 22
años y su decisión de solicitar ayuda fue por una crisis vocacional. La primera impresión
que tuve de ella, fue de una niña cabizbaja, profundamente triste y al mismo tiempo,
desesperada por que la ayudara a dejar de sentir dolor.
Al momento de consultar se encontraba retomando sus estudios de Pedagogía en
Lengua Castellana y Comunicación, los cuales había congelado durante un año por
sentirse deprimida tras un conflicto que tuvo en la Universidad. En el primer semestre
de vuelta a los estudios, le cuesta asistir a clases, se siente angustiada y deprimida. Un
segundo motivo de consulta que plantea es su necesidad de curar las heridas producto
de todo lo que le ha sucedido en su vida y que aún le afecta. Por último, le preocupa
sentirse “traumada” por el maltrato y abuso sexual infantil que sufrió de parte de su
padrastro, y por el descuido de parte de su madre a lo largo de su vida.
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3. Inicio del tratamiento
La consulta es a las dos semanas de haber tenido una crisis de angustia en la micro
camino a la Universidad. En esa oportunidad presentó dificultades para respirar,
taquicardia, mareo, mucha angustia y deseos de llorar. Asocia sus síntomas al temor a
encontrarse con unas compañeras con las que tuvo un conflicto, situación en la cual fue
agredida verbal y físicamente.
Desde que entró a la Universidad, Marina tuvo problemas de integración con sus
compañeras. Su ritmo de vida era muy diferente al de ellas, ya que junto con estudiar
debía trabajar, tenía pareja y debía hacerse cargo de su casa. Esto condujo a que su
grupo de amigas comenzara a rechazarla y tratarla de “floja”, principalmente por no
tener el tiempo para estudiar como ellas, y de “amargada” por no querer salir a
actividades de recreación. El conflicto principal se dio cuando la culparon de haber
contado un secreto sobre el embarazo de una compañera, por lo que fue arrinconada
de un modo violento por el grupo.
Este evento gatilló sus crisis de angustia, las que ha presentado en algunas ocasiones
camino a la Universidad. Marina siente que desarrolló una “fobia” a encontrarse con
estas compañeras. Al reincorporarse este año está con un nuevo curso, pero no logra
integrarse y tampoco asiste de manera regular a clases.
Durante las primeros sesiones llama mi atención lo ansiosa que está por entregarme la
mayor cantidad de información, como pidiendo a gritos que la ayude y que esto sea lo
más pronto posible. Al mismo tiempo me impresiona cómo me da a conocer una serie
de situaciones traumáticas en su vida, sin una emoción asociada a estas. Su relato
parece más bien un recuento de eventos dolorosos sufridos por otra persona.
4. Su historia de vida
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A los tres años de matrimonio de sus padres, la madre de Marina quedó embarazada.
Este embarazo no fue planificado y a los tres días de enterarse su padre, dejó a su
madre abruptamente sin dar explicaciones. Desde ese momento su madre no sabe más
de él y cae en una profunda depresión. Tras este hecho se va a vivir a la casa de sus
padres y su embarazo lo vive acompañada por la familia. A pesar de esta compañía, su
madre estuvo deprimida y no buscó ayuda profesional en el proceso. Tras el nacimiento
de Marina, a su madre le diagnosticaron una depresión posparto que tampoco se trató.
No la amamantó, según relata Marina, porque no tenía leche. A los pocos meses de
nacida, su madre comienza a ausentarse de casa y a tener distintas relaciones de
pareja a escondidas de sus padres, no haciéndose cargo, por tanto, de la crianza de
Marina. Es su abuela materna quien asume el rol de madre durante su primer año de
vida, junto con el apoyo de su abuelo materno.
Al año de nacida, su madre se casó y se trajo a vivir con ella a Marina. Cuando esta
cumplió seis años nació su hermano, hijo del actual matrimonio de su madre y a sus 18
años, nació su hermana menor.
En relación con su padre biológico Marina tuvo un primer contacto telefónico con este a
sus 20 años, siendo ella quien decidió buscarlo para conocerlo. Con posterioridad tuvo
otros contactos telefónicos con él por períodos breves, siendo siempre esos encuentros
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por iniciativa propia. El padre biológico pagó parte de su pensión alimenticia hasta hace
unos tres años, frente a lo cual Marina le reprochó el abandono y su nula intención de
formar un vínculo con ella ahora adulta. Esta situación gatilló que su padre cortara todo
contacto con ella, recriminándole que solo lo buscaba por plata.
El abandono de su padre biológico afecta intensamente a Marina, pasando por períodos
de mucho dolor y otros de intensa rabia. Ella no conoce a ningún miembro de la familia
paterna, pero sí está al tanto de que su padre está casado y tiene tres hijos hombres.
Recuerda con mucha angustia el período entre sus 10 y 12 años, tiempo en el cual su
padrastro la abusó sexualmente. El abuso consistió en tocaciones, sin penetración.
Ante esta situación, Marina explica haber sentido mucho temor y vergüenza, razones
por las que optó por mantener el hecho en secreto hasta el día de hoy.
Marina no tiene claridad con respecto a la frecuencia del abuso sexual. Solo recuerda
tres situaciones de las cuales una la marcó significativamente, ya que ocurrió de noche
en su dormitorio, estando su madre presente. La madre llevaba aproximadamente un
mes durmiendo con Marina, debido a que había tenido un quiebre con su padrastro.
Hasta el día de hoy, Marina recuerda con gran dolor este hecho y no tiene claridad de si
su madre no se percató de la situación o si prefirió obviarla.
En el caso de las experiencias traumáticas de maltrato físico y psicológico, estas fueron
constantes de parte de su padrastro y a sus 20 años, su hermanastro también comenzó
a agredirla incentivado por su padrastro.
Para Marina, lo más doloroso fue la actitud permanente de negligencia de su madre,
quien estaba presente en los episodios de maltrato y prefería retirarse para no ver lo
que ocurría. En estas situaciones traumáticas ella nunca intercedió para protegerla y
defenderla del maltrato. Por el contrario, una vez que Marina era agredida, ella le decía
que debía ser fuerte, estoica y aguantar todo, sin ser capaz de reconocer su
sufrimiento.
Marina no ha develado el abuso en su familia. A su madre nunca ha querido revelárselo
para no herirla ni darle más problemas de los que tiene. Sabe además que la pondría
en aprietos ya que posiblemente tendría que decidir entre separarse o seguir junto a su
padrastro, pero al mismo tiempo teme que decidiese lo segundo, lo que sería aun más
53
doloroso para ella. Pese a toda la rabia que siente hacia su madre, tiene la necesidad
de protegerla, lo que ha hecho durante toda su vida.
Marina describe a su madre como una mujer débil de carácter, temerosa de enfrentar
los problemas y “sometida” a la voluntad de su padrastro. Por lo mismo piensa que
nunca la defendió de los maltratos que este le propinaba, evitando de esta manera
confrontarse y tener problemas con él. Desde niña su madre la ha impulsado a ser dura,
fuerte y a defenderse sola, y así funcionó Marina hasta sus 17 años de según lo que
recuerda. De esta forma asumió, por tanto, el rol de defender a su mamá cuando su
padrastro le faltaba el respeto o la agredía. También su progenitora le impuso el rol de
defender a su hermano menor del bullyng que vivió durante la enseñanza básica. En
este sentido, es posible identificar que Marina ha desarrollado desde temprana edad un
falso self de acuerdo con Winnicott (1960), que la condujo a reemplazar a los adultos
cuidadores.
Otro período difícil para Marina fue durante tercero y cuarto medio, etapa en la cual
mantuvo una relación amorosa con un profesor de su colegio, por lo que estaba basada
en una transgresión dado el abuso de poder que este ejercía sobre ella por ser una
figura de autoridad.
Esta se caracterizó por ser una relación de sometimiento y maltrato, en la cual Marina
se expuso a una retraumatización, ya que aceptó la transgresión porque se sentía
cuidada y querida, sentía que le entregaban todo lo que nunca recibió de su familia.
Marina buscaba afecto y contención en una relación mezclada con el erotismo y
sometimiento. Cabe señalar que en este caso no hubo relaciones sexuales.
Muchas veces Marina se sentía confusa, veía que él tenía mucho poder sobre ella, se
sentía dominada y agredida, pero pese a ello aguantaba. Si se revelaba frente a él, este
la amenazaba con dejarla; si ella le exigía exclusividad, ya que él salía con otras
profesoras, él la situaba en el lugar de alumna y le llamaba la atención. Además, él fue
la primera persona a quien le contó del abuso sexual que había sufrido. A medida que
transcurría el tiempo, Marina se sentía más angustiada y en varias ocasiones se
armaba de valor para terminar y él no se lo permitía. Esta relación termina cuando él la
acusa al director de su colegio de acoso, ya que según Marina él afirmaba que ella lo
“perseguía”. Junto con esto, él abrió la experiencia abusiva que había sufrido en su
54
infancia con el director del colegio y los profesores de enseñanza media. De esta
información se enteraron todos en el establecimiento, por lo que fue estigmatizada por
la comunidad escolar, y para ella el sentimiento de humillación fue lo más doloroso.
Tras el término de la relación, Marina se sintió discriminada por su entorno familiar y
escolar. Se veía a sí misma como una mala persona y sin valores morales, pues tenía
claro que no era correcto lo que estaba haciendo.
En el caso de Marina esta situación se constituye en traumática dada la ausencia del
reconocimiento del otro. En la relación con su profesor no es vista ni reconocida en sus
necesidades emocionales. Su profesor la sitúa como un objeto de satisfacción de sus
necesidades, lo que conduce a que ella asuma el rol de dominada en tanto se somete
permanentemente a él. En este vínculo Marina repite el hecho traumático de una niña
abusada. Para la joven todo vínculo es posible solo si hay sometimiento.
Terminando cuarto medio, Marina se ve obligada a irse a vivir con una tía materna,
producto del maltrato de su padrastro que continuaba. Es la única persona con quien se
siente cuidada y protegida. Sin embargo, al cabo de seis meses se siente en la
obligación de regresar a su casa por la culpa que sintió tras saber que su madre se
enfermó por el estrés vivido con esta situación. Así, vuelve a la misma realidad de
maltrato y, dado que su madre continuó sin intervenir, a los 21 años se va
definitivamente de su casa e inició una convivencia con su pareja hasta el día de hoy.
El ambiente de falta de sostén y desconexión emocional en que creció Marina permite
comprender que sus vivencias comenzaran a tornarse traumáticas al no contar con un
espacio emocional que pudiese contenerla y reconocerla. La vida de Marina ha estado
cruzada por historias de quiebres, separaciones, abandonos, rechazos y agresión. Su
vida cambió dolorosamente al año de vida, cuando su madre decide casarse y se van
de la casa de sus abuelos maternos. Hasta el día de hoy Marina sufre la muerte de su
abuela y piensa que de no haberse muerto tan tempranamente, a ella no le hubiese
ocurrido nada de la que ha vivido.
Un último punto que es importante plantear se relaciona con las posteriores
oportunidades en que Marina continuó develando el abuso sexual a otros. Tras la
situación ocurrida en el colegio, sintió la necesidad de contarlo a otras personas en
busca de una respuesta distinta frente a su dolor. Es así como se lo contó a dos
55
amigas, pero tampoco resultó ser una buena experiencia, ya que no le tomaron el peso
a lo que ella había vivido, y le manifestaron que eso era parte del pasado y que no le
diera más vueltas. Era la segunda vez que sentía el rechazo a sus vivencias internas de
dolor ante el trauma.
En estas situaciones en que Marina abre su secreto, se expone a vivir nuevas
retraumatizaciones. Esto, en la medida en que abre su dolor a personas que le
responden con una falta de sensibilidad, le confirman su poco valor personal y anulan
su experiencia traumática al no hacer un reconocimiento de su subjetividad. Luego de
estas experiencias negativas, Marina se protege y se cierra a la posibilidad de volver a
develar el abuso. Probablemente ella no es capaz de diferenciar a quién contarle esta
experiencia, lo cual confirma que no tiene que hablar, pues lo que necesita es más bien
ser reconfirmada. Más adelante, ya en su adultez, encuentra a personas que reconocen
su dolor, como su pareja, la psicóloga de la Universidad y por último, yo, su terapeuta.
5. Hipótesis Diagnóstica.
No resulta extraño que desde sus 10 años Marina comenzara a sufrir frecuentes
migrañas, las que, de acuerdo con los exámenes que se le realizaron, no tenían una
causa biológica, sino que se pueden entender como la instalación de lo traumático en
su cuerpo, a través del uso de la disociación como mecanismo defensivo, dada la
ausencia de una sintonía frente a sus afectos dolorosos.
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En su núcleo familiar Marina sufrió el abandono de su padre biológico, la negligencia de
su madre y, posteriormente, maltrato físico y psicológico de su padrastro y hermano. En
el ámbito escolar, abuso de su profesor y estigmatización del entorno y después la
agresión de parte de sus compañeras de la Universidad.
Dichas situaciones de traumatización permiten observar sus principios organizadores de
la experiencia, que en el concepto de Storolow (2010) son principios que organizan de
manera inconsciente el mundo emocional de la persona, son invariantes y la dejan
sensible a experiencias posteriores que pueden interpretarse como una repetición real o
inmediata del trauma original, lo que lleva a la movilización de defensas frente a él.
Dichos principios organizadores de la experiencia son reflejo de las relaciones
tempranas más significativas en términos relacionales. En el caso de Marina, sus
principios organizadores la llevan a exponerse al abuso y maltrato de los otros en el
ámbito familiar, educacional y de amistades, asumiendo un rol pasivo y sometiéndose a
estas agresiones por temor a ser rechazada, abandonada y no querida por los otros.
7. Proceso Terapéutico
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una buena paciente, colaboradora, abierta a mis interpretaciones y que se esfuerza por
cambiar, dejando de lado su propia subjetividad.
Desde otra mirada, puedo pensar que Marina se vincula desde un falso self, al
funcionar de un modo sobreadaptado, haciéndome sentir que trabajar con ella es fácil,
grato y hasta placentero, dado que me hace sentir una “buena terapeuta”, siendo yo la
figura de autoridad y de conocimiento.
Ante la gran cantidad de contenidos traumáticos que entrega, estoy disociada y me
siento incapaz de contenerla y ayudarla. Estoy más centrada en la tarea que en la
experiencia afectiva. Esto me lleva a un primer “enactment”, comienzo a intervenir
precozmente de manera activa, no dando el espacio ni el tiempo necesarios para
conocerla mejor y generar confianza en el vínculo. Me siento apremiada por que se
mejore pronto y que no sufra más.
La percibo como una niña pequeña, sobreexigida y adultizada, que está a cargo de
otros, con una figura sustituta (padrastro) maltratadora y una madre silenciada. Pienso
en lo necesario que resulta que pueda encontrar una voz propia, dándole lectura a lo
que pasa en nuestro vínculo. Más bien Marina se “ofrece” como una niña buena, y se
instala de este modo en una dinámica característica del abuso. Veo que me alío con la
defensa de Marina porque mi historia de vida tiene aspectos similares a la de ella.
En un proceso gradual va cediendo paulatinamente la disociación en ambas. La mía,
por la cual estoy desconectada de la experiencia afectiva traumática de ella, y por su
parte, ella ,que comienza a confiar en la posibilidad de mostrarme su dolor sin que yo la
dañe. En una de estas sesiones se da que por primera vez que me remece su
sufrimiento, y la veo también a ella profundamente afectada, lo que también es algo
nuevo para mí. Esto se da al relatarme tres vivencias de muerte de personas cercanas
en su historia de vida: la muerte de una amiga que deja a una niña de dos años y sin
padre, lo que me lleva a pensar en cómo Marina se identifica con la soledad de la niña
tal como se ha sentido a lo largo de su historia. Luego, la muerte de un compañero de
curso que, estando en el colegio, sufrió bullying de sus pares, y ella se identificó con el
rechazo y la agresión, a partir de su experiencia de estigmatización sufrida saliendo del
colegio, y también por la agresión sufrida de parte de sus ex compañeras de la
Universidad. Por último, me relata el suicidio de un sacerdote cercano a ella, el cual,
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posterior a su fallecimiento, fue acusado de abuso sexual, situación que se negó a
creer. Estas tres muertes son una escenificación de las situaciones traumáticas en su
historia de vida, en las cuales se ha puesto en juego la “continuidad de su existir”,
siguiendo a Winnicott (1967). Por mi parte comienzo a silenciarme, me quedo callada
empatizando con su dolor desde el silencio.
Marina comienza a estar cada vez más molesta con su madre, expresa rabia y dolor
con alta intensidad. La critica por ser negligente y rechazarla, y comienza a molestarme
su queja permanente, infinita, sesión tras sesión. Estas intensas emociones nos llevan a
entrar a un nuevo “enactment”. Empieza a agobiarme que no la enfrente, así como el
hecho de que se exponga a situaciones donde es rechazada. Marina me relata también
las dificultades que tiene con su suegra, quien le invade su casa, la crítica y le da
órdenes de cómo debe hacer las cosas. Yo la aliento a enfrentarla, como si para ella
fuese posible, sin pensar que esta situación reedita vivencias traumáticas en que ha
sido agredida por otros, y que, dado su temor al rechazo, ha terminado sometiéndose.
Ahora soy yo quien le impone mi subjetividad en tanto la critico y le exijo, sin hacer un
reconocimiento de su propio estado mental, como si su experiencia emocional en estas
situaciones no fuese significativa. Estoy repitiendo en la relación con Marina el trauma
de no-reconocimiento, desde mi dificultad para entender porqué me cuesta aceptar que
no se rebele frente a esto.
En este período Marina presenta una crisis de angustia en el Metro, me llama de
inmediato para excusar su inasistencia y luego llega a mi consulta para que yo constate
que ella venía hacia acá. No me queda claro si esto se debe a su angustia de que yo
me sintiese abandonada por ella y por ende la rechazara, o para evitar el contacto
conmigo para que no la retraumatice sometiéndola en nuestra relación.
Me dice que su crisis fue por el tema de la Universidad, que ya no soporta más asistir a
clases ni continuar la carrera. Siento angustia por su situación, pienso que debe decidir
de una vez y hacer algo, no postergar más. Me cuenta lo que le gustaría hacer, estudiar
en un Instituto, pagarse ella los estudios de turismo, y más adelante irse con su pareja
fuera de Santiago, pero que pese a ello no se atreve a tomar la decisión.
Esta crisis de angustia no corresponde necesariamente a una crisis vocacional, sino
más bien es expresión de la retraumatización vivida en la Universidad con las
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compañeras que la rechazaron y agredieron. Emerge, por tanto, el núcleo traumático
del abuso y maltrato, al cual puedo estar contribuyendo al ejercer en la relación con ella
la dinámica de sometimiento. Marina siente desconfianza de que en el proceso
terapéutico se reactualicen sus temores.
Le planteo que creo que es mejor deje la Universidad. Comienzo a presionarla a tomar
una decisión y termino diciéndole que debe dejar sus estudios y hacer lo que le gusta.
En ese momento no soy consciente de que se ponen en juego mis propias exigencias
por mi historia de vida, junto con el hecho de que me está siendo difícil continuar
sosteniéndola. Esto me lleva a actuar mi propio deseo de aliviar su angustia como
“buena terapeuta”, y así aliviar la mía de dejar de escuchar su queja. Del mismo modo,
cuando le propongo qué hacer vuelvo a dejarla en un rol pasivo, me veo actuando
desde mi deseo de que se enfrente a su madre y padrastro, así como mis ganas de
ayudarla a salir rápidamente de esto. La disociación me impide ser consciente de que la
expongo a nuevas retraumatizaciones al poner en acto en el vínculo terapéutico
presente, el carácter de los vínculos traumáticos de su pasado.
Posteriormente, al darme cuenta de ello, puedo contactarme con su necesidad
de tiempo y de un espacio de contención y reflexión para que surja de ella una decisión.
En este sentido, veo cómo es necesario que primero elabore sus traumas a la base de
estas dificultades y para ello es necesario que yo responda al dolor de ella con una real
preocupación autodevelándome.
Le planteo que en el último período no me he dado cuenta de que con mis
intervenciones la he estado forzando a cambiar, al decirle que enfrente a su suegra, que
deje la Universidad y no siga dependiendo de su padrastro que le paga sus estudios, y
que al mismo tiempo he dejado de ver su sufrimiento y no he sido capaz de
acompañarla en su angustia.
En este punto del tratamiento siento que ambas compartimos lo que ha estado
pasando y comenzamos un proceso de comunicarnos más genuinamente, en el cual
estamos más tranquilas y menos exigidas de avanzar rápido en el tratamiento.
Al reflexionar sobre la vida cotidiana de Marina veo que continuamente se sobreexige,
se hace cargo y asume las responsabilidades de otros. Se posterga, siente culpa y se
critica cuando no cumple con las expectativas propias y de otros. Necesita sentir que es
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confirmada y aprobada, reconocida y querida. Si no obtiene esto, se siente rechazada,
triste y abandonada. Frente a situaciones que la asustan asume una actitud de
sometimiento, es víctima, se torna pasiva, se angustia y se paraliza, y llega en
ocasiones a presentar crisis de angustia.
La situación terapéutica con Marina es compleja. Ha sido severamente traumatizada a
lo largo de su historia y, por ende, funciona altamente disociada, sus estados del self
funcionan como “islas de verdad”. Bajo estas circunstancias, cada estado del self de
Marina ha funcionado de manera aislada como una versión de la realidad, excluyendo
al mismo tiempo a otros estados del self que son discrepantes de su verdad en ese
momento, y los transforma en “no yo” (Bromberg, 2006).
Un aspecto importante es que Marina ha presentado resistencia al tratamiento
farmacológico, pese a lo invalidante de sus síntomas. Ya ha sido derivada al psiquiatra
con anterioridad y yo también se lo he planteado. En dos oportunidades ya hemos
hecho el contacto para su consulta, pero por razones de salud no ha asistido.
Marina comienza a traer a las sesiones una gran cantidad de contenidos acerca de la
maternidad. Su actitud hacia la maternidad es de rechazo en este período de su vida, y
de embarazarse plantea que incluso abortaría porque sería un error. Su madre siempre
ha rechazado la idea de que ella tenga hijos transmitiéndole que tener un hijo es muy
caro, que los niños sufren y que antes de tomar una decisión así debe casarse y
terminar sus estudios.
En ese mismo período una amiga de su trabajo le recomienda tener un perrito para
subirse el ánimo, a lo cual accede con su pareja. Sin embargo, al tercer día Marina lo
devuelve al no tolerar escucharlo llorar por las noches. Esta es la segunda vez que
intenta hacerse cargo de una mascota, y la situación le reafirma su temor a dañar a
otro, su incapacidad para cuidarlo y, por tanto, su incapacidad para ser una buena
madre.
8. El Embarazo
A los cuatro meses de iniciada la terapia, Marina se entera de que está embarazada.
Este embarazo no fue buscado conscientemente y fue producto de su “olvido “de los
anticonceptivos durante una semana.
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Ante la noticia del embarazo, la primera reacción de Marina fue de rechazo. No quería
estar embarazada, sentía mucha rabia y se cuestionaba su olvido. Se hacía múltiples
reproches como, por ejemplo, que habían planeado con su pareja casarse, estar dos
años solos, terminar la Universidad y luego de eso, ser padres.
9. Representaciones
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Cuando se siente ilusionada con su embarazo, Marina tiene la sensación de que este
es como una pequeña esperanza frente a lo mal que se ha sentido emocionalmente,
una motivación para seguir adelante, ya que este hijo será alguien que le va a
pertenecer y por tanto, será, de su propiedad. Cree que el embarazo le da la
oportunidad de empezar de nuevo y de reparar el pasado, sintiendo que este hijo es
una especie de regalo que viene a salvarla. Sin darse cuenta, Marina ya está
asignándole a su hijo el rol de ser quien la proteja y la cuide, lo que en un futuro
pudiese llevar a la repetición con su hijo del mismo tipo de vínculo que ha desarrollado
con su madre y en el cual ha funcionado con un falso self, encargándose de ser ella
quien satisfaga las necesidades de su madre. Del mismo modo, para Marina es de gran
importancia el hecho de que este niño será de su propiedad, en la medida en que ello
calma sus angustias ante la amenaza de un posible rechazo y abandono por parte de
su hijo.
Al proyectarse como madre, siente en otros momentos angustia y temor de que su hijo,
siendo ya mayor, la rechace y se olvide de ella, incluso cuando ella muera. Siente
tristeza también al no considerarse lista para ser madre.
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ser su hijo. Marina trataba de sacarlo del lado de la contorsionista y no podía por su
miedo. Tampoco su pareja podía hacer algo porque estaba paralizado”. Luego
“aparecía en su sueño una tía materna, quien se acercaba y tranquilamente sacaba al
bebé, mientras ella le pegaba a este personaje con un palo, quien estaba ahora ubicado
entre ella y su pareja”. Marina asocia este personaje “con un ser diabólico, como el
diablo representado en una mujer”. Pienso en quién puede ser esta mujer; no tengo
claro si la mujer siniestra puedo ser yo, que la he agredido al someterla, o puede ser
ella en su parte de niña abandonada que necesita ser adoptada por unos padres que la
quieran y la acepten aunque esté enferma y tenga una parte de sí “mala”, rechazable y
no digna de ser querida.
Le muestro además que siente que, en conjunto con su pareja, no serán capaces de
cuidar y proteger a su hijo, y que cuando se proyecta como madre le invade el temor a
quedar paralizada y no poder brindarle a su hijo los cuidados que requiera, por lo cual
necesitará de una mujer tranquila que si cuente con los recursos afectivos para
ayudarla en la maternidad. Marina asocia su angustia con su incapacidad de proteger a
su hijo.
La tía materna en su sueño es quien la acogió en su casa cuando Marina se fue por los
maltratos que recibía en su familia. Pienso que esta tía, que la contiene y acoge, puede
estar representándome a mí en su sueño, ya que la he acompañado y acogido en sus
angustias durante su embarazo.
Un segundo sueño se desarrollaba en el campo: “En medio de una calle estaba una
niña sola como de dos años. Por la vereda iba Marina con su madre y cuando la veía,
se preguntaba con mucha angustia por qué la niña estaba sola. Ni ella ni su madre
podían tomar a la niña de la mano y sacarla de la calle. Luego aparecía su tía materna
que la tomaba de la mano y la rescataba”. Marina piensa que “ella es esta niña sola y
que su pregunta, cargada de angustia al verla, tiene que ver con que de niña nunca
pudo comprender cómo su madre no la protegía de los maltratos de su padrastro”. Le
comento que también me parece que ella es esta niña y que al igual que en su historia,
su madre no pudo rescatarla de las experiencias traumáticas a las que ha estado
expuesta. Le digo también que en su sueño puedo ver sus sensaciones de
incompetencia para cuidar a un niño y la necesidad que tiene de contar con una mujer a
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su lado que pueda ayudarla en su proceso de ser madre. Pienso que nuevamente esta
tía puedo ser yo. Junto con ello, lo asocio con que Marina fue cuidada por su abuela
materna durante su primer año de vida, por lo que a temprana edad perdió a una figura
de apego esencial para ella, al momento de irse junto a su madre y comenzó a sentir
soledad, como la niña de dos años de su sueño.
En un tercer sueño: “Marina estaba en una playa y se le perdía su hija. Lloraba con
mucha desesperación sin hacer nada y se le acercaba un niño varón de 5 a 6 años, el
que le decía “mamá, la vamos a encontrar””. Marina asocia este sueño “con la enorme
angustia que siente de ser una madre incapacitada para proteger a un niño y que, por
tanto, su hijo se sentirá igualmente abandonado y perdido como ella en su infancia”. Me
llama la atención de su sueño la incapacidad de Marina de regular sus emociones,
necesitando que otro la regule de forma externa, en este caso alguien menor que ella.
Le digo que su incapacidad de regular su angustia por sí sola se puede entender
porque durante las primeras etapas su desarrollo no contó con una madre que lo hiciera
y le permitiese internalizar esta capacidad.
En un último sueño, “Marina estaba nadando bajo el agua en el mar, lugar donde se
sentía en un especial estado de tranquilidad, sin preocupaciones. De pronto se
asomaba a la superficie para mirar hacia fuera y se encontraba con otro mar,
tormentoso, con olas muy grandes, viento, truenos y relámpagos por lo que
rápidamente se volvía a sumergir y retornaba así a las profundidades del otro mar
calmado”. Tras relatarme este sueño, Marina está muy confundida y angustiada por el
impacto que le produjo estar al mismo tiempo en dos mares tan distintos, como si no
lograra integrar ambos. Le muestro cómo esos dos mares expresan momentos en su
vida que no están simultáneamente a su vista. En el fondo del mar está su deseo de
volver a una época temprana de su vida en que se sentía protegida y sin angustias,
probablemente como cuando estuvo bajo el cuidado de su abuela. Pero al salir afuera,
al mundo, se encuentra con un entorno agresivo e incontrolable, ante el cual siente su
vulnerabilidad y desprotección, como cuando comenzó a vivir con su madre y su
padrastro.
Tras estos sueños Marina se siente angustiada, se hace más real para ella el temor de
darse cuenta de que podría no ser una buena madre. Esto se refleja en que en el
65
primer sueño no fue capaz de sacar al bebé y tampoco a la niña del siguiente sueño. La
imagen de la niña en la calle la hace sentir que no será capaz de cuidar a su hijo, lo que
más le angustia del segundo sueño es el hecho que la niña estuviese sola. Piensa que
su hijo se sentirá así, solo, triste, con miedo y teme no poder revertir estas emociones
en él. Teme no poder darle pecho por no tener leche, no saber cuánto abrigarlo ni
comunicarse con él cuando este aún no hable. Le angustia no hacer bien las cosas y
equivocarse, no ser buena madre, no saber inculcarle valores a su hijo.
Otro temor que surge en este período es que le quiten a su bebé en el hospital para
darlo en adopción, por no contar con los recursos necesarios para hacerse cargo de
este.
En relación a su cuerpo, a medida que avanza el embarazo Marina experimenta que ya
no está en posesión exclusiva de su cuerpo, es este hijo quien ha tomado el control.
Lassensaciones del cuerpo le son extrañas, las molestias físicas que experimenta
alteran los patrones de actividad de toda su vida y en ocasiones son invalidantes en su
vida cotidiana. Sufre de continuas náuseas, vómitos, mareos, dificultades para dormir,
junto con sus migrañas que continúan. Marina le asigna a estos síntomas el significado
simbólico del rechazo a la maternidad, así como de su incapacidad interna para poder
cuidar a un bebé. Además de estos malestares físicos, se ahoga, llora mucho y vive
angustiada. Su sentimiento es de inutilidad, de pérdida de su independencia. Sus
cambios de ánimo son frecuentes, rabia, mal genio, angustia y tristeza. Le atormenta el
hecho de que su estado emocional afecte a su hijo en el útero y que de esa manera él
sea un niño triste y angustiado, lo cual podría afectar el vínculo entre ellos. De acuerdo
con el modelo del “paradigma de la placenta” de Raphael-Leff (1995), los cambios
emocionales de Marina influyen en su experiencia emocional de la gestación y en el
futuro, en el encuentro con su hijo después del parto y en su comportamiento como
madre.
A fines del quinto mes de embarazo Marina sufre un intenso dolor a las caderas, por lo
que consulta y no le encuentran nada. Al mes vuelve a tener una crisis con las misma
características, ante lo cual el médico le dice que está exagerando. Dado que continúa
con el dolor acude en la noche a urgencia, y le inyectan un calmante y le diagnostican
un posible lumbago. A las tres semanas de dicho evento, estando ya de 7 meses de
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embarazo, nuevamente presenta dolores, pero esta vez el dolor es mayor, deben
hospitalizarla para hacerle exámenes y administrarle calmantes. Marina está muy
afectada por sus dolores, se culpa por su postura muy rígida y por su modo de caminar,
ya que su médico tratante le comenta que sus dolores a las caderas se deben a que
caminaba como si no estuviese embarazada, haciendo todo el esfuerzo en la columna.
Tras ello Marina cambia su postura y su forma de caminar, sin embargo sus dolores se
mantienen. Este comentario la angustia de sobremanera, ya que nuevamente se le
hace presente su rechazo al embarazo y el cuestionamiento hacia su maternidad.
A los 7 meses le diagnostican diabetes gestacional y anemia, lo que también la angustia
y la hace sentir culpable, debido a que el doctor le hizo ver que si comía mal le iba a
traspasar la diabetes a su hijo.
A partir del séptimo mes comienza a tener temores respecto del parto, como no ser
capaz de soportar el dolor, que la herida no cicatrice bien y se le infecte. Cabe
mencionar que en este último período del embarazo su ánimo está más estable, y en
particular la tristeza ha disminuido mucho, así como su irritación. Con su pareja están
más unidos, Marina comienza a sentirse cuidada, acompañada y más querida por este.
Además, lo imagina como un buen papá, lo cual aliviará su dolor de no haber tenido un
padre, y la ayudará así a reparar su historia.
Marina quiere una niña para saldar una cuenta consigo misma; siente que tener una
niña es una especie de revancha, ya que ella la hará vivir todo lo que ella no vivió.
Tendrá una mamá y un papá preocupados de ella.
Se la imagina a los 15 años viviendo su primera menstruación, acogiéndola en sus
penas de amor, acompañándola luego en cuarto medio en su proceso de elección de
carrera. Piensa que será mejor madre de una niña que de un niño, ya que por ser del
mismo sexo le será más fácil hablar con ella y, en ese sentido, podrá entenderla con
más facilidad. Sin embargo, también cree que de ser niña, será más aprensiva por el
temor a que la pudiesen abusar sexualmente. Por el contrario, piensa que de ser niño
no podrá ponerse en su lugar.
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Al cuarto mes de embarazo conoce el sexo del bebé, es un niño. Marina está impactada
y me llama la atención que rápidamente se olvide de su deseo de que fuera niña. Se
enfoca en un niño y comienza a pensar en el nombre. Me dice que no le importa. Pero
luego emerge el temor a que por ser niño será desapegado a ella y, por tanto, no podrá
generar un buen vínculo con él. Sus conocidos le mencionan que los niños hombres
son más dependientes y apegados a la mamá y eso la tranquiliza.
A la semana de conocer el sexo del bebé comienzan a buscar un nombre. Ella quiere
que no sea un nombre común ni de moda, quiere un nombre antiguo porque los
encuentra bonitos y porque le parecen nombres con más fuerza. Escogen Maximiliano.
Comienza a imaginar a Maximiliano parecido a su pareja, físicamente gordito, blanco,
con una cara especial. Me dice que no lo imagina parecido a ella en este aspecto, ya
que siempre ha pensado que su cara es muy normal, por lo que cree que de parecerse
a ella el niño no tendría nada distintivo. Al igual que su pareja lo ve muy dependiente de
ella, llorón, mamón y demandándole mucho pecho. Influida por el modelo de cómo fue
su hermano de niño, lo imagina también risueño, inquieto e hiperactivo.
En cuanto a la personalidad, Marina lo ve más parecido a ella, de carácter fuerte,
confrontacional, sin miedo a decir lo que piensa, lo que contrasta con la imagen que
tengo de ella. Cree que Maximiliano sí será más seguro, valiente y arriesgado. Esta
idea se le refuerza al comenzar a sentir los movimientos del bebé a partir del quinto
mes de embarazo. Refiere además imaginarlo como un niño difícil y que le dará mucho
trabajo, lo que asocia a que en ocasiones Maximiliano se mueve mucho.
Para Stern (1997), el paso de la pareja de ser una díada a una tríada cambia las redes
de modelos de la madre respecto de su pareja en las dimensiones de pareja, padre y
hombre. En este período Marina deja ver en su relato la existencia de dos imágenes de
su pareja muy contrastantes Por una parte lo percibe muy preocupado de ella, protector
y cariñoso, pero en otros momentos lo ve pasivo, despreocupado y poco protector,
especialmente porque no la defiende de su suegra, quien se vuelca intrusiva en la
medida en que comienza a darle órdenes de cómo llevar el embarazo y cómo criar a su
futuro nieto.
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A medida que avanza el embarazo, los sentimientos de rabia de Marina hacia su pareja
comienzan a ser cada vez más intensos, pero ahora se centran en la actitud de él ante
el embarazo. Insiste con impotencia en que para ella su vida cambió totalmente y que él
parece no tomar consciencia de que será padre. Le molesta el hecho de que para él
nada ha cambiado, todo es fácil, no tiene molestias físicas, sigue su vida normal,
trabajando, saliendo con su amigos, etc. Del mismo modo le enoja mucho el que ella
sigue resolviendo y solucionando todos los imprevistos que se les presentan, viendo las
cuentas, preparando el matrimonio sola, mientras él sigue como siempre, metido en
internet, jugando en el celular, conversando por facebook. Comienza, de este modo, a
verlo como a verlo como otro hijo más con quien tendrá que cargar, sin existir alguien
quien cargue con ella.
En ese sentido él deja de ser el apoyo y contención con que contaba cuando eran una
díada, y ahora que son una triada, emergen en ella angustias de soledad y abandono
de su parte. Otro motivo de angustia para Marina ha sido el temor de que su pareja no
sea capaz de sostenerlos económicamente.
Es en el último trimestre del embarazo cuando las representaciones de su pareja
comienzan a tornarse positivas, a medida que ha podido darse cuenta de la presencia y
apoyo incondicional de él. Comienza a verlo como un padre presente, preocupado y
que querrá mucho a su hijo; como una pareja que no la abandonará sino que, por el
contrario, la contendrá y ayudará en la maternidad y como un hombre sostenedor de la
familia.
En el primer trimestre del embarazo Marina dice que no quiere ser madre por pensar
que no cuenta con las capacidades para serlo, ya que en su historia de vida ha sufrido
muchos traumas de parte de quienes debiesen haberla cuidado y protegido.
Sostiene que de ser madre haría todo lo contrario de lo que su madre ha hecho con
ella. Marina tiene un modelo negativo de esta porque le ha impactado su ausencia,
rechazo y abandono emocional, al igual que el de su padre biológico. Ello la ha llevado
a una intensa necesidad de diferenciarse de su madre en todos los ámbitos de su vida.
Ha sido una constante angustia en su vida, especialmente frente a la maternidad.
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Piensa también que el vínculo con su hijo no será como el vínculo que tuvo de niña con
su mamá, pues ella si lo cuidará y protegerá.
Al darle la noticia del embarazo a su madre le sorprende la actitud de esta. Le
impresiona su acogida sin críticas ni exigencias, así como el que la haya abrazado,
cosa que, indica, no sucedía desde que era niña.
Al mismo tiempo, no deja de extrañarle particularmente la actitud de su padrastro hacia
ella: es amable, atento y le ha ofrecido a ella y su pareja ayuda económica. Pese a ello,
las representaciones de Marina sobre su propia madre no muestran variaciones.
70
se va a hacer reposo a la casa de su madre, ya que su marido trabajaba durante el día
y, por ende, estará mejor cuidada y con ayuda con su hijo.
En el último período antes del nacimiento de su hijo habíamos hablado sobre cómo
seguir su terapia. Marina me plantea que le gustaría que nos viéramos un par de veces
después del parto y que en un futuro, una vez adaptada a su nueva vida, así como
cuando Maximiliano estuviese más grande (pensaba en un año), le gustaría retomar la
terapia. Al mes siguiente del parto no la veo, ya que está en reposo por su operación,
pero sí nos comunicamos por teléfono.
Al segundo mes de Maximiliano nos reencontramos en la consulta. Marina está
agotada, me plantea sus angustias de no haber tenido una buena experiencia con la
lactancia y teme que no se desarrolle el apego. Se había cumplido su representación
durante el embarazo de que no tendría leche y no podría alimentarlo. Sin embargo,
logra tranquilizarse al mostrarle yo que ha hecho lo mejor posible como madre, que ha
sido cercana y cuidadosa, y que si bien la lactancia materna es importante, al ser ella
quien lo alimenta y contiene su hijo estará bien.
Al mes siguiente volvemos a vernos y Marina ahora está angustiada porque refiere que
su hijo se va con cualquier persona, lo que asocia a que Maximiliano no tiene un vínculo
particular con ella como su madre y, por tanto, que siente una carencia de afecto de su
parte. Piensa que su hijo no la identifica como su madre y está triste porque ella hubiera
querido que se desarrollara un lazo fuerte entre ambos, implicando que para
Maximiliano ella fuese la persona que le resolvería todo y que le daría afecto siempre.
Le digo que yo pienso que ella no es capaz de darse cuenta de que es una madre que
quiere y se preocupa por su hijo, sino más bien que está hiperalerta a todas las
conductas de su hijo y las interpreta de acuerdo con lo que ella sufrió en su historia; que
no puede ver que Emilio es un niño distinto a ella, que si sufrió una experiencia
traumática temprana. Marina se emociona enormemente, me dice que constantemente
se está criticando y maltratándose por ser mala madre, pero que ahora entiende que
ella está constantemente diferenciándose de su madre para darle todo su amor a su hijo
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En la última sesión Marina me cuenta que decidió dejar la Universidad y comenzar más
adelante los estudios que ella desea. Pudo hablar con su madre y padrastro sobre ello,
recibiendo el apoyo de ambos sin cuestionamiento. La única preocupación que le
expresaron era que sacara un título. Al igual que a ella, la reacción de su madre y
padrastro me sorprende, sin poder comprender el cambio de ellos hacia Marina. Me doy
cuenta de que junto con la sorpresa siente desconfianza, pero no quiere pensar en ello,
solo desea seguir disfrutando de esta nueva experiencia.
Veo que su angustia ha disminuido de manera importante, que ha comenzado
paulatinamente a disfrutar de Maximiliano y a sentirse más competente como madre.
Me dice que de a poco siente que ha ido ordenándose su vida y que está atenta como
madre a no confundirse con lo que fue su propia niñez. Su pareja ha resultado ser un
gran apoyo y es capaz de recurrir a él cuando se está sintiendo muy angustiada. Su
idea de que su pareja sería otro hijo más de quien tendría que hacerse cargo, se
extinguió, lo que ha sido tranquilizador. Así como el darse cuenta de que
económicamente han podido hacerse cargo de su hijo.
Marina me dice que está muy agradecida de mí y que tiene claro su deseo de retomar
más adelante.
72
1.1 Esquema resultados.
73
1.2 Esquema resultados.
74
1.3 Esquema resultados.
75
CAPITULO IV
1. DISCUSIÓN
La paciente de este estudio sufrió una serie de traumas de diversa índole e intensidad
desde las primeras etapas de su vida hasta la edad adulta, siendo el trauma relacional
temprano el que adquiere un peso central en su historia y, en lo que respecta a este
estudio, en el modo de inscripción psíquica en el desarrollo de las representaciones
maternas durante el embarazo.
Al respecto, autores como Storolow y Atwood (2004); Bromberg (2011)y Gómez (2013),
han postulado un tipo de trauma que tiene su origen en el contexto de la relación
temprana entre el cuidador y el bebé. Este tipo de trauma es de naturaleza
intersubjetiva y se caracteriza por una falla de parte de las figuras de vínculo o de
cuidado, en la capacidad de sintonizar emocionalmente con el niño y reconocer las
angustias y las necesidades de este.
En el caso de la paciente, el trauma temprano se constituyó ante la falta de sensibilidad,
sintonía y reconocimiento de parte de su madre, quien no brindó una respuesta
empática a sus vivencias de afecto intolerable. En esta relación la paciente no fue
reconocida como sujeto por su madre, sino que más bien esta le impuso su
subjetividad, sus deseos y necesidades.
Por otra parte, es relevante considerar los desarrollos sobre la construcción de las
representaciones maternas. Entre ellos, Stern (1997) ha planteado que la construcción
76
de dichas representaciones está marcada por los modelos maternales, por la historia
vincular real y/o imaginada con las figuras de afecto significativas. En la misma línea,
Slade et al. (2009) proponen la influencia de los vínculos en la infancia, y de las
experiencias de trauma y pérdida previas en el desarrollo del mundo representacional
de la madre. A partir de ello se puede hipotetizar que la mayor influencia sobre el
mundo representacional en el embarazo, en este caso, está dada por las características
del contexto relacional traumático en que nació y creció la paciente junto a sus figuras
principales de cuidado, así como por las posteriores experiencias de vinculación. En
este sentido, la historia traumática de la paciente afectó su mundo representacional
durante el período de gestación.
Otro aspecto a considerar es el de la transmisión transgeneracional del trauma, donde
destacan los aportes de Fraiberg et al. (1975), y de Lieberman et al. (2005). Los autores
sostienen que la crianza está influenciada por el mundo representacional de los padres,
el cual se construye a partir de las propias experiencias de cuidado recibidas de sus
cuidadores, por lo que los padres pueden recrear con su propio hijo la misma tragedia
de su propia infancia. En el caso de la paciente, se podría vislumbrar la posibilidad de la
transmisión transgeneracional de aspectos traumáticos de la crianza en su historia que
pudiesen entorpecer la relación con su hijo en el futuro.
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para quien la mujer, al imaginar a su futuro hijo, en especial si este es varón, ocupará
en sus representaciones al padre y probablemente a otras figuras masculinas que han
estado presentes en su vida. En particular, en relación con las representaciones de su
padre, se observó que estas eran menos frecuentes y se circunscribían al abandono, lo
que se entendió desde el hecho de que la paciente no tiene una imagen clara de él,
pues no lo conoció.
En cuanto a las figuras sustitutas, en la historia de la paciente sus abuelos maternos se
constituyeron en los cuidadores principales en su primer año de vida, y posteriormente
una tía materna la acogió y cuidó tras un evento de maltrato severo. Cabe señalar que
las representaciones en torno a su abuela fueron más bien difusas, lo que puede
entenderse por el breve y temprano período en que estuvo a su cargo, así como porque
murió a los 48 años. De este modo, los recuerdos que tenía de ella no eran claros. En el
caso de su tía materna, las representaciones fueron puntuales y se relacionaban con un
momento difícil de su vida mencionado con anterioridad.
En la paciente las representaciones que emergieron en el embarazo se presentaron
cargadas de angustia y aprensión en relación con el daño físico y psíquico que pudiese
provocarle a su futuro hijo, así como con su incapacidad de llevar a cabo la función
materna. La presencia de pensamientos negativos, inclinados hacia el temor, la pérdida
y el sometimiento en la relación, se extendían a distintos ámbitos representacionales, lo
que se relacionaría con la amplificación de los estados internos negativos durante el
primer y segundo trimestre del embarazo.
Otro aspecto a señalar es que las representaciones sobre sí misma como madre, sobre
su hijo y sobre su pareja como compañero y como padre, mostraron ser contradictorias
en tanto coexistían representaciones de tonalidad negativa y positiva, pero sin acceso
simultáneo a la consciencia, y por tanto sin posibilidad de elaboración. Es posible
entender desde Bromberg (2006) cómo la disociación patológica estaría operando en el
funcionamiento psíquico de la paciente y dándole un carácter particular al mundo
representacional de ella durante la gestación. Para el autor, en la disociación patológica
el sujeto renuncia a la coherencia entre estados del self negando el acceso simultaneo
a la consciencia de la experiencia que no es coherente con el estado del self que
organiza la identidad nuclear en un período determinado. De este modo los aspectos
78
discordantes de la mente no quedan disponibles de manera inmediata para la
autoobservación, por lo cual el sujeto vive su experiencia subjetiva inmediata como
“islas de verdad”.
Un punto a mencionar tiene relación con la concepción del embarazo, el cual fue
producto del olvido durante una semana del método de anticoncepción. Llama la
atención que una mujer adulta, con pareja estable y con estudios universitarios, pudiese
fallar en este sentido. Se podría especular que, de alguna manera, este embarazo era
deseado inconscientemente desde la fantasía de sanación emocional que podría
significar, ya sea como una licencia para sus estudios o como un medio de reparación
de su historia traumática temprana.
La noticia del embarazo fue recibida con mucha rabia hacia sí misma por su
responsabilidad en el olvido, así como con angustia por no sentirse competente para
ser madre. Además, trajo consigo la emergencia de representaciones contrapuestas,
basadas, por un lado, en el rechazo hacia este, y por otra, en las expectativas positivas
de reparación en su vida. Desde el rechazo, el embarazo venía a representar una
interrupción en su vida cotidiana, en sus planes y proyectos futuros, y por ello era una
“carga”. Se puede pensar que estos sentimientos de rechazo pudiesen relacionarse, por
una parte, con la ausencia de planificación consciente del embarazo, así como con sus
sentimientos al haber sido rechazada por su madre desde la concepción, y contra su
79
padre al abandonarla tras saber de su existencia. Al respecto, Stern (1997) ha
planteado que en el caso de una mujer embarazada que cuenta con un modelo
negativo de su propia madre, ya sea como ausente, abandonadora o rechazante, ello
incidirá en sus sentimientos hacia su propia maternidad.
La paciente reiteradamente refería que no debería estar embarazada y que el embarazo
era una equivocación y una traba en sus planes futuros. Sentir rechazo le generó
sentimientos de culpa y la confirmación de ser una mala persona. Al mismo tiempo, el
embarazo representaba una posibilidad de sanarse de sus crisis de pánico y de sus
traumas del pasado, constituyéndose al mismo tiempo en un alivio al quitarle la carga
de tomar una decisión sobre sus estudios.
Por otra parte, los malestares físicos que la paciente presentó a lo largo del embarazo
le hacían sentir que el embarazo la maltrataba y sometía a un estilo de vida no deseado
por ella. Se sentía agobiada y sin energía, y en más de una oportunidad confesaba que
el embarazo le estaba quitando la vida. Esto hace pensar que para ella ese estado era
como un “otro” que se apoderaba de ella y la sometía, lo que remitía a los modelos de
vinculación abusiva que internalizó a lo largo de su historia traumática.
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dado que ella se sentía amoral por haberse involucrado con su profesor. Esta relación
amorosa que mantuvo en secreto en la enseñanza media con su profesor, estaba
cargada por la culpa y la profunda autocrítica por haber transgredido, según ella misma,
los límites de lo moralmente establecido. Si se considera además que la paciente tenía
un súper yo severo que la conduce a funcionar con un alto sentido del deber ser, se
puede explicar su representación de amoral que lleva de la mano la representación de
sí misma como mala persona. Cabe considerar que la paciente no podía ver el abuso
de poder ejercido hacia ella por su profesor y, por tanto, no lo culpaba ni criticaba; era
ella más bien quien se atribuía la grave falta. Este aspecto de la paciente puede
relacionarse con lo que distintos autores como Ferenczi (1931), Fraiberg (1975) &
Brandchaft (2007) han llamado la identificación con el agresor, como una defensa
patológica que se constituye frente a experiencias traumáticas en la infancia, como el
maltrato y/o abuso de parte de los cuidadores. Dicha defensa evidenciaría un
funcionamiento disociado en la víctima para protegerse contra el dolor insoportable y la
ansiedad, a través de la introyección de la ansiedad y la culpa del agresor.
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como quien podía someterlo y enfermarlo emocionalmente al ser una madre dañina. Es
posible pensar que en la base de estas representaciones está presente, por un lado, el
temor a repetir su historia traumática fluctuando entre ser la víctima o la victimaria de su
propio hijo y, en esa medida, la emergencia del núcleo traumático de su historia pasada
descontextualizado en la actualidad.
Junto con estas representaciones en las que aparecía una importante devaluación a sí
misma, emergían en menor medida representaciones en las cuales se veía como una
madre cuidadora y afectuosa, lo que podría atribuirse a aquellas experiencias de
cuidado y protección recibidas en la infancia de parte de su abuela materna, abuelo
materno y tía materna, que si bien fueron en momentos puntuales de su vida, podrían
presentarse como “ángeles” en la crianza de acuerdo con lo plateado por Lieberman et
al. (2005). La abuela y abuelo materno asumieron su cuidado en su primer año de vida,
y las representaciones que la paciente tenía de ellos era de figuras buenas, protectoras
y afectivas. En particular, la abuela era representada como la figura que podría haberla
rescatado de sus traumas si no hubiera muerto. A su tía materna también la
representaba como salvadora en un momento puntual en su vida, cuando debió irse de
su casa para protegerse de los maltratos físicos de su padrastro. Es posible
comprender, de esta manera, que las representaciones de cualidad positiva de ella
como futura madre, expresan aspectos protectores que ha podido desarrollar a partir de
estas experiencias positivas de vinculación. Ello es posible de relacionar con lo que
Lieberman et al. (2005) llaman la identificación con el protector, en la cual se da la
internalización de las cualidades positivas del cuidador y que, sin duda, podría ser un
factor protector en la futura crianza de su hijo.
Otra vía por la cual se tuvo acceso a las representaciones de la paciente fue a través de
los sueños, que, tal como lo plantea Raphael - Leff (1995), revelan secretos de la
vivencia interna que la futura madre tiene sobre su embarazo, así como fantasías y
temores de si cuenta o no con los recursos internos y externos para ser una buena
madre. En esa medida sus sueños fueron expresión de representaciones de sí misma
como una madre paralizada por la angustia (como en sus crisis de pánico), no
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protectora, incapaz de brindarle los cuidados a su hijo, y necesitada de un otro que la
ayudase. En este sentido, se observó la representación de ella como niña, disminuida y
dependiente de otro que ejerza la función materna por ella. Emergen sus deseos de
volver al útero, a un estado regresivo e idealizado, sin conflictos ni posibilidad de daño o
abandono. Al respecto, se puede pensar también en el deseo de que su hijo no nazca y
se quede en su interior, ya que para ella salir al mundo implica sufrimiento.
En los sueños también se observó la representación de ella y su pareja como incapaces
de cuidar a su hijo por no contar con recursos económicos. De aquí emergía el temor a
que le quitasen a su hijo y lo dieran en adopción y que, por tanto, este sufriera el
abandono de sus padres y la discriminación. Con respecto a la adopción, estos temores
podrían ligarse con sus fantasías de abandono, las que pueden entenderse dada su
historia de abandono paterno temprano, así como por el abandono que también sufrió
su madre de parte de él mismo, al conocer del embarazo en el que la esperaban a ella.
Su temor a la discriminación se comprende, por los sentimientos que ha albergado
desde su infancia de ser discriminada por no ser hija de su padrastro y siendo
catalogada de “huacha”, de no ser parte de la familia y de ser la causa de los problemas
familiares. También ha sentido la discriminación de género ante la diferencia en el trato
que se le brindó a ella y a su hermanastro.
Para Stern (1997) el pasaje de la pareja de ser una díada a una triada, cambia las redes
de modelos de la madre respecto de su pareja en las dimensiones de pareja, padre y
hombre. En relación con ello, se observaron durante el embarazo representaciones
opuestas respecto de su pareja durante el primer y segundo trimestre del embarazo.
Por un lado la pareja era representada como un padre que abandona y no ejerce la
función paterna, y en otras ocasiones como un buen padre. La paciente de modo
frecuente se quejaba de que su pareja era inmaduro y que no se preocupaba de que
sería papá. Por otra parte, refería que él estaba muy ilusionado con el bebé y lo único
que quería era ser padre. Tal como se mencionó en un principio, en estas
representaciones contradictorias se ve reflejado el uso de la disociación patológica por
la cual ambas representaciones de su pareja alternaban durante el embarazo sin
83
posibilidad de contrastación y elaboración. Otro aspecto a señalar tiene relación con
que estas representaciones devaluadas no se contrastaban del todo con la realidad, ya
que de acuerdo con su relato, su pareja impresionaba estar comprometido con ella y
con la familia que estaba formando. Por ejemplo, aumentó su jornada de trabajo para
asumir las mayores exigencias económicas que venían y la acompañó a todos los
controles médicos, tanto del embarazo como de otros problemas de salud.
Es posible pensar, al respecto, que en las representaciones de cualidad negativa
pudiese estar identificando a su pareja con su propio padre y expresando nuevamente
el temor a que se reedite su historia, y, por tanto, ser ella junto con su hijo quienes sean
rechazados y abandonados en esta ocasión. Por el contrario, en las representaciones
de carácter positivo ella diferencia a su pareja de su padre y lo percibe con
características ideales, de ser un padre que no fallará, que siempre estará presente,
protector y que brindará contención en todo momento. En relación con estas
representaciones, se puede pensar que podrían provenir del el modelo de su abuelo
materno, quien ha sido la única figura masculina con quien la paciente ha tenido y
mantiene al día de hoy un vínculo afectivo significativo. Sin embargo, estas
representaciones altamente idealizadas podrían también ser sus fantasías de un padre
idealizado y grandioso que no es real. La cualidad de estas representaciones muestra
nuevamente el funcionamiento disociado que le impide desarrollar un modelo de padre
más realista e integrado, que considere tanto aquellas experiencias positivas como
negativas de cuidado a lo largo de su vida. Tal como lo sugiere Bromberg (2011), la
disociación patológica como respuesta al trauma altera en el individuo la mirada de sus
experiencias del pasado, así como del futuro, y perturba la posibilidad de desarrollar
una secuencia lineal de la experiencia del tiempo
En cuanto a las representaciones como compañero lo percibe también con
características positivas y negativas al mismo tiempo, esto es, como una pareja que
cubre todas sus necesidades por un lado, y por otro como un niño, con el que ella debe
cargar. Con respecto a esta última representación de su pareja, siguiendo a Stern
(1997), para la paciente la llegada del bebé representaría una amenaza de
supervivencia de su relación de pareja, ya que esta representación lleva de la mano la
representación de éste, como otro bebé del que tendrá que encargarse y como
84
consecuencia, sufrirá la pérdida de su compañero. En el último trimestre estas
representaciones ya no se alternaron entre buenas y malas, sino que terminaron
predominando representaciones positivas en torno a su pareja.
85
con lo cual se protege del terror insoportable de la pérdida de objeto y de la disolución
del self.
Otras representaciones respecto al futuro vínculo con su hijo mostraban la emergencia
del núcleo traumático del abuso y maltrato, expresado en su modalidad de vinculación
caracterizada por el abuso de poder en las relaciones. Una de las representaciones era
la de su hijo como “propiedad”, como un objeto del que se adueñaría, disponiendo ella
de su vida. Al situarse en la posición de victimaria, controlaba la posibilidad de ser
rechazada y abandonada por este, y anulaba así el temor y angustia asociados con una
situación de ese tipo. Junto con ello tenía la representación inversa de su hijo, con
características de victimario que la rechazaría y abandonaría para olvidarla con el
tiempo. Ambas representaciones permiten ver la dinámica complementaria de víctima-
victimario, y en ese sentido se muestra la recreación de un vínculo de sometimiento,
abusivo, propio de su historia traumática. En esa medida en el caso de la paciente,
como lo plantea Winnicott (1971), la falta de consideración del otro de sus propios
estados emocionales, sumado a su sobre adaptación, explicaría el desarrollo de una
subjetividad marcada por el sometimiento.
En relación con el sexo del bebé, las representaciones diferían según fuese niña o
varón. La paciente deseaba una niña, ya que al ser de su mismo sexo representaba
una revancha; esto es, una posibilidad de compensación a sí misma por lo que no tuvo
de parte de sus figuras cuidadoras. Al respecto, la paciente refería que esta era su
oportunidad para saldar una cuenta consigo misma, que haría vivir a su hija todo lo que
ella no vivió y que haría todo lo contrario a lo que hizo su madre con ella, como la
oportunidad de reparar su historia traumática dándole a su hija una niñez y
adolescencia mejor. Como madre de una niña, la paciente se representaba a sí misma
como una mamá afectivamente nutricia y con la capacidad de satisfacer todas sus
necesidades. Es posible pensar que esta era una representación de sí misma altamente
idealizada, en la cual no daba cabida a falta alguna como progenitora. Sería la madre
idealizada, perfecta y no “suficientemente buena” como la madre de Winnicott (1945), al
ser una mamá que nunca dejaría solo a su hijo, que impediría que sufriera y nunca le
generaría dolor ni frustración.
86
A la base de esta representación estaba su idea de que con una hija podría sintonizar
más fácilmente con las necesidades afectivas de ella.
Por el contrario, un hijo varón era representado como un hijo abandonador y
rechazante, que no la querría como madre y, por lo mismo, con quien no podría formar
un vínculo de apego. Se puede pensar que en esta representación de un hijo hombre
aparece la identificación de su futuro hijo con su propio padre que la abandonó, en
contraste con el hijo que es un regalo. Se observa en estas representaciones la
incidencia del trauma que determina el uso de la disociación patológica frente a
contenidos inarmónicos de la mente, como afectos, deseos y creencias, que no están
inmediatamente disponibles para la autoobservación.
El haber escogido un nombre antiguo representa para ella la fortaleza de carácter, que
asociaba con la capacidad de defenderse ante cualquier tipo de maltrato y, por tanto, la
imposibilidad de que su hijo sufriera en el futuro.
Además, en la representación de su futuro hijo la paciente identifica a este consigo
misma al verlo como un niño descuidado, dañado y traumatizado por sus fallas en la
maternidad. Al mismo tiempo lo puede ver como un niño que no sufrirá ni le faltarán sus
padres. Cabe señalar que en el proceso no logró diferenciar del todo al hijo de sí
misma, y tendió a predominar la visión de este como ella en su infancia.
En relación con la personalidad de su futuro hijo, sus representaciones eran de un niño
fuerte de carácter como ella, lo que muestra la discrepancia entre cómo se ve a sí
misma en esta representación y cómo es en la realidad. Se puede pensar al respecto
en los elementos no integrados de sí misma que no logra contrastarlos entre ellos. Del
mismo modo, las representaciones sobre el temperamento de su hijo eran opuestas ya
que, por una parte, lo imaginaba despierto, alegre y activo, y por otra, difícil, impulsivo e
incontrolable. Esta última representación se sustentaba en la imagen que tenía de su
hermanastro, así como en la intensa actividad intrauterina del feto.
Por último, sobre el parecido físico de su hijo, lo imaginaba como su pareja y no como
ella por considerar su rostro común y corriente, sin ninguna particularidad que
destacase.
87
1.9. Representaciones sobre su madre.
88
siente rechazada por él. Con ello se puede pensar que persiste su representación de
ser una mala madre.
En este punto es importante partir señalando lo planteado por Stern (1997) sobre las
representaciones maternas que se desarrollan en el contexto presente de la interacción
entre madre e hijo, y que, de acuerdo con él, esas representaciones no se gatillan solo
a partir de la conflictiva intrapsíquica de la madre, sino también de manera mutua entre
madre y bebé en el ámbito relacional.
Con la paciente se sostuvieron posteriormente al parto tres sesiones, cada una con una
frecuencia mensual. En ellas se observó la reemergencia con fuerza de
representaciones desarrolladas en el embarazo sobre sí misma de carácter negativo
respecto del ejercicio de su función materna. Un ámbito en que se reactivaron las
representaciones fue en la experiencia de lactancia, que para la paciente tenía una
intensa carga emocional en tanto se constituía en el momento clave de íntima
vinculación y de formación del apego con su hijo. La imposibilidad de amamantar en el
caso de la paciente se dio porque ella no pudo formar el pezón y su hijo nunca pudo,
por tanto, prenderse al pecho, lo cual confirmó la representación de sí misma como una
madre “dañina” e “incapaz” de satisfacer las necesidades físicas y emocionales de su
hijo, como también la de un hijo que “no la quería” y la “rechazaba como madre”.
Asimismo, le confirmó la ausencia de un vínculo afectivo entre ambos.
Estas mismas representaciones antes mencionadas se mantuvieron, pero ahora en
relación con el sentimiento de que el bebé no la identificaba como madre, ya que se iba
con cualquier persona. Dada la intensidad de afectos displacenteros que estas
representaciones le generaban, se puede comprender la conducta complementaria que
adoptó de intencionar un vínculo exclusivo entre ambos, sin permitir que su hijo se
aproximase a otros, ni que otros interactuasen con él, inclusive el padre del niño. Ello es
posible de comprender a la luz de lo planteado por Stern (1991; 1997), quien afirma que
las representaciones de la madre tienen gran influencia sobre las interacciones reales
que se establecen entre madre y bebé.
89
Esta representación de una falla en el apego y de fracaso en la vinculación puede
entenderse desde su historia, en la cual la paciente se sintió privada por su madre de
contar con una relación afectiva con ella. Según la paciente, su madre siempre evitó la
cercanía afectiva con ella en la medida en que la percibía como una niña autónoma,
fuerte y sin necesidad de apoyo emocional. Ver recreada en la interacción con su hijo
su propia experiencia temprana con su madre, le generaba intensa angustia y culpa,
pues veía que ahora ella era una madre traumatizante y su hijo, el niño traumatizado, tal
como lo fue ella en su infancia. Al respecto se puede pensar en la influencia de la
transmisión transgeneracional del trauma, dado que los conflictos relacionales de la
temprana infancia de la paciente con su madre aparecen siendo recreados en el
conflicto actual con su hijo ante la presencia de “fantasmas”, como plantea Selma
Fraiberg et al. (1975), y estarían empujando a la repetición del pasado en el presente de
los conflictos del pasado de los padres que no han sido elaborados, lo que entorpecería
la relación actual con sus hijos. Se observó, asimismo, cómo, ante el conflicto de
sentirse rechazada por su hijo en el vínculo, es ahora ella quien lo doblega en la
relación al someterlo a ella y fallando, por tanto, como madre en la capacidad de
sensibilidad y sintonía con él, así como desconociendo la subjetividad de su hijo en la
interacción, tal como lo experimentó con su madre y posteriores figuras en su
desarrollo.
2. CONSIDERACIONES FINALES
90
otra parte, aquellas representaciones de carácter positivo fueron mínimas, lo que
permite pensar que el deseo de elaboración de dichas experiencias se encuentra en
gestación.
Específicamente se detectó una serie de representaciones maternas que reflejan las
vivencias traumáticas y que dan luces de posibles riesgos en el desarrollo del vínculo
madre-hijo posterior al nacimiento. Por ejemplo, representaciones con un papel
reparatorio, otras caracterizadas por una baja diferenciación del sí mismo con el feto en
gestación y con dificultades para visualizar las necesidades del futuro hijo como un ser
individual y distinto a la madre. Asimismo, se detectaron representaciones marcadas
por el sentimiento de incapacidad materna y otras respecto de la modalidad traumática
de vinculación.
En cuanto a las limitaciones de esta investigación, se debe tener presente que las
conclusiones derivadas del análisis y discusión se limitan a las características
particulares del caso, debido al carácter de estudio de caso único, el cual no permite
generalizar sus resultados, ni extrapolarlos a la población de mujeres gestantes con
historia de traumatización. En este sentido, sería recomendable que futuras
investigaciones pudiesen contar con una muestra representativa que permitiese
conocer, por ejemplo, la existencia de otras variables en el desarrollo de
representaciones maternas en esta población, así como considerar diversos elementos
del contexto de las embarazadas que pudiesen incidir en el carácter de estas.
Otras limitaciones a señalar tienen relación con el hecho de que no fue posible conocer
al bebé, como tampoco observar la interacción real entre madre e hijo en la cual, de
acuerdo con la literatura, se expresarían las características de las representaciones
desarrolladas durante el embarazo. Del mismo modo, el no haber conocido a personas
significativas en la vida de la paciente, particularmente a su pareja, fue otra limitación
porque haber contado con la presencia del futuro padre hubiese dado mayor
información para contrastar las representaciones negativas desarrolladas sobre él, así
como para prevenir potenciales dificultades de la pareja en el pasaje a constituirse en
padres.
Por otra parte, existen suficientes investigaciones que respaldan que el estudio de las
representaciones maternas durante la gestación es un predictor del posible tipo de
91
vínculo que la madre establecerá con su hijo en el futuro. En este sentido, sería
interesante realizar investigaciones que no se limiten al estudio de las representaciones
maternas del período del embarazo, sino que se extiendan hasta el primer año de vida
del bebé, de modo de seguir el curso de estas y observar cómo se expresan en el
vínculo madre-hijo y en el desempeño de la crianza.
Sería también un aporte poder verificar el vínculo entre la conducta interactiva madre-
bebé con la representación, y detectar qué representaciones de carácter negativo se
hacen reales y cuáles no. Así también, conocer en qué medida las representaciones
positivas ejercen su influencia en las interacciones reales entre madre-hijo, de modo
contar con información sobre la posibilidad de resilencia.
Por otra parte, el trabajo psicoterapeútico con las representaciones maternas responde
a la necesidad de contar con intervenciones preventivas específicas si se piensa que
estas son un agente patógeno potencial, en la medida en que son producto de
experiencias de traumatización. En este sentido, es relevante trabajar con los conflictos
que no han sido elaborados y que se activan en el embarazo, para que disminuyan así
las probabilidades de que ellos se actúen en la interacción real con el niño. Para eso el
hilo conductor de la intervención debería ser el nexo entre los conflictos de la infancia
de la madre, sus temas conflictivos actuales y la futura interacción con el niño.
Dado el contexto relacional en el que emerge el trauma, también es central tener como
foco en la intervención, la relación paciente-terapeuta, que tiene el potencial de ser una
experiencia de vínculo afectivo correctiva y que puede constituirse en el punto de
partida para la modificación de aquellas representaciones que determinarán el futuro
vínculo madre-hijo. Al respecto, debiese trabajarse con las representaciones que la
futura madre tiene sobre sí misma como madre y aquellas sobre el niño, con el fin de
librarlas de distorsiones y favorecer la diferenciación entre sí misma y el bebé en
gestación. Lo anterior, principalmente debido a que en las representaciones se observa
la proyección de los traumas, dolores y carencias en el hijo por nacer.
La importancia de intervenir en este aspecto, reside en la baja diferenciación observada
entre las representaciones que la madre desarrolla en base a las necesidades no
satisfechas y/o carencias afectivas sufridas en el pasado, y las representaciones del hijo
en el futuro. A sí mismo, por la escasa diferenciación entre las representaciones
92
construidas sobre las figuras que la traumatizaron en la infancia, de aquellas en que se
representa a sí misma como figura de vínculo en la crianza de su hijo.
Si se tiene presente la naturaleza del trauma que invade casi la totalidad del
funcionamiento psíquico, se entiende que el mundo representacional de la gestante
pudiese estar constituido casi en su totalidad por representaciones traumáticas, con una
mínima presencia de representaciones más bien sanas. Dado lo anterior sería
beneficioso, en el contexto de terapia, rescatar aquellas experiencias de cuidado
positivo de las gestantes, a fin de matizar su mundo representacional, ya sea
fortaleciendo aquellas representaciones de experiencias de cuidado afectivo y protector,
y/o inhibiendo aquellas de carácter traumático. El poder equilibrar el mundo
representacional de la futura madre requeriría trabajar con las defensas patológicas
como la disociación que se expresa en las representaciones maternas discordantes, lo
que posibilitaría que estas estuviesen disponibles a la autoobservación y, de este modo,
a su elaboración.
Por último, contar con la participación del futuro padre en el contexto de terapia podría
ser un aporte en tanto este también traiga consigo un mundo representacional, y, como
tal, podría tener una influencia en las representaciones de la madre y en futuras
conductas de esta y del hijo, así como y en la calidad del vínculo afectivo.
En síntesis, las representaciones maternas nos permiten acceder a los distintos
aspectos del funcionamiento psíquico de la mujer en el período de gestación. El estudio
y análisis de estas entrega elementos centrales para comprender las dinámicas de
funcionamiento psíquico y de conflictos, así como para reflexionar sobre los énfasis y
focos a trabajar en las intervenciones terapéuticas con mujeres en período de
gestación, con lo que se busca actuar a nivel de prevención tanto en la estructuración
psíquica del bebé como en el posterior vínculo con este.
93
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98
ANEXOS
99
ANEXO 1
100
Así mismo, en esta investigación no hay pago por participación.
En lo que respecta a la información obtenida de su proceso de terapia, ésta será tratada
de manera confidencial, de acuerdo a la ley 19.628 de 1999, sobre protección de la vida
privada o protección de datos de carácter personal. No se dará a conocer su fuente,
salvo que sea exigido por la justicia. Sólo tendrá acceso a ella el equipo de
investigación.
Profesor guía
Investigadora responsable
101
ANEXO 2
Consentimiento informado
Por intermedio de la presente, consiento en participar en la investigación denominada:
“Estudio de caso: La incidencia de la traumatización severa en las representaciones
maternas” y autorizo a la profesional Sra. Soledad Elisa Gómez León, investigador
responsable del proyecto, para hacer uso de la información obtenida del proceso de
terapia realizado con ella entre los años 2014 y 2015.
Manifiesto que me encuentro en antecedentes que la investigación contempla el análisis
del proceso personal de psicoterapia ya concluido, información que posteriormente será
tratada a la luz del marco teórico pertinente.
Autorizo por tanto en mi calidad de participante, al investigador responsable, a revisar y
analizar el proceso de terapia efectuado con anterioridad.
La investigadora responsable se compromete a resguardar la confidencialidad y el
anonimato de la participante.
_____________________ _______________________
Firma investigadora Firma participante
102