Sie sind auf Seite 1von 56

El príncipe pide una mano

El príncipe pide una mano


Graciela Repún y Enrique Melantoni

Ilustraciones de Sabina Álvarez Schürmann

www.kapelusznorma.com.ar
Bogotá, Buenos Aires, Caracas, Guatemala,
Lima, México, Panamá, Quito, San José,
San Juan, Santiago de Chile.
Repún, Graciela
El príncipe pide una mano / Graciela Repún. -
1a ed . 6a reimp. - Ciudad Autónoma de Buenos
Aires : Grupo Editorial Norma, 2017.
64 p. ; 20 x 12 cm. - (Torre de papel)

ISBN 978-987-545-496-5

1. Narrativa Infantil Argentina. I. Título.


CDD 863.9282

© Graciela Repún y Enrique Melantoni, 2008


© Editorial Norma S.A., 2008,
Av. Leandro N. Alem 1074, Ciudad de Buenos Aires,
Argentina.

Reservados todos los derechos.


Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra
sin permiso escrito de la Editorial.

Marcas y signos distintivos que contienen la denominación


“N”/Norma/Carvajal ® bajo licencia de Grupo Carvajal
(Colombia).

Impreso en la Argentina – Printed in Argentina


Primera edición: junio de 2008
Sexta reimpresión: mayo de 2017

Edición: Constanza Penacini


Diagramación: Gisela Romero

CC 61074445
ISBN 978-987-545-496-5
Contenido

El príncipe pide una mano 7


Primer acto 9
Segundo acto 25
Tercer acto 35
Cuarto acto 43
El príncipe pide una mano

Personajes

Príncipe Azul
Enanito (El mismo enano representa a los
Enanitos Aullador, Roncador, Quejoso y
Risitas.)
Blancanieves
Bella Durmiente
Reina, madre de Bella
Rey, padre de Bella
Guardias
Servidoras
Pajes
Doncellas
Sirenita
Invitados al baile
Rey, padre del príncipe Azul
Cenicienta
Hada Madrina de Cenicienta
Portero del palacio
PRIMER ACTO:

Abre a claro en el bosque. Sobre una roca


plana se ve una caja transparente donde duer-
me la princesa Blancanieves. Solo se escuchan
sus ronquidos. Por la izquierda aparece el Prín-
cipe Azul, que mira hacia todos lados.

Príncipe Azul: Jamás había estado en


esta parte del bosque. Tengo que andar con
cuidado. En pocas horas llegará la noche...
Por los ruidos que oigo, entre los matorra-
les debe estar agazapado un peligroso jaba-
lí. (Saca su espada.) Pero... ¿qué es esto? (Ob-
servando la caja.) ¿Quién es esta joven y qué
hace durmiendo aquí? (Mirando para todos
lados.) ¿Y dónde estará ese pequeño hom-
brecito con el que me crucé hace rato?

Enanito Aullador: (Entrando por la dere-


10 cha con un gorro blanco.) Aquí, aquí.

Príncipe Azul: Dime, ¿quién es esta her-


mosa doncella?

Enanito Aullador: Es Blancanieves.


Hace años que duerme. Llegó a nuestro
hogar escapando de su malvada madrastra.
Mis seis hermanos y yo le dimos hogar y
comida. A cambio, ella se encargó de las
tareas de la casa. Pero su madrastra la des-
cubrió y le envió un hechizo que la dejó del
modo en que ahora la contemplas. Muchos
príncipes vinieron a tratar de despertarla y
ninguno pudo.

Príncipe Azul: No me extraña. Después


de cocinar y lavar para siete personas, cual-
quiera querría dormir varios años...

Enanito Aullador: Eso no es nada. A


nosotros, la Gente Pequeña, nos gustan las
minas...
Príncipe Azul: ¿Son mujeriegos?

Enanito Aullador: ¡No! Hacemos agu-


jeros en la montaña con nuestros picos y
palas. Todas las tardes volvíamos con oro,
piedras preciosas y las espaldas cargadas.
Blancanieves nos esperaba con la comida y 11
con un masaje... (El hombrecillo se entristece.)
¡Era tan amorosa! Antes de su llegada, en
el pueblo nos decían “Los siete mugrientos”.
Cuando ella vino, nos rebautizó con apodos
nuevos: Quejoso, Risitas, Silbador, Mofletes,
Roncador, Tontorrón y Aullador...

Príncipe Azul: (Interrumpiendo.) ¿Y si yo


pudiera despertarla?

Enanito Aullador: Si quieres probar...

(El príncipe prueba con cuanto método está


a su alcance, hasta golpeándola con un palo,
tocándole la trompeta en la oreja, haciéndole cos-
quillas con una pluma. No logra nada. Cuando
está por desistir, se acerca a Blancanieves, la
mira con expresión enamorada y suspira. Se in-
clina y la besa, pero se levanta de golpe, haciendo
gestos de desagrado.)

Príncipe Azul: ¡Qué asco! ¡Tenía un pe-


dazo de fruta entre los labios!
Enanito Aullador: Es que se desmayó al
morder una manzana... Se ve que no llegó
ni a masticarla.

(Se oye un prolongado suspiro desde el cajón


y los dos se acercan. El príncipe se inclina de
nuevo sobre Blancanieves, pero ella tose ruido- 13
samente y él se levanta enseguida, restregándose
un ojo. Blancanieves se sienta. Mira a su alrede-
dor con expresión confundida.)

Blancanieves: ¿Qué me pasó? ¿Por qué es-


toy en una caja de bombones de fruta? ¿Dón-
de está la pila de ropa sucia? ¿Usted quién es,
con esa cara de príncipe enamorado?

Príncipe Azul: Soy un príncipe ena-


morado...

Blancanieves: ¡Ahora recuerdo! Una vie-


ja sin dientes, muy simpática, me regaló la
mitad de su manzana. Yo pensé “para com-
pota no alcanza”, así que le di un mordisco...

Enanito Aullador: Eso fue hace mu-


chos años, Blanquita...

Blancanieves: ¡Aullador! ¿Cómo estás?


¿Seguís tocando heavy metal? ¿Dónde es-
tán tus hermanos?
Enanito Aullador: (Habla mientras retro-
cede y sale de escena.) Voy a ver si los encuen-
tro para que te vengan a saludar...

Príncipe Azul: Aprovecho que estamos


solos para preguntarte, ¿te casarías conmigo?
14
Blancanieves: ¡Tu pregunta me toma
por sorpresa! ¿No nos conocimos hace un
ratito?

(Entra el Enanito Roncador, con gorro verde


y unos largos bigotes, que le llegan casi hasta el
suelo.)

Enanito Roncador: ¡Blanca!

Blancanieves: ¡Roncador! ¡Qué feliz es-


toy de verte! ¿Y tus hermanos?

(El Enanito Roncador bosteza y cierra los


ojos. Se queda dormido parado y comienza a
roncar. El Príncipe Azul lo sacude y lo despier-
ta, pero vuelve a hacer lo mismo a mitad de su
frase y tienen que despertarlo nuevamente.)

Enanito Roncador: Zzzzz. ¿Mis herma-


nos?... Andan por ahí, trabajando, como
siempre. Zzzzz. ¡Voy a buscarlos! (Se vuelve a
quedar dormido parado. Lo despiertan y comienza
a caminar, pero se duerme otra vez. Repiten la se-
cuencia hasta que finalmente sale de escena.)

Blancanieves: ¡Qué raro! Antes anda-


ban todos juntos, y ahora vienen de a uno.
Tengo un mal presentimiento... (Girando
hacia el Príncipe Azul.) ¿Qué me decías? ¿Me 15
estabas proponiendo casamiento?

Príncipe Azul: (Aclarando la garganta.)


Es que... quiero una esposa buena, bella
y hacendosa como tú... Que no le haga
asco a las tareas del hogar. Que atienda a
su marido, que se quede en casa esperán-
dome hasta que vuelva de mis batallas...
Que se ocupe de los invitados, los hijos...
Que no sea llamativa, que no haga mu-
cho ruido...

Enanito Quejoso: (Entrando a la carrera.


Ahora tiene un gorro azul y una larga barba
blanca.) ¡Blanquilla, despertaste!

Blancanieves: ¡Mi querido Quejoso! Me


acaba de despertar el joven aquí presente.
Y recién me propuso casamiento. ¿Qué te
parece? ¿Será un buen partido?

Enanito Quejoso: (Poniendo cara de desa-


grado.) Debo quejarme de estos personajes
que toman decisiones apresuradas. Me
imagino que todavía no le contestaste, ¿no?

Blancanieves: En realidad, no. Pero,


además, jamás me iría sin despedirme de
ustedes. A propósito, ¿por qué no vienen
16 todos juntos?

Enanito Quejoso: Están por ahí, tra-


bajando. Yo veré... veré qué puedo ha-
cer. (Se va, quejándose de las piedritas del ca-
mino y del sol fuerte.)

Príncipe Azul: (Mirando cómo se aleja.)


¡Es notable lo parecidos que son!

Blancanieves: Es que no los conoces.


Con el tiempo, uno aprende a ver los ras-
gos que los diferencian.

Príncipe Azul: Blancanieves... ¿Te casa-


rás conmigo? Dame una respuesta. Pronto
saldrá la luna llena, y podríamos aprove-
char que el bosque estará iluminado para
emprender el camino a mi castillo, para
que conozcas a mis padres y ver si ellos te
aprueban...

Blancanieves: ¿Luna llena? (Se escucha


un aullido.) ¡Estás en peligro! (Se oyen nuevos
ruidos que ponen a los protagonistas en alerta.)
Pero ahí viene Risitas. Iremos con él a la
casita del bosque, donde nos pondremos a
salvo...

Príncipe Azul: ¿A salvo de qué?


17
Blancanieves: (Inventando.) A salvo de...
de... ¡los osos!

Príncipe Azul: ¿Osos? ¿Aquí? ¡Qué raro!

(Entra el Enanito Risitas, con gorro rojo y un


bamboleo gracioso.)

Blancanieves: ¡Mi querido Risitas!

Enanito Risitas: (Habla entre risas, porque


está muy tentado.) Hola, ¡ja ja!, Blanca, ¡jo, jo!

Blancanieves: (Mirando por encima del


Enanito.) ¿Dónde están los demás? ¿Por qué
vienen de a uno? ¿A quién quieren más, a
la mina o a mí?

(El Enanito Risitas, entre risas, hace gestos


de que va a buscarlos, pero Blancanieves, al ver-
lo de espaldas, le grita.)

Blancanieves: ¡Alto, Aullador!


Enanito Aullador: (El Enanito se detiene,
hace un gesto de cansancio.) ¿A quién le dices
“alto”? ¿A mí? (Se saca el gorro y las orejas fal-
sas y se pone su gorro blanco.) Ya sabía yo que
esta farsa no podía durar mucho. ¿Cómo
me descubriste?
18
Blancanieves: Es que ya es de noche... Y
ha salido la luna... llena.

Príncipe Azul: (Sacando su espada.)


¡Atrás, Blancanieves! Acabo de ver que el
enanito se está transformando en bestia.
¡Mira cómo asoma su cola por debajo de
la ropa!

(Al Enanito le asoma por detrás una cola


larga y muy peluda. Se produce un amague de
combate divertido. El Príncipe Azul quiere ata-
car, pero el Enanito lo sorprende, porque pasa
de tener una actitud humana a tomar las ca-
racterísticas de distintos animales. Blancanie-
ves se interpone entre los dos.)

Blancanieves: Déjalo vivir. Ya sé que,


por ser el séptimo hijo varón, en las noches
de luna llena, se convierte en lobizón.

Príncipe Azul: ¡Qué bonitos versos di-


ces, pero eso no evitará que nos ataque!
¡Córrete, para que pueda partirlo en dos
con mi espada!

Blancanieves: ¡Qué violento! ¡No te


atrevas! (Mirando al Enanito.) Quiero saber
la verdad... ¿Qué pasó mientras estuve dor-
20 mida? ¿Dónde están tus hermanos? ¿Acaso
tú...? (Hace un gesto con la mano, indicando
que se los comió.)

Enanito Aullador: No te niego que lo


pensé. Si me hubiera comido a Quejoso,
automáticamente habría pasado a ser el
sexto hermano, y la maldición dejaría de
funcionar. ¡Pero yo quiero a mis herma-
nos! La verdad es que se fueron a trabajar
y yo me quedé para cuidarte de las bestias
salvajes, para pasarle el plumero a la caja,
para lavar la ropa y para traer cuanto prín-
cipe pasara por ahí, a ver si te despertaba.
(Señala al Príncipe Azul de manera despec-
tiva.) Ya ves que este lo consiguió. Escu-
che, Azul, no tiene que preocuparse por
mí. Cuando estoy cerca de Blancanieves,
no soy peligroso.

Príncipe Azul: (Balanceando la espada.)


Un lobizón menos peligroso sigue siendo
peligroso. ¡Acabaré contigo, digas lo que
digas!
(Blancanieves se acerca al Enanito y lo aca-
ricia, mientras habla con el Príncipe Azul.)

Blancanieves: No harás nada de lo que


dices. Cuando me viste en mi caja, desperté
algo en ti. Ese pequeño y dulce sentimien-
to fue suficiente para vencer el hechizo de 21
mi madrastra. Un cariño más profundo,
¿no podría amansar a una fiera?

(El Príncipe Azul duda un instante. Luego


hace un gesto de completa ignorancia, mien-
tras se encoge de hombros.)

Enanito Aullador: Perdóname por tra-


tar de engañarte, Blanqui. Quería que te
fueras con el príncipe sin pena, pero soy un
pésimo actor. (De pronto se sacude, como si
tuviera convulsiones.) ¡Blancanieves, la luna
llena! ¡Siento que me estoy transformando!

Blancanieves: ¡No, resiste! ¡Aguanta,


Aullador! (Mientras le habla, lo sujeta por
los hombros y lo saca de escena. Luego vuelve.)
Ya está. Se transformó, pero no nos hará
daño. Lo traeré para que lo veas...

Príncipe Azul: (Alzando la espada.) Ten


cuidado, al menor movimiento sospecho-
so, mataré a la bestia.
Blancanieves: Basta con esa violencia,
que no me gusta. ¡Yo soy pacifista! Espe-
ra... (Vuelve enseguida, con un perrito en bra-
zos. Tiene el gorro blanco del Enanito.) Aquí
está tu peligroso lobizón... ¡Qué tierno es!
¡Cuántas veces, en noches de luna llena,
22 se quedó a mi lado, ayudándome con las
tareas de la casa y haciéndome compañía,
mientras sus hermanos roncaban de lo lin-
do! ¡Y cuántas veces volvía de la mina con
cualquier excusa y se ocupaba de todo,
mientras yo descansaba o estudiaba vete-
rinaria, mi secreta vocación! ¿Cómo pen-
sar en abandonarlo? ¡Si él me quiere y yo
lo quiero!

Príncipe Azul: Pero... ¿y nuestro casa-


miento?

Blancanieves: ¿Nuestro qué...? Escú-


chame, príncipe. Tú eres un salvador de
princesas. Lo demostraste conmigo. ¿Por
qué entonces no vas a rescatar a mi tía ta-
tarabuela? Ella era la doncella más hermo-
sa de su tiempo, pero duerme desde hace
cien años en su castillo. Solo necesita de tu
beso para despertar... No está al tanto de
los cambios sociales, así que tus ideas irán
perfectamente con las suyas...
Príncipe Azul: ¡Pero tu tía tatarabuela
debe ser un vejestorio!

Blancanieves: ¡No! Porque el hechizo


que la durmió la conserva tal cual era a los
dieciséis años. Vete ahora, y llegarás para
el amanecer. Pregunta en el pueblo dónde 23
queda el castillo de Bella Durmiente.

Príncipe Azul: (Guardando su espada, re-


signado.) Lo haré. (Se inclina ante Blancanie-
ves, acaricia al perrito con cierto temor, y se va.)

Blancanieves: ¡Adiós, príncipe! (Hablan-


do con el perrito:) Parecía un buen mucha-
cho. Un poco zopenco, un poco antiguo,
pero voluntarioso. ¿Vamos a nuestra casa,
Aullador? ¡Tendremos mucho de qué ha-
blar cuando amanezca! (Se van.)
SEGUNDO ACTO:

Un dormitorio polvoriento y con telarañas.


Sobre una cama yace Bella Durmiente. A su
derecha duermen sentados la Reina y el Rey. A
cada lado del respaldo, duermen profundamente
los Guardias, apoyados en su lanza; a la izquier-
da, dos o tres Servidoras, Doncellas y Pajes.

(Entra el Príncipe Azul y con la espada des-


envainada va quitando las telarañas.)

Príncipe Azul: ¡Puaj! A este castillo le


falta una buena mano femenina que haga
una limpieza a fondo... Pero aquí está la
tía tatarabuela de Blancanieves, la Bella
Durmiente. Aunque con ese polvo encima,
más parece Cenicienta... ¿Cuál será el nom-
bre verdadero de esta princesa? (Le da un
beso y tose por el polvo.)

26 Bella Durmiente: (Despertando.) ¿Dón-


de estoy?

Príncipe Azul: (Tosiendo.) En tu castillo,


bella princesa cuyo nombre no conozco.

Bella Durmiente: (Para sí.) ¡Qué tonte-


rías dice este hombre! ¡Parece un príncipe
con broncoespasmo! Y vestido con ropas
tan ridículas...

Príncipe Azul: (Ofendido.) Soy el Prínci-


pe Azul y mis ropas están de moda. Pero
no lo sabes, porque has dormido más de
cien años...

Bella Durmiente: ¿Otra vez me dejaron


dormir hasta tan tarde? ¿No funcionó el
despertador? (Mira hacia uno de los Pajes.) ¡Yo
sabía que ese paje no podía ni despertarse a
sí mismo! No sé para qué lo contratamos...
Veo que mis padres y demás servidores
también se han dormido... (Intenta moverse,
pero le cuesta.) ¿Podrías despertarlos?
(El Príncipe Azul lo intenta acudiendo a
diversos métodos, los mismos que utilizó con
Blancanieves y algunos más: les grita, los gol-
pea, los sacude, los pone de cabeza, les canta,
les pisa el pie, los asusta. Pero es en vano.)

28 Bella Durmiente: ¿Y si haces lo mismo


que hiciste para despertarme a mí?

Príncipe Azul: ¡Pero, Bella Durmien-


te, a ti te he despertado con un beso! ¡No
me pidas que haga lo mismo con ellos!
(Con asco.) ¡Mira esas barbas crecidas,
esos cabellos sucios!

(Bella Durmiente lo mira suplicante.)

(Bella Durmiente sigue mirándolo con aire


de ruego y el Príncipe Azul accede. Tosiendo, los
besa uno por uno, y a medida que lo hace, van
despertando.)

Reina: ¡Qué bien que besa este mucha-


cho, hija mía! Lástima que el pobrecito
esté resfriado. (Al Príncipe Azul.) ¿Quiere
que le haga preparar un té de eucaliptos
y unas cataplasmas bien calientes?

(Todos asienten y exclaman mientras el prín-


cipe se ruboriza.)
Príncipe Azul: (Tosiendo.) ¿Aspir... ¡cof!...
ina no hay?

Rey: ¿Qué quiere aspirar? ¿Polvos para


la tos?

Príncipe Azul: (Tosiendo.) Quiero... ¡cof, 29


cof!... tomar...

Rey: ¿Quiere agua?

Príncipe Azul: Agua con... ¡cof, cof!...


aspir... ¡cof, cof!... ina...

Rey: ¿Agua con harina?

Príncipe Azul y Rey: (A la vez, cada uno


para sí.) ¡Ay, esto va a ser difícil!

(Bella Durmiente logra levantarse y estira sus


pies. Todos en la habitación hacen lo mismo que
ella. Camina hacia un lado, y sus padres y los Ser-
vidores la siguen. Va hacia el otro y sucede lo mis-
mo. Ejecutan una pequeña coreografía, mientras
el Príncipe Azul los mira perplejo. Bella Durmien-
te se sienta, y todos hacen lo mismo. Ella comienza
a charlar con su madre y todos conversan entre sí.)

Príncipe Azul: (Entre toses.) Todavía no


sé el nombre de la bella durmiente...
Rey: ¡Pero, muchacho! ¡Se ve que la
tos te confunde las ideas! Si la acabas de
nombrar... Mi hija se llama Bella, hija
de la reina Luna (Señala a su mujer.) y del
rey don Juan Durmiente (Se señala a sí
mismo.)
30
Bella Durmiente: (Se levanta y todos se
levantan con ella.) Voy al cuarto de higiene...

(Todos la siguen. El Príncipe Azul se queda


solo, asombrado y tosiendo. Sus toses pueden ser
graciosas, como si con ellas se hablara a sí mis-
mo, se interrogara y respondiera. Todos regresan
y Bella Durmiente se acerca al Príncipe Azul.
Los demás se aproximan al mismo tiempo, pero
unos pasos más atrás.)

Bella Durmiente: Me gustan tus toses.


¿Siempre las tienes?

Príncipe Azul: Solo cuando hay polvo.


¡Y este tiene cien años! Creo que iré a casa
para que el médico de la corte me recete
un antialérgico, un antibiótico y, por las
dudas, una vacuna también. En una sema-
na estaré como nuevo y de regreso. Te daré
así el tiempo suficiente para que hagas lim-
piar el castillo. Verás que cuando no haya
polvo, volveré a hablar con normalidad.
Bella Durmiente: ¿El castillo está sucio?
Pensé que el hechizo nos había conserva-
do tal cual estábamos. También a nuestras
habitaciones y muebles... (Mirando hacia los
costados, al mismo tiempo que los demás tam-
bién giran la cabeza, para estupor del Príncipe
Azul.) Yo veo todo como siempre... 31

Príncipe Azul: (Tosiendo.) Ayyyyy...


¡Claro! Cuando se durmió no habían in-
ventado el plumero...

Bella Durmiente: (Encantadora.) Me gus-


tas, Príncipe Azul, aunque seas algo futuris-
ta. Si quieres declarártenos, es casi seguro
que te diremos que sí...

Príncipe Azul: ¿Quiénes me dirán que sí?

Rey: (A la Reina.) Ya empieza de nuevo.


A ese muchacho la tos le revolvió los sesos.
¡Llama a nuestra hija por su nombre, pero
dice que no sabe cómo se llama! ¡Y se nota
que quiere declarársele, pero ignora quién
responderá a su declaración!

Bella Durmiente: Si quieres casarte


con nosotros, yo te responderé que sí... Y
también lo harán mi papá, mi mamá, mis
servidores, los guardias...
Príncipe Azul: To... to... to... (Se ahoga
con la tos.)

(El Rey le palmea la espalda. Mientras la


Reina dice:)

32 Reina: Sí, tos, tos.

Príncipe Azul: ¡No! Quiero decir, ¿to-


dos juntos aceptarán mi declaración?

Bella Durmiente: Es que somos muy


apegados. Por eso nuestra hada madrina
nos durmió juntos. Y como tú has utiliza-
do el mismo método para despertar a cada
uno de nosotros, todos nos hemos enamo-
rado un poco de ti...

Príncipe Azul: Querida Bella, no te


ofendas, pero no puedo casarme con us-
tedes. Me gustaría, porque necesito una
novia. ¡Pero una sola! Yo soy muy indepen-
diente. Y además, alérgico al polvo. Para
que yo pudiese vivir aquí, haría falta que
corriera mucha agua...

Rey: ¡Qué lástima! Eres un poco zopen-


co, pero no pareces mala persona. Por eso
te ayudaremos a conseguir lo que buscas:
ve a la costa y sube a una nave que zarpe
con rumbo al Norte. En pocos días llegarás
a un reino donde el agua abunda...

Príncipe Azul: (Inclinándose profunda-


mente.) Gracias, mi señor. (Todos se inclinan.
El Príncipe Azul se dirige a Bella:) Princesa
34 Bella.

(Todos se inclinan nuevamente. El Príncipe


Azul, resignado, sale de escena. Todos a la vez
levantan la mano y se quedan saludando. Cae
el telón.)
TERCER ACTO:

Abre a un cielo abierto sobre el mar. Al frente


hay siluetas de olas que van y vienen. Detrás, aso-
ma el Príncipe Azul remando en un botecito.

Príncipe Azul: Me dijeron que nave-


gando por aquí encontraría una linda
princesa. Pero no veo tierra firme. Ni si-
quiera una islita...

(Entre las siluetas de las olas aparece y des-


aparece una cola de pez.)

Príncipe Azul: ¿Qué fue eso? ¡Encima


hay tiburones!... ¡Y sardinas pelirrojas!
(Asoma una cabeza con melena. Lo mira
un momento y vuelve a sumergirse.)

(Emerge la Sirenita que se apoya en la borda


del bote y le sonríe.)

36 Príncipe Azul: ¡Una mujer con cola


de pez!

Sirenita: ¿Nunca viste una sirena?

Príncipe Azul: (Haciendo gesto de dis-


plicencia.) ¡Puff, estoy acostumbradísimo!
Me sorprendí, porque estaba pensando
dónde podría encontrar un lugar para
pasar la noche...

Sirenita: Estás encima de uno. Mi pa-


dre, el Rey del Mar, tiene su palacio justo
aquí debajo, en el fondo. Y tenemos cien-
tos de habitaciones...

Príncipe Azul: Si tu papá es el rey, de-


bes ser una princesa...

Sirenita: (Inclinando graciosamente la cabe-


za.) La princesa Sirenita, para servirte.

Príncipe Azul: ¡Qué nombre tan ori-


ginal! Por favor, sube a mi embarcación
y hablemos un rato. (La ayuda a subir y se
sientan frente a frente.) Estoy muy interesado
por la fauna marina... quiero decir por la
población. ¿Te gusta vivir en el agua? ¿No
te aburres?

38 Sirenita: ¡Como una ostra!

Príncipe Azul: Yo no sé cómo lo so-


portas. Yo estoy un rato en el agua y se me
arrugan todos los dedos...

Sirenita: Pero yo soy mitad pez y mi-


tad princesa. Nunca me arrugo, ni me
arrugaré, por muchos años que viva...
(Señala el fondo del bote.) ¿Qué es eso?

Príncipe Azul: ¿Eso? Este... Una


caña de pescar y una lata con carnada.
Como no sabía cuánto iba a tener que
navegar...

Sirenita: ¡Qué rico! ¿Puedo? (Aga-


rra de la lata una lombriz y se la come.)
¡Hummm, deliciosa!

Príncipe Azul: (Poniendo cara de asco.)


Pero... ¡son lombrices!
Sirenita: (Limpiándose la boca.) ¿Y qué
crees que comemos en el fondo del mar?
¿Ravioles con tuco?

Príncipe Azul: Yo creí... Como eres


una princesa...
40
Sirenita: (Con dignidad.) Uno es lo que es.

Príncipe Azul: Sí, claro. (Para cambiar


de tema, mira el horizonte.) Esa manchita que
se ve a lo lejos... ¿es tierra?

Sirenita: (Sacando otra lombriz de la


lata.) Sí. Si me regalas la lata, te llevo a ver
a papá.

Príncipe Azul: ¿A papá? ¿Al rey?

Sirenita: ¡Claro! Seguro que va a estar


muy agradecido contigo por tratarme bien.
Hasta es posible que te regale algo valioso...
(Se inclina levemente hacia el Príncipe Azul, en
actitud seductora.) o quiera hacerte su yer-
no... (Al decirlo le pone la mano en el brazo.)

Príncipe Azul: (Recuperando el ánimo.)


¿Te parece? ¿Yo, yerno del rey de todos los
océanos?
Sirenita: No me extrañaría... (Se come
otra lombriz, mientras el Príncipe Azul la mira
con aprensión.)

Príncipe Azul: ¿Y no le molestará ca-


sar a su hija con un perfecto descono-
cido? 41

Sirenita: (Deja la lata y lo toma de las ma-


nos.) Si de verdad quisieras casarte conmigo,
inmediatamente te crecería una cola de pez
y podrías vivir en el agua, como nosotros.
Seríamos felices, ¡y comeríamos lombrices!
(Y le muestra la lata. El Príncipe Azul la suelta
y mira hacia donde se avista tierra.)

Príncipe Azul: ¡De pronto me vinieron


unas ganas locas de estirar las piernas! Creo
que voy a ir un ratito a tierra firme.

Sirenita: Pero vas a volver, ¿no?

Príncipe Azul: (Fingiendo entusiasmo.)


¡Ssssí, cla... claro! ¡Y te voy a traer más lom-
brices!

Sirenita: (Aplaudiendo.) ¡Uyyyyy, sí!

Príncipe Azul: Pero no te quedes espe-


rándome. No sé cuánto voy a tardar.
Sirenita: Bueno. Hasta pronto, enton-
ces. (Se mete en el agua. El Príncipe Azul rema
hasta salir del escenario. Sirenita se toma de las
olas para hablarle al público:) ¡Cualquier día
de estos me voy a casar con un hombre al
que no le gustan las lombrices! Ahora me-
42 jor me voy a casa, antes de que se me enfríe
la paella. ¡Adiós! (Después de saludar, se su-
merge y baja el telón.)
CUARTO ACTO:

En el salón del palacio se celebra un baile. El


Príncipe Azul camina entre las Invitadas, todas
mujeres jóvenes, pero ninguna le llama la aten-
ción. Hasta que divisa a un Enanito, que está
disfrazado de Blancanieves. El Príncipe Azul,
intrigado, quiere acercarse a él, pero el Enanito
se escapa cuando aparece el Rey, que sin querer
le obstaculiza el camino a su hijo.

Rey: ¿Se puede saber qué te pasa, hijo?


Saliste a cabalgar una tarde y demoraste
seis meses en volver. Ahora andas por los
pasillos quejándote de que te falta una
novia y que patatín y que patatán...

Príncipe Azul: ¿Patatín y Patatán no


eran los bufones de la corte?

44 Rey: (Enojado.) ¡No me cambies de tema!


Quisiste que organizáramos un baile con
todas las mujeres solteras del reino, para
elegir entre ellas una esposa... ¡y ahora las
ignoras!

(Entra Cenicienta con vestido de fiesta.


Pasa varias veces ante el Príncipe Azul, pero
este no la registra.)

Cenicienta: (Hablando al aire.) ¡Ay, Hada


Madrina! ¡El príncipe Azul no me da boli-
lla! (Se va.)

Príncipe Azul: (Oliendo.) Snif, snif, ¿no


hueles a quemado? ¿Acaso volviste a fumar
a escondidas?

Rey: ¡No! (Mirando para todos lados.) Veré


si descubro de dónde viene ese olor.

(Al salir el Rey, entra el Enanitos Ronca-


dor, con gorro verde y largos bigotes.)
Enanito Roncador: (Inclinándose.) Prín-
cipe Azul... (Se queda dormido parado.)

Príncipe Azul: ¡Roncador, qué ale-


gría verte! ¿Viniste con tus hermanos? ¿Y
Blancanieves?
45
Enanito Roncador: (Se va durmiendo y
despertando a mitad de cada gesto o frase.)
Andan todos bailando por ahí. Ahora
te los traigo... De paso voy a revisar si
tienes la chimenea de la sala tapada, por-
que hay un olor a humo... (Sale de escena,
mientras Cenicienta pasa por delante del Prín-
cipe Azul, que sigue sin verla. Entra el Hada
Madrina, que se acerca al Príncipe Azul.)

Hada Madrina: ¡Sapos y culebras! El


hada madrina de Bella Durmiente me
avisó que este príncipe era un zopenco.
Si no mira pronto a Cenicienta, ¡lo con-
vertiré en sapo! Y tendrá que esperar a
que alguna buena mujer lo bese, para
volver a ser humano...

(Entra el Enanito, esta vez como Risitas,


con gorro rojo y bamboleo gracioso.)

Príncipe Azul: ¡Risitas! ¿Cómo estás?


¡Tanto tiempo! ¿Y el resto, por qué no viene?
Enanito: (Entre risas, duda un poco an-
tes de contestar.) Hola, Azul, voy a ver si
los encuentro... (Comienza a alejarse.)

Príncipe Azul: (Hablando para sí mismo.)


Esto ya lo viví... (Gritando al Enanito:) ¡Alto!
46
Enanito: (Sacándose el gorro y tirándolo al
piso.) ¿A quién le dices “alto”? ¿A mí? Le
dije a Blancanieves que te ibas a dar cuen-
ta. Serás zopenco, pero no tanto. Soy Que-
joso. Lo que pasa es que los demás estaban
ocupados y para que no te sintieras ofen-
dido, me mandaron a mí con la ropa de
todos. Tuve que disfrazarme varias veces.
¡Y el vestido de Blancanieves me quedaba
horrible!

(Vuelve a pasar Cenicienta. El Hada Ma-


drina mueve la varita y hace que el Príncipe
Azul la tome por la cintura y, baile con la mu-
chacha.)

Príncipe Azul: (Reaccionando.) ¡Oia!


¿De dónde saliste? ¿Cómo te llamas? ¿Siem-
pre vienes a bailar acá?

Cenicienta: No, es la primera vez. Me


tuve que escapar de mis hermanas, que me
mandonean todo el tiempo.
Enanito Quejoso: Yo conozco de eso...

(Suenan unas trompetas. Entra el Rey.)

Rey: Veo que ya elegiste. Felicitaciones,


hijo. Tu novia es la más bonita del reino.
¡Los casaremos inmediatamente! 47

Hada Madrina: (Para sí.) O te irás a vi-


vir a un charco...

Príncipe Azul: (Mirando a Cenicienta.)


¡Bueno! Ya que estamos...

(Suenan doce campanadas.)

Cenicienta: Vamos a tener que dejarlo


para otro día. Tengo que volver a casa... me
están esperando... ¡Chau! (Sale corriendo.
Enanito Quejoso levanta del piso un zapato de
vidrio y se lo da al Príncipe Azul.)

Príncipe Azul: ¡Un zapato de vidrio! Las


mujeres ya usan cualquier cosa. ¡Un día de
estos van a querer ponerse pantalones!

Enanito Quejoso: ¡Deja de decir tonte-


rías y corre a buscarla!

(Entra el Portero del palacio.)


Príncipe Azul: ¡Portero! ¿Viste salir a
una muchacha corriendo?

Portero del palacio: Sí, mi príncipe.


Pero no pude ver mucho más, porque un
bobo tiró un zapallo en medio del cami-
48 no... ¡y me di un porrazo!

Príncipe Azul: (Bostezando.) Bueno.


No hay nada que hacer, entonces. Me voy
a dormir.

Rey: (Enojado.) Pero ¿cómo?, ¿no era el


amor de tu vida?

Príncipe Azul: ¡Qué sé yo, si bailamos


dos minutos!

Hada Madrina: (Arremangándose.) Espe-


ro que te gusten las ranas saltadas, porque
es lo único que verás de ahora en adelante,
príncipe tonto.

(Entra Cenicienta, rengueando. Se acerca al


Enanito Quejoso.)

Cenicienta: Perdone, ¿no vio por acá


un zapato izquierdo, de vidrio, número 37
y medio?
Príncipe Azul: (Escucha, emocionado.)
¡Qué mujer práctica! Prefiere volver por su
zapato antes que escapar.

Cenicienta: Es que me los prestaron


para venir al baile...
50
Príncipe Azul: ¡Y qué responsable!
Dime, princesa, si te devuelvo el zapato,
¿te casarías conmigo?

Cenicienta: (Pensándolo un segundo.)


Este... ¡bueno!

Príncipe Azul: ¡Ah, qué alegría! Al


fin encontré a la mujer que buscaba.
Una que me quiera, que me mime, que
me haga comiditas ricas, que me lave la
ropa, que me planche, que sepa bordar y
abrir la puerta para ir a jugar... Estoy tan
contento, que a partir de hoy me llama-
rán “el Príncipe Feliz”.

Hada Madrina: (Fuera de sí, murmuran-


do con rabia.) Si no lo convierto en sapo,
lo convierto en estatua. Pero de esta no
se salva.

Cenicienta: (Tomando las manos del Prín-


cipe Azul.) Azul, ¿tú crees que yo me puse
estas diez enaguas y estos zapatos de vidrio
tan incómodos, porque quiero seguir lim-
piando ceniza toda la vida? ¿Estás loco?

Príncipe Azul: (Confundido.) ¡No! ¡Ten-


dremos servidores que lo hagan por noso-
tros! Pero, tú, ¿podrías darles las órdenes? 51
Porque el problema es que yo soy un inútil
para las tareas de la casa...

Hada Madrina: (Bajito.) No solo para


eso...

Cenicienta: Me gusta hacer las tareas


del hogar por mí misma. Aunque con el
tamaño de este castillo, algo de ayuda no
me vendría mal... Pero no te preocupes,
yo te explico lo que sé hacer y podremos
hacerlo juntos... Y tú me puedes enseñar
a gobernar.

Príncipe Azul: Tampoco sé nada de


eso... (El Rey asiente, con fastidio.)

Cenicienta: Aprenderemos juntos...

Rey: (Complacido.) Ya es hora de que


las parejas hagan un reparto justo del tra-
bajo. Me parece muy bien que las mujeres
tengan tanto derecho a trabajar como los
hombres, que puedan gobernar y que, a
la vez, sigan haciendo las tareas de la casa,
mientras cuidan a los hijos.

Hada Madrina: (A Cenicienta.) Las mu-


jeres, ¿no nos estaremos equivocando en
52 algo?

Príncipe Azul: (A Cenicienta.) Yo voy a


aprender las tareas contigo...

Rey: Entonces, ¡que se celebre la boda!

(Comienzan a salir de escena, en orden, el


Rey, los novios, el Enanito Quejoso y los demás.
El Hada Madrina se queda sola y enfrenta al
público.)

Hada Madrina: ¿Y yo tendré que que-


darme con las ganas de convertir a alguien
en sapo? ¡Nada de eso! (Hace un firulete con
la varita y apunta al público, mientras se apaga
la luz y baja el telón. Puede oírse su risa en el
escenario mientras se retira.)
Esta edición se terminó de imprimir en mayo de 2017
en los talleres de FP Compañía Impresora,
Beruti 1560, Florida, Buenos Aires, Argentina.

Das könnte Ihnen auch gefallen